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ESPACIO PÚBLICO Y SEGURIDAD CIUDADANA

Santiago Escobar Sepúlveda

Todo problema de seguridad se resuelve en un espacio social, sea de carácter público o privado.
La movilización de los recursos físicos o simbólicos para satisfacer una necesidad de seguridad
debe tener, por lo tanto, una referencia a la territorialidad de ese espacio, y su composición debe
ser congruente con el daño que se trata de prevenir o solucionar y con los medios que se emplea
para ello. Es frecuente que muchas deficiencias en materia de de seguridad ciudadana, como
fallas de prevención, mal uso de la fuerza policial, baja utilización del capital social instalado en la
zona, o inadecuada apreciación de los riesgos delictuales, se deba a falencias relacionadas con la
visión del territorio.

Los Estados son, en esencia, formaciones territoriales. Lo principal de su existencia se objetiva


como un hábitat humano y una ecología política, dominados por rasgos de cultura que le son
propios y característicos, y que la organización política global torna exclusivos de ese Estado.
Pero el ejercicio de gobierno se desenvuelve en una cascada de niveles hacia la ciudadanía con
fuertes determinaciones espaciales. De ahí que todo aquello relacionado al gobierno del territorio
sea una clave fundamental en la política moderna y el manejo del bienestar de la sociedad.

El diseño del espacio público debe ser amable y comprensible en sus contenidos y lógica funcional
para todos los ciudadanos. Ello es un elemento fundamental de la prevención. Una iluminación
adecuada que permita un dominio visual del entorno, la eliminación de elementos que dan origen
a los puntos trampa que tornan peligroso un espacio, es un buen ejemplo en este aspecto. Una
iluminación mal diseñada favorece la comisión de delitos, lo que unido a hechos como consumo de
alcohol y drogas en los espacios públicos, potencia la percepción de una ocupación agresiva y
peligrosa de ellos por parte de la delincuencia.

La determinación de los elementos arquitectónicos y de diseño que tornan una ciudad más segura
significa trabajar en soportes estructurales de las políticas de prevención. Porque un buen diseño
del espacio permite, por ejemplo, una utilización eficiente de los recursos policiales, además de
una activa participación ciudadana en el control real de los espacios públicos. Más aún, potencia
el goce pacífico de la privacidad de los hogares. Si el entorno es inseguro, el hogar es apenas un
refugio frente a un exterior agresivo, que debe ser defendido y aislado, lo que incentiva la
percepción de inseguridad.

La promoción de las llamadas Iniciativas para Ciudades más Seguras que buscan articular la
asociación entre las autoridades públicas, y las ciudades, los barrios y los ciudadanos para
combatir la delincuencia se va transformando en una acción de alta rentabilidad social. Y de
participación ciudadana pues incluye la creación de sistemas permanentes de evaluación de
políticas de seguridad en los barrios, la creación y distribución de fondos que sostengan estos
sistemas como una “buena práctica”; la remodelación de los espacios y el equipamiento
comunitario cuando es necesario, la educación a la comunidad sobre cómo ocupar los espacios, y
muchas otras iniciativas. Es también una política con alta participación de género, pues son las
mujeres las que permanecen más tiempo en los barrios.

Una consideración fundamental es que el control permanente de un espacio territorial solo puede
ser producto de la acción de la ciudadanía y no de la policía. Cuando ello ocurre, se genera una
manera muy diferente de mirar y organizar las cosas en materia de seguridad. La policía es la
representación de la autoridad en el territorio, y en esa medida tiene una dimensión de servicio
gubernamental y no de micro gobierno local. Su presencia debe ser un elemento disuasivo frente a
la delincuencia, que da confianza y respaldo a la ciudadanía por la capacidad de fuerza que se
activa de manera selectiva y focalizada frente al delito. Pero la seguridad en un sentido amplio, que
incluye participación y decisión sobre políticas en los barrios, queda en manos de la ciudadanía y
de sus organizaciones, a través de las cuales se articula al gobierno local.

Cuando se produce esa nitidez en la forma de gobernar el territorio, surge también una importante
conclusión acerca de qué tipo de organización policial necesita el Estado. La acción
gubernamental en el territorio no puede guiarse exclusivamente por la lógica central, sino que
precisa corregir mirando los problemas desde las unidades territoriales específicas. Las ópticas
centrales tienden a soluciones estandarizadas, a procedimientos uniformes y a un acoplamiento
acrítico de los recursos locales que es posible utilizar. Tiene por lo tanto una gran inercialidad y
resulta difícil la corrección. Las ópticas locales en cambio permiten asociar mejor los recursos
sociales, dar flexibilidad a los procedimientos, y aumentar significativamente la cobertura de los
servicios debido a la ayuda de la población.

No cabe duda que en la planificación del espacio urbano, especialmente del barrio como concepto
cultural y territorial, entrega una dimensión que puede resultar determinante a la hora de definir
nuevas orientaciones en materia de seguridad ciudadana. Sobre todo por el aprovechamiento del
enorme capital social que existe, o su creación a través de políticas de fomento social. Pues el
espacio público no es un conjunto aleatorio de cosas, sino un fenómeno cultural y físico, integrado
por diversas formas de organización, con regularidades y diferencias, y lleno de significados
simbólicos y culturales, que deben ser orientados positivamente para dar sentido al bienestar de
toda la población.

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