Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
INTRODUCCIÓN
0. INTRODUCCIÓN.
Agustín de Hipona nace en Tagaste, en Cartago, en el año 354 d. C y muere en el año 430 D.c. en
Hipona, en la actual Argelia. Es un filósofo y teólogo cuya importancia radica en la introducción en
el seno del cristianismo de las grandes cuestiones de la filosofía platónica, veremos que mezclada
con las discusiones de la filosofía patrística y el helenismo, particularmente el neoplatónico.
Podemos analizar sus influencias según tres partes o aspectos del pensamiento: por un lado le
influye la filosofía pagana, sobre todo a través de la tradición latina; por otro la filosofía procedente
de los Santos Padres y las primeras prédicas, así como la lectura que realizó a los 19 años de la
Biblia; por último, en su filosofía tiene mucho peso la discusión contra las herejías. En San Agustín,
vida y obra están muy mezcladas, y una de sus obras más importantes se titula Confesiones, donde
mezcla reflexiones de tinte biográfico con pensamientos filosóficos y teológicos.
San Agustín nace en el seno de una familia creyente, y sin embargo no es hasta los 19 años que no
sufre una verdadera conversión. Su vida juvenil es una vida disoluta que preocupaba hasta la
extenuación a su madre, santa Mónica, que desesperaba al ver cómo san Agustín desatendía sus
deberes. San Agustín reconoce en sus Confesiones que algo en él le hace buscar a Dios, pero no
desea seguir sus mandatos. Hazme casto, señor, pero no ahora. La conversión le llega a San Agustín
por la fervorosa vía de la lectura de la Biblia, testimonio de la experiencia divina, así que para él esa
historia de presencia de Dios en Jesucristo cambia toda su percepción de la realidad, como el que
libera al prisionero de la caverna.
La conversión hace que san Agustín reflexione sobre cómo es posible la vivencia de la fe. Su
formación filosófica es la formación romana y latina. La filosofía griega sólo influye en él a través
de Roma, de manera que cuando digamos que san Agustín introduce el platonismo en la filosofía
cristiana, estaremos en realidad refiriéndonos al periodo romano. La filosofía estoica influye en
san Agustín a través del Hortensio de Cicerón. A san Agustín le interesa sobre todo la retórica más
que la alta especulación. El estoicismo ha influido en el cristianismo a través de Filón, y algo de
esto introducirá san Agustín cuando nos hable de las razones seminales, logos spermatikoi. Por otra
parte, San Agustín tiene una posición heredera del escepticismo: No sería posible el conocimiento
de lo más elevado, el conocimiento divino. Naturalmente, el escepticismo es incompatible con
creencias religiosas profundas, de modo que necesita buscar alguna doctrina que explique cómo es
posible la Creación y la influencia de Dios en el mundo.
Entonces san Agustín se encuentra con el maniqueísmo: el mundo es una creación que refleja una
lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. Así, incluso las acciones humanas se pueden
explicar a partir de esta lucha. Una acción buena sería aquella en la que predomina el bien, mientras
que una acción mala sería aquella en la que predomina el mal. Existen múltiples representaciones
maniqueas en el mundo moderno: derecha/izquierda, luz/oscuridad… serían formas maniqueas de
explicar el mundo. Sin embargo, para Agustín de Hipona no es satisfactorio porque de este modo no
estaríamos reconociendo la libertad humana: parece que a pesar de que existan fuerzas que
expliquen nuestro comportamiento, este no se reduce a aquellas. Yo puedo tener una tentación de
actuar mal, de manera que predomina en mí una fuerza mala, cuando me dejo llevar por la presión
social o por otro tipo de apetencia. Sin embargo, parece que mi voluntad es capaz de reflexionar y
dominar este apetito, actuando contra él. La experiencia de la libertad nos invita a seguir
buscando.
Así, la filosofía agustiniana debe combinar la creación con la libertad, la profundidad del control de
Dios sobre las criaturas con la independencia de la existencia humana. Los dos se unirán no en la
experiencia externa, sino en el interior de la vida, en una experiencia interna. Dios no está
solamente fuera de nosotros, sino en nosotros mismos.
1. EL PROBLEMA DE DIOS.
2. ¿POR QUÉ DIOS CREA EL MUNDO? Dios crea el mundo. Esto es una novedad respecto de
la lógica griega. Nada podía salir de la nada: todo lo que es es eterno e inmutable, de manera que
nada surge de la nada - ex nihilo nihilo fit. Para la concepción neoplatónica, todo lo que sucede
sucede por necesidad, es decir, algo que no puede ocurrir de otro modo. Así, los objetos sensibles
imitan las Ideas por causa necesaria del demiurgo. San Agustín hereda de Plotino, el gran filósofo
neoplatónico, el esquema de la creación. Las Ideas platónicas no tenían lugar en su pensamiento
hasta que se encontró con la lectura de Plotino, un neoplatónico. Plotino le permitió aprender a
explicarse cómo existían ciertas realidades inmateriales que eran compatibles con el creador. Para
Plotino, la materia es una emanación de la unidad primigenia: existen tres estadios de la realidad
que progresan y regresan a la unidad. Existe una unidad originaria(moné), y esta unidad produce
de forma necesaria la pluralidad de entes. Este proceso de producción es la procesión(pro
hodos). Comienza por la realidad inmaterial para acabar en la pluralidad material partes extra partes
– aquello que según los presocráticos era infinitamente divisible. El último estadio es
la conversión(epistrophé) que es el giro de la mirada que se produce desde nuestro arraigo en la
multiplicidad a nuestra comprensión de lo Uno. Además de este procesionismo conectado con la
idea de conversión, Plotino incorpora la gran tópica platónica clásica. El Uno es el Bien, fundiendo
la Idea Platónica de Bien con aquello que se extiende y origina los objetos del cosmos. Bonum est
diffusivum sui. El Bien equivale a la Verdad, a aquello que es ontológicamente lo más cierto. Pero
¿dónde queda la Belleza? Plotino tiene una hermosísima teoría de la Belleza. Se pregunta por qué
algunas de las malas acciones o tentaciones son tan atractivas y bellas. La respuesta es que incluso
en lo más alejado del Bien hay un rastro que nos invita no a mirar hacia la fea multiplicidad, sino
hacia lo Uno. La belleza, como Atenea, nos tira de los cabellos para que ascendamos en la
escarpada cuesta de la Verdad, el Bien y la Belleza. En cambio, san Agustín sostiene que la
Creación sucede por Amor. Este amor es un amor por las criaturas que él creará. Del mismo
modo que el amor es muy relevante en la filosofía cristiana- Dios nos ama, así que no procurará
nuestro mal – es importante para explicar la unidad del ser humano – el amor nos hace buenos entre
nosotros.
3. CREACIÓN DE LAS IDEAS EJEMPLARES. Antes de crear el mundo material, Dios crea los
prototipos de este en sus figuras más perfectas. De este modo, el mundo de las ideas platónico se
introduce en la mente de Dios. A partir de las Ideas crea la materia, a imagen y semejanza de las
mismas. La materia después actúa de manera autónoma: las transformaciones ocurren en la materia
según razones seminales. Estas cambiarían la realidad según principios que Dios ha puesto en la
materia.
4. ¿CONTROLA DIOS TODO EL UNIVERSO? En la evolución vital de San Agustín no hay sin
embargo un salto desde ese materialismo con un Dios creador en el fondo de la ontología a una
santa doctrina. San Agustín se pregunta por qué existe el Mal en el mundo si Dios lo ha creado todo.
La primera respuesta que da es el maniqueísmo, que es una doctrina basada en Zoroastro, un profeta
persa del siglo V a. C. que inspiró el personaje del Zaratustra nietzscheano. Zoroastro sostenía que
la vida era una lucha entre dos principios: Ohrmud o principio del Bien y Ahruman o principio del
Mal. Nuestras acciones serían buenas o malas según predominase o triunfase uno de los dos
principios. Zoroastro es retomado por Manes en el siglo III, que ahora sí fundará el maniqueísmo.
Su doctrina tuvo influencia en el sur del Mediterráneo, donde llegó a San Agustín. La vida es una
lucha entre el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, Dios y el Demonio. Esta doctrina, el
maniqueísmo, no satisfizo totalmente a San Agustín, que creía que así no se podía entender la
radical libertad humana. Veremos al final de este tema qué respuesta le da. San Agustín querrá
pensar a la vez esta libertad con la Omnisciencia divina.
Para introducir a este Ser, san Agustín emplea cuatro argumentos principalmente:
I) El argumento del consensus omnium. El hecho de que todos los pueblos hayan creído en Dios
parece indicar que tiene que existir algo que objetivamente lleve a todos a creer eso. Sería extraño
que tantas personas y pueblos tan distintos tengan una creencia en común completamente inventada.
III) Argumento psicológico. Dios nos da certeza de nuestra propia existencia. Aunque yo suponga
que me equivoco al juzgar el mundo, no me puedo equivocar acerca de mi propio error: si me
equivoco tengo certeza de que la persona que se equivoca existe. Dentro de nosotros está una
certeza principal: la búsqueda de sentido, la búsqueda de una respuesta a las preguntas radicales de
la vida, aquello sobre lo que no podemos dudar: la existencia de Dios.
iv) Argumento epistémico. A partir de la existencia de las Ideas Eternas se puede demostrar la
existencia de Dios. Las Ideas son o de un orden inferior, o de un orden igual o de un orden superior
al nuestro. No pueden ser inferiores porque si no no serían objetivas; no pueden ser iguales porque
hemos demostrado con Platón que son previas a nosotros, y si son superiores tienen que ser el
producto de algo, a lo que llamamos Dios.
6. LA ESCALA NATURAL Todos estos argumentos llevan a los problemas ontológicos que
tenemos que afrontar en la escala natural o scala naturae. Representamos una división inicial entre
Dios y las criaturas, y nos planteamos el mismo desarrollo ontológico que se planteaba Plotino.
Dios crea el mundo por amor, no por necesidad. Dios crea toda la realidad a partir de la nada, de
forma que no existe nada en el mundo que no haya sido creado por Dios. Tenemos el primer
problema de la Creación: ¿cómo puede Dios crear por amor si no existe nada que amar? Dios crea
el mundo respecto de las Ideas como el Demiurgo moldeaba la materia respecto de las Formas
primigenias. Aquí las Formas no son eternas análogamente a la materia, sino que la materia
es creada y las Ideas están en la mente de Dios. Estas ideas son utilizadas como ejemplos o
modelos para crear la materia de una forma ordenada. El mundo ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios, del Logos Divino. ¿Cómo se han creado esos objetos amados antes de la
creación? ¿Qué existía antes de la Creación? San Agustín se tiene que preguntar por la naturaleza
del tiempo. ¿Cómo es posible que Dios crease al mundo de la nada? Para que Dios crease el mundo
por amor parece necesario que existiesen las ideas ejemplares previamente. ¿Significa eso que Dios
creó el mundo a partir de ideas también eternas? Dios es causa de las ideas ejemplares. ¿Qué hacía
antes de crear todo de la nada? Hay que responder a qué es el tiempo. San Agustín se responde: «Si
no me preguntan, lo sé; si quiero explicárselo a quien me pregunta, lo sé». Dios no hacía nada antes
de crear el mundo, porque no había creado si quiera el tiempo. Por tanto no podemos hablar de nada
previo al mundo respecto de lo cual se cree el mundo, en el sentido en el que las Ideas platónicas
son previas; Dios es anterior al mundo porque es causa y creador del mundo, pero no existe un
momento anterior a la Creación porque la Creación supone también creación del espacio y el
tiempo. Al principio era el Verbo, y el Verbo se hizo Carne. Esta encarnación es en un primer
sentido la creación de las criaturas, de la materia, como reflejo de su creador – Dios creó el universo
a su imagen y semejanza – y en segundo término como misterio de la Encarnación en la figura de la
segunda persona de la Trinidad, Jesucristo. Lo que vemos en el mundo es un reflejo de su creador,
de modo que igual que conocemos a los demás por sus acciones podemos conocer a Dios por sus
efectos. Conocemos a Dios por sus obras, conocemos a Dios a través de Jesucristo.
1. EL DUALISMO AGUSTINIANO. San Agustín entiende que somos cuerpo y alma, y que al
morirnos el alma se encontrará con Dios si tiene la Gracia. Este alma no ha de buscar la verdad en
el exterior, sino en sí misma. El alma no solamente es, sino que conoce. ¿Cómo podemos relacionar
conocimiento y ser? Conocemos lo que es y no podemos conocer lo que no es. ¿Qué ocurriría si lo
que conocemos en realidad no fuese? ¿Qué ocurriría si todo lo que vemos fuese una ficción interior
del alma? ¿Cómo justificamos la existencia del mundo externo? Sin justificar esta existencia no
podemos justificar que conocemos. Si para conocer tiene que existir algo, es decir, si la existencia
es una condición necesaria del conocimiento y no podemos justificar esa condición, no podemos
justificar el conocimiento. Sin embargo, hay algo que es previo al conocer, que es el querer. Cuando
yo pretendo conocer algo, puedo equivocarme: mi creencia puede ser no verdadera o no justificada.
Sin embargo, en lo que no me puedo equivocar es en que existe un querer: puedo errar en mi
creencia, puedo equivocarme acerca de lo que quiero conocer, pero no puedo equivocarme sobre el
hecho de que quiero. Puedo no saber qué quiero, pero aun sin saber qué quiero sé que
quiero. He aquí la gran inversión del modo de razonar platónico. Para Platón, el conocimiento es
previo al querer, de forma que mi voluntad, facultad del querer, se orienta siempre
epistémicamente(CONÉCTESE CON EL ARGUMENTO EPISTÉMICO). Yo quiero algo como
si estuviese obligado por mi conocimiento. Esto significa que cuando yo yerro en realidad yerro por
ignorante, no por malo. Para corregir la maldad lo que hay que hacer es investigar racionalmente la
naturaleza de la virtud y de la realidad, de forma que es el conocimiento el que nos libera del mal.
El intelectualismo moral subordina la voluntad a la razón y el conocimiento. En San
Agustín la voluntad es previa al conocimiento. Esto tendrá efectos prácticos muy importantes,
que veremos en la ética.
De este modo, los pelagianos consideran que el bien o el mal dependen exclusivamente de nuestra
voluntad, de modo que la voluntad humana es fuente de virtud y vicio. Así, cualquier individuo
que se esfuerce por ser virtuoso tendrá el premio y el reconocimiento de Dios, mientras que el que
haga el mal lo será bajo su elección. San Agustín, debido a su concepción del pecado, considera que
todo individuo está sometido a la presión del pecado, de la titillatio, de la tentación del cuerpo. En
todo ser humano arrecia el mal, también en los santos. Eso significa que ningún ser humano puede
alcanzar la perfección, la virtud, de manera autónoma. Si todos pecamos, no tenemos la fuerza
interior suficiente para ser virtuosos, sino que necesitamos la fe y la ayuda divina. Esta fe está
dentro de nosotros, es la Gracia Divina. Ningún ser humano puede ser virtuoso por sí mismo
porque necesita la Gracia.
La Gracia es lo que no merecemos, el don divino que eleva nuestro corazón hacia lo alto – el amor.
Es de tres tipos:
-Gracia santificante, es la gracia que nos une con Dios. Todos nosotros la tendríamos presente. Esta
es la que se nos revela en los milagros.
- Gracia eficaz es la que se nos presenta en la acción. La presencia de Dios en cada una de nuestras
acciones hace que no cedamos al mal, pero esta gracia podemos elegirla o rechazarla.
- La gracia en la corrección es la de aquellos individuos que no tienen la Gracia. ¿Qué se hace con
los que no conocen a Dios? Hay que corregirlos y hacerles actuar acorde al Bien, porque Dios es
misericordioso y los podrá salvar.
La última herejía que trata de refutar San Agustín es la donatista, que es una doctrina que sostiene
que solamente las personas que no han pecado pueden entrar en la Iglesia y dirigir los sacramentos.
Frente a los donatistas, San Agustín defendía la objetividad del sacramento y las instituciones
eclesiásticas. Frente a los puristas y las objeciones defiende a la institución de la Iglesia como
fuente de socialización y de salvación. Sin los rituales de nuestra comunidad no nos podríamos
salvar. Ningún ser humano podría salvarse solo, por sí mismo, sino que necesita de la ayuda de Dios
y también de esa comunidad de amor que es la Iglesia.
1. LA RELIGIÓN DEL AMOR. LA FELICIDAD ESTÁ EN DIOS El Hombre es un ser que ama y
cuyo motor es la voluntad. El amor nos impulsa a conocer, a obrar y a conocer a Dios, y buscando
en lo más profundo de nosotros encontraremos la Gracia Santificante que hace que si amamos en
sentido estricto seguiremos aquello que realmente queremos, que es lo que nos ilumina, Dios. El
amor nos impulsa a la mejor vida posible. Afirmamos entonces con San Agustín: «Ama y haz lo
que quieras», dado que el amor más profundo jamás nos empuja a actuar mal. El impulso hacia la
mejor vida es el impulso hacia la felicidad, hacia la bienaventuranza. Este concepto remite al
sermón de la montaña de Jesús. «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el
Reino de los Cielos». Aquí la bienaventuranza remite a la identidad que establecíamos con Sócrates
entre virtud, conocimiento y felicidad. La bienaventuranza implica la vida virtuosa, es decir, una
vida conducida cristianamente que purifica el alma y la lleva a la salvación. El conocimiento lleva a
la bienaventuranza en cuanto que para San Agustín sólo es posible la felicidad como contemplación
de Dios. En este sentido, la felicidad sería la sabiduría. El fin de nuestra vida sería, pues, una
búsqueda de la sabiduría dentro de nosotros mismos que conduce a la felicidad y a la virtud.
2. LA PROVIDENCIA. Dios es todopoderoso, de modo que puede hacer lo que quiera del
Universo. También sabemos que Dios nos ama. ¿Cómo entonces es posible que seamos infelices y
que exista el mal en el mundo? Dios es omnisciente, así que sabe que va a ocurrir el mal. Dios es
bueno, porque nos ama.
3. EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD. ¿Por qué somos entonces infelices? Más aún, ¿por qué
existe el Mal? La existencia del Mal no es un problema que se pueda analizar en términos
platónicos o neoplatónicos – el mal es la ignorancia – sino que aquí tenemos el problema añadido
de que Dios es el creador del universo. Tenemos tres condiciones iniciales:
(i)Dios es omnisciente,
Constatamos además que (iv) existe el mal, pero aceptar esto implica romper alguna de las tres
condiciones anteriores.
a)Si existe el mal, Dios sabe que vamos a hacer el mal(i) y puede evitar el mal(ii), entonces no es
bueno(iii).
b) Si existe el mal, Dios es bueno(iii) y puede evitar que hagamos el mal(ii), entonces no sabe que
lo vamos a hacer(i).
c)Si existe el mal, Dios sabe que vamos a hacer el mal(i) y es bueno(iii), entonces no puede evitar
que hagamos el mal(ii)
¿Por qué entonces existe el mal? La primera explicación que da el hiponita es la maniquea. Como
ya hemos explicado, los maniqueos explicaban el origen del mal en la lucha de dos fuerzas en las
cuales triunfaba el principio de las Tinieblas. Sin embargo, si todas nuestras acciones son un efecto
del triunfo de una de estas fuerzas, tenemos un problema nuevo, que es que no somos libres. De
modo que el problema del mal deriva en el problema del libre albedrío. El libre albedrío es la
capacidad de nuestra voluntad para decantarse por una de sus posibilidades. ¿Cómo sería posible
que cumpliendo (i), (ii) y (iii) podamos explicar la existencia del mal(iv) y el libre albedrío(v).
Parecía que aceptando (iv) tengo una contradicción o incompatibilidad en las tres primeras, y San
Agustín añade otra premisa. Para salvar esta premisa, tenemos que acabar negando en cierto
modo (iv). El mal tiene que ser no una existencia positiva, autónoma y sustancial, sino derivada de
nuestras acciones. El mal es la ausencia de bien, como la oscuridad es la ausencia de luz. De este
modo, cuando elegimos entre bien y mal estamos eligiendo entre la presencia de la Iluminación
divina en nuestra vida y su ausencia, su no ser. La libertad es la capacidad para decidir entre el bien
y el mal. Tenemos entonces (i), (ii), (iii) y (v), de la que puede derivar (iv). El mal sería derivado de
la naturaleza de la libertad, de nuestra posibilidad de elegir.
4. ¿POR QUÉ DIOS NOS HACE LIBRES? ¿Por qué sin embargo Dios permite que hagamos el
mal? Parecería que si aceptamos que Dios sabe que vamos a actual mal, puede evitarlo y nos ama
no debería habernos dado una facultad que nos lleva a condenarnos. Dios nos da la libertad porque
de ese modo podemos ser virtuosos. Si no hubiese posibilidad de pecar tampoco sería posible
distinguir al que es virtuoso y quiere el bien del que no. Si obligamos a una persona a cuidar a sus
allegados amenazándola con una pistola, en realidad esa persona no puede ser considerada
generosa, puesto que no ha elegido – recordemos el proceso aristotélico que nos llevaba a la
elección – cuidarlos. Sólo cuando tenemos distintas posibilidades de acción podemos ser
considerados buenos. Dios permite la existencia del Mal porque existe un bien mayor, que es
nuestra libertad.
6. LOS MALES NO CULPOSOS. Parece que se dan otras dos dificultades añadidas. San Agustín
parece sostener que el mal es el producto de la libertad humana: existe el mal porque Dios nos ha
dado libertad y en nuestro débil uso lo producimos. Ahora bien, esta tesis supone que todo mal es un
efecto de ese uso de la libertad, y esto tiene al menos dos situaciones o marcos polémicos: por un
lado, parece existir una especie de mal que en ningún caso es producto de la libertad humana. Una
catástrofe natural no es un efecto de la libertad humana y sin embargo causa el mal – pensemos en
una epidemia de origen animal o un huracán que destroza los hogares de un poblado.
San Agustín sostiene que el mal es el producto de nuestra libertad cuando nosotros damos nuestro
consentimiento en tres sentidos distintos:
iii) consentimiento a los deseos. Habría algunos deseos que no son queridos. Pensemos en los
pecados capitales: un individuo puede ser lujurioso, avaro o glotón. ¿Qué ocurre si este individuo
no realiza sus deseos? Todavía cabría pecado si aceptase como legítimos esos deseos. Un individuo
que codicie a la mujer del otro a pesar de que no está haciendo nada para seducirla está pecando de
pensamiento. En un ejemplo más actual, un pedófilo que se compra un muñeco con forma de niño
porque sabe que su deseo es punible pero acepta ese deseo como algo bueno para sí mismo también
estaría pecando.
Todas estas formas de arbitrio o consentimiento llevarían a un castigo divino. ¿Qué ocurre, sin
embargo, con los males que sufren los niños? ¿Un niño que muere de cáncer o de acefalia es un
niño que ha hecho un mal fruto del libre albedrío? San Agustín sostendría en estos casos que el niño
cae castigado fruto del pecado original.
San Agustín trata de analizar cómo se organiza la sociedad humana, y para ello estudia dos modos
principales de establecerse ésta: por un lado estarían las relaciones políticas, relaciones que tienen
que ver con el poder, la ley y la búsqueda del Bien común. Esta organización es la Ciudad Terrena,
Babilonia o el Estado. Para San Agustín, el Estado es fundamentalmente una poderosa banda de
piratas. La diferencia entre grupos de bandidos navegantes y la flota de Alejandro Magno es que por
su cantidad unos son considerados la Marina o el Ejército de un Imperio y otros son considerados
ladrones o delincuentes. El Estado es el ámbito en el que se da la imposición jerárquica del poder, el
pecado y la violencia. Por otra parte, en el Estado surgen también la cooperación, la búsqueda de la
justicia y el Bien Común.
Por otra parte, existirían un conjunto de relaciones sociales al margen del poder, relaciones en las
que nos cuidamos en cuanto que seres que buscan la salvación y no solamente el cuidado de los
bienes materiales. Esta es la sociedad civil, la sociedad al margen del Estado. Esta es la Ciudad de
Dios o ciudad celeste. Es la organización religiosa de la sociedad. Para San Agustín, debemos
cuidar fundamentalmente nuestras relaciones en esta sociedad, porque es la que cuida de lo eterno
en nosotros. Sin embargo, a pesar de la crítica radical de la sociedad política, no es un anarquista,
sino que considera que la sociedad religiosa debe guiar a la política. Por culpa de nuestra Caída en
el pecado tenemos que vivir en sociedad, y un buen cristiano vive virtuosamente en la sociedad
política, pagando sus tributos y respetando las leyes. La necesidad de que la sociedad religiosa guíe
la sociedad política se denominó históricamente agustinismo político. San Agustín sostenía que
dado que tenemos que buscar la salvación en el ámbito de lo material, lo espiritual ha de gobernar
sobre lo puramente político, pero no sostenía como el agustinismo político que el poder
religioso deba primar sobre el temporal. La sociedad debe guiarse por principios cristianos y buscar
la salvación, pero eso no nos lleva en nuestro autor a una sociedad teocrática, sino a una clara
distinción de poderes autónomos pero coordinados según criterios de virtud cristiana. La caída del
ser humano ha producido la creación del Reino de Babilonia, pero se disolverá el día del Juicio
Final. Todos los problemas y todas las heridas serán curadas por el Cristo Redentor que juzgará a
los vivos y a los muertos. Los santos celebrarán su bienaventuranza en la Ciudad de Dios,
mientras que otros serán condenados.