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TEMA 2 - POLÍTICA LOCAL Y ELECCIONES.

Compilado por Salvador Parrado – 31 Enero 2020

INTRODUCCIÓN
[Texto de esta sección adaptado de HUIDOBRO ET AL 2019 y GARCIA 2011]
La formación de Gobiernos locales en España está fuertemente determinada por el
sistema electoral, el procedimiento para la elección del alcalde y las instituciones de
control del alcalde (Márquez, 2003b). Este tema se centra en las elecciones locales. Los
municipios de más de 250 habitantes tienen un sistema de representación proporcional,
regulado por la Ley Orgánica de Régimen Electoral General (LOREG) de 1985. Esta
establece que los concejales deben ser elegidos a través de listas cerradas y bloqueadas,
los partidos deben superar el 5 % de los votos válidos para obtener representación, y la
transformación de votos a concejales se calcula a través de la fórmula de Hondt.
La Constitución no se pronuncia sobre el sistema de elección del Alcalde, admitiendo en
el artículo 140 tanto la opción por un sistema directo como indirecto. ha sido, por tanto,
la legislación sobre régimen electoral general la que ha optado en el marco de esta
amplitud constitucional por diseñar los distintos sistemas de elección del Alcalde. De
acuerdo con ello cabe diferenciar distintos modelos electorales (5).
En primer lugar habría que referirse al sistema de elección del Alcalde en el régimen de
Concejo Abierto. De acuerdo con el artículo 29.1 de la Ley de Bases de Régimen Local
7/1985, de 2 de abril, funcionan en régimen de Concejo Abierto los municipios con
menos de 100 habitantes, y aquellos que tradicionalmente cuenten con este singular
régimen de gobierno y administración, así como aquellos otros en los que su localización
geográfica, la mejor gestión de los intereses municipales u otras circunstancias lo hagan
aconsejable. El sistema electoral de los municipios que funcionan según este régimen
de organización viene regulado en el artículo 179.2 de la Ley Orgánica de Régimen
Electoral General, y es el exponente más representativo del sistema de elección directa
del Alcalde. De acuerdo con el citado precepto, en estos municipios los electores eligen
directamente al Alcalde por el sistema mayoritario.
El sistema de elección del Alcalde en las entidades de ámbito territorial inferior al
municipio, constituye otro supuesto de elección directa del Alcalde por parte de los
vecinos, tal y como se regula en el artículo 199.2 de la Ley de Régimen Electoral General
que señala que los Alcaldes pedáneos son elegidos directamente por los vecinos de la
correspondiente entidad local por el sistema mayoritario mediante la presentación de
candidatos por los distintos partidos, federaciones, coaliciones o agrupaciones
electorales. No obstante, el apartado 1.º del artículo 199 supedita la aplicación de este
sistema electoral a la ausencia de legislación de las Comunidades Autónomas (6) que en
todo caso deberá respetar lo dispuesto en la Ley Reguladora de Bases de Régimen Local.
El tercer sistema de elección del Alcalde es el previsto para los municipios con población
comprendida entre 100 y 250 habitantes. Es el sistema previsto en el artículo 184 de la
LOREG (7). El artículo 196.5 de la LOREG termina de completar este sistema en relación
con la elección del Alcalde, al señalar: «En los municipios comprendidos entre 100 y 250
habitantes pueden ser candidatos a Alcalde todos los concejales; si alguno de los
candidatos obtiene la mayoría absoluta de los votos de los concejales es proclamado

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electo; si ninguno obtuviese dicha mayoría será proclamado Alcalde el Concejal que
hubiere obtenido más votos populares en las elecciones de Concejales.»
Se trata de un sistema de elección indirecta del Alcalde, que, sin embargo, incrementa
la participación de los electores, dado que se plantea sobre la base de unas listas
desbloqueadas, donde los electores pueden expresar sus preferencias al no votar la
totalidad de la lista, sino un número de concejales de los allí propuestos (hasta un
máximo de cuatro), y en el que el sistema alternativo propuesto para el caso de que
ningún candidato obtenga la mayoría absoluta del voto de los concejales se basa en la
representatividad del propio candidato, al resultar elegido el que haya obtenido el
mayor número de votos populares, sin quedar condicionada la elección al requisito de
encabezar la lista más votada.
Por último, sería necesario referirse al sistema de elección del Alcalde en los municipios
de más de 250 habitantes y es común a diferentes regímenes de organización local, de
forma que el sistema electoral de los municipios de más de 250 habitantes se aplica
tanto al régimen de organización general, como al régimen de los municipios de gran
población, así como a los municipios de Madrid, y Barcelona. Ello plantea la cuestión de
si es acertada esa uniformidad, o si quizá habría que introducir más variantes electorales
en atención al volumen de población del municipio o a los distintos regímenes de
organización existentes.
La elección del órgano unipersonal se sustenta en un sistema de elección indirecta
basada en el sistema proporcional de elección de los concejales similar al aplicado para
la elección de los Diputados, aunque con la salvedad de que no son tenidas en cuenta
las candidaturas que no obtengan al menos el 5 por 100 de los votos válidos emitidos en
la circunscripción.

LAS ELECCIONES MUNICIPALES: NACIONALIZACIÓN DEL VOTO Y ELECCIONES DE


SEGUNDO ORDEN
[Texto de esta sección adaptado de DELGADO 2010, RIERA ET AL. 2016]
La finalidad de conocer aspectos distintivos de las elecciones municipales se apoya en
una perspectiva integradora de dos aproximaciones teóricas que han tratado de explicar
el comportamiento de los votantes: el análisis centrado en la “nacionalización” del voto
y el análisis basado en el “orden” electoral. El concepto nacionalización se introdujo en
la literatura americana en los años sesenta (Jones y Mainwaring, 2003:141) y ha sido
utilizado bajo dos acepciones: una que remite a las similitudes de apoyo electoral de los
partidos entre distritos de una elección a otra; y otra referida a la homogeneidad del
voto en una misma elección (Cox, 1997 y 1999; Chhibber y Kollman, 1998 y 2004; Kasuya
y Moenius, 2007). Cualquier de estas dos dimensiones permite establecer de forma más
precisa ciertas distinciones entre los sistemas de partidos y determinar las repercusiones
que los resultados generan sobre la gobernabilidad y la representación política en
contextos diferenciados (Stokes, 1967; Rose y Urwin, 1975; Bawn et al., 1999; Jones y
Mainwaring, 2003; Caramani, 2004; Chhibber y Kollman, 2004; Morgenstern y Potthoff,
2005; Alemán y Kellam, 2007)3. Su aplicación sobre las elecciones municipales ha
generado múltiples estudios como consecuencia de que en la gran mayoría de países
occidentales, las elecciones municipales tienen un marcado carácter nacional tanto en
su contenido como en sus resultados, fenómeno que viene siendo cada vez más acusado

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con el devenir del tiempo (Caramani, 1996:206). Esta nacionalización del voto en
comicios electorales municipales remite a que progresivamente sus resultados vayan
adquiriendo una mayor dosis de politización y de esta forma puedan parecerse más a
las elecciones políticas parlamentarias. Fruto de ello, el comportamiento electoral que
se deriva del análisis de sus resultados agregados viene mostrando cada vez con más
claridad la existencia de un cierto grado de “contagio” del ambiente político nacional
sobre el municipal (Rallings y Thrasher, 1993: 374). Incluso, por su ubicación en el
calendario electoral general, las elecciones municipales se convierten en instrumentos
que miden la popularidad del gobierno (Campbell, 1960; Beck, 1979; Reif, 1985; Bürklin,
1987), y han llegado a ser calificadas como elecciones intermedias por cuanto son
acontecimientos políticos cuyos resultados advertirían del estado de la competición
partidista a nivel político nacional y con efectos sobre la siguiente elección legislativa
(Tufte, 1975:545; Mughan 1986; Rallings y Thrasher, 1999: 157).
En resumidas cuentas, en España, el impacto del contexto político nacional ha dado lugar
a la denominada nacionalización de las elecciones locales, un proceso por el cual la
dimensión nacional de las alternativas partidistas, los debates programáticos y los propios
resultados electorales revisten una especial importancia (Carrillo, 1989; Martínez Fuentes y
Ortega, 2010). La competición partidista en las elecciones municipales habría ido adoptando
así una pauta crecientemente más uniforme en cada localidad: como señalara Jordi Capo
(1991), son elecciones municipales, pero no locales.
Otro enfoque metodológico quizás el más conocido, remite al orden electoral (Reif,
1997; Reif y Schmitt, 1980). La teoría de las elecciones de segundo orden, si bien no se
planteó inicialmente para las elecciones locales, ha servido de marco referencial para su
análisis y clasifica a las elecciones en dos niveles u ordenes diferenciados. Uno primero
que incluye a las elecciones presidenciales y generales, primer orden (first order
election) y otro, segundo orden, en el que se engloban el resto de procesos electorales
(second order election), con el común denominador de que son convocatorias que
despiertan un menor interés entre los ciudadanos y en las que las opciones electorales
vienen determinadas en gran medida por temas políticos propios del escenario electoral
de primer orden.
Ciertos indicadores permiten calificar a las elecciones municipales como
acontecimientos políticos en los que predominan elementos de ámbito nacional y con
acusada dependencia del sistema político en el que se insertan, lo que las convierte en
elecciones de segundo orden. Los niveles de movilización electoral respecto a otro tipo
de procesos electorales calificados de primer orden son menores. En estas
convocatorias los ciudadanos emiten un voto de descontento al partido del gobierno, lo
que en definitiva, justificaría la menor importancia que despiertan los asuntos que
conciernen (Reif y Schmitt, 1980:23; Reif, 1997:117; Marsh, 1998:592). No obstante,
cumplidas ya dos décadas del nuevo milenio, los comportamientos de los votantes y los
resultados electorales han puesto de manifiesto que las diferencias entre escenarios
políticos se diluyen progresivamente (Irwin, 1995:185). Este cambio en el
comportamiento de los votantes es quizás consecuencia de la mayor influencia que, en
términos políticos, adquieren las instituciones de segundo orden o, incluso en términos
más generales, pudiera estar motivado por la creciente permeabilidad entre esferas
políticas favorecida por una mayor globalización de las relaciones. Esto lleva a
replantearse los paradigmas que sustentan estos postulados teóricos (Marsh, 1998:598;

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Rallings y Thrasher, 2005:592; Schmitt, 2006:199; Delgado, 2010) y cuestiona si estas
elecciones se han convertido en elecciones de primer orden, al denotar caracteres
propios de elecciones generales; o si la decisión del elector en estas ocasiones está
compuesta por una mezcla de factores propios del primer orden junto con otros
específicos de segundo orden (McLean et al., 1996; Heath et al., 1999:409). En España
las elecciones municipales, las elecciones autonómicas y las elecciones europeas
encajarían dentro de los rasgos específicos del segundo orden, mientras que las
elecciones generales se corresponderían con el primer orden electoral.
Pero dentro de ese bloque de las elecciones de segundo orden deben diferenciarse entre
sus distintos componentes —las elecciones regionales, las locales y las europeas— y entre
la relación de esos componentes con las de primer orden, es decir, con las nacionales. Como
ha sugerido Michael Marsh (2007: 75), «no todas las elecciones de segundo orden son
igualmente poco importantes, ni tampoco todas las de primer orden son similarmente
importantes». Cabría pensar así en rasgos específicos de las elecciones municipales. El más
relevante de todos ellos, y del que derivan los demás, radica en el lugar que ocupan en el
ciclo electoral nacional, esto es, la distancia en meses o años que tengan con respecto a
unas anteriores o posteriores elecciones legislativas (Marsh, 1998: 593). A su vez, este factor
modularía la mayor o menor reacción de los votantes a los rendimientos de los gobiernos
locales, a las evaluaciones políticas o personales de los candidatos locales, o a sus
preferencias por partidos menores o nuevos, locales o nacionales, que quizás ni siquiera
fueron considerados como opciones de voto en las precedentes elecciones legislativas. De
ahí que las elecciones locales admitan la coexistencia de un comportamiento básicamente
nacional con numerosas variaciones locales (Delgado, 1997: 289). Y de ahí también que las
elecciones locales, adquieran en ocasiones una relevancia nacional. Así ocurriría, por
ejemplo, cuando las elecciones locales se celebran en momentos especialmente críticos del
ciclo electoral nacional, esto es, si tienen lugar poco antes de unas próximas elecciones
legislativas. Los comicios locales suelen ser entonces considerados como una especie de
primarias de las próximas generales, o como unas atípicas encuestas sobre los gobiernos
nacionales o al menos como una suerte de termómetros de los votantes sobre sus
preferencias políticas.
A la vista de que en las elecciones municipales los factores nacionales tienen un papel menos
importante que en las europeas, otros autores han sugerido que este tipo de comicios son
menos de segundo orden que las europeas, y que deberían ser considerados como de
«primer y tres cuartos de orden» (Heath et al., 1999: 391). Y también se ha defendido que
deberían separarse de las europeas para ser colocadas en un hipotético continuo más cerca
de las legislativas (Rallings y Thrasher, 2005: 595)5. Sin embargo, en el caso español, en el
que se produce una clara interrelación entre las elecciones generales y las locales según la
cual ha ido cristalizando en las segundas un escenario de competición cada vez más
relevante para la política nacional. Esta interacción entre lo nacional y lo local ha permitido
que las elecciones municipales puedan ser contempladas bien como la primera vuelta de las
legislativas posteriores al adelantar cambios que luego se confirman, bien como la segunda
vuelta de unas legislativas anteriores al consolidar los cambios surgidos en aquellas
(Delgado, 2010a y 2010b).
Algunos autores proponen una forma distinta a analizar esta cuestión. Mientras que la
literatura sobre la naturaleza de las elecciones locales está basada en variables agregadas,
para estudiar debidamente el comportamiento electoral municipal debemos tener en
cuenta dos tipos distintos de variables: las que expresan actitudes, opiniones y situaciones
individuales, y las que reflejan el contexto específico del municipio. Es difícil oponerse a la

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clásica afirmación de William L. Miller (1988: 5) de que local issues matter. Sin embargo,
para sustanciar esta importancia específica necesitamos acudir a ambos tipos de variables.
De esta forma, es importante analizar la medida en que algunos rasgos individuales de los
votantes (como su ideología o su situación económica) y algunas características
contextuales del municipio (como el paro, el gasto público o la corrupción) permiten explicar
el comportamiento de los votantes en las elecciones municipales españolas.

PARTICIPACIÓN EN LAS ELECCIONES


[Texto de esta sección adaptado de DELGADO 2010]
Respecto a la participación, los niveles de movilización en las elecciones municipales en
España han seguido una evolución irregular –ligada al clima más o menos participativo
derivado de la coyuntura política que se construye alrededor de las elecciones
generales–, pero en todo caso, siempre ha sido menor la movilización en estas
elecciones que en elecciones generales. No obstante, también es cierto que algunas
elecciones municipales han presentado niveles de participación prácticamente idénticos
a sus más cercanas consultas generales. Buscando realizar una clasificación,
encontramos elecciones municipales claramente participativas (alrededor del 60% de
tasa de participación) frente a otras claramente desmovilizadoras (cerca del 70% en la
tasa de participación). Los comentarios que se realizan a continuación se vinculan a las
elecciones locales celebradas entre 1979 y 2007.
Los momentos de mayor movilización se han expresado siempre en la política nacional
y vinculados a la expectativa de cambio político. Las elecciones generales de 1993, que
el PSOE se ve obligado a adelantar, ya proyectan la posibilidad de una victoria del PP y
de forma similar, las elecciones generales de 1996 se configuran en un escenario de
estrecha competitividad que indujo a un fuerte incremento de la movilización electoral.
Por el contrario las elecciones legislativas de 2000 supusieron un aumento de los niveles
de abstención respecto a las elecciones generales precedentes y continuaron la
dinámica electoral iniciada en las elecciones municipales de 1999. Si bien las del 2000
pueden ser calificadas como “elecciones de continuidad”, también es cierto que se
celebran en un clima de campaña electoral con constantes llamadas a las urnas por parte
de los actores políticos. El partido del gobierno pretendía con ello mantener a su
electorado fiel y competir por el centro ideológico; mientras que los partidos de la
oposición intentaban “borrar” los efectos que pudieran desencadenarse de la crisis
interna que les venían afectando y que, finalmente, debilitó los anclajes ideológicos con
un resultado final de castigo a todos los partidos competidores, aunque con desigual
distribución8. Con este mismo argumento la coyuntura política nacional pudo también
ser el detonante para incentivar la movilización en las elecciones municipales de 2003:
se recupera en más de tres puntos los niveles en las elecciones municipales de 1999,
pero no se superan los obtenidos en las elecciones generales de 2000. Esta pauta refleja
de nuevo que la arena de primer orden genera un efecto de “atracción política” de
mayor envergadura respecto a las elecciones municipales que se manifiesta con las
cifras de movilización de las últimas elecciones municipales de 2007 (más de doce
puntos de diferencia respecto a las elecciones legislativas de 2004).
Bajo el lógico reflejo de la influencia de estos factores de ámbito general, el aumento de
la participación 1995 –máxima de toda la serie electoral y muy notable respecto de las
elecciones municipales de 1991– tuvo lugar en el conjunto de los municipios del país,

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destacando las principales ciudades y los municipios de mayor tamaño9. Esta
“removilización urbana” se inicia en las elecciones generales de 1993, en el marco de la
emergencia y crecimiento del PP como alternativa, de desgaste socialista y, por tanto,
de proceso de cambio político. Es conocida la mayor sensibilidad a los fenómenos
coyunturales que presentan en general los electorados urbanos, en contraste con el
anclaje del comportamiento en los municipios rurales. El motivo pudiera ser la mayor
dependencia mediática en las áreas más pobladas predominando factores coyunturales
en el comportamiento electoral urbano, frente a una fuerte dependencia de redes de
relaciones personales, directas y estables en las zonas más rurales. Una percepción más
directa del nivel municipal y contacto estrecho con la administración, factores que
actúan como incentivo a la participación. A pesar del fuerte aumento de la participación
en las ciudades a mediados de los años noventa, está se convierte desde entonces en
una característica “estructural”: las ciudades continúan presentando los niveles más
altos de abstención, descendiendo ésta a medida que se reduce el tamaño demográfico
del municipio.
Desde una perspectiva territorial complementaria, los avances y retrocesos en el nivel
de participación durante los años 90 se han venido manifestando de forma bastante
homogénea por todas las CCAA, indicando el carácter predominante de los factores de
ámbito general, no incompatible con algunas diferencias derivadas de las peculiaridades
coyunturales y contextuales. En contraste con lo que sucede según el tamaño de los
municipios y las desigualdades de participación entre ciudades y pueblos, no existe un
mapa autonómico de la participación específico de las elecciones municipales. Tomando
en consideración las elecciones de 1999, la distribución territorial de la participación por
CCAA mantiene las pautas de anteriores elecciones, aunque con algunos cambios.
Siguiendo una tendencia longitudinal, los niveles de participación electoral son elevados
en Castilla-La Mancha y Extremadura (se sitúan en la horquilla del 75-74%) continuadas
de Cantabria, La Rioja, la Comunidad Valenciana, Murcia y Castilla- León (69-68%). En el
otro extremo, Cataluña es la Comunidad Autónoma más abstencionista en elecciones
municipales, como ya se percibió en 1991. Baleares, seguida de Canarias y Madrid,
completan este cuadro de abstencionismo territorial que se detecta en 1999. La
evolutiva respecto a los resultados de 1995 constatan que el descenso de la
participación ha sido general en todas las regiones en las elecciones de finales de los
años noventa, localizándose como ya hemos señalado la mayor desmovilización en
Cataluña –especialmente en Barcelona– y en Madrid, también por otra parte, las dos
CCAA más urbanas. La única excepción al incremento generalizado de la abstención a
finales de los años noventa y comienzos de siglo fue el País Vasco, donde la participación
aumentó en casi 1 punto en 1999 respecto a la convocatoria de 1995. Factores
específicos de la situación política vasca en el marco de las expectativas propiciadas por
la tregua de ETA, generaron incentivos a la participación que contrarrestaron los de
signo contrario, o en otros términos, de reflujo participativo a nivel general10. En
definitiva, son factores exógenos a la naturaleza local de la elección, factores
coyunturales de ámbito general, los que parecen venir marcando el ritmo de evolución
de la participación electoral en las elecciones municipales.
El contexto autonómico, tan sólo en casos excepcionales, muestra influencia sobre la
evolución del nivel de participación en las elecciones municipales, casos por otra parte,
circunscritos a las CC.AA que se rigen por un calendario electoral autonómico

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diferenciado11. Las elecciones de 2007 permiten constatar ese claro patrón
desmovilizador en aquellas Comunidades en las que no ha habido coincidencia electoral,
como es en el País Vasco (–10,0%), Cataluña (–7,6%), Andalucía (–3,9%) y Galicia (–
2,7%). Este fenómeno ha estado presente también en el resto de las regiones,
destacando en intensidad Aragón (–4,1%) Baleares (–3,0%), Canarias y Madrid (ambas –
2,4). Este mapa de participación constata la existencia de modelos y arenas de
competición diferenciadas. Cataluña presenta los índices más elevados de
abstencionismo, cuya participación media apenas supera el 61 por ciento. En el otro
extremo se localiza la meseta participativa formada por la C.A de Castilla la Mancha y se
extiende al norte, hacia la Comunidad cántabra y al este hacia la Comunidad Valenciana.
Para valorar más ampliamente el grado de comportamiento diferenciado entre
elecciones simultáneas sería preciso completar este panorama con un estudio basado
en datos de encuestas que nos permitiera analizar mejor esta pauta electoral. De esta
forma, se lograría identificar no sólo hacia dónde se han dirigido las preferencias, sino
también el grado de escisión que ha afectado a los partidos. Respecto de estas últimas
cuestiones, analizaremos a continuación los efectos que, sobre las orientaciones
partidistas, tiene la coincidencia de procesos electorales y la coyuntura política en que
se celebran.

COMPORTAMIENTO DIFERENCIAL Y ESCISIÓN DEL VOTO


[Texto de esta sección adaptado de DELGADO 2010]
En mayo de 1983 se inicia un ciclo electoral de segundo orden en España y la
simultaneidad de las convocatorias electorales homogeneiza el panorama electoral.
Desde entonces son convocadas dos elecciones el mismo día: elecciones municipales y
elecciones a trece Parlamentos regionales. Se instaura una dinámica que se
institucionaliza en la reforma electoral de 1991 cuya finalidad no es otra que la de
racionalizar los períodos electorales. Pero además, en el calendario electoral
encontramos convocatorias “triples” como fueron la de 1987 y posteriormente la de
1999 en las que también se celebraron ese mismo día elecciones al Parlamento Europeo.
En los procesos electorales simultáneos la pauta mayoritaria es un comportamiento
homogéneo en todos ellos que se constata a partir del análisis de los resultados
electorales de los principales partidos políticos así como también es extensible a sus
índices de participación. Se podrían esperar diferencias dado que el escenario
competitivo en las diversas elecciones no es el mismo, las opciones de voto difieren,
sectores de electores no las perciben de la misma manera, etc.... En realidad, nos
referimos a que las pequeñas diferencias en los resultados de elecciones celebradas
simultáneamente indican la existencia de escisión del voto, esto es, un tipo de
comportamiento que se expresa votando a dos opciones diferentes en elecciones
coincidentes12.
A pesar de su relativamente escasa magnitud, en términos generales, el estudio de la
escisión de voto puede aportar elementos muy útiles sobre el papel que desempeñan
los factores contextuales en la decisión de voto, así como para determinar los aspectos
específicos de comportamientos propios del ámbito local de la elección.
En esta línea de análisis podemos plantear sólo unas grandes pautas a nivel de datos
agregados. Analizando comparativamente los niveles de participación electoral de todos

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los comicios de segundo orden de la serie electoral democrática, se observa a simple
vista una escasa diferencia entre los resultados de todas ellas. La hipótesis de una mayor
movilización cuando las convocatorias son conjuntas sí se confirma plenamente, de
forma que el elector que acude a votar emite su opción para los dos o tres comicios que
están convocados. A la vista de los datos, la simultaneidad favorece la participación
electoral.
De la evolución de los niveles de participación entre elecciones simultáneas municipales
y autonómicas en las 13 CC.AA entre finales de los años ochenta hasta la actualidad se
desprende un cambio en el comportamiento de los electores. Esto pone de manifiesto
que los votantes han acudido en mayor medida a elegir a los representantes de las
respectivas asambleas regionales que a seleccionar a los cargos políticos municipales. Y
este fenómeno ha sido más acusado en los comicios celebrados más recientemente: las
elecciones autonómicas de 2003 y 2007 han movilizado más a los votantes que las
elecciones municipales convocadas esa misma jornada; mientras que, por el contrario,
en las elecciones de 1999 predominó una mayor participación en elecciones
municipales. Por otro lado, las elecciones municipales de 2007 son las que la distancia
entre la Comunidad Autónoma más participativa y la menos participativa alcanza un
índice mayor (5.9), y éste viene calculado por los datos de Asturias –menos
participativa– y Madrid –más participativa; y, esta misma comparativa en las elecciones
municipales de 1987 es de 3.7, distancia cifrada entre las CC.AA de Navarra y Rioja frente
a la insular de Canarias.
El análisis longitudinal de los resultados permite identificar tres tipos de situaciones: a)
la vivida por aquellas CC.AA que han manifestado continuadamente una menor
participación en elecciones municipales: Asturias, Castilla la Mancha, Castilla-León,
Extremadura, Navarra y la Comunidad Valenciana; b) por el contrario, otras CC.AA que
han experimentado variaciones pero con escasas oscilaciones y registran una
participación superior en las elecciones municipales, como es el caso de Baleares,
Cantabria y Canarias; y c), la de aquellas CC.AA en las que el rasgo dominante ha sido la
fluctuación continuada a lo largo del tiempo: Aragón, Madrid, Murcia y Rioja.
Existen algunas pautas diferenciales entre convocatorias municipales y autonómicas: a
saber, en 2007 la diferencia en términos porcentuales entre la Comunidad Autónoma
que más ha participado en elecciones municipales y la que más lo ha hecho en elecciones
autonómicas es la más elevada (7.3). Por el contrario, este recorrido es menor en las
elecciones de 1995, convocatoria que supone un punto de inflexión importante en el
comportamiento electoral. Por CC.AA, aquellas en las que las elecciones municipales
movilizaban en mayor medida a los electores que las autonómicas tenían todas ellas
como rasgo común su carácter insular (Canarias en 1987 y 1991; y Baleares en 1995). El
índice de participación ha predominado en elecciones autonómicas frente a las
elecciones municipales en Asturias en 1999, 2003 y 2007. Otro dato a destacar, en la
convocatoria de 2003 los votantes de todas las CC.AA han sido más participativos en
comicios autonómicos que en elecciones municipales. En todo caso, parecería necesario
considerar que estos comportamientos responden en muchos casos a lógicas políticas
propias derivadas de la relación entre los partidos políticos y los electores de cada
Comunidad Autónoma y exigen profundizar en el marco político de cada una de ellas13,
sin olvidar tampoco el efecto que pudiese generar la creciente autonomía de las CCAA
en el desempeño de sus competencias y en el ejercicio del quehacer político.

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Complementariamente el análisis comparado entre elecciones municipales y europeas
arroja un saldo favorable en los niveles de participación hacia las primeras en ambas
ocasiones en que ha habido coincidencia de convocatorias electorales. Y ello a pesar del
carácter “fundacional” de las elecciones de 1987 en las que los niveles de participación
fueron los más altos de todas las elecciones europeas convocadas, y en cuya
convocatoria pesaba como factor movilizador la incorporación a un proyecto europeo14.
Aún y con eso, los votantes depositaron un mayor número de papeletas en las urnas
destinadas a la elección de sus representantes municipales que en las urnas destinadas
a la elección de los 64 representantes que componían entonces la aportación española
al Parlamento Europeo. En 1999 en un contexto en que las elecciones y las preferencias
de los votantes estuvieron marcados por factores coyunturales de política nacional y en
el que, en términos comparados con el resto de los países de la UE, España pasó a ser el
país con el porcentaje más elevado de participación15, pues bien, incluso a pesar de
estos factores las elecciones municipales obtuvieron un punto porcentual por encima
de los niveles de participación de las mencionadas elecciones europeas. De este
panorama se puede extraer que aunar en el mismo día la convocatoria electoral
municipal y al Parlamento Europeo es un factor que eleva el nivel propio de los comicios
europeos e incide en la movilización dado que, si lo comparamos con las convocatorias
únicas de 1989, 1994, 2004 y más recientemente de 2009, en todos estos casos los
niveles de abstención han sido más elevados.
En este contexto, también la simultaneidad de comicios ha favorecido la homogeneidad
de los apoyos recibidos por los partidos, y ello a pesar de que en las elecciones
municipales la oferta política está más diversificada en términos de candidatos,
programas, campañas, valoración de gestión... El comportamiento diferenciado afecta a
las fuerzas mayoritarias a nivel nacional, pero este fenómeno de escisión de voto, no
parece incidir significativamente en ellas, ya que las diferencias en términos de
porcentaje de voto son escasamente relevantes, aunque, debemos matizar que estas
existen. En las elecciones europeas el planteamiento de la campaña y de las
candidaturas es, territorialmente hablando, más homogénea, y está en mayor medida
vinculada a la imagen global del partido, expresándose por tanto de forma más
igualitaria por todo el territorio electoral. Así, comparativamente hablando, las fuerzas
de ámbito nacional tienen una ligera mayor capacidad de atracción en las elecciones al
Parlamento Europeo que en las elecciones municipales debido fundamentalmente a la
propia naturaleza del escenario local, más heterogéneo, fruto de la presencia de un
número superior de actores políticos compitiendo en la escena electoral.
Es complejo realizar este tipo de comparaciones puesto que la oferta política local es
diferente y la agregación de resultados induce a consideraciones que ensombrecen el
“factor local” frente al “factor partido”. Sin embargo, no se pone en duda que un cierto
número de electores presenta un comportamiento diferenciado en elecciones
simultáneas. Las diferencias son debidas a aspectos contextuales específicos de las
elecciones en cuestión, aunque en todo caso también deberían considerarse los
elementos de carácter coyuntural.

LOS FACTORES NACIONALES Y SU REPERCUSIÓN SOBRE LOS APOYOS DEL PARTIDO


EN EL GOBIERNO
[Texto de esta sección adaptado de DELGADO 2010]

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Las elecciones municipales son un escenario político en el que el partido del gobierno
obtiene menores apoyos electorales que en elecciones generales. Una razón estriba en
que el número de partidos que compiten electoralmente es mayor y la heterogeneidad
partidista supone cierta dificultad para asentar los anclajes electorales propiciando una
mayor volatilidad electoral. Otra causa remite al partido en el poder, voto de castigo que
se permite el elector en este tipo de convocatorias. Ha habido a lo largo del tiempo
ciertas inflexiones que permiten identificar los procesos electorales municipales como:
a) aquellas elecciones en las que la pérdida de apoyos del partido en el gobierno ha sido
significativa: 11 puntos el PP en 2003, y más de 7 puntos el PSOE en 1995, 1987 y 2007;
y b) con pérdidas de más de cuatro puntos sobre el voto válido emitido, el PSOE en las
elecciones municipales de 1983, y el PP en las elecciones municipales de 1999; y c) las
elecciones en las que las pérdidas son menores y por tanto sus apoyos electorales se
mantienen también más estables en la arena municipal, como fue el caso de las
elecciones municipales de 1991, donde el PSOE pierde un 1,3 por ciento del voto
obtenido en las elecciones generales de 1989.
Si trasladamos el análisis a la oposición cabe pensar que las formaciones políticas
pueden rentabilizar estas pérdidas de votos del partido gubernamental. Ello no ha sido
así en ninguna de las ocasiones, independientemente de que el partido que gobernase
en la arena nacional fuese el PSOE o el PP. Por un lado el PP como partido de la oposición
durante el período 1983-1993 y 2004-2007, no se beneficia de las pérdidas del PSOE en
elecciones municipales. Sufre, incluso, un desgaste en el escenario local que se reduce
progresivamente: en 1987 es de cerca de cuatro puntos y en 1991 y 1995 de apenas
medio punto. Aunque el retroceso electoral del PSOE no le va a suponer importantes
problemas para gobernar a nivel nacional en las elecciones generales de 1993, este
comportamiento expresaba los síntomas del desgaste socialista en el marco de su
enfrentamiento con los sindicatos, de la aparición de casos de falta de ética (tráfico de
influencias, abuso de poder), y de disensiones internas en el partido, lo que fue
determinante para la captación de votos por el PP.
El principal beneficiario electoral del retroceso socialista en elecciones municipales
durante los años ochenta fue el otro partido de la oposición, Izquierda Unida que
consigue así consolidarse como opción importante aunque secundaria en los gobiernos
locales, salvo en dos ocasiones en las que los apoyos recibidos por este partido en
elecciones generales no son superados en las siguientes convocatorias municipales: con
un ligero descenso en las elecciones municipales de 1991 (un 0,7 por ciento de voto
válido emitido), que es más acentuado en 1999 (un 4,1 por ciento de pérdidas de voto).
Esto indica que durante los años noventa se comienza a vislumbrar una acentuación de
la reciprocidad “nacional-local” entre las elecciones municipales y las generales, hasta
que consolida sus apoyos alcanzando votos en las elecciones municipales de 1995 que
posteriormente consolida en las elecciones generales de 1996.

¿QUÉ INFLUYE EL VOTO LOCAL?


El impacto de los factores individuales y contextuales sobre el voto: hipótesis y
resultados
[Texto de esta sección adaptado de RIERA ET AL. 2016]

10
El examen del fenómeno observado en la sección anterior se somete en esta sección a
un análisis estadístico mediante regresiones para analizar como correlacionan distintas
variables independientes con las cuestiones apuntadas anteriormente.
Hipótesis de partida
Nuestras hipótesis girarán así sobre dos variables individuales como la ideología y la
condición de desempleado, de un lado, y, de otro, sobre variables contextuales como la tasa
de empleo, el gasto público y la corrupción, todas ellas a nivel municipal. Su justificación no
es difícil. Es suficientemente conocida, por ejemplo, la extraordinaria importancia de las
preferencias ideológicas de los votantes para su decisión electoral (Downs, 1957; Rabinowitz
y MacDonald, 1989; Adams et al., 2005; Kedar, 2005). Richard Gunther y José Ramón
Montero (2001) han comprobado la relevancia de la ideología entre muchos otros
determinantes del voto en numerosos sistemas democráticos, y Cees van der Eijk, Herman
Schmitt y Tanja Binder (2005) han demostrado que la autoubicación ideológica de los
votantes en el eje izquierda-derecha está fuertemente asociada con el comportamiento
electoral en Europa occidental. Para el caso de España, Mariano Torcal (2011), entre otros
muchos, ha ratificado la superior capacidad explicativa de la ideología en la relación de
factores que se concitan en las elecciones generales. ¿Desempeña también un papel tan
destacado en la explicación de las elecciones municipales? Una primera respuesta para el
caso español ha sido formulada por Pablo Barberá (2010), que ha comprobado que la
cercanía ideológica con los partidos es un mecanismo relevante para la explicación del voto
a nivel municipal, aunque no más potente que otros como la evaluación de las
características personales de los candidatos locales. Dentro de la escasez de trabajos
existentes sobre el ámbito local, el de Irene Delgado (1999) sobre las elecciones municipales
de 1999 y el de Guadalupe Martínez Fuentes y Carmen Ortega (2010) sobre las de 2007 en
Andalucía han conferido un papel central a la identificación partidista, seguida a cierta
distancia por la ideología6. En este artículo sostendremos que la identificación ideológica de
cada elector tiene un efecto significativo en la decisión de voto a nivel municipal, y que su
dirección depende del partido al que pertenezca el alcalde. Nuestra primera hipótesis, por
lo tanto, comprobará si, en el caso de aquellos alcaldes pertenecientes a partidos
progresistas (como el Partido Socialista Obrero Español [PSOE] o Izquierda Unida [IU]), la
probabilidad de votar por ellos disminuye a medida que el individuo se considera más de
derechas; por el contrario, en el caso de aquellos alcaldes pertenecientes a partidos
conservadores (como el PP, el Partido Nacionalista Vasco [PNV] y Convergència i Unió [CiU]),
la probabilidad de votar por ellos aumenta a medida que el individuo se considera más de
derechas (H1).
Otro de los posibles factores que puede afectar a la probabilidad de votar al partido del
alcalde es la valoración de la situación económica del municipio, es decir, el voto económico.
Parece existir un amplio consenso a la hora de caracterizar las elecciones como referendos
sobre la economía (por ejemplo, Lewis-Beck, 1988; Van der Brug et al., 2007; Duch y
Stevenson, 2008). Dentro de esta literatura, se suele distinguir además entre
consideraciones de tipo sociotrópico, cuando los electores premian o castigan al gobierno
en función de las condiciones generales de la economía, o valoraciones de carácter
egotrópico, cuando toman su decisión en base a sus condiciones personales o familiares. La
inmensa mayoría de estudios empíricos enmarca las reacciones políticas a la economía
dentro sobre todo de los juicios de carácter sociotrópico (Kinder y Kiewiet, 1979; Markus,
1992).

11
La magnitud del voto económico depende en última instancia del contexto institucional:
el voto económico solo existirá en aquellos países cuyas estructuras político-
institucionales posibiliten la atribución de responsabilidades a los gobernantes (Powell
y Whitten, 1993; Anderson, 2000; Fisher y Hobolt, 2010). En este sentido, Sandra León
(2011) ha demostrado con datos ¿Hasta qué punto los electores premian o castigan a
los gobiernos locales en función de las condiciones económicas? Cabe esperar que los
parados sufran con especial intensidad las consecuencias negativas de las políticas
económicas de los gobiernos (Maravall y Fraile, 2001). Por ello, nuestra segunda
hipótesis examina la posible existencia de voto económico egotrópico y plantea que la
probabilidad de votar al partido del alcalde es más baja para los votantes que se
encuentren en situación de desempleo (H2a). Siguiendo la lógica del voto económico
sociotrópico, apuntamos que la probabilidad de votar al partido del alcalde decrece
cuanto más alta sea la tasa de paro a nivel municipal (H2b). Lamentablemente, aquí no
podemos observar directamente la atribución de responsabilidades, por lo que
debemos inferir un aumento de la importancia del voto económico cuando el incumbent
local pertenece a la misma formación que gobierna a nivel nacional (Rudolph, 2003). Por
lo tanto, y en principio, el efecto negativo de la tasa de paro a nivel municipal sobre la
probabilidad de votar al incumbent local debería ser aún más fuerte cuando el partido
que lidera el ejecutivo local es el mismo que se encuentra al frente del Gobierno central
(H2c). La comprobación de esta hipótesis nos permitirá examinar la consistencia de la
inclusión de las elecciones locales en el bloque de las de segundo orden. Y es que las
elecciones locales serán en mayor medida de segundo orden si los votantes son más
propensos a premiar o castigar a un alcalde que pertenece al mismo partido que el del
gobierno nacional en función de sus resultados económicos. Finalmente, nuestra
aproximación multinivel permite comprobar hasta qué punto el voto económico
egotrópico y sociotrópico se refuerzan entre sí. De este modo, parece plausible
argumentar que será en aquellos municipios con mayores tasas de paro donde la
situación de los desempleados resultará especialmente crítica, ya que a su condición de
desocupados se añadirá la falta de expectativas para encontrar un puesto de trabajo.
De ahí que sostengamos que el efecto negativo de la condición de parado sobre la
probabilidad de votar al incumbent local tendrá mayor magnitud en el caso de los
municipios con altas tasas de paro (H2d).
Otra posible explicación contextual del mayor o menor éxito de los partidos de gobierno
a nivel municipal a la hora de conservar sus alcaldías reside en la posibilidad de utilizar
políticamente el gasto público para satisfacer las demandas de los ciudadanos; es lo que
suele conocerse como políticas o estrategias de pork-barrelling, es decir, la prestación
de favores y beneficios a los votantes como un recurso importante para la reelección de
los candidatos. La mayor parte de la literatura al respecto está centrada en el caso
estadounidense (Shepsle y Weingast, 1981), aunque también hay algunos estudios que
examinan los casos de clientelismo y compra de votos en los países latinoamericanos
(Díaz-Cayeros y Magaloni, 2003; Brusco et al., 2004). La idea que subyace a todos ellos
es que los gobiernos destinan recursos públicos a ciertos sectores de votantes tales
como, por ejemplo, minorías, mujeres u otros tipos de colectivos (Saltzstein, 1986; Kerr
y Mladenka, 1994; Clingermayer y Feiock, 1995; Haider-Markel et al., 2000; Leal et al.,
2004) para así asegurarse su reelección. En el ámbito español, resulta destacable el
trabajo de Luis de la Calle y Lluís Orriols (2010) sobre los beneficios electorales obtenidos

12
por el Partido Popular (PP) en el gobierno del Ayuntamiento y de la Comunidad de
Madrid gracias a la realización de políticas de infraestructuras y transportes como fue la
ampliación del Metro de Madrid.
Un último factor de tipo contextual con un posible efecto en la decisión de voto es la
existencia de escándalos de corrupción en los que esté involucrado el alcalde del
municipio. Dados los perniciosos efectos sociales, económicos y políticos de la
corrupción (analizados, por ejemplo, en Mauro [1995], Rose-Ackerman [1999] o
Lambsdorff [1999]), una noción positiva de la teoría de la democracia nos haría esperar
que los ciudadanos castiguen duramente a sus representantes cuando estos se vean
envueltos en prácticas corruptas (Fearon, 1999). La existencia de consecuencias electo-
rales a nivel local de casos de corrupción ha sido analizada en Francia por Jean-
Dominique Lafay y Marie Servais (1999). En el caso de España, también contamos con
trabajos de interés tras la particular relevancia adquirida por la corrupción en las
elecciones de 2007 y 2011. Con anterioridad a estos comicios, los medios de
comunicación recogieron múltiples actuaciones judiciales relativas a casos de
corrupción a nivel local. Sin embargo, los primeros reportajes periodísticos tras las
elecciones apuntaron que tanto en 2007 como en 2011 estos escándalos políticos no
habían tenido ningún tipo de repercusión en el resultado electoral7. Esta primera
intuición fue matizada, tras las elecciones de 2007, por los análisis más rigurosos de
Gonzalo Rivero y Pablo Fernández-Vázquez (2011) y de Elena Costas, Albert Solé-Ollé y
Pilar Sorribas (2011). Utilizando datos de tipo agregado, estos autores llegaron a la
conclusión, habitual en la literatura comparada, de que la corrupción tiene efectos
significativos en el comportamiento electoral, aunque el «castigo» al partido del
incumbent no suele ser suficiente para evitar su reelección (Jiménez y Caínzos, 2006).
Pedro Riera et al. (2013), por su parte, demostraron que los escándalos de corrupción
tuvieron efecto dependiendo de la ideología, la situación laboral o los niveles de
información política de los votantes. Nuestra hipótesis al respecto es que los escándalos
de corrupción política afectan al alcalde, disminuyendo la probabilidad de votar por el
partido al que pertenece (H3a). Contrastaremos esta hipótesis utilizando datos de tipo
individual, lo cual nos permitirá superar los problemas derivados del análisis meramente
ecológico que antes hemos señalado. Pero este efecto no debería ser homogéneo en
todos los municipios: esperamos que sea mayor en aquellos municipios en los que el
alcalde contaba con un mayor apoyo electoral (H3b). Esto se debe a que, cuando el
alcalde disfruta de un amplio respaldo en las urnas, los votantes pueden identificar con
más claridad quién es el responsable de las prácticas corruptas (Tavits, 2007). Y en el caso
de altos porcentajes de voto para el partido del alcalde, además, aumenta la probabilidad
de que este encabece un gobierno monocolor de carácter mayoritario, facilitando también
de esta manera la atribución de responsabilidades8.
Para contrastar estas hipótesis se analizaron las elecciones entre 1991 y 2011. Se han
empleado para ello tanto encuestas del CIS como variables contextuales de municipios.
Resultados
En general, la edad, la educación y el sexo, que hemos introducido como controles,
explican una parte significativa de la variación en el voto al incumbent, aunque no conta-
mos con hipótesis concretas que expliquen este resultado. En relación a la situación
laboral, tal y como se esperaba en la hipótesis 2a, los desempleados votan en menor
proporción por el partido del alcalde. La probabilidad estimada de que un individuo con

13
empleo vote al incumbent local es del 44,5 por ciento. Este porcentaje desciende al 42,1
para los desempleados manteniendo el resto de variables constantes. Este efecto es
significativo al 1 por ciento, aunque, como veremos, el resultado no es muy robusto en
diferentes especificaciones de nuestros modelos.
A continuación hemos contrastado la hipótesis (H1), centrada en la importancia del voto
ideológico en las elecciones municipales. Menos en algún caso, los resultados son
altamente significativos y caminan en el sentido esperado. Por una parte, los coeficientes
de los efectos fijos nos proporcionan una idea de la probabilidad de votar a cada partido
para un hipotético individuo de extrema izquierda (es decir, con valor 0 en el eje ideológico).
Este individuo sería mucho más propenso a votar por partidos de izquierda (PSOE e IU) que
por partidos de derecha (PP y CiU). Por otra parte, los coeficientes de los términos de inte-
racción miden el cambio en la probabilidad de votar por cada uno de estos partidos cuando
comparamos un individuo con otro que se ubica un punto a su derecha en la escala
ideológica. Así, esta comparación indica que el segundo individuo sería más propenso a
votar por partidos de derecha (PP, CiU y PNV) que por los de izquierda (PSOE e IU). Todos
estos efectos son significativos para un nivel de confianza del 1 por ciento.
Estos resultados confirman la importancia del voto ideológico en la explicación del
comportamiento electoral a nivel local pese a la mayor cercanía entre votantes y
representantes políticos, que en principio permitiría a los votantes obtener información de
manera directa sin necesidad de shortcuts atajos ideológicos. El uso de datos a nivel
individual para múltiples localidades, incluyendo tanto grandes municipios como zonas rura-
les, demuestra también que esta pauta es generalizada.
Hemos estimado el efecto de la condición de parado en el voto. Esta variable afecta aquí
también de manera significativa la probabilidad de votar por el partido del incumbent
local aun controlando por la tasa de desempleo a nivel local. Como señalaba la hipótesis
correspondiente (H2a), este efecto es negativo. Además, quienes viven en municipios
con niveles altos de desempleo, manteniendo el resto de variables constantes, son
menos propensos a votar por el partido del alcalde que los electores que viven en muni-
cipios donde el desempleo es bajo (H2b). En concreto, la probabilidad de votar al partido
del incumbent local en un municipio se incrementa del 43,8 al 48 por ciento cuando su
tasa de desempleo se reduce del 11,7 al 3,7 por ciento (los percentiles 90 y 10 de esta
variable), fijando el resto de variables en sus valores medios. Por lo tanto, los
mecanismos sugeridos en las hipótesis 2a y 2b son plausibles, y, como sugerían, los
votantes castigan al incumbent local tanto por su condición de desempleado como por
una elevada tasa de paro a nivel municipal. La posibilidad de combinar datos a nivel
individual y agregado en nuestros modelos —la innovación metodológica que
introducimos en este artículo— confirma que los votantes consideran los dos tipos de
motivaciones (egotrópicas y sociotrópicas) en sus decisiones de voto.
En el modelo 2, hemos añadido un matiz relevante: el efecto negativo de la tasa de
desempleo a nivel municipal es solo significativo cuando el partido del alcalde es del
mismo color político que el que se encuentra en ese momento en el gobierno a nivel
nacional. Así lo indican los coeficientes de la interacción entre ambas variables. El efecto
principal de la variable de desempleo (su efecto cuando ambos partidos son diferentes)
tiene el signo negativo esperado, pero no es significativo. El coeficiente de la interacción,
por el contrario, sí es significativo, y de nuevo en el sentido negativo esperado. De este
resultado parece derivarse que, como se exponía en la hipótesis H2c, los resultados

14
electorales de los incumbents locales solo se ven afectados negativamente por altas
tasas de paro cuando pertenecen al mismo partido que el del presidente del Gobierno,
y por tanto es más sencillo atribuirles la responsabilidad por la mala situación
económica. Este resultado es consistente con la consideración de las elecciones locales
como de segundo orden: cuando la situación económica es negativa, los ciudadanos tienden
a ejercer un voto de castigo al gobierno nacional que consiste en retirar su apoyo electoral
al alcalde de su municipio.
Contrariamente a lo que esperábamos, según la hipótesis H3a, los partidos cuyos
alcaldes se vieron implicados en este tipo de escándalos no sufrieron ningún tipo de
castigo electoral. El coeficiente para la variable dicotómica que indica la existencia de
un escándalo en un municipio concreto no es significativamente diferente de cero, como
mostramos en el modelo 1. Esta ausencia de efecto se mantiene cuando interactuamos
dicha variable con la elección a que se refiere en el modelo 2: los escándalos no tuvieron
efectos significativos en el voto en 2007 ni tampoco en 201121.
Hemos identificado similitudes notables en las pautas de comportamiento electoral
registradas en los comicios municipales entre 1991 y 2011; y esto a pesar de las
diferencias significativas que presentan tanto en lo que se refiere a la considerable
heterogeneidad sociodemográfica de sus votantes como en lo tocante a sus subsistemas
de partidos. Los hallazgos más importantes de este artículo tienen un doble
componente. Por una parte, los análisis econométricos realizados permiten confirmar
hasta cierto punto la utilidad del modelo de elecciones de segundo orden para explicar
los patrones de voto en la arena local en España. En este sentido, si bien el efecto
significativo de la tasa de desempleo a nivel municipal disminuye la probabilidad de
votar por el partido que ocupa la alcaldía en aquellos precisos momentos, el efecto solo
se mantiene significativo si el citado partido también ostenta la presidencia del
gobierno.
Por otra parte, hemos demostrado la necesidad de utilizar factores de carácter
individual para explicar la orientación del voto en el ámbito municipal. Por ejemplo, la
ideología de los encuestados y su condición de desempleados son las variables que
mejor predicen su propensión a votar por el partido del incumbent local. Por lo que se
refiere a la primera, su efecto depende del partido al que pertenece el alcalde. El
impacto de la segunda resulta robusto para casi todas las especificaciones, pero no es
superior para tasas de paro municipal más elevadas. Además, algunas de nuestras
hipótesis iniciales relativas a los determinantes contextuales no han sido luego
confirmadas en los posteriores análisis empíricos. Así, por ejemplo, la probabilidad de
votar por el partido del alcalde no se ve afectada por escándalos de corrupción, y el
efecto del nivel de gasto público tiene una magnitud limitada. La escasa importancia de
algunas de estas variables para explicar el voto en las elecciones municipales en España
puede venir provocada por el hecho de que muchos de los ejecutivos a nivel local no son
ni monocolor ni mayoritarios, complicando así aun más si cabe la atribución de
responsabilidades. En cualquier caso, y a pesar de estas dificultades, la influencia
registrada por factores económicos que no son completamente propios del ámbito
municipal y que en teoría podrían presentar problemas a la hora de explicar el
comportamiento electoral a nivel local resulta novedosa y constituye una de las
principales contribuciones de este estudio.

15
La expectativa de cambio y la conformidad con la opción elegida en el pasado: análisis
cualitativo de casos
[Texto adaptado de Martín M., & de García de Madariaga, J. (2019) ]
Esta investigación se centra en un diseño exploratorio sobre dos cuestiones. En primer
lugar, trata de profundizar en el discurso social que se produce al hablar del voto
municipal y del proceso de decisión del mismo. Ya ha quedado demostrado que el
binomio marca – candidato tiene una elevada relevancia (Rico, 2010; Costa Lobo, 2014),
pero ¿son las únicas variables que influyen en el voto municipal? En segundo lugar,
busca ahondar en la identificación de las variables que intervienen en la personalización
del voto municipal, toda vez que los estudios empíricos realizados sobre la
personalización se han basado en elecciones de primer orden (Crewe, 2002; Costa Lobo
,2014); mientras los de ámbito municipal han confirmado sus hipótesis a partir de
estudios empíricos y fuentes secundarias de información de naturaleza eminentemente
cuantitativa (Riera, 2017). En definitiva, ¿qué variables configuran la dimensión de la
personalización del voto municipal?
Para esta investigación se ha realizado un estudio de casos. Dado la territorialidad
insular de los casos (Islas Canarias), no es fácil extrapolar todos los resultados al resto
del Estado, pero el estudio ofrece perspectivas que pueden contrastarse en otros
lugares.
Se planificó la celebración de nueve grupos de discusión distribuidos a partes iguales en
tres puntos de muestreo que sirviesen como estudio del caso de las diferentes
realidades municipales y su hipotética relación con la personalización del voto:
– Las Palmas de Gran Canaria, por ser un municipio de tamaño grande (más de 200.000
electores) en el que se han producido a lo largo de los años etapas con –aparentemente–
un liderazgo personal en sus representantes municipales; alternando con etapas con
ausencia de dicho liderazgo.
– Santa Lucía de Tirajana, como municipio de tamaño intermedio (<100.000 electores)
con una trayectoria ideológica histórica que se ha combinado con liderazgos personales
fuertes.
– Por último, Teguise, municipio de la Isla de Lanzarote en el que desde hace más de 30
años se produce un relevo en la alcaldía por candidatos con un fuerte componente de
liderazgo personal. Además, representa adecuadamente la figura del municipio de
pequeñas dimensiones (<15.000 electores).
La investigación realizada ha podido constatar que en el discurso social sobre el proceso
decisional del voto en los comicios municipales el binomio marca / partido – líder /
candidato que afirman las teorías sobre elecciones de primer orden están también
presentes en el ámbito local. Sin embargo, en el discurso de los votantes aparecen otras
dos variables que explican cualitativamente su comportamiento: la expectativa de
cambio y la conformidad con la opción elegida en el pasado.
– La expectativa de cambio actúa como una variable operante, que adquiere
protagonismo frente al resto cuando se desea dar paso a nuevas alternativas (“por
probar algo diferente”); para compensar la decepción por una elección fallida; o bien
para salir de una situación de impasse previo. Una lógica argumental que se ha podido
experimentar con la irrupción de Podemos y sus marcas satélites en 2015 en miles de
16
ayuntamientos; y su previsible ajuste a tenor de los estudios de intención de voto más
recientes.
– La conformidad con la opción elegida, sin embargo, es una variable secundaria
concomitante, que actúa reforzando la elección de la marca / partido o candidato / líder
cuando la mejora en la percepción del municipio es positiva.
En cuanto a la variable candidato / liderazgo personal, los resultados del análisis de los
tres casos estudiados vienen a conferir a esta variable tres grados de intensidad:
– Es una variable interviniente en todos los casos estudiados. El candidato en las
elecciones municipales resulta nuclear en el proceso decisional del voto.
– El candidato resulta decisivo en aquellos escenarios locales en los que es útil para
alcanzar mayorías absolutas, captando votantes que en elecciones estatales (e incluso
autonómicos y/o insulares) optan por otras siglas.
- Y es determinante cuando el atractivo del líder local supera al de la marca que
representa, sustentando a ésta, e incluso validando el cambio a otras siglas políticas.
Esto último se ha podido verificar en los últimos comicios municipales en Yaiza o en
Santa María de Gruía.
La multidimensionalidad del liderazgo personal que ya anunciaban las diferentes teorías
sobre la personalización, se confirma en las elecciones municipales. Tanto la
competencia del candidato, como su integridad y honradez quedan reflejadas en el
discurso de los electores cuando se refieren a elecciones municipales. Pero la
investigación cualitativa realizada añade dos nuevas variables a considerar:
Por un lado, la notoriedad, que ya apuntaba Riera (2017) al referirse a la relevancia del
tamaño del municipio, aunque en el análisis del discurso de nuestros informantes la
notoriedad se jerarquiza como una variable imprescindible para que el liderazgo
personal actúe, con independencia del tamaño del municipio. Expresado en términos de
marketing, no puedo comprar un producto del que ni siquiera tengo consciencia de su
existencia. No puedo, en definitiva, votar por un candidato basándome en su liderazgo
personal cuando no tengo el más mínimo conocimiento de su persona (sí puedo votar a
la marca, pero no al candidato).
Por otro, la cercanía del candidato con el electorado, que opera en tres niveles distintos
del liderazgo personal:
– En lo personal: Se circunscribe al aspecto más inmediato, la imagen previa (“Es joven”
“es buena gente”) a la que se puede acompañar de algún conocimiento o experiencia
básica con el líder (haber ido a la misma escuela, tener amigos en común, haber charlado
en alguna ocasión, …).
– En lo político: Es el siguiente tramo de la cercanía. Se asocia con la atención que presta
el líder a las cuestiones ajenas personales (“Te atiende” “te escucha” “se preocupa”
“intenta resolver tu problema”). No alcanza el estatus de gestión sino más bien de
capacidad de resolver asuntos o problemas puntuales que requieren de una respuesta
no dilatada en el tiempo.
– En la mejora percibida: Que aparece en el discurso sobre el líder político cuando su
actuación influye positivamente en las mejoras percibidas en el municipio y además se
responsabiliza al líder de dicho logro.

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INFRAMUNICIPALISMO Y CLIENTELISMO
[Texto adaptado de PANTIN RAMA 2018]
El clientelismo debe entenderse como una estrategia electoral de políticos que buscan
votantes y de votantes que buscan ayuda personal en los recursos públicos que
controlan los políticos. Si el político intenta fortalecer su red de clientes concentrando
los recursos en sujetos concretos que representan su base electoral, los bienes públicos
de beneficio colectivo disminuirán en relevancia como incentivo en la rendición de
cuentas.
Para los autores de referencia el clientelismo político consiste en una relación de
intercambio de votos por favores entre dos personas de status desigual (Scott, 1972),
que establecen vínculos de amistad instrumental, relaciones interpersonales diádicas
(cara a cara) que se producen bajo reglas de lealtad y confianza recíproca (Kitschelt,
2000). La relación diádica entre políticos-patrones y votantes-clientes se asemeja a un
contrato informal y poco concreto, donde los clientes tienen la expectativa de recibir
favores y el político votos, lo que permite mantener la relación a largo plazo y sortear
los incumplimientos por ambas partes.
La suma de díadas forma redes clientelares de estructura piramidal (Flap, 1990; Kitschelt
y Wilkinson, 2007), con patrones muy conectados con muchos clientes, estructurando
un sistema asimétrico de favores dentro de las instituciones, cuyo objeto consiste en
acceder a los recursos y distribuirlos de manera individualizada (Eisenstadt y Roniger,
1984; Geddes, 1994; Della Porta y Mény, 1995). La demanda de favores y política
particularista por parte de los electores (clientes), que ofrecen su voto o apoyo público
a los políticos (patrones) (Auyero, 1999), necesita para su funcionalidad práctica una red
social clientelar de agentes locales (brokers) que intermedien entre la oferta y la
demanda y actúen como delegados políticos sobre el terreno (Stokes et al., 2013).
Así, el sistema de favores clientelar satisface de forma informal muchas de las funciones
del mercado o la burocracia, un modo de ejercicio del poder por parte de un partido
político, con líderes que utilizan las instituciones y los recursos públicos para hacer
favores y que terceros contraigan deudas con ellos (Graziano, 1984). La estructura social
que parte de la relación de intercambio diádico impide la agregación de demandas
políticas y la organización de los intereses colectivos, y fomenta la competencia entre
clientes para acercarse al patrón (Gambetta, 1988; Roniger y Günes-Ayata, 1994; Máiz,
2003).
El escaso tamaño de los municipios o ayuntamientos, conocido como minifundismo
institucional, en el que regidores y regidos tienen un contacto directo diario,
mezclándose la vida cotidiana con las relaciones políticas, es el escenario propicio para
que se generen vínculos clientelares. Bajo estas circunstancias, los brokers/delegados
sobre el terreno de los partidos poseen un mayor conocimiento de los electores,
teniendo al alcance de la mano la monitorización del votante. Con mucha frecuencia las
relaciones clientelares pueden confundirse o asemejarse al voto personal, estudiado por
diversos autores que convergen en destacar la magnitud del distrito como variable clave
para incentivar su relevancia en detrimento del partido (Carey y Shugart, 1995) o la
ideología (Riera et al., 2017). Así, no parece inoportuno destacar algunas características
que se pueden manifestar a la vez, como la preponderancia de un líder carismático
comparado con un líder de un partido/red clientelar.

18
Derivadas de estas premisas, las hipótesis principales testadas por los autores son que
1) se esperan mayores prácticas clientelares en aquellos municipios de menor tamaño,
y 2) El clientelismo en los entornos rurales está especialmente fortalecido entre
individuos vulnerables (no de todos los estratos sociales) o con un puesto laboral
singularmente dependiente de las decisiones de terceros. Estas hipótesis se testan con
los estudios del CIS 2701 y 2963 de 2007 y 2012 respectivamente en Galicia el primero
y en todas las regiones el segundo. Para ello se han desarrollado tres modelos de
regresiones, cuyas especificaciones técnicas pueden leerse en el artículo de referencia.
Los modelos de regresión logística nos han permitido testar la primera hipótesis,
centrada en las implicaciones del escaso tamaño de los municipios rurales en España
(menos de 10.000 habitantes), como un factor que refuerza y protege la reproducción
de relaciones entre políticos y ciudadanos, devenidos en patrones y clientes, en forma
de “enchufismo” en el sector público, un trato especial en la administración hacia los
miembros de los partidos políticos que ostentan el poder, y de fortalecimiento de las
relaciones diádicas para pedir el voto personalmente a los ciudadanos, atributos
irrenunciables al clientelismo.
Asimismo, hemos planteado una segunda hipótesis que defiende que el clientelismo se
fortalece en entornos rurales, especialmente entre individuos vulnerables, que
permiten la monitorización y selección de los votantes. La primera parte de la hipótesis
se ha confirmado en algunos de los modelos: en entornos rurales y urbanos las prácticas
clientelares se extienden de forma mayoritaria entre individuos desempleados o en una
situación dependiente de terceros. Así, el tamaño del hábitat no resulta determinante,
es generalizable a todos los municipios. A nuestro juicio, y tras estos hallazgos, creemos
que esto puede deberse a la adaptación de unas preguntas que no han sido redactadas
y planteadas para medir el clientelismo y que, debido a ello, su uso en nuestros modelos
tenga sus límites. Así, y sin rechazar de manera rotunda la segunda hipótesis, esta
necesitaría de unos datos ad hoc al fenómeno clientelar para poder confirmarse.
El análisis del Modelo 3 ha permitido testar una de las previsiones de la literatura del
clientelismo: su flexibilidad para adaptarse a la escasez y al tipo de recursos disponibles
(Auyero, 2012; Stokes et al., 2013). La encuesta postelectoral del CIS para las elecciones
autonómicas gallegas de 2012 refleja la adaptación de la campaña electoral al contexto
de crisis económica y recorte del gasto público, que desde hacía varios ejercicios
limitaba la capacidad de contratación de las administraciones públicas, y siguió
garantizado a partir de 2012 por la Ley de Estabilidad Presupuestaria16. Por ello, la
variable que mide la situación laboral de los sujetos (Desempleados) presenta una
correlación negativa. En cambio, en el mismo sondeo resulta significativo pedir el voto
a individuos que ocupan puestos laborales de especial vulnerabilidad (p<0.01). Estos
hallazgos subrayan que los políticos pueden reclamar el voto para su partido
seleccionando electores en puestos de trabajo de especial vulnerabilidad y priorizan
aquellos que pueden utilizar amenazas de sanción (Roniger y Günes-Ayata, 1994),
“castigar a los electores en respuesta” (Medina y Stokes, 2007, p. 75) y jugar con otros
recursos cuando los económicos escasean (Chubb, 1982), lo que parece más un
clientelismo mafioso hacia sujetos vulnerables (tal y como formulamos en la H2).
A la vista de los resultados, los modelos parecen indicar que el diseño de las instituciones
políticas en su dimensión de magnitud territorial y volumen de población incide sobre
la percepción y frecuencia de expresiones propias del clientelismo político. Los datos
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analizados invitan a una reflexión profunda en aras de modernizar la arquitectura
municipal española y de otros países con una alta fragmentación de sus
circunscripciones locales; para que estas sean más autónomas de tutelajes
supramunicipales (económicos y políticos), y con una magnitud que le permita
garantizar una competición democrática pluralista, programática y alejada de las redes
clientelares. Si esto se consiguiera, el ámbito municipal de las pequeñas poblaciones
podría convertirse en un ejemplo de calidad democrática, donde el control residiría en
los ciudadanos hacia sus representantes y no a la inversa.

BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA PARA COMPILAR ESTE TEMA


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