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Las etapas de la crisis: estallido, depresión y salvatajes

El estallido de la crisis en 2007. Las subprime y el sistema bancario


Según cifras de la Reserva Federal, la deuda de los consumidores aumentó más
rápidamente que el ingreso disponible.
La mayor parte de esta deuda fue contraída con garantías de activos reales,
principalmente residenciales. Esto fue posible gracias al aumento continuo en los
precios de las viviendas, que posibilitó la emergencia de formas más riesgosas de
créditos hipotecarios.
El crecimiento de los precios en el mercado inmobiliario en los primeros años del siglo
XXI implicó el acceso al crédito hipotecario con condiciones cada vez más laxas y
menores desembolsos iniciales. Inclusive, en ciertas ocasiones e podía comprar una
vivienda sin ningún pago inicial.
Cualquier aumento del interés podía traducirse en la imposibilidad de pago por parte
del deudor.
Familias de bajos ingresos, tradicionalmente sin acceso a los mercados financieros,
comenzaron a formar parte de ellos a partir del surgimiento de nuevos activos que
canalizaron gran cantidad de recursos. Como parte de este proceso es que se
desarrollaron los créditos hipotecarios de baja calidad (subprime), que permitían
comprar el 85% del valor de inmueble, pagando una cuota superior al 55% de los
ingresos del deudor y a una bajísima tasa de interés, al menos inicialmente.
Los bancos traspasaban estos créditos a fondos de inversión asociados (sacándolos
de su propio balance), y los colocaban luego en el mercado a partir de paquetes de
activos que incluían hipotecas de riesgo bajo, medio y alto. Las hipotecas de baja
calidad quedaban fuera del balance de las entidades bancarias y pasaban a otras
entidades dentro de un conjunto supuestamente poco riesgoso.
Lo cierto es que antes del estallido de la crisis, y mientras continuaba inflándose la
burbuja inmobiliaria, ninguna entidad, ni estadounidense, ni del resto del mundo,
quería perderse el negocio.
La continuidad de este esquema de hipotecas llamadas “tóxicas” (de alto riesgo)
dependía de los precios inmobiliarios. Sin embargo, en el año 2006 estos precios
comenzaron a bajar mientras aumentaban las tasas de interés, haciendo que las
cargas de devolución de los créditos subprime aumentaran también frente a sus
obligaciones.
Al mismo tiempo, la caída en el precio de las propiedades no permitía venderlas a fin
de devolver el activo para pagar la deuda, provocando una creciente confiscación de
viviendas.
Frente a la extrema gravedad de la coyuntura los préstamos entre bancos comenzaron
a contraerse acentuándose el problema de liquidez. En situaciones normales los
bancos se prestan dinero permanentemente sobre el mercado monetario a una tasa
ligeramente superior al de la banca central. Sin embargo, la creciente desconfianza
por la incapacidad de las propias instituciones para determinar el grado de exposición
a los activos tóxicos empezó a bloquear las transacciones interbancarias.
Los bancos de primea línea de EEUU, Europa Japón y Canadá comenzaron a sufrir
problemas de liquidez primero y de solvencia después.
La profundización de la crisis en 2008. La caída de la banca de
inversión
Ante la gravedad de la situación en enero de 2008, la Reserva Federal respondía con
una fuerte inyección de liquidez en el sistema y una drástica reducción de la tasa de
interés. A su vez, el gobierno lanzaba un paquete de estímulo de 150mil millones de
dólares. Sin embargo, la coyuntura no mejoró.
El mes de septiembre de 2008 marca el momento en el que la crisis ingresó en una
nueva fase. Luego del estallido de la burbuja inmobiliaria que comenzó a afectar a
diversas entidades bancarias, le siguió el derrumbe de los principales bancos de
inversión, la parálisis en los mercados financieros y las caídas generalizadas en las
Bolsas de Valores.
El panorama se volvía cada vez más complejo, amenazando con conducir a la quiebra
a los bancos comerciales y poniendo que el riesgo recaía sobre todo el sistema de
distribución de crédito estadounidense e incluso mundial.
En este contexto, el sistema bancario se enfrentaba, por un lado, con una crisis de
liquidez, ya que no encontraba financiamiento a corto y medio plazo ni inversores
prestos a otorgarles confianza. Al mismo tiempo la depreciación del valor de sus
activos conducía a pérdidas con la consecuente desvalorización del capital, acentuado
por la caída de las cotizaciones bursátiles.

El año 2009: recesión y deflación


En este contexto, y ante las turbulencias financieras que se multiplicaban, hacia finales
de 2008 era evidente que las repercusiones habían alcanzado a la economía real. El 1
de diciembre el Buró Nacional de Investigaciones Económicas de EEUU anunció
oficialmente que la economía estaba en recesión.
Caída de la producción industrial.
Más allá de la crisis financiera, numerosos indicadores señalaban problemas de fondo
de la economía estadounidense. En primer lugar, el país de América del Norte seguía
acumulando elevados y crecientes déficits comerciales y fiscales. Caída de la
recaudación y aumento del gasto público.
En segundo lugar, el incremento de la deuda pública se tornó inevitable.
A esto se sumaron las consecuencias del deterioro de la economía real sobre el
presupuesto público. El principal síntoma fue el descenso en la recaudación. Los
beneficios para desempleo crecieron a medida que aumentaban las filas de
desocupados.
Desde mediados de 2007 hasta septiembre de 2009 la tasa de desempleo de EEUU
se duplicó y, en octubre de 2009, se ubicaba por encima del 10%.
El producto bruto cayó cuatro trimestres consecutivos, entre el tercero de 2008 y el
segundo de 2009. También el consumo sufrió caídas importantes, sobre todo en la
segunda mitad del año 2008.
La inversión sufrió un fuerte impacto negativo. Luego de caer sostenidamente a lo
largo del año 2008, llegó a desplomarse en más de un 50% en el primer trimestre de
2009.
El comercio exterior también padeció las consecuencias de la crisis. Las exportaciones
norteamericanas de bienes cayeron en un 25,5% en el último trimestre de 2008 y en
un 36,9% en el primer trimestre de 2009.
Los sectores de la economía que dependían principalmente del endeudamiento de los
consumidores fueron los que sufrieron las consecuencias más severas.
Por la pérdida patrimonial todo instaba a las familias a reducir el consumo, actitud a la
que contribuía también la restricción del crédito, la pérdida de pensiones y la
incertidumbre del empleo.

La crisis europea de 2010


La primera manifestación del carácter general de la crisis fue el contagio en el plano
de las finanzas: enseguida cayeron los mercados bursátiles en todo el mundo. En
Europa, el promedio de la baja de las acciones de las principales empresas que
operan en Bolsa superó el 35% en 2009.
Sin embargo, este rápido contagio se explica no sólo por las fuertes interconexiones
del sistema financiero, sino también porque la economía de EEUU, a pesar de
manifestar desde hace tiempo crecientes dificultades, sigue siendo la “locomotora” del
sistema capitalista.
Los países europeos actuaron por su cuenta para salvar la economía no como la
Unión Europea.
El FMI, por su parte, adoptó una decisión sorprendente. Pidió aumentar los déficits
presupuestarios de los países centrales para salir de la crisis.
Una de las medidas tomadas por los bancos nacionales, sin precedente en cuanto a
su magnitud, fue la o coordinación de las autoridades monetarias de Canadá, la Unión
Europea, EEUU, China, Suiza y Japón con el fin de bajar las tasas de interés básicas,
para frenar el pánico y estimular el crédito. El descuento promedio fue de 0,5%.
La reducción de la demanda europea, norteamericana y japonesa indujo a una caída
acelerada de las exportaciones del conjunto del Viejo Continente. Europa Oriental fue
especialmente sacudida, por cuanto muchos de los países de la región habían
adoptado un modelo exportador dependiente.
La reacción de las autoridades de la Unión y de los gobiernos nacionales frente a la
crisis fue muy lenta, mientras tanto la recesión se generalizaba y se insinuaba un
proceso deflacionario entre el tercer trimestre de 2008 y el primero de 2009.
Frente al agravamiento de la crisis, la respuesta de la mayoría de los gobiernos
europeos consistió en un paquete de asistencia al sector bancario, concretado sin
demasiada coordinación entre los diferentes países. Como esta ayuda muchas veces
fue tardía e insuficiente, algunos bancos debieron ser absorbidos por los E para evitar
quiebras que pudiesen desmoronar incluso más el sistema, mientras otras
instituciones financieras eran compradas por sus competidores, alentando la
concentración.
También el Banco Central Europeo tomó nota de la situación y flexibilizó su política
monetaria reduciendo en varias oportunidades los tipos de interés. Esta política sirvió
de poco, porque como señalara oportunamente Keynes, en recesiones generalizadas
con deflación, la política monetaria suele ser ineficaz. Aunque sus resultados no fueron
inmediatos ni ciertos, hacia finales del segundo semestre de 2009 Francia y Alemania
lograron frenar su caída y obtener un primer resultado positivo. El resto, siguió
mostrando números en rojo.
A diferencia de los miembros de la eurozona, otros países europeos pudieron seguir
un camino de devaluaciones como canal de ajuste y de reacción.
Europa del Este recibió un paquete de ayuda, coordinado por el FMI.
En un comienzo se pensaba que ciertos países estaban menos expuestos a la crisis
porque no habían entrado al negocio de las subprime, y el comercio internacional
disminuía pero no se hundía. Y aunque bajara, la demanda interna parecí poder
compensar el problema. Además, algunos de ellos tenían una gran solidez financiera
por sus excedentes públicos y la magnitud de sus reservas internacionales. Pero la
crisis terminó por propagarse por diferentes canales, el primero de los cuales fue el de
las exportaciones. La desaceleración del comercio mundial resultó más acentuada que
lo anticipado, con una contracción del _10,7% en 2009, según el FMI. A esto se
agregó la volatilidad de los precios de los productos básicos, que fragilizaba las
exportaciones de materias primas.

Las zozobras del euro


“Revancha de los mercados”: los E, que frente a la crisis del 2008 trataron de salvar al
sistema financiero y a los bancos socializando las pérdidas, se encontraron acusados
de mala gestión por las mismas agencias de calificación antes desacreditadas debido
a sus pronósticos errados. En un primer momento se decía que los títulos públicos,
desprovistos de riesgo, contrariamente a los títulos privados, no serían sospechosos
de insolvencia. Tampoco se ponía en tal de juicio el gasto público cuando lo esencial
del endeudamiento estatal tenía por causa el intento de frenar la depresión ayudando
a los agentes financieros que la engendraron. Ahora los E volvían a ser el problema
principal.
Esta crisis puso en evidencia, de todos modos, la fragilidad de una unión monetaria
atada con alfileres. Los indicadores económicos venían presentando antes de su
estallido grandes diferencias entre los países de la unión monetaria: desde aquellos
altamente deficitarios en el terreno fiscal y en el sector externo (caso Grecia, para
poner el más notorio); con altos niveles de desocupación de más del 20% (como
España); con el mayor déficit fiscal (Irlanda, 14,7%), o con un fuerte superávit en su
comercio exterior y un déficit fiscal del 5% del PBI, que siendo el más bajo de Europa
superaba las pautas de Maastricht (caso Alemania). Los niveles de endeudamiento
también variaban, desde los mayores o iguales al PBI, como en los casos de Italia y
Bélgica, hasta el de Alemania, menor a su PBI pero superior al 60% establecido en el
tratado monetario. Esto refleja enormes disparidades entre los miembros de la
eurozona y el hecho de que ninguno de ellos cumple en todo o en parte las pautas de
Maastricht.

La inversión de los Estados y los organismos internacionales. Los


mecanismos de regulación
Las acciones de política económica se demoraron, en la medida en que a la mayoría
de los gobiernos les llevó un tiempo darse cuenta de la magnitud de la crisis
económica y financiera. Los primeros signos claros de la misma se manifestaron hacia
mediados de 2007, pero fue recién en la 2° mitad del año siguiente cuando las
acciones para contrarrestar los efectos de la crisis se generalizaron.
Las autoridades de EEUU fueron las primeras en actuar, como era de esperarse, ya
que los descalabros, tanto financieros como reales, se iniciaron en ese país.
La respuesta de la Unión Europea fue más lenta y tardía que en EEUU. Incluso, la
reacción inicial del Banco Central Europeo fue la de aumentar las tasas de interés en
julio de 2008, para hacer frente al riesgo de inflación, que hasta mediados de ese año
seguía siendo su principal preocupación.
Algunos gobiernos de los países desarrollados comenzaron a echar mano de
herramientas fiscales, con la intención de estimular la demanda agregada y, a través
de ella, el producto y el empleo. Los incrementos del gasto público financiados con
deuda y los rectores impositivos se sucedieron desde mediados de 2008 y, con más
fuerza, desde el cuarto trimestre de ese año, cuando la economía de EEUU ya había
entrado en recesión.
Las políticas aplicadas en los países en desarrollo fueron más variadas dependiendo
en gran medida de la situación inicial y del régimen cambiario imperante. En algunos
de ellos, la aplicación de políticas monetarias expansivas se produjo promediando el
año 2008 (como en China, India o Corea), mientras que en otros, al sufrir intensas
presiones sobre el tipo de cambio en la segunda parte de ese año, se debieron aplicar
políticas monetarias contractivas y recién en 2009 se pudo empezar con la expansión
monetaria y fiscal contracíclica. En general, los países que más sufrieron la fuga de
capitales y las presiones cambiarias recurrieron al FMI para estabilizar sus monedas,
lo que implicó importantes restricciones en la utilización de instrumentos contracíclicos
para enfrentar la crisis.

El G-20 y las medidas planteadas a nivel mundial


En cuanto a las medidas globales, desde noviembre del año 2008, el G-20 pareció
convertirse en el lugar para la coordinación de las acciones tendientes a enfrentar la
crisis.
¿Pero existió en los encuentros del G-20 la intención de diseñar una nueva
arquitectura financiera internacional? La cuestión se presta a debate. Por un lado, el
salvataje del sistema bancario y el impulso al crecimiento para salir de la crisis tuvieron
como base el reconocimiento del apoyo fiscal de los E, ya en marcha. Por otro, la
supervisión y regulación financiera, así como el intento de supresión de los paraísos
fiscales, quedaron en manos de las instituciones existentes, remodeladas o
reforzadas.
Las primeras decisiones pusieron sobre el tapete temas que parecían intocables antes
de la crisis: el rol de los E, los límites de la liberalización financiera, el saneamiento de
los bancos, la recuperación de los niveles de empleo y el deseo de retornar a una
economía productiva, pero no implicaron todavía una modificación sustancial. El orden
monetario permanece intocable. Tampoco se planteó un redimensionamiento de los
mercados financieros ni la restricción de sus rentabilidades. Menos aun una
modificación del reparto del valor agregado de las empresas entre beneficios y
salarios.
Institucionalmente los cambios son en verdad pequeños. El FMI y el Banco Mundial,
que nacieron en 1944 en Bretton Woods, siguen encabezando el orden monetario y
financiero, aunque ahora se redistribuye un pequeño porcentaje de las cuotas de cada
uno de ellos entre algunos de los países emergentes, pero el poder principal continúa
en manos de los mismos responsables de la crisis.
Otras cuestiones centrales del crecimiento económico, dominado hasta ahora por
firmas multinacionales y por las estrategias de ciertas potencias, y basado en grandes
desigualdades entre los países y dentro de ellos, no fueron tratadas formalmente en
las reuniones del G-20. En este punto radica la debilidad principal de los modelos de
acumulación que llevaron a la crisis, la peor del capitalismo desde los años 30.

El impacto de la crisis en América Latina: los casos de Argentina,


Brasil y México
La CEPAL y el FMI han reconocido que el impacto de la crisis en América Latina no
tuvo la misma profundidad que en otras circunstancias parecidas del pasado. Ambos
lo atribuyen tanto al menor involucramiento de la región con el sistema financiero
internacional en los últimos años, como a la política de acumulación de reservas
aprovechando los mejores precios de las materias primas y los alimentos y a la
adopción de sistemas cambiarios flexibles. Pero estas razones fueron el resultado de
cambios políticos y económicos que se produjeron en la mayoría de los países
latinoamericanos como consecuencia del fracaso de las experiencias neoliberales.
No obstante, los efectos negativos de la crisis, como no podía ser de otro modo en una
economía mundial fuertemente globalizada, igualmente se propagaron. Ya desde fines
de 2007 el producto bruto latinoamericano desaceleró su crecimiento y desde
mediados de 2008 comenzó a caer, con el correlativo aumento del desempleo.
Contracción productiva de la región.
La crisis impactó inicialmente por varias vías, todas ellas vinculadas al sector externo:
el debilitamiento de la demanda de exportaciones, especialmente de manufacturas; los
menores precios de los productos exportables; la caída del turismo extranjero, y la
disminución de la inversión extranjera directa.
Se advierte que la crisis castigó con más rigor a México por su mayor integración con
la economía estadounidense a través de las corrientes migratorias y de su
participación en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, así como de sus
inversiones y vínculos financieros.
La mayor diversificación comercial de las economías brasileñas y argentina, su
participación en un proceso de integración regional sin una economía dominante y
central, los intentos de ambos países – pese a sus diferencias – por alejarse de las
recetas del neoliberalismo rindieron sus frutos y les permitieron realizar políticas
contracíclicas más efectivas.
La debilidad de la demanda externa y doméstica relajó las presiones inflacionarias
presentes en América Latina entre 2005 y 2008, alimentadas en buena medida por la
explosión de los precios internacionales de los alimentos, la energía y otras materias
primas, y vinculadas, a su vez, con el auge de la especulación en esos mercados.
El lado positivo del aumento de los precios de las materias primas fue la mejora que
experimentaron en los últimos años los términos del intercambio comercial. Gracias a
ello la mayoría de las naciones latinoamericanas acumularon un colchón de reservas
internacionales que les facilitó enfrentar la caída de la demanda de exportaciones con
menor dramatismo que en crisis previas.
De todos modos, la crisis afectó los balances de pagos de las economías de la región.
Por un lado, la caída de la actividad económica redujo la recaudación de impuestos y
de contribuciones a la seguridad social, fuentes principales de las finanzas públicas.
Por el otro, la mayoría de los gobiernos tuvieron que ampliar las transferencias por
desocupación y los planes sociales para mitigar la declinación de los ingresos de los
sectores más vulnerables.

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