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Un invento

sobre ruedas
Inma Morales Arance

Ilustraciones de Miguel Ordóñez


A mi abuelo Pepe le
encantan las cosas que la
gente ya no quiere.
Las recoge y las guarda para cuando puedan
servir: aparatos de radio, ollas, lavadoras,
máquinas de coser, etc.
Cuando vamos juntos de paseo, casi Con una tabla de la plancha y unos patines
siempre encontramos algo. viejos de mi mamá, me hizo un supermonopatín
Mi abuelo lo guarda todo en el sótano, donde nos podemos montar tres niños, José
donde tiene un taller Manuel, Soraya y yo.
en el que en ocasiones repara Y con una televisión
y en otras inventa hizo un teatro de marionetas.
un objeto nuevo juntando varios.
Su afición a recoger cosas es tan grande que a veces
enfada a mi abuela Conchi.
Ella dice que no caben más trastos en el sótano y
que las cosas de mi abuelo empiezan a invadir el
resto de la casa.
Una tarde salí al patio a merendar y me encontré mi
silla favorita ocupada.
-¿Qué hace una tapa de váter en mi silla?
-Esta madera tan buena había pensado usarla como
portarretratos -respondió mi abuelo.
-¿Para qué queremos otro bidé? -preguntó
mi abuela.
-Daba mucha lástima dejarlo en la basura
tan nuevo, aún tiene el plástico donde venía
embalado.
Seguro que nos servirá para algo, -dijo el
abuelo.
-¡Haz lo que quieras!
-le gritó mi abuela-,
pero encuéntrale un sitio pronto
y quítalo de mi vista.
Probamos en el sótano. No cabía. En el
patio, tampoco.
Las macetas de la abuela y otros trastos
no dejaban ningún sitio libre, si queríamos
tomar el fresco.
Tuvimos que dejarlo a la entrada de la casa,
al lado del paragüero, tapado con un mantel y
un jarrón, para despistar a mi abuela.
Pero no lo conseguimos, se dio cuenta.
La abuela parecía que tenía un radar en vez de
una diadema.
-Tenéis de plazo una semana para que
desaparezca el bidé -nos dijo.
El abuelo se quedó un poco triste, y yo
también.
En el poco tiempo
que conocíamos al bidé,
nos habíamos encariñado con él.
A la mañana siguiente se me ocurrió El abuelo estuvo de acuerdo conmigo, lo bajamos
una idea para hacer más manejable el bidé al sótano-taller y nos pusimos a ello.
y poder esconderlo de mi abuela: ponerle Por suerte, aún quedaban patines de
ruedas. hierro, los de mi tío José y mi tío Fernando,
que vinieron muy bien.
Acabado el trabajo, fuimos a -Podría servir de piscina para
sentarnos al parque con dos latas de una tortuga -sugerí.
refresco y una bolsa de patatas fritas. Pero entonces tendríamos que
-Lo de las ruedas está muy bien, Noel, pero ahora comprar una.
nos queda lo peor, que es demostrarle a la abuela que -De macetero junto al timbre -dijo mi
el bidé puede ser útil -dijo el abuelo. abuelo.
-¡Es demasiado grande! -dijimos
los dos a la vez.
Pero antes de que acabásemos el aperitivo, Lo primero que desapareció fue la
ya teníamos un plan. tapa de váter, como marco de una foto del

Antes que nada, había que vaciar un poco el patio de primo Luis,
que agradeció mucho el regalo.
cosas y tener más contenta a mi abuela y a sus plantas.
Mi abuelo forró la cubierta del bidé con esponja
y una tela muy suave, convirtiéndola en un cojín.
La limpieza del patio y tapizar el bidé formaban
parte de la OPERACIÓN BIDÉ .

Llevaba una semana en


casa de mis abuelos, cuando
vinieron a recogerme mis
padres.
Ya los echaba de menos.
Incluso a mi hermana Cristina, de tres
años.
Después de comer, salimos al
patio con el bidé camuflado bajo
una toalla de playa.
—Noel y yo os vamos a presentar un
invento que dará más comodidad al hogar,
tanto en invierno como en verano -anunció el
abuelo.
Destapamos el bidé y, ante el
asombro de mis padres y la abuela,
abrimos la tapa.
-¡Tachán! -gritó Cristina.
El interior estaba lleno de hielo y,
metidas en el hielo, había una jarra de té
helado y tazas.
Mi abuelo las repartió y yo las llené.
—¡ ¡Ezquecito!
-exclamó Cristina.
—Esta es su utilidad en verano: mantener
frías las bebidas y llevarlas -dijo mi abuelo
mirando a mi abuela.
Luego recogí las tazas usadas y la jarra, lo metí todo
en el bidé y dije:
—Y de recogecosas.
Yo también miré a mi abuela.

Me dirigí a la cocina, donde me esperaban el abuelo y


Cristina. Aparecimos de nuevo.
Ahora le tocaba el turno a Cristina.
Mi hermana destapó el
invento y dijo: -También es un
paseador de muñecas -y señaló a
cuatro que estaban dentro con
unos cortes de pelo muy
modernos.
Los cabellos en punta se mezclaban
con partes calvas. Ni mis monstruos del
pantano eran tan horribles.
Pero a Cristina le gustaban.
Ahora tocaba mi demostración, la última etapa de la
OPERACIÓN BIDÉ .

—Señores y señoras -dije haciendo una


reverencia-: este invento, además, es un
«punto de descanso».
Descalcé a mi abuela y puse sus pies
sobre la tapa.
-Pero eso no es todo —dije—.
Abralo, señora, y lo comprobará.
La abuela lo abrió y vio que allí estaban
sus ovillos de lana y sus agujas para hacer
punto, por eso lo del «punto de descanso».
Me dio un cachete cariñoso y dijo: -El bidé se
puede quedar, me habéis convencido.
No estoy seguro, pero creí
ver que el bidé me guiñaba un
grifo.
Creo que estaba contento de no
acabar en la basura hecho pedacitos.
Yo, con disimulo, le
acaricié la tapa para
corresponderle.

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