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Empero, surgen también muchas válidas preguntas. Por ejemplo, qué tanto de
transformación tiene todo esto, pues los indicadores que forman el ISCE existen, los
colegios los conocen y las jornadas de receso escolar para su análisis ya existían
también. Pero además, ¿cuáles son las herramientas que el Estado proporciona a los
colegios para que puedan mejorar? Más parece que se está dejando toda la
responsabilidad en ellos. ¿Es la suma de indicadores para un nuevo valor todo lo que
faltaba para que los colegios mejoraran? ¿Y si los colegios no mejoran, quedan
abandonados a su suerte? Falta de coordinación de esta iniciativa con una estrategia
integral de calidad es la crítica más enfatizada por los expertos.
Con todo, más allá de estas reservas que bien pueden servir para afinar el programa, se
nos antoja más profunda una reflexión sobre la educación que necesita este país y cómo
el nuevo índice y este enfoque del Estado frente a la excelencia académica contribuyen a
ella. ¿Cumple un mejoramiento de los conocimientos en matemáticas, ciencia y lenguaje
—que es lo que miden las pruebas PISA de la OCDE, en que queremos ser líderes
regionales— con los fines de la educación que como sociedad acordamos en la
Constitución (art. 67) y en la Ley 115 de 1994? Esos fines que hablan, por ejemplo, del
“pleno desarrollo de la personalidad... dentro de un proceso de formación integral, física,
psíquica, intelectual, moral, espiritual, social afectiva, ética, cívica”, ¿se satisfacen cuando
las mediciones y los incentivos se enfocan a que los alumnos mejoren en una prueba que
se centra en los conocimientos y no en las competencias ciudadanas y humanas?
Sin desconocer la importancia y el derecho que tienen nuestros jóvenes a adquirir los
conocimientos técnicos, científicos y lingüísticos que les permitan competir en el mundo
globalizado de hoy, vale preguntarse si un país en guerra, en proceso de transformación
hacia la reconciliación, azotado por la corrupción y la cultura mafiosa, donde la vida vale
tan poco, puede darse el lujo de apostar todo por esa sola instrucción y esperar que una
variable tan gaseosa como el “ambiente escolar” cumpla con la formación en las
competencias éticas y cívicas, entre otras muchas. Creemos que no y que lo que este
enfoque provocará es que nuestra educación se dedique a cómo tener éxito en la prueba
internacional, pues allí es donde se han puesto los objetivos y los incentivos. ¡Y con la
falta que nos está haciendo una buena formación en valores !