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Encaramados a los vehículos blindados, los soldados saludan a los manifestantes alzando
sus puños. La prensa eligió esta imagen para ilustrar el apoyo de los militares al nuevo
presidente. Tras ser investido presidente el 1 de enero de 2019, Bolsonaro designó a
militares para algunos de los puestos más relevantes de su Gobierno: vicepresidencia,
ministerio de Defensa, de Ciencia y Tecnología, de Minas y Energía, y además, la
secretaría de Gobierno, que tiene a su cargo la relación con el Parlamento. De un total de
veintidós ministros, siete pertenecen al Ejército (en algún caso, en la reserva), cifra que
supera a la de alguno de los Gobiernos de la dictadura (1964-1985). ¿Estamos ante la
formación de un Gobierno cívico-militar?
Brasil dispone de las Fuerzas Armadas con mayor poder de Latinoamérica. Estas se apoyan
en un histórico complejo militar-industrial y cuentan con think tanks eficaces. Por su
capacidad de influencia sobre la Administración y el funcionamiento de la economía –
llegando a veces a ejercer directamente el poder, como en la última dictadura–, la fuerza
militar juega un papel decisivo en la política del país. Su proyecto consiste en defender una
visión del desarrollo nacional forjada a lo largo del siglo XX y que emergió especialmente
bajo el Gobierno militar de Getúlio Vargas (1930-1945).
Las Fuerzas Armadas abogaron en esa época por la industrialización, que consideraban
decisiva para garantizar la soberanía geopolítica, y no vacilaron en oponerse a una
oligarquía terrateniente, reticente a la modernización del país. La mayoría de las grandes
empresas que hoy constituyen el orgullo de Brasil fueron fundadas por el Estado en aquella
época.
La Escuela Superior de Guerra (ESG), uno de los think tanks del Ejército, constituye su
principal instrumento de influencia política y geopolítica. Fue fundada en 1949 tomando
como referente el National War College de Estados Unidos, país con el que los militares
brasileños mantienen una estrecha vinculación. Este think tank, financiado por el ministerio
de Defensa, ha formado a más de ocho mil personas desde su creación, la mitad de ellas
civiles. En la página web de la organización se jactan de contar entre sus exalumnos con
grandes empresarios y con “cuatro presidentes de la República, ministros de Estado y
numerosas personalidades importantes del ámbito político” (1), pero no aparecen
publicados sus nombres.
El periodo neoliberal de la década de 1990 frenó las ambiciones de las Fuerzas Armadas.
Aparte de la inestabilidad política –que gusta poco a los militares–, el estancamiento
económico impactó de lleno en la industria militar brasileña, entonces próspera, asestándole
un duro golpe del que tardaría en reponerse”, según el analista Joám Evans Pim (2).
Durante esos años, las exportaciones de armamento se limitaron al sistema de lanzamisiles
Astros II (de Avibras) y al avión Embraer EMB 314 Super Tucano, ambos diseñados en la
década de 1980. De ahí, sin duda, la alianza en principio contra natura entre la institución –
asociada a la derecha en el tablero político– y el presidente Lula da Silva. Esta respondió
fundamentalmente a la unidad de visiones en relación a la necesidad de que el Estado
recupere un papel activo en la afirmación de la soberanía geopolítica del país.
Por otra parte, la llegada al poder de “Lula” también marcó una ruptura. A excepción del
régimen militar, ningún Gobierno había prestado tanta atención a las preocupaciones del
Ejército, en particular, sobre los asuntos centrales que había enfatizado Golbery do Couto e
Silva. Por ejemplo, el proceso de integración regional impulsado por el presidente entró en
perfecta sintonía con la ambición militar de controlar mejor la región amazónica y
proyectar la influencia de Brasil más allá de sus fronteras, en particular, hacia el Pacífico. Y
la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), en 2008, facilitó los
progresos de un ambicioso proyecto de desarrollo de infraestructuras, gestionado a nivel de
los Estados: construcción de carreteras, excavación de canales de circulación fluvial, tejido
de redes de comunicación, etc.
Durante el Gobierno de “Lula”, por primera vez en su historia, Brasil se dotó de una visión
estratégica oficial a largo plazo, que se plasmó en un documento titulado Estrategia
Nacional de Defensa (END), publicado en 2008. A las ambiciones técnicas, el documento
sumó reflexiones económicas y sociales: “Brasil no será independiente mientras que una
parte del pueblo no disponga de los medios para formarse, trabajar y producir” (3). A
semejanza de la ESG, la END considera que la lucha por la soberanía remite a
consideraciones no solo militares, sino también económicas, sociales y geopolíticas.
Entre los principales beneficiarios industriales de este proyecto, bajo las presidencias del
PT, figura la sociedad Odebrecht. Fundada a mediados de la década de 1940 como empresa
constructora, esta se diversificó bajo el régimen militar (4). En 2010, hizo gala del más
insolente dinamismo del sector de la Defensa. Cercana al partido de “Lula”, cuyas
campañas había financiado mucho antes de su llegada al poder, la empresa se encargó de
equipar a la Marina para la vigilancia de las riquezas petrolíferas –además de varios
submarinos, la END preveía que la empresa construyera sesenta y dos buques patrulleros,
dieciocho fragatas y dos portaaviones–. Los escándalos de corrupción que hicieron
tambalear a Odebrecht pusieron en riesgo a la mayoría de esos proyectos.
Más allá del alborozo que gran parte de los militares expresaron, no todas las
preocupaciones han desaparecido. El 4 de enero de 2019, el recién nombrado ministro de
Asuntos Exteriores, Ernesto Araújo, anunció, entre otras cosas, que el presidente “no
descartaba” la instalación de una base militar estadounidense en territorio brasileño:
“Deseamos incrementar nuestra cooperación con Estados Unidos en todos los ámbitos. (…)
[La base] formará parte de un programa mucho más vasto que queremos poner a punto
junto a Estados Unidos” (5) –esa puesta a punto se realizará durante la visita del presidente
estadounidense Donald Trump prevista para marzo de 2019–. Ese mismo día, el anuncio
desencadenó la reacción de tres generales y tres oficiales superiores. Para ellos, ese tipo de
acuerdos solo pueden justificarse en el contexto de una amenaza exterior superior a la
capacidad de reacción de una nación: “En ese caso, el más débil solicita la ayuda del más
fuerte, para hacer frente a las intimidaciones. Pero nos encontramos muy lejos de una
situación parecida” (6).
A dos problemáticas más deberá hacer frente el Estado Mayor: la eventual “politización” de
los soldados y la política de privatizaciones que promueve el sector más neoliberal del
Gobierno, capitaneado por el ministro de Economía Paulo Guedes, formado en la Escuela
de Chicago.
Apenas quince días después de la victoria de Bolsonaro, el general Eduardo Villas Bôas,
comandante del Ejército, manifestaba en Folha de Sao Paulo su inquietud en relación con
una posible permeabilidad de los militares a los asuntos políticos. Afirmando su voluntad
de “trazar una línea de demarcación clara entre la institución militar y el Gobierno” (7). No
obstante, en abril de 2018, el día que la justicia se pronunció en relación a Lula da Silva,
fue patente la presión que esta ejerció sobre el Supremo Tribunal Federal. Las Fuerzas
Armadas permanecerán “atentas a su misión institucional”, alertaba desde su cuenta de
Twitter (4 de abril de 2018): amenaza apenas velada de golpe de Estado en caso de puesta
en libertad de “Lula”.
Durante la campaña electoral, Paulo Guedes, que ya se perfilaba como futuro ministro de
Economía de Bolsonaro, había dado a entender que las grandes empresas públicas de
producción de energía eléctrica podrían ser privatizadas, si bien Bolsonaro no manifestó
gran entusiasmo al respecto. Entre los militares, esa posibilidad suscita preocupación. El
proceso de designación del ministro de Minas y Energía cristalizó las tensiones. Los
directivos de las principales empresas privadas de producción y distribución de energía
eléctrica presionaron para que fuese nombrado uno de los suyos, proponiendo listas de
nombres, pero finalmente fue la voluntad de los militares la que prevaleció, consiguiendo el
nombramiento del almirante Bento Costa Lima Leite.
(4) Véase Anne Vigna, “Los brasileños también tienen su gran multinacional”, Le Monde
diplomatique en español, octubre de 2013.
(5) Citado por Paulo Rosas, “Chanceler confirma intenção de sediar base militar americana
no Brasil”, UOL, 5 de enero de 2019.
(6) Citado por Roberto Godoy, “Oferta de Bolsonaro aos EUA para instalação de base gera
críticas entre militares”, UOL, 5 de enero de 2019.
(7) Igor Gielow, “‘Bolsonaro não é volta dos militares, mas há o risco de politização de
quartéis’, diz Villas Bôas”, Folha de Sao Paulo, 10 de noviembre de 2018.
(8) “‘A política não está e não vai entrar nos quartéis’, afirma futuro ministro”, Correio
Braziliense, Brasilia, 25 de noviembre de 2018.
Raúl Zibechi