Está en la página 1de 127

DEDICATORIA

A las comunidades campesinas,


indígenas y negras del departamento del
Cauca, y a su gente luchadora y solidaria,
quienes me enseñaron a resistir, mantener
la cabeza altiva y la dignidad de espíritu.

CONTENIDO

1
Primera Parte: Una mirada analítica del Cauca

Introducción
Capítulo I
Lo que existía antes de 1980
Una descripción panorámica del territorio caucano
Antecedentes históricos y referentes sociales, económicos, políticos y culturales
El poblamiento del territorio caucano
Características principales del modelo de vida colonial, señorial y cortesano
El espíritu cortesano y la racionalidad económica colonial
La caída de la aristocracia payanesa y caucana. Causas y consecuencias
Consecuencias de la derrota territorial y económica de la aristocracia terrateniente caucana
Conclusión Capítulo I

Capítulo II
Lo que existe hoy en el Cauca
La estructura económica del departamento del Cauca
El desarrollo económico y la presión sobre las fuentes de agua
La lucha por el territorio y el agua
Antecedentes inmediatos de la lucha por la tierra en el departamento del Cauca
Proceso de poblamiento de zonas campesinas por comunidades indígenas
La presencia territorial y productiva de las comunidades campesinas mestizas y afros en el departamento del
Cauca
Descripción de los conflictos interétnicos y culturales
Demografía 1980-2016
Actividades económicas y la existencia de dos modelos de desarrollo
Conclusión Capítulo II

Capítulo III
Un balance panorámico de la realidad caucana 2017
Poderes dislocados, dispersos y en competencia
Un fenómeno que refleja la realidad del Cauca y de una parte de Colombia
Situación actual
Una mirada histórica reciente (desarrollo del Capítulo I)
Conclusión Capítulo III
Anexo: Oro bendito, capitalismo maldito

Segunda Parte: Una mirada del Cauca “desde abajo” y con corazón

Historias, relatos y cuentos

Los nativos, los traídos y los surgidos


La conquista del Valle de Pubenza
Los resentimientos heredados
Resistencia indígena en el Cauca
Ella sólo quería tocar el poder
El viejo Román Cajiao
El sueño de Amador
Las luchas por el precio del maíz en Quilcacé (El Tambo)
El agua “endiablada”
Aprendiendo del Taita Álvaro Morales
Relatos de un abogado en apuros

Bibliografía

Información para contraportada

2
¿Quiénes son las personas que aparecen en la carátula del libro "El Cauca en su momento
de cambio"?
En la parte de arriba aparecen Juan Gregorio Palechor, dirigente indígena yanacona y
uno de los fundadores del CRIC; y Sabas Casaram, dirigente de las comunidades negras
del norte del Cauca.
En la franja de fotografías pequeñas están:
1. "Tuto" González, compañero de estudios en el Liceo Nacional Alejandro de Humboldt de
Popayán, dirigente estudiantil asesinado por la fuerza pública el 4 de marzo de 1971.
2. Álvaro Ulcué Chocué, sacerdote y dirigente indígena nasa del norte del Cauca, nacido
en Pueblo Nuevo (Caldono), asesinado por sicarios paramilitares el 10 de noviembre de
1984.
3. "Lucho" Calderón, dirigente estudiantil y popular, encabezó la "Marcha por la
Dignidad" hacia Bogotá de los damnificados del terremoto de Popayán, y fue asesinado
con su compañero Luis Eduardo Solarte en 1983.
4. Álvaro Pío Valencia, intelectual y profesor universitario, fue concejal de Popayán varias
veces en representación de la izquierda, y fue un pensador universal. Fue rector de la
Universidad Santiago de Cali.
5. Lorenzo Muelas Hurtado, dirigente indígena del pueblo Misak ("guambiano"),
Constituyente en 1991, ejemplo de coherencia entre sus principios y acciones, compromiso
social y honestidad a toda prueba. (Vivo)
6. Ernesto Saa Velasco, profesor de derecho constitucional en la U. del Cauca, destacado
por su pensamiento crítico y cercanía con sus estudiantes.
7. Miguel Santos Vivas, dirigente obrero de las Minas de Puracé, fue presidente del
sindicato y con Clodomiro González organizaron la CTC en el Cauca, Federación de los
Trabajadores del Cauca, que posteriormente bajo la dirección de Félix Cuantindoy, fue
fundamental para la creación de la CUT. (Vivo)
8. Francia Márquez, actual dirigente de comunidades negras en el norte del Cauca y de los
mineros de La Toma (Suárez-Cauca).
A todos los conocí de cerca y por ello los destaco, aunque deberían aparecer muchos más
como Gustavo Mejía, Juan de la Cruz Perafán, Javier Calambás, Trino Morales, Luis
David Mosquera, Jaime Bronstein, Manuel Tránsito Sánchez, Manuel Chaguendo,
Alejandro Jojoa, Gregoria Camayo, Pedro Pito Puyo, Benjamín Dindicué, y muchos y
muchas más.

3
Agradecimientos
Agradezco la ayuda y colaboración para hacer realidad ésta publicación a mi familia,
especialmente a mis hijos. Igualmente a mis amigos, algunos de los cuales me han ayudado
con consejos, opiniones y colaboración material en situaciones difíciles por las que he
pasado. Destaco entre ellos a Amadeo Cerón, Alonso Muñoz, Omer Chicangana, Ciro
Solarte y Miguel Ángel Revelo. Además, no hubiera podido elaborar muchos de los
conceptos e ideas plasmadas en este trabajo sin las conversaciones y debates con gente
estudiosa que me ha colaborado con su amistad entre quienes resalto a Héctor León
Moncayo, Hernán Darío Correa, Héctor Mondragón, Manuel Rosenthal, Guido Barona,
Tito Pulsinelli, Juan Diego Castrillón, Silvia Zuleta, Fernando Duque y William Ospina.
Además, subrayo el estímulo y respaldo de muchos jóvenes con los que he interlocutado y
trabajado en los últimos años. Así mismo, agradezco la colaboración del joven investigador
social Edwin Cruz Rodríguez, quien amable y desinteresadamente revisó y corrigió el texto
final. No puedo dejar de mencionar a mi querido amigo dirigente indígena nasa, ya
fallecido, Manuel Santos Poto Mestizo, quien me vinculó con la nueva realidad indígena
posterior a 1991 y me relacionó con su comunidad. Y en fin, reconozco que sin la ayuda de
cientos de personas con las que nos hemos encontrado en nuestras luchas sociales y
políticas, no hubiera podido entender muchas de las realidades que vivimos en esta región
de Colombia y el mundo. A todos ellos, les estoy inmensamente agradecido.

4
Presentación
Los escritos que a continuación presento a los lectores interesados en la historia y vida de la
región conocida como el departamento del Cauca, recogen una serie de conocimientos
adquiridos a lo largo de las experiencias en el contacto directo con las diversas
comunidades de la región. Son fruto de conversaciones, situaciones vividas, reflexiones
colectivas e individuales, investigaciones y estudios realizados para colocarlos al servicio
de nuestras luchas cotidianas en la búsqueda de una vida mejor para nosotros y las nuevas
generaciones.
He compilado y dividido en dos partes los diferentes textos. En la primera parte presento
una visión analítica, me apoyo en algunas cifras, en estudios y autores de diferentes épocas,
y en las diversas cavilaciones sobre la realidad de nuestra gente sencilla y trabajadora del
Cauca, haciendo un esfuerzo por entender lo ocurrido en los últimos 35 años y la realidad
actual.
En la segunda parte presento historias, relatos y algunos “cuentos”, todos inspirados por la
vida real y concreta, los triunfos y fracasos de nuestra gente sencilla, campesinos mestizos,
indígenas y negros, y trabajadores de las ciudades, con los que he tenido un trato cercano e
íntimo, ya que soy parte de ellos y ellos de mí.
No tengo pretensiones académicas ni literarias. Los que me conocen saben que –casi todo–
lo que he sido y lo que he tenido, lo he subordinado a la lucha por lograr cambios en
nuestro planeta, transformaciones en nuestra sociedad y en nosotros mismos; todo, con el
fin de hacer más grata la vida de quienes en verdad generan la riqueza y sostienen el mundo
con su trabajo, ya sea éste manual o intelectual, lo realicen en el campo o en la ciudad.
Me he atrevido a publicar estos escritos para contribuir con las tareas que tenemos entre
manos con quienes queremos superar la polarización del país, derrotar la corrupción
político-administrativa y construir un Nuevo Proyecto Político que supere lo existente. Sólo
por ello lo hago y espero pueda ayudar en esa urgente tarea.
Cordialmente

Fernando Dorado, activista social


Popayán, mayo de 2017

5
PRIMERA PARTE: UNA MIRADA ANALÍTICA DEL CAUCA
Introducción
En este documento se presenta el resultado de un esfuerzo por interpretar la realidad del
Cauca con una mirada sistémica y original, colocando como principales ejes de desarrollo a
la “gente” y “su forma de pensar y de actuar”. Es un intento –todavía exploratorio y
panorámico– por entender la complejidad de una región diversa en su conformación
geográfico-natural-territorial, histórico-demográfica, económico-política y étnico-cultural.
Es, también, una apuesta por construir una visión del Cauca tratando de descubrir y
comprender las múltiples conexiones que existen entre los diferentes “eco-socio-sistemas”
que componen –en forma imbricada, superpuesta, contradictoria y en permanente tensión–
una “totalidad social” que, para algunos teóricos y estudiosos, puede ser una “invención”,
pero que existe en la mente, en el sentir y en el imaginario de la población caucana.
Esa totalidad caucana y sus diversos componentes están relacionados e integrados de
formas variadas, múltiples y complejas entre sí mismos, con otras regiones y poblaciones
del país y del mundo, situación que se presentaba desde antes de la llegada de los europeos
a América pero que se fue intensificando con el paso del tiempo, extrayendo de la región
enormes cantidades de riquezas naturales (principalmente oro y biodiversidad),
alimentándose de conocimientos ancestrales, generando y a la vez, destruyendo,
importantes recursos humanos y exportando inmensas cantidades de capital (“trabajo
muerto acumulado”), pero también aportando y construyendo –para bien o para mal–
nuevas relaciones sociales, diversas culturas y nuevas tecnologías, en medio de
innumerables conflictos de diferente naturaleza que hacen parte de múltiples procesos de
colonización que aún no han terminado.
Para desarrollar el planteamiento central y sustentar las diferentes afirmaciones,
conclusiones propuestas y sugerencias presentadas, se recoge y considera la información
estadística oficial, elaborada por las instituciones y gremios existentes, compilados
principalmente por el Departamento Nacional de Planeación DANE, pero dicha
información se somete a una interpretación de tipo cualitativo, apoyada en “estudios de
caso” o de situaciones específicas que se usan para tratar de captar al máximo el
“movimiento vital”, conectar con la “trama de la vida” y descubrir “los mundos en
colisión” que existen detrás de las frías cifras estadísticas. De esa forma, se trata de
concretar la intención de construir una mirada de la realidad caucana que se apoya en los
avances de las ciencias de la complejidad (red de relaciones).
Es indudable que para materializar esa tarea de la mejor forma posible tenían que estar en el
eje de este trabajo las mutuas relaciones entre los seres humanos que habitan el territorio, la
naturaleza que es el sustento de su vida y el pensamiento (conocimiento, cultura,
concepciones de la vida, métodos de relacionarse con esa realidad), que es la herramienta
con la que se construyen esas relaciones sociales y formas de vida.
Es importante aclarar que la pretensión de conocer e interpretar la realidad del Cauca al
tener un carácter sistémico y exploratorio, parte de entender que es una aproximación y un
acercamiento a esa compleja vida de la región, que siempre nos exigirá seguir
profundizando en sus particularidades e interrelaciones mutuas que están en permanente
cambio y evolución. Y, en ese sentido, también se identificarán los diversos procesos
sociales, económicos, políticos y culturales que nos permiten explicar la dinámica actual
ubicando los mecanismos de formación y regulación que están asociados a fenómenos de
auto-organización funcional, combinación de estados de equilibrio y desequilibrio en

6
permanente tensión, que son básicos para la existencia de flujos de retroalimentación entre
clases y sectores sociales, y las nuevas generaciones.

CAPÍTULO I

7
LO QUE EXISTÍA ANTES DE 1980
Una descripción panorámica del territorio caucano
Desde el punto de vista geográfico, la característica relevante de esta región consiste en que
está dividida en dos subregiones claramente diferenciadas: una, la andina, constituida por
las cordilleras central y occidental que la atraviesan de norte a sur, en medio de las cuales
existen tres valles en donde se asienta la mayoría de la población: el Valle de Pubenza
(Popayán), el Valle Geográfico del Río Cauca (a partir de Santander de Quilichao) y el
Valle del Patía (semidesértico pero muy estratégico). Allí está ubicado el sistema
montañoso conocido como Macizo Colombiano en donde nacen los 5 ríos más importantes
del país, entre ellos el río Cauca y el río Patía, que atraviesan el suroccidente colombiano y
en gran medida lo determinan. El río Cauca hacia el norte y el río Patía hacia el sur,
atravesando la cordillera occidental en la Hoz de Minamá. La otra subregión, es la que hace
parte del Chocó Bio-geográfico, que va desde la vertiente occidental de la cordillera
occidental hasta la Costa Pacífica. Dicha subregión está atravesada por numerosos y
poderosos ríos ricos en oro. Su ecosistema es de un bosque tropical primario con suelos
relativamente pobres pero de una enorme biodiversidad todavía en parte desconocida.
Desde el punto de vista histórico, la más importante característica de la región que
denominamos “Cauca” consiste en que las áreas estratégicas de esta región fueron
conquistadas y colonizadas por fuerzas españolas que hacían parte del ejército de los
hermanos Pizarro (Francisco y Gonzalo), que derrotaron a los incas en Cajamarca, se
apoderaron de Cuzco y, aprovechando la división y enfrentamiento entre los hermanos
Atahualpa y Huáscar, muy rápidamente lograron dominar y controlar el imperio incaico,
estableciendo para ello una alianza con los principales caciques aymará-quechuas a quienes
les interesaba mantener su poder. Es por ello que este territorio de la actual Colombia está
habitado en su gran mayoría por herederos de pueblos “yanaconas” 1, término con el que
identificaron los cronistas españoles a los numerosos y diversos contingentes de
comunidades indígenas que fueron reclutadas en Perú y Ecuador durante las jornadas de
conquista y avanzada hacia el norte, durante la gesta conquistadora que encabezó
inicialmente el extremeño Sebastián de Belalcázar, pero que fue continuada en las
siguientes décadas (desde 1536) por otros conquistadores y colonizadores españoles.
Desde el punto de vista étnico es importante señalar, así mismo, que el territorio de la
región fue quedando poblado por pueblos indígenas nativos que se resistieron a la invasión,
que fueron empujados y desplazados hacia las montañas, principalmente de la cordillera
central en el Cauca; por descendientes de los esclavos africanos que se ubicaron en
cercanías a las minas o ríos ricos en oro, tanto en el norte del Cauca, como en el valle del

1
“El término "yanaconas" es utilizado por los españoles y cronistas en forma genérica para denominar a todos
los pobladores nativos que son reclutados en el imperio inca para hacer parte del ejército invasor dirigido por
los españoles. Sin embargo es realmente una categoría social jerárquica del imperio inca. Los antecedentes de
este pueblo en el Cauca, como dice una reciente investigación antropológica (M. Sevilla, 2006: 129) habría
que buscarlos en una mezcla de nombres propios, Quillas y Haxas, y de nombres comunes, yanaconas (con
minúscula), españoles, y grupos tardíos de colonizadores blancos y mestizos que entraron al área a mediados
del siglo XVIII. El yanaconaje, era una institución incaica de servicio, destinada a cumplir tareas públicas y
privadas en ayuda de las élites. Puede pensarse que hubo yanaconas al servicio de los españoles que se
quedaron en la región del Macizo durante siglos.” Sevilla Casas, Elías. 1983. “La pobreza de los excluidos:
economía y sobrevivencia entre campesinos e indígenas del Cauca”. Universidad del Valle. Cali. --- (1976).
“Lame y el Cauca indígena”. En: “Tierra tradición y poder en Colombia”. Enfoques antropológicos. Bogotá.

8
Patía y toda la Costa Pacífica del actual departamento, con algunos núcleos dispersos de
acuerdo a las necesidades de los colonizadores (Itaibe en el municipio de Páez); y
finalmente, el grueso de los herederos españoles y “yanaconas”, en el territorio central que
hoy se puede definir como la región atravesada por la carretera panamericana en un rango
de 25 a 30 kms de lado y lado. En algunas ciudades como Popayán, quedan escasas familias
herederas de la aristocracia señorial y terrateniente de la época colonial, con sus
tradiciones, prejuicios, apellidos y abolengos de vieja data.
Desde un enfoque económico podemos afirmar que la región está habitada en la mayor
parte de su territorio por productores agropecuarios pequeños y medianos, productores de
café, caña panelera, pequeña ganadería, frutales, yuca para almidón y otros productos de
“pancoger” en el centro, sur y oriente del departamento, además de la gran industria de la
caña de azúcar en el norte del Cauca. También se deben resaltar los cultivos forestales de
pino y eucalipto monopolizados por Smurfit-Kappa, las industrias de diverso tipo
establecidas en los municipios del norte del Cauca con ocasión de la Ley Páez (1995), y el
transporte y comercio a gran escala. Todo lo anterior está complementado por la presencia
de la economía del narcotráfico (coca y marihuana) en el norte del Cauca (Corinto) y la
Costa Pacífica, principalmente en los municipios de Argelia, El Tambo, López de Micay,
Timbiquí y Guapi, y la minería artesanal, mediana y grande (legal e ilegal) que se explota a
lo largo y ancho de la región. Es también importante resaltar la economía que se genera en
el puerto fluvial de Guapi, al igual que la industria pesquera y algunos proyectos
agroindustriales que se están impulsando en sus alrededores. No estaría demás señalar que
al igual que todo el país, la economía informal, ventas ambulantes, de minutos, apuestas,
chance y loterías, moto-taxismo y toda clase de “rebusques” son la constante y aportan un
porcentaje importante de ingresos a los cerca de dos (2) millones de habitantes que
aproximadamente están ubicados en la región referida.
Antecedentes históricos y referentes sociales, económicos, políticos y culturales
La vida de la mayoría de la gente del Cauca sufrió un cambio drástico durante la década de
los años 70s y principios de los 80s del siglo XX. Un sistema de vida relativamente estable
que existía desde la colonia, se vino abajo en menos de dos (2) décadas. Y paulatinamente,
a lo largo de las últimas tres décadas y media, otro mundo, cualitativamente diferente al
anterior, ha surgido en medio del trabajo silencioso de decenas de miles de personas. Esa
labor cotidiana, que debe ser destacada y resaltada, ha sido realizada en medio de la
violencia, del impacto del narcotráfico, la entrada –también muy lenta– del gran capital
corporativo nacional y global. Ese esfuerzo callado de decenas de miles de pequeños y
medianos productores del campo y de la ciudad, que en forma sosegada y casi subterránea
ha logrado construir un nuevo modelo de existencia, no planificado por nadie, ni por el
Estado ni por ninguna institución, es un hecho muy importante que está en el eje central de
este documento.
Esa nueva realidad o modo de vida diferente al anterior se apoya en un sistema de
relaciones y vínculos sociales supremamente precario e inestable, basado en la pequeña y
mediana producción agropecuaria, en tecnologías relativamente atrasadas, sin mayores
apoyos financieros ni incentivos estatales, pero que le garantiza a importantes sectores de la
población caucana, principalmente rural, seguir asentada y “amarrada a la tierra”, y les
permite generar ingresos que se obtienen de una infinidad de labores relacionadas con la
actividad agropecuaria para subsistir en condiciones mínimas de dignidad y relativa

9
autonomía. Dicho modelo requiere ser reconocido, estudiado y apoyado para poder avanzar
con consistencia y consolidarse hacia el futuro.
Antes de adelantar la descripción cualitativa y cuantitativa de ese nuevo modelo de vida
social, económico, político y cultural que ha venido surgiendo en el seno de una sociedad
que había permanecido a lo largo de los últimos siglos en un sempiterno atraso estructural,
en un relativo aislamiento de la nación y del mundo, que era un verdadero estado de inercia
y estancamiento, se presenta en forma descriptiva e histórica una descripción aproximada
de ese mundo anterior. La esencia cualitativa de ese “modelo colonial” existente hasta los
años 70s y 80s del siglo XX, se relaciona en seguida, con las causas inmediatas que
generaron ese derrumbe histórico, y se intenta –a partir de un análisis propio– explicar el
“núcleo duro” que mantuvo esa situación a lo largo de tantas décadas. Entender ese aspecto
esencial, o sea, explicar cómo se logró sostener el “modelo colonial”, es indispensable para
poder reaccionar convenientemente frente al pequeño paso que han logrado dar las
comunidades productivas del Cauca y, así, con una actitud propositiva y “optimista”, poder
convertir lo acumulado en los últimos 35 años en un verdadero salto cualitativo de grandes
dimensiones.
El poblamiento del territorio caucano
El departamento del Cauca era una región poblada principalmente por pueblos indígenas de
las etnias misak (guambianos), coconucos, totoroes, polindaras, paniquitás, guanacas y
muchos otros que habitaban las tierras al oriente del llamado Valle de Pubenza. Eran los
pueblos más poderosos de la región que vivían rodeados, en alianza y en conflicto, con
otras tribus como los sindaguas y patías (al sur), chisquíos, pambíos, piaguas, calcacés,
pastales, calibíos, esmitas, bojoleos, y gran cantidad de tribus y familias. Al oriente
limitaban con sus grandes rivales, Nasas y Yalcones, quienes vivían en la vertiente oriental
de la cordillera central.
A la llegada de los españoles encabezados por Sebastián de Belalcázar, los nativos son
desalojados de los territorios más bajos, teniendo que refugiarse cerca de los páramos en los
actuales resguardos de Guambia (municipio de Silvia), y en Puracé y Paletará. Por otro lado
las comunidades nasas, también llamados paeces, son desarraigadas de los territorios bajos
del Valle del río Páez, en el actual departamento del Huila, y en su fiera resistencia se
refugian en las intrincadas montañas aledañas al volcán del mismo nombre, en donde
liderados por la Cacica “La Gaitana” ofrecen una recia resistencia a los invasores
españoles. Posteriormente avanzan hacia territorio guambiano, con quienes han mantenido
una rivalidad que sobrevive en la actualidad.
En un primer momento los españoles no logran dominar y esclavizar a las comunidades
nativas. En las siguientes expediciones se ven obligados a traer desde el sur, hoy Ecuador y
Perú, gran cantidad de pobladores denominados por ellos con el nombre genérico de
“yanaconas”2, para explotar las minas de Almaguer y Bolívar, al sur del departamento en el
Macizo Colombiano, y las ricas minas de Chisquío, localizadas en la cordillera occidental
en el actual municipio de El Tambo. Parte de ésta población yanacona se asienta en las
partes altas de los municipios de San Sebastián, La Vega y Sotará, en la cordillera central, y
otra parte es ubicada en los alrededores de Popayán. Después, fueron repartidos en las

2
Friede, Juan (1961). “Vida y luchas de don Juan del Valle, primer obispo de Popayán y protector de indios”.
Popayán, Universidad del Cauca.

10
encomiendas que se organizaron para colonizar el territorio. Estas comunidades yanaconas
son la base ancestral de la mayoría de la población mestiza campesina del actual
departamento del Cauca.
Mapa N° 1. El poblamiento del departamento del Cauca, superposición de etnias y pueblos.

Fuente: elaboración propia


En la segunda mitad del siglo XVI los españoles importaron esclavos negros de origen
africano. Fueron localizados inicialmente en cercanías de los actuales municipios de Suárez
y Buenos Aires. Después se organizaron haciendas en Caloto, desde donde surtían esclavos
y alimentos a las minas de oro de la región. Más adelante llevan esclavos negros a la zona
baja del municipio de Timbío para la explotación de oro de aluvión en los ríos de Timbío,
Quilcacé, Bojoleo y Esmita, que son ríos que conforman la cuenca media del río Patía,
desde donde la población afrodescendiente se despliega hacia el Valle del Patía.
Posteriormente, familias payanesas incursionan con importantes contingentes de población
esclava hacia los ríos Argelia, López de Micay y Timbiquí en la región pacífico-occidental,
para explotar abundantes minas de oro. Esa población creció y se apropió del territorio, en
un proceso similar al que ocurrió en las minas de Barbacoas, que correspondían a la misma
jurisdicción caucana. Hoy pertenecen al departamento de Nariño.
Así se pobló el Cauca. En el centro del departamento quedó ubicada la población mestiza
con ancestros yanaconas; en el norte, en el Valle geográfico del río Cauca, la población

11
negra afrodescendiente, que también se asentó en el Valle del Patía, al sur, y en la costa
baja del pacífico, al occidente. Las montañas de la cordillera central fueron compartidas
entre los pueblos misak, coconucos y “paeces” (nasas) en el nororiente, y en el sur, por
pueblos yanaconas, desde la Bota Caucana hasta las cercanías a Popayán.
Sin embargo, tal delimitación no es absoluta. Los encomenderos se esforzaban por traer
bajo presión y/o engaños a indios terrajeros de diversas etnias a sus haciendas, e incluso
trasladaban núcleos importantes hacia territorios diversos. Ejemplo de ello son los grupos
indígenas noviraos y jebalás, emparentadas con los pueblos nasas, que actualmente habitan
importantes resguardos ubicados cerca de la capital del departamento, en medio de pueblos
mestizos y misak (guambianos).
A raíz de la guerra de los Mil Días (1899-1902), y posteriormente, con ocasión de la
represión terrateniente que se desencadenó con la aprobación de la Ley 200 de 1936 (que
adjudicaba tierras a aparceros y terrajeros), durante el primer gobierno de Alfonso López
Pumarejo, gran cantidad de familias indígenas de Caldono, Totoró y otros municipios, de
ancestro “nasa”, migraron hacia la cordillera occidental para asentarse al otro lado del río
Cauca, en zonas que van desde las riveras del Naya hasta zonas como La Paila, Cerro
Tijeras y los resguardos de Honduras, Chimborazo y Aguas Negras, en el municipio de
Morales.
Esta descripción geográfica e histórica nos muestra la movilidad que han tenido los
diferentes pueblos y etnias de la región, en donde podemos ver cómo se van superponiendo
en el territorio. Las cabeceras municipales como Caloto, Silvia, Belalcázar y muchas otras,
habitadas por los herederos de las familias de terratenientes criollos y sus servidores
cercanos, han quedado rodeadas por comunidades indígenas, negras y mestizas, que antes
habitaban y laboraban en haciendas, pero que en el caso de los indígenas, a partir de 1970,
han recuperado casi todo el territorio de la cordillera central, creando nuevos resguardos o
ampliando los existentes a esa fecha. Hoy, se presentan a diario conflictos por la tierra, por
concepciones encontradas del territorio y del uso de los recursos naturales, entre ellos, el
agua. Generalmente son conflictos pacíficos pero, a veces, lindan con situaciones de
violencia.
Características principales del modelo de vida colonial, señorial y cortesano
Las relaciones sociales de producción, dominación y vida en general que existían en el
Cauca hasta la década de los años 70s del siglo XX se pueden calificar de “coloniales” 3. En
lo económico se caracterizaban por la existencia de haciendas e inmensas extensiones de
tierra en manos de grandes terratenientes herederos de los encomenderos que desde la
época de la colonia mantenían el control territorial y patrimonial sobre esas tierras. En ese

3
El concepto de “colonial” ha venido cambiando en América Latina con el surgimiento del “pensamiento
crítico de-colonial”, representando en pensadores, filósofos e investigadores como Enrique Dussel, Aníbal
Quijano, Paulo Freire y Walter Mignolo (entre los principales), retomando elaboraciones clásicas de Aimé
Césaire, Franz Fanon, y Orlando Fals Borda, entre otros. La idea central es no reducir la colonización a la
dominación de los imperios de origen europeo al aspecto económico y político sino explicar esa dominación
por la presencia y asimilación por los “pueblos dominados” de las categorías coloniales asociadas que están
en la base conceptual-cultural de las potencias coloniales, como el patriarcalismo, el clasismo, el racismo, la
discriminación étnico-cultural y muchas otras formas de discriminación de todos los aspectos de la vida de los
pueblos colonizados. En ello se incluye las colonizaciones “internas” que se llevaron a cabo en el mismo
continente europeo y en muchas regiones del mundo. (Nota del Autor).

12
sentido, el historiador Jorge Orlando Melo refiriéndose a la situación del país a finales del
siglo XIX plantea lo siguiente:
“La situación rural estaba caracterizada, en la mayor parte el país, por la
existencia de un reducido número de grandes terratenientes, que explotaban
con relativo descuido sus extensas propiedades mediante la utilización de
trabajadores ligados en grados diversos a sus tierras: arrendatarios,
aparceros, agregados, peones. En el sur de Colombia y en algunas partes de
la cordillera Oriental esto coexistía con la presencia de una amplia
población de pequeños propietarios, mestizos o indígenas, que practicaban
una agricultura destinada a abastecer los mercados locales de víveres.”4
Esa situación descrita se mantuvo en el Cauca casi inalterable hasta los años 70s del siglo
XX. Esas propiedades rurales estaban ubicadas en todo el territorio pero se concentraban en
tres grandes regiones: los pequeños valles altos interandinos de la vertiente occidental de la
cordillera central, el Valle del Patía incluyendo la zona alta de la región de Quilcacé,
antigua encomienda de Esmita (municipio de El Tambo), y el Valle de Pubenza, que está
ubicado a lo largo de la carretera panamericana en un rango de 25 a 30 kms de lado y lado,
desde el municipio de Rosas, al sur, hasta el municipio de Caldono, corregimientos de
Pescador y Siberia, en el norte del departamento.
Las haciendas más importantes estaban ubicadas en los pequeños valles altos interandinos,
a una altitud entre 1700 a 2600 msnm, con un clima benigno, tierras muy fértiles especiales
para el cultivo del trigo, cebada, papa, maíz, ulluco, cebolla, ajos y la cría de ganado
resistente al frío como el ovino y el bovino de raza holstein y normando, que la aristocracia
payanesa y caucana consideraba la “joya de la corona” del Cauca. Allí, las familias más
ricas habían ubicado sus principales casonas y era el eje de su poder territorial. Así mismo,
la curia católica tenía sus principales propiedades en eso “vallecitos fríos”. Todo giraba
alrededor de esas haciendas y esa riqueza se irrigaba hacia el resto de la vida económica de
la región, que era de subsistencia, con un limitado mercado interno y un nulo desarrollo
industrial (en esa época las únicas fábricas que existían eran las de la Industria Licorera del
Cauca, una fábrica de empaques de fique o cabuya, una encuadernadora de libros del grupo
Carvajal y las minas de Industrias Puracé, que exportaba para Cali y Barranquilla materia
prima de azufre mínimamente procesado)5.
Los pequeños valles “altos” interandinos son los siguientes: el Valle de las Papas
(municipios de Sotará y La Vega); Paispamba, Chapa y Valle Alto (municipio de Sotará);
Coconuco y Paletará (municipio de Puracé); Malvazá y Gabriel López (municipio de
Totoró); Ambaló, Guambía y Pitayó (municipio de Silvia); y algunas extensiones
cultivables de los municipios de Caldono, Toribío y Jambaló. En ellos, los pueblos
indígenas dominados o controlados por los españoles y sus herederos criollos, aportaban a
la economía colonial y después a la “republicana”, desde productos agrícolas y pecuarios
propios de ese piso térmico hasta tejidos de lana de oveja, caza de animales salvajes de
bosques fríos, pesca de trucha, y en algunas épocas, productos como la corteza del árbol de
quina.
4
Melo González, Jorge Orlando (1987). “La república conservadora” en “Colombia Hoy: Perspectivas hacia
el siglo XXI”. Coediciones Tercer Mundo Editores/Cerec. Dos tomos, Bogotá.
5
Jimeno Santoyo, Myriam y Triana, Adolfo (1989). “Historia de la huelga de las minas de Puracé” en
“Estado y minorías étnicas en Colombia”. UNAL, Bogotá.

13
Los principales pueblos y etnias indígenas que habitaban esas regiones eran los
“guambianos” o pueblo misak, que era el pueblo mayoritario a la llegada de los españoles y
que habitaba también la región conocida como el “Valle de Pubenza”, los coconucos,
polindaras, totoroes, paniquitas, y en las zonas más altas, las diversas etnias y familias
nasas, yalcones, guanacas y muchas otras, que durante una época se denominaron con el
nombre genérico de “paeces”, algunos de los cuales en su núcleo principal nasa, fueron
desplazados durante las guerras de la conquista desde el valle del río Páez (hoy
departamento del Huila) y zonas de Tierradentro, hacia los municipios de Jambaló, Caldono
y Toribío6.
En el Valle del Patía las familias ricas de Popayán tenían el control casi absoluto del
territorio. La totalidad de las haciendas estaban dedicadas a la ganadería extensiva o eran
tierras inexplotadas. Sólo en las vegas de los ríos y quebradas afluentes del río Patía (ríos
Timbío, San Jorge y Guachicono) las comunidades negras afrodescendientes tenían sus
pequeñas fincas tradicionales en donde tenían todo tipo de frutales, café, cacao, y productos
de pancoger (maíz, plátano, yuca, y otros), que cultivaban a pequeña escala, para la
subsistencia, usando una forma de “agricultura de bosque”, totalmente ecológica, que fue
descrita por Michael Taussig en sus investigaciones por el Norte del Cauca y que ha
empezado a ser estudiada como ejemplo de agricultura ecológicamente sostenible por
diversos centros de estudio tanto en el Patía como en el norte del Cauca.7
En el área de los municipios que hacen parte del “Valle de Pubenza”, en los años 60s y 70s
del siglo XX, subsistían algunas grandes haciendas en los municipios de Timbío (El Troje),
Cajibío (La Pedregosa, La Viuda), Morales (Carpintero), Piendamó (El Túnel), Caldono
(Siberia, La Laguna), Totoró (El Hatico, San Pedro), El Tambo (San Javier, Puentealta,
Batanicos), Sotará (Chiribío, Hatofrío) y Popayán (Julumito, Calibío, y muchas otras) 8,
pero una gran parte de las tierras había sido entregada a campesinos mestizos que habían
sido terrazgueros y aparceros en las grandes haciendas de antaño. Las más importantes
haciendas de esta región estaban ubicadas en las cercanías a Popayán y, como se describirá
más adelante, la presión por la propiedad de la tierra no era tan fuerte como en la zona
indígena.
El sistema productivo en las diferentes haciendas era muy similar aunque adquiere
diferentes modalidades y nombres según sea la población asentada, el lugar, la evolución
histórica u otras causas aleatorias. Consistía en la adjudicación mediante la modalidad de
aparcería de pequeñas parcelas a campesinos (indígenas, afros o mestizos) quienes pagaban
el “favor” o “arrendamiento” (terraje, en el caso indígena) tanto en especie como en trabajo.
En especie, con parte de lo producido en cultivos agrícolas o cría de ganado (leche o carne);
en mano de obra, con trabajo al servicio de la hacienda, principalmente en arreglo de
caminos, manejo del agua, algunas labores agrícolas o pecuarias, obras de mejoramiento en
las casas señoriales u otros trabajos que incluso podían ser por fuera del territorio de la
6
Findji, María Teresa y Rojas, José María (1983). “Territorio, economía y sociedad páez”. CIDSE,
Universidad del Valle, Cali
7
Uribe, C., H. y Montoya, G. (2011). “El espacio como lugar en la acción colectiva”. Universidad Autónoma
de Occidente, Cali – Vásquez S., J. (2000). “Geografía rural y de la agricultura”. Universidad del Valle, Cali.
– Taussig, Michael (Mateo Mina) (1975). “Esclavitud y libertad en el Valle del Río Cauca”. Editorial La
Rosca, Bogotá. – Meschkat, Klauss (1983). “Destrucción ambiental y resistencia.” Boletín socioeconómico
No. 10. Universidad del Valle, Facultad de Ciencias Sociales y Económicas. Cali.
8
ANUC Cauca – Archivos, actas, comunicados.

14
hacienda. Eran formas residuales de la servidumbre colonial como la esclavitud, la
encomienda, la mita, el repartimiento, y el yanaconazgo.9
Las condiciones que hicieron estable y duradero este sistema de producción y de vida no
sólo se fundaban en lo económico, o sea, que garantizaban la sobrevivencia material de
quienes participaban y se beneficiaban de esa forma de vida, y les aportaba seguridad,
sentido de comunidad, identidad y una narrativa común. Es pertinente recordar que la
aristocracia payanesa fue durante la época colonial y el primer siglo de independencia
(XIX), una de las élites más poderosas de la Audiencia (virreinato) de la Nueva Granada y
de la República de Colombia, con relaciones económicas y políticas estrechas tanto con
Bogotá, Quito y Lima, así como con la Corona Española y, posteriormente, con los
gobiernos imperiales de Inglaterra y EE.UU. Su territorio de influencia era el Estado
Soberano del Cauca o “Gran Cauca”, que hasta principios del siglo XX incluía casi la mitad
del territorio nacional, desde el Urabá Antioqueño y el Chocó hasta Nariño, Caquetá,
Putumayo y la Amazonía, pasando por todos los departamentos del occidente colombiano.
La ciudad de Popayán llegó a ser un referente importante para las clases altas de España y
en ella se construyeron réplicas de iglesias, edificaciones y ambientes similares a los que
existían en ciudades castellanas y andaluzas. La magnificencia y riqueza desplegada en las
procesiones de Semana Santa son un vestigio ya desdibujado del poder económico y
político de la aristocracia caucana.
Ese inmenso poder se logró construir desde el mismo momento de la conquista con base en
una alianza “fundante” entre las élites de los invasores españoles y los caciques de algunos
pueblos conquistados. Esa alianza ha sido el soporte social, político, cultural e ideológico
de un sistema de relaciones sociales que a lo largo de varios siglos se construyó en la
región, que combinó el poder señorial de los herederos ibéricos con el comportamiento
cortesano de la dirigencia social mestiza, que fue apareciendo al interior de los pueblos
sojuzgados y de las clases sociales subalternas, subordinadas, excluidas y explotadas. Sólo
hasta 1914, después de haberse iniciado la desmembración del Gran Cauca, los pueblos
indígenas, especialmente nasas, totoroes, polindaras y paniquitás, encabezados por Manuel
Quintín Lame Chantre, re-inician la lucha por la recuperación de su territorio que había
sido suspendida desde 1700 cuando Juan Tama de la Estrella y Manuel Quilos y Sicos
consiguieron el “Título de los cinco pueblos”10 como resultado de un pacto con el Gobierno
Real de España. La denominada “Quintiniada” es derrotada en los años 20s del siglo XX,
pero es retomada a finales de los años 60s y logra su mayor auge en las siguientes dos (2)
décadas. Ésta historia se desarrolla en los siguientes apartes en forma resumida.11
9
Murra V., John (2002). “El mundo andino, población, medio ambiente y economía”. Universidad Pontificia
Bolivariana, Lima, Perú.
10
Findji, María Teresa y Rojas, José María, Óp. cit.
11
La clave de la continuidad de la guerra en Colombia contra los "otros"… diablos, demonios, incontrolables,
brujos, vagabundos, vagos, díscolos, bandidos, “comunistas”, revolucionarios, críticos, o sea, desechables,
que deben ser exterminados, que se asimilan a despreciables, que generan miedo, terror en las clases
dominantes y pavor en las clases cortesanas. La clave está en que muy pocas rebeliones en Colombia han
salido triunfantes, porque han estado dirigidas por personas influidas por ideas cortesanas. La única acción
verdaderamente triunfante en Colombia (aunque no fue armada pero estuvo sustentada en un posible
alzamiento y en la organización y resistencia demostrada por los pueblos nasas –antiguamente llamados
“paeces” – a lo largo de siglos enteros) fue encabezada por Juan Tama de Las Estrellas, cacique indígena nasa
del resguardo de Vitoncó, quien aliado con el cacique de origen yalcón de Tacueyó, Toribío y San Francisco
Manuel de Silos y Sicos, y el apoyo de todos los Cabildos Indígenas de una amplia región nororiental del
actual Cauca, aprovecharon la división y enfrentamiento que existía entre la Corona Española y los

15
El espíritu cortesano y la racionalidad económica colonial
A la llegada al territorio americano, los conquistadores y colonizadores españoles
encontraron miles de pueblos indígenas nativos que vivían en los múltiples y diferenciados
espacios, ecosistemas y entornos naturales, en medio de una enorme diversidad étnica y
cultural, variadas formas de organización social y de gobierno, y complejos y diferentes
modos de producción y aprovechamiento de los recursos que les ofrecía la naturaleza 12. A
pesar de las grandes diferencias que existían entre los numerosos pueblos originarios, se
pueden identificar una serie de características que, a su vez, permiten elaborar una
clasificación aproximada del estadio de desarrollo de esos pueblos. Esta clasificación se
hace estudiando fundamentalmente el comportamiento que dichas comunidades amerindias
encomenderos criollos, y a finales del siglo XVI consiguieron un Título Real para proteger sus tierras del
despojo y agresión por parte de terratenientes que querían esclavizar a los pueblos nasas que habían luchado
durante dos siglos contra la invasión y la colonización española. Todas las demás rebeliones y alzamientos de
sectores de la población efectivamente subordinada al poder oligárquico, fueron derrotadas y cruelmente
reprimidas, entre las que podemos destacar la denominada “Revolución de Los Comuneros” en 1781, y la
rebelión política que encabezó Jorge Eliécer Gaitán quien fue asesinado por la oligarquía el 9 de abril de
1948. O sea, la continuidad de la violencia y la guerra en Colombia es un hecho que debe explicarse. La
oligarquía desde los inicios de la colonización comprendió que iban a tener que convivir con pueblos
indígenas y mestizos mayoritarios que habían sido asimilados por relaciones de colaboración y que eran
encabezados por caciques y dirigentes interesados en mantener un dominio subordinado sobre sus pueblos.
Algo así como una élite subordinada con cierto poder, lo cual era una confluencia afortunada de formas de
dominio y control, tanto de los imperios amerindios existentes en América (incas, muiscas y aztecas) como de
la Corona Española que delegaba el poder en una especie de señores feudales, familias aristocráticas (condes,
duques, etc.). Sabían que esa alianza era necesaria tanto en España como en el mundo americano para
defenderse frente a los revoltosos e incontrolables que en la península estaba representada por los que
apoyaban “El Común” y en América, por los pueblos indios rebeldes y no vencidos, que siempre estaban
creando problemas, destruyendo y quemando pueblos u ocasionando diversos daños y ataques al estilo de una
guerrilla moderna. De esa forma la oligarquía colonial y la que heredó su poder, aprendió que en Colombia la
pacificación era muy diferente a la que se presentó en Perú, en donde el poder imperial inca tenía un control
absoluto de la situación y, por tanto, la nueva alianza en el poder no tenía mayores problemas con los pueblos
ya subyugados, que respetaban sus propias normas y la del imperio inca, lo cual facilitaba las cosas para la
Corona Española. En Colombia cientos de pueblos indios nunca habían tenido control, conformaban alianzas
temporales, tenían formas de organización descentralizada y convivían en amplios territorios conformando
una especie de “frontera libre” entre el imperio inca y el imperio muisca. Al constatar esa situación
aprendieron a utilizar las rivalidades entre los pueblos “más civilizados” y aquellos que consideraban
“indóciles”, “díscolos”, rebeldes, incontrolables, bárbaros, primitivos y salvajes. Y también, fueron
conociendo rivalidades entre ellos mismos y aprendieron a estimularlas para debilitar sus fuerzas. De tal
manera que las fuerzas de los sectores sociales dominados y oprimidos por el poder oligárquico siempre han
soportado una especie de sistema de organización social de castas, sumado a la gran diversidad territorial y
étnico-racial, que ha dificultado de una forma monumental el logro de la unificación de esos sectores
subordinados y “subalternos”. La casta más baja siempre fueron los pueblos “invisibles”, los “no existentes”
que habitaban “lo desconocido”, la selva y el bosque tropical no conquistado. En un segundo nivel estaban los
pueblos indígenas sedentarios pero no dominados, con los cuales había permanentes enfrentamientos de
diverso tipo, pero con los que de alguna forma se convivía como vecinos difíciles. Muy similar a ese nivel
estaban los negros libertos que habían huido hacia ríos y bosques, pero no eran muy temidos dado el
conocimiento que tenían de los pueblos esclavos de origen africano. Seguían en un nivel superior algunos
colonos libres y comerciantes trashumantes, que en muchas épocas eran calificados de peligrosos y
vagabundos. En seguida aparecían los esclavos de las minas y haciendas, y muy cerca de ellos, los indígenas y
mestizos que habían sido asimilados a las encomiendas y haciendas en calidad de lo que más adelante se
llamarían aparceros y terrajeros. En un grado superior estaban los indígenas “yanaconas” traídos del Perú y
Ecuador (o en el caso de Cundinamarca y Boyacá, los indígenas “muiscas”). Seguían hacia arriba las familias
de caciques de esos pueblos que actuaban como autoridades directas de ellos. Un poco por debajo de ese nivel
estaban los sirvientes y trabajadores pobres blancos de origen español y algunos mestizos que iban

16
asumieron frente a la invasión, conquista y colonización realizada por las sociedades
europeas que establecieron colonias de diferente naturaleza en este territorio continental.
Esos tres tipos de comportamientos han sido estudiados por cientos de historiadores,
arqueólogos, antropólogos, sociólogos y otros especialistas, están documentados en
numerosos libros, artículos científicos y ensayos13, pero, sin embargo, la clasificación que
se expone en este trabajo es inédita, y por tanto, se plantea a manera de hipótesis. Los
ejemplos de esas diferentes respuestas a la invasión, conquista y colonización europea a
América que se exponen a continuación, se han elaborado con base tanto en el
conocimiento construido por numerosos investigadores como en el contacto directo con las
comunidades indígenas y diversos pueblos que habitan el Cauca actual.
Los tres tipos de comportamiento establecidos son: la huida o la defensa del territorio hasta
la muerte, o sea, hasta el exterminio o destrucción como pueblo; el sometimiento rápido y
la asimilación temprana al dominio colonial; y la lucha de resistencia que utiliza diferentes
medios “políticos” para mantener su unidad como pueblo originario y nativo, defender sus
costumbres, lengua, cultura, gobierno propio y territorio. A cada una de esas actitudes se
corresponden una serie de características del desarrollo de los pueblos y comunidades
americanas pre-colombinas que en forma sucinta a continuación se presentan. En el Cauca,
esos tres tipos de comportamiento se presentan asumiendo diversas modalidades que no son
totalmente puras pero que se asimilan a la generalidad identificada a lo largo de las luchas
de resistencia y de los estudios realizados.
Los pueblos indígenas que se resistían hasta morir, al estilo de los animales territoriales que
defienden su espacio en forma suicida o que finalmente decidían huir, eran comunidades
nómadas, que habitaban extensos territorios, vivían de la caza, la pesca, la recolección de
frutos y tubérculos, algunos tenían mínimos desarrollos de la agricultura, interesantes pero
incipientes avances en la construcción de habitaciones temporales y lacustres, en cestería y
cerámica, y en la elaboración de diversos tejidos de fibras naturales. Por lo general no
tuvieron grandes enfrentamientos con los conquistadores porque habitaban territorios
selváticos y de bosque tropical, ubicados en parajes inhóspitos y retirados de los lugares de
interés colonizador. En el Cauca, un ejemplo de ellos, son las comunidades Eperara
Siapidara, también conocidos como saijas, epená saijas, epea pedée o “cholos”.
Actualmente viven en pequeñas áreas de la Costa Pacífica caucana en los alrededores del
municipio de López de Micay.
Los pueblos y comunidades indígenas que aceptaron rápidamente la derrota militar y se
asimilaron con prontitud al dominio colonial eran todo lo contrario de los pueblos que se
acaban de describir. Eran los más avanzados desde el punto de vista del desarrollo
productivo y de la organización social. Eran totalmente sedentarios, agricultores, tejedores
de fibras animales, vegetales y el algodón, con importantes y elaborados avances en
cerámica, cestería y orfebrería. Algunos de ellos habían logrado domesticar animales para
el consumo de su carne o el uso de fibras o lanas (llamas, vicuñas y alpacas). Tenían
importantes conocimientos y prácticas en ingeniería que les permitían la utilización de la

ascendiendo en la escala social. (Nota del Autor).


12
Reichel Dolmatoff, Gerardo (1984). “Colombia Indígena Periodo Prehispánica”. Procultura S. A., Tercer
Mundo Editores, Tercera Edición, Bogotá.
13
Existen infinidad de estudios a lo largo del tiempo en todos los países de la actual América, realizados por
diversas y múltiples universidades americanas y europeas. (Nota del Autor).

17
piedra para la construcción de grandes edificios, acueductos, sistemas de riego y de
abastecimiento de alimentos (silos), y caminos de admirable consistencia. Su organización
se basaba en un sistema de castas y su Estado era teocrático, en donde existía una
identificación total entre el rey y dios. Estos pueblos lograron construir una especie de
“imperios” precolombinos dado que sometían por la fuerza a otros pueblos que convertían
en tributarios y subordinados para los cuales desarrollaron también normas de convivencia
y estrategias de control que les permitieron resolver numerosos conflictos y mantener un
dominio estable durante siglos. Los tres “imperios” de este tipo reconocidos por la
academia son los Incas, Aztecas y Muiscas (o chibchas). En los tres casos, los caciques
cercanos a la familia de la realeza nativa (inca, tlacatecutli y zipa-zaque), después de unas
rápidas y cruentas guerras con los conquistadores españoles, decidieron establecer alianzas
que, de alguna manera, le dieron continuidad a sus imperios precolombinos ahora con la
dirección y bajo formas impuestas por las élites coloniales ibéricas, pero con el desarrollo
de un sincretismo que no sólo se manifestó en el terreno cultural y religioso sino que se
implementó también en la organización social y en la dominación política. En el caso del
Cauca no existían este tipo de comunidades “imperiales” pero los ejércitos de
conquistadores españoles trajeron consigo desde el mismo momento de la conquista a
numerosos contingentes de pueblos “yanaconas” reclutados en Perú y Ecuador, que fueron
reforzados y alimentados por nuevos contingentes desplazados en años subsiguientes14.
Los pueblos y comunidades que se resistieron con fiereza, combatividad e inteligencia a la
colonización y que consiguieron –en muchos casos– sobrevivir como pueblos a la invasión
y conquista, usando diferentes estrategias a lo largo de los siglos, presentándose el caso de
los pueblos nasas y mapuches, que se considera que nunca fueron vencidos, estaban en un
estadio de desarrollo intermedio entre los pueblos nómadas y los que construyeron imperios
teocráticos. Eran comunidades indígenas, en lo fundamental sedentarias pero explotaban el
territorio con cierto grado de movilidad en lo que se denomina el “modelo de micro-
verticalidad”15, combinando pequeños cultivos estacionales en diversos pisos térmicos y en
variados ecosistemas, combinando la caza, la pesca y la recolección con la agricultura a
pequeña escala. Su organización social y gobierno giraban alrededor de la “comunidad”
que estaba en ascenso y desarrollo. Sus formas de gobierno estaban basadas y apoyadas en
la sabiduría de los “mayores”, en las experiencias y los conocimientos ancestrales
adquiridos en el ejercicio de la guerra y la sobrevivencia. La asamblea comunitaria como
máxima autoridad se combinaba con otros niveles de gobierno como los consejos de
ancianos y ancianas, el líder guerrero para épocas de conflicto y el gobernante para tiempos
pacíficos. Sus cargos directivos no eran vitalicios, eran temporales y fácilmente
reemplazables, mediante formas rotativas en las que aprender a gobernar era una obligación
de todos los “comuneros”. El sistema más estudiado de este tipo de pueblos es “La alianza
de los 5 pueblos” o Confederación Iroquesa, denominados genéricamente como los
“iroqueses”, que habitaban en los alrededores de los Grandes Lagos en el territorio actual
de los EE.UU. y Canadá16. Se considera uno de los sistemas sociales más avanzados de esa
época. En el caso del Cauca, los pueblos ubicados en la cordillera central como los misak
14
Friede, Juan (1961). “Vida y luchas de don Juan del Valle, primer obispo de Popayán y protector de indios.
Popayán, Universidad del Cauca.
15
El “modelo de micro-verticalidad” es un sistema de circulación de artículos intercambiados a través de
explotaciones en los distintos pisos térmicos mediante los mecanismos simétricos del tributo y la circulación.
El ideal del modelo de micro-verticalidad desde el punto de vista material es el de lograr la autosuficiencia
alimentaria. (Nota del Autor).

18
(guambianos), coconucos, totoroes, polindaras, etc., y algunos otros de la cordillera
occidental como los piaguas, pambíos y calibíos, eran los que tenían esas principales
características de ese estadio de desarrollo. Y también, las comunidades nasas y demás
tribus de los alrededores de Tierradentro.
Esta clasificación o diferenciación es muy importante de hacer para entender el concepto de
lo que es el espíritu cortesano y lograr comprender la mentalidad que se impuso a lo largo
de tanto tiempo en la sociedad caucana, que de una u otra forma permanece en su
formación social actual. Es interesante resaltar que en Colombia, los dos ejes de dominio
colonial se localizaron en Bogotá y la planicie cundi-boyacense, a partir de la alianza entre
las elites coloniales españolas y la cúpula de los caciques muiscas. En Popayán, esa
preponderancia colonial se construyó con base en la alianza de las aristocráticas familias
castellanas con las elites dirigentes de los pueblos yanaconas traídos desde Perú y Ecuador,
con quienes se constituyeron nuevos mestizajes entre hombres españoles y mujeres
indígenas, del cual surgió lentamente el sector social mestizo que habita el peniplano de
Popayán o Valle de Pubenza y demás áreas de influencia. Este sector social, origen de los
actuales campesinos mestizos, sirvió de base social para la contención territorial de los
pueblos nativos originarios, que por medio de una colonización interna del territorio, fueron
desplazados hacia los páramos mediante la constitución de encomiendas en las que el
grueso de los aparceros eran herederos del “mestizaje yanacona”, emparentado con los
españoles y sus descendientes criollos, muchos de los cuales fungían de capataces y se iban
convirtiendo en futuros gamonales políticos en las diversas regiones que se iban
controlando.
Así fue cómo surgió el espíritu cortesano. Era parte de la conducta conformista, mansa,
abnegada, incluso de adulación y servilismo, que las capas sociales altas de tipo señorial le
exigían a sus sirvientes blancos y mestizos. Muchas de esas familias habían obtenido
apellidos, títulos y abolengos comprados ante la Corona Real con el oro y riquezas
extraídas de la región, que se correspondían con el otorgamiento de las encomiendas y la
asunción de cargos oficiales que les permitían representar al Rey en sus dominios
americanos. Ese espíritu es el que es trasmitido a la dirigencia mestiza y a sus diversos
componentes sociales, con la ayuda del ejército y de la iglesia, que actúan a la vez como
actores de la coerción y como agentes culturales. La mayoría de las familias aristocráticas
estaban emparentadas con las comunidades indígenas yanaconas y negras, vía únicamente
de varones españoles o descendientes de ellos, con mujeres mestizas, indígenas y negras,
constituyéndose una serie de niveles de dominación muy similares a las castas sociales que
existían, tanto en la sociedad española como en la sociedad incaica, de donde provenían las
comunidades yanaconas17.

16
La Confederación Iroquesa, o las Cinco Naciones, fue una liga o confederación iroquesa de carácter
democrático, con características tanto participativas como representativas, combinadas con algunas
hereditarias. Se hallaba constituida por tribus amerindias de lengua iroquesa, que habitaban el noreste de
Estados Unidos y el sureste de Canadá en la zona de los Grandes Lagos. Estos pueblos fueron estudiados por
Lewis H. Morgan, considerado como el precursor de la etnología moderna, y sus normas, formas de gobierno
y costumbres influyeron en Benjamín Franklin y Thomas Jefferson, fundadores de los EE.UU. (Nota del
Autor).
17
Colmenares, Germán (1976) “Terratenientes, mineros y comerciantes.”Ediciones de la Universidad del
Valle, Cali.

19
Existía una leyenda entre los políticos caucanos –que ya están en extinción–, cuyo mayor
prototipo “moderno” fue Víctor Mosquera Chaux, que ejemplariza ese tipo de relaciones de
parentesco, compadrazgo y padrinazgo, que es importante visualizar 18. Dicen que éste gran
gamonal político, que fue el último político caucano que llegó al solio presidencial en
calidad de designado del primer mandatario del período 1978-1982, Julio César Turbay
Ayala, tenía miles de compadres y ahijados entre las familias de los gamonales de pueblos
y otros dirigentes campesinos. La leyenda se funda en que se sabía de memoria sus
“nombres de pila” y a muchos de ellos, les conocía sus negocios y problemas familiares.
Esa cualidad –supuestamente– era trasmitida genéticamente en las familias de los grandes
terratenientes caucanos. Según ese mito, esa extraordinaria memoria se fundamenta en que
ellos conciben a esas personas subordinadas y servidoras al mismo nivel en que un criador
de caballos de paso reconoce por sus nombres, árbol genealógico, características y
cualidades de cada ejemplar, e incluso recuerda las fechas de sus triunfos en las
competencias y los nombres de los rivales a lo que vencieron. Los políticos tradicionales
que heredaron el control político señorial y gamonalezco de la población caucana, se
esfuerzan por mantener esa tradición porque son conscientes del enorme impacto que
produce en sus copartidarios, conmilitones y mandaderos, el hecho de llamarlos por su
nombre.
Ese tipo de herramientas culturales y de parentesco, trato familiar y hogareño, delegación
de funciones y confianza para ejercer el control y el sometimiento de las capas más bajas de
los aparceros y terrajeros, sirvientes y “mitayos”19, es el aspecto más importante del modelo
de vida que se construyó a lo largo de varios siglos en Popayán y en el Cauca. Es
interesante comentar que en el imperio inca, la casta de los “yanaconas” era la encargada de
aplicar las normas incaicas y adaptarlas a las condiciones y realidades de los pueblos
sometidos. En el caso del Cauca, un ejército de aparceros mestizos de origen yanacona se
convirtió en un “colchón de amortiguamiento” que sirvió como dique de contención a las
embestidas territoriales de los indígenas nativos desplazados de sus tierras, y
posteriormente en una resistencia conformista ante las rebeldías que periódicamente surgían
entre los indígenas terrajeros, entre afrodescendientes esclavizados o entre los colonos
“libres” y comerciantes móviles, que ya por entonces existían y que, aunque eran tratados
como vagabundos e indeseables, muchas veces eran aceptados por las necesidades
materiales. Dichas rebeliones muy localizadas y sectoriales eran controladas socialmente,
en forma masiva y contundente, manejada de diversas formas por mandos medios y
caciques asimilados al poder colonial, y casi nunca llegaba a oídos o a ser motivo de
preocupación para las grandes y poderosas familias de los grandes terratenientes y estratos
señoriales.
En correspondencia con el espíritu cortesano, entre las clases pudientes y propietarios de
grandes latifundios de la región (primero como encomenderos y posteriormente como
hacendados) se desarrolló una mentalidad de carácter “feudal” (heredada de España) sobre
la concepción de la riqueza. El historiador Guido Barona la denomina “racionalidad
económica colonial”20. Se basaba en la idea del “atesoramiento” y la acumulación de tierras
e indios tributarios. Poseer grandes cantidades de monedas de oro o plata (“morrocotas”),
18
Erazo, Ancízar (2003). “El clientelismo en el Cauca”. Tesis de Grado, Universidad del Cauca, Popayán.
19
“Mitayo”: perteneciente a la Mita, sistema de trabajo obligatorio utilizado en América específicamente en la
Región Andina, tanto en la época incaica, como en la de la posterior conquista española de América. (Nota
del Autor).

20
joyas y diversos objetos de oro y plata como cubiertos, marcos de pinturas, objetos
religiosos como cálices y custodias, amplias casonas, grandes extensiones de tierra (así no
fueran cultivadas o explotadas), y numerosos esclavos, aparceros, terrajeros e indios
tributarios, era la máxima aspiración de los aristócratas caucanos. Tal acumulación de
riqueza estaba dirigida principalmente a obtener de la Corona Española toda clase de títulos
señoriales y abolengos aristocráticos. Emparentar con familias de la “corte” era la máxima
aspiración de un potentado caucano de esos tiempos a fin de adquirir un apellido importante
y “mejorar la sangre”. Tal era la racionalidad de esa clase dominante que se convirtió con el
tiempo en un obstáculo para enfrentar el mundo del capitalismo que exige no tanto la
acumulación estática de la riqueza sino que requiere de la capacidad para hacer circular el
dinero, invertirlo en medios de producción para convertirlo en capital y explotar mano de
obra asalariada para producir mercancías que retribuyan la inversión. El “avaro” payanés
fue incapaz de superar esa racionalidad que todavía en la década de los años 60s y 70s era
la constante entre la vieja oligarquía terrateniente que ahora ya no “atesoraba” monedas
pero mantenía sus capitales en bancos o invertida en propiedades e inmuebles.
La caída de la aristocracia payanesa y caucana. Causas y consecuencias
El gran poder de los terratenientes payaneses y caucanos empezó a decaer desde finales del
siglo XIX. En la Constitución Política de 1886 se estableció la república centralizada y se
derrotó la concepción federalista que había sido aprobada en 1863. El Estado Soberano del
Cauca fue desmantelado y se inició su reducción paulatina a lo que hoy es su territorio. Esta
situación correspondía al fortalecimiento de otros centros de poder económico y político,
especialmente la aparición de una burguesía comercial en Bogotá y Medellín, que en pocas
décadas se convertiría en los inicios de una clase de industriales y ejes de desarrollo de la
economía cafetera que se fue consolidando en Antioquia, Caldas, Cundinamarca y
Santander.
En el campo de la economía el poder de los esclavistas caucanos había iniciado su declive
desde hacía varios lustros. La minería de oro que sostenía las arcas payanesas, que tenía
como áreas de influencia la Costa Pacífica y las minas del norte del Cauca (Suárez y
alrededores de Santander de Quilichao) que se basaba en la explotación de mano de obra de
esclavos, había mostrado su falta de rentabilidad desde mediados del siglo XIX. Las
haciendas “negreras” de propiedad de Sergio y Julio Arboleda (Japio, San Rafael, Quintero,
Obando y Pílamo), que controlaban todo el territorio de lo que hoy son los municipios
caucanos del valle geográfico del río Cauca, poco a poco entraron en crisis. El mundo de la
esclavitud no era sostenible y por ello se decretó su abolición en 1851. Cientos de familias
negras ya habían abandonado las grandes haciendas esclavistas y se habían aposentado en
las zonas aledañas a los ríos Palo, Desbaratado, Guengue, La Paila y al mismo río Cauca,
construyendo palenques mimetizados en los bosques naturales que por entonces existían.
Allí construyeron a lo largo de décadas una economía agropecuaria de enorme riqueza,
basada en la mencionada “agricultura de bosque”, que en 1913 era el soporte productivo
para la construcción de Puerto Tejada como centro de exportación de productos agrícolas
hacia la ciudad de Cali y de allí, por ferrocarril, desde Puerto Mallarino hacia el puerto de
Buenaventura para ser exportadas a EE.UU.

Barona Becerra, Guido (1993). “Legitimidad y sujeción: los paradigmas de la "invención" de América”.
20

Ensayo, Colcultura, Premios Nacionales, Bogotá

21
Los campesinos negros del norte del Cauca, antiguos esclavos que huyeron de las haciendas
negreras o que fueron liberados después de 1851, construyeron una de las economías
agrícolas más democráticas que se hayan conocido en América Latina21. Y lo hicieron las
comunidades negras solas, sin el apoyo de nadie y por el contrario siendo perseguidos por
los esclavistas caucanos, con sus conocimientos y motivados por la necesidad de vivir. Se
apropiaron del territorio en un fenómeno social que incluyó, también, algunas regiones de
los municipios del sur de lo que hoy es el departamento del Valle del Cauca. Sin embargo,
su proceso de apropiación territorial y de construcción de una economía agrícola en sus
fincas tradicionales productoras de cacao, café, ganado, maíz, plátano, yuca, frutales y otros
productos, no tenía un soporte organizacional, ni empresarial. No contaba tampoco con un
respaldo financiero e institucional. Su tecnología integral y ecológica había sido creada en
forma espontánea e instintiva por los campesinos negros que –se habían adelantado a los
tiempos– pero no había sido sistematizada por la ciencia formal. Y por sobre todo, dicho
proceso democrático de explotación agropecuaria no tenía un respaldo político o estatal.
Era una situación muy similar a lo que ocurre en la actualidad en el Cauca y que es el
principal motivo de este trabajo.
Esas debilidades y falencias del proyecto campesino negro del norte del Cauca, les
facilitaron y permitieron a los terratenientes del Valle del Cauca, a empresarios citadinos
capitalistas y a todo tipo de aventureros, desarrollar diversas acciones para arrebatarles esas
ricas tierras a los campesinos afros, a partir de los años 40s y 50s del siglo XX. Después de
la revolución cubana en 1959, la presión sobre la tierra fue mucho más fuerte. El bloqueo
de los EE.UU. a la producción azucarera del país caribeño le creó las condiciones al gran
capital para estimular la producción de caña de azúcar en el Valle del Cauca y, entonces, la
ofensiva para expropiar por la fuerza, el engaño y muchas formas “legales” a los
propietarios negros del norte del Cauca y a miles de campesinos que en el Valle del Cauca
habían adecuado tierras que en el pasado estaban anegadas o eran inservibles para la
agricultura. Hoy esa realidad es evidente, los grandes terratenientes y los ingenios
azucareros, hoy también productores de etanol, son los dueños o explotan con caña más del
95% de ese fértil valle geográfico del río Cauca. La clase terrateniente caucana nunca pudo
hacer nada por los herederos de sus antiguos esclavos. Ya era una clase social a la
defensiva, sólo le faltaba el golpe mortal que le otorgaron los indígenas durante toda la
década de los años 70s y 80s.
Los acontecimientos que crearon las condiciones para la caída final de la clase terrateniente
payanesa y caucana, que a continuación –también en forma sintética y esquemática– se
presentan, fueron los siguientes:
1. Quiebra del modelo productivo de las haciendas ubicadas en los valles altos interandinos
como consecuencia de la llamada “revolución verde”.
2. Alzamiento indígena en la cordillera central impulsado por la oleada de luchas
campesinas a nivel nacional.
3. El terremoto de Popayán del 31 de marzo de 1983.
4. Descomposición moral de la clase terrateniente frente a la economía del narcotráfico.

21
Así la define Michael Taussig (Mateo Mina) en sus diversos trabajos de investigación. (Nota del Autor).

22
El modelo productivo que existía en la mayoría de haciendas en poder de los terratenientes
caucanos era de una economía de subsistencia. Los campesinos aparceros y los indígenas
terrajeros apenas producían en sus parcelas productos de pancoger para su sobrevivencia y
sólo en muy pocos casos, las haciendas contaban con productos para la venta. Los únicos
productos para el mercado de Popayán y Cali que eran extraídos de las haciendas caucanas
del Valle de Pubenza eran el ganado y la leche. En el caso de los valles interandinos altos,
situados en la cordillera occidental, además del ganado se producía trigo, tanto en las
fértiles extensiones de las haciendas como en muchas parcelas de los campesinos e
indígenas, algunos agregados a las haciendas y otros en tierras de resguardo. En esos
territorios existían molinos movidos por agua para trillar el trigo y convertirlo en harina. En
Silvia, Guambía y Pitayó existían 11 molinos, en Totoró 4, en Coconuco y Paletará 3, y en
Jambaló 2. Muchos de esos molinos eran administrados por cabildos y cooperativas
comunales pero eran compartidos con los grandes terratenientes que obtenían de la
comercialización de este producto importantes recursos monetarios que les permitían
financiar algunos trabajos en otras regiones de importancia estratégica. En esos tiempos y
con la mentalidad poco empresarial de los terratenientes, dichas labores eran encargadas a
administradores y capataces quienes eran los que intermediaban la harina de trigo hacia las
panaderías de Popayán, pueblos intermedios y Cali, que era su principal mercado.
Cuando en el mundo desarrollado se impulsa la “revolución verde”, la producción de trigo
en Colombia fue totalmente desbastada. La revolución verde es la denominación usada
internacionalmente para describir el importante incremento de la productividad agrícola y,
por tanto, de alimentos entre 1960 y 1980 en Estados Unidos y extendida después por
numerosos países con base en importantes desarrollos tecnológicos que consistieron en la
siembra de variedades mejoradas de trigo, maíz y otros granos, capaces de alcanzar altos
rendimientos por medio del uso de fertilizantes, plaguicidas y riego. La importación de
trigo a precios muy bajos en comparación con los costos de producción que se requerían en
el país, llevó a la quiebra a esa industria a nivel nacional. En pocos años grandes áreas de
producción de trigo como las de Cundinamarca y Boyacá desaparecieron. La producción de
harina de trigo caucano, subsidiada con mano de obra indígena casi gratuita y el uso de
molinos movidos por agua de riachuelos y quebradas, se mantuvo durante varios años pero
finalmente fue desapareciendo, generando problemas graves para los terratenientes que no
tenían un producto similar que les garantizara ingresos monetarios, que aunque no eran
muchos, eran necesarios para garantizar la lealtad, tanto de sus propios aparceros y
terrazgueros de las haciendas de clima frío como de las demás haciendas y regiones en
donde actuaban como benefactores y vecinos caritativos22.
A mediados de la década de los años 60s, los grandes terratenientes caucanos mostraban
una fisura o impotencia importante frente a un conjunto de comunidades indígenas, muchos
de ellos terrajeros y comuneros de resguardos que aspiraban a ampliar sus territorios. Esa
debilidad económica manifiesta de los grandes terratenientes afectaba directamente a miles
de indígenas que inmediatamente se involucraron en el auge de la lucha nacional campesina
que levantó la consigna de “la tierra para el que la trabaja”, aprovechando las políticas
22
“El área triguera localizada en zonas frías – 2.300 a 2.800 msnm. en los departamentos de Nariño, Boyacá y
Cundinamarca, los cuales reúnen aproximadamente el 95% del área cultivada en el país. El restante 5% se
cultiva en zonas frías de Caldas, Cauca, Santanderes, Tolima y Valle. El 70% de las explotaciones trigueras
son del tipo tradicional minifundista – menos de 5 hectáreas ubicadas principalmente en Nariño.” Fenalce
(1982). “Memorias sobre el trigo en Colombia”. (Nota del Autor)

23
reformistas del gobierno de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), quien impulsó una
limitada reforma agraria y creó la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC. La
10ª Junta Nacional de esta organización se realizó en Popayán en el año 1970 y, en ella, los
indígenas caucanos comprobaron que eran la fuerza principal dentro de la ANUC en el
Cauca. Un año más tarde se creaba el Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC (1971),
organización que se puso al frente de la recuperación de las tierras de los grandes
latifundios aledaños a sus resguardos. La estrategia utilizada era “invadir” terrenos de las
haciendas, picar la tierra y sembrar cultivos de pancoger para hacer ejercicio de posesión y,
así, presionar al Instituto Colombiano de la Reforma Agraria INCORA para forzar al
propietario a que hiciera una oferta y poder negociar, anexar esos territorios a sus
resguardos o eventualmente crear nuevos resguardos colocando al frente Cabildos
Indígenas que ya funcionaban sin tener territorio propio.
La avalancha de invasiones o recuperaciones (para los grandes terratenientes, el
establecimiento oficial y los medios de comunicación eran “invasiones”; para los indígenas
eran “recuperaciones”) fueron incontenibles durante la década de los años 70s y 80s del
siglo XX. La integración entre indígenas terrajeros y los resguardos históricos que habían
sobrevivido en Tierradentro y en otras regiones, produjo una verdadera revolución al
interior de los pueblos originarios. Los “campesinos indígenas pobres” se pusieron a la
cabeza del movimiento, derrotaron al interior de los cabildos a quienes eran elementos
cortesanos, agentes de los partidos políticos tradicionales o mandaderos de los grandes
terratenientes. La huelga de los trabajadores de las Minas de Puracé en 1973, empresa
administrada por la multinacional Celanese, en donde la mayoría de mineros eran
“naturales”, iniciada por conflictos sindicales pero fortalecida por la lucha de los Cabildos
Indígenas de Puracé y Coconuco por conseguir una indemnización de la empresa por la
contaminación de sus tierras con residuos del azufre extraído, le dio un inusitado empuje al
movimiento indígena por cuanto ese paro obrero contó con una enorme solidaridad
regional, nacional e internacional que fue fundamental para obtener un triunfo total23.
Muchos de los dirigentes indígenas se habían formado políticamente en las filas del
Movimiento Revolucionario Liberal MRL que encabezaba Alfonso López Michelsen, y en
el Cauca militaban en la “Izquierda Liberal” que lideraban en la región los abogados Olid
Larrarte y Omar Henry Velasco. En ese movimiento también militaban campesinos
“paisas” liberales que habían migrado del Eje Cafetero en 1947 en los inicios de la
violencia y se habían asentado, por un lado en Corinto y, por otro lado, en el corregimiento
de Huisitó (El Tambo), quienes aportaron dirigentes experimentados a la lucha indígena
como lo fue el fundador del CRIC, Gustavo Mejía24. Igualmente, funcionarios y técnicos
del Incora, de nivel medio, colocaron su grano de arena para orientar y darle fundamento
teórico a las luchas indígenas. Poco a poco, casi la totalidad de los territorios que estaban en
manos de grandes latifundistas caucanos y algunos vallecaucanos (que eran propietarios de
algunas haciendas en el municipio de Silvia, en territorio guambiano), se convirtieron en
tierras de resguardo o en empresas comunitarias apoyadas por el Incora. Las únicas tierras
que se mantuvieron en manos de grandes terratenientes hasta la década de los años 90s
fueron las ubicadas en Malvazá y Gabriel López (Totoró), fruto de una estrategia
desarrollada por algunos funcionarios y terratenientes que se apoyaron en campesinos
23
Jimeno Santoyo, Myriam (1989). “Historia de la huelga de las minas de Puracé”. Óp. cit.
24
Centro de Memoria Histórica (2012). “Nuestra vida es nuestra lucha. Resistencia y memoria en el Cauca
Indígena”. Editorial Taurus. Bogotá.

24
originarios de Puracé y Cuaré (municipio de Puracé), que sirvieron –al estilo de tiempos
pasados– de cobertura de resistencia frente a la ofensiva indígena de los totoroes25.
La lucha por la tierra del movimiento indígena caucano tuvo que enfrentarse a fuerzas
paramilitares y a la presencia de guerrillas con orientación “marxista” (comunista) que
quiso utilizar la lucha social indígena para fortalecer su lucha armada. El paramilitarismo
hizo su aparición con fuerza en la región en cuanto los indígenas del norte del Cauca
iniciaron la recuperación de territorio “plano”. La masacre de El Nilo en 1991 fue la
primera reacción de los terratenientes vallecaucanos que no tenían escrúpulos morales para
impedir esa pretensión de los pueblos nativos. Ya en 1984 la lucha por las tierras de la
hacienda “López Adentro” en el municipio de Caloto había ocasionado fuertes
enfrentamientos que terminaron con muertos y heridos. Un año después es asesinado el
sacerdote nasa Álvaro Ulcué Chocué.26 De allí en adelante hasta el presente, la denominada
“recuperación de la madre tierra” por parte de los pueblos nasas en el norte del Cauca
adquirió otras dinámicas, diferentes a las de la etapa anterior, enfrentándose con una clase
terrateniente cañera que ha movilizado a las comunidades negras contra los indígenas y
fuerzas armadas estatales y paramilitares para defender lo que ellos consideran un territorio
que no puede “caer en manos de fuerzas improductivas” como la de los indígenas. Esta es
otra historia por desarrollar.
Un fenómeno natural acabó de enterrar los sueños (bastante desgastados) de los grandes
terratenientes caucanos y payaneses. El destructivo terremoto que afectó a la ciudad de
Popayán y a sus alrededores el 31 de marzo de 1983 fue el detonante final. Ya en 1979 se
había iniciado la quiebra por malos manejos del Banco del Estado, en donde tenían sus
principales ahorros las familias aristocráticas payanesas, que tuvo su desenlace final en
1993. Paralelamente, en ese mismo instante aparece con fuerza el fenómeno del
narcotráfico, que al involucrar a personajes públicos de la clase dirigente caucana mostró
cómo los “dineros calientes” de la cocaína y la marihuana, habían logrado permear a
miembros de las familias aristocráticas que sucumbieron ante ese tipo de prácticas, aunque
se debe afirmar y reconocer que no fue un fenómeno tan generalizado como en otras
regiones del país. Desde la década de los años 60s se había incubado en el sur del Cauca
(Almaguer) el fenómeno de la economía del narcotráfico. De acuerdo a muchos autores 27
que han investigado y tratado el tema, integrantes de los “Cuerpos de Paz” que hacían parte
de la campaña de la Alianza para el Progreso que diseñó e impulsó el presidente
estadounidense John F. Kennedy, enseñaron a campesinos de la región a transformar la
hoja de coca en clorhidrato de cocaína. Paralelamente se habían introducido en Corinto y
Huisitó cultivos de marihuana. Las mafias vallecaucanas incentivan los cultivos de coca en
el Macizo Colombiano y empiezan a comprar haciendas en el Valle del Patía. Esta historia
hace parte de la quiebra moral, aunque parcial, de la aristocracia payanesa. Es importante
resaltar que muchas familias de esa élite terrateniente caucana –la gran mayoría–, después
del terremoto abandonan la región y no se involucran en la guerra paramilitar que sólo 2
décadas después afecta a la región con la presencia del Frente Calima a partir del 2000. Se
volverá sobre éste espinoso tema en el segundo capítulo del este trabajo dado que el hecho
25
Ídem., Óp. cit.
26
Unidad Indígena (1985). Periódico mensual del CRIC., Popayán.
27
Kalmanovitz, Salomón (1994). “Análisis macroeconómico del narcotráfico en la economía colombiana”.
en: Drogas, poder y región en Colombia. Economía y Política Tomo 1. Comisión Andina de Juristas
Seccional Colombiana. Compilador: Ricardo Vargas; CINEP, Bogotá.

25
de que el paramilitarismo no se haya generalizado en el Cauca es un aspecto importante
durante este período de la vida de la región.
Las consecuencias de esa debacle territorial y económica de la clase de los grandes
latifundistas caucanos fueron:
a. La “liberación económica” –en forma indirecta– de los campesinos mestizos del Valle
de Pubenza y de otras regiones del Cauca, y de las comunidades negras
afrodescendientes.
b. La pérdida efectiva del poder político en la región y su dependencia de la burguesía-
terrateniente del Valle del Cauca.
Consecuencias de la derrota territorial y económica de la aristocracia terrateniente caucana
El declive y caída de la aristocracia terrateniente del Cauca por efecto de un proceso
acumulado a lo largo de más de 80 años y la confluencia de fenómenos sociales,
económicos, políticos y culturales de carácter internacional, nacional y regional, entre los
que se destacan el impacto de la “revolución verde”, el auge de la lucha campesina por la
tierra y la rebelión indígena en la región, la irrupción de la economía del narcotráfico y
terremoto de Popayán, llevaron a que los campesinos mestizos del peniplano de Popayán y
de otras regiones del Cauca, se vieran enfrentados a una nueva realidad. Se podría decir que
habían quedado a la deriva, sin sus “protectores” de siempre. Una “liberación” indirecta.
Sólo algunos pocos de esos sectores campesinos decidieron seguir el ejemplo de los
indígenas y apoderarse de las tierras del Valle de Pubenza que todavía quedaba en manos
de los terratenientes payaneses. Una parte de la gran hacienda de Quilcacé (25.000 has) fue
parcelada y entregada a comunidades negras de la región (1978). Otras haciendas, muy
pocas, fueron intervenidas por el Incora ante la presión de campesinos sin tierra pero el
grueso del campesinado mestizo de esta región tenía suficiente tierra (en posesión aunque
no legalizada formalmente, tarea que todavía está a medio camino) pero no tenía el capital,
ni el incentivo, y menos el apoyo económico para implementar planes o proyectos de
producción agropecuaria con visión empresarial. Sus poderosos compadres y padrinos ricos
de Popayán habían sido expropiados por los indígenas. Ese hecho era concebido por la
mayoría de campesinos mestizos como una especie de afrenta y reto. No era el ejemplo que
ellos seguirían, ellos no eran “desagradecidos”, si hubieran podido apoyar a los grandes
terratenientes lo habrían hecho pero de alguna manera sabían que los nativos indígenas
también tenían sus razones y derechos.
Sin embargo, la población campesina del Cauca a partir de 1984 se moviliza a lo largo de
15 años continuos –no por la tierra al estilo de los indígenas– sino por dotar a sus territorios
de verdaderas carreteras, servicios públicos como energía eléctrica, agua potable, salud,
educación, telefonía, y por mayor participación en los asuntos públicos. Las marchas de La
Salvajina (1984 y 1986) protagonizadas por campesinos y comunidades negras de Suarez,
Buenos Aires y Morales, inauguraron una fase de luchas de mucha importancia. Fue
seguida de las movilizaciones del Macizo Colombiano (1987 y 1991), luchas continuas de
comunidades de varios municipios como El Tambo, Cajibío, Morales, Sotará, Timbío,
Balboa, Patía y otros por construcción de acueductos y mejoramiento de vivienda, y todas
ellas confluyeron con el movimiento indígena en la gran movilización popular de 1999, que
en lo fundamental ya no enfrentaban a las “clases dominantes” caucanas, que ya no tenían
poder, sino que planteaban una serie de exigencias al gobierno central.

26
Pero, por otro lado, ya desde la década de los años 60s del siglo XX, pequeños grupos de
campesinos caucanos migraban en forma estacional en los meses de la cosecha cafetera
(septiembre a noviembre) hacia el Eje Cafetero para participar de la recolección del grano y
obtener algunos ingresos del jornaleo. A partir de la década de los años 70s, ese proceso se
hace más fuerte y masivo. Entre 1975 y 197828 se presenta una bonanza cafetera de
importantes dimensiones en Colombia que se convierte en un aliciente para que los
campesinos caucanos decidieran invertir sus ahorros y jornales obtenidos en esas jornadas
migratorias en siembras de café en sus propias parcelas y fincas. Paralelamente fueron
realizando una transferencia de tecnología por sus propios medios, que más adelante fue
apoyada por la Federación Nacional de Cafeteros, no sin tener fuertes contradicciones y
conflictos con los campesinos. Poco a poco, municipios como Timbío, El Tambo, Cajibío,
Morales, Piendamó, y en general todos los municipios del peniplano de Popayán se vieron
involucrados en la producción de café, que en los últimos 35 años ha tenido una evolución
impresionante y destacada. Es interesante recordar que las plantaciones de café que existían
en el Cauca desde finales del siglo XIX y principios del XX, impulsadas por grandes
terratenientes caucanos de la época, que muchos campesinos aparceros habían integrado a
sus parcelas, eran de tipo tradicional, no intensivo ni tecnificado, conocido como “café de
árbol”, de especies borbón y arábigo, con bajísimas productividades aunque de gran
calidad29. Este proceso socio-económico y cultural, que gira inicialmente alrededor del café,
es posteriormente uno de los elementos fundamentales detectados en este trabajo como
principal eje de desarrollo, que a 2017 involucra a más de 135.000 familias caficultoras,
paneleras, yuqueras, ganaderas, paperas, fruticultores, productoras de pescado (trucha y
otras especies de peces), que son la base productora del centro del Cauca y que por su
tamaño, generación de empleo, importancia estratégica como regulador social, ocupa el
primer lugar como motor de desarrollo de la región, como se intenta demostrar en el
siguiente capítulo.
La otra consecuencia importante de la derrota económica y territorial de la aristocracia
payanesa a manos de los indígenas consiste en que la clase política caucana, para defender
precariamente su hegemonía, se ve obligada a fortalecer su alianza con los capitalistas
vallecaucanos, fortaleciendo su presencia y dominio en el norte del Cauca. El principal
dirigente político del Cauca, Aurelio Iragorri Hormaza, uno de los herederos de Víctor
Mosquera Chaux, diseña en acuerdo con los demás (Humberto Peláez, Guillermo Alberto
González y Edgar Papamija)30, una estrategia de alianza con los poderosos empresarios
vallecaucanos de los ingenios productores de azúcar, que encabezados por su familiar, Luis
Fernando Londoño Capurro, acuerdan un paquete de decisiones que se concretan en
acuerdos burocráticos (presidencia del Parlamento Andino y Latinoamericano para Peláez,
embajada boliviana para Papamija, manejo de la Caja Agraria para González Mosquera,
presidencias alternas del Congreso de la República para Iragorri Hormaza y Londoño
Capurro, y otras), y acuerdos económicos que venían desde atrás en torno a la construcción
y venta a capital español de la represa y empresa hidroeléctrica de La Salvajina, el avance
de la industria cañera y la construcción de infraestructura eléctrica y de vías carreteables en
el Norte del Cauca, mejores condiciones para la empresa Smurfit Kappa (Cartón de

28
Garay S., Luis Jorge (1998). “Colombia: estructura industrial e internacionalización 1967-1996”. Volumen
1. Departamento Nacional de Planeación, Bogotá.
29
Correa, Claudia (1991). “Desarrollo de la caficultura en el Cauca”.
30
Erazo, Ancízar. Óp. cit.

27
Colombia) y otras industrias, que posteriormente, a partir de 1995, se concretan y amplían
con la expedición de la denominada “Ley Páez” o Ley 218 de 199531, que le permite a
numerosos capitalistas extranjeros y nacionales ubicados en Cali y sus alrededores,
deslocalizar sus empresas trasladándolas a los municipios del Cauca que quedaron
incluidos como beneficiarios de dicha ley que en la práctica creó una verdadera “gran zona
franca” en donde los empresarios obtuvieron inmejorables condiciones de inversión en
cuanto a incentivos y exenciones tributarias. Éste es el segundo gran eje de desarrollo del
Cauca, sustancialmente diferente al anterior pero importante por el tamaño de las empresas
trasladadas. Será también tema central del segundo capítulo.
Además, en “lo que existe hoy en el Cauca” (Capítulo II) se incluyen temas fundamentales
para el desarrollo del Cauca como son: el conflicto armado, la economía del narcotráfico, el
fortalecimiento relativo del sector financiero y la institucionalidad existente.
Conclusión Capítulo I
Antes de abordar la descripción de “lo que hoy existe en el Cauca” en términos de cifras y
de análisis, es importante elaborar y presentar unas conclusiones del primer capítulo que
están íntimamente relacionadas con lo que se va a desarrollar en el segundo capítulo.
Primero, es necesario reiterar que la clase gran terrateniente del Cauca, es “expropiada” de
las tierras altas y frías de la cordillera central, las más valiosas por su clima y por lo
simbólico que representaban para su poder territorial e histórico, pero ello no significa que
hubieran perdido de facto el poder político y territorial que tenían los aristócratas payaneses
en otras regiones del departamento, como en el Valle del Patía, el Norte del Cauca (en una
alianza subordinada con la burguesía vallecaucana) y algunas zonas del peniplano de
Popayán, del Macizo Colombiano y de la Costa Pacífica. Sin embargo, pierden el “ímpetu”,
las relaciones de servidumbre y de dominio son fuertemente afectadas, y por ello, serán sus
“herederos políticos” los que asumirán un control relativo e inestable de la región en el área
de la institucionalidad y el gobierno. Y por sobre todo, las gentes más cercanas a sus
dominios, los campesinos mestizos de origen “yanacona” que habitan el Valle de Pubenza y
sus alrededores, son los que lentamente irán ocupando el “espacio productivo e
institucional” abandonado por esa clase terrateniente que quedó en el pasado.
Segundo, las razones por las que no se presentó una derrota política expresa e inmediata de
la aristocracia payanesa fueron, entre otras, que el movimiento indígena y el resto de clases
o sectores sociales subordinados o subalternos (trabajadores, clases medias campesinos,
afrodescendientes) no estaban preparados para dar un salto cualitativo de esa categoría.
Sólo casi dos décadas después, lo intentaron. Cuando eligieron como Gobernador del Cauca
al dirigente indígena Floro Alberto Tunubalá Paja (2002) se trataba de concretar en la
política lo que se había avanzado en lo social pero ese ejercicio de gobierno fue una
demostración más de su impreparación. Es por ello que a nivel del Estado e institucional, a
pesar de las reformas planteadas y aprobadas en la Constitución de 1991, las
transformaciones fueron muy limitadas y el poder político del Cauca, en asuntos
importantes, queda completamente limitado a una especie de alianza con la burguesía
vallecaucana (que en gran medida es una “hija adelantada” de la aristocracia caucana del
siglo XIX).

31
Ley 218 de 1995 o Ley Páez, Secretaria del Senado de la República de Colombia, archivo.

28
Tercero, el conflicto armado en el departamento del Cauca antes de los años 80s del siglo
XX, a pesar de las fuertes y permanentes confrontaciones y tensiones sociales, es un
fenómeno relativamente marginal. No obstante que las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia FARC, nacen en las vecindades del volcán del Huila, y uno de los
corregimientos del municipio de Belalcázar (Páez), como es Riochiquito, figura en la
historia como una de las denominadas “repúblicas independientes” donde nació dicha
guerrilla, el territorio caucano durante las dos primeras décadas de dicho conflicto sólo
sufre ataques esporádicos y la presencia de frentes guerrilleros no es fuerte. Dos núcleos de
población liberal de origen paisa (Corinto y Huisitó-El Tambo), mantienen contacto con
algunos reductos de las FARC, y en el sur aparece un frente del Ejército de Liberación
Nacional sin que se generaran mayores enfrentamientos con las fuerzas militares oficiales,
con fuerzas paramilitares o con la población. Sólo en las décadas posteriores dicho
conflicto se acrecienta sobre todo en el Norte del Cauca, sobre la cordillera occidental en la
Costa Pacífica con el auge de la economía del narcotráfico y la minería ilegal.

CAPÍTULO II
LO QUE EXISTE HOY EN EL CAUCA
La estructura económica del departamento del Cauca
Históricamente el departamento del Cauca ha tenido escaso desarrollo industrial. Hasta
1970, el 85% de la población habitaba en zonas rurales. Su economía era de subsistencia
basada en la agricultura, minería, pesca y otras actividades artesanales. Se mantenía una

29
estructura productiva de tipo colonial, subsistían relaciones sociales y políticas basadas en
la servidumbre, y el impacto del capitalismo era apenas visible.
La racionalidad económica predominante era de carácter “señorial”. Poseer tierras y
campesinos aparceros, atesorar riquezas y portar un apellido aristócrata, era el ideal de los
grandes terratenientes del Cauca. El trabajo físico y la inversión en la industria eran
percibidos como algo ordinario y de “gente baja”. La construcción de infraestructura
energética, vías y comunicaciones, era apenas incipiente. La aparición de la clase obrera era
algo excepcional. Popayán era una pequeña ciudad con aproximadamente 30.000
habitantes.
El norte del Cauca, el valle geográfico del río Cauca, era la única zona impactada por la
economía capitalista. El bloqueo de los EE.UU. a la revolución cubana (1959) causó el
auge de la industria azucarera. Coincide con el fomento de cultivos industrializados de
soya, millo, maíz, sorgo y arroz como parte de la llamada “revolución verde”. Los EE.UU.
están a la ofensiva en el mundo, se crean los “cuerpos de paz”, aparece el Centro
Internacional de Agricultura Tropical CIAT en Palmira, las universidades abren facultades
de agronomía y veterinaria, y la industria de producción de alimentos tuvo un relativo auge.
La metrópoli imperial, a través de la CEPAL32, aplicó la teoría económica de la sustitución
de importaciones y un capitalismo dependiente avanzó en algunas regiones de Colombia.
Ya desde los años 50 se había iniciado la expropiación de los campesinos negros, quienes
habitaban las mejores tierras de los valles del río Palo, La Vieja y Desbaratado –afluentes
del Cauca–. Es importante recordar que al terminar la esclavitud en la segunda mitad del
siglo XIX, los afrodescendientes crearon una fuerte economía campesina, que le dio vida a
Puerto Tejada (1913). Gran cantidad de productos agrícolas, especialmente cacao, café,
ganado y frutales salían por el río hacia Cali. Desde Puerto Mallarino (hoy un barrio de
Cali), por ferrocarril, vía Buenaventura, se exportaba el cacao hacia los EE.UU. En ese
puerto fluvial se fundó en 1927 la segunda sede de la Unión Sindical Obrera que agrupó a
los “braceros” del río (cargadores de barcos).33
La multinacional irlandesa Smurfit Kappa con el nombre de Cartón Colombia inicia su
presencia en la región durante los años 60 con cultivos industriales de tipo agroforestal
(pino y eucalipto) en la parte montañosa de los municipios de Toribío y Buenos Aires, al
norte del departamento. Las pocas empresas instaladas en Popayán eran: Industrias Puracé
del Grupo Enka-Celanese, Empaques del Cauca, la Industria Licorera y una factoría de
libros del Grupo Carvajal. La mayoría de los pobladores eran comerciantes, artesanos,
albañiles, servidores del Estado y otros trabajadores que desempeñaban labores de
servidumbre en las haciendas y mansiones de la aristocracia payanesa.
El resto de la población caucana eran campesinos (indígenas, afrodescendientes y
mestizos), atados a las haciendas latifundistas. Éstas acaparaban las mejores tierras en la
cordillera central, valle del Patía, norte del Cauca y algunos municipios cercanos a la
capital caucana, heredadas de los encomenderos desde la época de la colonia. En otras
zonas del departamento existía una economía parcelaria de subsistencia basada en cultivos

CEPAL: Comisión Económica para América Latina de la OEA, creada en 1959.


32

Dorado, Fernando. Movimiento obrero, lucha sindical, social y estructura económica en el Cauca. Caja de
33

Herramientas, Viva La Ciudadanía.

30
de pancoger y café tradicional (arábigo, borbón) sobre una estructura de propiedad de la
tierra menos concentrada. En las zonas frías se mantenían cultivos de trigo, papa y cebolla.
A fin de contar con mano de obra cautiva y una clientela política manejable, y como una
estrategia de control y defensa territorial, los grandes terratenientes entregaron –durante el
siglo XX– tierras a campesinos mestizos no ligados a las comunidades nativas. En algunas
regiones los resguardos indígenas subsistían a la presión de colonos y terratenientes.
También permanecían amplias zonas apartadas en la Costa Pacífica y en la Bota Caucana,
donde comunidades negras e indígenas se habían asentado.
Esa estructura semi-feudal se ha ido quebrando. En los últimos 35 años ha surgido una
economía capitalista alrededor del cultivo del café, la ganadería, la caña panelera, yuca para
almidón, fruticultura, papa, piscicultura, además de la presencia de los cultivos de uso
ilícito, especialmente, la coca. Igualmente, el monocultivo de la caña de azúcar ha
expandido su área, y las grandes empresas transnacionales están impulsando proyectos de
infraestructura, de minería y de producción de agro-combustibles. La presión sobre las
riquezas hídricas y la biodiversidad del Macizo Colombiano es evidente, que no sólo se
presenta en el ámbito económico sino con la presencia de grupos paramilitares y violentos
que desplazan a comunidades de sus territorios.
El desarrollo económico y la presión sobre las fuentes de agua34
En el departamento del Cauca está ubicada la principal reserva de agua de Colombia. Es la
“estrella fluvial” o hidrográfica con 4.356.228 hectáreas de los departamentos de Huila,
Cauca, Nariño, Caquetá, Putumayo, Tolima y Valle del Cauca. El Macizo Colombiano
tiene 92 Km2 de áreas de páramo, que representan el 21% del total de páramos del país.
Allí nacen los 5 principales ríos del país (Magdalena, Cauca, Patía, Caquetá y Putumayo).
La cordillera occidental del departamento, contribuye también con importantes caudales de
agua a los ríos Patía y Cauca.
Dichos sistemas hídricos se encuentran bajo fuerte presión poblacional. En una franja de
aproximadamente 30 kilómetros, de lado y lado de la carretera panamericana, se ha venido
concentrando más del 60% de la población del departamento. En 40 años, Popayán
multiplicó por 10 la población urbana. El Bordo, Timbío, Piendamó, Silvia, Santander de
Quilichao, Puerto Tejada, Caloto, Guachené, Villarrica, Puerto Tejada, Corinto y Miranda,
son centros urbanos en acelerado crecimiento.
En la capital se construyó el acueducto del norte de la ciudad. Se toma el agua del río
Palacé, que nace en una zona en disputa entre comunidades indígenas, campesinas y
terratenientes. La antigua fuente de agua del acueducto existente, río Las Piedras, nace en el
resguardo de Quintana. Existe un plan de mejoramiento de esa cuenca que es manejado
concertadamente entre el Cabildo, las comunidades campesinas vecinas y la Corporación
Autónoma Regional del Cauca CRC.
En el norte del Cauca, la mayoría de los municipios de la zona plana se abastecen del
acueducto regional que obtiene el agua del río Palo, afluente del Cauca, que nace en las
montañas del páramo del Huila, municipio de Toribío, territorio ancestral nasa. Desde hace
más de 20 años la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca CVC en
coordinación con ASOCAÑA, la Fundación Carvajal y la Asociación de Municipios del

34
Texto publicado por Ecofondo.

31
Norte del Cauca, diseñaron un plan de manejo de esa cuenca, pero a la fecha los proyectos
de reforestación y otras acciones ambientales se han quedado en el papel. Mientras tanto la
acción depredadora de colonos, cultivos ilícitos de coca, negociantes ilegales de madera,
vienen causando graves daños en los ecosistemas circundantes.
Sin embargo, son los Cabildos Indígenas Nasa del Norte del Cauca quienes, con el apoyo
de la Cooperación Internacional, han asumido de manera concreta la recuperación y
protección de nacimientos de agua, quebradas y cauces de ríos, mediante acciones de
aislamiento y reforestación con especies nativas, como también en la recuperación y
conservación de “Sitios Sagrados” que corresponden con áreas de páramos y de bosques,
contribuyendo así también a la recuperación y protección de la biodiversidad y de especies
endémicas y en peligro de extinción. En la base de datos de los diferentes resguardos y de
la ACIN35 reposan los datos que dan cuenta del enorme alcance de dichas iniciativas.
La misma situación se presenta en el resto de la franja mencionada. Existe presión de la
transnacional Unión Fenosa (Empresa de Energía del Pacífico EPSA) para canalizar el río
Ovejas para alimentar la represa de La Salvajina. Dicho río nace en la parte alta del
municipio de Caldono en territorio indígena, y es fuente de abastecimiento de gran cantidad
de pequeños productores agropecuarios que habitan a lo largo de su cuenca. Ese proyecto
tiene una fuerte oposición de todas las comunidades. En la misma zona, los municipios de
Morales y Piendamó se abastecen del río Piendamó, cuyo nacimiento está en el resguardo
de Guambia. La ciudad de Silvia alimenta su acueducto de esas mismas fuentes.
El Valle de Pubenza hoy es la principal región cafetera que también demanda una gran
cantidad de agua para el beneficio del café. Municipios como Timbío, Rosas y El Tambo,
han construido, por iniciativa y con gran esfuerzo colectivo campesino, una serie de
acueductos interveredales y sistemas de riego que cubren un área aproximada de 30.000 has
y abastecen de agua a más de 150.000 personas de áreas rurales. Estas comunidades de
pequeños productores protagonizaron durante la década de los años 90 del siglo pasado, en
alianza con los pueblos indígenas, masivas movilizaciones en defensa de su territorio y la
construcción de servicios públicos.
Por otro lado las transnacionales han fortalecido su presencia en la región. Smurfit-Kappa
amplió su frontera forestal y trasladó los cultivos del norte del departamento a municipios
del centro y occidente debido a la resistencia territorial indígena en el norte. Hoy es un
factor de poder en el departamento con aproximadamente 35.000 has de cultivos de pino y
eucalipto. Unión Fenosa, transnacional española, es la principal accionista de la Empresa de
Energía del Pacífico EPSA, propietaria de la represa de la Salvajina. Anglo Gold Ashanti
tiene concesiones mineras en 13 municipios. Empresas extranjeras en alianza con el
gobierno colombiano vienen instalando proyectos de cultivos de caña y palma africana para
agro-combustibles en la Costa Pacífica, al igual que ha sucedido en el norte del Cauca. La
biodiversidad del Macizo Colombiano está en la mira de diversas empresas. El carbón de la
cordillera occidental está en plena explotación.
La lucha por el territorio y el agua
Los territorios y las cuencas hidrográficas de la región hacen parte de territorios de
jurisdicción indígena. En los últimos 15 años se observa una fuerte campaña de aislamiento
social y político encabezada por los sectores dominantes de la región contra las
35
ACIN: Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca.

32
comunidades indígenas, con ocasión de la ofensiva nativa por recuperar zonas planas del
territorio en el Norte del Cauca (campaña de “liberación de la Madre Tierra” iniciada con la
movilización indígena de 200436). Con el liderazgo de factores institucionales y políticos, el
apoyo de ASOCAÑA y toda la clase empresarial, y el gobierno nacional, se ha lanzado un
plan de persecución de las organizaciones de nativos y de sus principales dirigentes.
Dicho plan tiene diversas variables. Se ha acrecentado el conflicto en la zona de mayor
fortaleza del movimiento: El norte del Cauca. Se aprovechó durante los años 2007 a 2014 la
presencia de la guerrilla para generar un clima de violencia. Han sido asesinados numerosos
dirigentes. Se crearon organismos campesinos e indígenas paralelas (Asocampo,
Fedecampo, Organización Pluricultural Indígena del Cauca OPIC), manejadas desde la
institucionalidad terrateniente para cercar y desgastar a las organizaciones auténticas de las
comunidades. Se impide la compra de nuevas áreas de tierra para pueblos indios, generando
una campaña de xenofobia entre los campesinos mestizos tratando de que –como ya lo han
hecho– los pueblos guambianos y nasas compren tierras en otros departamentos, como el
Caquetá y el Putumayo. Es un desplazamiento forzado impulsado y legitimado desde el
gobierno.
La apropiación de las fuentes de agua ha sido un proceso paulatino. Existen 256 acueductos
y abastos de agua comunitarios 37. En su mayoría han sido construidos con esfuerzos
propios, con la colaboración de Salud Pública (entre 1962 y 1975) y la CVC cuando tenía
presencia en las regiones. Se han invertido en dichos acueductos parte de los subsidios de
vivienda y en los últimos 25 años los recursos económicos han provenido de las
transferencias a municipios y cabildos indígenas. Esos sistemas comunitarios son
administrados por empresas asociativas y juntas administradoras. Algunos tienen forma
cooperativa. En las comunidades indígenas son operados mediante contribuciones mínimas
y trabajo colectivo. El Estado sólo tiene control sobre los acueductos de las cabeceras
municipales, aunque hay un proceso de apropiación comunitario como respuesta a la
politiquería y desgreño administrativo.
Los acueductos construidos por las comunidades campesinas cafeteras son los más
organizados. Muchos cuentan con plantas de tratamiento y tienen sistemas de contribución
y de pago con tarifas relativamente bajas. En los últimos 10 años se presenta una gran
tensión frente a los intentos de la Comisión de Regulación de Aguas CRA, el Ministerio del
Ambiente y Desarrollo Territorial MADT, y los gobiernos locales, de obligarlos a aplicar la
normatividad de tipo comercial contenida en la Ley 142 de 1994. La herramienta de presión
ha sido el Sistema Unificado de Información SUI. Con el argumento de la modernización
empresarial se pretende imponer criterios de rentabilidad y productividad privados que han
sido rechazados por las comunidades.
El Estado impulsó una campaña con el Plan Departamental de Aguas (2008), mientras que
desde hace varios años la Corporación Ambiental Regional del Cauca CRC venía
presionando a las comunidades con los pagos por concesión de aguas para sus acueductos
comunitarios. El rechazo de los usuarios de los acueductos comunitarios, nacionales han
presionado para que se legisle a favor de los acueductos rurales y de municipios pequeños.
No están dispuestos a cambiar sus estructuras administrativas, y sólo, en los más grandes,
en donde ya existen plantas de tratamiento o se están construyendo, se están instalando
36
Unidad Indígena, octubre de 2004.
37
Red Nacional de Acueductos Comunitarios (2014). Estadísticas propias.

33
medidores, en el entendido que se requiere racionalizar el uso del agua y de que sin ningún
tipo de medición, el campesino pobre termina subsidiando al empresario medio o
campesino más acomodado, que gasta más agua y paga una misma tarifa.
Frente a esa ofensiva institucional existe una amplia resistencia social. Asociaciones de
Cabildos de varias regiones se han pronunciado en contra, al igual que diversas
organizaciones sociales. Sin embargo, la estrategia utilizada por el gobierno, apoyándose en
los contenidos de las normas38, y en procedimientos clientelistas, les ha facilitado imponer
condiciones de endeudamiento a los municipios, alcaldes y concejos municipales. Se han
presentado casos como en Toribío, donde todos los cabildos rechazan el plan, y sin
embargo, el alcalde indígena lo ha aprobado. Lo mismo ha sucedido en diferentes
localidades del departamento.
En algunos municipios como El Tambo, Timbío, Bolívar, La Vega, las comunidades están
desarrollando nuevas estrategias de carácter local. Frente al Plan de Aguas, se han
planteado la apropiación de los recursos económicos para ampliar o mejorar los acueductos
pero mantener de hecho su autonomía administrativa. De igual forma, existen dinámicas
hacia la recuperación de los territorios de las cuencas hídricas, y existe una tendencia a
desconocer el papel de la Corporación Regional que recauda tasas y contribuciones pero no
realiza acciones reales de beneficio ambiental. En las zonas indígenas, dentro de esa misma
actitud, son los Cabildos y Asociaciones de Cabildos los que empiezan a asumir funciones
de autoridad ambiental.
De igual forma, ante la avalancha de proyectos mineros que van a competir por el agua de
las comunidades, se empiezan a diseñar y a implementar nuevas formas de resistencia. Ya
no se acude a las movilizaciones y protestas tradicionales, sino a consultas y referendos
locales, siguiendo la dinámica del Referendo del Agua que se intentó realizar en 2010. Es
una forma política y pedagógica, institucional, civilista y pacífica de involucrar a toda la
población con la finalidad de enfrentar con mayor contundencia las normas y políticas
nacionales que se han impuesto sin contar con las voluntades populares y los intereses
locales.
Antecedentes inmediatos de la lucha por la tierra en el departamento del Cauca
A partir de los años 60 del siglo XX, las comunidades indígenas del departamento del
Cauca inician un proceso sostenido de “recuperación” de tierras y territorio. El encuentro
entre terrajeros indios que trabajaban en las haciendas de terratenientes payaneses con las
autoridades indígenas de resguardos que habían sobrevivido en el tiempo, fue creando las
condiciones políticas, espirituales y organizativas para el fortalecimiento del movimiento
indígena y el avance sobre el territorio caucano.
En 1971 se funda el Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC y más adelante se
organizan las Autoridades Indígenas del Suroccidente Colombiano AISO que le dio vida a
AICO. Poco a poco los grandes terratenientes son desalojados de casi toda la cordillera
central donde la curia y poderosas familias terratenientes payanesas tenían extensas
propiedades. En muchas de esas haciendas existían aparceros campesinos de origen
“yanacona” que se habían mestizado con población blanca o negra.

38
Ley 1151 de 2007, Ley 1176 de 2007, Decreto 3320 de 2008, Ley 1753 de 2015, Resolución 717 de 2015
de la Comisión de Regulación de Aguas.

34
La concepción política que desarrollaban los principales dirigentes indígenas durante esa
primera fase de la lucha indígena por territorio y en defensa de su cultura, tenía en cuenta
que ellos se consideraban a la vez integrantes de la Nación colombiana (“somos
colombianos”), eran parte de la clase campesina (“somos campesinos”) y a la vez defendían
su territorio, cultura, lenguas, costumbres y autoridades propias (“somos indios”).39
Ello hizo que en una primera etapa, que va desde los años 60s hasta principios de los años
90s del siglo pasado, los conflictos entre campesinos pobres y medios y las comunidades
indígenas no fueran tan agudos o fuertes. Incluso, el pueblo misak (guambiano) tenía desde
antes de la llegada de los españoles prácticas económicas y culturales que les permitían
aprovechar los tres pisos térmicos (frío, medio, cálido), y por ello, después de haber saldado
deudas territoriales con los terratenientes, fueron recuperando esas prácticas, compraban
pequeñas fincas y explotaban parcelas temporalmente en esas diversas zonas, sin que ello
significara mayores conflictos con las comunidades campesinas que se fueron asentando en
el territorio.
Sin embargo, el crecimiento de la población indígena, la presión interna dentro de los
resguardos por el acceso a las tierras más fértiles que son relativamente escasas, la política
indigenista de ensanchar territorio en forma indiscriminada, el fortalecimiento del poder
político indígena con la creación de las Entidades Territoriales Indígenas a partir de 1991,
las dinámicas de identidad cultural que han surgido entre los pueblos y comunidades indias
(misak, nasas, polindaras, totoroes, coconucos, jebalás, noviraos, etc.), han incentivado los
conflictos con las comunidades campesinas que habitan zonas o fincas dentro de los
resguardos o en zonas vecinas a los resguardos, dentro del territorio que los pueblos
originarios consideran “territorios ancestrales”.
Además, la avalancha del río Páez ocurrida el 9 de junio de 1994 produjo fuertes impactos
negativos en las comunidades indígenas del municipio de Páez. La avalancha arrasó con
varios cultivos que se ubicaban en el perímetro del rio, en donde muchas familias habían
establecido sus cultivos, sus parcelas y sus viviendas, por las buenas condiciones de
fertilidad que encontraban en los pequeños valles formados al margen del río, o en
cercanías a él. Tras este desastre, viviendas y centros poblados debieron ser reubicados.
Como consecuencia, el terremoto destruyó la capa vegetal en cerca de 50 mil hectáreas; se
produjeron más de 2000 desplazamientos de tierra que dieron lugar a represamientos y
avalanchas en los ríos y todas las quebradas de la cuenca, se interrumpieron las vías de
comunicación y se destruyeron puentes, casas y edificaciones institucionales, murieron o
desaparecieron aproximadamente 1000 personas y unas 1100 familias indígenas y 500
mestizas se vieron obligadas a salir de sus territorios de origen debido a la enorme cantidad
de amenazas que se agudizaban en la zona afectada.40
Proceso de poblamiento de zonas campesinas por comunidades indígenas
Es así como se inicia un proceso de reubicación de comunidades indígenas afectadas por la
avalancha del río Páez. La Corporación Nasa Kiwe inició en 1995 la reubicación de
familias indígenas a través de la compra de predios en los municipios de Cajibío,

39
CRIC. (1971) Cartilla N° 2.
40
Pachón, Oliveros, Wiener. Citado por Oscar Fernando Cobo, Omaira Calvo Giraldo. Universidad del Cauca
y Nariño. Articulo Los Hijos de la Avalancha.
http://www.unicauca.edu.co/porik_an/imagenes_3noanteriores/No.12porikan/articulo5.pdf

35
Piendamó, Morales, Santander de Quilichao, zona campesina de Turminá en Inzá, zona
campesina de Itaibe, Rio Chiquito, municipio de Páez, y en Algeciras, y otras zonas de los
departamentos del Huila, Putumayo y Caquetá. La llegada de las familias indígenas a estos
municipios generó una solidaridad colectiva por parte de las familias campesinas; juntas de
acción comunal y alcaldías, pues había una sensibilidad social frente al desastre natural. En
un primer momento las comunidades indígenas se asentaron en predios específicos que
habían sido comprados por Nasa Kiwe y en muchos lugares se integraron a la dinámica de
las comunidades campesinas en trabajos comunitarios, organizaciones productivas, etc.
Paralelamente gran cantidad de familias del pueblo Misak iniciaron a finales de la década
de los años 80s y principios de los años 90s del siglo XX, un proceso migratorio muy fuerte
hacia otros municipios del Cauca. El primer asentamiento “guambiano” realizado en forma
organizada se estableció en las faldas del cerro Munchique en el municipio de El Tambo en
1984, pero ya antes, muchas familias guambianas fueron adquiriendo fincas en forma
individual en Santander de Quilichao, Caldono, Piendamó, Morales y otros municipios.
Posteriormente ese proceso se ha fortalecido debido a que “las posibilidades de ampliación
del resguardo de Guambía se volvieron cada vez más limitadas; la juventud es la más
afectada por este fenómeno ya que el territorio y la tierra es el elemento fundamental de la
cultura y de la conservación, persistencia, y desarrollo del pueblo misak. En la actualidad,
más del 50% de las tierras productivas son minifundios de 0 a 1 hectárea y de 1 a 5
hectáreas, dado que de unos 2945 predios existentes en el Resguardo de Guambía, 1698
predios son minifundios de 1 a 5 hectáreas. De acuerdo con el Diagnóstico del Plan de
Salvaguarda Misak (2012: 25), la densidad poblacional de la gente Misak puede observarse
claramente en casos como los de Pisitao, donde en una extensión que no supera las 200
hectáreas se agolpan 400 familias, o en el caso de Ovejas-Siberia donde 360 familias
comparten 210 hectáreas (Duarte, 2013 inédito).”41

Gráfica N° 1. Superficie territorial de migración de los Resguardos de la población Misak


en el Cauca.

41
Universidad Javeriana. Centro de Estudios Interculturales. (2013) “Análisis de la posesión territorial y
situaciones de tensión interétnica e intercultural en el departamento del Cauca”. Cali, Valle.

36
Fuente: Diagnóstico del Plan de Salvaguarda Misak 2012
Mapa N° 2. Territorialidad y movilidad del pueblo misak (guambianos) del Cauca.

Fuente: Plan de Salvaguarda Misak 2012 y bases de datos y cartográficas del Incoder 2013.
En este mapa se observa cómo ha avanzado ese proceso de migración de familias indígenas
misak, hasta lograr constituir Cabildos Indígenas en varios municipios. Así en Piendamó
está el Cabildo Pisitao y La María, en Morales el Cabildo San Antonio, en Cajibío el
Cabildo Kurak Chak, en Caldono el Resguardo Bonanza, en Jambaló el Reasentamiento

37
Monte Redondo, en Santander de Quilichao, el Reasentamiento y Cabildo de Ovejas, y en
El Tambo el reasentamiento Tambu.
En la zona sur del departamento también se observa un proceso migratorio de los pueblos
yanaconas pero no se ha estudiado ni se cuenta con estadísticas de ese proceso. Sin
embargo en municipios como La Vega, La Sierra, Sotará y San Sebastián, es evidente que
las comunidades indígenas en forma paulatina han ido expandiendo su territorio hacia
zonas campesinas, usando durante la década de los años 90s los recursos de la economía de
la amapola y recursos propios de la actividad agropecuaria. Casos paradigmáticos fueron
las compras de fincas cafeteras en el corregimiento de Altamira por parte de familias
yanaconas, pero ese proceso ha continuado sin que todavía se presenten grandes conflictos,
pero la tendencia es a que las comunidades campesinas empiecen a reaccionar ante dicho
proceso de ocupación territorial por parte de comunidades indígenas yanaconas.
La presencia territorial y productiva de las comunidades campesinas mestizas y afros en el
departamento del Cauca42
Desde la época de la conquista y la colonia, los encomenderos y después los terratenientes
caucanos utilizaron a las comunidades de origen yanacona que se fueron mestizando
paulatinamente para explotar las amplias extensiones de las haciendas ubicadas en lo que se
denomina el peniplano de Popayán o Valle de Pubenza, incluyendo las regiones campesinas
del Macizo Colombiano. Así, en la actualidad la población que ocupa la parte central del
departamento, 40 kms del lado y lado de la carretera panamericana, desde el municipio de
Mercaderes y Florencia, pasando por Balboa, Patía, Bolívar, Sucre, Rosas, La Sierra,
Timbío, Sotará, zona rural de Popayán, El Tambo, parte baja de Totoró, Cajibío, Morales,
Piendamó y corregimientos de Pescador y Siberia en Caldono, están pobladas en su
mayoría por los aparceros de esas antiguas encomiendas y haciendas, la mayoría de origen
yanacona o en algunos casos afrodescendientes (Patía, Balboa, La Sierra, zona sur de El
Tambo).
Este campesinado ha venido consolidándose en los últimos 35 años en el departamento del
Cauca. Viven principalmente de la producción agropecuaria pero combinan toda clase de
actividades como el trabajo asalariado (jornaleo), artesanía, comercio, pequeña minería,
moto-taxismo, ventas ambulantes, construcción y otras. Tienen un pie en el mundo rural y
otro en el urbano. Muchos de ellos han aprendido a canalizar recursos de la economía del
narcotráfico y de alguna manera han subsidiado con dichos ingresos, el avance y
sostenimiento de su producción agropecuaria. La diferencia con el campesinado de tres
décadas atrás, es que toda su producción está ligada al mercado y su economía de
subsistencia es mínima.
Es la población más productiva del sector agropecuario del departamento del Cauca. Son
aproximadamente 93.000 micro, pequeños y medianos caficultores, 14.000 paneleros,
3.500 pequeños y medianos ganaderos de doble propósito (carne y leche), 1.800
fruticultores y horticultores, 1.200 productores de yuca para almidón, cacaoteros, paperos,
cebolleros, piscicultores, productores de chontaduro, plátano y maíz a pequeña escala, y
otros productos.43

42
Texto elaborado para la ANUC-Cauca. 2016
43
Cifras trabajadas con base en informe de la Secretaría de Agricultura Departamental, Comité Departamental
de Cafeteros, Secretaría de Planeación Departamental, Fedepanela, Cámara de Comercio.

38
Los campesinos caficultores fueron construyendo esa economía desde finales de los años
80s, tanto con recursos provenientes de su trabajo familiar migratorio y estacional en el Eje
Cafetero, como más adelante con los dineros que se irrigan de múltiples maneras de la
economía “ilegal” del narcotráfico hacia la economía legal (trabajo asalariado directo en las
zonas de colonización, venta de insumos, combustible, otros trabajos complementarios),
que los campesinos fueron aprendiendo a manejar en forma inteligente y creativa. Así,
transfirieron tecnología desde los departamentos cafeteros, tecnificaron sus cultivos y
fueron construyendo la actual base productiva que lo coloca en número de productores en el
primer lugar del país y en quinto lugar en producción después de Huila, Antioquia, Tolima
y Caldas.
Sin embargo no es una economía consolidada. La inestabilidad en los precios
internacionales del café, los altos precios de los insumos –fertilizantes y fumigantes–, la
escasez de mano de obra o su encarecimiento por la presencia de la economía del
narcotráfico, la minería legal e ilegal y el creciente proceso de migración de los campesinos
a las ciudades, hace que las condiciones de esta economía campesina sean precarias,
sometida a factores externos que en cualquier momento los pueden llevar a la quiebra. Ello
sumado a los conflictos interétnicos, la presencia del conflicto armado y la falta de apoyo
del Estado, convierte al sector en una verdadera bomba de tiempo, que ya intentó estallar en
el pasado paro cafetero y agrario de febrero y agosto de 2013, respectivamente.
De igual manera se debe mencionar que existen otras regiones campesinas que tienen
origen en migraciones más recientes. Por ejemplo, las zonas altas de los municipios de
Caloto, Corinto y Miranda tienen un alto componente de migración “paisa” liberal que
arribó al Cauca en los años 47 y 48 del siglo XX, que al igual que la zona de Huisitó, Costa
Nueva, Playa Rica y otros corregimientos del municipio de El Tambo, recibieron
contingentes de campesinos que ya estaban siendo desplazados por la violencia partidista
liberal-conservadora. En la llamada “costa tambeña” con el tiempo se combinaron con
migraciones nariñenses y huilenses y se ampliaron hacia los municipios de Patía, Balboa y
Argelia, en donde la economía basada en los cultivos de coca y marihuana ha sido la
constante desde los años 70s del siglo XX.
Es importante detallar que la información sobre la población campesina todavía es muy
parcial. Dice la Universidad Javeriana en su estudio denominado “Análisis de la posesión
territorial y situaciones de tensión interétnica e intercultural en el departamento del Cauca”,
que “(…) es necesario aclarar que la presencia campesina es mucho más amplia. Sin
embargo se ha hecho difícil su representación cartográfica y estadística a partir de
información censal institucional, ya que ésta está ajustada a la categoría «mestizo rural» en
la que no sólo está involucrada la comunidad campesina sino también la fracción de
pequeños y grandes propietarios no campesinos que habita el ambiente rural. Habría que
pensar, en estudios futuros, construir una categoría que permita caracterizar de manera más
precisa a la presencia campesina”.44
En la actualidad, desde 2012 se viene avanzando en esta región en titulación de predios
campesinos y en adquisición de tierras para campesinos sin tierra. El siguiente es un reporte
del Incoder sobre esa dinámica.

44
Universidad Javeriana. Centro de Estudios Interculturales. (2013) “Análisis de la posesión territorial y
situaciones de tensión interétnica e intercultural en el departamento del Cauca”. Cali, Valle.

39
Tabla N° 1. Proceso de compra de tierras directa para las comunidades campesinas.

Fuente: Incoder, 2013


Mapa N° 3. Presencia municipal campesina a partir de las categorías de "mestizo rural" y
"no informa" del censo del Dane 2005.

Fuente: Incoder, 2013


Por último se presenta una aproximación a lo que es las Zonas relativamente homogéneas
para la definición de la Unidad Agrícola Familiar realizada por la Universidad Javeriana en
ese mismo estudio. La UAF que se tiene como referencia y con la cual se proyectó la
información es la Resolución 041 de 1996, del 24 de septiembre.
Mapa N° 4. Zonas relativamente homogéneas para la definición de la Unidad Agrícola
Familiar del Cauca.

40
Fuente: Universidad Javeriana, Cali, 2013
Como se puede observar el campesinado caucano se asienta en las zonas Homogéneas No 3
(Cafetera), No 4 (Media ladera), No 5 (Ladera y Plana), No 6 (Frio Moderado) y No 7
donde la Unidad Agrícola Familiar oscila entre 7 a 35 hectáreas por familia.
Descripción de los conflictos interétnicos y culturales
En el departamento del Cauca se vienen acumulando una serie de conflictos territoriales,
por el control de los recursos de transferencia y por la administración de los servicios de
salud, educación y justicia. Algunos analistas le denominan “desencuentros territoriales y
culturales” pero es indudable que el grado de conflictividad va en aumento. Los casos más
sobresalientes se han presentado en Cajibío (predio de los Naranjos), Suárez (predio de San

41
Rafael), Inzá (centro educativo de San Andrés de Pisimbalá), Piendamó (finca La Alsacia),
pero según cifras del Incoder, en los últimos 10 años se reportan confrontaciones en 67
lugares del Cauca.
Los siguientes cuadros tomados de los archivos del Incoder reflejan la presencia de
conflictos urgentes, otros potenciales y unos más graves.
Tabla N° 2. Situaciones de conflicto urgente entre indígenas y campesinos en el
departamento del Cauca

42
Fuente: Base de datos de Incoder

43
Tabla N° 3. Situaciones de conflicto identificadas 2013

Fuente: Base de datos de Incoder


El carácter de los conflictos potenciales se define con base en los siguientes aspectos:
1) La totalidad de los conflictos tiene como común denominador los procesos de expansión
indígena y la percepción potencialmente conflictiva de lo que podrían significar los
procesos de ampliación o de clarificación de resguardos coloniales y republicanos.
2) La existencia de procesos organizativos consolidados permite mantener instancias de
negociación abiertas y frenar los repertorios de violencia física colectiva.
Tabla N° 4. Otros conflictos interétnicos en el Departamento del Cauca

44
Fuente: Base de datos de Incoder

45
Mapa N° 5. Predios afectados por conflictos en municipios del departamento del Cauca

Fuente: Incoder
Entre los factores que alimentan esta situación está en primer lugar el crecimiento de la
población indígena y campesina y el mantenimiento del monopolio de la propiedad de las
tierras fértiles en manos de grandes terratenientes, sobre todo en el Norte del Cauca. “De
acuerdo con el IGAC, en el Cauca las unidades menores a 5 hectáreas poseen solamente el
10.6% del total de hectáreas departamentales. De igual manera el mercado de tierras ha
producido que la propiedad con mejores condiciones para las actividades agropecuarias se
dedique al monocultivo o actividades propias del latifundio, mientras que el minifundio
compartido por campesinos, indígenas y afrodescendientes se encuentra ubicado en
territorios con bajos niveles de productividad.”45
Pero también existen otros factores. El reconocimiento de derechos territoriales a las
comunidades indígenas a partir de 1991, muchas veces mal manejado por la dirigencia
indígena, ha llevado a fuertes conflictos por el control de las administraciones municipales
y por las mismas ETIs. Un ejemplo paradigmático es lo que ocurre en el corregimiento de
Usenda en el municipio de Silvia, en donde se viene promoviendo la separación del
municipio y su anexión a Piendamó, por cuanto la población campesina de dicha región se
siente excluida del manejo de lo público dado que el control de la alcaldía lo ha tenido la
45
Instituto Geográfico Agustín Codazzi. “Informe de Gestión – 2013”, Bogotá D.C.

46
población indígena que es mayoritaria. Esa situación se repite en diversos municipios en
donde se presentan similares situaciones.
Por otro lado, otro factor de confrontación es el proceso de reconocimiento político y
cultural que las diversas poblaciones están viviendo como fruto de la construcción de
identidades propias. Hasta los años 90s no se reconocía al indígena, después se lo registró
en forma general, ahora los propios indígenas se diferencian entre nasas, misak, totoroes,
paniquitás, polindaras, coconucos, yanaconas, etc. Las comunidades afros y mestizas han
reaccionado y construyen consejos comunitarios y nuevas formas de organización para
defender sus territorios y consolidar procesos productivos. La legislación se ha quedado
corta. Los “decretos autonómicos” pretenden regular esa situación pero lo que se percibe
entre la población mestiza y afro es que se “legisla para los indios” y que no hay un
enfoque verdaderamente trans, multi y pluricultural.
Igualmente, las erradas actuaciones gubernamentales se convierten en otro factor de
conflicto. Por un lado, no se ha dado cumplimiento a los acuerdos con comunidades
movilizadas desde 1986 (movilización de La Salvajina), paro de Rosas en 1991, paro del
suroccidente colombiano en 1999, y las innumerables movilizaciones indígenas que
tomaron la dinámica de bloqueo de vías a partir de octubre de 1992. Pero también, cuando
el gobierno cumple, lo hace en forma errática aprobando adquisiciones de tierra para
comunidades indígenas en territorios donde la población es afrodescendiente o mestiza.
“Esta situación tiende a ser cada vez más problemática en la medida que el Estado no
dispone de un proceso sistemático de organización y de priorización para cumplir con todas
las obligaciones que la jurisprudencia multicultural produce. Por lo general toda esta
jurisprudencia se fragmenta en múltiples estamentos con poca coordinación entre sí
(Ministerio del Interior, agricultura, salud, educación, justicia, bienestar familiar, Incoder
entre muchos otros).”46
Otro factor a tener en cuenta es la debilidad organizativa del movimiento campesino
mestizo y afro. Mientras que el movimiento indígena –apoyándose en el manejo de los
derechos territoriales– ha avanzado en organización y capacidad de movilización, a pesar
de los conflictos internos que se han identificado en la primera parte de este artículo, las
comunidades campesinas y afrodescendientes no han logrado construir organizaciones
representativas fuertes, la politiquería y el clientelismo se mantienen entre esta población,
la dispersión es muy marcada, aunque en los últimos años se observa un proceso de
fortalecimiento de las organizaciones campesinas como la ANUC, el surgimiento y
sostenimiento de organizaciones dedicadas a la producción y comercialización del café
como la Cooperativa del Sur del Cauca COSURCA.
La propuesta de constituir reservas campesinas es otro factor de conflicto ya que –por
ejemplo– en la parte alta de municipios como Caloto, Corinto y Miranda, quedarían
superpuestas con territorio indígena. Esa figura se justifica en zonas de colonización en
donde los predios campesinos son sujetos de presión violenta o económica, pero no tienen
mucha aceptación entre los campesinos mestizos que observan con recelo esta propuesta
principalmente por las negativas experiencias que han tenido con la insurgencia, que de
alguna manera abandera esa reivindicación. La lucha por la autonomía de las
46
Duarte, Carlos. “Desencuentros territoriales: la emergencia de conflictos interétnicos e interculturales en el
departamento del Cauca”. http://medvedkino.wordpress.com/2013/05/21/desencuentros-territoriales-la-
emergencia-de-conflictos-interetnicos-e-interculturales-en-el-departamento-del-cauca/

47
organizaciones sociales frente al Estado, a los partidos políticos y a los actores armados,
surge como respuesta desde las bases sociales.
Mapa N° 6. Situaciones de conflicto interétnico en el Departamento del Cauca

Fuente: Incoder
2.8 Demografía 1980-2016
Tabla N° 5. Evolución de la población del Cauca 1980-2015

Área Poblacional 1980 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015

Población total 828.000, 1.268.830, 1.278.185, 1.287.746, 1.297.703, 1.308.183, 1.319.120, 1.330.756, 1.342.650, 1.354.733, 1.366.984, 1.379.169,

Tasa de crecimiento % - 34,74 0,74 0,75 0,77 0,81 0,84 0,88 0,89 0,9 0,9 0,89

Fuente: DANE

48
Tabla N° 6. Grupos étnicos 1980-2015

Información
2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015
Años 1980

Población 1.308.18
1.268.8301.278.1851.287.7461.297.703 1.319.1201.330.7561.342.6501.354.7331.366.9841.379.169
Total 828.000 3

104.328 281.259,
Indígena 272.798,4274.809,7276.865,3279.006,1 283.610,8286.112,5288.669,7291.267,5293.901,5 296.521,
3

Personas ROM 0, 0, 0, 0, 0, 0, 0, 0, 0, 0, 0, 0,

127.512 290.416,
Negro 281.680,2283.757,0285.879,6288.090,0 292.844,6295.427,8298.068,3300.750,7303.470,4 306.175,
6

Total Personas
con 571.675,
Pertenencia 231.840, 554.478,7558.566,8 562.745, 567.096,2 9
576.455,4581.540,3586.738,0592.018,3597.372,0 602.696,
Étnica

%
Participación
Frente a la 28,1 43,7 43,7 43,7 43,7 43,7 43,7 43,7 43,7 43,7 43,7 43,7
Población
Total

Fuente: DANE
Tabla N° 7. Población desplazada

Información 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014

Hogares 3.501 3.134 3.161 4.667 3.547 2.297 4.832 8.947 9.051 9.179
Declaración
Personas 11.307 13.177 13.348 17.821 13.283 7.794 16.114 26.505 27.247 25.948

Hogares 4.842 4.236 4.838 6.610 4.574 4.049 7.856 11.337 9.439 4.503
Expulsión
Personas 16.344 17.187 19.171 25.493 16.321 13.316 25.471 33.902 29.278 13.233

Hogares 3.965 3.423 3.491 5.031 3.317 2.528 5.655 8.772 7.416 3.917
Recepción
Personas 12.882 14.037 14.265 20.628 11.977 8.293 18.370 25.884 23.013 11.426

Fuente: DANE
En el tema de la población hemos destacado las tres tablas anteriores para relacionar
crecimiento de la población, diversidad étnica, desplazamiento forzado y migración entre
1980 y 2015. Las cifras de migración de caucanos hacia otras regiones nos sirve de
referente un dato extraído de las estadísticas de la ciudad de Cali en donde en el censo
poblacional de 2005 se encuentra que residen 195.720 migrantes provenientes del
departamento del Cauca, de los cuales 112.999 (57,6%) son mujeres y 82.721 (42,4%) son

49
hombres47. Sin embrago, dado que el impacto del conflicto armado en la Costa Pacífica y
los fenómenos asociados con la economía del narcotráfico en esa región, se considera que
la migración hacia Buenaventura, Popayán, Tumaco y otras regiones, ha sido considerable
en la última década. Mucha de esta población no se registra como desplazados forzados por
la violencia por lo que se considera que se hacen necesarios estudios más detallados que
relacionen todas las variables de crecimiento de la población, migración interna, migración
externa, desplazamiento por violencia o por otros fenómenos como la pobreza, por cuanto
las cifras a simple vista no coinciden. Entre 1980 y 2005 el crecimiento de la población fue
de 24,74%, lo que podría indicar que durante ese período de 25 años el departamento del
Cauca fue un gran receptor de población de otros departamentos mientras que entre el año
2000 (año en que se incrementa la guerra y confrontación entre comunidades, guerrillas y
fuerzas paramilitares) y el 2015, el incremento de la población no ha superado el 1% anual.
Esa situación se percibe claramente en las cifras de la población desplazada “expulsada” y
“recepcionada”, que desde 2005 hasta 2015 muestra los siguientes resultados:
Tabla N° 8. Diferencia entre población desplazada expulsada y recepcionada

Años 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014

Personas expulsadas 16.344 17.187 19.171 25.493 16.321 13.316 25.471 33.902 29.278 13.233

Personas
12.882 14.037 14.265 20.628 11.977 8.293 18.370 25.884 23.013 11.426
recepcionadas

Diferencia 3.462 3.150 4.906 4.865 4.344 5.023 7.101 8.018 6.265 1.807 48.941

Fuente: Elaboración propia


Estas cifras nos indican que el departamento del Cauca durante el período 2005-2015
presenta una diferencia total de 48.941 personas expulsadas frente a las recepcionadas de
otros departamentos, lo que nos indica, que el crecimiento poblacional deficitario está
relacionado con fenómenos de migración (forzada o no) que están por ser estudiados con
mayor detalle, identificando causas diversas, tipos de migración, y sus efectos sobre el
desarrollo de la región. Entre ellos deberá aparecer la gran cantidad de profesionales que
deciden emigrar en búsqueda de oportunidades de estudio superior (posgrados, maestrías,
doctorados, etc.) o de oportunidades laborales.
Actividades económicas y la existencia de dos modelos de desarrollo
Tabla N° 9. Valor agregado según actividad económica, a precios constantes (PC) y tasa de
crecimiento (TC), 2000 – 2009 (Miles de millones de pesos y %)
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009

ACTIVIDADES
ECONOMICAS PC PC TC PC TC PC TC PC TC PC TC PC TC PC TC PC TC PC TC

1. Cultivo de café 170 170 0,0 218 28,2 246 12,8 214 -13,0 272 27,1 253 -7,0 276 9,1 210 -23,9 172 -18,1

2. Cultivo de otros
productos agrícolas 216 303 40,3 302 -0,3 224 -25,8 220 -1,8 283 28,6 265 -6,4 301 13,6 262 -13,0 187 -28,6

47
DANE (2005). Censo Nacional Cali.

50
3. Producción
pecuaria y caza 119 125 5,0 132 5,6 118 -10,6 157 33,1 153 -2,5 175 14,4 163 -6,9 177 8,6 168 -5,1

4. Silvicultura,
extracción de
madera y conexas 71 53 -25,4 63 18,9 59 -6,3 76 28,8 90 18,4 91 1,1 84 -7,7 73 -13,1 80 9,6

5. Pesca y
relacionadas 2 2 0,0 4 100,0 5 25,0 5 0,0 6 20,0 7 16,7 7 0,0 8 14,3 8 0,0

6. Extracción de
carbón 0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0

7. Extracción de
petróleo crudo y de
gas natural 36 32 -11,1 35 9,4 21 -40,0 41 95,2 24 -41,5 24 0,0 24 0,0 26 8,3 26 0,0

8. Extracción de
minerales metálicos 16 25 56,3 16 -36,0 9 -43,8 7 -22,2 7 0,0 12 71,4 14 16,7 13 -7,1 38 192,3

9. Extracción
minerales no
metálicos 8 6 -25,0 6 0,0 9 50,0 6 -33,3 8 33,3 8 0,0 9 12,5 10 11,1 11 10,0

10-19. Alimentos,
bebidas y tabaco 271 226 -16,6 258 14,2 226 -12,4 305 35,0 288 -5,6 287 -0,3 280 -2,4 306 9,3 351 14,7

20-37. Resto de la
industria 315 414 31,4 420 1,4 447 6,4 586 31,1 546 -6,8 633 15,9 559 -11,7 596 6,6 714 19,8

38. Generación,
captación y
distribución de
energía eléctrica 75 77 2,7 78 1,3 82 5,1 91 11,0 111 22,0 113 1,8 117 3,5 119 1,7 122 2,5

39. Fabricación de
gas; 0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0

40. Captación y
distribución agua 8 8 0,0 8 0,0 8 0,0 29 262,5 30 3,4 32 6,7 33 3,1 36 9,1 38 5,6

41. Construcción de
edificaciones 82 63 -23,2 80 27,0 152 90,0 103 -32,2 70 -32,0 110 57,1 115 4,5 111 -3,5 122 9,9

42. Construcción
obras de ing. civil 56 80 42,9 101 26,3 79 -21,8 97 22,8 80 -17,5 92 15,0 104 13,0 80 -23,1 111 38,8

43. Comercio 131 133 1,5 138 3,8 143 3,6 138 -3,5 154 11,6 155 0,6 157 1,3 183 16,6 182 -0,5

44. Mant. yrepar.


de vehículos
automotores; 38 38 0,0 38 0,0 38 0,0 39 2,6 39 0,0 41 5,1 42 2,4 41 -2,4 40 -2,4

45. Hoteles,
restaurantes, bares
y similares 198 197 -0,5 198 0,5 210 6,1 230 9,5 241 4,8 259 7,5 278 7,3 289 4,0 295 2,1

46. Transporte por


vía terrestre 74 67 -9,5 69 3,0 91 31,9 89 -2,2 79 -11,2 91 15,2 95 4,4 96 1,1 96 0,0

47. Transporte por


vía acuática 0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0 5 0,0 0 -100,0 0 0,0 0 0,0 0 0,0

51
48. Transporte por
vía aérea 2 2 0,0 1 -50,0 1 0,0 1 0,0 2 100,0 3 50,0 2 -33,3 2 0,0 2 0,0

49. Actividades
complementarias
transporte 14 16 14,3 9 -43,8 13 44,4 12 -7,7 13 8,3 18 38,5 20 11,1 20 0,0 18 -10,0

50. Correo y
telecomunicaciones 80 89 11,3 98 10,1 104 6,1 122 17,3 145 18,9 183 26,2 219 19,7 235 7,3 228 -3,0

51. Intermediación
financiera 110 79 -28,2 95 20,3 101 6,3 108 6,9 110 1,9 118 7,3 124 5,1 129 4,0 136 5,4

52. Actividades
inmobiliarias y
alquiler de vivienda 129 132 2,3 133 0,8 134 0,8 138 3,0 142 2,9 146 2,8 152 4,1 158 3,9 163 3,2

53. Servicios a las


empresas excepto
servicios financier 227 242 6,6 329 36,0 388 17,9 446 14,9 529 18,6 489 -7,6 524 7,2 577 10,1 580 0,5

54. Administración
pública y defensa;
seguridad social de
afiliación obligator 374 354 -5,3 376 6,2 354 -5,9 388 9,6 404 4,1 424 5,0 459 8,3 427 -7,0 462 8,2

55. Educación de
mercado 33 59 78,8 70 18,6 76 8,6 57 -25,0 56 -1,8 61 8,9 71 16,4 79 11,3 85 7,6

56. Educación de
no mercado 297 339 14,1 271 -20,1 292 7,7 316 8,2 326 3,2 335 2,8 350 4,5 412 17,7 410 -0,5

57. Servicios
sociales y de salud
de mercado 75 77 2,7 82 6,5 91 11,0 96 5,5 108 12,5 112 3,7 145 29,5 139 -4,1 158 13,7

58. Actividades de
saneamiento ambie 7 7 0,0 7 0,0 7 0,0 9 28,6 8 -11,1 10 25,0 12 20,0 12 0,0 12 0,0

59. Actividades de
esparcimiento 88 83 -5,7 72 -13,3 70 -2,8 80 14,3 79 -1,3 80 1,3 84 5,0 90 7,1 80 -11,1

60. Otras
actividades de
servicios de no
mercado 9 11 22,2 9 -18,2 8 -11,1 9 12,5 9 0,0 11 22,2 14 27,3 14 0,0 16 14,3

61. Hogares
privados con
servicio doméstico 24 25 4,2 25 0,0 25 0,0 26 4,0 26 0,0 27 3,8 28 3,7 28 0,0 29 3,6

Subtotal Valor
Agregado 3.356 3.565 6,2 3.767 5,7 3.830 1,7 4.257 11,1 4.443 4,4 4.666 5,0 4.853 4,0 4.953 2,1 5.157 4,1

Impuestos 241 284 17,8 297 4,6 328 10,4 376 14,6 378 0,5 430 13,8 461 7,2 489 6,1 515 5,3

PIB Total
Departamental 3.600 3.850 6,9 4.066 5,6 4.158 2,3 4.632 11,4 4.821 4,1 5.096 5,7 5.314 4,3 5.443 2,4 5.672 4,2

284.76 289.53 296.78 308.41 324.86 340.15 362.93 387.98 401.74 407.57
PIB COLOMBIA 1 9 1,7 9 2,5 8 3,9 6 5,3 6 4,7 8 6,7 3 6,9 4 3,5 7 1,5

Fuente: Dane y elaboración propia

52
Tabla N° 10. Cifras Café de Departamento de Cauca a abril 30 de 2011.

Detalle Cantidad

Número de Cafeteros 93.899

Número de Fincas 121.874

Hectáreas de Café 78.235

Promedio Hectáreas por cafetero 2,75

Promedio de hectáreas de café por finca 0,80

Número de cafeteros con menos de una hectárea 69.946

Número de cafeteros con 1 a 5 hectáreas 23.433

Número de cafeteros con más de 5 hectáreas 520

Número de hectáreas Variedad Caturra 44.716

Número de hectáreas Variedad Colombia (incluida 22,722


la variedad Castillo)

Número de hectáreas Variedad Típica 10.797

Fuente SICA Comité Cauca, abril 30 de 2011-FNC


Tabla N° 11. Números de productores agropecuarios 2015 (estadísticas en elaboración)

Productores Cantidad Área aproximada en Has.

Cafeteros 93.899 78.235

Ganaderos (lecheros) 3765 135.000 (cabezas de ganado)

Paneleros 13.760 34.213

Productores de yuca para almidón 687 2.876

Fiqueros (cabuya) 676 1.324

Fruticultores (aguacate, tomate, fresa, mora, lulo, etc.) 1.435 7.897

Paperos 489 1.400

Piscicultores (trucha, cachama, carpa, otros) 432 -

53
Productores de flores 25 345

Silvicultores (contratistas de Smurfit Kappa) 70 13.250

Apicultores 120 -

Productores de cacao 576 1.324

Chontaduro 276 985

Plátano 4.450 13.246

Arroz 112 1.238

Maíz 1.560 4.342

Caña de Azúcar (zona norte) 1.342 47.450

Fuente: elaboración propia (Secretaria de Agricultura y Desarrollo Rural - Tángara48)


Tabla N° 12. Asociaciones de productores de café orgánico y de comercio justo

Nombre de la Asociación Número de Municipios Contenedores Exportados


productores Asociados (25 ton. de café
asociados pergamino) 2015

Cooperativa del Sur del Cauca 1.300 13 80

Federación Campesina del Cauca 450 6 25

Central Cooperativa Indígena 270 3 20

Coomecafé 230 2 18

Nuevo Futuro 180 6 15

Fuente: elaboración propia


Se han incluido únicamente 4 tablas sobre la actividad económica y agropecuaria del
departamento del Cauca, sobre el PIB (2001-2009), producción cafetera (2013), número de
productores agropecuarios y hectáreas cosechadas (2015) y lista de asociaciones y
cooperativas de caficultores que exportan café en forma independiente de la Federación de
Cafeteros usando la modalidad del Comercio Justo, con el fin de mostrar en forma general
algunos aspectos que quedan planteados en el documento para ser desarrollados en un
futuro.
Es importante precisar que realizar un análisis general de las cifras del departamento del
Cauca sin desagregar la región y sus particularidades; el tipo de productor y su
“racionalidad económica”; la clase de producto y su mercado cautivo y potencial; la
tecnología que utilizan los productores; y la historia de su proceso productivo, es una labor
que no tiene ningún sentido. Hacerlo con base en cifras totales no ofrece ninguna utilidad
48
Sistema de Información socioeconómica Tángara. Gobernación del Cauca. 2015

54
práctica y es un trabajo que no puede ofrecer un resultado que sirva para orientar o diseñar
políticas públicas. Hay que partir de que el departamento del Cauca, no tiene comparación
con otras regiones de Colombia. También, que la realidad de hoy en el aspecto productivo y
económico es muy diferente a la de antes de 1980, cuando la producción para el mercado
era mínima. En 35 años, el panorama es totalmente diferente. Debe insistirse en la
diversidad y complejidad de una región habitada por una población y unos productores que,
como lo refleja la estadística cafetera, cuenta con más de 93.000 caficultores, de los cuales,
más de 69.900 no cuentan con una parcela de una hectárea en producción. Situación similar
se presenta en casi todos los cultivos con la excepción de las plantaciones de caña de azúcar
en los municipios del Norte del Cauca. Además, las cifras de números de productores no se
pueden sumar unos con otros, debido a que en la mayoría de municipios de economía
campesina (micro, pequeña y mediana), un mismo productor es a la vez cafetero, panelero,
fruticultor, sus hijos jornalean “raspando coca”, trabajan en construcción o hacen “moto-
taxismo”, otros paralelamente negocian ganado o por temporadas van a cosechar café u
otros productos en otras regiones. Esa amalgama de actividades es la que les permite
sobrevivir. Mientras que en la zona norte del departamento el productor de caña de azúcar,
arroz o plátano, es un mono-cultivador. Por lo anterior es necesario identificar los dos
grandes modelos de desarrollo que están en pleno avance dentro del territorio, que no se
contraponen pero que para que se complementen se requiere de la intervención del Estado y
un trabajo muy sistemático de organización de los pequeños y medianos productores para
poder sostenerse, avanzar y consolidar su proceso productivo y de vida.
Los dos modelos de desarrollo que interactúan, se imbrican, se relacionan y tensionan, se
complementan y compiten, en la vida económica, social, política y cultural del
departamento del Cauca son:
1. El modelo de desarrollo que están construyendo las decenas de miles de familias de
pequeños y medianos productores del campo y de la ciudad, tanto en el sector
agropecuario como en otras áreas del emprendimiento artesanal, industrial, comercial,
servicios, transporte, cultura y otras áreas de la vida en general. Su particularidad es la
diversidad, la cooperación y colaboración organizada y no organizada, los recursos
económicos en manos de este sector de productores no es monopólico, aunque muchos
de ellos se relacionan con el gran capital nacional y extranjero de muchas formas. Este
modelo de desarrollo es un gran generador de empleo, aunque por la baja productividad
y rentabilidad de las inversiones, el empleo que crea es no formal y con bajos salarios y
condiciones laborales precarias.
2. El modelo de desarrollo que está en pleno avance en el Norte del Cauca, que tuvo sus
orígenes con la presencia del gran capital vinculado a la agro-industria cañera pero que a
partir de 1995 (Ley Páez), trajo a la región una gran cantidad de industrias
deslocalizadas del Valle del Cauca. Este modelo de desarrollo se basa fundamentalmente
en el gran capital tanto nacional como transnacional. Muchas de las empresas
industriales todavía actúan como economía de enclave, sus materias primas y otros
insumos son importados de otras regiones de Colombia o del mundo. Este modelo de
desarrollo en su núcleo industrial genera empleo formal, con mejores condiciones
laborales para los empleos de mayor contenido tecnológico, pero igualmente precario en
cuanto a condiciones laborales, dado que el gran capital busca la mayor rentabilidad de
la inversión con base en la mayor explotación de la mano de obra.

55
El desarrollo del departamento del Cauca tendrá que ver, indudablemente, con la forma
como los habitantes, productores, clase dirigente y las instituciones estatales y no
gubernamentales logren compaginar y relacionar creativamente estos dos modelos de
desarrollo que hoy tienen presencia en la región.

56
CAPÍTULO III
UN BALANCE PANORÁMICO DE LA REALIDAD CAUCANA 2016
Todo lo descrito y revisado en los dos capítulos anteriores configura el siguiente cuadro
económico productivo que es la base o referente para hacer el análisis de las variables que
afectan los ejes de desarrollo de la región.
1. Deficiente infraestructura vial. La única carretera óptima es la “panamericana”, que tiene
problemas entre las localidades de Timbío y El Bordo, para lo cual se ha proyectado la
construcción de la variante Timbío-El Estanquillo. El resto de las vías de los municipios
es bastante deficiente.
2. Graves problemas en la infraestructura energética. La empresa Centrales Eléctricas del
Cauca no participa de la generación de energía eléctrica dado que el Departamento y los
municipios de Popayán, Suárez y Morales vendieron su participación accionaria en La
Salvajina (EPSA) y las ocho (8) micro-centrales existentes están en muy mal estado y
tienen una baja generación de energía. En la actualidad el servicio de energía eléctrica es
operado por una empresa privada de capital extranjero, denominada Compañía
Energética de Occidente, que está realizando algunas inversiones en adecuación y
modernización de las líneas de transmisión y distribución, pero carga con el problema de
malas administraciones anteriores, deudas, pérdidas y fugas de energía, resistencia de las
comunidades, y por ello el valor del kilovatio/hora, con relación a otros departamentos
es un 20% más caro49.
3. Alto índice de desempleo. Popayán ocupa en la actualidad uno de los porcentajes más
altos de desempleo (13,7%) entre todas las capitales de departamento en Colombia, pero
es la constante en ciudades como Puerto Tejada, Santander de Quilichao, Piendamó o El
Bordo, lo que significa un mercado interno relativamente débil, que sólo es compensado
por la presencia de dineros de origen ilícito.
4. La inseguridad, fruto de diversos fenómenos de descomposición social como resultado
de los problemas arriba anotados, ha venido creciendo en la región, especialmente en los
centros urbanos, pero también se observa en las carreteras y en la zona rural, lo cual
desestimula la inversión en áreas productivas o de turismo, y aumenta los costos de
producción en seguridad y vigilancia.
5. Estado burocratizado, ineficiente y corrupción política-administrativa. Las diversas
circunstancias descritas han hecho del Estado – en todos los niveles territoriales,
alcaldías municipales, entes territoriales indígenas, Gobernación, entidades
descentralizadas –, el primer empleador del departamento con todas las distorsiones que
ello implica en cuanto a funcionamiento institucional, falta de disposición para
incentivar la empresa productiva, trabas burocráticas, y demás problemas aparejados a
una mentalidad que convierte al Estado en una propiedad patrimonial del dirigente o
grupo político predominante.
A pesar de todo lo anterior y en medio de esas dificultades, la realidad es que la economía
del departamento del Cauca ha venido creciendo y modernizándose –lentamente– en los
últimos 35 años, como lo reflejan las cifras del Departamento Nacional de Planeación.

Estudios realizados por el Ingeniero Eléctrico Hugo Oviedo de la Coordinadora de la Energía (Nota del
49

Autor).

57
Mientras que en 1990 el departamento aportaba el 1,48% al Producto Interno Bruto PIB y
ocupaba el puesto 19, en 2005 aporta 1,76%, ascendiendo tres lugares. De acuerdo a las
proyecciones el Cauca en 2010 aporta el 2,1% y ha ascendido al puesto 1550. Así mismo se
han mejorado una serie de indicadores de competitividad relacionados con la
diversificación de las exportaciones e importaciones, número de oficinas bancarias (por
cada 10.000 habitantes), cobertura de telefonía, energía, agua potable, alcantarillado,
cobertura de servicios de educación y salud, grupos de investigación tecnológica (por cada
10.000 habitantes), personal con maestría o doctorado en la industria, participación en la
inversión total de la industria en actividades de investigación y desarrollo, y otros
indicadores.51
Como se puede observar en el documento de referencia del DNP, las potencialidades
identificadas en el departamento se basan en tomar como base la economía agropecuaria
construida por las comunidades campesinas (café, panela, papa, frutas, sericultura, pequeña
ganadería de doble propósito y otros), promover la organización empresarial asociativa,
impulsar la apropiación de la cadena productiva en toda su integralidad – producción de
materias primas, transporte, procesamiento, comercialización de doble vía, generación de
servicios complementarios, investigación y desarrollo, financiación –, para lo cual el cuello
de botella o debilidad consiste en las limitaciones para acceder a los recursos de capital y
conseguir la capacidad empresarial suficiente. Ésta condición es indispensable para aliarse
con empresas nacionales o multinacionales en condiciones de no-subordinación, para lo
cual se requiere de una fuerte ayuda del Estado.
Sin embargo, en el contexto nacional, regional y mundial, la dinámica de los negocios, la
inversión capitalista trans-nacional y las políticas del Estado central – como el Plan
Nacional de Desarrollo –, indican que el Cauca está programado para darle prioridad a la
explotación minera (oro, carbón, petróleo) y la promoción de cultivos agro-forestales y
agro-combustibles (como caña de azúcar y palma aceitera para la producción de etanol y
bio-diésel), para lo cual existen inversiones en carreteras nacionales y troncales 52, y líneas
de financiación de la agro-industria y la gran minería, dejando a un lado la pequeña y
mediana producción agropecuaria campesina, que ante la entrada del Tratado de Libre
Comercio, se ha visto enfrentada a algunas amenazas como lo señaló en su momento el ex-
ministro de Agricultura Juan Camilo Restrepo Salazar53.
A manera de conclusión parcial se puede plantear:
1. Existe una base productiva débil y precaria construida por las comunidades campesinas
que requiere de una estrategia integral y el apoyo del Estado para convertirse en
empresas asociativas que se apoyen en sus ventajas competitivas para producir para el
mercado interno y externo.
2. Una empresa privada individual, al tener que enfrentar condiciones adversas en todos los
campos de la actividad productiva, comercial e institucional, corre el riesgo de ser
absorbida por la dinámica de las grandes empresas y monopolios privados nacionales y
50
Departamento Nacional de Planeación DNP. Dirección de Estudios Económicos. Indicadores de desarrollo
Regional, 2007, Bogotá. p. 11
51
Ídem., Óp. Cit.
52
Ídem., Óp. Cit.
53
Declaraciones concedidas a Caracol Radio, Canal Caracol y al periódico El Espectador el pasado 10 de
octubre de 2001, en el programa matutino de esa cadena radial. (Nota del Autor).

58
extranjeros, o de sobrevivir en condiciones muy difíciles para competir y progresar
sostenidamente.
3. Existen variables económicas que –a pesar de todo– pueden ser explotadas con base en
estudios puntuales de mercadeo, que tienen que ver con la existencia de una población
cada vez más numerosa en los centros urbanos pero que mantienen vínculos con sus
pequeñas explotaciones agropecuarias, una creciente mano de obra calificada que es
producida por las universidades públicas, privadas y otras instituciones educativas, un
mercado interno o regional que crece paulatinamente a medida que nuevas relaciones de
producción capitalista están surgiendo fruto de una acumulación de capital que está
avanzado de una manera lenta pero sostenida. Además, las inversiones de empresas
mineras trans-nacionales – si no generan desplazamiento y conflictividad que lleva al
despoblamiento del campo – puede contribuir con el desarrollo de la región.
Poderes dislocados, dispersos y en competencia
En el departamento del Cauca existen diversos tipos de poderes –económicos, políticos,
culturales, fácticos, legales e ilegales – que representan la diversidad étnica, cultural, social
y económica de la región, pero que se encuentran dislocados y en competencia permanente,
convirtiéndose, por un lado en un potencial, pero por otro, si no se generan las “sinergias”
necesarias, se corre el riesgo de que el proceso de desarticulación del departamento, no solo
continúe sino que se fortalezca y lleve a su disolución.
Ese proceso ya se había iniciado a finales del siglo XIX y principios del XX, durante y
después de la “guerra de los mil días”, cuando se protocolizó la derrota parcial de las elites
gran terratenientes caucanas y se desmembró el Gran Cauca 54. Hoy, las diversas regiones
responden a dinámicas económicas y políticas extraterritoriales: El Norte del Cauca tiene
más vínculos con Cali y el Valle del Cauca que con Popayán y el resto del departamento.
Lo mismo sucede con los municipios del Oriente con muchas cercanías con el Huila; el Sur
con Nariño; la Bota Caucana con Putumayo; y la Costa Pacífica con Buenaventura, Tumaco
y el Ecuador.
Es la debilidad institucional de un Estado –que al igual que en la Nación– no ha terminado
de consolidarse, y con la aplicación de las políticas neoliberales de las últimas cuatro (4)
décadas, la situación en vez de mejorar ha empeorado. Subsisten en términos generales los
siguientes poderes:
 Multi y transnacionales, como Smurfit Kappa (Cartón Colombia), Unión Fenosa (EPSA)
y últimamente Anglo Gold Ashanti (Carboandes y otros nombres).
 Poderes económicos legales nacionales y/o regionales que influyen fuertemente en la
región: ASOCAÑA, que agrupa a los poderosos ingenios azucareros y la Federación
Nacional de Cafeteros de Colombia.
 Poderes económicos y militares nacionales y/regionales de carácter ilegal que permean
toda la vida del departamento: guerrilla (FARC, ELN), grupos paramilitares y bandas
criminales (Bacrim), además de otras organizaciones delincuenciales paralelas. Con el
proceso de paz en pleno desarrollo este tipo de factores negativos pueden desaparecer en
54
El Gran Cauca era una provincia que agrupaba los actuales departamentos del pacífico colombiano,
incluyendo Antioquia, el Eje Cafetero, Valle, Nariño, Chocó, Caquetá, Putumayo y la Amazonia. (Nota del
Autor).

59
poco tiempo, aunque existe el peligro de que algunas de las fuerzas guerrilleras
degeneren en grupos armados delincuenciales.
 Poderes políticos, sociales y culturales que, desde el movimiento social y otras
influencias de carácter político, actúan al margen o en competencia con la
institucionalidad (organizaciones indígenas, campesinas, afrodescendientes de diverso
tipo, carácter y tamaño, formales e informales) que en algunos casos practican una
directa y franca resistencia y desobediencia civil al poder instituido.
 Poderes formales de la institucionalidad (ejército y fuerzas militares, gobierno nacional,
gobernación, alcaldías, cabildos indígenas, juntas de acción comunal, sindicatos,
iglesias, etc.), que cuentan con algunas herramientas legales, presupuestales y – sobre
todo de coerción – pero que, de una manera compleja, no cuentan con la legitimidad
política real a pesar de que en cada elección pareciera que los pueblos y comunidades les
dieran su aprobación. Es una situación que sólo se puede entender a partir de la
reconstrucción histórica en la que se insiste en este ensayo.
Un fenómeno que refleja la realidad del Cauca y de una parte de Colombia
Lo que ocurrió entre 2007 y 2008 con las llamadas “pirámides” (captadores ilegales de
dinero como DMG y DRFE) en Colombia ha puesto en evidencia las graves
contradicciones que están explotando al interior de un régimen político y económico que
está en permanente crisis y reciclaje.
Se puede afirmar que un hijo “no reconocido” del proceso de organización narco-
paramilitar que operó en el sur de Colombia, se le creció al establecimiento. Cuando el
“hijo descarriado”, o sea, los creadores de las captadoras ilegales de dinero o “pirámides”
empezaron a tocar intereses del Estado y de la banca oficial, y quisieron reclamar sus
derechos y participar en los ambientes familiares oficiales, su padre putativo (el presidente
Uribe y el establecimiento), declararon la “emergencia económica, jurídica y social” para
sacarlos por la puerta de atrás.
Es absolutamente paradójico lo que ocurrió en aquella ocasión (noviembre de 2008) y es un
reflejo de lo que ocurre en el Departamento del Cauca. Amplios sectores de la población
más pobre y más atrasada de este país, ilusionados con los brillos del enriquecimiento
“rápido, fácil y efectivo” que ofrece la economía ilegal, oficialistas en su gran mayoría,
desnudaron – sin querer y masivamente – la verdadera cara de un sistema que se aprovecha
de la economía “ilegal” del narcotráfico, pero cuando ésta fortalece poderes “no
controlables”, rápidamente los “ilegaliza” y reprime.
Lo que se puede observar analizando éste fenómeno que impactó a toda la región y en
especial a departamentos como Nariño, Putumayo y Cauca es que cambios imperceptibles
se acumulan hasta generar verdaderos terremotos. Es importante explicarse cómo es que
aparece ese mercado negro o paralelo de tipo especulativo (sistema “para-financiero”).
Confluyen, según nuestro criterio, entre otras, las siguientes situaciones, que le dan vida a
las “para-financieras” (llamadas “pirámides”) que contribuyen con su rápido desarrollo que
las llevó a adquirir unas dimensiones casi increíbles:
a) Mayor democratización de los recursos monetarios que genera la economía del
narcotráfico;
b) Crisis profunda de la economía campesina;
60
c) Complicidad y connivencia del gobierno, y
d) Incapacidad del sistema financiero oficial de absorber esos recursos.
Es evidente que, en las últimas dos décadas, las estructuras económicas y operativas de los
grandes carteles que sobrevivieron entrelazados con los grupos de paramilitares (cartel del
norte del Valle, Medellín, Pereira y de la Costa Atlántica) sufrieron un fuerte
resquebrajamiento. Las divisiones y enfrentamientos por el control del territorio y del
mercado, le han facilitado al gobierno dar de baja o apresar a la mayoría de sus principales
“capos”. Las entregas concertadas de algunos jefes de la mafia haciéndose pasar como
comandantes de “autodefensas” también afectaron el control de esas estructuras, sobre
todo, en las regiones más alejadas de los centros de control mafioso.
Paralelamente, la ofensiva contra la guerrilla de las FARC, las fumigaciones y campañas de
erradicación de cultivos en algunas zonas del sur y oriente colombiano, obligaron a los
narcotraficantes a incentivar la producción y el procesamiento de hoja de coca en regiones
de economía campesina como Nariño, algunas zonas del Putumayo y Caquetá, sur del
Huila y Cauca.
Para poder ser operativos en ese nuevo panorama aparecieron pequeños carteles con un
funcionamiento más flexible. Estos “cartelitos” no pueden sostener los grandes aparatos
armados. Los mandos medios de los carteles crean nuevas estructuras regionales
apoyándose en pobladores locales, irrigando con mayores recursos monetarios las
economías de esa región para poder garantizar la provisión de insumos, el movimiento de la
mercancía (base de cocaína y cocaína procesada), el pago de sobornos a las autoridades
locales y mandos militares, y demás incentivos necesarios para que esa economía ilegal
funcione.
Es claro que sobreviven en la región grupos emergentes de paramilitares (Bacrim.) pero es
indiscutible que su comportamiento ha cambiado. Paulatinamente su papel contrainsurgente
se ha ido transformando frente al debilitamiento de los frentes de las FARC. Ello explica
ciertas alianzas territoriales con sectores de la guerrilla que se lucran de la economía del
narcotráfico y que coyunturalmente no están interesados en el enfrentamiento.
Además, la actitud del ejército –sobre todo en el corredor del pacífico caucano y nariñense–
ha sido complaciente ante el avance de los cultivos de coca y del narcotráfico, muy
posiblemente como parte de una estrategia territorial de los grandes inversionistas
interesados en descomponer a las comunidades afros e indígenas de la región y copar – más
adelante – esa región con cultivos de palma aceitera y otros planes de expansión minera.
Esa táctica de los narcotraficantes ha terminado por “democratizar” algunos de los recursos
que genera la economía del narcotráfico, de tal forma que a sectores de la población que
antes recibían mínimos ingresos por labores de cosecha de la hoja de coca (“raspachines”)
y/o procesamiento básico, les empezaron a llegar recursos por participación en otras
labores: comercio y transporte de insumos, intermediación de procesos, y en general, mayor
participación en el negocio del procesamiento.
Dicha situación se hace visible en los mercados, fiestas y actividades sociales de la
población de la región, a pesar del impacto de la crisis de la economía campesina,
principalmente de la cafetera, ocasionada por los altos costos de los insumos, baja

61
producción por efecto del prolongado invierno, escasez de mano de obra y volatilidad de
los precios.
En regiones como el Putumayo, en donde amplios sectores de la población fueron
cooptados para implementar la estrategia de expulsión territorial de las FARC, el gobierno
y las fuerzas militares ha mantenido un comportamiento connivente con diversos
fenómenos de economía ilegal. En los centros económicos más importantes de esa región
(Mocoa, Puerto Leguízamo, Puerto Asís, Villa Garzón, etc.) es precisamente donde nacen
las primeras empresas “parafinancieras”, en cuya fundación participan desde paramilitares
y narcotraficantes hasta autoridades y políticos locales, policías y miembros del ejército,
medianos comerciantes, y diversas clases de gente que había logrado amasar importantes
fortunas surgidas en la economía ilegal, de la producción y comercialización de cocaína.
Esa es la causa de que el gobierno de ese momento (Uribe) no haya actuado, eran hijos de
su propio proyecto.
Más adelante, como ya todos lo conocemos, dichas “empresas” logran captar recursos y
voluntades de amplios sectores de la población hasta el punto que se constituyen en
verdaderos emporios financieros y comerciales. Toman como centro de operación regiones
como el Putumayo y Nariño, se amplían hacia otros departamentos, e incluso, como el caso
de la “comercializadora” DMG, se traslada a la capital de la república, montando un
negocio que incluye venta de tarjetas prepago, comercio de bienes y servicios, operación de
canales de televisión y venta de publicidad, compitiendo con los bancos legales con base en
una estrategia bien montada a partir del asesoramiento de primer nivel por parte de
reconocidos juristas y asesores comerciales.
El surgimiento de ese mercado financiero especulativo paralelo al sistema financiero oficial
o legal, tiene su explicación económica. Los bancos e instituciones financieras oficiales no
podían drenar esos recursos de origen ilegal. Desde la década de los años 90 del siglo
pasado, ante el poderío y avance de las mafias narcotraficantes, los gobiernos se vieron
obligados a establecer una serie de requisitos y controles para impedir que los capitales de
la mafia penetraran masivamente la banca legal. Pero, además, por efecto de la
liberalización del mercado de capitales, ese sector económico quedó en manos de unos
pocos grupos monopólicos nacionales que en alianza con empresas transnacionales se
vienen lucrando groseramente de uno de los regímenes de intermediación financiera más
oneroso y gravoso del mundo.
Por ello muchos analistas interpretan que la aparición de las pirámides fue una reacción
lógica, y un rechazo explícito, a ese sistema financiero ineficiente, caro y rapaz. Y por esa
misma razón, la percepción que tienen los “inversionistas” de las pirámides, es que el
gobierno finalmente intervino contra las “parafinancieras” en defensa de sus verdaderos
patrones: los dueños del sistema financiero.
Situación actual
Para nadie es un secreto que hoy el Cauca enfrenta una verdadera ofensiva del gran capital
nacional e internacional a todos los niveles.55 El Plan de Desarrollo Nacional (2015-2018)

55
Esa ofensiva avanza en lo territorial, agroindustria, gran minería, apropiación de recursos hídricos y
biodiversidad, comercio, vías para la globalización, investigación y desarrollo, cooptación del espacio
universitario y otras áreas. La administración departamental es una herramienta más en esa ofensiva, no tiene
muchos recursos pero cumple un importante papel político e ideológico. (Nota del Autor).

62
refleja esa realidad. Allí está consignada la visión predominante del actual gobierno que se
puede definir como la profundización del modelo de desarrollo dependiente, que otorga
inmejorables condiciones a los consorcios transnacionales, y adecua las instituciones
gubernamentales para dar amplias garantías a los inversionistas extranjeros y a los grupos
monopólicos nacionales. Ese modelo ha sido implementado en el norte del Cauca con la
Ley Páez desde 1995, y pretende ser continuado con las nuevas “zonas francas”.56
Los grandes ausentes en ese modelo de desarrollo son los pequeños y medianos productores
del campo y de la ciudad que hoy son la gran mayoría de la población caucana. De esa
producción viven los transportadores, comerciantes y una gran cantidad de intermediarios
de la región. ¿Qué nos ofrece ese Plan a los caucanos? ¿Está el gobierno en la dirección de
ofrecerle apoyo, por ejemplo, a los productores, transportadores y distribuidores de leche
para convertirse en empresarios y poder competir frente a los grandes monopolios? A los
pequeños y medianos ganaderos, a los abastecedores y comerciantes de la carne… ¿les
ofrece el Plan algún tipo de apoyo para ser socios de los frigoríficos que se van a establecer
en la región?
¿Contempla este Plan algún proyecto de gran impacto para que los 93.000 pequeños y
medianos caficultores caucanos puedan organizarse en una gran empresa que aborde el
tema de la transformación y procesamiento del café de excelente calidad que se produce en
la región? ¿Acaso no es cierto que de cada 100 pesos que obtienen de ganancia las grandes
compañías comercializadoras y tostadoras de café como la Starbucks, Nestlé y otras, al
productor colombiano sólo le llegan escasos 6 pesos?57 ¿Cómo se piensa enfrentar tal
situación?
Lo que se puede apreciar es que los grandes proyectos mineros y agropecuarios de carácter
exportador son la prioridad. Siguiendo el “modelo malayo” 58 se pretende convertir a la
mayoría de la población en asalariados frágiles, en donde lo predominante es la economía
informal, el desempleo, los contratos temporales en condiciones de precariedad laboral, y
en general, la sobreexplotación de la mano de obra que es lo único que le interesa al gran
capital. Es posible que algunos pequeños productores, muy pocos, sean tenidos en cuenta
como proveedores de materias primas y de servicios (encadenamientos productivos) por
algunas industrias que requieren procesamiento. Pero ello va a ser la excepción y no la
regla general.
La ofensiva está en plena marcha. El gobierno departamental habla de productividad,
competitividad y conectividad, pero en términos de la gran producción. Los grandes
proyectos como la doble calzada Popayán-Cali, la variante Timbío-El Estanquillo, y demás
“vías de la globalización”, están pensados para operar ese modelo. Las carreteras de los
campesinos no aparecen en esos planes, y mucho menos cualquier tipo de apoyo para sus
procesos productivos.

56
El País, 10 abril 2008. “La inclusión de más de un centenar de empresas de la Ley Páez, al nuevo régimen
de zonas francas creará un nuevo eje industrial Valle-Cauca, que favorecerá no sólo el empleo y la
producción, sino el desarrollo de una región social inestable y de bajo nivel de inversión pública. De esta
manera definió Rodrigo Velasco Lloreda, gerente de la ANDI Valle, las perspectivas de negocios de las
factorías y parques manufactureros que entrarán a operar pronto como zonas francas.” (Nota del Autor).
57
Cifras aproximadas y calculadas con base en información publicadas por FEDECAFÉ. (Nota del Autor).
58
Robledo, Jorge Enrique. Intervención en el senado con ocasión del debate sobre Carimagua.
www.polodemocrático.net

63
Se hace necesario que la población en general contribuya con el diseño de una estrategia en
defensa y apoyo de la economía “campesina”59 y de la producción de los pequeños y
medianos empresarios60 que son los que producen café, caña panelera, ganadería de doble
propósito (leche y carne), sericultura, almidón de yuca, papa, chontaduro, frutas y muchos
otros productos de gran importancia económica para la región. Los pequeños y medianos
productores han demostrado que con apoyo estatal o con cooperación internacional, pueden
fortalecer sus procesos productivos, organizarse empresarialmente y sobrevivir como
productores independientes. De ello hay numerosos ejemplos en el país y algunas
experiencias importantes en la región.61
Para contribuir con el diseño de esa estrategia es importante determinar quién “manda”
realmente en ésta región. Por ello, en este escrito trataremos de entender la evolución de la
clase dominante del Cauca, analizar el comportamiento de la clase política que representa
sus intereses, y determinar los verdaderos actores que tras bambalinas dirigen “el
desarrollo” en el departamento del Cauca.
Una mirada histórico-política reciente
La vieja aristocracia payanesa gran terrateniente que dominó en el Cauca desde la época
colonial sufrió desde principios del siglo XX una creciente disminución de su poder
económico y político en el contexto nacional, por efecto, principalmente del desarrollo
capitalista dependiente que impulsó, primero, el colonialismo inglés y, después, el imperio
norteamericano. En el norte del Cauca, desde finales del siglo XIX, la rebelión de los
esclavos negros y las luchas protagonizadas por las comunidades afrocolombianas acabaron
por destruir una economía esclavista que estaba ligada a los terratenientes payaneses.62 Allí,
alrededor del Valle del río Palo se desarrolló una economía campesina fuerte y poderosa
que sobrevivió hasta la mitad del siglo XX.63 Esa economía fue destruida por los grandes
terratenientes y la burguesía vallecaucana, que expropiaron por diversos medios a los
campesinos negros, se apoderaron de sus tierras para desarrollar una economía capitalista
moderna basada en la agroindustria de la caña de azúcar, destruyendo el tejido social de la
comunidades con todas las consecuencias de descomposición social, desplazamiento,
violencia y pobreza que hoy tenemos.64

59
En el concepto de economía campesina está incluida la economía agropecuaria, artesanal, pequeña minería
y otras, de comunidades mestizas, indígenas y negras que se ha construido por largos años y con mucho
esfuerzo por labriegos caucanos y familias provenientes de otras regiones como del Huila, Nariño, Caquetá,
Tolima y el Valle. (Nota del Autor)
60
Los pequeños y medianos empresarios agrícolas son la gran mayoría de los socios de los gremios como la
SAC y FEDEGAN del Cauca. Estos gremios están dirigidos por personas que representan los intereses de los
grandes empresarios del país, pero no representan a sus bases sociales y productivas. (Nota del Autor)
61
A nivel nacional un ejemplo es Colanta (Cooperativa antioqueña de productores de leche), pero existen
muchos otros. En la región, COSURCA, empresa asociativa de pequeños caficultores es un modelo a seguir.
(Nota del Autor)
62
Taussig, Michael (Mateo Mina). “Esclavitud y libertad en el Valle del río Cauca”. Editorial Fundación
Rosca de Investigación y Acción Social, Bogotá, 1975. Julio y Sergio Arboleda eran dueños de 5 grandes
haciendas que ocupaban más del 70% de lo que hoy son los municipios del norte del Cauca. (Nota del Autor)
63
Esta economía campesina negra fue tan poderosa que se necesitó la fundación de Puerto Tejada y Puerto
Mallarino (hoy un barrio de Cali) para la exportación vía Buenaventura de grandes cantidades de cacao y
otros productos agropecuarios. Esas fincas tradicionales tenían café, cacao, tabaco, ganado, frutas y productos
de pancoger y han sido reconocidas por los investigadores como una “agricultura de bosque”, agroecológica y
democrática, excepcional en América Latina. (Nota del Autor)

64
La clase terrateniente de Popayán trató de mantener en el resto del departamento un modo
de producción atrasado fundado en la explotación de la mano de obra indígena,
afrodescendiente y mestiza sometida a diversas formas de servidumbre (terraje, aparecería,
medianía, semi-esclavitud), sobre la base de mantener la propiedad territorial latifundista.
Para hacerlo utilizaron a su antojo el poder del Estado en forma despótica, excluyente y
clientelista.
A pesar de sus esfuerzos, el golpe de gracia se lo ocasionaron los pueblos indígenas que a
partir de los años 60 del siglo XX retomaron la lucha contra el terraje y por la recuperación
de sus territorios ancestrales, lo cual estimuló también a algunos sectores campesinos
(mestizos y afros) que consiguieron la parcelación de algunas haciendas. Esa pérdida
territorial hizo que la clase terrateniente se refugiara en el poder especulativo de sus rentas
monetarias, acumuladas a lo largo de siglos, y a recurrir con mayor desfachatez y
arbitrariedad al aprovechamiento abusivo del patrimonio estatal. Lo anterior explica, en
gran medida, el odio visceral que los herederos de esa clase terrateniente le tienen al
movimiento indígena.
El terremoto de Popayán (1983) puso en evidencia la crisis económica en que estaba
sumida esa vieja aristocracia caucana y fue así como muchas familias tradicionales de
Popayán se vincularon al Valle o viajaron a otras latitudes. Otras familias se quedaron en la
región, refugiándose principalmente en la economía especulativa (Banco del Estado y
otros), y por, sobre todo, en la burocracia estatal.
A pesar de su derrota económica, esta clase aristocrática caucana se mantuvo en el poder, y
se ha reciclado políticamente. En ese proceso de reconversión se ha alimentado de
representantes de sectores sociales medios subordinados a su poder (profesionales,
empleados, comerciantes, transportadores, campesinos ricos y medianos productores
agropecuarios, etc.), que gracias a su mentalidad servil han logrado hacer parte de la
dirigencia de los partidos tradicionales. Estos partidos, con contadas excepciones en el
tiempo y en el espacio, han monopolizado el aparato gubernamental fortaleciendo su poder
clientelista en los municipios y en el departamento.
La clase política tradicional liberal-conservadora, surgida de ese proceso de
reacomodamiento de los herederos de la vieja clase terrateniente, además de vivir de la
corrupción administrativa, burocratismo, despilfarro, politiquería, ha demostrado su
incapacidad e ineptitud para proyectar y construir un modelo de desarrollo que le ofrezca
bienestar y progreso al pueblo y a la sociedad caucana. Sin embargo, cabe preguntarse…
¿cómo ha sido ese proceso de sobrevivencia política de esa clase dominante?
Es bueno recordar que a finales de los años 60 y principios de los 70 quien dominaba la
política caucana era Víctor Mosquera Chaux, principal gamonal 65 del partido liberal. Mario
S. Vivas era su émulo en el partido conservador, pero en lo fundamental, ambos defendían
los intereses de la clase gran terrateniente. Sus principales contendores eran personas como
Omar Henry Velasco, Olid Larrarte y otras personalidades de origen “gaitanista”, quienes
militaron también en el Movimiento Revolucionario Liberal que propuso temporalmente
64
Puerto Tejada está considerada como una de las ciudades más violentas del país, con índices muy bajos en
desarrollo social y económico. (Nota del Autor)
65
Según Jorge Orlando Melo fue el mismo Simón Bolívar quien primero utilizó el término “gamonal” en
1830 para referirse a algunos políticos neogranadinos afectos a la dictadura del presidente Urdaneta. Ver:
Caciques y Gamonales, perfil político. Revista Credencial Historia Nº 104, agosto de 1998. (Nota del Autor)

65
Alfonso López Michelsen. A nivel regional constituyeron la “Izquierda Liberal”, de la cual
hacían parte la mayoría de dirigentes campesinos mestizos, indígenas y negros, y activistas
populares de los pequeños centros urbanos. Este sector liberal independiente es cooptado
por el oficialismo liberal en los años siguientes.
El frente nacional (1962-1978) le sirvió a la clase política tradicional de la región para
mantener y fortalecer su poder clientelista, ubicando diversos cuadros políticos en el
gobierno central. En este período aparecen los nuevos gamonales liberales y conservadores
que remplazaron a los “caciques” de antigua tradición. Durante ese período los
lugartenientes de Mosquera Chaux se posicionaron en las subregiones caucanas que él
mismo les había asignado: Humberto Peláez en el norte del Cauca; Aurelio Iragorri
Hormaza en el centro y occidente; Guillermo Alberto Gonzales Mosquera en el sur y la
Costa Pacífica, y Edgar Papamija en la zona indígena y oriente.
En la década de los 80, después del terremoto, los problemas para las clases dominantes de
la región se agudizan. El pueblo guambiano se moviliza con mayor fuerza por la tierra,
explota el conflicto de La Salvajina, y se acrecienta la avalancha de protestas y paros
cívicos. A nivel nacional la lucha por reivindicaciones sociales y por mayor democracia
amenazaba con el poder oligárquico. Es la década de los acuerdos de Paz de Belisario
Betancur con las FARC y los años de auge del M-19. En ese marco se aprueba la reforma
política que puso en operación la elección popular de alcaldes a partir de 1988.
La clase política del norte del Cauca desde mediados de la década de los años 80
presionaba de una u otra forma a los políticos de Popayán. En esa dinámica le ceden la
gobernación a César Tulio Vergara Mendoza (85-86) pero ello no solucionó los problemas.
En el norte del Cauca habían surgido nuevos liderazgos liberales representados por
dirigentes de comunidades negras66 y algunos políticos de Santander de Quilichao que ya
no aceptaban la dirección de Humberto Peláez. A pesar de que las condiciones estaban
dadas para que se consolidara una dirigencia propia de la región, no surgió un liderazgo
autónomo e independiente, y, por tanto, se dieron las condiciones para la injerencia de la
clase política vallecaucana.
Ese vacío político que se presenta en el norte del Cauca coincide con la elección popular de
alcaldes y la clase política del Valle del Cauca aprovecha la ocasión. Aurelio Iragorri es
quien reacciona más rápidamente e inicia un proceso de alianzas con los políticos y
empresarios vallecaucanos. Luis Fernando Londoño Capurro –director ejecutivo de
ASOCAÑA– era entonces el mayor elector de ese departamento y en acuerdo con Iragorri
fueron posteriormente presidentes del Congreso de la República, como fruto de esa alianza
política.
La crisis política en el Cauca era tan evidente que en pocos años pasaron por la gobernación
personajes como César Negret Mosquera (87-88), Fernando Iragorri Cajiao (89), Jesús
Ignacio García Valencia (90), Harold Libardo Paz Ospina (unos meses de 1991) y Juan
Carlos López Castrillón (agosto-diciembre 1991). En ese período de tiempo se realizan las
marchas de La Salvajina (1984-86), las movilizaciones en el sur y la bota caucana hasta
llegar al bloqueo de Rosas del CIMA (1991), múltiples tomas de tierra por parte de

66
Entre otros se destacaron en ese momento Faraón Angola, Eugenio Gómez, Miguel Gómez Carabalí,
Harold y Raúl Charrupí. (Nota del Autor).

66
campesinos e indígenas, numerosos paros cívicos en los municipios y varios paros del
magisterio y del sector salud.
En ese ambiente se aprueba la nueva constitución de 1991 y entra a operar la elección
popular de gobernadores. Es elegido Temístocles Ortega, político de provincia
(Mercaderes) de la cuerda iragorrista, quien ante el desgaste de los partidos tradicionales
intenta construir su propio proyecto político. El fracaso de ese proyecto en 1994, le permite
a Iragorri retomar el control del gobierno departamental con Rodrigo Cerón Valencia
(1995-1997), quien llega con el apoyo de Asocaña y la dirigencia tradicional del Valle y del
Cauca.
Durante este período la clase empresarial y política del Valle entra a jugar fuertemente en la
política caucana ante la debilidad de la dirigencia tradicional de este departamento. Ellos
son los que imponen sus condiciones en la negociación de EPSA67 y son los que diseñan la
Ley Páez (Ley 218 de 1995) dirigida supuestamente a beneficiar a las comunidades
afectadas por la avalancha del río Páez, pero que terminó siendo utilizada principalmente
por los empresarios vallecaucanos que por entonces sufrían una fuerte crisis en el sector
azucarero.
Cerón Valencia, quien es elegido con grandes contribuciones de Asocaña, se había
comprometido a través de Centrales Eléctricas del Cauca CEDELCA a invertir los 28.000
millones de pesos que le correspondieron al departamento del Cauca en la negociación de
La Salvajina para construir tres (3) subestaciones eléctricas de gran capacidad para el
proceso de reconversión de los ingenios azucareros. El proyecto era producir energía
eléctrica para vender a Ecuador y Perú aprovechando sus calderas térmicas. El segundo
compromiso era entregar el monopolio de la producción de alcohol, liquidando la Industria
Licorera del Cauca, para lo cual ya estaba el montaje de la fábrica de Padilla que después se
intentó convertir en un gran trapiche panelero. Todos esos planes fracasaron ante la
movilización campesina y popular que derrotó de plano a Iragorri y a Cerón. Hoy la
reconversión de esa industria azucarera ya se ha realizado, está en la línea de la producción
de agro-combustibles contando con inmensos subsidios por parte del gobierno.68
En 1997, por primera vez, los sectores populares y alternativos del Cauca dan el primer
campanazo de alerta consiguiendo una importante votación con un candidato desconocido
(Bernardo Ordoñez, liberal de Caloto) pero no logran llegar al gobierno. En ese año es
elegido César Negret, quien ante el desprestigio de los políticos tradicionales trata de
diferenciarse de ellos. A pesar de que durante su gobierno manejó los recursos de EPSA
($28 mil millones del departamento y $47 mil millones de la CRC), dejó en bancarrota al
departamento y no logró detener la avalancha popular que se venía acumulando durante
toda la década de los 90. Dicho acumulado se expresó en las elecciones de octubre de 2000
en donde se elige por primera vez un dirigente indígena como gobernador de un
departamento, el “Taita” Floro Alberto Tunubalá Paja.

67
Aplicación del decreto 1275 de 1995 como parte de la transformación del sector ambiental (Ley 99 de
1993). Liquida la CVC y crea la Empresa de Energía del Pacífico (proceso de privatización de la Salvajina).
(Nota del Autor)
68
Robledo, Jorge Enrique. Los agro-combustibles aumentan el hambre de los pobres. Bogotá, 1 abril de 2008.
“Robledo censuró en el debate que este gobierno haya embarcado al país en un negocio como el del etanol,
que demanda subsidios del Estado del orden de los 220 millones de dólares al año”.
www.polodemocratico.net (Nota del Autor)

67
Desgraciadamente la dirigencia del Bloque Social Alternativo no logró interpretar el
momento político. En vez de apoyarse en el pueblo movilizado para enfrentar el problema
fiscal del departamento, se dejó arrinconar por el Ministerio de Hacienda, los bancos y la
clase empresarial vallecaucana, que aprovecha el escenario para profundizar su control
consiguiendo más concesiones del gobierno de Floro Tunubalá. Se le aprueban exenciones
de impuestos para la pavimentación del anillo vial de Santander de Quilichao a Miranda, y
se le entrega a sus agentes empresariales el manejo de la hacienda departamental.
Después del ejercicio de gobierno de Floro Tunubalá, la clase política tradicional consigue
nuevamente recuperar directamente el control del gobierno departamental, en cuya
administración se hace más evidente la alianza con los capitalistas vallecaucanos, y se
produce el completo alineamiento con el gobierno nacional. Juan José Chaux Mosquera, a
pesar de su lema del “derecho a la diferencia” impulsa la política de Uribe en todos los
terrenos –incluyendo su alianza criminal con el paramilitarismo y la mafia–, y en especial,
acentúa la criminalización y represión del movimiento indígena.
Es así como la debilitada clase oligárquica caucana, en medio de su crisis económica,
política, cultural y moral, para sostenerse en el poder ha tenido que subastar y entregar las
riquezas naturales, biodiversidad, patrimonio productivo y fuerza de trabajo, al mejor
postor capitalista (grandes monopolios nacionales coaligados con las transnacionales), y ha
puesto todo el aparato estatal, institucional, e incluso gremial, al servicio de esa entrega,
como lo hace a través de la CRC, Comfacauca, de las instituciones cafeteras, y en general,
aplica la política neoliberal haciéndole groseras y absurdas adaptaciones locales y
regionales.
Es importante entender que es tal el grado de descomposición moral a que llegó esa clase
política caucana que no tuvo escrúpulos para aliarse con el narcotráfico y el
paramilitarismo.69 El senador Juan Carlos Martínez Sinisterra, llamado “el hombre del
maletín” en el ambiente político electoral, se convirtió en el suroccidente colombiano en el
peso pesado de la financiación de las campañas, consiguiendo consolidar su poder regional
con la elección de gobernadores en el Valle del Cauca (Juan Carlos Abadía y Héctor Fabio
Useche) y del exgobernador del Cauca (Guillermo Alberto González Mosquera). En ese
período de gobierno controló el sector salud, colocando en la secretaría de salud y las
Empresas Sociales del Estado ESEs a sus principales fichas para manejar la contratación
con EPS y proveedores de medicamentos. Amplía así su poder en gran parte del
departamento del Cauca, ya que controla varios municipios del norte y el pacífico, y tiene
presencia en algunos municipios del sur. Hoy lo sigue haciendo desde la cárcel.
Es así como se han entrelazado los vestigios de una aristocracia venida a menos, los
rezagos de una clase latifundista reaccionaria, la realidad de una burguesía burocrática
descompuesta, los esbozos de una clase capitalista comercial, industrial y financiera en
formación (que se nutre también de la economía ilegal), con la presencia de grandes
inversiones de capitales monopolistas nacionales y trasnacionales que son en este momento
los factores dominantes al interior de ese bloque de poder.
Hoy –año 2017– las fuerzas políticas herederas de los grandes terratenientes venidos a
menos, se mantienen en el poder. Ahora quieren utilizar el proceso de paz para seguir

69
Desde 1988 ya existían en el norte del Cauca fuerzas paramilitares que fueron las que en 1991 ejecutaron
las masacres de la hacienda del Nilo (1991) y años después la del Naya (2001). (Nota del Autor)

68
engañando y eternizarse en el control del Estado, especialmente de la burocracia y la
contratación, que es lo único que saben hacer. Pero nuevas fuerzas sociales y políticas
surgen –imperceptible y calladamente– para construir un nuevo futuro para las
comunidades y habitantes de esta diversa y rica región. Ya se expresarán.

ANEXO A LA PRIMERA PARTE

ORO BENDITO, CAPITALISMO MALDITO70


“¡Oro!, ¡oro maravilloso, brillante, precioso!

Artículo publicado en mayo de 2014 en diversos medios de comunicación digital como Rebelion.org,
70

Alainet, Semanario Virtual de Viva La Ciudadanía, Aporrea.org, Proclama del Cauca, y otros.

69
Un poco de él puede volver lo blanco, negro; lo feo, hermoso;
lo falso, verdadero; lo bajo; noble; lo viejo, joven; lo cobarde, valiente…”
William Shakespeare
Doce mineros murieron aplastados por cientos de toneladas de tierra, barro y piedras en la
madrugada del 1° de mayo – Día Internacional de los Trabajadores – en la mina de oro
“Agua Limpia” de San Antonio, en Santander de Quilichao, al Norte del Cauca. Los diarios
y emisoras lo noticiaron, los políticos pontificaron, las autoridades anunciaron medidas,
todo el mundo se lamenta, muy pocos hacen algo. Es una tragedia social y ambiental.
Son héroes anónimos de una cruel y soterrada guerra global que se desarrolla en los centros
financieros de Frankfurt y Nueva York. El valor del oro aumenta a medida que cae la
confianza en el dólar. La fiebre del oro ha vuelto a invadir al mundo, en especial a América
Latina. Los capitales fluyen, la maquinaria se mueve, el soborno aparece, el crimen se
disfraza, el trabajo se hace esclavo, el sueño y la realidad se juntan. Es una maldición.
La demanda mundial de materias primas y metales preciosos ha aumentado drásticamente.
Las cantidades extraídas se han multiplicado en forma exponencial [1]. Los precios de
muchos de estos productos han subido a niveles inéditos. El oro es utilizado en teléfonos,
computadores y toda clase de aparatos de alta tecnología. Países con una inmensa población
– como China, India, Brasil y México – han dado el salto de países en desarrollo a países
emergentes, con lo cual una gigantesca cantidad de personas tiene ahora acceso a mercados
y productos de todo el mundo. Es la globalización neoliberal en toda su dimensión y
consecuencias trágicas para la humanidad.
Paralelo al auge mundial de los precios de las materias primas, durante la década de los
años 90s del siglo XX se produjo otra transformación importante en el panorama
empresarial: la mayoría de las empresas mineras estatales fueron privatizadas, mientras que
las compañías privadas se fueron fusionando en corporaciones transnacionales cada vez
más grandes. Debido a su posición monopólica, estas enormes corporaciones pueden
determinar las cantidades extraídas de los distintos metales y participar en la fijación de
precios. El poder de estas mega-corporaciones crece cada vez más, mientras que las
opciones para controlarlas son muy limitadas.
Una brutal guerra económica por el control de las materias primas se desarrolla en
Colombia, Centroamérica, Perú, Sudáfrica, Indonesia y demás países de la periferia. Es
muy diferente en las minas a “cielo abierto” más grandes del mundo, como en Boddington
y Kalgoorlie, Australia, o en Goldstrike, en los Condados de Eureka y Elko, Nevada,
EE.UU. Allí la muerte está disfrazada de progreso. La naturaleza es la que sufre. No hay
dolientes humanos directos pero la fiebre y la tragedia es la misma. El capital se impone y
arrasa extensos territorios y ecosistemas.
Oro y dinero, dos formas de la misma necesidad. Desde el minero hasta el cura párroco se
ven involucrados en el mismo torbellino que fluye a través del comerciante de gasolina, el
proveedor de repuestos de maquinaria, el vendedor de todo tipo de mercancías al por
mayor, al detal y ambulante, los dueños de bares y cantinas, proxenetas y prostitutas,
desplazados y víctimas del conflicto, soldados, policías, guerrilleros y paramilitares, que
acuden presurosos donde se mueve el vil metal, tras la ganancia y la ilusión. Es una trampa.

70
Al igual de lo sucedido con la economía del narcotráfico hay gente que no se siente aludida.
“Eso es economía ilegal”, dicen, pero en el fondo saben que ese dinero fluye por las
intrincadas arterias de la economía capitalista. Al menos un 25 por ciento del lavado de
activos en Colombia se hace a través de la minería ilegal. Es oro y dinero que mágicamente
salta de las manos y bolsillos del más humilde minero hasta los más ricos y poderosos
bancos y centros financieros del mundo desarrollado. Es una conexión indisoluble.
Los indígenas del Norte del Cauca están dentro de los pocos seres que tratan de detener esa
avalancha de horror que inunda sus territorios y que no saben cómo detener. Sin embargo,
la estrategia de las mafias que se mueven detrás del negocio se lo ha impedido. Ya ha
habido refriegas entre comuneros que intentan alejar ese monstruo de la minería de sus
territorios y proletarios desplazados de todos los confines de la región que han llegado
atraídos por la necesidad de sobrevivencia. Es un enfrentamiento heroico pero inútil.
Los grandes empresarios dueños de las retroexcavadoras tienen experiencia y saben cómo
ganarse a las comunidades vecinas y desplazadas. La estrategia es sencilla: alimentan la
ilusión de riqueza y garantizan el rebusque. Mueven inmensas masas de tierra excavando
las entrañas de una naturaleza que guarda – para su desgracia – miles de onzas del preciado
metal. Dejan trabajar “libremente” en horas y sitios “donde no estorben”. Y así consiguen
el respaldo de gentes que no tienen empleo o que en otros trabajos obtienen mucho menos
de lo que consiguen “lavando oro”. Esos desheredados de la tierra, por unos días, creen ser
dueños de un territorio y lo defienden a muerte. Allí cavan su tumba y muchos lo saben.
Los esfuerzos indígenas son auténticos, dignos de admirar y de apoyar. Pero su lucha en
defensa de la naturaleza y el territorio no sobrepasa el nivel de resistencia. Mientras no sean
abolidas, las condiciones económicas y políticas que generan toda economía “ilegal”, que
no sólo es la minería sino también la de la coca, marihuana y demás formas de explotación
de los recursos naturales y fuerza de trabajo, el problema va a crecer. Mientras las grandes
mafias que gobiernan a Colombia estén detrás de esas economías, tragedias como las que
observamos van a repetirse. Mientras el capital como “trabajo muerto se imponga sobre el
trabajo vivo”, no habrá salida. Es evidente.
Las autoridades locales saben que existen leyes para detener esa industria criminal. Pero
tienen atadas sus manos frente a una dinámica nacional e internacional que impone su
lógica depredadora. Hoy detienen una retroexcavadora, mañana aparecen dos. Hoy
sancionan un “empresario” ilegal, mañana le llega el permiso de un juez o una autoridad
ambiental. La productividad y la capacidad de corrupción son infinitas. Y si no es por la vía
legal, la fuerza impone sus condiciones violentas. El secretario de gobierno de Santander de
Quilichao, quien valientemente se opuso a la minería ilegal, tuvo que salir de la región por
amenazas de muerte. El gobierno nacional reacciona momentáneamente cuando se presenta
una tragedia, ahora demagógicamente declararon la “emergencia social y ambiental” [2],
pero una vez pasa el escándalo los agentes ilegales vuelven a imponer su regla: la ley del
dinero y la violencia.
El problema de la minería en Colombia es de marca mayor. Lo estudia entre otros, Luis
Jorge Garay, al frente de un calificado equipo de investigadores, apoyados y financiados
por la Contraloría General de la República que produjo dos volúmenes: “Minería en
Colombia: Derechos, políticas públicas y gobernanza” (abril, 2013) y “Minería en
Colombia: Institucionalidad y territorio, paradojas y conflictos” (noviembre, 2013). [3]

71
Garay plantea que el proceso de globalización neoliberal ha llevado a una “tensión entre
des-territorialización y re-territorialización en unas fronteras y unos espacios de poder cada
vez más porosos bajo Estados con soberanías más relativas y ambiguas”. “Un mundo
consecuente con la reproducción de amplios espacios desgobernados sin que haya un
verdadero Estado soberano transnacional que los pueda gobernar y resultante, entre otros
factores, del modelo de desregulación y liberalización de los mercados y de la privatización
de amplios ámbitos de la actividad que ha caracterizado la etapa actual de globalización: la
globalización neoliberal”. Es la soberanía política llevada a su mínima expresión.
Este planteamiento coincide con el concepto de “acumulación por desposesión” elaborado
por el geógrafo teórico y marxista David Harvey. El término define los cambios
neoliberales producidos en el mundo desde los años 70s del siglo pasado (XX) hasta la
actualidad y que siguen cuatro prácticas: la privatización, la financiarización, la gestión y
manipulación de las crisis y, las redistribuciones estatales de la renta. Es la base de una
oleada de inversiones capitalistas interesadas en nuevos mercados, tierra, minería, fuentes
de agua y biodiversidad, y todo lo que signifique renta y ganancia. Es el infierno neoliberal.
No es casual entonces, que durante los 8 años de gobierno de Álvaro Uribe se aprobaran
más de 4.200 licencias y contratos mineros para explorar y explotar 8,53 millones de
hectáreas del territorio nacional [4]. Mientras que entre 1990 y 2002 se aprobaron 2.000
licencias para un cubrimiento de 1,2 millones de hectáreas, en el gobierno de Uribe esa
cifra se sextuplicó. No es coincidencia que hoy en el Cauca estén regadas por el territorio y
en pleno uso ilegal más de 400 retro-excavadoras en municipios como Santander de
Quilichao, Caloto, Buenos Aires, Suárez, El Tambo, La Sierra, Argelia, Sucre, Patía,
Bolívar, Argelia, Timbiquí, López de Micay y Guapi, destruyendo ríos y montañas,
descomponiendo comunidades rurales afros, indígenas y mestizas, imponiendo su lógica de
explotación capitalista controlada por grupos armados ilegales y mafias nacionales y
globales.
El Cauca posee 3’090.000 hectáreas de las cuales hasta agosto de 2.011, se encontraban en
proceso de concesión 813 solicitudes que abarcan un territorio de 1.623.000 hectáreas, es
decir, más del 55% del departamento. Empresas como Anglo Gold Ashanti, Carboandes,
Gran Tierra Energy, y otras, exploran gran parte del territorio caucano en busca de
minerales y petróleo. Paralelamente los mineros “ilegales” realizan explotaciones en
diversos municipios. La combinación calculada entre la exploración legal de las zonas
concesionadas en el Cauca, la ofensiva de la minería ilegal de mediana escala y la
negligencia y complicidad de las autoridades nacionales, que son las que tienen la fuerza
pública y la potestad para actuar, genera grandes sospechas. Algo oscuro está en la sombra.
Casos como el ocurrido en Santander de Quilichao, con su inventario de muertos y heridos,
descomposición económica, social y cultural, quiebra de la precaria institucionalidad
democrática, desconocimiento de fuerzas sociales organizadas, presencia de paramilitares,
bandas delincuenciales, guerrilla y fuerzas militares oficiales descompuestas, ilustran bien
una estrategia imperial capitalista de proporciones inimaginables hasta hace poco tiempo,
dirigidas a profundizar un modelo de despojo que ha sido la constante en los siglos
precedentes de conquista y colonización del territorio americano. El desorden y el caos
creado por la minería “ilegal” pareciera estar preparando condiciones para que el Estado
justifique la “formalización de la gran minería a cielo abierto” por la vía de entregar

72
amplias zonas a las empresas transnacionales para que “desarrollen una minería legal y
ambientalmente sostenible”. Es la estrategia utilizada en África con excelentes resultados.
Garay nos ofrece pistas. “El proceso actual de titularización de bienes agrícolas y recursos
naturales en los mercados mundiales de capitales, la adquisición masiva de tierras, el
licenciamiento extensivo del subsuelo para la explotación de recursos naturales no
renovables, la implantación de modalidades para la mercantilización del uso de la tierra
como el derecho real de superficie (DRS) y la apertura a la inversión extranjera, y
acaparamiento del uso del suelo y subsuelo, y/o de la propiedad de tierras en países en
desarrollo, por parte de capitales extranjeros y nacionales poderosos, productivos y
financieros, es uno de los rasgos distintivos de la etapa contemporánea de la globalización
neoliberal” (Garay, 2013).
Además podemos inferir de esos estudios que en Colombia ha avanzado un “proceso de
captura y reconfiguración cooptada de instituciones del Estado por parte de empresas
transnacionales y/o domésticas-legales, grises (que actúan entre la legalidad y la ilegalidad)
o abiertamente ilegales como en el caso de la minería criminal. La proliferación de
múltiples exenciones, deducciones y tratamientos preferenciales “a la medida” de empresas
mineras en la administración del régimen tributario colombiano insinuarían la presencia de
procesos de captura y reconfiguración institucional” (Garay y Salcedo-Albarán, 2012).
En una perspectiva internacional, diferentes estudios demuestran que la minería como
actividad económica contribuye con el desarrollo y la acumulación de riqueza en los países
desarrollados. Allí las grandes compañías mineras utilizan la más avanzada tecnología, son
obligadas a mitigar los efectos ambientales y a respetar las normas laborales, y pagan
impuestos relativamente altos en comparación con lo que pagan en los países dependientes
y en la periferia capitalista.
Al contrario, en países de África, América Latina y Asia, los gobiernos subordinados al
Banco Mundial BM y al Fondo Monetario Internacional FMI entregan sus riquezas a la
explotación de corporaciones transnacionales que desconocen toda norma ambiental, pagan
bajos salarios a los trabajadores apoyándose en la desregulación de las normas laborales,
pagan bajos impuestos, tienen una serie de exenciones tributarias y corrompen a las
autoridades que les permiten toda clase de arbitrariedades. Y eso, cuando no están
financiando guerras tribales y regionales.
En estos países “en desarrollo”, la minería legal e ilegal se ha convertido en una verdadera
maldición. “La maldición de Midas”. Las regiones mineras – como sucede en Colombia –
están entre las menos desarrolladas, tienen los mayores niveles de pobreza, violencia,
descomposición social y deterioro del ambiente. La débil institucionalidad estatal queda
subordinada al poder de las grandes empresas transnacionales, mafias locales, regionales y
nacionales, que no respetan leyes nacionales que a veces cumplen preceptos internacionales
pero que se quedan en el papel.
Construir fuertes movimientos democráticos que recuperen la soberanía política de manos
de la oligarquía entreguista – como han hecho los pueblos de Venezuela, Bolivia y Ecuador
–, es un primer paso para en verdad “formalizar” la producción minera y extractiva,
recuperar el control de los recursos naturales, re-negociar contratos, reajustar impuestos,
hacer cumplir las normas ambientales y proteger los ecosistemas, garantizar autonomía en

73
sus territorios a comunidades indígenas y afros, y usar los recaudos estatales para financiar
un verdadero desarrollo integral.
Sin embargo los trabajadores debemos aspirar a más. La crisis ambiental y energética del
mundo construido alrededor de la química del petróleo y el consumismo desaforado de
mercancías desechables nos obliga a luchar contra la esencia crematística del capitalismo.
La idolatría al oro (dinero) debe terminar si queremos mantener la especie humana sobre la
tierra. Tenemos que escoger entre el “brillante corruptor” descrito magistralmente por
Shakespeare, y la frágil naturaleza terrestre en la cual la vida humana es sólo una minúscula
– nada indispensable – parte de ella.
Notas:
[1] Como consecuencia del creciente consumo de materias primas, las inversiones en
exploración minera han crecido en forma vertiginosa en los últimos años. En el año 2009,
los gastos totales para trabajos de exploración de metales no ferrosos en todo el mundo
ascendieron a USD 7,32 mil millones, y si se les suma el uranio se llega a USD 7,98 mil
millones. Ver: La Minería en los Países en Desarrollo - Desafíos y Propuestas de Acción -.
Misereor.
[2] Ver: http://www.cauca.gov.co/gestion/1737-declarada-emergencia-social-y-ambiental-
en-el-cauca-por-problemas-en-la-explotacion-minera
[3] Volumen 1:
http://www.contraloriagen.gov.co/documents/10136/182119332/Libro_mineria_sep3_2013
.pdf/65bf77a0-8b0b-430a-9726-dad0e72639c6; Volumen 2:
http://www.contraloriagen.gov.co/documents/10136/182119332/MineriaEnColombia-
Vol2.pdf/6cc33e0c-29e9-4a65-8561-1215fa8d07a0
[4] Guillermo Rudas y Camila Osorio Avendaño. “El legado minero de Uribe” La Silla
Vacía.

SEGUNDA PARTE: UNA MIRADA DEL CAUCA “DESDE ABAJO” Y CON EL


CORAZÓN

HISTORIAS, RELATOS Y CUENTOS

74
LOS NATIVOS, LOS TRAÍDOS Y LOS SURGIDOS

El departamento del Cauca (Colombia, Suramérica) es un laboratorio de lucha social y


política. En los últimos 50 años se han desarrollado diversas fases y ciclos de un
movimiento social y político que poco a poco se va consolidando. Luchas visibles y
calladas, perceptibles e imperceptibles, superficiales y profundas. Experiencias
organizativas de diverso tipo se han acumulado en el tiempo. Alzamientos, movilizaciones,
marchas, motines y protestas callejeras. Ejercicios de gobierno local y regional.
Recuperación de territorio, pero también esfuerzos de toda clase por rescatar formas de
economía propia y culturas ancestrales.
Al calor de estas luchas – desde diversas disciplinas, enfoques teóricos y metodologías – se
han realizado todo tipo de estudios e investigaciones desde las universidades y otros
ámbitos culturales. Mucha gente importante ha venido a conocer nuestra historia, nuestro
ambiente y nuestras gentes. Las comunidades indígenas han sido las más reconocidas y
estudiadas, pero últimamente los pueblos afrodescendientes y comunidades campesinas
mestizas han empezado a ser objeto de investigación. Aprender de esa rica experiencia nos
permite mejorar nuestra práctica actual y aportar a la construcción de una verdadera gran
Colombia y de una Patria Grande Latinoamericana con identidad propia, avizorando un
mejor futuro para nuestros pueblos. Tenemos avances y retrocesos que son referentes a
evaluar, valorar y asimilar.
La compleja diversidad étnica y social de la gente caucana – que en teoría es una riqueza
potencial –, ha sido desde siempre manipulada y utilizada por los invasores españoles y sus
herederos para dividir y enfrentar a los pueblos y comunidades. Esa diversidad ha sido
convertida en obstáculo para el avance y el desarrollo de una personalidad social
verdaderamente popular. Las causas y circunstancias son muchas, pero el aspecto principal
es la ausencia de una democracia participativa, la permanencia de un poder excluyente y
opresor. “No nos han dejado ser lo que somos” decía un dirigente social. El menosprecio
por el pueblo por parte de una clase dominante con mentalidad colonial se manifiesta en
diversas formas de exclusión y discriminación racial, social, política y cultural. Es la base
institucional de una existencia inequitativa e injusta que nos degrada y anula.
Una población supremamente heterogénea se encuentra en este espacio de 56.000 kms². El
territorio que ocupa es igualmente diverso. En una geografía que va desde el océano
pacífico subiendo por las selvas del Chocó bio-geográfico hasta alcanzar las crestas de las
cordilleras occidental y central, se dejan atrás los valles de los ríos Patía y Cauca, uno que
va al sur y el otro al norte, como queriendo desgarrar el territorio. Pero todo está centrado
en el majestuoso Macizo Colombiano, gran productor de agua y biodiversidad, mirando
para los cuatro puntos cardinales y diciéndonos que todo puede estar en nuestras manos si
reconocemos, defendemos y preservamos lo nuestro.
En ese territorio habitamos los caucanos, compuestos por pueblos nativos – originarios – de
diversas etnias (Misak, Nasas, Kokonucos, Totoróes, Epidaras, Polindaras, Ingas, Kamsas,
Paniquitás, “Yanaconas”, y los “residuos” mestizados de muchas otras comunidades) que
constituyen sociedades en resistencia y en desarrollo. Están ubicados en las montañas de la
cordillera central y occidental, y algunos núcleos dispersos en la Costa Pacífica y la Bota
Caucana.

75
También aparecen los pueblos traídos, afrodescendientes y yanaconas. Los unos, múltiples
en su procedencia africana, los otros, diversos en su origen sureño del Perú y actual
Ecuador. Tanto las comunidades afro como los descendientes yanaconas se han ido
diferenciando en su proceso de asentamiento regional. Las comunidades negras tienen
cuatro centros de cohesión: La cuenca del río Cauca, la Costa Pacífica, el Valle del Patía e
Itaibe en Tierradentro. Así mismo, los pueblos “yanaconas” están ubicados en siete
municipios del Macizo Colombiano, cuentan con Cabildos en Cali y Popayán, y todos ellos
están en proceso de auto-reconocimiento y construcción de identidad.
Al lado de los anteriores identificamos a los pueblos germinados o nacidos, constituidos por
los campesinos mestizos de todos los colores que se fueron formando en un proceso que
tuvo como eje central el Valle de Pubenza y sus alrededores. La mayoría tiene en el
mestizaje yanacona su principio genético. En Popayán fueron creciendo en inmediaciones
de la ciudad, desmembrándose de los pueblos de indios que se organizaron en localidades
como Yanaconas, Pueblillo, Puelenje, Cajete, Julumito, Samanga, Poblazón y otros
asentamientos. Más adelante fueron resultado del mestizaje que se fue formando en las
encomiendas que los españoles organizaron paulatinamente en cercanías a los
establecimientos mineros. Otros pobladores caucanos de hoy han llegado en múltiples y
continuas migraciones internas y externas. Alrededor de Popayán y de la carretera
panamericana habita la mayor proporción de población mestiza de ascendencia yanacona.
También existen núcleos poblacionales de raíces “paisas” en el norte del Cauca (Corinto,
Caloto, Miranda), El Tambo (Playarrica, Costanueva, Huisitó), y múltiples migraciones
nariñenses, huilenses y de otros departamentos. Esta población mestiza ha resistido en
forma callada, aparentemente resignada, con oleadas de explosiones periódicas que se han
constituido en verdaderos levantamientos sociales, como las marchas de La Salvajina
(1984-86), el Paro de Rosas (1991), y la movilización del Suroccidente colombiano (1999).
Finalmente, quedan los “blancos”. Rescoldos de las castas castellanas, andaluzas y
aragonesas dominantes en la época colonial. La mayor parte de estas familias se trasladaron
y asentaron en Cali después de la oleada o avalancha indígena que recuperó las mejores
tierras de las zonas y valles de montaña como el Valle de Las Papas, Paletará, Coconuco,
Malvazá, Guambía y Caldono, así como muchas haciendas de los alrededores de Popayán.
Todo este proceso coincidió con el terremoto que destruyó Popayán en 1983 que aceleró la
“diáspora” de los residuos de una aristocracia payanesa que venía en decadencia desde
principios del siglo XX.
Le sobrevive en la región una racionalidad aristocrática clasista que se expresa entre
sectores subordinados de las elites mestizas. Es lo que en este libro se define y describe
como “espíritu cortesano”. Se expresa de dos maneras: por un lado, la actitud acomodaticia
de quienes labran su ascenso social de manera conformista, aceptando la dictadura de
quienes han puesto al Estado a su servicio patrimonial; y por otro, una minoría que asume
el camino de la “indocilidad anarquista”, que ha hecho de Popayán – al igual que Buga o
Pamplona – un centro de aparición de una intelectualidad rebelde, que se manifiesta
mediante el arte, la crítica política, el ambientalismo, la medicina alternativa y muchas otras
formas de protesta soterrada y poco ostensible. Ésta rebeldía ha contado con momentos de
auge y brillantez pero no ha logrado superar obstáculos ideológicos y culturales que han
sido insalvables barreras que les han impedido encontrar una ligazón con el movimiento
social.

76
A pesar de lo particular que podría parecer, el Cauca es un reflejo de la Nación colombiana.
Es un sustancioso “sancocho” al que le falta un hervor: no termina de cocinarse. Pero hoy,
se dan todas las condiciones para que esa gran diversidad encuentre puntos de coincidencia.
El fuego para fundir todas las etnias, culturas y mestizajes – sin anular sus particularidades
–, es la necesidad de defender los recursos naturales amenazados por la voracidad
capitalista transnacional. El soporte de ese movimiento es una progresiva economía y
producción parcelaria construida durante los últimos 30 años y una juventud legataria de
toda esa tradición de lucha que ya está mostrando señales de compenetración e
identificación con su pasado histórico. La mano del cocinero que mueve el “revuelto” –
evitando que se pegue en el fondo y se queme– es la conciencia social que ha surgido
durante siglos de resistencia, que tarde que temprano va a darle forma a un proyecto
político que consolidará una nueva hegemonía social y política en la región.
Cada sector étnico cultural –indio, afro, mestizo, blanco –; cada clase social (trabajadores,
campesinos, empresarios y sectores medios e intelectualidad citadina); así sean originarios,
nativos, traídos, surgidos o allegados, están aportando su granito de arena a la construcción
de esa identidad caucana. De paso ayudan a materializar nuestra nacionalidad colombiana
que, es a la vez, parte de nuestro ser “indo-afro-euro-americano”.
En ese proceso se potenciará lo mejor de nuestro pueblo. Las tres raíces tendrán que ser
reconocidas y explotadas al máximo. La indo-americana, la afro-antillana y la euro-ibérico-
española. No se puede negar ni menospreciar ninguna de ellas. Sólo así, el “sancocho”
podrá estar a punto, conseguir su sabor ideal y generar un gusto especial que será la esencia
de nuevas luchas y conquistas de alto valor ético colectivo y vital.
Si los pueblos caucanos colocan por delante los objetivos comunes y subordinan los
intereses particulares – sin necesidad de negarlos –, van a poder dar un salto cualitativo de
gran envergadura. En todo proceso de vida – de acuerdo a Hegel - se presentan tres tipos de
negaciones dialécticas que se retroalimentan en su desarrollo creativo. En el Cauca la
primera negación fue consumada durante la conquista depredadora y esclavista que intentó
acabar con las culturas e identidades de las comunidades nativas, traídas y surgidas. En
gran medida lo consiguieron, imponiendo parcialmente su cultura, religión y lengua. Sin
embargo, la resistencia de los pueblos mantuvo en lo más profundo de las conciencias
colectivas y del alma popular elementos de su cosmovisión, lenguas, usos y costumbres.
La segunda negación está en pleno desarrollo. Ha consistido en que los pueblos y
comunidades se niegan a aceptar esa generalización impersonal construida por siglos de
opresión y persecución del “ser propio”. Los españoles y encomenderos sabían de la
importancia de destruir la identidad de cada pueblo y comunidad. Hasta hace muy poco
tiempo éramos “indios” o “negros”, sin mayor substancia. Ni siquiera se reconocía al
mestizo. Ahora han aflorado las identidades particulares. “Soy un indio Nasa a mucho
orgullo” me decía mi amigo Manuel Santos Poto Mestizo cuando lo conocí. Y de esa
forma, desde los años 70 y 80 del siglo XX cada cual se reconoce como yanacona, misak,
polindara, kokonuco, o como afro-patiano, de Guachené, Quilcacé, Galíndez, Villarrica o
de la Costa Pacífica. La segunda negación en lo fundamental está materializada. Se derrotó
la invisibilidad de los pueblos que había sido impuesta por una clase oligárquica
terrateniente de mentalidad esclavista que hoy ya no existe. Cada pueblo o etnia se ha
venido afirmando y reconociendo.

77
Se requiere, por tanto, la tercera negación. Ésta tercera negación es el encuentro de esas
identidades diversas en el ser regional caucano. Es una concurrencia de nuevo tipo, en
libertad y en creatividad. Los fundadores del CRIC la habían previsto cuando decían
“somos colombianos, somos campesinos y somos indios”, pero la dinámica de las luchas
sociales y políticas, la intolerancia de las clases dominantes y la interferencia de otros
factores no controlables (violencia política, narcotráfico, incidencia de las clases
dominantes del Valle del Cauca, y otras), no hicieron posible que durante estos 40 años sus
sueños se hicieran realidad.
Éste re-encuentro de los pueblos y comunidades indo-americanas, afro-antillanas y euro-
españolas no es un fenómeno particular del Cauca. Se ha venido desplegando en toda
América Latina. En cada región los condimentos son los mismos aunque el sabor en unas
regiones tiene más de africano, en otras lo originario indígena se impone, o en algunas la
herencia europea se nota con mayor fuerza. Sin embargo lo indo-afro-euro-americano, que
algunos llaman “latinoamericano” o “ibero-americano” va constituyéndose en un referente
de identidad que debemos hacer más consciente, visible y valioso para nosotros mismos y
para el mundo.
Muchas gentes de otros continentes miran con esperanzas para esta región. Nuestro
despertar colectivo que hoy se hace visible con las luchas de los pueblos bolivianos,
peruanos y ecuatorianos, con la resistencia de los mapuches y nasas, con la riqueza cultural
de los brasileiros, con la permanencia de la resistencia acallada y reprimida de los pueblos
indígenas de Centroamérica, encabezada por los chiapanecos, y en fin con la multiplicidad
de fenómenos sociales, políticos y culturales de esta rica región del mundo, son un aliciente
para millones de personas que buscan – con ansias y anhelos escondidos – señales y
senderos de un mundo mejor, vivible y esperanzador.
Este sencillo y modesto escrito que hoy entrego a las gentes de esta región y a quienes
quieran saber de nosotros, tiene como principal objetivo ayudar en esa tarea de auto-
reconocernos, unirnos en nuestra diversidad y potenciar nuestras mejores cualidades
concentrándolas en una fuerza socio-cultural que es el principal soporte de una nueva
Hegemonía Social Popular. Esa hegemonía de los “de abajo” es necesaria y fundamental
para afrontar los grandes retos que hoy tiene la humanidad por delante, cuando hasta la
misma existencia de la especie está en riesgo. Espero sirva a ese objetivo.

LA “CONQUISTA” DEL VALLE DE PUBENZA

¡Guazábara! ¡Guazábara! Era el grito de guerra de los pueblos que habitaban el peniplano
de Popayán al momento de la invasión europea-española que encabezó Sebastián de
Belalcázar a partir de 1531. Decenas de miles de nativos se habían confederado para resistir
lo que ellos creían era una nueva arremetida del imperio Inca. La versión que le había
llegado al gran cacique Yasquén, cabeza principal del pueblo Misak o “guambiano”, era
que desde el sur habían llegado miles de invasores encabezados por unos hombres

78
disfrazados que cabalgaban unos extraños animales similares a grandes perros que
despedían fuego por la boca y emitían atronadores ruidos.
Ante tamaño peligro, el pueblo misak – que era el más grande y poderoso de la región –
había convocado a sus vecinos kokonucos, polindaras, totoróes, paniquitás, piaguas,
chisquíos, calibíos, calcacés, bojoleos, esmitas, patías y muchas otras tribus y familias
cercanas para organizar la resistencia. Con ellos mantenían buenas relaciones, construían
alianzas estables pero muy flexibles, casaban sus princesas con los hijos de los caciques de
las tribus colindantes, intercambiaban conocimientos y productos, y de esa forma
conservaban el control y la paz en la región. En algunas ocasiones se presentaban
confrontaciones por territorio o por malos entendidos en la permuta de productos o en
asuntos de familias, pero rápidamente eran solucionados en forma pacífica por los consejos
de ancianos o por las principales autoridades. Así, vivían en paz y armonía.
No era la primera vez que había ocurrido. Sus ancestros contaban que en tiempos pasados
poderosos ejércitos aymarás y quechuas procedentes del Perú habían intentado dominar la
región. Se habían encontrado con la férrea resistencia de los indios pastos, quillacingas y
sindaguas que habitaban lo que hoy es el departamento de Nariño. En más de una ocasión
los pueblos del Valle de Yasquén, llamado posteriormente por los conquistadores españoles
“Pubén” por la forma de pronunciación, enviaron refuerzos para derrotar la invasión
incaica, que nunca pudo pasar del río Guáitara, al sur de Colombia.
Es importante recordar que el imperio inca controlaba mediante alianzas estratégicas
concertadas con elites locales vastas zonas de lo que es Suramérica. Su control territorial
llegaba al norte del actual Chile y Argentina, el centro y occidente de Paraguay y sur del
Brasil, la totalidad de Bolivia, Ecuador y Perú, y una parte de la Amazonía cercana a la
cordillera de Los Andes. El poder de la familia inca se apoyaba en las cúpulas dominantes
de los pueblos vasallos y se valía de múltiples formas de alianzas y el establecimiento de un
sistema de castas, en donde la categoría denominada “yanaconas” correspondía a las
cúpulas locales de servidores en cada región o pueblo controlado por el imperio, vitales
para el mantenimiento de su poder mediante la aplicación combinada de leyes particulares e
imperiales.
En sus arremetidas hacia el norte del imperio, las fuerzas incaicas avanzaron hacia el Valle
del Sibundoy y consiguieron el control de una importante zona de la región de lo que hoy
es el departamento de Putumayo y el sur del Cauca, habitada por los kamsas, ingas y
sibundoyes. Precisamente por ese corredor geográfico llegaron los nuevos invasores. Por la
Bota Caucana ascendieron a las crestas del Macizo Colombiano, pasaron por lo que en la
actualidad es Santa Rosa, San Sebastián, Caquioana, Pancitará, Guachicono, Rioblanco,
Chapa y Paispamba, dejando contingentes y reservas para las posteriores acometidas. En
cada zona se interrelacionaron con pueblos nativos de los cuales sólo quedan leyendas y
nombres de sus principales caciques como Pancitará, Guachicono y Caquiona.
Así consiguieron caer sobre Popayán, a donde llegaron por los caminos de Sachacoco y
Chiribío. Los nuevos ejércitos arrasaron con el centro ceremonial del pueblo misak, en
donde celebraban sus principales rituales. En la pirámide de Tulcán, hoy llamada “El
Morro”, los guambianos tenían su gran altar donde cada año realizaban coloridas y masivas
ceremonias de entrega de mando. Sin embargo, los españoles a la cabeza del ejército no
contaron con la más mínima resistencia, ya que los indígenas nativos fácilmente se

79
asustaban con sus armas de fuego y caballos. Éstos nunca habían visto un animal de esa
naturaleza ni mucho menos se habían enfrentado a arcabuces que lo aterrorizaban y
espantaban. Así, despavoridos y desconcertados los pueblos nativos no entendían lo que
sucedía. Muchos imaginaban que los invasores tenían el apoyo del Dios Rayo o de otros
dioses más poderosos u omnipotentes que los suyos, ya que los truenos terroríficos que
portaban en sus manos no tenían otra explicación.
A pesar del desconcierto inicial los pueblos que habitaban la parte central del departamento
del Cauca, las zonas medias y bajas de las vertientes de la cordillera occidental y central –
desde la parte alta del Patía hasta Santander de Quilichao –, rápidamente se organizaron
para enfrentar y derrotar la guerra de invasión. Grandes fueron las batallas que se
sucedieron entre las cuales se destacan la de Los Mastales, al sur del pueblo de los caciques
Timbú y Pambío, y la denominada Batalla de Guazábara, que tuvo como escenario la
Cuchilla de El Tambo en 1536. Allí fueron derrotadas las principales fuerzas de la
resistencia que estaban encabezadas por el propio Yasquén y por sus aliados, los
lugartenientes Pandiguando, Calambás, Piendamú y gran cantidad de caciques y guerreros
indígenas de los pueblos confederados, que fueron masacrados por las fuerzas que lideraba
Sebastián de Belalcázar.
Este conquistador de origen extremeño era un capitán del ejército español de Francisco
Pizarro que había conseguido conquistar el imperio inca aprovechando la división entre los
herederos del Inca Huanca Capac, sus hijos Atahualpa y Huáscar. La mayoría de los
integrantes de los contingentes del ejército europeo eran aventureros y soldados que
buscaban enriquecerse y ascender en la escala social y económica existente en la península
ibérica.
La primera “traición”
La gran batalla de Guazábara es un triunfo para las fuerzas invasoras debido – en lo
fundamental – a que un grueso número de pueblos indígenas le dieron su apoyo a Sebastián
de Belalcázar. El gran cacique Chisquío, a la cabeza de pueblos como los calibíos, calcacés,
bojoleos, esmitas y otros, que habitaban en la cordillera occidental, establecieron
rápidamente una alianza con los españoles en contra de los pueblos sedentarios que
conducían los guambianos. Belalcázar se casó con la princesa Samanga, hija del cacique
Chisquío y se consolida así una primera división en las fuerzas de la resistencia a la
invasión conquistadora.
La razón de tal decisión consistió en los intereses territoriales. Mientras los pueblos que
habitaban el Valle de Yaskén (Pubén) eran sedentarios, cultivaban la tierra, contaban con
avances importantes en cerámica, cestería, orfebrería, elaboración de tejidos y construcción
de viviendas estables y permanentes, los pueblos chisquíos y sus aliados eran semi-
nómadas, cazadores, pescadores y recolectores. Sus territorios eran muy amplios. En el
municipio de El Tambo sus grandes rivales eran los Piaguas, cercanos a los Misak, quienes
habían avanzado hasta los alrededores del cerro sagrado de Munchique, lo cual era motivo
de grandes enfrentamientos.
Es interesante reseñar que los pueblos más desarrollados de la región tenían como centro
principal de vivienda los valles fríos ubicados en la cordillera central que contaban con
tierras muy fértiles y climas benignos. Sin embargo, los territorios ubicados por debajo de
los 1.700 msnm, de climas medios y calientes hacían también parte de su explotación

80
económica, para lo cual tenían un sistema de explotación que los investigadores sociales
han denominado como la integración del “archipiélago horizontal”, que consiste en
aprovechar los tres pisos térmicos al contar con pequeñas fincas en forma simultánea en lo
frío, templado y caliente. Quienes han profundizado en el conocimiento del mundo
indígena guambiano y nasa han descubierto otra particularidad muy especial que consiste
en la integración del “archipiélago vertical”, que radica en el uso productivo de las dos
vertientes de la cordillera central, tanto la que baja hacia el Cauca como la que se dirige al
Huila, que tienen dinámicas climáticas y meteorológicas diferentes pero complementarias.
Esta filosofía de aprovechamiento del territorio generaba algunas dificultades con pueblos y
comunidades vecinas, que por su nivel de desarrollo económico y social requerían de un
territorio más extenso. De esas contradicciones se aprovecharon los españoles para
construir alianzas con pueblos como los chisquíos y otros, que fueron determinantes para el
triunfo militar de los conquistadores españoles en esta región. Sebastián de Belalcázar
aplicó los conocimientos adquiridos por los españoles durante la conquista de México y
mejoró sus tácticas con la experiencia adquirida en el mundo incaico. Es importante
recordar que el primer gran imperio de América que fue sometido por las fuerzas ibéricas
en territorio continental fue el azteca. El conocimiento adquirido en esa gesta por Cortés
fue determinante para el triunfo de su primo Francisco Pizarro en el Perú.
La importancia de la teoría política
Francisco Pizarro era un español ignorante que ni siquiera sabía leer. Sin embargo era de
una férrea y fuerte voluntad. En 1527 armó una flotilla de carabelas para conquistar el Gran
Dorado, que según todas las fuentes recogidas en Panamá quedaba hacia el sur. Partió
desde un improvisado puerto en lo que hoy en día es la ciudad de Colón en el istmo de
Panamá. Sin embargo, al llegar a las costas peruanas son rechazados por belicosos pueblos
que los derrotan y les queman cuatro de los cinco barcos.
Pizarro regresa a Panamá. Allí recibe una famosa carta de su primo el conquistador de
México en donde le señala la estrategia que hay que utilizar para poder engañar y dominar a
los pueblos nativos. Sucede que las civilizaciones imperiales que ya habían aparecido en
América, entre las cuales las principales eran los aztecas, muiscas (chibchas) y la cúpula de
los aymará-quechuas (incas), tenían leyendas de carácter punitivo o castigadoras divinas.
En el caso de los aztecas la leyenda decía que para la época en que aparecen los
conquistadores españoles estaba pronosticada la llegada de un dios – desde el otro lado del
mar – que restablecería el equilibrio y la armonía que había sido violentada por el pueblo
azteca. Así, ideológicamente toda la cúpula imperial estaba preparada para aceptar ese
castigo divino, que en este caso fue el dominio español. Este tipo de mito “derrotista”, bajo
varias modalidades, estaba presente entre los pueblos más avanzados de América. Hoy ese
fenómeno mitológico se explica como la representación religiosa del castigo que se auto-
infringía la sociedad por haber permitido el surgimiento de las clases y castas que
dividieron a la comunidad primitiva. Ésta había sido destruida – en los centros imperiales –
por la aparición de un poder excluyente monopolizado por cúpulas familiares que fueron
demoliendo la autoridad y el gobierno basado en el respeto, la sabiduría, la sapiencia y el
consenso comunitario.
Es así como Cortés le cuenta a Pizarro la forma como engañó a Moctezuma y se apoderó de
su reino. Le indica que en estos dominios el rey es una especie de dios, que vive muy

81
aislado de su pueblo y tribus sometidas, y que si se logra controlar o manipular esas
“cortes”, es relativamente fácil dominar dichos territorios. Además, lo orienta en cuanto a
entender que se pueden conseguir alianzas con pueblos vasallos o esclavizados por los
grandes imperios y que existe en ese nuevo mundo una gran diversidad de pueblos que
pueden ser enfrentados unos con otros. Así lo hizo Francisco Pizarro con Atahualpa en la
famosa encerrona de Cajamarca, y en gran medida, fue la teoría política que desarrolló
Sebastián de Belalcázar para armar su ejército en el camino hacia el norte hasta llegar a lo
que hoy en día es Popayán.
Esa estrategia política ha sido clásica en todo el mundo: “Divide y reinarás”. En el Cauca y
en Colombia la clase dominante que se formó a partir de la Colonia ha usado esa fórmula
para enfrentar a los diversos pueblos indígenas nativos y traídos, a los negros y mestizos, y
a los trabajadores y clases medias subordinadas que se fueron formando a lo largo de
nuestra historia.
La ciudad de Popayán y el Cauca
Popayán fue fundada en 1537 en el sitio donde el pueblo Misak tenía su principal centro
ritual de la región. A los pies de la pirámide de Tulcán, un montículo de 300 metros de
altura llamado “El morro” en la actualidad, se estableció un pequeño fuerte que se
convertiría en una de las ciudades de América más fastuosas y ricas de esas épocas. El
descubrimiento de las minas de Chisquío en el municipio de El Tambo – en las faldas de la
mayor elevación de la cordillera occidental – convirtieron a Popayán en el referente de
poder de la región, desplazando a la localidad de Almaguer que tenía las minas de
Concepción como su soporte para disputarse la preponderancia en toda esta extensa zona de
colonización española.
Es importante anotar que para explotar esas ricas minas de oro se organizó la Real
Encomienda de Chisquío. Su finalidad era explotar esos yacimientos en forma directa por
parte de la corona española. La otra gran encomienda de ese tipo se instituyó en Potosí,
Bolivia. Esos yacimientos auríferos complementaron los grandes centros mineros de
Cartago, Anserma, Toro y El Raposo ubicado más allá del Naya buscando la Costa
Pacífica. Se constituyeron en el soporte económico para que la ciudad de Popayán fuera el
centro político, administrativo y eclesiástico más importante ubicado entre Bogotá y Quito,
y durante más de 350 años fuera un fuerte eje de poder en la Real Audiencia y Virreinato de
la Nueva Granada. La arquitectura de las casas señoriales, iglesias y conventos, el puente
del “humilladero”, las procesiones de Semana Santa y el archivo histórico que tiene la
Universidad del Cauca, entre muchos otros vestigios, son un testimonio de la hegemonía
que construyeron las familias aristocráticas de esta ciudad, con base en el despojo, la
esclavitud y la opresión que ejercieron sobre la población indígena, mestiza y
afrodescendiente durante la colonia y el primer siglo de la república de Colombia.
De acuerdo a diversos historiadores la mayoría de las familias que se asentaron en Popayán
tenían origen castellano, aragonés y andaluz, aunque los principales jefes guerreros de la
fase de la conquista eran de Extremadura. El nombre de la Gobernación de Popayán que
posteriormente se llamó Provincia del Cauca que hasta 1910 abarcó lo que hoy son los
departamentos de Chocó, Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío, Valle, el propio Cauca,
Nariño, Caquetá y Putumayo, tiene como origen la ciudad ancestral de los castellanos
ubicada cerca de Pallantia en territorio de los pueblos “vacceos” que habitaban el centro de

82
la cuenca del Duero en España. Los conquistadores que se asentaron en diferentes regiones
de América colocaron nombres de sus propias regiones a los nuevos sitios que iban
colonizando, aunque posteriormente también fueron usando nombres o términos utilizados
por los nativos. En el caso del Cauca parece que el vocablo pertenece a la lengua castellana
y corresponde a uno de sus sitios atávicos más importantes.
La servidumbre y el origen del clientelismo
La forma como los conquistadores españoles se relacionaron con los pueblos amerindios, –
una vez se convierten en colonizadores en América–, asume una forma especial, muy
diferente a la que establecieron los ingleses y franceses en Norteamérica. Aquí es
importante anotar que los españoles venían inicialmente a extraer oro y expoliar sus
riquezas. No tenían intenciones de fundar un “nuevo mundo”. Tenían un plan
exclusivamente usurpador, y sólo con el tiempo, por la necesidad de sostener ese proceso
de conquista y despojo, fundan pueblos y establecen relaciones estables con los numerosos
y diversos pueblos indígenas americanos.
En América las relaciones sociales entre españoles y pueblos indios se generan en diversos
niveles, de acuerdo al grado de conquista y de dominación colonial que se va desarrollando.
Es cambiante en relación al tipo de pueblos que fueron colonizando y a las necesidades
productivas que los colonizadores fueran requiriendo.
En el caso del Cauca se debe entender que los españoles colonizaron la región en alianza
con lo que quedaba del imperio Inca. En la primera avanzada Sebastián de Belalcázar traía
consigo un ejército de más de 9.000 yanaconas que posteriormente fue reforzado – en 1537
– con nuevos contingentes que llegaron con Fray Juan del Valle que se ubicaron en los
alrededores de Paispamba. Esa alianza étnico-social se constituyó en la base de las fuerzas
sociales que poblaron el Macizo Colombiano y el Valle de Pubenza, desplazando a los
pueblos indómitos y rebeldes o sometiendo aquellos que se plegaban a acuerdos para evitar
su exterminio.
Es así como Popayán se convierte en el centro de poder de una élite castellana que – al
igual con lo ocurrido con las Audiencias Reales y posteriores Virreinatos de la Nueva
España (México), Nueva Granada (Colombia) y el Perú – funda un sistema político y
económico basado en alianzas con caciques que eran sometidos a los imperios azteca,
muisca e inca, que terminan poco a poco subordinándose al nuevo poder para mantener
ciertos privilegios sobre sus propios pueblos y otras comunidades más débiles que les
tributaban trabajo y especies.
De esa forma aparece un nuevo tipo de servidumbre – más cruel y efectiva –, que se apoya
en el hecho de que esa alianza se traslada al campo del mestizaje que los españoles
desarrollan tanto con la población indígena de origen yanacona como con las mujeres
afrodescendientes. Ello explica cómo en la región con control territorial de Popayán, los
lazos familiares entre la élite oligárquica y las comunidades mestizas y afrodescendientes
eran todavía muy fuertes hasta hace unos 20 años.
Sólo con el desarrollo reciente de una economía mercantil en el sector agropecuario
caucano, especialmente alrededor del café, y el impacto de la economía del narcotráfico, las
violencias de todo tipo y el desarrollo del capitalismo, se ha empezado a generar un
campesinado libre mestizo, que ha iniciado el camino de su autonomía apoyándose en la
economía cafetera. Así mismo, han surgido nuevas clases de trabajadores asalariados y
83
proletarios “informalizados” en las ciudades que están creciendo a lo largo de la carretera
panamericana como Puerto Tejada, Santander de Quilichao, Piendamó, Timbío, El Bordo y
la misma Popayán

LOS RESENTIMIENTOS HEREDADOS

Ella había heredado un rencor que no entendía. Despreciaba a todo el mundo. A los pobres
y a los ricos. Se desesperaba cuando no tenía a quien despreciar y volcaba la rabia contra
ella misma. Cuando cumplió 17 años percibió que su actitud era un verdadero problema. Al
principio creyó que sufría una enfermedad. Siendo niña su padre le contó que provenía de
una familia de alta alcurnia de Popayán. Después supo que su abuelo paterno era de
ascendencia castellana, descendiente de los fundadores de la ciudad. Creció sintiéndose de

84
un nivel social superior. Eso le hacía daño al confrontarse con su realidad. Era hija de una
asalariada y se sentía miserable. Con el tiempo identificó ese resentimiento. Sabía que la
aislaba y enfrentaba con los demás. Sus amigos descubrían ese odio y huían de su lado. La
soledad la acosaba. Necesitaba una cura.
Su padre no le podía ayudar porque había muerto y su madre no la entendía. Soportaba sus
rabietas pero no podía hacer nada. La veía sumergirse en fuertes depresiones que calmaba
con droga o licor. En una ocasión encontró artículos escritos por su padre publicados en un
periódico sindical de los años 50. Se sintió bien. Su padre había sido un dirigente de la
federación de trabajadores del Cauca cuando era dirigida por artesanos payaneses.
Descubrió que conocer sobre su pasado le atenuaba el sufrimiento. Se impuso la tarea de
averiguar la historia de su familia. Conoció que su abuela Clemencia era hija de una criada
de origen campesino que prestó servicios a varias familias aristocráticas de Popayán a
finales del siglo XIX, años previos a la Guerra de los Mil Días. Inició sus pesquisas con
mucha dedicación y entusiasmo. Y así, rehízo la vida de su abuela y de sí misma que relato
aquí en forma resumida.
Clemencia, la hija bastarda no reconocida
Clemencia era hija de un gran terrateniente caucano con propiedades en Totoró, Jambaló y
en territorio yanacona del Valle de las Papas al sur del Cauca. También poseía diversas
haciendas en los alrededores de Popayán por los lados de Poblazón y Chiribío. Tenía un
pleito jurídico para apropiarse de la gran hacienda de Quilcacé en el municipio de El
Tambo que por entonces tenía una extensión de 120.000 hectáreas, dado que incluía casi
todo el territorio de la antigua Encomienda de Esmita. Con las riquezas de esa hacienda –
rica en oro y sal –, administrada durante la parte final de la Colonia por el Hermanos de la
Orden de San Camilo, se construyeron las principales iglesias de Popayán y el gran
convento que heredaron los Maristas. Ese convento era una joya arquitectónica, tenía
riquísimos tesoros y grandes secretos. En sus paredes, sus libros y memorias quedaron
guardadas las historias de lágrimas, dolor y muerte de la población afrodescendiente que
fue utilizada como mano de obra esclava en los yacimientos aluviales y en la hacienda que
se estableció en Quilcacé. Hace unos 25 años fueron desmanteladas las instalaciones del
convento. Sobre sus ruinas se ubicaron las oficinas del Instituto de Seguros Sociales y el
actual Palacio de Justicia de Popayán.
Clemencia era una joven bella e inteligente. Sólo tenía un gran defecto: era una hija
bastarda no reconocida. Y para una sociedad conservadora y “morronga” de principios del
siglo XX como era la payanesa no sólo era un gran defecto sino un verdadero pecado. Su
madre era una mujer humilde de origen campesino proveniente del municipio de La Vega.
Ella decía que tenía una lejana relación de descendencia con la Marquesa de San Miguel,
población ubicada en el municipio de La Vega que durante la época de la colonia fue un
pueblo de cierta importancia por ser sitio de paso entre Almaguer y Popayán. En dicha
región se estableció una encomienda por cuanto existían algunas minas de oro en la región
de Bamboleo y Santa Juana, que hoy – a principios del siglo XXI – están siendo
nuevamente exploradas por la empresa sudafricana Anglo Gold Ashanti con el gran
inconveniente de que como los españoles explotaron todas sus fecundas “vetas”, la
transnacional minera para poder extraer el rico mineral tiene que arrasar con todo el
territorio y sus microsistemas ambientales usando la técnica de la “minería a cielo abierto”.

85
La familia de su madre vivía en la localidad de Arbela, vereda ubicada sobre la carretera
que va de La Sierra a La Vega. En tiempos de la primera fase de la Colonia, ese sendero era
uno de los caminos reales que existían entre Almaguer y Popayán, los dos centros mineros
más importantes de la región. Los otros caminos pasaban por El Tablón y Melchor,
atravesaba El Paraíso en límites con Los Uvos y salía a la “Depresión”. El otro era por
Chapa y Paispamba para llegar a Popayán por el camino de Chiribío. En Arbela existe una
numerosa población blanca, de un tipo especial de “monos rollizos”, muy similares en sus
rasgos con la gente que habita el norte de Nariño, en pueblos como Leiva, San Pablo y la
Cruz, pero que también se irradian hacia municipios caucanos como Bolívar, Balboa,
Florencia y Mercaderes. Entre esos pueblos y comunidades se tejen leyendas sobre
antepasados alemanes que dejaron su huella genética en esas regiones, de las cuales la
madre de Clemencia también tenía referencia.
La poderosa familia aristocrática del padre de Clemencia no la reconocía ni admitía. La
tradición española aceptaba el mestizaje surgido de las “aventuras de jóvenes fogosos”
dado que desde la llegada de los “conquistadores” esa práctica de violación de las mujeres
indígenas había sido impuesta por la necesidad hormonal de cientos de hombres “solos”,
que nunca pensaron establecerse en el Nuevo Mundo por cuanto se habían aventurado a
explorar estas tierras en busca del codiciado oro para hacerse ricos y volver a la Madre
Tierra a reclamar títulos y honores. Una vez establecidos, en la época de la Colonia, los
hijos mestizos de los españoles concebidos con las mozas indígenas que vivían en los
alrededores de Popayán – de origen yanacona – poblaron todo el territorio del Valle de
Pubenza y sus alrededores. Dicho territorio iba desde el actual corregimiento de Siberia en
el municipio de Caldono hasta Rosas y el Macizo Colombiano, pasando por los actuales
municipios de Piendamó, Morales, Cajibío, El Tambo, Popayán, Timbío y las partes bajas
de Puracé, Totoró y Sotará. Así establecieron un fuerte y estable dominio basado en la
servidumbre familiar que se convirtió en una especie de protección territorial de carácter
social-mestizo que les servía de barrera frente a la población indígena nativa originaria que
fue desplazada hacia las montañas y que de vez en cuando incursionaba en las tierras
encomendadas.
El caso de Clemencia era bastante particular. Ella ni siquiera era reconocida como mestiza
bastarda. Era una especie de advenediza que había que desaparecer del círculo de la familia
aristocrática por cuanto había sido fruto de un “amor prohibido”. Los hijos mestizos y
bastardos de entonces no eran un problema para las familias “distinguidas”. Eran
reconocidos como subordinados y se convertían en servidores allegados. Se constituían en
una extensión de sus familias y se volvían una especie de patrimonio de los encomenderos
y de los dueños de las haciendas. Eran tratados con familiaridad y en forma natural se
desarrollaba el compadrazgo y el padrinaje. Sin esa mano de obra las haciendas no hubieran
podido existir. Ello explica cómo los apellidos Montenegro, Valencias, Mosqueras,
Arboledas y muchos más, que son propios de las progenies señoriales de Popayán fueron
compartidos con miles de familias campesinas mestizas y de afrodescendientes.
Clemencia había sido concebida por su padre en un arrebato de amor que lo invadió durante
una temporada de caza que con otros amigos habían organizado en el Valle de las Papas.
De paso por San Miguel se enamoró de una linda campesina, blanca y casi translúcida que
se encontró en Arbela. Al igual que las jovencitas de la clase social “alta”, Laura – como se
llamaba la madre de Clemencia – tenía una piel tersa, ojos azules y una larga melena rubia

86
que portaba orgullosa usando una fuerte trenza, pero a diferencia de las señoritas de ciudad
la joven campesina era fuerte, montaba a caballo como un experto jinete y no tenía los
complejos morales ni la cursilería religiosa que sus vecinas de Popayán siempre sacaban a
relucir cuando él quería ir más allá de una simple caricia.
Juan José, que era el nombre del padre de Clemencia, en sus años mozos sabía que esa
linda campesina nunca podría ser su esposa ni menos su amante. Por esos tiempos las
mujeres ricas se casaban con hombres que ni conocían. Los matrimonios eran contratos que
servían para establecer efectivas y estables alianzas familiares y el amor era lo que menos
contaba. El adulterio era muy común pero la prostitución reconocida o legal todavía no
asomaba la cara. La mayoría de las esposas aceptaban las relaciones extramatrimoniales de
sus maridos que se repartían entre dos tipos de mujeres. Uno, eran las mujeres de pueblo,
muchas de las cuales aceptaban esa clase de relaciones e incluso se esforzaban por tener
hijos del “patrón” porque así adquirían ciertos privilegios. Es algo parecido a lo que sucede
ahora – en pleno siglo XXI – con muchas niñas de bajos recursos económicos que con
menos de 15 o 16 años se apuran a tener uno o dos hijos para tener derecho a un auxilio de
“familias en acción” o al carnet del Sisben .
El otro tipo de “amante” reconocido por las esposas de los grandes señores, eran mujeres
independientes de cierto nivel. Para esa época eran muy escasas pero existían. Eran damas
que por determinadas circunstancias habían heredado importantes propiedades y riquezas,
ya fuera porque habían enviudado o muy jóvenes habían muerto sus padres. Contando con
ese respaldo algunas de estas mujeres decidían vivir en soltería. Fueron las precursoras de
las modernas feministas. Dado que eran cultas y tenían poder, fueron aceptadas en el
mundo social oligárquico, y podían darse el lujo de tener relaciones amorosas con hombres
casados de su propia clase. Claro, se imponía la hipocresía, todo se manejaba con gran
“altura” y prudencia, pero el “chismorreo” corría como el agua por las acequias.
El caso de Laura, la madre de Clemencia no encuadraba con ninguna de esas dos figuras de
adulterio aceptadas por la tradición doble-moralista. Juan José, el hijo primogénito de un
gran patriarca terrateniente, la trajo a escondidas desde la provincia. La ubicó como
aprendiz de cocina y de bordados en casa de una amiga rica que tenía fama de libertina. Allí
la ocultó durante un tiempo y la visitaba regularmente. Veía como progresaba en diversas
artes y se ilusionaba con convertirla en una mujer digna de su familia. Sin embargo las
cosas se complicaron cuando Clemencia nació. La poderosa familia descubrió las andanzas
de su primogénito. Obligadamente lo enviaron a Europa a estudiar para que se olvidara de
su linda campesina y de su recién nacida hija. La madre se vio desamparada pero con los
conocimientos adquiridos pudo conseguir trabajo en diferentes familias de Popayán y criar
a su hija en medio de las costumbres de esas estirpes payanesas que vivían soñando con
España y Francia, así en épocas de escasez – cuando los cultivos de trigo y cebada eran
azotados por heladas o sequías –, tuvieran que aceptar que el maíz, el ulluco, la papa, la
yuca y el plátano que eran productos autóctonos, se podían preparar y consumir de formas
maravillosas y gustosas. Los indios – en medio de todo – tenían sus fabulosos manjares.
Así fue como creció la hija bastarda no reconocida. Mientras Clemencia –contra todo
pronóstico–, se convertía en una bella e inteligente joven que era pretendida por los
hombres ricos de la comarca, las hijas legítimas de esa familia se fueron muriendo una por
una de diferentes enfermedades como la viruela y el sarampión que eran muy comunes por
esos tiempos. Ante la imposibilidad de establecer nuevas alianzas con familias poderosas

87
de la comarca payanesa y para acrecentar su poder, se tomó la determinación de adoptar
oficialmente a Clemencia. Su padre, que había llegado de Europa convertido en un “liberal
progresista” y conservaba cierto cariño por Laura, no tuvo ningún problema en darle su
apellido. Fue un acto premeditado y ordenado por el gran jefe del clan aristocrático en
donde no hubo la más mínima pizca de amor o consideración. La iban a casar con el
heredero de un gran terrateniente que era propietario de ricas tierras en la región de
Ambaló, Chero y Miraflores en los actuales municipios de Silvia y Totoró, en zonas frías y
fértiles que durante la colonia le fueron arrebatadas al pueblo guambiano.
Clemencia no sólo era muy hermosa sino que era culta y refinada. Su madre trabajó en
diversas casas de las familias ricas de Popayán y ella fue adquiriendo un nivel de cultura y
de comportamiento similar a las de las hijas de quienes servía. Aprendió a realizar lindos y
finos bordados, se especializó en la preparación de recetas francesas y españolas, y tocaba
el piano y el violín. Además cantaba y bailaba con armonía y destreza. Todos estaban muy
contentos con la decisión de la adopción aunque su madrastra – en su interior – no
terminaba por aceptarla. Sin embargo las conveniencias estaban por encima de cualquier
tipo de escrúpulo como se puede comprobar en la actualidad cuando los herederos en
decadencia de esa misma clase han tenido que hacer alianzas con las mafias y el
paramilitarismo para tratar de conservar el poco poder que les queda.
La joven adoptada vive por entonces una época maravillosa que la llevó casi a renegar de
sus orígenes humildes por cuanto empezó a relegar de su vida a su madre y a avergonzarse
de su presencia debido a la influencia de sus tías y primas de rancio abolengo que la
abrumaban de lujos y la invitaban a pasar veladas con amigos y pretendientes de gran
condición e hidalguía. La tenían programada para casarse a los 22 años con el fin de que su
madre no adquiriera ningún derecho sobre ella. Sin embargo, en la espera de cumplir esa
edad sucedió lo que nadie hubiera imaginado que llevó a frustrar los planes de los
avariciosos aristócratas de la histórica capital del Cauca. Clemencia se enamoró de un
gitano apuesto, varonil y audaz que hacía parte de un circo que pasó por la ciudad. La
muchacha había heredado el espíritu fuerte de su madre campesina y sentía que los dulces y
dóciles jóvenes ricachones de Popayán no le tocaban su fibra femenina. El trabajador de
circo que era experto en domar animales fieros, la deslumbró. Se la llevó hacia el sur del
continente en medio de la felicidad de los demás gitanos que la veían como una gran
adquisición para uno de sus números circenses.
Lo acompañó hasta Puerto Montt en Chile. En ese sitio el romanie se embarcó para ir con
su gente a Filipinas y ella regresó a Colombia. Había concebido un hijo, fruto de ese amor
libertario y no quiso que su retoño se viera obligado a vivir en un mundo de aventura y de
gran sacrificio como el de la tramoya. En su viaje de regreso fue socorrida por indígenas y
campesinos de Chile, Perú, Ecuador y el sur de Colombia. Para ella fue el encuentro con
una parte del mundo que en Popayán no le habían permitido conocer. Los pobres del campo
– aunque eran de su entraña – le eran hasta entonces desconocidos, dado que su madre
había procurado formarla en el mundo de los ricos. Ella siempre estuvo al servicio de
familias aristocráticas de Popayán y Clemencia se crio a su lado aprendiendo buenos
modales así como artes y oficios que por esos tiempos todas las niñas y señoritas de
familias distinguidas practicaban con mucha dedicación.
Su viaje de regreso fue una verdadera odisea. Conoció el sufrimiento de los pueblos
mapuche en el sur de Chile. Enseñó bordados y otras artes manuales durante varios meses

88
para poder juntar dinero y así viajar hasta El Callao. De allí inició su peregrinación de
pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad. Los pueblos humildes que encontraba en el camino
fueron su apoyo y compañía. Aprendió a quererlos entrañablemente. Después de cuatro
años de camino Clemencia – la abuela de la contadora de esta historia – llegó a Popayán.
Su madre había fallecido. Ilusamente creyó que la familia de su padre la iba a recibir
nuevamente pero fue rechazada en forma tajante y grosera. Ni siquiera le permitieron
cruzar el portón de su antigua casa. Se le prohibió emplear el apellido de adopción y tuvo
que usar el apellido de su madre. Trató de enfrentar la nueva situación con mucha dignidad
y decoro gracias a lo que había aprendido durante el largo viaje. Ni siquiera pudo apoyarse
en las familias donde su madre había trabajado ya que al llegar con un crío producto de una
relación pecaminosa, era tratada como una verdadera paria de la sociedad. Sin embargo, al
sentirse rechazada Clemencia entra en una fuerte depresión que la lleva a refugiarse en la
chicha y el guarapo que conseguía en las barriadas bajas y en veredas como Julumito y
Puelenje. Así fue la primera y única caída de la abuela y fue el origen de un gran
resentimiento que después de mucho tiempo logró superar apoyándose en los pobres, los
indios y los negros que fueron los únicos que la entendieron y salvaron. Superó ese difícil
trance conviviendo con naturales que habitaban en los alrededores de la ciudad.
Después de esos años de aislamiento y sufrimiento consiguió organizar un puesto de
verduras en la galería que con el tiempo se convirtió en un expendio de granos y otras
mercaderías. Era una persona reconocida por las marchantas y demás vendedores por su
actitud solidaria, sapiencia y ecuanimidad. Levantó y formó a su hijo con toda clase de
limitaciones pero vivió feliz. Trató a la familia de su padre como a cualquier otra. No
alimentó odios ni rencores.
Su padre y ella
Sin embargo, su hijo heredó el resentimiento. En una ciudad tan pequeña como era Popayán
en la década de los años 20 del siglo XX, era imposible que el muchacho no descubriera los
vínculos que tenía con la familia aristocrática de su padre. Aunque no portaba el apellido de
ese poderoso linaje en sus rasgos físicos se reconocían los lazos familiares. Al descubrir sus
orígenes empezó a alimentar en su alma una antipatía por los ricos que se le convirtió en un
profundo odio. La abuela nunca alimentó ese sentimiento pero no pudo mentirle sobre su
estirpe paterna. Siendo muy joven intentó diversas formas de reconocimiento. Al madurar
se involucró en luchas sociales. Fue un líder destacado pero fugaz de los trabajadores. Se
formó en política y construyó un verbo incendiario que aprendió escuchando los discursos
de Jorge Eliecer Gaitán. Se casó con una maestra de escuela y tuvo con ella una niña.
Llevaba orgulloso a su propia hija – la protagonista de este relato – a los mítines y
protestas, esperando que ella siguiera sus ideas. Pero ella no lo hizo. Era difícil ser rebelde
para una mujer en esa época.
Su padre pronto se cansó de las luchas sociales. Después de la muerte de Gaitán no soportó
la presión de la persecución por parte de los conservadores y jefes liberales que
oportunistamente se pusieron en contra de los “radicales” seguidores de Gaitán. A finales
de los años 50 algunos dirigentes comunistas de la época lo aconsejaron para que se fuera a
trabajar con Víctor Mosquera Chaux, quien hasta esa fecha posaba de ser un liberal
consecuente. Viajó a Bogotá en donde le escribía discursos al jefe liberal y realizaba otras
labores de secretaría. Desde la capital enviaba giros mensuales para la manutención de su
hija pero no quiso volver a Popayán, ciudad que le generaba sentimientos encontrados. La

89
presión psicológica por el resentimiento heredado no lo dejaba vivir tranquilo. Mentalmente
tenía un pie en el campo de la oligarquía y otro entre los trabajadores. Ese conflicto lo fue
marchitando y lo consumió rápidamente. Se convirtió en un personaje gris, amargado y
frustrado. Murió en 1970 en medio del alcoholismo y la desesperación.
Mientras tanto su hija crecía en Popayán. Era una joven agraciada pero muy seria y
reservada. Después de realizar las primeras averiguaciones sobre la historia de la abuela
pudo hacer consciencia de su desubicación social. Sintió la necesidad de escribir. Le
mitigaba esa frustración. Después de un tiempo quiso publicar. Se inventó la forma de
enviar al periódico de la universidad una columna quincenal. Usó un seudónimo masculino:
“Santiago Arcos”. Ideó cuentos, construyó reflexiones, y redactó ensayos. Cada escrito era
un paliativo para su espíritu. Descubría sus conflictos, entendía su entorno y se
reconciliaba. Fue elaborando una obra literaria con profundidad sociológica y psicológica.
Cada artículo causaba gran impacto en los lectores ya que describían la sociedad y sus
problemas. Su alias se hizo famoso. Se publicaron conceptos que exaltaban su estilo, el
contenido de sus escritos y la filosofía que trasmitía. Sus artículos hicieron que el periódico
estudiantil ampliara su cobertura. Un público cautivo esperaba con expectativa cada
mensaje del incógnito escritor. Se tejieron diversas especulaciones sobre su identidad. Un
profesor o un futuro candidato estaban detrás, se decía. Otros aseguraban que un escritor
famoso enviaba los libelos desde Bogotá. En fin, la literatura se volvió una fuente de debate
y de controversia.
La investigadora familiar había interiorizado sus reflexiones y no le importaba la fama. No
consideraba la idea de salir del anonimato. Era una operaria de la imprenta del alma mater y
desde su lugar de trabajo observaba el revuelo que causaban sus reflexiones. Estaba
satisfecha, no necesitaba más. Pero un día la universidad anunció que abrirían un postgrado
en el área de historia y literatura. Necesitaban que el autor desconocido lo dirigiera. De lo
contrario suspenderían la publicación. Daban por sentado que el ensayista era un hombre
culto. Se vio enfrentada al veto. Saberse reconocida, así fuera anónimamente, se había
convertido en un bálsamo psicológico. No sabía qué hacer. Después de tres meses de
silencio aceptó el reto. La búsqueda de reconocimiento la empujó. Y no fue buena idea.
Todos esperaban que el autor fuera uno de los suyos, un decano o un eminente profesor. Al
principio no le creyeron. Le pidieron pruebas y le hicieron exámenes. Cuando comprobaron
su capacidad se sintieron mal. Alguien del mundo de abajo – y todavía mujer – les había
dado lecciones. Y lo peor, ahora los desafiaba. La reacción fue brusca y violenta. La
acusaron de ser una subversiva infiltrada. Supusieron que si la admitían era como premiar
un delito y la convertirían en un símbolo de feminismo y rebeldía. Discretamente la
echaron del trabajo. Sus iguales, compañeros de oficio, que no la querían, no la
respaldaron. El pueblo raso que se enteró del asunto la calificó de loca o descarriada. “Qué
tal, una pobretona escribiendo de historia y de política, definitivamente era una vagabunda
peligrosa”.
Se sumió en una gran depresión. Estuvo a punto de matarse. Sin embargo lo poco que
conocía de su abuela la inspiraba para resistir. Fue así como se propuso entender cómo su
abuela Clemencia había afrontado su situación, que era mucho más difícil y cruel que la
que ella vivía. Como hasta ese momento no conocía la historia detallada de su familia y su
entorno, se dedicó a investigar con más profundidad. Su antecesora se convertiría en su
guía e inspiración. Era una prueba para ese resentimiento heredado. Perdonó la ignorancia

90
de quienes no cambiaban después de varias generaciones. Pero ella misma, cuando
consiguió conocer su pasado con minuciosidad y detalle, se dio cuenta que no tenía nada
más que hacer en la vida. Y… así fue como la compilación de sus descubrimientos y de sus
reflexiones se convirtieron – fruto de esa larga confesión que me hizo y que yo procuré
alargar para mantener con vida a mi querida amiga durante varios meses – en este breve
cuento que he titulado “Los resentimientos heredados”, que seguramente un verdadero
escritor podría convertir en una gruesa novela.

RESISTENCIA INDÍGENA EN EL CAUCA


.
"Pienso que a la edad de dos años me desperté como de un sueño. Para
mí esa mañana me es feliz por todo el tiempo, porque me recuerdo que
por las hendijas de la casa entraron rayos del sol y de allí principié a
investigar y a pensar de que había que seguir viendo muchas cosas más y

91
ese fue el principio del despertar del conocimiento de las personas y
cosas del mundo"
Juan Gregorio Palechor71
El presente escrito trata en forma resumida el tema de la resistencia de las comunidades
indígenas en Colombia, específicamente en el departamento del Cauca. Se ubica en el
contexto de la lucha política que los pueblos originarios han desarrollado a lo largo de
siglos frente a múltiples formas de dominación y de exterminio.
En esta región, a principios del tercer milenio (siglo XXI) las comunidades indígenas en
alianza con otros sectores populares, campesinos, comunidades afrodescendientes y
pobladores de barrios populares de los centros urbanos, obtuvieron un importante triunfo
político al elegir como gobernador territorial de ese departamento al dirigente Misak o
guambiano "Taita"72 Floro Alberto Tunubalá Paja.
A partir de 2004, fruto de un intenso debate interno, impulsan un proceso de
fortalecimiento de sus organizaciones y desarrollan la movilización alrededor de un
programa de mayor alcance político que tiene expresión concreta los cinco puntos de la
Minga de Resistencia Social y Comunitaria, realizada a partir del 12 de octubre de 2008.73
Breve recuento histórico
Es importante recordar que a la llegada de los españoles a esta región de América - que hoy
es el sur de Colombia - estaba habitada por una diversidad de pueblos como los Pastos,
Quillacingas y Sindaguas, entre otros muchos, en lo que actualmente es el departamento de
Nariño, y los pueblos que habitaban el Valle de Pubén (Yaskén) 74 y sus alrededores como
los Misak (guambianos), Totoroés, Noviraos, Kokonucos, Polindaras, Chisquíos, Calcacés,
Patías, Bojoleos, Calibíos y cientos de tribus y familias emparentadas, que resistieron varias
invasiones y campañas de dominación realizadas por el imperio inca. Ellos vivían en una
situación de relativa paz y tranquilidad fruto de importantes luchas precolombinas que
habían logrado establecer el río Güaitara (Nariño) 75 como límite norte del imperio aymará-
quechua.
Sobre la capacidad de resistencia de los pueblos indígenas del Cauca se dice…
"Los pueblos indígenas del Cauca se han caracterizado a lo largo de su
existencia, por su capacidad y ejercicio de resistencia frente a diversas
modalidades de violencia y actores violentos. Muy especialmente, el pueblo
Nasa, que ofreció resistencia armada exitosa a los españoles invasores que
arribaron a su territorio en el siglo XVI, siendo considerados desde entonces,
como un pueblo que nunca ha sido vencido."76

71
Jimeno, Myriam. "Juan Gregorio Palechor: historia de mi vida", Centro de Estudios Sociales de la
Universidad Nacional, 2007.
72
El término Taita es utilizado en las comunidades indígenas para señalar a la persona que es considerada
como un mayor con experiencia y autoridad. Entre los guambianos se le otorga el título de "taita" a quienes
hayan sido gobernadores de Cabildo y dirigentes destacados.
73
ACIN-CRIC. “La Agenda de los pueblos”. www.acin.org
74
Llanos, Héctor. Los cacicazgos de Popayán a la llegada de los españoles. Archivo Histórico del Cauca.
Realmente el jefe indígena de los pueblos asentados en lo que hoy es Popayán se llamaba Yaskén o Yasquén.
75
Villavicencio, Maritza y Mondragón, Wilmer. El imperio Inca. Centro arqueológico de Cuzco, Perú, 1999.

92
De acuerdo a los cronistas77, los pueblos indios nativos de esta región creían que la
conquista española era un nuevo intento de los incas, ya que el grueso de las fuerzas que
venían con Sebastián de Belalcázar, y posteriormente, con otros conquistadores y
colonizadores, estaban compuestas principalmente por población aborigen “yanacona” que
había sido reclutada en las provincias incaicas del actual Perú y Ecuador.78
Es así como los pueblos y tribus existentes en los alrededores del Valle de Pubén se
organizan en una gran confederación para resistir la invasión y conquista, aunque hay que
resaltar que dicha resistencia sufrió fuertes fraccionamientos debido a la estrategia de los
españoles que utilizan las contradicciones y rivalidades que existían entre los mismos
pueblos originarios para dividirlos y enfrentarlos entre sí.79
En 1533 las fuerzas invasoras derrotan la confederación que se les resistía en la famosa
Batalla de Guazábara que se desarrolló en los alrededores de la Cuchilla de El Tambo, paso
estratégico entre los ríos Patía y Cauca. Mueren en esa batalla los jefes indígenas Yaskén,
Calambás, Pandiguando, Kaldera, y otros caciques, y la resistencia se dispersa a seguir
luchando en forma de guerrillas, acosando a las fuerzas españolas. Tal estrategia los lleva a
refugiarse en las montañas, especialmente de la cordillera central, en donde constituyen
alianzas con comunidades Nasaa, Pijaos, Yalcones y otros pueblos que eran acosadas por
fuerzas españolas desde la vertiente oriental de la cordillera central en lo que son los
departamentos del Huila y Tolima.80
Dos siglos de resistencia los van agotando. Aparece entonces el cacique Nasa Juan Tama de
las Estrellas (o de la Estrella), Cacique de Vitoncó, que vuelve a unir a los principales
pueblos de la región, incluyendo a parte del pueblo guambiano, e impulsa una "política de
alianzas" como estrategia de supervivencia frente al exterminio que venía sufriendo su
pueblo por efecto de enfermedades, persecuciones y limitaciones de diverso tipo. Dicha
política consistió en llegar a acuerdos con los españoles de tal forma que las comunidades
indígenas trabajaran para los encomenderos en los territorios invadidos y en los pueblos
que ellos habían logrado construir, con la condición de que las comunidades indígenas no
perderían totalmente su autonomía: continuarían con el control sobre un territorio, tendrían
sus autoridades, normas de conducta, lengua y cultura, aunque tuvieran que soportar
diversas formas de control por parte de los colonialistas españoles que les exigieron
76
Hernández Delgado, Esperanza. Resistencia civil: artesana de paz, Pontificia Universidad Javeriana –
Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales y Programa Suizo para la Paz de Colombia –
SUIPPCOL-, diciembre de 2004.
77
Juan Castellanos, citado por Freide, Juan. El indio en la lucha por la tierra. Archivo histórico del Cauca.
78
El término "yanaconas" es utilizado por los españoles y cronistas en forma genérica para denominar a todos
los pobladores nativos que son reclutados en el imperio inca para hacer parte del ejército invasor dirigido por
los españoles. Sin embargo es realmente una categoría social jerárquica del imperio inca. Los antecedentes de
este pueblo en el Cauca, como dice una reciente investigación antropológica (M. Sevilla, 2006: 129) habría
que buscarlos en una mezcla de nombres propios, Quillas y Haxas, y de nombres comunes, yanaconas (con
minúscula), españoles, y grupos tardíos de colonizadores blancos y mestizos que entraron al área a mediados
del siglo XVIII. El yanaconaje, era una institución incaica de servicio, destinada a cumplir tareas públicas y
privadas en ayuda de las élites. Puede pensarse que hubo yanaconas al servicio de los españoles que se
quedaron en la región del Macizo durante siglos.
79
Belalcázar se casa con la hija del jefe Chisquío (Samanga) para establecer una alianza. Este pueblo era el
más poderoso al Occidente de Popayán, y logra jalonar hacia esa táctica a tribus como los calibíos, calcacés,
bojoleos, esmitas y otros, debilitando el frente de resistencia indígena.
80
Bonilla, Víctor Daniel. Historia política de los Paeces. Editorial La Rosca, Fundación Colombia Nueva,
Bogotá, 1982.

93
concentrarse en los llamados "pueblos de indios", y más adelante, fueron aceptando otras
formas de dominación como el "concierto" no sin dar la lucha de resistencia de múltiples y
variadas formas, tanto individuales como colectivas. 
Esta estrategia se debe destacar como un ejemplo de capacidad política. Juan Tama,
cacique de Vitoncó y, Quilo y Sicos, cacique de Tacueyó, Toribío y San Francisco,
aprovecharon alrededor del año 1.700 el conflicto que existía entre la Corona Española y
los encomenderos de las Reales Audiencias del nuevo mundo, que eran las de Nueva
España (México), Nueva Granada (Colombia) y la del Perú, para concertar directamente
con los representantes del Rey el reconocimiento de sus territorios, en lo que hoy se
denomina el “Título de los cinco pueblos”.81 Viajan directamente a Quito pasando por
encima de las autoridades de la Gobernación de Popayán, lo cual para su época se asemeja
– guardadas las proporciones – a los viajes que realizó Floro Tunubalá como Gobernador
del Cauca a España y Francia a exigir compensación e indemnización de los gobiernos
europeos por todo el saqueo de las riquezas expoliadas a nuestros pueblos originarios,
actitud que no fue suficientemente conocida en Colombia y en la región.
Esta experiencia de habilidad política para aprovechar las contradicciones de sus enemigos
es de una importancia suma, ya que se diferencia esencialmente de la práctica de otros
pueblos de América que son derrotados militarmente o son exterminados como pueblos. 82
El exterminio de la estructura social, política, económica, militar y cultural de gran cantidad
de pueblos originarios adquiere básicamente dos formas: en un caso, la derrota lleva a
muchos pueblos a la integración y la aculturización 83, donde la población es asimilada a las
costumbres y formas de vida españolas perdiendo gran parte de su cultura y sus lenguas. En
el otro caso, se presenta el exterminio total y físico de las tribus que luchaban por su
territorio. Otra forma de resistencia se presenta cuando algunas tribus para evitar la
aniquilación huían de sus territorios ancestrales y se refugiaban en la selva en regiones
como la Amazonía y la Orinoquía, o también en la franja pacífica (Chocó bio-geográfico). 
Durante el proceso de independencia encabezado por la élite criolla heredera de los
españoles, los pueblos indios enfrentan nuevas amenazas. Los criollos no compartían el
trato "preferencial" que los españoles le daban a los pueblos indios respecto de la población
mestiza y de los afrodescendientes. Los herederos criollos de los españoles no habían
asimilado la racionalidad europea (romana) sobre el tratamiento que se les debía dar a los
pueblos conquistados, ni conocían las conclusiones del largo debate español que se dio
durante los dos primeros siglos de conquista que estaba relacionado con los derechos de los
nativos precolombinos.84 Dicha racionalidad sirvió de sustento a la institucionalidad
construida por los españoles durante el período colonial, que a su vez era resultado de la
81
Findji, María Teresa y Rojas, José María. “Territorio, economía y sociedad páez”. Cali, Universidad del
Valle, CIDSE, Colombia. 1985
82
Se debe anotar que actualmente se realizan estudios sobre el comportamiento político de los pueblos que
lograron sobrevivir a la hecatombe de la conquista, encontrándose que en la mayoría de situaciones eran
pueblos que habían resistido ante invasiones anteriores como fue el caso de los pueblos dominados por el
imperio azteca, el imperio inca, y otros pueblos poderosos (Ver: Meentzen, Ángela. Políticas públicas para los
pueblos indígenas de América Latina. Evaluación de los movimientos indígenas de México, Guatemala,
Ecuador, Perú y Bolivia, Fundación Konrad Adenauer Stiftung.
83
Aculturización no solo significa pérdida de la propia cultura sino que es la asimilación de la cultura del
invasor. No es un proceso absoluto, dado que los pueblos dominados generan múltiples formas de resistencia
en donde mimetizan muchos de sus contenidos mediante lo que se denomina sincretismo cultural. También se
habla de mestizaje cultural y otras formas de intercambio de diversos aspectos de la cultura.

94
resistencia indígena. Algunos criollos que sí conocían las conclusiones de ese debate,
colocaron sus intereses territoriales por encima de cualquier consideración histórica o de
comportamiento de principios con las tradiciones euro-romanas.
Lo anterior explica – en parte –, por qué la gran mayoría de pueblos indígenas durante la
época de la independencia se pusieron del lado del Rey ibérico - fueron "realistas" -. Ello
no quiere decir que todos los pueblos indígenas actuaran de la misma forma frente a la
lucha de independencia. Una parte de los Nasas, para el caso del Cauca, participaron en la
guerra de independencia al lado de los patriotas como una estrategia para avanzar en su
posicionamiento frente a los sectores que percibían que iban a salir airosos.85
Los criollos - a nombre de la libertad -, pretendieron acabar con los resguardos y con la
legalidad colonial que de alguna manera les servía a los indígenas para resistir. Durante
todo el siglo XIX y la primera mitad del XX, la lucha de los pueblos originarios del Cauca
se centra fundamentalmente en defender sus resguardos, ganar mayor autonomía política
dentro de sus territorios, reagrupar su gente enfrentando formas de dominación y de trabajo
forzado como el concierto y el terraje, y más adelante prepararse para re-tomar la iniciativa
y recuperar los territorios que habían perdido durante los siglos de anteriores.
La llamada "quintiniada" es sólo una etapa de ese proceso.86 Manuel Quintín Lame era fruto
de la resistencia al terraje, ya que era hijo de un indígena Nasa de Tierradentro que había
sido desplazada hacía las cercanías de Popayán (Quintana-El Hatico). Representaba a la
gran población indígena desarraigada que trabajaba al servicio de los grandes terratenientes
de la aristocracia payanesa, heredera de los encomenderos españoles. Quintín Lame por su
situación social, no podía en su momento, encabezar un verdadero movimiento indígena
que luchara por autonomía y reconstrucción de sus estructuras sociales, políticas,
económicas y culturales, pero sentó las bases para revivir el espíritu rebelde del indígena,
para iniciar la lucha contra el terraje y para identificar los territorios de resguardo
reconocidos por la Corona Española que habían sido arrebatados por los grandes
terratenientes payaneses. Su experiencia de lucha se convirtió en un gran capital para el
futuro de sus pueblos.
Otros dirigentes, como José Gonzalo Sánchez (totoreño de Paniquitá), fue la mano derecha
del gran dirigente indígena y se convirtió en un líder de gran reconocimiento. Influido por
ideas socialistas y comunistas trató de organizar la resistencia indígena creando sindicatos y
ligas agrarias u otras formas de organización. Por su situación social de terrajero no podía
entender - en su momento -, la importancia de rescatar las formas organizativas propias y el
mando de las autoridades indígenas. Fue así como buscó identidades con otros sectores
sociales como los campesinos, artesanos y obreros que durante los años 20 del siglo pasado
(XX) protagonizaron en Colombia significativas luchas por sus reivindicaciones sociales.
Tal esfuerzo no fructificó en el Cauca, aunque en el Tolima algunos sindicatos consiguieron
contar con importantes fuerzas entre las comunidades indígenas.

84
Guido Barona en varios ensayos plantea que los españoles tuvieron que construir una racionalidad
ideológica para resolver el tratamiento de los pueblos indígenas precolombinos. Recurrieron a conceptos
romanos en la forma de tratar a sus esclavos propios a diferencia del trato que le daban a esclavos y
prisioneros traídos de pueblos "bárbaros". Ver: Barona Becerra, Guido. "Legitimidad y Sujeción: los
Paradigmas de la 'Invención' de América". Colcultura, 1ª Edición, Bogotá, 1.993.
85
Sevilla Casas, Elías. Citado por Francisco Beltrán Peña en “La utopía mueve montañas”.
86
Rappaport, Joanne. “La política de la memoria”.

95
Sólo el encuentro entre los dos grandes sectores de la lucha indígena, los que fueron
desplazados y obligados a salir de sus comunidades, o sea, los luchadores contra el terraje y
por mejores condiciones de vida con visión reivindicativa, y los pueblos del oriente
caucano, principalmente Nasas que habían mantenido casi intactas 87 sus estructuras como
pueblos, fue lo que permitió a las comunidades indígenas del Cauca fusionar su pasado
autónomo con su presente sometido, racionalizaron su pasado y empezaron a construir
pensamiento propio. A partir de allí logran construir un programa y una visión de futuro
acorde con sus intereses.
Este encuentro entre los dos mundos en que la conquista dividió a las sociedades indias,
fusión entre dos tipos de personalidades indígenas que habitaban en las dos vertientes de la
cordillera central, proceso que todavía genera dificultades, es lo que le permite al
movimiento indígena caucano potenciarse a los niveles que los llevó a fundar y organizar el
Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC, recuperar gran parte de su territorio y avanzar
hacia nuevas formas de lucha que los ha colocado a la vanguardia de la lucha del pueblo
colombiano contra las políticas neoliberales y la exclusión política que ha sido la constante
en el régimen político que se instauró en nuestro país desde la constitución de la
“República”.
Esa concurrencia entre el indio terrajero y los elementos constitutivos de la sociedad
ancestral originaria que aún sobreviven, ha sido lo que ha potenciado en forma maravillosa
la capacidad intelectual y organizativa de luchadores campesinos e indígenas que se
manifiesta con beligerancia y gran fuerza desde la década de los años 60. Ellos, los
dirigentes indígenas fundadores del CRIC88 en su gran mayoría, hacían vida política legal al
interior del sector más popular y de izquierda del liberalismo, y en ese accionar fueron
identificando sus intereses al calor de la lucha por la tierra que fue evolucionando hacia un
verdadero programa político de los pueblos indígenas caucanos y colombianos.89
Es importante recordar cómo los fundadores del Consejo Regional Indígena del Cauca
CRIC en sus cartillas fundamentaban su visión planteando que "los indios caucanos somos
colombianos, campesinos e indígenas". Sabían que sólo cuando esta nación conquiste su
soberanía política y construya democracia, podrá darle a los pueblos indígenas las
verdaderas garantías para reconstruir sus estructuras sociales, económicas, políticas y
culturales y ejercer una efectiva autonomía. Pero además, los indios caucanos al calificarse
como campesinos, decían: "habitamos en el campo y vivimos de él". Al identificarse como
clase social con los campesinos lo que hacían era reconocerse como pequeños productores
agropecuarios, y al plantearse su lucha, impulsaban la construcción de un gran frente
campesino que luchara por una reforma agraria que entregara "la tierra a quien la trabaja".90

87
Findji, María Teresa. Movimiento indígena y recuperación de la historia en Latinoamérica: enseñanza de la
historia, libros de texto y conciencia histórica. Buenos Aires, Alianza Editorial, 1991.
88
Ellos eran entre los principales: Gustavo Mejía y Iván Bocanegra, campesinos; Juan Gregorio Palechor,
yanacona; Lorenzo Muelas, Trino Morales, Javier Calambás y Julio Tunubalá, guambianos; y otros muchos
dirigentes que contaron con la ayuda de personas como el Sacerdote Pedro León Rodríguez, Pablo Tatay,
Víctor Daniel Bonilla, y otra serie de intelectuales y personas solidarias de Cali y Popayán.
89
Historia del CRIC. Cartilla Nº 3, Popayán, 1976.
90
"La tierra para quien la trabaja" era la condigna central de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos,
organización a la cual pertenecieron los indígenas del Cauca antes de la creación del CRIC. En Popayán se
realizó la 10ª Junta Nacional dela ANUIC en 1970 y un años después se fundaba el CRIC.

96
Y, al reconocerse como indios, por origen, etnia, lengua, cultura y costumbres ancestrales,
se planteaban su lucha étnica por recuperar, reconstruir y defender su identidad como
pueblos originarios. Sólo si se combinan acertadamente dichas luchas (nacional, de clase y
étnica) se podrá garantizar un pleno éxito. Decían por entonces que "sólo si compenetramos
nuestro ser y sentir con el pensar y el hacer, si pensamos y obramos con nuestro corazón y
con nuestra propia cabeza, seremos capaces de conseguir nuestras metas".91
Esa visión y concepción de su lucha no contó en ese momento con las condiciones óptimas
para desarrollarse plenamente. El Estado colombiano no daba garantías para la acción
política. Gustavo Mejía, en la década de los 60 fue elegido diputado del Cauca en
representación del Movimiento Revolucionario Liberal que dirigía a nivel nacional Alfonso
López Michelsen, y es perseguido hasta ser asesinado en 1974. La izquierda colombiana
estaba en pleno auge, Camilo Torres Restrepo y la mayoría de partidos de izquierda
agenciaban tendencias abstencionistas con la ilusión del triunfo de una insurrección
popular, y ello influyó en los movimientos sociales incipientes, entre ellos el movimiento
indígena caucano.92
A partir de los años 70 la resistencia indígena se transforma en una verdadera ofensiva
contra la clase aristocrática gran terrateniente caucana que lleva a que en un lapso de 15
años las comunidades indígenas recuperen importantes territorios y ocasionen a los grandes
latifundistas una derrota histórica en el terreno de la economía. Claro, pagaron con
asesinatos y cárcel su proeza. El sacerdote nasa Álvaro Ulcué Chocué, impulsador del
Proyecto Nasa en Jambaló y Toribío, que es el antecedente organizativo de la Asociación
de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca ACIN, es asesinado en Santander de Quilichao
en 1984. Muchos dirigentes son encarcelados y perseguidos pero los pueblos mantienen su
espíritu de lucha y de resistencia otorgándole a la vieja aristocracia payanesa y caucana una
derrota histórica de la cual no se va a levantar.
Sin embargo, en el terreno político el movimiento indígena no desarrolla una propuesta
integral, que recogiera los intereses de amplios sectores sociales y que permitiera construir
alternativas políticas de largo plazo para avanzar en un modelo de desarrollo propio y
autónomo, frente a la política nacional e internacional que ya se estaba configurando desde
mediados de los años 80 con el modelo aperturista y de globalización neoliberal.
Las participaciones del movimiento indígena en el campo político-electoral tanto para la
Asamblea Nacional Constituyente (1990) como para el Congreso de la República, a pesar
de su importancia y logros conseguidos en el texto de la Constitución Política 93, no se
convierten en la región en un verdadero movimiento político que liderara una propuesta
desde los pueblos indígenas para la sociedad caucana y colombiana. Su participación
política es sectorial, más de carácter reivindicativo, con fines de avanzar en la recuperación
de territorio, colocando el aspecto étnico en primer y único lugar, olvidándose del ideario
construido por los fundadores del CRIC.  

91
Folleto CRIC. Mimeo, 1971
92
Entrevista con Julio Tunubalá. 1994
93
La participación en la Asamblea Nacional Constituyente con Lorenzo Muelas (Misak) y Alfonso Peña
Chepe (Nasa de Caldono, desmovilizado del Quintín Lame) consiguió integrar en la Constitución Política el
concepto de que Colombia es un país multiétnico y pluricultural, y se obtuvo la visibilización del mundo
indígena y afrodescendiente.

97
Sólo después de una década y media, en 1999, después de grandes movilizaciones de
diversos sectores del Cauca (marchas de La Salvajina, recuperaciones de tierra y territorio
por parte de los indígenas, paros y tomas de la carretera Panamericana por parte de
campesinos, afrodescendientes y sectores populares, entre los que se destacan las luchas del
Comité de Integración del Macizo Colombiano CIMA, Asociación Nacional de Usuarios
Campesinos ANUC, Asociación de Pequeños y Medianos Productores Agropecuarios
AGROPEMCA,  y diversas organizaciones de comunidades negras, además de las luchas
de los  sindicatos de maestros, trabajadores de la salud, y otros, los indígenas agrupados
políticamente en la Alianza Social Indígena ASI y las Autoridades Indígenas de Colombia
AICO, se unen con los demás sectores y construyen – aún en el marco de una política
reivindicativa – el Bloque Social Alternativo que levanta un programa que recoge la
plataforma de lucha que los movimientos sociales construyeron durante la década de los
noventa.94
Ese frente político-reivindicativo logra concitar el apoyo de amplios sectores de la
población urbana, que frente a la crisis de los partidos tradicionales centra sus esperanzas,
por primera vez, en una propuesta del campo popular. Es elegido Floro Alberto Tunubalá
como gobernador del departamento pero el proyecto político no se consolida hacia el
futuro. Cada sector quiere resolver su problema particular y se evidencia la debilidad
política del conjunto.
Desde los años 80 al interior del movimiento indígena caucano se enfrentan intereses
sectoriales, tradiciones tribales y posiciones políticas que se reflejan en la división
existente. Existen tres grandes bloques: los paeces o nasas, guambianos y yanaconas.
Incluso, al interior de esos bloques existen diferencias: entre los Nasas, se aprecian
tendencias diversas en el norte del Cauca (ACIN) y en Tierradentro. Los totoroés,
coconucos, y otros pueblos todavía mantienen sus particularidades. Al interior de los
guambianos también existen diferentes percepciones del proceso organizativo, los intereses
familiares se cruzan con las concepciones políticas y los intereses de los dirigentes. La
influencia de corrientes antropológicas deja igualmente su marca negativa al igual que la
lucha sectaria de los grupos de izquierda. Entre los pueblos yanaconas se percibe mayor
integración a la sociedad nacional y su comportamiento es mucho más influido por la
política tradicional de las clases dominantes de la región.
Por otro lado, a partir de la participación electoral y el acceso a las transferencias para
municipios y cabildos, es evidente que el Estado ha logrado cooptar parte de las luchas
indígenas hacia la práctica de la gestión de proyectos concretos, que por ser manejados sin
una visión y una práctica política integral, tienden a debilitar las luchas por autonomía y
desarrollo propio de los pueblos indígenas caucanos. Las dificultades que está sufriendo el
CRIC con el manejo de la educación y la salud, son evidencia de una serie de problemas
que ya están siendo debatidos entre las comunidades y que tarde que temprano deberán ser
resueltos de forma positiva.
A manera de conclusión, en el conjunto de las luchas indígenas del Cauca se aprecia lo
siguiente:

94
Plan Alterno al plan Colombia. Base para el programa de gobierno de Floro Alberto Tunubalá. Bloque
Social Alternativo, CIMA.

98
 La lucha de los indígenas del Cauca es una cantera de experiencias político-
reivindicativas. Su conocimiento y estudio es fundamental en la tarea de construir un
verdadero pensamiento propio.
 Ya no se discute la disyuntiva de si los pueblos indígenas deben ser "integrados" a la
sociedad nacional o si se respeta su autonomía y autodeterminación. Ellos, con su lucha
han conseguido su reconocimiento pleno. Es a partir de su identidad propia como
pueden aportar sus mejores desarrollos y tradiciones a la sociedad nacional. Esa ha sido
una de sus principales conquistas.
 Los pueblos originarios se han ganado un lugar en la nación colombiana, es reconocida
su lucha por su autonomía y su territorio, así en los últimos años el modelo impulsado
por el gobierno de Uribe y su continuación con Santos, hayan tratado de invisibilizarlos
o derrotarlos por medio de la criminalización de sus luchas.95
 La visión política que le dio creación al CRIC no logró ser desarrollada y sufrió una
especie de distorsión de tipo aislacionista, no por voluntad de sus dirigentes sino por
factores estructurales de la sociedad colombiana que los empujó al terreno de su lucha
exclusiva por territorio y defensa de su autonomía. También pueden haber influido
ciertas concepciones "indigenistas" promovidas por antropólogos e intelectuales
externos.
 La unidad de los pueblos indígenas caucanos y su relación política con otros sectores de
la sociedad caucana y colombiana, los podría potenciar para cumplir plenamente con sus
metas, ayudando con su experiencia de lucha y capacidad política a que los sectores
populares y democráticos del país consoliden alternativas políticas de mayor alcance.
Hoy que el movimiento indígena del Cauca está bajo fuerte ataque de los sectores más
retardatarios de la clase dominante de ese departamento y de Colombia (herederos de la
vieja clase aristocrática gran terrateniente), que acusan a la población y a sus
organizaciones de colocar las luchas por la tierra y por territorio al servicio de la
insurgencia armada. Es importante releer su historia y buscar en ella experiencias para
ayudar a diseñar la estrategia más adecuada para enfrentar esta grave amenaza.
ELLA SOLO QUERÍA TOCAR EL PODER

Bajaba las gradas del edificio de la gobernación del Cauca con su corazón lastimado y llena
de rabia. Las lágrimas le corrían silenciosas por sus curtidas mejillas sin que ella hiciera el
más mínimo gesto ni emitiera ningún lamento. Había sido humillada muchas veces en la
vida pero nunca le había dolido tanto. Aunque era una campesina acostumbrada a sufrir
sentía que este dolor no lo iba a superar nunca porque no lo entendía. Apretaba contra su
pecho una mochilita de fique que tejió con todo cariño durante varios días a la cual le bordó
el nombre de su destinatario: “Taita” Floro Alberto Tunubalá. No le colocó el segundo
95
La estrategia del gobierno de Uribe durante sus 2 períodos – sobre todo para los pueblos Nasas – ubicados
en el nororiente del Cauca – es identificar su lucha con la de la insurgencia de las FARC. Históricamente esa
región, de la cual hace parte Florida y Pradera, el norte del Huila y el sur del Tolima, ha sido territorio
estratégico con fuerte presencia de la guerrilla izquierdista. Los pueblos originarios de esa zona han planteado
una política de absoluta independencia de los grupos armados legales e ilegales, y en numerosas ocasiones
han desarrollado acciones de resistencia civil frente a diversos hechos que atentan contra su vida y estabilidad
social.

99
apellido “Paja” porque un vecino le dijo que con ese apellido ese indio guambiano iba a ser
igual de pajudo a los demás politiqueros oligarcas que engañan al pueblo. Ella se enojó
mucho y cuando le estaba colocando el nombre del primer gobernador indígena de la
comarca se acordó de aquellas palabras tan hirientes de su vecino y por eso no le bordó el
segundo apellido. Tres días atrás, había empezado a organizar el viaje a Popayán. Colocó
en la mochila ocho de los mejores huevos de gallina de campo que tenía en la finca de su
vereda Chisquío del municipio de El Tambo que está ubicada a los pies del famoso cerro de
Munchique, en la cordillera occidental. Anhelaba con todas sus fuerzas sentir el cariño de
ese indio que fue capaz de derrotar a esa soberbia aristocracia payanesa en las elecciones
del año 2000. Se lo imaginaba sentado en una silla grande y alta como las que veía en las
cartillas de sus nietos.
Quería estar a primera hora en Popayán y por ello decidió viajar en las horas de la tarde de
ese domingo de principios de marzo. Se quedaría en el pueblo de El Tambo, en un hotel
que administraba un viejo amigo desplazado por la violencia, y al otro día lunes saldría para
la capital a cumplir con la misión que se había propuesto. Quería llevarle ese regalo al
flamante gobernador quien hacía varias semanas se había posesionado como primer
mandatario del Cauca. Le costaba mucho trabajo llegar hasta Popayán, ya que era muy
vieja y no estaba para esos trotes. Sin embargo estaba tan entusiasmada con la idea de ir a
saludar a Floro, como ella le decía, que ningún sacrificio le iba a impedir cumplir con esa
meta. Ella participó en las movilizaciones campesinas e indígenas de los años noventa y
compartió reuniones con muchos dirigentes guambianos en medio de esas luchas. Para ella
todos eran iguales a Floro, no porque lo conociera personalmente sino porque un sobrino le
llevó varias fotografías publicadas en El Liberal y en El Tiempo. “Imagínese doña Inés, si
salió en El Tiempo es porque es algo muy importante”, le comentaba a su vecina días
después de esa histórica elección. Había pegado esas fotografías al lado de una imagen de
la Virgen del Carmen y del Niño Jesús de Praga, a quienes les rezó con mucha devoción
pidiéndoles que ganara el candidato de La Minga.
El primer día fue imposible que la dejaran entrar siquiera a la gobernación. Se realizaba una
protesta de los docentes y el edificio estaba rodeado de policías antidisturbios. Ella no
entendía muy bien qué era lo que pasaba pero se explicaba la situación diciéndose a sí
misma que eso era que “el Floro” debía estar exigiéndoles a los maestros que trabajaran con
más cumplimiento y dedicación, porque de acuerdo a su experiencia casi todos los
profesores asisten un rato a la escuela y se van rapidito. No es como antes que los maestros
vivían en la vereda y eran verdaderos líderes comunitarios, pensaba para sí. “Eso debe ser”,
se repetía a sí misma. Al otro día fue temprano como le había recomendado el policía que la
atendió en medio del tumulto y la bullanguería que hacían los manifestantes. Pudo pasar
por la barrera donde requisan a la gente aunque no le querían dejar pasar los huevos,
diciéndole que ellos se los guardaban. Se rieron sonoramente cuando les dijo que ese era el
único regalo que le traía al gobernador y que no le podía entregar la mochila vacía. Después
de unos minutos se la entregaron y la dejaron pasar.
Se la pasó todo el día esperando a que entrara para poder verlo y saber que estaba allí y que
iba a poder saludarlo. Como a las 4 de la tarde un joven bien vestido se le acercó y le
preguntó que a quién estaba esperando y que de dónde venía. Ella le dijo que era vecina de
Chisquío en el municipio de El Tambo y quería hablar con el gobernador. Le explicó que
desde por la mañana se había anunciado con la secretaria y que ella le había dicho que

100
esperara, que el gobernador tenía varias reuniones por fuera del edificio pero que más tarde
llegaría. También le dijo al joven que el gobernador no llegaba todavía porque no lo había
visto entrar. “Pobrecito, esta es la hora y quién sabe si habrá almorzado”, pensó en voz alta.
El empleado sonrió y le explicó que el gobernador estaba adentro, en su despacho, que él
entraba directamente por un ascensor interno y por eso no lo había visto pasar. Le dijo que
esperara, que él iba a ver qué podía hacer, pero que primero le explicara cuál era la petición
que le traía, que si la tenía por escrito. Ella le dijo que no, que ella lo único que quería era
saludarlo y entregarle un regalo que le había enviado la comunidad. Esto último lo inventó
tratando de darle más importancia a su gestión. El joven le insistió que le contara sobre la
solicitud que traía, porque su función era ayudarle a su jefe a preparar las citas y si no hacía
esa tarea, de seguro lo regañarían. De todas formas la anciana campesina le insistió que
quería verlo y saludarlo, que venía desde muy lejos y no se iba a ir sin que la recibiera. El
funcionario se comprometió a ayudarla.
Ya faltaban cinco minutos para las seis de la tarde y seguía allí esperando. Un vigilante se
le acercó y le dijo que ya iban a cerrar pero como ella estaba segura que la recibirían le dijo
que no se preocupara, que se mantendría a la espera. A las siete y media de la noche la
secretaria se le acercó y le comunicó que desgraciadamente el gobernador ya no podría
atenderla porque se había presentado un problema de orden público, era una emergencia, y
había salido a la carrera. Que con mucho gusto le entregaría el regalo y le daría las razones
que fueran del caso. No le prometía que al otro día la fuera a atender porque el gobernador
salía muy temprano para Bogotá y no volvería hasta dentro de diez días ya que viajaba para
Francia. Al ver la cara de Polita, que así se llamaba la campesina tambeña, la secretaria se
puso muy incómoda y trató de consolarla diciéndole que Floro era muy buena persona, que
el problema era que estaba muy ocupado, que todo lo que hacía era por su gente sencilla, y
que en un viaje que hiciera a El Tambo seguramente podría saludarlo. Ella no contestó nada
y salió en silencio del salón hacia las gradas.
Un dirigente popular que días después se enteró de este caso afirmó con tristeza: “Ella lo
único que quería era tocar el poder”.

EL VIEJO ROMÁN CAJIAO

Conocí al viejo Román Cajiao cuando se acercaba a sus 60 años. Era un campesino negro
de cuerpo menudo que vivía en la vereda Caponera al norte del municipio de Caloto, muy
cerca de la localidad de Villarrica. Era el administrador del acueducto interveredal que
prestaba servicio a otras veredas vecinas como Guabito, Barragán y Quintero. El acueducto
funcionaba mediante el sistema de bombeo, contaba con un tanque elevado y el agua no era
de la mejor calidad.

101
Me recibió en la entrada de su humilde casa de habitación. A pesar de su figura menuda
tenía unos gruesos brazos y unas manos enormes. Transpiraba fortaleza y tranquilidad. Su
mirada serena e inteligente generaba – al instante – confianza y certidumbre. Representaba
con nitidez a su raza. La bondad le brotaba en forma natural. A veces reía burlonamente
mostrando sus fuertes dientes que ya estaban un poco amarillentos pero que – al igual que
todos sus congéneres –, era uno de sus motivos de orgullo. “Hasta ahora no he perdido ni
una muela” decía con su voz ronca, gruesa y espesa, que me recuerda a los cantantes de
jazz de los EE.UU. En fin, don Román Cajiao era todo un personaje.
Cajiao era el típico campesino que se resistió a la invasión de la caña de azúcar. Era un
ejemplo de perseverancia por defender su “finca tradicional”. Hizo hasta lo imposible por
evitar que su familia desistiera de la lucha por defender su tierra y terminara por vender su
predio a uno de los ingenios azucareros del Valle o a algún testaferro enviado por ellos. Me
relataba decenas de casos de cómo habían engañado a sus vecinos o conocidos para
obligarlos a vender. Utilizaron hasta la Caja Agraria para endeudar a los campesinos para
sembrar cultivos transitorios como maíz, millo, sorgo o la misma caña, los “orientaban” con
mala fe y los llevaban a la quiebra sabiendo que detrás venían los grandes terratenientes
comprando las hipotecas. Así se apoderaron de las tierras, aprovechándose de la ingenuidad
de los campesinos negros de la región. Todo ello está contado con mucho detalle en los
libros escritos por Michael Taussig, un australiano que en los años 70 realizó investigación
social en la región y que se hizo llamar Mateo Mina. Don Román lo conoció personalmente
dado que vivió en la vereda Caponera durante una parte del tiempo que estuvo investigando
en la zona.
El viejo Cajiao era un hombre maravilloso. Daba el pecho sin una queja. Sabía que moriría
en su terruño y que nadie lo sacaría de allí. Por eso rodeó su finca de árboles frutales, entre
ellos de aguacate, para tratar de evitar la “plumilla” de la caña y los vapores contaminantes
que los agroindustriales cañicultores utilizaban para fumigar las extensas áreas sembradas
en caña que rodeaban las pequeñas fincas de los campesinos negros que resistían en forma
paciente, callada y valerosa. Asesoraba y animaba a sus vecinos para no aflojar, encabezaba
los pleitos por el manejo del agua, realizaba gestiones para mejorar los servicios públicos,
estaba pendiente del funcionamiento de la escuela y del puesto de salud, y buscaba
asistencia técnica para tratar de mantener y mejorar los cultivos asociados a la finca
tradicional y alternativas a la caña. Su maravilla – desde mi punto de vista – consistía en su
inmensa facultad de ponerse en los zapatos del otro.
Él me enseñó la capacidad de perdón que es uno de los sentimientos que portan los
descendientes de los esclavos negros traídos desde el África. No lo dicen pero he
descubierto que guardan ese sentimiento al interior de sus almas. Muchos confunden esa
actitud con la conformidad o la pasividad abyecta. Pero no, el negro es de por sí orgulloso.
Tiene conciencia de su fuerza. A veces le capto una especie de temor o miedo a liberar su
energía reprimida, que él sabe que puede lastimar a otros.
Durante las guerras de independencia los contingentes guerreros conformados por hombres
adultos y jóvenes negros denominados “los macheteros” del Patía y del Cauca (que eran del
norte del Cauca), nombres que hoy portan en sus insignias algunos batallones del ejército
colombiano, eran muy apetecidos por los caudillos militares de la época. La tradición del
machetero surgió del arte de la vara que desde tiempos inmemoriales practicaron los
pueblos africanos. Era un arte de la guerra mediante el cual se disciplinaba al niño desde su

102
más tierna edad. Todavía lo practican los Massai y otros pueblos en lo profundo del África
Central y en Etiopía.
Los españoles les cambiaron la vara por la espada y más adelante, en forma espontánea el
“arte de la esgrima” se convirtió en una tradición negra de nuestras regiones. En la guerra,
la fuerza y velocidad de un machete eran superiores al arcabuz, que al ser disparado por su
portador, si no conseguía dar en el blanco o inutilizar a su oponente, perdía su eficacia. Son
famosas las aventuras y peripecias de afamados macheteros que mataron con su filo certero
a decenas de oponentes antes de ser heridos o muertos en combate.
El viejo Cajiao sabía eso y mucho más. Al igual que don Sabas Casaram, un viejo patriarca
negro quien fue cadete y perteneció al Batallón Presidencial, que murió no hace mucho
tiempo en Puerto Tejada, tenían en alta estima su raza y su nobleza de siempre. Era otro
hombre sabio, oriundo de Buenos Aires, con una gran cultura y una memoria prodigiosa.
Siempre reivindicó al negro por encima de quienes tanto los lastimaron. Me haría largo en
mencionar nombres de hombres y mujeres notables de nuestra gente negra, nobles de
corazón a quienes siempre llevaré en mi mente. No puedo dejar de mencionar a Luis David
Mosquera, una especie de historiador natural del Patía. Tampoco puedo olvidar a don
Ramón Ibarra, a quien conocí con una edad de más de 100 años montando de a caballo y
visitando sus varias mujeres y sus numerosos hijos a lo ancho y largo del Valle del Patía.
Menos olvidaré a Inocencia Balanta, maestra de escuela de El Ciprés descendiente de los
negros cimarrones del Palenque del Castigo (Capellanías) o a Julio Mosquera de los negros
de Jamundí y Timba pero que había migrado al sur de El Tambo.
El verdadero Amador Carabalí era un negro curtido de sufrir, campesino de Quilcacé quien
me contó historias de lucha y de sufrimiento que nunca se borrarán de mi mente porque
hacen parte de mí. A ellos y a tantos amigos y amigas de la zona sur del municipio de El
Tambo, les dedico este capítulo.

EL SUEÑO DE AMADOR

Amador viajaba de Cali hacia Guachené. Era un joven líder de las comunidades negras del
Cauca que aspiraba a concretar en hechos reales las expectativas creadas por la Ley 70 de
1993, que se había aprobado como desarrollo del artículo transitorio 55 de la Constitución
Política de 1991. En la tarea de concretar esa aspiración se la habían jugado los dirigentes
indígenas que fueron elegidos a la Asamblea Constituyente, Lorenzo Muelas y Alfonso
Peña Chepe, con ayuda de los dirigentes del M-19, el apoyo incondicional del maestro

103
Orlando Fals Borda quien fue su gran inspirador y el trabajo callado de cientos de
dirigentes negros que habían luchado con mucho sacrificio desde décadas pasadas.
Había decidido irse por Puerto Tejada para llegar a su viejo pueblo por la vía que pasa por
Obando, Cabaña y San José, veredas que hacía mucho tiempo no visitaba. Podía haber
viajado por la carretera panamericana, atravesarse por Villarrica y la vereda Primavera para
conectar con la carretera que va por la fábrica de Propal. Algo lo llevó a cambiar de rumbo
en “el Puerto”. Así llaman a esa ciudad sus propios pobladores que en la actualidad es un
auténtico campamento de corteros de caña y de jóvenes desempleados que viven la tragedia
de la descomposición social y la vida miserable. Esta situación se ha agudizado desde hace
algo más de treinta años cuando llegó a su máxima expresión el proceso de despojo de las
tierras de las comunidades campesinas negras de los valles de los ríos Palo, Desbaratado,
La Paila y Guengué, afluentes del río Cauca, a manos de los terratenientes agroindustriales
productores de caña de azúcar.
Puerto Tejada en verdad fue un puerto fluvial. Cuando fue fundada en 1913 ya se
exportaban desde ese sitio grandes cantidades de cacao, café, ganado, frutales y toda clase
de productos que eran transportados por el río Cauca y descargados en Puerto Mallarino,
que en la actualidad es un barrio de Cali. Desde allí, vía ferrocarril se llevaba el cacao a
Buenaventura y se exportaba hacia los EE.UU. Todo era producido en las fincas
tradicionales que durante muchas décadas los afrodescendientes esclavos construyeron
como estrategia de sobrevivencia después de huir por más de un siglo de las haciendas
“negreras” de propiedad de Sergio y Julio Arboleda, entre las que se destacaban las de
Japio, Quintero, Obando y Pílamo.
Hoy Puerto Tejada ya no es un verdadero puerto. Las gentes han olvidado la historia que se
concentra en una ciudad. Las penurias de un pueblo secuestrado del África, que fue
vilipendiado y maltratado en los largos viajes que los obligaron a hacer atravesando el
Océano Atlántico, siendo apilados como animales, en donde morían más de la mitad de los
que embarcaban y eran desperdigados por toda América. El mercado de esclavos se
especializó en traer mujeres y hombres jóvenes, fuertes y en capacidad de reproducirse en
el nuevo mundo. Así mismo, se traía en cada “lote” un grupo de artesanos expertos en
fundición, forja y elaboración de herramientas de hierro, técnicos naturales especializados
en construcciones de diferente tipo entre las cuales las más necesarias eran las lacustres
para vivir cerca de los ríos y pantanos. También preferían peluqueros, cocineros y gente
diestra en otros oficios como la cestería, la cerámica y otras artes que tenían gran valía en
los nuevos territorios dado que en muchas zonas los indios nativos preferían destruir sus
propios talleres artesanales a compartirlos con el invasor europeo.
Amador iba pensando en sus vidas que cargaban con las herencias de su pueblo
afrodescendiente. Sabía que los españoles se habían esforzado por revolver esclavos
provenientes de diferentes regiones de África, de pueblos diversos con lenguas y culturas
disímiles para que no pudieran construir comunidad. Les tenían miedo y estaban decididos
a reducirlos al máximo. Individuos tan diferentes como un bosquimano se encontraba al
lado de un massai o un kamba. Un rey de la Costa de Marfil podría ser ayudante de un
antiguo esclavo de Angola o un maestro de las varas de Etiopía estaría extrayendo sal en las
minas de El Salado en Tierradentro bajo el mando de un ogoni de origen nigeriano. Sin
embargo, los africanos siempre encontraron formas de entendimiento, sus dioses tenían

104
ciertas similitudes y su capacidad mística, su espíritu festivo, su integración con la
naturaleza y el color de la piel les permitió encontrar formas de identificación propia.
Sin saber cómo, de un momento a otro, el joven dirigente se encontró camino a casa de su
anciano amigo Diógenes, ubicada en Perico Negro, vereda muy cercana a la ciudad de
Puerto Tejada. Parecía que una fuerza interior lo hubiera llevado a ese lugar. La casa tenía
un largo zaguán que desembocaba en un patio situado en la parte trasera como si se hubiera
construido para realizar reuniones clandestinas. Cuando llegó a ese patio vio que estaban
reunidas cuatro personas de su misma raza pero todos mayores. Creyó estar interrumpiendo
una reunión previamente acordada pero la voz gruesa y pastosa del más viejo lo tranquilizó
– en parte –, pero también lo inquietó de una forma extraña, como pasa con los nervios
controlados de alguien que está al corriente que va a realizar algo arriesgado pero sabe que
le va a traer beneficios.
– “Lo estábamos esperando” – dijo el viejo Griseldino, que así se llamaba el hombre de 84
años que estaba sentado en una pequeña butaca hecha de un pedazo de tronco al que le
habían cortado en forma pareja tres gruesas ramas para que adquiriera la forma de lomo de
un animal salvaje en donde un humano se pudiera sentar con comodidad.
Amador comprendió de inmediato que había una conexión entre él y los cuatro ancianos
que decían que lo estaban esperando. No sintió ningún miedo ni aprensión y se sentó con
ellos como si en realidad fuera el que faltaba. Los otros personajes eran Inocencia, una
vieja de 76 años, menuda, alegre y ágil conversadora que se autodefinía como compiladora
y “contaora” de cuentos, mitos y leyendas de las comunidades negras; Félix, un negro flaco
y desgarbado a quien se le veían las gruesas venas en sus brazos y en sus ojos le brotaba la
bondad a borbotones, quien ya había cumplido los 78 años – según el mismo dijo –; y
Diógenes, quien era una especie de historiador más formal de las comunidades
afrodescendientes del norte del Cauca, preocupado por recoger y escribir sobre la cultura
negra, las costumbres ancestrales, la medicina tradicional y todo lo que fuera digno de ser
resaltado en esas vidas de sufrimiento, discriminación, exclusión y abandono social que
siempre han sufrido estas comunidades, pero que ellos soportan con entereza y dignidad
que muchos confunden con conformismo y pasividad.
Griseldino era el maestro de la ceremonia. Era un médico tradicional negro, alto y
completamente calvo. Su piel no estaba tan arrugada y brillaba como la de un mozuelo de
20 años. Su mirada era firme pero serena y trasmitía fortaleza y seguridad. Había heredado
el arte de las yerbas, la magia de escuchar los sonidos que nadie escucha, y la ciencia de
conocer las almas de los hombres. Su padre y madre habían sido curanderos, sobanderos y
parteros. Sufrieron la persecución de las autoridades y los curas quienes los acusaban de ser
brujos y de prestarse para maleficios. Ellos se refugiaron en la vereda de El Silencio,
ubicada al sur de Guachené, cuidaban su finca tradicional como a las niñas de sus ojos,
cultivaban plantas medicinales y vivían en contacto con el río, pescando, lavando oro, y
haciendo todas las actividades que los campesinos negros de esa región realizaban en forma
natural y cotidiana.
El grupo de sabios negros se había reunido ese día para compartir sus experiencias y hablar
de política. Era un domingo a las 7 y media de la mañana. Habían empezado hablando
sobre la ausencia de liderazgos genuinos. Se quejaban de que los dirigentes que
representaban a las comunidades en las “comisiones consultivas” que se habían constituido

105
para desarrollar lo establecido en la Ley 70 no se alimentaban del espíritu de su pueblo.
“Cada uno va por lo suyo”, decía Inocencia. Por ello habían surgido tantas fundaciones y
corporaciones que ahora les llamaban “oeneges”. Por esa misma razón la Asociación de
Usuarios Campesinos había sido desvirtuada y convertida en un negocio de blancos, pardos
y “gente desteñida”. Ese término se lo habían escuchado a Sabas Casaram, un viejo
patriarca negro, ilustrado y sabio, quien vivía por esos tiempos en Puerto Tejada.
En el piso, en medio de los cinco personajes que estaban reunidos en esa vieja casa de
Perico Negro se destacaba una gran botella verde de las que se utilizan para envasar
champaña. No tenía papeles ni marcas por fuera. A su lado había un platón de aluminio,
varios tabacos y una caja de fósforos. La botella tenía un líquido transparente y muchas
yerbas que Amador alcanzaba a observar ligeramente. Diógenes le insinuó que enviara a
traer una media botella de aguardiente que se requería para continuar con la sesión, ya que
la botella estaba a medio llenar. Aunque Amador no entendía bien si era que se iban a poner
a tomar trago, sacó un billete de 10 mil pesos y la mandó a conseguir. Una jovencita que
estaba atenta a lo que necesitaran trajo presurosa la botella de licor. Procedieron a
descorcharla y con mucha ceremonia la vertieron en el botellón verde. El viejo Griseldino
inició una especie de ritual que el visitante parecía haber interrumpido. “No te preocupes
Amador, nosotros ya habíamos empezado pero todo esto está hecho para ti”.
Llenaron el platón con agua del pozo que estaba cerca. Félix sacó cuatro fósforos de la
cajita que alcanzaba a mostrar la marca de la fábrica “El Sol”. Le entregó los fósforos a
Amador colocándoselos frente a sus ojos y diciéndole: “Coge los cuatro fósforos a la vez y
préndelos de una sola. Todos deben prender. Si uno queda sin fuego, no sirve y hay que
hacerlo de nuevo. Luego, cerrando los ojos los lanzas con fuerza sobre el centro del platón
lleno de agua y te mantienes con los ojos cerrados hasta que Griseldino te ordene abrirlos”.
Así lo hizo Amador. Ahora sí estaba un poco nervioso. Le pasaron un aguardiente triple en
una copa de metal con la orden de tomarlo de un solo trago. Después de tomarlo no sintió
ni el ardor en la garganta ni el calor que comúnmente uno siente en el esófago y el
estómago cuando el alcohol va bajando por el sistema digestivo. Sintió sí, una distensión
espiritual que lo preparó para escuchar lo que Griseldino le fue relatando, que él no sabe si
fue real o fue un sueño que tuvo fruto de una borrachera momentánea, acelerada y
comprimida en menos de un minuto.
De inmediato Griseldino le indicó con gravedad: “Haz el esfuerzo de ver sin abrir los ojos”.
Nunca había escuchado una orden similar pero se concentró mentalmente. De un momento
a otro se encontró de frente con otros personajes en medio del bosque del río Palo, muy
cerca de Guachené. “Tú venías para acá”, le dijo Cinecio, y agregó: “Pero llegaste por otro
camino menos directo pero mejor”. A su lado estaba un indio nasa que dijo llamarse Juan,
de los Tama. Más allá, preparando una comida se encontraba una india misak (guambiana)
de nombre Mamá Dominga, y le estaba ayudando un indígena yanacona llamado Juan
Gregorio.
No hablaron mucho. Sirvieron la comida que era sábalo de río recién pescado y asado en
las cenizas, una mazorca de maíz jugosa y amarilla, una taza de cacao cultivado en la
región y varios pedazos de yuca chirosa que humeaba en un recipiente hecho con hojas de
plátano. Era una comida sencilla y simple, sólo aliñada con sal pero le supo a gloria. Era
estupenda, mejor que cualquier otra comida que hubiera consumido en su vida. Después le

106
brindaron un vaso de guarapo fuerte y para terminar lo invitaron a mambear una porción de
coca en forma de celebración por el encuentro.
Cada uno de esos personajes tenía los mismos ojos que los demás. Le pareció extraño. Sólo
le sonreían sin hablarle pero a la vez parecía que le estuvieran trasmitiendo sus
conocimientos y experiencias. Cinecio Mina era un dirigente de las rebeliones negras de
fines del siglo XIX que había encabezado las luchas de resistencia frente al atropello de los
esclavistas de Popayán. Juan Tama de la Estrella, el reconocido jefe indígena que había
conseguido unir a los pueblos indios alrededor de 1.700 había encabezado a nasas,
guambianos y totoroés para obligar a los encomenderos españoles a establecer una especie
de armisticio que partió del reconocimiento de las autoridades propias y el respeto de su
territorio. Mamá Dominga era una curandera guambiana famosa por sus remedios y
tratamientos, y Juan Gregorio Palechor fue uno de los fundadores del Consejo Regional
Indígena del Cauca CRIC, nacido en el municipio de la Sierra. Era de la etnia yanacona
pero criado en Timbío y Popayán.
El negro Cinecio Mina le contó mentalmente que él se había criado con indios nasa, con los
cuales recuperó la altivez del nativo que nunca había sido dominado ni “domesticado”
como había pasado con tantos pueblos originarios. El pueblo nasa estaba allí representado
por Juan Tama. Dijo Cinecio que en otra vida había convivido con el pueblo misak, y con
ellos había aprendido una sabiduría pragmática que lo había vuelto muy listo y desconfiado
pero el truco era no demostrarlo. Su ejemplo más importante era la médica guambiana
Mamá Dominga. Siguió contando que últimamente se había encontrado con los campesinos
de origen yanacona que estaban representados en Juan Gregorio Palechor de quienes estaba
aprendiendo la capacidad de reconciliación que él en su rebeldía siempre había rechazado
pero que era igualmente válida para construir futuro. Él la llamaba “una forma de conseguir
las cosas songo sorongo”, con paciencia, humildad y persistencia. Había que combinar la
altivez, el sentido práctico y la astucia para conseguir los propósitos que uno tuviera en la
vida. Eran armas de los pueblos y de las gentes que siempre han sufrido.
Finalmente le dijo en forma directa: “Amador, nosotros los negros teníamos en África un
mundo maravilloso, una naturaleza exuberante igual o mejor que la que existe en América,
unos reinos tan variados y disímiles como los que poseían acá los pueblos nativos antes de
la llegada de los españoles, y todo ello nos daba una fuerza inmensa que la esclavitud nunca
pudo destruir. Por ello es que los negros, a pesar de todo el sufrimiento y humillación, de la
vejación de nuestras mujeres, de habernos tratado a algunos hombres afrodescendientes
como simples padrones reproductores – de donde adquirimos la costumbre de convivir con
varias mujeres a la vez, lo que nos dio un sentido especial de ser una familia comunitaria y
solidaria –, y tantas y tantas aberraciones que los esclavistas cometieron con nosotros,
somos los únicos pueblos de América que hemos perdonado, somos bondadosos, ya nos
sentimos americanos porque aquí encontramos ríos y selvas que nos han dado todo y
aunque añoramos idealmente a nuestra África del alma, ya somos de aquí y queremos la
tierra donde vivimos.”
Continuó su discurso de una forma suave pero firme: “Nos dicen que somos flojos y
conformes. ¡Cuán equivocados están! Con nuestra mano se hicieron muchas ciudades y
riquezas. Nos utilizaron como garrote para domesticar a los indios. Trajimos muchos
oficios y alimentos desde el continente negro y hemos contribuido con nuestros machetes –
usados como espadas y adiestrados por nuestra tradición de las varas – con la libertad, la

107
cual no hemos disfrutado. Lo que no saben es cuán nobles somos y cómo le tememos a
nuestra propia fuerza. Sabemos que si los negros nos rebelamos igual que los indios, no
habrá poder que nos detenga y la tragedia sería mayor. Entonces, preferimos soportar,
esperar, avanzar a paso lento pero seguro. Es la misma lucha con otra estrategia.”
Mirando a los otros personajes afirmó con vehemencia: “Estamos a la espera de que con los
otros pueblos, indios, mestizos y blancos, logremos hacer una reunión como ésta. Una
reunión de verdad, sincera y compartida. En donde se combine la intrepidez y la rebeldía
del indio nasa con la capacidad de manejar las leyes del yanacona, en donde la habilidad y
sapiencia del guambiano se funda con la forma de pensar del blanco europeo, y de esa
reunión surja un renacer de los pueblos, en donde el negro en su bondad y espíritu de
comunidad tranquila pueda desarrollar plenamente sus capacidades, su alegría musical, su
fuerza física y su creatividad inmensa para explotar el entorno sin necesidad de acaparar y
acabar con todo de una vez.”
En ese momento Amador escuchó a los otros tres personajes hablándole todos al unísono
como en una especie de coro celestial. Decían: “Por eso te hemos llamado, para que
entiendas que si los negros se encierran sólo en su problema de discriminación racial no
van a avanzar porque en el mundo conquistado por los españoles la discriminación es más
social que racial. Eso lo venimos comprobando cuando nos juntamos los pobres de todos
los colores y nos sentimos contentos porque somos iguales. ¡Vamos muchacho!... los cuatro
fósforos somos el negro y el blanco, el indio y el mestizo, y de esos cuatro fósforos sale el
fuego que nos debe unir en una sola fuerza que hará que éstas aguas tranquilas hiervan y
produzcan un gas que será el espíritu del ser humano único que todos somos.”
Cuando ellos terminaron de hablar Amador abrió los ojos. Observó con sorpresa cómo del
platón salía un vapor de agua que penetraba sus sentidos y entonces se desmayó. Griseldino
lo sostuvo en su regazo durante unos segundos y con un pequeño golpe lo despertó.
Amador estaba tranquilo y feliz. Después de ese día siguió siendo un activista del
movimiento de las negritudes pero poco a poco fue entablando relaciones con los demás
sectores de la sociedad y hoy hace ingentes esfuerzos porque esa reunión entre Cinecio
Mina, Juan Tama, Mamá Dominga y Juan Gregorio Palechor, no sólo se haga realidad en
forma colectiva sino que esté concretada en el interior de su alma.
Siempre que se reúne con sus compañeros y amigas, procura ofrecerles un pedazo de
pescado, una mazorca cocinada, un pedazo de yuca sancochada y una taza de chocolate. A
veces se le hace difícil conseguir los productos porque por falta de unión, los pueblos nos
hemos dejado quitar hasta lo más básico y delicioso de nuestras vidas. Amador siente que la
fuerza de ese vapor de agua lo mantiene activo y cree que en poco tiempo podrá ayudar a
que esa reunión se concrete.
LAS LUCHAS POR EL PRECIO DEL MAÍZ EN QUILCACÉ (EL TAMBO)
Dedicado a Lilia, Inocencia y las comunidades negras de El Tambo
“Enfrentarse consigo mismo y no poder romper con ciertas cosas es muy verraco” decía mi
amigo en una especie de confesión que me hizo al calor de unos buenos y numerosos tragos
de aguardiente. Cuando éramos jóvenes nos reuníamos a planificar nuestro trabajo social en
la tienda de don Pedro, un viejito cariñoso que vivía en la parte alta del pueblo. Ese trabajo
consistía en apoyar a los campesinos pobres del municipio de El Tambo en la tarea de
ayudarles a que ellos mismos identificaran sus intereses y se organizaran en forma
108
autónoma e independiente. El viejo Pedro era el único que nos fiaba cuando se nos acababa
el dinero, por eso y porque nos sentíamos seguros, acudíamos de vez en cuando a ese
humilde lugar caracterizado por su simplicidad. Nos atendía su dueño y sólo había una
mesa. No atendía sino a gente conocida y sólo a una “gallada” a la vez. De tal forma que
era como estar en casa. Ahora, después de casi treinta años, fuimos a conversar en ese sitio.
Ya había muerto el mayor y nos atendió una muchacha que parecía ser una de sus
numerosas nietas. La última vez que me había visto con mi amigo fue el día en que los
negros de El Tambo se “rebotaron” por primera vez. Participábamos del proceso de
organización comunitaria. En pocas semanas se organizó una marcha de más de mil
quinientas personas que terminó con la toma de la alcaldía y una breve negociación con el
gobierno departamental. Se acordó colocar una agencia del Instituto Nacional de Mercadeo
Agropecuario – IDEMA – para comprar la cosecha de maíz en la zona sur de ese
municipio, exactamente en Pueblo Nuevo-Ciprés. Desde ese día no nos encontrábamos. Él
era consciente de que yo sabía lo que le había pasado con ocasión de ese suceso. Nunca
tuvimos ocasión de hablarlo, pero después de tantos años de haber vivido esa experiencia,
él ya estaba preparado para comentarlo con tranquilidad y de frente. Sin embargo, el
aguardientico ayudaba a desinhibirse y poco a poco fuimos soltando los recuerdos.
Rememoramos entre los dos cómo fue que empezó esa lucha y lo rápido que evolucionó.
¡Claro! - dijo mi amigo como descubriendo algo: “Cómo sería que ni alcancé a imaginarme
las consecuencias para mi vida”. En medio de la conversa nos ubicamos en el día que inició
todo. Estábamos en una reunión con dirigentes de la “zona sur” como le llamábamos
nosotros a toda esa región. De un momento a otro se paró un negro, grande y de piel
brillante, “azulado” se dicen ellos mismos cuando un “negro es así de renegrido”. Con un
fuerte, grueso y pastoso vozarrón dijo tajantemente: “El problema más grave que tenemos
es que la arroba de maíz la están pagando a ‘precio de guevo’, nos están robando… ¡y no es
justo!”. El campesino se llamaba Amador. Fue respaldado por la profesora de la vereda La
Banda, la negra Lilia, una exuberante mujer, muy compenetrada con su pueblo y de un
espíritu abierto, alegre y festivo como toda la gente de su raza. El reclamo del negro
Amador cambió el curso de la reunión. Esa es una lección grande – dijo mi amigo –
calentándose con el tercer “guaro”. “Cuando la gente identifica una causa bien sentida, todo
se aclara y las cosas fluyen”, afirmó en tono filosófico.
Se estaban discutiendo los problemas de una región del municipio de El Tambo, que es la
verdadera cabecera de la cuenca del río Patía. En tiempos coloniales toda esta área, que va
desde un pueblito llamado Cuatro Esquinas hasta lo que hoy es El Hoyo Patía, pasando por
El Puente (Rio Timbío), Pueblo Nuevo-Ciprés, Cabuyal, Quilcacé, La Alianza, y otros
caseríos, se llamó la Encomienda de Esmita. La zona más importante fue la hacienda de
Quilcacé que hasta la década de los años setenta del siglo XX era un predio de más de
cincuenta mil hectáreas de propiedad de Juan María Caicedo, eterno secretario del partido
liberal del Cauca. En la última centuria de colonialismo español esa hacienda fue explotada
por los curas de la Orden de San Camilo, los padres de la “buena muerte”, llamados así
porque eran los que atendían a los enfermos. Fueron los precursores de la Cruz Roja y de
los servicios públicos de salud. Las inmensas ganancias obtenidas de la explotación de oro
de aluvión y de una mina de sal que tenía ese latifundio, sirvieron para construir varias
iglesias en Popayán y el monumental y rico monasterio de esa orden religiosa. Hoy es un
edificio compartido por el instituto de seguros sociales y el palacio de justicia. Hasta hace

109
unos siete lustros funcionó allí la escuela de San Camilo y el convento de los hermanos
maristas.
Es una región de clima caliente, de suelos muy fértiles pero demasiado secos, poblada en su
gran mayoría por negros de origen esclavo y colonos mestizos llegados de varias regiones
del Cauca. Es un sitio hermoso y exuberante. Es bueno anotar – le decía a mi amigo
desviándome hacia mis aficiones de geógrafo frustrado – que para el instituto Agustín
Codazzi, el río Patía nace en el macizo colombiano. La verdad es que el río Timbío con sus
afluentes Esmita, Bojoleo, Quilcacé, Riosucio-Patía y otras corrientes menores, son los que
le dan nacimiento a este río, que ya con ese nombre se une con los ríos San Jorge y
Guachicono en un lugar cercano a Galindez llamado “Entrerríos”. Ese es otro sitio
bellísimo cuando se observa desde la localidad de Balboa. Esos últimos dos ríos traen las
aguas del nudo de Almaguer, como también se denomina a la estrella fluvial colombiana,
donde brotan los ríos Magdalena, Cauca, Caquetá y Putumayo. Es indudable que el grueso
del caudal proviene del macizo, pero antes de encontrarse con esos dos grandes torrentes ya
el río Patía tiene su nombre, que lo trae, desde el lugar llamado El Hoyo. Ya aburriendo a
mi amigo con mis temas de geógrafo, le cuento que de acuerdo a los geólogos y
arqueólogos, ese valle fue en el remoto pasado – en tiempos geológicos -, un mar interno,
que en un momento determinado logró romper la cordillera occidental en lo que hoy se
denomina la Hoz de Minamá. Allí el curso del río se estrecha y forma un cañón
impresionante. Antes de llegar a ese sitio se alimenta también de otras corrientes que le
aporta el río Juanambú y otros afluentes en Nariño.
Decíamos que el reclamo del negro Amador acabó con la discusión sobre otros problemas
que se estaban tratando. Antes de escucharse esa frase, los asistentes, que eran un grupo
aproximado a doscientos campesinos y campesinas negras, delegados de todos los
corregimientos y veredas de la región, trataban otros temas como la necesidad de agua
potable, la electrificación rural, la mala calidad de la educación y las deficiencias de los
servicios de salud. Cuando la profesora Lilia respaldó con argumentos la queja del
campesino, la reunión tomó un curso vertiginoso, fue como haber abierto una válvula, todo
el mundo se puso de acuerdo, las tareas fluían como la corriente de un río, y todo el mundo
sonreía y se lo veía feliz de haber encontrado algo que los uniera. “Por fin siento que antes
de morir estoy luchando por algo”, dijo una vieja campesina de la vereda de La Pedregosa,
recordaba mi amigo. Ese mismo día se puso la fecha de la marcha hacia la cabecera
municipal de El Tambo, cada vereda organizaría sus equipos de abastecimiento de comida,
seguridad, transporte, salud, y los delegados para la mesa de negociación.
Mi amigo hacía parte del grupo de jóvenes idealistas que colaboraban con los campesinos
tambeños en su proceso de organización. Se puso al frente de todas las tareas que entre
otras era conseguir que el gobierno departamental estuviera listo a negociar, dado que por
esos años había sido elegido el primer gobernador “popular” del Cauca, Temístocles Ortega
Narváez, originario de Mercaderes, una población que está localizada en la parte sur del
mismo valle del Patía, en los límites con el departamento de Nariño. El tipo era más o
menos progresista y no hubo problema en que nombrara una comisión que fue encabezada
por Nelson Paz Anaya. Ya entonadito mi compañero de juerga dijo: “Era un politiquero de
siete suelas al que le tenían el remoquete en Popayán de ‘pastorcito mentiroso’. Imagínese,
llegó a ser contralor”, reafirmó con mucha fuerza reviviendo sus recuerdos.

110
Fue excelente la labor cumplida por este compañero en todos los sentidos, estuvo al frente
de la caravana de vehículos, coordinando los tiempos, ayudando a orientar y animando a
todo el mundo. Esa lucha se había convertido en algo fundamental en nuestro trabajo
organizativo en ese municipio porque hasta ese momento había sido muy difícil de
movilizar a los campesinos mestizos de la parte alta de El Tambo, y el ejemplo que iban a
dar los negros – que tenían fama de miedosos – iba a ser de gran impacto para los demás
comités que existían en la región cafetera de ese municipio.
Cuando íbamos bajando por la calle principal del pueblo, mi amigo llevaba uno de los
megáfonos e iba arengando a la multitud. Las profesoras negras de la región encabezadas
por Lilia e Inocencia, una negra originaria de Capellanías, uno de los núcleos negros más
importantes del departamento del Cauca, ubicado al oriente del valle del Patía pero
perteneciente al municipio de Bolívar, habían inventado unas consignas maravillosas que
repiqueteaban por las calles del pueblo con gran sonoridad y gracia. La autenticidad de los
negros tenía allí su máxima expresión. “Sembramos, cosechamos y nada nos ganamos”
gritaban adelante, mientras desde la parte de atrás replicaban: “Con los precios del maíz y
la yuca, nos están dando por la nuca”. Todos iban cantando sus consignas con un ritmo
parecido a los cantos espirituales negros llamados los “alabaos”. Fue entonces cuando de un
momento a otro mi amigo le entregó el megáfono a otro compañero y se esfumó. No lo
volvimos a ver, no apareció por el parque ni en la negociación. Después supimos que estaba
trabajando en otro municipio pero nada más.
¿Qué había pasado? ¿Qué le había sucedido? Él era un muchacho de pueblo, se codeaba
con las familias ricas del pueblo, era buen mozo e inteligente, y tenía mucha proyección en
la sociedad pueblerina de El Tambo. Tenía más de una novia con las cuales no había
compartido las ideas y el trabajo de organización campesina. Su familia, prestante en ese
municipio, lo tenía destinado a ser un importante funcionario de la administración
municipal o algo similar, y por eso lo habían estimulado a estudiar y a capacitarse. Es fácil
imaginarse que cuando iba bajando por esa calle central, frente al barrio La Capilla, sitio
desde donde se divisa la panorámica del parque, la iglesia, la alcaldía y el hospital, se tuvo
que “enfrentar consigo mismo”. Surgieron entonces las preguntas… ¿Qué hacía él, al frente
de esa multitud campesina que estaba enfrentando precisamente a los amigos de su familia?
Ellos eran los intermediarios negociantes que compraban el maíz a los campesinos al precio
que se les daba la gana, pero a su vez eran los amigos de sus padres y familiares. Empezó
entonces a escuchar mentalmente las frases que muy seguramente su padre le iba a decir:
¿Será que esos “negros zarrapastrosos” – como tratan los oligarcas terratenientes de
Popayán a los campesinos afrodescendientes – te van a dar de comer? ¿Cómo se te va a
ocurrir ponerte del lado de esa “negramenta” y enfrentar a doña Lucila, quien es la que le
da empleo a tu hermana y además le ayuda a tu madre cuando se enferma? Y ¿qué decir de
los compadres Manuel y Roncancio que han ayudado tanto a esos negros comprándoles
ganado y negociando el maíz? ¿Mira inconsciente, como es que esa gente desagradecida le
paga a quien siempre los ha ayudado? Y… ¿vos, te vas a poner de lado de ellos? ¿No te da
vergüenza so desagradecido? Y, sus novias, pensó… ¿qué iban a imaginarse? ¿Qué futuro
podrían tener con él? Todo eso se le vino encima en un minuto y se derrumbó. “Así fue
como pasaron las cosas, amigo mío”, me dijo mirándome a los ojos. Se tomó un
aguardiente más que con gusto acompañé. “Con otro guaro intento calentar esos amargos
recuerdos que durante mucho tiempo esquivé pero que ahora enfrento con tranquilidad”
afirmó con cierta tristeza pero con serenidad. Era ése un buen reencuentro, pensé para mí.

111
Ahora, después de haber pasado tantos años mi amigo se estaba descargando de esa
frustración. Porque para él fue un momento muy duro. No todo el mundo es capaz de
enfrentar tanta presión. “Es como tomar un camino nuevo, y no es fácil”, afirmaba
moviendo la cabeza ya con un buen nivel de alicoramiento. “Imagínate hermanito que a
cada paso que avanzaba hacia abajo de la calle central, era desafiar mi mundo. Me
empezaron a pesar las piernas. Empecé a sudar frío. No sabía qué hacer. Había empezado a
querer a esa gente negra, tan abierta y tan buena, pero yo no era autónomo, o sí lo era, pero
fui flojo. Realmente no me había preparado para tamaño reto. Hasta ese momento no me
había detenido a pensar sobre las consecuencias de apoyar en serio a los campesinos. No
creía que las cosas eran tan fuertes. Y por eso no pude seguir.” Se le aguaron los ojos y se
tomó un trago doble. “Con esto es que aguamos las penas”, dijo, y brindó por los negros de
Quilcacé que han seguido organizándose. Ahora tienen a la negra Inocencia de concejal, me
contó, aunque la lucha no está tan fuerte como en aquel entonces. Hay mucha guerrilla y
paramilitares en la región y hay mucho temor.
Así terminó aquella conversación en la tienda de don Pedro. La vida no es fácil, pensé. A
pesar de todo, nuestro pueblo sigue en la brega y ya deben estar surgiendo personas más
verracas que nosotros. Hay que trasmitirles estas sencillas experiencias que sólo tendrán
valor si sirven para que cuando les llegue un momento crucial, como el que vivió mi amigo
en medio de las luchas campesinas de El Tambo, puedan enfrentarse exitosamente con ellos
mismos y ponerse del lado de los pobres de la tierra, que en últimas es ubicarse del lado de
la humanidad. Con esas reflexiones terminó aquella noche de juerga y de reencuentro con
mi amigo.

EL AGUA “ENDIABLADA”
A las comunidades campesinas de los acueductos interveredales de El Tambo (Cauca)
Cuentan que un trabajador social europeo llegó a una aldea árabe muy antigua y apartada
de la civilización. Los aldeanos sufrían graves problemas de salubridad. Las enfermedades
de origen hídrico tenían alta incidencia entre la población infantil. Él iba con la misión de
ayudarles a construir un acueducto. Hasta ese momento la población se abastecía de agua
tomándola de una pila que quedaba en el centro del pueblo.

112
Después de discutir el problema la gente se organizó, diseñaron la forma de construir un
acueducto por gravedad, trayendo el agua desde varios kilómetros de distancia. Así se hizo.
En poco tiempo se construyó un moderno acueducto y se inauguró con tremenda fiesta.
Satisfecho el cooperador internacional regresó a su casa.
Se acordó de ese pueblo en unas vacaciones. Después de 20 años regresó a ver qué había
pasado con la obra y a saludar a los amigos que había dejado. Cuál no sería su sorpresa
cuando encontró el acueducto abandonado. ¿Qué había sucedido? Se imaginó lo peor. La
indolencia, la pereza, o la ignorancia no les permitieron hacerle mantenimiento, supuso. Y,
claro - se dijo a sí mismo -, lo dejaron acabar. Una rabia inmensa le fue creciendo en el
alma que se le iba convirtiendo en furia sin control.
Cuando finalmente habló con la gente se sorprendió mucho más. Un hombre anciano le
contó lo que había sucedido. Al principio todo era normal, la gente estaba feliz. Después de
un tiempo atacó a la aldea una epidemia de mal genio, nadie se soportaba, cada cual andaba
por su lado, las peleas eran a diario y los conflictos hicieron que mucha gente empezara a
irse. Trajeron a un experto en psicología social que de poco sirvió. Se hicieron rituales, le
rezaron a Alá, y emplearon toda clase de exorcismos. Alguien pensó que de pronto el agua
estaba contaminada, y aunque le hicieron los exámenes de toxicología y no encontraron
nada, decidieron suspender el servicio a ver qué ocurría.
La gente volvió a la pila de agua y en pocas semanas la comunidad estaba tranquila. Hoy se
hierve el agua, algunos tienen unos filtros, y se han controlado las enfermedades
gastrointestinales. “La gente se acuerda de usted”, le dijo el viejo al extranjero, “pero todos
lo excusan diciendo… ¿cómo iba a saber que el agua estaba ‘endiablada’?”
Un poco acongojado el atónito y estupefacto hombre se integró con la gente. Participó en
diferentes actividades sociales pero siguió pensando en el problema. ¿Qué había sucedido
realmente? Después de reflexionar sobre el asunto llegó a la siguiente conclusión: Al
eliminar la necesidad de acudir a la pila, se había prescindido del espacio donde realizaban
sus vínculos esenciales. Allí intercambiaban en forma natural, compartían desde chismes
hasta cosas materiales. Era en ese sitio donde resolvían sus disputas, se enamoraban,
socializaban. Era normal que se desequilibrara la vida de esa comunidad al producirse ese
vacío. El recoger el agua de la misma forma durante siglos hacia parte fundamental de sus
vidas.
Él nunca tuvo en cuenta algo tan sencillo, pero tan básico. “Ellos” creían que el agua estaba
“endiablada”, pensó. Estuvo tentado a presentarles su explicación del fenómeno dado que
su “racionalidad positivista” lo impulsaba a combatir la superchería. Pero se detuvo. ¡No
seas tan bruto!, se dijo reprendiéndose. No iba a cometer dos veces el mismo error.
Aunque sabía que estaban equivocados se consoló a sí mismo diciéndose que en el fondo,
más equivocado estaba él. Llegó a la conclusión que lo principal fue que los pobladores
encontraron una “solución propia”. Fue un gran aprendizaje.

113
APRENDIENDO DEL TAITA ÁLVARO MORALES

Corría el año 1993. Hacíamos parte de una comisión campesina del municipio de El Tambo
que tenía la misión de convencer al gobernador de Guambía de juntar nuestras luchas para
enfrentar al gobierno. Un compañero nuestro conocía la situación de los indígenas
guambianos quienes desde los años 80 venían recuperando tierras a los terratenientes
caucanos y vallecaucanos que se habían apoderado de su territorio desde tiempos
coloniales. En esos años – como siempre - la situación de las comunidades originarias del

114
Cauca era desesperada. En 1991 en El Nilo, al norte del departamento, en el municipio de
Caloto, habían sido masacrados 21 naturales del resguardo de Huellas a manos de bandas
paramilitares al servicio de los grandes latifundistas. En Silvia, los narcotraficantes
adquirieron las tierras aledañas al resguardo de Guambía, como una estrategia para impedir
que las tierras fueran “invadidas” por los indios. Para las comunidades era un proceso de
recuperación de territorio mientras que para el gobierno y los terratenientes era una
invasión de tierras. Sin embargo, el cerco narco-paramilitar era muy fuerte y era un suicidio
continuar con la forma de lucha que hasta la década anterior se había utilizado que consistía
en entrar masivamente a las haciendas, “picar la tierra”, e ir desgastando la resistencia del
terrateniente mediante la posesión de hecho de áreas estratégicas, hasta conseguir que el
“propietario” se aburriera y decidiera ofertar la finca ante el instituto gubernamental de la
reforma agraria. Ese había sido el método utilizado por indígenas y campesinos durante la
década de los años setenta y ochenta del siglo veinte, después de que se fundó la
Asociación de Usuarios Campesinos ANUC en 1966 y el Consejo Regional Indígena del
Cauca CRIC en 1971.
Las comunidades indígenas guambianas se vieron obligadas a suspender esa forma de lucha
a finales de los años 80. Hasta entonces lograron recuperar importantes haciendas como la
del Chimán en 1981, la de Santiago y otras que estaban en manos de familias “prestantes”
de Cali, como los Gonzales Caicedo, famosos criadores de ganado de lidia. La población
guambiana, en permanente crecimiento, diseñó otras formas de adquirir tierras en zonas de
clima templado y cálido, ya que por cultura y costumbres, siempre tuvieron acceso a tierras
en los tres pisos térmicos para poder cultivar los diversos productos necesarios para la
subsistencia. Diferentes migraciones de indios guambianos salieron hacia otros municipios
entre las cuales estaba la que se estableció en la vereda Munchique, encabezada por Juan
Yalanda quien desde 1985 había organizado con 5 familias un pequeño caserío en esa zona
del municipio de El Tambo, que tiene un clima similar al de Guambia, aunque las tierras no
son tan productivas como en la cordillera central. De igual manera otras familias compraron
fincas en Santander de Quilichao, parte baja de Caldono, Morales, Piendamó, Cajibío y
otros municipios. En las partes altas no era posible adquirir predios por cuanto los pueblos
guambianos estaban rodeados por comunidades nasas, conocidas como paeces, con quienes
tienen una rivalidad histórica desde tiempos anteriores a la llegada de los españoles. Los
guambianos los identifican con los pueblos pijaos y yalcones con quienes vivieron fuertes
confrontaciones y cruentas guerras por territorio.
Íbamos entonces, en búsqueda del gobernador de Guambía. No lo conocíamos ni teníamos
referencia de él. Vivía en un sitio llamado Zona Corazón entre las veredas de Pueblito y La
Campana en el resguardo de Guambia. Para llegar al lugar nos tocó alquilar un campero
que conseguimos en el parque principal de la cabecera municipal de Silvia. El paisaje es
hermoso y los caminos no son tan empinados como imaginábamos. Nos bajamos del
vehículo al borde de carretera y tuvimos que caminar por un sendero estrecho hasta llegar a
la casa del gobernador. Se observaban en los alrededores una que otra mata de amapola en
medio de cultivos de cebolla, ajo y papa. También tenían siembras de ulluco, que es una
especie de tubérculo pequeño, una especie de combinación de ibia y chugüa. Por el color
rosado se parecen a las ibias y por la forma alargada a las chugüas. Álvaro Morales era su
nombre y se presentó con mucha sencillez. Estaba dándole maíz a unas treinta gallinas que
revoleteaban sueltas por el patio. Arrimamos unas bancas de madera a un pequeño espacio
que en todas las casas campesinas dejan entre el patio y la pared de las habitaciones a

115
manera de sala de estar al aire libre, pero cubierta por el techo de la misma casa. Es similar
al zaguán de las construcciones españolas. Una de las hijas del gobernador nos sirvió café
tinto y nos pusimos a conversar.
Rápidamente nos dimos cuenta que el gobernador era un hombre entendido y además
informado de todos los aspectos de nuestras luchas. Fue fácil dialogar con él. Asentía
nuestras palabras con una mirada serena, una permanente sonrisa, y una actitud atenta.
Trasmitía seguridad y paciencia. Le explicamos que estábamos preparando una
movilización que seguramente tendría que utilizar el bloqueo a la carretera panamericana
como forma de presionar las negociaciones con el gobierno. Esta forma de lucha había sido
adoptada por las comunidades campesinas del Cauca en la gran movilización de La
Salvajina en 1986, con ocasión de una marcha de protesta realizada entre Santander de
Quilichao y Popayán. Sucedió que en cada sitio donde la multitud paraba a descansar o a
alimentarse, se formaba el trancón de vehículos, lo cual a su vez se convertía en un
problema para los funcionarios del gobierno que acudían presurosos a tratar de desbloquear
la vía. En los siguientes años los campesinos del Macizo Colombiano empezaron a recurrir
a los bloqueos de carreteras, forma de acción colectiva que tuvo su momento culminante en
agosto de 1991 en el llamado Paro de Rosas en donde más de 20.000 campesinos
detuvieron el flujo del transporte durante más de 8 días. El 12 de octubre de 1992 las
comunidades indígenas dirigidas por el CRIC realizaron su primer bloqueo en el sitio El
Cofre a 18 kilómetros de la capital del Cauca. Los guambianos no tenían experiencia en ese
tipo de lucha ya que no hacían parte del CRIC. Desde finales de los años 70 habían
organizado el Movimiento de Autoridades Indígenas de Suroccidente AISO, que después se
convirtió en AICO, y habían decidido trabajar por aparte. Por ello era que íbamos con la
misión de convencer al gobernador de Guambía para que evaluara la pertinencia de unirse
con nosotros para realizar un fuerte y sostenido bloqueo del cuál sacaríamos beneficio
mutuo. La meta era obligar al gobierno a negociar las tierras sin necesidad de que las
comunidades se enfrentaran con narco-terratenientes y paramilitares. Nosotros, los
campesinos de El Tambo aspirábamos obtener los recursos por los que veníamos luchando
de tiempo atrás.
Después de hablar durante más de tres horas todo indicaba que el gobernador estaba
absolutamente convencido de la conveniencia de esa unión y de medírsele a esta nueva
experiencia de lucha. Los cuatro compañeros que habíamos acudido a esa cita estábamos
muy contentos al ver la receptividad del “taita” y creíamos que nos íbamos para El Tambo
con la buena nueva de que los indígenas guambianos se iban a aliar con nosotros. Como
teníamos vehículo para bajar al pueblo decidimos invitarlo a almorzar para oficializar el
acuerdo de una manera formal. No hablamos más del asunto en el camino de bajada al
pueblo y sólo volvimos a tocar el tema minutos antes de despedirnos. Cuál sería nuestra
sorpresa cuando el gobernador guambiano con la mayor naturalidad nos dijo que él sólo no
podía decidir nada, que nos invitaba para el próximo lunes a reunirnos con el cabildo en
pleno y otros miembros importantes de su comunidad en la casa grande de Santiago. Que
nos pedía el favor de que acudiéramos con un buen grupo de dirigentes campesinos que él
quería conocer. Reafirmó ese criterio diciéndonos que si íbamos a ser aliados, ya fuera en
esta lucha o en otras más adelante, era bueno empezar compartiendo un almuerzo. Que
ellos colocaban la papa, la cebolla, parte de la carne, y nosotros también lleváramos lo que
a bien tuviéramos. Que a ellos les gustaba conocer bien a las personas, conversar durante
todo un día y que nos esperaban para compartir. La idea era que entre todos se tomaría una

116
decisión más sabia. Cuando le preguntamos que con cuantas personas íbamos a dialogar a
fin de saber la cantidad de comida que debíamos llevar, nos dijo que por ahí unas 70 u 80
personas por parte de Guambía. Ninguno de nosotros dijo nada pero la sorpresa fue mayor.
Así se acordó la reunión. Nosotros estábamos acostumbrados a actuar de una forma
diferente. Nos reuníamos unos pocos dirigentes, discutíamos y acordábamos las estrategias,
y después convocábamos a la comunidad para plantearles las ideas y planes. Los que
trabajan influidos por fundaciones y ONGs le llaman a ese ejercicio “socializar”. El “taita”
Álvaro nos empezó a enseñar otra forma de trabajo comunitario. Así lo conocimos. Fue una
de las primeras lecciones que nos dio. Con la mayor naturalidad, sencillez y humildad nos
aportó su experiencia y capacidad de dirigente natural de los pueblos. Luchamos a su lado y
aprendimos de su pueblo, que él sintetizaba tan bien. Quienes lo conocimos en medio del
bloqueo y de las negociaciones con el gobierno lo consideramos un “taita” sabio. Pero más
que sabiduría era un hombre eminentemente práctico. Con un sentido común propio de los
campesinos pero fortalecido con la sapiencia y paciencia india. Después llegó a ser alcalde
de su municipio siendo que apenas había estudiado hasta segundo grado de primaria.
Manejó a las mil maravillas a técnicos, profesionales y funcionarios, se enteraba de todos
los problemas, se preocupaba hasta por los más mínimos detalles y siempre conservaba una
gran tranquilidad a la hora de enfrentar situaciones que eran tensionantes para la mayoría.
Fue un gran maestro para todos nosotros. Así empezamos a forjar la alianza con los
guambianos.

LOS MUERTOS AUTORIZADOS

Corría el mes de febrero de 2006. Los representantes de la mermada oligarquía caucana y


numerosos contratistas del Estado se habían reunido en el Club Campestre de Popayán. Se
convocaron para definir su respaldo a un candidato a la gobernación del departamento para
el período 2007-2010. Estaban allí los representantes de Asocaña y otros terratenientes que
hoy viven en Cali, quienes habían hecho el viaje expreso para asistir a esa importante cita.
También habían aceptado la invitación algunos empresarios del norte del Cauca y dueños
117
de valiosos predios ubicados en los alrededores de Popayán y en la misma ciudad capital.
No faltaron los representantes de los gremios empresariales. En un lugar visible y
preponderante del salón se habían ubicado tres patriarcas aristócratas a quienes todavía les
quedaban arrestos para asistir a este tipo de reuniones. Los propietarios de varias empresas
de ingenieros y otros contratistas menores que tienen intereses directos en el manejo de la
administración departamental fueron quienes pagaron el alquiler del sitio, el sonido y el
almuerzo que se había preparado para unos 200 invitados. Era una verdadera plenaria de las
clases dominantes de la región.
Las cabezas principales de los partidos tradicionales expusieron el problema. “Hoy tenemos
que tomar una decisión importante” dijo en tono grave el senador Iragorri. “Si” – respondió
– José Darío Salazar, jefe conservador quien hoy es el presidente nacional de ese partido.
“No podemos darles largas al asunto porque nos coge el tiempo” reafirmó con tono grave
asumiendo su conocido gesto de “godo” de tradición. El problema consistía en que dos
candidatos estaban en la puja por la gobernación del departamento y era urgente definir a
quién respaldar. Uno era Eduardo José González “El Mono”, quien desde el mes de octubre
del año anterior había renunciado al cargo de director nacional de la Oficina de Atención y
Prevención de Desastres, adscrita a la Presidencia de la República. Supuestamente había
tenido un desempeño “meritorio y sobresaliente”, según palabras del presidente Álvaro
Uribe Vélez en el momento de aceptarle la renuncia. Llegó a Popayán con la aureola de ser
un “uribista de tiempo completo”, a pesar de que su principal apoyo era el senador liberal
Luis Fernando Velasco Chávez, quien posaba como “anti-uribista” en Bogotá. Con esa
gestión en el gobierno central, el “Mono” intentaba tapar los desaciertos cometidos en la
gerencia de la Industria Licorera del Cauca con ocasión del contrato con la empresa
distribuidora de licores IPL, que le costó al departamento una pérdida superior a los 7.000
millones de pesos y que fue la antesala de su derrota electoral cuando aspiró en 1997 a la
alcaldía de Popayán.
El otro candidato era Guillermo Alberto González Mosquera, ingeniero civil y político de
larga trayectoria en la vida política de la región. Era uno de los cuatro herederos directos
del poder político que había construido el gran gamonal caucano Víctor Mosquera Chaux
desde la década de los años 50 del siglo XX y que a mediados de los años 80s cedió a
quienes él veía como sus herederos. Repartió el territorio caucano entre Jorge Aurelio
Iragorri Hormaza, Humberto Peláez Gutiérrez, Edgar Papamija Diago y Guillermo Alberto
González Mosquera de acuerdo a sus intereses territoriales y a la influencia que cada uno
había cimentado durante el trasegar político a su lado. Iragorri se quedó con el centro del
departamento, además de El Tambo y Bolívar, que eran municipios muy importantes.
Peláez se había consolidado en los municipios del norte. Era parte de familias de tradición
liberal “gaitanista” de procedencia paisa que habían migrado desde 1947 desde el eje
cafetero hacia Corinto y otros municipios del Cauca, y consiguió mantener esa aureola de
liberal radical entre las comunidades afrodescendientes de esa región y entre importantes
sectores campesinos del piedemonte caucano. A Papamija le asignó la zona indígena y
oriental del Cauca y González Mosquera debía manejar la Costa Pacífica, el Patía y otros
municipios del sur del departamento en donde la familia Mosquera tiene inmensas
haciendas ganaderas.
Éste último – en su extensa carrera política - fue gerente general de la Caja Agraria a nivel
nacional en 1978. Desde allí empezó a construir las entrelazadas y enmarañadas relaciones

118
políticas clientelistas que se constituyen en la fuerza electoral de cada uno de estos
“caciques electorales”. Esas cadenas clientelares las van tejiendo a lo largo de varios años
tanto con líderes de las comunidades regionales y municipales como con personas del
común, a quienes conocen con nombre y apellido, saben cuántos hijos tienen y les siguen la
pista a sus pequeños o grandes negocios relacionados principalmente con la agricultura y el
comercio. Alguien decía que uno de los fuertes de los políticos tradicionales caucanos era
su prodigiosa memoria que impacta fuertemente entre los sectores populares de la región,
dada la mentalidad servil que se impuso desde la época colonial entre los apareceros y
terrajeros campesinos e indígenas. Un conocedor de la oligarquía payanesa explicaba el
origen de esa memoria “fotográfica” aduciendo que desde niños los educan con mentalidad
de “amo”. Me explicaba que ellos ven a todas las personas de estrato popular como a sus
sirvientes o como parte de su patrimonio personal o familiar y, ésta costumbre les ayuda a
mantener y desarrollar esa retentiva memoriosa. “En los genes heredan la cualidad de
reconocer con nombre propio a sus siervos como el criador de caballos que es capaz de
llevar en su mente el árbol genealógico de cientos de sus animales”, remataba con tono
científico mi amigo. Tal vez sea cierto.
Pero volvamos a nuestra reunión de febrero de 2006. Eran las 11:45 de la mañana de ese
sábado 11 y el ambiente estaba caldeado. Unos decían que Guillermo Alberto ya estaba
muy viejo para gobernar un departamento tan conflictivo, con guerrillas y paramilitares de
por medio, narcotráfico a granel y los conflictos con los indios que no daban tregua. Otros
planteaban que el “Mono” había demostrado muchas debilidades con los trabajadores y el
sindicato de la “licorera” y que estaba demasiado joven. En fin, los puntos de vista iban y
venían. Una de las matronas más añejas de la clase política caucana estaba preocupada por
el almuerzo y le dijo al empresario y latifundista Santiago Uruburu Valencia que ya era
hora de ponerle orden a la reunión y que se tomara una decisión unánime. Éste, alentado
por su paisana raizal pidió la palabra. Se paró al frente y llamó la atención de los asistentes
valiéndose de su gran estatura y utilizando su grueso vozarrón. Con tono ceremonial y
tajante expresó: “Aquí lo que necesitamos es alguien como el actual gobernador Chaux
Mosquera. Quien gobierne el Cauca debe tener los pantalones bien puestos. Que no le
tiemble la mano para arrasar con los indios que se atraviesen y que quieran bloquearnos de
nuevo la panamericana. El único que puede darnos esa garantía es Guillermo Alberto y
¡que no se diga más!”.
El salón quedó en silencio por segundos. Después de una breve vacilación el aplauso fue
general. Un viejo patriarca aristócrata ubicado en la parte delantera había empezado a
aplaudir con cierta timidez pero de inmediato la ovación fue unánime y estruendosa.
Agradecido con el respaldo el terrateniente que había intervenido remató: “Que no se hable
más… Guillermo Alberto será el gobernador y sabemos que lo hará bien. ¡Vamos a
almorzar!”.
Así terminó la reunión de ese lluvioso día de febrero. Así se toman las decisiones en éste
departamento. El asesinato de los campesinos que protestaban en la carretera panamericana
y el tratamiento represivo que se le dio a la movilización indígena denominada “Minga de
Resistencia Social y Comunitaria” - en octubre de 2008 -, había quedado autorizado desde
esta cumbre de las elites dominantes de esta región de Colombia.
De ésta forma es como “se construye patria y se practica la democracia” en el Cauca. Por
ello fue que Álvaro Uribe se sintió tan identificado con la oligarquía caucana: convirtió a

119
Popayán en uno de sus principales sitios de visita e institucionalizó su devota presencia en
la Semana Santa que se celebra cada año en esta “noble e hidalga ciudad”.

RELATOS CORTOS DE UN ABOGADO EN APRIETOS


(Elaboraciones con base en casos de la vida real)
1.
Corría el año 1978. El pueblo nasa estaba en plena ofensiva recuperando su territorio. La
unión materializada entre la rebelión del terrajero que habitaba en zonas dominadas por los
terratenientes y la fuerza de la autoridad propia en proceso de reconstrucción que emergía
en regiones ancestrales de resguardos nunca vencidos, era incontenible. Los terratenientes y
sus mandaderos no sabían cómo detener esa avalancha social. A alguien se le ocurrió traer

120
de Yopal un llanero experto en cazar y matar indígenas cuibas y guahibos. Hicieron una
gran recolecta y lo importaron a la región en donde el tipo empezó a matar indígenas nasas.
Los terratenientes no se preocuparon por ocultar su amenaza sino que la hicieron evidente
para atemorizar a los pueblos en resistencia. La noticia corrió como un potro cerrero por las
montañas del Cauca. Se hablaba de que “El llanero” como se conoció a ese asesino
profesional, ya había “colgado a 5 indios”. La gente acudía presurosa donde los médicos
tradicionales en búsqueda de protección. Las “limpias” y otros remedios se utilizaban para
evitar un encuentro con “ese monstruo”. Algunos utilizaban rezos cristianos “por si, acaso”.
El terror crecía y amenazaba mermar el espíritu de la lucha que estaba candente. En ese
momento la vanguardia de la recuperación de territorio se localizaba en Jambaló. Se
reunieron los cabildos de varios resguardos, llamaron dirigentes de otros municipios y
realizaron una gran asamblea para organizar la contraofensiva. Se enviaron varios pequeños
grupos para determinar cómo se movía esa amenaza viviente. En ese instante “El llanero”
se encontraba en los alrededores del resguardo de Calderas en Inzá. De inmediato se
organizó un grupo grande, compuesto por más de 60 personas. Iba gente experimentada, un
médico tradicional, mujeres para preparar alimentos y jóvenes decididos a todo. Tenían
varias escopetas, un fusil viejo y diversas armas propias. Conocían el territorio y se movían
como pez en el agua. No fue difícil la tarea. “El llanero” no sabía con quienes se había
metido. Meses después, por obra e insidia de los terratenientes hubo una redada en Jambaló
y se llevaron para Santander de Quilichao a 12 comuneros acusados de haber asesinado al
cazador de indios. Para defenderlos es llamado nuestro amigo abogado. Todavía no tenía
mucha experiencia en esos temas pero acudió presuroso y servicial. Allí se enteró de los
cargos entre los cuales estaba el de que “los indios habían actuado con sevicia, alevosía y
habían realizado una asonada contra un ciudadano colombiano”. Pero lo más grave era que
la cabeza del llanero había desaparecido. Sólo habían encontrado el cuerpo y las
autoridades no habían logrado hacer hablar a los inculpados, quienes no habían reconocido
el asesinato y menos que se hubieran llevado la cabeza. En tiempos antiguos los españoles
siempre aseguraron que los “paeces” eran antropófagos porque muchas veces desaparecían
partes de los cuerpos, especialmente cabezas de los soldados muertos en combate en la
época de la conquista y la colonia. El abogado observó que aunque no habían pruebas
contundentes, el poder terrateniente y clerical de la región iba a utilizar todas las
herramientas legales, las infamias posibles y las trampas jurídicas más inverosímiles para
castigar a los indios. Su estrategia fue alargar los tiempos y consiguió la libertad por
vencimiento de términos. De allí en adelante debían esconderse o irse de la región para
evitar su recaptura. El día que llegó a Jambaló se había organizado una gran asamblea en la
Cooperativa de Sumbico, entre la cabecera municipal y La Mina, para recibir el informe y
celebrar la liberación de los acusados. Durante el camino se fueron tomando unos
aguardientes y nuestro abogado llegó bastante “prendidito”. Todo iba bien en la asamblea,
el Gobernador agradeció al abogado su labor jurídica, lo aplaudió la comunidad y le dieron
más “chirrincho”. Nunca había estado más contento y compenetrado con sus amigos indios.
Le dieron la palabra para cerrar la sesión y despedirse y en medio de su ya avanzada
borrachera pregunto: “Bueno, y ahora sí cuéntenme… ¿Quién fue el que se comió la
cabeza?”. Hasta allí llegó la fiesta, la gente enmudeció, de un momento para otro el salón se
vació y sólo quedó acompañado de uno de los liberados que también estaba tan entonado
como él. Tiempo después investigó sobre esos temas, reflexionó sobre su imprudencia y se
reconcilió consigo mismo y con los indios. Esa es materia de otro relato.

121
2.
Hace unos 40 años en una vereda del municipio de Totoró (Cauca) ocurrió un terrible
asesinato. Un hombre anciano fue muerto de 78 cuchilladas. Era médico tradicional de una
comunidad indígena. Los investigadores demoraron mucho para encontrar los culpables.
Finalmente encausaron a 3 naturales y los hicieron confesar. Ellos decían que habían
actuado en defensa propia, en defensa de su comunidad. Nadie les creyó. Sin embargo un
joven abogado realizó una investigación minuciosa con un enfoque diferente, una mirada
"no occidental", una perspectiva antropológica no tradicional. Él pudo demostrar que había
sido una muerte ordenada por toda la comunidad ante una amenaza mortal que se cernía
sobre todos los integrantes del resguardo. El thewala o chamán había desviado el camino y
estaba usando sus conocimientos y energías para hacer daño. La forma como estaban
dispuestas las heridas en el cuerpo y el número de ellas mostraban sin ninguna duda que
había sido un ritual de muerte. El médico tradicional tenía 78 años y el número de
puñaladas iba dirigido a evitar que el chamán viviera más allá de la muerte y siguiera
haciendo daño. Los testimonios de gran parte de la comunidad –incluyendo familiares del
muerto– sirvieron para que los tres autores materiales quedaran libres. Nuestro mundo es
más complejo de lo que vemos a simple vista. Muchas cosas ocurren sin que las podamos
entender… El joven abogado es un gran amigo mío quien hoy está enfermo y ayer cumplió
años. A él le dedico este relato. Amén.
3.
Esta historia sucede en un municipio del Cauca pero hubiera podido ocurrir en cualquier
localidad andina de Colombia. En este caso es un corregimiento con población campesina
mestiza con origen indígena de otro municipio vecino. Cuenta con algunas familias traídas
de Cundinamarca a trabajar en el cultivo de la papa. Una mujer –pobre e ignorante como
ninguna– es su principal protagonista pero también aparece el abogado amigo, ya no tan
joven como en el anterior relato. Aconteció que esta mujer proveniente de otra región del
Cauca encontró en este frío lugar un sitio en donde vivir. Trabajaba en lo que se le
presentara, unas veces de muchacha de servicio, otras de sembradora o cosechadora,
algunas de cocinera y demás. Era poco agraciada y además algo triste. Sin embargo de vez
en cuando se echaba su “canita al aire”. Y no faltaba el campesino que “le echara los
perros”. Las mujeres del pueblo hablaban mal de ella pero la soportaban porque no la
consideraban una amenaza. Sin embargo, a veces las más beatas –mirándola a ella–
repetían como loras los contenidos moralistas de las homilías del cura que visitaba ese
apartado pueblo cada 15 días. Sucedió que María, como llamaba la mujer, de un momento a
otro apareció embarazada. Ella no sabía en qué momento sucedió ni quién era el padre.
Ocultó temerosa su situación ante la gente. Se fajaba a diario, continuó con su vida como si
nada y nadie se dio cuenta del hecho. Llegó el día del parto. Tuvo al niño en un baño como
si fuera un animalito, sin atención médica ni acompañamiento. Pero de inmediato lo ahogó
en la taza del inodoro. Una vecina alcanzó a escuchar el llanto del bebé y alertó a la
población. Uno de los tres policías que prestaban servicio constató los hechos y ella no
negó nada. Todo el mundo señaló a María de un comportamiento maligno e inhumano. El
pueblo se horrorizó. El caso llegó a los estrados de un juzgado de Popayán. La fiscalía
pedía como mínimo que fuera condenada a 30 años por crimen agravado en cabeza de un
menor indefenso. Nuestro amigo abogado se aprestó a conocer el caso. Fue al susodicho
pueblo e investigó las condiciones de vida de María. El día del juicio hasta el cura estaba

122
presente pidiendo la condena y el ostracismo para ella. La defensa se basó en el criterio
clínico sustentado por el mejor médico psiquiatra de la ciudad quien planteó que durante el
embarazo y el puerperio se suceden una serie de cambios bioquímicos, psicológicos y
sociales que ocasionan una mayor vulnerabilidad para la aparición de trastornos psíquicos
en la mujer. El ya experimentado litigante pudo demostrar –con vehemencia y amplia
fundamentación–, cómo esta mujer actuó en unas circunstancias sociales y psicológicas que
la llevaron a realizar ese acto monstruoso pero sin tener conciencia de él. Los hechos
presentados eran contundentes. El juez aceptó la argumentación y exoneró a María de toda
culpa. Lo sorprendente fue que de alguna manera la comunidad se sintió culpable de
permitir que una persona pudiera vivir una situación tan dramática y azarosa. Desde
entonces la gente que la juzgó tan duramente, la volvió a acoger ahora con cariño y
consideración. Al día de hoy es parte de esa comunidad y vive feliz. Construyó una familia
normal y tuvo 3 hijos. Nuestro abogado sigue con nosotros y va mejorando.
4.
La siguiente historia sucede en un municipio indígena del Cauca en donde comunidades
campesinas mestizas de origen yanacona han avanzado sobre el territorio ancestral. Dichas
comunidades fueron “traídas” por los herederos de los encomenderos para servir de
“colchón de amortiguamiento” frente a los pueblos indígenas nasas (paeces) que desde el
mismo momento de la conquista fueron desalojados del Valle del río Páez en el Huila y se
fueron desplazando por los actuales municipios de Belalcázar, Inzá, Jambaló, Toribío,
Caldono, Miranda, Corinto y Santander de Quilichao, e incluso migraron a principios del
siglo XX hacia la cordillera occidental llegando a Suárez, Buenos Aires y Morales. Sucede
que un joven campesino mestizo estaba totalmente enamorado de una linda jovencita nasa
que vivía en un resguardo vecino a su vereda. Él la seguía a todas partes y la observaba
permanentemente. Ya había logrado conversar con ella. Sin embargo su relación era muy
difícil de llevar porque ella estudiaba en un colegio dirigido por monjas y curas en la parte
alta del municipio. Se ausentaba entre semana y él, que se llamaba Julián, solo podía verla
los domingos en el mercado en la cabecera del corregimiento. Por ello esperaba con mucho
anhelo que llegara el verano y las vacaciones para consolidar su amor. Cuando llegó el mes
de julio Julián no volvió a ver a Cristina, que era el nombre de la casi niña indígena. Por
ello el joven campesino empezó a incursionar en forma furtiva por la finca de su amada.
Cuál sería la sorpresa cuando en una ocasión observó que un familiar de ella –algo más
maduro–, tenía relaciones sexuales con ella. Estuvo tentado a abalanzarse sobre él pero se
contuvo y siguió espiando varios días. Para su sorpresa se dio cuenta que el tipo aquel era
hermano del esposo de la hermana de Cristina y que no sólo accedía a ella sino que abusaba
de otras hermanas igualmente jóvenes. Julián no pudo soportar esa situación. Le contó ese
hecho a su familia y después de pensarlo y discutirlo, se dirigieron al cura del pueblo para
denunciar lo que consideraban una violación y un crimen. Como la familia de Julián tenía
cierta influencia política en ese municipio, el cuñado de Cristina fue apresado y se inició
una investigación. El cabildo indígena ya era dirigido por un Gobernador indígena –
también joven– que había estudiado en Bogotá. Este cambio generacional se estaba dando
en todas las comunidades indígenas a partir de la Constitución de 1991. Él había sido
influido por ciertos criterios religiosos cristianos y se había estado quejando de la
“violación de niñas indígenas a manos de sus familiares” con otros integrantes más viejos
del Cabildo pero no había encontrado mucho eco. La situación era espinosa y tensionante.
Nuevamente entra en acción nuestro abogado amigo. La situación era complicada para

123
Manuel, que así se llamaba el cuñado de Cristina y quien tenía 37 años. La familia de su
hermano callaba y no se atrevieron a contradecir al joven Gobernador nasa. El abogado
entrevistó a Manuel y se dio cuenta que éste vivía normalmente en Tierradentro en zonas
inhóspitas y conservaba costumbres ancestrales de su pueblo. Sólo “bajaba” a la región
donde vivía su hermano en tiempos de verano a ayudar en labores de arreglo de caminos,
manejo del agua y mantenimiento de la casa. Y después de analizar la reacción del
Gobernador indígena entendió lo que ocurría. Intervino en el caso en la fase de instrucción
criminal. Interpuso un recurso para que Manuel fuera juzgado bajo la jurisdicción indígena.
Tanto el Cabildo de origen como el que era autoridad en el resguardo donde vivía su
hermano debía intervenir. El abogado, conocedor del mundo originario ancestral logró
reunir a los consejos de ancianos que todavía funcionaban en esos resguardos y les
demostró cómo la costumbre de antiguas épocas en donde se practicaba el matrimonio por
grupos, todavía era aceptada por muchas familias, en diversas regiones y resguardos, sin
generar mayores tropiezos aunque no era muy usual. Les planteo que este caso obligaba a
las comunidades a tomar definiciones normativas para evitar situaciones conflictivas al
interior de las comunidades que poco a poco han ido perdiendo esa costumbre y han ido
aceptando los valores de la familia monógama del mundo “occidental”. Manuel fue
exonerado de culpa. Las comunidades todavía no han resuelto tamaño problema que surge
del encuentro no programado y conflictivo de dos mundos muy diferentes. A menudo se
denuncian casos de violación en diversos resguardos indígenas, en unos casos son juzgados
con valores de la cosmovisión tradicional, en otros se entregan a la justicia “blanca”. Es un
tema espinoso que sólo el tiempo resolverá… eso creo.

BIBLIOGRAFÍA

ACIN-CRIC. “La Agenda de los pueblos”. www.acin.org.


ANUC Cauca – Archivos, actas, comunicados.
Barona Becerra, Guido (1993). “Legitimidad y sujeción: los paradigmas de la "invención"
de América”. Ensayo, Colcultura, Premios Nacionales, Bogotá

124
Bonilla, Víctor Daniel. Historia política de los Paeces. Editorial La Rosca, Fundación
Colombia Nueva, Bogotá, 1982.
Centro de Memoria Histórica (2012). “Nuestra vida es nuestra lucha. Resistencia y
memoria en el Cauca Indígena”. Editorial Taurus. Bogotá.
Colmenares, Germán (1976) “Terratenientes, mineros y comerciantes.” Ediciones de la
Universidad del Valle, Cali.
Correa, Claudia (1991). “Desarrollo de la caficultura en el Cauca”.
CRIC. (1971) Cartilla N° 2.
Departamento Nacional de Planeación DNP. Dirección de Estudios Económicos.
Indicadores de desarrollo Regional, 2007, Bogotá. p. 11
Dorado, Fernando. Movimiento obrero, lucha sindical, social y estructura económica en el
Cauca. Caja de Herramientas, Viva La Ciudadanía.
El País, 10 abril 2008.
Entrevista con Julio Tunubalá. 1994
Erazo, Ancízar (2003). “El clientelismo en el Cauca”. Tesis de Grado, Universidad del
Cauca, Popayán.
Findji, María Teresa y Rojas, José María (1983). “Territorio, economía y sociedad páez”.
CIDSE, Universidad del Valle, Cali
Findji, María Teresa. Movimiento indígena y recuperación de la historia en Latinoamérica:
enseñanza de la historia, libros de texto y conciencia histórica. Buenos Aires, Alianza
Editorial, 1991.
Friede, Juan (1961). “Vida y luchas de don Juan del Valle, primer obispo de Popayán y
protector de indios”. Popayán, Universidad del Cauca.
Folleto CRIC. Mimeo, 1971
Garay S., Luis Jorge (1998). “Colombia: estructura industrial e internacionalización 1967-
1996”. Volumen 1. Departamento Nacional de Planeación, Bogotá.
Jimeno Santoyo, Myriam y Triana, Adolfo (1989). “Historia de la huelga de las minas de
Puracé” en “Estado y minorías étnicas en Colombia”. UNAL, Bogotá.
Jimeno, Myriam. "Juan Gregorio Palechor: historia de mi vida", Centro de Estudios
Sociales de la Universidad Nacional, 2007.
Juan Castellanos, citado por Freide, Juan. “El indio en la lucha por la tierra”. Archivo
histórico del Cauca.
Hernández Delgado, Esperanza. “Resistencia civil: artesana de paz”, Pontificia Universidad
Javeriana – Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales y Programa Suizo
para la Paz de Colombia –SUIPPCOL-, diciembre de 2004.
Historia del CRIC. Cartilla Nº 3, Popayán, 1976.
Kalmanovitz, Salomón (1994). “Análisis macroeconómico del narcotráfico en la economía
colombiana”. en: Drogas, poder y región en Colombia. Economía y Política Tomo 1.

125
Comisión Andina de Juristas Seccional Colombiana. Compilador: Ricardo Vargas; CINEP,
Bogotá.
Llanos, Héctor. “Los cacicazgos de Popayán a la llegada de los españoles”. Archivo
Histórico del Cauca.
Melo González, Jorge Orlando (1987). “La república conservadora” en “Colombia Hoy:
Perspectivas hacia el siglo XXI”. Coediciones Tercer Mundo Editores/Cerec. Dos tomos,
Bogotá.
Meentzen, Ángela. “Políticas públicas para los pueblos indígenas de América Latina”.
Evaluación de los movimientos indígenas de México, Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia,
Fundación Konrad Adenauer Stiftung.
Meschkat, Klauss (1983). “Destrucción ambiental y resistencia.” Boletín socioeconómico
No. 10. Universidad del Valle, Facultad de Ciencias Sociales y Económicas. Cali.
Murra V., John (2002). “El mundo andino, población, medio ambiente y economía”.
Universidad Pontificia Bolivariana, Lima, Perú.
Pachón, Oliveros, Wiener. Citado por Oscar Fernando Cobo, Omaira Calvo Giraldo.
Universidad del Cauca y Nariño. Articulo Los Hijos de la Avalancha.
http://www.unicauca.edu.co/porik_an/imagenes_3noanteriores/No.12porikan/articulo5.pdf
Plan Alterno al plan Colombia. Base para el programa de gobierno de Floro Alberto
Tunubalá. Bloque Social Alternativo, CIMA.
Rappaport, Joanne. “La política de la memoria”.
Red Nacional de Acueductos Comunitarios (2014). Estadísticas propias.
Reichel Dolmatoff, Gerardo (1984). “Colombia Indígena Periodo Prehispánica”. Procultura
S. A., Tercer Mundo Editores, Tercera Edición, Bogotá.
Revista Credencial. “Caciques y Gamonales, perfil político”. Historia Nº 104, agosto de
1998.
Robledo, Jorge Enrique. Intervención en el senado con ocasión del debate sobre
Carimagua. www.polodemocrático.net
Robledo, Jorge Enrique. “Los agro-combustibles aumentan el hambre de los pobres”.
Bogotá, 1 abril de 2008.
Sevilla Casas, Elías. Citado por Francisco Beltrán Peña en “La utopía mueve montañas”.
Sevilla Casas, Elías. 1983. “La pobreza de los excluidos: economía y sobrevivencia entre
campesinos e indígenas del Cauca”. Universidad del Valle. Cali. --- (1976). “Lame y el
Cauca indígena”. En: “Tierra tradición y poder en Colombia”. Enfoques antropológicos.
Bogotá.
Sistema de Información socioeconómica Tángara. Gobernación del Cauca. 2015
Taussig, Michael (Mateo Mina). “Esclavitud y libertad en el Valle del río Cauca”. Editorial
Fundación Rosca de Investigación y Acción Social, Bogotá, 1975.
Unidad Indígena (1985). Periódico mensual del CRIC., Popayán.

126
Universidad Javeriana. Centro de Estudios Interculturales. (2013) “Análisis de la posesión
territorial y situaciones de tensión interétnica e intercultural en el departamento del Cauca”.
Cali, Valle.
Uribe, C., H. y Montoya, G. (2011). “El espacio como lugar en la acción colectiva”.
Universidad Autónoma de Occidente, Cali
Vásquez S., J. (2000). “Geografía rural y de la agricultura”. Universidad del Valle, Cali.
Villavicencio, Maritza y Mondragón, Wilmer. “El imperio Inca”. Centro arqueológico de
Cuzco, Perú, 1999.

127

También podría gustarte