Está en la página 1de 2

Don José Vergelly amigo de mi abuela llegó a Ocotal de las Islas Canarias, tenía

tres barcos mercantes en Panamá,sus barcos los fletaba con mercadería que
compraba en Ocotal. La mercansía era madera aserrada de pino. Metía la madera
en contenedores que varios truck marca Kentworth llevaban rodando hasta
Panamá. Ocotal se asienta en la orilla de una extensa cordillera de bosques
coníferos al norte de Nicaragua. Como niño curioso, yo le decía: - ¿ Don José, para
dónde lleva tanta Madera.?- Esta madera me la compran en República Domicana
ahí la usan para hacer formaletas para embalsar cemento en la construcción de
muchos hoteles donde la gente le encanta ir a veranear-. Hablaba, mientras
degustaba un cacao con leche que mi abuela le servía presto en el mismo instante
cuando él traspasaba el umbral de la puerta. El vivía del par de mi abuela en la
tercera casa.
Era un viejo bonachón, bien vestido, bien bañado, el olor a English Leather era su
eterno acompañante. Pero don José se hubiera muerto sin conocer jamás Ocotal,
la causa para que este señor canario quedara enjaulado en este pueblo fue
Martha Adriana Peralta, joven de ojos gatos,blanca, esbelta, pelo largo castaño
con figura de braziliera. Ella por mandato de su padre fue a estudiar a Madrid
donde el dardo de Eros le traspazó el corazón por el apuesto joven José Vergelly.
Muy buena persona don José, pero mi abuela lo odiaba a muerte.
Un día que don José despachó toda la carga de contenedores con rumbo a
Panamá, le dijo a mi abuela: - Doña Nolberta, como usted nunca me cobra sus
deliciosos chocolates caseros, le voy a traer un pajarito de los que abundan en la
isla de mi padre.- Bueno don José, que no se le olvide- -Olvidar eso, es como si mi
paladar quisiera olvidar el sabor de chocolate que usted me regala todos los días-.
Abrió la puerta de la chrevrolet celeste doble cabina y arrancó a toda velocidad
para alcanzar al último truck cargado de Madera que comenzaba a subir el pié de
la cuesta de Apatoro rumbo a Panamá.
A los tres meses estaba de vuelta con dos regalos: una jaula de metal delgado con
su portezuela de pasadorcito con un bellisimo canario amarillo dando saltos
adentro.
-Doña Nolberta, vea, este otro regalo es un encargo de mi esposa-
Todos los días mi abuela en la solera del corredor que va al patio colgaba la jaulita
donde el canario recibía el sol. Por la noche, sin antes tapar con un trapo, ponía
la jaula en una mesa para evitar que la claridad de la luz eléctrica molestara el
sueño del pajarito.
Las hojas del calendario fueron pasando y mi abuela se encariñaba cada día más
de aquel animalito. Un día que estaba viendo mi programa favorito de televisión
llegó don José a sentarse en el sofá al lado mío. Se puso a ver el programa. –
Enrique, ¿Cuál es el nombre del animal? –Silvestre- y -¿el del pajarito?- Piolín. De
pronto, como movido por un Eureka, dijo: -ya tengo el nombre del gato de
Martha Adriana- Salió corriendo a dar la noticia a su mujer.
El árbol de mango de Consuelito siempre copado de hojas verde oscuro,que está
al lado del patio de mi abuela un día amaneció alborotado. Decenas de zanates
graznando revoloteaban alrededor de las ramas mas altas.
Me acerqué a curiosear para saber el motivo de tanto alboroto de las aves,
entonces escuché resbalar las uñas filudas de un animal que bajaba por el tallo
del árbol: era Silvestre con un pichón con el ojo dormido entre sus dientes.
El hecho me golpeó hasta un día siguiente que oí llorar en el corredor que da al
patio a mi abuela: la jaula tirada en el suelo con tres plumas amarillas que el
viento no quería espantar.

También podría gustarte