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Texto 

Lo que intenta desmentir Estrategias argumentativas 


el enunciador del artículo 
¿Por qué dejé de ser blanco al    
llegar a California?   
 
 
 
 
 
No hay raza blanca, tampoco    
negra   
 
 
 
 
 
Adán y Eva... ¿Negros?     
 
 
 
 
¿Por qué existe el «hombre    
blanco»?  La creencia popular de que
el proceso evolutivo
persigue una mayor
complejidad o inteligencia
es totalmente errónea. La
evolución no es un plan
dirigido que encamina sus
pasos hacia un objetivo
prefijado. Lejos de ello, el
proceso evolutivo es
totalmente variable.
(hacerlo con mis propias
palabras ) 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

¿Por qué dejé de ser blanco al llegar a California?


Jaime González BBC Mundo, Los Ángeles, @bbc_gonzalez
17 julio 2015

«Tú no eres blanco, ¿de dónde eres?». Con estas palabras me recibió hace unos meses un joven
negro al que entrevisté en Los Ángeles para un artículo que escribí sobre los Blaxicans, nombre con el que
se conoce en California a los hijos de madre mexicana y padre afroestadounidense o viceversa. Después de
haber vivido durante más de seis años en EE.UU., la pregunta no me sorprendió, ya que no era la primera
vez que me tocaba responderla.
Nací y crecí en Barcelona, en el noreste de España, y aunque nunca le había dado muchas vueltas a
este asunto, siempre pensé que yo era blanco. De rasgos mediterráneos, pero blanco. ¿De qué otra manera
podía definirme? En 2009 me mudé a vivir a Miami, en el sur de Florida, y en seguida fui consciente de las
fuertes divisiones raciales que siguen existiendo en este país y del hecho de que, aquí, la definición de lo
que es ser blanco es mucho más restringida que en otros lugares. Así, por ser español pasé a formar parte
del grupo de los hispanos o latinos, en el que a partir de los años 70 el gobierno estadounidense incluyó a
todos aquellos ciudadanos provenientes de los países hispanohablantes. Sin entrar a debatir sobre su
rigurosidad, existe acuerdo en que el concepto de latino hace referencia a una lengua y una cultura
comunes. Pese a ello, muchos en EE.UU. creen erróneamente que se trata también de una categoría racial,
algo que se me hizo evidente cuando, a mediados de 2013, me mudé a California para trabajar como
corresponsal de BBC Mundo.
Brown
En conversaciones informales con mis nuevos compañeros de oficina -la mayoría de los cuales son
británicos, australianos y estadounidenses de origen anglosajón- me di cuenta de que hacían una distinción
entre ellos, los blancos, y nosotros, los latinos o «browns» (marrones). «Brown» es la palabra que se utiliza
en EE. UU. para describir la raza de todo aquel que no es ni blanco ni negro. También viví situaciones
similares con algunos entrevistados y con amigos estadounidenses, que hablaban de la «gente blanca»
(white people) como de un grupo al que yo no pertenecía.
La semana pasada volví a reflexionar sobre este asunto al leer el titular que, con algunas variaciones,
publicaron la mayor parte de medios en inglés en EE. UU.: «Los hispanos ya superan en número a los
blancos en California». Me vino a la cabeza una pregunta que me he hecho en multitud de ocasiones en los
últimos años: ¿por qué en este país cuesta tanto entender que los hispanos somos una comunidad
multirracial y que también hay hispanos blancos, igual que los hay negros o asiáticos? La realidad es que
muchos estadounidenses de origen anglosajón y tradición protestante, no consideran blanco a nadie que
provenga de América Latina o España, a no ser que sea rubio y de ojos claros, aunque a veces ni con esas.
¿Hispano quizás?
Para cerciorarme una vez más de que lo que les estoy contando es así, el día antes de ponerme a
escribir este artículo, hice un experimento con un compañero inglés de la BBC que lleva más de 20 años
viviendo en California. «¿Si tuvieras que rellenar el formulario del censo por mí, en qué categoría racial me
incluirías?», le pregunté. Se quedó pensativo y me dijo: «Bueno, no eres blanco ni negro… ¿hispano
quizás?». Le recordé entonces que «hispano» no es una raza sino una categoría étnica y algo desconcertado
me respondió: «Tienes razón, así que no sé».
Una contestación similar me dio otra colega de la oficina nacida en EE. UU. en el seno de una familia
de origen mexicano y que, tras quedarse mirándome un buen rato tratando de encontrar la respuesta en mis
rasgos faciales, también escogió «hispano» como mi raza. La pregunta que les hice a mis compañeros no la
elegí al azar, ya que precisamente la primera vez en mi vida que tuve que especificar en un documento
oficial la raza a la que pertenezco fue cuando me mudé a vivir a EE. UU., y participé en el censo de
población de 2010.
Más hispanos blancos
En esa encuesta los ciudadanos provenientes de países hispanohablantes primero han de seleccionar un
grupo étnico. A excepción de los mexicanos, puertorriqueños y cubanos, que son censados por separado
por ser los más numerosos, aquellos que provienen de los países de América Latina y de España, están
incluidos en el grupo de «hispanos o latinos». A continuación, se ha de elegir entre una larga lista de razas,
que incluye la negra, la blanca, la de los indígenas americanos y «otras». En mi caso, aunque dudé si
incluirme en la categoría de «otras», opté por la blanca, que es la que hubiera elegido antes de mudarme a
este país. Eso fue también lo que hicieron más de la mitad de los hispanos (53%) que contestaron a esa
pregunta y que se identificaron como blancos. Un dato curioso de esa encuesta es que entre 2000 y 2010,
2,5 millones de latinos -de una población total de más de 50 millones- cambiaron de raza, pasando a
incluirse en la categoría de los blancos.
Los medios en EE. UU. interpretaron ese hecho como un signo de que los hispanos aspiran a integrarse
en la mayoría blanca, igual que hicieron hace un siglo italianos e irlandeses quienes, como señalaba el
diario New York Times en un artículo, «no eran considerados universalmente blancos». También podría
verse como una muestra de los privilegios de los que han gozado los blancos en EE. UU. desde la
fundación del país, y de la discriminación que todavía sufren las minorías raciales, que aspiran a cambiarse
de raza, aunque solo sea sobre el papel.
¿Importa entonces que en EE. UU. a uno no le consideren blanco? Me gustaría pensar que no, aunque
la realidad nos cuenta una historia muy diferente. En mi caso, vivir en este país me ha enseñado la gran
cantidad de matices que existen a la hora de hablar de la raza, un concepto de por sí controvertido, que
muchos consideran desfasado, pero que aquí sigue tan vigente como siempre.
No hay raza blanca, tampoco negra

Al decir de alguien que es blanco o negro, es posible que pensemos que pertenece a una categoría biológica
definida por su color. Mucha gente cree que la pigmentación de la piel refleja la pertenencia a una raza,
entendiendo esta como la define la Real Academia Española en su segunda acepción: “cada uno de los
grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por
herencia”. Y, sin embargo, esa noción, en el caso de nuestra especie, carece de sentido. Porque desde un
punto de vista biológico, las razas humanas no existen.
En la piel hay melanocitos, células que producen y contienen pigmentos. Hay dos tipos de pigmentos,
llamados genéricamente melanina; uno es marrón parduzco (eumelanina) y el otro, rojo amarillento
(feomelanina). El color de la piel depende de la cantidad y la proporción de ambos. Y se da la circunstancia
de que ese rasgo depende de diferentes genes; unos inciden en la cantidad de pigmento en los melanocitos y
otros sobre la proporción entre los dos tipos de melanina. Es más, colores muy similares puede ser el
resultado de diferentes combinaciones de esos rasgos básicos y obedecer a configuraciones genéticas
diferentes.
Los africanos, en general, son de piel oscura. Los Dinka, de África oriental, la tienen muy oscura, mientras
que los San, del sur del continente, la tienen más clara. Los nativos del sur de la India, Nueva Guinea y
Australia también son de piel oscura. En el centro de Asia y extremo oriente, así como en Europa, las pieles
son, en general, claras. Y los nativos americanos las tienen de diferente color, aunque no tan oscuras como
los africanos.
Si nos atenemos al color de la piel escondida bajo el grueso pelaje de los chimpancés, lo más probable es
que nuestros antepasados homininos la tuviesen clara. En algún momento hace alrededor de dos millones de
años, los miembros de nuestro linaje vieron reducido el grosor y consistencia del pelaje, hasta convertirse en
una tenue capa de vello en gran parte de la superficie corporal. Pero esa transformación trajo consigo la
exposición de la piel a la radiación solar ultravioleta, que podía causar cáncer y, además, eliminar una
sustancia de gran importancia fisiológica, el ácido fólico. Seguramente por esa razón se seleccionaron
variantes genéticas que oscurecían la piel, porque la melanina la protege evitando los daños citados.
Los seres humanos nos hemos expandido y llegado así a casi todas las latitudes. Esos movimientos han
expuesto la piel de sus protagonistas a muy diferentes condiciones de radiación. Y al igual que un exceso de
radiación ultravioleta puede ser muy dañino, su defecto también lo es, pues sin ella no se puede sintetizar
vitamina D, cuyo déficit provoca raquitismo y otros problemas de salud. Por esa razón, sin descartar otras
posibles, la piel humana se ha ido aclarando en diferentes zonas geográficas bajo la acción de la selección
natural. Además, los movimientos de población han propiciado la mezcla de distintos linajes, cada uno con
sus rasgos genéticos y características pigmentarias, para dar lugar a múltiples configuraciones.
El color de los seres humanos actuales es el resultado, por tanto, de una compleja secuencia de eventos
biológicos y demográficos, y no es posible delimitar biológicamente unos grupos y otros. Las diferencias en
el color de la piel no tienen correspondencia en innumerables otros rasgos que también varían y lo hacen
según otros patrones y por efecto de otras presiones selectivas. No hay, pues, fundamento para invocar la
existencia de razas. Como tampoco lo hay para justificar, sobre bases inexistentes, otras diferencias.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la
Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
https://culturacientifica.com/2019/05/12/no-hay-raza-blanca-tampoco-negra/
Texto 3
Adán y Eva... ¿Negros?
2000-09-04 00:00:00
Definitivamente se encuentra descartada la teoría del origen europeo o blanco del humano, aunque los
científicos aún se niegan a aceptar que el tronco de todas las razas fue un «homo habilis» de piel renegrida y
labios gruesos. Melanina, pigmento indefinido de color negro que se halla normal o patológicamente en los
organismos, nos demuestra que nuestros primeros padres, inicialmente, Adán, evolucionó en los
paradisíacos parajes del África Ecuatorial. Cediendo posiciones, ubican al humano originario en la India y le
dan una antigüedad de cinco a diez millones de años.
El doctor Elwyn L. Symons, profesor de la Universidad de Yale, presentó ante sus colegas una bien
preservada mandíbula que, según dijo, pertenece a una nueva clase de Gigante Pithecus. Declaró que el fósil
encontrado en las formaciones de exquisitos Dhok Pathan, pertenece a un simio parecido al hombre. La
formación de referencia es considerada de mediados de la era pliocena.
Symons restó méritos al Kenyapitecus Africanus hallado en el continente negro por el doctor Louis S. B.
Leakey. Los fósiles descubiertos por Leakey conmocionaron al mundo con su hallazgo y desde entonces, los
antropólogos tradicionalistas no han desaprovechado ninguna oportunidad para vapulearlo. Esto se debe a
que las conclusiones científicas derivadas del espécimen africano, han venido siendo aprovechadas
políticamente por los propugnadores de un racismo particular, tipo «poder negro». Sin embargo, los
científicos de la nueva generación, libres de prejuicios y sin compromisos, han llegado, inclusive a
demostrar que la mutación de la piel del negro al blanco a través del tiempo es biológicamente posible.
Por su parte, y como respuesta adelantada a Symons, el británico Leakey presentó la prueba de que el
hombre comenzó a tecnificarse en las cálidas tierras africanas. Se trata de un martillo rudimentario de piedra
que un remoto antepasado africano del hombre moderno se ingenió para producir hace doce millones de
años. Ese ser signado como Kenyapithecus Wickerry abría con su martillo las cabezas y los huesos de los
animales para enriquecer su dieta, hasta entonces vegetal.
Por ello, esta teoría aceptada y sustentada por el religioso jesuita Angelo Serra, profesor de genética de la
Universidad Católica de Roma, afirma que Adán y Eva eran africanos y vivieron hace cerca de doscientos
mil años en África sur o sur este.
Serra expuso su tesis durante la Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida, que abrió sus
labores el lunes 23 de febrero del presente año en el Vaticano. El religioso subrayó que su tesis la comparten
la mayoría de los sabios basándose en una serie de investigaciones hechas en universidades y centros de
estudios estadounidenses de California y Arizona.
Las investigaciones hechas en 1996 permitieron descubrir a Eva, gracias al análisis del DNA de
mitocondrias (pequeña esfera que constituye el condrioma celular), transmite la madre a sus descendientes.
Otras investigaciones realizadas el año pasado, «permitieron encontrar a Adán a través del análisis del DNA
del cromosoma 'Y'», declaró el religioso.
«El Edén o paraíso terrestre, donde el humano apareció por primera vez con la estructura biológica del
humano moderno hace 100/200 mil años, debería entonces encontrarse en una región del sur o sur este de
África», afirmó Serra, refiriéndose a otras investigaciones terminadas en enero en las mismas universidades
americanas.
«Desde esas regiones, el hombre moderno (Homo Sapiens) se desarrolló hacia Asia y Europa, en donde hace
30/50 mil años se formaron los ancestros de las actuales poblaciones», dijo.
* Publicado en el Boletín Cimarronas No. 4, agosto de 1998
https://www.movimientos.org/es/mujerafro/show_text.php3%3Fkey%3D95

Texto 4
¿Por qué existe el «hombre blanco»?
La creencia popular de que el proceso evolutivo persigue una mayor complejidad o inteligencia es
totalmente errónea. La evolución no es un plan dirigido que encamina sus pasos hacia un objetivo prefijado.
Lejos de ello, el proceso evolutivo es totalmente variable, siempre en función de las condiciones
ambientales reinantes, de los recursos disponibles y del material biológico a su alcance.
Esto hace que un carácter que en un momento dado sea desfavorable para su portador y, por lo tanto, se vea
seleccionado negativamente, pueda convertirse en algo beneficioso debido a un cambio ambiental o a la
colonización de un nuevo hábitat, invirtiendo su tendencia y siendo favorecido por la selección natural.
Podemos aclarar este aspecto con un ejemplo bien conocido. La coloración de la piel de los seres humanos
se debe fundamentalmente a un pigmento, la melanina, que producen los melanocitos de nuestra dermis. Su
función en la piel es proteger el ADN de la nociva radiación solar.
En latitudes cercanas al ecuador, donde se originó nuestra especie, esta adaptación favoreció la
supervivencia del Homo sapiens, y de una forma aún más acusada debido a la falta de protección que
supuso la pérdida del pelo corporal. Por ello, los grupos étnicos de regiones ecuatoriales presentan una
coloración más oscura en la piel, fruto de esta adaptación. Pero, ¿por qué no tenemos todos la piel oscura de
nuestros ancestros? Para explicarlo debemos buscar a los responsables: la vitamina D y el calcio.
A pesar de que demasiada radiación solar es dañina, el cuerpo humano necesita cierta cantidad para activar
la Vitamina D que se encuentra en forma de precursor en nuestra piel. Esta vitamina es vital para el correcto
desarrollo óseo, y su ausencia produce, entre otras patologías, el conocido raquitismo.
Cuando los primeros humanos abandonaron África y ascendieron hacia el norte, la pigmentación se
convirtió paulatinamente en un problema: con menos intensidad de radiación solar, las altas
concentraciones de melanina resultaban tan excesivas que no solo no eran útiles para la protección del
ADN, sino que impedían la síntesis de Vitamina D.
Así, el presentar una menor concentración de melanina pasó a ser una ventaja en lugar de un inconveniente
y generación tras generación, aquellos grupos humanos fueron perdiendo la coloración oscura a medida que
se alejaban del ecuador. El resultado es el que vemos hoy: las coloraciones oscuras prevalecen en las zonas
ecuatoriales, mientras que las pieles más claras son típicas de latitudes más boreales. Como vemos, nada
más lejos de un plan prefijado hacia la supremacía intelectual del hombre blanco, como se pensó a lo largo
de gran parte de nuestra historia.
La ciencia y sus demonios

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