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Revoluciones para hacer

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reformas y reformas
para hacer revoluciones

5.1. América Latina entre la modernización


y la radicalización
Desde 1948, en el contexto del anticomunismo de la Guerra Fría, en Amé-
rica Latina las marcadas desigualdades sociales se profundizan con la insta-
lación de un conjunto de gobiernos autoritarios y pro-norteamericanos que
despliegan políticas represivas y de marcado tono anticomunista. A pesar de
los embates represivos, la resistencia social y la organización de los sectores
su­balternos se desarrollan de manera creciente, lo cual abre camino a pro-
cesos de democratización y a un conjunto de importantes transformaciones
que atraviesan las décadas siguientes: procesos de modernización agrícola, re-
forma agraria y sindicalización campesina en las áreas rurales; aceleración del
ritmo de desarrollo industrial y diversificación económica; ­profundización
de los procesos de sindicalización, organización y radicalización de los tra-

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bajadores en las ciudades; ampliación de los derechos políticos a través del


quiebre de los regímenes excluyentes allí donde aún persisten, mediante la
ampliación del derecho al sufragio a mujeres y analfabetos. Estos procesos
resultan de la articulación de luchas, conflictos y procesos revolucionarios
con poderosos intentos estatales por aplicar reformas tendientes a modifi-
car las condiciones de desigualdad, pobreza y explotación que persisten en
América Latina.
Sin embargo, esa aparente uniformidad de los procesos está recorrida por
profundas heterogeneidades regionales y nacionales y marcada por impor-
tantes controversias políticas e ideológicas entre transformaciones radicales
y graduales, entre revolución social y reforma, entre socialismo y reformis-
mo. Estas controversias se acrecientan notablemente en 1961, luego del giro
socialista de la Revolución cubana y surcan el conjunto del subcontinente
para ubicar el debate y las presiones de porciones importantes de los grupos
subalternos en relación al Estado y a las clases dominantes, en el terreno del
cuestionamiento del orden social capitalista.

5.1.1. El campo como epicentro de las transformaciones


y las demandas

En las áreas rurales, en el año 1961 persiste el denominado sistema lati-


fundio-minifundio, donde las plantaciones, haciendas y estancias de gran
tamaño conviven junto a numerosas pequeñas parcelas familiares o subfa-
miliares (aquellas donde sus integrantes no alcanzan a cubrir sus necesidades
fundamentales y las de su familia), lo cual genera diversas formas de depen-
dencia con las haciendas, tanto salariales como no salariales. En países como
Perú, Colombia, Chile, Argentina, Ecuador, Colombia, Guatemala y Brasil,
de 9,7 millones de trabajadores agrícolas sin tierra, más de la mitad son re-
munerados con el acceso a tierras mediante sistemas como el inquilinaje en
Chile, el huasipungo en Ecuador, o el colonato, la mediería o el arriendo y
el resto son trabajadores temporales sin derecho a tierras (Chonchol, 1994).
En el área andina, la persistencia del problema agrario y campesino se
convierte por esos años en una cuestión de agenda pública. En Perú, como
se señaló en el capítulo 3, Haya de la Torre recupera ya en los años veinte
la cuestión del indígena, al tiempo que José Carlos Mariátegui señala que

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la resolución de su situación es económica y social y sus realizadores deben


ser los propios indios, entre quienes encuentra elementos de “socialismo
práctico”, configurando una de las lecturas más originales del marxismo lati-
noamericano de la época. Así, la cuestión de la tierra aparece aún en los años
cincuenta como una tarea pendiente. Una escalada de movilización campe-
sina en los andes centrales, con epicentro en los valles de La Convención y
Lares, bajo el liderazgo del líder trotskista cusqueño Hugo Blanco, ubica a
la reforma agraria en el centro de la agenda política a principios de la década
siguiente. Allí, más de cien haciendas que suman un total de 250 000 ha
son ocupadas por los sindicatos campesinos y defendidas mediante métodos
de autodefensa hasta que en 1962 la represión se desata sobre la región, sin
­detener del todo la lucha, que se extiende también a zonas vecinas (Fiora-
vanti, 1976). Paralelamente, se organizan grupos armados desprendidos del
APRA y del Partido Comunista Peruano, polemizando con el “Camino de
Chaupimayo” de Blanco y acercándose a la vía propuesta desde la Sierra
Maestra en Cuba (Rénique, 2018).
Como se destacó en el capítulo anterior, en Colombia el asesinato de Jor-
ge Eliécer Gaitán provoca uno de los estallidos de ira popular más sobresa-
lientes, el “Bogotazo”, mientras acontece en la ciudad capital la Conferencia
Interamericana. “La violencia” se cobra la vida de doscientas mil personas,
sobre todo en las zonas rurales entre 1946 y 1966, como resultado de la
desigual distribución de la tierra, la “venganza de los hacendados” contra el
activismo rural y la pugna entre liberales y conservadores por la tenencia de
la tierra y el control político (De la Peña, 1997).
Entre los países andinos, el único caso donde las transformaciones se im-
ponen por vía revolucionaria es Bolivia, donde un conjunto de condiciones
irresueltas que se desarrollarán más adelante con detenimiento, causan en
1952 el estallido de la segunda revolución social ocurrida en el subcontinen-
te luego de la mexicana –analizada en el capítulo 3–. Allí, en pocos meses
se imponen reformas democráticas y nacionalistas, tales como el sufragio
universal, la nacionalización de las minas y la reforma agraria.
En el resto de los países andinos, el impulso modernizador en el campo y
la reforma agraria son el resultado del efecto combinado de la presión de las
luchas campesinas y de las políticas estatales destinadas a frenar ese impulso,
en especial tras la radicalización producida luego de la Revolución cubana
y la adopción por parte de distintos gobiernos –en Venezuela, Colombia,

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Chile y Perú– de los postulados de la Alianza para el Progreso, tal como se


analizará en el capítulo siguiente.
Centroamérica, a diferencia de Cuba, vive en la segunda posguerra un
período de crecimiento económico relativamente intenso, con un aumento
del producto interno bruto regional del orden del 5,2 % entre 1950 y 1978.
Dicho crecimiento está basado en el auge y diversificación de la agricultura
de exportación, cierto impulso a la producción industrial y a la integra-
ción de las economías. Sin embargo, ese proceso de modernización erosiona
la importancia de la economía campesina, profundiza la desigualdad en el
campo y agudiza las tensiones sociales (Guerra-Borges, 1993).
Guatemala se destaca por atravesar a principios de la década del cin-
cuenta un proceso de reformas radicales sin revolución social, con eje en
la reforma agraria y las expropiaciones a los capitales estadounidenses, con
apoyo de las organizaciones de trabajadores agrícolas y campesinos, lo cual
culmina en 1954 con una intervención militar directa y el inicio de un pro-
longado período de violenta represión y terror estatal, como se desarrollará
más adelante.
En Honduras, la gran huelga bananera de 69 días de duración ocurrida en
1954, donde los comunistas cumplen un papel importante, estimula la orga-
nización de los trabajadores del sector, pero abre paso a despidos masivos pro-
movidos por la empresa norteamericana United Fruit (Bulmer Thomas, 2001).
En Nicaragua, la modernización capitalista y el boom algodonero iniciado
en los años cincuenta contribuye a generar una escisión en los sectores bur-
gueses que se profundiza en las décadas siguientes y tendrá una importancia
fundamental en la Revolución sandinista de 1979. Allí, la escasa presencia
del capital extranjero en el campo –que diferencia el proceso nicaragüense
de Guatemala, Honduras o Costa Rica–, o de un sector latifundista de peso
–como se verifica en El Salvador o Guatemala–, abre paso a una disputa en-
tre sectores propietarios de la tierra quienes, al no controlar los mecanismos
de financiamiento y comercialización, se vuelcan –a medida que se agudiza
el conflicto político–, a la oposición al somocismo en alianza con otros sec-
tores sociales. La participación subordinada de un sector de la burguesía en
la revolución en Nicaragua conduce a los sandinistas en 1979 a proponer
una Reforma Agraria limitada a las tierras del somocismo y a demorar una
más profunda, que se lanzará dos años después en el marco de nuevas ten-
siones, tal como se analizará más adelante (Baumeister, 1985).

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5.1.2. Las transformaciones agrarias en los países


de perfil urbano industrial

Como se comentó en el capítulo anterior, en países como Brasil, Argentina y


México, los regímenes de Vargas, Perón y Cárdenas promueven un conjunto
de reformas que tienen a la clase obrera urbana y al sector urbano indus-
trial como destinatarios fundamentales, con la diferencia de México, donde
el campesinado, movilizado tras la Revolución de 1910, forma parte de la
alianza cardenista hasta fines de los años treinta, recibiendo tierras y crédito
a cambio de un importante apoyo al régimen.
En el caso del peronismo, el Estatuto del Peón rural, una Ley de Arren-
damientos rurales y un programa de modernización agrícola impulsado des-
de principios de la década del cincuenta estimulan cambios en el sector
agrícola, aunque el principal impulso en este sentido proviene del gobierno
desarrollista de Arturo Frondizi (1958-1962), que promueve las inversiones
extranjeras en maquinaria pesada para el sector, como tractores y cosechado-
ras. Las Ligas Agrarias, organizadas en provincias como Chaco, Formosa y
Misiones, exhiben todavía a principios de la década del setenta las persisten-
tes desigualdades en el proceso de desarrollo agrario argentino, fuertemente
concentrado en el agro pampeano.
En Brasil, el compromiso varguista con la exportación de café deja prác-
ticamente intocadas las estructuras agrarias, como también se mostró en el
capítulo precedente, de modo que las Ligas Campesinas, surgidas en 1954
en el norteño estado de Pernambuco bajo el liderazgo de Francisco Julião,
representan los esfuerzos más visibles (aunque no los primeros) de actores
rurales del campo brasileño por organizar e imponer en la agenda política
la reforma agraria. Allí, la dictadura de 1964 interrumpe un debate nacio-
nal por las denominadas “reformas de base” entre las cuales se encuentra la
reforma agraria, y algunos esfuerzos regionales de distribución de la tierra
(Motta y Da Silva, 2008).
En Chile, el impulso proviene desde el Estado a partir de la Revolución
cubana, pero es luego de 1964, con el demócrata cristiano Eduardo Frei,
cuando se impulsa una ley de reforma agraria que, aunque con limitaciones
–pues afecta de manera discrecional predios superiores a ochenta hectáreas
de riego básico preservando aquellos que cumplieran una “función social”–,
comienza a castigar el latifundio, llegando a afectar en 1969 tres millones de

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hectáreas (el 6 % de toda la tierra cultivable en Chile y el 12 % de la tierra


de regadío). Además, desde mediados de los años sesenta crece en Chile
la sindicalización rural, pues para 1969 existen 400 sindicatos rurales con
100 000 afiliados, 22 cooperativas rurales con 30 000 afiliados y 59 comités
de pequeños productores con 37 000 afiliados, que radicalizan progresiva-
mente sus reclamos y se lanzan a tomar tierras (Angell, 2002).
En estos países, el crecimiento de la población urbana transforma la fiso-
nomía de las sociedades, alcanzando un 46 % del total. En buena medida,
como se analizó en el capítulo anterior, este crecimiento se sustenta en el im-
pulso a las actividades industriales, que para países como Argentina, Brasil,
Colombia, Chile, México, Perú, Uruguay y Venezuela en el año 1964 asume
un desarrollo basado en la industria de bienes de consumo duradero. En ese
mismo año, en Brasil, Argentina y México, la industria de bienes de capital
presenta ciertos avances, sobre todo en el primero de estos países, donde se
estima que dos tercios de las maquinarias y equipos utilizados se fabrican
en el país. Sin embargo, el proceso de industrialización no logra resolver el
problema del desempleo, el subempleo y la desigualdad económica (Comi-
sión Económica para América Latina, 1964). Esa es una de las razones de la
radicalización de las demandas en las ciudades, en las organizaciones obreras
y en las barriadas de marginales urbanos.
En Chile, la población urbana de Santiago se duplica entre 1952 y 1970
y las manufacturas aportan el 24,7 % del PIB en este último año, mientras
los servicios emplean un 23,8 % de la fuerza laboral a principios de los se-
senta. Las luchas urbanas impulsadas por la Central Única de Trabajadores
(CUT) luego de la devaluación de 1962 de Alessandri cuentan con amplio
apoyo, las manifestaciones se reprimen y crece el apoyo a la izquierda. Cuan-
do la Democracia Cristiana llega al poder, en 1964, las relaciones no mejo-
ran, pues la mayor parte del movimiento sindical está organizado por parti-
dos pertenecientes al FRAP (Frente de Acción Popular) que en ese año lleva
a Salvador Allende como candidato a la presidencia, cosechando el 38,6 %
de los votos. Además, el número de huelgas aumenta entre 1964 y 1969 de
564 a 977, mientras las tomas de predios urbanos suben de 15 a 352 y el
número de apropiaciones ilegales de fábricas de 5 a 133 (Angell, 2002).
En el marco del conjunto de transformaciones que se vienen produ-
ciendo en el subcontinente, en 1959, la Revolución cubana abre una etapa
que produce, por un lado, una radical alteración en la estructura social y

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económica, en las instituciones, en la cultura, la ideología y la educación,


implantando el socialismo dentro de la propia isla. A la par, constituye un
proceso fundamental en el orden latinoamericano y mundial, al convertir a
las transformaciones sociales anticapitalistas por la vía armada en un nuevo
y renovado horizonte para amplios sectores del subcontinente, como se verá
más adelante.

5.2. Revolución y reformas, nuevas alianzas


y nuevos escenarios
Durante la década de 1950, la movilización social y la presión por la tierra
devienen en al menos dos procesos de gran relevancia: en Bolivia se pro-
duce la segunda revolución social ocurrida en el subcontinente luego de la
mexicana, que impone reformas democráticas y nacionalistas, tales como el
sufragio universal, la nacionalización de las minas y la reforma agraria. En
Centroamérica, Guatemala se destaca por atravesar un proceso de reformas
radicales sin revolución social, con reforma agraria y procesos de expropia-
ciones, que culminan abrupta y trágicamente abriendo un prolongado ciclo
de represión y terror estatal.

5.2.1. La Revolución boliviana de 1952: nacionalismo,


izquierda, campesinos y mineros

En tan solo tres días, una insurrección de trabajadores mineros e integrantes


de los comandos barriales y zonales del Movimiento Nacionalista Revolu-
cionario (MNR), con participación de obreros fabriles y de mujeres, derrota
al ejército boliviano. Un contingente mal armado, dotado de cartuchos de
dinamita –las herramientas de trabajo de los mineros– y de armas entregadas
por el jefe de la policía local, se alza contra el gobierno de “La Rosca”, tal
como se denomina a la expresión política de la poderosa burguesía minera
del estaño y los opresores hacendados dueños de la tierra. El epicentro de los
enfrentamientos es la ciudad de La Paz, aunque en Oruro se registran com-
bates y en Cochabamba, Potosí y Santa Cruz se produce el desplazamiento
de las autoridades locales (Cajías, 2015).

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América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

La participación en las jornadas de abril de 1952 de los trabajadores


mineros, se sustenta en tres pilares: por un lado, en su importante capacidad
de organización, expresada en la conformación en 1945 de la Federación
Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB). Por otro lado, en
la radicalidad de sus posturas, que son sistematizadas en las Tesis de Pula-
cayo, un programa político adoptado por la Federación, donde postulan la
necesidad de realizar una revolución proletaria en alianza con campesinos,
artesanos y otros sectores de la pequeña burguesía y plantean un conjunto
de reivindicaciones transitorias, desde demandas salariales y de condiciones de
trabajo hasta el control obrero de las minas y el armamento de los trabaja-
dores. En tercer lugar, los mineros se destacan por su combatividad y por
el particular contexto en que se despliegan sus luchas, por la represión a la
que serían sometidos por los sucesivos gobiernos y las fuerzas de seguridad,
como acontece en Potosí en 1947 y en la mina Catavi-Siglo xx dos años
después.
Esos tres rasgos: organización, radicalidad y combatividad se delinean
como parte de una tradición más amplia, fundada en las duras condiciones
de vida y de trabajo imperantes en las minas de estaño, agravadas por la
potestad omnímoda de los tres principales grupos empresarios mineros: los
Patiño, los Aramayo y los Hochschild, que concentran en 1952 las dos terce-
ras partes de la minería del estaño. Estos grupos combaten sistemáticamente
cualquier intento de regulación de las relaciones de trabajo en el interior de
sus minas, predominantemente impulsadas por los gobiernos del “Socialis-
mo Militar” de David Toro y Germán Busch (1936-1939) y de Gualberto
Villaroel (1943-1946), un militar que cogobierna con el MNR. En ambos
casos, el fin de estas experiencias marcan el retorno de “La Rosca” al poder
político y la reimposición de las hasta entonces inamovibles tradicionales
formas de dominación.
Las citadas características de los trabajadores mineros se inscriben tam-
bién en las tradiciones políticas que contribuyeron a la organización obrera:
por un lado, una inédita influencia del trotskismo, contenida en los postu-
lados de las Tesis de Pulacayo y apropiadas y resignificadas en años poste-
riores (Sándor John, 2016). Estas tradiciones convergieron en tensión con
sectores obreristas del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR),
cuya presencia entre los trabajadores mineros es una constante a lo largo de
los años.

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La centralidad adquirida en las jornadas de abril por este partido remite


a uno de los más críticos procesos del siglo xx latinoamericano y boliviano,
la Guerra del Chaco (1932-1935), cuyos desastrosos efectos se superponen
con los derivados de la crisis de 1930. Esta última derrumba la economía al
precipitar a la baja los precios del estaño, en tanto según las fuentes, la Gue-
rra representa para el país entre 50 000 y 100 000 muertos, más de 20 000
prisioneros, la pérdida de la quinta parte del territorio y una gran crisis so-
ciopolítica. El gran debate que atraviesa la sociedad a mediados de la década
del treinta y durante buena parte de la siguiente deriva en el surgimiento de
diversas vertientes nacionalistas –civiles y militares– que modelan una tra-
dición que el MNR logra sintetizar, mediante la eliminación de los resabios
coloniales, la modernización y diversificación de la economía, la eliminación
de la influencia del imperialismo, de la gran burguesía y del latifundismo.
Según datos de 1954, las tres cuartas partes de la población está dedicada
a la agricultura, pese a lo cual Bolivia es por entonces un país importador de
productos alimenticios, lo cual le insume aproximadamente el 35 % de sus
divisas. Sobre una población de casi tres millones doscientos mil bolivianos
el 54 % son indígenas, con fuertes contrastes entre altiplano y valles. En las
áreas rurales el 4,5  % de los propietarios posee el 70 % de la tierra mientras
aproximadamente 25 000 propietarios tienen menos de 1 hectárea, corres-
pondiente al 0,03 % de la tierra cultivada. Campesinos minifundistas, in-
dígenas comunitarios y trabajadores rurales atados a las haciendas mediante
la obligación de prestaciones de servicios agrícolas y domésticos (pongueaje),
configuran las relaciones sociales predominantes en el campo boliviano du-
rante las décadas que preceden al estallido revolucionario.
En este contexto, una escalada de luchas indígenas rurales está en mar-
cha mucho antes de 1952. Al menos desde 1947 los valles de Cochabamba
y los alrededores de La Paz representan el escenario de numerosas revueltas
rurales que tienen como finalidad hacer cumplir las resoluciones del Con-
greso Nacional Indígena de 1945 auspiciado por el gobierno de Villaroel,
que promueve un conjunto de reformas como la abolición del pongueaje y
la mita. El trágico fin del presidente, colgado en el farol de la plaza Murillo,
en el corazón de la ciudad capital en 1946, abre un ciclo de protestas por la
aplicación de la ley y pone en evidencia la severa crisis de autoridad política
que atraviesa el campo boliviano, al tiempo que la agrava. La brutalidad
física y simbólica que encierra la imagen del presidente militar colgado de

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un farol no hace sino anticipar la violencia anti-indígena que, a pesar de


recrudecer durante el sexenio previo a la revolución, no consigue detener la
agitación rural (Gotkowitz, 2011).
El proceso abierto durante las jornadas de abril de 1952, produce pro-
fundas e irreversibles transformaciones socio económicas y políticas en la
Bolivia contemporánea. El co-gobierno conformado por el MNR y la re-
cientemente fundada Central Obrera Boliviana (COB) traza el sendero de
importantes reformas, entre las cuales se destacan la nacionalización de las
minas, la reforma agraria y el sufragio universal.
En octubre de 1952 pasan a control del Estado a través de la Corpora-
ción Minera Boliviana (COMIBOL) “por causa de utilidad nacional”, las
minas y bienes de los grupos Patiño, Aramayo y Hochschild, bajo un ré-
gimen que contempla el control obrero, de aproximadamente 163 minas
con una producción de 27 mil toneladas métricas y 29 mil trabajadores
(Dunkerley, 2003).
Juan Lechín, el histórico dirigente de la FSTMB se convierte en Minis-
tro de Minas y Petróleo del co-gobierno y el símbolo de la tensa relación
que se tejería entre un MNR sometido a intensas presiones por parte de las
movilizadas, radicalizadas y organizadas bases mineras, cuyos representan-
tes forman parte del nuevo gabinete. Esa condición se potencia con otro
rasgo característico del proceso revolucionario boliviano: la conformación
de milicias obreras y campesinas que se mantienen en armas sosteniendo
–y condicionando– el ritmo de las reformas. Sin embargo, los objetivos del
MNR y de la COB se van diferenciando a lo largo del proceso. Mientras
los mineros buscan por diferentes medios incrementar la producción y la
productividad en las minas, el MNR promueve la diversificación de la eco-
nomía, desviando recursos de la COMIBOL a la estatal Yacimientos Petro-
líferos Fiscales Bolivianos (YPFB) y a la Corporación Boliviana de Fomento
(CBF). Además, importantes debates se suscitan en torno a la decisión del
gobierno de indemnizar a las empresas mineras y reconstruir el ejército di-
solviendo las milicias, contribuyendo al distanciamiento y posterior ruptura
del ­co-gobierno (Dunkerley, 2003; Cajías, 2015).
Menos de un año después de la nacionalización de las minas, llega el
turno de atender la demanda de las grandes mayorías del campo. La oportu-
nidad que avizoran se abre luego de abril de 1952, lleva a diversos sectores
del campo a presionar mediante ocupaciones de tierras y manifestaciones

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violentas de cuestionamiento a la autoridad, por lo cual una nueva oleada


de luchas atraviesa estratégicas áreas rurales antes y después de la emisión
del decreto de reforma agraria. Mediante el mismo, en agosto de 1953 se
propone otorgar tierras expropiadas a campesinos que no las poseyeran o las
tuvieran en escasas cantidades, restituir tierras a las comunidades, cooperan-
do en la modernización de sus cultivos sin avasallar sus tradiciones colecti-
vas, liquidar los servicios personales gratuitos, estimular la productividad, la
modernización, el cooperativismo y la tecnificación y promover corrientes
de migración interna para poblar el Oriente.
Estas políticas promueven un importante proceso de campesinización
mediante la entrega de más de siete millones de hectáreas de tierra en poco
más de una década. La reforma agraria logra en algunas regiones, liquidar el
latifundio, pero a cambio del predominio del minifundio, del descuido de
las comunidades indígenas, del mantenimiento de niveles importantes de
atraso, de la debilidad del mercado interno y del desarrollo de una economía
que a duras penas supera el autoabastecimiento, lo cual genera nuevas ten-
siones. El MNR impulsa además la sindicalización campesina, como modo
de encauzar las formas de acción directa y de organización autónoma de los
campesinos del altiplano y los valles.
La tercera de las principales reformas, el sufragio universal, decretado
en julio de 1952, provoca la ampliación de la participación política, la
entrada en escena del campesinado y las mujeres y es capitalizado por el
MNR, que se mantiene en el poder hasta el año 1964. Hasta entonces, el
sistema político boliviano se había caracterizado por su base social angosta,
al punto que el MNR ensaya la vía insurreccional en 1949. En 1951 gana
las elecciones con aproximadamente 54 000 votos sobre 126 000, el ma-
yor caudal electoral que cualquier partido había conseguido hasta entonces
en la historia boliviana. Sin embargo, las elecciones son anuladas y la vía
insurreccional vuelve a resultar una alternativa legítima para los sectores
medios integrantes de este partido. Cuando en 1956 el MNR convoca a
las primeras elecciones nacionales con sufragio universal asisten un millón
doscientas mil personas a las urnas y su fórmula obtiene 15 de los 18 sena-
dores y 63 de los 68 diputados elegidos. Es la primera vez en la historia bo-
liviana que prima la representación política vía partidos, pues en el pasado
los candidatos podían postularse con el apoyo de una institución pública o
social (Cajías, 2015).

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América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

El nuevo triunfo electoral del MNR ratifica la moderación del impul-


so revolucionario que se viene perfilando desde años anteriores: la reor-
ganización del ejército como resultado de las presiones de los EEUU y la
disolución de las milicias, el trazado de un plan de estabilización a cambio
de ayuda económica para paliar la crisis, que se traduce en congelamiento de
salarios y eliminación de subvenciones a artículos de primera necesidad,
todo lo cual empuja a la ruptura del co-gobierno. La posterior disolución
de las milicias populares y la radicalización de la COB una vez más hacia la
izquierda, empuja al MNR a sellar su alianza con las organizaciones cam-
pesinas. Así, el MNR permanece en el poder hasta el año 1964, cuando un
nuevo gobierno de Víctor Paz Estenssoro es interrumpido por el golpe mi-
litar que instala a una junta militar presidida por el general Barrientos. Más
allá de la disolución de las iniciales alianzas y del proceso de derechización
que la sucede, las transformaciones en las relaciones sociales y en la estruc-
tura económica en el sentido más plenamente burgués resultan duraderas e
irreversibles (Knight, 1998).

5.2.2. Guatemala a principios de los cincuenta:


reformismo e intervención

A diferencia de Bolivia, donde el proceso revolucionario consolida nota-


bles transformaciones en las estructuras heredadas del período colonial y
republicano, representa para las amplias mayorías obreras y campesinas la
conquista de derechos sociales y políticos y condiciona a los sucesivos regí-
menes políticos al cumplimiento de las demandas conseguidas en el marco
de un proceso revolucionario; en Guatemala los episodios que devienen en
la renuncia de Jacobo Arbenz (1951-1954) y la imposición de la dictadu-
ra de Castillo Armas hacia mediados de 1954, detienen brusca, violenta y
trágicamente un proceso de reformas iniciado tres años antes, pero cuyos
antecedentes pueden rastrearse en la rebelión popular que en 1944 derriba
a la dictadura de Ubico.
La significación histórica de este último acontecimiento reside en haber
puesto fin a un régimen político excluyente y en sentar las bases del más
significativo proceso de reformas sociales que atravesó Guatemala. El fin
de la dictadura se produce tras una asamblea de estudiantes que demanda

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Revoluciones para hacer reformas y reformas para hacer revoluciones

a­ utonomía universitaria y amenaza con una huelga general, tras lo cual el


dictador suspende las garantías constitucionales y declara estado de sitio.
Numerosas respuestas, entre las cuales sobresalen huelgas y diversos distur-
bios, conducen a la renuncia del dictador y la apertura de un proceso de
organización de partidos políticos y organizaciones sindicales que abre el
camino al movimiento de 1944. Dicho proceso resulta entonces impulsado
por sectores medios, en especial estudiantes universitarios, intelectuales y
profesionales, pequeños comerciantes, empleados públicos y oficiales jóve-
nes del ejército, a los que se adicionan trabajadores del banano, pequeños
grupos campesinos y artesanos de las ciudades.
El gobierno de Arévalo (1945-1951) emprende un conjunto de reformas
sociales y laborales: deroga la ley de Vagancia, declara la libertad de expre-
sión y prensa, establece la autonomía universitaria, la libre sindicalización,
el derecho de huelga y el voto para todos los adultos, con excepción de las
mujeres analfabetas. Paralelamente, amplía la inversión estatal en educación,
salud y vivienda y en 1947 habilita la entrada en vigencia de un Código
del Trabajo que despierta una enconada oposición entre los terratenientes
y empresarios (Rojas Bolaños, 1993). En el marco de la Guerra Fría y las
presiones anticomunistas, el gobierno comienza a sufrir diversos embates,
que lo conducen a frenar la sindicalización en el campo, a oponerse a la
fundación del Partido Comunista y a cerrar la Escuela de Cuadros Claridad
(Cofiño, 2017).
Con el triunfo electoral con más del 65 % de los votos del coronel Ja-
cobo Arbenz se acelera el ritmo de las reformas, con el objetivo de alcanzar
un desarrollo capitalista en alianza con los sectores obreros y campesinos.
En su Programa de Gobierno, Arbenz declara su intención de convertir a
Guatemala en un país económicamente independiente, transformar la eco-
nomía en un sentido capitalista moderno, a través de la industrialización
y la reforma agraria y elevar el nivel de vida de las “grandes masas del pue-
blo” (Torres Rivas, 2009, 49). Como medidas complementarias, propone
la realización de un plan de infraestructura para la creación de un mercado
interno, el fomento de la inversión privada incluyendo la inversión extran-
jera, siempre que esta se ajuste a las leyes laborales y no intervenga en polí-
tica interna, lo cual supone la redefinición de las reglas de funcionamiento
de las tres grandes compañías norteamericanas instaladas en el país (Rojas
Bolaños, 1993).

177
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

Durante el trienio, las principales transformaciones se producen en el


terreno articulado de las nacionalizaciones y la reforma agraria. En un país
donde la extrema concentración de la tierra se asociaba a un alto grado de
ociosidad y un bajo nivel tecnológico, mediante el Decreto 900, se expropian
casi 600 000 hectáreas de tierra (Guerra-Borges, 1993). La Ley de Reforma
Agraria dispone la expropiación de los predios mayores de 200 hectáreas
que no estuvieran cultivadas y el pago en bonos a veinticinco años. Ordena
además la total eliminación de las formas coactivas de trabajo presentes en el
agro guatemalteco (Rojas Bolaños, 1993). La tierra se entrega en propiedad
individual a trabajadores agrícolas, colonos, campesinos sin tierras o con
insuficiente cantidad, llegando en 1954 a 100 000 las familias beneficiadas,
aproximadamente 500 000personas. La creación del Banco Nacional Agra-
rio persigue el objetivo de canalizar el crédito a los campesinos beneficiarios.
Las reformas continúan con el diseño y el inicio de la construcción para-
lela de una infraestructura que quebrase el monopolio del transporte terres-
tre, portuario y naviero de la empresa (Torres Rivas, 1985).
Del total de tierras expropiadas, aproximadamente 150 000 hectáreas
corresponden a la norteamericana United Fruit Company, una empresa dedi-
cada centralmente a la producción y comercialización del banano en países
como Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá y Colombia. La moderni-
zación agrícola abarca las relaciones sociales, la diversificación y la tecnifica-
ción de las labores agrícolas, para lo cual en 1952 Guatemala importa veinte
veces más tractores que en 1948, elevando de ese modo la producción de
alimentos (González Casanova, 1986).
Las reacciones son múltiples: incluyen desde la negativa a aceptar los
bonos de indemnización por parte de los terratenientes hasta la violencia
física desatada contra los campesinos, ante lo cual el marco de movilización
campesina y el activismo de los Comités Agrarios Locales garantiza el repar-
to efectivo de las tierras (Guerra-Borges, 1993).
En resumen, el nuevo gobierno se sostiene en una alianza tramada tras la
caída de Ubico, nutrida por sectores medios intelectuales, obreros y campe-
sinos organizados a partir de la apertura democrática. Las principales organi-
zaciones obreras y campesinas guatemaltecas son la Confederación General
de Trabajadores de Guatemala, conformada en octubre de 1951 y que llega
a contar con más de 110 000 afiliados y la Confederación General Campe-
sina, creada al año siguiente, que agrupa a 200 000 campesinos. Además,

178
Revoluciones para hacer reformas y reformas para hacer revoluciones

por esos años cumple un papel destacado el Partido Comunista Guatemal-


teco, rebautizado Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), cuyo programa
coincide en lo fundamental con los objetivos del gobierno (Torres Rivas,
2009). En su Segundo Congreso de 1952, declara la necesidad de realizar “la
Reforma Agraria, la industrialización del país, el incremento del bienestar
popular y la ampliación del movimiento por la liberación nacional [con la]
más sólida unidad de todas las fuerzas democráticas y populares” (citado en
Cofiño, 2017).
El proceso de reformas es objeto desde amplios sectores –la Iglesia, los
empresarios, los EEUU, la United Fruit, la Organización de Estados Ame-
ricanos (OEA)– de una activa campaña anticomunista que culmina con el
financiamiento y entrenamiento de grupos mercenarios.
En junio de 1954 se realiza una reunión entre Arbenz y altos jefes milita-
res que configura tanto un cuestionamiento a la política del gobierno como
la demostración del carácter internacional adoptado por la ofensiva nortea-
mericana en la X Conferencia Interamericana de Caracas, donde el Secreta-
rio de Estado de EEUU, John Foster Dulles, presenta ante la comisión de
Asuntos Políticos una moción anticomunista, que es votada en contra por
Guatemala, y recibe la abstención de Argentina y México.
A mediados de año están en marcha los preparativos de una invasión
militar desde la vecina Honduras. Una radiodifusora clandestina comienza
a funcionar en mayo en Esquipulas, en la frontera hondureña, mientras
desembarca armamento. Uruguay acepta ser sede de una nueva reunión de
cancilleres para tratar nuevamente el “caso Guatemala”, al tiempo que se
acrecienta el bloqueo contra la supuesta asistencia soviética. El 18 de junio
comienza el bombardeo de aviones desde bases ubicadas en territorio nicara-
güense, con la colaboración del gobierno de Somoza. Finalmente, columnas
mercenarias de guatemaltecos, nicaragüenses y dominicanos al mando del
coronel Carlos Castillo Armas invaden Guatemala.
La defensa es asumida por los Comités de Defensa de la Revolución
en respuesta a un llamado de la CGT, compuestos por aproximadamente
100 000 personas que no hacen más que cumplir funciones de vigilancia,
orden y control, en colaboración o al margen de la Guardia Civil. La acti-
tud de los partidos del gobierno, incluido el Partido Comunista, es cuanto
menos de inmovilismo, de debilidad y de impotencia. Así, Jacobo Arbenz,
con la colaboración del exsecretario general del PGT José Manuel Fortuny,

179
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

redacta su renuncia al cargo de presidente de la nación, tras lo cual los sec-


tores populares son lisa y llanamente abandonados a su suerte. El gobierno
de Arbenz decide recurrir a las Naciones Unidas para denunciar la agresión
exterior, que traslada el reclamo a la Organización de Estados Americanos
(OEA) y que a su vez nombra una comisión investigadora que llega a la
frontera cuando Castillo Armas toma posesión de su cargo (Torres Rivas,
2009).
Se inicia entonces un proceso que revierte rápidamente las reformas: de-
vuelve las tierras expropiadas a la United Fruit, deroga el Código del Trabajo,
revierte la distribución progresiva del ingreso, suspende las garantías consti-
tucionales e inicia un prolongado y profundo proceso de represión y terror
estatal, tal como retomaremos en el capítulo siguiente.

5.3. La revolución cubana como punto de inflexión


en la historia latinoamericana contemporánea
Como ya se adelantó, no es posible comprender la radicalización que atra-
viesa de punta a punta las ciudades y las áreas rurales latinoamericanas sin
el parteaguas que representa la Revolución cubana para el conjunto de las
sociedades latinoamericanas.
La entera geografía del subcontinente resulta atravesada por debates y
controversias que tienen a Cuba y sus radicales transformaciones como su
principal hilo conductor.
Tras asumir ella misma un rumbo socialista, la dirección política cubana
enfatiza que son los problemas socioeconómicos irresueltos –las “condicio-
nes objetivas”–, los que conducen inexorablemente a las sociedades latinoa-
mericanas hacia la revolución socialista. En la famosa Declaración de La Ha-
bana de 1962, desafían a quienes acusan a Cuba de “exportar revoluciones”,
a quienes consideran que las revoluciones se pueden “comprar o vender,
alquilar o prestar, exportar o importar como una mercancía más”, a tener
presente que derrotando a la Revolución cubana no liquidan el fantasma de
la revolución, pues las condiciones que la hacen posible en Cuba están pre-
sentes en el conjunto de América Latina. La pauperización, la desigualdad,
la escasez de tierras, el autoritarismo político y la represión configuran un
escenario apto para el estallido de insurrecciones con resultados socialistas.

180
Revoluciones para hacer reformas y reformas para hacer revoluciones

El “Che” Guevara plantea tres ideas centrales: que las fuerzas populares
pueden ganar una guerra contra un ejército; que no siempre hay que esperar
a que se den todas las condiciones para la revolución, pues el foco insurrec-
cional puede crearlas y finalmente, que en América Latina, el terreno de la
lucha armada debe ser el campo (Guevara, 1963).
Al calor de esas ideas y de las profundas y numerosas controversias que
las rodean, surgen organizaciones de guerrilla rural en países como Guate-
mala, Venezuela, Colombia, Perú, Nicaragua y Bolivia. La aceleración de los
procesos de organización en el campo, las tomas de tierras y el incremento
de la violencia en las áreas rurales en países como Perú, Brasil, Colombia y
El Salvador dan cuenta de la radicalización de las demandas y los métodos
de acción (Quijano, 1967).
En países con tasas elevadas de población urbana, como Argentina, Chi-
le, Brasil y Uruguay se producen al final de la década importantes procesos
de radicalización, movilización y organización obrera y de sectores infor-
males urbanos y la conformación de organizaciones político militares o de
guerrilla urbana (Lowy, 1980).
Esos lazos de transformación revolucionaria de las sociedades latinoa-
mericanas tienen su materialización en la Conferencia de la Organización
Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), cuando diferentes organizaciones
de la izquierda latinoamericana se reúnen en La Habana en julio de 1967
para discutir estrategias políticas. Con acuerdos, divergencias y profundos
debates, participan ciento sesenta y cuatro dirigentes de veintisiete países
latinoamericanos más un invitado del movimiento Black Power (Marchesi,
2019).
Algunos de esos debates se prolongan más allá de la década del sesenta y
producen experiencias que llegan a ejercer el poder por distintas vías. Por un
lado, el triunfo electoral de Salvador Allende en Chile y la puesta en práctica
de la denominada vía chilena o vía pacífica al socialismo, en abierto diálogo
–crítico– con la vía armada instalada por el proceso revolucionario cubano.
Por otro lado, la conformación y posterior toma del poder del Fren-
te Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua, que exhibe la
persistencia del debate en torno a la pertinencia de la vía armada, aunque
resignifica el contenido del proceso revolucionario. Así es como el ejemplo
de Cuba y las condiciones particulares de las diferentes regiones latinoa-
mericanas se articulan para convertir a la década del sesenta y en algunas

181
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

regiones, a parte de la siguiente, en una de las etapas más transformadoras


de la historia contemporánea latinoamericana.

5.3.1.  De la Cuba de Batista a la Cuba Socialista

El triunfo del Ejército Rebelde de enero de 1959 se gesta a partir de 1953,


como una larga lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, un militar
conocido en la política cubana desde los años treinta, que llega nuevamente
al poder, esta vez mediante un golpe de Estado en el año 1952.
Contra esa dictadura se delineará una vía insurreccional que tiene en el
ataque al cuartel Moncada en Santiago de Cuba, –acompañado por acciones
en el Hospital Civil, el Palacio de Justicia y el cuartel de la ciudad de Baya-
mo–, en el Oriente de la isla, su principal bautismo de fuego. Allí un grupo
de más de cien rebeldes de clase media y de extracción obrera actúan movidos
por el propósito de desatar una insurrección popular que derribara al ilegal
e ilegítimo gobierno de Batista. Las acciones culminan con poco más de una
docena de muertos entre los combatientes, pero en días posteriores la repre-
sión le cuesta la vida a más de setenta jóvenes (Rojas, 2015). En La historia me
absolverá Fidel Castro, el por entonces joven abogado militante del Partido
Ortodoxo y organizador del movimiento, asume su propia defensa contra la
condena a veintiséis años de prisión, pero va mucho más allá, al denunciar
los horrores del régimen y al desplegar argumentos históricos y jurídicos para
legitimar el derecho a la insurrección contra la dictadura (Castro, 2005).
En 1953 se activa entonces una tradición que remite a las luchas por la
independencia y la combatividad del Oriente, al ideario martiano (por José
Martí, muerto en 1895, al inicio de la “Guerra Corta”, tal como se analizó
en el capítulo 1).
También se inspira en los combates contra la dictadura de Gerardo Ma-
chado (1925-1933), un régimen represivo y pro norteamericano contra el
cual se alzaron obreros y estudiantes que apelaron a prácticas insurrecciona-
les. Por último, enraiza en las prédicas democráticas, nacionalistas y pun-
zantes del ortodoxo Antonio Chibás y en un activismo antimperialista pro-
fundamente conmovido por el papel ejercido por los EEUU en el marco de
la Guerra Fría, estas últimas experiencias en las cuales se formaron diversos
jóvenes, entre los cuales se destaca el propio Fidel Castro.

182
Revoluciones para hacer reformas y reformas para hacer revoluciones

Puerto de llegada, los acontecimientos del 26 de julio de 1953 repre-


sentan también el punto de partida de una nueva tradición insurreccional,
ahora encarnada por el Movimiento 26 de Julio (M26J) que se nutre en
México de cubanos exiliados y otros militantes, como el argentino Ernesto
“Che” Guevara.
Mientras tanto en la isla, el M26J en la clandestinidad se destaca en ciu-
dades como Santiago de Cuba y La Habana, donde se forman consistentes
grupos de activistas. La vía insurreccional como táctica se sostiene bajo el su-
puesto de que estaban dadas las condiciones para un levantamiento popular
que derrocase a la dictadura. Los preparativos para el retorno desde México
a la isla se concretan a fines de 1956, cuando 82 combatientes desembarcan
desde el buque Granma en la provincia de Oriente. Esa acción debía confluir
con un levantamiento ya iniciado en Santiago; sin embargo, el núcleo de
activistas que logra finalmente internarse en la Sierra Maestra y comenzar la
actividad política y militar se reduce a menos de una veintena.
Allí, existe un campesinado “clásico” dedicado al cultivo del café, en el
seno del cual se destaca un grupo, los precaristas, aquellos que bajo la óptica
de los sectores dominantes son usurpadores de tierras, que viven parte del
año utilizando tierras “ajenas” y que durante los meses de la zafra –la cosecha
de la caña de azúcar– (aproximadamente tres al año) se desplazan a las zonas
azucareras, a trabajar por un salario. Organizados en la sierra, portadores de
tradiciones que los van a emparentar con el proletariado azucarero del llano,
los precaristas representan actores fundamentales en el proceso de acumula-
ción de fuerzas del M26J en la sierra, empujados coyunturalmente por un
violento proceso de desalojo de tierras (Winocur, 1987).
Si el Oriente dibuja una zona de campesinado típico, la columna ver-
tebral de la economía cubana la constituye la producción azucarera del
Occidente. En esa región tiene lugar un acelerado proceso de transición al
capitalismo: por un lado, se da una rápida conversión del esclavo en asala-
riado ya a fines del siglo xix. Por otro lado, un proceso de sindicalización
obrera madura en los años precedentes y en la década del cincuenta enfren-
ta al mujalismo (una corriente pro-batistiana que recibe ese nombre por
su principal referente, Eusebio Mujal) con el sindicalismo comunista. En
tercer término, se produce un proceso de “cubanización” de los capitales, lo
cual da lugar a la emergencia de una importante burguesía azucarera cuba-
na que convive con la presencia norteamericana en el sector. El trabajo en

183
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

las plantaciones de azúcar se c­ aracteriza por su estacionalidad, por lo cual


las huelgas en los momentos de la recolección ponen en vilo a la sociedad
cubana. Eso es lo que acontece a fines de 1955 cuando se produce en el
sector una huelga que adopta formas violentas, insurreccionales, que estalla
ante la zafra más corta del período –que dura 69 días– y en reclamo por el
denominado “diferencial” salarial, amenazando con extenderse a toda la isla
(Winocur, 1987).
Por su parte, la burguesía azucarera cubana presiona durante estos años
al gobierno de Batista para contar con condiciones favorables en el mercado
internacional del azúcar, lo cual no siempre acontece, tanto por políticas
asumidas por el principal comprador de la cuota azucarera, EEUU, al prote-
ger el cultivo de la remolacha azucarera en su territorio como por la renego-
ciación del Convenio de Londres. Sumado a la política de zafras restringidas
adoptada por el gobierno cubano desde 1953, esto produce un descenso de
los precios del azúcar y de la participación cubana en el mercado mundial,
lo cual incrementa las críticas y el descontento de este sector social hacia el
gobierno (Winocur, 1987).
De modo que la oposición a Batista va creciendo, al tiempo que la op-
ción por la vía insurreccional es adoptada por otras organizaciones además
del M26J, como el Directorio Estudiantil Universitario, encabezado por el
estudiante José Antonio Echeverría, que impulsa la fallida toma del Palacio
Presidencial en marzo de 1957. Santiago de Cuba se convierte en epicentro
de la protesta, pero también de la represión, las persecuciones y la tortura.
Mujeres vestidas de negro reclaman “Cesen los asesinatos de nuestros hijos”.
En agosto de ese año es asesinado el joven maestro y principal referente
del M26J en Santiago de Cuba, Frank País y el cortejo fúnebre de catorce
cuadras, se convierte en una gran demostración de fuerza y de descontento
contra la dictadura (Winocur, 1987).
La huelga general convocada para abril de 1958 por el M26J está ins-
pirada en la convicción de que es preciso capitalizar ese descontento in-
corporando a los trabajadores a la lucha. Su fracaso exhibe sus principales
debilidades: que no dirigen el movimiento obrero del conjunto de la isla
ni la totalidad de la disgregada oposición a la dictadura. A partir de enton-
ces, dos tácticas resultan decisivas para la toma del poder: por un lado, la
máxima centralización militar –obligada en buena medida por la extrema
represión–, y la constitución del Ejército Rebelde. Por otro lado, la política

184
Revoluciones para hacer reformas y reformas para hacer revoluciones

de alianzas, materializada en el Pacto de Caracas, a partir del cual un amplio


abanico de líderes políticos ortodoxos, auténticos, del Directorio Estudian-
til y de organizaciones sociales, aceptan el liderazgo militar y político de la
Sierra Maestra. El PSP (Partido Socialista Popular, comunistas) no suscribe
el acuerdo, a pesar de su papel opositor a la dictadura y su posterior y fun-
damental acercamiento al M26J.
La revolución es hasta entonces anti dictatorial y democrática porque
sus principales tareas serían derribar una odiada dictadura y colocar en su
lugar un gobierno provisional que convocaría a elecciones para restablecer el
orden constitucional. Pronto se ponen en marcha un conjunto de reformas
sociales, entre las cuales se destaca la primera Ley de Reforma Agraria, dic-
tada en mayo de 1959, que pone límites a la propiedad territorial y entrega
la tierra a arrendatarios, subarrendatarios y precaristas, buscando eliminar el
latifundio, como acontece en otros países de América Latina, aunque pro-
moviendo la convivencia del pequeño campesinado con un sector cooperati-
vista. Esta primera medida, en especial la negativa a pagar indemnizaciones,
produce los primeros enfrentamientos con EEUU, que comienza sus presio-
nes hacia el gobierno cubano, acusado de comunista antes aún del ingreso
del PSP al nuevo gobierno. Hacia mediados de 1960 se produce la ruptura
definitiva con los EEUU, al interrumpir la compra de la cuota de azúcar a
Cuba, tras lo cual en una escalada de golpes y contragolpes se nacionaliza la
totalidad de los capitales norteamericanos en la isla.
Paralelamente, se radicaliza y profundiza el proceso revolucionario cuba-
no, al sellarse los compromisos con la Unión Soviética en el terreno comer-
cial externo y al avanzar en el camino de las expropiaciones a los capitales
privados nacionales, marchando hacia la colectivización y la virtual elimina-
ción de la propiedad privada.
La declaración pública del carácter socialista de la revolución en el mes
de abril de 1961, la adopción del marxismo-leninismo como principio polí-
tico ideológico inspirador de los procesos sociales y económicos anunciado
por Fidel Castro en octubre de ese mismo año, la conversión de las coope-
rativas en granjas del pueblo y la sanción de la Segunda Ley de Reforma
Agraria, son algunos de los principales episodios de ese acelerado proceso
que provoca que durante los años sesenta se transformaran los fundamentos,
los contenidos y el tono de los debates sobre la reforma y la revolución en
América Latina.

185
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

5.3.2. Chile, Allende y la Unidad Popular como emblema


de la vía democrática

En Chile, la Unidad Popular (UP) triunfa en las elecciones de 1970 con un


programa inspirado en el objetivo de producir transformaciones socialistas
de manera gradual y respetando la institucionalidad vigente. En efecto, los
sectores mayoritarios de la izquierda dentro de la UP, en particular el Partido
Comunista y un sector del Partido Socialista en el que se inscribe el propio
presidente, Salvador Allende, consideran que Chile debe completar las ta-
reas democrático-burguesas, como la reforma agraria, la industrialización y
la nacionalización de las riquezas básicas controladas por el imperialismo, en
otros términos, queda pendiente completar la “etapa” democrático burguesa
previa a cualquier transformación socialista (Pinto Vallejos, 2005).
Debido a la tradición de la izquierda chilena, con una presencia histórica
en el sistema político que remite a la breve experiencia de la República So-
cialista, la más extensa del Frente Popular (como se analiza en el capítulo 4)
y atraviesa los años cincuenta y sesenta, esas transformaciones deberían ser
realizadas a través de la vía electoral.
Además, al filo del cambio de década, en una América Latina donde las
Fuerzas Armadas como institución comienzan a intervenir en política bajo
los postulados de la Doctrina de la Seguridad Nacional, en Chile, el sector
hegemónico dentro de la Unidad Popular subraya la tradición democrática
de la institución militar chilena, lo cual torna doblemente factible la “vía
pacífica” según la óptica de sus principales referentes. En el famoso discurso
pronunciado por Salvador Allende el 21 de mayo de 1971, se desarrollan los
dos argumentos centrales que edifican la “vía chilena”. Cuestionando a los
“escépticos y catastrofistas”, el presidente plantea la posibilidad histórica de
que el Parlamento, que ha servido hasta entonces a las clases dominantes,
se “transfigurara” para convertirse en el “Parlamento del Pueblo chileno”.
Paralelamente, Allende enfatiza la capacidad de las Fuerzas Armadas y Cara-
bineros para apoyar el orden institucional y garantizar la voluntad popular
de edificar el socialismo, apelando a su “conciencia patriótica”, su tradición
profesional y su histórico sometimiento al poder civil. Para Allende y para
buena parte de los integrantes de la UP, nada “en la naturaleza misma” del
parlamento, en la medida en que se funda en el voto popular, le “impide
renovarse para convertirse de hecho en el parlamento del pueblo”. Lo mismo

186
Revoluciones para hacer reformas y reformas para hacer revoluciones

afirma para las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros, para quienes


reserva el papel de respaldar “una ordenación social que corresponda a la vo-
luntad popular en los términos que la Constitución establezca”, en especial,
para los trabajadores que, según Allende, “hasta hoy dieron tanto sin recibir
casi nada”.
Fundados en esas convicciones, los esfuerzos de la UP en el poder se con-
centran en lograr acuerdos con la Democracia Cristiana para concretar los
puntos fundamentales del programa de gobierno, en particular la nacionali-
zación de los recursos básicos, de algunas unidades productivas consideradas
relevantes y la profundización de la reforma agraria, respetando la legalidad
vigente (Pinto Vallejos, 2005).
Durante el primer año de gobierno, la UP amplía el Área de Propiedad
Social, al nacionalizar la gran minería del cobre y adquirir las principales
empresas extranjeras productoras de hierro, carbón y salitre, pasando a con-
trolar las actividades de exportación. Profundiza además el ritmo de la refor-
ma agraria, haciendo uso de la ley aprobada durante el gobierno democráta
cristiano de Eduardo Frei, llegando a expropiar 1 379 fundos de más de dos
millones y medio de hectáreas en el primer año. Avanza en la nacionaliza-
ción de la banca, en la compra de acciones de bancos privados nacionales y
el Estado pasa a controlar empresas privadas del sector industrial metalmecá-
nico, de la construcción y textil. Al finalizar 1971 se han logrado resultados
satisfactorios en el crecimiento del producto, el descenso de la inflación y del
ritmo inflacionario, así como un incremento de la participación de obreros,
campesinos y empleados en la distribución del ingreso (Bitar, 1995).
Sin embargo, también se acumulan factores negativos que comienzan a
preocupar al gobierno, en especial cuando se expresan públicamente, en di-
ciembre de ese año, en la “marcha de las cacerolas vacías”, una movilización
de mujeres de clase media contra la escasez de productos masivos.
A partir de entonces, crecen los desajustes económicos, que conducen
a un cambio de gabinete hacia mediados de 1972 y al engrosamiento de la
oposición burguesa y de clase media, que desemboca en el paro patronal de
octubre de 1972 (Bitar, 1995).
Mientras la mayoría dentro de la UP fortalece sus convicciones en torno
a la “vía chilena”, otros sectores de la izquierda chilena, dentro y fuera de la
UP, sostienen la necesidad de adoptar la vía de la insurrección armada. Es
el caso del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que respalda

187
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

críticamente al gobierno de la UP –abandonando las acciones armadas al


asumir Allende la presidencia y otorgando los cuadros que constituirán la
guardia presidencial– y apela a la movilización de las masas y su organiza-
ción autónoma. Esta organización, junto con sectores dentro de la UP, como
el MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitario), la Izquierda Cristiana
(ambos desprendimientos de la Democracia Cristiana) y el ala izquierda del
Partido Socialista, impulsan la profundización y radicalización del proceso
revolucionario.
Esto es particularmente visible frente al paro patronal de octubre de
1972, –impulsado por sectores profesionales y corporaciones patronales–,
cuando se fortalecen organismos de poder popular, como los cordones in-
dustriales y comandos comunales. Estos han sido creados como respuesta
de las bases a la ofensiva patronal y de las clases medias derechizadas, en las
zonas industriales y en los barrios populares (las “poblaciones”), como or-
ganizaciones de base territorial que conectan sindicatos y organizaciones de
base de todo un barrio. Retomando y profundizando estas experiencias, en
algunas industrias, durante el paro patronal, los trabajadores logran mante-
ner el funcionamiento de la producción, por lo cual cuestionan directamen-
te la propiedad privada (Gaudichaud, 2004). Estas organizaciones exceden
la coyuntura de octubre, la preceden y se mantienen más allá.
Frente al desabastecimiento y el mercado negro, el gobierno pone en
funcionamiento en abril de 1972 las Juntas de Abastecimientos y Precios
(JAP), para dotar a los trabajadores y a los pobladores de un organismo que
velara por el abastecimiento y distribución de los productos de primera ne-
cesidad y el control de precios y que se extienden y multiplican por todo el
país (Garcés, 2005). Ello da cuenta de otro de los rasgos característicos del
proceso: que está surcado por una gran movilización y participación colec-
tiva del pueblo chileno, por el estallido de una gran energía político social y
por una profunda voluntad de transformación social (Gaudichaud, 2004).
Luego del paro patronal de octubre de 1972, el gobierno toma la deci-
sión de conformar un gabinete cívico-militar, es decir, convocar a los mili-
tares a ocupar tres ministerios, a los fines de garantizar la estabilidad hasta
las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, cuando la Unidad Popular
obtiene un 44 % de los votos.
La convocatoria de las Fuerzas Armadas al gobierno no hace sino refren-
dar las convicciones antes reseñadas, aunque por entonces, el gobierno ha

188
Revoluciones para hacer reformas y reformas para hacer revoluciones

perdido el control de gran parte del aparato de Estado, lo cual se manifiesta


además en un estrechamiento de los vínculos entre la Democracia Cristiana
y el Partido Nacional, que traba la marcha de las reformas en el Parlamen-
to y en las resoluciones adversas a la UP adoptadas por el Poder Judicial
(Valdivia, 2005).
Luego de la conspiración militar de junio de 1973 conocida como el
“Tancazo”, se acelera el fortalecimiento del ala golpista dentro de las FFAA
y de los sectores de la derecha chilena que confluyen en el golpe de Estado
del 11 de setiembre de 1973.
Hasta el final, la experiencia de la UP en el poder está atravesada por un
profundo debate entre reforma y revolución. Pocos días antes del golpe de
Estado, los trabajadores de cordones industriales elevan una carta al presi-
dente que sintetiza lo que representa para la izquierda el proceso por el cual
están transitando. En ese documento, fechado el 5 de setiembre de 1973, la
Coordinadora Provincial de Cordones Industriales de Santiago exterioriza
su arraigado temor a que el proceso hacia el socialismo se deslizara hacia un
“gobierno de centro, reformista, democrático burgués, que tienda a desmo-
vilizar a las masas o a llevarlas a acciones insurreccionales de tipo anárquico
por instinto de conservación” y expresa la certeza de que se ha entrado en
una “pendiente que nos llevará inevitablemente al fascismo”. Seis días des-
pués de la escritura de esa misiva, el bombardeo por tierra y por aire de la
Casa de la Moneda cierra trágicamente la “vía chilena” al socialismo y abre
una nueva etapa que será analizada en el próximo capítulo.

5.3.3. Nicaragua en el contexto centroamericano:


¿qué revolución en vísperas de los ochenta?

El último proceso de toma del poder por la vía armada en América Latina
–en diálogo con la experiencia cubana– tiene lugar en Centroamérica, cuan-
do sucumbe la década de 1970. En la región, con la excepción de Costa
Rica, durante los setenta priman los gobiernos militares, autoritarios y re-
presivos; han fracasado las experiencias políticas reformistas y se han incre-
mentado los conflictos sociales. Entre 1950 y 1980 se articulan un notable
incremento de las exportaciones agro-ganaderas y la consiguiente erosión de
la economía campesina y la producción de alimentos, con cierto impulso

189
América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

a la industrialización y a la expansión de la infraestructura física. Esto último


es resultado del establecimiento del Mercado Común Centroamericano y es
acompañado por un acelerado proceso de urbanización, que lejos de elimi-
nar los rezagos y las desigualdades, los agudiza en el conjunto de la región
(Torres Rivas, 1981).
En Nicaragua se produce en el mes de julio de 1979, la toma del poder
por parte de una Junta de Gobierno liderada por el Frente Sandinista de Li-
beración Nacional (FSLN). Este acontecimiento representa la culminación
de una prolongada lucha social y política contra la dictadura de los Somoza.
El FSLN ha sido creado en Honduras a principios de los años sesenta bajo
los parámetros de la revolución cubana, con el nombre de Frente de Libera-
ción Nacional (FLN). Su fundación está ligada a nicaragüenses que escapan
de la persecución somocista, exmilitantes del Partido Socialista Nicaragüen-
se (PSN) radicalizados por la Revolución cubana y al menos un veterano
sandinista, sobreviviente de las luchas libradas por Augusto César Sandino,
combatiente junto a un numeroso ejército campesino, contra la interven-
ción norteamericana a su país, hasta su asesinato en 1934.
Poco después, en 1963, al FLN se le adiciona la “S”, pasando a ser cono-
cido como FSLN, incorporando así la tradición nacionalista y antiimperia-
lista de ese primer sandinismo. Ya en Nicaragua, forman el primer foco de
guerrilla rural, que es rápidamente aniquilado por la Guardia Nacional, tras
lo cual fortalecen su trabajo en las ciudades, en especial entre los estudiantes
y las poblaciones periféricas y entre los campesinos del norte y occidente.
Durante toda la década mantienen la lucha armada en el campo, aunque
enfrentando la represión del régimen –desde 1967 en manos de Anastasio
Somoza hijo–, que los reduce casi a la desaparición. En 1969 se definen
como una “organización de vanguardia” que mediante la lucha frontal con-
tra sus enemigos procura la toma del poder político para la instalación de
un gobierno revolucionario basado en una alianza obrero-campesina, con el
concurso de todas las fuerzas antiimperialistas y antioligárquicas.
A partir de 1970 el FSLN consolida su trabajo político entre los estu-
diantes, los trabajadores urbanos, los habitantes de barrios marginales y los
cristianos (Lozano, 1989).
Este proceso de enraizamiento en las bases cristianas se profundiza
durante los setenta, cuando tras la Conferencia de Medellín, se expanden
y radicalizan las comunidades eclesiales de base (CEB) y los cristianos

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Revoluciones para hacer reformas y reformas para hacer revoluciones

laicos y clérigos ingresan al FSLN para jugar roles fundamentales (Lowy,


1999).
El cristianismo liberacionista, los “curas tercermundistas” y la Teología
de la Liberación forman parte del proceso de radicalización producido en
América Latina durante los setenta y tienen en el cura guerrillero Cami-
lo Torres, de Colombia, una de sus máximas expresiones. En el contexto
centroamericano, la importancia de las comunidades eclesiales de base es
similar en El Salvador, y desde antes aún en Brasil, donde cumplen un pa-
pel destacado en la lucha contra la dictadura cívico militar instalada en ese
país en 1964. En Nicaragua en particular, el sandinismo encuentra en las
comunidades eclesiales de base un sitio de acumulación de fuerzas que lo
distingue de otras experiencias latinoamericanas contemporáneas por las
formas en que le permitió construir una experiencia política revolucionaria
(Lowy, 1999).
A mediados de la década del setenta, el FSLN se divide en tres ten-
dencias internas: la original o guerra popular prolongada, la tendencia
proletaria y la tercerista o insurreccional. Todas ellas reivindican la lucha
armada y priorizan el derrocamiento de la dictadura, aunque sostienen
diferencias políticas y enfatizan diversas formas de lucha: guerrilla rural,
formas urbano insurreccionales, huelga general, militancia en barrios y
fábricas, en el estudiantado, entre los intelectuales, lo cual les permite
contar con un amplio enraizamiento en la sociedad nicaragüense (Torres
Rivas, 1985).
Al triunfar en su interior la corriente tercerista, el FSLN plantea ejecu-
tar acciones armadas audaces con el propósito de colocar al movimiento
revolucionario en una situación de ofensiva política y militar para preparar
una insurrección general por un lado y desarrollar una política de amplias
alianzas con las fuerzas antisomocistas, por el otro.
Por su parte, un heterogéneo conjunto de organizaciones políticas y sin-
dicales se agrupa en la Unión Democrática de Liberación (UDEL), soste-
niendo la democratización de Nicaragua, la amnistía para los presos polí-
ticos y libertad política, sindical y de prensa. Como materialización de los
primeros intentos del FSLN por unir a la oposición, en 1977 se conforma el
“Grupo de los Doce”, compuesto por intelectuales, industriales, comercian-
tes y sacerdotes, que resulta clave para lograr el reconocimiento del FSLN y
de la lucha armada como método para poner fin a la dictadura.

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América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

Entre el conjunto de fuerzas opositoras, se destaca una oposición bur-


guesa, cuyo descontento reside en buena parte en el desigual acceso a las
ventajas del proceso de modernización y diversificación de la economía. En-
tre la burguesía agraria, un sector propietario de tierras cuestiona el proceso
de acaparamiento de los mecanismos de comercialización y la banca opera-
do por el somocismo.
Tras el terremoto que destruye Managua, sobre fines de 1972, el des-
contento entre los sectores empresarios crece por el uso que el somocismo
realiza de la ayuda externa y de los negocios vinculados a la reconstrucción
de la ciudad. Esta oposición tiene en Pedro Joaquín Chamorro, director del
diario La Prensa, uno de sus principales líderes por lo cual su asesinato, en
enero de 1978, representa un momento clave en la apertura de la crisis final
del régimen.
Con el transcurrir de la crisis del régimen, los esfuerzos de unificación
de la oposición con participación del FSLN sufren diversos avatares, que se
consuman en el Frente Amplio de Oposición (FAO) y su posterior disolu-
ción, la reunificación del FSLN y la conformación del Frente Patriótico Na-
cional (FPN) con hegemonía sandinista, que plantea la negativa a cualquier
solución de “somocismo sin Somoza”, disolución de la Guardia Nacional y
expropiación de los bienes de la familia Somoza. Huelgas, protestas y diversas
acciones de lucha callejera en las principales ciudades, materializan el ascenso
de los sectores populares en las ciudades. El régimen incrementa las acciones
represivas, al punto de bombardear los barrios populares de algunas ciudades.
Finalmente, el FSLN dirige las acciones armadas que culminan con la
caída del régimen y la instalación de un gobierno de unidad nacional, que
refleja las alianzas políticas forjadas durante el proceso previo y ratifica la
hegemonía sandinista.
De modo que las primeras transformaciones están dirigidas a castigar
a las fracciones burguesas ligadas al régimen, nacionalizando el sistema fi-
nanciero, el comercio exterior y las propiedades somocistas, que pasaron a
constituir el Área de Propiedad del Pueblo (APP). El somocismo controlaba
al momento del triunfo del FSLN, la totalidad de la banca, del comercio
exterior, la agroindustria y un 25 % de la propiedad de la tierra, todo lo cual
es rápidamente nacionalizado.
Al resto de la burguesía, el sandinismo le reserva en el marco del esquema
de economía mixta, una función clave en el proceso de recuperación de la

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Revoluciones para hacer reformas y reformas para hacer revoluciones

economía. Adicionalmente, garantiza el apoyo de la comunidad internacio-


nal, en particular Europa Occidental, México y Venezuela. A los trabajado-
res, los insta a moderar las demandas reivindicativas, elevar la productividad
e incrementar la disciplina laboral (Vilas, 1985).
Sin embargo, esa alianza se erosiona muy pronto y las concesiones otor-
gadas por el gobierno no son suficientes para evitar la descapitalización, el
acaparamiento, el mercado negro y el desplazamiento hacia la oposición
política. Paralelamente, en Honduras y Costa Rica comienza a actuar la
“Contra”, entrenada por la norteamericana Agencia Central de Inteligencia
(CIA) y compuesta por oficiales somocistas, cuestión que resulta clave en la
derrota electoral de 1990.
Mientras tanto, el sandinismo pone en práctica un conjunto de refor-
mas, como la conformación de cooperativas agrícolas en el APP y en julio
de 1981 la sanción de una Ley de Reforma Agraria que por primera vez
castiga el comportamiento económico de los empresarios que hacen un uso
extensivo de la tierra, descapitalizan o abandonan las tierras.
De este modo, diez años después de la revolución, el 35 % de la tierra
está en manos de campesinos que las explotan de forma individual o coope-
rativa y el Estado administra un 15 % correspondiente a las grandes propie-
dades del somocismo. Los beneficiarios serían aproximadamente 120 000
familias (Figueroa Ibarra, 1993).
Otras reformas sociales consisten en la reducción de la tasa de analfa-
betismo, de la mortalidad infantil, una importante reforma urbana y en
general un incremento del denominado salario social. Como en otros países
de América Latina, el gobierno acude al endeudamiento externo, aunque en
este caso el destino del financiamiento serían las políticas sociales. Sin
em-bargo, la crisis económica diluye los logros sociales de la revolución y
resulta, junto con el desgaste de la guerra, otro de los factores decisivos de la
derrota electoral de 1990 (Vilas, 1985).
En síntesis, el final de la experiencia de la UP en 1973 inicia un pro-
ceso dictatorial prolongado, duramente represivo y de transformaciones
­estructurales que culminó en 1990, iniciando una etapa de democratización
que acompañó con cierta demora una oleada iniciada en otros países del
Cono Sur años antes, como se verá a continuación.
El caso sandinista muestra una temporalidad y una secuencia política
paradójica. Allí, en Nicaragua, la revolución triunfa cuando una ofensiva

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América Latina entre la reforma y la revolución: de las independencias…

dictatorial se asienta en buena parte del subcontinente y se derrumba –aque-


jada por la crisis económica y el sacrificio de la guerra, todo lo cual recae
sobre los sectores populares– cuando una oleada democratizadora devuelve
los derechos humanos, civiles y políticos en buena parte de esos países, en
particular en el Cono Sur.
De ese modo, por la vía de los golpes militares perpetrados por las Fuer-
zas Armadas, pero también por las democracias que se instalan en la región
de conjunto a partir de los ochenta, se cierra una etapa caracterizada por las
certezas sobre la potencialidad del socialismo como vía(s) elegidas por am-
plios sectores de las clases populares y medias latinoamericanas.

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