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Miguel Díez R.
Etimológicamente, cuento proviene del vocablo latino computum, cuenta o
cálculo, que, por un fenómeno de traslación y deslizamiento semántico,
pasó de la enumeración de objetos a la de hechos sucedidos, sucesos o
acontecimientos fingidos; como dice Enrique Ánderson Ímbert, el cómputo
se hizo cuento. De una manera muy sencilla y general, el cuento podría
definirse como la narración de una acción ficticia, de carácter sencillo y
breve extensión, hecha con fines morales o recreativos, de muy variadas
tendencias a través de una rica tradición popular y literaria.
Hay dos clases de cuentos: los populares de tradición oral y los
literarios. En cuanto a los primeros fue Ramón Menéndez Pidal (1864-
1968) quien recalcó la importancia de la expresión tradición oral para
designar un tipo de literatura –mitos y leyendas, romances, canciones y
baladas y, desde luego, cuentos– y distinguirlo de lo puramente popular, es
decir, la simple recepción o aceptación por el pueblo –sin ninguna
intervención por su parte– de una obra en cuanto que satisface sus gustos.
La palabra tradicional se refiere a la reelaboración oral por medio de las
variantes introducidas por muchos individuos, no coetáneos sino sucesivos,
que son la forma en que el pueblo como colectividad interviene en la
composición literaria. El pueblo es autor mediante ese perenne fluir de las
variantes y no tiene nombre porque es el inmenso anónimo; su único
nombre –como decía el citado estudioso– es legión y su fecha son los
siglos.
La diferencia entre el cuento popular de tradición oral y el literario es fácil
de establecer. El cuento popular es, como ya está dicho, una narración
tradicional de transmisión oral que se presenta en múltiples versiones,
coincidentes en la estructura pero discrepantes en los detalles. Todas sus
características devienen de lo anteriormente dicho: la anonimia y las
variantes, el carácter de bien de todos, la universalidad, su simplicidad,
esquematización y uniformidad. Aunque hay muy diversas clases de este
tipo de cuentos, los llamados maravillosos son los más importantes y
conocidos. Se trata de relatos imaginativos y fantásticos por la abundancia
de elementos maravillosos –seres sobrenaturales como hadas, brujas,
gigantes, sucesos extraordinarios… –, generalmente en prosa, sin ninguna
pretensión moral, de pura diversión o entretenimiento para el oyente que,
además, nunca reclamará su credibilidad. Un clima de gracia primitiva, de
ingenua frescura envuelve este mundo atemporal y de ensueño.
En cambio, el cuento literario es concebido y trasmitido mediante la
escritura y presenta una marcada voluntad de estilo, o sea, una forma
literaria cuidada y específica, esa y no otra -sin ninguna posibilidad de
variantes o cambios-, creada por un autor con nombre y apellidos,
enmarcado en un “aquí” y “ahora” concretos. El autor, mediante esa
narración tan breve y en apariencia tan frágil, intenta transmitir lo que, con
libre imaginación y consciente de su originalidad, ha querido fabular o
ficcionar; es decir, las vivencias, los sentimiento y las ideas, la alegría y el
dolor -“los gozos y las sombras”- del complejo mundo que habita.
Este tipo cuentos, el literario, es el que comparamos con la novela.