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Parece que Bergman se inspiró para esta película en uno de los sesenta y seis frescos
medievales pintados por Albertus Pictor (Alberto el pintor) en la pequeña Iglesia de
Täby en el siglo XV, a unos quince kilómetros de Estocolmo. Dicho freco se halla en la
penumbra del coro y en ella se nos muestran a la muerte jugando al ajedrez con sus
víctimas.
Tras estas bellísimas imágenes iniciales sigue la presentación del retorno del caballero
cruzado Antonius Block (Max Von Sydow) a su país, una Suecia devastada por la peste
negra (la voz en off recita unos conocidos versículos del apocalipsis de Juan en las
cuales el cordero abre el septimo sello). Con él va su escudero Juan (Gunnar
Björnstrand)... Ambos están descansando en una playa abrupta en la que de repente
aparece la muerte dispuesta a llevarse a Antonius... Así se inicia la película.
Max Von Sydow como Antonius Bloch
El tormento de Antonius
En ese diálogo crucial se plantea toda la temática alrededor de la cual gira la película.
Sin embargo yo quiero destacar que toda ella gira en torno a lo que podemos llamar la
dimensión interrogadora de la muerte a la propia vida, la de cada uno. Como su
manifestación nos pone, de repente, ante ese "darse cuenta" que se hace tan aterrador a
Antonius: "He gastado mi vida [...] Mi vida ha sido un continuo absurdo." Antonius, a
su vez, nos pone en contacto con lo que el llama las tinieblas: "Nadie puede vivir
mirando la muerte y sabiendo que camina hacia la nada." El absurdo que Antonius
siente acerca de como ha vivido no es más que su propia falta de sentido que se
proyecta de repente como una profunda necesidad de tener "garantías" sobre la
continuidad en un más allá. Pero el miedo a como "gastó su tiempo" se transforma en
una necesidad de certeza... de certeza de Dios y del más allá, porque si no es así el
dolor y la angustia de la vida vivida sin sentido y enfrentada a la posibilidad del abismo
de la nada se torna en un profundo tormento. La posibilidad de la nada, del horror de la
nada (ver la entrada dedicada al Viaje alucinante al fondo de la mente) se transforma
entonces en un espejo del vacío del corazón de Antonius, y nada más horroroso que
llegar consciente de una vida vacía - un corazón vacío - ante la muerte sentida entonces
como la puerta a la nada. Se cumplen así en Antonius las palabras de Kierkegaard
cuando dice:
- El horror de la nada.
La figura del escudero se encuadra en la clásica tradición que nos ilustró el Quijote, en
el cual su figura es la justa contrapartida del caballero. Juan (Gunnar Björnstrand, uno
de los actores de Bergman) se nos muestra como un hombre consciente de los horrores
de la guerra en la que acompañó a su caballero, aparece como un hombre descreído, a
veces mordaz, en otras compasivo: - "Aquí tienes al escudero Juan. Se ríe de la muerte,
blasfema de Dios , se burla de sí mismo y sonrie a las mujeres. Su mundo es solo el
mundo de Juan, un pobre bufón ridículo para todos e incluso para sí mismo. Tan
indiferente es para el cielo como para el infierno" - dice al pintor de frescos (Gunnar
Olson) de la pequeña iglesia en la que hacen parada con su señor -. Esta es una buena
definición definición del escudero Juan.
Es precisamente con ellos con los que Antonius vive uno de esos contactos gozosos con
la vida. el único momento donde el caballero parece darse cuenta de lo importante que
es el amor y el amistad:
La fe es un grave sufrimiento. Es como amar a alguien que está fuera en las tinieblas
que no se presenta por mucho que se le llama. Sentado aquí, con vosotros, que irreales
resultan estas cosas. Pierden su importancia [...] Siempre recordaré este día. Me
acordaré de esta paz, de las fresas y del cuenco de leche, de vuestros rostros a esta
última luz. Me acordaré de Miguel así dormidito y de José con su laúd. Conservaré el
recuerdo de todo lo que hemos hablado. Lo llevaré entre mis manos, amorosamente,
como se lleva un cuenco lleno de leche hasta el borde... Me bastará este recuerdo como
una revelación.
"Me bastará este recuerdo como una revelación" es como un pequeño momento de
claridad de nuestro atribulado caballero que de repente parece comprender cuan
importante es aprovechar el momento presente ante el cual los más densos pensamientos
se hacen pequeños y se apaciguan. En este momento se le pueden aplicar a Antonius la
reflexión que al respecto hace Claudio Naranjo:
tales quejas y lamentos no son más que un mal juego que jugamos con nosotros mismos
- un aspecto más del hecho de rechazar el éxtasis potencial del ahora. En el fondo,
estamos donde queremos estar, estamos haciendo lo que queremos hacer, aun cuando
equivalga a una tragedia aparente. Si podemos descubrir nuestra libertad dentro de
nuestras esclavitud, también podemos descubrir nuestra alegría esencial bajo la
cubierta de victimización. [3]
José y María, aun a pesar de vivir rodeados del terror de la muerte que la peste
representa sea cual sea el lugar al que vayan, parecen instalarse en vivir en la ligereza de
la alegría del momento sobreponiéndose con ella al pensamiento trágico con el que
suele apegarse nuestra mente cuando se dan las circunstancias. El ideal de que el mundo
o la vida son buenos depende, como en tantas cosas, de como participa en él el
participante... y, fundamentalmente, de la aceptación del presente y de la actitud con la
que éste se afronta. En esta reunión de los juglares con el caballero y su escudero, María
parece dar una lección a Antonius cuando tras hablar de lo hermosa que es la amistad,
Antonius se queja de que dura poco, a lo que María le responde: "Como todo. Un día
sucede al otro. Todo tiene su atractivo". El sentimiento de lo trágico, que estudiamos
en detalle en las entradas dedicadas a la película de Orson Welles El proceso de Kafka,
deriva de ese apego al aspecto sombrío de la vida, a sus dificultades y contrariedades así
como al sentimiento de impotencia con el cual afrontamos las circunstancias.
... a medida que un hombre adquiere más poder y sabiduría, se le estrecha el camino,
hasta que al fin no elige, y hace pura y simplemente lo que tiene que hacer...[5]
Ese hacer pura y simplemente lo que tiene que hacer sería esa consideración de la
existencia como una gestalt completa, en el sentido de que el hombre de sabiduría no se
interrumpe neuróticamente y, en consecuencia, se gestiona con las frustraciones
externas: hace lo que tiene que hacer. Y por lo tanto, en la medida en que somos
capaces de desarrollar nuestra vida y hacemos lo que tenemos que hacer, esa vida va
tomando forma, una forma existencial por la que, progresivamente, nos sentimos más
satisfechos con ella. Para mí, una de las descripciones más realistas e impactantes en ese
aspecto gestáltico de la existencia proviene de C. G. Jung, quién en su libro de
memorias – escrito en colaboración con Aniella Jaffé – nos dice, ya hacia al final de su
vida, y en relación con ella:
Estoy contento de que mi vida haya transcurrido así. Fue una vida rica y me ha
aportado muchas cosas. ¿Cómo hubiera podido esperar tanto? Fueron cosas
puramente inesperadas las que sucedieron. Mucho hubiera podido quizás ser de otro
modo, si yo mismo hubiera sido otro. Pero fue como debía ser; pues es por ello que soy
como soy. Mucho ha surgido intencionadamente y no siempre resultó ventajoso para
mí. Sin embargo la mayoría de cosas se han desarrollado naturalmente y por la
intervención del destino. Me arrepiento de muchas tonterías que han sido causadas por
mi obstinación, pero sino hubiera sido por ellas no hubiera alcanzado mi objetivo. Así
pues, estoy desilusionado y no estoy desilusionado. Estoy desilusionado de los hombres
y de mí mismo. He aprendido cosas maravillosas de los hombres y yo mismo he logrado
realizar más de lo que me esperaba. No puedo formarme un juicio definitivo porque el
fenómeno de la vida y el fenómeno del hombre son demasiado grandes. Cuanto más
avanzaba en edad menos me comprendía, o me reconocía o sabía de mí.
Hay, en el sentido que aquí mostramos, un claro paralelismo entre la idea de gestalt
como tendencia a realizar la propia existencia con el principio de individuación de Jung,
quién lo define como:
El proceso de individuación tiene dos aspectos principales: por una parte es un proceso
interno o subjetivo de integración; por otra es un proceso objetivo de relación
igualmente imprescindible. Lo uno no puede ser sin lo otro, aunque el primer plano lo
ocupe ora lo una, ora lo otro.[10]
No parece pues extraño que la vida relacionada con el ganar experiencia sea aquello que
le confiere sentido, tanto en el de la totalidad psíquica como en el sentido entendido
como camino de propia vida. La consciencia de la muerte como interrogadora de la vida
nos indica que no nos distraigamos y que mal negocio es "dejar para mañana aquello
que puedes hacer hoy" teniendo en cuenta que ni tan siquiera esto puede considerarse
una sentencia definitiva, pues considerada como sentencia, tiene también sus obvias
excepciones...
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[1] Kierkegaard, Soren. Las obras del amor. Sígueme ediciones,pág.413
[2] Naranjo, Claudio. La vieja y novísima gestalt. Actitud y práctica. Editorial Cuatro
Vientos, pág. 44
[3] Ídem anterior, pág. 50
[4] Ídem anterior, pág. 46
[5] Le Guin, Ursula K. Un mago de Terramar (Libro I de Los Libros de Terramar).
Minotauro.
[6] Jung, C. G. Recuerdos, sueños, pensamientos. Biblioteca breve. Seix Barral.
[7] Kavafis, Constantino. Poesías Completas. Traducción de José María Alvarez.
Poesía Hiperion.
[8] Machado, Antonio. Campos de Castilla – CXXXVI – Proverbios y cantares.
[9] Jung, C. G. Tipos psicológicos. Definiciones. Edhasa. Par. 854
[10] Jung, C. G. Psicología de la transferencia. Obras completas Vol. 16. Editorial
Trotta. Par. 448