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Título: Rafael – Rendición. Serie Los Trajeados.

Volumen 3
© 2020, Nanda Gaef

De la maquetación: 2020,

Del diseño de la cubierta: 2020, Alexia Jorques


Fotografías de cubierta: ©Fotolia

Corrección: 2020, Violeta Moreno

Maquetación: RachelRP

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Esta historia es pura ficción. Sus personajes y las situaciones vividas son producto de mi imaginación. Cualquier
parecido con la realidad es pura coincidencia. Las marcas y nombres pertenecen a sus respectivos dueños, son
nombrados sin ánimo de infringir ningún derecho sobre la propiedad de ellos.
Contenido
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Epílogo
¡Espera, no te vayas aún!
Mis otros títulos
Sobre la autora
Agradecimientos
Sinopsis
Una carta portando malas noticias, culturas diferentes, una carretera y el destino jugando
sus cartas.

«—Alá te puso en mi camino.

—Pues se equivocó al trazar la ruta. Carretera, coche, tú, hospital… —dice enumerando con los
dedos de manera burlona el desastre de nuestro primer encuentro…».

Rafael, un hombre honrado, capaz de sacrificarse por quienes lo necesitan. Un accidente fortuito
pone en su camino a una bella muchacha de ojos negros. ¿Cuál es su pasado? ¿Qué secretos
guarda? Basta un parpadeo para que su instinto de protección despierte y quiera transformarse en
su salvador.

Daniela, tímida y reprimida, ha venido al mundo con un destino ya trazado. Creció rogando por
un milagro que cambiara su porvenir, pero a veces la vida juega sus cartas de forma extraña. Un
accidente, una memoria truncada y su camino se cruza con el de Rafa.

Se sentirá por primera vez valiente y decidirá luchar por sus sueños mientras Rafa libra su
propia batalla contra los prejuicios.

¿Podrán derribar el muro que los separa?


Capítulo 1

Rafa
Apenas son las ocho de la mañana y el astro rey ya está en todo su esplendor, alumbrando este
precioso día. Enciendo la radio y empiezo a cantar, hoy es uno de esos días en los que me siento
feliz y pienso disfrutarlo. Tengo un par de reuniones importantes, debo acompañar a uno de
nuestros más prestigiosos clientes a firmar una millonaria inversión. Cuando termino de
prepararme y subo al coche, la canción Indeciso comienza a sonar procedente de una llamada en
mi móvil; al oírla, una sonrisa brota en mis labios. Quien llama es Nuria, somos buenos amigos.
Después de todo lo ocurrido en el yate, nuestro reencuentro en la isla fue épico. Ella, al bajar, se
vio de frente con todos mis amigos, con Nimay y conmigo. Todos fueron testigos de cómo apretaba
nerviosa la mano de Damián y él le decía algo en el oído que la hizo tranquilizarse. Fátima fue la
primera en romper filas e ir a su encuentro. En mi opinión no lo hizo de la manera más acertada,
no en tanto fue a su estilo, directa al grano, haciendo sus comentarios chistosos sin importarle si
los demás las oían. Mi amiga, al ver que todo seguía igual, fue ella misma, la Nuria de siempre.
Me tomó por el brazo, como es ella, sin importarle la opinión de los demás, y delante del que hoy
es su marido afirmó con total naturalidad cuánto le gusta la primera música que bailamos en el
yate. Sin darme derecho a réplica, afirmó que ese sería nuestro tono de llamada y quien viera algo
indebido en eso sería su problema, no nuestro. Por supuesto todos la oyeron y se rieron un rato
con la espontaneidad de esa maravillosa mujer. Allí mismo seleccionó la canción en mi móvil y el
suyo y así está hasta hoy.
Con una sonrisa, cojo la llamada; mi viaje ya no será aburrido, nada con ella lo es.
—¿Qué pasa, Rainbow? —Me encanta provocarla. Está feliz con su nueva vida, pero no puede
dejar de añorar su antiguo trabajo. El baile es parte de ella y nos prohibió a todos llamarla por su
apodo artístico.
—Eso se acabó —contesta con fingido enfado.
—¡Perdón! ¡Me olvidé, ahora eres una señora casada! —digo con guasa.
—Tonto… —replica riéndose.
—Te encanta el título de señora.
—Como sigas te voy a partir la cara.
—La voy a denunciar por amenazas —digo en modo abogado.
—Déjalo ya. Esto es serio, te necesito.
—No.
—Tengo que contarte algo importante. Te invito a cenar —dice con voz preocupada.
—No, no, no… eso no puede ser verdad.
—¿No te sientes feliz por mí? —dice con reproche en la voz.
—Por Dios, no… no puede ser verdad… —sigo diciendo yo en shock, mirando al frente y
aferrando el volante.
—¿Cómo…?, ¿por qué me tratas así?
—Después hablamos. —Mi amiga sigue hablando no en tanto no le presto atención, me quedo
con la mirada perdida y la cabeza dando mil vueltas.
—¡Nunca pensé que me harías esto! —grita al teléfono trayéndome de vuelta.
—Nuria, déjame —le pido intentando asimilar lo ocurrido.
—¡¿Todavía no superaste lo nuestro?! —Me interroga con sorpresa en la voz
—Ahora no…
—Te necesito, por favor, no me des la espalda.
—¡Nuria…! —le grito.
—Acabas de romper mi corazón —dice dolida y empieza a llorar. Estoy tan consternado que
no me doy cuenta de su llanto.
—Acabo de atropellar a alguien —susurro finalmente presa del pánico.
—¿Cómo? —Su llanto desaparece y da paso a la preocupación.
—No lo sé… solo vi una sombra siendo engullida por el vehículo.
—¡¿Por qué no frenaste?! —me grita al otro lado de la línea.
Lo mismo me pregunto yo, por qué no frene o di un volantazo para esquivar a la persona.
—No me dio tiempo a reaccionar.
No le miento, todo fue muy rápido, no me distraje por la llamada. Soy un hombre responsable,
no sé cómo me pudo haber pasado, las imágenes en mi mente están borrosas, lo único claro es el
momento del fuerte impacto en la parte frontal del vehículo, yo pisando el freno hasta el fondo… y
nada más.
—¿Dónde estás?
—Cerca del bufete.
—Sé más específico.
—¡No sé dónde estoy! —exclamo desesperado.
Miro por el retrovisor y descubro una gran caravana detrás de mí. No... ¡Eso no me está
pasando! No puedo haber quitado una vida, estaba dentro del límite permitido. Nunca corro, soy
un hombre prudente.
Estoy tan aturdido con todo lo ocurrido que no reacciono. Una persona se para en la ventanilla
de mi coche y la golpea.
—¿Se encuentra bien?
Ignoro la pregunta, abro la puerta y salgo corriendo a atender al incauto que por no caminar
doscientos metros ha cruzado una vía con muchísimo tráfico, con un mal desenlace para ambos.
No sé cómo pero ya hay una aglomeración de gente a su alrededor; intento llegar, pero me es
imposible.
Nuria está gritando por el teléfono y el sistema bluetooth hace del dominio público sus gritos y
amenazas hacia mí por no decirle qué está pasando, pero eso no me preocupa, ahora mismo solo
quiero llegar hasta la víctima. Pierdo la paciencia y, a empujones, me abro paso hasta llegar al
cuerpo tendido en el suelo. Me congelo, la mitad de la persona está debajo del vehículo. No
puedo ver con claridad, su rostro está de lado. Alguien junto a mí hace una foto; sin pensarlo
arranco el móvil de su mano y la borro. Es un chico joven, mi acto no le hace gracia pero no me
importa su mirada desafiante, yo lo miro peor. Me acerco más, hay mucha sangre y lo único que se
ve bien es una larga cabellera negra de mujer. Una mujer que acaba de arruinar su vida y la mía.
Estoy totalmente bloqueado, no sé qué hacer. Alguien se detiene a mi lado.
—¿Eres el conductor? —No me caracterizo por ser una persona desagradable o maleducada
pero su pregunta es de lo más tonta. Estoy desesperado, dando vueltas en círculo con las manos en
la cabeza, es obvio quién soy, y ahora mismo no estoy para tonterías—. Solo quiero ayudar.
La manera tranquilizadora en que me habla me lleva a mirar en su dirección, es un señor algo
mayor.
—Sí —le contesto intentando ocultar el pánico. Estoy muerto de miedo.
—Soy médico, lo he visto todo. —Al no ver ninguna reacción por mi parte me ignora y corre a
atender a la víctima. Le toma las constantes, me dice algo pero no le oigo así que me grita—. ¡Eh,
hablo con usted! Esta mujer está en estado crítico. Su pulso es débil, si no la atienden morirá.
—Por favor, sálvele la vida.
—Haré lo que esté en mis manos. Llame a la ambulancia.
Vuelvo corriendo al coche a por el móvil. Para mi suerte, la gente ya siguió su camino y ahora
ya puedo ver con algo más de claridad.
—Nuria, ya te llamaré. —Corto la comunicación y marco el 112. Me siento una persona
horrible, eso era lo primero que debería haber hecho.
Con el móvil en la mano vuelvo corriendo al lado del médico, necesito saber todo el tiempo
que está ocurriendo. Una vez me aseguran que la ambulancia está en camino, llamo a mis amigos y
les cuento lo ocurrido. Los necesito a mi lado, no sé qué va a pasar. Cuando me preguntan por los
hechos, trato de aclarar mi mente. Es una vía de mucho tránsito, casi con toda seguridad se tiró
delante de mi coche, cruzando por donde no debía y así lo explico, pero sigo sintiéndome
horriblemente culpable. Yo la atropellé, debería estar pendiente de la carretera. Si hubiera estado
más atento podría haber frenado, esquivarla… podría haber echo algo. Debería haber evitado este
fatal desenlace.
Cuelgo el teléfono de nuevo cuando escucho el ruido de las sirenas. Los primeros en llegar son
la Guardia Civil, me hubiera gustado que fuera la ambulancia. Uno de los agentes se pone a dirigir
el tráfico, los otros dos vienen hasta mí.
—¿Eres el conductor?
—Sí.
—Acompáñanos. —Me siento como un criminal, tengo un agente de la ley a cada lado y así
vamos hasta el furgón.
—¿Has bebido o consumido drogas?
—No. —Me hacen los test de drogas y alcohol, por supuesto todos dan negativo, y luego me
hacen miles de preguntas. Le cuento lo poco que puedo, mi estado de nervios no me deja ordenar
mis pensamientos. Algunos viandantes se presentan a contar lo que vieron, les toman declaración y
se quedan con sus datos. En cuanto me dejan algo de libertad, voy a mirar a la víctima. Solo tengo
en mente que se salve. Lo demás ya lo arreglaré más adelante. El médico está luchando por
mantenerla con vida, en la frente del hombre hay gotas de sudor. Aunque todavía son las ocho y
media de la mañana la temperatura ya es alta. Él se tumba en el suelo y mira bajo el coche, el
gesto de su cara hace que mi corazón se dispare. Todo en él denota preocupación.
—¡Necesitamos a los bomberos!, está inconsciente, pero créeme, es mejor así.
—¿Tan grave es?
—No, peor…
La persona a mi lado se tapa la boca horrorizada y ya no pienso, me lanzo a mirar, veo lo que
creo son sus huesos o algo así y me desmayo.
Cuando vuelvo a ser consciente, estoy tumbado en una camilla a punto de ser metido en una
ambulancia.
—¿Cuál es el estado de la mujer? —pregunto con miedo a la respuesta.
—Grave —responde uno de los técnicos. Sin pensar en nada más, salto de la camilla y corro a
verla, dando tumbos. En mitad del camino, un policía me para.
—No puede acercarse.
—¿Por qué no la atienden? —pregunto al ver que los paramédicos no hacen nada por sacarla
de aquí.
—Estamos esperando la llegada de los bomberos. —Empiezo a dar vueltas en círculos,
desesperado. Los nervios me van a matar. Respiro algo más aliviado al ver llegar al fin a los
bomberos. Miro a la víctima y veo que lleva una de esas mantas con brillo plateado por encima.
—Se ha muerto —murmuro. Derrotado, me dejo caer de rodillas en el suelo.
De repente tengo a mi amiga y a su marido junto a mí. Ella se arrodilla a mi lado y me abraza,
Damián nos deja algo de espacio.
—No estás solo, estoy aquí contigo —dice acunándome. Ya no aguanto más y rompo a llorar.
—Tranquilo, no fue tu culpa —dice ella.
—He matado a una persona…
—¿Qué dices? No se ha muerto.
—Sí, lo he visto. Tiene esa cosa tapándola.
—¡Es una manta térmica! —dice sacudiéndome.
—¿No está muerta? —pregunto sin poder mirar en dirección a la víctima.
Mi amiga coge mi cara y la gira en dirección a donde se encuentra mi coche. Descubro por mí
mismo que ya no tiene la manta, los bomberos ya la sacaron de debajo del vehículo. Los médicos
le están dando los primeros auxilios, lleva un collarín cervical, le pusieron una vía con suero,
limpian sus heridas y las cubren con gasas. Me causa una tremenda impresión ver cómo tiene la
pierna, está destrozada. En cuestión de segundos está dentro de la ambulancia y corro en su
dirección para ir como su acompañante, pero no me lo permiten. Eso sí, me tranquilizan afirmando
que está en buenas manos y que la cuidarán bien. Damián y Nuria tiran de mí, me conducen a su
vehículo y seguimos a la ambulancia hasta el Hospital Clínico de Barcelona.
—¿Qué ocurrirá con mi coche?
—La grúa municipal vendrá a por él, los peritos tendrán que analizarlo.
Recibo un mensaje de mis amigos, Pedro y Rubén ya vienen de camino. Jorge me avisa de que
llegará mañana, mi primo es el único que todavía no se ha enterado de lo ocurrido.
Llegamos detrás de la ambulancia, Damián es quien se acerca al mostrador y Nuria me obliga a
sentarme y va a por agua para mí, todavía no he sido capaz de dejar de temblar; vacío el botellín
de un solo trago. Empiezo a recupera el control, no puedo perder los nervios como lo hice. Llamo
a la secretaria del despacho y le mando cancelar todos mis compromisos para hoy, nuestro cliente
estrella no se lo tomará muy bien pero ahora no puedo ocuparme de eso. Menos mal que es
viernes. Subimos a la tercera planta, es donde está traumatología. Pregunto a todos los que veo de
blanco. Nuria, al ver que estoy empezando a descontrolarme nuevamente, me mete en la sala de
espera.
—Tú no te muevas de aquí —dice autoritaria—. Damián y yo te traeremos noticias.
Quise replicar pero no me dejó.
Con el pasar de los minutos, retomo el control de mis nervios, pero mis miembros son otra
cosa: mi cuerpo no deja de temblar. Cuando me levanto, siento que en cualquier momento me voy
a ir al suelo, como si mis piernas me fueran a fallar.
Pedro y Rubén son los primeros en llegar, delante de ellos aguanto el tipo, pero en un par de
ocasiones creo derrumbarme. No soy de los de «un hombre no llora», pero delante de ellos es
mejor no dejar correr las lágrimas, las bromas después son inevitables.
Los minutos pasan y no aparece nadie, mi teléfono no deja de sonar, lo reviso por si es mi
primo, pero aparte de ellos no estoy para nadie más. Pedro se encargó de comunicarse con Alijah,
que al conocer el motivo por el cual no pude presentarme prefirió aplazar la transacción.
Intentamos que aceptara ser acompañado por otro abogado y no quiso. El único con quien hablo
por teléfono es con mi primo, que insiste en venir pero no se lo permito. Al principio me costó,
pero al final logré convencerlo con la condición de mantenerlo informado todo el tiempo.
—¿Estaba la chica acompañada?
Mi cerebro tarda en reaccionar, solo caigo en la cuenta cuando hace referencia al atropello. Al
ver que nadie responde, dice:
—No hay nadie.
Nunca me sentí tan poco resolutivo, soy un hombre de iniciativas y hoy está siendo todo mucho
más difícil. Me levanto y corro detrás del médico.
—Soy el conductor del vehículo… —No sé qué más decir, y el médico parece darse cuenta.
—No te preocupes, ¿viste si tenía algún bolso?
—No, ¿por qué?
—La paciente no lleva ningún tipo de identificación. —Me paso las manos por la cara
intentando asimilar esto.
¡Lo que me faltaba! Ahora me tocará esperar a que su familia la busque para así poder
informarles, asumir ante ellos mi responsabilidad y poder seguir con mi vida. De seguro estarán
tranquilos en casa creyéndola en su local de trabajo y jamás se les pasará por la cabeza que está
luchando por su vida en la cama de un hospital.
—¿Hay alguna manera rápida de poder identificarla?
Es una pregunta tonta, me conozco los procedimientos, pero tengo la necesidad de avisar a su
gente.
—No.
—¿Cómo se encuentra?
—Su estado es grave.
Hago más preguntas pero la médico no me dice nada por no ser familiar.

Aún con el testimonio de varios testigos mi coche sigue retenido, aunque esa no es mi
preocupación ahora mismo. Me preocupa el hecho de que han pasado ya tres días y no sabemos
nada de familiares o amigos buscándola, no hay denuncia en la comisaría, nada. No sé cómo es
físicamente, solo que tiene el pelo largo y negro; aún así, mi gente está al tanto en las comisarías y
hospitales y todavía no apareció nadie buscando a la mujer que está en la UCI, soy su única visita.
Mis amigos estuvieron todo el fin de semana a mi lado, pero el domingo por la noche todos se
marcharon. Todo iba de maravilla, aquel día había despertado como siempre, con energías y listo
para hacer mi trabajo y de un minuto a otro todo cambio drásticamente. Si no fuera por Damián,
me habría vuelto loco. Él está siendo un gran apoyo, los médicos no querían darme noticias y él
movió sus contactos consiguiéndome una autorización para «acompañarla», verla a través del
cristal. El médico responsable me recibirá dentro de poco, no le caigo muy bien pero no estoy
aquí para ser su amigo. Estoy esperando al final de la ronda y los informes de su cuadro clínico,
ojalá de esta vez me dé buenas noticias. Ella está muy sedada y conectada a un montón de
máquinas.
—Buenas tardes.
En mi cabeza pongo los ojos en blanco. Él acaba de entrar, el maravilloso médico responsable
de la paciente. Este hombre tiene a todas las mujeres del hospital suspirando por él, es tan
agradable con todo el mundo que llega a dar arcadas y conmigo, por más que intento ser sociable
con él, es imposible, siempre me contesta con monosílabos.
—¿Habéis podido averiguar algo?
—No.
—¿Cuál es su estado?
—Grave.
—No lo entiendo —digo captando su atención, antes tenía su cuerpo delante pero su atención
estaba puesta únicamente en los informes médicos—. Soy de leyes, defíneme grave.
—Tiene la pierna derecha fracturada en tres sitios y dos costillas rotas. Tuvimos que operarla
de urgencias, una costilla estaba oprimiendo un pulmón —Soy pillado por sorpresa con lo de la
cirugía, las demás lesiones ya las conocía.
—¿Entonces está fuera de peligro? —pregunto esperanzado.
—Tiene una hemorragia interna.
—¿Por qué no la operan?
—De momento está estable.
—Por favor, no la dejes morir… —digo desesperado.
—No es tan fácil como te lo imaginas —me responde y es la primera vez que habla como una
persona normal conmigo. Es un hombre desquiciante, solo está consiguiendo preocuparme más. Su
poco interés en ayudarme es frustrante. No obstante, él tiene la sartén por el mango, nos está
haciendo un favor. No tengo el menor derecho de estar aquí.
—Necesitamos dar con su familia —digo—. Seguro que tiene padres, novio o esposo.
—Seguro, pero no es tan fácil —afirma.
—¿Dónde está la dificultad? —Agradezco estar solo, si Jorge llega a estar aquí, con la poca
paciencia que tiene, ya hubiera tenido problemas con este hombre.
—La paciente se mutiló las huellas dactilares de los diez dedos. —Lo miro sin poder creer.
¿De verdad tengo que lidiar con esto ahora?
—¿Y…? —insisto queriendo saber más. Me mira con mala cara dejándome bien claro que su
paciencia conmigo se está agotando.
—Lo único que encontramos en su bolsillo fue una nota pidiendo dejarla morir.
—¿A qué te refieres? —pregunto indignado. ¿Por qué me dicen eso ahora?
¿Qué mierda está pasando aquí?, no hace falta ser Sherlock Holmes para ver que esta mujer
quiso quitarse la vida, y para mi mala suerte fui el escogido para tal hazaña. La pregunta ahora es:
¿por qué?

Desde el accidente, mi vida se reduce a ir del bufete al clínico de Barcelona, del clínico a casa
y viceversa. ¿Y por qué puedo venir a verla siempre? Después de haber gastado una buena
cantidad de dinero yendo y viniendo de Madrid a Barcelona, ahora estoy aquí
ininterrumpidamente. No me disgusta estar aquí, después de todo Nuria y yo somos muy amigos,
no sé qué sería de mí en estos momentos si no la tuviera a mi lado, y puedo decir lo mismo de su
marido. Las conversaciones de pasillo solo me hicieron sentirme todavía más responsable por la
mujer. Un grupo de enfermeras ignorando mi presencia empezaron a decir: «De seguro es una
pobre desgraciada, por eso hizo lo que hizo». Estuve a punto de preguntarles qué las llevo a esa
conclusión, pero mi sentido común habló más alto.
—Estoy saltándome todas las reglas dándote información, no me metas en líos —dice el
medico que aparece de la nada dándome un buen susto.
—¿Cómo se encuentra? —pregunto ignorando su comentario.
—Igual.
—¿Me ocultas algo?
Hoy está más raro que de costumbre, algo se me escapa y no puedo hacer nada para
investigarlo, estoy en su terreno.
—No, pero la nota me da mala espina.
La gente tiene la horrible manía de hacer conjeturas y creer que el que tiene delante es mago
para adivinar lo que se les pasa por la cabeza. No le voy a preguntar el porqué. ¡Total…, no me lo
va a decir! Ya es todo un milagro que haya aparecido sin que yo haya ido detrás de él, me intriga
que salga con lo de la nota nuevamente.
—Encuentre a sus familiares y desaparezca —sisea entre dientes—. Damián es un buen amigo,
pero tu comportamiento no es normal.
Ahora sí que me he perdido del todo. ¿De verdad este hombre me está juzgando? Si nos
ponemos a hablar de comportamiento anormales…
—Yo jamás haría daño a nadie —lo interrumpo.
—Puestos a saltarse las reglas, te diré una cosa más y si dices que lo dije lo negaré. —El
médico posa su mano en mi hombro—. Damián afirma que eres un buen hombre. Lo mejor que
puedes hacer es no involucrarte.
—No te entiendo. ¿Por qué? No te caigo bien, y ahora me aconsejas que me vaya…
Hora de poner las cartas sobre la mesa, su consejo si no viene con una buena explicación está
totalmente fuera de lugar.
—Eso no es cierto, no tengo nada en tu contra —se defiende.
—Vale.
Ignora mi sarcasmo y sigue.
—Hará lo que sea por no ser encontrada, y no creo que seas la persona adecuada para
ayudarla.
—¿Y tú sí…?
Su busca suena, me mira fijamente, da dos palmadas en mi hombro y se va sin mirar atrás,
dejándome con ganas de decirle muchas cosas. Él me dijo lo que le dio la gana, me juzgó sin saber
nada de mí y se fue. Si fuera un hombre listo saldría por esa puerta y lo dejaría en manos de uno
de mis amigos, pero no lo haré, desde el momento en que escuché los comentarios de las
enfermeras supe que no iba poder darle la espalda y ahora que descubrí que posiblemente esta
mujer es una persona atormentada no seré capaz de cerrar los ojos y seguir con mi vida. Intentó
matarse, esa es la actitud de una persona desesperada. Sé también que no tengo la culpa de lo que
pasó, aunque seré investigado y no espero menos de las autoridades. La pregunta ahora es: ¿podré
ser el salvador de esta mujer? Joder... ¿Qué lleva una persona a hacer una cosa así? Necesito
tomar aire. No creo tener fuerzas para estar aquí más tiempo.
Capítulo 2

Daniela
¡Llegó la mejor parte del día!
Salto de la cama y me visto para irme a la universidad. Me siento feliz al recibir el mensaje
avisándome de la llegada de mi única amiga. Ona pasa a diario a recogerme, este es uno de los
pocos momentos en los que soy verdaderamente feliz. Ella es lo mejor que me ha pasado desde
que tengo uso de razón. Mi mayor pena es no poder pasar más tiempo junto a ella, mis padres no
la pueden ver, tengo prohibido traerla a mi casa. Parece mentira, pero a mis casi veinticuatro años
veo a mi única amiga a «escondidas» y tengo horarios restringidos y muy controlados por mis
progenitores. Ellos no me permiten estar en la calle ni un minuto más de lo estrictamente
necesario.
—¿Vas a entrar o tendré que esperar toda la vida?
—No seas boba —le contesto riéndome.
Arranca y como todos los días sigue su ritual: una vez estamos lo suficientemente lejos de mi
casa, para, arranca mi hijab y deja mi larga melena libre y salvaje. Yo sigo el ritual, me miro en el
espejo, meto los dedos entre mis rizos y los despeino para darle volumen.
—¿Qué te pasa?
—Nada —miento a mi amiga.
—Dani, nos conocemos desde los siete años. —Respiro profundamente pensando si le cuento
lo que me preocupa o no—. Suéltalo de una vez, te conozco mejor que tu familia.
No miente cuando dice eso. Dentro de mi casa soy como un robot, hago de todo para evitar
conflictos con mis padres. Por eso ninguno conoce absolutamente nada sobre mí. Sería una
pérdida de tiempo, ellos jamás me apoyarían.
—Tengo miedo. —Es una verdad a medias.
—Déjame ayudarte —insiste una vez más.
—No hay una salida para mí.
—Siempre hay una salida.
—¡Anda, tira o llegaremos tarde! —le ordeno con fingida sonrisa.
No entiendo por qué sigo asistiendo a la universidad, este es mi último año, y me queda el
último semestre, pero de todas maneras nunca podré ejercer mi profesión. Nací condenada, nadie
en el campus se imagina la desgracia que es mi vida. Mis padres son dueños de todas mis
decisiones de la misma manera que lo son de las de mi hermano y lo fueron de las de mi hermana,
a la que no veo desde hace nueve años. Aixa es la mayor de los tres, ella no tuvo la misma
«suerte». Yo soy la menor y, dentro de lo tradicional que es mi familia, he conseguido algunas
concesiones que por desgracia mi hermana no obtuvo. No fue fácil, pero logré ir a la universidad.
En todo ese tiempo hablé con ella en contadas ocasiones y a escondidas de nuestra familia y su
esposo.
—Desembucha o no me moveré de aquí —sentencia mi amiga, la conozco y sé que si no le
contesto perderemos clase. Es increíble cómo me conoce, con solo mirarme sabe cuándo estoy
bien o no. Recordar a mi hermana me hace darme cuenta de que mi tiempo se acaba.
—Quedan solo unos meses.
—Convencerás a tu padre otra vez, llevas haciéndolo cuatro años.
—Ya no.
—¿Por qué? Le odio, pero tú y yo sabemos que eres la niña de sus ojos.
Sería perfecto si fuera verdad, no negaré que mi padre me quiere, pero de ahí decir que soy la
niña de sus ojos es otorgarle demasiados méritos. Me encantaría poder aceptar la ayuda de Ona.
Pero hace ya meses que abracé mi destino, ¡no tengo escapatoria! Las postales de mi futura casa
no dejan de llegar. Según mi madre, tengo suerte. No lo conozco, no en tanto ella afirma que mi
esposo es un hombre de recursos, y eso solo me causa más miedo. No puedo negar la belleza y
grandiosidad del inmueble, pero no tengo la menor gana de entrar allí. Lo único escrito en las
postales es que es mi futuro hogar. En una de las fotografías me enseña cuál será mi habitación.
Odio todo eso. Mi padre se cree que no lo sé, pero le oí hablar por videoconferencia y mi
prometido le dio un ultimátum.
—El hombre con quien debo casarme ya no está dispuesto a esperar. —Opto por decirle
medias verdades, no quiero entristecerla antes del tiempo.
—¿Ya lo conoces?
—No, seguramente tendré el mismo destino de Aixa.
—Dani... —dice cogiendo mi mano.
Odio su condescendencia, soy consciente de su preocupación por mí, de que si pudiera haría lo
que fuera por ayudarme. Pero nada puede ser hecho, ya nací con mi maldito destino trazado.
Mis padres llegaron a España hace veinticinco años. Mi hermana y hermano nacieron en
Jordania, pero yo tuve más «suerte» y nací aquí. Mi madre, cuando vino, tenía apenas días de
embarazo y no lo sabía. Nacer en Occidente no me sirvió de nada, mis padres me condenaron tal
como hicieron con mis hermanos mayores. Aixa se fue nada más cumplir los dieciocho años y no
la hemos vuelto a ver.

Como siempre, paso un día maravilloso en la universidad. Mi amiga, como ya es costumbre,


me proporciona una nueva experiencia. Nos saltamos las clases y vamos a desayunar. Entre risas,
me cuenta sus locuras con su novio. Ona está loca y Omar adora sus locuras. Ona me hace seguirla
por unas callejuelas que no conozco.
—¿Dónde me llevas?
—Calla —me ordena dándome una palmada—. Tengo que taparte los ojos.
—Te tengo miedo.
—Haces bien —contesta riéndose.
Me coge de la mano y no me queda otra que seguirla. Entramos en un local donde la música
suena demasiado alta para mi gusto. Me siento y ella hace lo mismo.
—¿Preparada para pasar la mejor experiencia de tu vida?
—No.
—Muy bien, eso quería oír.
Siento dos grandes manos masajeando mis hombros, no puedo contener mi risa nerviosa. «¡Ona
y una más de sus locas ocurrencias!», pienso para mis adentros.
En cuanto las manos están solo por mis hombros me quedo relajada pero cuando siento que
empiezan a bajar en dirección a mis pechos doy un salto y me quito la venda de los ojos. Con
estupor, me descubro en un club de striptease, quizás sea cosa de mi cabeza pero el ambiente
huele a sexo. El dueño de las manos que me sobaban es guapísimo. Miro a mi amiga, que tiene una
de sus sonrisas traviesas en la cara.
—Calla, siéntate y disfruta del show.
Hago una panorámica por el local y descubro a tres hombres más. Sobra decir lo guapos que
son: un negro musculoso con una sonrisa que seguro vuelve loca a más de una, un rubio y un
moreno, igual de buenos. No soy capaz de dejar de reír, ella siempre está haciendo cosas para
impresionarme, pero esto es de otro mundo.
—Me sentaré, pero que no me toquen —digo a mi amiga, que no me pierde de vista ni un solo
segundo.
—Mojigata, tú te lo pierdes.
Le abrazo, le doy un beso en agradecimiento y me aseguro de quedarme muy pegada a ella para
que no me alejen de su lado o me toquen, no lo soportaría. Desgraciadamente, después de
veintitrés años escuchando que eso, aquello y aquello otro es impuro, prohibido, indigno, es
haram[1], llega un momento en que se te queda en la memoria y no eres capaz de rebelarte contra
ello. Odio todo lo que representan las prohibiciones de mis progenitores, pero no me rebelo
contra ellos. Tengo la suerte de tener a Ona que me ayuda a mantener los pies en el suelo y no
volverme una fanática como mi madre. Me lo paso en grande viéndolos bailar, disfruto de la
visión de sus esculpidos cuerpos; uno de ellos empieza a quitarse la ropa. Cuando la última
prenda desaparece y deja a la vista sus partes íntimas, me levanto rauda. Ona, antes de que me dé
tiempo a salir corriendo puerta afuera, me agarra por el brazo.
—Nada de desnudo integral —grita desde su asiento—. ¿Está bien así, mojigata?
—Sí…
Ona está así de loca, y no hay manera de pararla. Aparecen dos mujeres y estas sí se quedan
completamente desnudas, hacen cosas con sus cuerpos que jamás imaginé posible hacer, al final
tienen sexo entre ellas y uno de los hombres se une. Para mi suerte, en la postura en la que está no
veo directamente su pene. No me gusta la experiencia de verlos teniendo sexo, en varias ocasiones
cierro los ojos. Me resulta muy ordinario, eso es un acto íntimo, no para hacer un espectáculo de
ello. Pero bueno, ahora ya sé lo que es. No quiero ni imaginar cuánto pagó Ona por esto, aunque
tampoco serviría de nada.

A la hora de siempre, entro por la puerta de mi casa con mi hijab en la cabeza y siendo la hija
perfecta que soy el noventa por ciento del tiempo.
Mi madre, al verme entrar, tuerce la cara; si por ella fuera yo ya me hubiera casado y ahora
tendría por lo menos dos hijos. He eludido todo lo que he podido ese desenlace. Me apena
abandonar mi hogar y me da pánico encontrarme con mi prometido. El calendario no me deja
olvidarlo, alguien se encargó de pegar uno bien grande en la puerta de mi habitación obligándome
a recordar día a día cómo se acerca la fecha de mi marcha. La familia del prometido de Aixa se
presentó en el mismo día de su cumpleaños y se la llevó sin la menor consideración, y lo más
triste es que mi madre estaba orgullosa. En ese sentido, he tenido algo más de suerte. Semanas
antes de cumplir la mayoría de edad ya no podía dormir por miedo a que me ocurriera lo mismo,
pero no fue así. No sé cómo pero mi padre consiguió que mi prometido me dejara ir a los veinte
años. No lo desaproveché, después de muchas discusiones con mis padres logré su autorización
para estudiar una carrera, a los veinte conseguí que me dejaran terminarla y para eso queda algo
más de seis meses.
Estoy tumbada en mi cama mirando un maldito sobre. Nada más entrar, mi madre me lo entregó
con una gran sonrisa. Me pregunto dónde quedaron las postales. Me muero de miedo ante la idea
de abrirlo, nunca he recibido cartas de Jordania y este sobre pesa. No es rígido y esto solo puede
ser una carta. Cuando conocí mi destino dije a mis padres que no quería ningún contacto con mi
prometido hasta el día de nuestra boda, tal como hizo Aixa, y estuvieron de acuerdo. No quiero y
no voy a hacerlo, da igual la insistencia de mi madre. Disfrutaré hasta mis últimos segundos como
mujer occidental y libre.

Como viene siendo costumbre, nos saltamos la primera clase y nos vamos a la cafetería de
enfrente a tomar algo. Ona se tira encima de su novio, me encanta verlos, la trata como una reina.
Omar es maravilloso con ella. Cómo me gustaría tener a alguien así en mi vida… Lo único
negativo son sus celos y posesividad, pero Ona es independiente, no permite que nadie la ate en
corto. Lo que iba a ser un café acaba con nosotros en un parque jugando a las cartas.
A la hora de siempre, me levanto para irme. Mi amiga, al verme, hace lo mismo. Ya no le digo
que se quede, es inútil, nunca me hace caso.
Antes de bajar del coche recojo mi pelo y me pongo en modo perfecta musulmana. Entro en
casa y soy recibida por mi madre con una gran sonrisa en la cara. Eso me pone en alerta.
—‘Um[2] , ¿qué pasa?
—Aibnatu[3], Alá te bendijo.
—¿De qué me hablas? —pregunto muerta de miedo, me ha llamado hija en árabe y solo lo hace
cuando está feliz, y por desgracia para mí, su felicidad es mi infelicidad.
—Zawjak[4] es joven.
Me dejo caer en el sillón que tengo detrás de mí. Sabía que no me iba gustar. Las lágrimas
empiezan a manar de mis ojos y mis sollozos se hacen audibles.
—Déjate de dramas, te educamos para ser una buena esposa —espeta mi madre.
—'Um… —sollozo.
—Adhhab 'iilaa gharfatik nakir liljamil!
Al descubrir mi llanto, llamándome desagradecida, me ordena ir a mi habitación en árabe, otra
clara señal de que pasó de la alegría al enfado y lo mejor para mí es desaparecer de su vista.
En los momentos como este llego a creer que mi madre me odia, no logro entender cómo puede
desear una vida en donde la mujer no tiene ni voz ni voto sobre su propia vida. Con Aixa fue
igual, saltaba de felicidad cuando mi hermana era una alma en pena. Me imagino que es así por su
educación. Ella viene de una familia árabe muy tradicional, su matrimonio con mi padre fue
concertado, ellos son felices y se quieren, pero nosotros no conocemos detalles de esa relación.
Con mi madre no se puede hablar de nada que no sean las tareas del hogar, cómo se debe
comportar una perfecta esposa, cómo debe de educar sus hijos o la religión. Las conversaciones
triviales en mi casa solo ocurren entre yo y mi hermano.
Con los ojos cerrados y mis manos en el fuego defiendo su inocencia, pero cualquiera que no
fuera capaz de entender su cultura diría que son islamistas.
Con la ropa con la que acabo de llegar de la calle cometo un crimen para mi madre, que es una
obsesa del orden y la higiene, y me tiro en la cama. Estiro la mano a mi mesita de noche en busca
de mi móvil y toco el maldito sobre. Retiro mi mano como si quemara, cierro los puños y los ojos
intentando llevar mis pensamientos a otro lado. Una solitaria lágrima se escurre por la esquina de
mi ojo.
—Daniela, afróntalo de una vez —me digo a mí misma. Cojo el sobre, lo llevo a la altura de la
vista, tomo aire y levanto la solapa que ya está abierta por mi madre. Saco la maldita carta que
contiene las claves de mi destino.

Alzawjat almustaqbalia[5] , Daniela.

Tuve paciencia, llevo cuatro años esperando. Pero tu padre no cumplió con su palabra.
Todos en la casa quieren conocerte, principalmente mis otras esposas. Serás la pequeña, la
consentida, deseo tenerte, poder ampliar mi descendencia contigo. Dentro de seis meses
cumplirá la fecha en la que tu padre dijo que te entregaría, pero ya no quiero esperar más. Dos
mujeres de confianza y mi madre llegarán a España dentro de dos semanas para traerte a mí.

No puedo seguir leyendo, ¡¿encima me voy a casar con un polígamo!? Me reconforta saber que
por lo menos Aixa no tiene que pasar la misma humillación, ella fue obligada a casarse con un
hombre que tiene edad para ser su abuelo y no goza de una buena vida. Para ser polígamo, en los
países árabes debes tener mucho dinero para poder mantener a todas las esposas por igual. No
podré soportarlo. Con las manos trémulas, cojo nuevamente el sobre y saco la foto. Al verla, la
tiro lejos. ¿Eso es un hombre joven…? Su apariencia y edad ya me dan igual, ellos me mintieron,
no respetaron mis deseos. Está bien conservado, tiene la piel muy morena y por su vestimenta
parece ser pudiente. Pero aun así no debe de tener menos de cincuenta años. ¡Ese hombre tiene
edad para ser mi padre! No me iré. Está decidido.
Cojo mi móvil y escribo a mi amiga.

Yo: Ona, ya no voy a poder asistir a la universidad. Intentaré encontrar una manera de
escaparme para despedirme de ti.

Espero que no enloquezca y se presente en el restaurante a hablar con mi hermano. Nael es el


encargado de regentar el restaurante de la familia, y mi padre no sé bien en qué trabaja hoy por
hoy. Tiene un despacho, algunos días usa traje y otros no, pero como en mi casa la comunicación
es nula, no conozco su oficio.

Ona: ¿Por qué?

¡Mierda, Ona…! ¡Desiste de mí, ya nada puede salvarme!

Yo: Mi prometido está en el país. Y lo demás ya lo conoces.

Ona: Odio a tus padres.


Yo: No me busques o tendré problemas. Encontraré la manera de ir a ti.
Ona: Jamás te pondría en peligro. Te quiero, Dani.
Yo: Y yo a ti.

Doy por cerrada la conversación, borro los mensajes y me tomo unos minutos para
tranquilizarme, hablar con mi amiga me desestabilizó. Ya dueña de la situación, respiro hondo y
empiezo mi actuación: me comportaré como siempre hasta dar con la solución a mis problemas.
Dispongo apenas de unos días para cambiar mi destino.
Al día siguiente actúo como siempre: me levanto, me visto, me pongo el velo y salgo a
desayunar con mi familia. Mi hermano no me mira, sé que conoce el contenido de la carta. Mi
madre no nos da la oportunidad de hablar. Él tampoco tiene un destino distinto, también está
prometido, pero para su suerte su prometida vive en alguna parte de España y por lo poco que
sabemos todavía es menor de edad. Por eso, de momento él puede respirar aliviado. Me despido
de todos y corro a tomar el autobús. Hoy acabaré con esto. Me voy al centro, paseo por las calles,
miro las tiendas y admiro a las mujeres que caminan libres, cosa que nunca podré hacer. Diviso
una enorme pasarela elevada que cruza por encima de la carretera, es una zona de paso para los
viandantes. Por mi cabeza se cruza una idea. Con una sonrisa en el rostro y sensación de alivio en
el corazón, camino en su dirección. Al llegar a la mitad, me encaramo a ella y pienso en todo lo
que me espera en Jordania. Agarro con más fuerza los barrotes, miro hacia abajo. Los coches
pasan a toda velocidad. Cruzo una pierna sobre la barandilla pero las voces de unos niños llaman
mi atención. Los miro, no tienen más de ocho años. No puedo hacerles pasar por ese trauma.
Rápidamente vuelvo mi pierna y camino lejos de los pequeños.
¡Soy una cobarde!, salí de casa decidida a no volver y bastaron unos niños cruzándose en mi
camino para que la valentía me abandonara.
Vuelvo caminando al centro y me siento a tomar un café. Lo que minutos atrás me estaba
deslumbrando empieza a sofocarme, dejo el dinero sobre la mesa y, llorando, vuelvo a la
pasarela. No miro a los lados para no acobardarme, ya no quiero aplazar más mi liberación. Estoy
por saltar la barandilla cuando una vez más me interrumpen. Una anciana se para a preguntarme
por una dirección. La cobardía me invade, no tengo el valor. ¡Según las creencias de mis padres
eso es pecado! Pero todo lo que ellos digan o piensen ya carece de importancia para mí. La
señora no se percata de mi alterado estado y sigue hablándome, así que una vez más, abandono
mis planes y la conduzco hasta su destino. Miro la hora y sé que hoy ya no lo haré, la pasarela está
muy concurrida y antes de que pueda tirarme seguro que algún superhéroe ya me lo habrá
impedido. Salgo corriendo a la parada de autobús. Debo llegar a casa en una hora si no quiero
tener problemas. El bus se retrasa y me veo obligada a bajar y coger un taxi para llegar a tiempo.
Camino en dirección al sitio que debería de ser mi hogar, mi ánimo ya no era bueno pero
ahora se volvió del todo gris. Hago lo mismo de todos los días, entro en casa, saludo a mi madre
que siempre está haciendo algo y nunca me presta atención, sintiéndome fuera de lugar voy a mi
habitación, me siento en mi escritorio y acaricio la carpeta con los recortes de fotos de los lugares
que me gustaría visitar, las celebridades que me gustaría entrevistar… Cierro los ojos y sueño
despierta. En mi imaginación soy presentadora de un exitoso programa televisivo en donde van las
mayores celebridades del país y del mundo, tengo una familia, hijos y nadie me manda.
La dictadora voz del la mujer que me trajo al mundo me devuelve a la realidad y el espejismo
se acaba. Suspiro. Si no puedo ser libre, no viviré. Solo tengo que encontrar la manera de irme de
este mundo. Lo de tirarme de una gran altura no es viable, mientras tome el valor me da demasiado
tiempo a pensar y gana la cobardía y eso es porque ese no es mi destino. Por lo tanto tendré que
encontrar otro modo.

Solo quedan dos días para la llegada de mi futura suegra, han pasado tres desde mi intento
fallido, y ya no dispongo de más tiempo. Es gracioso, pero tendría que dar las gracias a mi madre
por haber abierto aquella carta. Cuando ella lo hizo ya no disponía de dos semanas, sino de ocho
días. Así que es hoy o nunca, mañana es sábado y el domingo llegan a por mí.
Estudié varios sitios y el escogido después de pasar dos días mirando como los coches pasan a
toda velocidad es la Avenida Diagonal.
Aquí estoy. Tengo el alma tranquila, por primera vez no estoy asustada. Hoy se acabará mi
angustia. Paso mi pierna derecha por encima de la barra de protección, un escalofrío recorre mi
cuerpo. No quiero nada de mis padres, ni siquiera su adiós. Ellos no me quieren, me iban a
condenar a una vida desgraciada. Mi cabeza empieza a imaginar mi vida dentro de tres días, pero
rápidamente detengo mis horribles pensamientos. Tomando aire y armándome de valor, cruzo la
otra pierna y corro en dirección al primer coche que veo delante. Siento un fuerte golpe y percibo
cómo mi cuerpo es engullido por el vehículo. Luego todo se vuelve oscuro.
Todo es tan rápido que no me da tiempo a pensar en nada. Mis ojos empiezan a pesar, pese a la
alta temperatura empiezo a tener algo de frío. No siento dolor, solo alivio. Una sonrisa brota en
mis labios, cierro los ojos y espero a que la muerte venga a por mí. Quiero irme de ese mundo
como yo desee, no siendo apaleada y humillada por un hombre, o por sus otras esposas recelosas
por la llegada de una joven occidental, porque por más que mis padres sean jordanos y yo sea su
hija, soy española, eso es todo lo que conozco y no lo voy a abandonar para vivir la cultura que
ellos escogieron.
Mi cuerpo empieza a entumecerse, el frío se intensifica. Estoy en paz.
La voz de un hombre preguntándome cosas me trae de vuelta. Me niego a contestar. Hay alguien
intentando salvarme y me niego recibir ayuda.
—Eh, eh, no te duermas. Te voy a ayudar.
—¡No! —susurro, pero no me escucha.
La persona se tumba en el suelo, toca mi cuerpo en algún lugar. Un fuerte dolor me atraviesa y
me desmayó. De ahí en adelante no sé nada más.

Creí haber alcanzado mi deseo, pero no es así. Oigo ruido de máquinas y de gente entrando y
saliendo de lo que parece una habitación de hospital. Quero gritar que apaguen las máquinas, pero
la voz no me sale. Intento moverme y mi cuerpo no responde. Entra alguien, pero no puedo abrir
los ojos; me habla, pero no puedo contestar. Tengo algo en la boca y mis ojos no se abren. Me
quedo quieta. Ojalá no descubra que estoy despierta.
Llegan más personas, no sé cuántas son, se hablan entre ellos y siento un gran alivio al oírlos
decir que no pueden identificarme. No está todo perdido, cuando salgan me escaparé y volveré a
hacerlo, pero esta vez me aseguraré de no fallar. Entre ellos comentan sobre la gran preocupación
de un hombre que no deja de preguntar por mí. ¿Quién será esta persona? De mi familia no es, mi
padre no estaría aquí sin mi madre. Después están los chicos de la universidad, pero ninguno tiene
más interés en mí que llevarme a la cama y ser el primero en poder decir que estuvo conmigo. Las
dos únicas personas que se preocupan por mí son mi hermano y mi querida Ona, pero si él
estuviera aquí mis padres también lo estarían y si se tratara de Ona, el hospital ya estaría en
llamas por sus gritos. La adoro, pero es una histérica exagerada.
Respiro aliviada cuando se van y me quedo con la única compañía del ruido de las maquinas,
intento abrir mis ojos pero no lo consigo. Entra una enfermera: me toma la temperatura, la tensión,
aplica algo en el suero y se va. A los pocos minutos, me quedo dormida.

Me despierto asustada, por fin puedo abrir los ojos. La claridad me golpea, me tomo mi tiempo
en adaptarme a la luz y miro a los lados en busca de alguien. Me descubro sola. Tengo que salir de
aquí cuanto antes. Intento moverme y siento que una de mis piernas no responde, además parece
pesar mucho. Me incorporo y descubro mi pierna derecha llena de hierros.
«No, no, no esto no puede estar pasando». Empiezo a debatirme en la cama, deseo gritar que
me dejen morir en paz. De un tirón arranco los cables y vías que tenía conectadas, me remuevo
tanto que me caigo, dándome un fuerte golpe en la cabeza. Las enfermeras entran corriendo. Todo
se vuelve nublado en mi mente. Entre varios, me vuelven a acostar en la cama. El médico entra y
comienza a revisarme de arriba a abajo.
—Tranquila, ya te quito eso —me dice con suavidad. Sale y al cabo de un rato vuelve
acompañado de dos médicos más y una enfermera. Uno de ellos pasa el dedo delante de mis ojos
y me pide que le siga con la vista.
Siento la garganta seca. La enfermera humedece mis labios con un algodón empapado en agua.
Con dulzura, me explica todo el procedimiento a seguir antes de volver a ingerir con normalidad.
Uno de los médicos toma mis manos.
—Aprieta. —Hago lo que me pide pero me siento pesada.
—¿Cómo te llamas? Necesito que me contestes —dice el hombre de blanco.
Sacudo la cabeza diciendo que sí.
—Con palabras.
—No… —digo sin saber a qué estoy contestando.
—¿Como te llamas?
—No…, no lo sé.
—Llame al neurólogo —le dice a uno de sus compañeros, luego vuelve a mirarme—. ¿Te
acuerdas de lo que pasó antes de llegar aquí?
—No me acuerdo de nada. ¿Dónde estoy? ¿Quién es usted? —digo con voz pastosa.
—Soy médico, estás en la UCI, tuviste un accidente.
—Acci… ¿accidente? —Tengo la sensación de que debo hacer algo importante pero no sé el
qué, mi mente es una enorme caja en blanco. No me acuerdo de absolutamente nada. Entra otro
hombre con bata y empiezan a hablar entre ellos sin que yo comprenda ni una sola palabra. Intento
moverme y un fuerte dolor atraviesa mi cuerpo; mi costilla y pierna me están matando. Las
lágrimas empiezan a escurrirse por mi rostro, elevo mis manos para secarlas y descubro mis
dedos vendados.
¿Qué me ha pasado?
Capítulo 3

Rafael
De camino al juzgado voy madurando los detalles de mi decisión. Después de haber pasado la
noche en blanco dando mil y una vueltas al tema, tomé la decisión que creo es la más acertada.
Por supuesto no voy a dar la espalda a esta mujer, pero no voy a involucrarme; la ayudaré, pero
desde la distancia. En el coche suena la canción de tono de llamada de Nuria. Antes, con solo oír
los primeros acordes nacía una sonrisa en mi rostro, pero ahora ni ella es capaz de eso. No hay
una sola noche en que no vea cómo mi coche aplasta a aquella mujer.
—¿Estás conduciendo? —Su voz ocupa todo el vehículo.
—Sí, ¿qué pasa? —Su tono me deja desconfiado, no hay en él la alegría de siempre.
—Me acerqué al hospital para saber cómo va la evolución de la paciente.
—¿Y…? —pregunto en alerta y a la vez emocionado, no conozco persona más dispuesta a
ayudar que ella.
—La misteriosa mujer se ha despertado.
—¡Eso son buenas noticias! —exclamo contento.
—Pero se alteró, cayó de la cama y perdió la memoria —suelta de tirón bien al estilo Nuria,
directa al grano.
—Voy de camino. —Corto la llamada y piso el acelerador.
Cometo una infracción, algo verdaderamente repulsivo; aparco en minusválidos, pero ahora no
tengo cabeza para buscar una plaza libre. Miro a mi copiloto, el mejor pasante que he tenido. Me
entristece ver decepción en sus ojos, soy algo así como su ejemplo a seguir y estoy infringiendo la
ley, pero digo a mi favor que estoy aterrado y será solo un instante. Este chico promete, será un
buen abogado, tuve a muchos pasantes, pero ninguno como él. Me demuestra a diario su valía, así
que, sin pensarlo, lo mando hacerse cargo de la vista del juicio, lo dejo en mitad del camino y me
voy al Clínico. Llego en pocos minutos; estaba cerca del hospital. Nuria no mintió. El médico, al
verme, me aborda y me pone al corriente de lo ocurrido. Pregunto si desde el primer momento
estaba amnésica y contesta con evasivas, vuelvo a formular la pregunta y no me asegura nada, se
enrolla con tecnicismos y, por supuesto, me pierdo. Si no fuera amigo de mis amigos lo
denunciaría. No perderé mi tiempo con ese hombre. Se lo agradezco y voy dirección a la UCI a
verla a través del cristal, es la condición para estar aquí, él se encarga que no me acerque.
Obedezco, es su terreno y él marca las normas.
La miro de lejos. Siento el deseo de acercarme y preguntarle por qué lo hizo pero no lo hago.
La oigo gemir de dolor y… ya no aguanto más, a la mierda el protocolo. Corro a su encuentro y
me veo de frente con los ojos más bonitos y enigmáticos que he visto nunca. Impresionado, doy un
paso atrás, chocando con el médico que, por primera vez, me sonríe.
—También quedaste sorprendido, ¿sí? —susurra detrás de mi dándome un buen susto.
¡¿Por qué narices no se quedó donde estaba o fue a atender a otros pacientes?! Su presencia
siempre me incomoda, y ahora mucho más.
—Sí —le contesto de mala gana.

Llevo muchos años en medicina y es la primera vez que lo veo. Los ojos negros son resultado
de una altísima cantidad de melanina en el iris, haciendo que unos ojos marrones se oscurezcan
hasta verse negros. Este color lo tiene el 1% de la población mundial.
—Es interesante —le contesto, cuando en realidad quiero decirle que no le he preguntado
nada.
Para mi suerte, nuestra charla se ve interrumpida por la paciente, que claramente se ve molesta
por la manera en que la miramos y hablamos de ella como si no estuviera delante. Aunque me
avergüence reconocerlo, no puedo quitarle la vista de encima. Nunca estuve tan cerca de ella.
—¿Te duele algo? —pregunta el médico con demasiada dulzura para mi gusto.
La paciente niega con la cabeza y cierra sus preciosos ojos, siento un fuerte deseo de pedirle
que los abra. Sin embargo, de mi boca no sale nada. Privado de sus ojos, me fijo en su pequeña
nariz y en sus labios, que parecen que fueron dibujados a pincel. Aun parcialmente envuelta en
gasas, se ve que es una mujer guapa.
—Quedamos en que nada de charlas por gestos y mímicas —le dice el médico con una odiosa
sonrisa en la cara.
—Duele un poco —le contesta con voz pastosa.
No sé por qué, pero no me hace la menor gracia ver como él la mira de lado con una sonrisita
en la cara por haberla pillado en la mentira.
—Ya te daré algo para el dolor, ¿te acordaste de alguna cosa?
—Nada, lo único que sé es que estoy en el hospital y que usted se llama Gabriel y es mi
médico.
Me siento muy molesto al ver cómo hablan entre ellos sin que ella siquiera me haya mirado una
sola vez. Soy invisible para los dos.

La buena noticia es que, después de dos semanas en la UCI, la misteriosa mujer ya está en una
habitación. Con relación a lo demás, nada cambia: cada día es más charlatana, habla con las
enfermeras; se hizo muy amiga del médico al punto de que cuando lo ve le sonríe, le cuenta con
todo lujo de detalles cómo pasó la noche, cómo se siente… Se hicieron íntimos, y a mí solo me
dirige un insulso hola y nada más.
Cuando intenté hablarle me dijo estar cansada, me dio la espalda y se acabó la charla. Igual me
culpabiliza por su accidente. No…, para eso tendría que haberse acordado, las instrucciones
médicas son no darle ninguna información sobre lo ocurrido, ella tiene que forzar la mente a
trabajar en sus recuerdos. Solo nos está permitido hablar del presente, charlas triviales. El Doctor
Sonrisas entra y, como no lo soporto, me voy para tomar un café. El amiguismo entre esos dos me
enferma.

Los primeros meses tras mi llegada a Barcelona fueron maravillosos, sin embargo el último
mes está siendo horrible, desde el accidente nada sale bien. Las causas de mi traslado son una
serie de sabotajes en nuestros principales bufetes, nos están golpeando constantemente y lo más
doloroso es que, sea quien sea quien está queriendo dañarnos es alguien de dentro, que conoce
bien los entresijos de la empresa y está atacando donde nos puede hacer más daño: en nuestra
cartera de clientes internacionales. Por supuesto, no desconfiamos de ninguno de nosotros cinco.
Cuando Pedro pidió una reunión urgente con Rubén, Jorge y conmigo y nos expuso lo que estaba
ocurriendo tuve miedo por Miguel, su pasado dejó una huella negativa en su expediente y eso me
preocupa. Sería un gran palo para mi primo, él ahora es otro hombre, la llegada de Aroa a su vida
y el nacimiento de sus hijos, el cambio de ciudad…, todo el conjunto fue lo mejor que pudo
pasarle y me morí de miedo. En cambio, para mi tranquilidad, Pedro, antes de dar por finalizada
la reunión nos informó de que la cartera de clientes de Miguel no fue atacada, que solo fueron a
por los bufetes en propiedad, no a los asociados o a las franquicias. Todos respiramos aliviados,
sería un desprestigio para nuestra marca, que es nada menos que nuestro nombre y buena
reputación. No obstante, mi primo fue informado y está vigilante. Tenemos clientes o
representantes de árabes muy importantes por casi toda geografía española. El de Barcelona es
Aliyah y tuvo su cuenta hackeada. Este hombre no es una persona fácil, tiene mucho dinero, poder
y mala hostia. Para nuestra suerte, detectamos inmediatamente el problema y pudimos
solucionarlo, por lo que él siguió confiando en nosotros. Desafortunadamente, no siempre es así.
Ya perdimos clientes por la filtración de informaciones confidenciales; pudimos subsanarlo
rápidamente pero algunos de ellos dejaron de confiar y nos abandonaron.
Después de tomar mi décimo café del día, vuelvo a su habitación. Entro y la encuentro viendo
la televisión. Le compré la tarjeta para que pueda entretenerse y al parecer le gusta la telebasura,
porque no deja de ver los programas esos que no te aportan nada. Me paro al lado de su cama y
toco su mano, llamando su atención.
—¿Ya dijeron a qué hora vendrán a quitarte las vendas?
Contesta con la cabeza que no.
—Oye, ¿mi presencia te incomoda? —Ya me he cansado de venir día tras día y recibir su
indiferencia cuando con los demás es todo dulzura y simpatía. Ella y el Doctor Perfecto podrían
ser Miss y Míster Simpatía del hospital, excepto conmigo, claro—. Nada ni nadie me obliga a
estar aquí, vengo porque estoy preocupado por ti, pero si mi presencia te molesta, dímelo y me
iré. —Me siento ligero, llevaba días con ganas de decirlo.
—No, no te vayas. —Su voz es apenas audible.
—Vengo a diario a verte y no haces más que ignorarme.
—Me intimidas —dice susurrando. Si no hubiera estado a su lado no la habría escuchado.
¡Lo que me faltaba! ¿Cómo encajo esto ahora?, si no hice nada para intimidarla, soy testigo
mudo de cómo interactúa con los demás, cómo día a día el color moreno de su piel va volviendo
sin abrir la boca y ahora me sale con eso.
—¿Por qué te intimido? —digo sin disimular mi sorpresa.
—Siempre estás serio.
—Eso no es así —contesto indignado. ¿Cómo pretende conocerme si no me dio la menor
oportunidad?
—Solo sonríes con la del pelo de colores. —Me entran ganas de reír al escucharla hablar de
esa manera de Nuria. Pero me contengo, es la primera vez que no me contesta con monosílabos y
no quiero estropearlo.
—Es una muy buena amiga.
—Ya… ya me di cuenta. Su marido también parece buena gente.
¿Es cosa mía o su comentario sobre Damián tiene tintes de indirecta?
—Si que lo es. Hacen buena pareja.
Nuestra charla se ve interrumpida por su médico que ya entra con una puta sonrisa en la cara. Y
para empeorar mi ánimo, sin siquiera mirarme, me manda salir de la habitación. Estaba
disfrutando de nuestra charla, tiene una voz muy dulce, ya la había oído más veces pero nunca
dirigida a mí. Cruzo la puerta y abandono la estancia. Camino de arriba abajo en el pasillo,
esperando la autorización para entrar nuevamente, ella lleva todo ese tiempo con el rostro
parcialmente vendado y me gustaría estar allí para verla bien. Pasan lo que me parece horas hasta
que veo salir a la enfermera con el carrito de curas. Sin que nadie me diga nada, entro a ver cómo
se encuentra. Está medio incorporada, su larga melena le cae sobre los hombros, es imposible no
quedarse impactado, estoy congelado en mitad de la habitación. ¡Pero si es una niña! No debe de
tener más de veintiún años. No, esto no me está pasando. Es guapísima, tiene una melena larga y
tan negra como sus ojos, labios finos y rosados y una sonrisa de quitar el hipo. Su primera sonrisa
está siendo para el doctorcito. El médico es el primero en descubrirme.
—Ven, Rafael. —Me llama como si fuéramos colegas y no me hace gracia—. A que está
preciosa. Ya se lo dije, pero no me cree.
Mi sangre hierve, esa conducta es del todo inapropiada, y más aún porque es solo una cría.
—¿Cómo puedo estar bien si me dijiste que llevo placas de acero en la cara? —El muy
antiético atrapa su rostro entre sus manos, lo gira de un lado a otro inspeccionándolo y se ríe.
—¿No confías en el trabajo de mi amigo? Es uno de los mejores cirujanos maxilofaciales de
Barcelona.
Aun con toda mi animadversión hacia él, tengo que darle la razón, es un gran trabajo. Si no
supiera de antemano de la intervención facial no me daría cuenta, apenas se puede ver la incisión.
—Si…. ¡Solo estoy asustada!
Nuevamente soy ignorado. ¿Sabes qué? Me largo, que se haga cargo de ella el doctorcito. No
la dejaré a su suerte, pero tampoco seré su niñera.
—Bueno —digo interrumpiendo la animada charla—. Como ya estás bien y en buenas manos,
es hora de que cada uno siga su camino.
—¿Te vas?
—Sí, una enfermera te acompañará en tu recuperación. —Es lo mejor, acabo de improvisar
sobre la marcha, pero me encanta la idea, dejaré órdenes de que todas sus necesidades sean
cubiertas, pero ya no volveré aquí—. ¿Te puedo ayudar en algo más? Cualquier cosa díselo y la
enfermera se pondrá en contacto conmigo.
Me acerco al medicucho, le ofrezco la mano, le doy un fuerte apretón y le agradezco. Aunque
me caiga mal, reconozco que sin él yo no hubiera podido estar aquí. Luego me acerco a ella. Miro
por última vez esos impresionantes ojos. Sin entender muy bien por qué, me acerco y le doy un
beso en la frente. Soy testigo de cómo se pone colorada.
—Ya lo sabes, si me necesitas, pide que me llamen.
—Por… —Va a decir algo, pero entonces el doctorcito la mira y se calla.
—¡Qué, dilo! —la insto con la esperanza de que ignore la presencia del doctor y me pida que
no me vaya. Sería un enorme error, pero no me voy a gusto dejándola a solas con ese depredador.
Ahora entiendo por qué él siempre fue tan atento con ella, desde el primer momento sabía que era
una cría preciosa. Con las mejillas sonrojadas, mirándome casi pidiendo permiso, coge mi mano.
—Nada, gracias por haberte preocupado por mí.
Desilusionado, me yergo y me voy de la habitación, pero tengo la sensación de que esa no será
la última vez que nos veremos.
Capítulo 4

Daniela
Me avergüenzo de mi comportamiento, Rafael no se merecía ser tratado como lo hice, pero la
verdad es que me siento intimidada delante de él. Por más que quiera actuar como actúo con mi
médico, me es imposible, no soy capaz de hilar las palabras; tampoco sé de qué hablarle. Cada
vez que lo tengo delante me siento diminuta. Es tan fuerte, tan alto, con su casi metro noventa, sus
ojos azul grisáceo que parecen mirar dentro de mí, sus finos y bien dibujados labios, casi ocultos
detrás de su bien cuidada barba rubia y que cuando sonríe dejan a la vista una perfecta y blanca
dentadura. Su cuerpo es el de un dios griego, es perfecto. No es muy musculoso, tampoco es
delgado, sus trajes son más bien ajustados y en ocasiones se marcan sus abdominales, pero cuando
lo vi vestido con ropa de calle me quedé impresionada. Y cuando está concentrado leyendo sus
cosas o habla por teléfono lo hace con tanta firmeza… Nunca titubea y eso, de alguna forma, me
inhibe. Me siento inferior, no sé muy bien cómo explicarlo. Lo que sí sé con seguridad es que no
deseaba su marcha, si no fuera una cobarde hubiera expresado mis verdaderos deseos.
—No te preocupes, volverás a verlo —dice mi médico como si él supiera algo que yo no sé.
—¿Cómo estás tan seguro de eso?
—Es un hombre de principios.
Gabriel hoy está muy raro, nunca ha ocultado su descontento con la presencia de Rafael pero
hoy lo incluyó en una charla entre nosotros y ahora lo está enalteciendo.
—No entiendo. —No estoy diciendo eso para hacerme la interesante ni nada por el estilo, de
verdad no entiendo por qué viene a visitar a una amnésica sin ningún vínculo con él.
—Volverá, no te dejará tirada a tu suerte y créeme, lo vas a necesitar. —Y dale con tratarme
como a una paria. Soy consciente de mi soledad, desde que he abierto los ojos él y su gente son mi
única visita, nadie más pasó a verme. Estoy agradecida, pero no es plato de buen gusto que me
recuerden todo el tiempo la carga que soy, y mucho menos oírlo de boca de personas en posición
privilegiada.
—¿Por qué lo dices, doctor? —pregunto, dejándole muy claro mi desagrado respecto a su
forma de referirse a mí.
—¿Ahora soy «doctor», ya no soy Gabriel? —dice riéndose—. Todo a su tiempo. Ya me he
jugado demasiado en este caso.
Sin volver a dirigirme la palabra me explora, inspecciona los aparatos y se va. Ahora me
siento una idiota por no haberle dado una oportunidad. Si él era agradable con aquella mujer
también podría haberlo sido conmigo. Y, si soy sincera, no era solo con ella su buen
comportamiento, lo hacía con todo el mundo. Las enfermeras lo adoran, quizás hasta demasiado;
sus amigos, cuando vienen por aquí, le demuestran un gran cariño. No sé quién soy, pero lo que sí
sé es que soy una completa estúpida.
Los días transcurren y cada vez me siento más triste, el no tener sus visitas me quita la alegría.
No fui consciente de cuánto me había acostumbrado a su presencia. Me encantaba verlo tan serio
revisando sus documentos, ver cómo fruncía el ceño cuando estaba en desacuerdo con algo,
formando así tres arruguitas de lo más sexis en su frente… No le hablaba, pero no le quitaba el
ojo. Tampoco me pasaba desapercibido el desfile de enfermeras que pasaban a revisar a mi
compañera de habitación y a mí.
El doctor ya no viene tanto a verme. La enfermera que Rafael ha contratado para mí es una
buena chica, me trata bien, está muy pendiente de mí, pero no la quiero aquí y se lo haré saber.
—Ilda —la llamo nada más oírla entrar—. Agradezco tus atenciones, pero ya no necesito tus
servicios.
—Pero yo… no puedo irme, tú no puedes despedirme. No trabajo para ti.
—Claro que puedo, soy la paciente. —Esta enfermera acaba de enfadarme, y mucho. ¿Cómo
me desafía de esta manera? Sé que fui muy directa y no está bien, sin embargo su forma de
contestarme tampoco es ejemplo a seguir.
—Niña, no me iré. Necesito ese dinero —sentencia. Mi corazón se encoge al ver sus ojos
llenarse de lágrimas. Pero cuando recuerdo su manera despectiva al decir «niña» la lástima da
paso a otro sentimiento y me reafirmo en mi decisión.
La mañana pasa lentamente, todavía no me asearon; como antes tenía a Ilda las enfermeras no
pasan a hacerme los cuidados matinales. Ella se hizo amiga de todos por aquí e insistió en cuidar
de todo relacionado a mi higiene personal y ahora la he echado y me siento sucia; pero me
avergüenzo de mi actitud y no me atrevo a llamar a alguien para que me ayude. A la mitad de la
mañana, el doctor Gabriel entra en mi habitación con su permanente sonrisa. Antes me parecía
simpático pero ahora me resulta cargante, está siempre intentando caer bien, lo he observado y sus
gestos no son naturales es todo una pose. Después de revisar mi pierna junto al traumatólogo me
anuncian que mis huesos soldaron bien y que mañana me quitan los hierros. Por un lado me alegro
por no verme con eso, pero por otro me preocupa lo que vendrá después.
Cae la noche y me quedo mirando la oscuridad a través de la ventana. La enfermera que Rafael
me contrató no volvió a aparecer, mi tarjeta de la televisión se quedó sin crédito y mi compañera
de habitación, con quien repartía la tarjeta, fue dada de alta y la que ocupó su lugar no demostró
interés, quedando únicamente como opción de entretenimiento mirar las horas pasar. Me es
imposible contener las lágrimas, no sé qué será de mi vida. No tengo nombre, casa o identidad,
soy un fantasma. «¡¿Dónde están mis recuerdos?! —me pregunto entre hipidos—. ¿Qué he hecho
yo para merecer esto?». La puerta se abre de golpe y rápidamente seco mis lágrimas con la vana
intensión de ocultarlas.
—¿Por qué despediste a la enfermera?
Oír esa voz no me ayuda a mejorar mi estado de ánimo. Hace días que Rafael no pasa por aquí.
Soy una persona horrible, confieso que lo de echarla fue con la esperanza de que quisiera saber el
por qué y viniera a verme. Funcionó, pero ahora lo tengo delante y no sé qué decir o hacer; vuelvo
a sentirme intimidada, su expresión refleja enfado.
—Hola… —saludo tímidamente. Él, con un gesto de mano, me insta a hablar y eso me enfada
—. No es asunto tuyo. —Siento el impulso de llevarme la mano a boca y taparla al escuchar mi
agria contestación, pero no lo hago.
—Oooh, vaya, tienes genio —dice con algo parecido a una sonrisa en la cara.
¡¿Porque está tan enfadado?! Lo liberé de una carga. No soy su responsabilidad.
—No soy tu adorado doctor, pero solo quiero tu bien.
¡¿Y este tono?! Vale, despedí a Ilda, pero si tanto la aprecia que se la lleve con él.
—Si de verdad quieres mi bien, déjame vivir mi vida —le contesto enfadada.
—Te dejaré en paz cuando puedas valerte por ti misma.
Sus palabras calan en mi corazón, denotan sinceridad. En sus ojos hay preocupación pero
también enfado y no entiendo el motivo, estoy en mi derecho. Lo hice con un objetivo pero ahora,
después de ver su reacción, empiezo a creer que hice lo correcto. Se está tomando mi caso como
algo personal y lo cierto es que no le corresponde a él cuidar de mí.
—¿Por qué me ayudas?
—Pues no lo sé.
—Vete —digo apuntando la puerta.
—Me iré, pero mañana la enfermera estará de vuelta.
Lo veo caminar en dirección a la puerta y me apresuro en contestar, quiere tener la última
palabra y no será así.
—La volveré a echar —digo antes de que salga de la habitación.
—Es tu decisión usar o no sus servicios, yo la pagaré igualmente. —Y se va, de nada me ha
servido la chulería. Finalmente ha tenido la última palabra. Mi compañera de habitación se está
riendo y eso me enfada todavía más, ella desde que llegó no me dirige la palabra, intenté en un par
de ocasiones hablarle y me ignoró. Espero que no vuelva a ocurrir, no estoy dispuesta a ser el
bufón de nadie.
—Voy a dormir. —De un tirón cierro la mampara que nos separa. Siento ganas de darme
cabezazos contra la pared.
Soy una niñata, quería llamar su atención y cuando lo tuve aquí solo dije tonterías. Acabo de
ahuyentarlo de mi lado. Menos mal que no se dio cuenta de que estuve llorando. Una enfermera
entra y al ver mis lágrimas se preocupa y llama al médico. Cuando llega, agobiada por la situación
y sin saber qué otra cosa hacer, le miento. Tocando la costilla, afirmo sentir dolor. Me aplican un
inyección y a los pocos minutos siento cómo mis ojos empiezan a pesar, mi último pensamiento
antes de dormir es el deseo de tener un sueño tranquilo esta noche. Ojalá pudiera tener eso
continuamente enchufado en mis venas.

Alguien toca mi hombro, poco a poco voy abriendo los ojos y ahí está ella. Quisiera que
desapareciera, desde que he despertado no paso más de dos días sin verla y siempre se marcha
riéndose. Esta bruja, arpía e insoportable, tiene un sentido del humor retorcido, nunca sé cuándo
habla en serio o me está tomando el pelo.
—¿Te encuentras bien?
—¿Por qué vienes a verme?, no me conoces de nada.
—El idiota de mi amigo se preocupa por ti y yo por él. —Por eso no la soporto, solo quería
una respuesta y ella ya lo ha enredado todo.
—¿Lo quieres?
—Claro.
—¿Sois…?
No puedo evitar poner los ojos en blanco y hacer un gesto de fastidio al ver que se abre la
puerta y entra Ilda.
—¿Ya te asearon? —pregunta sin mirarme si quiera.
—No —contesto de mala gana.
—Oye, ¿sueles ser así con todos tus pacientes? —Al final la pelopincho no me va a caer de
todo mal. La enfermera la mira con mala cara.
—Perdón, señora, ayer ella me echó de aquí sin el menor tacto —le contesta Ilda con un tono
muy educado.
—No voy a poner el grito en el cielo por el «señora» por culpa del tamaño de mi alianza. —
Una risa se me escapa, ambas me miran, intento ponerme seria, pero fallo estrepitosamente—. Que
no vuelva a ocurrir, trátala bien.
—Sí, señorita. —La muy loca se carcajea de la cara de la pobre enfermera. Me está dando
pena hasta a mí. Pero he de reconocer mi regocijo al ver que no soy la única víctima del humor
negro de esta mujer.
—Soy señora, pero puede llamarme Nuria.
—De acuerdo, Nuria —confirma de mala gana.
—Tú… —dice dándome un buen susto, estaba tan distraída viéndola mortificar a la pobre Ilda
que no me di cuenta de que me miraba, pero esa actitud suya seguro que no me parecerá tan
graciosa cuando la emplee conmigo—. Ya es hora de buscarte un apodo —dice riéndose.
Por un lado respiro aliviada, no se ha metido conmigo, por otro me asusta la idea de ella
buscando un apodo para mí, esta mujer parece ser muy retorcida.
—Puedes llamarme Daniela.
—¿Por qué ese nombre?
—Me gusta —contesto encogiéndome de hombros.
—Eso no me vale. —Qué mujer más desquiciante.
—Perdí la memoria —digo en tono burlón—, mis labios dijeron ese nombre y punto.
—¡Vaya, es verdad lo que dijo Rafa, la niña tiene carácter!
No sé si odio más el tono burlón, o que él le haya hablado de mí.
Las enfermeras del hospital aparecen, salvándome de las garras de esta odiosa mujer, me dicen
que dentro de nada pasarán a por mí para llevarme a quitar esta cosa de mi pierna. Ilda
rápidamente se pone manos a la obra conmigo, dejándome aseada en pocos minutos.

Al día siguiente de la cirugía entra mi médico, detrás de él aparecen el traumatólogo y el


neurólogo, parecen contentos, y por desgracia para mí no me contagio de su alegría.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta el doctor Gabriel.
—Tus huesos respondieron muy bien —dice otro de ellos—, como ves ya te quitamos las
fijaciones externas.
—¿Qué va a pasar ahora? —pregunto interrumpiendo el traumatólogo.
—Llevas unos tornillos permanentes que, en caso de molestias, se pueden remover pero lo
ideal es evitar la entrada en el quirófano.
—¿Podré hacer vida normal?
—Desde luego deportes de riesgo no, pero con sesiones de fisioterapia y fuerza de voluntad sí
podrás llevar una vida normal. —Me gusta la seguridad que transmite el médico, me da una serie
de consejos, y me pide no forzar la pierna por el momento, me recomienda por un tiempo el
auxilio de las muletas y si voy a hacer paseos largos usar la silla de ruedas. No veo mal sus
recomendaciones, de cuando vi mi pierna al abrir mis ojos a ahora solo se lo puedo agradecer, y
seguiré a rajatabla sus recomendaciones.
—Yo soy tu neurólogo —se presenta el más serio de los tres—. Como ya sabes tenías una
hemorragia interna que, para nuestra suerte, se remitió sola. Pero está el tema de tu amnesia. Esto
puede ser la señal de que algo no va del todo bien por lo que, si una vez te demos el alta sientes
dolores de cabeza constantes, mareos o vértigo acude rápidamente al hospital.
Acabo de quedarme acojonada.
—No te preocupes —dice el doctor Gabriel—. Te decimos eso para que sepas actuar en caso
de que sea necesario. Ahora viene la buena noticia. Si no presentas complicaciones, dentro de
nada te daremos el alta.
—¿Y cuándo sería eso? —pregunto con miedo.
Hablan entre ellos y me contestan.
—Dentro de dos días.
Mi mundo se desvanece, no tengo a dónde ir, no sé quién soy, no sé dónde estoy. Por lo que me
dijeron no llevaba nada encima.
¿Qué haré ahora? Fuerzo una fingida sonrisa y como puedo contesto a las preguntas que me
hacen los médicos. Cuando llega la hora de decirles si voy a vivir con alguien y si van a venir a
recogerme, avergonzada les revelo no saber a dónde ir. Se miran entre ellos y de uno en uno van
saliendo. Y por primera vez me preocupo por mí, por primera vez un sentimiento de abandono
oprime mi corazón, en mi cabeza una vocecilla grita que ahí fuera no estaré segura. Nace en mí
una sensación de miedo, es difícil de explicar pero, desde ese momento, cada vez que la puerta se
abre siento mi corazón dispararse y solo se tranquiliza cuando veo que conozco a las personas que
la atraviesan.
Cada día que pasa y veo oscurecer a través de la ventana de mi habitación del hospital, respiro
aliviada y agradezco todavía seguir aquí dentro, resguardada y protegida. Dentro de mí hay una
constante sensación de miedo, sé que en cualquier momento me veré tirada en la acera de enfrente
sin tener a quién llamar o dónde ir.
Nuria se pasó por aquí hace dos días, me alegré de que el médico amigo suyo no estuviera. Me
muero de miedo a que se lo diga. Ella está todo el tiempo llamando a Rafael para darle parte de
cómo estoy, como si yo fuera su responsabilidad. Ilda, inevitablemente se enteró de mi alta, pero
la amenacé con despedirla otra vez si abría la boca.
Los médicos y enfermeras ya casi no pasan por aquí aunque no estoy abandonada, eso nunca,
recibo las cuatro comidas diarias, por la mañana cambian mi cama, pero es duro sentirse una
carga. Mi situación da tanta lástima que algunos enfermos vienen a visitarme, algunos intentan
indagar a ver si recuerdo algo y otros me usan como su confesionario.
—Hola, ¿cómo te encuentras? —pregunta un médico que no conozco—. Ya no podemos tenerte
aquí por más tiempo, necesitamos la cama. Intentaremos ver si conseguimos identificarte con tus
huellas dactilares.
En un acto reflejo, oculto mis manos detrás de mi espalda y las lágrimas empiezan a correr por
mi rostro. La enfermera, al verme, se acerca:
—¿Te sientes bien?
No sé por qué oculto mis manos, pero las tengo cerradas en un puño y me aterra la idea de que
las toque.
—¿No quieres encontrar a tu familia? —pregunta el médico.
—No —contesto con sinceridad, no sé por qué, pero algo dentro de mí me dice que no puedo
volver con ellos.
—¿Te acordaste de algo? Si sufres malos tratos podemos ayudarte.
—No me acuerdo. Os lo juro. —La enfermera, sorprendiéndome, toma mi mano entre las suyas
e intenta reconfortarme.
—Sintiéndolo mucho tendremos que pedir ayuda a los servicios sociales.
Quizás esté cometiendo una locura, pero es lo que me pide mi corazón, creo que estaré mejor
allí.
Asiento con la cabeza y el médico sale. Agotada mentalmente, dejo caer mi cuerpo sobre la
almohada. ¿Qué me pasará ahora? Ilda me da un beso y va detrás de él. Me quedo tumbada
mirando al techo y dejo mi mente en blanco. Ya no quiero pensar, es inútil forzarme, no recuerdo
absolutamente nada. La enfermera entra con el móvil en el oído, la miro y vuelvo a lo mío; ella se
sienta a mi lado y me deja mi espacio. Me levanto para ir al baño pero creo que me he levantado
demasiado rápido y me mareo. La enfermera rápidamente aparece a mi lado y me conduce a mi
destino.
—Ilda, puedes dejarme sola…
—Tranquila, todo va a salir bien —dice ella sin hacer caso de mi orden. Yo me resigno.
—Quisiera tener tu optimismo.
—Ya verás como tendrás la vida que te mereces.
No le contesto, para mí no hay salida, ojalá hubiera muerto.
—No me despiertes cuando venga la comida —pido a la chica, que por primera vez me mira
con algo de afecto. Prefiero pensar que es eso y no pena.

Despierto asustada con el corazón disparado, tuve un sueño horrible. Desde que me he
despertado del coma mi sueño es intranquilo, pero nunca había tenido pesadillas. Parecía tan
real… En el sueño he visto cómo me tiraba delante de un coche. ¡Eso es pecado! «Alá, si atenté en
contra de mi vida, perdóname», pienso asustada. No sé por qué, pero algo dentro de mí me dice
que yo era musulmana cuando tenía una vida. Me siento en la cama y empiezo a mecer mi cuerpo
hacia atrás y adelante, intentando tranquilizar mi ritmo cardiaco. El sueño fue tan real… sentí
cómo mi cuerpo era tragado por el coche, el dolor lacerante de mis huesos rompiéndose y cómo la
vida me abandonaba. Las lágrimas resbalan por mi rostro sin control.
—¿Qué te pasa? —me interroga Nuria, me asusto al oír su voz.
—¿Por qué sigues viniendo a verme? No me caes bien —suelto sin pensarlo.
—Eso para mí no es novedad, y si te quedas más tranquila tú a mí tampoco —contesta riéndose
y demostrando que no le parece mal mi comentario.
—Eres muy rara.
—Tampoco es novedad para mí. Ilda me contó tu situación —dice con dulzura.
—Yo le pedí que no dijera nada —le reclamo de manera acusatoria.
—No…, le prohibiste contárselo a mi amigo, no a mí. Tengo una fundación y puedo ayudarte.
Oír sus palabras me hace olvidar mi enfado con la enfermera.
—¿Me ayudarías? —pregunto emocionada.
—Sí, llamaré a Rafa y…
—No… —No la dejo terminar.
—No sé qué tienes en contra de mi amigo. Él es la mejor persona que conocerás en tu vida.
—No le caigo bien —digo apocada. Ella empieza a reírse.
Se me sube la sangre a la cara, la siento arder por la rabia al darme cuenta de que bajé la
guardia y ahora soy víctima de sus burlas.
—¡Es verdad, eres una nenita! Estás ciega.
¿Como?... ¿Quién se cree que es para referirse a mí de esa manera? No sé cuántos años tengo
pero desde luego, una nenita no soy. Ella sigue hablando pero ya no le hago caso. Lo que al
principio me parecía una óptima solución a mi situación ahora parece todo lo contrario. Prefiero
ir a un centro social, esa mujer no tiene el menor respeto hacia mí, siempre está
menospreciándome y no se lo voy a consentir. Siento cuando posa su mano en mi hombro, no la
miro y la muy… vuelve a reírse.
—No te preocupes por nada, mañana vendré a por ti.
Me quedo callada, ella, sin importarle mi desplante, sale y me deja con Ilda.
—Daniela —me llama con cariño.
—Dile que no venga a por mí —afirmo enfadada también con la enfermera que ahora me ve
como a una pobre desgraciada.
—Su fundación tiene buenas instalaciones, tendrás toda la atención que necesitas, no estarás
sola…
Habla y habla, hasta que me harto:
—No me iré, no me puede obligar.
—Maldita cabezota —dice Ilda antes de salir detrás de Nuria.
Capítulo 5

Rafael
No fue fácil cerrar aquella puerta, pero ahora, con el pasar de los días, me doy cuenta de que
fue lo mejor para todos. Necesito que mi vida vuelva a la normalidad. Al ver su rostro perdí la
cordura, soy hombre adulto, ya me relacioné con muchas mujeres, entre ellas modelos y muy
guapas, pero ninguna me impresionó como el rostro angelical de aquella chica. Mi reacción fue
huir de la habitación, estaba abrumado por su belleza y ofendido por no tener su atención, su
indiferencia me estaba volviendo loco y no era capaz de encontrar el motivo por el cual me sentía
de aquella manera. Mi comportamiento estaba siendo tan ilógico e infantil que aun hoy cuando me
acuerdo me avergüenzo por no haberme portado como un hombre y haber aceptado su
indiferencia. Quizás el estar acostumbrado a que las mujeres me busquen me ha dejado el ego
inflado y al tener que lidiar con su frialdad, confundí mis sentimientos. Me apoyaré en mis amigos.
Hace semanas que no los veo, les pediré que nos reunamos en Madrid. No tengo nada importante
aquí de modo que no me quedaré en Barcelona ni un minuto más, las últimas tres semanas fueron
muy estresantes y necesito poner algo de distancia a toda esta atmósfera de remordimientos,
preocupaciones y sentimientos inexplicables.

Me hospedo en casa de Pedro, que en ningún momento me hace preguntas. A la hora de salir
escoge el Hammer, si ese vehículo hablase… seguro que más de uno de los casados se pondría
colorado delante de su mujer. Pasamos a por Rubén y Jorge y nos dirigimos a nuestro destino. Mi
primo es el último en unirse, Paula y Aroa se encargaron de los pequeños y dieron fin de semana
libre a sus maridos. No hubo discusiones a la hora de elegir dónde nos reuniríamos, por
unanimidad escogimos nuestro antiguo punto de encuentro: el restaurante de Fátima y Pelayo.
Cenamos acompañando la comida con varias botellas de vino, mis amigos saben que lo necesito.
Los comensales se van marchando hasta que quedamos solo nosotros, lo bueno de ser amigos del
cuñado de la dueña y buen amigo del otro dueño es eso. El gerente, que también nos conoce, deja
a un camarero para atendernos y cerrar cuando nos fuéramos. Todos estamos de acuerdo en no
meternos en discotecas o pubs, hoy preferimos la tranquilidad. Pasamos a las copas, hablamos de
trabajo, los casados de sus familias, Rubén de su complicada novia, y Jorge…, bueno, este se ríe
y mete cizaña. Nadie me presiona. A las tres y media de la mañana, más que achispado, suelto de
tirón lo que me está atormentando:
—Es una niña —digo de corrido. Quedo esperando la reacción por parte de alguno de ellos y
solo recibo silencio—. ¿No vais a decir nada? —pregunto algo enfadado.
—Enhorabuena, vas a ser padre —bromea Pedro.
—Lo digo en serio. —Estoy yendo por las ramas, pero no sé cómo abordar al tema.
—Se más claro. —Mi querido primo metiendo el dedo en la llaga.
— La mujer del atropello. —Sienta bien decirlo en voz alta.
—Vale, es joven, ¿y qué más? —dice Rubén.
—Parezco idiota. —Los cuatro se ríen y me doy cuenta de que lo dije en alto. No dejo de hacer
el ridículo.
—Eso ya lo sabemos —dicen todos a la vez—. También sabemos que no es eso lo que te aflige
—suelta Jorge dejándonos a todos sorprendidos, de todos es el más reservado a la hora de opinar
sobre sentimientos. Es un lobo solitario cuando se trata de relaciones amorosas, la única relación
duradera que conocemos por parte de él es con las motos, en varias ocasiones bromeamos que si
no nos tuviera sería de una banda de motoristas duros y maleantes.
—¿Qué es entonces? —pregunto cabreado conmigo mismo por haberme metido solito en esa
situación, estos capullos no me dejarán salir de aquí hasta que les diga la verdad y me siento
patético.
—¡Sabemos que solo hablas cuando te sientes preparado, tú dirás! —exclama Pedro en modo
padre.
—Fue un error… —prosigo sin ser capaz de formular ninguna frase completa.
—¿De qué mierda estás hablando, Rafael? —dice Miguel dando un manotazo en la mesa y
elevando la voz—. Te estás comportando como un niño.
Quisiera contestarle en el mismo tono, no obstante tiene toda la razón. Si digo que me marcho
ninguno intentará impedírmelo. Pero no es justo. Miguel vino de Valencia, Jorge de Marbella y
Rubén de Asturias para acompañarme. Así que pido la botella de whisky, me sirvo a gusto, lo
bebo de un solo trago, vuelvo a llenar el vaso, repito la acción y suelto:
—Los ojos de aquella chica no salen de mi cabeza.
—Ni de la mía, lo busqué en Google porque no me imaginé que hubiese tal cosa —declara
Pedro para aligerar mi nerviosismo.
—No es eso.
—Lo sabemos —afirman todos a la vez con voz cansina y alguno que otro poniendo los ojos en
blanco.
Miro a cada uno de ellos, estos hombres son la mejor familia que pude encontrar a millas de
distancia de mi familia sanguínea. Cada uno aporta al otro lo que le falta. Yo desde siempre tuve
dificultad para expresar mis emociones, por eso odio las discusiones.
—Cuando le quitaron las vendas, aun teniendo moratones, me quedé impresionado con su
belleza.
—¿Y…? —interroga Miguel, que hoy está más tocapelotas que de costumbre.
—Me sentí celoso por ser ignorado por ella, cuando con el doctor es todo sonrisas.
—¿Dónde está el problema? —pregunta Jorge.
—¿De verdad me estás preguntando eso? Es una cría y no nos conocemos de nada.
—Acabas de darte tú mismo la respuesta —manifiesta Rubén.
—¡No lo pillo!
—No la conoces, te preocupaste por ella, pero no hiciste nada por conocerla. Te dedicaste a
estar allí. El médico le dio conversación, se interesó por ella, es normal que haya confiado en él y
en ti no —me echa en cara Pedro que, como casi siempre, tiene la razón.
—¿Y por qué sentí celos? —Mierda, eso debería de haber sido una charla entre yo y mi
conciencia, pero por la cara de mis amigos, realmente hablé en alto otra vez.
—Porque es un bellezón y tú no estás ciego —afirma Jorge en plan guasa.
De ahí en adelante la conversación continúa con cada uno de ellos dando su punto de vista
acerca de cómo siempre estoy involucrándome en cuerpo y alma en ayudar a todos aquellos que
creo que están en situación desfavorecida, enumeran las veces que trabajé gratis y pagué los
costes de mi bolsillo. Se atropellan hablando con tal de convencerme de que era normal sentirme
de esta manera. Nos quedamos charlando hasta las cinco de la mañana. El sábado por la noche
salimos de fiesta como no hacíamos desde hace tiempo, yo y Jorge somos los únicos solteros,
Rubén afirma que él también, nos revela que su «amiga» no quiere formalizar la relación, sin
embargo, se aleja de nosotros dos y se queda en el bando de Pedro y Miguel dedicándose a la
bebida. Varias mujeres intentan ligárselos, sin ser descorteses las rechazan. Son hombres muy
enamorados de sus mujeres. Poco tiempo atrás soñaba con eso, pero para mi suerte era solo un
espejismo. El domingo almorzamos todos en casa de Pedro y, para completar el grupo, Daniel
llegó por sorpresa con su familia y todo volvió a la normalidad. Con el apoyo de mis amigos
encontré consuelo, no diré que no me acuerdo de ella, pero ya no es de la misma manera.

Ya pasaron algunos días desde mi vuelta de Madrid y me tomo la vida con más tranquilidad,
aunque como no podía ser diferente me encontré con el despido de Ilda. Me enfurecí al recibir su
llamada, pero lo solucioné; es una cabezota, insiste en no querer aceptar mi ayuda, pero no le
sirve de nada. Seguiré pagando por sus servicios pero me mantendré alejado y centrándome en mi
trabajo, pediré ayuda a Nuria con eso. Quizás este metiendo la pata hasta el fondo, la relación
entre las dos no es amistosa precisamente pero sé que no hay persona en el mundo que la pueda
ayudar más que mi amiga. Que Dios se apiade de Daniela.
Después de un largo día de trabajo, subo al coche. No conduzco a mi piso, no deseo estar solo.
Estoy bien conmigo mismo, pero hoy no deseo irme a casa, tomo la dirección de la casa de mi
amiga. Ya soy conocido en su casa y entro directo. Llego al salón y la encuentro entre los brazos
de su marido recibiendo mimos, si no la conociera diría que es una mimosa consentida, no
obstante ella de mimosa no tiene ni la voz, es todo un torbellino.
—Perdón, me dieron paso —me justifico avergonzado por haberlos interrumpido.
—Bien por ellos, tú y nuestra familia no necesitan ser anunciados —dice mi amiga con una
bonita sonrisa en la cara.
—Yo me retiro, me da a mí que aquí sobro —dice Damián.
—Chico listo. —Ella le da un beso y un azote en el culo echándolo del salón.
—Necesito que me eches una mano —le digo cuando nos quedamos solos.
—Suéltalo.
—La chica del atropello no quiere mi ayuda.
—¿Qué paso?
—Es una cabezota.
Le cuento todo lo que viene ocurriendo, ocultando algunos detalles irrelevantes.
—Mañana paso a verla —decide ella tras escucharme.
Sin querer robar más tiempo junto a su marido, subo hasta la habitación de Eva, que se está
haciendo toda una mujercita, le doy un beso y me voy.

¡No me lo puedo creer! ¿Cuándo voy a tener un día de paz y tranquilidad? ¡Hace solo unos días
que aceptó la vuelta de la enfermera y ahora esto! Aquella niña quiere acabar con mi cordura.
Tengo un cabreo monumental. La muy cabezota ya debería haber abandonado el hospital y no dijo
nada. Y ahora que lo sabemos se niega a aceptar la ayuda de mi amiga prefiriendo ir a un centro
social. Quisiera tener la frialdad de dejarla ir, pero no puedo. Y aunque me joda reconocerlo, mis
amigos tienen razón: yo siempre quiero estar salvando a la gente. Ahora me encuentro en un
maldito avión de regreso a Barcelona para arreglar la situación de esa loca. Lo peor es que solo
tengo cuarenta y ocho horas para ello. Estaba acompañando a uno de nuestros clientes a cerrar una
fusión muy importante con una gran empresa en América, tengo que estar de vuelta mañana por la
mañana, por lo tanto tengo horas para solucionarlo todo y coger el avión de regreso.
A las diez de la mañana estoy entrando por la puerta del hospital, sin pestañear me encamino
en dirección a su habitación. Cuando estoy llegando veo salir al Doctor Sonrisas. Mi humor, que
ya no era bueno, se vuelve horrible. Él, al verme, se para a esperarme.
—¿Vienes a despedirte de Daniela?
—¿Y dónde va ella? —espeto mirándolo con entrecejo arrugado.
—Creía que ya lo sabías, ella no quiere ir con Nuria, y una amiga, como un favor, la va a
acoger en…
—Ella se viene conmigo a mi casa —afirmo sin dejarlo terminar la frase. ¿Pero qué mierda
acabo de hacer?
—¿Crees que es lo correcto?
—Lo mismo te digo. —No le doy tiempo a replicarme. Entro en la habitación y la veo
discutiendo con la enfermera.
—Ilda, organízalo todo y recoge vuestras pertenencias que nos vamos.
—Yo no voy a ningún sitio contigo —dice ella enfadada.
—O te vienes conmigo o a una casa de caridad llena de enfermos. —Eso acabo de
inventármelo, por nada en el mundo la dejaría ir a otro sitio que no fuera a mi casa. Hoy no dejo
de decir y hacer tonterías.
Con muy mala cara el médico me entrega el alta junto a las recomendaciones a seguir. La
despedida entre ellos es emotiva. No me gusta ver el rollo entre los dos y su cercanía, mi
salvación al incómodo momento es el celador que entra con una silla de ruedas para ella.
—Tienes mi número, si necesitas algo llámame.
—Es hora de irnos —digo posicionando la silla entre ellos. Espero no presenciar más
momentos como este. Me hubiera quedado a gusto si pudiera decirle que ella no va a necesitar
nada de él, pero seguro que si abro la boca para decir algo en su contra Daniela se pone hecha una
furia.
La ayudo a acomodarse en el asiento de atrás del coche y Ilda se sienta delante. La enfermera
está como más relajada, creo que al verse obligada a guardar el secreto de Daniela estaba tensa.
—Ilda, por favor ven conmigo detrás, me siento algo mareada.
—¿Entramos a que te miren? —pregunto preocupado.
—No creo, señor, yo la veo bien —contesta Ilda, sin moverse del sitio.
Me da a mí que la convivencia no va a ser nada fácil. Daniela echa una mirada a Ilda, quien
rápidamente se levanta y pasa al asiento de atrás.
—Rafael, ¿dónde me llevas?
—A mi casa.
—Llévame a la fundación de Nuria.
—No, y no se discute más.
—Mandón, solo iré porque quiero —la oigo decir por lo bajo. En mi rostro brota una sonrisa.
No sé por qué, pero ese gesto del todo infantil me encantó. Me da a mí que mientras ella esté en
mi casa mi tranquila vida va a sufrir un gran cambio.
Me alegro haber hecho caso a Nuria y haber alquilado este piso enorme. Tiene dos suites y dos
habitaciones, una de las cuales uso como despacho. La conduzco hasta la suite que está vacía. Les
enseño el cuarto de baño; es simple, con un plato de ducha, no obstante parece encantarle. La
conduzco hasta el mini vestidor y su cara cambia. Me regala un intento de sonrisa y vuelve a la
habitación, entonces veo su pequeño bolso de viaje y caigo en la cuenta de que no tiene nada de
vestir. «En menudo lío me he metido». No le digo nada porque de seguro pondrá el grito en el
cielo, pero a mi vuelta la llevaré de compras. Las dejo acomodándose y me voy a la cocina a ver
lo que hay para comer, tengo una persona que viene tres veces a la semana a limpiar y dejarme
unos cuantos tuppers preparados. En el congelador hay una infinidad de ellos, pero son raciones
únicas. Otra cosa más a la lista, comprar comida para tres. De pronto escucho un fuerte gemido y
corro a ver qué ocurre. Cuando llego, lo que encuentro me apena, ambas chicas están en el suelo.
—Agárrate a mí —digo acercándome a Daniela. Con las lágrimas a punto de escaparse acepta
mi ayuda sin rechistar.
La acomodo debidamente. Verla llorar a causa del dolor me parte el corazón, siento ganas de
abrazarla. Voy a ayudar a Ilda y ver cómo se encuentra. La enfermera se incorpora por sí misma y
corre a por un analgésico, murmura algo ininteligible. Salgo de la habitación y voy a encargar
víveres para las dos. ¡Esto es una puta locura! Estaré cuatro días fuera y acabo de meter a dos
extrañas en mi casa y por si fuera poco las dejaré solas.
Estoy encargándome de todo cuando, al terminar con unas cuantas llamadas, veo que mi ángel
de la guardia entra por la puerta, cargada de bolsas y con un hombre detrás de ella llevando una
silla de ruedas.
—¿Qué haces aquí?
—Salvarte el culo —responde Nuria.
—Tengo todo bajo control. Ya pedí la compra por la web; avisé a mi portero de que, si
necesitan algo, se lo facilite; contacté con un taxista que tiene un coche adaptado y le dejé sobre
aviso por si ellas requieren sus servicios… Los medicamentos están todos comprados y dan de
sobra hasta mi vuelta pero si necesitan algo, Ilda solo tiene que decírselo al portero. Está todo
controlado —repito orgulloso.
—¿Seguro? —pregunta alzando una ceja.
—Sí.
—¿Cuántos paquetes de compresas y tapones pediste?
Mierda…, de eso sí que no me he acordado para nada, y por supuesto Nuria ya se dio cuenta
de ello. Mejor coger el toro por los cuernos.
—No pedí —afirmo reconociendo mi fallo.
—No te sulfures, es normal, yo ya me encargué de todo para su higiene personal.
—¿Cómo sabes que están aquí?
—Gabriel me llamo avisándome.
Tendré que regalarle un buen vino a aquel impresentable.
—Gracias. —La tomo por la mano y la abrazo, cuando nos separamos ella medio se desfallece
—. ¿Te pasa algo?
—No te preocupes, estoy bien.
—Mientes, estas pálida, ¿llamo a Damián?
—No… —dice abriendo mucho los ojos.
—¿Estáis peleados? —interrogo preocupado.
—Aunque esté enfadada con él, estamos bien —se defiende ella.
—¿Por qué estas enfadada con él?
—Una vez más, él se salió con la suya.
—¿A qué te refieres? Dime el motivo por el que tendré que arrancarle la cabeza.
—El muy cabrón me dejó preñada.
Me quedo mudo, las palabras no me salen. Soy un amigo de mierda. Mi mejor amiga está
embarazada y no lo sabía.
—¿Y por qué solo me entero ahora? ¿Quién más sabe? ¿De cuánto estas?
La muy loca se carcajea.
—Creo que ni mi marido va a reaccionar así —dice con las lágrimas escurriéndose por su
rostro.
—No me hace gracia, deberías habérmelo dicho.
—Lo intenté, fuiste la primera persona a la que llamé cuando vi el resultado positivo, pero
ocurrió el accidente y… —se encoge de hombros.
Joder…, eso era lo que quería contarme cuando iba en el coche. Me olvido de que tengo a
Daniela en una habitación de mi casa y me centro en Nuria, que me abre su corazón y me cuenta
sus miedos e inseguridades. Para empeorar la situación, Nimay se fue pasar una temporada con su
familia y la muy loca lleva callada todo este tiempo y pasando por todo eso sola.
—¿Sabes de cuánto estás? —pregunto intentando acercarme para acariciar su barriga, pero no
me deja.
—Estoy de casi seis meses, no percibí ningún cambio en mi cuerpo.
—Sé más explícita —digo para que suelte lo que tiene atascado en la garganta.
—Sigo teniendo la regla, la médica dijo que es normal. Solo me fue a hacer un chequeo porque
tuve uno de esos vahídos que acabas de ver.
—Si lo dijo es porque no lo es. —Intento sin mucho éxito tranquilizarla pero no logro nada,
realmente es impresionante, está igual que siempre, no tiene nada de barriga. Me preocupa que su
marido todavía no conozca la noticia, la animo a revelárselo cuanto antes. Damián se pondrá loco
de contento y la volverá loca a ella, todo sea dicho. De seguro la meterá en una jaula de diamantes
con tal de protegerla a ella y al bebé.
Capítulo 6

Daniela
Estoy volviéndome loca, si antes no tenía poder de decisión, ahora me siento como una niña.
Mi relación con Ilda dio un giro de ciento ochenta grados. Cada vez que tenía oportunidad me
daba una mala contestación pero desde el día en que me vio desesperada por no tener adonde ir,
se transformó. Aunque no sepa cuántos años tiene no creo sea mucho mayor que yo, y sin embargo
ahora parece mi madre. Está todo el tiempo preguntando si necesito algo, si siento dolor o tengo
hambre. La caída, por mi cabezonería, todo sea dicho, hizo retroceder mi recuperación. Aunque no
se lo haya dicho siento punzadas en la pierna y picores donde tengo los tornillos, y por ello
prefiero quedarme en la cama en reposo, pero no está en los planes de Ilda, que insiste en sacarme
a tomar el sol. ¿Y cuál es mi sorpresa? Después de todo un día encerrada en la habitación sin salir
de la cama, al llegar al salón lo encuentro totalmente despejado, únicamente con un sofá de tres
plazas, todo lo demás ha desaparecido. La sangre me hierve; por mi culpa Rafael está cambiando
toda su vida. No hago preguntas, no hace falta ser un genio para saber quién fue la encargada de
los cambios, sé de sobra que se trata de Nuria. Ayer estuvo aquí todo el día. No sé si la aprecio o
si la odio, ella no pierde oportunidad de meterse conmigo y de hacer bromas de mal gusto y eso
me enfada muchísimo. Al final acabamos discutiendo y termina siempre de la misma manera, con
ella riéndose de mí, pero al mismo tiempo se preocupa por mi estado. Aun teniendo a la
enfermera, me escribe constantemente preguntando si necesito algo, si tengo dolores y si tomé mi
medicación. Iba pedir el móvil para llamarla y decirle que traigan los muebles de vuelta, pero
recapacité. Esa mujer es como la guardiana de Rafael, y en cualquier momento aparecerá por aquí,
lo cual no me viene del todo mal. Así me entretengo un poco discutiendo con ella, aunque soy
consciente de que tengo la batalla perdida; no me va a hacer caso. Todo sea con tal de pasar el
tiempo.
Me llevo otra sorpresa cuando la puerta del ascensor se abre y el portero, un joven muy guapo,
corre a nuestro encuentro y nos trata por nuestros nombres. Yo me lo quedo mirando sin entender
nada, ahora mi cuidadora es todo sonrisas. Con la ayuda del hombre, salimos a la calle. Antes de
que él vuelva a sus quehaceres, los dos intercambian algunas palabras; creo ver entre ellos algo
de flirteo. Yo me dedico a disfrutar de las vistas, el piso de Rafael está en una zona tranquila y
muy bonita, Ilda empuja mi silla y emprendemos el paseo calladas. Las calles son limpias, hay
niños jugando con sus bicicletas, balones y patinetes, sus sonrisas y alegría al verse libres jugando
sin preocupación me tiene cautivada. Todo es perfecto hasta que veo venir un coche de reparto.
Me entra el pánico, siento un sudor frío, mi boca se reseca y empiezo a hiperventilar.
—¡No dejes que me lleve! —digo asustada sin quitar el ojo del coche que viene en nuestra
dirección—, quiero volver al piso —afirmo intentando dar la vuelta a la silla.
—Daniela, ¿qué te pasa? —pregunta la enfermera con preocupación.
—Escóndeme, escóndeme —repito una y otra vez.
Intento ir por mi cuenta pero las fuerzas me fallan, la caída fue un gran retroceso. Ilda, al ver
las lágrimas en mi rostro, da la vuelta lo más rápido que puede y vuelve conmigo al piso. Para
hacer el momento más desesperante, nada más entra en la recepción del edificio veo a Nuria con
su sonrisa burlona y su pelo de colores. Ella, al vernos, nos pide que esperemos y suelto un
bufido. ¡Cómo me encantaría perderla de vista un ratito!
—¿Pero ya estáis de vuelta? Si acabáis de salir —comenta el portero.
—Daniela vio una furgoneta de reparto y le entró un ataque de pánico —le contesta la lengua
suelta de Ilda.
Resoplo, harta de tener mi vida en las manos de los demás y dejo caer los hombros, ahora me
van a acribillar con preguntas que no podré responder. Sigo sin recordar nada, lo único que sé es
que mi corazón, al ver aquel coche, es como si quisiera salirse de mi pecho y sentí mucho miedo;
aparte de eso nada más. Bajo la atenta mirada de mis dos guardianas entramos en el ascensor.
Nuria está escribiendo en el móvil, me imagino que está dando el parte a su amigo. Entramos en el
piso e intento escaparme de ellas, giro las ruedas de la silla para ir a la habitación que ocupo pero
de nada me sirve: a los pocos minutos entran las dos, una con un vaso de zumo y pastillas y la otra
con el móvil en la mano y cara de que me va a hacer un señor interrogatorio.
—Antes de que pregunten, no me he acordado de nada.
—¿Qué te paso entonces? —pregunta la enfermera visiblemente preocupada.
—No sé, solo sé que al ver aquel coche sentí miedo, mucho miedo.
Se miran interrogativas entre sí pero me dejan tranquila, cosa que agradezco.

Dos días después llega Rafael pidiendo disculpas por haberse retrasado. Es una buena
persona, entre nosotros sigue sin haber una comunicación fluida, pero lo cierto es que se preocupa
por mí. Con mi enfermera, en cambio, es todo lo contrario, entre ellos dos cada día hay más
complicidad. Ríen el uno con el otro, bromean… y no me gusta.
Poco a poco y con la ayuda de la fisio empiezo a poder dar pequeños paseos por la casa con
muletas. Me estoy esforzando mucho para curarme e irme de aquí cuanto antes. Soy un estorbo y
estoy frenando la vida de Rafael, por mi culpa ya no tiene privacidad en su propio hogar.
Los días van pasando y cada vez me siento mejor, he de reconocer que el tener el camino
despejado me ayuda a ir por el piso con más seguridad. Tengo el miedo constante de golpearme la
pierna, muchas veces es mejor no mirar en internet sobre algunos temas. Tuve la excelente idea de
buscar y lo que descubrí me hizo tener miedo. Unos días atrás, Ilda se inventaba cualquier excusa
para bajar y algo me decía que era por el portero, pero ahora es todo ojitos a su jefe y dentro del
piso soy la tercera en discordia, cuando lo tenemos delante su comportamiento cambia y se vuelve
mucho más atenta. Él y yo seguimos como siempre, pocas palabras y mucha distancia.
Este fin de semana se me va a hacer más largo, será el primero a solas con él. Como me siento
mejor, le he dicho a Ilda que viniera de lunes a viernes sin la necesidad de mandar una sustituta
para el fin de semana.
Me hice la dormida cuando la vi entrar en el baño con sus cosas y hasta que no sentí la puerta
de la habitación cerrarse no me giré, ella tampoco se acercó a mí. Supongo que ya se habrá ido y
no volverá hasta el lunes, como le he dicho.
Estoy aburrida, enciendo la televisión y no encuentro nada que me apetezca ver, ni mi serie
favorita es capaz de captar mi atención, así que decido dar un paseo por la casa. Cojo las muletas
y salgo de mi habitación. Lo que encuentro en el salón me hace sentir rara: ambos están sentados
en el sofá muy juntos, con un enorme bol de palomitas en las piernas de ella, viendo una película.
—Hola, Daniela —dice Rafael. Ilda ni siquiera me mira. Me imagino que por la vergüenza de
haberse quedado pese a que le he dicho que no era necesario. No me esperaba eso por su parte.
—Hola —contesto dando la vuelta para volver a mi cárcel.
Me parece que ella va a por todas y mi interrupción no le hizo nada de gracia. Antes de que
pueda concluir con mi plan de huida, lo tengo a mi lado.
—Pregunté por ti e Ilda dijo que ya estabas dormida.
—Sí, es así, la medicación… —le contesto mirando a la enfermera que ahora me mira con los
ojos como platos. La muy… ¡Le mintió! Ella sabe perfectamente que yo fingía, conoce mi
dificultad para dormir.
—Me imagino que ahora no tienes sueño, ven a ver la película con nosotros.
Pienso en rechazar, pero al ver cómo Ilda me mira con mala cara y resopla, acepto la
invitación y permito que Rafael me ayude a acercarme al sofá. Para acabar de estropear su noche,
le indica que se ponga en una esquina y me coloca a mí en el medio. Ilda, por primera vez desde
que llegamos a esa casa, me echa una mirada de rabia. Finge un bostezo, se excusa diciendo tener
sueño y al pasar a mi lado, «accidentalmente» da un pequeño golpe en mi pierna y se retira.
Nosotros no hacemos ni decimos nada para que se quede, los motivos de él los desconozco, los
míos están más que claros: por mentir con relación a mí.
La película se me hace aburrida y acabo quedándome dormida sobre el hombro de Rafael; me
resbalo, parando sobre su pecho. Me despierto, pero me gusta la sensación y me quedo donde
estoy. Él no se mueve. Me parece estar conteniendo la respiración, el oír los latidos de su corazón
me reconforta como nada lo ha hecho hasta ahora y me lleva a hacer una locura. Finjo moverme y
le doy un suave beso en el pecho sin que se dé cuenta. Pero infelizmente todo lo bueno se acaba:
después de ver todos los créditos me despierta y tengo que volver a mi habitación.
—¿Buenos días?
—Buenos… —contesto mirándolo con cara de susto.
Rafael está muy extraño, esta mañana se ha despertado muy comunicativo y yo no sé cómo
manejar eso, es una situación nueva para mí.
—¿Por qué me miras así?
—¡Estás muy raro! —digo riéndome y contagiándole a él.
—Estoy feliz. Vístete, vamos a salir.
—¿A dónde vamos?
—Es sorpresa.
Lo miro con una gran sonrisa, me gusta la idea de que me quiera dar una sorpresa. Con la
ayuda de mi muleta voy a mi habitación, me dirijo a al armario y escojo un vestido largo que me
trajo Nuria, perfecto para ocultar mis piernas. Rafael me contagia su alegría, es la primera vez
desde que me he despertado en la cama de aquel hospital que me siento feliz.
—¿Por qué te cambias? —pregunta Ilda.
—Voy a salir.
—¿A dónde?
—No lo sé, es cosa de Rafael.
No doy importancia a la manera en que Ilda abandona la habitación, si tiene alguna queja que
vaya a hacerla a su jefe. Me visto, voy al baño y recojo mi larga melena en una coleta. Cojo el
maletín de maquillaje que trajo Nuria, abro la paleta de colores para los ojos y me río. No tengo
la menor idea de cómo se usa todo eso, ya jugaré a las maquilladoras en otro momento, ahora no
me arriesgaré a parecer un payaso. Rebusco entre todos los productos y cojo el carmín rojo
combinando con el estampado de mi vestido; me encanta cómo me queda. Ilda entra cerrando la
puerta con algo más de fuerza.
—¿Te pasa algo? —le digo.
—No es cosa tuya —me responde de malos modos.
—¿Por qué me tratas así? ¿Qué te hice?
No me contesta, entra en el baño, se encierra dentro y cuando sale está arreglada.
—Estas preciosa.
—No estoy invitada al paseo. Hasta el lunes. —Furiosa, abandona la habitación.
Me quedo mirando sin entender nada, se comporta como si fuera culpa mía. Pero yo no sabía
nada de eso. Pero tampoco voy a amargar mi día por una persona como ella, la verdad. No me
alegra que se vaya así, nuestro principio no fue agradable, pero cuando estuve mal fue muy
cariñosa y atenta conmigo. Pero últimamente, todo ha cambiado. No sé por qué razón de unos días
aquí es otra persona.
Llego al salón y Rafael ya me está esperando vestido con unos jeans, una camiseta que le
queda un pelín pequeña y se adhiere a su cuerpo enseñando sus marcados abdominales y playeras
en los pies. Ya percibí que a la primera oportunidad se viste de ropa informal y le sienta genial.
Es tan distinto a verlo en traje… y me gusta más así. Carraspeo, alertando de mi presencia. Me
mira y agranda los ojos teatralmente.
—¡Pero qué bellezón tengo aquí!
Siento como mis mejillas se ponen calientes por la vergüenza. Es la primera vez que él me
dice un piropo.
—Si ya no me necesitan, me voy —rezonga Ilda interrumpiendo el momento.
—Hasta el lunes —contestamos a la vez.
Ella sale delante de nosotros sin que ninguno dé importancia a su mala actitud, la verdad es
que al ver su conducta prefiero que no venga con nosotros. Ilda me demostró tener buen corazón,
pero su comportamiento no está siendo de mi agrado.
Llegamos abajo y me encuentro con un coche adaptado para personas con movilidad reducida,
estoy usando las muletas pero se ha empeñado en llevar la silla de ruedas. Me acomodo, Rafael se
asegura de que llevo el cinturón de seguridad bien puesto, se sienta detrás del volante y arranca.
—¿Y este coche? —pregunto temiendo la respuesta, ya percibí que este hombre no mira por el
dinero.
—Es alquilado, me apetecía conducir contigo al lado.
Mi corazón se acelera. Es raro, pasé de sentirme intimidada por él a tener taquicardia.
«Daniela, céntrate». Por primera vez mantengo una charla fluida con él. Así descubro que no es
para nada una persona seria, tiene sentido del humor. Me deja claro que lo mantienen informado
sobre mí, conoce cada detalle de mi día, mis gustos, manías y afición a la revistas y programas del
corazón.
Finalmente, llegamos a nuestro destino. Se trata de una casa preciosa, aunque bien mirado, de
casa nada… eso es una mansión, hay algunos coches aparcados y niños corriendo de un lado a
otro en bañador.
—Rafael, llévame de vuelta —le pido aterrada, tengo miedo de ponerle en evidencia sin
querer. No sé quiénes son estas personas, tampoco sé si sabré comportarme en este círculo.
Quiero volver al piso.
—No, vamos a pasar el día con mis amigos.
—Tú lo has dicho, son tus amigos, pero no los míos. ¡Esa gente no me conoce!
Mientras espera a que le abran el portón se gira hacia a mí, pasando su mano sobre mi brazo y,
haciéndome sentir cosquillas en la barriga con ese gesto, me dice:
—Tranquila, sí que te conocen.
Oírlo decir eso, lejos de tranquilizarme solo me pone más nerviosa, no quiero estar con sus
amigos. No me trataron mal, todo lo contrario, me tratan con tanta familiaridad que me siento fuera
de lugar. No me acuerdo de quién es quién, solo me acuerdo de Nuria y Paula, la primera por
chinchona y la segunda por su dulzura y atención. Todo lo que tengo en mi mente es lo vivido
desde que salí de aquella UCI y siempre rodeada de su gente. No me da tiempo a reafirmarme en
mi deseo de volver al piso. En un visto y no visto, estamos dentro de la propiedad y con la
apisonadora Nuria abriendo la puerta del coche del lado de Rafael.
—Creí que no ibas a venir —le dice algo enfadada.
Es la primera vez que la veo así.
—¡Tranquila, fiera! —exclama Rafael con tranquilidad.
—Eso fue lo que me dijiste.
—Si no soy bienvenido, me marcho ya mismo.
—No me seas… sabes que quería que estuvieras aquí hoy.
Como no podía ser diferente Nuria me mira con su habitual sonrisa burlona.
—¿Puedo bajar? —le pregunta, y ella se hace a un lado.
—¡Hola, Daniela! También me alegro de verte. Bienvenida a mi casa.
¡Vaya! ¿Está loca vive en ese casoplón? A falta de saber qué decir, prefiero callarme. Rafael
se acerca a ella, la abraza y le da un beso en la frente. Una de las niñas sale corriendo y se arroja
hacia él, que la coge al vuelo y la hace girar, arrancándole una sonrisa.
—Hola, Nuria… —saludo desganada.
Cuando él decía que íbamos a ver sus amigos pensé que se refería a los abogados. Ni se me
pasó por la cabeza que podía ser esta pesadilla de mujer.
—Daniela, esa es mi preciosa ahijada, Eva —me dice Rafael, presentándome a una niña rubia
muy guapa.
—Hola, Dani. ¿Te puedo llamar así?
Oír ese diminutivo me hace sentir algo. No es una sensación molesta… no sé cómo describirlo,
pero me gusta cómo suena «Dani».
—¡Claro!, me encanta —le contesto con sinceridad.
Tres niños más se acercan a nosotros y Eva me los presenta uno a uno. Se trata de tres
hermanos: Nerea, la mayor, y los mellizos Joel y Mateo. Son niños muy simpáticos, es una pena no
poder decir lo mismo de su tía, que los mira con la baba colgando. De la casa sale el marido de
Nuria acompañado de dos parejas, una joven y otra más mayor. Después de los trámites de
cortesía, pasamos adentro.
Al principio me siento fuera de lugar, pero entre todos logran que me vaya relajando y me
atreva a participar. Las parejas restantes son los padres, hermano y cuñada de Nuria. Me siento
incómoda cuando la sobrina de la anfitriona pregunta si no van a la piscina y todos se miran entre
ellos. Después de un silencio extraño, contestan que no. Con tristeza me doy cuenta de que
rechazan la invitación por mí. Mis ojos se humedecen a causa de la impotencia. Me excuso y voy
al baño, no tengo problemas en encontrar uno en la planta baja. Al entrar me quedo alucinada, es
casi del tamaño de mi habitación en casa de Rafael. ¡Dentro hay un sofá! ¿Quién en su sano juicio
pone un sofá en el baño? ¿Para que esté uno sentado en el trono y el otro sentado tranquilamente
charlando? ¡Los ricos y sus excentricidades!
—No te las des de importante, no nos bañamos porque no nos apetece —dice una voz a mi
lado.
Esta mujer es un gran…, grano en el culo. ¿En qué momento ha entrado que yo no me di cuenta?
¡Con lo bien que estaría yo en el piso ahora!
—¿Por qué no me dejas en paz?
—Estoy embarazada —suelta sin más.
—Enhorabuena —le digo sin saber qué otra cosa añadir.
—¿Me dices solo eso?
—¿Qué quieres que te diga?, no recuerdo haber estado preñada.
—¡Desagradable! Estoy acojonada, mi familia y mi marido no lo saben.
Por primera vez siento ganas de abrazar a esa mujer, se la ve asustada, aunque no lo entiendo
muy bien, tiene una hija.
—Por la manera en que te mira tu marido estoy segura de que se pondrá muy feliz.
—Ya verás su reacción. —Sin decir nada más, reposa su mano sobre mi espalda y me conduce
al salón.
Llegamos al salón al mismo tiempo que llega una tal Nathalie, la mujer se parece a una de esas
modelos que veo en las revistas. Su entrada en el salón es todo un acontecimiento, todos se la
quedan mirando pero al parecer ella solo tiene ojos para Rafael, que es todo sonrisas. La mujer
hace un saludo general a todos y va en dirección a él, lo abraza y no lo suelta… y él se olvida de
mí. Para la hora de comer ya somos muchos; llegaron los abuelos, padre y hermano de Damián, la
única extraña soy yo pero en ningún momento me hacen sentir como tal, aunque no puedo quitar el
ojo de Rafael y su amiga, ella no le deja solo ni un minuto y él tampoco hace nada por alejarla.
Llega la hora de la comida y pasamos a un gran comedor, nos sentamos alrededor de una
amplia mesa alargada. Rafael por fin se acuerda de mi presencia y se sienta a mi lado, y veo cómo
la tal Nathalie corre a hacerlo del otro. A la mujer solo le falta colgarse un cascabel en el cuello
para llamar su atención, es como una lapa. Mi humor, que hasta antes de su llegada era bueno,
ahora ya no lo es tanto. Deseo volver a casa cuanto antes, y nada más terminemos de comer lo haré
saber.
—Familia —llama la atención Nuria—. Os quiero decir algo.
—¿Que te pasa pequeña? Te veo pálida —dice su marido preocupado.
—Maldito cabrón, es tu culpa. Te odio.
—¿Qué…? —pregunta el pobre hombre asustado. En la mesa no se escucha ni un susurro. El
único que sonríe es Rafael.
—¡Estoy embarazada! Y es tu culpa.
Damián da un salto en la silla, la atrapa entre sus brazos y empieza a hacerla girar de felicidad.
—Para, vas a hacer daño a mi nieto o nieta —reclama uno de los abuelos.
Rápidamente Damián para y la vuelve a sentar y pregunta una y otra vez si se encuentra bien.
Vuelve a quedar todo en silencio, yo siento ganas de salir corriendo. Definitivamente no pinto
nada aquí.
—¿Y por qué solo me entero ahora? —pregunta el marido.
—Porque es cuando te toca saberlo —contesta ella sin amilanarse.
—Seguro que Rafa y Nimay lo saben.
—No vas desencaminado —contesta poniendo los ojos en blanco.
—¿Por qué ellos supieron antes que yo?, yo soy el padre.
—¡¿Seguro…?! —lo desafía ella enarcando una ceja.
Todos en la mesa empiezan a reírse, yo sin entender nada miro a uno y a otro en busca de
respuestas.
—Si, estoy muy seguro, y como castigo te haré…
—Damián… —le grita su padre haciéndolo callar.
—Se acabó conducir por ahí sola, el lunes iremos al médico, contrataremos más servicio,
pondremos un administrador en….
—Calla —le ordena seria—. ¿Ves, Daniela? Es un loco controlador.
Todos me miran sin entender nada, me rio al ver a Nuria mirando a su marido con mala cara.
Él la coge por la cintura, la sienta en sus piernas y la besa. Lo que al principio parecía ser una
discusión entre marido y mujer se transforma en una enorme celebración, en donde yo y Nuria
brindamos con zumo, ella por estar preñada y yo por culpa de los medicamentos. Así, poco a
poco, conozco otro lado de esta loca mujer. Es una persona sumamente solidaria que ayuda a
mucha gente, la que pensé que era su hija lo es, pero es adoptada. Hablando con ella y prestando
atención a las conversaciones, descubro un sinfín de cosas más que me dejan con la boca abierta.
Al final, por la tarde, todos van a la piscina. Ver a Rafael en bañador despierta la alegría de
Nathalie, que no deja de poner su silicona en su cara, pero veo que él la rehúye. Les evito y me
quedo charlando con los padres de los anfitriones; juntos admiramos la alegría y unión de toda
aquella gente que, sin conocerme de nada, me han hecho sentir una más entre ellos.
A la hora de marchar me da pena, he pasado un magnífico día.
Capítulo 7

Rafael
El comportamiento de la enfermera con Daniela no está siendo para nada de mi agrado.
Después del maravilloso fin de semana que pasamos juntos, nuestra relación dio un cambio
radical. Ya no nos evitamos, charlamos de trivialidades, y de vez en cuando vemos la televisión
juntos. Sin embargo la relación entre Daniela e Ilda no está bien, y pienso descubrir el porqué.
Entro en casa creyendo encontrarlas en el salón pero no las veo. Echo a andar en dirección a mi
despacho para dejar unos documentos pero en mitad de camino oigo gritos. Alarmado, corro a ver
qué es lo que está pasando y al llegar a la puerta de la habitación de Daniela lo que veo no me
hace la menor gracia: ambas están manteniendo una acalorada discusión, con la particularidad de
que Ilda está a unos pocos centímetros de Daniela con una actitud del todo intimidante.
—¿Que está pasando aquí? —pregunto con brusquedad.
—Nada, Rafael —contesta Ilda.
—¿En qué momento le di la confianza para tratarme con tanta intimidad?
No me gusta ser descortés con la gente, pero al ver cómo discutía con Daniela y la manera en
que esta me miró cuando me llamó por mi nombre de pila me salió esa contestación. Confieso que
me siento un capullo al ver la expresión de desconcierto de Ilda, en un par de ocasiones me ha
llamado por mi nombre con anterioridad, aunque rápidamente corrigió y yo nunca hasta ahora le
había dicho nada.
—No volverá a ocurrir —se apresura en decir.
—¿Cómo te encuentras, Daniela? —pregunto ignorando las disculpas de Ilda. No he escuchado
mucho, pero pude distinguir que los gritos de Ilda eran bastante más elevados que los de Daniela.
—Bien, pero no quiero sus servicios —afirma apuntando con el dedo a la enfermera, que
cambia por completo su actitud.
—Por favor, no me eches, necesito ese dinero —implora.
—Lo siento, pero ya no te quiero cerca de mí.
—Señor… No lo haga —me pide ignorando el comentario de Daniela.
—O se va ella, o yo —interviene Daniela, lanzando un ultimátum.
No doy crédito a lo que estoy viviendo, ¡y yo que vine a casa en busca de paz! mira lo que me
encuentro. Esto no me puede estar pasando. Cuando veo a Daniela caminar en dirección a la
puerta, reacciono.
—Daniela, tú te quedas.
Verla alejarse me provocó una sensación angustiosa.
—¡Falsa, estás fingiendo! —le grita Ilda.
—¿Por qué dices eso? —pregunto girándome hacia ella visiblemente enfadado.
—Intuición —contesta demostrando una faceta suya desconocida para mí hasta ese momento.
Su cuerpo está tenso y sus pupilas dilatadas a causa de la rabia, la mujer servicial, atenta y
profesional desapareció y dio paso a una totalmente diferente, con una actitud del todo chulesca.
—No puedes acusar a nadie basándote en intuiciones. Mañana pasa por mi despacho y te daré
la liquidación.
Refunfuñando se quita el chaleco, lo tira encima de mí y se va a recoger sus cosas. He de
confesar que estoy sorprendido por cómo me he engañado con esta chica, ella lleva dentro de mi
casa unas cuantas semanas y no me la imaginé para nada así. Si no estuviera tan agotado
mentalmente preguntaría a Daniela el porqué de tan acalorada discusión entre las dos. Pero hoy no
tuve uno de mis mejores días y solo tengo ganas de sentarme en mi confortable sofá y relajarme.
En otro momento ya indagaré qué sucedió entre las dos para que terminaran gritándose.
—Eres una niñata, él jamás se fijará en alguien como tú —dice al pasar al lado de Daniela.
Después de que Ilda salga y cierre la puerta, Daniela se gira hacia a mí, algo acobardada. Yo
me quedo mirándola y analizando el comentario que hizo Ilda. Claro que me he fijado en Daniela y
estoy seguro de que el noventa por ciento de nosotros lo hacemos, es imposible no mirarla, puede
gustar más o menos pero no es de las que pasan desapercibidas. Estoy delante de ella embobado y
observo que está sonrojada, no sé si por lo dicho o por la rabia de la discusión, pero está
adorable.
—¿Qué paso?
—No… —dice con las dos manos en alto y negando con la cabeza dejando bien claro que no
desea hablar sobre ello.
—Necesito saber —digo con tranquilidad para que no se sienta presionada.
—Me siento fatal por haberla mandado al paro, pero ya hace tiempo que no necesito sus
servicios y solo estaba prolongando lo inevitable. —dice del tirón y en contra de eso no tengo
nada que argumentar.
Damos el tema por zanjado y nos sentamos a ver Juegos de Tronos, Eva nos comió tanto la
cabeza con esta serie que nos despertó la curiosidad.

Hoy acabamos de perder un buen cliente a causa de ese saboteador que no somos capaces de
encontrar. Solo en el último mes ya van tres de nuestros mejores clientes, dos de ellos en Madrid y
el otro aquí. El ataque sufrido aquí fue muy bajo, entregaron a la defensa de la otra parte todas las
pruebas que teníamos en su contra y llegamos al juicio creyendo pillar a la otra parte por sorpresa
y los sorprendidos fuimos nosotros. Pero en las luchas de poder no hay lugar para los errores y mi
bufete cometió uno. Perdimos la demanda y mi excliente fue condenado a pagar una fortuna.
Seguro que sus nuevos abogados apelarán, pero por desgracia para mí, su caso ya no tiene
defensa. Mi impotencia es tanta que decido dar el día por cerrado y volver a casa, y si es posible
ver una película en compañía de Daniela. Me confesó que le encantan estos momentos junto a mí.
No pude contenerme las ganas de chincharla y me metí con ella, diciéndole entre risas que nunca
ve nada, que lo único que hace es comer mis palomitas y babear en mi hombro. Nos reímos a no
más poder y hoy, si acepta mi proposición, veremos lo que ella quiera. Necesito esa desconexión.
Puedo acostumbrarme a esto. Estos momentos junto a ella son maravillosos, me encanta ver cómo
a medida que transcurre el tiempo se vuelve más natural y me trata con más desenfado, ya no se
avergüenza por todo. Puedo afirmar que nuestro abrupto inicio está completamente olvidado.
Ahora Daniela nunca me ignora, se interesa por cómo fue mi día, y se preocupa por mí tanto como
yo por ella. Ya me va conociendo y sabe cuándo estoy estresado y necesito espacio, le encanta
traerme café cuando estoy encerrado en mi despacho de casa estudiando algún caso… Lo único
que me quita el sueño es que su comportamiento a cada día que pasa es más desinhibido. Está
coqueta, la vergüenza por su cicatriz ya desapareció y sin ser consciente me está llevando a la
locura. Antes su ropa consistía mayormente en vestidos largos y chándales, y ayer cuando llegué a
casa la encontré con un minúsculo short de algodón y una camiseta de tirantes sin sujetador, sin
contar su manía de sentarse con las piernas cruzadas que no ayuda a ocultar su ya expuesto cuerpo.
Uno tiene sus límites y ella está poniendo a prueba los míos.
Después de preparar palomitas para un regimiento me voy al salón. Ella, al verme, levanta la
manta para que me siente a su lado y le da al play. Al ver la película seleccionada me sorprendo,
en una de nuestras ya habituales charlas me dijo que vio el anuncio de una película de terror y no
le gustó y acaba de poner un clásico de las películas de miedo: El exorcista.
—¿Sabes de qué va esta película?
—Sí…, de miedo.
—No te preocupes, antes de que te vayas a la cama miraré debajo a ver si hay monstruos —
digo riéndome.
—Tonto. —Da con su hombro contra el mío y se centra en la película.
Sin embargo yo no me estoy enterando de nada, no puedo dejar de mirarla. Es preciosa, tiene
una belleza natural que te deja hipnotizado. Me encanta su sencillez, sin nada de maquillaje ni
preocupación por su físico o lo que lleva puesto. Tiene el pelo recogido en un moño más bien
desecho, hay varios mechones sobre su lindo rostro. Mis dedos están picando por apartárselo,
pero sería un error. Sin ser consciente de lo que me está haciendo, con total naturalidad se llena la
mano de palomitas y la lleva a la boca sin quitar la vista de la película. Es tan sensual… es un
verdadero placer mirarla. Solo veo inocencia en ella.
—¿Te acordaste de algo? —le digo. Por probar, no pierdo nada.
—¿Me preguntas por lo que dijo Ilda?
Si no fuera un cobarde confesaría que no quiero que recuerde. Recuperar la memoria traerá el
adiós, querrá su antigua vida de vuelta, quizás novio, marido o hijos… Aunque es muy joven
todavía, ¿o no?… ya ni sé qué digo o pienso. De seguro se iría y no quiero que llegue ese
momento. Disfruto de tenerla en casa, aunque haya puesto toda mi vida boca abajo.
—No, es solo que todavía no quiero decirte adiós. —«Pero qué mierda…»—. Perdón,
Daniela.
—No me acuerdo de nada. Pero algo dentro de mí me dice que no debo volver.
Aunque me alegro de que no se haya fijado en lo último que dije, me siento desconcertado por
sus palabras. No es la primera vez que la oigo decir eso y siempre lo hace con voz de miedo, no
sé bien cómo explicarlo, es como si le doliera. ¿Qué habrá detrás de esos lindos ojos negros, qué
secretos ocultará su pasado?
—Aunque te vayas, siempre podrás contar conmigo.
—Rafael…
—Llámame Rafa.
—¿Por qué?
—Las personas importantes para mí me llaman así. Como siempre me llamó mi familia.
¿Pero qué hago? Desde que crucé aquella puerta no dejo de meter la pata una y otra vez. Si
sigo así acabare jurándole amor eterno y no estoy enamorado de ella. Ni tampoco me siento
atraído, es solo… es solo que me gusta admirar su étnica belleza y tenerla protegida, eso es.
—¿Eso quiere decir que soy importante para ti?
—Sí…
—Entonces llámame Dani —dice sacándome de mis locos pensamientos.
Veo a cámara lenta cómo va acercando su rostro al mío, siento su caliente aliento y por un
segundo cierro los ojos deseando ese beso, poder sentir sus suaves labios sobre los míos y
degustar su sabor. Pero a mi mente viene que es solo una niña y me levanto de un salto.
—Me voy a la cama.
Me giro y salgo del salón corriendo. ¿Qué estoy haciendo? ¡Eso no puede ocurrir de ninguna
manera! ella es una niña, es mayor de edad, aunque nadie lo confirmó se ve, aunque seguro recién
los cumplió y yo tengo treinta y siete años, bajo ningún concepto haría eso. Desde la seguridad de
mi habitación oigo cómo camina de un lado a otro seguramente recogiendo todo. Quisiera ser
valiente e ir ayudarla a recoger pero tengo miedo a mi reacción. Esta chica tiene algo que me
desconcierta y no hace falta ser un genio para verlo. Si quiero tener todo bajo control tendré que
nuevamente ir en busca de mis amigos. Seguro que los muy cabrones, antes de ayudarme, van a
pasar un buen rato riéndose de mi cara. ¿Por qué no me fijo en una mujer normal? Una que no me
deje por mi primo, que no esté enamorada de otro y que no sea casi una cría. La primera fue la
única novia formal que tuve cuando yo vivía en Noruega. A ella le desconcertaba mi nombre y de
mi primo y si conociera mis padres y tíos seguro se desconcertaría más todavía. Mi abuela es
noruega pero hija de madre española, de ahí nuestros nombres, que siempre creaban confusión en
el extranjero. A mi primera novia formal la conocí en el instituto y pasamos cuatro años juntos, yo
locamente enamorado de ella. Hoy es la mujer del hermano de Miguel, fin de la historia. No tengo
ningún trauma por culpa de aquello, pero decidí vivir la vida sin ataduras. Desde ese día tuve
muchos rollos, algunos duraron más que otros pero nunca novias. En cuanto a lo de Nuria… no sé
cómo definir aquello. Pero me siento orgulloso de poder decir que hoy tenemos una bonita
amistad, y ahora… Ahora aparece Daniela en mi vida.
Pienso en qué puedo hacer y decido que le buscaré un psicoterapeuta. Lo mejor para ambos es
que ella recupere la memoria y se vaya a vivir su vida. Si… eso haré, mañana le buscaré el mejor
profesional para que le ayude a recuperar sus recuerdos y cuando los tenga la apoyaré con lo que
necesite para que sea una mujer independiente.
Capítulo 8

Daniela
Desde mi torpe intento de beso, Rafael me evita y la verdad es que en los dos días siguientes
yo también preferí no verlo. Me moría de la vergüenza. Incluso ahora, cuando recuerdo la manera
en que se levantó corriendo y me dejó sola en el salón, siento mi cara arder de bochorno. Pero de
eso ya hace cuatro días y aún me evita como si tuviera la peste, llega y sale cuando estoy acostada
para que no nos encontremos. Una mañana, al escuchar que estaba en la ducha, salí, le preparé el
desayuno y le esperé para desayunar juntos, como hacíamos antes, y él, al verme, se excusó
diciendo que tenía un compromiso a primera hora y se fue como si tuviera al mismísimo diablo
pisándole los talones. Y para empeorar me buscó «ayuda». Ahora tengo terapia ocupacional, como
si ya no bastara con tener la fisioterapia todos los días. En las primeras sesiones no colaboré,
pero al final accedí por él, aunque en vez de ayudarme solo me frustra más. Es como si algo
dentro de mí se negara a recordar. Solo hay un nombre que aparece una y otra vez en mi cabeza:
Ona. Una noche soñé con una chica, en el sueño la llamaba por ese nombre. No recuerdo su rostro,
busqué por ese nombre en las redes sociales como me aconsejó Ilda que hiciera si me acordaba de
alguien. Me salieron muchas chicas, pero ninguna se parecía a la de mi sueño; no se lo dije a
nadie. Sentí la necesidad de atesorar ese recuerdo solo para mí. Es como si fuera una parte
agradable de mi antigua vida, como si mi cerebro no quisiera que lo enseñara al mundo y por la
otra parte, cada vez que fuerzo mis recuerdos mi corazón se oprime, nace en mí la sensación de
que las personas de afuera me harán sufrir. Esa tal Ona al parecer es la única que no está dentro de
esa especie de maldición, porque verla en sueños me aporta paz.
Con quien también sueño, en este caso todas las noches, es con Rafael. ¡Esta noche no se
escapa!, me quedaré aquí hasta la hora que haga falta, pero es momento de que hablemos como
dos adultos que somos.
A las once y media la puerta se abre, me levanto y me paro en mitad del camino que tiene que
cruzar para ocultarse en su habitación.
—¿Por qué huyes de mí? —le acuso nada más aparecer delante de mis ojos.
—Eso no es cierto —contesta nervioso.
—Podemos estar así toda la noche. Pero la verdad es que no tengo ganas.
—Tengo mucho trabajo, por eso llego tarde.
—No te creo, ¿sabes qué pienso?
Veo cómo su nuez de Adán sube y baja. Sus ojos recorren mi cuerpo y paran sobre mis pechos,
mi piel empieza arder. Solo entonces me doy cuenta de que estoy vestida con un minúsculo y fino
pijama de algodón que deja mis piernas al aire. Para rematar no llevo sujetador, y por alguna
razón que desconozco mis pezones se ponen duros al punto de que el roce del tejido me causa
escalofríos. Automáticamente mis ojos van a sus partes íntimas. Pero no me avergüenzo, oigo una
voz en mi cabeza gritando: «una mujer segura de sí, resuelta, puede con todo lo que desea. Y tú,
Daniela, lo eres. Solo tienes que dejarlo salir». No sé quién me lo dice, pero en mi cabeza eso se
repite tanto y tan alto que me envalentono y me yergo, remarcando todavía más mis pezones.
—Estoy cansado, necesito dormir.
—Eres un cobarde, estás huyendo de mí.
Al escucharme, sus ojos se abren como nunca antes los había visto y tienen un brillo que los
hacen aún más bonitos. Mi mirada se pasea entre sus lindos labios y su virilidad.
—¿Qué acabas de decir? —pregunta con sorpresa.
Camino en su dirección eliminando la distancia que nos separaba, pego mis pezones sobre su
cuerpo, coloco mis manos sobre sus hombros. Rafa gira la cabeza de lado a lado para ver dónde
toco, la agacha y desde arriba tiene la visión de mis pechos. Yergo la cabeza y mirándolo a los
ojos digo bien despacio:
—Co-bar-de.
—No sabes nada de la vida.
Sus palabras pulverizan mi arrebato de seguridad.
—Tienes razón, solo soy una amnésica.
Me derrumbo, mis ojos se llenan de lágrimas y antes de que caigan, dejándome más expuesta
de lo que ya estoy, le doy la espalda deseando desaparecer, pero Rafael agarra mi mano,
impidiendo mi huida.
—Dani… —me llama arrepentido, pero el daño ya está hecho. ¿Dónde tenía la cabeza para
querer jugar de esa manera con un hombre experimentado? Yo ni siquiera sé describir las
reacciones que tiene mi cuerpo cuando lo tengo delante.
—Para ti soy Daniela —digo, y no le dejo hablar, de un tirón me libro de su mano y me
marcho. Entro en la habitación en la que estoy viviendo y me encierro, será mejor para mi salud
mental que vuelva al distanciamiento y lo trate como al principio. Llama a la puerta pero lo
ignoro. Después de varios minutos desiste y se va. Me meto en la cama y lloro. He sido una idiota.
¿Qué me creía al enfrentarlo, al portarme de esa manera tan descarada? Tiene toda la razón, no sé
nada. Tapo mi cabeza con la colcha y dejo salir un sollozo.
«Dani, dentro de ti vive una guerrera. No perdiste nada allí, aquella es la vida de tus padres,
no la tuya. Despierta. Ahí fuera hay un hombre que va a perder la cabeza por tus lindos ojos
negros y tú, no se lo vas a poner fácil. ¿Y por qué? Porque Daniela es mi rosa de fuego. Tiene la
delicadeza de una flor y el vigor de un incendio…».
Despierto asustada. Paso la mano por mi rostro, estoy sudando. La tal Ona de mi sueño por lo
que parece es mi amiga. Voy al baño, mojo mi cara e intento tranquilizarme, mi corazón está
disparado.
Me siento en la cama, cojo el móvil y empiezo a buscar a esa mujer que se me aparece en
sueños pero no la veo en ninguna de las redes sociales que me abrió Ilda. Por alguna razón quité
de Facebook, Instagram y Twitter la foto mía que ella había puesto y en su lugar puse una rosa en
llamas. La chica de mis sueños me ha llamado de esa manera, «rosa de fuego». Todo es tan
extraño…
Escucho cuando Rafa se levanta, yo no me muevo, no quiero verlo.
Capítulo 9

Rafael
Me siento el ser más miserable del mundo. ¿Cómo he podido decirle eso? Además, ella tiene
razón: soy un cobarde. Cada día en que he llegado a casa después de las ocho ha sido por pura
cobardía; es ridículo, pero tengo que darle la razón a mis amigos, que vinieron a verme y como
era de esperar se rieron de mí. Dijeron lo que me niego a aceptar: que ella me atrae. Pero que mis
prejuicios y sentido del honor no me permiten asumirlo y que por el contrario, en opinión de ellos,
ella no tendría problemas en abordar el asunto si yo no saliera corriendo cada vez que me pongo
duro por desearla. Tras nuestra reunión se quedaron todos en el mismo hotel. Le ocultamos que
estaban en la ciudad, y por si acaso no salimos más allá del bar del hotel. Para mi mayor
bochorno, sin que me lo esperara también me encontré con Daniel que estaba en Madrid con su
familia y que cuando supo que los chicos viajarían a Barcelona se apuntó sin que nadie lo invitara.
Como solo conocía el principio de la historia, tuve que contarle todo lo que pasó hasta llegado el
momento en que casi nos besamos. Mientras se lo relataba todos se reían a sus anchas. Jorge el
que más. Él afirma que va a morir follando, pero que ninguna mujer nunca va a querer echarle el
lazo, ya que exige mucho y tiene poco que ofrecer. La verdad es que fue un momento algo raro, ya
que él no es muy dado a hablar de relaciones y que nos soltara eso nos chocó. Pero su sonrisa no
le duró mucho: Daniel le dijo que sí hay una que quiere echarle el lazo y que no parece dispuesta a
rendirse. Entonces la sonrisita de suficiencia que tenía en la cara desapareció. Todos en seguida
supimos a quien se refería Daniel. Érica tiene verdadera fijación con mi amigo y él la ignora por
completo. Me sorprende porque ella es un bellezón, seguro que si fuera aún la época en la que
todos andábamos de caza por la noche y ella le echara el ojo a cualquiera de nosotros, ninguno la
rechazaría. Pero tenía que fijarse justo en el más reservado de todos. Por alguna razón que
desconocemos, a Jorge no le gusta ni oír el nombre de ella.
Nuestras risas y burlas con relación al acoso que vive por parte de Érica lo hicieron
ignorarnos por algunos minutos. Echando la vista atrás, sí que parecemos un club de chicas, y me
da a mí que la reina del drama estas últimas noches estoy siendo yo.
Durante la reunión, me aconsejaron tomarme en serio el tema de la investigación con relación a
ella, nadie puede desaparecer completamente del sistema como si nada y que, si realmente no
deseo tener nada con ella, que se lo deje claro y la ayude a encontrar su camino. Es un buen
consejo. Son los mejores amigos que uno puede tener. El momento más complicado de la charla
fue cuando Jorge volvió y nuevamente fue el centro de las atenciones, pero esta vez por un motivo
distinto. Jorge al volver vino directo a mí, posó su mano en mi hombro y sereno empezó a decir.
—No debes sentirte mal por sentir atracción por una mujer más joven que tú, la maldad está en
la cabeza de los demás, es muy fácil hablar y juzgar sobre aquello que uno nunca ha vivido. Hagas
lo que hagas, la sociedad siempre va a encontrar algo con lo que crucificarte. Si tu pareja es joven
eres un asaltacunas, si es mayor seguro que estás con ella por el dinero. Jamás van a decir: «qué
bonito, el amor no tiene edad». Sé feliz y al diablo la gente, si ella fuera una menor yo mismo me
encargaría de hacerte pagar, pero no lo es. Tomes la decisión que tomes, siempre estaré a su lado.
El momento fue tan íntimo que Rubén, para aligerar el clima, empezó aplaudir diciendo que se
había emocionado y Pedro y Daniel lo siguieron, logrando que al final todo acabara en risas.
En cuanto a lo de la investigación sobre su pasado, también sé que tienen razón. Me he negado
a ello porque no quiero que se vaya, pero necesito saber algo y por eso ya no lo aplazaré más:
pondré al equipo de investigación del bufete a investigarla.
Hoy por la mañana, antes de salir de casa, ya di el primer paso para que las cosas vuelvan a la
normalidad, soy un adulto y no puedo seguir ocultándome de esta manera. Se acabó llegar a casa
tarde y salir temprano, y lo más importante de todo: le pediré perdón por lo que dije.
Salgo de la oficina y paro en una floristería a comprarle un ramo de flores para acompañar las
disculpas.
—¿Qué tipo de flores quieres? —me dice la dependienta una vez allí.
Miro de un lado a otro sin saber que escoger. Veo una gran variedad de rosas y pienso que será
lo mejor.
—Rosas.
—¿Rojas, el color de la pasión? —Oír a la mujer referirse a las flores y los sentimientos
amorosos me hace tener muy claro que de eso nada.
—No, esas —digo indicando unas preciosas rosas amarillas con las puntas rojas que parecen
llamas.
—Buena elección —afirma la mujer, que se pone a preparar el ramo.
Paro en la gasolinera para abastecer, entro a pagar y veo unas cajas de bombones, así que me
llevo una también.
Cuando llego a casa, abro la puerta y la veo desaparecer por el pasillo a toda prisa. Antes de
que pueda alcanzarla ya se ha ocultado en su habitación.
Eso va a ser más difícil de lo que pensaba. Por ahora la dejaré, yo también necesito unos
minutos para no meter la pata nuevamente. Oculto todo lo que he comprado, me meto bajo la ducha
y dejo que el agua caiga sobre mi cabeza, me pongo una ropa cómoda y salgo detrás de ella. Paro
delante de su puerta, pienso en llamarla pero sé que será inútil por lo que, sin mucho pensarlo,
giro la manilla y entro. Maldita la hora en que lo hago: Daniela está de espaldas a la puerta y
tengo delante de mis ojos la maravillosa vista de su delgado y escultural cuerpo, la única prenda
que lleva es una braguita y está intentando abrocharse el sujetador. Yo, en vez de salir corriendo,
me quedo congelado en el mismo sitio, mirándola. Si soy sincero me muero por acercarme y tocar
su suave piel. Al darse cuenta de mi presencia, del susto deja caer el sujetador, en un acto reflejo
se lleva las manos al pecho para cubrir su desnudez, gira la cabeza hacia a mí y me grita:
—¡Fuera!
—Perdón, perdón —digo con los ojos cerrados y las manos en alto.
Doy la vuelta y salgo como un cohete escuchando el portazo tras de mí. Sin poder hacer nada
por evitarlo, tengo el mástil en todo lo alto. Siempre digo que es un bellezón, pero acabo de
descubrir que eso es quedarse corto; Daniela es perfecta. Su espalda está salteada por sexis
pecas, tiene la cintura fina, un culo redondito proporcionado a sus medidas, unas piernas largas y
bien definidas… Estoy taquicárdico. No sé si hace deporte, si no lo hacía debería estudiarla. Es
un pecado hecho mujer. Recojo el ramo y los bombones y los dejo en la isla de la cocina, abro la
nevera, cojo la botella de agua fría y bebo como si no hubiera bebido agua a días.
—¡Eso es asqueroso! Guarro —exclama Daniela a mi espalda.
—Perdón, es que como siempre he vivido solo bebía todo directamente de las botellas —digo
de corrido sin poder mirarla a la cara.
Se acerca y coloca una de sus manos en mi hombro. Agacho la cabeza fingiendo buscar algo y
me oculto detrás de la puerta de la nevera por no ser capaz de encararla. Daniela la cierra, me
rodea pasando la mano por mi pecho y dejándola reposar en el otro hombro, se posiciona delante
de mí y me mira intensamente.
—Separaré las mías —dice luego con fingida cara de asco consiguiendo que el ambiente se
relaje.
—Prometo que no tengo llagas ni mal aliento.
De manera perezosa su mano resbala por mi pecho hasta la altura de la botella. La coge de mi
mano, posa sus labios donde unos segundos atrás estaban los míos y bebe. Inevitablemente me
quedo embobado mirándola. Doy un paso hace atrás cuando, para empeorar la situación, una gota
se escurre y pasa la lengua para atraparla. Mi «amigo», que estaba volviendo a relajarse, vuelve a
ponerse duro. Daniela, con una sonrisita de lo más traviesa, vuelve a acortar la distancia entre
nosotros, pero para mi suerte o no… descubre las flores y la caja de bombones y va a su
encuentro.
—Son para ti —digo señalando los regalos.
—¿Y por qué?...
—A modo de disculpa. Lo que hice no tiene perdón, pero quise tener un detalle contigo.
—¿Sabes?, yo soñé algo sobre rosas de fuego —dice con tanta dulzura que siento ganas de
abrazarla. Se la ve tan ilusionada con esta tontería que si lo hubiera sabido lo habría hecho antes.
—¿Estoy perdonado? No quería decir lo que dije.
—Está olvidado. No te preocupes. —Con una rapidez pasmosa se gira, posa sus dos manos en
mi hombro apoyándose en mí, estira su cuerpo para estar a mi altura y me da un beso en la
comisura de los labios. Me dejo hacer, ya he metido la pata demasiado. Igual fue sin querer. Qué
idiota soy engañándome así. Daniela es de todo menos inocente.
—¿Cenamos algo? —pregunto intentando cortar la tensión sexual que hay entre nosotros.
—Sí.
Mientras ella va a por un jarrón para poner las flores yo voy a la nevera, cojo ingredientes
para preparar una ensalada César y pongo la plancha a calentar para preparar unas pechugas a la
plancha.
No me imaginé que iba a ser tan fácil. Verla moviéndose de un lado a otro con su larga melena
negra y esa sonrisa me deja una buena sensación en el cuerpo. Estamos sentados uno frente al otro,
yo decido cenar con una copita de vino tinto y ella se levanta para ir a por agua. La miro alejarse
y la imagen de su cuerpo desnudo regresa a mi mente. Definitivamente mientras ella esté en mi
casa tendré que hacer uso de todo mi autocontrol; las palabras de Jorge zumban en mi cabeza, pero
no puedo dar ese paso. Soy un hombre experimentado y podemos perder el control de la situación
por lo que no debemos cruzar esa delgada línea de la amistad, no quiero que ella sufra. Porque me
da a mí que Daniela no tiene la menor idea de todo lo que está despertando en mi cuerpo. Vuelve a
la mesa y empieza a contarme lo que ha hecho esos días en los que no nos vimos. Me alegra saber
que está haciendo caso a su fisioterapeuta, eso sí… de la terapia ocupacional ni una sola palabra,
pero el médico sí me pone al corriente y me dice que ella no coopera mucho.
Terminamos la cena relajados, entre los dos recogemos, ponemos el lavavajillas y a las diez de
la noche nos encaminamos en dirección a nuestras habitaciones, paramos delante de la de ella y
sin que me lo espere, Daniela me da un beso en los labios.
—Eres una niña mala —digo riendo.
Ella me enseña la lengua y entra cerrando en mi cara.
Capítulo 10

Daniela
Abro los ojos y la luz del día me deslumbra, no me hace falta mirar el reloj para darme cuenta
de que es tarde. El sol entra por la ventana a todo dar, el olor a comida recién hecha llega a mi
nariz haciendo mi barriga rugir. Hacía días que no dormía tan bien.
De manera perezosa estiro mi cuerpo sobre la cama, los recuerdos de la noche de ayer me
vienen a la mente y me siento feliz, me levanto y voy hasta la cocina en busca de algo para comer.
Me encuentro la mesa repleta de cosas deliciosas.
—Buenos días, Ana, gracias por el desayuno —le digo a la mujer que viene a limpiar y
cocinar dos veces por semana.
—¡No fui yo! —exclama ella.
Arqueo la ceja y le dedico una mirada interrogante, ella se encoge de hombros.
¿A qué viene todo esto? Ayer flores y bombones, hoy desayuno. Mis pensamientos con relación
a él hace tiempo que dejaron de ser inocentes. Reproducir estas palabras en mi mente me hace
subir los colores, a cada día que pasa me siento más atraída por él y no sé cómo tomarme todo
eso. ¿Será que él siente lo mismo? Ana me mira con cara de preocupación. El lunes cuando vino a
limpiar en un par de ocasiones me preguntó a qué se daba mi apatía, tenía la cara hinchada de
tanto llorar. Me sentía tan avergonzada por lo ocurrido que me excusé diciendo que no me sentía
bien y me fui a mi habitación, pero como no quiero mentirle, ni tampoco darle explicaciones, me
siento y como todo lo que aquel loco me dejó preparado. La noche de ayer fue maravillosa, nunca
me imaginé que fuera a tener aquel detalle tan bonito conmigo, ni que yo fuera capaz de hacer todo
lo que hice. Me quedé maravillada al recibir las flores y los bombones, pero verlo azorado por
haberme visto de espalda fue lo mejor de todo. Su reacción fue como si me hubiera visto como
vine al mundo cuando en realidad solo vio mi espalda y culo.
Siguiendo las instrucciones del fisioterapeuta, salgo a dar un pequeño paseo y de paso tomar
un poco el sol.
A las tres de la tarde vuelvo a casa, Ana ya no está. Me echo en un plato lo que me dejó
cocinado y me siento a comer delante de la tele. Enciendo la televisión y aparece el programa
«Zapeando», me río de los malos chistes de Cristina Pedroche, pero el presentador no acaba de
gustarme y de la nada me viene a la cabeza que a Ona y a mí nos gustaba más Fran Blanco como
presentador. «¿Quién es esa chica? Debe de ser alguien especial en mi vida para que la recuerde
tanto». Empiezo a hacer zapping sin encontrar nada que me guste, desisto y pongo Los hijos de la
anarquía en Netflix. La empecé a ver a unos días atrás y estoy superenganchada.
Bien entrada la tarde recibo un mensaje de Rafael diciendo que llegará tarde, debido a que
tiene que acompañar a un cliente a una cena de negocios. Es la primera vez que me avisa, creo que
solo lo hizo para demostrar que las cosas siguen bien entre nosotros y me gusta. Lo cierto es que
me gusta mucho que se preocupe por que tengamos una buena relación. Retiro la mesa que había
puesto para los dos y me voy a dormir.

«—¿Daniela, ¿donde estas?


—Ona, estoy aquí, ¿no me ves?
—Cuando te encuentre te voy a dar.
—Creo que me estoy enamorando.
—¿Quién es él? quiero conocerlo.
—Ven a verme y te lo contare todo.
—No sé dónde estás. Llámame.
—No recuerdo tu número.
—666 854 …
—Ona…, ¡no te vayas! ¡Dime el resto del número, Ona…!».

Me siento en la cama, asustada, ¡¿Qué me está pasando?! Todas las noches sueño con esa
chica, pero esta vez fue diferente. En las ocasiones anteriores era distante y algo difuminado, lo
único que oía con claridad era su nombre, pero esta vez lo sentí muy real. Cada vez tengo más
claro que la tengo que encontrar, pero ya no sé qué hacer, lo único que puedo hacer era buscarla
en las redes sociales. Miro el perfil de miles de personas con ese nombre y ninguna encaja con la
de mis sueños.
Me acuerdo del número del teléfono, todo lo rápido que puedo salgo de la cama y voy a por
papel y boli para apuntar los pocos números que me dijo. Algo me dice que esa chica es la llave
para que yo descubra mi historia sin sentir el miedo que siento cada vez que intento forzar mis
recuerdos. Miro la hora, son las tres de la mañana y no tengo sueño. Voy al salón, enciendo la
televisión y me pongo a ver mi serie favorita. No me doy cuenta de que ya es de día hasta que veo
a Rafael aparecer con un short de pijama y sin camisa. Nuevamente siento una quemazón entre mis
piernas. Las cruzo, apretando fuerte. El otro día descubrí que eso me da placer y disfruto de ello.
Lo bueno es que está adormilado y todavía no se dio cuenta de mi presencia así que puedo gozar
de las vistas de su nada discreta erección.
—Hola —lo saludo haciéndolo saltar de susto.
—¿Qué haces despierta?
—Tuve un sueño algo raro y no pude volver a dormir.
—¿Quieres contármelo?
Digo que no con la cabeza, me da la espalda y se va a la cocina, seguramente a prepararse el
desayuno. Me levanto y voy detrás de él. Me olvido de que llevo tornillos y me golpeo contra el
mueble, me hago daño y se me escapa un quejido lastimero. Miro abajo y veo un pequeño hilo de
sangre a causa del rasguño que me hice. Rafael, al oírme, viene corriendo. Se arrodilla a ver la
herida y su cara queda a la altura de mi sexo. En un acto de valentía acerco mi cuerpo a su rostro,
él levanta la cabeza y me mira.
—No es nada —balbucea. Se levanta y sale de la cocina dejándome con cara de idiota. Me
maldigo, creí que después de lo de ayer las cosas entre nosotros iban ser diferentes, pero por lo
que veo estamos nuevamente en la casilla de salida. No iré detrás. Le serviré el desayuno como si
nada, no seré su perrito faldero. Está claro que hay una atracción entre ambos pero por alguna
razón él no quiere dar rienda suelta a sus deseos.
—¿Desayunas? —pregunto al verlo aparecer vestido.
—¿Lo dudas? Me muero de hambre.
Respiro aliviada al ver que me habla con normalidad. Pero mi alegría no dura mucho ya que se
sienta y desayuna en silencio, yo tampoco digo nada. Cuando el silencio se hace muy incómodo se
despide y se va a trabajar.
Hoy es día de mi sesión de psicoterapia. Esto me desquicia, en el hospital lo hacíamos y no me
gusta nada, me siento como si quisieran hurgar en algo que no existe. Lo he intentado una y otra
vez y no recuerdo nada, lo único que me viene es la imagen borrosa de un chico y de esa tal Ona
que cada vez se hace más presente en mis sueños. No sé si tengo familia, si tuve una vida antes de
despertar en aquel hospital… lo único que tengo claro es que no puedo ver un coche de reparto
blanco ni en dibujos, me da ataque de pánico. El psicoterapeuta me dice que ahí es donde está la
raíz de mi problema y no deja pasa una sola vez en que no me hace ver ese maldito coche. Dijo
que hoy vamos a probar otro tipo de terapia, que me va a hipnotizar y no quiero, tengo miedo a lo
que mi memoria me va a enseñar. Ojalá pudiera decir que no deseo su ayuda como hice con Ilda,
pero no puedo, sé que las intenciones de Rafael son buenas aunque me esté causando un inmenso
dolor. Entro en el taxi que siempre viene a por mí y me trae de vuelta. Llego a la consulta, la sala
de espera está hasta arriba de gente. Lo miro a todos y me entran ganas de llorar, la única que está
sola soy yo, me siento deprimida. Es horrible saber que no tienes un pasado, que toda tu vida se
resume en el ahora… aunque mi ahora está siendo tranquilo, pero si mañana Rafael me echa de su
casa, me quedaría sin nada. Me siento y, como siempre, cojo una de las revistas del corazón y
empiezo a leerla.
—Daniela.
Doy un brinco por el susto, estaba tan metida en los cotilleos de los famosos que me
desconecté del mundo. Desganada, me levanto y entro en la consulta. El médico, como siempre, es
muy atento conmigo, me pregunta si me he acordado de algo, y yo le contesto un día más que no.
Me manda acostarme en el confortable diván que tiene en una esquina de su consulta, baja la luz y
empieza a hablar de cosas del día a día con voz tranquila. Se posiciona a mi lado, posa su mano
en el centro de mi frente y sigue hablando hasta que su voz suena fuerte en mi cabeza.
—Daniela, ¿cómo fue tu infancia?
Me quedo callada.
—Cuéntame un recuerdo bonito de tu infancia. —En mis labios nace una sonrisa.
—Estoy en un parque y una niña se acerca. Me dice que soy guapa, le gusta mi pelo. Yo le digo
que me gusta el color de su barra de labios. Ella abre su bolso y pinta los míos. —Empiezo a
llorar, sobrepasada por una fuerte emoción que me inunda por dentro.
—Daniela, céntrate en mi voz, ¿dónde está ese parque?
—No sé dónde estoy —digo entre hipidos—. No me pegues, nunca más usare barra de labios.
—¿Quién te pega?
—Una mujer.
—Descríbemela
—No, no veo su cara.
—Daniela, vuelve con la niña. ¿Dónde estáis?
—En la escuela.
—¿Quién es ella?
—Mi mejor amiga.
—¿Cómo se llama? —Siento como si algo me sacudiera—. Daniela, ¿quién es ella?
—No… —gimoteo, presa del pánico.
—¿Por qué no?
—¡No…! —grito y me pongo a debatirme—. Ella es lo único bueno de mi vida, no la
compartiré con nadie. Me siento como entre dos mundos. Ona es buena conmigo, me defiende, los
niños se meten conmigo por mis ojos. Ahora nos veo mayores, estamos tumbadas en un césped,
hay más gente, pero no les veo la cara. Ella acaricia mi pelo.
—Daniela, cuéntame lo que ves, ¿quién está contigo? Estás sonriendo —dice el terapeuta y me
hace sentir como si quisiera meterse en una parte muy privada de mi vida.
Ona se acerca a mi oído me dice algo y desaparece.
Mis movimientos se tornan bruscos, me debato hasta que siento un golpe y todo se vuelve
completamente oscuro. Cuando vuelvo en mí veo al médico al teléfono nervioso, miro mi pierna y
descubro que está sangrando. Entra una enfermera y empieza a hacerme las curas. Yo no siento
dolor, solo el corazón encogido.
Rafa entra como un huracán y viene directo a mí.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, no ha sido nada —digo con voz débil.
—Claro que ha sido, tus heridas ya estaban casi cicatrizadas y ahora las tienes abiertas
nuevamente por culpa de ese incompetente —dice mirando al médico con rabia—. ¡No se acerque
más a ella!
—Pero al fin hemos hecho progresos —protesta el médico—, no puede abandonar la terapia
ahora.
—Puede y lo hará.
—Encontré un fuerte lazo entre ella y una amiga de la infancia, déjame hipnotizarla nuevamente
dentro de unos días —insiste el hombre.
Al oír la petición del médico mi corazón se dispara, no quiero volver allí, de todo lo que vi lo
bueno solo fue con Ona, y ya se cómo encontrarla.
—No, y verás mi cara en los tribunales —le espeta Rafael—. Te demandaré por negligente.
El médico pierde el color, no entiendo nada de lo que está ocurriendo pero me da a mí que es
muy grave. Rafa viene hasta mí, me coge en brazos y me saca de la consulta sin decir nada. Está
tan enfadado que su cuerpo es como una roca de lo tenso que está. Me acomoda en el coche. Voy a
ponerme el cinturón pero él retira mi mano y lo abrocha él. Me entran ganas de reír por su
comportamiento protector, pero me contengo.
Capítulo 11

Rafael
Tardé unos segundos en asimilar lo que mi secretaria me estaba diciendo cuando abruptamente
interrumpió mi videoconferencia.
—Coge la llamada —me ordenó inexpresiva—. Es de la consulta del doctor de Daniela.
Fue solo oír esta última frase y todo lo demás careció de importancia. Desde que tengo a
Daniela bajo mis cuidados, dejé avisado que cuando se tratara de ella se me informara en el
momento y, para mi suerte, todos mis trabajadores son de lo más competentes. Saben evaluar
perfectamente el momento adecuado para resolverlo ellos mismos, tomar nota o directamente
acudir a mí, y por supuesto, en todo lo relacionado a Daniela quiero ser el primero en enterarme.
Su actitud al invadir la sala no me dejó dudas de la seriedad del problema, lo que me chocó
fueron las formas. Para mi suerte la persona de la videoconferencia es mi primo desde Valencia,
así que no dudo en cortarlo y coger la llamada. Sin embargo no estaba listo para las palabras del
psicoterapeuta; al oírle decir que Daniela sangraba no quise parar a preguntar por dónde.
Tampoco me hacía falta, desde su operación todos los golpes son en el mismo sitio y veo negro.
Cojo la llave de mi coche, ordeno a mi secretaria que cancele todos mis compromisos del día y
salgo corriendo a verla. Por supuesto aún no había arrancado el coche y mi móvil ya estaba
sonando, mi primo no tardó nada en contar a nuestros amigos que algo grave me estaba pasando.
Tendré que echarle la bronca. El primero en llamar es Pedro; le cuento lo poco que sé y él, como
siempre, poniéndose en modo padre, me alienta a centrarme en ella y dejar lo demás en sus manos,
que ya se ocuparía de avisar a todos los demás para que me dejen tranquilo, al menos por ahora.
Aunque sé que dentro de unas horas, si no los llamo para darles novedades, tendré mi teléfono
echando humo.
Después de maldecir a todos los semáforos que encontré en rojo, aparco y subo corriendo.
Ignoro a la recepcionista, que no me conoce y me ordena parar. Sin hacer el menor caso, abro la
puerta y entro como un huracán; cruzo la antesala, donde hace la previa de sus consultas y voy en
dirección a las voces. Lo que veo solo consigue que mi enfado vaya a más. Una mujer con un
maletín de primeros auxilios está limpiando la herida de Daniela aquí cuando lo que deberían de
haber hecho es llevarla al hospital. Corro a su encuentro.
—¿Estás bien? —pregunto preocupado.
—Sí. —Sé que me miente, ya conozco su expresión corporal. Veo que siente mucho dolor y
ahora mismo deseo estrangular a ese doctor que para su mala suerte escogió el peor momento para
dirigirse a mí.
Cuando me dice que la quiere hipnotizar nuevamente me descontrolo. Si fuera un hombre
violento seguro que le hubiera agredido cuando propuso volver a tratarla, no permitiré que se
acerque a ella nunca más. Esto no se quedará así. Angustiado por verla sufrir, la cojo en brazos.
Sentir cómo los suyos rodean mi cuello me gusta, no es la primera vez que la tengo pegada a mí,
pero si la primera que siento cómo su delgado cuerpo encaja con el mío. «¡Pero qué mierda estás
pensando, Rafael!». Me dejo de idioteces, la meto en mi coche y la llevo directo al hospital para
que la vean. Entro con ella por admisión y me vuelvo loco cuando la mujer de recepción,
cumpliendo con su trabajo, me dice que tiene que pasar por evaluación y aguardar su turno.
Durante unos minutos lo hago, soy una persona respetuosa. Todos los que están aquí necesitan lo
mismo: atención médica. Pero mi comprensión se esfuma cuando veo la sangre escurrirse por su
pierna. Vuelvo donde hacen la evaluación y señalando la pierna de Daniela le digo a la enfermera
que necesita ser atendida urgentemente. La mujer apenas la mira, me pide calma y sigue como si
nada. Salgo ya con el móvil en la mano, llamo a Damián y le pido ayuda. En menos de cinco
minutos aparece el médico que la atendió antes. Mira su pierna, reclama una silla y la lleva
adentro, por supuesto los sigo. Pide una radiografía, pero no puedo ver ni oír nada más porque me
echan de la sala.
Camino de un lado a otro y en ese momento Nuria llega a hacerme compañía, su barriga que
antes era plana ahora está abultada.
—¿Estás estreñida? Te veo con la barriga un poco hinchada —bromeo intentando disimular mi
preocupación.
—¿Hoy no te la cascaste pensando en la niña? Te veo algo tenso —dice con una gran sonrisa
en la cara, porque sabe que con este comentario me deja fuera de combate. Conoce todos mis
puntos débiles.
—Yo no hago eso pensado en ella —digo perturbado por su comentario.
—Claro, y yo no follo con mi marido porque estoy embarazada.
—Eres mala.
—Te quiero.
—Gracias por siempre estar ahí para mí.
—La verdad es que últimamente das más trabajo que Nerea y Eva, pero aun así te quiero.
El médico nos avisa de que va a tardar, por lo que nos ausentamos a tomar un café. No me
gusta que Nuria pase mucho tiempo en el hospital en su estado, aunque me asegura que no pasa
nada.
Cuando volvemos, Daniela ya está lista para volver a casa. Para suerte del maldito
psicoterapeuta no hubo ningún tipo de daño en el hueso; eso sí, tendrá que nuevamente hacerse
curas diarias. Ella rápidamente dice que no quiere una enfermera interna, que acepta que alguien
vaya a hacerlas y se marche. Yo, con tal de verla sonreír, digo que sí. El susto que me he llevado
ha sido enorme. La acomodo en el asiento de atrás con la pierna estirada como recomienda el
odioso doctor que se derrite en atenciones con ella. El muy descarado incluso la invita a tomar un
café cualquier día. Casi me da algo, mi amiga me pellizca y me hace reaccionar antes de que mate
a ese imbécil.
Me despido de Nuria, paro en la farmacia, compro los medicamentos recetados y nos vamos a
casa. Saco a Daniela en brazos del coche y la llevo hasta el ascensor, cuando llegamos a nuestra
planta hago lo mismo. La dejo sobre su cama, acomodo la almohada detrás de su cabeza, enciendo
la televisión y le doy un beso de despedida en la frente listo para volver al trabajo, pero antes de
que me incorpore del todo, escucho cómo le suenan las tripas.
—Rechacé la comida del hospital —confesa con los mofletes colorados.
Yo sonrío, es tan inocente…
—Ya te traigo algo. —Le guiño un ojo y salgo a calentar una de las comidas que nos dejó Ana.
Al volver con la bandeja la encuentro vestida con una fina camisola. Intento no mirarla para no
causar un accidente, la tela no le cubre nada. Se tapa de cintura para bajo y pierdo de vista su
cuerpo, pero sus firmes pechos son como un imán para mi vista. Dejo los platos sobre la mesilla y
cojo la bandeja para llevarla a la cocina.
—Si necesitas algo, llámame.
—No quiero estar sola. ¿Puedes quedarte conmigo un poco?
Lo dice con tanta ternura que corro a dejar la bandeja y vuelvo. Cuando llego a su habitación la
encuentro sujetando la sábana de su lado para que me acueste. Dentro de mi cabeza empieza una
gran batalla moral. Lo correcto sería alejarme lo más posible, pero, por otro lado, deseo hacerle
compañía. Pero al ver que dudo, ella frunce el ceño.
—Déjalo —dice soltando la sábana y dándome la espalda.
A la mierda mis prejuicios, solo le voy a hacer compañía. Aparto la tela y me meto debajo. Al
sentir mi presencia, se tensa. Sin pensarlo la rodeo por la cintura, la abrazo y empiezo a acariciar
su pelo. Poco a poco va quedándose dormida y yo me dedico a pensar en las cosas más horribles
del mundo para no empalmarme. Me moriría si eso ocurriera. Daniela empieza a moverse en
sueños e inevitablemente mi temor se hace real, mi pene se pone duro como una roca.
Rápidamente retiro mi mano que rodea su cuerpo para salir corriendo. Pero antes de que pueda
huir, ella coge mi mano y la vuelve a acomodar sobre su cuerpo, y para empeorar la situación
restriega su trasero contra mí buscando acomodarse mejor. Terminamos haciendo la cucharita. Al
darme cuenta de la intimidad de la postura, me olvido hasta de respirar. Sin saber qué otra cosa
hacer, hago ejercicios mentales hasta que caigo rendido.
No sé cuánto tiempo ha pasado cuando me despierto, boca arriba y con la mano de Daniela
dentro de mi pantalón, pero sin que llegue a tocar mi pene; eso sí, está muy cerca. Intentando no
despertarla, con suavidad, la saco, me levanto y desaparezco de la habitación.
Corro para encerrarme en mi despacho a reflexionar sobre todo lo ocurrido hoy. Aun estando
lejos la escucho hablar. Voy hasta su habitación y con pesar descubro que está teniendo una
pesadilla.
—Daniela, despierta —digo con suavidad tocando su hombro.
—No quiero ir, por favor no me obligues. Moriré si me envías allí.
¿De qué habla? Observo su rostro y veo que tiene sudores fríos.
—¿Por qué me hacen eso…? —sigue balbuceando.
Cuando veo las lágrimas escurrirse por sus ojos dejo de pensar. Yergo su cuerpo, lo atrapo
entre mis brazos y la llamo por su nombre hasta que se despierta, sobresaltada.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué me abrazas? —exclama.
—Estabas teniendo una pesadilla.
—No me acuerdo…
—No te preocupes, yo te protegeré.
—Tengo miedo de estar volviéndome loca, no sé qué es real y que no.
—Mírame. Yo soy real, y siempre estaré aquí para ti.
Daniela aprieta sus brazos alrededor de mi cuerpo y deja escapar un suspiro que me llega al
alma. Ya no me queda la menor duda, algo de su pasado la atormentó y la llevó al extremo. No sé
lo que fue, pero lo voy a descubrir. Nos quedamos abrazados hasta que pide acostarse
nuevamente. Vuelvo a tumbarme a su lado, pero de esta vez solo hay ternura y mucha preocupación
por mi parte.
Capítulo 12

Daniela
Cuando abro los ojos y le veo, al descubrirme entre sus brazos y observar su gesto preocupado
me siento mala persona. En cierto modo es como si hubiera abusado de él mientras dormía, pero
no pude evitarlo. Deseaba tocar su cincelado cuerpo, contornear sus labios con mis dedos,
acariciar su barba, y, lo que más vergüenza me causa, sentir en mis manos su pene. Cuando,
haciéndome la dormida, refregué mi cuerpo sobre el suyo pude sentirlo grande y tieso contra mi
culo. No pude tocarlo, me arrepentí y retiré la mano, pero mis dedos lo rozaron accidentalmente
y… ¡qué vergüenza! Me tapo la cara con las manos. Todas las buenas sensaciones que tenía son
reemplazadas de inmediato por otras malas.
Además, de cierta forma lo estoy engañando. No deseo mentirle, pero esa chica es lo único
claro de mi pasado y necesito atesorarlo, siento como que si se lo digo a alguien va a desaparecer
y ahora que sé cómo encontrarla no puedo permitírmelo. La pesadilla fue horrible, como siempre
nunca veo rostros y no me acuerdo de casi nada, todo es borroso. Había muchos gritos, no logro
entender lo que dicen, yo lloraba y ella era quien me consolaba.
Por primera vez desde que estoy aquí deseo que Rafael se vaya. Me muero por llamarla, lo
que me dijo la tal Ona al oído fue su número de móvil al completo. Puede que sea solo una
alucinación, que nada de eso sea real, pero necesito salir de dudas y la única manera es marcando
esos nueve números.
A las ocho él entra en mi habitación con una bandeja repleta de comida basura, todo lo que a
mí me gusta, pero que no me apetece; se sienta a mi lado y cenamos en silencio. Sé que se muere
por hacerme preguntas pero como siempre, se contiene, deja que yo marque los tiempos.
Terminamos, él se levanta a recoger y mientras yo intento levantarme para ir al baño, pero una
punzada me hace volver a mi postura inicial.
—¿Qué pasa?
¡No, no puede ser, acabo de dar un gran paso atrás en mi recuperación! Vuelvo a ser
dependiente de otro para mi movilidad y no había pensado en eso cuando rechacé a la enfermera.
—Es que…
—Dilo, Dani.
—Necesito ir al baño.
—Sin problemas, yo te llevo. Cuando termines me avisas y voy a por ti.
—No…
—¿Te compro pañales? Creo que será peor porque tendré que cambiarte —dice con una mueca
de asco.
—No…
—¿Entonces qué hacemos?
—Las dos alternativas son horribles, pero prefiero la primera.
No he terminado la frase y ya estoy entre sus brazos. Menos mal que son solo tres días de
reposo y después puedo volver a las muletas. Aprovecho el viaje y me cepillo el pelo y los
dientes. Mi reflejo en el espejo me llama la atención, mis ojos y mi pelo tienen el mismo color,
son negros como la noche. Muchas veces me causa desconcierto este aspecto tan peculiar. En mi
sesión de hipnosis reviví lo mal que me trataban, me sentí anormal por tener los ojos diferentes,
los demás niños se metían conmigo.
De repente me asalta un recuerdo y llevándome la mano al pecho, aguanto el aire, sobresaltada.
—¡Rafael, Rafael! —le grito—. Me he acordado de algo —digo emocionada.
—¿Qué?, dímelo —pregunta posicionándose a mi lado, pero su voz carece de emoción.
—Recordé que cuando era niña no me gustaban mis ojos.
No sé si fue impresión mía pero me pareció verlo respirar medio aliviado.
—Pero si tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida.
—Es mentira. Parece que no tengo iris, para verlo hay que fijarse mucho.
—¿A ver? Yo creí que no tenías, por eso me gustan tanto.
—Que sí que tengo —insisto yo.
Me coge en brazos, me lleva a mi cama y me tumba sobre ella. Se coloca sobre mí y reposa los
brazos al lado de mi cabeza dejándome aprisionada, sus labios quedan a la altura de los míos.
Nerviosa, giro la cabeza a un lado y a otro, me sujeto a él por sus fuertes y duros bíceps, mi
mirada se desvía a sus labios, levanto la cabeza de la almohada y su cuerpo se tensa.
—A ver si es verdad.
Sus ojos no miran a los míos, mira a mis labios. Yo trago, siento cómo mi boca se va secando y
me paso la lengua por los labios, humedeciéndolos. Rafael muerde los suyos. No pienso, estiro mi
mano, lo agarro por el cuello y presiono mi boca sobre la suya. Él cierra los ojos e invade mi
boca, pero antes de que pueda darme cuenta me suelta y se aleja de mí.
—¡Cobarde! —grito, aunque estoy feliz de haber sentido su lengua en mi boca.
—Sí que lo soy —contesta riéndose y se marcha.

No he vuelto a saber de él. Esta noche no he soñado con la tal Ona, todos mis pensamientos
fueron para él, para Rafael. Me da igual lo que tenga que hacer, pero lo tendré. Cada vez que
estamos cerca solo quiero lanzarme sobre él. Me desperezo y voy a la cocina a prepararle el
desayuno, sé que se va a enfadar por verme de pie, pero quiero cuidarlo como él me cuida. Me
sorprendo al llegar al salón y encontrarme de frente con Ana.
—¿Qué haces aquí tan temprano?
—Niña, ya son las doce del mediodía.
—¿Cómo, y Rafael…? —me siento desilusionada, nuestro beso no significó nada para él, se
fue sin despedirse de mí.
—Él me pidió servirte la comida antes de que me fuera.
—No te preocupes, no tengo hambre —digo y vuelvo a mi habitación.
Mi buen humor me abandona, me hice un montón de ideas equivocadas, pero si él cree que va a
poder huir siempre de mí lo lleva claro.
Ana se va y rápidamente llamo al número de la chica que se me presenta en sueños. Al segundo
tono contesta una voz suave que me pone la piel de gallina.
—Hola
—O-Ona…
—¡Dani! —exclama la persona al otro lado de la línea.
—¿Sabes quién soy? ¿Ese es mi verdadero nombre?
—¿Eres tú?, si es una broma no tiene gracia.
—Soy Daniela, creo. No me acuerdo de nada. No sé quién soy.
—Dani, sé que eres tú, reconocería tu voz hasta bajo el agua.
Tengo ganas de llorar, pero no es de tristeza, la persona que está al otro lado de la línea está
demostrando verdadera preocupación e interés por mí, pero por más que intente no la termino de
ubicar en mi vida.
—Me contaron que tuve un accidente, no me acuerdo de nada… —digo llorando—. No sé
quién fui.
—Dime dónde estas e iré ahora mismo a por ti.
La firmeza con que dice que viene a por mí me hace reaccionar, no me quiero ir de aquí, esta
es mi casa, mi vida. Puede que en el pasado tuviera otra, pero la que tengo ahora es esta y no
quiero renunciar a ella.
—No… no me iré de mi casa.
—Vamos a ver, ¿Qué casa? —Me hace gracia la manera en que habla, es tajante y a la vez
dulce—. Dani, no sé qué está pasando pero necesito verte, tu hermano está al borde de la locura.
—¿Tengo un hermano? —interrogo emocionada.
—Dime dónde estás ahora mismo.
—Eres algo mandona, ¿no?
—Eso no es novedad. Dime la dirección, ya estoy en mi coche.
Me resulta entrañable que me trate como a una niña, pero no dejaré que entre a la casa de
Rafael, quedaré con ella en la cafetería que hay aquí cerca. Le paso la dirección pero me prohíbe
colgar, me manda poner el manos libres mientras me arreglo. Habla muchísimo, me hace una
pregunta encima de otra y lo más impresionante es que las voy contestando una a una. Ella solo
repite lo feliz que está de haberme encontrado. Me cuesta convencerla para colgar el teléfono para
poder vestirme en condiciones. Antes de hacerlo me hace prometer que acudiré. Me parece súper
tierno su gesto.
Cuarenta minutos después de haber hecho verdaderos malabares con las muletas logro llegar a
nuestro punto de encuentro, soy consciente de lo imprudente que estoy siendo al saltarme las
recomendaciones médicas, pero no podía esperar para saber quién es la persona que visita mis
sueños cada noche. Mientras espero delante de la cafetería, un Peugeot 308 cc descapotable
aparca delante de mí. De él sale una esbelta rubia, su pelo es tan claro que es casi blanco, tiene
los ojos de color miel y en sus labios se dibuja una dulce sonrisa. Sube la capota de su coche y
viene a mi encuentro, yo no me muevo, sé que es ella, la he visto en mis sueños. No me cabe la
menor duda; esa es Ona.
—Mi rosa de fuego, ¿qué te pasó? —me interroga palpando todo mi cuerpo como si estuviera
cerciorándose de que no falta nada.
No le contesto, no sé qué decir, en mis sueños también me llamaba de esa manera y con esa
dulzura. Pero no soy capaz de reaccionar. Ella, en una actitud desenfadada, se pone las manos en
la cintura, y a mi cabeza vienen imágenes de ella haciendo eso en más de una ocasión. Me río.
—Como te dije, sufrí un accidente pero no me acuerdo de nada. —Sus ojos se llenan de
lágrimas—. No llores, estoy bien.
—¿Cómo me dices que estás bien si no te acuerdas de mí?
—Eres la única persona que poco a poco voy recordando.
En su lindo rostro nace una preciosa sonrisa, da un paso hacia atrás para mirarme mejor y
entonces ve las muletas apoyadas en la pared a mi lado.
—¿Son tuyas? —interroga alarmada.
—Sí, pero no te preocupes, estoy bien. —Le explico todo lo que ocurrió desde mi accidente
hasta ahora, le detallo los cuidados y tratamientos que estoy recibiendo y la convenzo.
Pasado el momento de conmoción al conocer todos los detalles, de ahí en adelante todo son
risas y alegrías. Le explico mi actual situación y las pautas que los médicos me dan para que
intente recordar. Me mira con ternura, no se cansa de abrazarme y besarme, me enseña fotos de un
montón de gente de las cuales solo un chico me resulta algo familiar y ella me cuenta que es mi
hermano, que desde mi desaparición es un alma en pena, que la llama todos los días en busca de
noticias mías. No sé por qué pero le pido que no diga a nadie que me ha visto y acepta sin
problemas. Cuando menciona a mis padres, mi corazón se dispara. Ona percibe mi cambio de
ánimo y decidimos entre las dos no forzar mis recuerdos, seguirá enseñándome fotos y yo decidiré
qué quiero saber o no. Por alguna razón no siento ninguna gana de saber de mis progenitores.
Pregunto sobre mi hermano, qué hacía antes de que me olvidara de todo, pero no le da tiempo a
contestarme; su móvil suena, es el chico que dice ser mi hermano preguntando por mí. Ella pone el
manos libres y al escuchar su voz al fin despiertan mis recuerdos de él. Me cubro la boca con las
manos, sintiendo que se me empañan los ojos. Al oído, Ona me pregunta si quiero hablarle pero le
digo que no. No quiero que sepa de mí por el momento, así que ella le dice que sigue sin saber
nada y al cabo de un rato, la conversación termina.
Hay un largo silencio durante el que solo puedo pensar en mi hermano y en lo que empiezo a
recordar de él, pero Ona lo rompe, aligerando el ambiente. Me cuenta cosas sobre mí. Afirma que
amo ir al cine, que era la única diversión que se me estaba permitida. Poso un dedo en sus labios
para acallarla, sé que hay algo mal con la forma en que he sido educada, pero por ahora quiero
disfrutar de su presencia.
—¡Vamos al cine! —propongo animada.
—¿Qué película vemos? —dice ella. Me encojo de hombros y riéndonos nos vamos en
dirección a su coche. Ona me ayuda a sentarme, tira mis muletas en los asientos de atrás,
selecciona una playlist en su móvil y la música comienza a llenarlo todo. Ella dice que son
nuestras canciones preferidas. Las canto todas quedando sorprendida ya que hasta este momento
no recuerdo haberlas oído, y sin embargo me las sé. Me da alegría saber que disfrutaba de algo.
Al llegar al cine, escogemos una película de miedo. Somos casi las únicas en la sala, entramos
en la primera sesión, la de las cuatro de la tarde y menos mal que éramos cuatro gatos y los que
estaban era más bien solo por tener un local oscuro para darse el lote porque no hacemos más que
gritar. Ya fuera, cuando termina la película, Ona me revela que nos encantan las películas de terror
pero que nos morimos de miedo.
—Me estoy enamorando de mi salvador —le suelto de repente.
—¡¿Qué…?! —dice apagando el motor del coche que acababa de encender. — ¡¿Tú, la
santurrona?!
—¿Cómo, estoy haciendo algo indebido?
—No. ¿Ya te acostaste con él?
—Él huye de mí.
Ella parece dudar.
—Daniela, ¿tú sabes que tú…?
—¿Que yo qué? —Mi amiga se queda mirándome sin decir nada y me pone de los nervios —.
Ona, ¿yo que?
—¡Eres virgen, joder!
—¿Cómo? ¿Cuántos años tengo?
—Veintitrés, dentro de nada cumplimos veinticuatro.
No me lo puedo creer, ¿cómo es posible que siga siendo virgen con esa edad? Cuando veo a
Rafa siento deseo, mi cuerpo se incendia. ¿Eso es normal siendo virgen?
—¿Estás segura? —pregunto desconfiada.
—Sí... Nunca tuviste novios, porque no quisiste, claro.
—¿Y por qué no quería?
—¿De verdad quieres la respuesta?
—Por supuesto que sí.
—Eres musulmana, tienes una educación jodidamente arcaica, usas el hijab, en tu casa todo es
pecado y nunca diste un mísero beso.
Me llevo los dedos a los labios acordándome de lo de ayer con Rafael.
—Mientes… —balbuceo.
—Ojalá fuera mentira —dice con pesar.
Ya no quiero saber nada más. La vida que llevaba antes no me interesa, yo no quiero eso para
mí. Menos mal que quedamos en que solo me contaría lo que yo preguntara. No quiero volver a
hablar de eso.
—Quiero irme. —Ona me mira con tristeza—. Nos volveremos a ver.
—Eso espero.
—Voy a perder mi virginidad con Rafael —digo con total naturalidad.
Por el camino le voy contando cómo me siento al lado de él y le describo las veces que fui
algo desinhibida, muriendo de vergüenza. Le detallo las escenas y el apasionado beso que nos
dimos. Su carcajada al oírme me hace reír también.
—Pagaría por verte así de descarada.
—Yo no soy eso.
—Vale... Tienes mi total apoyo para que te estrenes de una vez.
Capítulo 13

Rafael
Antes de la llegada de Daniela no me ilusionaba ir a casa, para mí la palabra hogar no tenía
otro significado que el del sitio donde voy a dormir. Estoy casado con mi trabajo. Desde niño
siempre afirmé que sería abogado, amo mi oficio y puedo estar horas perdido entre mis procesos
sin siquiera preocuparme de parar para comer. Mi suerte es que el cuerpo humano es una máquina
perfecta y me hace saber cuándo es necesario reponer fuerzas. Y hoy estoy haciendo una cosa que
no recuerdo haber hecho nunca por nadie: No quiero saber nada de mi trabajo, mi único deseo es
llegar a casa y poner en práctica mis planes.
Entro a hurtadillas, quiero darle una sorpresa a Daniela. Voy a llevarla a un lugar fascinante,
todavía no la he llevado a comer fuera y eso significa que no ha pisado un restaurante, y me
encanta la idea de ser el que le proporcione esa experiencia por primera vez. Voy a demostrarle
que no me he asustado por habernos besado. Quiero tener un trato normal con ella, que se sienta
libre de decir y hacer lo que le plazca sin miedo a que me pueda parecer mal. Debemos quitar
importancia a lo ocurrido. Lo que pienso es contradictorio y jamás se lo confesaré, pero me
volvió loco su osadía. Es tan previsible cuando maquina alguna travesura… Cada vez que planea
hacer algo atrevido pasa la lengua sobre sus labios humedeciéndolos y los presiona quedando con
cara de pilla, y yo me pierdo en esta visión. El conjunto de su gesto sensual y sus enigmáticos ojos
negros fijos sobre mi boca, el sentir sus suaves labios sobre los míos… me dejé llevar y disfruté
del momento. Nos besamos, pero eso no va a volver a ocurrir. Me he tomado la tarde libre, dejé
órdenes de que solo me llamen si es extremadamente urgente, he despejado mi agenda y planeado
todo para pasar una buena tarde junto a ella. Deseo ser el que le proporcione todas sus primeras
veces en su nueva vida cotidiana, quiero enseñarle todo lo bueno que el mundo y la vida nos
ofrece.
Confieso que cuando la escuché decir que se había acordado de algo sentí un gran peso en el
corazón, tuve un miedo atroz de que se fuera, pero cuando me dijo el motivo, me dio rabia por
saber que de niña se burlaban de ella. Por otro lado, sentí felicidad por que hubiera compartido
conmigo su recuerdo y alivio porque no se tratara de algo que la apartara de mí. Ese es mi mayor
miedo.
Ansioso, entro a casa contando con encontrarla delante de la televisión viendo uno de esos
odiosos programas del corazón que tanto le gustan. Se me hace raro no oír la tele. ¡Seguro que está
en el baño! Voy hasta su habitación y tampoco está. Me siento algo decepcionado, me hubiera
gustado haber sido recibido por su preciosa sonrisa de todos los días. Aflojo la corbata y me tiro
en el sofá a esperarla, me río de mí mismo. Desde que Daniela entró en mi vida he estado más
ausente de mi trabajo que nunca. No es que desatienda mis obligaciones, pero con solo saber que
me necesita abandono todo y voy a su encuentro, cuento las horas para llegar y ver su bonito
rostro. Los días que estuve huyendo de ella fueron horribles. Más de una vez el deseo de verla
habló más alto y a altas horas de la madrugada entraba en su habitación a mirarla dormir; en más
de una ocasión le aparté el cabello del rostro y me quedé contemplando su belleza.
El reloj marca las dos de la tarde, a estas horas mis planes ya no se cumplirán, ya no me da
tiempo a llevarla al lugar planeado. Algo decepcionado, llamo para cancelar la reserva. Voy hasta
mi habitación, me quito el traje, me pongo unos vaqueros y una camiseta blanca y me voy a la
cocina a prepararnos algo de comer. Sé que Ana dejó comida, pero quiero que este día sea
especial, no sé si para mí o para ella, solo sé que deseo impresionarla. Es infantil, sí, pero es lo
que deseo y lo haré. La comida no será nada elaborado. Prepararé unos espaguetis a la carbonara,
y de primero una ensalada templada de jamón, gambas, piña y canónigos aderezada con vinagre de
Módena. Termino de prepararlo todo, pongo la mesa y me siento a esperarla. El segundero no
para, desde que me he sentado no he quitado la mirada del reloj. Desde que crucé la puerta de mi
piso vengo luchando con las ganas de llamarla pero ya no puedo más, ya son las seis de la tarde,
ya pasé de la ansiedad ante la perspectiva de impresionarla a la preocupación. Nunca quise
inmiscuirme en su vida privada, por lo que no controlaba el tiempo que pasaba fuera, pero llevo
aquí desde las dos de la tarde y por mi cabeza están pasando mil y una cosas y ninguna de ellas
buena. La llamo docenas de veces sin éxito. Deseoso de ocuparme con algo, recojo la mesa,
guardo todo en su sitio, pero para mi desgracia eso no me lleva más de cinco minutos. Intento
trabajar pero no soy capaz. Miro a mi alrededor en busca de algo para hacer y no encuentro nada.
Me llamo a la calma y me siento a esperar un poco más; no puedo hacer otra cosa, aunque si por
mí fuera ya hubiera puesto a toda la policía a buscarla. ¿Será que se olvidó el camino de casa?
¿Tuvo un accidente? ¿Se acordó de su antigua vida y se fue sin despedirse de mí? La angustia me
hace levantarme y empezar a caminar de un lado a otro. Pienso en llamar a mi amiga pero desisto
en el mismo momento, no estoy para aguantar su interrogatorio ahora, y mucho menos sus bromas.
Estoy saliendo del aseo cuando la oigo, al fin. Está riéndose, parece que está hablando por
teléfono. Doy un paso atrás antes de que me vea, se la oye muy contenta. ¿Será que estaba con el
médico? Suelta una carcajada y ya no puedo más, salgo de mi maldito escondite con la mirada
puesta sobre ella. Daniela, cuando me ve, se detiene.
—Tengo que colgar. Más tarde hablamos —dice al teléfono desencajada, es evidente por su
expresión que no pensaba encontrarme en casa.
—Por mí no te cortes. —Paso a su lado, voy a la cocina, cojo todo lo que había cocinado y lo
tiro a la basura.
—¿Te pasa algo?
—No… —Jamás le daré el gusto de decirle lo que siento ahora mismo.
—¿Qué has tirado a la basura?
—Me voy a mi habitación, estoy cansado.
Le doy la espalda y me largo, verla riéndose al teléfono con quien quiera que sea no me hizo
gracia. Y solo puede ser el medicucho, porque a parte de mí no conoce a nadie más. Cojo mi
portátil y me pongo a trabajar. Tengo hambre, tonto de mí, que no he comido por desear comer con
ella y después por estar preocupado. La puerta se abre y ella entra, recién duchada, con su pelo
mojado y una maldita camisola que está muy lejos de tapar su cuerpo.
—Vi que cocinaste, lo siento… —dice compungida.
—Tengo que trabajar —contesto sin levantar la cabeza de lo que estoy haciendo e ignorando su
comentario.
—Ven a cenar, te he preparado un sándwich.
Daniela retira el portátil de encima de mis piernas y tira de mí, pero peso mucho y al final se
cae sobre mi cuerpo.
—Estaba en el cine —me confiesa a pocos centímetros de mi rostro.
En otras circunstancias me hubiera alegrado de que me contara dónde ha ido, sin embargo me
siento más enfadado que antes. Me pregunto con quién demonios fue al cine, quién la hizo tan feliz.
—No tienes por qué darme satisfacción.
—Sí que tengo por qué.
Sus ojos se posan sobre mis labios y sus manos se cuelan debajo de mi camisa. La miro
asustado, nunca había sido tan audaz. Maldita la hora en que lo hago, se muerde los labios y se
acerca a besarme. En un rápido movimiento la echo a un lado y me siento.
—Vamos a comer ese sándwich, tengo hambre. —Por un momento, mi raciocinio me abandonó.
Eso es lo que ocurre cuando un hombre pasa de estar enfadado a excitado en cuestión de segundos.
—Ayúdame a levantarme —me pide con una sonrisa que me da escalofríos. La noto cambiada.
Nos sentamos a cenar. Daniela habla y habla, pero no le hago caso, una vez pasado lo que quiera
que sentí al ver que iba a besarme no me apetece charlar con ella. Sé que no tiene que darme
satisfacciones, pero ¿costaba llamarme y decir que iba al cine, dejar una nota? ¿Cuando terminó la
película no miró el móvil? porque fue en el horario en que yo estaba trabajando. Son muchas
preguntas y ninguna me gusta ni un poco.
—¿Vemos una película? —pregunta ella.
—Ya viste una —le suelto.
—Pero me apetece ver otra contigo.
Se pone detrás de mí y me abraza.
—¿Qué estás haciendo? —digo tenso.
—Abrazándote…
—Eso no está bien.
—¿No te gusto? Ya lo sé, es por mi pierna —añade haciendo una mueca de tristeza.
—¿Qué estás diciendo? Si eres preciosa. —Una vez más mi raciocinio me abandona.
—Mientes. Siempre huyes de mí.
—Huyo, porque… —Tengo que contenerme, no puedo dejarle saber cuánto me afecta.
—¿Ves?, ¡no eres capaz de decir nada!
—Eres una niña.
—¿Qué…? —Abre los ojos como platos, asombrada—. Vete al infierno, soy mayor de edad —
añade. Luego me da la espalda y se aleja.
¿Pero qué narices está pasando aquí? No entiendo nada, esa no es la misma persona con la que
llevo compartiendo piso semanas.
—No quería decir eso…
—Tarde, ya lo dijiste.
Entra en su habitación y se encierra. ¡Ahora que lo pienso! ¿Por qué dice con tanta seguridad
que es mayor de edad? Será que se acordó de cuantos años tiene… Pero no lo entiendo, no puedo
comprenderlo. ¿Cómo fue que de un momento a otro todo cambio tan rápido? Esta niña me está
transformando en un pelele. Por segunda vez en el día recojo todo, dejo la cocina en orden y me
voy a mi habitación. Cuando paso por delante de su puerta me siento tentado a entrar, pero desisto,
es lo mejor. Mañana presionaré a los detectives para que me den resultados. Daniela no puede
seguir aquí por mucho más tiempo, mi autocontrol tiene un límite. ¿Cómo puede creer que no me
gusta? Me tiene loco de deseo, es preciosa. Tiene cara de inocente y actitud de diabla.

No puedo dormir, no hago más que dar vueltas en la cama recordando la sonrisa que tenía al
hablar por teléfono. Me levanto, me pongo un chándal y salgo a correr, todas las cosas que pasan
por mi cabeza no me convienen así que lo mejor es agotarme y despejar la mente para así no
cometer errores. Ya van dos veces que le hago daño y no quiero hacerlo más.
Cuando regreso, sudando y agotado, entro en casa y voy a la cocina a beber agua.
—¿No puedes dormir?
La voz suave de Daniela me hace dar un respingo.
—¡Joder, qué susto! —exclamo llevándome la mano al pecho.
—Es la primera vez que hablas así delante de mí —dice sonriendo.
Maldito pijamita el que trae, es semitransparente y puedo divisar sus rosados pezones que,
para empeorar, están duros.
—¿Tampoco podías dormir? —me pregunta dando vueltas a su vaso.
—No, por eso decidí salir a correr un poco —digo sintiendo que no habrá agua suficiente para
calmar mi sed si la sigo mirando.
—Mi presencia aquí está cambiando toda tu vida.
—Eh, no digas tonterías, me encanta tenerte aquí.
—Mentira, para ti soy solo una niña.
—Según tú, eres mayor de edad —replico con tono de broma.
—Y es verdad —contesta enfurruñada.
—¿Cuántos años tienes?
—No te lo diré.
Me hace gracia verla enfadada, no sé qué tiene en la cabeza, pero se ve que está buscando
bronca. Quiere discutir conmigo, pero no tiene nada que hacer. Odio los conflictos, no me gusta
discutir, y con ella menos todavía.
—¿Y por qué no? Soy abogado, ¿sabes?
—Sí, ¿y…?
—Tengo un método infalible para sacar informaciones, pero debido a tus heridas no lo puedo
emplear.
—¿Y qué método es ese?
Camino hasta llegar a su lado y le hago solo un poco de cosquillas, pero enseguida paro para
que no se haga daño en la pierna.
—¡No, cosquillas no! —dice riéndose.
—Lo sabía —me jacto sonriendo—. Eres igual que Nuria, ella tampoco aguantaba las
cosquillas.
De pronto su semblante se ensombrece y se da la vuelta, cohibida.
—Voy a intentar dormir un poco. Adiós.
Soy un puto bocazas. Maldita sea. Es evidente que Nuria no le cae bien y yo voy y las
comparo. No tengo remedio.
Capítulo 14

Daniela
Me duele que esté pensando mal de mí, no ha dicho nada, pero lo vi en sus ojos. No está del
todo equivocado, estuve con alguien, pero es que esa chica parece ser mi única amiga. No le he
engañado, solo es que no es el momento de revelarle su existencia. Todavía no sé qué lugar tiene
Ona en mi vida, lo que sí puedo afirmar es que a su lado me sentí feliz, cuidada y protegida. Estoy
contenta de haberla encontrado, ahora solo me resta descubrir si eso va a tener un coste negativo
en mi relación con Rafael. Me dolió ver la desconfianza y desilusión en sus ojos.
Otra situación desagradable hoy fue cuando, hablando con ella, salió el tema de mi familia
sanguínea. Sentí como si algo dentro de mí me dijera: «déjalo como está, no busques ahí». El
comportamiento de Ona solo me confirmó que es mejor dejarlo en el olvido. El simple hecho de
descubrirme musulmana practicante, que a mis casi veinticuatro años nunca había dado un beso
siquiera, solo me revela que algo no iba bien en mi vida anterior. Siento que mi otro yo es
totalmente distinta a mi yo de ahora; no me identifico con el lado extremo de la religión. Dentro de
mí algo me llevaba a Alá, tenía ese impulso, ese recuerdo, pero amo y admiro la vida occidental,
la libertad de la mujer… y pierdo la cabeza cuando tengo a Rafael cerca y no me avergüenzo por
ello, ni mucho menos tengo ganas de reprimirlo. Por eso dediqué gran parte del tiempo juntas a
querer saber sobre mí, sobre cómo era, qué hacía, mis gustos, si tenía amigos… Le hice muchas
preguntas a Ona, pero todo fueron revelaciones desoladoras; fue triste descubrirme el bicho raro,
el animal sin manada. Fue un duro golpe. Quise preguntar muchas más cosas, pero me quedó claro
que todo lo que iba a encontrar era recuerdos de una vida de privaciones y adoctrinamiento. Me
dolió descubrir que nuestra amistad no está bien vista por mis padres y que acabaron por
aceptarlo porque luchamos por ella. Me contó que nos conocimos con siete años, que nos veíamos
a escondidas aunque mi madre siempre me castigaba por estar con ella, pero yo no dejaba de
hacerlo. Cuando me contó eso recordé el dolor que me infligía; no eran poca cosa. Nunca me
viene su rostro a la mente, pero ahora sí recuerdo sus broncas y severos correctivos. Recuerdo
cómo decía que Ona era un alma impura, pero a nosotras nos daba igual. En el rostro de mi amiga
apareció una sonrisa al relatarme cómo luché por nuestra amistad hasta que ellos se dieron por
vencidos y nos dejaron en paz. Eso fue cuando ya entrábamos en la adolescencia y ella ya no era
una niña desgarbada a la que miraban como un bicho raro. Era muy guapa, más mujer, y yo la
envidiaba. Me chocó verme en la foto con el hijab, no me reconocí debajo de aquel precioso
pedazo de tela.
Mi cabeza es un verdadero lío. Está lo de mi hermano, para empezar. Ona me enseñó una foto,
se llama Nael, estábamos cogidos de las manos uno frente al otro y él me miraba con amor. Sentí
algo al verlo y mis ojos se llenaron de lágrimas. Pasé mi dedo por la foto acariciando su rostro,
los recuerdos que me vinieron de él fueron pocos y muy vagos. Y siempre ocurre lo mismo: no
veo la cara de mis padres y no tengo curiosidad por ello.
Sin embargo no es nada de eso lo que no me deja dormir, el motivo de mi insomnio está en la
puerta de enfrente, y se llama Rafael. Cuando vi la comida en el cubo de la basura me sentí fatal.
Corrí para llegar antes que él, tenía pensado seducirlo, mi amiga me animó a ello y me dio
sugerencias de cómo hacerlo sin parecer ridícula ni vulgar. Venía decidida a entregarle mi maldita
virginidad, no me hacía falta romanticismo, solo quería poder mirarme en el espejo y saberme una
mujer de verdad, romper con tradiciones que no quiero perpetuar. Y al ser recibida por su
frialdad, la manera de llamarme niña… Todo eso casi me hace cometer una locura, casi le grité a
la cara que no sé ser de otra manera, que me enseñaron a ser así. Me alegro no haberme dejado
llevar por el impulso, habría sido un desastre, implicaría dar muchas explicaciones e igual me
echaría de su casa y no quiero irme. Ona insistió en que nos fuéramos a vivir juntas, me emocioné
cuando me contó que conducía casi cuarenta minutos al día para poder ir juntas a la universidad.
Así que me propuso que nos fuéramos ahora, pero yo no quiero irme de aquí. En esa casa me
siento protegida, querida, segura y quiero que sea Rafael el primer hombre de mi vida. Y ahora
que tengo una amiga loca animándome a probar el sexo, me siento más segura de mí misma. Ya no
hay vuelta atrás, estoy decidida, tengo la valentía de ir a por todas. Sé que no soy su tipo, sé que él
y Nuria estuvieron juntos y ella es el tipo de mujer fatal, es esa clase de mujer que sin que haga
nada los hombres giran la cabeza a mirarla. No obstante, yo no le soy indiferente. Se ve en su
manera de mirarme, me desea y lo provocaré hasta llevarlo a la locura y que me posea. Después
de eso, lo que pase ya me da igual. Ahora mi único objetivo es seducirlo. Y eso empieza desde ya:
pondré en práctica los consejos de Ona.
¡Que empiece el juego!
Selecciono uno de los pijamas que me regalaron en el hospital. Cuando lo vi me quedé
horrorizada, no entendí por qué nadie querría llevar aquella ropa que no oculta nada y encima con
la pierna como la tenía en aquel momento… No es que ahora la tenga en mejor estado, pero ya no
se ve hinchada y con las heridas a la vista. Cuando se lo conté a Ona ella no hizo más que reírse
de mi cara y entre lágrimas me explicó la función de dicha prenda. Me aconsejó a darle uso para
hacer que me desee y caiga rendido entre mis piernas. Yo solo me reí, en las pocas horas que pasé
con ella pude ver que es de todo menos tímida a la hora de hablar de sexo. Me acuesto y le pido a
Alá que llegue rápido el día siguiente, que pueda recompensar a Rafael por el mal día que le hice
pasar. Doy vueltas en la cama sin poder dormir, dentro de mí hay una gran angustia y a las cinco
de la mañana ya no soporto más está en la cama. Me levanto y cojo el albornoz para vestirme,
pero antes de ponérmelo recuerdo mis planes: aunque sea de madrugada quiero estar siempre sexi.
Si no fuera una cobarde saldría como estoy, solo en ropa interior, pero no estoy lista para eso.
Tiro la prenda que tenía en la mano encima de mi cama, camino hasta el sillón y cojo el pijama.
Me miro al espejo y me siento poderosa dentro de esa ropa, la única pega son mis bragas. Camino
directa hacia a la cocina, pongo la cafetera y me siento a planear mi día, reflexionando sobre
cómo procederé de aquí en adelante. La voz de Ona burlándose de mí no sale de mi cabeza.
«Joder, tengo casi veinticuatro años y sigo virgen». Me asusto al oír abrirse la puerta de la cocina,
si no fuera por mi pierna saldría corriendo a atrancarla, pero antes de que en mi fantasiosa cabeza
montara varias escenas escabrosas me tranquilizo al reconocer la figura de Rafael, que viene de
correr. Me siento, quedando fuera de su línea de visión. Aprovecho mi escondite y disfruto de las
vistas. Cuando lo veo abrir la nevera ya sé qué va a hacer: beber de nuevo directamente de la
botella. Dicho y hecho.
Le hablo, pero la cosa es algo tensa; nos saludamos e intercambiamos algunas palabras pero
tanto él como yo estamos a la defensiva. Entiendo que está realmente disgustado por haberle
estropeado la sorpresa. Jugaré a todo o nada. Me levanto y dejo a la vista mis marcados pezones.
Le desafío y salgo de la cocina, pero si él se cree que correré a esconderme en mi habitación está
muy equivocado. Es muy temprano todavía, no saldrá corriendo a trabajar. Sé lo que tengo que
hacer para atraerlo al salón: enciendo la tele y pongo Juego de Tronos.
—Daniela, eso no está per-permitido. —Bingo… aquí lo tengo y con el efecto deseado. Tengo
ganas de saltar de la alegría. Acordamos ver la serie juntos.
—Está en la introducción, ven, nos da tiempo a ver dos capítulos.
—Estoy sudando…
—Me da igual, olerá a hombre.
Sus ojos se abren tanto que llega hacerme gracia, me remuevo y su vista se baja a mi pierna. La
convaleciente reposa sobre un taburete, la otra la tengo encogida, dejando mucha carne a la vista.
—Me daré una ducha rápida.
—No, ven. —Le indico con la mano el hueco a mi lado.
Me desilusiono al ver cómo me da la espalda y se va. No me rendiré, sé que no será una tarea
fácil, nunca voy a gustar a ningún chico con esta pierna así. Pauso la televisión y fijo la mirada en
el camino que hizo para alejarse de mí. Lucho contra el deseo de salir corriendo a ocultarme, me
remuevo inquieta sin saber que hacer, siento como algo se clava en mi culo, palpo y descubro mi
móvil. A la desesperada empiezo a leer las noticias todo con tal de no revivir una y otra vez la
imagen de él marchándose sin siquiera mirarme. Verifico la hora y descubro que son casi las seis
de la mañana y aquí estoy, en medio del salón, queriendo comportarme como una mujer fatal
cuando no sé ni cómo ser sexi.
—Listo, aquí estoy.
Mi corazón se dispara al oír su voz, no se escapó de mí, ¡es verdad! solo fue a ducharse.
Rafa se sienta a mi lado.
—Pásame el mando.
—Cógelo —digo en un arranque de valentía.
Él se para y queda mirándome sin entender nada.
—Daniela, entrégame el mando.
—Es todo tuyo, solo tienes que cogerlo.
Me muero por reírme, su cara no tiene precio. Yo me hago la inocente y sigo jugando con el
móvil como si no estuviera pasando nada. Esto ahora es una guerra de nervios a ver quién aguanta
más. Por el rabillo del ojo veo que mira mi piel expuesta, el mando está muy cerca de mi sexo, al
tener la pierna flexionada se escurrió y quedo entre mi muslo y la pelvis.
—Mierda, perdí —me quejo moviéndome y el aparato cae entre mis piernas. Rafa respira con
fuerza y con un movimiento de manos muy rápido lo coge. Se que no es gran cosa pero me siento
pletórica, he ganado la primera batalla. Dejo el móvil a un lado y me pongo a ver la serie junto a
él. Sin que se lo espere reposo mi cabeza en su hombro y el tirante de mi pijama se resbala. Él se
gira a mirar mi pecho, que se marca sobre la fina tela.
—¿Pasa algo? —pregunto con inocencia.
—No…
Sigo viendo la televisión como si nada, siento cómo su mano resbala sobre mi hombro y
recoloca el tirante. Me muerdo la lengua, conteniendo las ganas de gritar al ver que se está
reprimiendo cuando en realidad se muere de ganas de tirarse sobre mí. Dejo pasar los minutos y
me remuevo de manera que mi tirante se caiga nuevamente, pero antes de que él lo vuelva a su
sitio, cojo su mano y entrelazo nuestros dedos. Me doy cuenta entonces de que su otra mano me
tiene abrazada por la cintura. ¿Cómo llegamos a esa postura? No lo sé, pero me encanta.
Empiezo a hacerle caricias en la mano.
—Perdóname —le digo a media voz.
—¿Por qué?
—Por lo de ayer. No quería defraudarte.
—No me defraudaste —contesta con la voz algo ronca, sus ojos están sobre mis labios. Me
remuevo de manera que mi cuerpo quede más encima de él. Sé que mi pecho está a la vista, no
miraré hacia abajo por miedo a mi reacción.
—Sí lo hice, habías cocinado para mí y lo fastidié —digo arrastrando su mano hasta mi
corazón, pasándola por encima de mi desnudo pezón. Su mirada cae sobre mi cuerpo, rápidamente
levanta la cabeza y observa mi rostro con una mirada encendida. Me sorprendo al ver que no hace
nada por retirar su mano. —¿podrás perdonarme?
—La culpa fue mía, debería haberte avisado antes —contesta acercando su rostro al mío.
Me remuevo y cambio la postura, me siento medio de lado, dejando mis horrendas bragas a la
vista y mi rostro a pocos centímetros del suyo.
—¿Puedo prepararte yo una sorpresa? —digo sin quitar los ojos de sus labios.
—Ya ha terminado la serie, es hora de que me vista para ir a trabajar.
Sé que ya se acabó el coqueteo, que va a salir corriendo, pero antes de que se aleje, me estiro
y le doy un beso en los labios.
Capítulo 15

Rafael
¿Pero qué mierda acaba de pasar en el salón?
Recapitulemos: no la encontré en casa así que primero me preocupé; después, cuando la vi
llegar toda sonriente, me porté de manera vergonzosa, intenté no decir nada, fallé estrepitosamente
y nuestra noche terminó fatal. Acabé yendo a la cama enfadado, más enfadado que antes, no pude
pegar ojo. Vale, todo salió mal. Entonces, ¿a qué viene este cambio de comportamiento? Tuve que
salir corriendo, ya no me hacen tanta gracia sus juegos. La vi distinta, en sus ojos había un brillo
que antes no tenía y eso me asustó, no me quedó otra que huir.
Estoy tan alterado que no soy capaz de hacer el nudo de la corbata. Después de intentarlo
varias veces, frustrado, la arranco y la lanzo lejos y empiezo a caminar de un lado a otro
intentando tranquilizarme. Paso la mano por mi pelo en busca de control, estoy muy agitado. Me
siento en la esquina de mi cama, apoyo las manos en las piernas e intento dejar la mente en blanco,
fallando nuevamente. Me es imposible quitar la imagen de sus pezones de mi cabeza. ¡Maldita
niña! Me dejo caer sobre la cama y tapo mi cara con el brazo.
Cuando por fin consigo salir de mi habitación ya no está en el salón, cosa que agradezco.

El haber estado ausente la tarde de ayer me pasó factura, mi cliente más importante me vino a
buscar y al no encontrarme puede que haya perdido un negocio. Estas cosas no están permitidas en
nuestro bufete. Nuestro buen nombre se construyó con dedicación, compromiso y trabajo, no
puedo consentir que esto se repita. Ordeno a mi secretaria que localice al cliente y cuando
finalmente me pasa la llamada, aguanto su bronca callado, no tengo el derecho de defenderme.
Después de que Aliyah se desahogue, salgo a su encuentro. Paso el día en su compañía, intentando
revertir la situación, él es uno de los clientes que se vieron afectados por el robo de información y
aun así siguió confiando en nuestra profesionalidad. No puedo dejarlo en la estacada. Es el
representante de una petrolera árabe con base en España y está adquiriendo negocios por el
mundo invirtiendo en diversas áreas. Gracias a su influencia conseguimos varios clientes
importantes, constantemente algunos de nosotros tiene que acompañarlos en sus viajes a sus países
de origen y no está nada contento con el hecho de no haberme encontrado. Ahora, por mi culpa,
estamos en una situación desfavorable. Esta gente es muy orgullosa y les fastidia que por mi culpa
no pudieron cerrar este mismo negocio en el pasado por el atropello de Daniela. Desde aquel día
no pudieron sincronizar sus agendas y ayer por sorpresa lo llamaron. Al no poder encontrarme
disponible, todo se fue al traste y el desenlace ya es de dominio público. Después de varias
llamadas y de que yo me hiciera responsable de lo ocurrido hace horas logré un nuevo horario
para reunirnos con la persona que supuestamente quiere asociarse con mi cliente.
Para empeorar la situación, la otra parte nos tiene sentados en el maldito restaurante a más de
veinte minutos y no aparece nadie, ni tampoco dan ningún tipo de explicación consiguiendo que el
ambiente sea cargado. Me parece una actitud poco profesional e irrespetuosa.
Estamos por irnos cuando entra un señor acompañado de dos personas más, se le ve fatigado,
algo en él no me da buena impresión. Trato con personas influyentes a diario y este hombre desde
luego no es una de ellas. Aquí hay algo que no me huele bien.
—Perdón por el retraso —dice con una gota de sudor escurriéndose por su rostro.
Ya he visto muchas facetas de Aliyah, pero nunca lo he visto mirar a nadie como mira al recién
llegado, con desprecio. Sé que no es un hombre paciente y estas cosas no las soporta, él puede
dejarte esperando una hora, pero no tolera que le hagan esperar a él. Sin embargo el recién
llegado ya se recompuso y no se achanta, lo mira de manera desafiante.
—No hago negocios con aficionados —le dice Aliyah al otro hombre, que apenas tuvo tiempo
de sentase.
Arrastra su silla de manera ruidosa y se pone de pie, me mira y rápidamente hago lo mismo, si
antes había algo que no me olía bien, ahora me huele a podrido.
—Si mal no recuerdo, usted fue quien canceló la última reunión —dice el desconocido
volviendo a ponerse de pie.
—Sois vosotros quienes queréis hacer negocios conmigo —le escupe las palabras mi
defendido.
—Así es —contesta con una sombra de sonrisa en los labios. Si mi cliente pide mi opinión
sobre el negocio le aconsejaré sin rodeos no mezclarse con esta gente porque hay algo muy turbio
aquí, puedo sentirlo—. Pero es poco profesional que tu abogado no viniera —contraataca el
hombre, que no tuvo la cortesía de presentarse a mí ya que por lo visto los dos se conocen.
—Solo me rodeo de los mejores —dice Aliyah apuntando hacia mí, dejándome sorprendido.
Siempre supe que estaba satisfecho con nuestro trabajo, pero nunca nos lo dijo. Me asombra su
defensa, no es un hombre amistoso, es serio, reservado y muy directo. Debido a su hermetismo,
unos años atrás nos planteamos dejar de trabajar con su grupo, pero Daniel, que era el abogado
representante en Madrid donde está la sede central, nos aseguró que están limpios, que son meros
representantes de hombres muy poderosos de todas partes de Asia. Así que decidimos seguir
adelante con ellos.
—Mis representados creyeron que sus abogados eran en exclusividad.
—¡¿De verdad creéis estar a la altura?! —le contesta Aliyah con desdén.
Aquí hay algo que me estoy perdiendo, la hostilidad entre estos dos es notoria.
—Señor Jørg, ¿de cuánto tiempo dispone? —me pregunta directo.
¡Mierda! ¿Qué está pasando aquí? Que pretende que diga, me la voy a jugar.
—Señor Aliyah, debido al retraso solo dispongo de veinte minutos. —Ojalá no haya metido la
pata.
—Ya oíste mi abogado —dice dando dos pasos hacia atrás—. Llame mi secretaria y marque
una reunión para otro día.
—Hadha ghyr muhtaram.[6]
—'Ant la tastahiqu 'an takun 'amami.[7]
Limpio mi garganta para recordarles mi presencia, porque algo me dice que si no les paro van
a discutir en su idioma y no soporto que hablen delante de mí en una lengua extranjera. Tanto a
Miguel como a mí, nuestros padres nos han enseñado que debemos hablar en noruego solo cuando
estamos a solas o rodeados de paisanos, pero estos dos parece que no han recibido la misma
educación y me empiezo a sentir incómodo.
—Disculpen…
Al oír mi voz, ambos reaccionan.
—Perdónenos, no volverá a ocurrir. ¿No es así, Asad? —dice un recompuesto Aliyah que no le
quita el ojo al tal Asad.
—Dado que no hablamos de negocios, me voy —afirmo con autoridad.
Mi cliente tiene carácter, y cuando tiene la razón me callo y lo dejo hablar, pero no soy uno
más de sus empleados, soy su abogado, y cuando tengo que hacer uso de mi autoridad lo hago.
Este es uno de estos momentos, ya no podría hacer nada más aquí. Algo me dice que este hombre
no es la persona que él esperaba y que no le hizo la menor gracia tenerlo delante.
Me despido y me voy, si se pegan es cosa de ellos, yo me voy a trabajar tengo muchas cosas
por hacer. Vuelvo a mi oficina, antes de entrar me detengo y compro un par de sándwiches. Con
toda esa locura, al final llevo todo el día sin comer nada. Suena el móvil y descuelgo, luego sujeto
el teléfono entre el hombro y la cabeza ya que tengo las manos ocupadas. ¡Pedro tenía que
llamarme justo ahora!
Mientras hablo con Pedro sobre la reunión, llego a planta y busco a mi secretaria con la
mirada, la necesito con urgencia; socorro, que me quite algo de las manos antes que monte un
desastre.
—¿Pero qué haces? ¡Tienes unas pintas horribles! —exclama una voz.
Me giro y veo a Daniela, y casi se me cae todo.
¿Qué hace ella aquí?
—Hola —acierto a decir.
—¿Tanto te disgusta verme?
—No.
—¡Rafael, te estás comportando muy raro últimamente!
—Perdón, perdón, pasa, ven a mi oficina.
Ignoro a Pedro en la línea y cuelgo. Azorado le entrego el sándwich, guardo el móvil, abro la
puerta de mi oficina y le doy paso. Antes de entrar miro el puesto de la secretaria, pero no la veo.
Me encuentro mirando a todos los lados como a un tonto. Pero lo que en realidad quiero es ver si
encuentro a alguien para evitar quedarme a solas con ella, el tener que hacerlo en casa ya es
suficiente.
—¿Quieres que me vaya?
¿Qué contestar a eso? ¿Es lo que quiero? Claro que no… Daniela acaba de presentarse en mi
oficina, a pesar de que nunca le he dicho dónde trabajo. Y lo peor de todo, está guapísima, tiene
los ojos maquillados de una forma que los resalta todavía más y lleva un sencillo vestido floral
que delinea sus curvas. Le queda tan bien; es como si estuviera confeccionado especialmente para
ella. ¡¿Qué pretende esta niña?!
—No, no quiero que te vayas, solo me he sorprendido. ¿Cómo has encontrado mi despacho?
—Busqué la dirección en Google —me contesta con una sonrisa traviesa en la cara.
—Vale. —No se me ocurre nada que decir. Se la ve tan feliz…
—Quería darte una sorpresa.
—¡Pues vaya si me sorprendiste! —exclamo.
Daniela se acerca a mí, toma de mi mano el maletín y lo posa sobre la mesa. Mira la oficina
reparando en todo y yo no me muevo, confieso que la temo. Al ver que deja de mirar a su
alrededor y se enfoca en mí, quedo atento a sus movimientos. Cuando viene en mi dirección corro
y me coloco detrás de mi escritorio, dejando la mesa entre ambos y arrancándole una sonrisa con
mi gesto. La muy pilla se lo está pasando en grande, ya percibió que huyo de ella y lejos de
enfadarse parece que se divierte.
—Me gustaría trabajar en un lugar así.
—Puedes hacerlo.
—¿Me vas a dar un trabajo aquí?
—No —digo con determinación. Su semblante cambia por completo, su gesto se vuelve herido.
Mierda, acabo de cagarla nuevamente—. Dani…
—No te preocupes, Rafael. Ya vi que eres importante y una persona como yo no encaja aquí.
—Daniela, deja de adelantarte a mis pensamientos, me estás poniendo de los nervios —le
ruego para que me deje explicarme.
—Discúlpame, no era mi intención.
—Ya lo sé. Te explico: aquí trabajamos varios abogados y una secretaria puesto el cual
podrías ocupar, pero la que trabaja aquí entró como pasante para conseguir los créditos para su
carrera, demostró su valía y necesitaba el trabajo, por lo que la hicimos fija. ¿Quieres que la…?
—¡No! Jamás perjudicaría una persona para beneficiarme —contesta antes de que termine la
frase. Me encanta descubrir que es una persona considerada.
—Me alegra oír eso. Dime: ¿a qué debo tan ilustre visita?
—Me debes una comida. Llévame a comer, me muero de hambre.
Al terminar de hablar sus mejillas se ponen coloradas y agacha su cabeza intentando ocultarse.
Es lo más precioso que he visto hoy.
No tenía pensado moverme de aquí en lo que me queda de día, pero no le puedo negar eso.
—Dame unos minutos y vamos.
Observo cómo se sienta en la silla delante de mi escritorio sin quitarme el ojo, y yo hago lo
mismo. No la reconozco, está cambiada, sigue pareciendo un ángel pero tiene decisión en sus
actos. Llamo a Pedro, que se está riendo, y no me hace falta escucharlo de su boca, sé
perfectamente que es de mí. Dejo que se calme antes de retomar nuestra conversación y aprovecho
para admirarla. Mi amigo es un capullo. Después que se canse de burlarse de mí le termino de
explicar la rara reunión que tuve con Aliyah y su futuro socio o representante de su socio. Mi
amigo ya no se ríe, a él tampoco le hizo gracia la dirección que están tomando los
acontecimientos. Intercambiamos opiniones y quedamos en sugerir a nuestro cliente investigar al
tal Asad. Le pregunto si descubrió algo más de los hackers, me dice que no y nos despedimos.
Cuando levanto la cabeza de la pantalla del ordenador me encuentro con dos ojos negros como la
noche mirándome como si quisieran atravesarme. Agradezco tener entre nosotros mi escritorio.
Capítulo 16

Daniela
A la salida del despacho de Rafael voy tan distraída hablando con él por el pasillo que no veo
venir a dos hombres y un chico más o menos de mi edad. Chocamos, y para evitar que me vaya al
suelo el chico me sujeta por la cintura, pegando su cuerpo al mío. Su manera de mirarme me hace
sonrojar. Rafael, al ver el cuerpo del joven pegado al mío, tira de mí posicionándome a su lado.
El pobre chico recibe una matadora mirada y desaparece por el pasillo por donde vino. Todavía
no logro entender cómo con mi compañero de piso soy atrevida, osada y algo descarada pero
cuando otros hombres me miran me quiero morir, es como si algo dentro de mí me gritara que no
me pueden mirar de esa manera, que debo ocultarme. Y es lo que hago. Miro el puesto de la
secretaria y descubro a una joven enfrascada en algo sobre su mesa, está tan distraída que no es
consciente de lo que está ocurriendo a pocos metros de ella. Voy a su encuentro y ella al verme me
dedica una sonrisa. Sin que ninguna de las dos lo forcemos empezamos hablar, hay buen
entendimiento entre nosotras. Por el rabillo del ojo veo el momento en que, resignado, Rafael
desaparece por el pasillo acompañado de dos hombres y aprovecho para hacer una nueva amiga;
quiero, de aquí en adelante, tener amigos. Inés, muy habladora y, por qué no decirlo, confiada, con
una sonrisa bobalicona en la cara, me revela estar colada por el pasante que para mi desagradable
sorpresa es el mismo que minutos atrás me sujetó y me miró con algo de descaro, por supuesto no
le digo nada. Siento la masculina voz de Rafael, me giro en su dirección y le veo aparecer con su
porte imponente. Mi corazón se dispara y apunto el número de teléfono de Inés para que podamos
estar en contacto antes de acercarme a él. Como si fuéramos dos niñas, nos sale la sonrisita tonta
cuando detrás de Rafa aparece la cabeza morena de César. Inés intenta ser discreta al apuntarlo,
pero falla y nos pillan. La mirada que recibimos por parte de Rafael nos deja claro que no le gusta
lo que está viendo, César se para con cualquier excusa y vuelve a desaparecer por el pasillo, la
cobarde de Inés se oculta en su trabajo y así me quedo sola.
—Tengo hambre. ¿Nos vamos?
Es lo único que se me ocurrió para intentar romper el incómodo momento.
Bajamos a un restaurante cercano, pedimos la comida y comemos en silencio. Es todo muy
raro, pero no en el mal sentido. Yo disfruto al sentirme observada por él y me parece que a él
también le gusta intentar descifrarme por así decirlo.
—¿Si pasa el tiempo y no recuperas la memoria, que querrás hacer? —me pregunta mirando
por encima del vaso que acaba de llevarse a la boca. El vino deja en sus labios una sombra de
color morado.
—No sé si quiero recuperarla.
—¿Por…?
—Me gusta mi nueva vida.
—¿No tienes curiosidad por saber quién eras? —pregunta extrañado.
—Nop, algo me dice que no era feliz.
Su mirada pierde el brillo, estira la mano por encima de la mesa y coge la mía.
—Pase lo que pase, quiero que sepas que mi casa es tu casa.
—Gracias. ¿Por qué me ayudas? —inquiero dando rienda suelta a mi curiosidad. Siempre me
lo he preguntado.
—No lo sé, quiero hacerlo —dice encogiéndose de hombros.
—¿Siempre vas ayudando a desconocidos?
—Si hubieras preguntado a mis amigos te dirían que sí —responde con una breve risa—, pero
yo te digo que no.
—¿Y por qué yo?
—Culpabilidad, quizás.
—Todos dicen que no tuviste la culpa.
—Yo no me siento así.
—No digas eso. Eres una buena persona.
No me gusta la dirección que está tomando esta conversación, no quiero pensar en nada triste o
amargo. Así que me descalzo, estiro mi pierna y voy subiendo por la suya. No dice nada, suelta
los cubiertos y me mira sin que su semblante cambie lo más mínimo; eso sí, está algo sonrojado,
pero en su rostro no hay ningún tipo de reacción. Cuando mi pie se acerca a su zona intima me
mira de lado, me regala una traviesa sonrisa y lo atrapa en su mano, deteniéndome a pocos
centímetros de su virilidad. Hago un fingido puchero.
—¿Qué pretendes? —pregunta entornando los ojos y pasando el dedo sobre mi empeine,
haciéndome cosquillas. Es la primera vez que me sigue el juego y me está encantando.
—No entiendo a qué te refieres —me hago la tonta—. Solo expresé lo que pienso. Eres una
buena persona —repito percibiendo su cambio de actitud. Rafael a veces parece tener un botón de
encendido y apagado.
Estoy amnésica, no atontada. Me doy cuenta de todo lo que ocurre a mi alrededor, la gente no
se oculta para decir su «verdad». En el hospital escuché en más de una ocasión cosas muy
dañinas. Sin conocerme, muchos me han juzgado y él dice no entender el por qué se ha encargado
de mí. Seguramente si se enteran de mis intenciones dirán que me mueve el interés, y no es así. Ya
oí más de una vez que yo me tiré delante de su coche y le jodí la vida. No sé si es verdad, pero si
lo es, él debería de alejarse de mí, porque yo tengo miedo a no ser capaz de hacerlo.
—No soy bueno para ti. Vámonos.
¿A qué viene eso ahora?, pasamos de estar teniendo un momento íntimo a este comentario
totalmente falso.
—No…, todavía no he tomado el postre.
Se levanta sin darme tiempo a replicar. Ese hombre está algo loco, ¿por qué dice que no es
buena persona después de todo lo que está haciendo por mí? Calzo mi zapatos y voy detrás de él.
El viaje de vuelta en coche lo pasamos en silencio, me deja delante de su edificio y se va.
No subo, en el camino envío un mensaje a Ona y quedo con ella en la cafetería donde nos
vimos el día anterior. Dejo que Rafael se aleje y voy caminando hasta mi punto de encuentro. Mi
amiga llega solo unos minutos después de mí, entro en su coche y nos vamos a dar una vuelta. Ona
me lleva a ver el mar. Al pasar por delante de la playa me asalta un recuerdo de mí misma
caminando por la orilla; estoy llorando.
—Te encantaba ver el mar —dice ella.
Escuchar la dulce y alegre voz de mi amiga me saca de mi angustiante recuerdo.
—¿Alguna vez me bañé? —pregunto intentando ocultarle mis ojos llenos de lágrimas, no
quiero contarlo, todavía tengo que procesarlo e intentar descubrir si ese fue el día en que...
—Claro.
—Ona, ¿es verdad que soy virgen?
—Ay, rosa de fuego, por desgracia eres más virgen que el aceite de oliva. —Las dos nos
miramos y mi momento de angustia da paso a la risa.
—Supuestamente ya di mi primer beso.
Ona no me deja terminar, ella se niega a aceptar lo que ocurrió entre Rafael y yo como mi
primer beso, afirma que aquello solo fue el primer paso para dejar a mi yo del pasado en el
olvido. Aprovecho para preguntarle algo más sobre mi hermano y es entonces cuando descubro
con asombro que lleva enamorada de él desde niña. Le pregunto si se le declaró, su sonrisa
desaparece y se niega a contestarme. Si lo hizo y él la rechazó es tonto, solo puede ser eso. ¿Qué
hombre en su sano juicio no querría tener a una mujer como Ona a su lado? Tomamos helado,
entusiasmada me habla sobre nuestra carrera y me dice que quedan solo unos pocos meses para
graduarnos. Insiste en que me ponga a estudiar para recuperar lo perdido. No lo haré, estaría
usurpando la vida de otra persona. Aunque me guste el periodismo, no fui yo la que asistió a las
clases ni hizo los exámenes y todo lo que conlleva estudiar una carrera. Por no hablar de mi
amnesia.
A las seis menos diez le pido que me lleve a casa. Entro muerta de miedo por si Rafael ha
llegado antes que yo, pero esta vez me adelante a él. Tomo una ducha, escojo un vestido suelto que
cuando me agacho deja mis pechos a la vista, me hago una coleta y voy a prepararle la cena. A las
siete y media, Rafael entra por la puerta. No digo nada, sigo cocinando, no sé por qué su humor
cambió cuando estábamos en el restaurante y no lo presionaré, si él me habla le contestaré con
mucho gusto sin hacer preguntas sobre el porqué de ese cambio de actitud.
Aliño la ensalada de tabulé y revuelvo el kefta por última vez antes de emplatarlo. Cuando
volvíamos pedí a Ona que se detuviera para que yo comprara los ingredientes para cocinar y sin
que me diera cuenta tenía todo para hacer esta comida. Espero que le guste. Voy al salón, forro la
mesa con el mantel, vuelvo a la cocina a por los cubiertos y lo encuentro delante del fogón
mirando las ollas.
—Si no te gusta puedo prepararte otra cosa… —digo.
—¿Estás de broma? Me encanta —contesta con alegría.
Creo que sufre un claro caso de bipolaridad. Ya volvió a ser el de siempre.
Me armo de valor, me coloco tras él y, rodeando su cuerpo con mi brazo, poso una mano sobre
su duro abdomen. Luego me estiro para coger los platos, poniéndome de puntillas y rozando
descaradamente mis pechos en su espalda mientras mis dedos acarician su barriga. Antes de que
pueda reaccionar, me aparto con los platos en la mano.
—¿Puedes coger los cubiertos y vasos? —pregunto con la mayor de las inocencias.
Rafael me mira con ojos ardientes, me está desnudando con la mirada. Entre los dos
terminamos de poner la mesa. Le mando sentarse, por supuesto se queja, pero no le dejo
alternativa. Voy a la cocina y vuelvo con la comida, le sirvo y cenamos entre charlas y risas, la
tensión ha desaparecido. Terminamos la noche viendo nuestra serie, y como no podía ser de otra
manera yo termino con mi cabeza sobre sus piernas. De tanto moverme, su «amigo» se pone algo
contentillo, Rafael no sabe qué más hacer para que me levante y yo me hago la despistada.

Le dejo unos días de relativa calma en los que no me acerco, no digo ni hago nada que le ponga
«nervioso». Lo que sí hago es ponerme ropa sugerente, ahora tengo donde escoger. Después de la
marcha de Ilda, Rafael me llevó al centro comercial y compró todo lo que toqué dentro de las
tiendas, no obstante, no hubo compras de ropa íntima. Soy un pozo de contradicciones me moría
de la vergüenza solo de pasar delante de una con él al lado. Por eso hasta unos días atrás tenía
pocas opciones, pero nada más decírselo a Ona, me arrastró a ir de compras. Cuando le dije que
mi ropa íntima me avergonzaba en el mismo instante me dijo que pondríamos solución a eso. Sus
ojos brillaban a cada prenda osada que miraba y no tardaba ni un segundo en decir que la
llevábamos. Así que ahora tengo mucha ropa. Me pregunto qué tipo de mojigata era, porque Ona
no deja de repetirme que está encantada con mi nuevo yo.

Uno de esos días, estoy tranquila paseando con Ona y siento cómo me baja el periodo por
sorpresa, es la situación más bochornosa que recuerdo haber pasado. Pido a mi amiga que me
lleve a casa. Entro desesperada por un baño y corro a la ducha sin acordarme de la ropa y toalla,
lo único que tengo en mente es limpiarme y me olvido por completo de que por la mañana, antes
de salir puse mi toalla para lavar por lo que tengo que salir del baño tal como vine al mundo y
mojada; escurro mi larga melena en la ducha para no causar mucho desastre y voy hasta mi
habitación. Al entrar lo encuentro en el centro, de pie. Yo, lejos de sentirme avergonzada, de
taparme o salir corriendo lo saludo como si nada.
—Hola, llegaste pronto —exclamo con total naturalidad.
Él abre los ojos como platos y su reacción es totalmente inesperada. Arranca su chaqueta corre
hasta mí y la tira sobre mi cuerpo, coge mis brazos, los mete por las mangas asegurándose de
taparme como si alguien aparte de él estuviera viéndolo, y al darse cuenta de que sujetaba las
solapas con fuerza sale como una exhalación.
Capítulo 17

Rafael
Celebré demasiado rápido, está visto que el único inocente aquí soy yo. Dios mío, dónde tenía
la cabeza para entrar en su habitación sin llamar. Mi autocontrol tiene límites, ya la había visto
desnuda de espaldas, ya había sentido el roce de sus pechos sobre mi cuerpo, pero de ahí a verla
tal como vino al mundo con las gotas de agua resbalando sobre su morena piel… no hay cordura
que aguante. Empiezo a desvestirme para meterme bajo la ducha, pero me impaciento y me meto
con ropa y todo. Quedo debajo del chorro a ver si así enfrío la mente y la deliciosa imagen de sus
curvas se borra de mis recuerdos. Centro mi atención en el sonido del agua cayendo sobre el suelo
de la ducha, llevo mis pensamientos al trabajo, a los problemas y poco a poco mi pene va
perdiendo la dureza. Ya dueño de mis sentidos, salgo, listo para enfrentarme a Dani sin desear
tirarme sobre ella como un lobo hambriento. Cinco minutos atrás no podía asegurar no hacer
ninguna locura.
Cojo un pantalón de deporte y una camiseta de estar por casa, pero al caminar me doy cuenta
de que no me puse calzoncillos; el meneo de mi «amigo» me hace cambiar de idea, vuelvo y me
pongo un bóxer y pantalón vaquero. Así me siento más protegido. No sé si de ella o de mí. Porque
ahora mismo ambos somos peligrosos.
La encuentro sentada en el salón viendo su serie favorita como si no hubiera pasado nada. Voy
a la cocina, bebo un vaso de agua y vuelvo medio que arrastrando los pies para que se dé cuenta
de mi presencia.
—Dani —la llamo y maldita la hora que lo hago, porque a modo de respuesta ella me mira con
esa sonrisa que me está volviendo loco.
—¿Qué? —Palmea el sofá pidiendo que me siente a su lado.
—Tenemos que hablar.
—¿Sí? ¿De qué? —dice tomándome el pelo.
—Sobre lo que ocurrió en tu habitación.
—No veo necesidad. Tú me viste desnuda, ¿y…? —replica encogiendo los hombros.
—Dani…, soy un hombre.
—Y yo una mujer.
Nada más acabar de decir eso se gira sobre mí y me besa apasionadamente. Mi aturdimiento no
me deja reaccionar. Daniela coge mi mano y la lleva a su pecho, yo no me muevo, la dejo hacer, y
la muy descarada presiona mi mano sobre su piel. Entonces mi mano cobra vida propia, estrujo su
pecho y con el dedo índice acaricio su pezón. Ella gime en mi boca y mi «amigo» da un brinco
dentro de mi pantalón dejándome muy claro que de nada me sirvió el agua fría. Solo reacciono
cuando siento su mano buscando la cremallera de mi pantalón, estoy muy excitado pero me levanto
raudo.
—¿Qué estás haciendo? ¿Estás loca? —le grito.
Sus ojos se vuelven vidriosos por las lágrimas, pero estoy tan nervioso que no me sensibilizo.
—¿Tan monstruosa me ves que te doy asco?
—¿De qué diablos hablas, niña?
—¿Niña? ¿Por qué me llamas así? Este año cumpliré los veinticuatro, no soy ninguna cría.
—Me da igual, para mí sigues siendo una niña.
—Ja, pues mira cómo te pone la «niña» —me grita indicando mis partes íntimas.
—Soy un hombre, ya te lo he dicho —me defiendo desesperado—. ¡Cualquier trozo de carne
femenina me dejaría empalmado!
¿Pero qué mierda acabo de hacer? Lo tengo más que merecido si no me vuelve a hablar. No
había terminado la oración y ya estaba arrepentido, me siento un mierda viéndola secar las
lágrimas que se escurren sin control por su rostro. Deseo abrazarla, pero sé que mi cercanía no
sería bien recibida, y con razón.
—No te imaginaba así —dice alejándose de mí.
—Perdóname, no quería decir eso.
—Demasiado tarde.
—Perdí el control…
Todavía no había terminado la frase y ella ya había desaparecido por el pasillo.
—¡Mierda! —grito dando vueltas por el salón.
Eso va a ser más difícil de lo que pensaba; yo, un hombre experimentado, no me di cuenta de
su enamoramiento hacia mí. No es menor de edad, ahora lo sé, pero aun así sigue habiendo una
diferencia de casi quince años entre nosotros. El saber que ella es mayor no cambiará en nada mi
decisión. No la voy a tocar, no soy puritano, mucho menos moralista, pero no quiero condenar su
vida. Ahora es todo muy bonito, tengo vigor. Pero llegará el momento en el que la diferencia de
edad nos pasará factura y ella habrá perdido los mejores años de su vida conmigo. No le haré tal
cosa.

Los dos días siguientes no la veo, la escucho de vez en cuando en su habitación, pero ambos
nos evitamos, solo sale de su escondite cuando no estoy y es mejor así. Ambos necesitamos
tiempo para encontrar la mejor manera de afrontar lo ocurrido; una simple disculpa no será lo
suficiente para que me perdone por haber sido tan duro y desagradable. Fui un cretino… si al
menos lo que dije fuera verdad no me sentiría tan desgraciado.
Dentro de cinco días es el cumpleaños de Thiago, el hijo de Paula y Pedro, y ellos nos quieren
a todos allí, hasta Nuria va a presentarse. Ella no pierde la oportunidad de ver a sus amigas, y
como Fátima también viene para el cumpleaños del pequeño ella aceptó de inmediato. Me gustaría
llevar a Daniela conmigo pero algo me dice que no aceptaría mi invitación, y la voz de la razón
me recuerda que sería un error meterla en mi mundo, pues estaría dándole esperanzas. Sé cómo
son mis amigos y sus mujeres, todos los que pasan por nuestro grupo desean repetir, y yo no soy lo
suficientemente fuerte para ser su amigo. Ya va siendo hora de buscarle otro especialista para
ayudarla a encontrar su camino, descubrirse como persona y dejarla vivir su vida. Porque si
seguimos así podemos hacernos mucho daño. Ella está en la edad de disfrutar, de vivir locuras,
conocer gente… y por el contrario se pasa el día encerrada en el piso. Por eso está obsesionada
conmigo y siendo sincero, yo también con ella: no hay una sola noche que no la veo en mis sueños.

Las cosas por el despacho solo empeoran, siguen los boicots. Una de las muchas empresas de
Fátima perdió dinero por culpa de los datos robados de nuestros archivos. Por supuesto ella no lo
hizo público y pudimos revertirlo antes de que el daño fuera mayor, pero algo está pasando y no
somos capaces de dar con la solución. Todo es tan surrealista… Recibimos una llamada anónima
revelándonos la maniobra usada para hacer que bajara el valor de bolsa y ahora al parecer
pretenden hacer una especie de WikiLeaks con las informaciones comprometedoras de nuestros
clientes más importantes, filtrando pequeños datos ahora y, cuando tengan todo para hundirnos,
sacar el resto de golpe. Tengo a los informáticos investigando si tenemos algún tipo de programa
espía en nuestro sistema, los de vigilancia revisaron las grabaciones a ver si entró alguien
sospechoso pero no vimos nada fuera de lo normal. Esto me está dejando con un humor de perros,
odio no tener el control sobre mi trabajo y por lo que parece, la información salió de aquí. Pedro
está igual en Madrid y Jorge se fue definitivamente a hacerse cargo del despacho de Marbella, que
lleva toda Andalucía. Allí no podemos cagarla de ninguna manera. Si la cagamos allí con la
cuenta de algunos de aquellos jeques, estamos muertos. Rubén se fue para Asturias, a la oficina
que lleva todo el norte. Mis amigos están peor que yo porque de la noche a la mañana tuvieron que
reorganizar todas sus vidas y ser la cabeza visible sin tener tiempo para prepararse para ello. Yo
por lo menos, al haber pasado mucho tiempo aquí cuando estuve con Nuria pude hacerme con los
empleados y las rutinas. Cuando llegué a instalarme definitivamente solo amoldé las cosas a mi
gusto. Antes trabajábamos de manera rotativa, podía venir cualquiera de nosotros, pero ahora soy
la cara visible de P & D Asociados en Barcelona.
Suena mi línea interna y sin dudar cojo el teléfono, si mi secretaria me pasa es porque es
importante, había dicho que no quería ser interrumpido salvo casos especiales. Y este lo es.
«¡No…! Ahora no, por favor…», pienso. Tengo a Aliyah aquí y si se presenta en persona sin cita
es porque me va a absorber. Desde el encuentro en aquel restaurante no he vuelto a saber de él y
estaba muy contento. Su rara reacción al ver a aquel hombre me dejó desconcertado y después de
hablar con mis amigos llegamos a la conclusión de que su comportamiento debe tener una
explicación en un tiburón de los negocios como es él. Si desdeñó a aquel hombre de esa manera
tan descarada es porque la transacción no le interesa, y si no le interesa es porque es un dolor de
cabeza.
Mis ruegos no son oídos. Él entra y ni siquiera se sienta. Daniel siempre dice que estos
poderosos árabes se creen los dueños del mundo y hoy doy fe de ello. No hablamos por más de
cinco minutos lo suficiente para terminar de dejarme más fuera de mí, en otras circunstancias le
hubiera parado los pies.
Sus palabras textuales son: «Mañana te necesito mejor de lo que nunca hayas estado en tu vida,
lo que vamos a tratar es muy grande, estamos hablando de millones y de la felicidad de mi
familia». Se despidió, me dio la espalda y se fue. Si no estuviera con la cabeza llena de
preocupaciones ya tendría el teléfono en la mano pidiendo a mi secretaria contactar con la suya
para recabar información, investigando los puntos débiles del otro empresario, analizando todo
detenidamente junto a mi pasante, que tendrá la oportunidad de demostrar su valía. Lo dejare a
cargo del trabajo de investigación. Ahora mi único deseo es irme a casa. Dejo a mi gente al cargo
y me voy, aquí soy totalmente improductivo, trabajaré desde allí.
Entro y la encuentro sentada viendo a ese maldito Jax Teller, cuando se pone a ver esa maldita
serie y sale él está todo el tiempo suspirando.
—Hola.
—Hola —contesta sin hacerme caso.
—Tuve un mal día, ¿podemos olvidar las diferencias solo por hoy? —Rápidamente deja de
mirar a la televisión y se centra en mí.
—Ven aquí. —Estira su mano para que la coja.
La frialdad desapareció, en sus ojos ahora hay inquietud. No deseo que se sienta así, tampoco
es para tanto, o eso quiero pensar… porque me muero de ganas de estrecharla entre mis brazos.
—Deseo ver una película contigo.
—¿Qué pasa?, se te ve fatal —dice ella con expresión preocupada.
—Hoy nada salió bien, todo son problemas.
—¿Puedo ayudarte en algo?
—Sí, viendo una película conmigo comiendo palomitas.
—Eso está hecho, vete a la ducha. —Se levanta, al pasar a mi lado da un apretón en mi hombro
y se va hacia la cocina a preparar las palomitas. Me quedo mirándola hasta que desaparece en el
pasillo.
Tras la ducha, al llegar al salón, me río al ver que las persianas están bajadas, en la televisión
ya está seleccionada una comedia española. Me siento a su lado y empezamos a ver la peli, y así
es como mi día de mierda se transforma en un espléndido día de risas. En un determinado
momento termino con mi cabeza sobre sus piernas y ella comienza a hacerme caricias. Cierro los
ojos y me olvido de todo a mi alrededor, solo siento su tacto. Por primera vez, Daniela no está
intentando seducirme, y es la vez que más loco me tiene. El tener mi cabeza sobre su cuerpo, está
tan cerca de su sexo, de sus duros pechos, me está volviendo loco. Humedezco mis labios y me
levanto sin ningún tipo de resistencia por su parte. Será que se rindió.
—¿Por qué me miras así? —pregunta seria.
—¿De qué manera te miro? —Me hago el despistado.
—Como si me quisieras comer.
—¿Y si quiero? —le interrogo acercándome más.
—Solo tienes que dar el primer mordisco para descubrir que soy tu comida preferida —me
dice con picardía.
—Eres una niña muy mala.
—Qué va, si soy una maldita virgen inocente. —Se hace el silencio en el salón, hasta el sonido
de la televisión desaparece—. Me voy a mi habitación.
Intenta levantarse pero no le dejo.
—¿Por qué quieres salir corriendo?
—¿No te parece bochornoso lo que te dije?
—No —contesto con sinceridad, y para qué mentir, algo de satisfacción en saber que nadie la
ha tocado.
—Rafael, voy a cumplir veinticuatro años y nunca di un beso, no conozco el cuerpo de un
hombre… —se queja frustrada.
—¿Qué hay de malo en eso?
—Algo está mal en mí, eso no es lo normal.
—¿Qué es normal para ti? El sexo no es lo más importante en la vida.
—En ese momento para mí sí lo es. Pagaré a alguien y lo solucionaré. —Mi cuerpo se envara,
¿cómo es eso…? No pienso, la agarro, presiono su delgado y suave cuerpo contra el mío y la
beso. Empiezo suave, seductor, quiero que ella dicte a dónde quiere llevar esto. Su lengua invade
mi boca, resbalo mi mano debajo de su camisa y hago lo que deseo hacer desde la primera vez
que los sentí: acaricio sus pequeños y turgentes pechos. Mi dedo circunda sus pezones, que se
ponen duros; de sus labios se escapa un gemido. La levanto del sofá y la siento sobre mis piernas,
ella por instinto se remueve sobre mi virilidad. Daniela toma una actitud precipitada, lleva su
mano a mis jeans para abrirlos y… de pronto explota la burbuja.
—No… —digo débilmente.
—¿Entonces por qué demonios empezaste?
—Podemos jugar, puedo darte placer.
—¿Y para eso no se necesitan dos cuerpos desnudos? —dice con enfado.
—No te haré mujer.
—¿Por qué no?
—Llegará la persona indicada, la que tú desees y te deje un bonito recuerdo.
—Eso solo son cuentos para niñas soñadoras —espeta.
—Eso lo dices ahora.
—¿Quieres saberlo? Quiero un profesional.
Sé que habla movida por la rabia, pero suspiro y digo:
—Tu cuerpo, tu decisión.
Le doy un beso en la frente, me siento a su lado y finjo ver la maldita película.
Capítulo 18

Daniela
¿Cuándo voy a aprender a pensar antes de hacer las cosas?, últimamente no hago más que
cagarla. Hablé demasiado y ahora no sé cómo salir del lío en que yo solita me he metido. Estaba
decidida a dejar de lado la tonta idea de seducirlo, me harté de ser rechazada, encima viendo que
él lo desea tanto cuanto yo, me cansé de ver que muchas veces acepta mis juegos y en el último
momento me echa un cubo de agua fría por encima. Por eso tomé la dura decisión de dejarlo en
paz aun sintiendo cosas por él. Desde a primera vez que lo vi me sentí atraída por su belleza, pero
eso no determinará mi futuro. De la misma manera que tontamente me enamoré de él dejaré de
hacerlo, por eso he tomado la decisión de contratar a un profesional en cuanto pueda. Tenía todo
tan claro en mi mente y de la nada, él se presenta todo cabizbajo pidiendo mi compañía. Me partió
el corazón verlo con el semblante preocupado y sin pensarlo le ofrecí mi amistad sin ningún tipo
de mala intención. Mi único deseo fue ayudarlo, si deseaba compartir conmigo el motivo de su
aflicción lo escucharía, si solamente quería mi compañía sin ruido de por medio estaría a su lado
sin abrir la boca. La única intención era verlo bien, porque desde que vivo en su casa era la
primera vez que lo veía tan derrotado, y va el tío y me sorprende de aquella manera. Jamás me
imaginé una actitud como esa en Rafael, vale, en algunas ocasiones llegó un… poquito más lejos,
pero él jamás inició ningún tipo de contacto íntimo entre nosotros. Pero esta vez fueron sus labios
los que buscaron los míos, me besó, acarició mi cuerpo, me hizo desearlo y cuando tomo la
iniciativa; ¡va y me para! ¡¿Me cree un robot?! ¡¿un maldito juguete de enciende y apaga con un
mando a distancia?!
Para empeorar me voy de la lengua. Coloco mi mano en su hombro y lo giro con brusquedad
hacia mí:
—Antes de que me preguntes: sí…, me acordé de mi edad. —Enfadada, pero no con él sino
conmigo misma por tonta, le revelo que fui educada para llegar virgen al matrimonio.
¿Qué mierda he dicho? ¡Acabo de decirme que tengo que pensar antes de hablar y voy y suelto
eso! Su mirada es de incredulidad; bueno, yo también me miraría así si estuviera al otro lado.
Ahora solo me queda cruzar los dedos para que no haga más preguntas, porque mi enfado se está
disipando. El tenerlo delante mirándome serio pero sin parecer enfadado me hace sentir
cosquillas en la barriga y para qué mentir, mi seguridad y determinación se fueron a paseo. No
quiero volver ahí.
—Te acordaste de tu familia… —me dice.
—No, soñé con mi educación ultrarreligiosa y con mi falta de libertad, nada más.
—Lo siento.
—No me tengas pena. ¡No sé nada de mi vida!, igual era feliz —digo fingiendo indiferencia.
Tengo ganas de salir corriendo, no tengo la menor idea de qué está pasando por su cabeza, su
mirada me está incomodando. No necesito su lástima.
—¿Tú crees? —me pregunta con dulzura.
Rafael es una persona especial. Su mirada de pena ha desaparecido. Este hombre parece saber
en cada momento qué necesitamos de él.
—No, me muero de miedo. —Me encantaría poder sincerarme con él, decirle mis sospechas.
Cada vez veo más claro que si recupero la memoria mi vida jamás volverá a ser la misma.
—No permitiré que te obliguen a hacer algo que no quieras.
Me tiro sobre él, lo abrazo y me quedo pegada a su pecho sintiendo los latidos de su corazón.
—Alá te puso en mi camino.
—Pues se equivocó al trazar la ruta. Carretera, coche, tú, hospital… —dice enumerando con
los dedos de manera burlona el desastre de nuestro primer encuentro. Yo me río, es impresionante
su talento para revertir una situación bochornosa sin que yo salga hundida. La tensión ya ha
desaparecido, así que nos centramos en la película. Aunque ya hace mucho no sabemos de qué va
fingimos estar viéndola, pero cada uno de nosotros se encuentra perdido en sus propios
pensamientos. Yo pego mi cuerpo al suyo y dejo pasar los minutos hasta que aparecen los créditos
finales y nos vamos cada cual a su habitación.
A la mañana siguiente, al oír que sale para ir a trabajar, salto de la cama cojo el móvil y llamo
a mi amiga. Que se fastidie si todavía está dormida, necesito hablar con ella. La llamada cae en el
buzón de voz, llamo nuevamente y lo coge quejándose por haberla despertado, según sus palabras,
de madrugada, pero cuando empiezo a contarle lo ocurrido ayer entre Rafael y yo se despeja y
empieza con su interrogatorio. Envalentonada le cuento todo con pelos y señales y la decisión que
tomé: irme a Madrid con él. Por supuesto se alegra y al mismo tiempo se vuelve loca planeando
los preparativos de mi viaje. Es tan apasionada en lo que hace que me siento avasallada por su
entusiasmo y la invito a venir a ayudarme a organizarlo todo, por primera vez le permitiré entrar
en el piso de Rafael.
En un parpadeo la tengo en la casa. Ona es hiperactiva, estoy empezando a hacer lo que ella me
mandó y detrás ya dio tres órdenes más, como si yo pudiera multiplicarme. Pasamos un buen rato
delante del espejo escogiendo modelitos sin que nada la convenza, así que la señorita decide que
debemos ir de compras. Yo me niego, no me apetece salir. Como ella siempre tiene una solución
para todo me arrastra hasta donde se encuentra el ordenador y visitamos innumerables tiendas
online hasta encontrar lo que ella busca; yo solo soy una espectadora, no tengo la menor idea de
sus planes, ni siquiera me pregunta si me gusta: mete en la cesta y listo.
Al cabo de un rato estamos las dos tiradas en el suelo con las piernas apoyada en el sofá como
si fuéramos a hacer abdominales, pero estamos muy lejos de eso. Según Ona, a mí me gustaba esta
postura. Me cuenta que me ponía así y decía ver las cosas con más claridad. No sé si será cierto,
pero me gustan estos momentos con ella, me divierto con sus locas ocurrencias.
Al escuchar la puerta abrirse, damos un salto. El corazón está a punto de salírseme por la boca.
¿Qué hace Rafael en casa a esta hora? Apenas es la una de la tarde. No me da tiempo a hacer
nada, y si en un primer momento me preocupé con qué decir ahora estoy aterrorizada. Pero no se
trata de él sino de Nuria.
—¿Quién es ella? —me pregunta directamente.
—No te debo explicaciones.
La tensión se puede cortar con un cuchillo.
—Te engañas, sí que me debes.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué? No te conozco de nada.
—Niña, no te la juegues —dice ella.
—Niña tu mad… —Dejo la frase en la mitad, no está bien insultar a los padres de nadie.
Aunque sean los de esta insoportable mujer.
—Chica lista. Así se hace, no meterse en peleas que sabes que no puedes ganar.
—Nuria, ¿por qué no te vas un poco a la mierda?
Está por nacer mujer más insoportable, ¿por qué tiene las llaves de la casa de Rafael?, llevaba
una temporada sin aparecer, ¡tenía que hacerlo justo hoy! Me había olvidado por completo de ella.
Su falta de delicadeza me da ganas de cogerla por el cuello y lanzarla por la ventana.
—Prefiero venir a tocar las narices a una nenita tontita.
—Te lo juro que si no estuvieras embarazada…
—¡Daniela! —grita Ona.
Nuria, que de tonta no tiene ni un pelo, la mira con las cejas arqueadas esperando una
respuesta. Ojalá a mi amiga se le ocurra algo muy ingenioso, si no estoy perdida.
—Hola, soy Ona —se presenta ella con soltura—. Conocí a Daniela cuando se fugaba de un
coche. Al ver su desesperación me acerqué a ayudarla creyendo que estaba en peligro.
—Esta niña un día mata a uno del corazón… —dice Nuria.
—Niña tu…
—¿Tu qué, niña? —dice la muy bruja guiñando un ojo a Ona.
—Tu nariz —suelto de corrido, consiguiendo que la traicionera de mi amiga y ella se rían de
mi cara.
La actitud chulesca de Nuria desaparece, corre hasta mí y me abraza preocupada. Me siento
miserable por estar mintiéndole, pero no sé cómo explicarle la presencia de Ona.
Mi amiga me mira de una manera muy rara y no me dice nada; ese comportamiento suyo me
asusta, me siento como si estuviera haciendo algo mal. Poco a poco me voy apartando de Nuria,
que me mira con ternura.
—Gracias, Ona. Daniela es muy importante para mi amigo —dice acercándome a ella y
dándome un abrazo de oso. Me remuevo incómoda por la situación, pero no me libera. Sin que
pueda evitarlo, las lágrimas empiezan a manar de mis ojos y la cosa se descontrola, las
alborotadas hormonas de esa loca hacen acto de presencia y ella también empieza a llorar.
Preocupada, Ona se acerca a nosotras y nos separa.
—¿Te encuentras bien? —pregunta Ona a Nuria.
—No, ella está pasándolo mal y no sé cómo ayudarla —contesta refiriéndose a mí. Ahora la
que tiene ganas de abrazarla soy yo. Empiezo a creer que lo que dice Rafael es verdad, que ella
solo se mete conmigo porque le gusta verme perder los papeles pero que a su manera me aprecia.
—No te preocupes por mí, estoy bien —digo emocionada.
Nuria sigue llorando, estoy desesperándome, no sé qué hacer. Ella en más de una ocasión ya
demostró ser una mujer dura y lo dicho por Ona no tiene tanta gravedad para que tenga esta
reacción, empiezo a pensar que hay algo más y se está escudando en lo que me está pasando para
dejar salir lo suyo.
—Nuria, tienes miedo, ¿sí? —le pregunta Ona, que al parecer tiene el mismo presentimiento
que yo.
—Claro. Joder, mírame. Soy un desastre con patas, ¿cómo voy a cuidar a un bebé?—contesta
contundente.
No me contengo y empiezo a reírme, ahora las lágrimas me caen pero a causa de la risa, esta
mujer es de lo que no hay. La veo tan fuerte, tan echada para adelante que jamás pensé que fuera
tener miedo a la maternidad.
—Seguro que lo harás bien, serás una buena madre —suelta Ona con la intención de
tranquilizarla y consigue todo lo contrario.
—¡Y una mierda! ¿Sabes lo que es llevar esto? —dice apuntando su barriga—. Tengo acidez
continuamente, paso casi todo el tiempo abrazada al maldito váter y el desquiciante, mandón,
controlador y delicioso de mi marido me quiere de vaca paridera. Si me hace otro hijo le corto la
polla.
Yo y Ona nos miramos entre nosotras y nos desternillamos de esta loca mujer, ¿de dónde salió
este espécimen? Hay que ver la cara con la que nos mira, pero no somos capaces de parar de reír.
Intenta evitarlo, pero nos reímos tanto que ella también se contagia y se ríe con nosotras.
Al final me quedo en un segundo plano. Confieso que estoy celosa, Ona y Nuria se entienden a
la perfección, y aquí estoy yo, sentada, oyendo cómo entre las dos hacen un traje a al padre del
bebé de esa loca. Se ve que lo adora, pero tiene una manera muy peculiar de hablar de él. Mis
celos van en aumento por segundos. Llevo tratando con Nuria meses, nuestros primeros encuentros
fueron fatales, sin ir más lejos hoy mismo, cuando entró en esa casa exigiendo saber quién al
parecer es su nueva amiga, no dejó pasar la oportunidad de meterse conmigo. Desde que nos
conocemos nos costó semanas poder hablarnos sin que quisiéramos arrancarnos los pelos, y con
Ona le basto unos minutos para que terminaran hablando de música, lugares que visitaron,
hombres y sexo. Las dos son descaradas y al final yo solo soy una espectadora; no tengo
experiencia con hombres, y tampoco una historia de vida. Relegada, no me queda otra que ver
cómo se intercambian sus números de teléfonos bajo la promesa de quedar a hacer algo juntas sin
que en ningún momento me incluyan en ello.
Capítulo 19

Rafael
La relación entre Daniela y yo es un constante tira y afloja, y en cierta forma eso mantiene una
llama prendida entre nosotros, pero como me recibió y me trató el pasado día al llegar del trabajo
no me gustó. Recibir su indiferencia no fue nada agradable, ni siquiera se giró a saludarme, fui yo
quien tuve que posicionarme delante de ella y pedir una tregua. Después me trató como a un
colega, ya no había coqueteo ni el feeling de antes, era como si fuera otra persona. Eché de menos
su osadía, ya me había acostumbrado de una manera u otra a tener su mano o alguna parte de su
cuerpo pegado al mío y me dejé llevar por mi impulso… y por supuesto metí la pata. Pero como
cuando se trata de ella nunca sé qué hago, al final me contradije yo mismo y la invité a ir conmigo
al cumpleaños de Thiago. Al principio se negó, insistí unas cuantas veces, hice chantaje
emocional, utilicé a Paula, con quien ella se sintió a gusto cuando estuvieron juntas y al final con
una sonrisa aceptó la invitación. Tendremos que ir en coche debido a su falta de documentación y
eso me asusta. Si la policía nos para y nos la piden no sé cómo saldré del embrollo, pero lo que
me acojona más son las horas en la carretera con ella al lado y vete a saber con qué actitud,
porque con Daniela nunca se sabe. Puede no hablarme en todo el trayecto o por el contrario
hacerme las preguntas más locas que se le pasen por la cabeza… o toquetearme por todos lados
poniendo mi concentración y autocontrol a prueba, como lo hace siempre. Pero de un modo u otro
no veo la hora de coger la carretera.

Llego al salón y me encuentro con que Daniela ya está de pie, se la ve emocionada.


—A desayunar —me ordena apuntando a la mesa.
—Sí, mi capitana —contesto divertido.
Me giro con la intención de desafiarla, pero al ver su cara me callo y hago lo que me manda.
En un abrir y cerrar de ojos aparece delante de mí una bandeja de desayuno. No falta de nada: hay
zumo, cereales, frutas, tostada, leche, bizcocho entre otras cosas, jamás seré capaz de comer todo
eso.
—Serán muchas horas conduciendo, come.
No me aguanto y me río, me da a mí que hoy conoceré a otra Daniela: la mandona.
Es una verdadera locura cómo para dos días las mujeres llevan tantas cosas, yo tengo un
pequeño trolley en el que sobra espacio por todos lados y ella una maleta grande más una mochila
que va en el asiento trasero para, según ella, alguna urgencia.
Llevamos dos horas en la carretera, el calor afuera es abrasador y al parecer el aire
acondicionado no está dando abasto, Daniela no deja de abanicarse, se ve inquieta y me pide casi
gritando que hagamos una parada. Sin entender qué está pasando, piso a fondo el acelerador hasta
llegar a un área de descanso. Para mi seguridad no hago preguntas. Ella con celeridad abre la
puerta del coche y sale como si algo le quemara, se distancia unos pasos, desabrocha el pantalón y
lo baja. Me bajo del coche y me acerco, perplejo. La muy… tiene a la vista de cualquiera que
llegue aquí ahora un maldito y sexi culotte de encaje color negro. Esta vez no intento hacerme el
caballero, me quedo atontado mirándola.
—¡¿Qué estás haciendo?! —pregunto idiotizado.
—Tengo calor.
—Puedo subir el aire acondicionado.
—Ya está a tope y sigo teniendo calor.
—Dani ¿y si nos para la policía?
—Me envuelvo en la toalla —Se acerca al coche, abre la puerta trasera, coge su mochila y
saca de dentro un trozo de tela que «casualmente» estaba allí. Vamos…, conociéndola, esto estaba
premeditado.
Quiero preguntar si todavía tiene calor, pero tengo miedo.
—Entra en el coche ya mismo —le ordeno autoritario al ver dos coches entrar en el área de
descanso.
—Tengo ganas de ir al baño —dice con cara inocente, pero sé que vio los coches.
—Daniela, entra en el coche de una vez —le digo más fuerte.
—Me voy a mear encima —refunfuña apuntándome con el dedo, pero se sienta.
No le digo nada, su jugarreta le va a salir mal, a cinco kilómetros hay otra estación de servicio
con un pequeño centro comercial y allí pararé y le compraré un short. Piso el acelerador, pero
todavía no he salido del área de servicio y ya está haciendo de las suyas. Le puse la toalla sobre
las piernas para cubrirla pero al parecer la canción que está sonando le gusta mucho y empieza a
hacer un bailecito que, por supuesto, hace que la tela se vaya al suelo.
—Dani, tápate.
—No, tengo mucho calor. —Termina la frase y se tira el agua por encima, empapando su
camiseta blanca.
Hija de… La muy… no trae sujetador.
—¡Si sufrimos un accidente será culpa tuya! —digo intentando mantener la atención en la
carretera.
—¿Mía…? ¿pero qué estoy haciendo? —pregunta con fingida inocencia.
Conduzco al límite de la velocidad permitida, los pocos kilómetros que me separan de nuestra
parada se me están haciendo eternos con esa mujer a mi lado cantando y bailando como si nada.
Me siento pletórico al ver el dichoso cartel anunciando la gasolinera a dos kilómetros, así que
piso un poco más para que mi agonía se acabe cuanto antes.
—Ya no quiero ir al baño, puedes seguir.
—Pues yo sí —le contesto riéndome porque sé que también vio la señal.
—Por favor, sigue. Tengo ganas de llegar.
Ella, al ver que no le hago caso va más allá, mete la mano dentro de su ropa interior y empieza
a tocarse.
—¿Qué estás haciendo?
No me contesta, coge mi mano que está en el cambio de marchas e intenta llevarla a su sexo.
Para mi suerte ya había entrado en el área de servicio y antes de que vaya a más paro el coche. Sin
darme tiempo de reacción, arranca las llaves de la dirección, se tira encima de mí y me besa,
moviendo su delicioso culo sobre mi sexo.
Dios mío, ¡seré detenido por escándalo público! Recobro la conciencia y la devuelvo a su
asiento.
—Dani, no puedes hacer eso.
—¿Me vas a rechazar nuevamente?
—Esto no está bien. No te rechazo, pero estamos poniendo nuestras vidas y las de los demás
en peligro.
Ella para de pronto.
—Tienes razón, no pensé.
Se siente avergonzada y se tapa con la toalla.
—No tienes que avergonzarte, eres una mujer preciosa.
Una lágrima se escurre por su rostro, agacha la cabeza y la seca con brusquedad. Le levanto la
cara, me acerco y le doy un beso.
Antes de que ella se venga arriba y se salga con la suya, salgo huyendo del coche con la excusa
de estirar las piernas y comprar agua. Camino un poco por la zona haciendo estiramientos y, para
qué vamos a mentir, esperando a que mi «amigo» se relaje. Ya con la situación bajo control entro,
le compro el short que tampoco es que le vaya a tapar mucho, una camiseta y su chocolate
preferido, Milka de almendras. Cuando llego al coche la encuentro vestida con su vaquero y otra
camisa. Rápidamente tiro lo comprado en el asiento de atrás para no agobiarla, le entrego el
chocolate, el agua y vuelvo a la carretera.
Después de que salimos de la gasolinera Daniela volvió a portarse con normalidad y al rato
comenzó a hacerme preguntas sobre los lugares por donde pasamos. La veo tan entusiasmada que
decido hacer un par de paradas, la primera en Lérida. Hacemos una rápida visita a la catedral
vieja, la dejo hacer algunas fotos y seguimos nuestro camino. Después paramos en Zaragoza, allí
comemos y vamos a dar un paseo. Ella se dedica a hacer unas cuantas fotos más y luego visitamos
la Basílica del Pilar. Al final un viaje de seis horas nos va a llevar por lo menos diez, pero no me
quejo; ver su alegría, su enorme sonrisa al ver algo que le gusta, los selfis junto a ella… estas
cosas no tienen precio. Aunque mañana recupere la memoria, estos momentos vividos juntos se
quedarán ahí, y para mí eso ya es suficiente motivación para darme el tute que me daré. Llegaré al
hotel y caeré rendido, al día siguiente asistiré al cumpleaños, dormiré y me meteré en el coche
para hacer el camino de vuelta contento.
La llegada a casa de Pedro es todo un espectáculo, como todo lo que está relacionado con
nuestro grupo de amigos.
—¡Miren!, la parejita llegó. —Sobra decir que la bocazas es Nuria.
—Cállate la boca, paridera. —Su marido la abraza, riéndose. Nunca vi a una mujer más
traumatizada y enamorada con su embarazo que ella.
Esta mujer es pura contradicción, pasa de estar diciendo a su bebé que su padre le metió dentro
de ella sin su consentimiento y que si no es un buen bebé lo va meter en un internado en Suiza, a
decirle que es lo mejor y más bonito que le pasó, le declara su amor diciéndole que junto a Nerea
y Eva es lo más importante de su vida, pero como con Nuria nada es normal ella le advierte no
contárselo al padre, que este se vendría arriba y, palabras textuales: «ese tarado me va a hacer
otro bebé y me voy a ver obligada a cortarle los huevos». Cuando Damián me contó la existencia
de estas locas charlas no me lo creí, y por ello la grabó. Cuando oí la grabación me descojoné.
Por supuesto ella ni sospecha de la existencia de esta grabación. Damián tiene amor a su vida, él
sabe perfectamente quién es su mujer y lo loca que está, y no dudaría en castigarlo. En cuanto a
Daniel y Fátima no pueden estar más enamorados. Ella es toda una mujer de negocios y a Daniel
le costó un poco asimilar el éxito de su mujer sobre él; no es que fuera un pobre desahuciado, pero
ella es la señora de un imperio y le tocaba trabajar bajo su sombra, pero ahora es todo orgullo de
su exitosa mujer. Tienen dos hijos, María y Daniel hijo. Eso es cursi, no se lo dije, pero esa cosa
de poner el nombre de los padres a los hijos me parece arcaico; pero en fin, es de esas cosas que
hablamos entre nosotros y se muere el asunto. María trae a Thiago loco detrás de ella. A Daniel no
le hace ni pizca de gracia que el hijo adoptivo de su hermano sea tan pegajoso con su niña, que se
derrite cuando lo ve, y su madre y tío están encantados con la amistad de los dos. El último en
llegar es Rubén. Me da pena mi amigo, después de muchos intentos por fin consiguió convencer a
su novia de la juventud a conocernos. Por lo que nos contó es una mujer con serios problemas de
autoestima y no entiende que él la quiere como es, pero por fin aquí está la famosa Olaya. La veo
una mujer guapísima, pero se la ve algo incómoda con las mujeres de mis amigos y Daniela. Todas
son delgadas y ella es una preciosa mujer de curvas, y por ello no se acerca a las demás. Me
encanta ver a mi primo con sus hijos: Victoria ya es independiente, corre de un lado a otro, no
para, es una dulzura de niña, de todos es la más cariñosa. El único sin acompañante es Jorge, pero
eso para nosotros no es novedad. Jorge es un lobo solitario.
Estoy preocupado, Daniela no se despega de mí.
—¿Te pasa algo? —No la reconozco, es como si hubiera desaparecido la mujer fuerte y
determinada que vive conmigo. ¡Eso sonó raro! Que vive en mi casa, mejor dicho.
—No, estoy bien.
—Te conozco, algo te pasa.
—No sé cómo relacionarme con tus amigos, no sé qué decir —confiesa.
—Sé tú misma y todos caerán rendidos a tus pies.
—¿Y cómo soy yo, Rafa? —me pregunta con tanta angustia en la voz que la abrazo y le doy un
beso en la cabeza.
—Eres la mujer más linda y valiente que conozco.
—Si me ves linda, ¿por qué no me haces mujer? —me dice al oído.
—No soy el indicado —digo agarrándola de las orejas y meneándolas de un lado a otro.
—Eso me toca a mí decidirlo —replica.
—Dani… —No me deja proseguir, sin importarle que estemos rodeados de personas posa su
dedo en mis labios acallándome y me besa. No es un beso de esos de poner la piel de gallina,
pero sí lo suficiente para que se vea que ambos lo deseamos y lo peor; todos mis amigos nos están
viendo. En ese momento aparece mi amiga, salvándome.
—Hay niños presentes, degenerados.
Las chicas se encargan de llevarla junto con ellas, lo mismo hacen con la novia de Rubén que
en un principio se resiste, pero nada puede hacer si tiene juntas a Fátima y a Nuria. Damián ya es
uno más con mis amigos. Los muy cotillas, al ver que las chicas estaban lejos y entretenidas, no
tardan en venir.
—¿Qué vieron nuestros ojos? —pregunta Jorge.
—Voy a llamar a Érica, ella está en Madrid —digo cambiando de tema.
—Es verdad, está en nuestra casa, la llamo —añade Daniel recibiendo una matadora mirada.
—Si ella viene, yo me voy.
—Un día nos explicarás qué te pasa con esa chica —dice Rubén—. Nunca te vi rechazar a una
mujer como ella.
—Lo mismo digo, ¿cuándo nos va a explicar qué te traes con Olaya? —suelto echando un
capote al pobre Jorge.
—Habla el que decía: «solo quiero ayudar a esa niña. Ella es muy joven para mí», y le come la
boca —suelta el traidor de mi primo.
—¡Que entretenida la pelea de solterones! —exclama Pedro riéndose.
—Tienen que dejarse de chorradas y asumir de una vez a las mujeres que quieren —sentencia
Daniel.
Empezamos a bromear, pero las palabras de mi amigo hicieron hueco en mi cerebro. Daniela
me hace sentir lo que no he sentido por ninguna otra.
Pasamos el día entre risas y cachondeo. Al final Daniela se soltó y con la ayuda de Paula se
llevó a mil maravillas con Fátima y Aroa, con quienes apenas había coincidido. Sobra decir que
ella y Nuria a cada poco sueltan pullas la una contra la otra, pero sin llegar la sangre al río. La
única que no acaba de relajarse es Olaya, se ve de lejos su incomodidad. Rubén le preguntó en
varias ocasiones si se quiere marchar, ella siempre le contesta que no pero no lo deja relajarse, le
tiene pendiente del móvil, se dedica a enviarle mensajes y si tarda en contestar lo mira con mala
cara. Ninguno decimos nada pero no nos gusta verlo así, hace rato ya perdió la sonrisa, pasa todo
el tiempo pendiente de ella.
Al final de la noche, después de partir la tarta, nos marchamos a nuestro hotel. Cuando me
trasladé a Barcelona entregué el piso que tenía alquilado aquí, y cuando vengo por asuntos de
trabajo me quedo en casa de mis amigos. Pero al venir con Dani preferí coger dos habitaciones de
hotel.
La dejo en la puerta de su habitación, ella me desea buenas noches y se gira para entrar. Antes
de que cierre la puerta, agarro su mano y la atraigo hacia mí y al fin la beso como he deseado
hacer todo el día. Ella pasa su brazo sobre mi cuello y degustamos nuestras bocas hasta que nos
vemos obligados a separarnos para tomar aire. El brillo de sus ojos me fascina, pero antes de que
haga algo de lo que pueda arrepentirme doy unos pocos pasos hasta que estamos dentro de su
habitación, le doy un rápido beso en los labios y salgo cerrando la puerta detrás de mí.
Capítulo 20

Daniela
Congelada en el mismo sitio, llevo mis dedos a mis labios y los siento hinchados por la
ferocidad del beso. ¡No me lo creo! ¡¿De verdad me besó de esa manera?! Llevo soñando con esto
tanto tiempo… he sentido sus labios sobre los míos en varias ocasiones, pero nunca de esta forma,
casi siempre fueron besos robados o me correspondía y al darse cuenta salía corriendo como si
tuviera al diablo detrás. Pero esta vez fue él quien tomo la iniciativa, y con muchas ganas. No
puedo evitar dar saltos de alegría.
¡Será hoy!
Corro hasta mi maleta, rebusco entre las miles de cosas que me obligó a traer Ona y no
encuentro nada de mi agrado. Ahora me arrepiento de haber cancelado la compra de algunas de
las lencerías que ella había escogido, pero me apañaré con lo que tengo, no perderé esta
oportunidad. Corro al baño a ducharme, estoy por meterme debajo de la regadera cuando me viene
una idea; vuelvo a la habitación, llamo al servicio de habitaciones y ordeno su vino preferido y
unos aperitivos. Luego regreso al baño, repaso mi depilación tal como me enseñó Ona, me doy
una ducha rápida e hidrato mi cuerpo con mimo. Por primera vez desde que la tengo, no me fijo en
mi aún algo rojiza cicatriz. Estoy desenredando mi pelo cuando suena el timbre de mi habitación,
me enrollo en la toalla y voy a abrir la puerta: es el servicio de habitaciones. Verifico si está todo
tal como lo pedí, contenta con el resultado doy una propina al funcionario del hotel y vuelvo a
terminar de vestirme. Selecciono un tutorial de maquillaje y voy siguiéndolo paso a paso. Cuando
me pongo a ver a las influencers hacerlo parece fácil, pero es muy difícil, al final me lavo la cara
y solo paso un labial. Sacudo el cuerpo dándome coraje, camino hasta mi cama, cojo el albornoz a
juego con lo que llevo debajo, cojo el carrito y voy en dirección a su habitación. Estoy tan
nerviosa… Llamo y no responde. Insisto, con el mismo resultado. Miro al dichoso carrito y me
siento ridícula, si alguien me ve así me muero, seguro me confundirán con una dama de compañía.
Intento una última vez y nada. Acabo de hacer el tonto, no está, seguramente se arrepintió del beso
y salió a pasar tiempo con sus amigos y olvidar lo ocurrido. Me giro para marcharme y en ese
momento siento la puerta abrirse. A cámara lenta miro en su dirección y me encuentro de frente
con Rafael, con el pelo mojado y gotas cayendo sobre su cuerpo, resbalando por su bronceada
piel y una toalla enrollada en la cintura. Es la primera vez que lo tengo cerca tan ligero de ropa, la
vez que lo vi con menas ropa fue en bañador, en casa de Nuria, y Nathalie se ocupó de no dejarlo
acercase a mí, pero esa parte de aquel día prefiero olvidarla.
—Perdón, estaba en la ducha. —Creo que el coraje empieza a abandonarme, verlo así,
semidesnudo, me está causando una tremenda impresión—. ¿Te puedo ayudar en algo? —pregunta
desconfiado.
—¿Me acompañas a tomar un vino?
—¿Tú bebes?
—No.
—No estoy entendiendo nada, pero sí, acepto.
—Bien. —Esto va por buen camino.
—Dame unos minutos me visto y voy a tu…
No le doy tiempo a concluir la frase; le hago a un lado, cojo el carrito y lo empujo dentro de su
habitación. Rafael, al ver mi actitud, abre tanto los ojos que parecen que van a salírsele de las
cuencas.
—Aquí tienes tu vino preferido —digo como hago siempre, ignorando su estupor.
—¿Qué estás haciendo, Daniela? —pregunta mirándome de soslayo.
Me siento como el lobo malo, el hombre decidido que se abalanzó sobre mí hace unos minutos
ya no está, y ya no tengo más paciencia para jueguecitos de «ahora sí, ahora no». Si no voy directa
al grano saldrá corriendo y sé que no tendré otra oportunidad como esta. Me giro y cierro la
puerta, pongo mi mano sobre su desnudo pecho y lo voy empujando hasta el centro de la
habitación. Cuando lo tengo donde deseo doy dos pasos hacia atrás, llevo mis dedos al nudo de mi
albornoz y lo deshago. Suavemente subo mis manos a mis hombros y empiezo a deslizar la
delicada prenda hasta que cae al suelo, dejándole la visión de mi cuerpo cubierto únicamente con
lencería de color blanco, pero nada inocente. Los segundos parecen horas. Rafael no dice nada, se
queda en el mismo sitio mirándome y no sé describir cómo. La poca seguridad que tenía empieza
desvanecerse, mis mejillas se calientan de la vergüenza. Miro al suelo en busca de mi albornoz,
llevo una mano a mis pechos y la otra a mi sexo intentando tapar mi desnudez. Avergonzada, como
puedo me agacho para coger la prenda, lo único que deseo ahora mismo es salir corriendo de
aquí. Mi pelo cae sobre mi rostro y pierdo de vista mi albornoz. Quiero quitarme el pelo de la
cara, pero eso significa exponerme más y no soy capaz, la situación se vuelve incómoda. Me
arrodillo para buscar la maldita tela, pero mis manos no llegan a tocar el suelo, un fuerte tirón me
hace volar por los aires obligándome a incorporarme.
—No soy de hierro —me dice abrazándome tan fuerte que nuestros cuerpos quedan pegados el
uno al otro.
Por primera vez veo determinación en sus ojos, no paro a analizar nada, doy un impulso y
rodeo su cintura con mis piernas. Debido a mi movimiento, su toalla cae dejando su cuerpo
desnudo, su sexo apuntando al mío que tiene tal humedad que traspasa la fina tela que impide el
contacto carne con carne. Agarro su rostro y lo beso, siento el palpitar de su pene en mi sexo. Me
remuevo buscando la penetración, pero Rafa me da un suave azote en el culo.
—Quietecita, yo llevaré las riendas de lo que ocurrirá hoy en esta habitación.
Juro que deseo contestarle, pero no me salen las palabras. ¡Por fin va a ocurrir, el hombre que
escogí para que me haga mujer finalmente dejará de luchar contra sus ridículos prejuicios!
Conmigo entre sus brazos se dirige a la cama, apoya una de sus rodillas y me tumba despacio
sobre el mullido colchón. Va pasando su nariz por todo mi cuerpo hasta llega a mi tanga y me lo
quita despacio.
—Voy a chupar, morder y acariciar todo tu cuerpo —susurra sobre mi intimidad causándome
un placentero cosquilleo.
Sus manos se posan sobre mis pechos, los acaricia y estruja causándome una rara sensación de
dolor y placer que me hace arquearme en busca de más contacto. Paso mis uñas por su costado
arañando su piel, dejando mi marca en él. De sus labios sale un gemido que me resulta lo más
bonito que oído en mi vida. Su boca reclama mi pecho, su mano se desliza hasta mi sexo y
acaricia mis labios hasta encontrar mi botón del placer. Cuando siento su toque grito de gusto.
—Te correrás en mi boca —dice dando un suave mordisco en mi pezón.
Abandona mis pechos y desliza sobre mi cuerpo dejando un reguero de caricias por el camino
hasta llegar a mi sexo. Entierra su cara en mi monte de Venus y aspira mi olor, haciéndome sentir
avergonzada. Su lengua va pasando por mis labios vaginales hasta dar con mi clítoris. Al sentirla
pierdo el control, llevo mis manos sobre su cabeza y lo empujo presionando sobre mi intimidad.
Lejos de quejarse lo aprisiona entre sus labios y lo chupa una y otra vez. Me vuelvo loca, ya no sé
lo que hago, intento tirar de él, pero me lo impide.
—Quieta —dice dando una palmada en mi mano.
Su dedo invade mi cavidad y me pierdo en las sensaciones que estoy sintiendo. Son tantas que
no puedo describirlas, tengo ganas de enterrarlo en mi sexo, al mismo tiempo deseo que me
penetre y también salir corriendo y gritando, me estoy volviendo loca. Mi escaso raciocinio es
interrumpido cuando la áspera lengua de Rafa pasa por encima de mi clítoris y da un suave
mordisco; una corriente atraviesa todo mi ser, me estremezco, pero no me da tiempo a asimilar lo
que siento, soy invadida por su lengua y su dedo. La temperatura sube, mis latidos cardiacos se
aceleran, un hormigueo me sube y siento cómo mi cuerpo parece estallar. Entre mis piernas se
derrama un líquido cálido que Rafa no deja de chupar y lamer. Ya no soy dueña de mis estímulos.
Respiro agitada, busco aire intentando calmar los latidos de mi agitado corazón. El dueño de mi
cuerpo, alma y amor se tumba a mi lado, me da un beso y me abraza, creo que me voy a desmayar.

Me despierto entre sus brazos, es maravilloso abrir los ojos y ser recibida por su preciosa
sonrisa. Me estiro y le doy un beso que me corresponde con tanta delicadeza que me siento en las
nubes.
—¿Lo hice bien? ¿Ya soy una mujer? Quiero más —susurro intentado mantener mis ojos
abiertos.
Su sonrisa se ensancha, besa la punta de mi nariz y me responde.
—Lo hiciste genial. Y no, todavía no eres mujer.
—¿No…? —pregunto tapándome con la sábana y sentándome en la cama.
—Te di tu primer orgasmo, conociste tu cuerpo, pero no consumamos.
—¿Y por qué no? —interrogo sin entender nada. Todo parecía ir perfectamente, creí que él
también estaba disfrutando.
—Ya hablamos sobre eso, no soy el indicado.
Toda la alegría que sentía se desvanece. Lo miro dolida, lo único que me hizo fue demostrarme
lo que estoy perdiendo. Siento ganas de llorar, soy una estúpida, ¿Qué creía cuando entré en su
habitación de aquella manera? Pero no me derrumbaré.
—Tienes razón, no eres el indicado. —Le escupo las palabras con desprecio.
Me envuelvo en la toalla y me voy a mi habitación sin mirar hacia atrás.
Ahora más que nunca sé lo que quiero en mi vida.
Entro en mi habitación dando un portazo, ¿cómo he podido hacer esa estúpida pregunta?,
estaba claro que no me hizo mujer. Lo último que recuerdo fue tenerle entre mis piernas y casi
perder el sentido. De ahí nada más, él no me penetró. Ona me dio clases muy explicitas de cómo
actuar y de lo que ocurriría. Nada salió como lo planeado, pero para mí se acabó, seguro que ahí
afuera hay muchos hombres encantados de solucionar mi problema.
Capítulo 21

Rafael
Pueden decir muchas cosas de Daniela, menos que se rinde fácilmente. Ella no demuestra
fragilidad, su actitud de ayer por la noche todavía me tiene sorprendido. Superó con creces todo
lo que me viene haciendo pasar desde que entró por la puerta de mi piso. Fue maravilloso,
mientras ella dormía entre mis brazos yo admiraba su belleza. Todavía ahora intento entender el
porqué de su reacción, pero ahora, antes de poder recuperarme de mis propias emociones, me toca
lidiar con su «desprecio». Está intentado hacer como si yo no existiera, se está esforzando, pero
falla estrepitosamente, no es capaz de estar más de diez minutos sin girarse a mirarme. Seguro que
espera que saque el tema, pero no lo haré. Esa mujer no sabe lo difícil que fue para mí no llegar
hasta el final, agradecí a los cielos cuando después de su primer orgasmo se quedó dormida. Fue
la imagen más bonita de mi vida, ella intentando mantener sus ojos abiertos, diciéndome lo bien
que se sentía, pidiéndome más, pero sin ser capaz de hilar las palabras con soltura. Ya di mil
vueltas al tema intentando entender su obsesión por perder la virginidad, quisiera hacerla entender
que todo en esta vida tiene su momento, y si no ocurrió es porque todavía no era el de ella, pero
no hay manera. Yo crecí rodeado de mujeres, tengo hermanas y primas y por desgracia para mí, fui
testigo de cómo todas deseaban una primera vez especial. Y Daniela se merece algo así, no en una
habitación fría e impersonal de un hotel cualquiera, aunque para mí lo que ocurrió entre nosotros
fue maravilloso. Mi sexo apenas rozó su cuerpo y aunque no culminé sí que lo disfruté. Ya no soy
un chaval cuyo mayor placer es penetrar a una mujer, por supuesto hubiera sido sublime sentir su
calor abrazando mi virilidad, pero el verla descubrirse mujer, cómo perdía el dominio de sus
actos y se rendía a mis caricias, cómo a cada sensación nueva buscaba más… en más de una
ocasión estuve a punto de venirme al escuchar sus juegos y gemidos. El saberme responsable de
su placer, y que soy el primero, despertó mi deseo más primitivo. Mi «amigo» estaba tan duro que
el simple roce de las sábanas me daba placer. Y cuando se rindió al sueño tuve que hacer algo que
no hacía desde hace mucho tiempo: admirando su magnífico cuerpo me casqué una de mis mejores
pajas, me corrí de tal manera que gotas cayeron sobre su barriga mientras yo susurraba su nombre.
No veo la hora de poder contarle, no estaría tranquilo conmigo mismo si no se lo dijera. Tuve que
tomarme mi tiempo para poder ocuparme de la situación, el placer fue tanto que mi cuerpo cayó
junto al de ella y abrazándola esperé a que se normalizara mi respiración. Le di un tierno beso en
los labios y me obligué a levantarme para ocuparme del desastre que había montado. Me costó la
misma vida abandonarla en la cama para ir al baño y humedecer una toalla, para asearla. Mientras
limpiaba su piel dejaba besos por donde había profanado. Después de dejarla limpia me acosté a
su lado, pegué mi cuerpo al suyo y disfruté de la maravillosa sensación de tenerla entre mis
brazos. Todo fue perfecto para mí, ojalá lo hubiera sido para ella también.
Conducimos de vuelta en un silencio algo extraño y cargado de tensión sin resolver.
—¿Tienes hambre? ¿Quieres parar a comer algo? —pregunto con cautela.
—No. —Y ahí se termina la charla.
Hago el tramo restante sin decir nada más, llegará el día en que se dé cuenta de que lo único
que deseo es su bien. Al ver mi edificio siento algo de inseguridad. No sé qué hará, no la
presionaré, la dejaré descansar. Es verdad que estamos cansados, yo también deseo tirarme en la
cama, fue un verdadero tute ir y volver de Barcelona a Madrid conduciendo.
Cuando llegamos nos vamos cada uno a nuestra habitación para deshacer las maletas. Al cabo
de un rato, entro en la cocina y la encuentro delante de la nevera con uno de sus malditos
pijamitas, debato entre dar la vuelta y encerrarme en mi habitación de nuevo o ir a saludarla,
decido la primera opción.
—¿Pedimos algo para cenar?
—No tengo hambre, me voy a la cama.
—¿Estamos bien? —inquiero.
—Sí, solo estoy cansada.
Y así se termina lo que fue un magnífico fin de semana. Sin mirarme, se va a su habitación.
A la mañana siguiente, cuando vuelvo de correr Daniela no sale para desayunar conmigo. No
lo hace siempre, pero tenía la esperanza de que su rabia ya hubiera pasado y pudiéramos seguir
como antes.
En la oficina para mi alegría fue un día relativamente tranquilo, Aliyah me pidió estudiar los
balances financieros de una serie de empresas. Al ver los números le escribo desaconsejándole
hacer negocios con esta gente, esta empresa no llegará a fin de año si no recibe una fuerte
inyección de capital y él en su línea, no me contesta, me envía más documentos de las mismas
empresas para análisis y hasta ahí. Trabajar con este hombre es complicado. Paso el trabajo a mi
becario, atiendo los demás pendientes y, faltando veinte minutos para que se termine mi turno, me
voy a casa.
Entro en casa y soy recibido por un efusivo saludo.
—¡Hola! ¿Tienes hambre? —Sigo su voz hasta la cocina.
—Podría comerme un buey.
—¡Y yo que creía que eras vegano!
—Lo tengo muy difícil, me encanta la carne —digo mirándola de arriba abajo.
Daniela me hace dar la vuelta, posa sus dos manos en mi espalda y me echa de la cocina.
Aflojo mi corbata y empiezo a poner la mesa, me encanta ver que ya volvió a ser ella misma.
Cenamos en silencio, pero no es un silencio incomodo, tampoco me mira con rabia. Luego entre
los dos recogemos todo y damos por finalizada la noche.
Tonto de mí que creí que las cosas no habían cambiado entre nosotros, los dos siguientes días
de nuestra vuelta ella fue la de siempre, pero al tercer día se fue alejando, alejando y cada vez
está más distante. Ya no sé qué más hacer para intentar mantener una conversación con ella, cada
vez que me siente llegar se escabulle con alguna excusa. Vi por accidente que miraba algo sobre
una tesis, no pude ver de qué se trataba porque al percibir mi presencia recogió y se recluyó en la
habitación. Ahora tiene contacto con Paula y Aroa, se hablan constantemente por teléfono y por
WhatsApp, y hoy Miguel me dejó muy intrigado. Me preguntó qué le había hecho a Daniela. Me
quedé sorprendido con su manera de hablar; había reproche en su tono. Enfadado le exigí decirme
qué estaba pasando, al darme cuenta de mi comportamiento le pedí disculpas. Su contestación a mi
pregunta no hizo más que aumentar mi intriga: declaró no querer dormir en el sofá y dio el tema
por zanjado. Llamé a Aroa para preguntarle y por supuesto se negó a decirme nada. Solo me llamó
patán y me colgó en la cara. Después me arriesgué con Paula, que fue más diplomática que la
mujer de mi primo, pero tampoco salí muy bien parado. Ahora únicamente me queda Nuria,
aunque creo que si supiera algo que desconozco me lo hubiera dicho. De todas maneras, pasaré a
hacerle una visita y de paso le sacaré el tema a ver.
Mi ahijada me recibe contándome sobre su rara relación con los gemelos. Ya me hice la idea
de que está tan loca como su madre, así que la escucho hasta que se cansa y desaparece. Nuria,
que estuvo todo el tiempo a nuestro lado, escuchando el monólogo de su hija se está riendo de mi
cara.
—Suéltalo de una vez. ¿Qué te trae aquí?
—Vine a veros.
—¿Un martes, Rafa?
—Vale, tu ganas. No sé qué pasa con Dani.
—¿Todavía no lo sabes?
—¿Saber el qué?
—Ella se larga.
—¿Cómo?
—Rafael, deja de ser tonto, joder. Que se va a vivir su vida.
—¿Quién te dijo eso?
—Ella.
—¿Y por qué no me contaste nada?
—Porque lo descubrí ayer, y me dijo que te lo iba contar.
—¡Pues no me lo contó! Me voy. —Le doy un beso en la mejilla y salgo corriendo a por mi
coche—. Después ya ajustaremos cuentas por no haberme avisado —Le grito desde la distancia.
Algo me dice que tengo que llegar a casa cuanto antes, y para mi mala suerte de la casa de mi
amiga a la mía hay una pequeña distancia. No infrinjo ninguna ley de tráfico pero voy al límite,
meto mi coche en el garaje y subo los cuatro pisos corriendo. Salgo al pasillo y la encuentro
arrastrando una maleta en dirección al ascensor, llorando mientras habla con alguien por teléfono.
Me paro delante de ella, alarmado, pero Daniela va tan distraída hablando que no se percata de mi
presencia.
—¿Tan mal me he portado para que te vayas sin al menos despedirte? —digo sacándola de la
conversación.
—No puedo seguir aquí. —La miro dolido, si no hubiera ido a casa de mi amiga hubiera
llegado en casa hoy y la hubiera encontrado vacía. Me hago a un lado y le indico con la mano que
pase. Ella me mira con los ojos húmedos—. ¿Eso es todo, no me vas a decir nada?
—¿Qué quieres que diga?, tu cambiaste y decidiste irte sin más.
—¿De verdad es así como lo ves?
No me di cuenta de que había cortado la llamada y ahora su teléfono no deja de sonar, no sé
quién está al otro lado pero es muy insistente. Estoy seguro de que no es ninguna de las mujeres de
mis amigos y eso me hace enfadar todavía más.
—¿No vas a atender? —digo indicando el aparato.
Me mira como si fuera culpa mía que su teléfono estuviera tocando y lo lleva a la oreja.
—Joder, Ona, déjame un momento —exclama al teléfono y cuelga. Luego se pasa la mano por
la cara—. ¿Qué estoy haciendo? —se pregunta a sí misma.
—No te robaré más tu tiempo —digo con dureza.
Paso a su lado y voy en dirección a mi piso, con el ruido de las ruedas de su maleta tronando
en mi oído saco las llaves de mi bolsillo y abro la puerta.
—¡Creí que me tenías un poco más de consideración! —exclamo sin mirar hacia atrás.
Sigo con la mano en la cerradura resistiéndome en cerrar la puerta por miedo a hacerlo y nunca
más volver a verla.
—Como una tonta me enamoré de ti —se declara desde la distancia.
—Y por eso huyes de mí sin decir adiós.
—Solo quería evitar la despedida porque sabía lo que iba a pasar.
—¿Y qué está pasando? Lo único que veo es que no eres capaz ni de mirarme a la cara.
—Que ya no tengo la determinación de entrar en ese ascensor. Que me muero por besarte.
Me muero por ir a por ella, agarrarla, levarla dentro y no permitir que salga. Pero no la
presionaré.
—Entonces no entres, vuelve a casa.
—No te imaginas lo duro que es para mí verte y no poder tocarte.
—Háblame mirándome a la cara.
Suelta la maleta y se gira; yo me olvido respirar por miedo a que me diga adiós
definitivamente.
—¡No sé quién soy! Pero era feliz, hasta que perdí el control de mis sentimientos hacia a ti. Me
enseñaste un mundo fascinante que quiero disfrutar, pero lo quiero contigo y tú no me quieres. Me
ves como una niña.
—Dani…
—No, déjame terminar, lo necesito. Me sentí atraída por ti desde que te vi en el hospital. Creí
que era solo eso, una atracción, pero cuando vi a Nathalie insinuándose a ti me di cuenta de mis
sentimientos; y no soy correspondida.
—¿Puedo hablar?
—Ya termino. Dentro de mí hay una voz que me grita que haga valer mi voluntad, intenté de
todo para hacerla valer contigo y no funcionó. La solución que me queda ahora es alejarme.
Porque ya me he arrastrado demasiado detrás de ti, Rafael.
—Yo te doy otra opción.
—¿Cuál?
—Quédate conmigo.
—¿Me harás tu mujer?
—Vuelve a casa y hablaremos. —Me mira indecisa—. Prometo que merecerá la pena.
Su móvil vuelve a sonar.
—Ona, voy a hablar con Rafa. Un momento y te llamo.
Capítulo 22

Daniela
—Vale, y si te lo follas te perdono por haberme gritado —contesta Ona.
—Cállate, cuando termine aquí te llamo para que vengas a recogerme.
Rafael coge el móvil de mi mano y le dice:
—Puedes marcharte, ella no se va a ningún sitio.
Mi amiga se pone histérica al otro lado.
Rafael viene a mi encuentro, coge la maleta, pasa el brazo sobre mi hombro, pega mi cuerpo al
suyo y hace el camino de vuelta a su piso. No me opongo, lo dejaré todo en sus manos. A ver
adónde nos lleva esto. Yo ya tengo mi decisión tomada, ya me he hecho la idea de no volver a
verlo. Las personas debemos tener determinación, luchar por lo que queremos, dar lo mejor de
nosotros en aquello que hacemos, no rendirnos delante del primer obstáculo; pero también
tenemos que saber la hora de retirarnos para poder irnos con la cabeza en alto. No todas las
derrotas significan un fracaso, en las derrotas también se demuestra fortaleza. Y llegó mi hora de
retirarme antes de que yo misma me destruya. Rebasé varios límites con tal de conquistarlo y ya
no lo haré más, de aquí en adelante, si está en nuestro destino estar juntos, lo estaremos, pero si se
acabó aquí, llevo conmigo recuerdos maravillosos.
—No te muevas —me ordena con dulzura.
En una actitud de lo más extraña me deja en medio del pasillo, corre con mi maleta hasta su
habitación la mete dentro y la cierra con llave. Me cruzo de brazos y lo miro, negando con la
cabeza. Confieso que tengo ganas de reírme, pero me mostraré indiferente, bueno, por lo menos lo
intentaré. Está viniendo a mi encuentro y al pasar delante de la habitación que ocupaba antes, mira
dentro. Al descubrir la otra maleta y las cajas con mis cosas corre hasta mí, me coge de la mano y
me lleva hasta el sofá.
—Ya vuelvo. —Sale corriendo en dirección al pasillo, la curiosidad me puede y voy detrás de
él, cuando lo veo trasladando mis pertenencias a su habitación y cerrándolas dentro tengo que
llevar la mano a la boca para no reírme.
—Rafael. —El pobre da un salto del susto—. No hace falta secuestrar mis cosas.
—Es mejor prevenir —dice con una cara tan adorable que me entran ganas de achucharlo.
—Llegué aquí con lo puesto, si quiero irme puedo hacerlo de la misma manera.
Su expresión se vuelve seria. Me mira con lo que para él debe ser un gesto severo, pero no me
da miedo.
—¡No irás a ningún sitio! —sentencia y sigue trasladando mis pertenencias, hasta que no se
lleva la última caja no viene hasta mí. Yo me apoyo en la pared y me quedo mirándolo, de nada
me serviría protestar.
Después de inspeccionar hasta el último rincón para asegurarse de que no deja nada con lo que
me pudiera fugar, vuelve a cogerme de la mano y me lleva de vuelta al salón, me sienta y se queda
de pie delante de mí. No puedo negar que me estoy divirtiendo con su loco comportamiento. Nos
tiramos así un buen rato hasta que me canso.
—¿De qué querías hablarme? —Voy directa al grano.
—A ver si me explico… —Camina de un lado a otro pasándose la mano por la cara, buscando
las palabras.
—Rafael, al grano —digo impaciente.
—¿Qué quieres de mí?
—Que me folles.
—No puedo.
—Vale, me voy. —Me levanto y camino en dirección a mi habitación a por mis cosas pero me
acuerdo de que las requisó todas. Doy la vuelta y voy hacia la salida.
—Espera, espera, Daniela. Tengo una proposición, ¿recuerdas?
—No me interesa.
—Escúchame, te aseguro que no te arrepentirás.
—Dilo.
—Vuelve aquí y hablamos.
—No perderé más mi tiempo, dilo. Si me interesa vuelvo, si no me marcho.
—¿Será posible? —gruñe para sí—. Esta niña está poniéndome contra las cuerdas, y lejos de
enfadarme estoy excitándome.
Miro a la pared ocultando mi sonrisa, su estado de aturdimiento es tanto que ni si dio cuenta de
que habló en voz alta. No le voy a lanzar el cenicero en la cabeza por haberme llamado niña
nuevamente porque lo que vino después me encantó oírlo. Rafael viene hasta mí, agarra mis dos
manos y suelta de un tirón.
—Tú ganas, te daré placer.
—¿Cómo?
—Como hombre y mujer.
—¿Me quitarás la virginidad?
—¡¿Pero qué obsesión es esa?! No, no te la quitaré, pero verás que no hará falta.
—¡Quiero sentirte dentro de mi cuerpo!
—Y me sentirás.
—¿Cuándo ocurrirá?
—Siempre que queramos.
—Lo quiero todos los días a todas horas. —Rafael suelta una carcajada con mi comentario, en
un principio me quedo mirándole enfadada pero como siempre ocurre con nosotros me contagio
—. ¿Qué te hace tanta gracia?
—Tú, niña traviesa —me agarra y me aúpa en su cuello—. ¿Cómo sabes que vas a querer
todos los días?
—Porque desde Madrid no pienso en otra cosa.
—¿Aceptas mi propuesta?
—Dame una demostración y así puedo decidir si me merece la pena o no.
—¿Y si no te convenzo?
—Me iré y contrataré a un profesional. —Me da un azote y me lleva a mi habitación.
Llega a mitad de camino y se detiene, mi corazón se acelera. ¿Se arrepintió? Empiezo a
sentirme angustiada, me remuevo entre sus brazos con la esperanza de que me mire a la cara, pero
no lo hace; sus ojos vagan por todos lados pero no se detienen en mí.
—¡No debería ser así! —dice en un susurro.
—¿Te arrepentiste?
—No —afirma con vehemencia—. Pocas veces deseé tanto algo como deseo estar contigo.
—Rafa, no sé qué tienes pensado hacer. Pero yo ya había aceptado la idea de vivir sin ti. La
vida está hecha de decisiones, antes de tomar la tuya reflexiona si es lo que realmente deseas.
Porque yo te quiero y no soportaría mañana oír de tu boca que no significó nada.
Nada más decirlo me arrepiento de mis palabras, su rostro se vuelve inexpresivo. Quisiera ser
una mujer de verdad y ponerlo a prueba, pero lo intenté tantas veces y fallé que acabé por aceptar
que solo soy una niñata. Se acerca a la cama, siento cómo va aflojando su agarre hasta tumbarme
sobre el mullido colchón y con tristeza lo veo alejarse. Para mi mayor mortificación las lágrimas
se van acumulando en mis ojos de tal manera que si no hago nada empezaré a llorar. Me siento una
imbécil, llevo las manos a mi rostro y me oculto. Perseguí esto por tanto tiempo… y ahora que al
parecer él había tomado una decisión voy y lo tiro por la borda.
—Ya hice la mía, y eres tú —dice sacándome de mi auto flagelación.
Mis manos se apartan despacio, abro los ojos y me encuentro con la visión de su cuerpo
desnudo de la cintura para arriba. Mis pulsaciones se aceleran, me arrodillo en la cama y la
valentía vuelve a mí.
—¿Por qué tardas? —pregunto ansiosa por descubrir qué me va a hacer.
—Mereces un castigo.
Su voz está cambiada, su mirada es penetrante, me siento arder solo por la manera en que me
mira, por cómo da pequeños pasos en mi dirección. De repente se gira y sin decir nada sale,
cierra la puerta por fuera y me deja encerrada dentro. Tardo un tiempo en entender qué está
pasando, pero cuando lo hago salto de la cama y empiezo a gritarle:
—¡Abre la maldita puerta!
—No.
Empiezo a enfadarme de verdad. Pierdo los papeles y comienzo a dar patadas contra la puerta.
Rafael, cuando se da cuenta de que estoy realmente enfadada, entra.
—Ni si te ocurra acercarte a mí —digo con el dedo en alto.
—¿Y si me acerco?
—Te arrancaré los huevos.
—Les tengo mucho cariño, me voy y te dejo tranquilizarte.
Se gira y se va, pero de esta vez no cierra la puerta, yo me quedo mirando sin dar crédito a lo
que está haciendo. ¡No lo puedo creer, me retuvo aquí casi en contra de mi voluntad! No, mentira,
me moría por quedarme, pero imaginé esto diferente. Él no me puede estar haciendo esto. Bah,
esto es una locura. Me voy, mi amiga me tiene alquilado una maldita habitación y me iré a vivir mi
vida, no le voy a permitir que juegue conmigo de esta manera. Estoy llegando al recibidor cuando
soy agarrada por detrás, sus brazos me rodean de manera que no puedo utilizar las manos para
defenderme.
—Suéltame…
—No —afirma y da un mordisco en el lóbulo de mi oreja.
Mientras me debato, le amenazo y le ordeno que me suelte, vuelve a la habitación, me echa
sobre la cama, mete la mano en su bolsillo y saca unas cuantas corbatas, libera uno de mis brazos
y aprisiona el otro entre sus piernas. Al tener su virilidad cerca de mi cara, levanto la cabeza e
intento morderla. Riéndose, se echa hacia atrás.
—Guauuu, ¡Qué fiera, me encanta! —exclama.
Logro liberar la mano que había atrapado entre sus muslos, agarro la lámpara de la mesita de
noche y se la lanzo a la cabeza. Él la esquiva entre risas pero mi enfado va en aumento: doy
patadas en la cama, me retuerzo como una loca exigiendo que me deje sin ningún resultado. Con
una sonrisa traviesa coge mi otro brazo y también lo ata, y luego se tumba sobre mí y empieza a
besar mi cuerpo. Dice una pequeña frase que lo cambia todo:
—Sí sé lo que quiero, te quiero a mi lado. Te castigaré por todo lo que me hiciste pasar.
El brillo de mis ojos pasa a ser de deseo, sus dedos resbalan sobre mi piel haciéndome sentir
cosquillas, mis sentidos se intensifican y mi actitud se transforma: el enfado da paso la excitación.
Rafael, con cara de tener todo bajo control, me amenaza. No lo dejo ganar, me niego a rendirme
tan fácilmente. Haciendo un gran esfuerzo me quedo quieta esperando a ver qué va a hacer, y
entonces él da un mordisco suave en mi vientre, se incorpora y aprisiona mis piernas entre las
suyas. Coge dos de las corbatas que trajo, las anuda entre sí, comprueba que el nudo es fuerte,
agarra mi tobillo derecho y lo ata con la prenda. Luego se levanta y anuda el otro extremo en la
pata inferior de la cama. A continuación repite la acción con mi otra pierna de manera que me
quedo totalmente expuesta a él.
Capítulo 23

Rafael
Es increíble cómo todo entre Daniela y yo ocurre siempre de la manera más complicada. Había
decidido no ir más detrás de ella. Estuve días intentando que las cosas volviesen a ser como antes,
siempre encontrándome de frente con su indiferencia y frialdad; llegó el momento en que me rendí,
en mi opinión no me había portado mal con ella en Madrid. Pero llegar a casa y encontrarme con
la visión de ella arrastrando su maleta lejos de mí, me hizo darme cuenta de mis sentimientos
reales por ella. No es una atracción o un enamoramiento: la quiero. Deseo tenerla en mi vida. Mis
prejuicios siguen ahí, no porque haya decidido dar este paso olvidé la diferencia de edad, pero ya
lidiaré con ello más adelante, en este momento lo único claro en mi mente es que no la dejaré irse.
Ambos queremos estar juntos y aunque tenga que regalarle un orgasmo tras otro hasta que entre en
razón no la dejaré salir de esta casa. La tengo agarrada contra mi cuerpo, y es una sensación
maravillosa; mi único deseo es complacerla. Y todo va perfecto hasta que ella pone en duda mi
decisión. ¡¿De verdad no ve mis sentimientos por ella?! Por supuesto que no me arrepiento.
Entonces por mi cabeza pasa un loco plan. Voy a jugar con fuego, Daniela ya me dejó claro que
tiene mucho carácter y lo adoro, así que nada me parece un obstáculo para llevarlo a cabo. La
dejo sobre la cama, me alejo y me quedo mirándola. Me quito la camisa con la intención de
desnudarme pero desisto, mejor no arriesgarme, si ella toca mi cuerpo desnudo no voy a poder
llegar hasta el final con la misión que me he propuesto. Salgo y la dejo encerrada en la habitación,
está hecha una fiera. Confieso que me hace gracia oír sus amenazas. Me preocupo cuando la
escucho dar golpes contra la puerta y voy a su encuentro; nada más verme se abalanza sobre mí.
Como no me deja hablar vuelvo a salir, pero esta vez no la encierro. Me despisto un momento e
intenta escaparse. Corro detrás de ella, la cojo entre mis brazos, la llevo otra vez a la habitación y
la tiro a la cama. Cae sobre el colchón justo como imaginaba en mi mente, con su negro pelo
esparcido sobre las sábanas, sus piernas abiertas y los brazos a la altura de la cabeza. Verla así, a
mi merced, es lo más bonito que he visto en mucho tiempo.
Empiezo a poner mi plan en práctica.
—Sí sé lo que quiero, te quiero a mi lado. —El brillo vuelve a sus ojos—. Te castigaré por
todo lo que me hiciste pasar.
La muy descarada me desafía, ya ha vuelto mi Daniela. Esta mujer es perfecta. Ahora que ya
conoce mis deseos, su respiración se ha agitado, su piel adquirió un bonito tono rojizo y sus
preciosos ojos me miran con anhelo. Es impresionante lo curiosa y valiente que es, estoy de pie en
medio de la habitación y puedo oler su excitación desde aquí. Ya no me cabe la menor duda,
Daniela va a ser mi perdición. Está vestida, pero me tiene como una moto. La ato con lo que he
podido improvisar. Su primera reacción es de sobresalto pero ahora ya hay pasión en sus ojos.
Meto la mano en el bolsillo trasero de mi pantalón y cojo las tijeras.
—¿Qué vas a hacer con eso? —pregunta sin pizca de miedo en la voz.
—Fuiste una niña muy mala, así que voy a castigarte —le contesto meneando el objeto en el
aire.
—Pues ten cuidado, pueden cambiar las tornas y ser yo quien te corte a ti algo muy preciado
con esa tijera —contesta con picardía.
—Después del castigo que te daré lo último en lo que pensarás será en cortarme «algo» —le
replico apuntando a mi pene.
—Si la intención es darme miedo, vas muy mal.
—Miedo no, respeto.
Ese tipo de sexo no me atrae, pero fueron muchos años en compañía de una loca y algo
aprendí. Sujeto la tijera entre mis dientes y gateo hasta quedarme sobre ella. Agarro el borde de su
camiseta y cuando acerco la punta a la tela, el frío metal toca la piel de su cintura y Dani se
sobresalta.
—¿Qué te pasa? —pregunto, aunque soy consciente de su estado de excitación.
—Nada —me contesta susurrando.
Empiezo a cortar la tela tocándola adrede con la parte roma de la tijera. Daniela está
completamente inmóvil, mirándome, hambrienta. Tendré que hacer uso de toda mi fuerza de
voluntad para no pasar las barreras que yo mismo impuse. Llego al cuello de la camiseta y
finalmente reposo la tijera en la mesita de noche, hago presión con mi cuerpo encima de su monte
de Venus que con el roce del pantalón seguramente está muy sensible, cojo los extremos de la
camiseta y de un tirón rompo el cuello, dejando su sujetador a la vista. Paso mi lengua sobre mis
labios, me yergo sobre ella y la beso sin dejar que tenga en ningún momento el control. Cuando
percibo que quiere profundizar el beso, me aparto.
—No juegues conmigo, Rafa —implora mimosa.
—¿Ahora soy Rafa? —digo burlón—. No estoy jugando, te estoy castigando.
Empiezo a pasar mi lengua por su cuerpo evitando sus pechos, Daniela ya está descontrolada,
se remueve buscando mi contacto. Entre jadeos y perdida en las sensaciones me pide que pare,
pero cuando me aparto me implora que vuelva. Cuando ya la tengo donde quiero, me levanto, cojo
las tijeras de nuevo y voy a por su pantalón. Agradezco que no sean jeans, eso lo haría todo más
difícil. Libero una pierna, hago lo mismo con la otra y la dejo en ropa interior.
—¿Qué quieres, Dani? —le pregunto dando besos en su sexo sobre la braguita.
—A ti.
—¿Segura? Dijiste que si no apruebo ibas contratar a un profesional.
—Era una mentirijilla.
Me río con su pillería. Viéndome al mando de la situación, me incorporo y me quito el pantalón
junto con el bóxer quedándome como vine al mundo. Me tumbo sobre ella, agarro mi pene y lo
paso de arriba abajo sobre su sexo. Los gemidos de mi niña salvaje van subiendo de intensidad,
poso mis labios sobre su pezón y lo chupo como si mi vida dependiera de ello. Daniela empieza a
temblar.
—Quiero estar totalmente desnuda, como tú.
—Todo a su tiempo.
Juego con ella, paso mi pene sobre su plano vientre mientras le acaricio los pechos, para mí
tampoco está siendo fácil, pero es la mejor tortura de mi vida. Siento ganas de enterrarme en su
boca, pero todavía no es el momento, tengo que ir despacio, es totalmente inexperta con relación
al sexo y eso me está dejando loco.
—¿Qué quieres que haga ahora? —le pregunto dando suaves mordiscos en su monte de Venus.
—No lo sé… —jadea ella aturdida y deseosa.
—Voy a hacer una cosa, pero si después de correrte te duermes se acabó por hoy.
—No sé cómo voy a reaccionar, esto es nuevo para mí.
Mierda… ¿para qué dijo eso?, ahora no puedo seguir torturándola más. Hago su braguita a un
lado y encajo mi pene en su apretada e inexplorada entrada, presiono poco a poco para que vaya
dilatando y pueda abrir paso. Al sentir su himen paro y miro su lindo rostro, que está rojo. La beso
y poco a poco empiezo a entrar y salir de ella sin traspasar la barrera de su virginidad. Sus
gemidos me están volviendo loco, de modo que aumento un poco el ritmo, llevo mi mano a su
clítoris y empiezo a acariciarlo. Estoy que no puedo más, en cualquier momento me voy a correr y
no quiero hacerlo antes que ella, así que acelero un poco más mis movimientos. Nuestros gemidos
se escuchan por toda la casa.
—¡Me corro! —me dice avergonzada.
—Hazlo sobre mi polla y mirándome a los ojos. —Termino la frase y los espasmos la
dominan, su goce baña mi pene. Sigo entrando y saliendo de su cuerpo hasta que deja de temblar.
La beso y poco a poco voy abandonando su cavidad. Cuando lo tengo completamente fuera, agarro
mi miembro y me masturbo, dejando mi semen sobre su cuerpo, la beso y me dejo caer a su lado.
—¿Estoy aprobado? —pregunto entre jadeos mientras ambos tratamos de recuperar el ritmo de
nuestras respiraciones.
—No lo sé, tengo dudas. Es necesario repetir para que pueda tomar una decisión.
—Quieres matarme, ¿sí? —digo riéndome.
—No te atrevas a morir, por supuesto que estás aprobado.
—Pues sigues siendo virgen, y por ahora es lo que estoy dispuesto a darte.
—Lo quiero, lo quiero —afirma sentándose encima de mi cuerpo y dando brinquitos sobre mi
«amigo», que palpita dando su aprobación.
La cojo por la cintura y la siento a mi lado porque no creo que pueda aguantar eso dos veces
seguidas.
—Rafael —llama mi atención con voz seria.
El tono empleado me acojona, pero es la consecuencia de lo que acabo de hacer y tendré que
afrontarlo o dejarla ir, y eso está completamente descartado.
—¿Qué?
—¿Cómo serán las cosas de ahora en adelante? ¿Seremos follamigos?
Odio esa expresión, la escuché durante años y no, definitivamente no quiero ese puto título más
en mi vida.
—No lo sé, ¿cómo quieres llamarlo?
—Me da vergüenza decirlo. —Mi cuerpo tiembla de la risa. Daniela me da un azote y me
reprende.
—Vale, vale, ya dejo de reír, pero me hace gracia que me digas que tienes vergüenza, ¡¿tú con
vergüenza?!
—¿Estás insinuando que soy una desvergonzada?
—Estarás de acuerdo en que un poco sí.
De ahí en adelante todo son risas y bromas, no tengo la menor idea del lío en que pueda estar
metiéndome. Lo que sí tengo claro es que no quiero que ella se vaya, no todavía.

Me despierto con Daniela sobre mi pecho y me tomo mi tiempo admirando su belleza. Quien la
ve así dormida con esta carita de niña no se imagina lo capaz que es de doblegar a un hombre.
Porque Daniela me doblegó a ella, sé que ese apaño es temporal, que su obsesión por perder la
virginidad no va a desaparecer y en algún momento me pondrá contra la pared y me tocará decidir
qué voy a hacer. Va a ser una decisión complicada. Mi cerebro sigue gritándome que eso no es
correcto; aunque mi primo y amigos se han casado con mujeres jóvenes, esto no me hace ver las
cosas de otra manera. Dentro de mí todavía tengo una batalla moral que me va a traer dolores de
cabeza. Disfrutaré el ahora y mañana ya veré qué pasa. Le doy un beso y me voy a la ducha.
Cuando termino de asearme, llego a la habitación y no la encuentro. Me río al ver que me
escogió la ropa, la combinación no es la que más me gusta pero me la pondré encantado. Llego a
la cocina y la encuentro delante de la tostadora vestida solamente con una braguita y sujetador.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto abrazándola por detrás.
—Preparando el desayuno para mi novio. —La giro hacia mí, la aparto unos centímetros de mi
cuerpo y la miro con la cara arrugada.
—Perdón, creí que… —Deja la frase sin terminar, vale, estoy siendo un capullo, pero es
adorable verla azorada.
—¿Qué creíste, Daniela? —Pregunto serio. Ella se remueve intentando fugarse—. ¿Qué te
pasa? ¿Por qué estas así?
—No sé qué decir.
—No sé muy bien cómo va eso, pero creo que para que una relación vaya bien la novia tiene
que dar muchos besos al novio y tú hoy todavía no me diste ninguno.
—No me des más estos sustos —dice después de dar un mordisco en mi pecho, dejando la
marca de sus labios sobre la blanca camisa.
—Vale, novia. —Sonrío. Me gusta… no, en realidad me encanta mirar esa carita preciosa que
tiene y decir que es mi novia. Algo grande y posesivo está creciendo dentro de mí, la
pronunciación de estas dos palabras me está haciendo tener una reacción que me está poniendo a
cien. Esta linda chica que está en mi cocina es mía—. Dani.
—Dime.
—Seremos tú y yo, nadie más. —En realidad no era eso lo que quería decir, pero por ahora
creo que es suficiente.
—Estupendo, porque no quiero ver ninguna mujer cerca de ti —responde ella sonriente.
Desde que nos hemos levantado todo está siendo tan sencillo… ¿cómo no voy a caer rendido a
sus pies? Desayunamos entre bromas y risas, ella solo reacciona algo raro cuando le pregunto
sobre su amiga. No entiendo cuál es la razón para ocultarla de mí, pero le dejaré su espacio,
cuando quiera contármelo aquí me tendrá.

Los días al lado de Daniela son simplemente perfectos. No mintió cuando dijo que iba a querer
todos los días, y no me quejo porque los juegos con ella son maravillosos. Es una mujer
extremadamente curiosa, puede tirarse horas haciéndome preguntas sobre las relaciones amorosas.
Tiene, eso sí, una cierta obsesión con el sexo, cosa de la que no me quejo, pero muchas veces me
troncho de la risa. Me contó su aversión a Nuria, solo me puse algo serio cuando dijo que tenía
celos de mi amiga e insinuó que me apartara de ella. Este día abandoné la habitación, ambos
somos posesivos, pero de ahí a querer borrar a gente importante de mi vida por este sentimiento,
no. Para mi suerte se dio cuenta de que se había equivocado y me pidió perdón. Y para mi mayor
alegría, cocinó e invitó a mi amiga y su familia a comer con nosotros. Eso sí, nada más ellos
cruzar la puerta demostró que estábamos juntos, pero para Nuria ya no era novedad, ella y mis
amigos lo supieron al día siguiente. Como dicen mis amigos, anunciarlo de forma tan solemne fue
«muy mariquita de mi parte», literalmente. Pero era una necesidad hacerlo público. Cuanta más
normalidad mejor para mí, porque a veces su carita de ángel me causa remordimientos.
Capítulo 24

Daniela
Siempre que me acuerdo de aquel día, aun habiendo pasado dos semanas siento ganas de gritar
de felicidad. Mi decisión de irme no fue tomada a la ligera, hablé mucho sobre ello con mi amiga.
Nos encontrábamos a diario y tomé varias decisiones importantes. La primera de ellas fue ir a la
Universidad regularizar mi situación, cosa que con su ayuda no fue difícil. Fue muy gratificante
descubrir el gran conocimiento que tenía sobre mi carrera, tenía un único suspenso y lo pude
solucionar. El profesor me tiene estima y me facilitó un poco las cosas. El único momento en que
no tenía a Rafael en la cabeza era cuando estaba metida de lleno en mi carrera. Ona no me
presionaba, dejaba todo a mi cuenta, solo me aconsejaba cuando se lo pedía. Llegó un momento en
que ya no podía ocultar más mis sentimientos, el entrar en casa me causaba dolor y decidí irme.
Paula y Aroa, con quien tenía contacto, percibieron mi apatía y cuando me negué a responder a sus
preguntas no pararon de insistir. Finalmente hablé, aunque les hice jurar que guardarían el secreto.
Me enfadé cuando Ona se lo dijo a Nuria, ella nos invitó a un café y percibió algo, su carácter
arrollador logró arrancar hasta la última coma de boca de Ona. Yo estaba furiosa. Nuria fue más
difícil camelar, así que la mentí, le dije que le contaría todo a Rafa aquel mismo día logrando
ganar el tiempo que necesitaba. Ya tenía todo listo para marcharme al día siguiente.
Mi amiga había insistido en subir para ayudarme a bajar mis cosas, yo me negué. No quería a
nadie allí, no quería que nadie contaminara su olor en mis últimos minutos dentro de su piso. Cada
rincón de la casa olía a él. Estuve no sé por cuánto tiempo tumbada en su cama, abrazada a su
almohada. Me costó un mundo salir, tardé tanto que cuando decidí irme tuve que tomar la decisión
de dejar algunas cosas atrás y pasado un tiempo volvería a por lo restante. No quería arriesgarme
a que me encontrara, y bueno, el resto es historia. Me hubiera encantado pasar todo el día con él
en la cama. Pero sé cuán responsable es con su trabajo, por ello lo dejé ir no sin antes provocarlo.
Cuando llamé a Ona para contarle cómo terminó todo se volvió loca, no terminaba de revelarle
una cosa y ya estaba preguntando otra, dijo que tenía que ver mi cara de semimujer. No me gustó
nada que me llamara así, pero ¿qué vamos a hacer?, ¡es Ona! Me ordenó ir a su encuentro y
contarle en persona todo con pelos y señales, la muy loca quería que le describiera cómo es
desnudo y por supuesto dije que no, me moría de vergüenza. Saciada su curiosidad, sin tener en
cuenta mi opinión, me arrastró a una tienda de lencería y me hizo probar todas las prendas
atrevidas que se encontró por delante. Le dieron igual mis quejas y ahora tengo un arsenal de
lencería sexy y miles de consejos no apropiados para menores de veintiuno, porque las cosas que
me manda hacer mi amiga son para adultos.

Definitivamente, ella está muy loca.

Me he despertado juguetona, así que le prepararé una sorpresa a Rafa. Voy a recogerlo a su
trabajo y lo secuestraré, quiero llevarlo a dar un paseo por la playa. Cuando le dije cuánto me
gustaba, él me dijo que podríamos ir cuando yo quisiera, y quiero hoy. Hace mucho calor, me visto
con unos jeans cortos deshilados, una camiseta blanca suelta y sandalias planas, me hago una
coleta alta, gafas de sol y lista. Cojo mi bolso y salgo en dirección a mi destino.
Me bajo del metro y voy caminando hasta su oficina, creo que mi atuendo no es el más
adecuado, más de uno se gira a mirarme, pero no tienen la menor oportunidad, tengo dueño, y él
también tiene dueña, y soy yo. Seguro los viandantes se creen que estoy loca porque estoy
caminando y cantando sin importarme con lo que piensan. Un hombre pasa a mi lado y me piropea,
escribo a Ona lo que me dijo y la muy bruta solo sabe preguntarme si estaba bueno. No le puedo
mentir, el tío es guapo, pero no es mi tipo. Mi tipo está en el edificio que voy a invadir ahora
mismo. Estoy llegando al trabajo de Rafa cuando un hombre con una cara bastante familiar posa su
mano en mi hombro y me gira hacia a él con brusquedad. La sonrisa abandona mi rostro. Estoy
valorando mis opciones de escapar cuando un policía se nos acerca, creo que vio cómo me
abordo y agradezco a Alá por ello.
—¿Pasa algo? —pregunta el policía sin perderme de vista.
—No, la confundí con otra persona —contesta el misterioso hombre que se gira hacia a mí, me
pide disculpas y se va.
Me quedo parada mirando por dónde fue el hombre hasta que desaparece de mi vista. Fue todo
tan raro… pero al final me convenzo de que realmente se trata de una equivocación y me voy en
dirección a los ascensores. Entro en uno de ellos acompañada de un puñado de gente. Empiezo a
sentirme algo avergonzada por mi vestimenta ya que tanto hombres como mujeres me miran sin
disimular. Por supuesto mi amiga me pidió una foto de cómo estoy y me dijo que nunca me había
puesto nada ni siquiera parecido y eso me causa más inseguridad. Llego a su planta y me bajo
acompañada de dos personas que van para el mismo sitio que yo, pero ninguna para hablar con mi
magnífico novio. Su secretaria está al teléfono, me quedo distante para darle privacidad y cuando
se desocupa me acerco.
—¡Hola! —la saludo con alegría.
—Hola, Dani, hoy tienes cara de pilla.
Me río porque tiene razón, hoy me siento algo traviesa.
—¿Está Rafael?
—Está reunido, ¿te anuncio?
—No, quiero que sea sorpresa.
Me siento, cojo una revista y me pierdo entre sus páginas evadiéndome del mundo hasta que la
puerta de su despacho se abre. Lo miro sin ser descubierta, me levanto pero no me muevo. Está
acompañado y la persona que va a su lado da mucho respeto. El hombre parece estar enfadado
pero mi lindo novio no se siente intimidado por la mala cara del hombre que habla sin parar; no
los puedo oír, pero no les quito los ojos. Es una visión maravillosa verlo en modo abogado. Pero
en ese momento me viene una tos y ambos me descubren.
Rafa, al verme, me mira algo de lado y en el mismo momento me arrepiento de haber venido.
Agarro mi bolso con fuerza y miro a su secretaria que sonríe, pero no le puedo devolver el gesto,
quiero desaparecer.
—¿A qué debo tan ilustre visita? —me dice al oído y me da un discreto azote, me siento tan
mortificada que no me di cuenta de su presencia a mi lado—. ¿Quieres matar a mi gente con esa
ropa? Las niñas buenas no se visten así.
Escucharlo bromear me hace soltar el peso que sentía sobre mis hombros.
—¿No te gusta mi ropa?
—Estás preciosa, aunque te prefiero desnuda —contesta en mi oído.
—Vete a trabajar —le ordeno porque empiezo a sentir quemazón en mi entrepierna.
—Como la señorita mande.
Rafa me da un beso y vuelve junto a su cliente, que no nos quita el ojo de encima. Tanto nos
mira que me siento incómoda. En una tentativa de escapar de su escrutadora mirada me siento y
como puedo me encojo. No pasa mucho rato cuando el hombre pasa por delante de mí mirándome
de tal manera que siento miedo. Nada más ver que él entra en el ascensor, corro a los brazos de
Rafa que me mete dentro de su oficina. Rodeo su cintura con mis piernas y lo beso
apasionadamente. Él camina conmigo hasta su mesa, me apoya sobre ella, mete su mano entre mis
piernas y me lleva al éxtasis.
—¿Estás viendo por qué no puedes presentarte aquí así? Me obligas a hacerte estas cosas.
Su dedo juega con mi clítoris, empiezo a gemir y Rafa muerde mi labio.
—¿Por qué hiciste esto? —pregunto jadeante.
—Sé una buena niña y no hagas ruido.
Sufro su dulce tortura sin rechistar, en un visto y no visto me veo solo con el short y el
sujetador sentada sobre la mesa. Él no tarda en acoger uno de mis pechos en su boca, le encanta
chuparlos. Tengo que hacer un gran esfuerzo para no gritar de puro placer. Si eso es un castigo por
vestirme así, me vestiré y vendré a por él todos los días. Me muevo buscando que su dedo
profundice más en mi cuerpo, no en tanto Rafa no me sigue el juego.
Después de regalarme un maravilloso orgasmo, me adecenta, me coge de la mano y me lleva a
dar un paseo por la playa, tal como yo quería. Terminamos cenando en una hamburguesería
disfrutando de la brisa marina. Rafa me cuenta cómo fue su infancia en su país natal, lo que echa
de menos y lo que no y su relación con su único familiar aquí. Cada vez que conozco un poco más
de él me enamoro más. Es un ser humano excepcional. Me encantaría poder contarle algo de mi
vida, pero todo sigue igual, lo único que recuerdo cada vez con más frecuencia son los momentos
con Ona; debido a eso tuve claro lo de mi carrera y estamos trabajando en mi tesis para
presentarla. No sé cómo voy a hacer para exponerla, pero lo haré. De mi hermano Nael recuerdo
poquísimas cosas. En cuanto al resto de mi familia, creo que si no los recuerdo es porque deben
quedar donde están: en el olvido.
Capítulo 25

Rafael
Últimamente la actitud de Aliyah no es para nada de mi agrado, nuestra relación laboral desde
hace unos meses se va fracturando día a día. Lleva una temporada de lo más misterioso y nos pide
información sobre temas nada agradables, no me refiero a ningún delito. Sería una jugada poco
inteligente por su parte, ya que conoce nuestra reputación, pero lleva una temporada muy pesado
con las leyes jordanas de sucesiones, la ley y derechos de la mujer, el matrimonio polígamo, el
derecho de la madre sobre sus hijos y otros temas nada agradables. Todos ellos me causan
rechazo, no soy abogado familiar precisamente por no tener sangre fría a la hora de las disputas
familiares, donde, en el noventa por ciento de los casos, los verdaderos perjudicados son los
hijos, y en el caso de este país prefiero no pronunciarme. Ya avanzaron mucho, pero en muchas
regiones el hombre todavía sigue siendo dueño y señor de las mujeres. Así están las cosas, Jorge
me está echando una mano con este tema ya que él es el especialista en esta área. Ambos estamos
muy asqueados con la situación, no sé cómo todavía no me ha pedido la mitad de mi sueldo,
últimamente no dejo de molestarlo con esto. Otra de las cosas que me tiene intrigado es que casi
todas las semanas adquiere una nueva propiedad o acciones de diversas empresas en este país. Y
su falta de respeto cuando vio a Daniela en mi despacho… la manera poco disimulada en que la
miró me pareció del todo inapropiada. Desde ese día hay un cierto distanciamiento entre nosotros,
su secretaria es la encargada de transmitirme sus deseos, solo nos vimos en una ocasión y porque
yo fui hasta su empresa. Sin embargo, hoy no podemos evitar vernos y pasar unas largas horas
juntos. Tenemos una importante reunión con dos de sus directivos que al parecer detectaron
irregularidades en una de las cuentas y quieren explicaciones. Por supuesto, eso me preocupa. Con
todo lo que está ocurriendo en nuestros despachos eso puede ser algo muy malo, quizás hayan
encontrado algo que se nos pasó y si es así, las consecuencias pueden ser muy graves.
Estamos casi todos en la sala de juntas de la empresa de Aliyah y él es el único que todavía no
se ha presentado. Intento que los socios de mi cliente me dejen ver de qué se trata el problema,
pero no me dejan acercarme a las supuestas pruebas. Con diez minutos de retraso entra en la sala
como si nada, ni siquiera nos mira a la cara. Me dedico a escuchar las acusaciones y mirar las
diapositivas, no me hizo falta más de cinco minutos para entender qué es lo que está ocurriendo:
sus accionistas quieren derrocarlo, cosa que no llegará a ningún lado. Mientras exponen, reviso
los documentos y no hay nada. Intentan acusarlo de desfalcar dinero de la empresa para comprar
otras para él, por supuesto, se refieren a las transacciones jordanas, pero ahí, aunque esté en
desacuerdo con que haga inversiones en dicho país, todo lo que hace está dentro de la ley y todo
lo hace con su capital particular. Me hierve la sangre al darme cuenta de que mi presencia aquí es
meramente decorativa, ya que Aliyah tiene todo bajo control. Su secretaria entrega a cada uno de
los presentes, incluido yo, un dosier con toda la información. Mi descontento se ve en mi cara, no
estoy para perder el tiempo.
—Señor Aliyah. —Deja de hablar y me mira con dureza por haberlo interrumpido.
—Letrado. —Me da la palabra.
—Ya he estudiado los documentos, aquí está todo bajo control. Me retiro a cuidar de tus otros
asuntos. —Me excuso para no desautorizarlo delante de sus socios.
—¿Cómo está tu novia?
Lo miro asombrado, sin estar seguro de haber entendido bien la pregunta.
—Bien... —contesto enfadado. ¿Cómo que delante de personas desconocidas me hace
preguntas sobre mi novia?
—¿Conoces a su familia? ¿Cuántos años tiene tu novia?
Me encantaría gritarle a la cara que no es de su incumbencia, pero por encima de todo soy un
profesional.
—¿A qué viene eso? —le pregunto sin ocultar mi malestar.
—Curiosidad, ¿cuánto tiempo lleváis juntos? ¿conoces a su familia?
¿Pero qué mierda está pasando con este hombre?, esto no es propio de él, siempre fue muy
cauto. Por supuesto no contesto a sus preguntas, no tengo que darle explicaciones sobre mi vida
privada.
Ya me da igual que sea nuestro cliente estrella, no puede hacer preguntas privadas sobre mi
vida y mucho menos delante de desconocidos, jamás permití que lo personal influyese en lo
laboral y no será ahora cuando ocurra, pero no voy a negar que siento impulsos impropios de mí.
¿Qué hombre en su sano juicio toma bien que otro le interrogue así? No me hace gracia y lo hago
saber.
—Usted me paga para abogar por sus intereses, no para contarle mi vida ni la de mi novia.
Por supuesto no le gusta mi comentario.
—«Cuidado con el avispero que estás atizando, te puede picar sin que sepas de dónde viene la
picadura».
¡Encima me sale con estas! Odio las metáforas.
—¿Qué quiere decir con eso?
No me responde, cambia de tema y vuelve a centrarse en sus socios, que nos miran a ambos sin
entender nada. Yo sigo de pie, mirándolo, aunque él me ignora, ahora mismo es como si no
estuviera en esta sala. Harto de su actitud poco profesional me despido de todos y abandono la
reunión.
El conducir para mí siempre fue una terapia, es una pena que haya tanto ruido a mi alrededor.
Hoy no soy capaz de evadir mi mente. ¿A qué venía todo eso? ¿Qué demonios le pasa con
Daniela? ¿Será que la conoce? No, si la conociera me lo hubiera dicho. Algo hay aquí para que se
comporte de esta manera, Aliyah no es hombre de mirar a las mujeres en la calle, su rectitud no le
permite esas confianzas y menos si la mujer en cuestión es comprometida. Escribo al detective que
sigue investigando el caso de Dani y le exijo respuestas. No se puede querer colgar el cartel de
ser los mejores sin dar resultados. Pagamos muy bien a su empresa para que ahora no sean
capaces de encontrar a una persona que sabemos que está en el país. El resto de la tarde la paso
en el juzgado atendiendo unos cuantos asuntos pendientes.
Esa misma tarde, Pedro nos informa de que encontraron un pequeño rastro de hackeo en
nuestro sistema. Por unos breves momentos agradezco una buena noticia, sin embargo el «pero»
llega enseguida: la persona que está detrás de los sabotajes sabe guardarse las espaldas, la IP
localizada rebota en varios países del extranjero para acabar nuevamente en nuestro propio
sistema. Una clara burla del hacker hacia nosotros. Llevamos meses con eso, tenemos a un buen
equipo trabajando para solucionarlo y nada. Nuestro último fichaje deja claro que no será una
tarea fácil. Noto la preocupación de mi jefe y amigo, por lo que decido no contarle lo ocurrido
esta mañana con Aliyah, es más bien una cuestión personal y yo lo solucionaré. Sé que me
apoyaría, pero es hora de presentarle soluciones, no más problemas. Vamos, que mi día está
siendo de mierda.
Hoy fue declarado oficialmente el mal día de los abogados de D & M Asociados, porque
Rubén también está furioso, el juez fallo a favor de Tony y le dejó libre de cargos, condenó a
Nimay a pagar los costes, cosa que sería imposible para el mejor amigo de Nuria. Tony presento
un ejército de abogados dejando una factura muy alta. Por supuesto, eso no se quedará así, ahora
ya se transformó en cuestión personal para todos: vamos a recurrir la sentencia y si es necesario
llegaremos al Supremo. Este hombre no va a salirse de rositas después de todo lo que hizo. No sé
qué contactos tienen, pero son buenos, porque más trabas de las que tuvimos para llegar hasta el
juicio nunca las habíamos visto, y lo máximo que lo pudimos retener en la cárcel fue por cuarenta
y ocho horas cuando debería de haber quedado detenido. Para rematar, el tío salió por la puerta
riéndose de su triunfo.
Agradezco poder por fin dar por terminado este horrible día.
Llego a casa esperando ver a Daniela y la encuentro dormida en nuestra cama. Al día siguiente
de intimarnos aproveché que sus cosas ya estaban en mi habitación, hice hueco en mi armario y
con la ayuda de Ana las acomodé junto a las mías. Verla sobre mi cama es maravilloso. Voy a mi
escritorio a dejar mi maletín, vuelvo a nuestra habitación y por el camino me quito la chaqueta y la
corbata. Las tiro sobre el sillón, me arrodillo sobre la cama y voy gateando hasta ella. Voy a darle
un beso y empieza a llorar y debatirse susurrando palabras ininteligibles. Doy un respingo por el
susto y la toco con suavidad para despertarla, pero no abre su lindos y negros ojos. Su estado de
agitación va a más, así que subo el tono de mi voz, ya no soy delicado, la sacudo con más firmeza
y no vuelve a mí. Está teniendo una pesadilla muy profunda e intensa, las lágrimas bañan su rostro.
Sin saber que más hacer la agarro por los hombros y la zarandeo con fuerza. Cuando por fin me
mira sobresaltada, el aire vuelve a mis pulmones. La única vez que sentí tanto miedo fue cuando
mi primo estuvo casi muerto en mis brazos en aquella clínica.
—¿Qué soñabas? —pregunto. Pero ella no contesta, mantiene la mirada fija en mí, como
aturdida, pero no dice nada—. Dani, dime algo —imploro preocupado.
—Déjame sola.
—No.
—Por favor —insiste con voz apagada.
Sus ojos carecen de vida, no veo a mi novia, a la mujer que he conocido en las últimas
semanas por ningún lado. Tiene el semblante triste.
—No puedo moverme de aquí y dejarte así.
—¡¡Déjame sola, joder!! —me grita como nunca lo había hecho. Miro en su rostro en busca de
arrepentimiento pero no encuentro nada. Es totalmente inexpresiva.
Sin otra alternativa, acato su petición. Salgo y me quedo apoyado en la pared al lado de la
puerta de nuestra habitación. Me hubiera gustado quedarme a su lado y apoyarla, juntos hallar la
solución a su tormento, ser su hombro amigo y demostrarle que puede contar conmigo. ¿Será que
recuperó la memoria y quiere volver a su vida? Me froto la cara con las manos una y otra vez
intentando encontrar una razón lógica para algo que desconozco, estoy en un callejón sin salida.
Entonces escucho su voz llamándome débilmente.
—Rafael, ven, por favor…
No sé si alegrarme o asustarme porque ha usado mi nombre completo por primera vez desde
que estamos juntos. Me doy unos segundos llenándome de valor; en mi pecho tengo una mala
sensación, me siento impotente. Tomo aire, yergo los hombros y entro.
—Aquí me tienes.
—Perdóname.
—¿Qué ha pasado? —Está mirando a todos los lados menos a mí—. Puedes contarme lo que
sea, te prometí estar a tu lado y lo cumpliré.
No miento, quiero que sea feliz, pero la puta batalla moral no me deja traspasar la última
barrera que queda para que lo nuestro ya no tenga vuelta atrás. Sería capaz de cualquier cosa para
volver a ver su sonrisa. Hasta verla junto a otra persona si es su deseo. Acabo de arrepentirme de
mi último pensamiento. Solo espero que no sea demasiado tarde para que yo pueda demostrarle lo
importante que es ella para mí. Me he enamorado perdidamente y hace semanas decidí dejar de
luchar contra mis sentimientos.
—Necesito estar sola.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto acojonado.
—Que esta noche dormiré en mi antigua habitación.
Siento cómo el suelo se mueve bajo mis pies, perdí tanto tiempo mintiéndome a mí mismo que
creo que se ha cansado. No permitiré que lo nuestro se acabe de esta manera.
—No, somos una pareja, si hay algo que te atormenta quiero saberlo.
—No me pongas las cosas difíciles… —susurra con lágrimas en los ojos.
Se acabó, es un adiós. Ahora me pregunto por qué. Ella luchó tanto por tenerme… y ahora me
desecha de esta forma. ¿Qué tan grave puede haber soñado para un cambio tan drástico?
Llevábamos unas semanas maravillosas.
—Tú te quedas en nuestra cama, yo me iré.
Intenta por todos los medios ocultarme sus lágrimas, pero estas caen a borbotones por su bello
rostro que está sonrojado, y con bruscos movimientos las va secando. Me muero por cogerla entre
mis brazos, pero acataré sus deseos, la dejaré sola. Estaré pendiente de ella, de sus necesidades le
demostraré que puedo ser su paño de lágrimas. Me quedaré a su lado hasta que me diga con todas
las letras que lo nuestro se acabó.
Para no obligarla a verme por la mañana, voy hasta nuestro armario, escojo el traje que me
pondré al día siguiente y salgo, cerrando la puerta detrás de mí.
Capítulo 26

Daniela
Sola en la habitación abrazo a la almohada y dejo salir toda mi angustia. Justo cuando soy feliz
de verdad tengo que recordar toda mi miserable existencia, lo mala gente que son mis padres por
obligarme a una vida de desdicha, lo cobarde que es mi hermano por no luchar por su libertad…
Antes no lo veía así, pero ahora lo veo, y no lo permitiré. Yo luchare por la mía. ¿Por qué tenía
que tocarme esa vida de sumisión e infelicidad? Recordar lo que me espera me ha destrozado, fue
tan real… las palabras de mi madre, el tener en mis manos aquella maldita carta en donde estaba
dictada mi sentencia de muerte… Ir a Jordania para casarme para mí es morir. Para empeorarlo
todo, Rafael presenció aquel horrible momento. Él y Ona son lo único bueno de mi vida. Yo oía su
voz llamándome, pero no podía abrir los ojos. Soy consciente del daño que le he hecho, pero lo
que mis padres hicieron no tiene precio. Por fin lo veo más claro que nunca: ellos comerciaron
con sus hijos.
Ahora me doy cuenta de cosas que siempre estuvieron frente mi nariz y no quise ver. Mi madre
es quien toma todas las decisiones con relación a nosotros, ella me llevó al límite. Cuando me tiré
delante del coche de Rafa solo deseaba morirme para así verme libre de ella, de su fanatismo y su
dominio, pero ahora lo tengo a él. Sé que está dolido conmigo, pero lo voy a solucionar.
Encontraré la manera de librarme del yugo de mis padres y deshacer ese maldito trato. No soy una
mercancía para que me utilice de esa manera, ¿cómo pude estar tan ciega? Siento asco al recordar
a mi madre repitiendo una y otra vez que deberíamos de estar agradecidos por todo lo que hace en
nuestro beneficio, por ser lo que somos ahora, cuando en realidad ella es quien debería estarnos
agradecida, sus hijos son su mina de oro y yo soy la piedra angular de todo eso. Mi prometido es
el responsable de todo, no sé cómo no me di cuenta. Yo ya lo había visto antes. Por entonces era
solo una niña, tenía nueve años pero le recuerdo entrando en mi humilde casa. Yo estaba en la
cocina haciendo mis deberes pero podía oírlos, él estaba decidiendo con quién se casaría. Al
principio había escogido a Aixa pero en ese momento mi perrito se escapó. Mi madre había dicho
que no lo dejara salir mientras estuviera el invitado en casa, que si lo hacía lo mandaría a la
perrera. Al ver como se dirigía al salón corrí detrás de él y ahí cambio mi destino y el de mi
hermana. Al atrapar a Lolo entre mis brazos, me giré y tenía su mirada sobre mí.
—¿Cómo te llamas?
Me asusté, quise salir corriendo, pero entonces mi madre intervino.
—Se llama…
—Cállate, quiero que ella lo diga —dijo el hombre de mala manera.
Yo estaba asustada, nadie en mi casa se atrevía a contradecirla y aquel hombre lo estaba
haciendo. Ella se calló.
—Contesta de una vez —ordenó mi madre.
—Señor, me llamo Daniela.
—La quiero a ella.
—No, es solo una niña —dijo mi padre.
Esta fue la única vez que mi padre intervino en la conversación, estuvo presente todo el tiempo
pero no había abierto la boca.
—No es una negociación, ella es mía.
Nael apareció en el salón y me llevó con él; lo último que pude escuchar fue que mi hermana
tendría un buen matrimonio, pero algo pasó y al final la casaron con un cabrero. Son tantas cosas
horribles que tengo ganas de vomitar. Después de aquel día no lo había vuelto a ver hasta…
No, ¡no puede ser! Ahora que se quién es y reconozco su rostro todas las piezas del puzle
encajan. Desgraciadamente, para mi hermana ya no hay salvación, pero Nael y yo podemos vivir
un amor de verdad y yo ya encontré el mío.
De momento no se lo diré a Rafa, seguro si él descubre lo podrida que está mi familia no
querrá estar conmigo. Yo sola los confrontaré y les dejaré clara mi decisión, y ahora más que
nunca me entregaré a Rafa. Según las tradiciones de mi pueblo y los mandatos de mi familia debo
llegar pura al matrimonio, y quizás el no ser virgen sea suficiente como para que lo anulen todo.
Pero claro, no puedo jugármela diciéndome mujer siendo todavía virgen. Mi madre es lo
suficientemente fanática como para tirarme encima de una cama para comprobarlo, eso no me da
miedo, lo que me aterra es pasar por esta humillación y de igual manera ser metida en el primer
vuelo con destino a Jordania. Si lo hace y ve que ya soy mujer me darán igual sus insultos y sus
llantos diciendo que soy una deshonra.
Estiro la mano para coger el móvil y no lo encuentro, salgo de la cama y voy a por mi bolso.
Miro dentro pero ahí tampoco está. Doy vueltas en la habitación intentando recordar cuándo fue la
última vez que lo utilicé y doy con la cabeza contra la pared al recordar que fue en el coche de
Ona. Como no le hacía caso por estar mirando las fotos que había sacado del amor de mi vida
mientras dormía, me lo quitó de la mano y lo tiró en el asiento de atrás, lo olvidé y me bajé sin
recogerlo. ¿Qué haré ahora? Entre mis varios recuerdos, me vinieron a la mente conversaciones
entre mis hermanos en las que nombraban a la que al parecer es la única persona que conoce de
verdad a mi familia.
Tengo hambre, pero no estoy lista para enfrentarme a Rafael. Soy consciente de que tiene miles
de preguntas, llegó a casa temprano, seguro deseando estar conmigo, y se encontró con una
verdadera película de horror. Mi estómago empieza a rugir. Me meto bajo las sábanas, doy vueltas
de un lado a otro; el tener su olor por todos los lados no ayuda. Intento idear un plan para resolver
mis problemas, pero no funciona. Frustrada enciendo la televisión, pero nada me hace dejar de
pensar en la mierda de vida que vivía, quisiera poder ir a por mi hermana y traerla de vuelta.
¿Cómo estará? Aixa era tan guapa… era la hija perfecta. Mi hermana no conoció nada del mundo,
ella estudió hasta bachiller, pero yo tuve a Ona que me llevó a la playa, a la discoteca, que me
obligó a ver una peli porno, a probar el alcohol, el tabaco y la marihuana, aunque odie los tres. Lo
único de lo que ella nunca fue capaz de convencerme fue de dar un paso con los chicos y ahora
más que nunca no me arrepiento porque quiero todas mis primeras veces con Rafa, él es el hombre
de mi vida. Doy vueltas de un lado a otro hasta que me quedo dormida.

Me despierto con el sonido del despertador de Rafa, lo apago pero no salgo de la cama, me
tapo la cabeza y me quedo acurrucada hasta que siento que se ha marchado. Después de oír la
puerta cerrarse salto de la cama, me visto corriendo y salgo en dirección a mi facultad, tengo que
llegar antes de que Ona entre en clase, si es que lo va a hacer, porque los últimos días que
«fuimos» a la universidad apenas pisábamos las clases. Siempre habíamos sido buenas alumnas y
como ya teníamos todo, solo nos quedaban los últimos exámenes y la tesis, nos volvimos algo
relajadas. Por desgracia para mí, tengo que coger un taxi para llegar a tiempo. Bajo del coche y
por primera vez no me siento eufórica al ver el edificio, la carrera era lo único que me motivaba y
ahora ya no es así. Mis compañeros al verme corren en mi dirección, algunos a causa de la euforia
se saltan mi regla de no acercamiento físico y me abrazan, otros me bombardean a preguntas a las
cuales no respondo, lo único que deseo es encontrar a mi amiga. No se cansan de repetir que me
ven distinta, me agobio y les grito pidiendo que se callen, me miran extrañados. La antigua
Daniela nunca subía el tono de voz, jamás encaraba a alguien, siempre evitaba los conflictos, y
que me haya exaltado es toda una novedad. Para mí también está siendo un descubrimiento, sé
quién fui y no quiero volver a ser aquella persona, pero tampoco fingiré ser ahora una mujer
ultramoderna. Ignoro sus miradas y pregunto por Ona, que al parecer justo hoy, cuando más la
necesito, ha decidido quedarse en casa. Me despido de todos y cojo nuevamente un taxi para ir en
su busca.
Llego delante de su casa y mi corazón se dispara. Mi amiga vive en un chalet individual
precioso, con un extenso y bien cuidado jardín, una gran piscina y rodeada de mucho amor. Ahora
recuerdo la cantidad de veces que deseé poder aceptar la invitación de ella y sus padres para
vivir con ellos. Las pocas veces que estuve dentro de esa casa sin los vigilantes ojos de mi madre
encima, pude ser niña y adolescente sin miedo a que me reprendieran. Sus padres son las mejores
personas del mundo y siempre me acogieron con cariño.
—¡Dani, qué alegría verte!
—¡Hola! —Corro y me arrojo en los brazos de la madre de mi amiga, que está llorando—.
¿Por qué lloras? —pregunto con la voz ahogada de emoción.
—Porque no quiero que te vayas.
—No me iré, soy otra persona —afirmo sorprendiendo a la mujer que me vio crecer.
Me agarra por los hombros y me aparta de su cuerpo para poder mirar mi rostro. Lo acaricia
con delicadeza y sus sollozos se hacen más audibles.
—Ona me lo dijo, pero no creí que hubieras cambiado tanto.
—Todavía no sé cómo lo haré, pero me quedo.
—Ve con tu amiga, que para los dolores no es tan fuerte como las mujeres.
Me rio de su comentario, y es que Ona es trans. Cuando nos conocimos no supe que era una
niña atrapada en el cuerpo de un niño hasta bien entrada la adolescencia. Tenía el pelo rubio y
largo más bonito que he visto en mi vida, iba vestida como una princesa. Me acuerdo
perfectamente de aquel día. Ya mayor sus padres me sentaron y me explicaron que Ona, desde que
empezó tener uso de razón, rechazaba su cuerpo y su sexo y que ellos amaban a su hijo o hija
independiente de cualquier cosa. Que cuando con tan solo tres años al ir de compras ella empezó
a negarse a ponerse pantalones y shorts y quería faldas y vestidos, buscaron ayuda psicológica
para ellos y para Ona. Para sus familiares inicialmente fue un choque pero todo aquel que no
aceptó a su hija ya no formaba parte de sus vidas, y con la ayuda adecuada superaron los
obstáculos, enseñaron a Ona a no dejarse afectar por los prejuicios de los demás y la aceptaron y
amaron por encima de todo. Oírlos referirse a su hija con tanto cariño me hizo sentir mucha
envidia de mi amiga.
Entro en su habitación y la encuentro en pijama con un tremendo resfriado, con la nariz roja y
el pelo mal recogido en un moño, todo lo que nunca verás en ella en condiciones normales.
Me tiro sobre su cama y le cuento todo lo ocurrido, al principio se asusta, pero al ver mi
determinación me da todo su apoyo. Me cuenta que mi hermano había pasado por su casa en busca
de noticias mías y empieza a desconfiar. Antes lo llamaba a diario por si sabía algo y ya no lo
hace. Nos damos cuenta de lo displicentes que fuimos al no haber tenido estos cuidados. Ona no
se toma nada bien que yo le haya ocultado a Rafa que me acordé de todo, intento hacerla entender
que el revelárselo implica dar muchas explicaciones y no quiero enredarlo en todo eso, lo último
que quiero es más complicaciones para ambos. Él ya tiene suficiente con todo lo que está
ocurriendo en su trabajo. Seguro que me dejaría para evitarse más problemas por mi culpa, pero
no entra en razón. Recupero mi móvil, llamo un taxi y doy la dirección de la casa de mis padres.
Quiero ver si siento algo al estar delante del lugar que fue mi hogar.
Cuando estamos llegando, pido al conductor que reduzca la velocidad y antes de que estemos
justo enfrente veo a mi madre salir por la puerta. La miro con detenimiento para ver si está abatida
por mi desaparición, pero no, está como siempre, con su hiyab, feliz y orgullosa. Pido al taxista
que pare y veo como se aleja, cuando la veo girar la esquina ordeno que se detenga delante de mi
casa. Contemplo la fachada, pensando qué hacer. Me hubiera gustado ver a mi padre, lo quiero, sé
que en el fondo él no desea mi matrimonio, pero por alguna razón no se enfrenta a mi madre para
que me quede. Antes de llegar a ponerme sentimental le digo al conductor que me lleve a mi casa,
a mi verdadera casa. El piso de Rafa es mi hogar, no este lugar que dejo atrás.
—Creo que nos están siguiendo —dice el taxista, sacándome de mis divagaciones. Miro hace
atrás y veo la furgoneta de la empresa de mi padre.
—Sigue de frente.
Mi corazón quiere salírseme por la boca, Ahora me acuerdo de por qué odiaba tanto ese coche.
Mi madre en más de una ocasión nos castigó a mis hermanos y a mí a pasar la noche dentro por
algo que ella consideraba inapropiado, y la última vez que vi a Aixa fue dentro del vehículo,
llorando mientras se la llevaban.
—Llama a la policía —ordena el conductor preocupado. Pero no puedo hacerlo, no puedo,
aunque no quiero saber de ellos no puedo poner a mi familia en el punto de mira de la policía.
—No será necesario.
—Perdóname que no esté de acuerdo, lleva mucho tiempo detrás de nosotros intentando no ser
detectado.
—Hagamos una cosa, déjame en la estación.
—¿Estás en peligro?
—No, no, es solo que me fui de casa y creo que quiere que vuelva.
—Chica, no es de mi incumbencia, pero si quieres puedo llevarte a la comisaría.
¡Por Alá, qué hombre más desquiciante!
—Señor, yo me fui con otro y mi marido no lo sabe —le suelto.
A ver si así ese hombre me deja en paz de una vez. Y funciona, ya no hay más preocupación
por mí. Quisiera poder llamar a Ona, pero mientras esté dentro de este coche no podré hacerlo. Le
envío un mensaje contando lo que está pasando y mi destino.
Bajo, corro en dirección a las dársenas y me entremezclo con los viajeros, cruzo toda la
estación y cojo otro taxi en la otra punta, despistando así mi perseguidor. De camino, escribo a
Ona pidiéndole ayuda. Entro corriendo en el campus y busco un lugar seguro para ocultarme y
esperar a que mi amiga llegue; sé que, aunque no se encuentra bien no me dará la espalda. Su
novio es quien viene a por mí.
—No sé en qué lío estáis metidas, pero cuenta conmigo —me dice enseguida.
—Gracias, Omar, no sé cómo podré agradecértelo.
—Yo sí lo sé, convence a tu amiga para que sea mi mujer —responde sonriendo.
—Mucho pides, nadie logra agarrar a Ona.
La sonrisa que me regala me apena, él está loco por ella, se enfrentó a sus padres cuando ellos
descubrieron que Ona es una chica trans. La descubrieron por su nuez de Adán y le exigieron
dejarla, pero él, aun conociendo los sentimientos de ella por Nael y sin importarle por poner en
riesgo su relación con sus padres se encaró a ellos y les dijo que la ama y que no la dejaría. Pero
él sabe que el que vive en el corazón de mi amiga no es él sino mi hermano. Me acerco y lo
estrecho entre mis brazos.
Para despistar a nuestros perseguidores, Omar coge el coche de una de sus amigas y le deja a
cambio el suyo, yo me tumbo en el asiento detrás y así no corro el riesgo de ser descubierta.
Capítulo 27

Rafael
Recibo por sorpresa la visita del detective encargado de la investigación sobre Daniela. Es un
hombre de mediana edad, difícil de leer, con un carácter frío y parco en palabras. Para algunos
puede hasta resultar intimidante. Le invito a sentarse, una de las razones por las cuales siempre
llamo a su empresa es que me siento cómodo e identificado con su modo de trabajar, aunque esta
vez me tiene descontento con la falta de resultados. Pero me gustan sus métodos, no se anda con
rodeos, siempre va directo al tema a tratar. Y esta vez no es diferente. Saca de su maletín una
carpeta, pero no me la entrega, la pone sobre la mesa y reposa una de sus manos sobre ella. Llevo
algunos años trabajando con él y ya le conozco, por su comportamiento sé que la información que
trae no me va a gustar lo más mínimo. Revisa entre sus papeles y finalmente me entrega la carpeta.
Nuestras reuniones son siempre así, parecen de cine mudo: él nunca habla hasta que yo miro las
fotos, aunque las que él me trae en esta ocasión no me dicen nada: hay fotos de un chico, una mujer
de mediana edad y un caballero que también rondará los cincuenta. Me imagino que se trata de la
familia de Daniela, aunque no haya parecido con ella: ellos tienen rasgos árabes y Daniela no.
Impaciente, vuelvo a mirar dentro del sobre y encuentro una triste hoja; lo que leo en ella no me
gusta nada, siento cómo las cosas se me están yendo de las manos. Estoy totalmente a oscuras con
relación a ella, pero si lo relatado en estas pocas líneas es verdad muchas cosas empiezan a tener
sentido. El porqué de no haber denuncia de su desaparición, su intento de suicidio y su constante
comentario del miedo a recordar su vida anterior, todo parece encajar. Después de hablar con el
detective y oír sus explicaciones sobre el caso —la dificultad para dar con esa gente, lo perfectos
y modélicos que son, el miedo de la gente a hablar de ellos, lo complicado que fue dar con alguien
que estuviera dispuesto a darle información—, intercambiamos opiniones. Antes de marcharse me
promete mejores resultados, no sin antes aclarar que no puede garantizar rapidez debido al
hermetismo en torno a su círculo. Despido al detective, voy hasta el cofre que tengo en la oficina y
meto dentro la carpeta. Antes de cerrarlo no puedo dejar de hacerme preguntas.
—Daniela, ¿qué te asustó tanto que quisiste quitarte la vida? —me digo en un susurro.
Impotente me paso las manos por el rostro y regreso a cumplir con mis obligaciones. Pedro, tan
oportuno como siempre, da señales de vida igual que si leyera mis pensamientos. Comento con él
lo ocurrido y promete que en cuanto todos puedan vendrán a Barcelona a hacerme una visita. Es
medio día y me quedo solo en el despacho, cojo el sobre y vuelvo a analizar los datos reflejados
en el informe. No es normal que mi detective se encuentre con callejones sin salida, sus palabras
no salen de mi cabeza: «Llegado hasta aquí es como estar dentro de un laberinto gigantesco, por
más que camines siempre acabas en el mismo sitio y nunca das con la salida». Oírle decir estas
palabras me preocupó, ¿cómo es posible que personas que aparentemente son simples
trabajadores puedan mantenerse fuera del radar de esta manera? No me resisto, en busca de luz
voy hasta la sala de reuniones y llamo a mis amigos en videoconferencia. Después de explicarles
todo llegan a la misma conclusión que yo: que algo muy grave le pasó a Daniela. Todos desde sus
actuales sitios de trabajo se disponen a ayudarme a investigar. Estamos poniendo Internet cabeza
abajo cuando a mi mente viene un dato muy revelador, salgo corriendo de la sala de reuniones en
dirección a mi despacho a por el sobre, tiro todo su contenido sobre la mesa y cojo la fotografía
del hombre mayor que me imagino será su padre.
—Bingo… ¡Sabía que aquí había algo! —exclamo al darme cuenta de la magnitud de los
problemas que se avecinan.
Mirándola bien, ahora veo que entre ellos hay algo de parecido. Vuelvo corriendo al encuentro
de mis amigos que me echan la bronca por haberme marchado como lo hice, son peores que mi
madre. Me hago el desentendido y les dejo desahogarse. Ya más calmados les enseño la foto y les
revelo que se trata de la misma persona que fue al encuentro con Aliyah y conmigo en aquel
restaurante. Es una cosa muy rara de ver, pero los cuatro se quedan callados al igual que yo
cuando hice el descubrimiento. Ninguno tenemos la menor idea de lo que pasa entre estos dos y
nunca lo vamos a descubrir porque sea lo que sea es personal y ahí no nos metemos. ¡Yo me
encargaré de apartar a Daniela de ellos!, me dan igual sus disputas, pero a ella no la pillarán de
por medio. Nos quedamos debatiendo sobre el tema por algunos minutos más hasta que de uno en
uno van saliendo para atender sus obligaciones. El último en cortar la videoconferencia es Rubén,
es como si quisiera hablar de algo pero no se atreve, no hago preguntas, le dejo que haga todo el
tiempo que quiera. Algo le está pasando, todos lo sabemos y también sabemos la causa: Olaya.
Entre ellos dos todo fue siempre complicado y por supuesto estaré aquí para mi amigo cuando
quiera hablar.
Me recuesto en el respaldo de mi sillón y empiezo a balancearme intentando dejar mi mente en
blanco.
—Rafa, ella es Ona, la amiga de Daniela —Pestañeo unas cuantas veces intentando entender lo
que está pasando. El huracán Nuria acaba de irrumpir en mi despacho acompañada de otra mujer
que nunca he visto. ¿Desde cuándo Nuria tiene amigas aparte de las mujeres de mis amigos? —.
Rafa, joder, Daniela está en peligro.
Todo mi raciocinio me abandona, doy un salto en mi silla y me pongo de pie.
—¡¿Cómo es eso de que Daniela está en peligro?! —pregunto iracundo.
Yo la dejé dormida en casa, cuando salí dejé una nota a Ana para que la vigilara, avisé al
celador de que si salía me avisara y nadie me dijo nada. Ayer cuando llegué a casa no la vi, estaba
encerrada en nuestra habitación, le llevé la cena, vimos una película en silencio… todo fue muy
frio y distante. Lo que me alegró el final de la velada fue que cuando me levanté de la cama para
irme a dormir en la otra habitación ella me agarró por el cuello, me besó y por poco no la hago mi
mujer. Le di su orgasmo y me fui a dormir con mi ya inseparable dolor de huevos.
—¡Rafael, despierta, joder! —vuelve a gritarme Nuria.
—¿Qué estás diciendo? Daniela está en casa —afirmo queriendo convencerme más a mí que a
ellas.
—No, la están persiguiendo y si la atrapan nunca más la volveremos a ver —dice la tal Ona
entre hipidos.
—¿Cómo…?
—Joder, espabila, Rafa, te voy a dar una hostia —me riñe Nuria.
La amenaza de mi amiga surte efecto. Con el corazón en un puño doy un salto de mi silla, voy
en dirección a ellas y exijo explicaciones.
—¿Qué es lo que está pasando?
—Quieren llevarse a Daniela a Jordania —revela Ona con las lágrimas corriendo por su
rostro.
Tengo que apoyarme en mi mesa para no caerme. Tengo la sensación de que el suelo bajo mis
pies desapareció. ¡Oh, mierda! Es verdad lo que sospechaba el investigador, él no encontró
ninguna prueba, pero una de las pocas personas que acepto hablar con ellos hizo algunos
comentarios que lo llevaron a sacar esa conclusión, pero cuando le preguntó directamente si
concertaban matrimonios para sus hijos la persona se marchó corriendo. Para empeorar las cosas
en ese momento llega Aliyah que tiene una reunión conmigo y al ver a Ona la mira de la misma
manera en que miró a Daniela. Me viene a la mente la conexión que encontré entre él y el padre de
Daniela, su obsesión con ese país y pierdo los papeles. Voy hasta él y mirándolo a los ojos le
pregunto:
—¿La conoces? —Ahora mismo me importa una mierda quien es él.
—No, ¿debería? —Exclama en actitud chulesca.
Nuria, al ver que estoy alterado, toma el mando de la situación. Me arrastra a mi silla y como
si yo fuera un niño, posa sus dos manos en mis hombros y me empuja hacia abajo obligándome a
sentarme, ofrece asiento y algo de beber a mi cliente, saca a Ona de la sala, se posiciona a mi lado
y llama mi atención hacia ella para quitar mi atención de Aliyah; me pide calma, me obliga a
beber un vaso de agua, es como si supiera que necesito perderlo de vista para no cogerlo por el
cuello y exigirle que me diga dónde está mi novia.
Al darme cuenta de mi comportamiento poco profesional, me excuso y salgo de la sala a
calmarme un poco. Estuve a punto de cometer una locura. Yo no hago las cosas de esta manera,
solo tengo una foto que confirma que se conocen y eso no prueba nada, iría en contra de todo
aquello en lo que creo si basándome en mis sospechas lo acusara de algo. Ahora un poco más
tranquilo me doy cuenta de que hubiera sido muy temerario por mi parte: si realmente Aliyah está
detrás de todo lo que está ocurriendo al ver que desconfío de él la sacaría del país y una vez pise
Jordania con todo el dolor de mi corazón he de reconocer que las posibilidades de que la pueda
traer de vuelta son mínimas, por no decir nulas. Poso mi mano sobre la de mi amiga que aún sigue
en mi hombro. Soy la persona más afortunada de este mundo, tengo a los mejores amigos que uno
puede pedir. Me giro hacia a ella demostrándole que ya estoy tranquilo, para Nuria seguro fue
toda una sorpresa verme así, en los años que nos conocemos y con todo lo que pasamos nunca me
vio perder los papeles.
—No te preocupes, me haré cargo —dice suave para que solo yo oiga.
¡Qué está diciendo esa loca! Jamás la dejaría meterse en mis problemas y menos aún llevando
a un bebé en su vientre.
—Ni se te ocurra.
—Tú no me mandas —contesta ya en modo Nuria con la batería al 100 %. Antes de que la
situación se me vaya de las manos, paso a su lado y vuelvo a mi despacho. Ella viene detrás y me
llama con enfado, ignoro la presencia de Aliyah y subo el tono.
—Si no me dejas alternativa llamaré a Damián. —Si las miradas matasen ahora sería un
hombre muerto. —Irene—llamo a mi secretaria. —No las deje salir sin mí.
—No te atrevas… —replica Nuria.
—Tengo una reunión importante —le digo ignorando su cabreo.
Me centro en Aliyah que no pierde detalle, Nuria acompaña a mi secretaria amenazando hasta
mis futuras generaciones, pero con ella hay que ser así, de lo contrario pierdes. Fueron casi cuatro
años a su lado y la pude conocer bien.
Aliyah por primera vez desde que lo conozco demuestra su curiosidad por algo ajeno a él, y
con una sonrisa en la cara me pregunta qué está pasando. Me hago el desentendido, no pienso
explicárselo. Le despacho lo más rápido que puedo y salgo en busca de las portadoras de las
malas noticias. Por supuesto Nuria no me hizo caso y se fue, pregunto a Irene hace cuánto tiempo
se marcharon y no sabe decirme, llamo a los de seguridad preguntando y tampoco las vieron salir.
Por mi cabeza empiezan a pasar mil y una situaciones y ninguna de ellas agradable, no es posible
que dos mujeres rubias como ellas puedan desaparecer sin que nadie se fije. Entro corriendo en
mi despacho a por mi móvil y llamo a su marido, le cuento lo poco que sé. Damián se pone hecho
una fiera, y no puedo sino darle la razón, no sabemos con quién estamos tratando. Cojo las llaves
de mi coche y salgo a la calle a buscarlas. El coche de mi amiga tiene rastreador, Damián me pasa
la dirección en que se encuentra y nos dirigimos hacia allí. Llego antes que Damián pero me doy
con un callejón sin salida porque el coche está aparcado en una zona de muchos edificios.
Frustrado, doy una patada en el parachoques.
—Pagarás la abolladura. —Me giro y me encuentro de frente con Damián—. ¿En qué lío nos
metieron nuestras mujeres?
—No tengo la menor idea.
—Mi mujercita no me coge el teléfono —dice un tranquilo Damián, su actitud me tiene algo
desconcertado.
—No sé dónde encontrarla —aclaro decepcionado por mi incompetencia. No puedo empezar a
llamar a todos los pisos de la zona, podría pasar horas y aunque picara en donde ellas están no me
atenderían.
—Pues yo sí sé dónde se encuentran —afirma moviendo el móvil.
—Te cortará las pelotas por tenerla vigilada.
—Nunca más la dejaré desaparecer como hizo en el pasado.
Observo a Damián y pienso en su relación con Nuria. Antes estaba seguro de no querer nada de
eso, pero ahora lo deseo con Daniela: quiero una vida con ella, que se explote el mundo con sus
prejuicios. La angustia que tengo ahora mismo por no saber qué está pasando solo es comparable
con cuando tuve a mi primo inconsciente en el hospital.
Acompañados por dos guardias de seguridad que venían con Damián, nos ponemos en marcha
guiados por el móvil de mi amigo. Para nuestra suerte cuando llegamos al edificio al que nos lleva
el rastreador alguien sale y aprovechamos para adentrarnos. Cogemos el ascensor y subimos a la
sexta planta y cuando descubro el número del piso corro a llamar al timbre. Dentro oímos voces
que discuten si abren o no, pero Damián lo soluciona.
—Nuria, si en diez segundos no abres tiro la puerta abajo.
—Abran, es el impresentable de mi marido que se va a quedar sin pelotas por rastrearme.
Me río cuando escucho la voz de mi amiga al otro lado.
Un chico nos abre y los hombres de Damián se quedan fuera. Él corre a por su mujer y yo a por
la mía, aprieto a Daniela entre mis brazos y la lleno de besos.
—¿Qué pasó? —pregunto después de asegurarme de que está bien.
—No lo sé, vi una furgoneta blanca, me asusté y llamé a Ona.
Sé leer a las personas y sé que Daniela está mintiendo. Me decepciona no tener su confianza,
algo estoy haciendo mal para que pida ayuda a extraños y no a mí.
—¿Por qué no me llamaste?
—No pensé, no sé qué está pasando.
—¿Tomaste la matrícula del coche? —pregunto con la esperanza de que caiga en alguna
contradicción y pueda descubrir qué es lo que sucede en realidad.
—No.
—¿Sabes qué modelo de coche es?
—¡No, solo vi una furgoneta y me asusté! —exclama alterada.
La tal Ona está en brazos del que creo que debe ser su novio, no le quita el ojo de encima.
Damián es el primero en marcharse, dejando a uno de sus hombres para cuidarnos. Dani no dice
nada, está muy callada, no contesta a su amiga ni a mí. El novio de Ona desaparece y nos deja a
solas. Algo aquí se me está escapando, pero no sé el qué, y no me gusta. Las amigas se apartan a
hablar, la manera de relacionarse de estas dos no parece ser la de dos personas que acaban de
conocerse, se traen algo entre manos. Por el momento no diré nada, pero llegaré al fondo de todo
eso cueste lo que cueste.
Entramos en casa en silencio, desde que salió del piso de Omar no ha vuelto a abrir la boca,
hice docenas de preguntas y no me contesto a ninguna. Me partió el corazón ver que no entró en
nuestra habitación sino en la que dormía antes.
—¿Quieres contarme? —pregunto con cautela.
—No.
—Quiero ayudarte pero para eso necesito que confíes en mí. —Ya no me acuerdo del número
de veces que le dije esto.
—Yo confío.
Exhalo un suspiro resignado. No entiendo cómo es posible que de un minuto a otro todo se
fuera a la mierda de esa manera. Si hay una cosa que se le da especialmente mal a Daniela es
mentir, y desde la pesadilla no hace más que mentirme una y otra vez.
—Ve a nuestra habitación, yo me quedare aquí.
—Rafa, ¿está todo bien con nosotros? —pregunta temerosa.
—Sí.
Estiro mi mano, cojo la de ella la atraigo hasta mí y la aprisiono entre mis brazos, si por mí
fuera no la dejaría salir de aquí. Lucho contra mis deseos hasta que encuentro fuerzas para aflojar
mi agarre, le doy un beso en la frente y salgo en dirección a mi despacho. Me encierro dentro,
llamo al detective y le cuento lo que ocurrió hoy. Luego le ordeno que busque información sobre
el supuesto coche, que busque al taxista, me da igual lo que haga pero quiero información, y para
ayer.
Capítulo 28

Daniela
No he podido dormir en toda la noche recordando todo lo ocurrido ayer. ¡¿Qué mierda pasó
por la cabeza de Ona al llamar a Nuria?! Entiendo que se preocupe por mí, pero ella sabe
perfectamente que Nuria le cuenta a su amigo hasta cuando estornudo. Tengo la certeza de que el
que conducía aquel coche era mi hermano, y aunque no fuera él, no iba poner una denuncia, es de
mi familia de la que estamos hablando. Solo necesitaba que me recogiera. Pero ahora tengo un
montón de gente poderosa detrás de mí preocupados por lo ocurrido. Tengo que arreglar esto.
Estoy avergonzada por haberle mentido a Rafa como lo hice en el piso de Omar, pero lo hice
por protegerlos, no sé si esa gente con la que mi padre se relaciona es peligrosa o no, no sé si el
hombre con quien debería haberme casado sigue deseando sacarme del país o no. Pasaron varios
meses desde mi accidente, pero aun así prefiero no arriesgarme, no voy a poner a nadie en
peligro. Ordenaré mis ideas y solucionaré esto. Todavía no he tenido tiempo de asimilar toda la
porquería que me rodea, todo está ocurriendo tan rápido…, nada más abrir los ojos solo deseé ir
en busca de consuelo en los brazos de mi amiga y nada salió bien.
Antes de que Rafa vuelva de su entrenamiento salgo a prepararle el desayuno. Cuando siento
que está de vuelta corro a esperarlo en la puerta, antes de que se dé cuenta de mi presencia me tiro
sobre él y me pego a su cuerpo como un koala al árbol.
—¿Estoy soñando?
—No, bésame, hazme tu mujer —digo insistentemente.
—Daniela, para. Tenemos que hablar.
—No hay nada que hablar. Te quiero dentro de mí —digo metiendo la mano dentro de su
pantalón de deporte. Pero antes de que coja su miembro mantiene una mano bajo mi culo
aguantando mi peso y con la otra me agarra de la muñeca e impide que logre mi propósito. Odio
ese autocontrol que tiene, es exasperante. De un impulso me bajo de sus brazos y voy a terminar
de prepararle el desayuno, enfurruñada.
—Eh, ven aquí —me agarra por el brazo y me arrastra hasta él—. ¿De verdad crees que te
haría mi mujer en el recibidor de nuestra casa?
—¿Eso quiere decir que…? —No soy capaz de completar la frase, siento cómo mis mejillas se
calientan y no sé si es de vergüenza, deseo o alegría. Me arrojo de nuevo sobre él para besarle.
—Mientras no confíes en mí y compartas conmigo lo que está ocurriendo no ocurrirá nada
entre nosotros.
Era muy bonito para ser verdad, ¿cuándo algo para mi iba ser así de fácil? Tendré que
jugármela con mi familia porque no le diré nada. Le doy otro beso, me giro y sigo preparando el
desayuno. Eso fue lo único bueno que mi madre me enseñó: si hay una cosa que Aixa y yo
sabemos hacer muy bien es ser amas de casa. Aunque esa no será mi vida: seré una buena esposa y
cuidaré de mi marido e hijos, pero también seré una mujer trabajadora y libre, y a todo aquel que
quiera cortarme las alas lo quitaré de mi camino. Rafa entra en la cocina, me abraza por detrás y
deja tiernos besos sobre mi pelo, no puedo enfadarme con él por querer la verdad. Se lo diré, lo
último que deseo es engañarlo. Solo necesito solucionarlo todo primero.
Después de que Rafa salga a trabajar me siento como una loca desquiciada delante del reloj y
no quito la mirada del segundero esperando con ansias que llegue la hora de poder hacer las
llamadas que arrojen algo de luz en todo ese caos de oscuridad que me rodea. Por fin marcan las
ocho, espero que la primera persona a la que voy a confrontar se encuentre donde yo pueda ir sin
peligro de que me retengan. Quizás no quiera atenderme, tal vez no conozca mi existencia pues yo
solo sé de la suya por mis hermanos y por algunas fotos que vi en una de esas pocas veces en que
mi madre decidía comportarse como tal. En esos momentos nos enseñaba fotos de su país, familia,
amigos… y nos contaba algo sobre su vida en Jordania. Mi ejemplar hermana al parecer no lo era
tanto: desde muy pequeña me insistía en que debía recordar un número telefónico y una dirección,
me hacía repetirlo a diario y siempre que preguntaba por qué, lo único que decía es que nadie
nunca debería de saber que conozco estos datos y que llegado el momento yo sabría para qué
llamar. Y ahora lo entiendo: es el momento.
Tengo certeza de que es aquí donde hallaré las respuestas, la dirección es correcta y está en
una buena zona según Google Maps. La voz al otro lado es muy parecida a una que conozco muy
bien, me siento tentada en decir quién soy, pero en el último momento decido no hacerlo. Me
presentaré allí.
Antes de salir dejo en la mesita del recibidor una nota a Rafa, no quiero que vuelva a
preocuparse como ayer. Estoy saliendo y soy sorprendida por un hombre que me sigue. Paro para
mirarlo y lo reconozco. Saco mi móvil y escribo a Nuria diciéndole que quite a este hombre de
detrás de mí, si no llamaré a la policía. La muy loca me devuelve unos putos emoticonos de risa,
vuelvo a escribirla probando a ser educada y me contesta que no es cosa de ella, sino de nuestros
hombres y que ella tiene a tres detrás. Me encuentro en un callejón sin salida, la verdad es que me
alegro de que Nuria se tome tan bien que la vigilen, porque yo estoy que me subo por las paredes.
Vuelvo a entrar y me quedo oculta intentando encontrar una solución, tengo que salir de aquí sin
que nadie me siga. Si ese hombre descubre a dónde voy Rafael no tardara ni diez minutos en
descubrir todo sobre mi familia y eso no puede ocurrir bajo ningún concepto. Pienso en salir por
el garaje pero no tengo el mando del portón. No me queda otra que pedir ayuda, pero ¿a quién?
Me da a mí que el celador también está vigilándome, él no me quita los ojos de encima. Veo cómo
un taxi se para a dejar a una chica delante del edificio y se me ocurre una idea loca, pero muy
loca. No obstante es lo único que tengo ahora mismo. Para mi suerte una vecina se para a hablar
con el portero y aprovecho para acercarme más a la salida, me oculto detrás de una pilastra y
vigilo que la chica abandone el vehículo. Mi corazón está a mil por hora, no me tranquilizo hasta
que pone el pie fuera. Entonces respiro hondo y salgo corriendo en dirección al coche y me tiro
dentro. Oigo los fuertes y autoritarios gritos del hombre ordenando que me detenga. Estoy tan
nerviosa que me sube una arcada, al ver cómo se acerca grito al taxista:
—¡Arranca, arranca!
Este me hace caso, pero no sé si por mis gritos o por miedo al gigante que venía detrás de mí.
Confieso que cuando empecé a correr pensé que estaba cometiendo la mayor estupidez de mi
vida y que jamás lo conseguiría. Miro hacia atrás todo el tiempo a ver si estoy siendo seguida,
para mi suerte el tráfico escolar hizo que nos perdiera de vista. Al sentirme más segura paro en la
siguiente estación de taxis y cojo otro coche, y así, dando rodeos, repito esta acción cuatro veces
más hasta llegar a mi destino. Miro la bonita casa que tengo delante, me agarro el bolso y llamo al
timbre.
—¿Quién es?
—'Ana Danyil aibnat 'akhi 'urid alhaqiqat[8]
—digo a mi tía llorando.
Nunca la he conocido en persona, mi madre la odia, todo lo que sé de ella es porque Aixa y
Nael me lo contaron. Ambos siempre aseguraron que es buena persona y espero que sea verdad y
acepte ayudarme. Mi madre no se cansa de repetir que ella y toda su familia son una vergüenza,
pero ahora entiendo el porqué de tanto empeño en que no tengamos contacto con mi tía. Ella,
desde el momento en que pisó suelo europeo, dejó las costumbres de su país atrás, nadie en su
casa fue educado en la cultura árabe, mis primas y ella no usan el hijab. Una de mis primas está
casada con un español y la otra por lo que verifique en las redes sociales es novia de un inglés
afincado aquí. Eso para mi madre es inadmisible, para ella todo eso de la sangre y la religión es
sagrado. Mis hermanos son los que la conocen, si la felicidad que parecían exhibir en las fotos es
cierta me hubiera gustado haber compartido tiempo con ellos. Sus hijas tienen más o menos la
misma edad que mis hermanos y gozan de total libertad para tomar sus decisiones.
Oír el pronunciado acento de mi tía me saca las lágrimas.
—No quiero aquella vida —es lo primero que digo al ver su precioso rostro.
—Ay, mi niña. Pasa, pasa, adelante.
Se hace a un lado para que entre, pero al ver en persona el gran parecido que tengo con mi tía
me tiro en sus brazos y lloro. Ella cierra el portón, me acuna en sus brazos y deja que me
desahogue. Algo más tranquila la acompaño dentro, una chica morena muy guapa a la cual
identifico como mi prima llega al salón y al verme se lleva la mano a la boca.
—Nadia, ve a por un vaso de agua.
—Mamá, ella es tu…
—Sobrina —completa mi tía la frase.
Mi recién descubierta prima se va corriendo y vuelve con un vaso de agua. Antes de que
pudiera empezar contar nada tengo que apagar mi móvil que está que echa humo, tengo a todos
llamándome, y ahora no estoy para dar explicaciones. Mi tía va a por un álbum de fotos y me
muestra imágenes de la familia que tengo fuera de Jordania y a la que mi madre repudia por querer
vivir una nueva vida, contesta a todas mis preguntas y me confirma que mi madre es una enferma
de la tradición y la religión y que todo aquel que no piense como ella es impuro a sus ojos. Me
alegro de tener noticias de mi hermana y descubro que tengo tres sobrinas y un sobrino. No quiso
decirme en qué condiciones viven, por lo que me imagino que no serán muy buenas, y me prometo
a mí misma que después de que solucione todo eso buscaré a Aixa, no sé cómo, pero la
encontraré. Mi tía promete ayudarme, se compromete a intentar descubrir en qué condiciones está
hecho el trato entre mi familia y el hombre con quien tengo que casarme, me revela que según el
acuerdo que tengan mis padres, pueden tener problemas. En un principio me siento culpable, pero
mi tía al percibir mi abatimiento me repite innumerables veces que los únicos culpables aquí son
ellos. Me cuenta la vida que me espera allí y me confirma lo que ya me imaginaba: que nunca más
volvería a ver a nadie de mi familia, que la familia de mi marido sería la mía y que tendrían todos
los derechos sobre mí. Para mi sorpresa descubro una nueva prima de tan solo veinte años, nació
aquí y está impresionada con el gran parecido que tengo con mi tía. No se puede negar que somos
familia. Al ver mi tía entendí por qué mi madre siempre repetía que me parezco a «ella», pero
nunca supe a quién se refería. Paso el día en casa de mi recién descubierta familia y disfruto de mi
prima que es un polvorín. Najma, mi prima mayor, llamó, y cuando supo que estaba en su casa
hizo que su novio la trajera a verme. Al final de la tarde, por más que me niego, insisten en
llevarme de regreso.
Capítulo 29

Rafael
Cuando uno cree que las cosas no pueden ir a peor, va el mundo y se le cae encima. Por lo
menos en mi caso es siempre así, todavía no me he recuperado del susto de ayer y me sale con
esas justo en el momento en que el detective me está dando información sobre su familia. Daniela
quiere acabar conmigo, no me puedo creer que haya sido capaz de eso, es surrealista escuchar de
la boca del hombre de seguridad de Damián que una chica lo dejó en ridículo. No sé cuán
comprometido estará su trabajo después de eso, porque si no fue capaz de vigilar a Daniela, con
Nuria las lleva claras.
Empiezo a llamarla y la sangre me hierve cuando cuelga la llamada. Insisto hasta que lo apaga
y exploto, en un movimiento de brazo barro todo lo que está sobre la mesa y doy un puñetazo
sobre la misma. ¡No me puede hacer eso! ¡No puede tomarme por tonto de esta manera!
Cojo mis cosas y salgo en dirección a casa a ver si hay algo que pueda darme alguna pista. En
mitad de camino recuerdo la misteriosa amiga que salió de la nada y la llamo, sin andarme con
rodeos le pregunto por Daniela y me dice que no sabe nada de ella desde ayer. En un primer
momento no la creo y se lo hago saber. Discutimos, pero Ona no se deja intimidar por mí, al
contrario, se enfada porque dudo de ella. Al final aparcamos las diferencias y me pide que pase a
buscarla, la veo tan preocupada que le pido su dirección y conduzco más de media hora para
recogerla. Sus padres me hacen pasar, la chica está abatida pero no me apeno y le exijo que me
cuente qué está pasando. No soy idiota, hay fotos de las dos juntas y desde muy pequeñas, una
prueba más de que Daniela me oculta cosas. Su padre se interpone entre nosotros.
—Si no te calmas tendrás que irte de mi casa.
—Papá, no te enfades con él, la quiere y está preocupado —me defiende Ona. La manera dulce
con la que afirma lo que yo no tuve el valor de decir nunca en voz alta, hace que me sienta un
capullo por haberla tratado como lo hice.
Su padre la abraza con cariño y la consuela afirmando que la encontraremos, que volverán a
estar juntas. No me hace falta nada más, todos aquí conocen a Daniela, y no es de ahora. Hablan
de ella con cercanía y afecto. El hombre al oír las palabras de su hija defendiéndome cambia
completamente de actitud. Su madre me mira con un amago de sonrisa y se marcha a la cocina.
Miro por dónde fue la mujer y se me ocurre una idea.
—¿Puedo pasar al baño?
—Sí, está por allí. —Qué suerte la mía, está en la dirección en la que fue la madre de Ona. Al
perderlos de vista aprieto el paso para llegar a ella antes de que salga de mi alcance.
—¿Hace cuánto tiempo se conocen Ona y Daniela? —La mujer da un brinco por el susto.
—¿Por qué me preguntas eso?
—¿Cuánto tiempo? —insisto más brusco de lo que deseaba.
—Desde niñas.
Ahí está, me mienten. Desde que entré por la puerta de esta casa lo supe, pero el oírlo de la
boca de otra persona hace que me sienta utilizado. Mi lado egoísta me dice que debo alejarme,
dejarla vivir su vida, pero sé perfectamente que aunque ella no quiera compartir conmigo su vida
jamás la dejaré sola ante lo que sea que está ocurriendo. La encontraré, pero ya no intentaré que
confíe en mí. Ella no lo ha hecho hasta ahora y esa es la prueba de que lo nuestro no tiene futuro.
Salgo en dirección al salón, paso por donde se encuentran padre e hija y sin parar me despido de
ellos y me voy a casa de Nuria a ver qué sabe ella de esta historia. Me llevaré una gran desilusión
si descubro que Nuria sabe que Daniela recuperó la memoria y no me dijo nada.
Para mi mala suerte la casa está llena, y el colmo es Nathalie, que nada más verme viene a por
mí. Mal día para encontrarnos. Antes de que se acerque la miro bien serio dejando claro que no
estoy de humor y ella, como la mujer inteligente que es, me saluda y da media vuelta.
—Necesito hablar contigo. —Mi amiga me mira torcido, sé que no le gustó la manera en que le
hablé delante de los demás, pero ahora mismo no pienso, solo actúo.
—¿Qué lio esa niña ahora?
—¿Qué sabes tú de ella? —pregunto ignorando su tono despectivo.
—Que es una loca que se tiró delante de tu coche, se enamoró de ti y que no termino de confiar
en ella.
—¿Y qué más?
—¡No estoy entendiendo! —dice Nuria con las manos en la cintura en una clara señal de que
su paciencia ya se fue a paseo—. No hay más, me cae bien pero no tiene mi confianza.
—¿Y por qué desconfías de ella?
—Tengo la sensación de que nos oculta algo.
—Ona y ella se conocen desde la infancia.
—¡Sabía…! —dice chocando el puño con la palma de la mano—. Las voy a degollar.
—No dirás nada. Tengo que irme. —Me despido de mi ahijada y me voy a casa a esperar a que
vuelva.
La mañana se va, cae la tarde y no hay noticias, sobra decir que tengo a mis amigos en línea
queriendo información a tiempo real.
Lo peor del mundo es querer ayudar a alguien que no quiere ser ayudado. Con Miguel pasó lo
mismo y casi tenemos un fatal desenlace. Todavía no sé qué me espera al final de esta historia, lo
único que tengo claro es que no será agradable. Para acabar de hacer mi día más placentero,
Aliyah no deja de llamar. Mi secretaria está que no puede más, el muy insistente alterna entre mi
número personal y el de la oficina, no sé cómo tomarme que aparezca justo ahora, no obstante no
abriré mi boca. No hay nada en su contra por lo que hoy no estoy para él ni para nadie. En el
despacho hay personas que le pueden atender si lo que le lleva a buscarme es urgente. Suena mi
móvil, y aunque me imagino sea nuevamente mi cliente corro a por él, el dichoso aparato decidió
sonar justo el minuto en que me aparté de su lado. Mi corazón está a punto de salir por la boca. Es
su número, ¿será que está bien?, ¿por qué llama ahora?, ya son las siete de la tarde, llevo todo el
día preocupado, tiene centenas de llamadas de todo el mundo. ¿Será que está secuestrada?
—¿Diga? ¿Daniela? —respondo ansiosamente.
—¿Estás muy enfadado conmigo?
El oír su dulce voz me pone la piel de gallina, no parece estar triste, mucho menos en peligro.
Al darme cuenta de eso vuelve mi enfado.
—¿Te puedo ayudar en algo? —contesto cortante.
—Sé que no hice bien, pero era necesario.
¿Cómo puede salir con eso ahora?, yo nunca la tuve como rehén en mi casa, ella entra y sale
cuando quiere. Mi lado más primitivo, después de que ella hizo las maletas para alejarse de mí,
quiso encerrarla en casa, pero jamás haría tal cosa, antes me iría del país a tener a alguien a mi
lado por obligación. Eso solo demuestra lo poco que me conoce y lo incompatibles que somos.
Tengo la vista mal, siempre pongo los ojos sobre mujeres que no son para mí.
—No tienes que darme explicaciones.
—Sí tengo.
—Entonces, ¿por qué te fugaste? —Idiota, maldito idiota, ¿por qué tenía que decir eso ahora?
Estoy enfadado conmigo mismo por ser así de transparente, ¿por qué no puedo ser siempre
como cuando estoy en la corte, frío y calculador?
—Ven a por mí y verás.
Creo que no he oído bien, ¿de verdad ella, de manera muy dulce, y digamos hasta coqueta me
está pidiendo lo que creo que está pidiendo?
—¿Dónde estás?
—En el centro comercial.
Llevo todo el día preocupado, pasé la mañana yendo de un lado a otro en su búsqueda, accioné
a toda mi gente, les calenté la cabeza con mis preocupaciones cuando ella se fugó de una persona
que estaba allí para cuidar de su bienestar… ¡¿y todo para ir de compras?! No iré a por ella.
—Tengo mucho trabajo.
—No tengo como ir a casa.
Mierda. Grito fuera de mí y doy una patada en la mesa de centro que tengo delante. Sé que me
ha escuchado, pero no voy a ocultar mi malestar.
—Te recojo dentro de veinte minutos.
—No, entra, te espero delante del cine.
¡Me colgó! No me lo puedo creer, ¡me colgó…! Me llega el nombre del centro comercial
donde está. Vuelvo a llamarla y va directo al buzón, pienso en no ir, pero al final acabo cediendo.
Llego delante del cine y la veo hablando animadamente con una pareja, al acercarme me
sorprende el gran parecido entre ella y la otra chica que es todo sonrisas. Daniela cuando me ve
sale corriendo a mi encuentro y me besa, es tan rápida que no me da tiempo a pararla.
—Ven, quiero presentarte a alguien.
—¿Quiénes son esas personas?
—Te vas a sorprender, es mi prima, acabo de conocerla.
Mi cabeza, que ya era un lío, ahora ya no sé cómo definirla. Efectivamente la chica confirma
que son primas, que acaban de conocerse. Me cuenta que su madre tampoco la conocía en persona,
solo por fotos. No calla... Pongo todo de mi parte para no parecer antipático, pero lo único que
quiero ahora mismo es marcharme a mi casa, yo que nunca quería ir a mi hogar ahora pagaría por
cruzar sus puertas, tirarme en la cama y olvidar estos dos últimos días. Al parecer el novio de la
chica se da cuenta y logra hacerla callar. Se despiden con la promesa de que nos volveremos a ver
pronto.
—En casa te lo explico todo —me dice Daniela alegremente.
—Hoy no, hoy me quedo en la otra habitación.
No digo nada más porque es mi manera de ser, me duele ver que sus ojos se llenan de lágrimas,
pero no puedo darle lo que quiere ahora.
Aun sabiendo que estoy enfadado con ella, coge mi mano y para mi mala suerte tendré que
cruzar la zona de tiendas, ya que solo encontré aparcamiento en la otra punta del centro comercial.
Daniela apoya su cabeza en mi hombro e involuntariamente la abrazo pegándola a mi cuerpo.
—Daniela —dice un hombre con rasgos árabes que surgió de la nada.
Ella da un paso hace atrás y se oculta detrás de mí.
—¿Lo conoces? —pregunto mirando a ambos con la esperanza de que alguno me aclare qué
está pasando.
—No, sácame de aquí —contesta tomándome de los brazos y poniéndome como escudo.
—¿Por qué haces eso? —pregunta el hombre que da dos pasos en dirección a Daniela con la
intención de acercarse a ella. Yo soy más alto y fuerte que él, de modo que mirándolo serio pongo
mi mano en su pecho y lo paro.
—No te acerques a mi novia.
—¡¿Novia?! ¿Desde cuándo? —interroga con sorpresa—. Daniela, ¿tú estás…? —No lo deja
terminar, sale corriendo por los pasillos y yo detrás.
Capítulo 30

Daniela
Se acabó mi tiempo. Hace poco más de setenta horas que descubrí quién soy y por más que
corra intentando solucionarlo para poder seguir con mi vida, veo como todo lo bueno que he
vivido desde que tengo amnesia se me está yendo entre los dedos. De todas las personas que hay
en el mundo tenía que encontrarme justamente con él. Sé que es perfectamente capaz de
arrastrarme de vuelta a la casa de mis padres y eso no se lo permitiré, antes tendrá que pillarme.
Aprovecho su desconcierto al oír de boca de Rafa que somos novios y salgo corriendo por los
pasillos del centro comercial sin mirar atrás. Llego al aparcamiento, miro de lado a lado sin saber
adónde ir y me doy cuenta de la estupidez que hice. Me agacho y muerta de miedo asomo la
cabeza a ver si está detrás de mí. Respiro aliviada al descubrirme sola en ese maldito sótano. A
gatas camino entre los coches en busca de un buen escondite en el que pueda pensar cómo salir de
esta. Mis cicatrices empiezan a doler por estar mucho tiempo en la misma postura, pero aunque se
me cayese la pierna no me levantaré, no se lo pondré fácil. Las lágrimas empiezan a empañar mi
visión, el dolor empieza a ser lacerante, sé que no me escaparé de él, estoy agotada. Avisto una
gran columna que puede servirme de escudo, las fuerzas empiezan a abandonarme, mis manos
tienen heridas, siento que estoy a punto de rendirme. Algo se clava en mi rodilla haciendo un buen
rasguño, el dolor es tanto que me tapo la boca para no soltar ningún quejido lastimero. Me veo
obligada a recostarme sobre un coche a mirarme. No siento ruido detrás de mí, pero no me
confiaré. Asomo la cabeza y miro de lado a lado para asegurarme de que no me ve nadie cuando
de improviso me cogen por detrás y me tapan la boca. Lucho, me debato, intento morder la mano
que me impide pedir ayuda, pero no me sirve de nada. Soy arrastrada en dirección a un coche que
está con las puertas abiertas, cuando me va a meter dentro doy un impulso y apoyo mis piernas en
la parte alta del vehículo. Mi secuestrador da un paso atrás y vuelve a intentar meterme, de esta
vez abro las piernas en V y apoyo una en cada lado de la puerta. Sé que me va a llevar, pero no
será fácil, tendrá que desmayarme.
—Colabora, maldita sea —dice entonces con una voz que me resulta familiar. Exhalo un
suspiro de alivio.
—¿Por qué no me dijiste que eras tú?
—No es el momento de discutir, entra en el coche —ordena Rafa con un tono de voz que nunca
antes había empleado conmigo.
—¿Por qué…?
—La persona de la que estas huyendo viene por allí. —Me indica la dirección en la que viene
el perrito faldero de mi padre cortando de golpe mi pataleta. El hombre que cooperó activamente
para hacerme una prisionera, el mismo al que no le importó tirar a mi hermana desecha en
lágrimas de mala manera dentro de aquella furgoneta. Me lanzo dentro del coche y cierro la
puerta, Rafa da la vuelta y arranca sin que le dé tiempo a alcanzarnos.
—Te lo puedo explicar… —digo jadeando a causa del esfuerzo empleado en mi huida.
—Hoy no.
—¿Me vas a dar la espalda?
—Solo necesito algo de espacio —me contesta sin quitar el ojo de la carretera.
Cuánto me arrepiento de haberle dicho esta misma frase. Duele, duele mucho. No dice nada
más, ni falta que hace, en los meses que llevo viviendo en su casa sé que es un hombre que odia
las discusiones, y me imagino que ahora mismo su cabeza es un hervidero. Su mejor amiga le
llama, la contesta con el manos libres y se hablan como si yo no estuviera delante y eso me está
matando. Nuria sabe que la estoy escuchando y no se está cortando en amenazarme. Sé que tiene
motivos para estar enfadada conmigo, pero me está doliendo que él no diga o haga nada para que
se corte un poco.
Llegamos al piso y Rafa entra como si yo no existiera, va a nuestra habitación recoge sus cosas
y se dirige a la otra. Le dejo espacio, me dedico a preparar algo para que cenemos. Cuando tengo
todo listo me acerco y llamo a la puerta un par de veces sin que me conteste. Oigo cómo escribe
en su portátil, me imagino que está trabajando pero aun así, me arriesgo.
—La cena está lista.
—No tengo hambre.
Y así se dio por cerrada la charla entre nosotros. Por supuesto no fui capaz de comer nada.
Recogí todo lo que había preparado y dejé la cocina como si no hubiera pasado por allí antes de
acostarme.
A la mañana siguiente me levanto de la cama temprano para prepararle el desayuno, pero
cuando llego al salón lo encuentro saliendo para ir trabajar. Eso me destroza un poquito más, a
estas horas está volviendo de correr, Rafa no sale de casa hasta dentro de una hora y media, sus
ganas de no tenerme delante son tantas que está saliendo a hurtadillas de su propia casa. Él me
descubre parada en mitad del salón y nos miramos. Tengo ganas de tirarme al suelo y suplicarle
que me perdone, que me deje explicarme. Pero al percibir que iba a decir algo abre la puerta y se
va.
Todo lo que quiero se me está escapando entre los dedos, no sé nada de Ona desde que me fui
de la casa de su novio y Rafa acaba de dejarme clara su postura. No me rendiré con él, lo quiero y
lucharé por lo nuestro, pero será otro día.
Le envío un mensaje diciendo que no saldré de casa, me alegro al ver que nada más di a enviar
lo vio, pero no me contesta. Mi palabra ya no tiene valor, le he mentido tantas veces que ya no me
cree cuando digo la verdad. Cansada de buscar una razón para estar pasando por todo eso y dar
siempre con lo mismo, busco entre mis medicinas uno de los calmantes que me recetaron y tomo
dos pastillas para ver si así puedo desconectarme un poco.
El insistente sonido de los teléfonos y el timbre de la puerta me sacan de mi agitado sueño.
Paso las manos por mi rostro para espabilarme un poco sin mucho resultado a causa del
medicamento, apoyándome en las paredes camino hasta la puerta y la abro. Al ver quiénes están al
otro lado la cierro en la cara de la visita indeseada, el timbre vuelve a sonar sin cesar. Son Ona y
mi hermano. No me lo puedo creer. Finalmente, bajo la amenaza de que llamarían a la policía, les
abro la puerta.
—¿Por qué, Ona? Nunca pensé que me harías eso. ¿Es tu amor por él mayor que nuestra
amistad?
Ambos se asombran por lo que dije, mi amiga por sentir en la piel lo que es ser traicionada y
mi hermano por descubrir los sentimientos de ella hacia él. Nael comienza a hablarme en árabe
pero le corto.
—No, mi idioma es el español.
—¿Qué te hicieron? Mi hermanita no es así.
—¿Hermanita? ¡Ja! ¿Qué hiciste por salvarme?
—Nunca lo sabrás, hice mucho, pero…
—Sigue Nael, sigue, di que nuestra madre es una fanática.
—¿Qué sabes de todo eso? —inquiere preocupado.
—No mucho, pero lo suficiente para saber que ella es quien negocia nuestras «bodas», con tu
beneplácito y el de nuestro padre.
—Eso no es cierto —se defiende con un brillo de orgullo herido en los ojos—. Hice cosas de
las que no estoy orgulloso para que pudieras estudiar. Luché todo lo que pude para que no tuvieras
el mismo destino de Aixa.
—¡Mientes!
—No miento. Renuncié a mí mismo por ti, pero nuestra madre está fuera de sí.
—¿A qué renunciaste? ¿A no escaparte a ir de copas con tus amigos?
—No. Al amor de mi vida.
Mi amiga da un paso hacia atrás. Ona siempre estuvo locamente enamorada de Nael en secreto,
pero siempre supo que lo que ella siente por él jamás sería correspondido. Ella es transexual y
occidental, mi religiosa familia jamás se lo permitiría. Pero de ahí a que ella lo oiga decir que
ama a otra persona… eso la está matando y verla sufrir solo hace aumentar mi rabia hacia mi
hermano. Sé que sabe mucho y no acaba de decirme nada.
—Fuera de mi casa.
Su actitud es la de una persona desesperada, sé que tiene miedo, nos conocemos mejor que
nadie.
—No estás siendo justa.
—Hablar de justicia para ti es fácil, seguirás viviendo en España.
—Hubiera preferido irme de aquí a seguir viendo a la mujer que quiero con otro, me destroza.
—¡Vete de mi casa, no me iré contigo! Yo sí voy a vivir con el hombre que amo.
—No puedes. Tengo que llevarte de vuelta.
—No, no iré.
—Dani, encontraré una manera de ayudarte, te lo prometo, pero ahora…
—¡No! ¡Fuera de mi casa!
—¡Confía en mí!
Me hace gracia que me pida que confíe en él cuando se supone que entre nosotros nos
apoyábamos que confiábamos el uno en el otro. Miro al teléfono y calculo la distancia. Nunca
imaginé que fuera Nael quien me llevaría de vuelta.
—¿Como tú confiaste en mí? ¿Me ayudarás de la misma manera en que ayudaste a Aixa? —lo
ataco sin piedad.
—No lo hagas —dice mi hermano al ver cómo miro el teléfono.
—¿Por qué me haces esto?
—Si no vuelvo contigo, Aixa y sus hijos serán asesinados.
—No te creo.
—Tu prometido sabe dónde estás y con quién. Y para obligarnos a llevarte de vuelta nos
amenazó con hacer daño a nuestra hermana y sobrinos. Para demostrar que no miente, tiene a uno
en su poder.
—¡¿Y aun sabiendo que nos matará a ambas me vas a entregar?!
—No, él dijo que si te entregamos te castigará, de lo contrario matará a todos los de la familia,
en Jordania y fuera de ella.
—¿Por qué yo?
—Lo tuviste delante, sabes lo duro que puede llegar a ser. Haz memoria, Dani.
Un gran escalofrío atraviesa mi cuerpo, es como si tuviera aquellos grandes ojos marrones
sobre mi pequeño cuerpo nuevamente, la manera en que me sonreía… Seguramente si mi padre no
hubiera intervenido y Nael me hubiera sacado del salón me habría llevado con él en ese mismo
momento.
—No me entregues, desapareceré de Barcelona —imploro entre lágrimas.
—¿Dejaremos que Aixa y sus hijos se mueran?
—No —contesto con pesar.
Mi hermana ya sufrió demasiado en esta vida para que ahora vea cómo asesinan sus hijos por
mi culpa. No tengo otra alternativa que aceptar mi cruel destino.
—Tengo un plan, confía en mí —dice Nael, pero ambos sabemos que ya nada puede salvarme.
Entre lágrimas entro en la habitación en la que he pasado los momentos más felices de mi vida.
Miro todo a mi alrededor memorizando cada detalle, si muero los momentos vividos entre estas
cuatro paredes serán lo último en lo que pensaré y si vivo para ser castigada una y otra vez me
transportaré al mismo lugar. Ona entra en la habitación, se tumba a mi lado en la cama, me abraza
y me deja llorar. Estoy rota de dolor por haber descubierto cómo es querer a alguien de verdad,
qué es el amor y por culpa de mis padres no lo voy a poder disfrutar, los odio. Me entregaría una y
otra vez para salvar la vida de mi hermana y sobrinos, pero eso no hace que duela menos.
—Déjame sola —pido entre hipidos.
Ona sale y pide a mi hermano que me deje algo de tiempo, ambos salen a dar una vuelta. Meto
las pocas pertenencias que podré seguir usando en una pequeña maleta, entro en el baño y dejo el
agua caer sobre mi cuerpo bajo el recuerdo de nuestras horas de juegos aquí dentro. Desde que me
fui de mi casa hasta hoy pasaron cinco meses, aun con mi intento de suicidio estos fueron los
mejores meses de toda mi vida, y estos dos meses en los que fui novia de Rafa… no hay palabras
para describirlos. Lo quiero tanto… Apoyo mi cabeza contra la pared y dejo salir el llanto.
Golpeando la pared grito de rabia, tristeza e impotencia. El mundo es tan injusto… Odio a mis
padres por hacerme esto, yo solo quiero ser feliz.
Salgo al salón vestida como la perfecta musulmana, con ropita recatada, el hijab en la cabeza y
el corazón roto. Mi hermano, al verme, corre hasta mí.
—Te prometo que lo mataré —afirma Nael llorando.
—Te lo prohíbo, ese es mi destino.
Nael apoya su frente contra la mía y deja caer las lágrimas, ya no me acuerdo cuándo fue la
última vez que lo vi llorar, él fue educado para no demostrar debilidad delante de los demás. Lo
agarro por los hombros y lo aparto de mí. Miro a Ona y la sonrío, aunque no es una sonrisa de
felicidad. Soy una mujer fuerte y si voy a morir será con la cabeza en alto.
—No te sientas culpable, hiciste lo correcto. No te tengo rencor —digo a mi amiga que es un
mar de lágrimas.
Agarro mi maleta y la arrastro en dirección a la puerta, antes de salir dejo sobre el mostrador
un sobre con una carta a Rafa despidiéndome de él, pidiéndole perdón por haberle ocultado que
me acordé de todo. También le digo que el destino lo puso en mi camino y si tuviera que arrojarme
nuevamente delante de su coche por pasar un día más a su lado lo volvería a hacer.
Salgo del ascensor e intento ocultarme entre Nael y Ona, no quiero que me vean, aunque
probablemente no me reconocerían, pero aun así quiero preservarme. Para mejorar mi día, llego a
la calle y me encuentro de frente con la furgoneta de mis pesadillas. Mi amiga al ver mi cara me
abraza y ayuda a acercarme, Nael no conoce mi fobia a este maldito coche.
Hago el camino con el rostro serio, no le daré el gusto a mi madre de verme más derrotada de
lo que estoy. Solo miro por la ventanilla el paisaje que de seguro no volveré a ver. Ona sin
embargo no es capaz de dejar de llorar, me tiene agarrada de la mano como si nuestras vidas
dependiesen de ello y me encanta. No sé qué hubiera sido de mí sin ella en mi vida. Nael aparca
delante del portón de la casa de mi amiga, apaga el motor del coche y nos deja privacidad, se baja
a fumar un cigarrillo.
—No te vayas, yo te ayudo a salir del país —me dice Ona con un hilo de voz.
—No puedo, amiga. Mi tiempo se acabó, no puedo dejar a mi familia morir por mi culpa.
—¡Es tan injusto!
—Es mi destino.
—Tu destino mis cojones.
—¡Ona! —le reprendo, ella nunca se refiere a sus órganos genitales.
—Serán míos por tiempo limitado, los arrancaré —dice con un intento fallido de sonrisa—.
Confío en el amor de mi vida, él te salvará.
—Claro que lo hará. —Le doy la razón sabiendo que eso no va a ocurrir. Ni que fuera mago.
Decido acabar de una vez con nuestro sufrimiento. Me está matando verla así y no sé cuánto
tiempo más voy a poder aguantar sin derrumbarme. Atraigo su cuerpo al mío, cierro los ojos y
aspiro su olor. Libero una mano y abro la puerta.
—Es la hora.
—No te irás, Rafa encontrará la manera de ayudaros a tu hermana y a ti —me dice tratando de
conservar la esperanza.
—No le metas en esto, déjalo vivir su vida.
—No puedo.
Con el corazón en pedazos la echo del coche y golpeo el cristal llamando a mi hermano que
está al móvil.
—Dani, no iremos a casa.
Mi corazón se dispara, la poca esperanza que tenía de que me salvaran acaba de desvanecerse.
Nael me requisa el móvil, para delante de un contenedor de basura y tira mi maleta dentro, desde
que entramos en el coche es otra persona, se está comportando de una manera muy fría. Siquiera
pasamos por delante de mi casa, damos la vuelta en dirección a la nacional. Antes de que
salgamos a la carretera principal mi hermano vuelve a parar, cuando veo lo que trae en la mano
lloro de desesperación.
—¡No lo hagas, por favor!
—Es por tu bien.
—Juro que no se lo diré a nadie.
—Dani, confía en mí.
Abro la boca para enfrentarlo, pero los años de adoctrinamiento de mi madre hace acto de
presencia al ver la cara seria de Nael y adopto una postura del todo sumisa, agacho la cabeza para
que me ponga un saco negro que me quita por completo la visión. Dentro de mi cabeza le estoy
pegando, gritándole a la cara cuánto lo odio por lo que me está obligando hacer, para salvar a una
hermana está sacrificando a la otra. No en tanto lo único que realmente hago es acatar todas sus
órdenes. Llama a alguien avisando que vamos de camino y arranca. Escucho un estruendo y doy un
salto por el susto. Me ordena que no me mueva, sale y se queda fuera por mucho tiempo; intento
oír algo, pero es inútil, solo hay silencio, no me muevo, todo mi cuerpo está temblando por el
miedo. Casi voy al suelo cuando la puerta de mi lado se abre y la bolsa de mi cabeza desaparece.
—Esto no estaba en el plan, pero nos vendrá bien —dice mi hermano como si yo supiera de
qué está hablando.
—¿Dónde estamos?
—En la E-15.
—Nael, nombre, quiero saber el nombre del lugar al que me llevas.
—No te lo puedo decir.
—¡Estaba ciega, eres igual que ellos! —sollozo.
—Sí, y si no callas la boca te la callaré a la fuerza.
Me hundo por completo, el último resquicio de fortaleza que me quedaba acaba de
derrumbarse. Lo miro buscando al chico que lloraba conmigo cada vez que era castigada por no
hacer las cosas bien, que me aconsejaba a no luchar contra un enemigo mucho más fuerte que yo,
el que decía que siempre iba está ahí para mí. Llega la grúa seguida de un taxi, la primera remolca
nuestro coche bajo la promesa de llamarlo dentro de unos minutos para decirle a que taller lleva
el coche, el segundo queda esperándonos. Nael me mete dentro sin mucha delicadeza y pide que
nos lleve al hotel más cercano. Él intenta coger mi mano, pero la retiro.
—No me toques —me rebelo.
Doy gracias de que no haga valer su autoridad sobre mí y me castigue, si me diera una paliza y
al llegar delante de mis padres dijera el motivo por el que lo hizo lo felicitarían.
A la mañana siguiente el mismo taxi nos viene a buscar para llevarnos a donde está el coche.
Soy como un robot, solo acato órdenes. Su móvil no deja de sonar, está todo el tiempo
mensajeándose con alguien o hablando con nuestra madre. Me obliga a seguirlo hasta dentro del
taller, no me deja a solas ni a sol ni a sombra. No sé si para mi alegría o para alargar más mi
angustia le dicen que el coche no estará listo hasta el mediodía. Nael agarra mi mano y me
conduce a una cafetería. Me pregunta qué quiero y no le contesto, vuelve a preguntar tres veces
más hasta que se harta de mi infantil comportamiento y se va y vuelve con lo que le da la gana.
Trajo todo lo que me gusta, pero a mí me da igual, no quiero nada de él. Salvaré la vida de mi
hermana, pero llegaré medio muerta.
—Hora de volver a la carretera —anuncia al rato.
—Estupendo… —respondo yo con desidia.
—Cambia esa actitud, sabes que eso solo empeorará las cosas.
—Cobarde.
Cierro los ojos esperando un golpe que no llega, sé que estoy poniendo a prueba su paciencia,
pero la sumisa de ayer no está hoy. Es como si dormir me hubiera llenado de energía, quiero
discutir con él, rebatirle hasta por qué respira y como me conoce bien se aleja dejándome unos
minutos sola. Cada vez que pienso que las cosas van a mejorar solo empeoran. Nael vuelve con el
maldito saco, se acerca a mí y me lo pone nuevamente en la cabeza. Yo no reacciono, solo me dejo
hacer.
El coche se para y escucho cómo un grupo de personas me rodean y hablan en árabe todo el
tiempo. Luego unas fuertes manos me sacan de dentro del vehículo. Yo me quedo de pie con la
cabeza gacha, si quiero vivir hasta saber que mi hermana está bien debo hacer todo que me dicen
sin oponer resistencia. Alguien choca contra mí, me abraza y la bolsa desaparece de mi cabeza.
—Aibnat 'ayn kunat…[9]
—No entiendo lo que me dices.
Mi madre vuela en mi dirección, aparta a mi padre de mí y levanta la mano para pegarme.
Antes de que llegue a impactar contra mi rostro, él la sujeta en el aire.
No dice nada, pero sé que mi arrebato me traerá consecuencias. Su manera de mirarme me lo
deja claro. Mi padre vuelve a abrazarme y acompañada de la comitiva que salió a recibirme
entramos en una casa grande que no conozco. Las mujeres hablan entre ellas de hacerme el
análisis lo antes posible, sé a qué se refiere y no les daré el gusto. En la primera oportunidad que
tenga romperé este maldito himen con el primer objeto que tenga a mano, aunque sea el mango de
la escobilla del váter, no les daré el gusto.
Entramos en la casa, es grande, bonita y sobrecargada para mi gusto. Unos meses atrás me
hubiera deslumbrado todo eso, pero ahora me parece hortera. Una chica me agarra del brazo y me
conduce hasta un cubículo, enciende la luz y me encuentro con una colchoneta en el suelo y nada
más. Ella no entra conmigo, me empuja dentro y va a cerrar la puerta.
—Mis cosas, ¿dónde están?
—No digas nada, no hagas preguntas o te irá peor.
Una vez más me la jugué, sé que lo único que traje es lo que llevo encima. De brazos abiertos
casi puedo tocar las paredes del cubículo donde estoy. Miro en busca de algo que pueda ayudarme
en mis planes y lo único que hay aquí aparte de la colchoneta es un maldito orinal.
Capítulo 31

Rafael
Antes de entrar en mi despacho dejo fuera todo lo que tiene que ver con Daniela, hoy tengo un
día complicado por delante. Además, ayer abandoné cosas importantes, aprovecharé que llegué
antes para ponerlas al día. Rubén, que está en Barcelona por temas relacionados con Nimay, que
acaba de llegar de la India, se ofrece a echarme una mano y no me pongo remilgado, le digo que
me vendría muy bien.
En cierto momento, mientras estamos poniéndonos manos a la obra, Aliyah irrumpe en mi
despacho exigiendo respuestas sobre las leyes y derechos de la mujer en Jordania, le pregunto por
qué y como hombre cerrado y misterioso que es no me da ninguna explicación. Lo que sí me dice,
y no de muy buenas formas, es que como su abogado me vaya preparando porque se avecinan
problemas, que deje a un lado mi vida privada, que él está haciendo lo correcto, y que si lo tomo
como algo personal tendré que hacerme responsable de la cláusula de incumplimiento de mi deber
que hay en nuestros contratos. Me cita dentro de cuatro días con pasaporte en el aeropuerto a las
diecinueve horas. Intento preguntarle algo más, pero es dar contra un muro: no me dice nada. No
sé qué pretende, iré por ir, pero no creo que le sea de mucha ayuda, no sé de qué van a tratar en
ese viaje.
Mi amigo sale para encontrarse con Nimay, Rubén está empeñado en hacer que Tony pague por
lo que ha hecho y por supuesto nos tiene a todos nosotros de su lado. Antes de salir me pregunta
mil veces si estoy bien y le miento; le doy dos palmaditas en la espalda y le digo: «Sí, papá, estoy
bien». Soy un manojo de contradicciones, la voz ronca de Daniela, la nariz roja y el rostro
hinchado de tanto llorar no salen de mi cabeza. De nada me sirvió saltar de la cama a primera
hora de la mañana con la intención de evitarla. Lo de saltar de la cama es un eufemismo, no he
podido dormir. Mis amigos me hicieron compañía hasta bien entrada la madrugada, por supuesto
conocen la decisión que he tomado. Hay división de opiniones: Pedro y Rubén insisten en que
debo dejarla explicarse, Miguel y Jorge me aconsejan que siga adelante con mi plan. Sobre las
tres de la madrugada los casados, muy traidores, prefirieron el cuerpo caliente de sus esposas.
Ayer por la noche me di cuenta de que soy un ingenuo, después de todo lo vivido con Miguel
hasta la llegada de Daniela a mi vida, afirmaba a pie juntillas que estaba curado de espanto, que
ya nada en este mundo me sorprendería, y llega ella con su carita de ángel y me demuestra lo
equivocado que estoy, que uno nunca llega a conocerse del todo a uno mismo, cuánto más a los
demás. Es cierto que lleva conmigo apenas unos meses, que no sabemos nada el uno del otro, pero
los acontecimientos de los últimos días y su huida son demasiado para mi cabeza. Ayer pasé un
día de mierda, y mi noche no fue mejor, y lo que más me enfada es que sus constantes mentiras
están haciendo mella en mí. Por primera vez no deseo estar a su lado, y es un sentimiento nuevo
para mí porque desde que la vi por primera vez a través de la mampara de aquel hospital no hubo
un solo día en que no haya querido su compañía. Al principio era mi instinto de protección,
después los celos hacia aquel maldito médico que nos empujaron a lo que yo creía que era amor.
Pero no, no lo es. Si yo la amara ahora mismo estaría a su lado intentando que se abriera a mí. Si
me lo hubiera dicho, las cosas hubieran sido diferentes. ¿Quién diablos es ese hombre? La manera
en que la llamó, la forma en que la miraba… no queda la menor duda de que la conoce bien. La
reacción de ella tampoco lo puso difícil, primero se ocultó detrás de mí, y lo dejó claro al huir
corriendo como lo hizo. Nunca me imaginé que pudiera correr tanto y ser tan ágil. Esquivaba los
«obstáculos» y se aprovechaba de ellos para ocultarse de mi vista y del misterioso hombre, que
reaccionó algo tarde y le dio una buena ventaja. Cuando vi que me alcanzaba lo paré dándole
tiempo a que pudiera escapar. No pensaba irme de allí sin ella, esto estaba claro, pero todo
indicaba que él tenía la misma intención. Y por ello aproveché que ya había captado la atención
de la gente por la manera en que corríamos por los pasillos del centro comercial y se los eché
encima. Nunca me imaginé haciendo tal cosa, pero lo hice: le increpé en voz alta por acosar a su
exnovia. La gente que la había visto correr no tardó en atar cabos y rodearnos. Lo dejé allí y me
fui detrás de ella.
No me fue difícil localizarla corriendo entre la gente, su larga cabellera no la ayudó a
ocultarse de mí. Al ver que se dirigía al aparcamiento y para nuestra suerte en la misma dirección
en que se encontraba mi coche, intentando no perderla de vista fui a por él, lo moví y lo dejé más
o menos cerca de donde la había visto por última vez. Luego bajé a buscarla. No sé cómo
describir lo que sentí al verla con las rodillas sangrando y el miedo estampado en el rostro. Ahí
ya no me quedó la menor duda de que su situación era muy grave y no me vi capaz de ayudarla.
Mientras conducía de vuelta a casa, con la tranquilidad de que ella estaba bien, tomé una decisión
que aún sabiendo que es lo mejor me está matando, decisión que no me dejó dormir esta noche.
Pero tengo que hacerlo: hoy mismo le buscaré un piso, asumiré todos los gastos, pero yo no puedo
tenerla a mi lado. Mi cama me resultará demasiado grande, me he acostumbrado a dormir pegado
a su delgado cuerpo, pero ambos debemos encontrar nuestro camino por separado.
Ya no existirá un nosotros.
Vuelvo a mi trabajo, no es una tarea fácil, pero soy un hombre responsable y tengo un
compromiso con mi jefe y clientes que pienso cumplir, aunque mi corazón esté destrozado. Mi
móvil suena, y al no conocer el número ignoro la llamada, ahora no puedo pararme, apunto en un
post-it un recordatorio para llamar al número después y vuelvo a centrarme en mi trabajo. Pero de
nuevo soy interrumpido por la secretaria que me pide coger el teléfono, ya que lo estaba
ignorando. La miro sin entender muy bien de qué va la cosa, pero como confío plenamente en su
profesionalidad, cojo la llamada.
—¿Señor Rafael?
—Sí, ¿con quién hablo?
—Soy el celador de tu edificio, Antonio. —El descubrir quién es me pone en alerta.
—¿Qué ha pasado? —Formulo la pregunta así porque sé que no vendrá nada bueno.
—Quien no la conoce bien, no sería capaz de reconocerla.
No tengo la menor idea de lo que me está hablando y no es el mejor día para esto. Me llamo a
la calma, es un buen hombre y no se merece que pague con él mis frustraciones.
—Directo al grano, Antonio.
—La señorita Daniela abandonó el edificio acompañada de su amiga y un chico, lo que más me
llamó la atención es que iba vestida de una manera muy rara.
—¿Rara cómo? —lo interrumpo perdiendo la paciencia.
—Ropas muy tapadas, un velo en la cabeza… y parecía triste.
¿Qué es lo que está pasando ahora?
—Gracias. —Me despido y cuelgo, desencajado. Rubén, que no sé en qué momento ha vuelto,
ya está hablando con nuestros amigos, me imagino que escuchó perfectamente lo que me dijo el
celador y entre nosotros el problema de uno es de todos. Mientras él avisa a Pedro, Jorge y
Miguel yo llamo a Ona, que no me coge el teléfono. Insisto una y otra vez hasta que me harto y me
levanto para ir a su casa. Sea lo que sea lo que está pasando lo voy a descubrir hoy.
Acompañado de Rubén, llego a casa de la amiga de Daniela. Llamo al timbre y no me abren.
Pero si creen que fingir que no están va a hacer que me marche no me conocen, presiono el botón y
dejo mi dedo ininterrumpidamente hasta que sale el padre de Ona.
—¡No puedes llegar así a mi casa! —exclama exasperado.
—Sí puedo, y lo hice. Dile a Ona que quiero hablar con ella.
—Mi hija no está.
—Sí que esta, y si no sale ahora mismo la denunciaré por secuestro.
El hombre pierde el color, pero a mí me da exactamente igual. Rubén me pide calma sin que le
haga el menor caso, doy un paso al frente con la clara intención de entrar, después ya me atendré a
las consecuencias, pero ahora necesitamos respuestas, y muchas. Antes de que esté cara a cara con
el hombre que ya se armaba para impedirme el paso, sale su hija.
—Papá, déjalo pasar.
—Hija, podemos llamar a la policía.
—Sabes perfectamente que no podemos.
El hombre se hace a un lado y a regañadientes nos invita a pasar. Entro con la mirada puesta
sobre Ona, la amiga de mi novia. ¿Qué mierda estoy diciendo? Ella no es nada mía, yo nunca fui
nada para ella. Todos se sientan pero yo no soy capaz, rechazo todo gesto de cortesía, lo único que
quiero son respuestas.
—No puedo contarte mucho, pero sí te puedo decir que en cualquier momento recibirás una
llamada importante.
—¿De quién? ¿Quién te acompañó hasta mi casa y se la llevó?
—No puedo contestar a eso.
—¿Cómo que no puedes? Invadiste mi casa y te llevaste a mi novia, que está desaparecida.
¡¿Qué está pasando aquí?! —grito perdiendo el control.
—Yo no invadí tu casa, ella me dejó pasar.
—Las grabaciones demuestran que no se puso contenta al ver quién te acompañaba. La
engañaste.
Rubén me mira con mala cara, sabe que estoy mintiendo para presionar a la chica, no sé
absolutamente nada de lo que ocurrió, solo estoy aprovechándome de mi experiencia como
abogado y jugando un poco basándome en lo sucedido en el centro comercial para ver si así esta
mujer suelta la lengua. Y parece que funciona.
—Yo no quería llevarlo. Pero cuando me contó lo que pasaría, no tuve otra alternativa.
Ahí es cuando la poca cordura que tengo me abandona. Camino hasta ella y me pongo a pocos
centímetros de su rostro. Por supuesto inmediatamente su padre y Rubén se posicionan a mi lado
llamándome a la calma. Ona, llorando, empieza a contarme toda la vida de Daniela, el calvario
que vive desde que tiene uso de razón, los compromisos que sus padres asumieron en nombre de
sus hermanos y ella. A medida que escucho incrédulo su narración, mi repulsión por esa gente solo
crece dentro de mí. ¿Cómo unos padres pueden hacer cosas de este tipo?
Después de conocer toda la historia lo único que quiero es salvarla de las manos de esa gente,
jamás permitiré que la envíen junto al hombre que será su perdición. Pido a Ona el número de
teléfono de Nael, hermano de Dani, pero como me había advertido está apagado. Sin moverme de
donde estoy llamo a Damián y le pido ayuda. Entretanto, Pedro, desde Madrid, se está cobrando
todos los favores que se le deben. Nuestros detectives ya están trabajando en su búsqueda, los
padres de Ona han aportado datos muy importantes que pueden facilitar el dar con su paradero.
Digo que voy a marcharme pero no me dejan, casi nos obligan a mi amigo y a mí a permanecer en
su casa. En un primer momento me niego, pero veo a Ona tan desesperada que al final acepto. Su
familia vive bien, son de clase media-alta, su padre es dueño de una pequeña constructora que
consiguió sobrevivir a la crisis. En su despacho montamos una improvisada base de operaciones:
los teléfonos echan humo, los detectives buscaron en las cámaras del barrio y es como si el coche
fuera fantasma. No acabo de entenderlo, esta familia afirma que el hermano de Daniela está de su
lado, pero fue él quien desapareció con ella. El tiempo corre en nuestra contra, Ona nos revela
que su vuelo a Jordania está programado para dentro de cuatro días, pero que no sabe desde qué
aeropuerto salen, si salen en un vuelo privado o comercial. Lo único que fue capaz de averiguar
fue el día. Damián intentó ver si había algún billete a su nombre y nada. La persona que está detrás
de esto tomó todas las precauciones necesarias para que no la encuentre, pero no servirá de nada:
si logran sacarla de aquí, así tenga que ir yo mismo a Jordania detrás de ella, la traeré de vuelta.
Todos nuestros esfuerzos están quedando en nada. ¿Quién me garantiza que a estas horas de la
madrugada no esté dentro de un avión yéndose lejos de mí y no pueda hacer nada para impedirlo?
Ayer por la tarde, ya desesperanzado, abandoné la casa de la amiga de Dani y volví a la mía. La
chica está como alma en pena, todo el tiempo que estuve en su casa ella no dejó de intentar ayudar,
llamaba al número de Nael una y otra vez… todos los detalles de los que se acordaba nos lo
decía, nos dio la dirección de todos aquellos que creyó que podían saber algo, pero no logramos
hacer que nadie abriera la boca. La tía y primas de Daniela están conmocionadas por lo ocurrido,
ellas también están intentando descubrir algo pero nunca avanzamos.

Estoy sentado en el sofá mirando a la nada cuando se presentan todos mis amigos, Paula y
Aroa.
—¿Qué hacéis aquí? —pregunto.
—No nos iremos de tu lado hasta que todo se solucione —contesta Pedro en nombre de todos.
Yo sabía que sería así, somos una piña y he de confesar que me alegra tenerlos aquí conmigo.
—Ya no hay nada que hacer —confieso abatido.
—Siempre se puede hacer algo —dice Aroa con voz dulce. La pequeña Victoria, al verme
triste, viene a mí y me da un abrazo.
Pedro me obliga a quitarme el pijama, Paula y Aroa recogen mi casa que no sé cómo de ayer
por la tarde a ahora la puse patas arriba. Estoy terminando de vestirme cuando Paula acompañada
de toda la comitiva entra en mi cuarto. Los miro a todos interrogativo, ellas tienen cara de
asustadas y ellos de enfadados.
—Encontramos algo —dice Aroa.
—¿Qué? —pregunto desganado, lo único que tengo en mente es encontrarla.
—¿Cuándo llegaste no miraste la mesa del recibidor? —interroga mi primo.
—No.
—Pues deberías haberlo hecho. Tienes dos cartas de Daniela —contesta Jorge.
Solo entonces me fijo en la mano de Paula y veo las llaves de Daniela y un montón de papeles,
me acerco y los cojo. Hay una carta. La abro y antes de que me diera tiempo a empezar a leerla
siento cómo la puerta de la habitación se cierra quedando dentro solo yo y Pedro.
—¿Quieres que me vaya? —pregunta mi amigo.
Digo que no con la cabeza, le doy la espalda, camino hasta mi cama y me siento a leer.
Rafa:
No te preocupes, no me he fugado, aunque quisiera ya no puedo estar sin ti. Salí a resolver
unos asuntos de vital importancia para nuestra relación y nada más encuentre las respuestas te
lo contaré todo. No te preocupes. Estaré bien.

T. Q.
Daniela.

Esta nota es la de ayer, cuando salió a conocer a su tía. Si hubiera confiado en mí todo hubiera
sido distinto, no estaríamos en esta situación ahora mismo. Arrugo el papel entre mis dedos y lo
lanzo lejos. No era para ser así. Desdoblo otra nota, esta es más larga.

Rafael.
Agradezco cada minuto que pasé a tu lado, si para volver a revivir los maravillosos
momentos que compartimos tuviera que lanzarme nuevamente delante de tu coche, lo haría una
y otra vez. Los meses contigo fueron los mejores de mi vida, desde que abrí mis ojos y te tuve
delante no pude dejar de pensar en ti. Podía hacer las cosas mas fáciles, pero como
seguramente ya te has dado cuenta nada en mi vida es fácil, por eso no voy a inventar la
disculpa de que me he equivocado, de que no te quiero y mucho menos decir que fue un error. El
único error que hay es que me veo obligada a dar este paso y no es contigo. Perdóname, no
obré bien, si pudiera volver atrás haría las cosas de otra manera. He recuperado la memoria y
con ella todos mis problemas y jamás te arrastraría a ello. No me busques, mi vida es
complicada y te mereces a una persona ligera y plena como tú, quédate con los bonitos
momentos que pasamos, yo desde el momento en que supe que me iría los atesoré todos y será a
lo que me agarre para mantenerme en pie. Se feliz, cuídate mucho y disfruta de todo lo que
tienes: amigos, libertad, y felicidad.

No puedo seguir, la carta no me aclara nada, es un adiós, pero mientras nadie me diga que ya
no está en el país no dejare de buscarla. Rubén, que permaneció a mi lado sin decir una sola
palabra, al ver cómo nuevamente arrugo el papel entre mis dedos se acerca y lo coge de mi mano.
—Vamos junto a los demás.
—Me apetece estar solo.
—No, aislarte te hará más daño. Permítenos ayudarte.
Tomo aire, me levanto, le indico el camino de la puerta y le sigo. Paula y Aroa nada más verme
vienen a mí y en modo mamá me obligan a sentarme a comer.
A las catorce horas suena el móvil, al ver quien es busco con la mirada a Rubén que lo coge en
mi lugar. Miguel y él fueron los encargados de quedarse a mi lado para no permitirme hacer
ninguna tontería. Rubén está manteniendo una acalorada discusión por el móvil, sé que a mi cliente
no le sienta nada bien que no lo atienda.
—Dice que es de tu interés —afirma mi amigo ofreciéndome el teléfono.
—No, Rubén, no tengo cabeza —protesto desganado.
—¡Coge de una vez este teléfono si no quieres perderlo todo! —grita Aliyah al otro lado de la
línea.
Miguel, Rubén y yo nos miramos entre nosotros sin entender a qué viene ese comentario, él no
es conocido por ser una persona simpática pero de ahí a hablarnos de esa manera, nunca. Cojo el
teléfono y lo llevo al oído.
—Se adelanta la reunión, si quieres a tu novia mejor sal ahora mismo para el aeropuerto. —
Suelta eso y corta la llamada.
Sin tiempo que perder, cojo mi cartera y llaves del coche y salgo corriendo en dirección a los
ascensores seguido de cerca por mi primo. La puerta del elevador se abre, mostrando a Pedro y
Jorge dentro.
—¿Dónde vas? —preguntan a la vez.
—Si queréis saberlo, seguidme. —Antes de que las puertas se cierren, Rubén se tira dentro
dejando detrás de él Paula y Aroa que gritan preguntando qué está pasando.
—Aliyah me llamó y me dijo que si quiero salvar a mi novia tengo que acudir a nuestra cita.
—No puede ser —dice Jorge perdiendo el color.
—¿Qué no puede ser? —pregunto.
—Piensa, dijiste que Aliyah cuando vio a Daniela en su despacho no le quitó el ojo de encima.
Te preguntó de dónde la conocías.
—¿Y…?
—¡Piensa, joder! —insiste perdiendo la paciencia—. Ella musulmana, él estuvo muy pesado
con las leyes jordanas y nunca nos había pedido nada de ese país, y menos relacionado a las
mujeres.
—Tiene sentido —dice Pedro—. Según la tal Ona, el hombre con el que Daniela tiene que
casarse es poderoso.
—Pero él ya está casado —digo negándome a creer en algo tan obvio como que el día es claro
y la noche oscura.
—Justo, pero en Jordania se acepta la poligamia.
Mi mundo termina de explotar, no puede ser que haya trabajado para el verdugo de la mujer
que robó mi corazón. Mis amigos tienen toda la razón. Pero si se confirma no pararé hasta
destrozarlo. ¡Ella es una niña para él! Si yo no quería relacionarme con ella por sentirme mayor,
él tiene edad para ser su abuelo. ¡Tiene hijos ya casados y con hijos! Alguien me quita las llaves
de la mano y me obliga a sentarme en la parte trasera del coche, Jorge es el que coge el volante,
Pedro va a su lado y detrás vamos Rubén, Miguel y yo. Nada más aparcamos en el aeropuerto,
empujo a mi primo para que salga cuanto antes ya que me obligaron a sentarme en medio y nada
más bajar voy corriendo en dirección a la terminal de embarque. Entro mirando a todos los lados
sin encontrar mi objetivo. Mi móvil suena y es Ona, lo cojo.
—Está en la cola de check in —me dice y cuelga.
Corro en dirección a donde me dijo, miro a todos los lados para ver si la veo, busco en todas
las direcciones y no la encuentro. Meto la mano en el bolsillo y cojo el móvil.
—¡No la encuentro!
—Está ahí, la compañía con la que va a viajar es Royal Jordanian.
Levanto la cabeza y veo el nombre de la empresa, la cola es enorme, pero ella no está. Corro
unos metros y la veo en el mostrador rodeada de tres mujeres. A una la identifico, es su madre;
Aliyah está junto a ellos y parece estar discutiendo con el padre de Daniela. Corro en dirección a
ellos pero mis amigos me interceptan en mitad del camino y me sujetan. Mi sangre hierve cuando
veo a una de las mujeres zarandear a Daniela que en ningún momento reacciona, ni siquiera
levanta la cabeza del suelo. Me debato intentando soltarme, pero es inútil, tengo que ser testigo de
cómo le entregan el pasaporte. Si no hago nada ya mismo, la alejarán de mí. No por mucho tiempo,
pero lo harán. Ona se presenta con sus padres y al verme corre a abrazarme.
—¡Sálvala! —exclama agitada.
—Lo haré.
Aprovecho que mis amigos me liberan para saludar a Ona y corro en dirección a Daniela, que
camina todo el tiempo escoltada por las tres mujeres. Aliyah sigue discutiendo con mi suegro,
aparece un tercer hombre y el hijo de mi cliente, al que no había visto, sin pestañear, se abalanza
encima del recién llegado y le da un puñetazo. Mis amigos y yo corremos en su dirección pero yo
paso de la pelea y voy a por Daniela que no se parece en nada a la mujer de tan solo seis días
atrás. En sus ojos ya no hay nada de vida.
—¡No te acerques a mi hija! —grita una de las mujeres y sujeta a Daniela con más fuerza.
Hago caso omiso a su petición y voy a por mi novia. Al verme, los ojos de Daniela recuperan
un brillo de esperanza e intenta venir a mi encuentro de forma desesperada, pero entre las otras
dos mujeres la agarran. Ella lucha por liberarse, pero es inútil, las mujeres parecen saber
perfectamente lo que están haciendo.
—¡Si no quieren que llame a la policía y los acuse de cosas muy serias la soltarán ya!
—Es un farol —dice la madre de Daniela.
—Le aseguro que no, ¿ve a aquellos cuatro hombres de traje?, somos los mejores abogados de
España.
Recibo una mirada despectiva de la mujer, que no parece creerse nada de lo que digo.
—¿De qué se nos acusaría? Solo somos inocentes mujeres —se burla la que por desgracia es
la madre de la mujer que quiero.
—De captoras de chicas para células terroristas. ¡Por ejemplo!
Acabo de soltar otro farol y por lo visto di en el clavo con dos de las mujeres, que nada más
oír la frase soltaron inmediatamente a Daniela. Pero mi querida suegra me mira con una sonrisa en
la cara.
—No serías capaz.
—Ponme a prueba —le desafío cogiendo el móvil.
—Eres una vergüenza —le dice su madre mirándola con desprecio—. Te repudio.
Harto de oír cómo la humilla voy al encuentro de mi amor y la estrecho entre mis brazos.
—Es mi destino, tengo que ir… —balbucea ella.
En un primer momento no me creo lo que he oído, pero al ver cómo vuelve al lado de su madre
mi corazón se acelera.
—¡Si crees en el destino, el tuyo es a mi lado!
Daniela duda y da dos pasos en mi dirección pero su madre vuelve a la carga.
—¡Aixa y sus hijos pagarán por tus pecados! ¡Eres una vergüenza para la familia!
Unas manos tiran de mí y al girarme me encuentro con la mirada de Aliyah y su hijo sobre mi
novia. Me libero de su agarre, estiro mi brazo, pongo a Daniela a salvo detrás de mí y lo ataco.
—¡Desgraciado, cómo pudiste secuestrarla y querer llevarla a un país en el que nada de lo que
diga o quiera tendrá validez! Te partiré la cara. —Escupo las palabras.
—Cuidado con lo que dices, yo no soy tu enemigo.
—No pararé hasta verte hundido junto a tu pervertido hijo —siseo furioso.
Nunca pensé que esa gente fueran unos degenerados. Ona y sus padres tiran de la mano de
Daniela y la apartan de las mujeres, que no dejan de decir cosas en su idioma. Ona arranca el velo
de su cabeza, deshace el moño bajo que trae y deja suelta su preciosa melena. Una carcajada
llama nuestra atención: miramos y se trata de la madre de Daniela.
—No tenéis idea de dónde os estáis metiendo. —dice la mujer con orgullo mirando al hombre
a quien el hijo de Aliyah había agredido. Daniela, al verlo, oculta su rostro en el hombro de Ona.
—Ella es mía, y si no lo es morirá. Fue una mujer lista, disfrutó de la vida occidental sin
transformarse en una pecadora. De lo contrario ahora mismo estaría muerta. Pero la vida que la
espera en Jordania no es nada fácil.
Cierro el puño listo para moler a palos el primero que intente sacarla de mi lado.
—Rafael, ¿trajiste los documentos que te pedí? —dice Aliyah.
Miro a mis amigos sin entender absolutamente nada. Pero no me da tiempo a intentar hacerlo.
El hermano de Ona y Mâlik, el hijo de mi cliente, se abalanzan sobre el hombre que discutía con
Aliyah y empiezan a apalearlo. Confieso que no hago nada, porque no entiendo lo que está
pasando y tampoco me importa, voy a por mi mujer y la aparto de la trifulca antes de que salga
herida y me vea obligado a matar a alguien aquí mismo. Los de seguridad aparecen y nos llevan a
todos. Las mujeres que amedrentaban a Dani no hacen más que llorar, y los que se pelearon se
lanzan amenazas.
Estamos todos en una sala de interrogatorio del aeropuerto, Pedro se presenta como abogado y
los demás hacemos lo mismo. Damos nuestra declaración, ninguno mentimos para ocultar lo que
sea que se traen los padres de mi novia entre manos. Al parecer mis amigos saben algo que yo no
sé, ya que abogan por el hermano de Daniela y el hijo de Aliyah, Mâlik.
El misterioso hombre no deja de exigir una llamada para hablar con su abogado, pero nadie le
hace caso. No sé cómo están Dani y las otras mujeres, me preocupa que esté sola con aquellas
locas. Para mi mala suerte Ona no está, ella y su familia no fueron detenidos con nosotros, cosa
que por otro lado agradezco.
Los guardias de seguridad no tienen nada contra mis amigos y yo, tanto es así que ahora
representamos a los acusados. Ya solicité que me dejen ver a Daniela como su abogado y ahora
estoy a la espera de que me dejen pasar, pero debido al gran espectáculo que montamos fuera no
tienen la intención de facilitarnos las cosas.
Damián, Nuria y Ona entran, preocupados por nosotros. Mi amiga corre hacia mí y me abraza,
preocupada. Por primera vez siento su barriguita y aún con todo lo ocurrido me emociono, cuando
pase todo eso disfrutaré con ella de su embarazo. Al sentir mis manos en su vientre me da un
manotazo y se aparta. Ona, al no ver a Daniela, pregunta llorando dónde está. Damián levanta el
teléfono y las mujeres son trasladadas a donde estamos, no sé cómo, pero dos de ellas han
desaparecido. Daniela, al verme entrar en la sala, corre a mis brazos; mi suegra es toda
preocupaciones con su hijo, ni siquiera miro a su marido que está al lado del misterioso hombre.
Los policías nos dejan a solas.
—¿Alguien puede explicarme qué está pasando aquí? Aliyah, ¿por qué quieres llevarte a mi
mujer lejos de mí?
—¿Qué estás diciendo? Yo la estoy salvando, de la misma manera que salvé a su hermana.
—¡¿Aixa está bien?! —pregunta Daniela.
—Ella y sus hijos ahora mismo están volando hacia aquí.
Daniela mira a Mâlik que con una sonrisa confirma esas palabras. Se libera de mis brazos y
corre hasta él abrazándolo con gratitud. Sobra decir que no entiendo nada.
—Yo que pensé que Aixa era una buena mujer, no como tú —dice la madre de Daniela
interrumpiendo el momento.
Jorge pierde la paciencia y la amenaza con que si vuelve a abrir la boca hará que la detengan.
La mujer, al mirar la cara de mi amigo, opta por no ponerlo a prueba.
—Yusuf, si no quieres perder lo último que te queda, deja a las hermanas en paz —dice Aliyah
al desconocido hombre que no deja de hablar en su idioma con el padre de Daniela.
—No, la familia del fallecido esposo de Aixa decidirá qué harán con ella y sus tres hijos, y
Daniela volará conmigo a Jordania.
—Rafael, entrégale los documentos.
Siento que el suelo bajo mis pies va desapareciendo, salí de casa corriendo y me olvidé por
completo de todo lo que me había pedido que hiciera. Miro a Pedro y lo descubro tranquilo.
Busco a Rubén y veo al tal Yusuf coger los papeles de su mano de mala manera, una vez más mis
amigos me salvaron.
El hombre a cada línea que lee va perdiendo el color. Con una sonrisa en el rostro, Aliyah pide
a Damián su móvil y se lo pasa a Yusuf, que no duda en cogerlo. Desesperado, llama a alguien y
grita por varios minutos en su idioma.
—¿Tú estás detrás de mis pérdidas? —pregunta el hombre a punto de explotar a causa de la
rabia.
—Sí, siempre me perseguiste, hiciste de todo con tal de perjudicarme, y siempre te lo dejé
pasar, pero cuando te metiste con mi hijo fui a por ti. Primo —Escupe la última palabra con
desprecio Aliyah.
—¿Por qué ahora? Yo te lo quité todo —balbucea Yusuf entre sorprendido y furioso.
—Y como ves, lo recuperé con creces. Pero lo material no me importa, logré mucho más de lo
que puedas imaginar sin tener que estar bajo tu sombra.
—Entonces, no entiendo —insiste Yusuf mirando a Aliyah con odio.
—Tu envidia por mí te llevó a meterte con lo más sagrado de mi vida, mi hijo. Cuando
comprometiste a la mujer que él ama con lo más bajo solo por hacernos daño, me juré que la
traería de vuelta y tú lo pagarías —responde mi cliente señalándolo.
—¡No sabes dónde está!
—Sí lo sé, en un vuelo que aterrizará dentro de unas horas, aquí en Barcelona.
—Ella volverá a Jordania, tengo a uno de sus hijos conmigo —sisea Yusuf sintiéndose
acorralado.
—Llamarás ahora mismo y dirás a tu gente que lo entregue a la persona que está delante de
«tu» casa.
—¡No lo haré!
—¿Todavía no te diste cuenta de que hasta la casa en la que vives ya no es tuya? He comprado
el noventa por ciento de tus negocios. Y si no llamas ahora mismo, mis abogados aquí presentes
—nos señala— harán efectiva la compra de tu empresa textil y las pocas acciones que te dejé.
—¡No puedes hacer eso, necesitas mi firma!
—¿Seguro? —En la cara de Yusuf brota el pánico.
—¿Mi hermano? —comprende con horror.
—Eso es lo que pasa cuando se roba a la propia familia. Ali ya está muy lejos de tus garras.
Fui saboteando poco a poco tus negocios para tenerte donde te tengo ahora. Y lo estoy disfrutando.
Somos testigos de cómo el hombre llama de nuevo por teléfono y por lo que parece ordena a
que entreguen al niño. Aliyah hace una llamada y nos confirma que su gente ya tiene al pequeño.
—Criarás la sangre de otro hombre —escupe Yusuf a Mâlik, quien lo ignora.
—Mi hijo querrá a estos niños como si fueran suyos —interviene Aliyah.
—Yo los mataría —dice Yusuf dañino. En ese momento Mâlik se abalanza sobre él, pero su
padre se lo impide—. Te entregué a Aixa y a sus niños, pero Daniela se viene conmigo —dice
Yusuf como si eso fuera una negociación.
—Ella no va a ningún sitio, y si no quieres quedar detenido aquí por secuestro, chantaje y
extorsión te irás de mi país y no mirarás hacia atrás. Porque una vez desembarque pondré la
denuncia y empezarás a ser investigado.
El hombre me mira sin color. Cojo la mano de Daniela y les doy la espalda para irme.
—¡Daniela! —la llama su hermano—. ¡Yo siempre estuve trabajando con Aliyah y Mâlik para
traer a nuestra hermana de vuelta y salvarte de este maldito destino! —Daniela mira a su hermano
con afecto pero su madre se acerca a él y le golpea en plena cara. Él la mira con desdén,
frotándose la mejilla—. Me imagino que también me repudias, ¿sí?
—Ya no tengo hijos —afirma la mujer con la cabeza en alto.
Nael camina hasta Ona, la toma por la cintura y la besa apasionadamente, dejándonos a todos
atónitos y a su madre con los ojos tan abiertos que en cualquier momento se saldrán de las
cuencas.
Aprovecho que la mujer está a punto de tener un síncope y le doy un empujoncito a ello,
volviéndome hacia Daniela y agarrando su mano.
—¿Quieres casarte conmigo?
—No —responde ella.
Nuria da un paso al frente lista para hablar, pero su marido es más rápido, tira de ella hacia
atrás y le tapa la boca.
—Quiero irme a casa y que me hagas mujer ya, no quiero casarme —termina Daniela.
—Entonces no nos casaremos, de todos modos serás mi mujer.
Su madre se cae desmayada al suelo, el único que corre a socorrerla es su padre. Todos los
demás nos vamos, dejando atrás ese maldito aeropuerto y todos los problemas que nos han tenido
en vilo durante estos días.

Fin
Epílogo

Daniela
No puedo ser más feliz, desde aquel fatídico día solo he vuelto a llorar de felicidad. Después
de pedir perdón a mi hermano por no confiar en él, dejé claro a mi madre que la quiero, pero que
si sigue con su fanatismo no tiene lugar en mi vida. Acepté las disculpas de mi padre, que hoy en
día tiene un estilo de vida muy diferente, más modesto. Tuvieron que cambiar de casa y él trabaja
en el restaurante. Lo ocurrido le trajo consecuencias, pero eso ya no es asunto mío y no quise
saber qué están teniendo que hacer para solucionarlo. Él está presente en mi día a día, nos
llamamos y pasamos tiempo juntos, pero de mi madre no he vuelto a saber.
Salí del aeropuerto contando los minutos para llegar a casa y por fin poder hacer el amor con
el hombre de mi vida. Pero… no pudo ser. Para empezar, cuando llegamos a casa nos encontramos
de frente con Paula y Aroa, ambas vinieron corriendo nada más vernos. A mí me dieron un abrazo
y a Rafa le echaron la bronca, estaban muy enfadadas por haberlas dejado fuera. Detrás de
nosotros llegaron los amigos de Rafa, que ahora también son los míos; Nuria con su marido e hija;
Ona de la mano de mi hermano —Nuria y yo le preguntamos por Omar y su contestación fue que
un problema de cada vez—, y hasta Nimay, que estaba por la zona, se presentó. Conclusión: no
había manera de follar. Al principio estaba frustrada, pero las risas y el ambiente limpio de malos
rollos y normas me hizo disfrutar como nunca y por primera vez vi a mi hermano relajado delante
de la gente. Los amigos de Rafa se quedaron hasta el domingo por la tarde, y todo lo que pasó fue
un jueves, así que pueden imaginarse: yo por la noche intentando violar a mi novio y él huyendo
de mí, diciendo que no quería tener una primera vez conmigo con la casa llena de gente.
Jugábamos, pero no era lo mismo y para ponerme las cosas más difíciles a veces me olvidaba de
que no estábamos solos y me emocionaba un pelín… y toda la casa se enteraba, y los chicos no
tardaban en llamarnos degenerados, mandarnos que nos fuéramos a un hotel y, lo más bochornoso,
recordarnos que había niños allí. Tiago ya es todo un hombrecito y puede hacer preguntas. Eso es
un buen desestimulante. Cuando se marcharon me duché, me vestí con la lencería más sexy que
tenía —cosa que no fue difícil encontrar en mi armario ya que Ona me había surtido para esta vida
y la otra—, me tumbé en la cama, posé de forma provocativa y me quedé allí por no sé cuántos
minutos esperando hasta que por fin entra y casi me muero. Rafa estaba rojo como un tomate, ardía
en fiebre y lo que es peor no se tenía en pie. No pude soportarlo y empecé a llorar diciendo que
iba morir virgen, pero aun muriéndose, mi querido novio se partió de la risa afirmando que eso no
iba a ocurrir pero que aquel día no se acercaría a mí, que dormiría en la otra habitación para no
contagiarme. Juro que no daba crédito. Me sentí tan frustrada que invité a Ona a dar una vuelta,
pero al final terminé en su casa, ya que ella me necesitaba más. Se había sincerado con Omar, que
en un principio se lo tomó bien pero que después de que ella se fuese se alcoholizó y cometió una
locura: intentó suicidarse. Ella se volvió loca, quería estar a su lado y su familia no se lo permitió
y para rematar mi noche de frustración y preocupación va y me revela que el amor de su vida era
mi hermano, cosa que ya sabía, pero me quedé ojiplática cuando me dijo que también sentía algo
muy fuerte por Omar. Conclusión: mi callado hermano hoy en día tiene una especie de relación
abierta con Ona, que está con los dos, y sus padres la apoyan. Y yo, por supuesto, también. A Nael
no le importa el qué dirán, se fue de casa de mis padres y está trabajando con los padres de Ona,
pero también sé que le tiene muchos celos. Tienen un acuerdo raro, nunca se encuentran los tres a
la vez. Imagino la cara de mi madre cuando se enteró de eso. Su hijo preferido tiene una relación:
El musulmán, la chica trans y el niño perfecto. Más dispares no pueden ser, yo les digo que entre
ellos todavía hay mucha tela que cortar. Yusuf, el hombre con el que estaba prometida, no puede
pisar España ni ninguna parte de Europa, es un prófugo, perdió todo y ahora está en busca y
captura por ser financiador de una célula terrorista y captar jóvenes para servir sus propósitos.
Cuando descubrí esa parte de los negocios del que debía de haber sido mi marido fue la única vez
que pregunté por mis padres y supe que están siendo investigados pero de momento no encontraron
nada que los relacionen con las infracciones de ese hombre. Aixa está felizmente casada con
Mâlik, que quiere a mis sobrinos como si fueran de él, y ahora viene de camino el suyo.
En cuanto a mi vida, pasaron cuatro días hasta que Rafa empezó a sentirse mejor y salió a
trabajar, y por supuesto yo seguía siendo virgen. Me sorprendí cuando me llegó una caja con un
vestido y una nota en la que decía que un coche me recogería a las ocho. Me puse como loca, por
fin había llegado el día. Rafa había preparado una sorpresa para mí, nuestra primera noche iba ser
como él siempre dijo: especial. Aunque lo especial para mí era que él iba a ser mi primer y único
hombre.
En el horario marcado, con los nervios a flor de piel, entré en el coche que me esperaba sin
hacer preguntas. El chófer me dejó delante de un lujoso restaurante y sin saber muy bien a qué
atenerme entré y di mi nombre. Una amable chica me condujo a un ambiente privado, no había
nadie más cuando afuera estaba lleno. Me sirvieron una copa de champán, una suave música
empezó a sonar y lo vi entrar, tan lindo como siempre, me dio un tierno beso.
—¿Me concedes un baile?
—No sé bailar —contesté avergonzada.
—Nadie nos ve, solo pega tu cuerpo al mío y siente la música —dijo con voz profunda y brillo
en los ojos. Estuvimos meciéndonos, con nuestros cuerpos unidos, no sé por cuánto tiempo hasta
que la música se paró. Cogió mi mano y me condujo a una estancia en la que había una sola mesa
con una vela en el centro. La luz era muy tenue, la música volvió a sonar pero muy, muy suave. Me
sentía flotando. Rafa ordenó que nos trajeran la comida. Me sentía como una niña, me alimentaba
de sus manos, de sus ojos que todo el tiempo estuvieron fijos en los míos. Era todo tan sensual que
no quería que aquel momento se acabara. Después de cenar, Rafa me condujo hasta su coche y me
llevó a la playa, mi segundo lugar favorito en el mundo. El primero es entre sus brazos. Allí, con
los tacones en las manos, vi cómo se arrodillaba y tomando mi mano me dijo:
—Daniela Farajat Sarhan, te quiero como nunca quise a nadie. No hay nada en este mundo que
pueda alejarme de ti, deseo todo contigo, ver cómo te conviertes en la profesional que siempre
soñaste ser, viajar por el mundo a tu lado, consolarte en tus momentos difíciles y ser el padre de
tus hijos, si me lo permites. ¿Aceptas casarte conmigo?
Las lágrimas se escurrían por mi rostro sin control, en el aeropuerto había dicho que no por
fastidiar a mi madre, pero mi deseo era decir que sí, porque no me imaginaba compartiendo mi
vida con otra persona que no fuera él. Y bendita la hora en que lo hice, porque mi pedida fue la
cosa más bonita de toda mi vida. Hasta más que mi boda, ya que la pedida fue un momento solo
mío y de él. Terminamos tirados en la arena y, por supuesto, que dije que sí.
Pero no, no hubo cohetes.
Rafael y su condenado autocontrol. Seguía siendo una maldita virgen.
Rafael
Desde que salí de aquel aeropuerto mi vida nunca más fue la misma. Hice sufrir a Daniela
hasta el último momento. Sabía que lo que más deseaba era que la hiciera mi mujer y yo quería lo
mismo pero había vivido con ella meses diciendo que llegaría la persona adecuada y que sería
especial. No es que hubiera cambiado de idea, solo que ya sabía que esa persona era yo, no
obstante estaba decidido a darle el momento especial al que me había referido en más de una
ocasión. Tuve que recurrir a todos mis amigos para no ser violado por mi novia. Todos estuvieron
dispuestos a apoyarme, y para rematar me puse enfermo y gané algo más de tiempo para poner en
práctica todo lo que tenía en mente. Con la ayuda de Nuria preparé la pedida de mano que ella se
merecía, he de decir que fue el segundo momento más bonito que he vivido a su lado, nuestra boda
fue el tercero.
Nos casamos en una ceremonia pequeña. Todos mis amigos estuvieron allí, incluidos Daniel y
Fátima que vinieron de Brasil. Mis padres no se quisieron perder mi día especial, ni tampoco
Aliyah con su familia (ahora tenemos una relación más cercana), Mâlik con Aixa y sus hijos que lo
adoran, incluso el más pequeño lo llama padre. Ona acudió con Omar y Nael y el padre de
Daniela. La ceremonia fue en el mismo local de la celebración, pero casi que no hubo boda: en
cuanto el cura nos declaró marido y mujer un fuerte alarido alertó a todos. Yo, sujetando fuerte la
mano de la que ya era mi mujer, miré en busca del ruido y vimos como un desesperado Damián
aguantaba como un campeón los golpes de su esposa, que lo amenazaba con matarlo y con cortarle
la polla. El cura no sabía dónde meterse. Cuando todos les rodeamos y vimos el vestido premamá
de Nuria descubrimos lo que estaba ocurriendo y supimos que, efectivamente, el magnate era
hombre muerto: se había puesto de parto y se había mojado entera. Con el miedo estampado en la
cara, la sacó de la fiesta para llevarla al hospital. Daniela quiso seguirla, quería acompañarla,
pero mi querida amiga cuando ya estaba dentro del coche al ver que yo cogía las llaves del mío
con cara de preocupación, nos prohibió seguirla bajo la amenaza de dejar de hablarnos. Gritó al
fotógrafo, riñó con su marido que ya estaba listo para marcharse y no quería dejarla bajar, y al
final él fue el encargado de sacarla de dentro del vehículo para que nos hiciéramos fotos con ella
antes de irse, incluso tenemos una en la que se le vino una contracción y se la ve gritando y
pegando a su marido por el dolor que sintió.
Tras el incidente, volvimos a la fiesta. La celebración fue bonita, pero duró una hora y media,
Daniela no podía más con las ganas de saber cómo estaba nuestra amiga. Quien las ve juntas hoy
no se imagina la manía que mi mujer le tenía. Y como casi todos éramos amigos de los futuros
papás, el ochenta por ciento de los invitados nos trasladamos al hospital. Una vez más, mi ya
entonces mujer seguiría siendo virgen, pues pospusimos nuestra luna de miel para el día siguiente.
Finalmente conocimos a la preciosa Sophia, que dejó a Damián desesperado por tener a tres
mujeres.
Fátima, para que no retrasáramos más nuestra luna de miel, nos prestó su avión. Daniela no
conocía nuestro destino, ella siempre había demostrado admiración por las Maldivas y allí la
llevé. Antes de que todo se torciera tenía miles de sorpresas preparadas pero con todo lo ocurrido
no la hice sufrir más. Cuando descubrió adonde íbamos se volvió loca de felicidad. Nuestro
resort fue avisado de nuestra nueva fecha y horario de llegada, había solicitado una serie de cosas
para nuestro alojamiento. Daniela no sabía a dónde mirar, yo era feliz de ver cómo disfrutaba del
entorno. La dejé que se parase a disfrutar del paisaje, que hiciera fotos de todo que le llamaba la
atención. Reconozco que por unos segundos me sentí un poco ignorado, pero al recordar todo
aquello por lo que había pasado y que nunca había salido de España se lo consentí. Dejé las
maletas en mitad del camino saqué mi móvil y empecé a filmarla y a hacerle fotos. Cuando me
descubrió hicimos miles de selfis hasta que sintió a mi «amigo» muy despierto pegado a su culo.
—Ya no quiero hacer más fotos, quiero eso. —Llevó la mano a mi pene y lo agarró, sacándome
un gemido. Si hubiera sido de noche creo que la habría follado allí mismo, era una estampa
idílica: aguas cristalinas, arena blanca y la mujer más bonita del mundo. La llevé a nuestro
alojamiento, el más apartado de todos. Quería total privacidad. La tumbé sobre la cama y le pedí
que no se moviera, fui hasta su maleta, escogí un bikini, me puse un bañador y la llevé a la piscina
de agua natural que teníamos solo para nosotros con vistas al mar, podríamos saltar si
quisiéramos. Cuando ella lo vio todo regado de pétalos de flores y con velas aromatizadas
alrededor se abrazó fuerte a mi cuerpo y me pidió que parase. Me asusté, la vi tan seria que creí
que algo iba mal.
—¿Alguien nos puede ver? —me preguntó dejándome más asustado todavía.
—No creo.
—¿Sí o no?
—Quizás con unos prismáticos… —conteste dubitativo.
Al estilo Daniela, se llevó la mano a la parte superior de su bikini, lo desató y lo tiró al suelo.
Luego hizo lo mismo con la parte inferior, quedando como vino al mundo. Yo a estas alturas ya no
tenía palabras, desde que asumí que viviría el resto de mi vida con ella sabía que mi paso por este
mundo sería de todo menos aburrido, pero jamás me imaginé que mi deliciosa mujercita fuera
capaz de hacer lo que hizo. Con cara pícara se acercó a mí y de un solo movimiento bajó mi
bañador, dejándome como ella.
—No sabía que me había casado con una exhibicionista.
—¿Te molesta?
—Sí.
—Peor para ti.
Se arrodilló delante de mí y tomó mi miembro en su boca, volatizando cualquier raciocinio que
pudiera tener. Yo solo sabía gemir, en todo el tiempo que tuvimos de juegos nunca me atreví a
pedirle que me hiciera una felación. Seguía viendo una inocencia que no existía en ella. Sabía que
era su primera vez y estaba en las nubes: Daniela se tragaba mi pene y una de sus manos
acariciaba mis huevos, matándome lentamente.
—Enséñame cómo hacerlo, quiero ser perfecta para ti.
¿Cómo podía decir eso?, ella fue hecha para mí. Era perfecta en todos los aspectos.
—Continúa siguiendo tus instintos, estás haciéndolo muy bien.
Daniela aumentó el ritmo, mis piernas empezaron a temblar, no podía más, iba correrme y de
repente todo desapareció. Daniela se paró, se irguió, entró en la piscina y con un gesto sexi me
llamó con el dedo. Quería darle una sorpresa y era yo quien estaba siendo sorprendido. Como un
perro, fui tras ella. Daniela me dio un dominante beso tocando mi pene, que estaba que explotaba.
Mordió mi labio con un poco más de fuerza, me aparté para mirarla y sin mediar palabra posó su
mano sobre mi cabeza haciendo presión hacia abajo para que me agachara delante de ella;
enseguida entendí las señales. Mi dulce mujercita apoyó la pierna en el borde de la piscina
dejándome la maravillosa vista de su monte de Venus. Me tomé mi tiempo besando su terso
vientre. Mi dedo acariciaba su clítoris, que terminó aprisionado entre mis labios, mi lengua se
movió con vida propia y la chupó hasta que se deshizo en mi boca, y le regalé dos maravillosos
orgasmos que la hicieron gritar de placer. Sus fuerzas le fallaron y se dejó caer al agua. La agarré
por la cintura y fui con ella hasta el escalón, donde la tumbé dejando sus firmes pechos fuera del
agua. Los aprisioné entre mis labios y los mordisqueé hasta que se pusieron tiesos, y al fin,
controlando el peso para no dañarla, fui introduciendo mi pene en su cuerpo. Conocía el camino.
Cuando llegué a la barrera que me negué a traspasar durante meses, la miré a los ojos y
declarándole mi amor me enterré en lo más profundo de su cuerpo y fue sin lugar a dudas el
momento más bonito de mi vida hasta ahora. No podía haber sido mas especial.
—Ya eres mía —le dije con la voz embargada por la emoción.
—Tú también eres mío —respondió ella mirándome con sus profundos ojos negros que me
acompañarían toda la vida—. Sabía que lograría tu rendición.
¡Espera, no te vayas aún!

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La Doble Vida de Nuria - (parte 1)
La Doble Vida de Nuria - (parte 2. Desenlace)
Sobre la autora

Nanda Gaef es brasileña, nacida en Río de Janeiro y nacionalizada española.


Vive en España desde 2003, está casada y es madre. Es una persona muy inquieta, siempre está
haciendo y/o inventando algo. Desde pequeña, siempre fue muy fantasiosa. Tiene varios relatos
escritos en sus viejas agendas olvidadas en el cajón de los recuerdos en su país natal; tenía un
grupo con sus amigas online donde todas las semanas se contaban relatos entre ellas. De ese grupo
vino el apoyo para saltar a compartir con los demás lectores sus historias. Su mente nunca ha
dejado las fantasías, ya que tiene varias historias apuntadas en su inseparable agenda.

Sigue mis pasos en:


nandagaef
nanda_gaef
@nandagaef
Agradecimientos

A mi hija, la luz de mis ojos. Peque, gracias por aguantarme, por tenerme paciencia cuando
debería de haber sido al revés, fueron momentos duros y tú estuviste a mi lado, me tendiste la
mano cuando me sentí desanimada. Gracias por saber entenderme, por haberme ayudado con la
revisión de la novela, por aguantar como una campeona que te hiciera mil veces la misma
pregunta. Sé que soy una agonías. Te quiero, mi vida.

Gracias Danita Linda, con quien mantenía largos momentos de charlas y en una de ellas sentí la
necesidad de hacerle un spoiler de la historia de Rafa. En un principio la protagonista iba ser de
etnia gitana, y no sé cómo, la conversación acabó con nosotras hablando de nuestras ascendencias.
El descubrir que la de ella es árabe mi loca cabeza en ese mismo momento dio un vuelco a toda la
historia. No comenté con ella en el mismo instante, maduré la idea. Cuando vi de principio al fin
la nueva trama en mi cabeza se lo conté y ella, con su eterna sonrisa, me apoyó. Yo le pedí
prestado su nombre para mi personaje. Su historia de vida no tiene absolutamente nada que ver
con la de mi protagonista, pero el conocerla marcó un antes y un después en la historia de mi
querido Rafael y le estaré eternamente agradecida por haberme alentado en seguir adelante con el
cambio de proyecto. Te quiero, mi niña.

Laura Ortiz, gracias por, aun estando hasta arriba de trabajo, ayudarme con las informaciones
de traumatología. Eres una persona maravillosa, tengo mucha suerte de poder contar con tu
amistad, ayuda y paciencia.

Vanessa Morante, gracias por ayudarme con las pesquisas de primeros auxilios y prestarme el
nombre de mi niña linda. El personaje de Ona es especial para mí por varios motivos, pero el
primero de todos es por el gran cariño que os tengo a tu pequeña y a ti. Te quiero un montón, mi
Arcoíris.

Violeta Moreno, trabajar contigo fue un placer, gracias por hacerme las cosas fáciles, por
haber captado mi manera de escribir y con profesionalidad y respeto haber mejorado mi novela
sin cambiar mi esencia. Espero poder seguir contando con tus servicios.

Gracias, Magy Solís, Angélica Nechifor, Ada Rodrigues, Yohana Teles, Elsa Maximiliano,
Graciela Giménez y Yoemes Miose, gracias por permanecer a mi lado, vosotras estáis conmigo
desde mis inicios. No sabéis lo feliz que soy por teneros en mi vida.

Cristina Iguiño, qué voy a decir de ti, mi bombón. Eres un cielo, este mundillo me ha dado
muchas alegrías, pero sin duda conocerte fue una de las mejores. Me considero afortunada por
tenerte como amiga, gracias por la paciencia infinita que me tienes.

Day, mi cubana linda, gracias por siempre acordarte de mí, por tu apoyo incondicional y
desinteresado. Te quiero un montón.
GRACIAS en mayúsculas a todas mis lectoras, por confiar en mí y darme una oportunidad en
este gran universo de la escritura. Sois geniales, sin vosotras nada de esto sería posible. Gracias
en especial a mis chicas que me siguen en mis perfiles y que día a día están ahí para mí; aunque
pase temporadas alejada de las redes nunca me dan la espalda. Que me perdonen los nombres que
no menciono abajo, sois muchas y se me pasa. Os quiero.

Oana Simona, Paqui Lope,


Adela Pérez Blanque
, Bego Torillo de la Rosa, Mary Di, Loli Zamora, María José Valiente García, Alicia Capilla,
Carmen Marín Varela, María Teresa García Manchón, Birgit Christa Kilic, Aura Jiménez, María
Del Carmen Person, Eva Rodríguez, Erika Villegas, Mercedes Garcedes Garcés Ruiz,
Toñi García
, Ana Silva, Raquel Morante Morales,
Lupita Mayen
, Alma Angelina Cano, Noemy Bonifacio López, Mariluz Martínez Navarro, Sylvia Ocaño
Villanueva, Ana Dávila Sepúlveda, Bea Ohana,
Lluïsa Pastor
,
Carmen Castillo
, Manolita Gasalla Riera, Begoña Llorens Irisarri, Manoli García, Marta Luján, Lily Zarzosa,
Mar Serrano del Cid, Carmen González, María Riva, Rocío Morera Arias, Mónica Hdez Bello,
Lola La Piconera, María José Gomes Oliva, María Victoria Alcobendas Canadilla, Rosa González
Moncayo, Chari Martínez, Mercedes Angulo, Merche Fernández Cortes,
Sesi Flórez
, Dulcenombre Bujalance, Todo Croche Loli, Rosa Cortes, María Alelina Albarral García,
María Edelia Gómez Carrasco
, Antonio Postigo, María Ángeles Tavalera, Vanessa Lopes Sarmiento, Rosa Berna Isabel San
Martín Galán, Isabel Medrano Pérez, Paqui Montes Escámez, Mariam Ruiz, Montserrat Palomares
Carracedo, Andrea Serrano,
Isabel Fraile Jurado
, Isabel Fernández, María Fátima González, María Tereza De Jesús Piñón Esquivel, Isabel
Martínez Rico,
Mis Cositas Xisca Ramón
, Aida Alatorre, Clara Luz Encarnación Bello, Susana Santos, Laura Maldonado, Mamen
Madrid, Isabel Bautista, Julia Arenas Chinchilla, Anahí Gala Romano, Ana María Gernhardt,
Magnolia Stella Correa Martínez, Alba Cabrera, eve_moon77, bbbrenda, Yolandava78,
nievesgaeciapastor64,

Por último y no menos importante, gracias a los grupos de Facebook, sin vosotros sería muy
difícil la labor de difundir mi trabajo. Gracias a los bookstagramers en especial a mi querida
Irene Bueno y blogs que leen y reseñan mis novelas.
[1]
Haram (‫ )ﺣﺮام‬es una palabra árabe que significa
«prohibido» o «sagrado».

[2]
‘Um (‫ )أﻣﻲ‬es «madre» en árabe.

[3]
Aibnatu (‫ )اﺑﻨﺔ‬es «hija» en árabe.

[4]
Zawjak (‫ )زوﺟﻚ‬significa «tu marido» en árabe.

[5]
Alzawjat almustaqbalia (‫ )اﻟﺰوﺟﺔ اﻟﻤﺴﺘﻘﺒﻠﯿﺔ‬es «futura esposa» en árabe.

[6]
Hadha ghyr muhtaram( ‫)ھﺬ ا ﻏﻲ ر ﻣﺤﺘﺮ م‬: «Esto es irrespetuoso».

[7]
'Ant la tastahiqu 'an takun 'amami (‫)أﻧﺖ ﻻ ﺗﺴﺘﺤﻖ أن ﺗﻜﻮن أﻣﺎﻣﻲ‬: «No mereces estar frente
a mí».

[8]
'Ana danyil aibnat 'akhi 'urid alhaqiqat (‫أﻧﺎ داﻧﯿﯿﻞ اﺑﻨﺔ أﺧﻲ أرﯾﺪ اﻟﺤﻘﯿﻘﺔ‬.): «Soy Daniela, tu sobrina, quiero la
verdad».

[9]
Aibnat 'ayn kunat (‫)اﺑﻨﺔ أﯾﻦ ﻛﻨﺖ‬: «Hija, ¿dónde has estado?».

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