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Cuento
Cuento
Mi infancia feliz.
Queridos lectores,
Josh era un niño que disfrutaba de las cosas que otras personas seguramente no y
posiblemente es lo que suceda con todos aquellos niños y niñas que viven en estas precarias
condiciones. Un niño más en las calles, puede que no signifique nada para ustedes, pero para mí,
lo significa todo. Como han de suponerlo y con lo que hasta aquí les he contado, este niño, era
uno de los tantos que vive en extrema situación de pobreza en uno de los barrios más vulnerables
de Colombia, uno de esos lugares que se transforman en rincones inhabitables y en puntos ciegos
para la mayoría de las personas. Aun así y con lo poco que la vida le había brindado, Josh era un
niño feliz, vivía con mamá y papá y aunque con muy poco en las manos, con mucho en el
corazón, hasta que sucedió lo que un día lo marcó y cambió lo que sería su destino; papá murió
en medio de una violencia en el mismo barrio en donde él crecía y forjaba su futuro, dejándolo
con tan solo 7 años y a la deriva en un lugar en donde la violencia día con día le arrebataba a
miles de familias su felicidad.
¡La educación, un tesoro que destruyen las calles!
Sin embargo, mamá y Josh debían continuar, todo sería más difícil para ellos porque papá ya
no estaba, pero aun así, rendirse nunca fue una opción. El sueño de mamá era ver a su único hijo
saliendo adelante y superando todas las adversidades que la vida por destino o casualidad había
puesto en su camino. En una promesa consigo mismo, Josh iba a la escuela todos los días con
ilusiones que después la calle destruiría.
¡Soy feliz por ti!
Recuerdo que Josh al pasar por la escuela veía a muchos otros niños disfrutando de sus
comodidades y, él era feliz con solo observarlos, tanto así, que me atrevería a afirmar que más
que ellos mismos. Sus ojitos tan pequeños en tamaño pero tan grandes en ilusión brillaban al ver
que no todo era tan malo para todo el mundo y que aunque él no, otros niños sí podían tenerlo
todo y disfrutar de la felicidad sin el temor a que un día la violencia, las calles o la maldad, se los
arrebatara.
¡El primer amor!
El único lugar donde Josh se sentía seguro era en los brazos de su madre y en la escuela
¡cómo amaba esa escuela! Siempre era el último en conseguir los materiales de su clase, pero el
primero en sobresalir y deslumbrar a sus maestros. En su grado había una niña que se llamaba
Lucy, era hermosa, la niña más linda de todo el colegio, creería que fue su primer amor, pero ese
amor inocente y colmado de ilusión que todos en la niñez llegamos a presenciar. Lucy le sonreía
siempre y tenía el poder de convertir un día triste y decaído en el mejor de todos, es por esto que
Josh tenía la seguridad de que los detalles no son especiales por lo que materialmente
representan, sino por la persona que los entrega. Algunas veces, saliendo de clase, Josh en vez de
ir a casa a ayudar a su mamá con el trabajo, minuciosamente vigilaba a Lucy, la seguía a todas
partes, a él solo lo reconfortaba ver por más tiempo esa sonrisa resplandeciente que tenía el
poder de iluminar su día.
Durante muchos años la madre de Josh trabajó en las calles de la ciudad con la ilusión de
algún día poder brindarle a su hijo más de lo que hasta ese entonces, día y noche sobreviviendo a
jornadas extensas llenas de inseguridad, pues salir a trabajar, jamás garantizó volver a casa con
algo de comida. En ocasiones y cuando no debía ir a la escuela, Josh ayudaba a su mamá en el
centro de la ciudad con la venta de alguna de las tantas cosas que a ella se le ocurrían. Uno de
esos días, el monstruo de las calles tocó la vida de Josh, arrebatándole una vez a mamá un ser
querido. Josh entró en el temido mundo de las drogas, poco a poco hasta tocar fondo, él solo
quería escapar de la realidad un poco y dejar de sentir por algunas horas que su realidad, era una
canción triste que la vida había decidido dedicarle a él.
Hoy en día, trabajo por los niños y niñas que se enfrentan a la misma realidad que yo, realizo
trabajos comunitarios y actividades didácticas en los diferentes rincones de la ciudad que los
alejan de las drogas y, les doy a ellos la mano que nadie me brindó a mí. Me siento muy
orgulloso de quien soy ahora y aunque todavía trabajo en mí y deseo ser más, puedo decir que
soy feliz y no me siento culpable por ello porque mi corazón; a pesar de que forjado a palos no
tiene maldad. Como dirían en los cuentos de princesas e irreales hadas ¡colorín colorado, este
cuento se ha acabado!