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Julio de 1960*
El taller donde trabajo está situado en una colina detrás de nuestra casa. Al mirar al valle,
puedo ver la casa comunitaria del pueblo en la que se reúne nuestro grupo local. Más allá
de la línea del horizonte se encuentra el universo de AA: ocho mil grupos, un cuarto de
millón de los nuestros. ¿Cómo llegó AA a ser lo que es en25 años? Y desde aquí, ¿adónde
vamos?
¿Quién puede decir lo que esta comunicación - tan misteriosa y tan práctica - realmente
es? No nos es posible darnos cuenta sino de una parte de lo que hemos recibido, y de lo
que ha significado para cada uno de nosotros.
Se me ocurre que todo aspecto de este desenvolvimiento global puede relacionarse con
una sola palabra esencial. Esta palabra es comunicación. La comunicación que hemos tenido
entre nosotros, con el mundo alrededor nuestro y con Dios, nos ha salvado la vida.
Enseguida me acuerdo de mi médico, William Duncan Silkworth, y de cómo él, durante los
últimos años angustiosos de mi alcoholismo, me atendía utilizando el lenguaje del corazón.
En el amor estaba su poder mágico, y por el amor logró obrar este milagro: comunicar a la
mente borrosa del borracho el hecho de que se encontraba en la presencia de alguien que
lo comprendía, y que se preocupaba cariñosamente y sin límite por su bienestar. Era un
hombre que gustosamente nos acompañaba andando por el trecho más empinado y rocoso
de nuestro camino y, si fuera necesario (como a menudo lo era), incluso hasta el fin del
camino. En aquel entonces, ya había intentado ayudar a más de veinte mil borrachos y, en
casi todos los casos, había fracasado. Solamente en unas raras ocasiones, en esta
experiencia lúgubre de futilidad, brilló la luz de una auténtica recuperación. La gente se
preguntaba a si misma cómo él podía perseverar, cómo podía seguir creyendo en la
posibilidad de ayudar a los alcohólicos crónicos. No obstante, seguía creyendo, con una fe
que nunca vacilaba. Seguía diciendo, "Un día encontraremos la solución."
Ya se había formado algunas ideas con respecto a lo que les afectaba a los borrachos:
Tenían unaobsesión por beber, una auténtica locura destructora. Al observar que los
cuerpos de los borrachos ya no podían aguantar el alcohol, el doctor llamaba esta condición
unaalergia. Su obsesión les hacía beber, y su alergia servía como garantía de que se
volverían locos o morirían si siguieran bebiendo. Aquí, formulado en términos modernos,
teníamos el dilema perenne del alcohólico. El doctor sabia que la única solución se
encontraba en la abstinencia total. Pero, ¿cómo lograrla? Si pudiera conocer y comprender
mejor a los borrachos y así identificarse mejor con ellos, tal vez el mensaje informativo que
tenía que comunicarles podría llegar a esas extrañas cavernas de la mente en las que estaba
arraigada la ciega obsesión por beber.
Así perseguía sus trabajos el médico diminuto que amaba a los borrachos, siempre con la
esperanza de que su próximo caso le revelaría, de alguna que otra forma, una nueva parte
de la solución. Cuando llegué a su consulta, sus más recientes conceptos y métodos habían
empezado a dar unos resultados ligeramente más prometedores. Por lo tanto, se sentía
alentado y se puso a atacar mi caso con el entusiasmo y optimismo de un médico joven ante
su primer caso crítico. Me dijo lo infernal que era la enfermedad del alcoholismo y por qué.
No me prometió nada y no intentó ocultarme el muy bajo índice de recuperación. Por
primera vez, vi y sentí mi problema en toda su gravedad. También por primera vez, descubrí
que era un hombre enfermo, emocional y físicamente. Como todos los AA saben hoy día,
este descubrimiento puede depararnos un tremendo alivio. Ya no tenía que considerarme
como esencialmente un tonto o un pusilánime.
Esta nueva revelación, más el relato que me contó el médico de unas cuantas de sus buenas
recuperaciones, produjeron en mi una oleada de esperanza. Pero sobre todo, mi confianza
estaba basada en la comprensión, el interés y el afecto que él tan generosamente me
mostraba. Ya no estaba solo con mi problema. El y yo, juntos, podíamos trabajar para
remediarlo. A pesar de unas recaídas bastante descorazonadoras, durante mucho tiempo
yo creía sinceramente que podíamos hacerlo. Y él lo creía también.
Pero al fin llegó la hora en que él se dio cuenta de que yo no iba a figurar entre sus
afortunadas excepciones. El iba a tener que acompañarme a mí y a mi esposa, Lois, mientras
atravesáramos ese último tramo de mi camino alcohólico. Muy característicamente,
encontró el valor para decirnos, comedida y francamente, la pura verdad. Ni por mis
recursos, ni con la ayuda de los suyos, ni por otro medio que él supiera, yo no podría dejar
de beber; en un espacio de un año, tal vez, me tendrían confinado en un manicomio, o yo
habría sufrido unas graves lesiones cerebrales o estaría muerto.
Si otro ser humano me hubiera pronunciado ese veredicto, yo no podría haberlo aceptado.
Ya que él me lo había dicho todo hablando el lenguaje del corazón, yo podía reconocer la
verdad que me había expuesto. Pero era una verdad espantosa y desesperada. Me habló
en nombre de la ciencia, a la cual yo tenía un profundo respeto; y parecía que la ciencia me
había condenado ¿Quién sino él pudiera haberme convencido de este principio
indispensable del que depende toda recuperación? Tengo graves dudas de que otra
persona pudiera haberlo hecho.
Hoy en día, todo miembro de AA inculca en cada uno de sus ahijados exactamente lo que
el Dr. Silkworth logró infundir tan contundentemente en mí. Sabemos que es necesario que
el recién llegado haya tocado su fondo; si no, no podemos esperar ver grandes resultados.
Debido a que somos 'borrachos que le comprendemos," podemos valernos de ese
cascanueces de obsesión-más-alergia como un instrumento de suficiente potencia como
para aniquilar su ego a fondo. Unicamente así el quedará convencido de que, contando con
sus propios recursos, sin ninguna otra ayuda, tiene una muy escasa posibilidad, o ninguna,
de sobrevivir.
Pues, primero, yo ya sabia que él era un caso desahuciado - igual que yo. Ese mismo año,
en fecha anterior, me había enterado de que él también era candidato para el manicomio.
No obstante, le tenía allí frente a mí, sobrio y libre. Y su facultad de comunicación era ya
tan impresionante que, en unos pocos minutos, podía convencerme de que se sentía
sinceramente liberado de su obsesión por beber. Simbolizaba una cosa muy distinta de un
mero intento de abstenerme a duras penas de la bebida. Así que me presentaba una especie
de comunicación y de evidencia que ni siquiera el Dr. Silkworth podía ofrecerme. Era
cuestión deun alcohólico que estaba hablando con otro. En esto estaba la verdadera
esperanza.
Y ¿cuál era este mensaje? Ya lo conocen todos los AA: la honradez con uno mismo, lo cual
nos conduce a hacer, sin miedo, un inventario moral de nuestros defectos de carácter; la
revelación a otro ser humano de estos defectos, los primeros pasos, humildes y vacilantes,
que damos alejándonos de nuestro aislamiento y sentimiento de culpabilidad; la buena
disposición para dirigirnos a aquellos a quienes hemos causado daño y hacer todas las
enmiendas posibles. Se nos sugería que pusiéramos nuestras casas en orden, tanto el
exterior como el interior; y entonces estábamos listos para dedicarnos a servir a otros,
valiéndonos de la comprensión y del lenguaje del corazón, sin esperar ninguna recompensa
ni provecho personal. Y entonces había esa actitud vital de depender de Dios, o de un poder
superior.
Ninguna de las ideas de Ebby era realmente nueva. Yo ya las había oído todas. Pero por
haberme sido comunicadas por su potente línea de transmisión, no las consideré como en
otras circunstancias lo hubiera hecho, o sea, unas simples máximas tradicionales en cuanto
a la manera de comportarse como un buen feligrés. Yo las veía como vivas verdades que
me podríanliberar tal como le habían liberado a él. Ebby me podía tocar en lo más profundo.
Pero había un aspecto que me sentía todavía poco dispuesto a aceptar. No me podía tragar
la idea de Dios, porque no podía creer quehubiera ningún Dios. Ebby me convenció
instantáneamente de sus demás ideas, pero no de ésta. Aunque tenía que reconocer sus
evidentes resultados, no podía compartir su fe.
El mío era precisamente el tipo de obstáculo bien arraigado que hoy en día vemos a
menudo en los recién llegados que dicen ser ateos o agnósticos. Su voluntad para no creer
es aparentemente tan fuerte que prefieren hacer una cita segura con el sepulturero a ir,
con la mente abierta, en una búsqueda empírica de Dios. Afortunadamente para mi y para
la mayoría de la gente como yo que desde entonces se han unido a AA, las fuerzas
constructivas que entran en juego en nuestra Comunidad casi siempre han logrado superar
esta colosal obstinación. Totalmente derrotados por el alcohol, teniendo ante nuestros ojos
una prueba patente de la liberación, y rodeados de quienes pueden hablarnos en el
lenguaje del corazón, finalmente nos hemos rendido. Y luego, paradójicamente, nos hemos
encontrado en una nueva dimensión, el mundo real del espíritu y de la fe. Con suficiente
buena voluntad, con suficiente amplitud de mente - y allí lo tenemos.
Cuando finalmente me llegó la hora de abrir la mente y rendirme, el nuevo mundo del
espíritu me sobrevino como un relámpago abrumador de convicción y poder. Y como
consecuencia, a pesar de los altibajos que he sufrido desde entonces, me he visto liberado
de la obsesión y siempre han quedado conmigo la fe en Dios y la conciencia de su presencia.
La dádiva de la fe se convirtió inmediatamente en parte integrante de mi ser. Mi orgullo
había pagado un precio muy alto. Desesperado, grité, "Ahora estoy dispuesto a hacer
cualquier cosa. Si hay un Dios, ¡ que se manifieste!" Y lo hizo. Este fue mi primer contacto
consciente, mi primer despertar. Pedí de todo corazón, y recibí.
Con esta revelación me vino la visión de una posible reacción en cadena, de un alcohólico
que hablara con otro y éste con otro y así en una serie sin fin. Estaba convencido de que
podía dar a mis compañeros alcohólicos lo que Ebby me había dado a mi, y durante los
meses siguientes traté de pasar el mensaje. Pero nadie logró la sobriedad, y esta experiencia
me enseñó una magnífica lección: iba aprendiendo penosamente laforma de no
comunicarme. Por verídicas que fueran las palabras de mi mensaje, no podría haber
ninguna comunicación profunda silo que yo decía y hacia iba teñido de soberbia, arrogancia,
intolerancia, resentimiento, imprudencia o un deseo de reconocimiento personal - aunque
apenas era consciente de estas actitudes.
Sin darme cuenta, había caído muy pesadamente en estos errores. Mi experiencia
espiritual había sido tan súbita, tan resplandeciente, y tan poderosa que había empezado a
estar convencido de que yo estaba destinado a curar a casi todos los borrachos del mundo.
Esto era soberbia. Seguía machacando el tema de mi despertar místico, y mis candidatos se
sentían repelidos sin excepción. Esto era imprudencia. Empecé a insistir que todo borracho
debería experimentar una "euforia luminosa" parecida a la mía. Hice caso omiso del hecho
de que Dios se manifiesta al hombre de muchas maneras. En efecto, había empezado a decir
a mis candidatos, "Tienes que ser como yo, creer como creo yo, y hacer lo que hago yo."
Esta era la clase de arrogancia inconsciente que ningún borracho puede soportar. Empecé
a subrayar descaradamente los pecados de mis candidatos (principalmente los pecados que
yo creía no tener), y los candidatos se enojaron, y yo también. Cuando se emborrachaban,
me ponía airado. Y esto era nuevamente el orgullo herido.
Mis nuevos amigos del Grupo Oxford (el grupo religioso en el que Ebby logró su primera
recuperación, pero no la definitiva) se oponían a la idea de que el alcoholismo fuera una
enfermedad, así que yo tenía que dejar de hablar sobre el concepto de alergia-más-
obsesión. Yo quería la aprobación de estos nuevos amigos y, por tratar de ser humilde y útil,
no era ni lo uno ni lo otro. Poco a poco, llegué a darme cuenta, como lo hace la mayoría de
nosotros, de que cuando el ego se pone en medio, bloquea la comunicación.
Mi encuentro con el Dr. Bob en Akron fue la primera vez que logré compenetrarme con
éxito con otro alcohólico. Seguí al pie de la letra el consejo del Dr. Silkworth. El Dr. Bob no
tenía necesidad de instrucción espiritual. De eso, él ya tenía mucho más que yo. Lo que sí
necesitaba era un desinflamiento a fondo y la comprensión que solo un alcohólico puede
darle a otro. Lo que yo necesitaba era la suficiente humildad para olvidarme de mí mismo y
una relación con un ser humano a fin. Doy gracias a Dios por habérmelo concedido.
Una de las primeras ideas que el Dr. Bob y yo compartimos fue que la verdadera
comunicación debe basarse en la necesidad mutua. Nunca deberíamos hablar a nadie con
tono condescendiente, muchos menos a un compañero alcohólico. Nos dimos cuenta de
que todo padrino debería humildemente reconocer sus propias necesidades tan claramente
como las de su ahijado. En esto estaba la base del Paso Doce de AA para la recuperación, el
Paso en el que llevamos el mensaje.
Alcohólicos Anónimosse publicó por primera vez en 1939. En aquella época, había cien
borrachos que se habían recuperado en AA. Y solo en los Estados Unidos había cinco
millones de alcohólicos y familiares suyos que nunca habían oído hablar de Alcohólicos
Anónimos. En otras partes del mundo tal vez había otros veinte millones de alcohólicos.
¿Cómo íbamos a comunicar las buenas nuevas aunque sólo fuera a una pequeña fracción
de todos ellos? Ahora teníamos un libro acerca de AA, pero casi nadie fuera de la
Comunidad sabia de su existencia.
Llegó a ser evidente que tendríamos que contar con la ayuda de la prensa y de la radio, que
necesitaríamos recurrir a todos los medios de comunicación posibles. ¿Se interesarían esta
agencias en ayudarnos? ¿Se mostrarían amistosos? ¿Les sería posible presentar una imagen
verdadera de AA al alcohólico, su familia y sus amigos?
El impacto de este articulo en los alcohólicos de los Estados Unidos, en sus familiares y en
el público en general fue tremendo. Enseguida nos llegó una avalancha de llamadas para
obtener información y ayuda - no cientos, sino miles. Nos quedamos estupefactos. Estaba
claro que nuestro mensaje de recuperación se podía transmitir a todo el país - si hacíamos
lo que nos correspondía hacer.
Ya en los primeros días de AA, empezamos a darnos cuenta de que la afinidad que teníamos
por haber sufrido del alcoholismo agudo no era suficiente de por si. Nos dimos cuenta de
que, para superar ciertas barreras, nuestros canales de comunicación tenían que ampliarse
y profundizarse. Por ejemplo, casi todos los primeros miembros de AA eran casos de lo que
hoy llamamos bajo fondo o "últimas boqueadas". Cuando empezaron a llegar los casos de
alto fondo o ligeramente afligidos, solían decirnos, "Pero nunca estuvimos en la cárcel.
Nunca estuvimos en manicomios. Nunca hicimos esas cosas espantosas que ustedes
cuentan. Tal vez AA no es para gente como nosotros."
Durante varios años, los veteranos simplemente no podíamos comunicarnos con estos
compañeros. Luego, de la mucha experiencia surgió una nueva manera de abordarlos. A
cada nuevo caso de alto fondo, le recalcábamos la opinión médica de que el alcoholismo es
una enfermedad mortal yprogresiva. Al hablarles, nos concentrábamos en las primeras
etapas de nuestras carreras de bebedores. Recordábamos lo convencidos que estábamos
de "poder controlamos la próxima vez que nos tomáramos unos tragos. O de que nuestra
forma de beber era la culpa de unas circunstancias desafortunadas o del comportamiento
de otra gente.
Lenta pero seguramente, esta estrategia empezaba a dar resultados. Los de bajo fondo
empezaron a comunicarse en profundidad con los de alto fondo. Y los de alto fondo
empezaron a hablar entre sí. Cuando los AA de cualquier localidad recibían en su grupo a
los borrachos de alto fondo, el progreso con estos compañeros, aun si fueran muy pocos,
resultaba mucho más fácil y rápido. Es probable que casi la mitad de los miembros actuales
de AA se hayan librado de los últimos cinco, diez, o incluso quince años de puro infierno que
nosotros los de bajo fondo conocemos tan bien.
Al principio, pasaron cuatro años antes de que AA llevara la sobriedad permanente tan solo
a una mujer alcohólica. Como los del alto fondo, las mujeres también decían que eran
diferentes. No obstante, al irse perfeccionando la comunicación, debido principalmente a
los esfuerzos de las mismas mujeres, la situación fue cambiando. Hoy día, nuestras
hermanas de AA se puedan contar por millares.
El borracho de los barrios perdidos decía que era diferente. Se oía decir lo mismo aun más
estridentemente al mundano (el beodo de la alta sociedad). Lo mismo decían los artistas,
los profesionales, los ricos, los pobres, la gente religiosa, los agnósticos, los indios, los
esquimales, los soldados veteranos y los presos. Pero eso era hace ya muchos años. Hoy
día, todos ellos hablan de lo mucho que nos parecemos a fin de cuentas, nosotros los
alcohólicos.
Esto era lo que nos preguntábamos Lois y yo según nos dirigíamos aquel año a Europa y a
Gran Bretaña para verlo nosotros mismos. En cuanto desembarcamos en Noruega,supimos
que AApodría llegar y llegaría a todas partes. No entendíamos ni una palabra de noruego.
Para nosotros, tanto los paisajes como las costumbres eran nuevos y extraños. Sin embargo,
desde el primer instante había una comunicación maravillosa. Había una increíble sensación
de unidad, de estar completamente en casa. Los noruegos eran de los nuestros. Noruega
también era nuestro país. Ellos tenían los mismos sentimientos para con nosotros. Esto se
podía ver en sus caras.
A medida que íbamos viajando de país en país, se iba repitiendo una y otra vez esta
magnífica aventura de compenetración y afinidad. En Gran Bretaña, nos encontramos con
el más extraordinario amor y comprensión. En Irlanda, estábamos en perfecta armonía con
los irlandeses. Por todas partes, era lo mismo. Era algo mucho más importante que un
cordial encuentro entre personas. No era un mero intercambio interesante de experiencias
y esperanzas comunes. Era mucho más: era la comunicación de corazón a corazón con
admiración, con alegría y con gratitud eterna. Lois y yo supimos entonces que AA podría dar
la vuelta al globo - y así lo ha hecho.