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La seda es una fibra contínua, fina y lustrosa que, durante siglos, ha sido
considerada la reina de las fibras: en tiempos pasados hubo períodos en los
cuales la seda, debido a su rareza, se consideraba un artículo de lujo muy
cotizado.
Las fibras de seda tienen una sección transversal triangular con esquinas
redondeadas. Esto refleja la luz en diferentes ángulos, dando a la seda un
brillo especial.
La seda es una de las fibras naturales más fuertes, pero pierde hasta el 20% de
su fuerza cuando está húmeda. Se dice que un cable de seda del grosor de un
lápiz sería capaz de detener a un Boeing 747 en pleno vuelo.
Su elasticidad va desde moderada a pobre: si se estira más allá de un cierto límite de fuerza, tarda
un tiempo en recuperar su forma previa.
Es un tejido sensible a la luz solar, pudiéndose debilitar su estructura si se expone mucho al Sol.
También es especialmente vulnerable a la acción de los insectos, sobre todo las polillas, si está
sucia.
En contacto con la piel produce una sensación de calor desde el primer momento; la caída es
mejor que la de cualquier otra fibra; resiste los ácidos pero no lo alcalinos fuertes: el cloro la daña,
se blanquea con agua oxigenada.
Las sedas silvestres se conocen y utilizan en muchos países desde tiempos remotos, aunque la
escala de producción es mucho menor que el obtenido de los gusanos de seda cultivados. Los
capullos y nidos de seda suelen parecerse al papel o la tela, y su uso ha surgido de forma
independiente en muchas sociedades.