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Quédate adiós, mundo, pues no hay que fiar de ti ni tiempo para gozar

de ti; porque en tu casa, oh mundo, lo pasado ya pasó, lo presente entre


las manos se pasa, lo porvenir aún no comienza, lo más firme ello se cae,
lo más recio muy presto se quiebra y aun lo más perpetuo luego fenece;
por manera que eres más difunto que un difunto, y que en cien años de
vida no dejas vivir una hora.
Quédate adiós, mundo, pues prendes y no sueltas, atas y no aflojas,
lastimas y no consuelas, robas y no restituyes, acusas sin que haya quejas,
y sentencias sin oír partes, nos matas sin sentenciar y nos entierras sin
morir. En ti no cabe ni hay gozo ni sobresalto, no hay paz sin discordia,
no hay amor sin sospecha, no hay reposo sin miedo, no hay riqueza sin
falta, no hay honra sin mácula, no hay hacienda sin conciencia, no hay
estado sin queja, ni amistad sin malicia.
Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio prometen para no dar,
halagan para matar, subliman para abatir, ayudan para derrocar, prestan
a luego no tornar y aun honran para infamar y castigan sin perdonar.
Quédate adiós, mundo, pues en tu casa abaten a los privados y
subliman a los abatidos, pagan a los traidores y arrinconan a los leales,
libran al malicioso y condenan al inocente, despiden al más sabio y dan
salario al que es más necio, confíanse de los simples y recátanse de los
avisados, allí hacen todos todo lo que quieren y muy pocos lo que deben.
Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio, ni saben guardar verdad ni
mantener fidelidad. El que te habla es más afrentado, el que te sigue va
más desencaminado, el que te sirve es peor pagado, el que te ama es peor
tratado, el que te contenta va más descontento, el que te halaga es más
lastimado, el que más priva es más desprivado y el que en ti fía es más
engañado.
Quédate adiós, mundo, pues para contigo no aprovechan dones que te
den, servicios que te hagan, lisonjas que te digan, regalos que te
prometan, caminos que te sigan, fidelidad que te guarden, ni aun amistad
que te tengan. En tu compañía todos lamentan, todos suspiran, todos
sollozan, todos gritan, todos lloran, todos se quejan, todos se mesan y aun
todos se acaban.
Quédate adiós, mundo, pues andando en pos de ti, la infancia se nos
pasa en olvido, la puericia en experiencias, la juventud en vicios, la viril
edad en cuidados, la senectud en quejas y aun el tiempo en vanas
esperanzas.
Quédate adiós, mundo, pues que en tu casa a ninguno veo contento;
porque si es pobre, querría tener; si es rico, querría valer; si es abatido,
querría subir; si es injuriado, querríase vengar, y si es vicioso, querríase
holgar.
Quédate adiós, mundo, pues en ti no hay cosa fija ni segura; porque a
los homenajes hienden los rayos; a los molinos llevan las crecidas; a la
madera desentraña la carcoma; a las colmenas despueblan los zánganos, y
aun a los hombres matan los enojos.
La vida que nos das es una miserable peregrinación; es inestable,
incierta, dura, ruda, frívola e impura, de miseria y desacierto plena. No te
basta la amargura de la muerte. Engañas a los hombres con tus
adulaciones y tus falsas promesas. De tu cáliz dorado das a beber
amargura y falsedad, y los haces ciegos, sordos, necios, hartos e
insensibles. Nos precipitas a abismos insondables, miserable imperio
terrenal, hijo de la furia, rincón inmundo, putrefacto y cruel. Nos has
mantenido engañados con tus adulaciones y caricias, nos has martirizado
con tus amenazas, tus golpes, el destino aciago, sobrecargas luego la
responsabilidad de nuestro agotado cuerpo en su tumba y entregas su
alma a un destino inseguro.
¡Mundo vil, malvado mundo! Por tu causa es condenado por toda la
eternidad el impenitente. Anuncias placeres y alegrías, y son los malos
espíritus los que se apropian del alma del impío y, en un instante, lo
arrancan de su ignorancia a lo más profundo de los infiernos. ¡Y luego
desaparece toda esperanza de gracia y piedad! Cuanto más alto se ha
elevado el hombre, cuanto más ha pecado, tanto más bajo se ve
precipitado y a mayores suplicios arrojado. Entonces exclamará la pobre
alma: ¡Maldito seas, mundo! ¡Me hiciste caer en tus tentaciones y te seguí
por los caminos de la abundancia, de la maldad, del pecado y de la
deshonra que me mostraste! ¡Maldita la hora en que Dios me creó,
maldito el día en que nací en ti, oh mundo malvado y cruel! ¡Caed sobre
mí montes, rocas, peñas, escondedme de las iras de Dios! Oh, mundo
inmundo, yo que fui mundano, ruego a ti, mundo, y protesto contra ti,
mundo, no tengas ya más parte en mi; pues yo no quiero ya nada de ti, ni
quiero más esperar en ti.

Fray Antonio De Guevara

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