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PEREDO, SILVIA e.

BARILOCHE, 2001

SEPA QUIEN PARA EL PÚBLICO TRABAJA...

...que tal vez a la plebe juzgue en vano,


pues si dándole paja, come paja,
siempre que le dan grano, come grano”.

Esta copla anónima del S. XVIII es aplicable a cuanto artista esté dando vueltas en
este mundo, antes, ahora y en el futuro. Aplicable a todos aquellos que escriben para ser
interpretados, a los intérpretes, a los actores, a los músicos y cantantes, también a la
gente que “hace” nuestra TV. Aplicable, pero rara vez aplicado.
Las cosas están tan distorsionadas desde hace tanto tiempo, que casi parece
normal que lo chabacano, lo francamente malo, lo descartable, sea moneda corriente en,
por ejemplo, la TV que acompaña nuestros días. Que refleja la vida, es innegable. La vida
que elige reflejar. Pero que podría ser otra TV, también es innegable.

LA HISTORIA(1)

En sus primeros años, la televisión argentina no se privó de nada. Sus pioneros


decidieron tener un perfil cultural, ya que era la hora de comenzar desde cero, y se podía
elegir entre un modelo “comercial” de TV o uno “artístico” y verdaderamente al servicio de
la gente. Sin ningún prejuicio, y tomando de la radio el modelo de todos los géneros,
mostró todo el teatro universal, el teatro nacional, el ballet, la ópera, la zarzuela, la
música clásica, lo mejor de la música popular, el show de alta calidad artística, el
varieté...
¿Qué pasó después? En 1968, todavía podía decir Goar Mestre, el cubano que
ayudó a nacer a la televisión argentina: “les aseguro yo, que algo sé de este asunto, que
después de la de Estados Unidos, la tevé argentina en cantidad, calidad, variedad, es sin
duda la mejor del continente.”
Apenas dos años después, en 1970, los grupos “de alto poder adquisitivo que
hicieron nacer y crecer a la industria televisiva, son un mercado definitivamente
estancado: casi el cien por cien de los hogares de clase alta tiene un aparato, y noventa y
siete por ciento de la clase media está equipada. Es en la clase baja donde todavía
queda una brecha de quince por ciento sin televisor. Un alto ejecutivo de Proartel lo dice
muy claramente: saturadas ya la burguesía y las clases altas, la ampliación del mercado
por vía de las clases populares significa una apertura hacia niveles de menor poder
adquisitivo y más baja cultura”.
Habrá entonces un golpe de timón que se irá notando poco a poco en las
pantallas, conforme las emisoras definan estrategias cada vez más agresivas para pelear
por esa nueva porción de audiencia no explotada aún. Es más fácil y rentable, parece,
“darle paja” a las “masas incultas”, que trabajar por elevar el nivel de educación de todos
Desde ese momento hasta ahora, muchas cosas nos pasaron, a los argentinos y
por supuesto a la TV de los argentinos. Algunas perduran en la memoria colectiva, otras
no sobrevivieron, otras muchas, demasiadas, es mejor olvidarlas.

AQUÍ Y AHORA, POR EJEMPLO, LOS REALITY...


¿Por qué seguimos importando cosas que sabemos (los productores y grandes
popes actuales de la TV vernácula lo saben, y por ende los medios, y por consiguiente
hasta yo lo sé) ya se probaron, nacieron, brillaron y murieron rápida y en ocasiones
estrepitosamente? Por ejemplo, los reality shows. Todos y cada uno de los que se ven o
se vieron en nuestras sufridas pantallas, importados de EEUU, quien a su vez los importó
de Europa.
Es imposible no remitirse a antecedentes que honran la literatura universal, como
la gran “1984” de Orwell , donde el “Gran Hermano” tenía connotaciones de dominación,
totalitarismo, dictadura absoluta, omnipresente y dueño absoluto hasta de la mente de los
hombres. ¿Ni siquiera se concede a la gente real, de carne y hueso, como usted y como
yo, la sospecha de que se pueda tal vez relacionar una cosa con la otra, que uno pueda
decir “no me gusta, no quiero, me recuerda a ese Gran Hermano de Orwell y no es
bueno”?
Por supuesto, estas pobres producciones baratas (bueno, bastante más
baratas que el montaje semanal de grandes obras del teatro universal, como se hacía en
los comienzos de la TV argentina), no son malas en sí mismas. Lo malo y riesgoso en
más de un sentido, es que se los presente como aproximaciones rigurosas a la realidad.
¿Cuáles son los elementos del pretendido espectáculo? El aburrimiento
ajeno llevado al paroxismo, las traiciones más asquerosas, la falta de solidaridad, el
exhibicionismo (falso y sin consecuencias, ya que gente supuestamente normal con una
vida normal exhibida las 24 horas del día, nunca llegaba a concretar verdaderos
estallidos pasionales; se ve que no daba el guión). Creen, y con razón, en vista del éxito
de audiencia, que esa lucha sin ética de todos contra todos, cuanto más ruin, más
gustará a la audiencia.
Sin dudas, la sociedad que planteaba Orwell en “1984” era algo
perverso. Cuando hoy se quiere emular esas sensaciones, llevándolas al rango de
entretenimiento, algo anda muy mal en nuestra sociedad. Porque convengamos con que
para superar esto, con las “segundas partes” ya anunciadas, habrá que superar el grado
de perversión. Quien se enganchó con los avatares de la vida (¿vida?) entre cuatro
paredes de gente discutiendo la mejor forma de eliminar una uña encarnada (juro que
esa discusión existió, y si no me cree, puede consultar a tantos periodistas
“especializados” que se las saben todas), no se conformará con una repetición de
obviedades. Este “realismo” artificial de ver a gente haciendo públicamente de todo, es
decir, de ellos mismos, es decir, nada, tendrá que encontrar la forma de renovarse, y el
apetito de quien ya probó este “dulce” será cada vez más exigente.
No bastará con ver a gente común organizando sus pequeñas y viles traiciones
para eliminar uno a uno a sus contrincantes, y erigirse en “vencedor” de un juego que
prescinde de todo valor moral. ”¿Cuánto tiempo pasará hasta que en nuestra cultura
saciada se incorporen peligros en serio, que alimenten nuestras ansias de más dolor,
más acción, más emociones?”, dice el escritor Salman Rushdie refiriéndose a esta
cuestión de los espectáculos “populares”.
No me gusta ni siquiera imaginarlo, pero no es aventurado pensar que en un futuro
no tan lejano, para conmover al espectador hará falta más que gente dormitando
eternamente y exhibiendo miserias morales varias. Quizá no es aventurado pensar que
una verdadera muerte signifique perder el juego para siempre y ganar inmensas
mediciones de rating sangriento.
Total, a quien está dispuesto a “dar paja”, ¿qué le cuesta dar sangre?.

OTRO SÍ DIGO

Hoy, mayo de 2004, puedo decir con cierta vergüenza (muy ajena) que si bien no
he sabido de un reality show donde se mate y se muera “de verdad”, sí hubo intentos
donde se planteaba la muerte más brutal e impúdica de la sensibilidad, el buen gusto y el
sentido común. Dos muestras: un proyecto donde la protagonista del reality show era una
joven embarazada que elegiría la pareja adoptante de su futuro hijo fue tan criticado por
la “opinión pública” (¿o por una cadena competidora?) que finalmente no vio la luz; otro,
que sí se concretó, estaba protagonizado por un falso millonario y una docena de jóvenes
que competían despiadadamente por conquistar su amor. Al llegar a la última etapa,
luego de ser sucesivamente evaluadas y descartadas como cualquier objeto de consumo,
eran avisadas de que en realidad el apuesto magnate no era otro que un simpático y
modesto obrero devenido actor. La miseria humana más descarnada era mostrada
entonces para ¿regocijo? del espectador estupefacto: casi todas las agraciadas doncellas
se “desenamoraron” rápidamente al conocer el verdadero estado financiero del galán. Y
por añadidura, se ofendieron.

(1)
Fuente consultada: “Estamos en el aire”, Una historia de la televisión en la Argentina, C. Ulanovsky, S. Itkin, P.
Sirvén, Edit. Planeta, Bs. As., 1999.

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