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By Thierry Meyssan
15 de mayo del 2011
Aunque es posible que el lector nunca haya oído hablar de ellos, los
Sudairi son desde hace varias décadas la organización política más rica
del mundo.
Los Sudairi son 7 de los 53 hijos del rey Ibn Saud –el fundador de
Arabia Saudita. Son específicamente los 7 hijos de la princesa Sudairi.
Su cabecilla fue el conocido rey Fahd, cuyo reinado se extendió de 1982
a 2005. Desde la muerte de Fahd, sólo quedan 6 Sudairi.
El mayor es el príncipe Sultan, ministro de Defensa desde 1962, de 85
años. El más joven, con 71 años, es el príncipe Ahmed, ministro adjunto
del Interior desde 1975. Desde los años 1960, es el clan de los Sudairi
el que ha venido organizando, estructurando, financiando los regímenes
títeres prooccidentales del «Medio Oriente ampliado».
Arabia Saudita es una entidad jurídica que los británicos crearon para
debilitar el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial. A
pesar haber sido el inventor del concepto de «nación árabe», Lawrence
de Arabia nunca logró convertir el nuevo país en una nación, y menos
aún en un Estado. Arabia Saudita era, y sigue siendo, una propiedad
privada de la familia Saud. Como se demostró a través de la
investigación judicial británica que tuvo lugar durante el escándalo Al-
Yamamah, ya en pleno siglo XXi, no existen hoy en día cuentas
bancarias ni presupuesto del reino. Son las cuentas de la familia real las
que se utilizan para administrar lo que sigue siendo la posesión privada
de los Saud.
Pero a los Sudairi no les conviene esta sabia iniciativa. Como resultado
de varias renuncias al trono, ya sea por razones de salud de los
renunciantes o por sibaritismo, los tres próximos aspirantes son
miembros de ese clan: el ya mencionado príncipe Sultan, ministro de
Defensa, de 85 años; el príncipe Nayef, ministro del Interior, de 78
años, y el príncipe Salman, gobernador de Riad, de 75 años. Si llegara a
aplicarse, la nueva regla dinástica perjudicaría a estos personajes.
Lo anterior explica por qué los Sudairi, que nunca han sentido
demasiado cariño por su medio hermano, el rey Abdalá, actualmente lo
odian.
También explica por qué han decidido utilizar todas sus fuerzas en la
actual batalla.
El príncipe Bandar y su «hermano» George W. Bush.
A fines de los años 1970, el futuro rey Fadh dirigía el clan de los Sudairi.
Y se fijó en las raras cualidades de uno de los hijos de su hermano
Sultan: el príncipe Bandar. Lo envió a negociar contratos de armamento
en Washington y le gustó la manera como Bandar logró comprar el
consentimiento del entonces presidente de Estados Unidos James
Carter.
Hijo del príncipe Sultan y de una esclava libia, el príncipe Bandar es una
personalidad brillante y carente de escrúpulos que ha sabido imponerse
en el seno de la familia real, a pesar del deshonor inherente al origen de
su madre. Bandar es actualmente el brazo ejecutor de los gerontócratas
del clan Sudairi. Durante su larga estancia en Washington, el príncipe
Bandar se hizo amigo de la familia Bush, en particular de George Bush
padre, a tal punto que ambos llegaron a ser ambos inseparables. George
Bush padre llega incluso a presentar al príncipe Bandar como el hijo que
le hubiese gustado tener, al extremo que en Washington llegaron a
llamarlo «Señor Bandar Bush». Lo que despierta el agrado de George
Bush padre –ex director de la CIA y posteriormente presidente de
Estados Unidos– es la inclinación del príncipe Bandar por la acción
clandestina.
El «Señor Bandar Bush» se integró a la alta sociedad estadounidense. Es
al mismo tiempo administrador vitalicio del Aspen Institute y miembro
del Bohemian Grove. El público británico descubrió su existencia a
través del escándalo Al-Yamamah: el contrato armamentista más
grande de la historia, y también el mayor caso de corrupción.
Durante unos 20 años (desde 1985 hasta 2006), British Aerospace,
rápidamente rebautizada como BAE Systems, vendió armamento por 80
000 millones de dólares a Arabia Saudita mientras que depositaba
discretamente parte de esa fortuna en las cuentas bancarias de políticos
sauditas y probablemente de políticos británicos. Dos mil millones de
dólares engrosaron así la fortuna del príncipe Bandar.
En Egipto, país donde financiaban a los Mubarak con una mano y a los
Hermanos Musulmanes con la otra, los Sudairi impusieron ahora una
alianza entre los Hermanos Musulmanes y los militares
proestadounidenses.
Así que los Sudairi convencieron al rey de Bahrein de que había que
ahogar en sangre las esperanzas populares.
Las revoluciones que gozan del favor de los medios tienen incluso sus
membretes. Este es el que identifica «The Syrian Revolution 2011» en
Facebook.
El Hizb ut-Tahrir abrió una sección en Líbano el año pasado. Allí organizó
en aquel momento un congreso al que invitó una serie de
personalidades extranjeras, entre las que se encontraba un intelectual
ruso de renombre internacional. En el transcurso de los debates, los
organizadores exhortaron a la instauración de un Estado islámico y
precisaron que, a su entender, los chiítas y los drusos libaneses –e
incluso ciertos sunnitas– no son verdaderos musulmanes. Estupefacto
ante declaraciones tan extremistas, el invitado ruso rápidamente
concedió varias entrevistas a la televisión para distanciarse de aquellos
fanáticos.
Un abierto complot
La propaganda internacional
Los Sudairi quieren una intervención militar occidental que acabe con la
resistencia siria, como la actual agresión contra Libia. Para ello, han
movilizado cierto número de especialistas en propaganda.
Pero el emir de Qatar tomó el control político del canal, que se convirtió
en el brazo ejecutor de su gobierno. Durante años, Al-Jazeera
desempeñó efectivamente un papel como elemento de moderación,
favoreciendo el diálogo y la comprensión en la región. Pero también ha
ayudado a banalizar el apartheid impuesto por el régimen israelí, como
si la violencia que practica el ejército del Estado hebreo no fuera otra
cosa que deplorables excesos de un régimen finalmente aceptable,
cuando en realidad constituyen la esencia misma del sistema.
http://www.voltairenet.org/article169867.html