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La infancia del torno

La infancia del torno


Orfandad, adopciones y algunas prácticas
olvidadas en el Montevideo del siglo xix

MARÍA LAURA OSTA VÁZQUEZ

Fotograf ía: CARLOS LÓPEZ


Primera edición: setiembre de 2020
© 2020. María Laura Osta Vázquez
© 2020. BMR Productora Cultural

Producción ejecutiva
BMR Productora Cultural

Fotografía
Carlos López

Corrección
Maqui Dutto

Diseño
Taller de Comunicación

Impresión
Gráfica Mosca
Depósito legal:

isbn: 978-9974-8754-8-7

Derechos Reservados. Queda prohibida cualquier forma de reproduc-


ción, transmisión o archivo en sistemas recuperables, para uso públi-
co o privado, por medios mecánicos, electrónicos, fotocopiado, graba-
ción o cualquier otro, ya sea total o parcial, del presente ejemplar, con
o sin propósito de lucro, sin la expresa, previa y escrita autorización
del editor.

Producido, diseñado e impreso en Uruguay
En memoria de Antonio Osta,
mi hermano.
Porque un día me dijiste que nunca
abandonara mis sueños.
Con esta obra terminada,
cumplo uno de ellos.

7
Contenido

11 Agradecimientos
13 Prólogo
19 Preámbulo

27 Introducción a la historia del Asilo de Expósitos


y Huérfanos de Montevideo
35 Conceptos situados. La historia del expósito, la caridad,
el abandono, la infancia huérfana y el torno
53 Asilados y alistados. Historias de abandonos
y adopciones en el siglo xix
81 Puertas adentro. Relatos de cuerpos observados
por la mirada médica, pedagógica y jurídica
101 Las nodrizas bajo el control del discurso médico
123 Señales y huellas de un lenguaje simbólico
151 Reflexiones finales

157 Bibliograf ía
.:. La infancia del torno

Agradecimientos

Quisiera empezar agradeciendo a la Agencia Nacional de Investigación


e Innovación del Uruguay (anii). Sin su apoyo económico bajo la for-
ma de beca de posdoctorado Caldeyro Barcia nada de esto hubiera sido
posible.
A todo el personal del Archivo General de la Nación (agn), algunos
ya jubilados, mi mayor gratitud por su amoroso y cuidado servicio. En
especial a Beatriz Eguren, por confiar en mi trabajo y siempre abrirme
puertas, gracias infinitas. A la directora, Alicia Casas, y a su secretario,
Mauricio Vázquez, por su apoyo y apertura a mi proyecto.
A la Facultad de Humanidades de la Universidad de Montevideo, por
albergar y promover mis proyectos de investigación. En especial a Ra-
miro Podetti, Fernando Aguerre, Carolina Cerrano y Francisco O’Reilly.
A los ahora licenciados Aline Lemarquant y Efraín Cano. En especial
al Mag. Ignacio Gomeza, quien incluso en sus vacaciones venía desde
Brasil a colaborar con sus lecturas críticas y aportes teóricos. Especial-
mente a quien siempre me apoyó con su valioso y minucioso trabajo,
la Lic. Inés de Castro. A la Psic. Thaiz Sánchez, por sus aportes en los
conocimientos estadísticos, gráficos y teóricos.
A mis primeros lectores: Lucía González, Mariana Moraes, Nicolás
Arenas, Gabriel Barceló, Carolina Clavero y Paola Gallo. Sus sugeren-
cias y aportes teóricos fueron esenciales en este discurso escrito.
A la Sociedad Uruguaya de Historia de la Medicina, por sus lecturas,
sus aportes y comentarios siempre enriquecedores; sobre todo al Dr.
Alberto Piñeyro, por su generosidad en brindarme acceso a fuentes de
su archivo privado. Especialmente quiero agradecer al prologuista de
esta obra y amigo, el Dr. Ignacio Gil, por sus lecturas y sus inigualables
sugerencias.
Al Dr. Romeo Pérez, quien fue sumamente solícito a mis consultas.
Gracias por compartir sus saberes generosamente.
Del inau, a la Lic. Lucía Pierri y a Soledad Morales, por su generosi-
dad, apertura y apoyo a mis investigaciones.

11
.:. María Laura Osta Vázquez

Al Ministerio de Educación y Cultura, que a través de los Fondos de


Incentivo Cultural generó un espacio real para la publicación.
A bmr Productora Cultural, al Dr. William Rey y sus socios, Martín
Colombo y Nicolás Barriola, quienes confiaron en mi trabajo desde el
primer momento y me apoyaron con total profesionalismo.
Por último, y no menos importante, quiero agradecer a flacso Uru-
guay, por apoyarme en mis proyectos y promover mi trabajo en todos
sus ámbitos. Especialmente a Silvana Darré y a Lena Fontela, por su
dedicación minuciosa y cuidada.
Finalmente, a quienes me rodean cotidianamente, a Gabi y Luka, a mi
familia de sangre y del corazón, por el aguante y el amor, combustible
imprescindible para cada paso que tuve que dar.

12
.:. La infancia del torno

Prólogo

Acabamos de dejar atrás unos removedores Días del Patrimonio me-


dicinales que han justipreciado el valor patrimonial que significa toda
nuestra comunidad histórico-médica, que incluye un mundo de profe-
sionales y trabajadores dedicados a la asistencia de personas, a la admi-
nistración y al resguardo de la salud pública y de los servicios de salud
del Estado, hospitalarios, asilares, sanatoriales, mutuales, y otros tantos
más que nuestra ciudadanía ha edificado pacientemente a lo largo de un
cuarto de milenio.
En este devenir histórico, social, médico y político se enmarca este
precioso y a su vez también removedor libro de la historiadora profesio-
nal María Laura Osta Vázquez, a quien llamamos simplemente Laura.
Para elaborar este libro, Laura se adentró en la historia social de la
medicina asilar e infantil en nuestro país, y tuvo que entender la com-
plejidad de un proceso de raigambre sociopolítica y sociomédica que se
originó en tiempos coloniales y evolucionó dándole una conformación
a nuestra República.
De hecho, creo que la historia aquí planteada y problematizada se
enmarca en una transición decimonónica entre la caridad asistencialista
del antiguo régimen colonial y el nacimiento de una Asistencia Pública
Nacional republicanista, solidarista y medicalizante a principios del si-
glo xx. Este proceso se puede expresar muy esquemáticamente con tres
palabras-conceptos guías que aparecen consecutivamente en la historia:
caridad, beneficencia y asistencia, las tres acompañadas casi en forma

13
.:. María Laura Osta Vázquez

de aderezo permanente por otras tres palabras que, si bien la sociedad


occidental usa desde la Edad Media, se consolidaron como conceptos
médicos, científicos y sociopolíticos durante la Ilustración dieciochesca:
salud pública e higiene.
El desarrollo conceptual de este libro, de esta obra, es una secuen-
cia de historias preasilares, historias asilares e historias posasilares. En
nuestro medio todavía no se había hecho este esfuerzo; sí teníamos al-
gunos pocos buenos trabajos de la historia de la medicina infantil he-
chos, no por casualidad, por pediatras: Piaggio Garzón, Jaureguy, Gor-
lero Bacigalupi, Turnes, todos asimilados en este libro y presentes en la
bibliograf ía. De tal forma, este trabajo es una especie de protohistoria
de la puericultura uruguaya, laborada primero por mujeres mayorita-
riamente humildes y trabajadoras, parteras y nodrizas, profesionales las
primeras, gente de oficio las segundas.
El emblemático torno del Asilo, que se conserva intacto como testigo
en nuestro extraordinario Museo Histórico Nacional, hoy día liderado y
gestionado por un equipo de jóvenes, representa lo que Laura llama con
vocación conceptual «la infancia del torno».
Infancia es sinónimo de vida humana en proceso de nacimiento, cre-
cimiento y desarrollo de los niños —lenguaje pediátrico—; de historia
humana de felicidad, desvalimiento e injusticias; de antropología de la
evolución de la humanidad; de historias de la educación, de la pueri-
cultura, de la «clínica de niños» de estirpe universitaria que evolucionó
institucionalmente hacia la pediatría y la cirugía pediátrica hospitalares.
Este es el camino que también recorrió nuestro país en el tránsito del
siglo xix al xx.
El comienzo institucional del cuidado del niño desvalido fue paraes-
tatal. Tal vez esta nueva institucionalidad colonial haya sido el Estado
mismo en el sentido contemporáneo: el Estado somos todos porque lo
organizamos entre todos y lo mantenemos también entre todos, con
nuestros impuestos y nuestra vocación de servicio público.
El torno del Asilo fue una forma de depositar o abandonar a un niño
en un puente giratorio que le permitía cruzar una frontera virtual, pasar
de un estado de indefensión o peligro de subsistencia a una orilla carita-
tiva donde «habita[ba] la caridad cristiana», como expresa Laura.
«El torno es ciego y mudo; no cuestiona, no interroga, no juzga; el
torno da la posibilidad de salvar vidas», dice Laura evocando al abogado
y servidor público extraordinario que fue Piñeyro del Campo.

14
.:. La infancia del torno

Otro problema complejo que debemos manejar en este libro es el con-


cepto de higiene pública y sus derivaciones institucionales, médico-so-
ciales y científicas. Laura en este sentido nos advierte de la necesidad de
«definir y resignificar el concepto de infancia huérfana y expósita».
La tradición barraniana, ya bien asentada en la historiograf ía uru-
guaya, también asoma en este libro de historias de la vida privada, que
lo son «porque no habían sido sacadas a la mirada pública».
El Asilo de Expósitos y Huérfanos, institución consolidada en el últi-
mo cuarto del siglo xix cronológico, pero con un prolongado desarrollo
desde mediados del llamado historiológicamente siglo xix largo (1789-
1914), inauguró su nuevo y portentoso edificio, muy cerca del aire puro
de la rambla sur montevideana, en 1875, el mismo año en que nacería
por decreto gubernamental la Facultad de Medicina.
Era la época del disciplinamiento, según la definió José Pedro Barrán.
Una infancia asilada —sometida al asilamiento, así como hubo asila-
miento de mendigos, de dementes, de jóvenes sin moral— pudo ser si-
nónimo de asistencia médico-social o médico-estatal, una etapa más
compleja y fructífera del desarrollo del poder médico en el Uruguay.
«En una cosmovisión positivista, la educación era el principal an-
claje para evitar la barbarie y la delincuencia», Laura dixit, y bien dice,
porque el nuevo Asilo de Huérfanos y Expósitos convivió y creció junto
con la nueva educación vareliana (La educación del pueblo se publicó
en 1874).
El creador de la historia de la medicina universitaria en el Uruguay,
Fernando Mañé Garzón, nos enseñó que «la cuna de la pediatría na-
cional fue el Asilo de Huérfanos» y su líder fue un jovencísimo Luis
Morquio, que asimiló y comprendió prontamente la tarea que había que
desarrollar: la unión de la medicina y la clínica de niños con la acción
protectora de la infancia por los Estados de todo el continente.
Los asilos de huérfanos o crèches franceses, y parisinos en particu-
lar, fueron las instituciones de caridad y beneficencia que, como pasaría
ulteriormente en Montevideo durante la segunda mitad del siglo xix,
necesitaron la asistencia de médicos, lo que indujo y estimuló el naci-
miento progresivo de la medicina y de la clínica de niños, la puericultura
y hasta las instituciones estatales de protección a la infancia a principios
del siglo xx, de pura estirpe morquiana en nuestro país.
«La infancia pobre del siglo xix era equiparada a un adulto en pe-
queño; tempranamente se transformaba en una fuente de recursos eco-

15
.:. María Laura Osta Vázquez

nómicos», nos aclara Laura. Los responsables de la administración del


Asilo aluden a que «a los diez o doce años se le dará un oficio o pro-
fesión», siguiendo la tradición medieval del mancebo aprendiz de un
oficio, rasgo sociocultural del Antiguo Régimen.
El Asilo también expresa —con un sentido legal o jurídico— una pa-
labra, un concepto, una práctica fundamental del Estado con vocación
modernizadora: la vigilancia (epidemiológica, de sus ciudadanos, de los
desvalidos, etcétera).
Los reclamos de los niños asilados se hacían ante la institución públi-
ca de estirpe católica y caritativa que gobernaba o administraba todos los
llamados establecimientos de caridad, entre ellos el Asilo de Huérfanos
y Expósitos. Esto quiere decir que la institución del Estado uruguayo ga-
rante de los derechos de los niños en esa época no era la que controlaba
y administraba la salud de la ciudadanía, el Consejo de Higiene Pública
—que en pocos años (a finales del siglo xix cronológico) se reconverti-
ría en el Consejo Nacional de Higiene—, sino la que brindaba asisten-
cia y amparo: la Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia pública,
que hoy equivaldría a asse y durante el llamado impulso batllista fue la
Asistencia Pública Nacional, también conocida como la apn.
Ahora bien, y finalizando este prólogo, ¿puede un historiador de la
medicina con vocación y acción de serlo profesionalmente, pero sin
haber logrado una titulación académica posdoctoral, prologar un libro
que es un genuino producto de una ardua investigación historiológica
posdoctoral?
La respuesta es que sí, por la sencilla razón de que la autora-histo-
riadora de estirpe universitaria —como la mía— así lo quiso. Nuestro
vínculo universitario con Laura nació justamente en el seno de la Biblio-
teca Nacional de Medicina de la udelar, donde, siguiendo la tradición
de nuestra Biblioteca Nacional del Uruguay, atesoramos la bibliogra-
f ía médica nacional histórica, parte sustancial de las fuentes éditas que
Laura necesitó estudiar para comprender e integrar conceptualmente
en este libro.
Es un hecho ciertísimo que hay entre nosotros historiadores de la
medicina mejor capacitados que yo para escribir este prólogo; a falta de
nuestro faro mayor, nuestro maestro el Prof. Dr. Fernando Mañé Gar-
zón (1925-2019), están el Dr. Augusto Soiza Larrosa y el Dr. Ricardo Pou
Ferrari, encargado este desde hace varios años del emblemático y ma-
ñeano Departamento de Historia de la Medicina de la udelar. Estos

16
.:. La infancia del torno

representan la mayor altura de la Sociedad Uruguaya de Historia de la


Medicina, que este año está cumpliendo su 50.o aniversario de existen-
cia y labor (1970-2020). Pero un vínculo humano y profesional me dio
este privilegio que he disfrutado tanto como la lectura del trabajo y del
libro de Laura.

Juan Ignacio Gil Pérez


Octubre de 2020
Año de la Pandemia

17
.:. La infancia del torno

Preámbulo

E l encuentro con las raíces, el saber quiénes somos, quiénes fuimos,


quiénes fueron los que nos dieron vida, sana y restaura el interior
de toda persona y de las siguientes generaciones. Las raíces dan es-
tabilidad al árbol para crecer; sin ellas el árbol se seca y cae. Crecer
sin conocer nuestro pasado trae dificultades a la hora de proyectar el
futuro.
Durante estos cinco años de investigación, muchas personas se con-
tactaron pidiendo información sobre sus antepasados que habían vivido
en el Asilo de Expósitos y Huérfanos de Montevideo. En honor a cada
uno de estos abuelos, madres y bisabuelas es que quise publicar una
historia —todavía no contada— sobre sus modos de vivir, jugar, curarse
de enfermedades, aprender y relacionarse en el Asilo.
El más lejano antecedente de esta investigación data de 2006, cuan-
do comencé a indagar en estos temas de la infancia huérfana, por for-
tuita causalidad en el Archivo General de la Nación. Fue el momento
en que encontré algunas cajas con objetos (señales) que los familiares
habían dado a su descendencia cuando la dejaron en el torno del Asilo.
El hallarlos y luego analizarlos me llevó a cuestionarme y a resignificar
muchos valores y prácticas del siglo xix. Confieso que estaba llena de
preconceptos sobre estos abandonos, pero bucear en profundidad du-
rante casi cinco años en el acervo del Departamento del Torno del agn
cambió mi mirada como historiadora.

19
.:. María Laura Osta Vázquez

Esta investigación quebró en mí estructuras emocionales e históri-


cas, trabajó con el apego y el desapego y sobre todo abrió horizontes
nuevos, despertando una gran sed por la justicia social del pasado.
La historia es mucho más que aquello que nos cuentan los libros clá-
sicos, que se restringe a los hechos realizados por grandes hombres. En
el pasado también hubo mujeres que enfrentaron grandes desaf íos y
obstáculos para permitir que sus crías vivieran, aunque hubieran sido
concebidas en condiciones poco favorables. Amaron en silencio, se
expresaron en un lenguaje que pocos entendieron, desearon fortuna,
buena vida, amor y amparo a su prole separada de sí. Se movieron en
secreto, en la intimidad de redes solidarias de mujeres. Las parteras,
por su lado, cumplieron con una función elemental: intermediar entre
las madres que no podían o no querían criar a sus hijos y las institucio-
nes católicas caritativas, pero enjuiciadoras de actos que se salían de la
moral cristiana esperada. Las nodrizas —un oficio casi olvidado— fue-
ron fundamentales durante el siglo xix, ya que uno de los principales
motivos de abandono era «la falta de leche y de recursos». Sin estas
dos condiciones era casi imposible que una criatura sobreviviera en esa
época. Las nodrizas, que muchas veces se perdieron en el vínculo del
apego que generaron con sus «hijos de leche», abandonaron su trabajo
para ser entonces madres adoptivas.
Esta obra surgió con un objetivo primordial: dar voz a quienes fueron
callados, traer a la luz a aquellos personajes que no se conocen, deste-
rrar las raíces de nuestra historia social, que está menguada por algunas
ausencias. En este crisol de miradas aparecen niños y niñas, parteras,
nodrizas, negras, indias, mulatas e inmigrantes.
Construir una historia de este tipo requiere una gran diversidad
de fuentes y metodologías, implica una mirada interdisciplinaria para
abordar de una forma más rica cada una de las fuentes. El problema
es cómo preguntamos a esas fuentes y de qué manera las analizamos,
indagando también por lo no dicho o no visto.
Fue así que valieron para esta investigación diversos objetos y do-
cumentos, como fotograf ías, estampitas, monedas, medallas, escapula-
rios, registros, informes médicos, actas de adopciones y de admisiones,
cartas, listas de compras de alimentos, vestimenta y mobiliario, denun-
cias, sentencias, memorias económicas, noticias y avisos periodísticos.
También enriqueció cada página de este libro todo lo que se ha publi-
cado al respecto en anales históricos, manuales médicos, bibliograf ía

20
.:. La infancia del torno

de contexto histórico y, por supuesto, las historias de la vida privada,


de la vida cotidiana y de la sensibilidad de nuestro país. En ese sentido
han sido fundamentales las numerosas obras de José Pedro Barrán, el
primero en visibilizar estos personajes y en recordarnos —como buen
discípulo de la Escuela de Annales— que la historia no solo fue hecha
por grandes hombres.

Infancia del torno, infancia situada

El primer y último dilema —porque todavía no lo resuelvo— que se


presentó es el de la limitación del lenguaje para expresar ideas. Elegí en
forma reflexiva varios de los conceptos que he utilizado. Cuando utilizo
el concepto infancia, no lo entiendo como un concepto abstracto y leja-
no, sino que denota y representa las vivencias de los niños y las niñas del
Asilo, pero además se refiere a los discursos creados sobre estos niños.
Partiendo de la idea de que los usos que se hacen del lenguaje son accio-
nes políticas, mi intención es visibilizar a esta infancia, pero principal-
mente que sean visibilizados tanto los niños como las niñas. Parto de la
idea de que la infancia no es un concepto estrictamente biológico, sino
que cada época, cada cultura y cada contexto socioeconómico genera
relaciones sociales que condicionan ciertas etapas de la vida de las per-
sonas. En este libro trabajaré con lo que denominaré infancia del torno,
que es la experiencia de vida de los niños y niñas montevideanos que
fueron depositados en el torno durante el siglo xix y configuraron otra
experiencia de la infancia.
En esta misma línea, las argentinas Llobet, Villalta y Zapiola y la uru-
guaya Cosse (2011), en su prólogo a Infancias: políticas y saberes en Ar-
gentina y Brasil, proponen la importancia de problematizar la infancia,
verla como «una expresión cultural particular, histórica, políticamente
contingente y sujeta a cambios» (p. 12). Partiendo de estas posiciones
teóricas, se intentará en esta obra resignificar el concepto de infancia
del torno, que siempre es una infancia situada, desde el punto de vista
político, educativo y médico.
La investigadora mexicana Beatriz Alcubierre Moya (2017), en su
obra Niños de nadie. Usos de la infancia menesterosa en el contexto bor-
bónico, postula que la infancia es un concepto retórico que no puede ser
explicado sin pensar en términos de utilidad y productividad, y que se

21
.:. María Laura Osta Vázquez

configura mediante vivencias concretas. Los que la autora llama niños


de nadie son aquellos que por sus circunstancias familiares (orfandad,
abandono o exclusión del ámbito familiar) han quedado bajo la autori-
dad pública (pp. 17 y 181). La infancia del torno, trabajada en este libro,
está conformada por criaturas que por distintas circunstancias queda-
ron a merced y bajo el cuidado de instituciones paraestatales al inicio (a
cargo de la Hermandad de Caridad, con el apoyo del Cabildo) y estatales
en la segunda mitad del siglo xix, cuyo broche final fueron las interven-
ciones del gobierno de Lorenzo Latorre en la gestión del Asilo.
Desde la perspectiva histórico-metodológica de la infancia podemos
definir tres enfoques. Uno consiste en visibilizar a la infancia como ac-
tores antes no percibidos por la historia, cuya existencia se busca ilu-
minar ante el silencio del discurso historiográfico. Un segundo enfoque
da voz a aquellos actores que se refirieron a la infancia y sus espacios:
los religiosos y las religiosas, los políticos, los médicos, los pedagogos,
los jueces, abogados, las y los benefactores, entre otros. Este enfoque se
ocupa de analizar lo que escribieron los pediatras sobre sus compor-
tamientos y formas de vivir, así como los maestros sobre sus procesos
de aprendizaje o qué posturas debían adoptar para sentarse, asearse o
alimentarse, o qué dijeron los jueces sobre sus derechos, cómo los juz-
garon y penalizaron en nuestra justicia, qué derechos y obligaciones les
adjudicaron los códigos civiles. El tercer enfoque metodológico que se
ha trabajado desde la historia de la infancia es el que busca generar un
espacio para poder oír su voz. Este es uno de los mayores desaf íos de
todos los investigadores de la infancia: encontrar la voz de los niños y
niñas en fuentes que la reproduzcan. En este tipo de trabajos, los cua-
dernos, los diarios íntimos, las cartas, los dibujos o sus testimonios en
las declaraciones judiciales han sido las fuentes más ricas.
Este libro se posiciona en el segundo enfoque metodológico: dar voz
a quienes definen y resignifican la infancia. En este caso: las nodrizas,
los médicos del Asilo, los maestros y maestras que trabajaron en las
escuelas del Asilo, los hermanos y hermanas de la caridad, los ayos o
cuidadores. Estos actores nos proporcionan elementos suficientes para
definir y resignificar el concepto de infancia huérfana y expósita.
Como plantea la mexicana Susana Sosenski (2015): «Los niños del
pasado parecen jugar a esconderse entre las páginas de la historia».
Ante la falta de fuentes que reflejen la voz infantil, todas sus acciones
suelen pasar por el filtro de una mirada adulta. Intentaré salir de esa mi-

22
.:. La infancia del torno

rada adultocéntrica para comprender mejor las formas de vivir y sentir


de esta infancia del torno.
La infancia del torno es una infancia situada, porque se diferencia
de sus coetáneas en varios aspectos. Los niños y niñas del orfanato se
destacaron, entre otras cosas, porque tempranamente sabían leer y es-
cribir. En el Asilo también aprendían habilidades como arreglar zapatos,
costura o carpintería, y hasta llegaron a formar un coro y una orquesta
infantil. Eran solicitados por todos los eventos sociales importantes de
la época, como la fiesta de Corpus Christi, Navidad y procesiones, para
acompañar con sus voces a los feligreses. Asimismo, durante la primera
etapa —preasilar o de la Cuna de Huérfanos y Expósitos en el predio del
Hospital de Caridad (1820-1850)—, algunos niños y adolescentes fueron
seleccionados para aprender y trabajar en el oficio gráfico en la mejor
imprenta montevideana de ese tiempo, la Imprenta de la Caridad (cf.
Berruti, Blau Lima y Garone Gravier, inédito).
Esta obra se podría enmarcar, también, dentro del parámetro de las
historias de la vida privada, historias que son privadas porque no han
sido sacadas a la mirada pública. Se desarrollan dentro del Asilo de Ex-
pósitos y Huérfanos, que en la segunda mitad del siglo xix, con el pro-
ceso de secularización que se da en el país, pasará de manos de privados
católicos a manos exclusivamente estatales, administrada por la Junta
Económico-Administrativa.
El historiador Georges Duby (1985), en el prólogo a la Historia de
la vida privada, habla sobre la delimitación entre el mundo público y
el mundo privado: «La definición de límites entre lo público y lo pri-
vado se construye históricamente, dando lugar a variaciones culturales
y políticas de un amplísimo espectro que no pueden ser contenidas en
forma adecuada dentro de un esquema rígidamente universalista y casi
invariante» (p. 23). Los autores uruguayos José Pedro Barrán, Gerardo
Caetano y Teresa Porzecanski (1996), en su versión de Historias de la
vida privada en el Uruguay, dan un paso más y presentan las dificulta-
des para delimitar ambas esferas. Ellos hablan de la publificación de lo
privado. Se refieren a la imposibilidad de establecer una dicotomía entre
esos dos ámbitos.
Las historias de la infancia del torno son historias de fronteras, entre
lo público y lo privado, entre instituciones particulares y estatales, en-
tre los ciudadanos hombres, orientales y blancos y las inmigrantes, las
negras, las mulatas, las madres solteras, las nodrizas, las parteras y los

23
.:. María Laura Osta Vázquez

huérfanos cuyo campo de acción se ha desarrollado dentro de las pare-


des del Asilo. Sus acciones fueron doblemente invisibilizadas: por sus
contemporáneos y por la historiograf ía oficial.
También las obras de Daniela Bouret, Gustavo Remedi y Silvia Rodrí-
guez Villamil Escenas de la vida cotidiana, de 2006 y 2009, que abarcan
los siglos xix y xx, continúan la idea de esta publificación de lo privado
en la historiograf ía uruguaya. Abordan temáticas de la vida cotidiana
como los vicios, las diversiones, la moral, las enfermedades, el tiempo
y las visiones que las clases sociales tenían de sí mismas. Lo que era
trabajar, ser un buen ciudadano, un buen padre y una buena madre son
algunas de las concepciones que dichos investigadores trabajan. A esto
habría que sumar el aporte de la historia y la teoría de las emociones, un
campo bastante nuevo que abre un espacio en la historia social.
Entiendo que la sociedad es un campus, en el sentido bourdiano,
donde estos actores están en relaciones de poder, y que, para su análisis,
mi visión está influida por los lentes de la categoría género. No podría
aislar a las nodrizas para entender su profesión y su función en la socie-
dad; analizaré sus formas de relacionarse y de lograr que su descenden-
cia sobreviviera a pesar de sus condiciones sociales o económicas.
Silvia Rodríguez Villamil (1992: 74) afirma: «[…] gran parte de la his-
toria de las mujeres se desenvuelve en un marco cotidiano muy poco
espectacular y alejado de las esferas de poder. Por eso sus huellas se
han perdido. Nadie se ha ocupado de registrarlas y así han quedado las
mujeres […]», perdidas en el relato histórico. De esta manera, uno de los
máximos desaf íos que presenta esta investigación es el acceso a fuentes
y bibliograf ía que permitan reconstruir el modo de ser y vivir de estas
mujeres y criaturas olvidadas.
Este tipo de historias enfrenta grandes obstáculos y limitaciones por-
que no hay registros de la actividad más allá de lo publicado en la prensa
o en la propia institución —como los informes de las inspectoras de no-
drizas y de los médicos y las denuncias legales de la época—. Buscar las
voces silenciadas de estos personajes implica detenernos en lo no visto
o lo no dicho. Es dif ícil, pero vale la pena el intento.
Esta obra está compuesta por seis capítulos. El primero es introduc-
torio y contiene una breve historia institucional del Asilo de Expósitos
y Huérfanos de Montevideo. En el segundo, «Conceptos situados. La
historia del expósito, la caridad, la infancia, las huérfanas y el torno», se
deconstruyen y redefinen algunos conceptos estructurales de esta obra,

24
.:. La infancia del torno

y se demuestra que cada concepto tiene su arqueología e historicidad.


En el capítulo tercero, «Asilados y alistados: historias de abandonos y
adopciones en el siglo xix», se trabaja sobre las prácticas del torno y del
abandono desde una perspectiva cualitativa y cuantitativa a partir de los
registros del Asilo de Expósitos y Huérfanos. También se analizan los
egresos de estos niños y niñas a través de los reclamos, las adopciones,
las custodias y el tutelaje.
En el cuarto capítulo, «Puertas adentro, relatos de cuerpos observa-
dos por la mirada médica, pedagógica y jurídica», nos enfocamos en el
interior del Asilo, donde entramos como observadores de este mundo
infantil mediante algunos relatos médicos, pedagógicos y jurídicos so-
bre sus acciones, formas de vivir y sentir. En el quinto, «Las nodrizas
bajo el control del discurso médico», trabajamos sobre cómo el discur-
so médico higienista influyó en el declive de la profesión de las nodri-
zas que se observa a finales del siglo xix. El último capítulo, «Señales y
huellas de un lenguaje simbólico», se analizan los objetos que madres y
padres dejaron a sus criaturas en el torno, identificados como huellas y
señales de emociones y sentires del siglo xix.
Espero que quienes lean esta obra puedan disfrutar de conocer a cada
uno de estos actores y entender que la historia es mucho más compleja
que como a veces se presenta. Buena lectura.

25
.:. La infancia del torno

Introducción a la historia
del Asilo de Expósitos
y Huérfanos de Montevideo

L a historia de lo que fue la Inclusa o el Asilo de Expósitos y Huérfanos


debe enmarcarse en un período que no fue homogéneo, sino que
reconoce al menos dos etapas o procesos bien definidos que acompa-
ñaron las transformaciones del siglo xix. Procesos culturales, políticos
y económicos desembocaron en un quiebre durante la segunda mitad
del siglo xix.
Si tomamos la división cultural que hace José Pedro Barrán entre la
barbarie y el disciplinamiento, podemos decir que la Inclusa perteneció
al período de barbarie, cuando la muerte y la vida tenían el mismo nivel
de presencia cotidiana; cuando existía una sensibilidad más laxa, más
cercana a la muerte y al dolor f ísico, más distendida en las formalidades
y la educación; cuando la infancia no era concebida como una etapa
especial, sino simplemente como el preámbulo de la adultez temprana.
En la segunda mitad del siglo —lo que Barrán llama período de dis-
ciplinamiento—, se inicia el proceso de secularización, cuando el esta-
tismo del gobierno comenzó a cobrar protagonismo, disfrazando sus
prácticas autoritarias, y empezó a consolidarse la incipiente economía
capitalista. En esta segunda mitad del siglo la sociedad montevideana
se vio impregnada del higienismo como forma de vivir y convivir. Este
rápidamente invadió las escuelas, junto con la reforma vareliana, los
hospitales y los hogares. La voz del médico cobró cada vez más poder y
autonomía. Sus tratados y consejos se transformaron en la biblia de un
rebaño que comenzaba a separarse de su antiguo pastor y que, sediento

27
.:. María Laura Osta Vázquez

de un guía que sustentara una nueva moral, transformaba sus prácticas


sin cuestionar de ningún modo el discurso médico.
La Inclusa fue el nombre con que se bautizó al primer orfanato de
nuestro territorio, haciendo alusión a las inclusas surgidas en España en
el siglo xvi. Esta institución, al igual que su homónima bonaerense de
1779, poseía un torno1 donde se dejaba en forma anónima a bebés me-
nores de dos años. Tales prácticas fueron similares en diversos pueblos y
ciudades del mundo occidental. La Inclusa de Buenos Aires —a diferen-
cia de la de Montevideo, que nació en el marco de la Provincia Cisplati-
na— fue fundada por el virrey Vértiz con cédula real española (Moreno,
2000). La Inclusa montevideana surgió por iniciativa del padre Dámaso
Antonio Larrañaga y fue apadrinada por el portugués Sebastián Pintos
de Araujo Correa, gobernador de Montevideo en 1818. Como no se dis-
ponía de medios económicos para establecerla en un edificio propio, se
decidió integrarla al del Hospital de Caridad, que existía desde 1788.2
Antes de la Inclusa, la infancia expósita montevideana tenía ciertos
destinos preestablecidos: las puertas de las familias pudientes, las puertas
de las iglesias, la Inclusa de Buenos Aires o, en última instancia, el río en
Montevideo. «El Padre Larrañaga alivió la carga de muchos pobladores
de la ciudad enviando, a sus expensas, a la Casa de Expósitos de Buenos
Aires muchos de esos niños abandonados» (Algorta Camusso, 1922).
El conocido intelectual y cronista Isidoro de María (1957: 15-16), en
1864, se retrotraía a este escenario:

Doloroso era el cuadro que ofrecían con frecuencia muchos niños


recién nacidos que madres desgraciadas separaban de su seno, encon-
trándose expuestos á las puertas de las casas, en el pórtico de los tem-

1 En el siglo xix el torno se describía como «Máquina de base circular dividida en varios
compartimientos que se adaptan a un hueco o ventana practicada en una pared; por
ellos se introducen los objetos que se quiere, los cuales pasan en la parte inferior dando
vueltas a dicha máquina, trasmitiéndolos de esta manera a otras personas sin necesidad
de verlas. Se usa en los conventos de monjas, casas de expósitos, cárceles, etc.». Nuevo
diccionario de la lengua castellana. Que comprende la última edición de la Academia
Española. México: Librería de Ch. Bouret. 1890. Biblioteca agn.
2 En el siglo xvi, en la ciudad flamenca de Enkuissen, luchaban por cuestiones religiosas
españoles y holandeses. Un soldado español encontró en una iglesia un cuadro que
representaba a la Virgen de la Paz rodeada de ángeles y con un niño a sus pies, lo llevó
y obsequió al rey Felipe II. Este lo donó a la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y
las Angustias, que tenía entre sus tareas recoger y dar cobijo a expósitos de Madrid. En
el Convento de la Victoria la pintura fue entronizada y pronto se convirtió en objeto de
gran devoción. Nació así la advocación de la Virgen de la Inclusa (en lugar de Enkuissen,
dif ícil de pronunciar).

28
.:. La infancia del torno

plos, ó arrojados en los huecos sin vida […] Insoportable era por otra
parte, el peso que gravitaba sobre las familias más acomodadas ó cari-
tativas que por compasión los recogían de sus umbrales, en términos
de haber señora que llegó á recibir hasta doce huérfanos.

Como antecedente de su fundación, diez años antes se había pre-


sentado en el Cabildo la moción para crear un hogar que recibiera a
las viudas y los huérfanos que quedaron como saldo de las invasiones
inglesas (Costa, 1919: 73-77). Se encomendó al arquitecto Tomás Toribio
el diseño de la primera casa cuna, pero el arquitecto realizó un «proyec-
to ambicioso y desproporcionado para la capacidad de las arcas de la
ciudad» (Rey, 2006).
El padre Larrañaga y el gobernador Pintos de Araujo Correa pre-
sentaron la iniciativa ante el Cabildo diez años después. Jorge Lockhart
(1982: 32) destaca que el gobernador Araujo fue un hombre especial-
mente comprometido con la causa de los expósitos, ya que apoyó la mo-
ción de Larrañaga donando 100 pesos mensuales de su propio salario.
Con este gran apoyo, finalmente, en 1818 se levantó la Inclusa de Mon-
tevideo a los fondos del Hospital de Caridad. Era una construcción con
paredes de ladrillo asentado en barro, techo de tejas y piso de ladrillo.
Tenía en este primer tiempo seis piezas y un patio (Soiza Larrosa, 1989).
Existen pocas descripciones del interior de la Inclusa. Escuetas refe-
rencias contenidas en un acta de sesión de 1828 de la Junta de Gobierno
de la Hermandad de San José y Caridad nos permiten imaginar el limita-
do espacio con que contaban, ya que las piezas eran angostas, bajas y, por
lo tanto, no apropiadas para el cuidado de enfermos y niños. Las camas
estaban tan juntas que casi nada cabía entre ellas. Por otra parte, podían
albergar apenas una sexta parte de la demanda de infantes; los demás se
alojaban en la casa de nodrizas contratadas por la Hermandad de Caridad.
Algunos de los inconvenientes edilicios fueron superados en 1825, con
la demolición del edificio del Hospital de Caridad y la construcción de
otro más amplio, con nuevas reparticiones tanto para el hospital como
para la casa cuna. Quien proyectó el nuevo edificio fue José Toribio, el
hijo de quien había presentado un boceto del orfanato en 1808.3 El nue-

3 José Manuel Toribio, hijo de Tomás Toribio, maestro mayor de Reales Obras de Mon-
tevideo, vino de España con sus padres en 1799. Si bien no era arquitecto, aprendió el
oficio de diseñar y construir de su padre, arquitecto egresado de la Real Academia de
San Fernando de Madrid. José Toribio llegó a ser maestro mayor de Obras de Montevi-
deo desde 1829 hasta su muerte, en 1858. Entre sus obras más importantes destacan el

29
.:. María Laura Osta Vázquez

Fachada del
Hospital de
Caridad con las
habitaciones
de la Inclusa.
Pintura reali-
zada por Juan
Manuel Besnes
e Irigoyen en
1825. agn.

vo edificio se construyó teniendo en cuenta el crecimiento poblacional


y buscando contar con un mejor hospital y casa cuna para Montevideo.
En la entrada de la Inclusa estaba el torno, con una placa de mármol
que decía: «Mi padre y mi madre me alejan de sí, la caridad divina me
recoge aquí». Según Isidoro de María, esta inscripción la había puesto
Dámaso Antonio Larrañaga, imitando una igual que había en la Inclusa
de Buenos Aires. El torno daba hacia la calle (Soiza Larrosa, 1989) y fue
trasladado cuando el Asilo tuvo su propio edificio, en las actuales calles
San Salvador y Juan D. Jackson. En 1933 fue suprimido.4
El torno «respondió a las necesidades de una época, siendo poste-
riormente sustituido por la Oficina de Admisión Secreta, establecida
por el Prof. Morquio» (Piaggio Garzón, 1944). Se buscó evitar la llegada
de la infancia huérfana y expósita a través del torno, por considerarlo
antihigiénico, insalubre y causante de mortalidad. Luis Morquio tam-
bién esgrimía que el abandono anónimo eximía de responsabilidad mo-
ral a sus progenitores. La Oficina de Admisión Secreta recibía bebés en

Hospital de Caridad, con frente a la calle 25 de Mayo (1825), la planta alta del Cabildo
(1830) y la casa de Montero (1831), que es hoy el Museo Romántico.
4 Cfr. mhn, carpeta 630, año 1828, y en Turnes y Berro Rovira (2012).

30
.:. La infancia del torno

un lugar que ofrecía «seguridad, protección y salubridad». A Morquio


se lo reconoce como el fundador de la pediatría en el Uruguay, ya que
fue uno de los primeros médicos de niños y niñas, y el orfanato fue su
primera y experimental clínica. Posteriormente sorprendió a la socie-
dad con la fundación de la Sociedad de Pediatría y con las clases de Clí-
nica Pediátrica y Puericultura que dictaba en la Facultad de Medicina.
En la memoria de 1826 de la Hermandad se describen las nuevas
áreas de la Inclusa: abajo, las habitaciones de las niñas y arriba, las de
las niñas adolescentes; también abajo, el torno, las habitaciones de los
lactantes y las de los varones; arriba, las de los varones púberes con sus
maestros. El nuevo edificio contaría con una sola entrada general, pero
con separación e independencia para cada rama.5
La Inclusa continuó dentro del hospital hasta 1857, casi cuatro déca-
das desde su fundación. Ese año Montevideo fue afectada por una epi-
demia de fiebre amarilla. Para proteger a los infantes de tan contagiosa
enfermedad, los trasladaron temporalmente a una casa rentada, en 18 de
Julio 1457 bis, esquina Vázquez, conocida como la casa de Vidal. Serviría
principalmente para recibir a las criaturas que finalizaban la lactancia
con las amas de leche y reingresaban al Asilo. También la casa cuna
estuvo instalada unos años en una finca en las actuales calles Héctor
Gutiérrez Ruiz y Soriano (Piaggio Garzón, 1944).
En 1865, los herederos de la casa de Vidal reclamaron la devolución
de la propiedad. La Comisión de Señoras alquiló entonces una amplia
casa en la calle Paysandú, entre Vázquez y Tacuarembó, que se usó du-
rante diez años, hasta que la institución se trasladó a su definitivo local,
en la calle Gonzalo Ramírez (Bauzá, 1966).
En junio de 1856 la Sociedad de Beneficencia de Montevideo envió
una nota a la Junta Económico-Administrativa en la que proponía fun-
dar una Casa de Asilo para Expósitos y Huérfanos en un edificio pro-
pio.6 Esta idea fue aceptada por la Junta, pero recién en enero de 1871
se concretó la donación del terreno donde se levantaría la nueva sede.
Según Julio Bauzá, el predio fue donado por Arsenio Lermitte y Román

5 Hermandad de Caridad de Montevideo (1826), Junta de Gobierno: Memoria Instructiva


del origen, estado, rentas, gastos y administración de la Hermandad de Caridad de Mon-
tevideo, que por vía de informe presentó la Junta de Gobierno de la misma al Illo. y Exmo.
Sr. Presidente de la Provincia. Imprenta de la Caridad, Montevideo. agn, Fondo ex aga,
Libro 702, folios 248 a 263.
6 Cf. Osta Vázquez (2016), Piaggio Garzón (1944), Lockhart (1982), Algorta Camusso
(1922), Jaureguy (1946), Bauzá (1966), De Castro (2019).

31
.:. María Laura Osta Vázquez

Fernández, quienes establecieron como requisitos que se destinara a


asilo de expósitos y huérfanos, que se crearan dos escuelas —una para
varones y otra para niñas, destinadas tanto para la población del asilo
como para el vecindario— y que se construyera una capilla. La Comi-
sión de Señoras consideró que podía hacerse cargo de la escuela de ni-
ñas (Bauzá, 1966).
Sin embargo, en los registros del Archivo General de la Nación consta
la carta de donación firmada por Nicolás Migone7 el 30 de marzo de 1870:

Dono a perpetuidad a la Sociedad de Beneficencia Pública de Se-


ñoras de Montevideo, todo el terreno que poseo en la manzana entre
las calles Gavoto [sic] y Magallanes, frente al norte a la calle Cane-
lones, con un área de cinco a seis mil metros aproximadamente con
la expresa condición de edificarse en el Hospicio de Espósitos [sic] y
Huérfanos.8

El 1 de enero de 1873 se colocó la piedra fundamental del Asilo de


Huérfanos y Expósitos. El proyecto era del arquitecto francés Víctor
Rabú y la obra fue adjudicada al constructor Bernardo Poncini. Ocupó
toda la manzana delimitada por las actuales calles Jackson, San Salva-
dor, Eduardo Acevedo y Gonzalo Ramírez. El edificio fue inaugurado en
1875.9 Luego se edificó enfrente, sobre la actual Gonzalo Ramírez, otro
establecimiento que sería la enfermería del Asilo y más tarde, de 1922 a
1983, el Hospital Pedro Visca.
El nuevo edificio del Asilo constaba de dos plantas. En la planta baja
estaban la cuna, la capilla y la escuela externa, el comedor, los dormito-
rios, los talleres de zapatería, carpintería y sastrería, la cocina, la carnice-
ría y la colchonería. En la planta alta se instalaron dos reparticiones inde-
pendientes, una para varones pequeños y otra para niñas (Maeso, 1910).

7 Nicolás Migone nació en 1817 en Italia y llegó al Uruguay siendo niño. Primeramente
la familia se radicó en Paysandú, donde compró el famoso Saladero Sacra. Hombre de
gran sensibilidad social, Migone ayudó a las poblaciones más indefensas, entre ellas las
lavanderas; construyó piletones para que no tuvieran que trasladarse tan lejos y tam-
bién viviendas humildes para que sus familias pudieran radicarse más cerca de los arro-
yos donde lavaban. El lugar fue llamado barrio de las Lavanderas o barrio Migone. Fue
uno de los mayores colaboradores de los franciscanos, cooperador de los capuchinos y
salesianos. Murió siendo terciario franciscano. (Datos extraídos de Barbieri, 1933.)
8 Carta de Nicolás Migone a la presidenta de la Sociedad de Beneficencia, María Antonia
Argell de Hocquard, en Asilo de Expósitos y Huérfanos. Varios. 1867-1871. Consejo del
Niño. Torno. agn.
9 Cf. La Tribuna, Montevideo, 17 de octubre de 1875.

32
.:. La infancia del torno

Fachada del
Asilo (Archivo
histórico del
Departamento
de Historia de
la Facultad de
Arquitectura,
Universidad de
la República)

En 1906 se presentó un proyecto de ley de creación de un nuevo asilo,


en Punta Carretas, liderado por el Dr. Luis Piñeyro del Campo, pero la
iniciativa no prosperó.
En el marco de la Ley de Asistencia Pública Nacional, de 1910-1911 el
Asilo de Expósitos y Huérfanos pasó a llamarse Asilo Dámaso Antonio
Larrañaga.
En 1951 se produjo un derrumbe en un sector del edificio, lo que llevó
a que en agosto el edificio fuera evacuado.10
En 2017 se construyó la Facultad de Información y Comunicación
de la Universidad de la República en la manzana que había ocupado
el Asilo. Se conservan la puerta principal, sobre la calle San Salvador
(conocida como portal de Rabú), las bóvedas del subsuelo y la iglesia de
Nuestra Señora del Huerto y San José.11

10 Cf. Breve historia de un edificio que yace en completo abandono. Recorte de periódico s/n,
s/f. Instituto de Historia de la Arquitectura, Facultad de Arquitectura, Universidad de
la República.
11 Cf. en De Castro (2019).

33
.:. María Laura Osta Vázquez

Interior y
plano del
Asilo (Archivo
histórico del
Departamento
de Historia de
la Facultad de
Arquitectura,
Universidad de
la República)

34
.:. La infancia del torno

Conceptos situados.
La historia del expósito,
la caridad, el abandono,
la infancia huérfana y el torno

E n este capítulo me propongo analizar las variaciones y las significa-


ciones que tuvieron algunos conceptos clave para el siglo xix mon-
tevideano, vinculados a lo que fue la infancia del torno. Existen limita-
ciones para contextualizar los conceptos; las historiadoras nos valemos
de las fuentes que encontramos, que, si bien son diversas y muy ricas
en este caso, siempre son limitadas, y nos dejan la marca de que son
lecturas y discursos tejidos, que dif ícilmente llegan a reflejar la realidad
tal cual fue.
Los conceptos varían de acuerdo a los contextos históricos, cultura-
les y económicos; no son significados estáticos, sino variables. Coincido
con Koselleck cuando afirma: «El significado y el uso de una palabra
nunca establece una relación de correspondencia exacta con lo que lla-
mamos la realidad» (Koselleck, 2006, 36). Ante las variaciones cultura-
les y sociales de cada época, lo que llamamos realidad —o sea, los va-
lores, las prácticas— siempre demanda ser resignificado. Sin embargo,
existen elementos o conceptos que perduran, o que se transforman más
lentamente; elementos de larga duración —en el sentido braudeliano—
que permanecen ante las variaciones inexorables de los acontecimien-
tos. Estos elementos dan identidad y continuidad a algunos procesos o
instituciones. Un ejemplo es el concepto y la práctica del asilamiento.
El asilamiento de la infancia, de los mendigos, los dementes o las
jóvenes sin moral fue un fenómeno que se dio durante todo del siglo xix

35
.:. María Laura Osta Vázquez

en Uruguay, propio de una mentalidad higienista y moralista que bus-


caba separar y clasificar a sus habitantes según sus condiciones sociales,
económicas y morales. A pesar de los esfuerzos de las sucesivas autori-
dades y profesionales del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay
(inau), el concepto de infancia asilada o institucionalizada continúa
siendo la primera opción en el inconsciente colectivo social e institu-
cional. Todavía hoy se espera que el mejor destino para un niño o niña
abandonados sea la institucionalización antes que una familia.
Fuera de algunos elementos que permanecen, conceptos como cari-
dad, infancia, huérfano, expósito, torno y abandono tienen una histori-
cidad constructora de los significados que denuncia prácticas sociales
aplicadas en cada época. Deconstruir algunos de esos conceptos con
una mirada histórica puede ayudar a entender las formas de vincularse,
de sentir y vivir en el siglo xix montevideano.

1. Ser expósito, un estigma social

El concepto de expósito prácticamente ha desaparecido del lenguaje


cotidiano; sin embargo, queda un remanente que nos recuerda lo que
fue, y es en forma de apellido. Para resignificar este concepto ya en des-
uso, es necesario diferenciarlo del de huérfano, porque sus propios con-
temporáneos hicieron esta distinción.
El Asilo de Expósitos y Huérfanos fue creado con el objetivo principal
de albergar a la infancia huérfana y expósita, pero, ante la demanda de
aquellos que escapaban de esta condición, se vieron en la necesidad rede-
finir su identidad. En una carta, la presidenta de la Sociedad de Beneficen-
cia, Águeda S. de Rodríguez, afirmaba que durante los años 1860 y 1870
el Asilo se había convertido en «casa de pupilaje de niños particulares
con padres deudos» y denunciaba: «Existen […] solamente veinte y ocho
de los verdaderos hijos de la casa, no obstante, esta se halla ocupada por
triple número de extraños a su institución y fundamento».12 Madres que
trabajaban y dejaban allí a sus hijos para que los cuidaran, y los visitaban
regularmente; hijos de madres o padres enfermos dejados temporaria-
mente hasta su recuperación; jueces que ponían a las criaturas en el Asilo
mientras transcurrían los juicios o mientras las madres cumplían las con-

12 «Memoria de la Comisión Extraordinaria encargada de los cometidos de la Junta E.


Administrativa», 1865-1867, 1872.

36
.:. La infancia del torno

denas en las cárceles; hijos de inmigrantes dejados hasta que los padres
conseguían trabajo; estos eran algunos de los argumentos que utilizaban
cuando solicitaban por escrito la admisión de sus niños en el Asilo.
Según el censo de 1860, Montevideo tenía una población de 58.000
habitantes y el Asilo albergaba casi 100 criaturas, o sea, el 0,2 % de la
población. A medida que el siglo avanzaba, la población en el Asilo se
multiplicó, sobre todo cuando la institución se trasladó al edificio nuevo
(1875), donde llegó a albergar más de 790. Esta multiplicación acompañó
el aumento de la población que se produjo a fines del siglo por el gran
aporte migratorio recibido, que llevó a que en 1889 Montevideo alcan-
zara los 215.000 habitantes según el censo de ese año.13 Finalmente, la
Junta Económico-Administrativa (jea) de Montevideo decidió sacar del
lugar a todos los niños que no fueran huérfanos o expósitos.
Hasta la década de 1880 hubo, incluso para las autoridades, algu-
nas confusiones con respecto a las definiciones de infancia expósita y
huérfana. Esta necesidad de diferenciar ambas categorías se refleja cla-
ramente en las memorias elevadas por el «Asilo de Espósitos Huérfa-
nos» a la Junta Económico-Administrativa de 1866, 1867 y 1872, donde
se destinan apartados a definir cada concepto. En 1877, el Director de
Estadística General de la JEA, el Señor Adolfo Vaillant, llegó a solicitar a
la Comisión de Caridad, la autoridad administrativa de todos los “Esta-
blecimientos asistenciales de la Caridad”, que el Asilo diferencie los mo-
vimientos de cada grupo, sus muertes, entradas, reclamos y adopciones:

Ignoro si los niños de ambas categorías son espositos [sic] y las


condiciones en las que se reciben los huérfanos en el Asilo. En fin, el
movimiento que necesito tener por separado es el de los espositos en-
trados en cada año, con su sexo y edad, los fallecidos, los reclamados o
adoptados, como lo indican los estados que recibí, pero cuya designa-
ción no me permite distinguir los verdaderos espositos de los demás.14

Pero ¿cuáles serían las diferencias entre uno y otro concepto? Un


huérfano era aquel que tuvo padres presentes en algún momento, pero
que por determinadas circunstancias ya no se encontraba con ellos y
debió ser entregado al Asilo. Los motivos de orfandad que se presen-

13 Cf. Reyes Abadie y Vázquez Romero (1998: 624).


14 Carta de Vaillant al presidente de la Junta Económico-Administrativa, Carlos S. Viana,
3 de mayo de 1877. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1877-1878. Varios. Consejo del
Niño. Torno. agn.

37
.:. María Laura Osta Vázquez

taban eran variados: muerte de los padres —por enfermedad, parto o


guerra—, alcoholismo y delincuencia.
En las memorias mencionadas de 1871-72 se define la categoría huér-
fanos:

En esta condición existen amparados en el Asilo de Espósitos [sic] a


los niños de ambos sexos que se expresan a continuación, pues siendo
su procedencia distintos de aquellos [de los expósitos], no figuran en
la estadística de aquellos porque tampoco presupuestan no obstante
hallarse bajo las mismas condiciones. Su entrada al establecimiento
ha dependido por desamparo algunos, habiendo fallecido sus padres,
por demencia de estos en otros, y también por diversas circunstancias
desgraciadas que esta corporación ha tenido que atender.15

A partir de esta definición se puede entender que los huérfanos eran


aquellos hijos de padres fallecidos, o los desamparados por demencia o
«por diversas circunstancias desgraciadas»; en este rubro entrarían los
padres presos, en pobreza extrema o enfermos.
Definido el término huérfano, pasemos al de expósito. Este término
proviene del latín exposĭtus, ‘expuesto’, que significa ‘puesto fuera’, ‘saca-
do’, en referencia a la práctica de poner fuera al recién nacido no desea-
do. Esta práctica fue llevada a cabo por muchos pueblos primitivos con
intención casi de infanticidio, pero dejando abierta una posibilidad de
sobrevivencia si alguien recogía a la criatura. En un diccionario de 1854
se definía expósito como: «adj. Se aplica al niño echado a las puertas de
alguna iglesia. Expositus infans. Abandonado».16
Según José María Portillo, la palabra expósito deriva, pues, de dicha
costumbre, impuesta por las acuciantes condiciones sociales, de dejar
expuestos a los niños cuyos padres no querían o no podían criar (1987:
36-51).
Ser expósito era una condición social que estigmatizaba a la per-
sona durante toda su vida. Aunque fuera adulta, casada, hubiera sido
adoptada o tuviera una profesión, se la continuaba llamando así. Esto
se observa en varios documentos donde aparecen solicitando su dote o

15 Memorias de la Comisión Extraordinaria encargada de los asuntos de la Junta Económi-


co-Administrativa desde el 15 de octubre de 1871 hasta el 31 de diciembre de 1872. Montevi-
deo: Imprenta a vapor El Siglo, 1873.
16 Diccionario español-latino. Por Manuel de Valbuena. París: Librería de Garnier Herma-
nos, 1854.

38
.:. La infancia del torno

depósitos personas adultas que se autodenominan «el expósito Pedro»


o «la expósita Juana».
El término ha desaparecido del habla coloquial desde hace varias dé-
cadas, junto con el de casas de expósitos. Ya en 1902 el Dr. Morquio
notaba este desuso: «Hoy no se emplea ya esta palabra, que ha sido sus-
tituida por la de abandonado para referirse al recién nacido del que se ha
deshecho la madre…» (Morquio, 1902). En esta línea, en 1911 se cambió
el nombre del Asilo de Expósitos y Huérfanos por el de Asilo Dámaso
Antonio Larrañaga.
Hoy en día ya no se encuentran casas de expósitos y la palabra se uti-
liza únicamente como apellido, en cuyos orígenes hay algún antepasado
que vivió en el Asilo, lo que confirma la estigmatización que sufrían las
personas que un día habían sido «expuestas a la caridad». Se era expó-
sito toda la vida.

2. Infancia abandonada

Como expresaba el Dr. Luis Morquio a inicios del siglo xx, el término
expósito fue dando paso al de niño abandonado. Esta idea de «abando-
no» clama la necesidad de ser resignificada a partir de las prácticas y
discursos sociales, políticos y culturales, incluso es cuestionable si es
legítimo hablar de «abandono» para referirse a la práctica de dejar en el
torno a los niños y niñas.
Según el citado diccionario de 1854, abandono es: «Abandonar y
abandonarse. Despreciado. Niño abandonado. Estar abandonado, sin
honra. Abandonar: a la providencia, a la voluntad de Dios».17 En estas
definiciones de la época, el concepto de abandono se relaciona con la
providencia o voluntad Divina. Abandonar podría ser también ‘dejar
en manos de Dios’. El torno era expresión de la caridad divina, como lo
expresaba el cartel que tenía arriba. En este punto podemos afirmar que
los padres abandonaban a sus hijos en el torno porque este era símbolo
de la caridad divina, que los protegería durante su ausencia.
El Segundo Congreso Panamericano del Niño, de 1919, declaraba:
«Repútase abandonado todo niño cuya subsistencia y educación no es
atendida convenientemente por los padres por carencias de medios ma-

17 Diccionario español-latino. Por Manuel de Valbuena. París, Librería de Garnier Herma-


nos, 1854.

39
.:. María Laura Osta Vázquez

teriales, sea a causa del ambiente en que se desarrolla, sea por razón de
la idiosincrasia del menor» (Iglesias y Erosa, 2018).
Ya el cuarto Congreso Panamericano del Niño, de 1924, se refería,
además, a las causas de abandono: «Que las causas principales del aban-
dono infantil son la crisis de la familia, la orfandad, los vicios, especial-
mente el alcoholismo, la ignorancia y la miseria, las estrecheces deriva-
das del actual régimen económico, la falta de protección a las madres
solteras y determinadas anormalidades de los niños» (Iglesias y Erosa,
2018).
Según el Diccionario de la Real Academia Española en su última
edición, abandonar es «Dejar solo algo o a alguien alejándose de ello o
dejando de cuidarlo».18 Si lo contextualizamos en el torno, a las criatu-
ras no las dejaban solas, sino en un lugar donde las recibían y acogían,
pero quienes lo hacían se separaban f ísicamente de ellas temporaria o
definitivamente.
El término abandono es raramente empleado por los actores de la
época en los documentos trabajados. Ellos hablan de niños dejados, de-
positados, puestos o echados en el torno. Existen casos en que se empleó
esta palabra, pero en otros contextos. Por ejemplo, en una carta donde
el presidente de la Comisión de Caridad le escribe a la presidenta de la
Sociedad de Beneficencia, Águeda S. de Rodríguez, para presentarle a
«dos menores», Ernesta y Laudamia, «Encontrándose en el mayor des-
amparo por abandono que ha hecho de ellas su Padre».19 Aquí el térmi-
no abandono es empleado en el sentido definido por la RAE: un padre
deja solas a sus hijas y la Comisión de Caridad las lleva ante el Asilo para
que las reciban.
Otro ejemplo del uso del término abandono nos deja una carta de
1887 de una mujer llamada Rosa, «hija de la casa» (o sea, una huérfana
o expósita que vivió en el Asilo), dirigida a la directora de la Sociedad
de Beneficencia, Rosalía Artigas de Ferreira. En esta carta Rosa habla
de abandono, pero este es un abandono de su marido hacia ella y sus
cuatro hijos: «Con el abandono que ha hecho mi marido de mí y de
los hijos…».20 Parecería que el abandono se limitara al ámbito privado,
aquel realizado por padres o maridos dentro de los hogares; en cambio,

18 Diccionario de la Real Academia Española, 23.a edición, 2014. Disponible en http://dle.


rae.es/?id=01yxXv6.
19 Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1880-1884. Varios. Carpeta 3. Consejo del Niño. Torno.
agn.
20 Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1886-1887. Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.

40
.:. La infancia del torno

cuando era llevado al Asilo a través del torno, el niño era depositado, no
abandonado.
En 1883 una partera denunció al Asilo a través de una carta por tener
el torno cerrado en la madrugada. Relató que, cuando llamó para que
le abrieran, la hermana «tornera» salió gritando «que aquellas horas no
eran para depositar ninguna criatura porque no la dejaban dormir y que
viniese de día para hacer el depósito».33 Cuenta la partera: «[…] se me
confió una criatura para depositarla en el torno»21 y termina explicando
que tuvo que tirar la criatura al mar, lo que nos muestra con sarcástica
naturalidad la cercanía y la cotidianidad de la muerte de la infancia, so-
bre todo de estas «criaturas» que eran confiadas a la «caridad».
Al encontrarnos que el 90 % de las criaturas dejadas en el torno te-
nían señal para una futura recuperación por sus familiares, confirma-
mos la idea que esta práctica no significaba un abandono, sino un dejar
temporario.
El ya mencionado Dr. Luis Morquio, que se inició como médico de
niños en el Asilo y es considerado el fundador de la de la Medicina de
niños universitaria (Gorlero Bacigalupi, 1978), fundador de la pediatría y
la puericultura uruguayas y por ende de la Sociedad Uruguaya de Pedia-
tría (Turnes), definía: «Abandonado es el niño huérfano, el niño cuyos
parientes sufren privaciones o cuya madre ha sido abandonada, es sobre
todo abandonado el niño de madre soltera […] el niño abandonado debe
caer bajo la tutela del Estado» (Morquio, 1916: 35). Diferenciaba al niño
abandonado del niño amparado: «Niño abandonado es aquel que ha
llegado al Asilo sin dejar ningún antecedente de su origen, no hay quien
se preocupe por él. Niño amparado es aquel traído por personas que se
interesan y lo siguen…» (Morquio, 1916: 35).
El Dr. Roberto Berro22,discípulo dilecto de Morquio en el campo de la
nueva Pediatría social, distinguía dos tipos de abandono, el material y el
moral. El abandono material se produce cuando los padres no pueden,
circunstancial o definitivamente, hacerse cargo de su hijo y lo entregan
al cuidado de manos ajenas, pero no existe un desamor, una indiferencia
o una irresponsabilidad —afirma el médico—. A través de la lectura y el
análisis de las notas, cartas y señales que los progenitores dejaban en el
torno junto con sus hijos, encontramos que las motivaciones de abando-

21 Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1880-1884. Varios. Carpeta 3. Consejo del Niño. Torno.
agn.
22 Roberto Berro (1886-1956). Médico pediatra, discípulo de Morquio, fue fundador de la
Escuela de Pediatría y director del Asilo de Expósitos y Huérfanos.

41
.:. María Laura Osta Vázquez

no más frecuentes eran la enfermedad de los padres, la falta de recursos


o la falta de leche de la madre. El propio Berro reconocía estos factores:
«Como la miseria marcha generalmente del brazo de la ignorancia y de
la incultura, fácil es presumir que el abandono de los hijos que pesan es
una conclusión relativamente frecuente» (Turnes y Berro, 2012).
Por otro lado, en los casos de abandono moral —explicaba Berro—,
el niño puede estar presente en un hogar que sea nocivo, falto de amor y
valores morales, rodeado de malos ejemplos; entonces el «mal menor»
es alejarlo de tales condiciones para que pueda crecer en un ambiente
sano para él y la sociedad.
En la misma línea del Dr. Roberto Berro, los Dres. José Irureta Go-
yena y Washington Beltrán hablan de este doble abandono, el moral
y el material. Irureta define a los materialmente abandonados como
«los huérfanos sin tutores ni parientes ni amigos que se interesen por
ellos, los expósitos» (prólogo en Beltrán, 1988: 39), y a los moralmente
abandonados como aquellos que «pertenecen a hogares en desquicio,
pobladores habituales de las calles, vagabundos y viciosos» (prólogo en
Beltrán, 1988: 39).

3. Depósito de cuerpos en tierra santa

El término depositar aparece con frecuencia en las cartas de fami-


liares que se dejaban junto a las criaturas para explicar los motivos de
la separación. En estos casos, las personas depositaban a los niños en
el torno con la esperanza de recuperarlos. El Diccionario de 1854, ya
citado, expresa que depositar significa «Poner en custodia los bienes.
Entregar, confiar. Resguardar, preservar de riesgo».23 En alguna medida,
al dejar los niños en el torno, los familiares o la partera entendían que
estaban preservando de riesgo o resguardando al bebé; por eso tomaban
esa decisión en lugar de dejarlo en la calle o tirarlo al mar. Pero también
vemos el depósito en el torno como un descarte, un estadio anterior a
la posible muerte. En otro Diccionario de la lengua castellana de 1890,
la segunda acepción de la palabra expresaba: «Hablando de cadáveres,
colocarlos interinamente en un paraje sagrado hasta que se les dé sepul-

23 Diccionario Español-Latino. Por Manuel de Valbuena. París: Librería de Garnier Herma-


nos, 1854.

42
.:. La infancia del torno

Hoja del
registro de
ingresos del
torno, 1895.
agn.

tura».24 Siguiendo esta concepción, interpretamos que el torno podía


significar un paraje sagrado (porque es donde habita la caridad cristia-
na) adonde la criatura era llevada transitoriamente antes de la sepultura.
La posibilidad de la muerte estaba integrada en el acto del depósito.
Si bien no se registra un alto número de muertes en el torno (nunca
pasó de 2,5#%), algunos médicos denunciaron esta situación, ya que
a veces los niños eran depositados en el torno estando enfermos. Las
madres que no habían podido abortar quizá interpretaron al torno
como un preámbulo de la muerte, como un estadio transitorio ante-
rior al sepulcro. En octubre de 1890 el médico forense Vicente Tagle
expidió un certificado de muerte de «el cadáver de un feto (aborto)
del sexo femenino cuyo desarrollo corresponde a los seis meses de

24 Nuevo diccionario de la lengua castellana. Que comprende la última edición de la Acade-


mia Española. México: Librería de Ch. Bouret. 1890.

43
.:. María Laura Osta Vázquez

vida intrauterina. No viable». Este feto fue depositado en el torno en


la madrugada del día 30 de octubre de 1890, buscando, tal vez, que el
cuerpo recibiera sepultura santa pero en un lugar secreto, fuera de la
vista de familiares y vecinos.

4. Torno: ¿puente para la esperanza?

El torno fue instalado en el Hospital de Caridad en 1818, cuando se


inauguró la Inclusa a los fondos del Hospital. Permaneció en dicha ins-
titución hasta setiembre de 1876, cuando se cerró por «establecer incon-
venientes para la seguridad de los enfermos» del Hospital de Caridad.
Se trasladó entonces al nuevo Asilo de Expósitos y Huérfanos, recién
inaugurado, donde estuvo hasta 1933, año en que fue suprimido definiti-
vamente por un decreto del Dr. Eduardo Blanco Acevedo.
En esta investigación, el concepto de torno también se vio resignifi-
cado. El sentido más común podría ser el de un puente hacia una vida
mejor, que los familiares biológicos no podían ofrecer. Por otro lado, el
torno era un lugar de tránsito, donde se colocaban criaturas que des-
pués se recuperarían. Ese dejar, entonces, sería transitorio, no definiti-
vo; se dejaban mientras estuvieran en edad de ser amamantadas.
¿Por qué dejaban las criaturas por un tiempo? Es una pregunta muy
interesante, y para responderla debemos contextualizar a sus actoras,
en este caso, las madres que amamantaban a las crías recién nacidas. En
el siglo xix, si no se podía amamantar (ya fuera por razones biológicas
o coyunturales), el bebé tenía alta probabilidad de morir. No existían
los complementos artificiales y las nodrizas eran muy caras (cobraban
el doble de lo que se le pagaba a una niñera y la mitad de lo que ganaba
un médico). Las madres solteras o viudas, que no tenían un marido pro-
veedor (lógica patriarcal que operaba en la época), se veían obligadas a
trabajar, y aún no existían las leyes laborales que se aprobarían durante
el batllismo. Por lo tanto, no existía la licencia por maternidad. Las mu-
jeres parían y se veían obligadas a seguir trabajando. La criatura, sin su
madre y sin un ama que le diera su leche, por lo general moría de des-
nutrición, de deshidratación o de infecciones intestinales, debido a que
era alimentada con leche de vaca o alimentos sólidos. Así, el inevitable
destino de estas vidas era el torno. Por eso esta segunda concepción,
como lugar de paso o transitorio, fue la más común.

44
.:. La infancia del torno

Por último, como vimos, el torno fue definido como lugar donde se
depositaban los cuerpos muertos o por morir, como una forma de que
tuvieran sepultura santa («Hablando de cadáveres, colocados interina-
mente en un paraje sagrado, hasta que se les dé sepultura»).25
A principios del siglo xx, como fruto de las políticas higienistas que
venían impregnando la sociedad montevideana ya desde la segunda mi-
tad del siglo xix, comenzó a cuestionarse la utilidad social del torno.
Los argumentos utilizados por sus detractores, como Luis Morquio o
Roberto Berro, eran de orden médico-higienista, moral y económico.
Entre 1902 y 1933 (año de su prohibición) se generó un debate sobre su
utilidad social en el que la opinión de los médicos estuvo dividida.
Morquio afirmaba que el torno era «un enemigo poderoso de la profi-
laxis» (Bacigalupi, 1978: 125), haciendo alusión a la ignorancia absoluta que
se tenía sobre los antecedentes biológicos del niño, que podía estar cur-
sando alguna enfermedad infecciosa sin que nadie tuviera conocimiento.
En una memoria que presentó a la Dirección del Asilo en agosto de 1902,
afirmaba: «Nada justifica hoy la permanencia del Torno, y estamos persua-
didos de que la gran mayoría de los expósitos que allí ingresan, lo harían
igualmente sin el mantenimiento del secreto» (Bacigalupi, 1978: 125).
Otro de los argumentos de Morquio, en el intento de reinsertar la
criatura en el hogar biológico, era la desvinculación de la familia que
generaba el anonimato del abandono. Planteaba que, si el motivo de
abandono era la pobreza, en vez de que el Asilo pagara a una nodriza
se les podría dar ese dinero a las propias madres para que amaman-
taran a sus hijos. «La madre paga por el Estado, como nodriza de su
hijo. Esta fórmula llena un fin altamente moral; despierta en la mujer
los sentimientos maternos… mantiene el más sagrado de los vínculos»
(Bacigalupi, 1978: 127). Aquí Morquio buscaba generar un vínculo de
apego a través del amamantamiento materno, intención sumamente
innovadora para la época, ya que la revinculación con la familia bio-
lógica es un objetivo actual del trabajo del inau. Proponía, además,
la creación de una oficina de admisión, que estaría permanentemente
abierta, donde se recibiría a las criaturas en secreto absoluto.
En 1911, con el comienzo de la nueva Asistencia Pública Nacional
(apn) de cuño batllista, Morquio fue nombrado director del Asilo e in-
tentó poner en práctica esa oficina, con lo que logró reducir el número
de ingresos a través del torno, hasta que este poco a poco dejó de usarse.

25 Ibídem.

45
.:. María Laura Osta Vázquez

Según Portillo (1987), «en esa época ingresaban por el Torno solo 7-8
niños por año sobre 900 que ingresaban por la Oficina de Admisión».
Analizando las cajas del Registro de Señales, vemos que a partir de
esta fecha se redujeron la entrada por el torno y también el número de
señales (que del 90 % de los depósitos a fines del siglo xix pasó al 10 %
a partir de 1900), con lo que el Asilo perdió poco a poco su carácter de
lugar de tránsito mientras se amamantaban las criaturas.
Esta oposición al torno fue apoyada por el propio presidente de la
época, Juan Lindolfo Cuestas, quien el 26 de julio de 1902 presentó va-
rios proyectos ante la Asamblea General, uno de los cuales proponía la
eliminación del «sistema de recepción de niños por medio del Torno
en el Asilo de Expósitos» y la creación, en sustitución, de «una oficina
libre», según defendía el Dr. Morquio (Piñeyro, 2009).
Los defensores del torno, por su parte, tuvieron un papel fundamen-
tal cuando la Comisión de Legislación de la Cámara de Diputados, en
abril de 1903, estudió un proyecto de ley para suprimirlo. Esta comisión
solicitó el asesoramiento de la Comisión de Caridad, cuyo director era el
reconocido médico Luis Piñeyro del Campo.26 Este redactó un informe
en el que enumeraba los beneficios de la existencia del torno y rebatía
los principales argumentos que se esgrimían para cuestionarlo. Respec-
to de los argumentos de orden higiénico, fundamentaba:

No cabe duda que hay niños que son llevados al torno en deplora-
ble estado, algunos sin abrigo indispensable, otros moribundos… Pero
es indudable también que esos desgraciados van en tales condiciones
porque la miseria o el vicio en que han sido concebidos […] los conde-
nan a ese triste destino. (Bacigalupi, 1978: 122)

Si bien Piñeyro reconoce que ayudaría mucho a la medicina conocer


los antecedentes de enfermedades en la familia biológica, no ve que este
sea un argumento suficiente para impedir el anonimato del abandono,
vía más segura —según él— para salvar a esas criaturas. Sobre los argu-
mentos de orden moral aduce: «Hijos la mayor parte de la prostitución,
llevan en su sangre la miseria fisiológica contra la que dif ícilmente se
luchará; otros son conducidos al torno precipitadamente porque urge
ocultarlos como prueba de la falta de que son frutos…» (Bacigalupi,

26 Luis Piñeyro del Campo (1853-1909) fue un abogado y filántropo uruguayo, director de
la Comisión de Caridad.

46
.:. La infancia del torno

1978: 123). Piñeyro explica que estos niños y niñas no serían llevados a
una oficina abierta «por temor a que se investigue la causa de su estado
[…] o de que se someta a las madres a averiguaciones» (Bacigalupi, 1978:
122). El torno es ciego y mudo; no cuestiona, no interroga, no juzga; el
torno da la posibilidad de salvar vidas.
Queda planteada así una paradoja, a mi modo de ver, representada
en los conceptos de vida y muerte. Los detractores del torno ven en él
un lugar de muerte, adonde las criaturas llegan muchas veces en con-
diciones insalubres y a veces muertas, y donde el anonimato marca la
ignorancia sobre los antecedentes de enfermedades crónicas familiares.
Analizando las cifras, como vimos, la mortalidad en el torno en realidad
no era alta —cuando fue mayor alcanzó el 2,5 %—; sin embargo, este fue
uno de los argumentos más fuertes de los opositores. Por otro lado, los
defensores del torno aducen que es el único medio de salvar a las criatu-
ras que viven en la miseria y que son fruto de relaciones fuera del matri-
monio, ya que no podrían sobrevivir si no fuera mediante una entrega
anónima, y así lo reivindican como un antídoto contra el infanticidio.
El torno, que pudo ser lugar de muerte pero a la vez de vida, muchas
veces representó un purgatorio donde se expiaban culpas y se buscaba el
perdón junto a la misericordia, grieta sanadora para los y las pecadoras,
representada siempre por la caridad divina.

5. Hacia un concepto de caridad: la divina

El concepto de caridad se muestra en la mayoría de los documentos


del Asilo de la época, en actas, registros, cartas, reglamentos, así como
en nombres de instituciones: Hermandad de Caridad, Hospital de Cari-
dad, Comisión de Caridad, Hermanas de la Caridad, Sociedad de Cari-
dad, Establecimientos de la Caridad, entre otros.
Este concepto —al igual que el de expósito— ha caído en desuso, re-
legado al ámbito religioso y específicamente católico, pero en la primera
mitad del siglo xix estaba en pleno auge. ¿Qué entendían los montevi-
deanos decimonónicos por caridad?
En una memoria de 1826, la Hermandad de Caridad —creada en 1775
por laicos católicos, fundadora del Hospital de Caridad y de la Inclusa,
entre otras instituciones— identifica cuál es la caridad que la motiva a
hacer tantas obras benéficas para la sociedad montevideana:

47
.:. María Laura Osta Vázquez

Quiera la Divina Providencia inflamar vuestros corazones con el


fuego de su Caridad infinita, para que después de ejercitarla en la tie-
rra con sus criaturas, las más necesitadas [… ], halléis en el Cielo por
una eternidad el premio de vuestra Religión y Constancia.27

Se han encontrado innúmeros documentos —cartas, sobre todo—


que contenían ideas y definiciones de caridad. Ejemplificaremos las más
representativas.
Un productor agrícola que donaba alimentos al Asilo justificaba su
acción en una carta que decía:

La caridad humilde siempre, por más que irradie como la más


santa de las virtudes con que adornó Dios el corazón humano, tiene
que aceptar toda ofrenda, valorándola no por su mérito intrínseco,
sino por la espontaneidad del sentimiento que la coloca ante sus sa-
gradas aras.28

La caridad era presentada como una virtud de origen divino, como


un sello que en la creación reflejaba a su Creador. Al ejercer la caridad
los hombres se aproximaban a quien les había otorgado esa virtud, y así
acumulaban una especie de premios en el Cielo por la eternidad, como
lo expresaban las memorias de la Hermandad. En una carta de 1875, una
madre adoptiva justificaba así los motivos de la adopción: «Con el fin de
hacer una obra de caridad ha resuelto encargarse del cuidado y educa-
ción […] de la niña María Isabel».29
La leyenda que estaba arriba del torno, «Mi padre y mi madre me
arrojan de sí, la Caridad Divina me recoge aquí»,30 muestra que la cari-
dad del Asilo se veía como la caridad de Dios personalizada. Era como
si el brazo de Dios se extendiera en la tierra y, a través de sus feligreses,
Él mismo recogiera a esos niños. La caridad era entendida como una
virtud que proviene directamente de Dios y, por ende, enaltece a los
católicos que la practican.
El referido diccionario de 1890 relaciona el concepto de caridad ex-

27 Memoria instructiva del origen, estado, rentas, gastos y administración de la Hermandad


de Caridad de Montevideo. Montevideo: Imprenta de la Caridad, 1826: 5.
28 Asilo de Expósitos y Huérfanos. rpc (Reparticiones públicas, Corporaciones). Varios.
1872-1875. Carpeta 6.
29 Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1872-1875. Consejo del Niño. Torno. agn.
30 Leyenda escrita arriba del Torno. Sin fecha. Museo Histórico Nacional, Casa de Rivera.

48
.:. La infancia del torno

clusivamente con Dios, como si fuera de ese vínculo la caridad no exis-


tiera: «Una de las tres virtudes teologales, que consiste en amar a Dios
como a nuestro bien supremo. Amor que tenemos hacia el prójimo, que
nos hace querer o no querer para él, que queremos o no queremos para
nosotros».31
En una carta de los entonces miembros de la Comisión Nacional de
Caridad aparecen nuevos elementos: dedicación y constancia. «Prose-
guid con fervor, Señoras, tened presente que la caridad para ser fecun-
da, demanda constancia y dedicación […]».32
Para que la caridad fuera realmente fecunda era necesario que per-
sistiera; no era suficiente con hacer el bien, sino que este bien debía ser
sostenido. Estas concepciones en parte podrían explicar el hecho de que
estas instituciones caritativas fueron relativamente duraderas. Recién
en la segunda mitad del siglo se surgieron las asociaciones de benefi-
cencia pública, con lo que el concepto de caridad fue paulatinamente
sustituido por el de beneficencia.
Se podría enumerar algunas cualidades de esta caridad, según las re-
ferencias trabajadas. La caridad es siempre divina, a la vez que infinita y
humilde. La caridad es una virtud que toda persona que se dice cristiana
debe practicar. La caridad es amor activo hacia el prójimo, pero un amor
y una práctica constantes y dedicados.
A partir de esta resignificación del término podemos entender la
existencia de tantas instituciones que funcionaban bajo el nombre de
esa caridad: asilos de dementes, asilos maternales, asilos de expósitos
y huérfanos. La idea, el término y el concepto de caridad estaban su-
mamente presentes en la sociedad y en las prácticas culturales del siglo
xix. Grandes emprendimientos eran sustentados gracias a la caridad
de las personas. A partir de la segunda mitad del siglo xix, y sobre todo
con el gobierno de Latorre, el Estado comenzó a absorber cada vez más
funciones que antes estaban en manos particulares o caritativas. Creció
en autoridad también en los asilos, en detrimento de estas sociedades
practicantes de la caridad.
La caridad fue dejando de ser una prioridad para los miembros de la
sociedad y pasó a ser una preocupación exclusiva del Estado, pero ahora

31 Nuevo diccionario de la lengua castellana. Que comprende la última edición de la Acade-


mia Española. México: Librería de Ch. Bouret. 1890.
32 Carta de la Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia pública, Juan R. Gómez y
Antonio Montero, a la directora de la Comisión de Caridad y Beneficencia Pública.
Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1855-1879. Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.

49
.:. María Laura Osta Vázquez

«El expósito»,
imagen del
periódico La
Ilustración del
Plata, Montevi-
deo, 16 de julio
de 1887

50
.:. La infancia del torno

bajo el nombre de la beneficencia pública. Dentro del proceso de secu-


larización, el Estado se encargó de velar por el bienestar de la sociedad
y los ciudadanos comenzaron a ocuparse de su entorno más próximo,
sus familiares directos y sus hogares. Incluso el término caridad cayó
en desuso en su acepción originaria y se limitó cada vez más al ámbito
privado, reducido a emprendimientos religiosos o de particulares, pero
como sustento de un bien social y no divino.
Era necesario hacer esta historización o arqueología de algunos con-
ceptos que estructuran nuestro trabajo para comprender la variabilidad
y la necesidad de contextualizar históricamente cada uno de ellos. Esto
nos previene de cometer anacronismos, generar una acción empática
con el pasado estudiado, que en parte también es nuestro presente, ya
que la mirada está dirigida desde el ahora. En el siguiente capítulo in-
cursionamos sobre los movimientos internos del Asilo y la puesta en
práctica de los conceptos analizados.

51
.:. La infancia del torno

Asilados y alistados.
Historias de abandonos
y adopciones en el siglo xix

E ste capítulo muestra, desde un punto de vista cuantitativo y cuali-


tativo, los movimientos de ingresos y egresos que vivió la infancia
del torno. Quiénes llegaban, por qué ingresaban al Asilo y qué medios
de salida tenían son algunas de las interrogantes que proponemos res-
ponder.

1. Sobre el ingreso

Los hermanos Pedro y Luis, de once y ocho años, llegaron al Asilo de


Expósitos y Huérfanos de Montevideo el 8 de mayo de 1873. Su padre,
Pedro Partenan, y su madre, Mercedes Mitre, acababan de morir de la
epidemia, como llamaban a la fiebre amarilla.
Esta enfermedad azotó al Uruguay en tres oportunidades durante el
siglo xix: en 1856-57, 1872 y 1873. La oleada de 1856-57 fue la más in-
tensa, con 888 víctimas sobre 45.000 habitantes, o sea, casi un 2 % de
la población. Se cree que la fiebre amarilla se inició por la llegada del
bergantín dinamarqués Courrier, a bordo del cual el piloto y el carpin-
tero habían fallecido de fiebre amarilla en la travesía de Río de Janeiro a
Montevideo. Un tráfico ilícito de mercadería trajo a tierra la epidemia.
Los rebrotes de 1872 y 73 tendrían mucho menor mortalidad, casi la
mitad que la primera oleada (Turnes, 2009).

53
.:. María Laura Osta Vázquez

La llegada de epidemias al Uruguay a través de extranjeros que ve-


nían en busca de una vida mejor llevaron al gobierno de Lorenzo Batlle
a tomar una medida radical en 1869: crear un lugar donde recibir a los
inmigrantes con posibles infecciones en la isla de Flores. Se los recibiría
en cuarentena en la primera, la segunda y la tercera isla, según las carac-
terísticas y los síntomas que presentaran.
Hasta 1933, los huérfanos y expósitos llegaban al Asilo de dos mane-
ras: a través del torno o de la Oficina de Admisiones. Pedro y Luis, por
ser mayores de un año, ingresaron por la Oficina de Admisiones, adon-
de fueron llevados por el jefe de Policía a través de una orden del juez.
En general, los más pequeños entraban por el torno y eran recibidos
del otro lado por la hermana tornera, quien, luego de oír la campana, gi-
raba la plataforma para encontrarse con la criatura. Al ingresar, el bebé
era bautizado e identificado por un nombre y un número de registro,
junto con la señal que llevaba consigo. El bautismo era celebrado por
un cura párroco y las madrinas eran generalmente las señoras de la So-
ciedad de Beneficencia. El registro diario lo llevaba a cabo un mayordo-
mo, y las acciones administrativas más importantes (firma de actas de
adopciones, autorizaciones, solicitudes de ingresos económicos, etc.)
estaban a cargo del secretario.
La criatura era recibida por una nodriza interna, quien se encargaba
de nutrirla diariamente. A los pocos días se le designaba una nodriza
externa, quien la recibía en su casa bajo control del Asilo, a través de
médicos e inspectoras de nodrizas. Para cobrar sus haberes, la nodriza
debía presentar a su bebé mensualmente ante el médico del Asilo, quien
controlaba su estado de salud, lo medicaba o indicaba tratamientos en
caso de enfermedad. Las inspectoras de nodrizas —generalmente inte-
grantes de la Sociedad de Señoras— controlaban las medidas de higiene
y las condiciones de vivienda de las criaturas en las casas de sus amas
de leche.
Entre 1818 y 1900 ingresaron al Asilo, por el torno y por la Oficina de
Admisiones, 9804 criaturas, 4990 varones y 4814 mujeres. Del total fue-
ron reclamadas 2236 (el 24 %) y fueron adoptadas o dadas en custodia
2066 (el 21 %). La mortalidad dentro del torno no superó nunca el 2,6 %
(251 fetos encontrados).33

33 Datos extraídos de la carta del secretario del Asilo de Expósitos y Huérfanos, Manuel
Sastre, al Dr. Piñeyro del Campo, 31 de marzo de 1900. Archivo privado de la familia
Piñeyro.

54
.:. La infancia del torno

Torno utilizado
en el Asilo de
Expósitos y
Huérfanos, s/f.
Museo Histó-
rico Nacional.
Casa de Rivera

55
.:. María Laura Osta Vázquez

Este capítulo se limitará a analizar los ingresos y los egresos en la se-


gunda mitad del siglo xix. El período 1818-1822 ya ha sido estudiado por
la investigadora Diana Bianchi (1998, 2000) en dos trabajos publicados.
Desde 1822 hasta 1856 existe un vacío documental; solo hay datos gene-
rales citados en cartas de contemporáneos y por algunos investigadores
como Piaggio Garzón (1944), Bacigalupi (1978), Soiza Larroza (1989) y
Jaureguy (1946). Por estos motivos, abordaremos en este capítulo la se-
gunda mitad del siglo xix, desde 1856 hasta el final del siglo.

Ingresos por la Oficina de Admisiones

Las entradas por la Oficina de Admisiones, en general y hasta finales


del siglo xix, fueron menos numerosas que las entradas por el torno,
pero a inicios del siglo xx aumentaron las primeras en detrimento de
las segundas. Los motivos, tratados en el capítulo anterior, se vinculan
a la mala prensa que el torno empezaba tener en el Uruguay higienista
y eugenésico.
Las edades de ingreso por la Oficina de Admisiones por lo general
superaban los dos años (gráfico 1); las más frecuentes eran cuatro, ocho
y diez años. Las criaturas eran llevadas por familiares o autoridades pú-
blicas como jueces o jefes de Policía.

Gráfico 1. Edades de ingreso al Asilo


12

10

0
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12
Edad

Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta a partir del registro de ingresos de la Oficina de Admi-
siones 1857-1895.

56
.:. La infancia del torno

Gráfico 2. Ingresos por la Oficina de Admisiones, 1871-1872


160
140
120
100
80
144
60
40
71
20
21 5
0
Ingreso Mortalidad Reclamados Adoptados
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta a partir del registro de ingresos de la Oficina de Admi-
siones 1857-1895.

Gráfico 3. Ingresos por la Oficina de Admisiones, 1892


50

40

30
48
20
31
10
7 1
0
Total Reclamados Extranjeros Muertos

Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta a partir del registro de ingresos de la Oficina de Admi-
siones 1857-1895.

Los ingresos anuales fueron variables. En períodos de epidemias au-


mentaban notoriamente, y en el registro de ingreso se explicaba que el
motivo era la muerte de los padres. Fueron épocas muy duras para el
Asilo, que en varias oportunidades debió duplicar los costos alquilando
nuevas casas para aislar a los enfermos.
En el bienio 1871-1872 ingresaron por la Oficina de Admisiones 144
niños y niñas, de los que fueron reclamados 21 (el 17 %) y murieron 71 (casi
la mitad). El período coincide con el segundo brote de fiebre amarilla.
Solamente cinco fueron dados en adopción, como lo muestra el gráfico 2.

57
.:. María Laura Osta Vázquez

Gráfico 4. Ingresos por la Oficina de Admisiones según sexo, 1892


70
60
50
40
65
30
20
35
10
0
Mujeres Varones

Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta a partir del registro de ingresos de la Oficina de Admi-
siones 1857-1895.

Para el año 1892 trabajamos con otras variables, y la relación entre


ellas se modifica: aumenta el número de infantes reclamados y dismi-
nuyen los ingresos. De 48 ingresos, 31 niños y niñas fueron reclamados,
casi el 70 %, y murió solamente uno.
El 65 % de los ingresos de 1892 correspondió a varones, mientras que
en las ulteriores adopciones no había una preferencia marcada por el
sexo de la criatura. La combinación de ambos factores generaba que los
que quedaban en el Asilo fueran mayoritariamente varones.
En 1895 entraron por la Oficina de Admisiones 82 niños y niñas, de
los que fueron reclamados solo 11 (el 13 % aproximadamente) y 5 murie-
ron (6 %). El 17 % había nacido en el extranjero. El 9 % ya venía bautizado
de origen, pero de todas formas en el Asilo volvían a bautizar a todos y
siempre les cambiaban el nombre.
En 1895 se observa una relación similar a la de 1892: un 63 % de quie-
nes ingresaron por la Oficina de Admisiones eran varones, lo que mar-
ca una diferencia notoria en la relación de sexos. Esto explica la gran
presión que se generó para que se creara la Escuela de Artes y Oficios.
Desde 1856 se encuentran cartas de integrantes de la Sociedad de Seño-
ras pidiendo a la Junta Económico-Administrativa la fundación de una
escuela de este tipo para los huérfanos, solicitud que recién se pondría
en marcha durante el gobierno de Latorre (1876-1880).
Cuando nos referimos a la infancia que ingresó al Asilo por la Ofi-
cina de Admisiones hablamos de abandonada o huérfana, pero no de

58
.:. La infancia del torno

Gráfico 5. Ingresos por la Oficina de Admisiones, 1895


90
80
70
60
50
40 82
30
20
10
11 14 7
0 5
Total Reclamados Extranjeros Bautizados Muertos
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta a partir del registro de ingresos de la Oficina de Admi-
siones 1857-1895.

Gráfico 6. Relación por sexos de los ingresos por la Oficina de


Admisiones, 1895
100

80

60

40
63
20
33
4
0
Mujeres Varones Sin sexo
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta a partir del registro de ingresos de la Oficina de Admi-
siones 1857-1895.

infancia expósita, porque no había intención de que fuera recuperada


por ningún familiar, ya que sus madres o padres habían muerto, habían
huido, estaban enfermos o presos.
A partir de 1900, período en que el Dr. Morquio fue médico del Asilo,
se instaló junto al torno una oficina de admisión «secreta», donde se
intentó persuadir a las madres de que dejaran allí a sus hijos o hijas solo

59
.:. María Laura Osta Vázquez

durante las horas de trabajo, además de pagarles un subsidio para que


pudieran criarlos (Collazo, Palumbo, Sosa, 2012: 58).

Ingresos por el torno

La infancia del torno llegaba al Asilo con señales para ser recuperada
en un futuro con la contraseña. Estos ingresos eran más numerosos que
los de la Oficina de Admisiones. Por ejemplo, en 1895 habían ingresado
82 niños y niñas por la Oficina y 362 por el torno, casi uno por día. De
estos últimos murieron poco más del 2,5 %, llegaron ya bautizados casi
el 20 % y fueron reclamados posteriormente por sus familiares menos
del 5 %. Veamos las proporciones de los ingresos según los números to-
tales en el gráfico 7.
Si ampliamos la mirada al período a 1894-1897, vemos que ingresa-
ron en el torno 877 niños y niñas, de los cuales más del 20 % ya venían
bautizados —dato que no era tomado en cuenta, ya que los rebautiza-
ban al llegar—. Muchos de los ingresados tenían varios meses de edad,
lo que nos habla de una convivencia previa con su familia, un vínculo,
una relación que seguramente hacía más dolorosa la separación. Varias
de las cartas dejadas por las familias hablaban del dolor que implicaba
ese desprendimiento, sentimientos y emociones que se analizarán en el
último capítulo.

Gráfico 7. Relación de variables según el ingreso por el torno, 1895

400
350
300
250
200
362
150
100
50 24 77
13 71 10
0
Total Reclamados Extranjeros Bautizados Sin bautizar Muertes

Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

60
.:. La infancia del torno

Gráfico 8. Relación de variables según el ingreso por el torno, 1894-1897


900
800
700
600
500
400 877
300
200
100 198 183 32
0
Total Bautizados Sin bautizar Muertos
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

Otro dato que no se tomaba en cuenta era el nombre otorgado por


la familia biológica. Se encontraron expedientes en los que la fami-
lia explicaba que ya la criatura había sido bautizada en determinada
parroquia e inscripta en el Registro Civil (después de 1879), o sea, ya
había sido registrada en dos instituciones con determinado nombre;
sin embargo, de una forma casi punitiva, los nombres y apellidos bio-
lógicos indefectiblemente eran cambiados. Los nombres eran elegidos
al azar y los apellidos seguían un orden alfabético: en enero ponían
apellidos con A, en febrero con B y así sucesivamente. Como una espe-
cie de castigo, no se escuchaba la voz familiar que solicitaba mantener
el nombre.
La identidad de una persona es lo que constituye al ser. Sobre la impor-
tancia del principio de identidad dice la autora Valeria Tagliabue: «No res-
petarle al niño/a su identidad, es ubicarlo en el lugar de objeto, encargado
de todo aquello que los adultos entendían que debía ser y no desde lo que
es» (2013: 19-20). Según esta autora, al no respetar la identidad biológica
de la infancia expósita se la estaba objetivando, por no tomar en cuenta
un derecho esencial, ya que la identidad es constitutiva del ser.
De los 877 niños y niñas ingresados en el período 1894-1897, menos
del 3 % murieron en el torno, como lo demuestra el gráfico 8 en cifras
totales.

61
.:. María Laura Osta Vázquez

Gráfico 9. Motivos de abandono según registros de la Oficina de


Admisiones, 1885-1895
250
200
150
100 232
177
50 85 30
1 57 10 51 74
0

Enviado por un juez

Enviado por la
Comisión de Caridad

Enviado por la Policía


Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

Motivos de los ingresos al Asilo

Los niños y niñas podían ser llevados o enviados al Asilo por la pro-
pia familia, por juez, por la Comisión de Caridad o por el jefe de Policía.
Los motivos por los cuales eran abandonados o depositados allí se han
agrupado en los siguientes: falta de recursos, enfermedad o muerte de
alguno de los progenitores o de ambos, falta de leche por parte de la
madre, y motivo desconocido. Tomando como ejemplo los ingresos por
la Oficina de Admisiones durante la década de 1885-1895, el motivo que
aparece en primer lugar es el de muerte de alguno de los progenitores,
al que siguen enfermedad y falta de recursos.
En 1992 la enfermedad y la muerte estuvieron equiparados como mo-
tivo principal del abandono, con una gran distancia respecto a otros
motivos, como la falta de recursos (gráfico 10).
El ingreso por el torno presenta algunas diferencias en los motivos
expuestos por las familias en las señales. Recordemos que aquí la en-
trega era anónima, o se daba el nombre voluntariamente. El torno era
«ciego y mudo» —según decía el Dr. Piñeyro del Campo en su defensa,
a principios del siglo xx—, no pregunta. Por eso solamente algunas cria-
turas llevaban, junto con sus señales, notas explicativas de los motivos.
Los principales argumentos para justificar esta práctica estaban entre la
escasez de recursos, la enfermedad, la muerte y la falta de leche.

62
.:. La infancia del torno

Gráfico 10. Motivos de abandono según registros de la Oficina de


Admisiones, 1892
30
25
20
15
26 25
10
5 4
2 1 1
0

Enviado por un juez

Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

Gráfico 11. Motivos de abandono según registros del torno, 1895


300
250
200
150
283
100
50
55 22 10 8 10
0
Falta de Enfermedad Muerte Falta de Otros No explica
recursos leche
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

La escasez de recursos era la que encabezaba la lista, lo que marca


una disparidad respecto a los ingresos que se hacían por la Oficina de
Admisiones. ¿Cuál es la razón de esta diferencia?
Como analizaremos en el último capítulo, durante el siglo xix casi el
90 % de los niños y niñas depositados en el torno llevaban señales sobre
su cuerpo. Esto nos da la pista de que la intención era dejarlos temporal-
mente, mientras estuvieran en edad de ser amamantados. Entonces ¿por
qué no ponían «falta de leche» en vez de «falta de recursos»?

63
.:. María Laura Osta Vázquez

Gráfico 12. Motivos de abandono según registros del torno, 1894-1997


700
600
500
400
674
300
200
100
148 18 22 1 21
0 69
Falta de Enfermedad Muerte Falta de E. por Otros No explica
recursos leche Juez
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

¿Era costoso criar un bebé en una época en que no existían pañales


desechables ni complementos alimenticios? La infancia pobre del siglo
xix era equiparada a un adulto en pequeño; tempranamente se trans-
formaba en una fuente de recursos económicos, ya que el trabajo infan-
til era parte de la dinámica familiar. Apenas con siete años, niños y niñas
ya podía ayudar económicamente a la familia, las niñas generalmente
cuidando a sus hermanos pequeños y realizando tareas domésticas, y
los varones saliendo a ganarse la vida como ayudantes en talleres, mer-
cados, plantaciones, etc. A las niñas competían los trabajos no remune-
rados, asociados a lo que se denominaba «cualidades femeninas», como
el cuidado de hermanos y labores domésticas, mientras que los niños
hacían trabajos remunerados fuera del hogar. De ese modo se naturali-
zaba la reproducción de los roles sociales tradicionales de una sociedad
patriarcal, asignados según el sexo.
Las familias por lo general eran numerosas; en primer lugar, porque los
métodos anticonceptivos no eran suficientemente efectivos; en segundo
lugar, porque era costumbre social, y en tercer lugar porque económica-
mente la infancia se sustentaba a sí misma. Entonces, ¿por qué el primer
argumento para dejarlos en el torno era «falta de recursos»? La respuesta
se puede encontrar en la falta de leche de las madres o la imposibilidad de
amamantar por motivos de trabajo, si eran pobres o si la madre era soltera
o viuda. No poder amamantar era un grave problema, porque no existían
alimentos sintéticos y contratar una nodriza era costoso. Si comparamos

64
.:. La infancia del torno

los registros del Asilo, a una nodriza se le pagaba más del doble que a un
ama de leche seca (cuidadora de niños después del destete): $ 25 y $ 10
mensuales respectivamente. Entonces la imposibilidad de amamantar
por tener que ir a trabajar —en una época en que no existían leyes labo-
rales que respaldaran la maternidad y el amamantamiento— y no poder
contratar una nodriza estarían implícitos en el motivo «falta de recursos».
Como historiadora de la infancia es necesario preguntar por lo no
dicho. El motivo «por ser nacido fuera del matrimonio» debería figurar
en la mayoría de las señales; sin embargo, no apareció una sola carta que
lo mencionara. Este motivo se puede intuir por la literatura de actores
contemporáneos. Julio Herrera y Reissig, en su obra póstuma Tratado
de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert Spencer, escrita en
1902, se refiere a estos niños y niñas. Hablando sobre la hipocresía y la
doble moral que vivían —según el autor— las uruguayas, afirma sobre
las limitaciones del instinto materno:

[…] el instinto de maternidad, el que más contribuye a la conserva-


ción de la especie, no se despierte en nuestras mujeres sino a condi-
ción de una partida legal de matrimonio […] las madres ilegítimas del
país, con la misma naturalidad que mandan arrojar una carta al buzón,
envían al torno al recién nacido […]. (Herrera y Reissig, 2006: 137)

He aquí un ejemplo de que estos niños y niñas ilegítimos formaban


parte de la infancia del torno; sin embargo, no hay rastros explícitos de
su existencia en los registros oficiales. El ser ilegítimo era una condición
demasiado vergonzosa para que alguien pudiera revelarlo mostrando su
identidad. El torno era el lugar perfecto para enmascarar a los hijos de
padres casados.

2. Posibles salidas del Asilo: adopciones, custodias


y reclamos

Las actas de adopciones y custodias que se han encontrado en el Ar-


chivo General de la Nación corresponden al período que va de 1847 a
1896. Estos casi 50 años analizados nos dan algunas pautas sobre las
prácticas de salida del Asilo. Las posibles formas jurídicas disponibles
para la infancia huérfana y expósita eran el reclamo, la tutela, la adop-
ción y la custodia.

65
.:. María Laura Osta Vázquez

Antes de la redacción del Código Civil de 1868, el primer código uru-


guayo, las prácticas legales de adopción se realizaban según leyes espa-
ñolas vigentes —las Siete Partidas de Alfonso el Sabio— o, durante el
período de la Cisplatina, el Código Civil portugués —que era el mismo
código español redactado por las Cortes de Cádiz en 1812, pero traducido
al portugués.
El Código de 1868 fue redactado por el Dr. Tristán Narvaja (jurista
y teólogo argentino radicado en Uruguay), sobre un proyecto del Dr.
Eduardo Acevedo. En 1866, el Poder Ejecutivo designó una comisión
para revisar el proyecto. La comisión lo estudió y concluyó su análisis en
1867; el texto se aprobó en 1868 y comenzó a regir en 1869, dando a los
menores su primer estatuto legal.
En el Código se concedía al padre la patria potestad del menor has-
ta que este cumpliera 21 años. El padre disponía de autoridad absoluta
sobre su descendencia y estaba eximido de responsabilidad en caso de
castigos f ísicos. «El Código habilitó a los padres a castigar f ísicamente a
los menores» (Collazo, Palumbo y Sosa, 2012: 72).
Sin embargo, las prácticas de adopción realizadas en el Asilo, donde
lo que primaba eran las reglas internas, muestran algunas divergencias
con lo que disponía la ley vigente. Por ejemplo, en el Código del 68 se
establecía:

La adopción se permite solamente a las personas mayores de cua-


renta y cinco años, sin hijos legítimos ni legitimados, que no hayan
hecho voto de castidad, y que tengan a lo menos diez y ocho años más
que el adoptado. (Artículo 225)

Nadie puede ser adoptado por más de una persona, a no ser por dos
cónyuges. Uno de los cónyuges no puede adoptar sin el consentimiento
del otro. (Artículo 229)
No obstante, en la investigación realizada se detectó que ambas nor-
mas eran habitualmente transgredidas, ya que quienes adoptaban mu-
chas veces tenían otros hijos y además no eran mayores de cuarenta y
cinco años.
A pesar de que, según el tercer apartado del artículo 230 del Código,
el adoptado tenía «Derecho a heredarse sin testamento en los casos y
con la distinción que se determina en el título de la sucesión intestada»
(Narvaja, 1868), en el Asilo había ciertas garantías para asegurarse de

66
.:. La infancia del torno

que los padres adoptivos les dejaran a sus hijos una herencia. En el mo-
mento de firmar la adopción los padres debían depositar en la cuenta
bancaria del Asilo la suma de $ 100 (algo así como 2000 dólares actua-
les) que solamente podría retirar el niño cuando fuese mayor de edad
(21 años en la época) o la niña cuando fuera a casarse, a modo de dote.
Las garantías requeridas por el Asilo, sin embargo, no siempre eran
respetadas, y estas faltas fueron reconocidas en la Memoria de la Junta
Económico-Administrativa de 1867:

Las Comisiones anteriores animadas del mejor deseo para facili-


tar la colocación de Espósitos [sic], concedían simplemente la entre-
ga de ellos, mediante la justificación de honradez de los solicitantes,
y la obligación por parte de estos de educar al niño […]. Varios ejem-
plos posteriores, de un resultado contrario al que prometieron algu-
nos adoptantes, vinieron a demostrar los abusos a que se prestaba la
simple concesión de niños, y la necesidad de mantener condiciones
que aseguren la verdadera protección… Muchas otras razones han
venido á justificar plenamente, que no siempre el espíritu de caridad
induce á solicitar niños espósitos [sic]. (Junta Económico-Adminis-
trativa, 1867)

Como muestran las memorias, ante la necesidad de sacar del Asilo a


la infancia expósita, muchas veces los requisitos para la adopción legal
—como la certificación de honradez presentada a través de testigos y
la promesa de educarlos— no eran respetados ni resultaban suficientes
para evitar abusos de explotación en trabajos domésticos y talleres. Pero
el Asilo no permaneció imparcial, sino que apoyó el control de estos
hogares a través de inspectores y el pago de un depósito bancario.
Veamos los requisitos que se les imponían a las familias según el mo-
delo de acta de adopción utilizado en la década de 1870 para niñas:

1ª. Que cuidará de dicha Expósita con el esmero que requiere por
su situación, edad y sexo, suministrándole los alimentos, vestido y cal-
zado necesarios.
2ª. Se instruirá moral y religiosamente y en los rudimentos de ense-
ñanza, como son lectura, escritura y reglas principales de Aritmética.
3ª. A los diez ó doce años le dará un oficio ó profesión que le baste
para proveer á su subsistencia luego de emancipada.

67
.:. María Laura Osta Vázquez

4ª. Legalizará la adopción de dicha niña ante el Juez competente


presentando constancia [ante el Asilo] en forma de haberlo verificado.
5ª. En defecto de la cláusula anterior, le donarán una cantidad de
dinero que no bajará de cien pesos como Dote á favor de aquella, que
será puesto por la Sociedad á interés, en un Banco de la Capital, para
dársele luego de emancipada.
6ª. Si falleciere la expresada niña antes de la edad en que se conside-
ra emancipada, el dote ante dicho, y sus intereses devengados, quedan
á beneficio del Asilo de Expósitos.
7ª. Dn/Dña … (quien adopta) se obligará á prestar su apoyo y pro-
tección á … (la esposita) y a no abandonarla, ni sacarla del territorio
de la República, sin el consentimiento de la Sociedad, la cual reserva el
derecho de vigilancia.34

En el caso de los varones el depósito no era utilizado como dote para


el casamiento sino para iniciar su oficio o taller luego de su mayoría de
edad.
El Asilo solicitaba algunos requisitos que, a pesar de no ser siempre
respetados, se impulsaban con un formato legal. La educación religiosa
y básica (aprender a leer y escribir), así como la formación en un oficio,
eran preocupaciones principales de los hermanos y hermanas de la Ca-
ridad. Las criaturas huérfanas y expósitas debían ser instruidas y for-
madas para evitar la marca social que llevaban de un futuro incierto. En
una cosmovisión positivista, la educación era el principal anclaje para
evitar la barbarie y la delincuencia.

Reclamos

El reclamo era realizado por lo general por la familia biológica a tra-


vés de las señales (en forma de seña y contraseña) o, si no tenían señales,
mediante testigos. Para hacer este reclamo tenían un plazo máximo de
dos o tres años, según el período (se sabe que en 1880 el plazo se exten-
dió a tres años).
En su mayoría, los reclamos eran realizados por las madres, aunque
encontramos algunos casos de padres que reclamaban su descendencia.

34 Asilo de Expósitos y Huérfanos. Solicitudes y actas/Adopción, 1870-1894. Consejo del


Niño. Torno. agn. Negritas de la autora.

68
.:. La infancia del torno

Los reclamos fueron gestionados por medio de la Comisión Nacional


de Caridad y Beneficencia Pública (a la que los padres y las madres dirigían
sus pedidos) y luego presentados ante la Comisión Directiva del Asilo.
Ante el reclamo de un niño o niña, las autoridades de la Comisión
Nacional de Caridad y Beneficencia Pública comprobaban que los so-
licitantes fueran quienes decían ser. Se corroboraba que la seña coin-
cidiera con la contraseña y, en caso de pérdida, se solicitaban testigos
y referencias sobre los solicitantes. En estos casos el rol del inspector
externo fue decisivo, ya que investigaba tanto a testigos como a vecinos
y daba luego su informe. También se acudía a las parteras cuando ellas
eran las únicas testigos de la entrega de las criaturas y las señales.
El 45 % de los reclamos fue presentado solamente por las madres, el
22 % por los padres y solo el 4 % por ambos progenitores; el resto fue
planteado por hermanos u otros familiares.
A pesar de que, como se vio, en el siglo xix se prometía reclamar
en el futuro a casi el 90 % de las criaturas dejadas en el torno, solo eran
efectivamente recuperadas entre un 22 y un 30 %. Hallar los motivos
de esta deserción en la intención implica considerar algunas variables.
La primera es la muerte de los progenitores o de la propia criatura; la
segunda —y creo que es la razón más fuerte— es que para concretar el
reclamo debían pagar los gastos ocasionados por su hijo o hija dentro
del Asilo, sobre todo los gastos de amas de leche.
En las actas de reclamo figuran las cuentas correspondientes a cada
reclamo. Las nodrizas no tenían más de tres lactantes cada una. Si el
sueldo de una nodriza era de unos $ 25 o $ 30, esta cifra dividida entre
tres y luego multiplicada por 10 o 20 meses —que era el tiempo estipula-
do para la alimentación del bebé, a veces más por problemas de locación
que por el amamantamiento en sí— equivale a unos 1500 o 2000 dólares
actuales. Estas cifras muchas veces fueron demasiado elevadas para las
madres y padres obreros, por lo que seguramente impidió o retardó la
recuperación. De todas formas, sabemos que el Asilo fue flexible en los
casos de pobreza. En las Actas de la Comisión de Caridad figuran algu-
nas resoluciones por las que se autoriza el pago en cuotas de los costos
de nodriza de algunas criaturas huérfanas o expósitas. También, el mé-
dico pediatra e historiador de la medicina Miguel Ángel Jaureguy (1946:
15) muestra ejemplos de casos en que la Comisión de Caridad autoriza a
financiar las deudas por costos de manutención.
Llama la atención es que en varios casos dejaban a tres hermanos y
luego reclamaban solo a uno. Esto nos lleva a entender que las razones

69
.:. María Laura Osta Vázquez

seguramente eran económicas, en vista de los costos que tenía reclamar


un hijo o hija en el Asilo.

Custodias, adopciones y tutelajes. Garantías de cuidados

Las adopciones del siglo xix tuvieron características específicas, pro-


pias de las necesidades de la época. En primer lugar, el proceso de soli-
citud era muy breve; otorgar la criatura podía demorar desde 24 horas
hasta tres meses, dependiendo de los testigos y de las características de
los solicitantes (estado civil, reputación moral y nivel económico), que
siempre eran acompañados por cartas y notas de testigos (por lo menos
dos).
Sobre la tutela, el Código de 1868 establecía en su artículo 227:

La Tutela es un cargo deferido por la ley o en virtud de autoriza-


ción de la ley, que tiene por objeto la guarda de la persona y bienes del
menor que no está bajo potestad de padre o madre ni se halla habili-
tado por alguno de los medios legales para administrar sus negocios.
(Narvaja, 1868)

Los casos trabajados sobre tutelas se dieron en infantes que tenían


bienes heredables, motivo por el cual el juez les designaba a un tutor
hasta la mayoría de edad.
A partir de las actas de adopciones y cartas escritas por adultos que
habían sido huérfanos del Asilo y solicitaban el pago de las dotes, se pue-
den conocer los montos, dónde eran depositados y qué caminos recorrían
aquellas dotes pagadas por los padres adoptivos. A partir de la década de
1860 la Sociedad de Beneficencia comenzó a exigir a los padres adoptivos
que depositaran en la cuenta del Asilo un mínimo de $ 100 a nombre de
su adoptante, como garantía de dote. La idea era beneficiosa para que
estos niños y niñas, cuando se emanciparan por edad (21 años) o por ca-
samiento las mujeres, tuvieran una base económica con los intereses del
banco. Pero las crisis bancarias que azotaron al Uruguay en la década de
1890 provocaron que la Sociedad tuviese la precaución de retirar el dinero
del banco, por lo que a partir de entonces las dotes fueron entregadas con
el mismo valor del depósito inicial, sin intereses.
Como se ha visto, de esta forma la Sociedad garantizaba a los varones
un capital mínimo para comenzar un negocio y a las niñas una dote. Sin

70
.:. La infancia del torno

embargo, encontramos también algunas jóvenes solteras solicitando las


dotes, lo que nos muestra que las mujeres, a pesar de que legalmen-
te eran dependiente de los hombres, podían administrar sus bienes en
caso de soltería y mayoría de edad. Por ejemplo, «la expósita» Isabel de-
cía en su solicitud de dote: «[…] hallándose por su edad habilitada para
entrar en posesión del dote que mis adoptantes le adjudicaron viene por
tanto a solicitarlo debidamente […]».35
Las garantías proporcionadas por el Asilo no eran solo económicas.
A continuación transcribiremos parte del informe de un inspector ex-
terno, Pedro Rodríguez Suárez, de enero de 1896, sobre las denuncias
realizadas por maltrato de un huérfano llamado José Rivero y cómo pro-
cedió el Asilo.
Pedro Rodríguez señala en el informe que fue a visitar la casa del Sr.
Paulino Martínez en Pando para averiguar sobre las denuncias recibi-
das por malos tratos al expósito José Rivero, que había sido adoptado el
2 de junio de 1893. Preguntó a «personas respetables del paraje que lo
conocían». De sus declaraciones se desprende «que el expósito […] es
víctima de malos tratamientos por ambos esposos». Relata que se tras-
ladó a la vivienda para hablar con los vecinos y confirmaron la denuncia
también: «Al referido expósito lo tienen para el cuidado de una majada
que poseen sus adoptantes y como también para el barrido de la casa,
habiéndolo encontrado el que suscribe muy raquítico para la edad que
tiene, lo que prueba que no debe recibir buen trato».36 Cuenta, además,
que la adoptante se rehusó a entregarlo.
Seis días después de este informe desfavorable del inspector externo,
el 10 de enero, la Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia Pública
se expidió: «Comisiónase al Inspector externo para que proceda a reti-
rar el menor de la referencia y of íciese al Jefe Político de Canelones a sus
efectos […]».37
El 15 de enero de 1896 Pedro Rodríguez relata que, cumpliendo lo so-
licitado, se volvió a trasladar al hogar. El niño no se encontraba allí. En-
tonces comunicó a su madre que tenía orden expresa de llevárselo. Esta
«manifestó no entregarlo bajo ningún principio y que para ello tendría
que hacerle echar bajo las puertas del cuarto en el que lo había encerra-

35 Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1886-1889. Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.
36 Carta del inspector externo Pedro Rodríguez Suárez a los señores directores del Asilo
de Expósitos y Huérfanos, 4 de enero de 1896. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1896.
Varios y Gastos Médicos. Consejo del Niño. Torno. agn.
37 Ibídem.

71
.:. María Laura Osta Vázquez

do». Después de intentar persuadirla por dos horas, tuvo que ordenar al
comisario del Sauce que se comunicara con el juez de paz para allanar
el hogar. La vivienda fue allanada y José Rivero volvió al Asilo. No dan
información del estado f ísico y emocional del niño en el momento en
que fue retirado.38
El episodio del abuso cometido sobre José Rivero muestra algunos
elementos importantes. El primero es que, detrás de las motivaciones
de caridad, cariño y ayuda que muchas solicitudes de adopción presen-
taban, en realidad existía la necesidad de ayuda económica, de tener
colaboración en el trabajo cotidiano no remunerado. Otro elemento
importante que se devela en estos informes es la rapidez con que las
autoridades procedieron y pusieron en práctica sus decisiones, tanto
las del Asilo como el juez y el policía, así como también, por supues-
to, el inspector externo, en una época en que las comunicaciones y los
medios de trasporte eran lentos e ineficientes. Todo el proceso, desde
la denuncia realizada por el inspector hasta la separación del niño de su
casa adoptiva, ocurrió en 11 días, del 4 al 15 de enero.
Jaureguy nos recuerda que los controles a la infancia adoptada eran
ejercidos por los inspectores externos, que cada tres meses asistían a la
casa de los padres cuidadores, interrogaban a los vecinos, a los padres y
hasta a los propios adoptados si era necesario (Jaureguy, 1946: 13).
Cuando los padres adoptivos se acercaban a la institución a solicitar
a su hijo o hija, algunos ya iban con una idea clara de qué características
debía poseer. Las variables más comunes encontradas en las solicitudes
de adopciones fueron el sexo (entre el 13 y el 50 % solicitaban uno u otro
sexo) y la edad (entre el 4 y el 10 %), y entre el 19 y el 22 % pedían a un
niño o niña específicos. Estas variables nos dan pistas de que, a pesar de
los esfuerzos realizados por el Asilo para garantizar e impedir abusos, lo
que movía a los adoptantes no era la mera caridad cristiana. Solicitar un
sexo determinado habla de la necesidad de esa familia o persona. Si era
varón, seguramente lo querían para que ayudara en oficios familiares,
como talleres, carpinterías, herrerías, granjas, etc., y quienes pretendían
mujeres eran en gran número viudas o matrimonios mayores, o bien
familias con hijos pequeños, que muy probablemente buscaban ayuda
doméstica, cuidados y compañía.
Se destaca que alrededor del 20 % se acercaba a solicitar un niño
específico. Esto puede hablar de que existía un vínculo previo con la

38 Cf. ibídem.

72
.:. La infancia del torno

Gráfico 13. Porcentaje de adopciones según las variables solicitadas


por los adoptantes: sexo, edad, un niño o niña específicos, 1872-77
100
90
80
70
60
50
40
30 64
20
10 19
13 4
0
Solic. según el Solicitan a un Solicitan según Sin registro
sexo del niño niño específico la edad
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

Gráfico 14. Porcentaje de adopciones según las variables solicitadas


por los adoptantes: sexo, edad, un niño o niña específicos, 1879
100
90
80
70
60
50
40
30
20 50
10 22 18
10
0
Solic. según el Solicitan a un Solicitan según Sin registro
sexo del niño niño específico la edad
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

criatura, ya fuera que se conocían antes o tenían un lazo familiar. Po-


día ser el padre biológico (casado) que, ante la culpa del abandono,
adoptaba a su hijo o hija, o la antigua nodriza que había desarrollado
un vínculo afectivo con el bebé. En ambos casos, el móvil que motivó

73
.:. María Laura Osta Vázquez

Gráfico 15. Porcentaje de adopciones según la duración del proceso,


1872-1877
100
90
80
70
60
50
40
72
30
20
10
11 11 6
0
Menor Mayor Mayor Sin registro
de 1 mes de 1 mes de 1 año
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

Gráfico 16. Porcentaje de adopciones según la duración del proceso,


1879
100

80

60

40
54
20 40
6
0
Menor Mayor Sin registro
de 1 mes de 1 mes

Proceso de adopción
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

estas adopciones no era el interés laboral o de abuso, sino de cariño o


remordimiento.
En los siete años entre 1854-1870, se registran 192 adopciones. De ellas,
84 fueron solicitadas por matrimonios (45 %) y 31 por nodrizas (17 %). La
mayoría de los solicitantes fueron matrimonios, mujeres viudas y alguna

74
.:. La infancia del torno

Gráfico 17. Porcentaje de solicitudes de adopción según el estado civil


de los adoptantes, 1872-77
100
90
80
70
60
50
40
30 62
20
10 21 4
15 2
0
Matrimonio Soltero/a Viudo/a Nodriza Sin registro

Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

soltera. No hubo entre los adoptantes de este período una preferencia


que desbalanceara la equidad de sexos en el Asilo; solicitaban tanto niños
como niñas de forma equitativa. Eran preferidos los niños de 0 a 3 años.
De las 192 adopciones, 95 fueron de bebés de 0 a 3 años (50 %), 68 tenían
entre 4 y 8 años (casi el 30 %) y solamente 13 eran de 9 a 12 años (8 %).
Los trámites de adopciones solían transcurrir en menos de un mes
—entre un día y seis meses—. Se destacan, en general, por la rapidez y
la simplicidad. Los gráficos 15 y 16 muestran los tiempos del proceso de
adopción durante el período 1872-1877 y en 1879.
En cuanto al estado civil de los solicitantes, en el período 1872-79
(gráficos 17 y 18), entre el 62 y 68 % eran matrimonios, entre el 12 y el
21 % eran personas solteras y entre el 4 y el 15 % viudas. Por su parte, las
nodrizas eran entre el 4 y el 10 % de los solicitantes.
Durante el período 1880-1895 se registraron 774 adopciones (un pro-
medio de 51,6 por año), la mayoría de ellas dentro de la franja de 0-3
años (555 bebés). Las cifras descienden cuando pasamos a la franja de 4
a 8 años: 123 adopciones.
De las 774 adopciones, 544 fueron solicitadas por matrimonios (el
70 %), 84 eran por viudas (12 %) y 76 por las nodrizas que habían ama-
mantado a los bebés durante algún período (casi el 10 %). Llama la aten-
ción el alto número de solicitudes presentadas por viudas y nodrizas.
Las primeras seguramente buscaban compañía y ayuda doméstica; las

75
.:. María Laura Osta Vázquez

Gráfico 18. Porcentaje de solicitudes de adopción según el estado civil


de los adoptantes, 1879
100
90
80
70
60
50
40
30 68
20
10 4 16
12 10
0
Matrimonio Soltero/a Viudo/a Nodriza Sin registro

Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

nodrizas, por su parte, habían generado vínculos de apego con sus hijos
de leche que las llevaron a convertirse en madres adoptivas. En esta pro-
fesión era probable que un simple vínculo laboral generara involunta-
rios lazos de afectividad, aquellos que John Bowlby (1976) señala como
relaciones de apego, definidas como los vínculos afectivos que los niños
entablan con sus padres y con otras figuras que cumplen las funciones
parentales.
Las edades preferidas para las adopciones eran de 0 a 4 o 5 años, y
luego el porcentaje vuelve a aumentar entre los 12 y los 13 años. En esta
variable se identifican las dos motivaciones para adoptar. Los de 0 a
5 años eran niños o niñas seguramente elegidos por razones afectivas,
porque los adoptantes querían tener criaturas a quienes educar y pro-
teger, ya que son edades que demandan más cuidados y tiempo. Los de
12 y 13 años, en cambio, nos revelan a aquellas familias que buscaban en
primer lugar ayuda y compañía.
Las motivaciones declaradas por las familias adoptivas, como hemos
visto, eran variadas. Muchas familias manifestaban que las movía la ca-
ridad y el deseo de ayudar, pero luego se descubría que utilizaban a sus
hijos adoptivos para trabajo gratuito, ya fuera doméstico o en talleres.
Los argumentos presentados fueron agrupados según su tipo.
Los que llamo afectivos (entre 8 y 19 %) corresponden a aquellas fa-
milias que manifestaban su deseo de adoptar por el cariño que le tenían

76
.:. La infancia del torno

Gráfico 19. Edades de los niños y niñas adoptados, 1872-1877


(en porcentajes)
100
90
80
70
60
50
40
30 23,4
20 19,1
12,8
10 6,4 8,5 8,5 4,3 6,4
4,3 4,3 2,1 0,0
0 0,0
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

Gráfico 20. Niños y niñas adoptados, según motivos de adopción,


1872-1877

100
90
80
70
60
50
40
30
20
10 28
11 1 4 2
0 8
Afectivo Obra de No puede Herencia Mano No explica
caridad tener hijos de obra
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

a determinada criatura (con quien ya las unía un vínculo). En su mayoría


se trataba de nodrizas que habían amamantado a sus adoptantes.
La aspiración de realizar una obra de caridad figura en segundo lugar
(entre 11 y 21 %). Es un porcentaje alto que nos habla de la mentalidad
católica de la época, en la que las obras de caridad eran bien vistas y

77
.:. María Laura Osta Vázquez

valoradas, sobre todo pensando en la recompensa que tendrían luego


de la muerte.
En tercer lugar aparece la imposibilidad de tener hijos propios (entre
el 1 y el 7 %), ante lo que se argumentaba la necesidad de compañía o de
dejar descendencia.
Por otro lado estaban los que aducían no tener a nadie con quien
compartir su herencia (entre el 4 y el 7 %) y, por último, quienes pedían
directamente mano de obra (el 2 %). El gráfico 20 resume las motivacio-
nes para adoptar en 1872-1877.
Veamos algunos ejemplos de las motivaciones expresadas en las so-
licitudes de adopción. Una viuda argumentaba sobre su necesidad de
compañía: «Al solicitar una criatura del Asilo, lo hace con el móvil de
que le sirva de compañera a su hija, educarla y a la vez a que contri-
buya a ayudarla en los quehaceres de la casa, como lo hace su propia
hija».39
Un matrimonio se presentaba solicitando ayuda laboral en el negocio
familiar, pero lo hacía con el argumento de formación para el huérfano:
«El marido es Agrónomo-Veterinario de profesión y piden adoptar un
joven con el propósito de que viva en mi compañía y enseñarle a trabajar
en uno de mis establecimientos. Solicita que el Joven no tenga padres
conocidos y que, de su libre y espontánea voluntad, desee ser adopta-
do».40 Otro matrimonio justificaba su solicitud en un «Acto de Caridad
para con los desgraciados e infelices»,41 lo que reafirma la importancia
que el ejercicio de la caridad tenía para los católicos.
Las nodrizas se vincularon afectivamente con sus hijos de leche,
como se percibe en las solicitudes analizadas. Veamos el caso de un es-
poso que se presenta como testigo de este vínculo afectivo: «Lo ha cria-
do de lactancia y después del despecho hasta la edad de 25 meses», y en
virtud del reglamento del Asilo debió entregar al niño. Desde entonces,
«la tristeza y la desolación entraron en mi casa, pues mi esposa, yo y mis
hijos legítimos, lo amamos. Confiamos en que la Comisión accederá a
nuestra suplica […]».42

39 Solicitudes y actas/Adopción, 1880. Asilo de Expósitos y Huérfanos. Consejo del Niño.


Torno. agn.
40 Solicitudes y actas/Adopción, 1882. Asilo de Expósitos y Huérfanos. Consejo del Niño.
Torno. agn.
41 Solicitudes y actas/Adopción, 1884. Asilo de Expósitos y Huérfanos. Consejo del Niño.
Torno. agn.
42 Solicitudes y actas/Adopción, 1882. Asilo de Expósitos y Huérfanos. Consejo del Niño.
Torno. agn.

78
.:. La infancia del torno

Otra nodriza expresaba sentirse «verdadera madre» de su cría de le-


che: «Espero puedan apiadarse de una pobre Ama convertida en una
verdadera madre adoptiva, que hace ocho días sufre sin cesar el dolor
del corazón que sufre una madre al perder una querida hija; la cual tam-
bién ha derramado abundantes lágrimas […]».43
El vínculo afectivo desarrollado durante dos años de cuidados y ali-
mentación se hacía tan fuerte que otra ama de leche manifestaba: «Ven-
go a solicitar el permiso para quedarme con el referido menor, aprohi-
jándolo y cuidándolo como si fuera mi hijo propio. La razón principal
que me lleva a solicitar lo expuesto, es el inmenso cariño que poseo a
este ser, que durante 2 años consecutivos, ha sido la alegría de este hu-
milde hogar y hoy veo con dolor la separación […]».44
Como se ha visto, los móviles para adoptar fueron muy diversos, des-
de vínculos afectivos, vacíos, soledad, hasta ayuda económica. A pesar
de la rapidez del trámite de adopción, que no siempre garantizaba el
bienestar de las criaturas, el Asilo procuró velar por los adoptados, cui-
dar y controlar su situación, actuando con eficiencia y rapidez cuando
se presentaban denuncias.
Las prácticas trabajadas en este capítulo arrojan algunas luces sobre
lo que significaban la orfandad, la caridad, la adopción y el abandono en
siglo xix. En este tránsito infantil entre la llegada y la salida del Asilo,
su voz pocas veces o nunca era escuchada. La voz adulta siempre era
la que determinaba el destino y las condiciones de estos cuerpos. Los
inspectores, los jueces y los directivos de la Comisión de Caridad pau-
taron las reglas de estas relaciones de poder mediante las cuales se bus-
caba sanear una necesidad social: transformar a la infancia huérfana en
ciudadanía honrada y trabajadora. Con estas prácticas buscaron evitar
que se reprodujera la delincuencia en el país, estigma social del que la
infancia asilada era la principal portadora.

43 Ibídem.
44 Ibídem.

79
.:. La infancia del torno

Puertas adentro.
Relatos de cuerpos observados
por la mirada médica, pedagógica
y jurídica

E n este capítulo nos detendremos en el interior del Asilo, entraremos


como observadores de este mundo infantil por medio de algunos
relatos médicos, pedagógicos y jurídicos sobre sus acciones, formas de
vivir y sentir.

1. El médico, las enfermedades y mortalidad en el Asilo

El Hospital de Caridad fue fundado en 1788, y en 1911 se lo llamó


Hospital Maciel, en honor a su fundador principal, Francisco Antonio
Maciel. Este fue el primer hospital público que asistió a niños y niñas
pobres y huérfanos.
En 1890 se creó, en la vereda de enfrente al Asilo de Expósitos y
Huérfanos, la enfermería del Asilo. Se podría decir que fue el primer
laboratorio de pediatría en el Uruguay, donde Luis Morquio se inició en
las prácticas pediátricas. En 1908 se fundó finalmente el primer hospital
para niños, en terrenos donados por el matrimonio de Alejo Rossell y
Rius y Dolores Pereira. En 1922 se fundó otro hospital infantil, el Hospi-
tal Pedro Visca, edificado sobre la enfermería del Asilo, el cual cerró sus
puertas durante la última dictadura uruguaya.
Según el historiador José Pedro Barrán, a finales del siglo xix el mé-
dico comenzó a cobrar gran importancia en la sociedad, llegando a
ocupar el lugar que antes tenía el sacerdote. El médico en la sociedad

81
.:. María Laura Osta Vázquez

Electroes-
timulación
neurológica
como terapia
empírica. Sala
de Electricidad,
284 (Casa del
Niño). Archivo
de la Imagen,
sodre. Carpeta
Asistencia
Pública.

montevideana del siglo xix era quien alertaba sobre epidemias y formas
de prevenir los contagios; organizaba incluso la logística de traslados de
barrios para evitar la aglomeración de personas. Dentro del Asilo era
una figura fundamental; era el funcionario que ganaba mayor salario y
generalmente tenía un ayudante.
Un ejemplo de esta centralidad se revela en un informe de 1884 del
Dr. Pedro Castro Ramos, médico del Asilo, quien recomendaba dón-
de deberían vivir las amas de leche ante la epidemia de viruela: «[…]
que las Amas de Leche —que habitan las zonas más afectadas— se
trasladen de domicilio, o en su defecto el retiro de los niños que están
con ellas».45 Señalaba que el lugar de mayor propagación eran los ba-
rrios sur y este. Vemos que durante los períodos de epidemias prima-
ban siempre las medidas higiénicas. Los médicos proponían realizar
traslados de habitaciones dentro del Asilo y hasta movilizaciones de
domicilio, como forma de aislar a los enfermos de los sanos. En una
época en que no había antibióticos y eran pocas las vacunas, el aisla-

45 Cartas de los médicos (1883-1884), 28 de enero de 1884. Asilo de Expósitos y Huérfanos.


Consejo del Niño. Torno. agn.

82
.:. La infancia del torno

miento era la mejor medida higiénica, entre otras dirigidas y gestiona-


das siempre desde el discurso médico.
Los médicos investigaban enfermedades y causas de muerte, prac-
ticaban curas a través de fármacos y tratamientos. Estas prácticas mu-
chas veces eran empíricas, y los cuerpos destinados o propensos a ser
expuestos eran los de los pobres y, entre estos, los de aquellos que nunca
serían reclamados: los huérfanos. A continuación, un ejemplo de prácti-
ca clínica empírica en la primera mitad del siglo xx en la Casa del Niño,
muestra que todavía se continuaban realizando con la infancia huérfa-
na, terapias empíricas.
La enfermería del Asilo fue el primer lugar de práctica clínica ins-
titucional de la medicina infantil, donde los médicos pudieron probar
medicamentos, vacunas, cirugías, tratamientos y posibles curas con
niños y niñas. Estas vidas no serían reclamadas por sus familiares, y
los errores, si los había, podían rápidamente ser ocultados. Barrán lo
advierte en su obra Medicina y sociedad en el Uruguay del novecientos.
La invención del cuerpo:

El saber médico forma parte de la cultura y no es inmune a sus


influencias […] Fue el orden económico y social el que puso a su dis-
posición en el hospital y la clínica no cualquier cuerpo, sino el de los
pobres. (Barrán, 1999: 10)

El médico del Asilo atendía a la infancia interna y la externa (la que


vivía en las casas de nodrizas), y llevaba informes trimestrales y anuales
detallados del estado de salud y de sus muertes a la Comisión Directiva
de la Sociedad de Beneficencia. En varias oportunidades también de-
nunció las condiciones de vida que tenían a causa de la pobreza de las
nodrizas, como veremos en el próximo capítulo.
En Montevideo y en Buenos Aires durante el siglo xix la mortalidad
infantil fue muy alta (en 1890 se ubicaba en torno a 150 ‰ y 180 ‰, res-
pectivamente). Solo las enfermedades gastrointestinales y respiratorias
conjuntamente acumulaban más del 40 % de las causas de defunción, y
se mantuvieron por encima del 55 % en el período 1890-1950. En ambos
casos, las afecciones gastrointestinales eran la principal causa de muerte
para los menores de un año, aunque la evolución de la mortalidad por
esta causa presenta diferencias (Cabella y Pollero, 2004).
Dentro del Asilo los porcentajes no variaron demasiado. Señala el
médico pediatra y cronista Walter Piaggio Garzón (1949): «La mortali-

83
.:. María Laura Osta Vázquez

Gráfico 21. Porcentaje de niños y niñas muertos dentro


y fuera del Asilo, 1865-1866
100
90
80
70
60
50
40
30 30
25
20
10
0 1
0
Mujeres Varones Mujeres Varones
Internos Externos
Fuente: Elaborado por Tahíz Sánchez y Laura Osta.

dad era, pues, excesivamente elevada, dadas las condiciones calamitosas


en que eran depositados los niños, pero dicha letalidad descendió mu-
cho en los años sucesivos (de 53,5 % a 18,5 %)».
La mortalidad de los niños y niñas externos, dejados en casas de
nodrizas, era mucho mayor que la de los internos. El gráfico 21 mues-
tra la mortalidad de la infancia asilada y la diferencia entre internos
y externos durante 1865-1866. La mortalidad para los internos es de
solamente 1 %, frente a un 25 y 30 % entre los externos. Esta alta mor-
talidad fue denunciada por varios médicos, quienes la atribuían a las
condiciones de insalubridad y pobreza en que vivían las nodrizas, con
hacinamiento, falta de circulación de aire y poca iluminación. El dis-
curso higienista impregnaba la argumentación médica en las denun-
cias de muertes.
Durante 1886-1887 se registró en Montevideo y en el resto del país
una epidemia de cólera, que dejó 228 víctimas en 1866 y 2952 en 1867-
1868 (Soiza Larrosa, 1996).
Uno de los médicos del Asilo, el ya mencionado Pedro Castro, ex-
plicaba en sus informes de 1883-1884 que las enfermedades por las que
morían los huérfanos y expósitas eran en su mayoría enfermedades del
aparato digestivo (gastritis, gastroenteritis, enteritis y diarreas catarra-
les); les seguían las del aparato respiratorio (bronquitis, bronconeumo-
nía, neumonía, tos convulsa), numerosos casos de debilitamiento en

84
.:. La infancia del torno

general, fiebres eruptivas (viruela) y, por último, meningitis, sífilis, téta-


nos, tifus y falta de desarrollo.
Luego de la muerte del Dr. Castro, en 1894, se establecieron dos ser-
vicios para la infancia del Asilo: el Servicio Interno, cuya dirección se
confió al Dr. José Rodolfo Amargós, y el Servicio Externo, adjudicado
al Dr. Enrique Estrázulas, quien renunció casi de inmediato, lo que de-
terminó la entrada de Morquio al establecimiento. Allí actuó Morquio
durante 25 años, además de ejercer la docencia de pediatría en la Sala
San Luis del Hospital Maciel (Portillo Olascoaga, 1987).
A partir de todos los informes médicos presentados durante el siglo
xix, hemos confeccionado una lista alfabética de todas las enfermeda-
des que se diagnosticaron a los niños y niñas huérfanos de Montevideo.

85
.:. María Laura Osta Vázquez

Cuadro 1. Enfermedades diagnosticadas a los niños y niñas


del Asilo durante el siglo xix

Absceso del cuero cabelludo


Acné
Adenopatía brónquica
Anemia
Angina catarral
Angina pultácea
Artritis reumática
Bronquitis
Bronquitis y tiña [hongos de la piel]
Bronquitis y ocena [especie de rinitis sobreinfectada]
Bronco pneumonía
Catarro gástrico
Catarro gástrico complicado de aftas
Coqueluche [Tos ferina o Tos convulsa]
Eclampsia
Ectima [Dermatosis bacteriana]
Enteritis aguda
Enteritis crónica
Enteritis tuberculosa
Enteritis comp. de prolaxus recto
Entero-colitis comp. de prolaxus recto [Prolapso rectal]
Escrofulosis [Diátesis escrofulosa de origen tuberculosa]
Estomatitis ulcerosa
Estomatitis ulcero-membranosa
Eczema
Eczema e idiocia
Fiebre gástrica
Fiebre tifoidea
Flemón
Forunculosis

86
.:. La infancia del torno

Gastro-enteritis
Heridas
Herpes
Histeria
Hidrocefalia
Idiocia
Impétigo
Impétigo y otitis media crónica
Influenza
Luxación del codo
Noma de la vulva [especie de úlceras por desnutrición o falta de higiene]
Osteítis tuberculosa de la tibia
Osteo-mielitis epifisiaria
Otitis aguda
Otitis media crónica
Otitis media crónica y enteritis
Pie-bot-varus-equinus
Peritonitis aguda
Pneumonia fibinosa
Pneumonia tuberculosa
Quemaduras
Sarampión
Sarampión y otitis media
Sarampión y herpes
Sífilis hereditaria
Tiñas
Tuberculosis pulmonar
Tuberculosis generalizada
Tuberculosis pulmonar y ocena
Viruela

Fuente: Elaborado por Laura Osta a partir de los informes y cartas médicos del Asilo de Expósitos y Huérfa-
nos. Consejo del Niño. Torno. agn.

87
.:. María Laura Osta Vázquez

La conjuntivitis fue una enfermedad que acompañó al Asilo durante


todo el período. Por ser sumamente contagiosa, ocupó la atención de
muchos de los médicos, quienes indicaron diversas soluciones y trata-
mientos. Se llegó a separar las habitaciones con los contagiados para
que no siguiera propagándose, se indicaron desinfecciones del lugar y
tratamientos con colirios de nitrato de plata al 2 % («Método de Credé »)
en la vista y desinfecciones del lugar. El historiador de la medicina Juan
Ignacio Gil Pérez. El Dr. Juan Ignacio Gil, en entrevista realizada por la
autora, informó que la incidencia de la conjuntivitis se debía en gran
parte a la falta de antibióticos para combatirla, y a que la desnutrición
o la mala alimentación generaban una baja en las defensas que ofrecía
un campo fértil para todo tipo de infecciones, particularmente oculares.
Había, y aún hay, dos tipos de conjuntivitis grave: la producida por el
virus del herpes, primo del de la varicela, y las bacterianas, producidas
por estreptococos y estafilococos. Estas últimas requerían prevención
en el recién nacido con el método de Credé: instilación de nitrato de
plata como colirio antiséptico. Esto se hacía en el Asilo, en el Hospi-
tal Pereira Rossell donde Morquio impartía cátedra y creó su Escuela
pediátrica y ulteriormente, a partir de su inauguración en 1922, en el
Hospital de Niños Pedro Visca.46
La alimentación dentro del Asilo no ayudaba a prevenir las enferme-
dades ni a levantar las defensas, ya que era bastante austera y escasa. Los
registros del Hospital de Caridad nos informan que tenían una comida
fuerte, el almuerzo, que consistía en una sopa y un cocido, y un «princi-
pio de cena, una sopa».47 Encontramos varias cartas de la directora del
Asilo solicitando a la Comisión Directiva de la Sociedad de Beneficencia
recursos por falta de alimentos. El Asilo pasó por varias etapas de ne-
cesidad, debido a que generalmente el número de criaturas huérfanas y
expósitas superaba el que podían sustentar.
El propio Dr. Morquio, en una ponencia en el II Congreso America-
no del Niño, hacía referencia a las causas de la mortalidad infantil, que
dividía en dos tipos:

Una mitad se muere antes del mes, por enfermedades o vicios con-
génitos y falta de las atenciones necesarias en los primeros momentos

46 Entrevista al Dr. Juan Ignacio Gil. Facultad de Medicina, Instituto de Investigación


Histórica. Julio de 2016.
47 Archivo del Hospital de Caridad, tomo XIV, 1818-1825. agn (antes aga).

88
.:. La infancia del torno

del nacimiento, la otra mitad —en su mayor parte— obedece a de-


fectos de alimentación directa o indirectamente, para lo cual actúan
como factores: la ignorancia, los malos alimentos, la miseria, el aban-
dono, la ilegitimidad, etc. (Collazo, Palumbo, Sosa, 2012: 63)

Dejaba al descubierto, según su mirada médico-higienista, que la po-


breza y la ignorancia eran las principales responsables de la mala alimen-
tación de aquellas criaturas en sus primeros meses de vida. Estos argu-
mentos dieron argumentación sólida para que el Estado se ocupara de los
desvalidos, pobres y huérfanos antes atendidos por la caridad cristiana.
Coincido con las autoras Collazo, Palumbo y Sosa (2012: 70) cuando
afirman: «El maestro, junto al médico, será el aliado del Estado en la
misión civilizadora que se emprendió desde fines del siglo xix, y el niño
el elemento a civilizar».

2. La acción de la infancia asilada

Partiendo de la idea de que la infancia tiene capacidad de agencia, que


transforma y actúa, se ha puesto la mirada en las huellas que ha dejado.
La infancia del Asilo sabía leer y escribir desde muy temprano, y en
relación con el resto de la infancia montevideana se destacó en varios
saberes.

Escuela y música en la Inclusa

Durante un primer período de la Inclusa (1818-1838), existían en


Montevideo 14 escuelas, 4 públicas y 10 privadas, que albergaban un
total de 338 alumnos. El número de niños y niñas de este período era de
771, o sea que más del 50 % no asistía a la escuela (Araújo, 1905: 118, 130).
Eduardo Acevedo, en sus Anales históricos, habla de que en 1856
—pasada la Guerra Grande— se percibía una crisis de la educación pú-
blica, con solamente seis escuelas públicas frente a 38 privadas en todo
Montevideo (Acevedo, 1933: 736).
En un mundo casi analfabeto, ser letrado transformaba socialmente a
una persona en una rareza, casi podría percibirse como una resistencia.
Un año después de fundada, la Inclusa tuvo su propia escuela, abierta

89
.:. María Laura Osta Vázquez

también para hijos de vecinos pobres, bajo la dirección de dos maestras


y una comisión de dos señoras para su vigilancia. Esta escuela —una de
las primeras mixtas del territorio— funcionaba en una de las salas del
Hospital de Caridad y llegó a albergar a 15 niñas y 12 niños.48
En 1827, luego del inicio de la reforma edilicia del Hospital de Cari-
dad, la Hermandad de Caridad fundó dos escuelas primarias, una para
niñas y otra para varones que incluía a los niños negros e indígenas.
Dichas escuelas estaban bajo la dirección de Juan Manuel Besnes e Iri-
goyen, con el apoyo de cuatro hermanos y dos hermanas de la Comisión
de Caridad: Margarita Oribe y Eladia Vázquez (Jaureguy, 1946: 16).
Tenían tres horas de clase de mañana y tres de tarde durante todo el
año. Sus únicas vacaciones eran los días religiosos que eran festivos.49
Esos días feriados, según el Reglamento de varones del Asilo de 1826,
eran

[…] los días de obligación de oír Misa, los 19 por la mañana des-
pués del segundo toque para la de nuestro Patrono tampoco desde
Jueves de Carnaval a Miércoles de Ceniza, de Jueves Santo a Mar-
tes de Pascua, de 25 de diciembre a 1 de enero (todos inclusive), los
jueves a la tarde cuando los seis días de la semana son enteramente
laborables y los del cumpleaños de nuestros augustos Emperador50
y Emperatriz.51

Además de tempranamente letrada, esta infancia se destacó en varias


oportunidades por su desempeño escolar, acción que fue reconocida
por las autoridades públicas. El propio Urbano Chucarro (quien sería
inspector de Instrucción Pública desde 1891) expresaba:

48 Cf. «Historia del Hospital de Caridad desde su fundación hasta el veinte y cuatro de
Abril de mil ochocientos veinte y cinco. Es la memoria colocada en la piedra angular del
Grande Edificio el 24 de abril de 1826». agn (antes aga). Hospital de la Caridad. Caja
702. F, sin numerar, al final del libro. Y Jaureguy (1946: 16).
49 Cf. Reglamento de educación de los niños varones expósitos (1826). Archivo General Ad-
ministrativo. Hospital de Caridad, caja 706, folios 403-409. 5 de noviembre.
50 El 25 de agosto de 1825 se produjo nuestra independencia del imperio de Brasil y la
unión con las Provincias Unidas. Sin embargo, la población seguía muy dividida. En
enero de 1826 Brasil declaró la guerra a las Provincias Unidas. En este reglamento
vemos cómo la Hermandad de Caridad era todavía fiel a Brasil y reconocía sus autori-
dades como propias, resabios de la Cisplatina.
51 Cf. Reglamento de educación de los niños varones expósitos (1826). Archivo General Ad-
ministrativo. Hospital de Caridad, caja 706, folios 403-409. 5 de noviembre.

90
.:. La infancia del torno

Los Exámenes comenzaron el día 27 de diciembre pasado siendo


a la 1 pm. Comenzaron por la clase de párvulos compuesta de 29
alumnos, siguió a esta la clase inferior cuyo personal la componen
19 niños, finalizando con la clase superior cuyo grupo lo forman 12
alumnos. Todas las Sesiones a clases demostraron aplicación y estu-
dio, rindiendo el examen con sujeción al programa […].52

Finalizó la carta felicitando la tarea del receptor don Manuel Y. Cres-


pi, quien en solo seis meses había puesto mucho empeño en la tarea y
demostrado sus conocimientos. Reconoció asimismo el buen trabajo de
las Hermanas de la Caridad que dirigían las clases de las niñas.
La educación del Asilo estuvo apoyada también por las Hermanas del
Huerto53 (llegadas a Montevideo desde Italia en 1856), quienes desarro-
llaron una actividad muy importante no solo en el cuidado de enfermos
y huérfanos, sino también en el campo educativa, destacada por autori-
dades externas al Asilo.
La infancia del Asilo participaba activamente en las festividades re-
ligiosas y era solicitada por los curas párrocos de diversas iglesias de la
región. Se vinculaba a través del coro y la orquesta infantil. En festivi-
dades como Corpus Christi, días de santos o Navidad, se destacaba por
su desempeño musical. Los contemporáneos señalaban la calidad de su
música. Veamos una carta del cura José M. Sermeví, de la Parroquia
Nuestra Señora del Carmen, de 1895:

Cumplo con el gratísimo deber de agradecer a esa H. Comisión


el valioso concurso que se ha dignado presentarme en las funciones
religiosas de Semana Santa, permitiendo que el coro […] interpretara
los cantos de la Agonía en el Sermón de las siete Palabras del Viernes
Santo. Los niños, como siempre, han estado a la altura de sus antece-
dentes, debido también a la competente dirección del maestro herma-
no Urquizín. La satisfacción unánime de todos los concurrentes es la
prueba más acabada de lo que dejo expresado.54

52 Carta de Urbano Chucarro a los directores del Asilo de Huérfanos y Expósitos, 3 de


enero de 1888. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1886-1889. Varios. Consejo del Niño.
Torno. agn.
53 Para profundizar en la acción de las Hermanas del Huerto, o Hermanas de la Caridad,
véanse Monreal (2010) y Osta (2016).
54 Carta del cura José M. Sermeví, de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, a los di-
rectores del Asilo de Huérfanos don Pablo Nin y González y don Francisco E. Martínez.
Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1895. Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.

91
.:. María Laura Osta Vázquez

La orquesta infantil fue solicitada incluso desde el interior del país.


En carta a la Dirección del Asilo, la Comisión. Nacional de Caridad in-
formaba que había autorizado a enviar «a dicho pueblo [Minas], debida-
mente acompañada, la orquesta de niños del Establecimiento a su cargo,
con el fin de que tome parte en la velada literario-musical que debe ce-
lebrarse en la referida localidad en honor de su Patrona, previniéndole
desde ya que todos los gastos que con tal motivo se originen serán de
cuenta del ante dicho Comité».55
La orquesta y coro infantil no solo fue solicitada para fiestas religio-
sas, sino también para acompañar funerales, como vemos en una soli-
citud del Manicomio Nacional del 30 de agosto de 1894. La Comisión
Nacional de Caridad y Beneficencia Pública envió una nota a la Comi-
sión del Asilo de Expósitos y Huérfanos por la que solicitaba «la partici-
pación de la orquesta del Asilo para acompañar un modesto funeral en
el Manicomio Nacional».56
El Asilo contó, además, en distintas etapas de su existencia, con talle-
res de zapatos, de costura, de carpintería. Luego, con la fundación de la
Escuela de Artes y Oficios (1879), dichos emprendimientos educativos
se concentraron en esta institución, creada inicialmente con el propósi-
to de formar a huérfanos del Asilo en oficios y profesiones.

Las voces de la infancia

En el período que Barrán llama de barbarie, las voces de la infancia


eran pocas veces oídas; por lo general valía más la opinión de un hombre
honrado de la sociedad que el de un infante, y menos aún si era huérfa-
no o huérfana. Sin embargo, encontramos resistencias a estas prácticas
dominantes. A continuación, veremos algunas perlas halladas, donde la
voz infantil pudo ser escuchada y transformó algunas situaciones.

55 Carta de Antonio M. Márquez, de la Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia


Pública, a los integrantes de la Comisión del Asilo de Expósitos y Huérfanos. Asilo de
Expósitos y Huérfanos, 1890, 1891, 1893, 1897. Varios. Correspondencia de la Comisión
Nacional. Consejo del Niño. Torno. agn.
56 Nota de la Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia Pública a la Comisión del
Asilo de Expósitos y Huérfanos. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1894-1895. Varios.
Consejo del Niño. Torno. agn.

92
.:. La infancia del torno

Sobre casamientos con niñas

A pesar de las necesidades económicas y de la superpoblación que


vivía el Asilo, la infancia fue preservada cuando las solicitudes de matri-
monio a sus huérfanas no daban garantías de cuidado y moral.
Se encontró el caso de una propuesta de casamiento de un hombre
llamado Manuel Simoens a una huérfana del Asilo, realizada en 1868.
Este señor presentó ante el Juzgado Ordinario la petición de casamiento
con la niña Valentina Borges. Al respecto, una Comisión Extraordinaria
encargada de algunos asuntos de la Junta Económico-Administrativa
solicitó un informe a la Comisión Interna del Hospital de Caridad. La
Comisión Interna, luego de preguntar a la niña por su voluntad, se ex-
pidió por la negativa:

La Comisión Interna expidiéndose en al asunto iniciado por Don


Manuel Simoens sobre matrimonio con una de las niñas educadas en
la casa, de nombre Valentina Borges, dice: – que se ha hecho presen-
tar la referida niña, la que contestando a las preguntas que le fueron
dirigidas dijo: que no solo ignoraba el proyecto del Señor Simoens, y
las gestiones que hacía para contraer matrimonio con ella, sino que
ni conocía ni había visto nunca a ese Señor. Después de lo manifes-
tado por la niña Valentina, en atención a su corta edad e incompleto
desarrollo y por las razones que se reserva exponer verbalmente, la
Comisión Interna cree que las gestiones del Señor Simoens no deben
tenerse presentes en oportunidad.57

Este es uno de los pocos casos en que la voz de la infancia fue es-
cuchada. La niña expresó no conocer a ese hombre ni saber de sus in-
tenciones; por lo tanto, la voluntad de la involucrada no fue favorable.
Además se tomaron en cuenta otros elementos, como su «corta edad
e incompleto desarrollo», que impedían contraer matrimonio según
nuestro primer Código Civil, en vigencia a partir ese mismo año (1868).
El texto establecía como impedimentos para el matrimonio, entre otros,
ser menor de 12 años las niñas y la falta de consentimiento de uno de los
cónyuges (artículo 90, incisos 1 y 2). La edad de Valentina no es men-

57 Actas de la Comisión de Caridad. Segundo Libro de Actas de la Comisión de Caridad


y Beneficencia Pública. 1864-1868. Asilo de Expósitos y Huérfanos. Varios. Consejo del
Niño. Torno. agn.

93
.:. María Laura Osta Vázquez

cionada, pero estimamos que, por no haberse desarrollado biológica-


mente aún, tal vez tuviera 10 u 11 años. Si bien la Comisión actuó como
protectora de sus derechos, impidiendo que se celebrara un casamiento
impuesto por la voluntad de un hombre cuyas intenciones no parecen
las más apropiadas, debemos tener en cuenta que su voz fue tomada en
cuenta por el mero hecho que se trataba de un imperativo legal estable-
cido por el Código Civil vigente. La infancia como etapa especial, en la
que era importante contemplar su voz, todavía estaba lejos de conside-
rarse, como veremos en el caso siguiente.

La voz que no fue oída. Historia de un maltrato

No siempre la voz infantil tuvo protagonismo. Hubo casos donde


la opinión de vecinos de reconocida honradez predominó ante hechos
concretos de malos tratos. Encontramos denuncias de maltrato o fugas
de algunas huérfanas en las que la voz infantil no fue interpretada o es-
cuchada. Veamos un ejemplo:
En mayo de 1895 llegó una carta anónima al Asilo que denunciaba
malos tratos de un padre adoptivo militar hacia una huérfana de siete
años sacada del Asilo. Durante todo el relatorio y las cartas que con-
forman este expediente, llama la atención que el nombre de la niña
nunca aparece. Tanto la carta anónima como el informe del inspector
externo se refieren a ella como huérfana o expósita, pero nunca por su
nombre.
Esto nos lleva a reflexionar sobre la falta de identidad que tenían estas
criaturas. El estigma de ser hija del Asilo no se iba ni con una adopción,
ni con un casamiento, ni con una profesión. Consideramos que «el dere-
cho a la identidad es el más próximo a los derechos respecto del derecho
a la vida» (Pierini 1993: 9). Pierini vincula la identidad al derecho a la
vida, y siguiendo esta lógica vemos que la vida de esta infancia no tenía
gran valor. Esto se nota claramente en el no cuidado o la negligencia que
ocurrió en este caso en particular. La denunciante anónima relató:

El castigo es muy severo, tal es así que días pasados poco faltó para
que la infeliz criatura le faltara una vista que aún no sé si se habría
quedado defectuosa… Adviértole que se fije en el cuerpo de la criatura
que tiene señalados algunos palos, le diré también que con estos fríos
la tienen envuelta en trapos viejos descalza, haciéndole lavar pisos que
a la edad de ella no es muy conveniente, si quieren interrogar a la niña

94
.:. La infancia del torno

ruégole que lo hagan separada de los bárbaros de los patrones que es


tanto el acosamiento que la niña por temor de ser castigada cruelmen-
te negará.58

Pedro Rodríguez Suárez, inspector externo del Asilo, al otro día de


recibir la carta anónima fue al Reducto, donde vivía Francisco Medina,
el militar denunciado. Cuenta que fue «a tomar informes de personas
respetables, antes de ir a la casa del señor Francisco Medina». No da
nombres ni dato alguno sobre quiénes eran estas personas respetables,
si eran vecinos o simplemente conocidos del militar. Luego comenta el
resultado de las averiguaciones de sus vecinos: «Bajo ningún punto de
vista pueden creer que sean capaz de darle malos tratos a la expósita que
hace años que la tienen por la razón de considerarlos buenos padres de
familia, incapaz de ello y por verla siempre muy bien vestida».59 Relata
que luego fue hasta la casa y que estuvo a solas con la niña. Recono-
ce que le encontró «una pequeña contusión en el ojo izquierdo», pero
enseguida argumenta que fue «debido a un golpe que la referida se lo
dio con un lavatorio al entrarlo del jardín al cuarto que duerme, según
declaración de la misma».60
Finalmente, emitió su juicio final sobre lo sucedido, basado única-
mente en el estado f ísico —de gordura— de la niña: «La expósita se ve
que no debe ser mal tratada, por cuanto está gruesa, lo que prueba que
no debe recibir el trato que dice el anónimo».61
Con estas declaraciones finales el inspector cerró el caso, luego de
un solo día de averiguaciones y a pesar de tener pruebas f ísicas de un
posible maltrato, creyendo en la versión que le dio la niña, interrogada
en su propia casa, a la que posiblemente el terror le impidió declarar los
verdaderos hechos.
Otro caso que revela la falta de consideración de la voz infantil y sus
derechos lo veremos en la fuga de Paula Celia. El director de la Comi-
sión de Caridad, Manuel Montaño, le escribió a la directora del Asilo
en 1878 solicitando «que devuelvan a la menor Paula Celia que se fugó

58 Carta anónima con graves denuncias dirigida al señor Sastre, secretario de la Comisión
de Caridad. 16 de mayo de 1895. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1895. Varios. Consejo
del Niño. Torno. agn.
59 Informe del inspector externo Pedro Rodríguez Suárez a la Comisión de Caridad y
Beneficencia Pública. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1895. Varios. Consejo del Niño.
Torno. agn.
60 Ibídem.
61 Ibídem.

95
.:. María Laura Osta Vázquez

ayer de la quinta del Señor Don Remigio Castellanos. Esta Dirección


está convencida que no hay causa ni motivo alguno para la fuga de di-
cha menor, a quien pondrá a disposición del Señor Castellanos que ur-
gía buscarla».62 Sin otro freno o argumentación, la menor fue devuelta
al señor Remigio Castellanos. En ningún momento aparecen indicios
de que se hubiera presentado denuncia a la policía o interrogado a la
menor. La dirección «estaba convencida» de que no había motivos. No
obstante, por alguna razón la directora albergó a la menor en el Asilo,
protegiéndola de su familia adoptiva, pero esa acción fue avasallada por
la decisión de la Comisión de Caridad. Impunemente se obligaba a la
niña a volver al hogar del cual había huido. Nadie se cuestionó cuál ha-
bía sido el motivo de la fuga.
De este caso no se encontraron más documentos. Son ausencias que
transmiten lo no dicho, lo no hecho, lo no visto ni oído. La infancia que
todavía no era preservada en sus fueros más íntimos cuando familias de
la alta sociedad imponían su voluntad.

3. Resistencias de mujeres

El desconocimiento de la labor de las mujeres de la Comisión de Ca-


ridad y Beneficencia ya venía siendo un problema desde mediados del
siglo xix. En el caso comentado del pedido de matrimonio de 1868, la
Comisión Extraordinaria, al final del informe, le recordaba a la Junta
Económico-Administrativa que quienes se encargaban de los asuntos
internos del Asilo eran las señoras de la Comisión, y que para próxi-
mas solicitudes sería conveniente que se refirieran directamente a ellas:
«Esta comisión acordó que […] la atención y cuidado de las niñas huér-
fanas del Hospital de Caridad, compete a la Sociedad de Señoras o a esta
de Caridad y Beneficencia Pública».63
Durante el año 1878, el gobierno militar dirigido por Lorenzo Latorre
suspendió las funciones de la Sociedad de Señoras de la Caridad dentro

62 Carta del director de la Comisión de Caridad, Manuel Montaño, a la madre superio-


ra del Asilo de Expósitos y Huérfanos, Hna. María Alfonsa Corvino. 17 de diciembre
de 1878. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1880-1884. Varios. Consejo del Niño. Torno.
agn.
63 Actas de la Comisión de Caridad. Segundo Libro de Actas de la Comisión de Caridad
y Beneficencia Pública, 1864-1868. Asilo de Expósitos y Huérfanos. Varios. Consejo del
Niño. Torno. agn.

96
.:. La infancia del torno

del Asilo; delegó la dirección en una Comisión de Caridad formada por


los miembros (varones) de la Sociedad de Beneficencia y la administra-
ción interna en manos de las Hermanas del Huerto.64 Veamos el decreto
del 31 de mayo de 1878:

Artículo 1. Mientras que la Superioridad no realice la organización


que tiene proyectada en beneficio de los Establecimientos de Caridad
cesa en sus funciones la Sociedad de Beneficencia Pública de Señoras.
2) Quedan encargadas de los cometidos de la distinguida Sociedad
de Beneficencia Pública de Señoras, las Hermanas de la Caridad que
dirigen actualmente el Asilo de Huérfanos y el Hospicio de Expósi-
tos, bajo la superintendencia del Sr. Director del Hospital de Caridad
[…].65

Dos años después, el Poder Ejecutivo restituyó las funciones de la


Sociedad de Beneficencia de Señoras en el Asilo, y las Hermanas del
Huerto continuaron en un rol interno-administrativo-educativo.
Latorre había sido miembro de la Comisión de Caridad y Benefi-
cencia Pública durante la década de 1860; conocía el funcionamiento
del Asilo, sus problemas y gastos. Desde 1878 a 1879, a través de su
secretario, José María Montero, envió varias órdenes y decretos que
afectaron la autonomía del Asilo, desde el nombramiento y la destitu-
ción de varios funcionarios (como el Dr. Manuel Espinosa y la Comi-
sión de Señoras de Beneficencia) hasta injerencias en el presupuesto
y los gastos. Esto provocó resistencias y oposición a sus órdenes. Sin
embargo, Latorre también llevó algunos beneficios económicos al Asi-
lo, como la conexión de Aguas Corrientes, en 1877, la adquisición de
terrenos y donaciones en especie.
La destitución de las mujeres no fue fácilmente acatada. Del período
1878-1880 se encontraron varias cartas que expresan la negativa a acep-
tar dicha medida, hasta que en setiembre de 1880 fueron restituidas en
la Dirección del Asilo.
¿Qué motivos llevaron a Latorre a suspender a la Comisión de Se-
ñoras? Por lo visto, se trataba de un problema de autoridad, por la re-

64 Cf. Carta de José María Montero que notifica el decreto ley de Lorenzo Latorre. Asilo
de Expósitos y Huérfanos, 1877-1878. Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.
65 Carta de José María Montero, secretario del gobierno provisorio de Lorenzo Latorre,
que notifica el decreto de Latorre a la Sociedad de Beneficencia Pública de Señoras.
Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1877-1878. Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.

97
.:. María Laura Osta Vázquez

sistencia de estas mujeres a acatar sus órdenes. Entre marzo y agosto


hubo un intercambio epistolar que revela un incidente relacionado con
el médico del Asilo. Latorre propuso la destitución del Dr. Manuel Espi-
nosa y el nombramiento del Dr. Florentino Ortega, lo que generó gran
disconformidad de las Señoras, quienes le hicieron saber su desacuerdo.
El Dr. Espinosa incluso se ofreció a trabajar gratuitamente para la infan-
cia huérfana, lo que Latorre no aceptó, según comunicó Montero a las
señoras:

Sobre manera siente el Gobierno no poder acceder a los deseos


de la Sociedad de Beneficencia con respecto al Dr. Espinosa porque
considera es de suma importancia para ese establecimiento que el Dr.
Ortega sea su único facultativo cumpliendo así este Señor con uno de
los deberes que exige el empleo de Médico Municipal […] espera el
Gobierno que la Sociedad de Beneficencia dispondrá lo conveniente
para que el Dr. Ortega se reciba del cargo de Médico del Hospicio
dándole las instrucciones que sean necesarias para el cumplimiento
de ese cometido […].66

Las señoras no aceptaron el cambio de médico y Ortega terminó re-


nunciando. Espinosa fue restituido en 1880, una vez que las señoras re-
cuperaron la Dirección del Asilo. Fue otro triunfo de las mujeres en la
pulseada de la administración política y militarista.
También durante el gobierno de Máximo Santos estas mujeres de-
mostraron personalidad y rebeldía ante medidas autoritarias. El presi-
dente Santos había nombrado para el Asilo un inspector con el que la
Sociedad de Señoras no estaba de acuerdo; por lo tanto, decidieron re-
nunciar corporativamente a la Dirección. Tal actitud generó la reacción
de la Junta Económico-Administrativa, que les respondió rápidamente
justificando la medida:

La Junta jamás pensó en llevar una agresión a la Sociedad de Be-


neficencia, que su objeto solo era tendiente a darle una ayuda eficaz
a la Comisión de Damas nombrando y reglamentando las atribucio-
nes de un empleado haciendo así menos pesada la carga gratuita de la

66 Carta del secretario de Lorenzo Latorre, José María Montero, a la Sociedad de Bene-
ficencia de Señoras, 26 de abril de 1878. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1877-1878.
Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.

98
.:. La infancia del torno

referida comisión y que soportaban desde largo tiempo en beneficio


exclusivo de los niños desamparados.67

Al final de la carta anunciaba que el presidente Santos enviaría dine-


ro para salvar las necesidades del Asilo, y les rogaba que no renunciaran
a la labor que habían realizado desde el inicio. No quedaron registros de
lo que sucedió posteriormente, pero intuimos que las señoras aceptaron
el acuerdo; de lo contrario el conflicto habría sido noticia en la prensa,
y no lo fue.
En este capítulo pudimos ver que esta infancia a veces fue activa y
transformadora de su realidad, que en oportunidades tuvo voz y fue
oída, y en otras su opinión fue apagada. El poder de los médicos fue
transmisor de un discurso hegemónico que contenía valores morales e
higienistas, pero también generó espacios para la clínica experimental
pediátrica. Los diagnósticos fueron determinantes a la hora de pagar
salarios, requerir traslados edilicios y cortar vínculos afectivos. El mé-
dico miró a la infancia del torno, la juzgó, le quitó el torno y a cambio
estableció una oficina de admisiones secreta e higiénica.

67 Carta de la Junta Económico-Administrativa a la Dirección de la Sociedad de Señoras,


29 de mayo de 1884. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1874. Varios. Consejo del Niño.
Torno. agn.

99
.:. La infancia del torno

Las nodrizas bajo el control


del discurso médico

Cuerpo como objeto y blanco de poder, al cuerpo


que se manipula, al que se da forma, que se educa,
que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas
fuerzas se multiplican.

Foucault (2006: 140)

D urante el siglo xix la profesión de nodriza se presentó para monte-


videanas y extranjeras como una gran posibilidad de supervivencia.
Esta profesión no discriminó socialmente a nadie; las nodrizas fueron
blancas, negras, indias y mulatas, libres o esclavas. Pero todas compar-
tían una experiencia en común: el embarazo, la lactancia y hasta algunas
la maternidad. El haber dado vida dejó marcas en sus cuerpos, huellas
que condicionaron una forma de ganarse el sustento: amamantar niños
de otras madres.
El papel de las nodrizas fue fundamental en una sociedad donde no
existían complementos artificiales para bebés y donde, para la clase alta
—en una costumbre importada de Europa—, amamantar a los propios
hijos no era usual ni bien visto.
Existen algunas investigaciones en varios países —entre ellos Fran-
cia, España, Chile y Argentina— que se han centrado en las nodrizas o
amas de leche como objetos de estudio. El trabajo fundante, de la fran-
cesa Elizabeth Badinter, cuestiona el amor materno como un instinto,
a partir de la generalización de las nodrizas para el amamantamiento
en la clase alta francesa de los siglos xvi y xvii. Badinter propone al
siglo xviii en Francia como un siglo de cambios en varios aspectos cul-
turales, entre otros, la vuelta al amor materno como práctica cultural,
influenciada por los discursos médicos, políticos y filosóficos, donde el
Emilio de Rousseau tuvo un rol fundamental.

101
.:. María Laura Osta Vázquez

La historiadora francesa Ivonne Kniebiehler (2001) afirma que, a par-


tir de 1800 en el mundo occidental, el modelo de nodriza comenzó a
cambiar. La mujer que se llevaba al bebé a criar fuera de su casa pasaba
a ser integrada al núcleo familiar. Ahora debía velar por la salud de la
criatura bajo la atenta mirada de la medicina y de las madres, las cuales
comenzarán a desarrollar su nuevo rol, siempre preocupadas por las
necesidades de sus hijos.
En el caso español, Lola Valverde (1990), en su artículo «Los niños
expósitos y sus nodrizas en el país vasco (siglos xviii y xix)», examina
las motivaciones que tenían las nodrizas para trabajar y sus condicio-
nes laborales dentro de la Inclusa, y revaloriza la profesión de nodri-
zas como un trabajo bien remunerado. En el caso de Barcelona, Teresa
Fuentes Caballero (1996), en «Costumbres privadas e interés público. La
lactancia materna en la literatura médica de divulgación. 1880-1890»,
trabaja la importancia que tuvo la lactancia en la literatura médica bajo
el argumento higienista de menguar la mortalidad infantil.
En el caso chileno, Nara Milanich, en su obra «Los hijos de la pro-
videncia: el abandono como circulación en el Chile decimonónico»,
dimensiona la importancia de las nodrizas como alimentadoras y cui-
dadoras de los niños huérfanos en los asilos chilenos. Otra chilena,
Ximena Illanes Zubieta, en «Historias entrecruzadas: el período de la
lactancia de niñas y niños abandonados en el mundo femenino de las
nodrizas durante la primera mitad del siglo xv», explica la relación en-
tre los niños abandonados y sus nodrizas en el hospital de Santa Creu
en Barcelona, mostrando la vulnerabilidad y la precariedad de los niños
y niñas huérfanos ante las nodrizas que los atendían y amamantaban.
En Argentina, José Luis Moreno, en «El delgado hilo de la vida: los
niños expósitos de Buenos Aires, 1779-1823», analiza las condiciones de
vida y de trabajo de las amas de cría dentro y fuera de la institución. Pa-
blo Cowen (2009), en su artículo «Lactarium. Apuntes para una historia
de la lactancia en las ciudades de Buenos Aires y Córdoba. El siglo xix»,
presenta y analiza el conflicto que se dio en Buenos Aires y Córdoba
entre, por un lado, la alta mortalidad y el llamado del discurso médico
a la lactancia de las madres y, por otro lado, la moda o costumbre de las
clases altas de no amamantar a sus crías.
Hay en la historiograf ía uruguaya una ausencia de investigaciones
específicas sobre este grupo social. La reciente tesis de grado de quien
fue mi alumna, la Lic. Aline Lemarquant (2018), Nodriza de profesión:
historia de la lactancia mercenaria en Montevideo durante el siglo xix,

102
.:. La infancia del torno

viene a llenar, en gran parte, este vacío. Igualmente, pueden hallarse


trabajos donde el tema es analizado de forma complementaria, pero
no central; se encuentran referencias al rol de las nodrizas cuando se
trata de historias de mujeres en general, pero siempre en forma tan-
gencial.
El intelectual uruguayo Julio Herrera y Reissig, en 1902, en su Trata-
do de la imbecilidad del país, por el sistema de Herbert Spencer, alude
a los medios de sobrevivencia de las nodrizas y parteras, que se veían
incrementados nueve meses después del carnaval —con lo que se refería
a las consecuencias del desenfreno sexual durante la celebración de esta
fiesta—. Señala que nueve meses después del carnaval «las nodrizas y
las parteras ganan todo el año» (Herrera y Reissig, 2006: 285). También
menciona la gran demanda de nodrizas, que no eran suficientes «para
tanto uruguayito» (p. 239), aludiendo a los hijos de hombres casados
que poblaban el Asilo.
El historiador uruguayo Eduardo Acevedo (1933), en su obra Anales
históricos del Uruguay, dio a conocer algunas cifras de las amas de leche
de 1853 a través el registro de servicio doméstico realizado por la Policía
de Montevideo. Según este registro, las amas de leche blancas eran 35 y
las «de color» 56, lo que evidencia que era una profesión que podía ser
elegida por las clases bajas o menos favorecidas socialmente.
José Pedro Barrán (1999), en Historia de la sensibilidad en el Uru-
guay, reconoce que «la mayoría de las amas pedidas era para “concha-
var” en la casa del niño y solo muy pocas se ofrecían para llevarlo a sus
casas, hecho que en cambio era la norma en la Francia del siglo xix» (p.
72). Señala que en Francia, a partir de la difusión de Emilio, de Rous-
seau, esto empezó a modificarse en detrimento de la importancia del rol
de las nodrizas. Ya en el disciplinamiento (1860-1920) percibe Barrán
(2004: 181) la crítica del discurso médico hacia las nodrizas y la revalo-
rización del amamantamiento materno.
Asimismo, Diana Bianchi (2000), en Componentes ilustrados en la
práctica de la exposición en el Montevideo tardocolonial, analiza la si-
tuación de los niños expósitos y de las amas de leche que trabajaban en
la Casa Cuna en el período 1818-1826. Allí la autora se refiere a las carac-
terísticas de las nodrizas contratadas por la Inclusa en cuanto a su etnia,
estado civil y edad, entre otras variables.
La historiadora uruguaya Lourdes Peruchena (2010), en su libro Bue-
na madre, virtuosa ciudadana. Maternidad y rol político de las mujeres
de las élites (Uruguay, 1875-1906), indaga cómo se construyó el concepto

103
.:. María Laura Osta Vázquez

de buena madre basado en los ideales ilustrados y liberales provenientes


de Europa y su recepción en Uruguay durante la segunda mitad del siglo
xix. Plantea que el modelo de mujer, madre y esposa fue una construc-
ción cultural y discursiva promovida por intereses políticos, higiénicos
y económicos, que incentivaba a las mujeres a ocuparse personalmente
de la crianza y el amamantamiento de sus hijos para forjar mejores ciu-
dadanos.
Varios autores, como Badinter (1981) en Francia o Knibiehle (2001)
para Europa en general, Peruchena (2010), Lemarquant (2018), Osta
(2019) y Barrán (2004) para Uruguay, detectan un cambio cultural en los
vínculos entre las madres y sus críos en las clases medias altas. Se podría
llamar el resurgimiento del amor materno, que va de la mano de la mo-
dificación del rol social de las nodrizas. Si bien en Europa este cambio
se produjo en el siglo xviii, en Uruguay podemos notarlo en la segunda
mitad del siglo xix. El rol de la nodriza quedaría limitado exclusivamente
a la alimentación (Barrán, 2004: 64-65).
En Europa, a fines del siglo xviii, el discurso maternalista comenzó
a circular en manuales de la buena madre escritos por médicos, filóso-
fos y hasta sacerdotes, los cuales fueron sumamente populares entre las
clases altas y se convirtieron en instrumentos necesarios para la crianza
de los hijos. En 1762 Rousseau publicó su famoso Emilio, que planteó
una nueva visión de la maternidad y, sobre todo, del rol de la madre en
la sociedad. En Emilio, las palabras del autor permiten interpretar que,
aunque podría existir una nodriza que poseyera las condiciones psico-
f ísicas y el compromiso moral de proteger y velar por la criatura a su
cargo, esta jamás se encontraría tan a gusto como si fuera amamantada
por su madre. Después de todo, los niños siempre estarán mejor si son
criados por su propia madre. Por ende, si las madres se ocuparan de
amamantar a sus hijos desde el nacimiento, se despertaría en ellas un
sentimiento materno que acrecentaría su instinto y las llevaría a dejar
paulatinamente las distracciones de la vida mundana para ocuparse de
la maternidad y la vida como esposas, lo que revalorizaría el rol de la
mujer en la familia.68
En el Uruguay, hacia la década de 1880, Emilio se encontraba a dis-
posición de los lectores en librerías del interior y de Montevideo —por
ejemplo, formaba parte del catálogo general de la librería Nacional de A.

68 Cf. en Rousseau (2008: 46).

104
.:. La infancia del torno

Barreiro y Ramos de 1985—69 y también en bibliotecas, como es el caso


de la Popular de Salto.70 Esto indica que tanto los habitantes del interior
como los de Montevideo podían acceder a la obra, ya fuera en préstamo
en una biblioteca o comprándola. De este modo, podemos pensar que
las mujeres orientales consultaban Emilio con el afán de convertirse en
la madre que la sociedad occidental esperaba.
Fue el inicio de las publicaciones dedicadas a la figura de la madre
como responsable del futuro de sus hijos y de la nación, con las que co-
menzó a desarrollarse un culto a la buena madre (Knibiehler, 1996: 57).
Este cambio de paradigma afectó a la figura de la nodriza, porque el ser
madre se había convertido en un rol intransferible. De este modo, la ma-
ternidad pasó a contar con la consideración y el respeto de toda la socie-
dad e impuso a las mujeres un papel fundamental para el bienestar de
las familias y la nación en general. Las mujeres comenzaron a ocuparse
ellas mismas de sus hijos, gracias al apoyo de amigas y familiares que se
encontraban en su misma situación, y contaban además con bibliograf ía
escrita exclusivamente para ellas, que las ayudaría en el cuidado de los
hijos y el hogar (Knibiehler, 1996: 63).
El ser una buena madre estaba pautado y regulado por el discurso
médico, que decidía qué se debía hacer para conseguirlo, y el amaman-
tamiento era un elemento clave para merecer ese título. El médico ho-
meópata cubano e independentista Dr. Ramón Valdés García se refería
específicamente al amamantamiento: «Una madre que no cría a su hijo,
a pesar de tener las condiciones necesarias para hacerlo, es solo media
madre de su hijo». Este discurso médico fue dirigido a mujeres de clase
media alta, quienes acostumbraban a contratar amas de leche para ali-
mentar y criar a sus hijos.

1. El rol de las nodrizas en los tratados médicos


montevideanos

En este contexto histórico, las nodrizas fueron una figura de transi-


ción. Ante estos discursos que convirtieron la figura de la madre lac-
tante en esencial para la supervivencia del recién nacido, las amas de

69 Biblioteca Nacional, Sala Uruguay, Catálogo general de la Librería Nacional de A. Ba-


rreiro y Ramos, 1885.
70 Biblioteca Nacional, Sala Uruguay, Catálogo de la Biblioteca Popular del Salto, 1882.

105
.:. María Laura Osta Vázquez

leche fueron perdiendo protagonismo. Sin embargo, aún era necesario


atender al perfil moral de las nodrizas y regular sus prácticas.
El Dr. Luis Morquio afirmaba que «el primer lugar estaba en el pecho
de la madre, el segundo lugar en el pecho del ama en el domicilio del
niño para poder controlar los cuidados y alimentos, en tercer lugar la le-
che esterilizada de vaca y por último, el pecho del ama en su domicilio»
(Collazo, Palumbo y Sosa, 2012: 297).
Los médicos coincidían en que una mujer, para ser considerada una
buena nodriza, debía contar con ciertos atributos morales, f ísicos, am-
bientales y sociales. Con respecto a su estado civil según el cirujano
y médico francés radicado en Montevideo Dr. Adolphe Brunel consi-
deraba preferibles las mujeres casadas, ya que eran más confiables en
su conducta y moralidad. En opinión de Valdés García (1880), se debía
buscar información sobre sus hábitos morales y costumbres mediante
la consulta a personas que la conocieran o vecinos que dieran indicios
sobre su conducta.
El propio Jaureguy (1946: 14) reafirmaba la importancia de vigilar a
las nodrizas a quienes se les entregaban criaturas, pero sobre todo cui-
dar la moral de ellas, para que «con su leche y primeras impresiones no
corrompan su f ísico ni su moral».
En cuanto a la constitución f ísica, en opinión del Dr. Lamas (1899),
era preferible una mujer robusta, de aspecto agradable y que no tu-
viera defectos orgánicos de importancia. A su vez, se inclinaba por
las mujeres de carácter suave, que no se alteraran fácilmente, ya que
el cambio brusco de emociones producía modificaciones en la sangre
que podían provocar convulsiones, diarreas u otras enfermedades en
el lactante. Asimismo, debía tener buenos modales a la hora de ali-
mentar al niño.
En coincidencia con este discurso, el Dr. Román Bergalli (1892) opina-
ba que el ama de leche debía ser tranquila y de buenas costumbres. No era
conveniente contratar mujeres con emociones negativas, fuertes o coléri-
cas; era preferible un temperamento animado y complaciente que le per-
mitiera a la nodriza establecer una relación amigable con el amamanta-
do. Recomendaba elegir un ama de carácter amoroso, capaz de ofrecerle
sonrisas y juegos al pequeño. Estas características eran las más indicadas
para que la criatura creciera fuerte y sana, lo cual, según los manuales, se
daba gracias al amor, la ternura y la comprensión de la tarea que estaba
realizando. En cambio, un ama de carácter triste, melancólico o taciturno
causaría efectos adversos en la salud del pequeño al que alimentaba.

106
.:. La infancia del torno

Con respecto a su intelecto, la nodriza debía tener un grado mínimo


de entendimiento que le permitiera comprender órdenes, ser capaz de
satisfacer las necesidades del pequeño y tomar conciencia de la tarea
que realizaba era muy noble más allá de la paga que recibía.
En cuanto a la edad, el Dr. Valdés García recomendaba que tuviera
entre 18 y 35 años, y desaconsejaba contratar mujeres menores de 18 años
y mayores de 40. Según Bergalli, si fuera muy joven carecería de experien-
cia, y si fuera mayor su leche podría no contener los elementos necesarios
para la nutrición del niño. Lamas coincidía en la edad referida, ya que las
mayores podían tener menos cantidad de leche y a las más jóvenes no se
les aconsejaba amamantar por no haber finalizado su desarrollo.71
El sistema de nodrizas o amas de leche desde sus inicios estuvo di-
vidido en dos grupos: el de las reguladas por el Asilo (las internas que
vivían allí y las externas que amamantaban en su casa) y el de las par-
ticulares (que solían ofrecer sus servicios en la prensa). A pesar de su
diversidad étnico-cultural —algunas eran negras, indígenas o inmigran-
tes—, todas ellas compartían una experiencia en común: la maternidad
y la pobreza. A continuación veremos algunos de estos grupos y sus
características en sus espacios de acción.

2. Amas inmigrantes

Las amas de leche inmigrantes provenían en su gran mayoría de Ita-


lia, España y Francia. Seis oleadas migratorias acercaron a nuestro te-
rritorio una cantidad importante de europeos que lo modificaron en su
configuración entre 1830 y 1930. Raymonde Baradère, francés contem-
poráneo, nos ilustra sobre la composición de la población en el reciente
Uruguay de 1834:

Los acontecimientos políticos y los sucesivos cambios de domina-


ción experimentados por este país han influido poderosamente sobre
el carácter de los orientales, y provocando cambios notables en los
usos y costumbres […]. El conjunto de esta población se compone […]
de indígenas o indios, de negros esclavos introducidos de la costa de
África, y por último de blancos de origen español.72

71 Para ampliar este análisis véase Osta y Espiga (2018).


72 Raymond Baredère, «Informe sobre la población del país en 1834», en Rocca (1998: 15).

107
.:. María Laura Osta Vázquez

Duffau y Pollero (2016) sostienen que a partir de 1834 comenzaron


a arribar colonos provenientes de las Islas Canarias y de las Provincias
Vascongadas. La primera expedición de vascos y bearneses llegó a fines
de noviembre de 1835. La inmigración francesa, así como la italiana, se
acentuó a partir de 1838, con el bloqueo marítimo a Buenos Aires. Estas
oleadas europeas trajeron consigo, entre sus diversos usos y costum-
bres, la modalidad del amamantamiento contratado, generalizado en
distintas partes de Europa.
Dentro de la población inmigrante que llegaba al país, las mujeres
—específicamente las que acababan de parir— vieron en el ser nodriza
una posibilidad de sustento económico. En un relevamiento de anuncios
publicados en diario El Siglo durante 35 años del siglo xix (1863-1898)
encontramos dos tipos de avisos sobre este servicio: los publicados por
familias que solicitaban amas de leche para habitar en su domicilio y los
publicados por las propias amas que se ofrecían. En 1865, por ejemplo,
aparecía este anuncio:

Ama de leche. El que precise una buena con leche en abundancia


de diez y siete días, habiéndosele muerto el chico del mal de 11 días a
dicha ama. Concurra a la casa que está al lado de la del teniente alcalde
frente a los pozos de la aguada.73

Cada dos o tres días aparecían anuncios de este tipo, de amas de le-
che tanto extranjeras como orientales. Se hacía hincapié en la calidad
de la leche; por eso era tan importante anunciar que era puérpera y por
qué motivo había muerto su bebé, ya que los médicos habían hecho
muy mala prensa a las amas como principales agentes de contagio de
diversas enfermedades como viruela, fiebre amarilla o cualquier otra
enfermedad contagiosa.
Veamos otro anuncio de una italiana de 1865:

Ama de leche Madama Lanfranco de Magliano, de nación italiana y


en la edad de 18 años, habiéndosele muerto recién una criatura recién
nacida, se ofrece de ama de leche a la familia que pueda necesitarla,
bien sea para cuidar el niño en su propia casa o fuera de ella a gusto
de los interesados. D. Juan Grignone, fabricante de cajones, cuadra de

73 El Siglo, Montevideo, 16 de mayo de 1865.

108
.:. La infancia del torno

la botica, podrá dar informes y razón del paradero de la persona que


ofrece sus servicios.74

En este anuncio el énfasis está puesto en su estado civil: era casada,


por tanto, no había peligro de una mala reputación, lo que la hacía pa-
sible de ser moralmente aprobada por el cuerpo médico y social de la
época. Por otro lado, expresaba la edad: 18 años; era joven, dentro de la
edad deseada para un ama de leche. Este aviso fue publicado en 1865,
apenas comenzada la Guerra del Paraguay, en la que Uruguay participó
activamente. La población de hombres se vio reducida y los extranje-
ros también aportaron en la guerra como mercenarios. Fue un período
afectado por la fiebre amarilla, con alta mortalidad. El aviso no explica
el motivo de la muerte de su bebé, quizá para no generar alarma a sus
futuros contratantes, o porque simplemente no sabía. Tampoco explica
cuánto tiempo hacía de su muerte; dice «una criatura recién nacida», lo
que puede interpretarse como días o meses. Da referencias personales,
del fabricante de cajones Juan Grignone; nuevamente pone el énfasis en
la reputación moral, que seguramente era su fortaleza más importante.
Las advertencias del Consejo de Higiene reafirmaron este discurso
que instaba a abandonar las prácticas de contratar nodrizas. Veamos un
ejemplo de 1887, cuando el Consejo envió una carta a «las madres de fa-
milia» del Uruguay donde aconsejaba no contratar nodrizas que hubie-
ran tenido un hijo de leche o biológico con difteria o, en caso de hacerlo,
tomar serias precauciones de desinfección por la epidemia de la difteria:

A las madres de familia. En vista de denuncias hechas al Consejo de


Higiene de casos de trasmisión de la difteria por mujeres que han per-
dido sus hijos a consecuencias de dicha enfermedad y después se han
colocado de amas de cría trasmitiendo la enfermedad a los niños que
han amamantado, esta Corporación recomienda muy especialmente
a las madres de familia que no admitan como nodriza mujer alguna
cuyo hijo propio o hijo de leche haya fallecido a consecuencia de la
difteria. Las nodrizas que se encuentren en el caso anterior podrán ser
admitidas solamente para criar otro niño después de un prolijo lavado
y desinfección de todas sus ropas y tomado un baño general de una
solución de sublimados corrosivos al medio por mil. Se recomienda

74 El Siglo, Montevideo, 11 de octubre de 1865.

109
.:. María Laura Osta Vázquez

Gráfico 22. Anuncios de servicios de amas de leche en El Siglo,


1863-1898
1000
900 25
800 25
700
25 25
600 515
500 25
400 25
300
25 212
200 170
100 76 84
52 63 52 24 25 27 49 22 28 61
26 44 16 17 39 11 35 19 45 6 7
0
Mujeres Varones Mujeres Varones
Internos Externos
Fuente: Elaborado por Claudio Rodríguez con datos recolectados por Aline Lemarquant.

asimismo a las familias que tengan el más prolijo cuidado en lo refe-


rente al estado de salud de las personas a quienes conf ían el lavado
y planchado de sus ropas. [Firman] Isabelino Bosch y Arturo Berro
(secretario).75

En esta carta se percibe claramente cómo el discurso médico condi-


ciona ciertas prácticas económicas de las mujeres, cuyos cuerpos quedan
a la merced de las reglas médicas e higiénicas. Sobre finales del siglo xix
este discurso cobró tanta fuerza que se refleja en el declive de los anuncios
en la prensa, de amas de leche ofreciéndose para amamantar. El gráfico
22 muestra el auge y luego el declive que, en los 35 años analizados, los
anuncios publicados por las propias amas tuvieron, coincidiendo con la
llegada y difusión de Emilio de Rousseau en el Uruguay y con el aumento
de los tratados médicos difundiendo el amamantamiento materno y criti-
cando el uso de las amas de leche. Vemos cómo a partir de 1877 los anun-
cios bajan considerablemente, mostrando un declive en el ofrecimiento
de servicios, seguramente porque la demanda había bajado.
Reflexionando sobre las posibles causas de esta baja de avisos, se
pueden analizar varias aristas. Por un lado, el auge de la corriente higie-

75 Carta del Consejo de Higiene a la Comisión de Caridad y Beneficencia Pública firmada


por Isabelino Bosch, 17 de noviembre de 1887. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1886-
1889. Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.

110
.:. La infancia del torno

nista que atravesaba todos los discursos, no solo el médico sino también
el político, el social y el pedagógico. Estos lineamientos de cuidado, lim-
pieza y orden se endurecían considerablemente ante epidemias y enfer-
medades transmisibles. Las vías de contagio se potenciaban en las clases
bajas. Médicos y políticos de la época recomendaban dejar de vivir en
conventillos y trasladarse a espacios más amplios y aireados. Nodrizas
y lavanderas fueron muchas veces señaladas y responsabilizadas por la
expansión de enfermedades contagiosas y hasta por la mortalidad in-
fantil. Tanto la expansión de los manuales médicos dirigidos a las ma-
dres de familia como la literatura para mujeres reforzaban las consignas
de volver a la maternidad y concretamente a amamantar a su prole. Es-
tas medidas, junto con aquellas que, por higiene o salud, desalentaban la
contratación de nodrizas, interfirieron directamente en el desarrollo del
oficio de nodrizas mercenarias, efecto constatado en la baja del número
de avisos que ofrecían esos servicios.

3. Las huellas de las amas negras

Según el ya mencionado registro efectuado por la Policía de Mon-


tevideo en 1853, la existencia de 94 amas de leche, de las cuales 38 eran
blancas y 56 de color,76 indicaba que las segundas eran casi el doble de
las primeras. Esto nos lleva a reflexionar sobre la doble vulnerabilidad
de esta población: por ser mujeres trabajadoras y por ser negras, con
pocos derechos y mucha discriminación social.
Es importante subrayar el rol que jugaron las mujeres de origen afro
en la crianza de los niños de todas las clases sociales, ya fuera en la ciu-
dad o en el campo. Óscar Montaño (1997: 108) recuerda que muchas de
nuestras figuras históricas fueron amamantadas e incluso criadas por
mujeres negras:

José Artigas, nada menos que el fundador de la personalidad de


esta tierra, fue educado por negras en su niñez. Otro caso, en diferente
ámbito, fue el del ya nombrado Pedro Figari, quien fue marcado de tal
manera por la cultura que las ayas negras de su familia le legaron, que
la reflejó como ninguno en la increíble belleza de sus pinturas, reco-
nocidas en el mundo entero.

76 Datos extraídos de Acevedo (1933, ii: 112).

111
.:. María Laura Osta Vázquez

Aquellas amas negras fueron importantes y dejaron huellas en su


crianza. Recordemos los cuadros de Figari, donde la presencia de la
cultura afro es muy importante, que difunden los mitos fundantes de
nuestra cultura uruguaya.
Aline Lemarquant (2018: 88) destaca y analiza un cuento escrito por
Juana de Ibarbourou dedicado a su nodriza negra, Feliciana, llamado
«La nodriza y el Cielo». En él la poetisa relata el vínculo amoroso y fa-
miliar con su ama de leche, quien se transformó en un miembro más de
la familia, y resalta el cariño y la influencia que ella había ejercido en su
formación.
Podemos afirmar junto a Montaño (1997: 108):

[…] gran parte de la sociedad de aquella época estaba teñida de


un indeleble lazo africano en lo más profundo de sus concepciones,
creencias y comportamientos. […] las posteriores oleadas de inmi-
grantes hicieron más difusa esa influencia.

4. Las nodrizas del Asilo

La alimentación de la infancia expósita en manos de nodrizas tuvo


mucho éxito en España:

[…] mujeres que […] a cambio de prestaciones económicas se ofre-


cían a darle leche como alimento. Estas mujeres o bien habían perdido
su propio hijo y su leche era para ellas superflua o creían tenerla sufi-
cientemente abundante como para criar dos niños a la vez, cosa que
en muchas ocasiones era cierta pero que, en otras, ellas hacían creer a
sus empleadores. (Valverde, 1990: 233)

En Uruguay no fue diferente. La Inclusa primero y después el Asilo


de Expósitos y Huérfanos contrataban gran número de nodrizas para
alimentar a todas sus criaturas. Hubo momentos, como en 1895, en que
entraba al torno un niño por día exactamente, lo que implicaba una gran
demanda de nodrizas. Como se vio, las había internas y externas.
Estaban las nodrizas internas (las que amamantaban dentro de la ins-
titución) y las externas, quienes amamantaban en sus hogares hasta dos
o tres criaturas y recibían un salario por cada una. Las nodrizas externas
debían llevar mensualmente a su bebé a controlar al médico del Asilo, y

112
.:. La infancia del torno

Cuadro 2. Relación de los sueldos de nodrizas, amas secas y médicos


del Asilo, 1823-1895 (años seleccionados)

Período Salario de ama de leche Salario de ama seca Salario


de médico
1823-1824 $ 8 $ 4 $ 15

1830-1835 $ 8 $ 6.5

1859 $ 10 $ 8

1871-1872 $ 15 $ 10 $ 80

1885-1895 $ 37 $ 15 $ 150

Fuente: Elaborado por Laura Osta con datos extraídos de memorias y presupuestos de los Fondos del Torno
del agn.

solo luego del control recibían su paga. También eran controladas por
inspectores de nodrizas, quienes verificaban que la criatura estuviera en
el domicilio declarado y en las condiciones de vivienda aprobadas por
el cuerpo médico, o sea, de acuerdo con los cánones del higienismo de
entonces: casas ventiladas, iluminadas, sin aglomeración de personas,
entre otros elementos.
En una época en que la legislación laboral aún estaba en pañales, las
nodrizas internas tenían de descanso solamente unas horas al mes; se
abocaban por completo a la tarea de amamantar. Los bebés por lo ge-
neral eran dejados entre uno y dos meses con dichas amas en el Asilo,
antes de pasarlos con las externas.
Desde los comienzos de la Inclusa (1818) aparecen los registros de
nodrizas y sus pagos, junto con los bebés que les otorgaban, cuánto
tiempo los tenían, cuántos morían, etc. Ese sistema duró hasta que la
Ley de Protección a la Infancia creó la Oficina de Nodrizas (1919), en-
cargada de contratar y controlar a las nodrizas del Asilo y también para
particulares. Todas debían estar registradas en esta oficina.
La paga que recibían las nodrizas del Asilo era conveniente, si se
compara con la de las amas de leche seca, que eran las que cuidaban a
los niños después del destete. Su salario doblaba el de estas y eran muy
codiciadas.
El cuadro 2 muestra la relación de los sueldos de las nodrizas, las
amas secas y los médicos del asilo. Podemos ver en este cuadro cómo el

113
.:. María Laura Osta Vázquez

sueldo del médico se valoriza más que el del resto de las funcionarias del
asilo. Desde 1823 a 1895 se multiplica por diez su salario, mientras que
el de las nodrizas y de las amas secas apenas se multiplica por cuatro o
cinco en el transcurrir del siglo.
Como motivos de abandono en el torno, según vimos, la gran mayo-
ría de los progenitores argumentaban falta de recursos o de leche ma-
terna. Un bebé recién nacido en el siglo xix dif ícilmente sobreviviera
sin leche materna, puesto que aún no existían los complementos ali-
menticios sintéticos. Contratar una nodriza era caro, de modo que la
falta de recursos era un motivo importante para dejar a la criatura en el
torno del Asilo.
Gorlero Bacigalupi (1978: 117) nos recuerda un informe de 1902 del pre-
sidente de la Comisión Nacional de Caridad y Beneficencia Pública, Luis
Piñeyro del Campo, que confirma el alto costo de las nodrizas externas:

Cierto es que el presupuesto de amas es gravoso para la Comisión,


pero su incremento se debe más que al aumento de niños, a deficien-
cia y estrechez del local actual del Asilo, que no admite mayor número
de hospitalizaciones.

El elevado costo de las nodrizas, tanto para el Asilo como para la so-
ciedad en general, llevó a fuertes cuestionamientos y exigencias sobre el
cuidado y la atención que estas debían tener con los y las criaturas que
recibían bajo su cuidado, sobre todo ante las diferencias en las cifras
de mortalidad. En efecto, la mortalidad de los y las bebés que estaban
en manos de nodrizas era muchísimo más alta que la de quienes vivían
en el Asilo. A modo de ejemplo, el cuadro 3 muestra las cifras para el
período 1865-1866.
Como se aprecia en el cuadro, de los 230 infantes dados para ser
amamantados por nodrizas externas murieron 64, mientras que de los
76 ingresados al Asilo murió solamente uno. La diferencia es abismal y
alarmante. Esa misma alarma despertó en los médicos de la época, que
intentaron buscar las causas de la mortalidad de los bebés externos.
En la década de 1880, unas 300 criaturas del Asilo estaban en manos
de nodrizas. Este elevado número implicaba grandes dificultades para el
control y para el pago. La siguiente carta escrita por el director del Asilo,
Francisco Martínez, a la directora de la Sociedad de Beneficencia, Rosalía
Artigas de Ferreira, ilustra algunas de las dificultades que con frecuencia
encontraban las nodrizas para llegar al Asilo, tanto para llevar a los bebés

114
.:. La infancia del torno

Cuadro 3. Ingresos y mortalidad de los niños y niñas internos y


externos del Asilo en 1865-1866

Residentes Residentes en casas


en el Asilo de amas de leche
Varones Mujeres Varones Mujeres

Existencia en abril de 1865 14 19 92 63

Entradas hasta el 31 de diciembre 21 22 48 27


de 1866

Suma 35 41 140 90

A deducirse

Mortalidad 1 — 35 29

Fuente: Extraído del Informe de la Junta Económico-Administrativa (1867).

al control médico como para cobrar sus haberes: problemas de transporte


agravados por condiciones climáticas en el invierno, entre otros.

[…] ante los inconvenientes que existen para el pago regular de las
Nodrizas […] hallarse cortado e imposibilitado el tránsito en general
por trenes o a pie por los caminos que conducen al Asilo de Expósitos,
ha dispuesto para mejor comodidad de esa Sociedad como para bien de
los tiernos niños en lactancia y sus Nodrizas, que ínterin no se remedie
esa apremiante necesidad en la presente estación de fríos y humedades,
esa Comisión verifique sus funciones de pago en los días 8 y 9 de cada
mes en el Asilo Maternal número 1, situado en la calle Soriano […].77

Si el Asilo no facilitaba los accesos para el cobro y el control médico


de las criaturas, temía generar en las nodrizas algún tipo de negligencia
o maltrato debido a la falta de pago. De ahí la preocupación y la necesi-
dad de las autoridades de facilitar el acceso durante períodos de clima
hostil y falta de medios de transporte.

77 Carta del director del Asilo de Expósitos y Huérfanos, Francisco E. Martínez, y el secre-
tario, Manuel Sastre, a la directora de la Sociedad de Beneficencia, Rosalía Artigas de
Ferreira, 19 de julio de 1888. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1886-1889. Varios. Consejo
del Niño. Torno. agn.

115
.:. María Laura Osta Vázquez

Las responsabilidades sobre la vida de las criaturas muchas veces fue-


ron denunciadas y asumidas por el Asilo. Veamos una carta de 1896 del
médico del Asilo, Dr. José Rodolfo Amargós78, remitida a los directores,
en la que se refiere al número excesivo de bebés que amamantaban las
amas de leche contratadas.

Las nodrizas están con dos, dos y medio y hasta tres niños continua-
mente, el número existente de enfermos en «la Cuna» es crecido, dos
para cada nodriza, y no es posible que estos niños puedan ser cuidados
como sus débiles organismos lo exigen sin perjuicio de sus vidas.79

Según el discurso del Dr. Amargós —uno de los médicos que más
denunciaron situaciones de negligencia y necesidades de las nodrizas—,
no lo hacía solamente desde un lugar de poder, sino también con el ob-
jetivo de aliviar las cargas de las nodrizas y, sobre todo, para disminuir
la mortalidad infantil.
De acuerdo con el criterio médico, que una nodriza alimentase más
de dos criaturas era insuficiente para las necesidades alimenticias de
estos niños, muchas veces desnutridos. En otra carta a los directores del
Asilo, escrita en el mismo período, Amargós describía con detenimien-
to las obligaciones de una nodriza, tratando de mostrar que era inviable
que pudiera atender tantos bebés. Para saldar el problema del exceso
de bebés por nodriza, proponía que se contratasen «nodrizas secas»,
mujeres que se limitaban a cuidar a los bebés a biberón, cuando ya eran
un poco más crecidos.

Las nodrizas tienen a su cargo dos y tres niños a la vez —sanos o


enfermos— a pecho o biberón, velan por la higiene, atienden al cui-

78 El Dr. J. R. Amargós se graduó de doctor en medicina y cirugía en la Facultad de Medi-


cina de Montevideo en el año 1892. Su tesis doctoral versó sobre La mortalidad infantil
en Montevideo, sus causas y medios de disminuirla. Montevideo, Tipograf ía de la Es-
cuela Nacional de Artes y Oficios, 1892, 64 páginas. Luis Morquio, el líder de la Pedia-
tría clínica y social en Montevideo se graduó el mismo año con la tesis Tratamiento de
la Fiebre tifoidea. Montevideo, Imprenta Rural a vapor, 1892, 70 págs. (en la Biblioteca
de la Facultad de Medicina se conserva un ejemplar manuscrito de la misma); citadas
por Buño, Washington y Bollini-Folchi, Hebe (1980) Tesis de doctorado presentada a
la Facultad de Medicina de Montevideo entre 1881 y 1902. Montevideo, A. Monteverde
y Cía. S. A., 246 páginas (apartado de la Revista Histórica, tomo 52, Año 73, nºs 154-156.
Cf. Mañé Garzón, Fernando y Burgues Roca, Sandra (1996).
79 Carta del Dr. Amargós a los directores del Asilo, 17 de marzo de 1896. Asilo de Expósi-
tos y Huérfanos, 1896. Varios y Gastos médicos. Consejo del Niño. Torno. agn.

116
.:. La infancia del torno

dado de sus ropas, en una palabra, hacen esas pobres mujeres todo lo
humanamente posible por dar cumplimiento a una exigencia de la ne-
cesidad sin nunca ver satisfechos sus deseos porque jamás la balanza
les anuncia aumento de peso en el niño, ni ver mejorar el estado del
enfermito entregado a sus cuidados. Y como si esto no bastase tienen
que soportar las reprensiones del médico, de la Hermana y vivir siem-
pre disgustadas al pensarse sospechosa su conducta… Ya es matemá-
tico que ningún niño a biberón o enfermo grave me viva. Y no es por
falta de enseñanza y súplicas del candidato sino por falta de medios y
condiciones de higiene.80

Las palabras del Dr. Amargós reflejan la frustración que le genera-


ba la alta mortalidad de la infancia externa. Pero nos deja también el
detalle de todas las obligaciones que esas mujeres debían tener para
con la criatura amamantada. Con gran empatía, el médico se colo-
caba en el lugar de las nodrizas, reproduciendo la insatisfacción con
los resultados que generaba esta práctica en el Asilo. Dentro de ese
sistema macabro, las nodrizas aparecen como las principales víctimas
del descuido de las autoridades, que les dejaban tantas criaturas, a lo
que se sumaba el hecho de vivir bajo sospecha de incumplimiento y
negligencia.
El Dr. Pedro Castro, desde un lugar más duro que el Dr. Amargós,
denunciaba en 1884 la responsabilidad de las nodrizas contratadas en el
alto número de muertes de bebés:

Las Amas muchas veces por no concurrir al consultorio o concu-


rrir fuera de horario, dejan los niños sin un tratamiento adecuado o,
en varios casos, recurrieron al Médico en los últimos momentos de
la enfermedad, cuando los recursos de la ciencia son ya ineficaces.81

Proponía como solución a este problema que la Comisión de Señoras


aumentara la frecuencia de las visitas-inspecciones domiciliarias de las
inspectoras del Asilo. Planteaba así aumentar los dispositivos de control
de estas nodrizas, pero no buscaba indagar en el origen de los proble-
mas, como sí lo hizo Amargós, que disponía mejoras de las condiciones

80 Carta del Dr. Amargós a los directores del Asilo, 29 de junio de 1896. Asilo de Expósitos
y Huérfanos, 1896. Varios y Gastos médicos. Consejo del Niño. Torno. agn
81 Informes médicos del Dr. Pedro Castro, 1883-1884. Asilo de Expósitos y Huérfanos,
1883-1884. Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.

117
.:. María Laura Osta Vázquez

bajando las exigencias y la cantidad de bebés por nodriza. Vemos aquí


dos formas de mirar a las nodrizas desde el discurso médico.
El propio Morquio en 1902 recomendaba a la Comisión de Benefi-
cencia retirar algunas criaturas de sus nodrizas contratadas por el Asilo.
Veamos:

[…] dos solamente son los niños de mi servicio que, a juicio de las
Señoras de la Comisión, no debieran estar confiados a Nodrizas de
las condiciones de aquellas a cuyo cuidado actualmente se encuen-
tran. En primer término, Ricardo Pulgar, que está en poder de Rosa
Visolo. En inconveniente apuntado aquí es que teniendo esta Nodri-
za cinco hijos ocupa una sola pieza […]. El segundo niño es Escolás-
tica Lepanto que está a cargo de Eleuteria Alvarez y no de Carmen
García como erróneamente se dice, agregando que está completa-
mente inhabilitada para atender una criatura por encontrarse ciega
hace un año. Acerca de esta afirmación diré que solo hace unos diez
meses que ella queda perdiendo la visión como podría justificarlo el
Sr. Salterán.82

El Dr. Morquio reconoce aquí algunos de los grandes problemas


que las nodrizas sufrían: la pobreza, el hacinamiento en su casa y la
enfermedad. Dado el origen social de las nodrizas —extranjeras, mu-
latas, negras, indígenas, mestizas, sobre todo pobres y necesitadas
de un ingreso—, las casas donde podían alojarse generalmente eran
inapropiadas para el patrón de higiene requerido, y quienes poseían
la voz y del poder para denunciar esas condiciones siempre eran los
médicos. El otro problema, la enfermedad —en este caso la ceguera—,
denota la vulnerabilidad de estas trabajadoras. Estamos hablando de
mujeres que trabajaban pero que no tenían derechos laborales que las
respaldaran, porque recordemos que las leyes laborales más impor-
tantes —como la ley de ocho horas, la licencia por maternidad o por
enfermedad, vacaciones pagadas y día libre obligatorio, entre otras—
se aprobaron recién con el batllismo, en las primeras décadas del siglo
xx. Las criaturas se distribuían, se les daban y sacaban impunemente,

82 Observaciones de los médicos del servicio externo Morquio y Ricci, del 5 de febrero de
1901, en carta de la Comisión de Caridad a la directora de la Sociedad de Beneficencia
de Señoras, Estanislada M. de Lessa. Colección Sociedad de Beneficencia de Señoras,
carpeta 220, caja 60. Colección de documentos originales sobre Historia del Uruguay
que pertenecieron al Prof. Juan E. Pivel Devoto, tomo ii. agn.

118
.:. La infancia del torno

sin indemnizaciones, dependiendo del estado de vivienda, moral y de


salud de la nodriza. Y quienes dictaminaban en esta área siempre eran
los médicos.
Morquio planteaba que el principal problema de las amas del Asilo
era la pobreza:

Cansados están los Señores Directores de saber que la excesiva po-


breza es el principal atributo de la generalidad de las Amas del Asilo,
las cuales resumen a ese expediente como medio de sobrevivir a las
imperiosas necesidades de su familia.83

Las nodrizas generalmente estaban bajo sospecha, y ante la muerte


de un bebé por factores ajenos a la desnutrición o enfermedad a veces
las sospechas fueron encarnadas en acusaciones. Veamos el ejemplo de
un bebé de tres meses que murió por asfixia en 1889 y la investigación
que el policía Salvador Tajes realizó para develar el misterio de su muer-
te en manos de su ama. El seguimiento y las indagaciones que hizo el
policía nos hablan más de buscar una causa para terminar con la investi-
gación de una forma simple y rápida que de una investigación profunda
en busca de las verdaderas causas de muerte.
Luisa Bartolo de Castellini era una nodriza casada, el estado civil pre-
ferido por los médicos, ya que nos habla de una reputación moral que
se requería para desempeñar este rol. El médico forense Vicente Tagle,
de guardia en la Policía de la capital, presentó su informe de la autopsia,
con la conclusión de que el bebé había muerto por «asfixia violenta por
falta de respiración».84 Ante este informe forense se delegó el caso al
oficial Salvador Tajes para que investigara. Posteriormente expresó:

[…] resulta que dicha mujer cuidaba con bastante esmero el expósi-
to que se le había confiado, el cual, según opinión de los habitantes de
la misma casa, gozaba aparentemente de perfecta salud hasta la noche
en que dejó de existir repentinamente, al parecer de los declarantes.
Por las declaraciones de la nodriza he venido en convencimiento que
para impedir que los mosquitos molestaran al niño, la noche en que
falleció, le tapó con sábanas la cuna en que dormía. Esta circunstancia

83 Ibídem.
84 Carta del oficial de Policía Salvador Tajes al secretario del Asilo de Expósitos y Huérfa-
nos, Manuel Sastre, 3 de diciembre de 1889. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1886-1889.
Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.

119
.:. María Laura Osta Vázquez

me hace suponer que habiendo con ello impedido la circulación del


aire, se haya producido la asfixia. Dejando por cerrado el caso con esta
declaración, se despide.85

El informe de Tajes nos deja más dudas que respuestas. Primeramen-


te, porque su investigación se basó solamente en testimonios de la gente
de la casa de la propia nodriza —o sea, de su familia— y dejó fuera la
posibilidad de conocer opiniones de vecinos. En segundo lugar, porque
la explicación que dio Luisa Bartolo sobre la muerte del bebé que tenía
a su cuidado fue tomada como la versión verídica, sin ningún tipo de
cuestionamiento. ¿Qué tipo de bloqueo para los mosquitos realizó Luisa
como para que el bebé se asfixiara «violentamente» (según decía el in-
forme forense)? Tajes no se lo cuestionó; asumió la palabra de la nodriza
y de su familia como la única y contundente versión de los hechos. Y el
Asilo, por su parte, aceptó sin dudar esa versión.
Era evidente que detrás del bebé no había una familia que reclamara
una explicación sensata de lo ocurrido. Esto muestra como los derechos
de la infancia del torno estaban supeditados a la voz de las autoridades.
Quienes tenían el saber tenían también el poder, y el policía dictó el ve-
redicto final, aun sin una investigación a fondo.
En las prácticas de amamantamiento de las nodrizas, a veces ocu-
rrían hechos inesperados, como una posible asfixia del bebé o casos de
fuga de la mujer con su cría. Fue el caso de Flora Giménez, denunciada
por haberse fugado con su «hija de pecho», de dos años. Fue encontrada
luego por la policía, enferma e internada en un hospital de la ciudad
de Salto. El 22 de febrero de 1890 la Sociedad de Beneficencia Pública
había denunciado a la policía la fuga de la nodriza Flora Giménez, «se-
cuestrando a su vez, una niña expósita de dos años de edad».86 Cuatro
meses después, la policía informó al Asilo: «[…] la criatura secuestrada
por esta, se halla en poder de un tío de aquella mujer que se encuentra
en la misma ciudad»87 (se refiere a Salto, donde la encontraron). No hay
rastros de qué sucedió luego, si el Asilo mandó traer a la criatura o no
hizo nada al respecto.

85 Ibídem.
86 Carta de S. Rayel, de la Jefatura Política y de Policía de la Capital, a la directora de la
Sociedad de Beneficencia Pública de Señoras, Rosalía Artigas de Ferreyra, 22 de febrero
de 1890. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1890. Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.
87 Carta de la Jefatura Política y de Policía de la Capital a la directora de la Sociedad de
Beneficencia Pública de Señoras, Rosalía Artigas de Ferreyra, 27 de junio de 1890. Asilo
de Expósitos y Huérfanos, 1890. Varios. Consejo del Niño. Torno. agn.

120
.:. La infancia del torno

De todos modos, el informe refiere una denuncia seguida de una


búsqueda policíaca. Una denuncia del Asilo por la fuga de una de sus
nodrizas nos habla sobre el control de sus huérfanas y sus nodrizas, y
luego el informe nos muestra a una Policía con cierta efectividad. Según
el historiador Nicolás Duffau (2016), la policía, luego del reglamento de
1876 y del Código Rural del mismo año, «intentó saldar algunas dificul-
tades generadas por la geograf ía y que llevaban a que los jefes políticos
perdieran control sobre algunas comisarías de campaña». Así logró ma-
yor fluidez y efectividad en el control del interior y su comunicación con
la capital, como este caso del rastreo de la nodriza con su bebé.
También los juristas pautaron y limitaron los derechos de las nodri-
zas. Una carta del juez Jaime Estrázulas al Asilo muestra la resolución
de un caso en favor de la mamá biológica. El juez explica que hay un
reclamo de una madre que dice «que trajo por señal una cinta con una
cruz de tal clase […] A la vez, el ama de leche que amó a esta también
la pide solo por cariño […] Mi opinión jurídica es: que debe entregarse
la criatura a la que la reclama dando la descripción de la señal que trajo
la criatura, desde que con señal se halle en el archivo, sin que se pueda
exigir contraseña porque no existió».88
Esta reglamentación del quehacer de las nodrizas y sus limitaciones
iba de la mano con la expansión del discurso maternalista, que promo-
vía que las madres volvieran a amamantar a sus hijos. Como se vio, este
discurso fue difundido por la medicina en primer lugar, con el argumen-
to de disminuir la mortalidad infantil, y rápidamente fue tomado por los
Estados de los países occidentales. En Uruguay, la historiadora Lourdes
Peruchena (2010) muestra cómo ese discurso fue apropiado y relaciona-
do con distintos conceptos que interesaba vincular: mujer-madre, ma-
dre-patria, madre-república son díadas que comenzaron a aparecer en
los discursos políticos, filosóficos y en las diversas formas de expresión
de la cultura uruguaya.
Las manos que mecen las cunas de los y las huérfanas son historias
de cuerpos que fueron minuciosamente controlados, cuerpos moldea-
dos según un discurso higienista y maternalista que provenía de tie-
rras foráneas. Un discurso que cuajó perfectamente en una sociedad
golpeada varias veces por epidemias, donde la mortalidad era extre-
madamente alta en la primera infancia. Las nodrizas formaron parte

88 Carta de Jaime Estrázulas a las señoras de la Sociedad sobre un caso de reclamo con
señales, 31 de enero de 1882. Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1874. Varios. Consejo del
Niño. Torno. agn.

121
.:. María Laura Osta Vázquez

de un sistema alternativo que la sociedad montevideana montó y legi-


timó para continuar con la comodidad o la moda de no amamantar, y
para mitigar la vergüenza del hijo bastardo, en el caso de las del Asi-
lo. Gracias a estas mercenarias, gran parte de la sociedad de la época
pudo sobrevivir ante las inclemencias y necesidades que la primera
infancia tuvo que enfrentar.
En el medio, las nodrizas se resistieron al control, pidieron aumentos,
solicitaron adoptar sus crías y hasta se fugaron con ellas. Estas mujeres
para sobrevivir muchas veces se vieron obligadas a dividir la maternidad
con otros bebés, adoptándolos como sus propios hijos, pero siempre
bajo la sospecha y el juicio de los médicos y las autoridades del Asilo.
En aquella microf ísica del poder, el disciplinamiento de sus cuerpos fue
la herramienta fundamental para imponer el discurso maternalista y el
regreso del amor materno en las clases altas, ingrediente fundamental
para el asentamiento de la familia moderna y disciplinada.

122
.:. La infancia del torno

Señales y huellas
de un lenguaje simbólico

Una huella que retuviera al otro


como otro en lo mismo,
ninguna diferencia haría en su obra
y ningún sentido aparecería.

Jacques Derrida (2005: 60)

E n este capítulo final abordaremos las señales y sus distintas inter-


pretaciones posibles desde una mirada interdisciplinaria. Proyec-
tándonos en las emociones, buscaremos analizar y decodificar mensajes
cifrados, sentimientos y un diálogo que hasta ahora había quedado si-
lenciado, en el olvido. Qué sintieron los padres y las madres al separarse
de sus hijos, cuáles fueron sus motivaciones explícitas y ocultas para
dejar sus criaturas en el torno son algunas de las interrogantes que guían
este capítulo.
La producción historiográfica de quienes han trabajado con señales
considera a varios de las y los historiadores ya mencionados para las te-
máticas de capítulos anteriores. La argentina Gabriela Dalla Corte, cuyo
trabajo de investigación exhaustivo y minucioso en el Asilo de Huérfa-
nos de Rosario (Santa Fe) ha sido inspirador y motor para mi trabajo.
Dalla Corte analiza el origen étnico-social de las señales, poniendo én-
fasis en el reflejo de la presencia de inmigrantes de la segunda mitad del
siglo xix, sobre todo de italianos y españoles. Sus investigaciones son las
primeras en el Río de la Plata que notan y analizan las señales. La france-
sa Arlette Farge, en su obra Efusión y tormento. El relato de los cuerpos.
Historia del pueblo en el siglo xviii (2008), da un paso más y analiza, a
partir de algunas prácticas, la simbología de las emociones y del trata-
miento de los cuerpos. Con base en algunos paralelismos, utiliza figuras
metafóricas del vínculo materno y el lenguaje no verbal entre la madre

123
.:. María Laura Osta Vázquez

y su criatura. En respuesta a la ausencia de estudios interdisciplinarios,


y siguiendo la línea planteada por la mexicana Susana Sosenski (2012)
de visibilizar las infancias plurales como agentes transformadores de la
sociedad, se buscará analizar las señales como objetos subjetivos, que
contienen emociones hacia la infancia expresadas simbólicamente.
Se busca analizar experiencias afectivas y emocionales del pasado, con-
cibiéndolas como construcciones culturales. Desde la perspectiva de la
subjetividad, en el sentido que define la antropóloga Paula Cabrera (2017):

[…] la subjetividad refiere a los modos de pensar, sentir y hacer, los


sentimientos, significados, sentidos, conformados socioculturalmen-
te, que el sujeto tiene incorporados constitutivamente.

Estas subjetividades que se analizarán no versan exclusivamente so-


bre lo individual, lo personal, íntimo, sino que lo que se busca es en-
tender que la subjetividad es construida socialmente, que se conforma
en interacción y relación con otros. En las últimas décadas, las ciencias
sociales y las humanidades han participado de un giro emocional que
ha llevado a analizar las emociones y las consecuencias de una subjeti-
vación de la sociedad. Así, a través de ese prisma, la historia de la vida
cotidiana intenta recordar aquello que la historia tradicional desecha y
la memoria personal rescata.
En Uruguay, el antecedente más relevante para esta investigación es
la ya mencionada Historia de la sensibilidad en Uruguay, de José Pedro
Barrán. El autor, en el estudio tanto de la barbarie como del disciplina-
miento, visibiliza a distintos actores vinculados a las señales y sus for-
mas de sentir y relacionarse. Habla del tratamiento de la infancia, del
abandono, de las nodrizas o amas de leche, de los educadores y las for-
mas de vincularse con sus cuerpos como espacio de poder. Marca siem-
pre las transformaciones que se van produciendo entre la primera y la
segunda mitad del siglo xix, generando distintos tipos de sensibilidad.
Entre los trabajos más relevantes para esta investigación destacamos
los de Steve Gordon (1990), quien se ha enfocado en las emociones y la
infancia. También Arlie Russell Hochschild (1975), que ha estudiado la
evolución del cuidado familiar en relación con la sociedad postindus-
trial y el mercado, y la historiadora norteamericana Bárbara Rosenwein
(2010), quien ha trabajado la idea de evolución emocional en la historia
y del concepto de comunidades emocionales.

124
.:. La infancia del torno

La socióloga norteamericana Hochschild ha sido considerada la fun-


dadora de la sociología de las emociones, puesto que su tesis fundamen-
tal es que la emoción y el sentimiento son sociales, y que por tanto la
alegría, la tristeza, la ira, los celos, la envidia son en parte sentimientos
sociales. Según Hochschild (1975), la cultura guía el acto que permite
reconocer una sensación al proponernos qué sentimientos son social-
mente posibles y cuáles no lo son.
El aporte más importante de este capítulo radica en recuperar aque-
llas emociones que no fueron registradas en el relato histórico hasta el
momento. Se trata, en cierto modo de interrogar a mujeres, hombres y
niños cuya emocionalidad fue silenciada.
El mundo de las señales encierra una compleja red de mujeres que
se solidarizan con la parturienta o encubren lo que en la época era con-
siderado inmoral y digno de ser ocultado. La madre o parturienta era
asistida por una partera, quien tenía amplia experiencia en el quehacer
obstétrico y poder sobre el destino de la criatura. En general estas cria-
turas eran llevadas al Asilo por la partera o por su propia madre; en las
notas dejadas, pocas veces figuran los padres.
Como ya hemos definido, las señales son objetos que familiares deja-
ban con el bebé, generalmente atados al cuerpo por cintas o cordones.
La criatura era dejada en el torno por la madre, la partera o, a veces —
muy pocas—, el padre. Luego, en el mundo interior del Asilo, era reco-
gida por la hermana tornera, quien junto con el mayordomo registraba
las señales con un número y además bautizaba y nombraba a la criatura.
El apellido era elegido siguiendo un orden alfabético —cada mes una
letra— y el nombre se seleccionaba al azar.
Las madres que no querían o no podían tener a su criatura encontra-
ban un sistema oculto y silenciado donde podían resolver su problema.
Los padres que no querían o no podían reconocer a su descendencia
descansaban en este sistema de mujeres que se encargaban del destino
de la criatura no deseada en el torno o la caridad.
Este sistema, igualmente, tenía sus reglas. Como vimos, el torno al
final no siempre estaba disponible, sino que en la madrugada a veces
era trancado. El nombre elegido por los padres biológicos no era res-
petado, aunque la criatura hubiese sido inscripta en el Registro Civil
y en alguna parroquia si era bautizada. Tenían hasta dos o tres años
para reclamar la criatura, siempre con el sistema de las señales: seña y
contraseña. Para recuperarla debían pagar por los días de nodriza re-

125
.:. María Laura Osta Vázquez

munerados por el Asilo. Obviamente, no era la panacea para los padres


y madres biológicos, pero sí generaba un desahogo en momentos impo-
sibles de sobrellevar, ya fuera por la vergüenza social o por problemas
económicos. El torno se presenta, así, como una válvula de escape para
las consecuencias de relaciones extramatrimoniales, un aliado impoluto
a la moralidad de la época.

1. Señales que son huellas

Las señales fueron el código de rescate entre la familia y la criatura, la


seña y la contraseña para recuperar al bebé que se dejaba temporalmen-
te. En el período 1894-1910, más del 90 % de las criaturas dejadas en el
torno llevaban señal. Estas podían ser fotograf ías, estampitas, monedas,
medallas, escapularios, ropita, cartas y notas. Así las definió el jurista
Jaime Estrázulas en 1882:

Estas señales que se guardan cuidadosamente, y de las cuales se


toma razón en un libro, bajo numeración, suelen ser de varias clases,
una prenda fina, u ordinaria, como una cruz, un medallón, atados con
una cinta de color, un papel con inscripciones […].89

Las señales eran las impresiones, los mensajes que los progenitores
dejaban. Eran su legado, su memoria. Como expresa la francesa Arlette
Farge (2008: 187):

La nota hallada entre las mantillas es un escrito sobre el cuerpo.


Mal ortografiado, poco preciso, poco legible, entre trapo y papel, ra-
pidez y aplicación, es un signo del cuerpo que escribe sobre el cuerpo
debilitado.

Dos cuerpos expresaban sentimientos: el de la madre o padre y, ante


él, el cuerpo debilitado o vulnerable de la criatura. Las señales serían la
llave del reencuentro; por eso eran cuidadosamente registradas y guar-
dadas por el Asilo.
Estas señales son huellas de una presencia pretérita, pero también
huellas de ausencias. Huellas de una imposibilidad, de un no ser, de un

89 Ibídem.

126
.:. La infancia del torno

impuesto desapego temporario o definitivo. Las huellas que dejaron es-


tos objetos son pistas, indicios que marcan un posible reencuentro. Son
claves de emociones, como amor filial o culpa por la necesidad de la
separación de los cuerpos. Huellas de lo borrado, de lo que se quiere
ocultar, de lo no dicho. Huellas de un pasado, de una identidad oscure-
cida por el torno «mudo y ciego».
Esta huella es percibida en el sentido derridaniano:

La huella es el borrarse a sí mismo, el borrarse su propia presencia;


está constituida por la amenaza o la angustia de su desaparición irre-
mediable, de la desaparición de su desaparición. Una huella imborra-
ble no es una huella, es una presencia plena, una sustancia inmóvil e
incorruptible […]. (Derrida, 1989)

Las señales encierran un concepto paradojal, porque representan


una presencia y una ausencia al mismo tiempo. Presencia de un deseo
de recuperación, de mantener un vínculo filial, un sentimiento de amor
y protección, pero a la vez ausencia de lo que pudo ser, imposibilidad de
mantener un vínculo f ísico y presente. La separación de la madre o el
padre de esa criatura representa dolor, desapego, culpa, desesperación,
tristeza, y esa separación está representada en la propia ausencia. Para-
doja de lo que es y lo que se está borrando.
Pero a su vez, la huella es constituida por la memoria, como lo es-
tablece el mismo Derrida (1989): «La huella como memoria no es un
abrirse-paso puro que siempre podría recuperarse como presencia sim-
ple; es la diferencia incapturable e invisible entre los actos de abrirse-pa-
so». Memoria de lo que no es y pudo ser, memoria incapturable porque
ya no es, pero esa memoria de la señal abre paso, trae indicios de lo que
fue y de lo que será.
Huella de todo lo que se afirma como idéntico a sí mismo, en el in-
terior de lo idéntico está lo otro. En toda afirmación de sí mismo está
inscripta la huella de lo diferente. Estas huellas son paradójicas porque
son una marca singular e irrepetible dejada por lo que ya no está presen-
te, pero lo ausente resulta presentado, regresa justo en esa huella: en el
potencial reencuentro de la criatura y su familia.
Las señales son objetos que simbolizan emociones y mensajes cifra-
dos, que fortuitamente el Asilo —por motivos económicos y administra-
tivos— registró a la perfección. Lamentablemente, solo existen registros

127
.:. María Laura Osta Vázquez

de señales a partir de 1894 y hasta 1933 año en que se prohibió el torno


por ley. Igualmente, la riqueza material de estas fuentes permite anali-
zarlas desde las emociones y las intenciones simbólicas de las familias.

2. Las dinámicas del Asilo y las señales

Como vimos, el ingreso al Asilo de Expósitos y Huérfanos se daba de


dos maneras: por la Oficina de Admisiones o —la vía predilecta por las
y los adultos del siglo xix— a través del torno. El torno se resignificaba
con las prácticas cotidianas; a partir de la lectura de las señales podemos
valorizar los usos de este recinto. En varias ocasiones fue un puente de
esperanza hacia una vida mejor; también fue considerado un lugar de
tránsito mientras la criatura era amamantada, con un plazo de dos o
tres años para recuperarla. Por último, encontramos que el torno tam-
bién era un espacio de descarte de cuerpos, como una especie de tierra
santa, lugar sacro donde los cuerpos podían descansar en paz, lejos de
las miradas moralizantes de la época. Era un depósito anónimo, que no
pedía explicaciones ni responsabilidad. El único requisito era tener una
criatura para dejar; del resto, la caridad tomaba cuenta.
Clasificamos las señales en dos grandes grupos: las informativas y las
afectivas. Las informativas eran las reproducidas por personal externo
al niño o niña: parteras, médicos, enfermeras, etc. Contenían informa-
ción básica como nombre, hora de nacimiento, fecha, si había sido cris-
tianado o no, si había sido bañado o no, si padecía alguna enfermedad.
Las señales afectivas —la gran mayoría— eran aquellos objetos creados
o colocados por los familiares en los que había una intención de rescate,
de reencuentro en el futuro.
El 90 % de las criaturas ingresadas por el torno, hasta la primera dé-
cada el siglo xx, traían señales en sus cuerpos el día que fueron encon-
tradas. Entre las señales afectivas existían diversidad de expresiones,
desde cartas —que eran las más numerosas— hasta medallas, estampas
religiosas, fotograf ías, monedas, barajas españolas, escapularios con ca-
bello dentro, cadenas de oro, caravanas, ropas…
Como se muestra en el gráfico 23, el tipo de señal más dejado en la
infancia del torno eran notas o cartas, donde la familia podía expre-
sar sus emociones, sus sentimientos; allí, elementos como la culpa y el
ruego a Dios o la Virgen estaban muy presentes. Luego seguían otras

128
.:. La infancia del torno

Gráfico 23. Análisis descriptivo de los tipos de señales afectivas, según


sexo, en porcentajes
35
30
25
20
15
10
5
0
F M
Religioso Fotograf ía Monedas/baraja Cartas
Otro Más de una Ninguna señal

Fuente: Elaborado por Laura Osta y Thaiz Sánchez a partir de los registros de señales del agn.

señales, como ropas, escapularios (pequeñas bolsitas cosidas con notas


o medallitas dentro).

Un padre expresa su infortunio

Las notas dejadas transmitían legados familiares y todo tipo de emo-


ciones, como sufrimientos, frustraciones, culpa, desesperación. A con-
tinuación veremos una de las pocas notas encontradas que fueron es-
critas por padres.

Este niño que hoy pongo en el torno de la caridad, es hijo legítimo


que fue bautizado el día de 10 de Setiembre de 1894 en la Iglesia de
la Aguada, su madre murió el 9 de Setiembre de 1894 de sobre parto,
el niño se llama Julián H., yo el padre lo entrego a la caridad, por en-
contrarme hace cuatro meses enfermo y sin recursos y con tres hijos
pequeños, el niño será reclamado a su debido tiempo. Sin más, les
saluda… L. H. 18 de abril de 1895.90

Este padre relata una situación bastante desafortunada, típica de esta


época: muertes que desequilibraban a la familia. Cuando en el siglo xix

90 Carta del Registro de Señales del Torno. Departamento del Torno. agn.

129
.:. María Laura Osta Vázquez

moría una madre, el padre quedaba devastado, ya que no tenía idea de


cómo cuidar a sus propios hijos y su casa. No era su rol asignado, nunca
fue preparado para eso; los padres solo se ocupaban de trabajar fuera y
traer el sustento, porque el sistema de organización familiar vigente era
el patriarcal. Los roles estaban tan claramente delimitados que, si uno
de los dos moría, el otro dif ícilmente podía salir adelante solo, sin ne-
cesidad de volver a casarse. Contraían nuevas nupcias en poco tiempo.
Los viudos buscaban una mujer cercana a la familia, hermana o prima
de la esposa, o alguna vecina o comadre del entorno. Si no lograban
casarse en breve, llevaban alguno de sus hijos al Asilo, como relata la
nota. El padre promete rescate «a su debido tiempo». Además, estaba
enfermo y tenía tres hijos más.
La enfermedad era otro factor de riesgo de desestructura familiar.
Los cuerpos de estos actores eran el único medio de ingreso económico.
Si los afectaba alguna enfermedad, en un momento en que no existían
efectivos tratamientos con antibióticos, la probabilidad de muerte era
muy alta. Además, no había subsidios por enfermedad; si una persona
no trabajaba, no recibía ingresos y, por lo tanto, sus hijos no comían. Era
un círculo bastante cerrado y dif ícil de romper en las precarias condi-
ciones en que se encontraban. Sin embargo, como vimos, en el ámbito
privado existían varias asociaciones o comisiones de caridad que se ocu-
paban de estos habitantes poco agraciados en su situación económica
o de salud, que en parte paliaban las necesidades de un Montevideo
vulnerable ante todo tipo de inclemencias.
Estas cartas o notas son y serán leídas e interpretadas por actores del
siglo xxi. Mi mirada, mis lentes y la interpretación de los y las lectoras
les darán su impronta y relectura. No es posible trasladar el texto ori-
ginario o puro tal cual fue escrito. Por eso me adhiero a Derrida (1989)
cuando expresa:

El texto no se puede pensar en la forma, originaria o modificada, de


la presencia. El texto inconsciente está ya tejido con huellas puras, con
diferencias en las que se juntan el sentido y la fuerza, texto en ningu-
na parte presente, constituido por archivos que son ya desde siempre
transcripciones.

Estas transcripciones son reinterpretadas y resignificadas por quien


escribe ahora, y lo serán nuevamente por ustedes, mis lectores.

130
.:. La infancia del torno

Pensamiento: «Pienso en ti»

En varios registros apareció escrito, entre las señales, fragmentos


cuyos autores llamaban pensamientos. Estos tenían un formato simi-
lar, que se parecía a una especie de ruego u oración. Veamos algunos
ejemplos. En el caso del niño Enrique Varela, de 1895, quien luego fue
nombrado por el Asilo como Juan Gordoni, la señal decía: «Pienso en ti,
a ti solo miran mis ojos. Dios tiene piedad de mi».91 En el caso del niño
Francisco Pino, de 1896, identificado por el Asilo como Aurelio Revole-
do, su madre escribió: «Pienso en ti, a ti solo miran mis ojos, Dios ten
piedad de mí».92 En el caso de Ángela, a quien se le puso por nombre Fi-
lomena Monaster, nacida el 10 de enero de 1896 a las cuatro de la tarde y
dejada en el torno esa misma noche, el pensamiento tenía una variante:
«Pienso en ti, Dios, tened misericordia de mí. Virgen María piedad».93
Como vemos, se le agrega el elemento de la súplica también a la Virgen
María. Matilde y Luisa Hortiz, mellizas, fueron dejadas por su madre el
2 de febrero de 1896 con este ruego: «En ti miran mis ojos. Pienso en ti,
Dios ten piedad de mi».94 Al ingresar, el Asilo les puso María Mercedes
y María Dolores Medrano.
Este formato de oración aplicada en las señales nos habla de un rue-
go, una súplica a la divinidad o a los santos. El poder de la oración para
los cristianos desarrolla una sensación de bálsamo que alivia las culpas,
porque Dios todo lo perdona, hasta el dejar a la propia descendencia. La
expresión «pienso en ti», que se repite en cada súplica, nos da la pauta
de que el pensar podría sustituir al estar f ísicamente. Como no puedo
estar, te pienso, y le ruego a Dios que te proteja, pero, además, que «ten-
ga piedad de mí». Esto nos habla de la carga que estas personas llevaban
sobre sus hombros; tan pesada era que precisaban de la piedad de Dios
para ser perdonadas. Las súplicas y ruegos nos muestran sus miedos,
sus debilidades, sus deseos y también aquello en que creían y confiaban.
El Asilo era una institución que les inspiraba confianza como para dejar
sus criaturas.

91 Asilo de Expósitos y Huérfanos. Registro de Señales, 1895. Consejo del Niño. Torno.
agn.
92 Asilo de Expósitos y Huérfanos. Registro de Señales, 1896. Consejo del Niño. Torno.
agn.
93 Asilo de Expósitos y Huérfanos. Registro de Señales, 1895-1896. Consejo del Niño. Tor-
no. agn.
94 Ibídem.

131
.:. María Laura Osta Vázquez

Hija de la desgracia

Veamos una carta firmada por «una madre muy pobre», que nos
muestra la precariedad económica a la que se podía ver enfrentada una
madre soltera. La mamá de Isabel Jorgelina explica que la niña es «hija
de la desgracia». Omite nombrar al padre, y en esa omisión podemos
ver una posible hija ilegítima. Si bien los argumentos que presenta en
toda la carta son económicos, y termina prometiendo que a los tres años
la recuperará, podemos analizar lo no dicho en el sentido foucaultia-
no: intentar descifrar la «palabra muda, murmurante, inagotable, que
anima la voz interior que escuchamos, de restablecer el texto molido e
invisible que recorre el intersticio de las líneas escritas y, a veces, las des-
ordena» (Foucault, 2009: 31). Analizar un discurso, en ese sentido, sería
volverlo libre para describir en él y fuera de él los juegos de relaciones.
Surgen varias preguntas; la primera es donde está el padre de Isabel,
por qué su paternidad aparece sustituida por hija de la desgracia. Si
hubiera desaparecido por un accidente, enfermedad o muerte, la madre
lo habría mencionado. La omisión de su nombre y de su situación nos
habla de que tal vez era hija de alguien que ya tenía un compromiso
social y moral con otra familia. La madre sola se presenta como la única
responsable. La carta nos relata una vida de necesidad y desesperación.
La mujer no da su nombre, oculta su identidad —otra omisión que nos
puede hablar de una situación socialmente no aprobada.
Esta carta tiene una promesa de recuperación, como la tenían mu-
chas cartas. Las criaturas que llegaban con señales afectivas nos hablan
de una intención de recuperarlas, pero en los hechos solo lo lograban
entre el 20 y el 30 %. La promesa de recuperarlas algún día expiaba tem-
poralmente la culpa de dejarlas, calmaba la tristeza. Además de la pro-
mesa de recuperación, estas madres encontraron otro alivio a su culpa:
el dejarlas en el Asilo, en la viva representación de la caridad divina. No
las estaban dejando en cualquier lugar, sino en manos divinas que cui-
darían a su prole mejor que ellas mismas. El Asilo les inspiraba confian-
za, hasta las animaba a dejar a sus criaturas con total tranquilidad. En la
promesa y la caridad, las familias descansaron y encontraron consuelo
para el hecho de dejar en el torno a su descendencia. Veamos la carta:

Isabel Jorgelina (que así deseo se le llame a mi hijita) ha nacido el


23/4/1895 a las 12:10 pm en el día de San Jorge Mártir. Es hija de la
desgracia, porque ha nacido rodeada de la más honda miseria la cual

132
.:. La infancia del torno

me obliga a depositarla en las manos caritativas de tan noble y elevada


institución. Prometo que el día que cumpla 3 años, menos 1 mes, es
decir al 23/3/1898, la retiraré, pues de aquí a allá el país variará. Y sien-
do más fácil su sustento, podré recoger a mi hijita sobre cuyo destino
quedo tranquila xq sé que se la conf ío a una institución tan filantró-
pica como bien dirigida. Firma, una madre muy pobre. Montevideo,
24/4/1895.95

Otro aspecto que se puede analizar en esta carta, y en todos los ca-
sos del torno, es el desconocimiento absoluto de la identidad otorgada
por la familia biológica. A la niña Isabel le pusieron por nombre Elvi-
ra Fajardo. Este desconocimiento expreso suena a una punición moral
por parte del Asilo, donde la voz de los padres y madres biológicos era
totalmente desautorizada y hasta acallada. Si dejas a tu hija, no podrás
siquiera elegir su nombre. La ya citada Alicia Pierini, afirma respecto del
derecho de identidad:

Precisamente porque el derecho a la identidad nos remite, a su vez,


al más ancestral de los interrogantes: el que pregunta acerca del ser
que se es. Y porque el derecho a la identidad es el más próximo a los
derechos respecto del derecho a la vida. El derecho a ser el ser que
auténticamente se es, es el derecho al reconocimiento de la propia
identidad. (Pierini, 1993: 9)

El Asilo, negando toda posibilidad de identificación con la familia


biológica, cortaba el vínculo con la vida anterior al torno. Cortaba el
lazo de vida con aquello que eran. Pero las señales —objetos paradójicos
en sí mismos, como se vio— permanecieron recordando aún su iden-
tidad. Las señales eran los únicos objetos que relacionaban a aquellas
criaturas con su pasado, pero se registraron con tanto cuidado no por
respeto a su historia, sino porque al devolverlas cuando fueran reclama-
das cobrarían el dinero invertido en ellas.
La conciencia del valor material de la crianza estuvo representada en
las propias señales. Las monedas o las barajas de oro podrían simbolizar
que los progenitores estaban al tanto de que la crianza tenía un costo
económico que ellos eran incapaces de solventar. O tal vez también sig-
nificara el deseo de fortuna y vida próspera para su bebé.

95 Asilo de Expósitos y Huérfanos. Registro de Señales, 1895. Consejo del Niño. Torno. agn.

133
.:. María Laura Osta Vázquez

Media baraja
española, 8 de
oros. Registro
de Señales,
1895. agn

134
.:. La infancia del torno

Leyenda
y bolsita.
Registro de
Señales, 1895.
agn

Media batita
y escapulario
del Sagrado
Corazón de
Jesús. Registro
de señales,
1896. agn

135
.:. María Laura Osta Vázquez

Hoja de
Registro, nota y
bolsita. Registro
de Señales,
1896. AGN

136
.:. La infancia del torno

Entre las señales afectivas estaban las religiosas; podían ser medallas
o estampas de santos, de la Virgen María o de Jesús. Este tipo de señales
representaba el 30 % de las afectivas. Simbolizaba la evocación a la pro-
tección divina, al cuidado de la providencia. Los numerosos santos, la
Virgen María, Dios, Jesús o el Espíritu Santo eran los protectores predi-
lectos para aliviar a las almas culposas que entregaban su descendencia
al cuidado espiritual y trascendente. De esa manera expiaban su pesa-
do secreto en manos de la divinidad —representada en aquella institu-
ción— que los acogía.
Las señales y las cartas en general estaban atadas por cintas y cordo-
nes en los cuerpecitos. Es posible entender estas cintas como una unión
simbólica entre dos cuerpos que antes estaban unidos por el cordón
umbilical. La investigadora Arlette Farge (2008: 190) nos recuerda este
paralelismo simbólico:

[…] un cordón umbilical dividido en dos del que tanto el niño como
la madre son depositarios. Los dos cuerpos se niegan a separarse para
siempre, la cinta cortada es el signo sensual y evidente de ello. Cinta
de color que traza de manera simbólica y carnal el vínculo que une de
modo definitivo el cuerpo del niño al de su madre.

3. Desde una mirada cuantitativa, las señales


según los años (1894-1933)

El Registro de Señales que existe en el Archivo General de la Nación


abarca los años 1894-1933. El período que va de 1894 a 1900 aproxima-
damente se destaca por el gran número de señales. Casi el 90 % de las
criaturas llevaban algún tipo de señal afectiva, lo que nos da la pauta
de que no era un abandono sino un dejar temporáneo para luego recu-
perarlas. Hemos visto cómo a partir de 1911, cuando Morquio asume
como director del Asilo, comienzan a desalentarse estas prácticas, y el
número de señales baja notoriamente, hasta un 10 % del total de criatu-
ras dejadas. Esto nos habla de otro uso del torno, que ya no se utilizaba
para dejar transitoriamente a las criaturas sino para abandonarlas, sin
intención de un futuro reencuentro. El número de infantes dejados en
el torno también bajó a partir de 1910: los 360 que se recibieron en 1895
bajaron a 99 o 100 niños por año.

137
.:. María Laura Osta Vázquez

Señales varias
con cintas.
Registro de
Señales, 1895-
1897. agn

138
.:. La infancia del torno

139
.:. María Laura Osta Vázquez

140
.:. La infancia del torno

Cuadro 4. Número de señales afectivas, 1894

Total: 90 ingresos. Con señal: 76


Religiosas Fotograf ías Monedas, Notas o Cintas Otras
(estampas, barajas cartas (ropa, cadenas,
medallas) escapularios)

15 13 3 21 12 12

Fuente: Elaborado por Laura Osta a partir del Registro de Señales de 1894.

Los discursos que deslegitimaban el uso del torno, típicos de inicios del
siglo xx y de una visión higienista de la sociedad, tuvieron eco en las prác-
ticas y llevaron a que el torno se resignificara. Dejó así de ser un lugar de
paso o transitorio, donde la criatura sería amamantada, para convertirse
en escenario de un abandono definitivo. El número de infantes disminuyó
también, lo que nos indica que la prohibición en 1933 obedecía también
a un desuso de esta práctica, que venía siendo deslegitimada desde hacía
varias décadas. Es probable que las criaturas que antes eran dejadas en el
torno transitoriamente ahora entraran en el Asilo a través de la Oficina de
Admisiones, lo que implicaba dar un nombre y un rostro a estas prácticas.
Veamos los usos del torno registrados en cifras y gráficos. El año 1894
marca el inicio de los Registros de Señales que existen en el Archivo
General de la Nación. Ese año ingresaron por el torno 90 criaturas (12
eran mujeres, 10 varones y del resto no se identifica el sexo). De estas
90 criaturas, dos aparecieron muertas o murieron enseguida. De las 76
que llevaban señales afectivas, 21 eran notas o cartas; había 15 medallas
o estampas religiosas, 13 fotograf ías de algún familiar, 12 iban atadas con
cintas y 12 eran ropitas, cadenas, escapularios entre otros.
La fotografía fue la forma de registro visual más perfecto de la época;
había superado ampliamente al retrato pintado y al daguerrotipo. Al Uru-
guay la fotografía llegó en 1843. Si bien era un objeto caro, rápidamente
se popularizó; al menos era común que hubiera una fotografía familiar en
los hogares uruguayos. El 80 % de las fotografías encontradas en las seña-
les eran de adultos, tanto mujeres como hombres. Es posible que fueran
los padres, las madres, algún abuelo o tía, que de alguna forma se hacían
presentes burlando el anonimato que el torno proporcionaba.96

96 Sobre el análisis de las fotograf ías en las señales del torno, véase Osta (2019).

141
.:. María Laura Osta Vázquez

Cuadro 5. Número de señales, 1895

Total: 362 ingresos*


Religiosas Fotograf ías Monedas, Notas Cintas Otras
(estampas, barajas o cartas (ropa, cadenas,
medallas) escapularios)

59 38 9 221 5 182

* No coincide con la suma de señales porque muchas criaturas llevaban más de una.
Fuente: Elaborado por Laura Osta a partir del Registro de Señales de 1895.

En 1895 entraron por el torno 362 criaturas —casi una vida por día—:
170 varones, 159 mujeres y 33 sin sexo identificado De las 362, solo fue-
ron reclamadas 13. Del total, 24 tenían señales en otro idioma; supone-
mos que eran extranjeras, pero no se descarta que las extranjeras fueran
muchas más, ya que varias de las escritas en español podían ser de es-
pañoles. De las 372 criaturas, 10 murieron en el torno.97 Tenían señales
afectivas 314 y señales informativas 33; o sea, solo 15 criaturas aparecie-
ron sin señal.
Las proporciones en la tipología de señales afectivas se mantienen,
en términos generales, como el año anterior. La única diferencia es el
aumento de otros (ropita, cadenas y escapularios).
Por otro lado, durante 1895 entraron por la Oficina de Admisiones 82
criaturas, lo que marca la diferencia que existía entre uno y otro medio
de ingreso al Asilo. De estos 82 ingresos, el 63 % eran varones y el 33 %
mujeres. Esta diferencia sexual también llama la atención: los varones
eran casi el doble, mientras que los ingresados por el torno generalmen-
te eran el 50 % mujeres y 50 % varones.
En 1896 ingresaron por el torno 411 criaturas, 217 mujeres y 194 varo-
nes. De ellas, 55 fueron reclamadas, 14 murieron, 36 eran españolas, ita-
lianas o francesas (el origen español es dif ícil de identificar por la lengua
empleada en las notas, pero a veces lo manifestaban expresamente). La
proporción de varones y mujeres era más o menos equitativa.
Ya en 1897 las cifras cambian un poco. Entraron bastante menos cria-
turas: 68, de las cuales 38 eran mujeres y 30 varones, y se mantuvo el
porcentaje equitativo de los sexos.

97 Datos extraídos de Asilo de Expósitos y Huérfanos, 1895. Registro de ingresos. Fondos


Consejo del Niño. Torno. agn.

142
.:. La infancia del torno

Cuadro 6. Número de señales afectivas, 1896

Total: 411 ingresos*


Religiosas Fotograf ías Monedas, Notas Cintas Otras
(estampas, barajas o cartas (ropa, cadenas,
medallas) escapularios)

94 46 10 295 84 122

* No coincide con la suma de señales porque muchas criaturas llevaban más de una.
Fuente: Elaborado por Laura Osta a partir del Registro de Señales de 1896.

Cuadro 7. Número de señales afectivas, 1897

Total: 68 ingresos*
Religiosas Fotograf ías Monedas, Notas Cintas Otras
(estampas, barajas o cartas (ropa, cadenas,
medallas) escapularios)

10 5 3 43 14 7

* No coincide con la suma de señales porque muchas criaturas llevaban más de una.
Fuente: Elaborado por Laura Osta a partir del Registro de Señales de 1897.

La proporción de las señales afectivas seguía siendo la misma: la


gran mayoría eran notas y cartas, luego las cintas, las señales religiosas
y otras. El hecho de que las cartas siempre encabecen la lista nos habla
de la necesidad de transmitir los motivos del abandono, de justificar ese
acto vergonzoso que hería la sensibilidad de la naciente sociedad dis-
ciplinada. Madres y padres argumentaban sobre los motivos de estas
separaciones, dejando en palabras el amor que sentían por su prole y la
tristeza que la separación les generaba. Y, por supuesto, era infaltable
la promesa de recuperación futura, el mejor bálsamo para las almas en
pena.
La escritura era el contrapunto perfecto de los objetos; era el discurso
hablado, la palabra viva, que a su vez también conformaba lo no dicho. El
objeto simbolizaba, representaba acciones y sentimientos, mientras que
la carta era el único instrumento que daba voz directa a los padres y ma-
dres. Carta y objeto, combinación perfecta que conformaba las señales
y se transformaba en el elemento principal de un diálogo cifrado entre
los progenitores, el Asilo y sus criaturas.

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.:. María Laura Osta Vázquez

144
.:. La infancia del torno

Cuatro de copas
a la mitad y
carta. Registro
de Señales, agn

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.:. María Laura Osta Vázquez

146
.:. La infancia del torno

Batita de bebé.
Registro de
Señales, 1895.
agn.

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.:. María Laura Osta Vázquez

148
.:. La infancia del torno

Babero y hoja
de registro del
torno. Registro
de Señales. agn

149
.:. María Laura Osta Vázquez

A partir del análisis cuantitativo de las señales afectivas, visibiliza-


mos acciones que naturalizan afectos. El número de criaturas que fue-
ron recuperadas por sus familias nunca superó el 30 %; sin embargo, el
hecho de que el 90 % quisiera hacerlo nos habla de ilusiones, intencio-
nes, planes y afectos que en su mayor parte se vieron truncados por una
realidad avasallante que quebró el plano de los sueños. Proyectos de vol-
ver a reunir las dos mitades, los dos cuerpos que se anhelaron durante
tanto tiempo y quizá habrían de acostumbrarse al frío recuerdo de un
trozo de papel, una fotograf ía, una mitad de ropa o media moneda, en
un regazo deshabitado.
Muchas de estas madres se vincularon a círculos de mujeres que se
solidarizaban con las parturientas. Entre parteras, enfermeras y nodri-
zas lograban que las criaturas vivieran y sobrevivieran. Las historias de
las señales nos relatan las emociones de actores que se animaron a amar
en silencio, en un lenguaje que pocos entendieron, desearon fortuna,
buena vida, amor y amparo a su prole separada de sí.
El torno «ciego y mudo», burlando el anonimato, albergó en su in-
terior lo no dicho, la paradoja, la huella, lo ausente, el amor, la culpa, la
vergüenza, la caridad y la compasión. Pero también rescató de la muerte
a cientos de bebés que lucharon por sobrevivir, aun cuando la moral de
la época libró largas batallas.

150
.:. La infancia del torno

Reflexiones finales

L uego de realizada esta obra quisiera resaltar algunas ideas impor-


tantes. En primer lugar, partiendo de la idea de que las infancias
son situadas, es necesario redefinir esta infancia del torno, distinta a
las demás infancias montevideanas del siglo xix. Después de analizar
el movimiento del Asilo, la vida cotidiana, después de mirar a quienes
cuidaron a esta infancia, podemos reflexionar sobre quiénes eran estas
criaturas, de dónde venían, quiénes las dejaron y por qué. La infancia
del torno fue una infancia cuidada por algunas instituciones de la so-
ciedad; fue una preocupación de muchos miembros de las altas clases,
tanto religiosos como políticos, pedagogos y médicos. Esta infancia co-
menzó a ser observada y normalizada por el discurso médico y pedagó-
gico, y en muchos casos fue materia para la experimentación de nuevos
métodos o tratamientos.
¿Qué tipo de infancia quisieron forjar estas autoridades? ¿Qué valo-
res perseguían estas instituciones? Valores como la piedad, la religiosi-
dad, la honestidad, la importancia del cuidado del cuerpo, de la salud,
el aseo, la obediencia, el pudor, la obligatoriedad de la educación, de
aprender oficios o música. La intención común siempre fue suplir lo que
sus familias biológicas no pudieron darles, hacer un bien a la sociedad,
ofrecerles una oportunidad de cambiar su destino de delincuencia.
Otro elemento destacable es que la infancia del torno tuvo capacidad
de agencia, en el sentido de E. Thompson, «como la acción consciente

151
.:. María Laura Osta Vázquez

y voluntaria que se toma frente a determinados sucesos donde es po-


sible escoger un camino» (Thompson, 1981). Estas agencias infantiles
surgían tímidamente cuando decidían no casarse o cuando se fugaban
de hogares adoptivos, cuando pedían la dote para casarse o el depósito
para emprender su negocio. La infancia del torno sabía leer y escribir
—algo que, como vimos, era poco corriente en la época en que se fundó
la escuela de la Inclusa—. Además, sabía tocar instrumentos musicales
y cantar, y según los documentos de la época se destacó por su calidad
artística.
A pesar de su agencia, los cuidadores de esta infancia normalizaban
y disciplinaban sus movimientos y opciones, limitando sus elecciones.
Uno de los planteos principales del pensamiento de Michel Foucault era
ver al cuerpo como un campo político sobre el cual operaban las rela-
ciones de poder, lo cercaban, lo marcaban, lo dominaban exigiendo de él
algunos signos. Se trataba en cierto modo de una microf ísica del poder,
en la que quienes operaban sobre los cuerpos de otros poseían el poder
y a la vez el saber, porque «poder y saber se implican directamente el
uno al otro».98
A lo largo de estas páginas, vimos distintas instituciones y personajes
que dominaron y amoldaron cuerpos de niños, niñas y nodrizas según
unos saberes médicos e higiénicos que a su vez tenían el poder de hacer-
lo. Fueron cuerpos que se alimentaron, se medicaron, se educaron, se
disciplinaron, cuerpos que se buscó que fueran productivos en su pre-
sente y también en el futuro. El control de estos cuerpos se dio de una
forma metódica, pautada y organizada. En esta lógica foucaultiana, los
principales elementos que garantizaban ese control eran el asilamiento
(aislamiento) y la disciplina, dos factores presentes en el Asilo de Expó-
sitos y Huérfanos desde su creación.
El Reglamento interno de varones, redactado en 1826 para el Asilo,
muestra fuertes elementos de control del cuerpo y del alma. Pautaba el
horario de despertar, de rezar (cuatro veces por día), de comer, de estu-
diar. Hasta los momentos de ocio debían estar controlados y vigilados
por el ayo (cuidador), quien debía proponer «juegos ya gimnásticos en
que robustezcan sus fuerzas e ya intelectuales que les hagan crear ideas
combinadas para formar la razón».99 Se impedía de esta manera lo es-

98 Cf. en Foucault (2006: 32-34).


99 Cf. Reglamento de educación de los niños varones expósitos (1826). Archivo General Ad-
ministrativo. Hospital de Caridad, caja 706, folios 403-409. 5 de noviembre.

152
.:. La infancia del torno

pontáneo, la libertad de movimientos y pensamientos en menores que


se temía, como una constante, que fueran futuros delincuentes.
Estas relaciones de poder generalmente se proyectaron sobre los sec-
tores de la población más vulnerable; no solo la infancia, sino también
las mujeres, quienes muchas veces fueron el blanco del disciplinamiento
asilar. El poder ejercido por el cuerpo médico sobre la moral y la vi-
vienda de las amas de leche, determinando sus formas de vida, higiene
y hábitat como condición para ser funcionarias del Asilo, reflejan estas
relaciones de subordinación. El poder ejercido por las autoridades del
orfanato cuando, sin ningún tipo de reparos, despojaban a niños y niñas
del nombre y el apellido otorgados por la familia biológica, imponiendo
otros nuevos y desconociendo la trayectoria que había detrás de cada
criatura. El poder de bautizar, de vestir, de organizar, de dividir los cuer-
pos para dormir o para aislarlos de alguna enfermedad, fue ejercido con
total impunidad dentro del Asilo.
Ya desde la década de 1870 en el Asilo, el Estado comenzó a pelear
por esos espacios poder antes dominados por la Iglesia católica. Bajo
el rótulo de beneficencia pública, que suplantaba al de caridad católi-
ca, gobernantes como Latorre y Santos impusieron lógicas de adminis-
trar y funcionar que chocaron y dividieron las opiniones de la Sociedad
de Beneficencia. Las mujeres, que durante casi todo el siglo se habían
ocupado de cuidar a las criaturas huérfanas, ahora serían despojadas de
ese control para que fuera ocupado por los hombres de la beneficencia
pública, junto con las hermanas de caridad, pero estas en un lugar de
sumisión y obediencia a la autoridad impuesta.
El uso del torno nos habla de un sistema que la sociedad del siglo
xix tenía para canalizar sus necesidades económicas y morales. En estas
prácticas podríamos traer el concepto bourdiano de habitus. El habitus
da un paso más allá del simple hábito (Bourdieu, 1984: 268); es un con-
junto de principios de percepción, valoración y de actuación. El torno
nos habla de una forma de ver la vida y las relaciones en la que se dejaba
la criatura a la caridad divina para que esta le diera el cuidado que su
familia no podía darle. Nos habla de una moral cristiana que condenaba
las relaciones extramatrimoniales y el abandono, pero mucho más el in-
fanticidio. Por eso muchas veces el torno fue una válvula de escape para
todas aquellas prácticas que eran condenadas por esa moral. Se legiti-
maba así otra moral, la que permitía dar vida a aquello que la sociedad
ocultaba y negaba: que sobrevivieran las criaturas ilegítimas y que quien
las dejaba mitigara sus culpas con el bálsamo de la caridad cristiana.

153
.:. María Laura Osta Vázquez

Pero este sistema, que disfrazaba una doble moral y que hacía frente
al alto número de criaturas dejadas o abandonadas, fue totalmente des-
montado por el discurso médico e higienista ya desde inicios del siglo
xx. El sistema del torno hería y obstaculizaba la sensibilidad disciplinada
e higiénica que se imponía en la sociedad de Montevideo. El torno era
«ciego y mudo» y esto era un inconveniente para los médicos higienistas,
que ya no podían disuadir a las familias de dicho acto ni «asistir[las] con
consejos morales y ofertas de socorros monetarios, elementos que podían
eventualmente, hacerles cambiar la opinión» (Morás, 2000: 177). Ahora la
Oficina de Admisiones secreta se presentaba como la mejor opción para
conocer y responsabilizar a quienes abandonaban. Las historias clínicas
se podrían completar, las enfermedades congénitas tendrían un nombre
y una trayectoria, pero también se podría poner un rostro a quienes no
estaban cumpliendo con la obligación que el Estado les imponía.
Poco a poco la moral disciplinada se fue imponiendo también dentro
del Asilo, y las pautas de higiene fueron planificadas y aplicadas en el
nuevo edificio (el de 1873). Había más luz, más espacio, las camas no
estaban apretadas, varios dormitorios permitían aislar a las criaturas
en caso de epidemia. Había una capilla dentro del Asilo y sobre todo
una enfermería enfrente para atender toda necesidad médica. Todas las
áreas estaban cubiertas: un buen patio para ejercitar los cuerpos, una
escuela, una capilla para rezar y un pequeño hospital para ser atendidos,
con lo que se satisfacían las necesidades modernas de las autoridades.
En este libro se buscó transitar por estos cambios de la sensibilidad
generados en los siglos xix y xx, poniendo la mirada en la infancia y en
las mujeres, agentes casi siempre olvidados. Poner luz sobre aquello que
antes estaba oscuro resignifica el escenario, dando nuevos sentidos a la
historia.
En definitiva, si bien esta es una historia de relaciones de poder, de
control sobre poblaciones vulnerables, también se pueden ver hendi-
duras, resistencias, movimientos paralelos que mostraron rebeldías
y burlas al sistema. Vimos fugas de hogares, negativas a matrimonios
impuestos, una infancia ilustrada y con ciertas garantías de un futuro
promisorio. Amas de leche que se encariñaban con sus críos, padres
y madres que recuperaban a su descendencia a través de una señal y
dejaban huellas de sus identidades en un mundo oculto por una doble
moral. Todas estas acciones tejieron mapas de vínculos alternativos que
se impusieron de alguna forma a la moral de la época.

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