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Loreto, 44, int. / Barcelona29
Índice
Prefacio de Françoise Dolto .............................................. 08
Introducción ...................................................................... 28
Conclusión......................................................................... 135
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Prefacio
Tal como su titulo lo indica, este libro está dirigido a los niños,
pero lo recomiendo igualmente a adolescentes y adultos. También
los padres que, como yo, quieran estar al día, podrán actualizar sus
conocimientos a medida que avancen en la lectura de este libro,
realmente genial. Quienes lo lean y reflexionen sobre él, extraerán
un gran provecho, a la vez que disfrutarán del mismo. Una vez
devorado su contenido, sus lectores habrán recuperado la
capacidad de reírse como niños ante las situaciones tragicómicas
de la vida familiar, magistralmente escenificadas. Y así, quizá,
recobrarán la esperanza en la educación —tal vez insuficiente—
de sus ancianos padres, por difícil que parezca.
Como iba diciendo, este libro debe llegar a todas las manos,
debe leerse a todos los fetos mientras están confortablemente
instalados en el vientre materno, y a todos los niños que van a la
escuela y aún no saben leer, puesto que es un libro de historias. Y
respecto a los mayores, a los que saben leer, bastará con dejarlo
estar por la casa. Mucho más que los llamados libros de educación
sexual, para tal o cual edad, este libro permitirá auténticos
intercambios entre los individuos de distintas edades, sean
educadores diplomados o simplemente integrantes de una misma
familia. Cada uno de nosotros se reconocerá en estas páginas,
aunque medie una pequeña distancia, que es la que permite la
sonrisa, la compasión o la risa franca.
Los adultos comprenderán las razones irrazonables de las
lagunas del conocimiento concernientes a sus padres o abuelos.
Estas lagunas se hallan en el origen de sus dificultades actuales
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frente a sus padres —a quienes no han sabido educar— y frente a
sus hijos —a quienes no saben criar, por esto mismo—. Se sentirán
burlados por estos repetidos fracasos, tan deprimentes, que ponen
a dura prueba su buena voluntad. Los niños descubrirán cómo
encarar a sus padres con dulzura, inteligencia y corazón, sin
aferrarse —según sea el tipo de padres que deban tratar— a medios
ineficaces, a veces peligrosos para quienes los emplean.
1 Lis
y lit se pronuncian li en francés. (N. del T.).
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hablan de sí mismos en tercera persona, como si fueran los
hermanos mayores, y no un hombre y una mujer, que en cuanto
amantes dieron origen a la vida de sus hijos, y que como adultos
asumen su deseo recíproco, a riesgo de afligir a sus queridos hijos.
"Ve a decirle a papá", "mamá dijo"..., y cuando hablan de ellos es
un "se" hace esto o aquello. Se sienten obligados a recurrir a esta
forma singular impersonal, pero nunca al "nosotros", expresión de
dos personas personalizadas y sexuadas, como si el hecho de ser
padres los hubiera convertido en un agregado amorfo con o sin
cabeza visible, cuya autoridad reposa sobre su masa gemela
asociada a un extraño y desconocido compañero de
irresponsabilidad. Pero sí, no es sorprendente que para los niños de
6 a 14 años los padres ("queridos padres", en las cartas llenas de
faltas de ortografía que escriben a su única madre, cartas que
terminan con un "te beso") sigan siendo gemelos que, a lo largo de
su primera infancia, han permanecido desconocidos en su
condición de seres únicos y diferentes. De los 10 a los 14 años se
habla con los amigos, refiriéndose a los padres similares, de
"ellos", los que no quieren que este niño, víctima feliz o infeliz,
actúe libremente, como sus fuerzas vitales le dictan al oído, sino
sintiéndose culpable, en cuanto su deber es correr los riesgos que
supone ayudar a sus padres a reconocer que él ya no es más "su
niño" sino un ciudadano, con las mismas responsabilidades que
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ellos en las legítimas elecciones que debe realizar y en los riesgos
que debe correr.
Así pues, si leído entre los seis y los catorce años este libro brinda
su fruto, la sociedad cambiará, como suele hacerlo, bajo la presión
de los jóvenes... que hasta ahora no han logrado más que protestar
inútilmente. Esta vez se hará eficazmente, con dulzura, pues estos
jóvenes sabrán educar a tiempo a sus padres de carne y, por qué no,
por contaminación, también a los demás grandes (de estatura), a
sus sustitutos parentales de corazón y espíritu. Si no consiguen
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educarlos, al menos los encontrarán menos extraños, con sus aires
de niños gigantes que hay que arreglar y comprender a tiempo, sin
recriminaciones inútiles. Pues —fuerza es admitirlo— hay entre
las personas aparentemente grandes algunas realmente
ineducables. En cambio, entre los niños, los ineducables —eso
sostengo— son muy pocos, y habrá aún menos si este mensaje les
es accesible. Pero para ello hace falta un medio, y habría que
encontrar, para traducir el mensaje en imágenes, a un niño artista
de entre diez y setenta años de edad.
Introducción
Esta obra es el fruto de una larga experiencia de niño. Los autores
han tomado conciencia de los problemas de esos seres desvalidos,
tan a menudo incomprendidos, maltratados y descuidados que son
los padres, y han sido sensibles a las angustias que pueden sentir
los padres sin defensas, confrontados con unos hijos
incomprensivos, brutales o simplemente torpes.
Tras un largo período en el que toda la atención, todos los
cuidados se centraban en el niño, en sus problemas, sus
necesidades, su actividad, su desarrollo, su patología, nos hemos
percatado finalmente de que si la etapa infantil podía resultar
difícil de vivir, el ser padres no lo era menos.
Si logramos desprendernos de los mitos habituales del
pater-familias, de la madre toda devoción o todopoderosa, etc., los
padres se nos aparecen como unos seres frágiles, sensibles,
precipitados brutalmente por el azar de un nacimiento en una
tormenta afectiva para la cual nada los ha preparado, salvo sus
ensueños previos o el modesto trastorno que un feto aplicado
puede organizar en el vientre de su madre para manifestar su
personalidad. En una palabra, se trata de verdaderos prematuros.
En efecto, hay que darse cuenta de que un joven adulto, cándido
y sin experiencia, puede convertirse en padre o en madre en el
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término de unas horas e incluso de algunos instantes: es lo que se
conoce por el trauma del nacimiento. La mujer que se convertirá en
madre tiene cierta ventaja en este aspecto. Algo sucede en su
cuerpo, y esa aventura física sirve de mediadora para la aventura
psíquica. Pero el futuro padre no posee prácticamente ningún
punto de referencia: puede encontrarse con que es padre en el
metro, en pleno consejo de administración, en su cuarto de baño o,
en el mejor de los casos, en la clínica, de improviso, sin que ningún
cambio físico le manifieste el nuevo estado de cosas.
Inmediatamente después del nacimiento, la situación de
desigualdad continúa siendo flagrante. El niño recién nacido no
tiene ninguna responsabilidad. Al punto se encarga de él una
multitud de especialistas que tienen por tarea detectar y satisfacer
sus necesidades y deseos. Los padres recién nacidos, en cambio,
cargan con todas las responsabilidades. Se ven súbitamente
inmersos en una avalancha de sentimientos, angustias,
perplejidades, sin mencionar los problemas prácticos y materiales
que no son, ni con mucho, despreciables.
Los niños que quieran ser razonablemente buenos para con sus
padres, que deseen tratarlos convenientemente y darles una
correcta educación, deberán tener siempre presente esa situación;
les hará falta una gran dosis de paciencia, indulgencia, mucho
tacto, y también el debido respeto a su debilidad. Pues todo
depende de la manera de coger a los padres durante las primeras
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semanas. Si de entrada se los aterroriza con gritos, se desprecia su
comida y se castigan sus errores menudos con diarreas y
erupciones en cada ocasión, se corre el riesgo de traumatizarlos
por años. Un niño prevenido estará atento desde el comienzo a los
problemas que agitan el mundo interior de los padres, deberá
demostrar un cierto manejo psicológico, reconocer las distintas
necesidades de un padre y de una madre, evaluar los progresos que
sean capaces de realizar y el ritmo previsible de los mismos, y
encontrar el lenguaje que los padres puedan comprender.
En esta obra nos proponemos brindar a los niños que hayan
tomado conciencia de estos problemas, algunos elementos de
información y puntos de referencia que puedan servirles
eventualmente en el curso del trabajo educativo laborioso y
prolongado que les aguarda. Pues no olvidamos que si la
educación de un niño insume un promedio de entre 15 y 18 años, la
educación de un padre puede requerir medio siglo y a veces más.
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Algunas generalidades
A los autores de este libro les ha impresionado la tendencia de
nuestra sociedad a sobrevalorar el papel de los padres en la
concepción. Ciertamente es muy importante que un niño sea
deseado o no deseado, pero no por ello hay que perder de vista que
el padre no es, después de todo, más que un vehículo, papel que en
el mundo viviente desempeñan el viento, el agua, las mariposas o
los insectos. Lo esencial es que se encuentre un espermatozoide lo
suficientemente emprendedor y un óvulo lo bastante maduro y
receptivo para aceptar unirse e intentar juntos la aventura.
Sabemos que la aplastante mayoría de las células germinales la
rechaza y que sólo una ínfima minoría se arriesga a participar.
Tampoco es raro que a un feto ya constituido lo invada el pánico y
pierda coraje antes de llegar a su madurez. Otros saltan del tren a
último momento y prefieren nacer muertos antes que
comprometerse definitivamente en la carrera. El daño que pueda
ejercer en el espíritu de un padre inexperto e ingenuo esta
sobrevaloración de sus estados de ánimo es inconmensurable.
Si el hijo quiere ejercer correctamente su papel de educador,
deberá comprender —y cuanto antes, mejor— que durante toda su
vida fetal los padres viven un período de agitación intensa en el
plano emocional, en el que están implicados sus deseos y las
diferentes personas que cuentan para ellos de una manera u otra,
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pero en ningún caso el hijo, dado que aún no lo conocen. Sin
embargo, de ello depende la idea que se forman de su futuro niño y
el sitio que le preparan. El recién nacido deberá demostrar mucha
prudencia y tacto a la hora de tratar de intervenir en esos ensueños
íntimos de los padres, que son tan fundamentales, para ir
modificándolos de a poco.
El trabajo educativo de los primeros meses es capital, pero lo
que le sigue también es importante y, según hemos visto, puede
prolongarse durante varias décadas.
Poco a poco, con la ayuda de su sensibilidad y del conocimiento
que tiene de sí mismo, el niño mueve a sus padres a aceptar en
primer lugar su existencia, luego su personalidad, y, por fin, su
autonomía física, intelectual y afectiva. Algunos niños proceden
de un modo menos flexible, mediante tensiones y rupturas : sin
duda, su carácter y las circunstancias no les permiten otra opción.
Pero este proceso implica mucho sufrimiento para unos y otros.
Esperamos que esta obra contribuya a que tales situaciones se
eviten en lo posible.
— el Padre 2 inmaduro
— el padre mentiroso
— el padre tímido
— el padre rico (o pobre)
— el padre superdotado
— el padre ausente
— el padre cansado
— el padre celoso
— el padre delincuente
— el padre embrollón
— el padre sádico
— el padre decepcionado por la vida
— el padre mártir
De "punk"
De suicida
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Un niño pequeño percibía los intensos sentimientos de muerte
que su madre proyectaba sobre él. Para hacerle tomar conciencia
de ello, el niño la enfrentaba sin cesar con la cuasi-realización de
sus deseos latentes. A los ocho meses estuvo a punto de morir de
una toxicosis. Entre los tres y los siete años se fracturó varias
veces, siempre en circunstancias acrobáticas creadas con
deliberación por él mismo: a los seis años se fracturó una pierna,
tras escalar una pared de cinco metros, al dejarse caer del otro lado
sobre un patio de cemento; varias veces se cayó de la bicicleta, una
de ellas al descender montado en ella por la escalera (fractura de
clavícula). Estuvo a punto de ahogarse en la piscina por saltar de
un trampolín de cuatro metros sin saber nadar. La situación se
resolvió en una verdadera tempestad general: la madre,
exasperada, lo llevó al psicólogo; luego se convirtió en la amante
de éste y dejó a su marido. El niño pudo, por fin, profundizar las
relaciones con su padre, completamente excluido hasta entonces y,
según las últimas noticias, recomenzar una vida normal y ocuparse
de sí mismo.
De niño terrible
De crío-de-mierda
3 En francés, las palabras "suegro" y "padrastro" se traducen por "beaupère", o sea "padre bello". Lo
Los padres pobres quieren ser amados por las privaciones que
sufren o que se imponen. Desean que sus hijos puedan medir el
amor que tienen por ellos, por el sacrificio de dinero a su favor. Del
mismo modo, los padres pobres expresan el inmenso valor que
atribuyen a sus hijos mostrándoles que todo el oro del mundo sería
insuficiente para mantener un objeto tan precioso. Para que pueda
interpretar lo que expresan con esto, mantienen al niño al corriente
de las variaciones de los precios —sobre todo de las alzas— y de
las fluctuaciones de la moneda nacional. Lamentablemente, este
modo de expresión parental suscita a veces en el niño un doloroso
sentimiento de culpa: el niño tiene la impresión de ser un artículo
de lujo que sus padres adquirieron, porque el propio niño los forzó
a ello, sin estar en condiciones de hacerlo.
En estos casos es muy difícil para el niño —y casi imposible
para los padres— separar la realidad exterior de la interior.
Esta historia es, pese a todo, reconfortante. Sin embargo, hay otras
que no lo son. Nos han presentado el caso de un niño pequeño que,
por su parte, tenía grandes dificultades con sus padres pobres: en
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sus manos, todo se transformaba en privaciones. Colmaban a su
hijo de sacrificios tan dolorosos como inútiles y de privaciones en
cualquier dominio en el que aventurara un deseo. Desbordado por
la tensión y desconcertado por la aparente incoherencia del
comportamiento de sus padres, el niño decidió reservarse para el
futuro y se disfrazó de débil mental. Cebados por la idea del
sacrificio, los padres se precipitaron al psicoterapeuta. Éste
consiguió establecer con bastante facilidad una relación con el
niño, cuyo disfraz era relativamente reciente. Imprudentemente,
tranquilizó a los padres y, un tanto impresionado por las
dificultades que declaraban tener para pagar la terapia del niño,
fijó una suma relativamente módica por la consulta y las futuras
sesiones. El día de la cita siguiente recibió una llamada telefónica
que lo dejó perplejo: el padre del niñeo le avisaba que no asistirían
a la cita y que no podían encarar la terapia de momento, porque les
resultaba imposible destinar la suma necesaria; tenían un modesto
chalet en la Costa Azul, cuya terraza debía refaccionarse por
entero, precisamente cuando lo mismo había de hacerse con el
techo y las dos torres de la casa de campo de Normandía. Sus
caballos también les resultaban terriblemente caros y desde hacía
algunos meses no habían ganado ninguna carrera. El terapeuta no
pudo más que doblegarse ante este cuadro angustiante. Pese a
todos sus esfuerzos, le resultó imposible volver a ver al niño ni una
sola vez. Es de temer que estos padres, si dejan pasar la
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oportunidad y no resuelven su problema antes de que su hijo no les
devuelva su independencia, sigan siendo toda la vida unos padres
pobres y frustrados.
Los padres, a diferencia del niño, con los años se vuelven más
frágiles, inestables, caprichosos, hipersensibles, a veces
melancólicos, ansiosos, y hay que tratarlos con mucha prudencia y
delicadeza. El padre de edad reclama sin cesar ternura y afecto.
Tiene miedo de ser abandonado, miedo al cambio, miedo a lo
nuevo, miedo al futuro y, en especial, cada vez más miedo a la
muerte. Es notable, en efecto, que cuanto más joven sea un ser
humano, cuanto más cerca está de la época en que todavía no
existía, más familiar le resulta ese estado, y menos le teme. Un feto
muere aparentemente sin problemas y a menudo con tanta
discreción que no se da cuenta ni siquiera su madre. Es ésta incluso
una de las soluciones más cómodas que se le ofrecen en
situaciones que parecen no tener salida. Los jóvenes tienden a
arriesgar la vida fácilmente por sus ideas, sus amigos, a veces por
simple desafío o para divertirse. Pero los padres de edad olvidan
por completo cómo era cuando no eran, y lo desconocido los
aterroriza. El niño, que hace frente a lo desconocido durante toda
la jornada, puede tranquilizar al anciano mostrándole que se puede
recibir con interés, curiosidad o por lo menos con un poco de
sangre fría lo que no se conoce. "Por qué temer, si nada nos puede
suceder que no suceda de todas maneras", nos decía un niño muy
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viejo, de ochenta años, en un momento particularmente crítico de
su historia.
Agreguemos que cuanto más viejo se vuelve a su vez el niño,
más desarmado está frente a las angustias de sus padres ancianos.
Es lamentable, dado que la mayoría de las veces —aunque no
siempre— padres e hijos envejecen simultáneamente.
Según una vieja leyenda, Dios creó a los padres para servir al niño
con devoción y fidelidad. En tanto que las ideas concernientes a la
función de los padres no han variado en lo esencial, las teorías
sobre el origen de los padres sí han evolucionado mucho.
Algunos pretenden que los padres descienden del mono. Por
cierto que la semejanza es llamativa. Sin embargo, hay también un
cierto parentesco con el niño. De modo que numerosos
investigadores sostienen, con el apoyo de excelentes argumentos,
que los padres descienden de los niños. Sobre la base de
argumentos tan sólidos como ésos, otros afirman que es el niño
quien desciende de los padres. Estas dos tesis contradictorias en
apariencia se podrán tal vez conciliar un día con la ayuda de una
mejor comprensión de las propiedades del espacio/tiempo. Sea
como fuere, la controversia es actual, y no es posible pronunciarse
de manera definitiva en el presente estado de cosas.
Pero volvamos a la función de los padres.
Poco a poco hemos debido rendirnos ante la evidencia de que la
devoción, la docilidad, la fidelidad y el amor de los padres no
podían ser meras funciones, ya que se trataba de cosas que no
podían exigirse. Por supuesto, el niño tiene derecho a esperar que
si trata a sus padres con amor y consideración, se lo retribuyan.
Pero por función entendemos algo más simple y más concreto.
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Para comenzar, la función del padre consiste en lograr que el
espermatozoide sea despachado en el momento oportuno y al lugar
preciso; la función de la madre consiste en concertar una entrevista
entre el espermatozoide y el óvulo voluntario, cuidando de que
éste se desarrolle en condiciones cómodas.
La siguiente función consiste en asegurar al feto alojamiento,
abrigo, calefacción y transporte. El contrato debe extenderse a
todo el período necesario para la maduración del feto. De acuerdo
con la norma, este período dura, por lo general, nueve meses. Sin
embargo, puede acordarse una derogación, si las circunstancias así
lo requieren. Hasta el nacimiento, esta función es asumida en lo
esencial por la madre, pero la calidad de los servicios depende en
mucho de la cooperación más o menos competente y asidua del
padre.
Después del nacimiento es indispensable que alguien continúe
cubriendo esas funciones durante cierto tiempo, pero no
necesariamente los padres. Éstos disponen del derecho de la
huelga, y hay un cierto número de rechazos y abandonos del
puesto, voluntarios o involuntarios.
Se puede estimar entonces que las funciones propiamente
dichas de los padres llegan a su fin en el momento del nacimiento.
Pese a esto, hemos comprobado que si los padres pueden continuar
asumiendo voluntariamente sus funciones más allá de este plazo,
todo el mundo se siente mejor. Pensamos que la prolongación del
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funcionamiento parental depende esencialmente de una sabia
utilización de los padres por parte del niño, desde el comienzo
mismo. El rodaje de los padres es muy delicado : hay que cuidar de
que no les falte nada, tratarlos con miramientos, no forzarlos más
allá de sus posibilidades de rendimiento y emprender de inmediato
una verificación cuando algo no marcha adecuadamente. Unos
padres bien conservados funcionan sin sobresaltos y resultan muy
duraderos. Claro está que no se debe deducir de ello que sean
eternos. Pero cuando dejen de funcionar, no será por desgaste sino
por extinción.
Los padres tienen también otra función, más compleja, que
llamaremos función de filtro absorbente-diluyente.
Esta función consiste en filtrar la patología familiar, cuyos
efectos se transmiten de generación en generación, y de absorberla
y disolverla en lo posible.
Hay filtros de mayor o menor calidad. Los buenos filtros
aseguran al niño una base de partida relativamente despejada. Los
malos no retienen casi nada y dejan pasar grandes cantidades de
patología: el niño parte con un hándicap serio y debe sopesar
atentamente sus posibilidades antes de comprometerse a nacer.
Naturalmente, no hay que esperar que una sucesión de buenos
filtros pueda librar a una familia de toda especie de patología. A
cada vida individual pasa una cantidad suficiente como para
reconstituir un cierto stock. Un filtrado eficaz permite que cada
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generación encare la vida con buenas posibilidades de éxito,
mientras que los filtros defectuosos, si se repiten, pueden
contaminar el linaje hasta el punto de ahogarlo por completo.
Esta función se cumple principalmente antes del nacimiento,
incluso antes de la concepción. Después del nacimiento, se podría
hablar más bien de reparaciones que de filtros, y pueden ser
efectuadas por personas distintas de los padres.
Este hecho fue percibido de modo sutil por una mujer que, tras
una juventud más que tormentosa, logró al fin, después de los
treinta, estabilizarse y reemplazar una larga sucesión de relaciones
interesantes por un casamiento por amor. Estando encinta, fue a
ver al analista que antes había frecuentado, para retomar, juntos,
un cierto número de problemas e intentar elaborarlos antes del
nacimiento del niño. Ella estimaba, y con razón, que era tan
importante (si no más) como preparar la cuna y el cochecito.
El material más rico nos viene de los libros escritos por niños de
todas las edades y destinados a otros niños de todas las edades. Nos
contentaremos con citar los primeros nombres que nos vienen a la
memoria: Dickens, Milne, Marc Bernard, Kástner, Robert Desnos,
Thomas Mann, Jules Renard, Romain Rolland, incluso Mark
Twain, muchos autores anónimos de las "nursery rhimes" inglesas,
y tantos otros.
En esto también, como sucede a menudo, los novelistas y
artistas hacen las veces de precursores. Su sensibilidad les ha
llevado a explorar un terreno capital que la ciencia ha descuidado
hasta ahora.
Conclusión
Concluimos este trabajo sin haber agotado, ni remotamente, el
tema. En lo que respecta a la educación de los padres, la teoría está
en sus primeros balbuceos y la práctica clínica busca todavía el
ángulo desde el cual observar los fenómenos e instrumentos
correspondientes. Por otro lado, la casi totalidad de las
observaciones hechas por los embriones y los lactantes escapan a
la comprensión de los que no entienden más que el lenguaje verbal.
Sin embargo, este aporte es insustituible, dado que concierne a una
fase fundamental del desarrollo parental.
Todo lo que podamos hacer aquí será, entonces, entregaros
algunas reflexiones generales y enunciar sin mucho orden un
cierto número de cuestiones que nos hemos planteado.
Cada niño tiene una manera particular de tratar a los padres; sin
embargo, podemos intentar describir algunos estilos extremos, que
en la práctica suelen presentarse de manera mitigada. Podemos así
hablar de un estilo musculoso, practicado por los niños que llevan
a sus padres a ritmo de tambor, sin dejarles tiempo para respirar, ni
el placer de acunar ilusiones. Este estilo de educación exige por
parte del niño mucha autoridad, un juicio rápido y seguro, una
evaluación precisa de las capacidades y de la resistencia de los
padres. Tenemos también la escuela impresionista, que procede
por retoques y matices, prepara mucho cada fase y deja siempre
que los padres saquen las conclusiones por sí mismos. El estilo
flemático une una cierta brusquedad musculada con la paciencia y
el liberalismo impresionista.
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Nuestro breve estudio deja muchas cuestiones sin responder; otras
no han podido siquiera ser formuladas. Citemos algunas, a título de
inventario:
— Qué criterios permitirían definir con mayor precisión qué son
un niño, un padre, una persona mayor, un adulto, un viejo, un
joven.
— Estudiar los diferentes híbridos que encontramos en la
naturaleza, y que son, por ejemplo, niños y padres al mismo
tiempo, adultos y jóvenes, viejos y niños, padres y personas
mayores, etc.
— Parece un hecho que la diferencia entre padres y madres no
se reduce a una diferencia morfológica. Precisar estas diferencias.
— ¿Él o los dioses, fueron inventados por los niños o por los
padres?
— ¿ Por qué los padres mueren, aun cuando según toda
evidencia no tienen ganas de hacerlo ?
— Estudiar los diferentes mitos relativos a los padres, así como
las relaciones familiares extraordinariamente complejas que
encontramos en ellos y que podrían eventualmente aclarar ciertas
actitudes parentales poco comprensibles a primera vista.
— ¿ Por qué los padres tienen tanta importancia para el niño,
aun cuando desfallezcan, estén deteriorados o fuera de uso o sean,
incluso, nocivos?
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— Un capítulo interesante podría estar dedicado a los juegos de
los padres. En efecto, los padres juegan mucho, y en general, con
mucha seriedad. Hay que ver con qué aire grave juegan al bridge o
al ajedrez, se cuadran en un sillón directorial con una secretaria
que apunta todas sus palabras, o se aferran al volante de su coche.
Cuando juegan a la petanca, cuando hacen las veces de abogados
en el palacio de justicia, cuando clavan un clavo en la pared o
cubren las páginas con pequeñas cifras, no es bueno molestarlos,
ni siquiera por las cosas más importantes. Se vuelven sordos y
ciegos a todo y para todos, y algunos hasta llegan a golpear a sus
niños antes de interrumpir el juego.