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Recuerdo que vivía, junto a otros religiosos, en un templo cerca de una pequeña aldea del

golfo de Abendego, hasta que una gran tormenta asoló toda la zona. Cuando los huracanados
vientos me lo arrebataron todo, intentando huir de la devastación me introduje en las furiosas
aguas sin percatarme de que estaban infestadas de todo tipo de monstruos marinos y
entonces morí. O al menos, eso creo. Recuerdo a un Segador arrastrando mi alma desde las
profundidades del océano hasta el Osario. Recuerdo que la dama Pharasma estaba allí,
presidiendo el Gran Cementerio como una silenciosa matriarca. Recuerdo las palabras que
resonaron en mi cabeza una y otra vez durante eones.

“Encuentra al Paladín de Aroden y guíalo para restaurar las profecías”.

Y tras lo que percibí como una interminable eternidad, volví a abrir los ojos. Estaba en la orilla
y a lo lejos, en el mar, se alzaba una gran tormenta que arrojaba muerte y destrucción sobre la
costa. ¿Estaba vivo de nuevo? ¿Había llegado a morir? ¿Acaso había sido todo un sueño? ¿Una
alucinación? ¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sé, los recuerdos de mi anterior vida son
borrosos pero lo que sí sé, es que las palabras aún resonaban en mi mente.

“Encuentra al Paladín de Aroden y guíalo para restaurar las profecías”.

Sin más, emprendí mi viaje. De alguna manera algo en mí había cambiado, ahora albergaba un
gran poder. Poder sobre la vida pero también sobre la muerte. ¿Había sido la mismísima
Pharasma la que me había otorgado ese poder, la que me había elegido entre todos los
mortales para llevar a cabo esta misión? Sentí que no encontraría respuestas hasta que no
cumpliera con mi cometido. Dejé de hacer preguntas que nadie contestaría y sin más,
emprendí mi viaje. Vagué por las costas de Golarion buscando los restos de una fe ahora
olvidada. ¿Pero cuánto tiempo había pasado? ¿Qué había sido del culto del último Azlanti?
Solo encontré una tierra desolada, arrasada por la decadencia. Hombres y mujeres dedicados
al pillaje y al asesinato. Moribundos abandonados a su suerte en orillas yermas… y entonces lo
vi, un ruinoso templo dedicado a Aroden, saqueado e inundado de muerte. En la villa cercana,
los supervivientes hablaron de piratas, me dijeron que buscara respuestas en un puerto
cercano, que preguntara por una bandera negra con un ángel esquelético, ahorcado con una
soga roja. Pensé que si encontraba las reliquias robadas quizá, tarde o temprano, mi camino se
cruzaría con el del Paladín de Aroden.
Ahora tenía una pista y un destino y sin más, emprendí mi viaje.

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