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ORATORIA FORENSE

Quienes lean las Catilinarias de Cicerón se sumergirán en una emocionante trama de


espionaje, conspiración, asesinato e investigación criminal y lanzarán una profunda mirada
a la situación política y social de la República romana durante el periodo de su decadencia.
Al mismo tiempo, se enterarán de datos interesantes sobre el autor, el político Marco Tulio
Cicerón. Esta fidelidad absoluta al corporativismo romano se puede explicar debido a su
origen: Cicerón era un advenedizo, un homo novus, y la vehemencia con la que defendía el
liderazgo de la elite romana contra el descontento del pueblo muestra claramente su orgullo
por haber llegado a la cima. Su oponente, Lucio Sergio Catilina, no era un verdadero
reformador ni un defensor de la gente humilde, sino más bien un ambicioso aventurero.
Pero lo seguían los endeudados, los necesitados y los expropiados. En retrospectiva, se
puede decir que la actitud intransigente de Cicerón frente a las demandas legítimas de estos
grupos sociales aceleró el derrocamiento del orden tradicional. El salvador de Roma, como
se describe a sí mismo en las Catilinarias, era en realidad un héroe trágico.
PRIMER DISCURSO ¡SE ACABO EL JUEGO!
Se descubre la conspiración de Catilina. Roma está sobre aviso y se ha reforzado a los
guardias. También se ha convocado al Senado para informarle de las actividades de
Catilina, quien ha reunido a las tropas enemigas en Etruria y planea una guerra civil y un
violento golpe de Estado en Roma. Cicerón se ha enterado de lo que hizo Catilina la
penúltima noche: en casa de M. Leca tuvo lugar una reunión conspirativa de Catilina con
sus cómplices que, por cierto, son figuras completamente corruptas.
“¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia, Catilina? ¿Hasta cuándo se burlará
todavía de nosotros tu insensatez? ¿A qué extremos llegará tu desenfrenada audacia”?
La conspiración es profunda; incluso algunos de los senadores participaron en la reunión.
Se discutieron en detalle los planes golpistas, el momento del ataque, la manera de proceder
y las funciones que debían asignarse a los respectivos conspiradores. Pero Cicerón está al
corriente de todos los detalles. También sabe que, en la reunión, se decidió asesinarlo esa
misma noche. Pudo evitar ese ataque al atrincherarse en su casa y no dejar entrar a los
mensajeros de Catilina. Este no es el primer atentado golpista de Catilina, quien ha
intentado varias veces enviar a su archienemigo al otro mundo, pero siempre en vano.
A pesar de que los planes de Catilina han sido descubiertos, este tiene la insolencia de
presentarse en el Senado, aquí, ante los ojos de aquellos cuya muerte planea. Debería
haberle hecho sospechar el silencio unánime que lo recibió y que los senadores se alejaran
visiblemente de él. Si sus padres se hubieran alejado de Catilina de esa manera, estaría
avergonzado, pero ahora que su patria se aleja de él, ¡qué extraño es que permanezca
impasible! También el ambiente de las calles está en contra de Catilina. Por su culpa, los
romanos, tanto caballeros como ciudadanos, enojados y preocupados, se han reunido en
torno al Senado.
“¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! ¡El senado lo sabe, el cónsul lo ve y, sin embargo, este
hombre vive”!
Aunque ya desde hace 20 días existe una decisión del Senado contra Catilina, que le otorga
a los cónsules plenos poderes para llegar incluso a la pena de muerte, estos –incluido
Cicerón– todavía están dudosos respecto a su aplicación. Catilina, sin duda, merecía morir,
él, que planeaba incendiar Roma, asesinar romanos y devastar toda Italia. En la historia de
Roma, crímenes mucho más inofensivos se expiaron con la muerte.
Sin embargo, Cicerón no quiere exponerse a que le hagan reproches de severidad excesiva
y exigir una ejecución. No, Catilina debe seguir con vida. Debe renunciar a sus planes o
escapar junto con todos sus seguidores. De todos modos, en Roma está acabado. No puede
esperar nada de sus conciudadanos, porque se ha desacreditado por completo debido a su
disipado modo de vida. Además, carga con todas las culpas imaginables y cometió
innumerables crímenes. El silencio del Senado debe interpretarse como una aprobación de
la acusación de Cicerón y como un exhorto a Catilina para que se exilie voluntariamente.
Pero es evidente que Catilina no acatará el exhorto, sino que continuará con sus planes
golpistas contra Roma.
“Nada haces, nada intentas, nada piensas que yo no oiga o vea o sepa con certeza”
Su gente ya lo está esperando. Catilina debe reunirse con ellos y con las tropas de C.
Manlio y comenzar la guerra. Cicerón considera que esto es lo mejor. Aunque sospecha que
más tarde le echarán en cara haber dejado huir a un peligroso enemigo del Estado, cree que
está haciendo lo correcto por dos razones. Por un lado, todavía hay romanos que abrigan
dudas sobre la peligrosidad de Catilina, así que a estos habría que aportarles la última
prueba. Por el otro, Catilina debe irse a fin de que se revele la dimensión de la conspiración
para que, de una vez por todas, se extraiga la raíz del mal… porque sus cómplices saldrán
arrastrándose de sus agujeros. Si, por el contrario, ejecutaran a Catilina, nunca se sabría
cuán grande era el resto de la conspiración. Así que ¡fuera Catilina y sus seguidores! Los
cónsules, los caballeros y los buenos se preocuparán de que los habitantes de la ciudad se
sientan seguros de nuevo. Júpiter hará su parte.
SEGUNDO DISCURSO: EL PERIODO ESTA CONJURADO
Catilina puso pies en polvorosa a lo largo de la Vía Aurelia, supuestamente rumbo al exilio
en Masilia. En realidad, era probable que fuera a unirse a las tropas de Manlio en Fesulano.
De cualquier modo, Roma estaba a salvo. Los ciudadanos podían respirar. No podían culpar
a Cicerón de que Catilina no fuera arrestado y ejecutado porque la estrategia de Cicerón
funcionó por completo: si hubiera cortado la cabeza de la rebelión, el cuerpo habría seguido
vivo en secreto y Cicerón habría estado expuesto a la hostilidad de aquellos para quienes la
culpa de Catilina no había sido probada. Pero ahora, todo el alcance de la conspiración sale
a la luz. Por desgracia, no todos los simpatizantes de Catilina han desaparecido junto con él.
Algunos no se han atrevido a salir del encubrimiento. Pero Cicerón sabe con quién está
tratando y seguirá estando atento. Todos tienen la libertad de dejar la ciudad. Cicerón
prefiere que el enemigo esté afuera de los muros que adentro. En todo caso, en una lucha
abierta, los catilinarios no son de temer. Sus tropas están constituidas por elementos
sumamente dudosos. Las tropas romanas regulares, como por ejemplo las legiones galas,
son muy superiores a ellas. Los peligrosos son solo los conspiradores que se quedaron en
Roma.
Cicerón podría ser acusado de haber expulsado violentamente a Catilina de la ciudad, pero
no teme tales acusaciones. No deja que nada lo desvíe de su misión. Serenamente soportaría
todos los ataques, incluso la muerte, si eso no le impidiera seguir protegiendo a Roma de
los conspiradores. Porque ahora es el momento de hacer limpieza. Algunos de los
seguidores de Catilina bien podrían ser disuadidos de sus planes. Para ello, se debería
desendeudar, mediante una subasta forzosa, tal vez solo a aquellos deudores que esperaban
que Catilina les condonara sus deudas, o convencer a los arribistas y ambiciosos de que no
se beneficiarían de ninguna manera bajo la tiranía de Catilina.
“Con estas proféticas palabras, márchate, Catilina, a esa guerra criminal y vil… para el bien
de la república y para tu desdicha y perdición”
Los demás deben ser erradicados sin clemencia. Roma tiene que deshacerse de ellos como
de una enfermedad. De todos modos, los que se reunieron en torno a Catilina son la escoria
de la sociedad: bebedores, jugadores, deudores, libertinos, promiscuos y actores. El propio
Catilina es un pervertidor de la juventud, el vicio personificado, un archivillano involucrado
en todos los crímenes de los últimos tiempos y aliado con todos los criminales. Pero los
romanos han logrado liberarse de él y sus cómplices. La virtud siempre gana contra el
vicio. Además, Cicerón ha tomado precauciones básicas. Los romanos no deben sentir
temor. La ciudad está suficientemente asegurada con guardias. Las tropas bajo el mando de
Q. Metelo marchan ya contra Catilina. Las colonias y municipios también están preparados.
Los dioses les darán la victoria a los buenos.
TERCER DISCURSO:RETROSPECTIVA DE LOS ACONTECIMIENTOS
Con ayuda de los dioses Cicerón ha conjurado el peligro de la conspiración de Catilina y
merece honor y gloria. Ahora el pueblo debe saber cómo lo llevó a cabo. Cuando Catilina
salió de Roma algunos de sus cómplices se quedaron atrás. Con gran esfuerzo Cicerón
logró localizarlos. Los observó y pudo enterarse de que P. Léntulo había abordado a los
enviados de la tribu gala de los alóbroges y los había convencido de urdir una guerra al otro
lado de los Alpes y provocar disturbios en el resto de la Galia. T. Volturcio debía
acompañar a los alóbroges en su camino de regreso a casa. También llevaba cartas en su
equipaje para Catilina. Cicerón hizo que un grupo selecto de hombres armados salieran a
interceptar a los alóbroges.
“Me parece estarlos viendo en sus orgías, abrazando mujeres impúdicas, flácidos de vino,
saturados de manjares, coronados con guirnaldas, cubiertos de ungüentos, debilitados por la
lujuria, eructando discursos de matar a los buenos e incendiar Roma”
Las cartas fueron confiscadas y los alóbroges fueron llevados ante Cicerón a la mañana
siguiente. Además, hizo que le llevaran a los catilinarios que se habían quedado en Roma,
G. Cimber, L. Estatilio, C. Catego y P. Léntulo y dejó que el Senado se reuniera. Los
alóbroges confesaron su participación y acusaron a los conspiradores, especialmente a
Léntulo. Se vieron obligados a acudir con tropas montadas en ayuda de los conspiradores.
Los galos le aconsejaron a Cicerón que registrara la casa de Catego. Efectivamente, allí
encontraron una gran cantidad de armas. Volturcio también admitió que Léntulo le había
dado una carta a Catilina con la orden de atacar. El plan era incendiar Roma y masacrar a
los habitantes. Después de que Cicerón leyó las cartas en cuestión a los senadores, los
acusados confesaron sus actos. A continuación, el Senado acordó severas sanciones contra
los conspiradores y agradeció a Cicerón sus heroicos esfuerzos para salvar su patria.
Después de renunciar a su puesto como pretor, P. Léntulo y ocho de sus aliados fueron
arrestados. Los demás conspiradores permanecieron sin ser molestados. Se realizó un
festejo de agradecimiento en honor a Cicerón que fue un acontecimiento único en la
historia de Roma. Hasta entonces, nunca se le había concedido ese privilegio a un civil.
Cicerón dijo que los dioses lo habían ayudado tal vez enviando señales: una vez, un rayo en
el Capitolio destruyó unas estatuas de algunos dioses y héroes, así como las tablas de la ley.
Los sacerdotes recomendaron, en ese entonces, que apaciguaran a los dioses con diez días
de juegos y la construcción de una nueva estatua más grande de Júpiter; de lo contrario,
Roma sería amenazada con la destrucción como consecuencia de conspiraciones y guerra
civil. Pero apenas hoy –precisamente hoy– la estatua se terminó. Y en el momento de su
colocación, la conspiración de Catilina se fue a pique. Eso prueba que los dioses estaban
metidos en el juego. Los ciudadanos deberían estar agradecidos por haber podido escapar
casi ilesos de su ruina. Los conflictos anteriores siempre exigían un alto tributo de sangre.
En general, la operación de rescate de Cicerón es única, ya que Roma nunca había estado
amenazada por algún peligro comparable. Y, sin embargo, Cicerón no quiere ningún
agradecimiento material, solo el recuerdo eterno de su acto. Los ciudadanos también
deberían cuidar de que más tarde no sufra perjuicios por su intervención. Cicerón se
imagina en el nivel más alto de la fama. Los ciudadanos deberían ir a casa y agradecer a los
dioses.
CUARTO DISCURSO: ESTA BIEN LO QUE BIEN ACABA
Los senadores no deben preocuparse por Cicerón ni tener en cuenta su seguridad, sino
pensar en sí mismos y sus familias. Como cónsul, Cicerón está obligado a sacrificarse por
el bien del Estado. Solo eso merece su atención. Él se hará cargo de las consecuencias de
sus acciones. El Senado ya le agradeció por salvar a Roma. Se han tomado las resoluciones
necesarias para superar la crisis del Estado. Los culpables han sido arrestados y se ha
recompensado a los alóbroges.
“¡Qué tarea tan miserable la de dirigir el Estado y, más aún, conservarlo”!
Cicerón quiere saber que los conspiradores fueron castigados. El juicio debe llevarse a cabo
hoy. En él debe tomarse en consideración la dimensión completa de la conspiración: los
numerosos participantes y seguidores de Catilina y la propagación del movimiento a las
provincias. Ahora depende de una acción rápida y decidida. Existen dos propuestas: D.
Silano exige la pena capital para todos los conspiradores y C. César pide prisión de por
vida. Silano se remite a casos precedentes de la historia de Roma. Con frecuencia, los
ciudadanos sin conciencia han sido castigados con la muerte. César, en cambio, dice que la
prisión es un castigo mucho más severo que la muerte. La aplicación de la propuesta de
César le daría a Cicerón una ventaja personal: se vería menos amenazado por las
hostilidades. Porque otra vez los populares son veleidosos en cuanto a la valoración de la
conspiración.
“Una guerra interna y en el propio país, la mayor y la más cruel de la que los hombres
tengan memoria, sin más general ni jefe que yo, un hombre de toga”
Pero los senadores no deberían dejarse influir por tales consideraciones. Sería preferible
que juzgaran de una manera demasiado estricta a que juzgaran con demasiada indulgencia.
El crimen de los catilinarios no tiene precedente. Tampoco deberían pensar que Roma no
está preparada para enfrentar las consecuencias del veredicto. Por el contrario, muchos
romanos están preparados para defender el orden público: ciudadanos, caballeros,
funcionarios, libertos e incluso esclavos. Gracias al trabajo de Cicerón las diferentes clases
se reconciliaron desde la crisis y restauraron la unidad interna de Roma. Los catilinarios no
tienen ninguna posibilidad de incitar a los romanos contra el Estado. Los ciudadanos
quieren, sobre todo, una cosa: tranquilidad. Quieren seguir su vida, su oficio y sus negocios
en paz. Todo esto debe ser considerado por los senadores a la hora de sentenciar, sin tener
en cuenta a Cicerón. Él ha sido suficientemente recompensado con su fama como salvador
de Roma y no teme a los numerosos enemigos que se ha ganado con sus actos. Se ve a sí
mismo en una fila con grandes romanos como Escipión, Mario o Pompeyo. Sea lo que sea
que decidan los senadores, Cicerón quiere ponerse totalmente al servicio de su fallo.
Los cuatro discursos que tenemos hoy no fueron editados y publicados sino hasta tres años
después de que Cicerón los hubiera pronunciado. De los discursos, el primero y el cuarto
están dirigidos al Senado, el segundo y el tercero, al pueblo. Esa demora temporal era
común en aquel entonces y los oradores podían hacer publicidad a sus habilidades retóricas
mediante una “cartera”. Pero en tal elaboración también tenía lugar una distorsión: por
ejemplo, el discurso escrito carecía de cualquier medio de expresión no escrita como los
gestos, la mímica, la entonación y demás que forman una parte indispensable del discurso.
En el caso de las Catilinarias, sucede que el vanidoso Cicerón tuvo pocos escrúpulos para
manipular la presentación de los acontecimientos a su favor. Pero es probable que tampoco
en los discursos pronunciados haya sido demasiado exacto con la verdad. Las calumnias
arbitrarias y a menudo desmesuradas, la exageración y la idealización se consideraban usos
retóricos. Los rebuscamientos estilísticos (“Se marchó, huyó, desapareció, salió
precipitadamente”) correspondían al gusto de la época, al culto grecorromano a la forma.
Sin lugar a dudas, Cicerón reforzó otra vez este aspecto en la elaboración escrita. La
estructura interna de los discursos individuales sigue esencialmente el esquema clásico:
introducción (proemium), exposición (narratio), argumentación (argumentatio) y
conclusión (conclusio). Sin embargo, los discursos sostenidos ante el pueblo son más de
carácter informativo –deberían informar a los oyentes–, mientras que los presentados al
Senado son argumentativos. Los elementos manieristas mencionados también tienen, en los
cuatro discursos, el propósito de entretener al público. Las funciones clásicas del discurso,
persuadir (docere), conmover (movere) y deleitar (placere), están elegantemente
equilibradas a lo largo del texto.

PLANTEAMIENTOS DE INTERPRETACION
 Los discursos reflejan las condiciones políticas y sociales hacia el final de la
República romana. Gracias a la perspectiva privilegiada del autor se examina aquí
toda la problemática: las tensiones socioeconómicas, el descontento justificado del
pueblo y el fracaso de la elite política.
 A pesar de la abundancia de visiones históricas, las Catilinarias son una
deformación burda de los acontecimientos. En su búsqueda de gloria Cicerón
exagera desmedidamente la importancia de la conspiración de Catilina para que sus
propias hazañas brillen con una luz más intensa.
 Los discursos revelan algunas de las contradicciones de la personalidad de Cicerón:
el cónsul se muestra a sí mismo como un administrador de crisis capaz, pero ignora
las verdaderas causas del problema. Se sacrifica desinteresadamente por el interés
general y, sin embargo, se muestra patológicamente vanidoso y egocéntrico. Su
rigurosa toma de partido por el orden tradicional y contra las innovaciones políticas
desde abajo contrasta con su propia evolución como advenedizo que, en principio,
no pertenece al establishment que defiende.
 En el cuarto discurso Cicerón insiste en exponer una vez más su idea favorita de la
concordia de todas las clases (Concordia ordinum). Según esta idea, todos los
problemas sociales desaparecen espontáneamente, si todas las clases trabajan juntas.
IDEAS FUNDAMENTALES
 Las cuatro Catilinarias (también conocidas como Discursos contra Catilina) de
Marco Tulio Cicerón son consideradas como un logro brillante de la retórica
romana antigua.
 Contenido: El ambicioso Catilina planea un golpe de Estado con algunos cómplices,
pero no contaba con Cicerón. El cónsul elocuente hace uso de todos los recursos de
su saber para detener al usurpador. Consigue la condena de Catilina y en la
República lo festejan como héroe.
 El agradecimiento de los romanos no duró mucho: muy pronto acusan a Cicerón de
haber ejecutado a los conspiradores sin el debido proceso.
 El texto constituye una fuente histórica valiosa; pero debe leerse con escepticismo
debido al culto a sí mismo de Cicerón.
 Las Catilinarias reflejan las tres exigencias fundamentales de la retórica antigua:
persuadir, conmover y deleitar.
 El contexto histórico es el del final de la República romana, que se caracterizó por
las tensiones socioeconómicas.
 Cita: “¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! ¡El senado lo sabe, el cónsul lo ve y, sin
embargo, este hombre vive!”

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