Lee la siguiente lectura, te emocionará. (Solo para leer).
¡Qué día!
A veces me digo: «Marta, hay días que no merece la pena levantarse de la
cama». Esa fue precisamente la reflexión que me hice el lunes cuando me acosté a las diez de la noche. Veamos cómo me fue el día. Me levanté a las siete y me fui a la ducha. Pero no salía agua caliente. ¡Estaba averiada la instalación eléctrica del baño! -Bueno, ya me ocuparé del tema por la tarde -me dije. Me preparé el desayuno y se me quemaron las tostadas. Y lo peor es que no tenía tiempo para prepararme otras dos. Así que me fui sin desayunar. Ya en la calle, vi arrancar el autobús. ¡Por breves segundos no logré alcanzarlo! Y lógicamente llegué tarde al trabajo.
En la oficina, sobre el escritorio, me esperaba una nota de mi jefe que decía:
«Marta, a las doce en mi despacho. Hay un problema en facturación»>. Luego me llamaron por teléfono y me comunicaron que me devolvían una mercancía que se entregó a un cliente porque tenía algún defecto. Y, finalmente, por la tarde detecté un virus en mi computadora.
No podía creer que en un solo día me hubieran podido ocurrir tantos
contratiempos. Por eso, cuando Julián, un amigo que me encontré en el bus, me preguntó cómo me había ido el día, tuve un ataque de risa. -¡Pues no he parado de acumular desastres! Y le expliqué muerta de risa la retahíla de contratiempos que tuve desde que salté de la cama.
Julián no tardó en contagiarse de mi risa y pronto formamos un dúo ¡Cómo
nos reímos! Y entonces recordé la frase que siempre decía mi abuela: <<Dios mío, dame la paciencia para aguantar las cosas que no pueda cambiar, el coraje para cambiar las que pueda y la sabiduría para distinguirlas». Como mi abuela estaba siempre contenta, remataba la frase diciendo: «Y la alegría para tomarme las cosas con buen humor."