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Título original: Diario de un descarrilamiento

Autor: Daniel Rivera.


Fecha de publicación: Diciembre de 2016.
Reedición: Octubre de 2018.
diario de un
descarrilamiento.
dani rivera
«Y antes de que nuestro tren descarrilara,
en marcha me bajé sin decir nada.»
Enrique Urquijo, Los Secretos.
«Quien alguna vez supo mirar una tormenta,
conoce nuestra historia.»
Benjamín Prado.
En el andén
primera parte:

de una bienvenida.
De cómo me subí a su tren.
día -1.

Querer es aprender a olvidar


el daño que te hicieron
las personas a quienes quisiste
pero que no te quisieron.
lo que éramos antes de ser nosotros.

Yo venía a rebufo de una infancia sin tiroteos,


con parques en las pupilas
y banderas blancas entre los dedos,
tenía, por aquel entonces,
el corazón a medio estrenar
y la sensación ingenua de que el amor
siempre golpea más de una vez.

Tú desfilabas tus diecinueve


por las saciadas aceras de Madrid,
con tu coleta contoneándose
al ritmo candente de tus pisadas,
tenías la facilidad innata
de hacer hincar
la rodilla a cualquiera
y un complejo decadente
de cenicienta en apuros
que busca su zapato perdido
pero no al príncipe.

Poseías la alegría que rebosan


las personas que sufrieron poco
o las que sufrieron mucho
pero terminaron saliendo a flote,
gozabas de la fuerza necesaria
para poner a bailar a la vida
en mitad del huracán de tus ojos.

Temías el camino al compromiso


por tener un mapa lleno de heridas
mientras que yo hubiese andado a ciegas
a través de un laberinto con la simple promesa
de que al otro lado
estarías tú.

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Queríamos cosas diferentes,
pero extrañamente nos queríamos.

Tal vez pudimos precedir


el desastre que nos esperaba,
pero lo vimos venir
y ninguno de los dos
hizo nada
por ponerse a salvo.
día 1.

Y cuando la conozcas
te verás a ti mismo
queriendo huir
sin saber de qué,
sin saber cómo,
sin saber hacia dónde,
pero con ella.

11
la huida en la que me encontré.

Me he levantado con ganas de huir.

Abro Instagram
y me encuentro contigo,
de frente, como un disparo a quemarropa.
Hoy has escrito un manifiesto
sobre los motivos por los cuales te ves sola
y sin posibilidades de solución.

Me he levantado con ganas de huir


pero no sabía cómo ni hacia dónde.

Entro en Instagram,
hoy te sientes triste
porque no luces en biquini
como las modelos de Victoria’s Secret
y yo, por mucho que miraba tus fotos
buscando los siete errores, las siete diferencias,
sólo veía tus alas.

Me he levantado con ganas de huir


y no sabía cómo ni hacia dónde,
pero sí con quién.

Regreso a Instagram,
hoy no puedes más,
la vida juega contigo al escondite,
los precipicios comienzan a tentarte con sus caídas
y sólo ves espinas en cada rosa,
por un rato te he imaginado con mis problemas,
buscando a alguien que te diga
que la perfección sólo depende
de los ojos que te miren.
Un día me levanté
y, por fin, me atreví.
Mandarte un mensaje,
empezar a huir.

13
día 3.

Niña frágil que no lo aparenta


en ninguna fotografía,
muchacha repleta de inseguridades
que oculta en cada una de sus Stories,
adolescente hecha mujer
de forma precipitada,
chica que no acepta que sus medidas
no puedan salir en todas las revistas,
señorita imprevisible,
que cuando llora sale riendo,
que cuando ríe lloran
todos los que no supieron
o no quisieron
quedarse a su lado.

Quién me iba a decir a mí,


que te contemplaba fascinado
cada noche antes de dormir,
que aquel Me gusta que te di
iba a ser
el primer renglón
de nuestra historia.
el momento en el que lo sabes.

Me figuro lo que debiste pensar a primera vista


de mí y de mi falta de reacción,
pero tenías que haber estado en mi lugar,
haber visto cómo aparecías en una pantalla de 16:9,
a cámara lenta,
con mi barrio pendiente de cada golpe tuyo de cadera.

Es buena excusa para entender por qué me costó


unos cuantos minutos y una dosis de valor
decir algo coherente.

Fue como saber que lo que tratas de alcanzar no está a tu altura


y aun así saltar.
Debí de saltar bien aquella tarde.
Porque te alcancé.

Luego nos perdimos por Madrid


o tal vez fue Madrid el que se perdió entre nuestras palabras
y acabamos en un rincón al que nunca supe cómo llegamos.

Me limitaba a seguir las huellas en la arena que grabaste


en el asfalto hostil de una avenida a la que ya te digo
no sabría volver
si no es contigo.

Fue con el segundo café cuando sentí que algo se estremecía.


Me giré para ver lo que era y la gente seguía inmiscuida en su rutina,
con sus conversaciones, sus sorbos, sus carcajadas.
Te volví a mirar y lo comprendí.

A la salida me preguntaste que si sabría volver,


tiendo a hacerme el valiente para no quedar en evidencia
en circunstancias como esa.
Que sí, claro. Cómo no iba a saber volver.

15
Estaba tan perdido que cogí un taxi.

¿Adónde va usted, caballero?

Y dudé.
Entre decirle el nombre de mi calle
o que siguiera a esas piernas
que acababan de doblar la esquina,
dejando, de pronto,
a oscuras la avenida.
día 5.

Lo más bonito de los balcones


es que desde aquí arriba
se te ve pequeña, diminuta,
poca cosa, otra persona más,
en todo caso,
de la vida

y aun así,
incluso desde aquí,
pareces distinta.

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secretos.

Te sorprenderá saber que Madrid se mantiene intacto;


te prometo que lo he comprobado de vuelta a casa,
mientras regresaba a mis trincheras,
con la cabeza gacha para abrirme paso entre viento gélido
y las manos en los bolsillos como si aún pudiera sentir tu piel en mis dedos.
Todo lo que hay después de ti, es la puta guerra.

Contenedores repletos de nada, personas vacías de todo,


el pitido impaciente de un coche acelerado que busca otro vaso de hielo y ron,
una chica llorando le dice a su novio
¿dónde estabas cuando te necesité?
y él enmudece sin lograr encontrar la réplica indicada.
Nunca hay respuesta para esa pregunta.

Así que te puedes calmar.

Nadie se ha enterado
de que la noche, hace tan sólo unos instantes,
se curvó hacia nuestra despedida.

Como si ella tampoco quisiera perdérselo.

Estoy preocupado, ¿sabes?


Sé que empezar a sentir nunca es un error.
Pero tengo miedo.

Contenido muy frágil,


este lado hacia arriba.

He llegado a casa,
estaba demasiado silenciosa sin nadie aguardándome en cada habitación.
He puesto a Quique.
He cerrado los ojos.
Me he tirado en la cama.
No he rozado aún tus labios,
y sin embargo,
ya sé cómo sabes:
a lluvia de domingo
detrás
de mi ventana.

19
día 7.

Amar dándolo todo,


como si supieras que no va a doler,
como si supieras que nadie te va a hacer daño,
como si olvidaras que te lo hicieron.

No hay otra forma de amar:


sin tener
miedo
a la caída.
corazón coraza.

No me encontrarás detrás de mi camisa,


no desabroches tibiamente los botones a mi disfraz
ni desnudes lo que finjo ser
para ahorrar un puñado de preocupaciones
a gente que paradójicamente no me preocupa,
yo ya te advierto, no te sorprendas con lo que hay ahí dentro,
es el resumen afónico de una vida andada de puntillas
por no querer molestar.

Obsesionarse por los sentimientos de los demás,


sin tener en cuenta los que te pertenecen.
Estar pendiente siempre del qué dirán
y de evitar las cicatrices foráneas.
Aunque tú sangres y nadie haga nada
por cortar la hemorragia.

Ver a una persona rota


y presentarse como un descosido
para demostrar que las sombras nunca discriminan.
Que quieren a todos por igual.

Yo las guardo en un cajón a mis sombras,


ordenadas por tamaños, de menor a mayor,
reservando el último lugar al miedo que me da
sentirme vulnerable
por haber apostado todo por alguien.

Nunca es tarde para cambiar,


para rendirme ante tu caminar indefenso
y entregar los búnkeres y los temores,
los fusiles, los escudos y los temblores,
y sentirme pájaro
que es la única forma de tocar las estrellas.

21
De tocarte sin el pánico de que mañana, quizá,
ya no estés.

Aceptar la posibilidad incesante de la derrota


para poder empezar a ganar.
día 8.

Me hizo reír hasta que olvidé las lágrimas.


Me hizo reír hasta que olvidé.
Me hizo reír.
Me hizo.

23
yo, pretérito perfecto simple.

El reclamo del camión de la basura


me sonó siempre a toque de retirada,
miraba a cada lado antes de salir de una cama
que no me pertenecía,
no fuese a ocurrir
que me dejara algo allí:
no me refiero a un reloj o a una cartera,
me refiero a mí.

Mi yo antes de ti
era un yo con vistas al suelo,
un yo cabizbajo,
un yo que tenía dudas
antes siquiera de tener certezas.

A mí, que me contaban mi vida los camareros


y luego me resultaba más fácil
abrir unas piernas
que mi propio corazón.

Yo, que tenía una agenda sin números,


escarcha entre los dedos
y más heridas en el costado
de las que jamás podría curar
el alcohol, las drogas o el amor.

Yo, que antes era una versión tan lejana


del yo que ahora habito,
ese que por fin ha aprendido a amar
sin dejar, por precaución,
un pie
en el suelo.

Como para no creer en tus milagros.


día 11.

Allí, en tu portal,
entre los contadores de la luz
y los buzones de correos,
el rincón
donde entendí
que a veces
la vida te guiña un ojo
y sonríe.

25
cuando supiste leer un mapa indescifrable.

Tranquila, esto estaba roto antes de que tú vinieras,


disculpa el desorden pero no pensé ya que llegarías
y fui dejando amontonarse todos estos escombros,
poco a poco, en cada una de las orillas de mi vida.

Restos del hundimiento, supongo.


El fracaso hecho vertedero,
souvenirs de una época atestada de ceniza y espejos.
De cuando yo sabía dónde estaba
pero no lograba encontrarme.

Saber dónde estás no significa


que no estés perdido.

Y entonces te vi,
la chica del vestido de flores que se extravía en mitad de mis febreros
para regalarme un calendario nuevo,
te observé, siendo jardín entre tanto callejón,
dándole la vuelta a mis relojes de arena,
despojada de fianzas y de interrogaciones,
te contemplé y supe
que no todas las brújulas
señalan al norte.
día 13.

Yo se lo advertí.

Llama antes de entrar,


no sea que me pilles
con el corazón al aire
y mis sentimientos no tienen
un desnudo bonito.

Ella llamaba,
llamaba,
llamaba,
llamaba,
volvía a llamar
y llamaba,
llamaba,
llamaba,
ya amaba.

Y yo, por fin,


abrí la puerta.

27
(viv)ir contigo de la mano.

Hay días en los que no me apetece hablar ni conmigo mismo,


días en los que no estoy ni para mí.

Y sin llamar, sin pedir permiso ni perdón,


te asomas a mi vida
como se asoma una fecha señalada a un calendario.
Es decir, rompiéndolo.

Conviertes mis miserias pasadas


en una exposición sobre lo valiente que debe de ser alguien
para continuar con algo
cuando no le importa el final,
me liberas del peso que supone cargar
con cientos de ramos de esquelas marchitas
y pones una flor por cada cruz.
Decorarías incluso a la muerte con tu sonrisa
y por un momento morir parecería una buena idea
si es contigo y por ti.

Pero no estoy hablando de eso, sino de todo lo contrario,


de vivir en un recodo de tu cintura,
aferrado a las ojeras que tienen nuestros sueños
de tan poco dormir
y de tanto currar,
estoy hablando de deslizar la primavera bajo nuestras sábanas
e ir a buscarla
con la impaciencia de un niño inocente en Navidad.

Vivir, joder, vivir,


sacar la mano por la ventana de un coche en plena autopista
y acariciar la vida de la misma manera que te acaricio a ti,
con el corazón a ras de piel y mi sangre impaciente buscando tu carne,
sabiendo que tarde o temprano
me engullirá la eternidad de una espalda marfil
y yo ya no querré irme.
Ni de la vida.
Ni de ti.

Sólo tienes que echar un vistazo a tu alrededor,


ya no quedan tumbas, ni cartas sin remite,
limpié los escombros y tres infiernos apolillados
que aún resistían detrás de un armario.
Adiós a las notas de suicidios propios por desgracias ajenas,
tiré los vestidos de noche que no llevaban tus medidas
y vacié de alcohol mis heridas porque, sorpréndete, ya estaban curadas.

¿Ves?
Iba en serio cuando caminábamos de la mano por Sol y dije
que del pasado sólo me quedaría con la poesía
y con el deseo de volverte a ver.

Es cierto,
todavía no soy capaz de entender qué es eso que me sucedió
el día en el que nos conocimos,
pero se parece demasiado a vivir.

29
día 15.

¿En qué lengua


voy a contar yo
todo lo que a mí
me cuenta la tuya?
el antónimo de escapismo es que te quedes.

Confieso que he llorado de noche muchas noches,


-las lágrimas se derraman mejor cuanta más oscuridad haya-
he llorado acordándome de chicas de las que no recuerdo nombre
pero sí dirección, sentimientos, planes de futuro
e historias que perfilamos juntos.

Qué hubiese pasado si hubiera seguido desabrochando la misma blusa,


si hubiera seguido durmiendo en cierta almohada,
descorchando la entrepierna exacta,
provocando una risa idéntica a la de distinto día,
qué hubiese pasado si no me hubiera ido de vidas de las que no me echaron.

Es inevitable pensar en la felicidad


cuando te ha abandonado.
Es algo así como un síndrome de Estocolmo
pero al contrario.

Esta vez no contaré nada sobre ti.

O tal vez sí.

Porque se da la insólita coincidencia


de que no lloro en nuestras noches compartidas.
Es extraño. No me había sucedido nunca.
Hasta para estas cosas eres el reverso de las cosas
que solían ser.

Pero que ya no.

Yo no me he ido en esta ocasión


y tú no te has marchado,
aún dándote motivos, maletas
y la libertad de quien no tiene jaula bajo los pies.

31
Dejándonos la puerta abierta
hemos preferido cerrarla.

Es sencillo de entender el porqué:


llegas
y te llevas
los días en los que fracasé.
día 18.

Cuando te marchas de mi casa,


cada vez que te vas
cuando la noche languidece,
dejo encendida la luz del recibidor.

No sea que te pierdas,


que quieras volver en algún afortunado segundo,
que tantees oscuridades y no sepas ubicarte.

Así sabrás volver.

33
cosas que olvidé.

Olvidaría mi cumpleaños
si no hubiese vivido ya veintipico,
olvidaría el cumpleaños de mi hermana,
el de mi padre,
el de mi madre,
si no hubiese encontrado
una fórmula nemotécnica
para salir al paso.

He olvidado
un bautizo y una comunión,
cuándo di primer beso,
la primera vez que me enamoré
y todas las chicas que le siguieron.

He olvidado
aniversarios, catorcesdefebrero
y ciento treinta y dos cumpleaños
incluyendo los de toda mi familia.

He olvidado
el día exacto en el que me fui a vivir solo,
la fecha en la que me di cuenta
de que había dejado atrás mi infancia
y la primera vez que quise regresar a ella.

He olvidado
citas con el dentista, con el oculista,
cuándo fue mi primer viaje al extranjero
y el inicio de mi adolescencia.

Como puedes comprobar,


se me dan fatal las fechas.
El día en el que te conocí era viernes,
nueve de septiembre.
Llovía fuera.
Comenzaba a salir el sol dentro.

35
«Admitir que los lunes
no existen
desde que escribiste tu nombre
en mis manías.»
Irene DeWitt.

«Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.»
Ángel González.
La felicidad viaja
segunda parte:

en turista.
De nuestro viaje.
día 20.

La llamé chica punto


y tenía sentido.

Todas las frases acababan en ella


y, sin embargo,
ella era el comienzo de una nueva historia.
mi chica.

Mi chica
esconde un cementerio de frustraciones,
viaja en un Golf blanco del noventa y cinco,
tiene unas gafas que no hacen justicia a su mirada
y aún guarda rastros de la última caída.

Mi chica
no tiene nada que quepa en una 90-60-90,
suspira cada vez que se baja de la báscula,
tiene una autopista de pecas en su mejilla
y una sonrisa dos tonos por debajo del blanco.

Mi chica
odia su pelo rebelde,
mide menos de lo que le gustaría
y nunca quiere ser musa.

Mi chica
se burla de los espejos cada mañana,
levanta el dedo corazón en los atascos
y no sabe contener la risa
cuando abrazo su espalda con mi barba.

Mi chica
se llena de tinta las manos cuando estudia,
sofoca incendios cada vez que cocina,
tiene pánico a los insectos
y no sabe defenderse en inglés.

Mi chica
pierde siempre al Trivial,
apadrina un gimnasio
y conserva deudas de un amor
que se declaró insolvente.

39
Mi chica
me mira mal en los probadores
porque detesta que emplee
la palabra perfecta
para definirla.

Y no,
tiene razón,
mi chica no es perfecta,
mi chica es precisa.
día 23.

Un par de cafés,
siete folios arrugados
y un bolígrafo BIC
que dejó de escribir,
son sus últimas víctimas.

Qué difícil está esto.

A ver cómo
explico yo en un poema
lo que todo Dios
comprendería al mirarte.

41
miss caos.

Ando deambulando por el filo de tu mejilla,


a veces me dan ganas de pellizcarme el brazo
o de que alguien me lance un cubo de agua fría
y es entonces cuando me doy cuenta de que,
por sorprendente que parezca, eres real
y, además, un poquito mía.

No sé qué tontería debí de hacer para convencerte


pero la volveré a repetir cada día si hace falta
para que recuerdes por qué me elegiste a mí
de entre todos los hombres grises de Madrid.

Ahora que casi duermes me da por confesarte


que amo esa forma tuya de no hacer nada
y que aun así, todo por aquí sea diferente,
si no me crees, pregúntaselo a los vecinos,
al conductor del bus que se contuvo
esta mañana de girar la cabeza para ver cómo
dejabas un rastro de confeti y serpentinas,
pregúntaselo a todos tus ex que pretendieron
cogerte con las manos, sin saber que no hay
agua o aire que no se escape entre los dedos,
pregúntaselo si quieres, pero ya te respondo yo por ellos:
cuando todo el mundo es formal y serio
tú entras por la puerta a la pata coja,
es a eso a lo que me refiero, a tu manera
especial de sacar la lengua a un mundo
escrito en papel de periódico y en papel moneda
y que yo sólo aspiro a ir a juego con tu arcoíris,
a estudiar de cerca el brillo relámpago de tu mirada,
a ver el mar reflejado en tu espalda con cada amanecer,
que yo sólo aspiro a aspirar el perfume de tus mañanas,
a desnudarte si es para vestir al suelo de mi habitación.
De verdad, que no sé en qué charco me metí para salir calado de ti
y tampoco sé muy bien si te merezco pero tengo miedo de apagar
la luz por la noche y no volverte a ver.
Supongo que eso significa algo.

Mira:
no sé cómo lo haces para que todo salga del revés,
no sé cómo eres capaz de ordenar el caos por colores,
ni tampoco sé cómo has logrado convertir mis ruinas en Roma.

Pero sigue haciéndolo.

Porque desde que estás aquí,


perdernos siempre significa
salir ganando.

43
día 26.

¿Y qué hago yo
mirando
no sé qué verano
en este octubre?
tormenta de verano.

A veces me sonríe sin nubes,


me mira con la inocencia
de una niña adolescente
que no conoce la cruz
de los sentimientos.

Pero a medida que avanza el día,


que se acerca la noche con su cobijo,
se acentúa en su cara el gesto morboso
de la persona que conoce
el atajo más rápido
hacia el incendio.

Ella es uno de esos días de verano


en los que la mañana se levanta virgen
con un cielo sin desenvolver,
uno de esos días de verano
que terminan bañados de lluvia
para dar la razón al que dijo
que las apariencias engañaban.

Ella es sol
y tormenta de verano
con escasas horas de diferencia.

Sólo hace falta


que se desanude la coleta
y el cielo comienza a teñirse
de color gris certeza.

Yo también desconocía
la existencia de esa tonalidad,
hasta que una tarde
ella se nubló.

45
Resuenan los truenos
con ese sonido de gemido sofocado
dentro de su garganta.

Es entonces cuando sabemos


que todo es inevitable.

Ella cae
como se precipitan las gotas heladas
sobre el asfalto febril de julio,
me encharca las costillas
y la humedad comienza a calar dentro.

Nos arrancamos la ropa


y no hay tormenta que no nos envidie.

Hay mañanas en las que me sonríe sin nubes,


y noches en las que cae, en las que se precipita.

Llueve
llueve
llueve.
día 28.

Ella,
en cualquier lugar,
haciendo cualquier cosa cotidiana
que cualquiera hacemos
cualquier día.

No me expliquéis cómo,
pero ella lo hace diferente.

47
cambio de planes.

Sé dónde están los suburbios de mi vida,


soy capaz de recorrerlos sin mirar con una venda en los ojos,
sé qué tamaño tienen mis tinieblas,
he tocado fondo tantas veces que ya echaba de menos tocar algo de cielo
con la punta de los dedos.
Así que no sabes cuánto valoro este reino de risas y de cajones con tu perfume,
esta conspiración de aleteos
que se ha instalado a unos centímetros de mi mesilla de noche.

Gracias por traerme la salvación encerrada entre tus costillas.


Lo necesitaba.
Necesitaba guardar en un arcón los gestos tristes,
el andar cansado y las lágrimas de decepciones descatalogadas.

Ahora irradio la vida que te sobra


y he dejado de sobrevivir
por verte desfilando
a través de las avenidas anexas a mi corazón,
marcando cada uno de tus pasos con un latido.
Eres mágica.

Y qué guapa estás desde que sonríes tanto.

No te has visto en tercera persona


cambiándolo todo de sitio sin tocar nada,
arrancando hiedras,
soplando brumas,
rompiendo cartas,
borrando rutas,
cambiando planes,
decorando noches.
Las mías.
Por favor, no te vayas,
que mi vida camina preciosa
al compás de tu pestañeo.

49
día 30.

Te llamé hogar
porque eres el primer sitio
en el que quieres refugiarte
cuando empieza a tronar.
la frontera.

Cruzo con ritmo frenético


las calles sombrías de nuestra ciudad
por temor a detenerme un momento
y que me asalte con violencia
la realidad.

Ver, yo qué sé,


los ojos sinceros de un mendigo hambriento,
contenedores en jornada de puertas abiertas
o personas que vuelven a casa después de dar el golpe
-suelen llevar trajes a medida y maletines
para no llamar la atención-.

Entonces, sin frenar ni un instante,


llego a tu casa y me abres
con tus ojos de bienvenida y tus manos cálidas
y yo entro y cojo el aliento que me falta
y cierro con llave, echo los cerrojos a tu casa,
y, por fin, respiro tranquilo.

Todas las tristezas de telediario


y las nostalgias que se adhieren a la noche
se quedan ahí fuera. De tu puerta.

Esperándome a la salida
como un matón de recreo,
sin saber que volveré a enfrentarme a ellas,
unas horas más tarde, más valiente,
sabedor de que aún llevo puesta
tu sonrisa
en mi boca.

51
día 31.

El barrer de la portera
y su escoba contra la rutina.

El eco de una ambulancia


que llega impuntual a su cita.

Las obras del vecino del cuarto,


que trata de rediseñar una vida sin ella.

El rumor del tráfico intenso de esta caótica ciudad


que tanto amamos los de fuera.

El murmullo de la gente que vive y también de la otra,


de la que se limita a que pasen los días.

El latido de su corazón revolucionado descansando en mi cama,


esperando a que acabe de una vez este poema.
imagínate.

Imagínate que te tiendo sobre la cama


con la suavidad con la que poso
un nuevo folio sobre mi mesa.
Esto sería como escribirte,
solo que esta vez no me haría falta
fantasear contigo, sino hacértelo a ti.

Imagínate que te desnudo y sólo veo


espacio en blanco que llenar a besos,
que quiero dejarte agujetas
en la comisura de la boca
de tanto sonreírme.

Imagínate que, por un momento,


pierdes de vista a mi mano izquierda
y, de pronto, me sientes muy dentro de ti.
Entonces, arquearías la espalda
y el espasmo te haría lanzarte violentamente
contra mi pecho, gimiendo mi nombre.

Imagínate que me dejas


las huellas de tus uñas en mis costados
mientras bajo lentamente hacia tu cintura
y, nada más llegar, encierro a la lujuria
entre mis labios.

Imagínate que pierdo la cabeza


entre tus piernas,
que nos ganan las ganas,
nos miramos
y todo
por fin
encaja.

53
Imagínate que el cabecero
es el metrónomo que marca
el ritmo al deseo.

Imagínate que explotamos


y la onda expansiva
se lleva por delante,
en una brutal sacudida,
nuestros cuerpos,
las sábanas,
el silencio,
nuestras vidas.
cometerte.

Tenerte frente a mí,


con tu cara traviesa,
mordiéndote el labio,
abierta de piernas.
Inclinarme sobre ti
y encerrar tu deseo
en la humedad de mi boca,
que sepas lo que viene
y que, aun así,
te sorprenda cuando llegue.

Y que suceda,
que la punta de mi lengua
juegue al morse con tu orgasmo,
que si primero lento y suave
hasta que te revienten las ganas,
que si después más deprisa
y más intenso,
como si estuvieses corriendo
desesperadamente hacia un lugar.
Y fuese yo.

Voy a demostrarte a qué sabe follar


cuando te hacen el amor.

Y escuchar cómo sube


el volumen de tus gemidos,
que tus manos en mi nuca
me hundan todavía más
mar adentro
y que dentro te quepa
mi lengua, un suspiro,
un par de dedos.

55
Tenerte en ese punto
en el que da igual lo que hagas,
si sigo haciéndotelo,
ponerme de rodillas,
acercar aún más fuego
al incendio,
mirarte con cara lasciva
y que vea tus ojos
repletos de ganas.

Entrar en ti.

Y que entonces parezca


que el mundo
se acaba.
día 31 (bis).

¡Shhhh!
¡Silencio!

No vaya a ser que se despierte,


desencadene una primavera
en pleno enero.

Y la jodamos.

57
la vida en rosa.

De la calle llegan
las notas de un saxofón,
suena ahora ‘Fly me to the moon’
y los dedos torpes del músico
no son conscientes
del revuelo que ha levantado
entre las terrazas
de una calle cualquiera
de Madrid.

Yo sí me doy cuenta,
veo ese brillo singular
en los ojos de las parejas
y sus manos
buscan complicidad
para sentirse más cerca.

Llega el fin
y dejo de tararear la canción
como si fuera un Sinatra
de mercadillo
pero lo que viene es,
si cabe,
aún peor.

Se cuelan por la ventana


los acordes de ‘La vie en rose’
y una calle ordinaria de Madrid
se ha convertido,
te lo juro,
en un callejón de París.
París
por un momento
ha sido mi casa,
mi salón
y también mi cocina,
París
por un momento
no ha necesitado de Torre Eiffel,
ni de Notre Dame,
ni de Montmatre
y el único Arco de Triunfo
estaba entre tus piernas.

París
por un momento
ha estado aquí,
junto a tu imagen
remoloneando
sobre mi cama
estudiadamente
deshecha.

El saxofonista
se ha callado
y, sin embargo,
te lo juro,
París
seguía
aquí.

59
día 33.

Guardé mis miedos en los bolsillos de tu pantalón.

Te dije que te los quedaras,


yo ya no los necesitaba.
cinco minutos.

No puedo evitar juguetear con mis dedos


y el cierre de tu sostén,
dudo que haya estado alguna vez
acariciando un precipicio tan profundo
y he sentido de repente el vértigo
de saber lo cerca que estoy de la marea.

Ya no tirita de frío la noche en mi cama,


ni poseo el caminar de los tipos sin suerte,
ya ni siquiera quedan bandadas de cuervos
anidadas en mi parpadeo.

Ahora sólo guardo lo que soy


y lo que eres,
especialmente lo que eres,
una conjunción de caminos
que lejos de llevarme al destino
que tenía reservado,
me ha traído hasta aquí,
al lado de la cama que te completa,
al mirador de esa playa
que cincela tus costillas,
al recibidor de tus suspiros,
a una ventana abierta
con vistas al cuadro
que siempre quise pintar.

Te estiras sobre las sábanas


y apagas la alarma del reloj cinco minutos antes
de que suene esa hora que detesto,
el momento de volver a probar
la caducidad de tus latidos.

61
Y te levantas
y a mí se me va la vida de las manos
como si fuera un niño pequeño
con ganas de subirse al tobogán.

Cuando te vayas a ir, abre la puerta


y ciérrala antes de marcharte.

Es tan sólo una forma tonta


de decirte que te quedes.
día 37.

Recuerdo nuestra decimosexta cita,


fue entonces cuando supe
que era ella.

Tuvo la desfachatez de mirarme


como lo hizo la primera vez.

63
lluévete por aquí.

No,
no seré yo quien te lo prohíba,
quiero que seas tan libre
como la última de tus gotas.

Adelante.

Te dejo que lluevas con fuerza


sobre mi colchón,
que anegues el pasado
y lo conviertas en otra foto mojada más,
la primera sin sal de lágrimas
de por medio.

Vamos a llovernos,
a encharcarnos la vida,
a andar con katiuskas
cada vez que hagamos el amor.

Repito,
quiero que seas libre
porque yo te prefiero
cuando caes sobre mi cuerpo
y arrojo el paraguas a ninguna parte
y te recibo
como si fueras un sol de agosto
porque siempre te preferí a ti, lluvia,
con tu globalización de la tristeza,
con tu refugio para poetas tristes
que siempre hablan
de lo que nunca fue.

Ese soy yo.


Así soy yo.
Hagamos un trato,
tú te quedas aquí,
con tus borrascas sobre el salón
y tus sonrisas de gotas heladas
que me recorren la espalda
desde que te conocí.

A cambio,
te entrego todos mis veranos
para que plantes en el calendario
tantos inviernos como quieras llover,
así seré capaz de escribir
miles de poemas de amor
que hablen sobre ti
sin nombrarte.

Poemas, por ejemplo,


como este.

65
día 38.

Hay quien osa decir que fuiste suya,


como si las nubes supieran de puertas.
laberinto.

Echa un vistazo a la forma que tiene


de sorber el café caliente,
a cómo logra apartarse el pelo empapado
después de una larga ducha,
al modo que tiene de sonreír con los ojos
sin necesidad de curvar los labios.

Corre, echa un vistazo a su método


para hacerse una coleta,
a la técnica que utiliza para erizarte la piel
con sólo una caricia,
a la forma en la que bailan los adoquines
cuando es ella la que camina.

Echa un vistazo y dime


si has visto algo similar
alguna vez.

Si la respuesta es un ‘no’ rotundo,


ten cuidado:

de una mujer así


nunca se sale.

67
día 40.

Tu hombro desnudo
pidiendo guerra,
la manera de recogerte el pelo
como si este no fuera
otro martes cualquiera,
la sonrisa veraniega
que descongela mis inviernos,
esa forma que tienes
de que sea tan fácil quererte
sin quererlo.

Es sencillo ser poeta contigo.


Te sobra poesía.
tu nombre.

Tu nombre es la parte de ti
que se queda conmigo cuando te vas,
es antónimo y sinónimo de felicidad
según los kilómetros que nos separen.

Son seis letras para las que sobran palabras,


la nueva dirección de mi casa,
mi abrigo contra la nostalgia,
el código postal de tu voz
que se sigue resistiendo a tener fronteras.

Tu nombre es un ático sin muebles,


una cuerda sin ataduras,
un colchón desnudo buscando mi cuerpo
para vestirse.

Tu nombre es el asesino de mis pesadillas,


el número sin números de la esperanza,
mi oración preferida,
una colección de suspiros optimistas.

Pero lo mejor de todo es


cuando andas poniendo patas arriba mi vida,
delineando una primavera con cada gesto,
y lo susurro en voz alta
o lo grito en bajito
y me miras.

69
día 43.

Eres tan guapa


que me parece absurdo
llamar primavera
a cualquier otra cosa
que no seas tú.
Que quien moldeó tu cuerpo
sabía mucho de vicios
y pensaba poco en las secuelas
que me iban a quedar
de tanto imaginarte.
Que me sonríes
y el corazón se me para,
que me besas y se acelera,
y que a este paso
no llegaré a soplar más velas,
aunque tenga claro
que no necesito
pedir más deseos.

Pero no sé qué me pasa,


que me habrá quedado bonito,
pero que todas las palabras,
al usarlas contigo,
se me quedan en nada.
hasta que no te vayas.

Si quieres le borramos las prisas al mundo,


nos inventamos trescientas sesenta y cinco excusas
para convencer a tu jefe,
si quieres promulgamos leyes, bajamos los impuestos,
gobernamos un poco esta felicidad anárquica.

Si quieres nos vamos de vacaciones por mi sofá,


hacemos informes analizando la tendencia a la alza
de las exportaciones que cruzan tu frontera,
si quieres pierdo la cabeza al norte de tus piernas
o bailamos bajo la tormenta en este día tan soleado.

Si quieres puedo bajar al chino


a ver si les queda algo de lluvia.
Siempre tiene de todo.

Ríes,
me miras extrañada
secándote el pelo,
abrochándote la camisa
y la cordura,
y me preguntas
que si he hecho un poema
sólo para convencerte
de que te quedaras
unos instantes más en mi cama.

Sonrío.

Sí,
y los que te quedan.

71
día 50.

Estabas aquí,
pero parecía que te habías ido.

Eras,
pero, poco a poco,
cada vez menos
conmigo.
un día te besé.

Un día te besé y te sentí hielo,


te abracé y noté cómo se compactaba la nieve contra mi pecho,
presagié tu huida y la llegada de la hora en la que se llora lo perdido.

Comprobé la deserción de las minifaldas,


la fuga de los versos ahora improbables
mientras veía en el horizonte, acercándose, un lunes perenne,
aproximándose el convencimiento de doblar esquinas
sin esperar tu piel al otro lado.

Un día te besé y comprendí el motivo de que las flores


se pinten los labios con carmín sólo en primavera.
Un día te besé y la niebla cobró sentido.

Vivir es entender qué adioses son definitivos.


Y cuáles no.
El tuyo era un hasta siempre sin volveremos a vernos.

Un día te besé y sentí invierno


y predije camas vacías y habitaciones separadas.
Ese día fue
en el que lo supe.

73
día 54.

Y de repente entendí
que lo nuestro se había acabado:
hasta cuando estabas
te seguía echando de menos.
cómo te fuiste yendo.

Otro drama que espera a una noche lluviosa,


las gotas tamborilean contra la persiana, insistentes,
el rugido del viento parece que susurra
y yo me tapo con las sábanas
por si se me queda fría,
aún más,
tu ausencia.

No sé cómo, pero te veo alejarte a cada paso, lentamente,


y ahora sólo queda de ti
una silueta recortada sobre el punto de fuga de una calle
que lleva mi nombre.

¿Cómo arreglar algo


que no sabes cómo estropeaste?
Estás condenado a seguir rompiéndolo más.
Y más. Hasta hacerlo inevitable.

Ya no me quedan fuerzas
ni para correr tras tu estela
y rogarte que te quedes un ratito más
que dure toda una vida.

Es triste saber que cuando algo se marche


no te quedará nada.
Tú eres ese algo.

De verdad,
por mucho que lo pienso
no logró encontrar el error.

No sé qué nos ha pasado,


pero nos ha pasado.

El amor.
75
«No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.»
Federico García Lorca.

«Yo aquí, escribiéndote.


Tú allá, borrándote.»
Jaime Sabines.
El descarrilamiento.
tercera parte:

De cómo nos fuimos,


cada uno por su lado.
día 56.

Tal vez no nos faltó amor,


tal vez sólo nos sobraron las dudas.
la inseguridad de encontrar al amor de tu vida.

Se te echaron encima las dudas


de una vida recorrida
sin correr otros cuerpos,
la incertidumbre del que ha encontrado su certeza,
cuando eres consciente de que no habrá más mudanzas,
ni otras camas, ni un tacto diferente en las manos que te rodeen.

Cuando tropiezas con lo que estabas buscando,


lo normal es dejar de buscar
y dejar de buscar te sonaba parecido a rendirse,
pero dicho de una forma más amable.

Te viste con veintipico


desabrochando las mismas cremalleras
hacia un infinito de días mellizos,
te viste sin volver a sentir ese incendio dentro del pecho,
ese acelerón de pulsaciones,
conformándote con una llama de gas natural
que surge muy de vez en cuando
y un leve ralentí de corazón.

Qué miedo dan las historias cuando has leído el final.

En el fondo estoy convencido


de que no me dejaste porque no nos quisiéramos,
si te marchaste fue
porque nos quisimos demasiado.
Demasiado pronto.

Y eso, a veces, asusta.

79
día 57.

De esto que te despiertas


en medio de la oscuridad
como un extranjero en país ajeno
y al segundo siguiente te das cuenta
de la cama en la que estás
y decides alargar el brazo
para rodear al mundo
y el brazo cae, suicida,
sin encontrar la mullida pradera
de su espalda.

Y por primera vez lo entiendes,


a eso se le llama
abrazar la nostalgia.
pérdidas.

Me bateaste tu adiós contra la cara


y escupiste con rabia todos tus pretextos
con tal celeridad que no me di cuenta de que te había perdido
hasta cinco minutos después de tu huida hacia delante.

Es como cuando alguien se marcha del mundo para siempre


y no eres capaz de reaccionar durante semanas
hasta que diez, once, doce días después,
sin saber cómo ni por qué
te derrumbas sobre la almohada.

Luego viene la etapa en la que te asaltan imágenes


y tardas ocho dolorosos segundos
en ser consciente de lo inimitable que es,
a partir de ahora,
aquel momento.

Después tratas de hacer del futuro algo más que un espejo con vistas al pa-
sado.

Y supongo que por último vendrá lo de improvisar,


pero no sé, no tengo ningún plan alternativo.
Todos los que hice acababan
contigo a mi lado.

81
día 59.

¿Quién muerde tus miedos ahora?


¿Quién le saca la lengua a las dudas sobre la reciprocidad de los sentimientos?
¿Quién te dice al oído ‘No te preocupes, estoy aquí para que no caigas,
pero también estaré allí abajo para recogerte si te derrumbas'?

Dime quién.

No sé dónde esconder ahora tantas preguntas


porque desde que te vi supe
que tú eras la respuesta.
todas no son tú.

Debo de llevar la derrota de paseo en mi frente,


debe de verse mi naufragio desde otras islas,
tal vez incluso me vista alguna nube por encima de la cabeza,
es la única manera de explicar que las miradas-boomerang
que lanzo en cualquier vagón de metro nunca regresen.

Esto no era así cuando cogía la línea que me llevaba a tu portal


o tal vez sí lo era, pero entonces no me importaba,
cómo vas a conformarte con una nube
teniendo en tus manos el cielo.

Tengo miedo de encontrarte por casualidad en la calle


y no lucir ni una sonrisa en la boca,
ni la fotografía de otra en la cartera,
tengo pánico a toparme contigo
y verte de la mano de otro que ni siquiera se preocupe
en agarrarte fuerte para que no caigas
y a la vez soltarte para que sigas volando.

Por eso me empeño en buscarte sustituta


y sigo sin encontrar a nadie que esté a tu altura,
es probable que no te dieses cuenta,
pero qué cerca estabas de las estrellas
cuando ni siquiera llevabas tacones.

Es fácil de entender
que no te puedan hacer sombra:
seguro que la chica de los labios rojos
no sopla el café a suspiros,
la que va leyendo a Coelho tiene tus mismas piernas
pero ella las usa para andar,
qué poco original,
el corte de pelo de la chica que se acaba de subir
me hubiese gustado para ti,

83
pero estoy convencido de que ella no escribe poesía
cuando se aparta los mechones de la mirada.

Definitivamente,
todas parecen tú.
Pero ninguna tiene tus alas.
día 60.

Hoy me he vuelto a poner aquel pijama mío que utilizabas tú


cuando trasnochabas en mi casa.

No lo había usado más.

Lo diste de sí.

Ahora está hecho a tus medidas.

Como mi nostalgia.

85
inventario de un adiós.

Hay sueños muertos en la almohada,


una habitación ventilada que ya no huele a ti
porque el paso del viento borró tu huella.

Hay perchas huérfanas de vestidos,


de blusas, de minifaldas
y un libro en la mesilla que colecciona
el mismo polvo que difumina tu recuerdo.

Hay una lámpara que no ilumina tu sonrisa,


un corazón descosido por los bajos
que está harto de deshilacharse.

Hay unas zapatillas para andar por casa


y un pijama como uniforme formal
para la resaca de tu marcha.

Hay un puñado de monedas estériles


que no pueden comprar nada
y una única maleta superviviente en el armario
que se ha quedado sin historias que contar.

Hay una vela perfumada con tu ausencia


y mantas que ya no son trincheras
bajo las que declarar alguna guerra.

Hay un hombre derribado sobre una cama


que tiene una soledad que regresa
y una esperanza que se marcha.
día 61.

Supongo que siempre se llora lo perdido,


porque sino…
sino no se llora.

87
últimamente la madrugada.

Los dígitos del reloj


parecen ojos de algún búho inquieto
a estas horas de la noche.
Me revuelvo,
me vuelvo a revolver
y revuelvo a revolverme
en esta cama a la que le sobran metros
y le falta calor.

Últimamente la madrugada
parece un chicle de fresa combativo
en la suela de un zapato.
El zumbido de la electricidad
es lo único que queda
cuando no queda nada que escuchar.
Mis ojos escuecen
y se tratan de cerrar
como el tipo del bar
que me echó a la calle anoche.
Pero no puedo.
No puedo dormir.
No es por las pesadillas
sino por el miedo que tengo
de tenerlas.
Me abrazo a la almohada
en un último intento de no pasar
la noche solo,
justo igual que ayer.
Trato de estar en paz conmigo mismo,
a ver si puedo conciliar el sueño
antes de que llegue el amanecer
con sus reproches de madre.
Tengo miedo de ver la luz colándose
entre las rendijas de mi persiana
y seguir así, insomne,
mientras afuera comienza el rumor del mundo.
De vez en cuando,
siempre que estoy así,
enciendo la lámpara de la mesa
y con esa luz azulada
me resulta más fácil
imaginarme que es la luna
y que yo no estoy en mi cama
sino en el capó de un coche
y tengo a mis pies una ciudad durmiente
y a mi lado,
y eso es lo mejor,
tu respiración.

No es que no sepa qué es lo que me pasa,


sino que tengo pánico de reconocerlo:
no sé dormir sin ti.

89
día 62.

Y algo sonó,
rompiéndose,
quebrándose.

Y venía de dentro.
De mí.

Escucho unos pasos bastante lejos de aquí.


Debo de ser yo.
limbo.

Quizá sepa algo de mí, de nosotros,


de lo que fuimos, de lo que no volveremos a ser,
tal vez se lo contaste la primera vez que compartisteis almohada
y sueños y arañazos a traición por la espalda.

Puede que no,


puede que hayas decidido silenciar tu trayectoria
de desnudos de cuerpo y de alma,
esconder los cadáveres en el armario,
resetear tu carrera en el amor,
empezar de cero
y pretender aparentar que lo que te pasó
no te ha hecho ser lo que eres.
Tal y como eres.

Ahora te vistes y te desvistes bajo su mirada,


él te estará esperando tumbado a unos metros de distancia,
viendo cómo amaneces, atardeces, anocheces,
viéndote acontecer,
subrayando tus labios de rojo
para reseñar la escena de un crimen,
descalzándote de porqués y rutinas,
poniendo sobre la mesa las cartas
y tu culo,
añadiendo una línea más
a la lista interminable de pecados capitales.

Dejas entrever tu hombro,


subes unos centímetros la demencia de tu falda
y dices con el índice ‘Ven, te estaba esperando’.
Y visitas mi cama.

Qué atractiva te pones


para presentarte en cada uno
de mis insomnios.
91
día 63.

No cabrían en ciento cuarenta caracteres


todos los sentimientos del día en el que te borré de mi futuro
cambiando la relación en mi muro de Facebook,
dando la orden silenciosa de abrir fuego
con cientos de preguntas que hablaran de ti.

Bloqueo tu recuerdo en Whatsapp


y me recuerda que la última vez que conectamos
fue la penúltima vez que te vi.

Tecleo tu nombre en Google


y me aconseja que
quizá
quise decir pasado.
entre tu recuerdo y mi nostalgia.

Tu recuerdo juega conmigo al escondite,


pretende que le pille por sorpresa
atrincherado en tu cepillo de dientes
que se quedó huérfano de tu sonrisa cuando te olvidaste de él.
Justo lo mismo que me sucedió a mí.

Hay ocasiones en las que el recuerdo se pone


tu vestido de fiesta y me quiere sacar a bailar,
y jugueteo con tu pelo, te muerdo el cuello
y te confieso al oído lo mal que se me da desvestirme solo.

Cuando todo vuelve a su sitio, me veo en mitad de salón


agarrado a un cojín que todavía desprende tu perfume.

De vez en cuando se nos une la nostalgia,


al abrir la puerta de mi casa,
e imaginarte allí dentro, haciendo cada pequeña cotidianidad
con la extraordinaria belleza de quien hace algo sin importarle el qué
pero sí el cómo.

Y así voy tirando.

Danzando por la fina línea de no saber si romper a llorar


o si llorar por estar roto.

En mitad de este silencio que lo encharca todo,


duele cada boca inédita que llega a mi vida
para emborronar tus besos.

Viene a ser lo mismo que perder a un ser querido


y no tocar ni un centímetro de sus cosas,
por si le diera por volver repentinamente.
No asumimos una ausencia hasta que somos conscientes
del motivo que la provocó.

93
Ese último día en el que nuestras vidas convergieron en la misma habitación,
después de hacer el amor,
el amor se deshizo de nosotros.
día 64.

La soledad es un ‘escribiendo…’
que no lleva tu nombre.

95
3 pm.

En los informativos dicen


que comienzo a echarte de menos,
que han bajado mis acciones,
que he defraudado a Hacienda
y a mis padres,
que hay una exposición de cuadros
sobre tu ausencia
y un concierto de canciones afligidas
que cuentan que te perdí.

En los deportes aseguran


que he encajado tres goles
y he descendido a Segunda,
que no ganaré el anillo de la NBA
ni ningún otro
y, para colmo,
el hombre del tiempo pronostica
que seguirá el invierno de este junio
sin ti.

No puedo dormir ahora


que la tarde amanece,
porque salto del sofá en cuanto
escucho la primera nota del teléfono,
me abalanzo sobre él exigiéndole
alguna explicación sobre tu marcha
pero nunca es la llamada que espero
desde que llamaste por última vez.

Vodafone no eres tú.


día 65.

Llueve
y en algún lugar de la vida
tu sonrisa será
el paraguas de otro.

97
todo lo que fuimos.

No sé si alguna vez habías dicho tanto a alguien con una mirada,


que a golpe de vista, en un cruce de pupilas,
sintieras el vértigo de saber lo alto que estáis volando,
desconozco si antes de conocerme sabías que en un incendio
no tiene por qué haber fuego,
que a veces basta con dos cuerpos que se quieren en silencio,
tal vez ya eras consciente de cómo bailaban las noches
cuando te subías a tus tacones y arrancabas acordes a las aceras.

Puede que yo sólo fuera otro más en tu colección,


un nombre al que se le irá borrando la cara a medida que pase el tiempo,
pero créeme que yo vi renacer París cada vez que salías de la boca de metro
para adentrarte en la mía.

Y de pronto, un día nublado y plomizo se teñía del vivo color


que adquieren todas las cosas cuando te rodean.

Imagino que esto que estoy describiendo es amor,


porque no podrías hacerte una idea de la cantidad de daños colaterales
que me esperaban entre los pliegues de tu vestido blanco roto
que terminamos de romper aquella noche
sobre la encimera.

No tengo ni idea de cómo fue tu vida antes de mí,


si hubo más como yo, si habías sentido lo mismo,
tristemente tampoco sé cómo te va ahora
pero los que te han visto me han dicho que eres feliz
así que supongo que sonreiré porque es lo que siempre quise que fueras.
Conmigo o sin mí.
día 66.

En el olvido
siempre gana
el que menos pierde.

99
pasillo eterno.

El telefonillo suena diferente


desde que sé que no eres tú la que espera
al otro lado,
con tu alegría dispuesta para entrar por mi puerta
y desencadenar un torbellino de agárratedondepuedas
pero agárrame. Fuerte.

No sé si serán los efectos secundarios


de esta soledad interminable,
pero ayer, al marcharme a no sé dónde,
caminé por el pasillo y por un momento
te supuse allí, al doblar la esquina,
regalando la vida que te sobraba,
aguardándome con los brazos bien abiertos
para sujetarme de una vez
entre tantas caídas.

Obviamente no estabas en mi recibidor.


Sólo había oscuridad y el frío propio del lugar más deshabitado de la casa.

Oscuridad y frío.
Y un tonto capaz de rebatir la improbabilidad de tu regreso.
Eso es todo lo que resiste en esta patria de telefonillos mudos
y pasillos vacíos sin tu silueta al fondo.
día 67.

Una pareja comiéndose la boca


en la misma mesa del mismo bar
en donde nosotros nos despeñamos.

Y eso,
que he vuelto a pensar
que hubiésemos podido ser ellos.

101
desp(l)egar.

No había mejor escenario, ni mejor momento,


todas las causas perdidas se pelean mejor
a luz de una noche,
pero se me ha secado la tinta
de todos mis bolígrafos
y el folio en blanco se ha convertido en una pesadilla
de esas que solucionaba llamando a la puerta de tu espalda.

Sólo que ya no estás aquí para salvarme.

Y tengo miedo.
Tengo tanto miedo que hasta he visto a mi tristeza hacer las maletas
en busca de otros cuerpos.
A los que les quede algo de esperanza.
Porque estar triste es tener cientos de ilusiones
y aferrarse a la única
que está rota.

Y a mí no me queda ni eso,
tan sólo conservo restos de ceniza en los bolsillos,
crujidos de hojas secas en mis pupilas
y las manos manchadas de noviembres.

Si me ven caer diles, por favor,


que fue porque traté de levantar el vuelo.

Y sin ti,
está difícil saber hacerlo.

Volar, digo.
día 68.

Hoy me he reído tan alto


que por un momento he temido que se me borraran todas mis tristezas.

No hubiese podido soportarlo:


Es lo único que me dejaste.

103
tu pintalabios, tu libro de poemas.

Afuera,
el mundo sigue igual,
la gente hace lo mismo que hacía ayer,
lo mismo que hará mañana,
a nadie parece importarle que ya no estés.

Hace un mes,
cuatro días
y un par de horas
que te marchaste con tu maleta repleta de atardeceres
y yo todavía sigo en pijama,
mirando tras la ventana,
poniendo tu cara
al resto de la ciudad.

Tu pintalabios olvidado hace guardia desde el lavabo


por si te da por volver,
mi vida,
por llamarlo de alguna forma,
sigue dando las coordenadas de tus ojos
cada vez que aparece alguien
dispuesto a salvarme.

La soledad antes se cerraba


cuando se abría tu sostén,
sin embargo ahora
está por todas partes:
en la estantería,
junto a tu libro de Karmelo
en tu lado de la cama,
en la cartilla del banco,
el único lugar que conozco
donde nuestros nombres
siguen figurando juntos.
Pero aún mantengo la esperanza,
confío en que algún día,
mientras desfilas por las calles de Madrid,
te acuerdes de que te dejaste algo olvidado
en esa casa que tenía todos los papeles para ser
la nueva sucursal del paraíso.

No estoy hablando de tu rojo de labios.


Ni de tu libro de Karmelo.

Te estoy hablando de mí.

105
día 70.

Te irás, poco a poco.


Paulatinamente.
Se irán difuminando tus bordes,
se irán perdiendo las cosas que hicimos
y las que dejamos sin hacer.
Nos extrañaremos,
que no es otra cosa
que convertirse en extraños
lentamente.
Y un día o tal vez una noche,
te irás definitivamente
y yo ya no llamaré a tu número de teléfono
para contarte que fui a Roma
con la esperanza de hallar un camino
que regresara hasta tu portal.
comunicar puede ser no decir nada.

Escuché la señal
pero no dejé ningún mensaje.
Nunca supe muy bien qué decir
a las cuatro de la mañana
de un miércoles laborable.

Si empezar por un «la cama se me hace océano»


o tal vez por «cada vez que cierro los ojos,
te veo más clara».
Si contarte quizá que por mucho alcohol que eche,
la herida sigue sangrando.
Que sangro lo que escribo
porque es volver a vivirte
pero sin que estés aquí.
Que lloro todo lo que no te dije
porque es la única forma que encuentro
de dejarlo salir.

Demasiado largo para un mensaje


de tu buzón de voz.

Resumo:
te echo tanto de menos
que creo verte entre la gente,
pero nunca eres tú.


sigues
comunicando.

107
día 71.

Estoy perdido en esta historia


desde que sé que tú no me esperas
antes del punto y final.
mi gran historia.

He de confesar
que hoy he vuelto a recaer,
a caer en ti,
que no sobre ti.

Semanas echando tierra


y tu recuerdo sigue a ras de piel.
No sería justo hacerte pagar por todos mis destrozos,
pero esto ya empieza a no tener nombre,
que yo trate de querer hundirte
y tú sigas queriendo salir a flote.

La culpa la tiene esta vez una actriz de televisión.


Se me parece tanto a ti
que hasta el corazón se confunde
y se vuelca.

Justo como hacía contigo.


Me ha dado por pensar(te).

Te he imaginado dando tumbos por tu vida


con tu pose de niña mala,
tus cigarrillos de niña mala,
tus problemas de niña mala
y tu corazón deshilachado
de chica buena excesivamente ingenua.

Fuiste el amor que nunca se supera,


ese que siempre se enreda en los tobillos
cuando el presente es el lado de la moneda
que no escogiste.

109
Fue la mejor historia de amor
que he vivido,
la gran historia de amor
que todo el mundo protagoniza
una vez en la vida
y lo más triste de todo es
que nada,
nada,
salió bien.
día 72.

Hay personas
que te rozan la piel
y la piel
no las vuelve a olvidar.

111
«La danza de la lluvia eras tú caminando
mientras te alejabas.»
Escandar Algeet.

«No somos más


que el tiempo que nos queda
caminando hacia el olvido
que seremos.»
Karmelo C. Iribarren.
Colección de
cuarta parte:

trenes perdidos.
De los trenes a los que decidí no subir.
día 74.

Nadie se debería de conformar con cenizas frías


por muy alto que una vez
hubiese visto arder
el incendio.
No sueñes con repetirlo,
las ascuas no prenden dos veces.
No gastes fuerzas en el mismo error.
No recorras de nuevo un garabato.
No te empeñes en escribir
en la misma página que emborronaste.
O emborronaron.
Pasa de página.
O cambia de libro.
Las segundas partes nunca
nunca
ríen tan alto
como las primeras veces.
Nunca lo hagas:
ni vuelvas donde te desahuciaron,
ni pidas que vuelva
a quien desahuciaste.
la casa que ya no.

Mira, este es el recibidor que no nos recibirá,


el cuarto de baño por el que nunca me harás esperar,
echa en falta los desayunos que no tendremos,
a qué no huele el café que no está hecho,
a qué no saben los besos que no se darán.

Mira, esta es la sala de estar donde no estaremos,


donde no seremos
porque ni tan siquiera somos
ya,
las estanterías que no nos aguantarán,
el jardín al que nunca le arrancaré flores,
las flores a las que nunca les arrancaré pétalos,
los pétalos a los que no preguntaré por ti.

Mira, el balcón desde el que nunca te veré llegar,


desde el que no esperaré que vuelvas,
cualquier día, a una hora incierta,
a poner en orden mis miserias,
a pasar a limpio el desamparo
a despeinar con furia las tristezas,
a poner puntos suspensivos a nuestros vicios.

Qué inmensa es la dimensión del abandono


ahora que miro una casa sin amueblar,
los metros cuadrados de melancolía que se expanden
sabiendo que no habrá pared que guarde
la estatura de nuestros hijos.

115
día 78.

Espero que no caigas,


porque yo ya no estaré allí para sujetarte
y temo que nadie esté a tu altura.
O mejor dicho, lo sé.
No es fácil dar con alguien que vuele tan cerca del sol
sin quemarse las alas.
No es fácil que alguien se pierda entre la multitud
y que aun así sepas dónde está, que la veas, que destaque,
que parezca que la ciudad se aparta
cuando tú cruzas sus calles.
Pero si algún día lo haces
y un mes amanece nublado
y no dejas de ver piedras en lugar del camino
y ya no encuentras maquillaje que ponerte
para tantos desengaños,
necesito que recuerdes esto con urgencia:

que nadie ni nada te borre


tu sonrisa
de día de fiesta.
el giro final de una peonza.

Entendí todas y cada una de las acepciones del verbo masticar


la primera vez que no volviste de puntillas a mi puerta
y no escuché el crujir del parqué
sino la longitud caleidoscópica del silencio.

¿Qué esperas encontrar


cuando buscas
lo único que perdiste?

Lo único que te interesaría recuperar


en este mundo de contenedores de reciclaje.

Me cruzaré con otras mujeres, con otras historias,


creeré verme feliz en la cima de otras pieles, de otros colchones,
me abordará el amor si tengo suerte
o la soledad que se descubre cuando dejas de jugar
y miras a tu alrededor
y sólo ves lunes sin la promesa de ningún vie(r)nes.

Daré mis llaves para que abra sus piernas,


seremos trueno y rayo,
seremos poesía, galaxia, acantilado,
seremos eternos durante unas horas,
indicaré la parada de taxis más cercana,
se perderá entre la multitud
y alguien de la multitud ocupará su lugar,
giraré como giran las peonzas que entreven su final.

Pero seguiré sin bajar tus trastos


al contenedor de reciclaje.

117
día 81.

Equi(boca)do/a:
Dícese de la persona que, sabiendo los labios que quiere,
se conforma con el sabor amargo de otros besos.
la chica que ahora vive en mi cama.

La chica que ahora vive en mi cama


no sabrá nunca tu nombre,
cómo te sentaba aquel vestido rojo de noche,
ni mucho menos tu lencería fina.

La chica que ahora vive en mi cama


desconocerá la sensación que creaba pronunciar
la sílaba final de la palabra 'nosotros'.

Era como recorrer el valle de tu pecho


con mi lengua
a las tres de un sábado ojeroso.

La chica que ahora vive en mi cama


ni tan siquiera intuirá la cantidad de veces
que eché en falta tu sudor en noches de papel maché,
el roce de la piel amiga en esa trinchera lóbrega
que significaba mi habitación
sin la dueña de todos tus apellidos.

La chica que ahora vive en mi cama


no entenderá que fuimos tan eternos
que necesitábamos tener un final.

¿Sabes?

Ahora la chica que vive en mi cama


me acerca una pestaña caída
por mi mejilla
y soplo.
Ahora soplo.
He vuelto a soplar.

119
He vuelto a pedir deseos.

Quizá contigo no era necesario exigir


que llegara el amor de mi vida.

No he estado nunca más seguro de eso.

Quizá contigo lo necesario era pedir


que yo fuera
el amor de la tuya.
día 84.

Me he dado cuenta esta noche


de lo rápido que se curan las heridas
cuando empiezas a mirar a otro lado.
Te estoy perdiendo
y me reconforta saberlo.
Que se difuminen tus detalles,
que se pierdan las constelaciones de tu espalda,
los acordes con los que afinabas tus gemidos,
ya no te sé.
Es triste saberte extraña
cuando una vez fuiste hogar y casa.
Te conozco
como si nunca
te hubiese conocido.

121
secuelas de un invierno.

Llegaste con el tiempo de descuento cumplido,


en el momento preciso en el que se bajan las persianas de las posibilidades
y se abren venas y lacrimales.
Las cosas llegan cuando menos te lo esperas.
O cuando no esperas.
Nada.

Estuvo bien sentir tu piel apátrida


cuando me había hecho a la idea
de la insondable magnitud de mi ocaso.
Me vendaste la oquedad de las despedidas pretéritas
con sábanas húmedas de victorias y sudor.
Me limpiaste de manchas y de sangre la nostalgia
y quedó tan reluciente que decidí cambiarla el nombre,
esperanza.

Entonces la definición de rehabilitación cobró significado,


dejé de ver nubes negras cuando me señalaban el cielo,
dejé de ver adioses en cada bienvenida,
dejé de ver cuervos en cada gorrión.
En cada historia de amor.

Abrí los ojos,


que es la mejor forma
de dar portazo a las pesadillas.
Sonaban violines y no había músicos a la vista.
Eras tú.
Y la orquesta de tus cuerdas vocales marcándose un
‘te necesitaba, aun cuando no sabía el qué’.

Y en la calle, la gente triste hacía cosas de gente triste


pero entre las paredes que te contenían,
estallaba la revolución de los arcoíris,
la rebelión de los silencios cómplices.
Era cuando la vida acentuaba su matiz de paradoja
y los mejores pasos de baile no eran pasos,
y ningún autobús me llevaba a la parada pretendida
y ninguna hora era la mía
si no se escuchaba el segundero de tu reloj.

Eras lo que quería


y lo que necesitaba.

Fue una lástima


que yo ya
no pudiera.

123
día 87.

También hay que saber buscar la belleza de los contenedores


y registrar y rebuscar en el lugar donde empiezan los finales.
Estoy seguro de que podrás encontrar algo muy bello.
Algo precioso y también útil.
Aunque con toda probabilidad esté roto.
carla.

«Cuidado, procura llevar siempre zapatos


si estás cerca de mí. Estoy reventado.
Y hay cristales por todas partes.»
Eso fue lo primero que te dije y ni siquiera te inmutaste.

Supongo que fue porque tus pies


estaban acostumbrados a las heridas.

Así que en lugar de marcharte corriendo


pusiste los intermitentes de emergencia
y te acercaste con cuidado a mi antología de cunetas.

Traté de que fueras mi descosido,


que limpiaras mi armario de monstruos
y mi agenda de números,
intenté hacer arder Venecia por ti
o iluminar dos tonos este día nublado de abril.

Pretendí
que ataras tu nudo en mi garganta.

Incluso dije que te quería.

Simplemente no fui, no fuiste, no fuimos.


No eras.
Por eso ahora ni siquiera sé si te llamabas Carla.

125
día 90.

Tener la sensación
de que el amor de tu vida
se escapa
justo
cuando tú llegabas.
memorias de una chica rock n’ roll.

Vivía en un motel de carretera al lado de un precipicio,


escribieron decenas de canciones que llevaban flotando su nombre,
la quedaban por tachar del mapa las últimas tres carreteras comarcales
que nunca la habían escuchado gemir.

La chica rock and roll firmó autógrafos en puertas de lavabos noctámbulos,


cerró bares, abrió camas tristes con la intención de hacerlas felices
por un rato, sin nada más a cambio que sentirse un poco más humana.

La chica rock and roll tenía una cárcel abierta


en cada mirada que echaba a volar,
un rimmel maratoniano
que siempre amanecía exhausto
y un par de tacones cansados de andar
por suelos enmoquetados,
fatigados de caminar
por la acera de las circunstancias
en la que nunca daba el sol.

Una balada depresiva


que no se medica,
una sonrisa en la fachada
de un edificio en ruinas,
una flecha de Cupido
con la punta mellada,
una canción de Quique
disparando demasiado cerca,
las memorias de una chica
rock and roll.

Ella, que nunca quiso ser de nadie,


nadie le advirtió que ser de todos sería
la paradoja perfecta de la soledad.

127
día 91.

Si tienes que pedir que se quede,


lo mejor será
que se marche.
princesas.

Campanilla se vende por un billete de veinte


y un asiento trasero,
Pocahontas quiere dejar de trabajar en Orange
pero el alquiler no aprieta,
Ariel es una historia entre cuatro millones
por culpa de una piscifactoría,
Esmeralda salió ayer del juzgado
después de robar cinco carteras,
a Jasmine la cachearon en el aeropuerto
antes de embarcar rumbo a Damasco,
Blancanieves recibió hace dos semanas
su carta de despido de la Apple Store,
Cenicienta sigue de gogó
pero nadie le ama después de las doce,
y Mulán trabaja de ocho a ocho
en el chino de la esquina.

No había suficientes salidas


para la carrera de princesa,
así que ya nadie
puede vivir del cuento.

129
«Nunca supo la luna explicar de qué modo
aquel hombre salió de aquella madrugada.»
Luis García Montero.
Llegó con retraso,
quinta parte:

pero llegó.
Del tren que nunca perderé.
día 1.

Y por fin lo aprendí.


El amor es una cama donde querer quedarse a dormir.
El amor es una cama donde querer quedarse a vivir.
y de repente tú.

Había bajado el telón,


cerrado las cortinas,
tirado la basura,
subido las sillas,
el amor era una vieja cartelera de un cine abandonado
con películas desfasadas y letras caídas.
Se había acabado la función.
Todo lo que podía esperar era al pasado
y se me había clavado en la garganta el sabor acre
de una Nochevieja solitaria.

No me quedaban fuerzas ni para rendirme,


sólo sentarme y esperar,
viendo la vida pasar al otro lado del cristal
pero nunca en el mío.

Y de repente,
no sé qué toqué, qué descoloqué o desordené,
que saliste proclamando repúblicas
y yo me olvidé de reinas y coronas,
tendiste la mano a este vertedero de atenas y romas
y salí yo,
con una sonrisa de kilómetro cero
buscando unos brazos entre los que inmolar
una sobredosis de decepciones.

Y de repente tú.

Qué huecas suenan las noches


cuando no las tartamudeas sobre mi pecho.
Estoy dispuesto a besarte todas las llagas
hasta que se cierren
y tú ya no te vayas.

133
Y lo nuestro deje de ser una circunstancia del destino
y se transforme en un acierto imprevisto.
Una gota de acierto en el océano de los errores.

Cómo voy a hablar de ti sin pronunciar la palabra esperanza.

Si me dejé arrastrar por la corriente


y llegué hasta tu puerto.
Cómo no voy a creer en las casualidades,
si ahora nos rompemos las olas en la impetuosa tempestad de tus sábanas,
la salvaje marejada de dos cuerpos que se registran
como si las armas no estuvieran ya claras,
como si no me encontrase entre tu espalda y la pared,
como si acaso tuviese escapatoria,
como si me fuera a marchar,
como si quisiera irme y cerrarte las puertas
aún sabiendo que tú siempre entras por las ventanas.

Cómo voy a seguir pensando que el porvenir me ha dado la espalda,


que nunca viene,
si te presentas a una hora intempestiva en mi puerta
y yo abro y tropiezo con la playa
o con una lluvia racheada que me cala por dentro
a la vez que sale el sol.
Que dibujas arcoíris en el cielo de Madrid.
Y en el techo de mi salón.

Cómo no voy a creer en la magia,


si tiendes los domingos a secar,
si sacas a bailar al sudor en cada poro de la piel
y luego me miras con tu mejor cara de inocente
y sonríes limpia de leyes y de normas
y yo no sé qué hacer con tanta felicidad.

Y de repente tú.
Como si nada.
Como si todo.
Así fue como me di cuenta de que el amor no se busca.
Que simplemente,
te estalla entre las manos
cuando menos lo esperabas.

135
Todo se termina.
Menos tú.

diario de un
descarrilamiento.
dani rivera

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