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Responsabilidad solidaria

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Domingo, 22/Mar/2020 Julio L. Martínez ABC March 22, 2020

El coronavirus está afectando radicalmente a nuestra existencia colectiva e individual. Ha


conseguido activar todos los mecanismos de la responsabilidad social organizándolos en
torno al criterio de la salud pública en un estado de emergencia sanitaria, y está llevando a
invocar, como ya no recordábamos, el carácter absolutamente necesario de la
responsabilidad individual. Ante una crisis que nos desborda y amedrenta, lo que a uno le
pide el cuerpo acaso sea abandonarse en la actuación de quienes tienen los poderes
institucionales, pero es importantísimo advertir que para que las medidas colectivas sean
efectivas es imprescindible la responsabilidad personal. Responsabilidad para hacer lo
correcto en materia de prevención y del uso adecuado de los medios sanitarios;
responsabilidad para reducir al máximo la movilidad y evitar las concentraciones humanas;
responsabilidad para informarse, proteger(se) y actuar pensando en los más vulnerables...
Al final tanto la ciencia como la política o el derecho no tienen más remedio que mirar a lo
más genuinamente humano: la libertad. En medio de tanto miedo al Covid-19, toparse con la
libertad última reclama alguna reflexión.

Lo primero que me surge es decir que la responsabilidad personal no viene por ensalmo,
necesita los cultivos de la deliberación y la decisión para hacerse operativa, pues las tres
conjuntamente -«deliberación, decisión y responsabilidad» (Tillich)- forman el dinamismo de
la libertad.

La deliberación se refiere a los procesos de conocimiento que hay antes de tomar una
decisión, ponderando pros y contras, sopesando razones y teniendo muy en cuenta los
datos de la realidad. En ese sentido, deliberar forma parte de la dinámica de la libertad. En
la deliberación, el agente moral mantiene un debate consigo mismo o con otros para
formular(se) las razones de su obrar. Aunque la deliberación sea personal, nunca es
estrictamente individualista, bien porque se acude al contraste con otros, bien porque se
tienen en cuenta normas, valores o experiencias que hemos recibido.

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En la Ética a Nicómaco Aristóteles explica que no deliberamos sobre los saberes
apodícticos que son de una manera y no pueden ser de otra, ni sobre lo que no depende de
nosotros o de lo que sucede sin que tengamos ningún control o depende del azar, sino
sobre las cosas que nos afectan y sobre las que tenemos algún tipo de control e implicación.
Y dice que una sabia deliberación es la rectitud que nos sirve para distinguir el objeto que
debemos buscar, el medio que debemos emplear y el tiempo en que es preciso obrar, y que
aspira siempre al bien. Esos elementos los trató Tomás de Aquino al considerar la virtud
cardinal de la prudencia como «recta razón de lo agible».

La deliberación se ve ahondada por el discernimiento. Discernir requiere deliberar, pero va


más allá, pues implica procesos racionales, pero convoca a la «persona entera» en el
conjunto de sus dimensiones sensitivas, afectivas e intelectivas.

El proceso deliberativo/discernidor, si sigue su curso normal, desemboca en la decisión,


entendida ésta como elección entre las soluciones posibles y como querer eficaz, en vistas
a realizar lo elegido. Y es que deliberar/discernir no es por el gusto de sopesar razones, sino
para actuar eligiendo bien. Decisión, lo mismo que «escisión» o «incisión», tiene que ver
con «cortar»: decidir es optar y, necesariamente, lleva a renunciar a aquello por lo que no se
opta; «cada decisión suprime una infinidad de actos posibles» (Blondel). Es relativamente
fácil seleccionar el valor frente al contra-valor (otra cosa es que consigamos actuar de
acuerdo a lo que apreciamos como valioso), pero es mucho más difícil elegir cuando hay
conflicto de valores. La decisión aparece casi como la cara más visible de la libertad, es su
expresión externa y a veces sin marcha atrás.

Junto a las grandes decisiones que marcan toda una vida, están las pequeñas que parecen
insignificantes, pero no lo son. Entre las grandes y las pequeñas decisiones las hay
intermedias. Es decisión a decisión como construimos nuestra vida. Cada vez que nos
decidimos por la verdad, la justicia, el bien común o la solidaridad, por lo que llamamos
«valores», construimos humanidad de la buena.

En su libro «Todos los nombres» el Premio Nobel José Saramago escribe que no tomamos
nosotros decisiones, son ellas las que nos toman a nosotros. Conviene enfatizar esa
pasividad, porque libera del voluntarismo al sujeto de la acción, pero sin cruzar la línea hacia
el determinismo. «Ser tomados por la decisión» hace resonar el sentido del don que entraña
la libertad para convertirse en tarea humana.

Y el tercer elemento que conforma el dinamismo de la libertad es la responsabilidad.


Cuando decidimos es cuando sentimos que, a pesar de nuestros condicionamientos, somos
responsables ante nosotros mismos y ante los demás de los actos que realizamos. La
connotación ética del término responsabilidad es relativamente reciente, su origen está en el
ámbito jurídico, especialmente como responsabilidad consecuente, es decir, la necesidad de
que la persona responda ante el quebrantamiento de una determinada ley. Con el tiempo
fue adquiriendo también un sentido moral al introducir la responsabilidad antecedente.
Responsable es aquel que conscientemente es la causa directa o indirecta de un hecho y

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que, consiguientemente, es imputable por las consecuencias de ese hecho. Ciertamente la
responsabilidad de los actos recae sobre la persona en la medida en que éstos son
voluntarios. Eso sí, la imputabilidad y la responsabilidad pueden quedar disminuidas e
incluso suprimidas «a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los
hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales» (CEC, 1735).

Reconocemos cuatro elementos en cualquier acto de responsabilidad moral: 1) es ante todo


autorresponsabilidad; 2) entraña siempre un carácter dialógico, sea horizontal (para con
otros), sea vertical (para con Dios); 3) tiene transitividad: hace referencia a algo de lo que
hay que responder, de ahí que pueda entenderse como tarea personal o comunitaria; y 4)
evoca una estructura objetiva que se presupone como condición o se sigue como resultado:
unas mediaciones verbales o gestuales, que constituyen el canal imprescindible de toda
respuesta humana.

En los contornos de interdependencia y vulnerabilidad aguda del tiempo que vivimos, la


responsabilidad individual sigue siendo clave de bóveda de la respuesta solidaria que
tenemos que dar a los inmensos desafíos; todo lo que hacemos tiene consecuencias y no
da lo mismo hacerlo de una forma que de otra. Pero tampoco sobrecarguemos a la
responsabilidad personal, pues ésta llega a lo que llega y puede lo que puede. Me apunto a
«una filosofía modesta y realista de la responsabilidad» (Valadier).

Estamos ante una muy dura pandemia que nos exige actuar con responsabilidad,
deliberación y decisión, es decir, hacer fructificar el don de la verdadera libertad, signo
eminente de la imagen divina del ser humano, para una auténtica solidaridad.

Julio L. Martínez es rector de la Universidad Pontificia de Comillas.

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