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02 Creación de La Imagen Corporativa
02 Creación de La Imagen Corporativa
Todos los elementos afluentes de choque, de cambio, han trastocado los cimientos en
los que sustentaba el pensamiento empresarial de finales del XIX con sus cuatro
pilares: el capital, la organización, la producción y la administración.
Los cuatro pilares de la época precedente no han sido substituidos sin embargo, ni
pueden serlo, pero han desaparecido de la vista, están en la trastienda del negocio y
funcionan exclusivamente en régimen interno.
Este modelo presenta dos ejes, con sus polos. Verticalmente están interconectados la
Identidad y la Imagen. Horizontalmente lo están los Actos y los Mensajes. En la
encrucijada de los ejes está el vector cultural, el que da sentido y valor diferenciador
al conjunto; es una especie de "transformador" de la gestión y la comunicación en
forma de percepciones y experiencias que serán vividas por el público.
Pero lo decisivo en una hiperoferta como la que nos abruma, es el acto de elegir, la
decisión. Y lo que determina la elección no es aquello que es común a un tipo de
producto o de servicio, sino exactamente lo contrario: lo que es singular. La
singularidad se comunica, obviamente, pero antes, se produce. Es en el hecho
singular del hacer y del comunicar, (el cómo) cuando lo que ha sido hecho
(productos, objetos, servicios) adquiere significado y valor. El cómo es subsidiario de
la Cultura organizacional, y ella transforma el quién y los qué en Personalidad y Estilo
corporativos: componentes cualitativos de la imagen.
En primer lugar veremos, pues, los dos polos del eje vertical: Identidad e Imagen,
atravesando el vector central o la identidad cultural, el cómo la primera se
transforma en la segunda.
Los polos del eje horizontal serán considerados empezando por el primero: el qué
hace como resultado de las decisiones estratégicas (no productivas, administrativas,
etc.). Es el polo de las acciones, las actuaciones realizadas y los hechos que tienen
valor significante para el público y la sociedad.
En busca de la identidad
El primer vector es la empresa en s í misma. Su identidad. La búsqueda de la
identidad, sus crisis, su pérdida, constituyen el centro de las investigaciones y las
preocupaciones actuales. El individuo, el grupo, las empresas, aspiran hoy a coincidir
nuevamente con su propio ser y su propia realidad. El histórico Seminario sobre "La
Identidad", dirigido en 1975 por Claude Lévi-Strauss, fue un evento de envergadura,
que reunió a especialistas llegados de distintas ciencias: antropólogos, biólogos,
psicoanalistas, matemáticos, filósofos y lingüistas. He aquí las facetas de la identidad
y su adscripción a las ciencias de la vida. Se trata, por tanto, de una cuestión
científica fundamental, aunque haya sido ignorada tan largo tiempo por las
empresas, y finalmente se haya reducido a simples grafismos.
"Lo que hace" es la actividad mayor alrededor de la cual se crea todo el sistema
relacional y productivo: una técnica, líneas de productos o de servicios más o menos
coordinados, una estructura de precios y características de distribución, cuyo
conjunto de actividades está sancionado en forma de resultados comerciales y
financieros.
La convergencia en este vector central de los "qués" y los "cómos" de los polos, es el
proceso por el cual el público percibe y experimenta la personalidad de la empresa,
su estilo de conducta. Es justamente esta interpretación, y la valoración colectiva de
la personalidad corporativa - que ha cristalizado con la cultura organizacional y se
manifiesta con el hacer y con el estilo de comunicar- lo que da nacimiento a la
imagen mental de la empresa en la memoria social. La "imagen pública" es la suma
de las imágenes individuales que coinciden.
¿Por qué todo esto no se puede imitar ni copiar? Por dos razones: porque ha partido
de la identidad específica de la empresa, de su originalidad y singularidad profunda;
y porque eso ha sido transformado y diferenciado a través de la acción del cómo. Lo
que la empresa hace y comunica, no es distintivo sino en el cómo lo realiza.
"Identidad corporativa" es una expresión técnica que sirve a la empresa pero que los
públicos ignoran: para ellos, sencillamente no existe. Lo que sí existe no son
conceptos, sino vivencias y experiencias, como por ejemplo satisfacción, confianza,
adhesión (a una marca o una empresa) e incluso imagen, como una certidumbre que
incluye esta clase de valores. De hecho, la imagen pública, la que los públicos
construyen y retienen en la memoria, es una síntesis de estímulos diversos ligados a
la empresa. Esta ligazón es función del sistema de identidad corporativa. Y los
estímulos así identificados, reconocidos y memorizados, son de índole muy diversa.
Van desde percepciones de mensajes complejos a elementos simples que llegan por
muy variados soportes y medios, hasta experiencias personales con los productos,
los servicios y las personas que representan a la empresa, y hasta las opiniones
ajenas que a través de los medios de comunicación o de otras instituciones y
personas, llegan a los individuos y a la colectividad, aleatoriamente, en diversidad y
continuamente.
Esta función marcaria, identitaria, se amplifica a principios del siglo XX, también en
Europa, con la idea innovadora de que todas las manifestaciones de la empresa
debían transportar sus signos propios de identidad. Era el mismo año 1908, en que
Henry Ford desarticulaba los procesos de trabajo en la cadena de montaje en su
factoría de Detroit, en los USA. Este mismo año, en Alemania e Italia se producían
dos innovaciones avanzadas, es decir, que no estaban fundadas exclusivamente en
los cuatro pilares del modelo industrial, sino en una premonición de la identidad
corporativa. No es que los empresarios europeos se olvidaran de la producción y de
la productividad, que ya resolvían por otro lado; es que fueron mucho más lejos,
porque se anticiparon en lo que hoy es un vector esencial: la comunicación de la
identidad y la construcción de la imagen corporativa.
En aquel año de 1908, la empresa alemana AEG entendió que el diseño no podía
limitarse a la concepción gráfica, y contrató al arquitecto, diseñador industrial y
artista gráfico, Peter Behrens, con el objeto de aplicar una concepción unitaria a sus
producciones, sus instalaciones y comunicaciones. Poco después contrató al sociólogo
austríaco, Otto Neurath, quien aportaría una visión inédita a la empresa, que ya no
sería aquella de la lógica productiva o administrativa, y que enlazaría las relaciones
humanas con las comunicaciones con el mercado. Behrens y Neurath han sido, pues,
los primeros "consultores comunicadores" en nómina de una gran empresa y los
forjadores de su estilo singular en unas circunstancias realmente pioneras. Ellos se
encargaron de concebir una identidad global para AEG, que sería el resultado de todo
su trabajo de investigación y de proyectación, pues diseñaron por completo un
programa para las producciones de la compañía. Proyectaron edificios, fábricas,
oficinas y establecimientos comerciales; diseñaron productos, lámparas industriales,
juegos de té, ventiladores, material eléctrico, etc.; y en la faceta del diseño gráfico
crearon marcas, logotipos, carteles, anuncios, folletos y catálogos, en un inédito
"servicio proyectual integral" que ha configurado la histórica imagen coherente y
singular de AEG.
El mismo año 1908, Camillo Olivetti fundaba su empresa en Ivrea, Italia, que llegaría
a ser la mayor industria europea de maquinaria de oficina y de sistemas para el
tratamiento automático de la información, y ocupa una posición de primer plano en el
mercado mundial de la informática "distribuída". En efecto, la identidad de una
empresa es con frecuencia el espíritu que le infunden hombres con una clara visión
de futuro y especialmente dotados de un empuje creativo. Camillo Olivetti reunía en
su persona la calidad humanística, el espíritu científico y la intuición creativa del
hombre de negocios. Estaba persuadido de que "Las cosas materiales y la tecnología
no deberían ser contempladas como ocupando una posición más elevada que la del
hombre".
En 1928 se estableció en Olivetti el servicio de publicidad, y éste dio lugar, tres años
más tarde, al departamento de Desarrollo y Publicidad. En 1946, después de la
segunda guerra mundial, se reorganizó en Milán la Oficina Técnica de Publicidad,
encabezada por Giovanni Pintori. En 1957, todo el departamento de publicidad se
trasladó desde Ivrea a Milán, y estuvo dirigido por Ricardo Muratti. La posterior
Dirección de Imagen Corporativa, ha jugado a partir de entonces uno de los papeles
más importantes dentro del diseño y las actividades de comunicación de Olivetti.
Encabezada por Renzo Zorzi, la DIC incluye y coordina todas las relaciones culturales,
relaciones internas, diseño industrial, comunicación, publicidad y actividades de
promoción, así como relaciones externas y la administración de la propia DIC; todas
estas actividades giran alrededor de la implantación permanente y el control de la
identidad corporativa. El director de esta oficina es la autoridad más importante en la
comunicación corporativa, está conectado directamente con el presidente de la
compañía y tiene acceso directo al grupo administrativo. He aquí como, a mitades del
siglo pasado, se prefiguró en Europa el rol del nuevo Director de Comunicación.
Estos hechos nos invitan a dos reflexiones importantes acerca del concepto
importante de identidad corporativa: Primera reflexión. La intuición de AEG, Behrens,
Neurath y Olivetti fue una premonición de lo que, once años más tarde (1919) sería
la fundación en Alemania de la Bauhaus, donde se reunieron los innovadores más
avanzados en la filosofía de dignificar la producción en serie de objetos con la
explosión del industrialismo, integrando todas las formas del diseño y las artes
plásticas en los productos manufacturados que empezaban a inundar el entorno, los
hogares y la vida de los individuos. La escuela de la Bauhaus, a pesar de su corta y
convulsa existencia (1919-1933), había demostrado al mundo occidental una nueva
forma de unir racionalidad e imaginación, funcionalidad y estética, arte y producción,
y de coordinar las diferentes manifestaciones del arte, el diseño y la industria. El
ideal de la Bauhaus era trasladar la estética a la práctica proyectual, a los objetos de
uso, a los productos y a la comunicación. En este ejercicio se encontraron, por
primera vez, la arquitectura, el diseño industrial, el diseño gráfico y las artes
decorativas. Un ideal, en fin, en busca de una cierta calidad de vida a través de la
industria y el diseño. Pero también un ideal que se expresa en la disciplina actual de
la identidad corporativa, en la misma medida que hoy incluye todas las variables del
diseño y de la sociología de la organización.
Segunda reflexión. Hay un hecho que no deja de ser interesante por erróneo, en las
creencias de muchas empresas contemporáneas. Es que la identidad corporativa
todavía es un recurso estratégico desconocido, porque es visto a menudo como una
simple cuestión de diseño y de marcas. Es decir que, simplificando las cosas, están
viendo la marca igual que hace casi tres mil años (¡). Sólo que ahora, los soportes ya
no son solamente los contenedores de los productos: las ánforas y jarras en los que
eran transportados.
La cuestión es que, con tantos cambios ocurridos en estos últimos tiempos, y a pesar
de ellos, se tiende a reducir la identidad corporativa a unos signos y un manual de
normas gráficas. Esta simplificación tan reduccionista que todavía persiste, se debe
en efecto al peso de la marca en sus evoluciones históricas , pero también a unos
hechos más recientes. Cuando el alemán Walter Landor se llevó las ideas de Behrens,
Neurath y Olivetti, y la filosofía de la Bauhaus a los USA, las redujo a un producto
más fácilmente manejable y explotable, que se limitaría al campo exclusivamente
gráfico. Por su parte, otro triunfador de la época en los USA, el francés Raymond
Loewy, desarrolló allí sus ideas sobre estética industrial y diseño gráfico bajo el
célebre pero falso slogan "lo feo no se vende". La fusión del diseño industrial y
gráfico no se consolidó, a pesar de que Loewy fue al diseño industrial lo que Landor
fue al diseño gráfico de identidad corporativa.
El hecho es que esta disociación entre ambas disciplinas reforzó la idea reductora de
que el diseño de identidad corporativa "era" diseño gráfico. Y hasta los años 80
hemos estado convencidos de dos cosas: de que la identidad corporativa venía de los
USA (olvidando que antes había llegado allí desde Europa), y de que se trataba
fundamentalmente de un problema exclusivamente gráfico.
De la identidad a la imagen...
Tres hitos se destacan en la historia de la marca: su nacimiento, por lo menos ocho
siglos a. de C., el sistema económico medieval y la economía de mercado que
amanece con el siglo XVII. Si veinte siglos antes, las primeras marcas comerciales
existieron, fue por una necesidad de identificar, pero curiosamente, no los productos
y las mercancías, sino a los alfareros (que manufacturaban las ánforas que contenían
vinos y aceites, y viajaban desde la cuenca mediterránea a diferentes países del
norte y oriente europeo), y a los comerciantes que exportaban estos productos. La
conveniencia de identificar, reconocer el origen o el responsable de las exportaciones,
era una urgencia debida a los robos frecuentes en los almacenes de los alfareros, y
también los robos en alta mar por los piratas, cuando tales productos eran
recuperados. La marca, pues nació por una necesidad práctica -¿policial?- de
identificación.
En la Edad Media, la función de las marcas estaba controlada por las corporaciones y
los gremios, y este control estaba en las manos de las autoridades que cuidaban que
las corporaciones no invadieran el ámbito de las otras corporaciones. (Hemos hablado
ya ampliamente del corporativismo). Poco a poco, en los albores del industrialismo
del siglo XV II, se impuso la libre competencia, la libertad de mercado, y con ella se
creó una legislación adecuada -insistentemente reclamada por las empresas- que
protegería la iniciativa privada y la propiedad de las marcas. Así se empezó a
concebir la marca registrada como un activo de la empresa. La "marca registrada"
nació, por tanto, como respuesta a una nueva necesidad: defender a las empresas
contra el fraude, las imitaciones y las falsificaciones. Este reconocimiento de su
protección legal otorgó a las marcas su auténtico estatuto económico.
Esta parte más avanzada de la configuración mental de la imagen, fija una relación
con el estado objetivo y real de las cosas. Como se ve, es una relación subjetiva, o
subjetivada, en perspectiva, o sea, progresivamente constituida. Porque la imagen no
es el producto de un impacto instantáneo, es un proceso psicológico casi
inconsciente, que se desvela y aparece en un momento dado. Seguramente nadie
puede recordar en qué instante se forjó en su cabeza la imagen actual de un
producto o una empresa determinados, pues la imagen es un cúmulo, una
superposición de sensaciones, impresiones, contactos y experiencias que se configura
lentamente hasta que aflora en la conciencia como una certidumbre.
Así, pues, ya hemos visto una vez más cómo todo empieza con la identidad -la de la
empresa en tanto que un potencial genético a desarrollar, y la de su percepción
primera por el público. Veamos ahora de qué modo se ha hecho más completa y más
compleja la comunicación de la identidad. En su construcción se ha pasado e los
puros signos gráficos de antaño, que perduraron hasta los años 80 como únicos
vehículos de la identidad, a un sistema de estímulos: el lenguaje intermedia al que
nos hemos referido anteriormente a propósito de los lenguajes de la comunicación.
En este punto justo surge una cuestión que nos desvía (provisionalmente) de nuestro
paradigma y obliga a introducir otro modelo de gestión. Que consiste en obtener,
interpretar y gestionar información. Cuando hablamos de cambios estratégicos es
preciso responder a las siguientes cuestiones: ¿Qué Cambios, Qué Estrategias, Qué
clase de Imagen necesitamos?
Es preciso, pues, a estas alturas, determinar sin riesgos de error, cuál es el modelo
de la imagen que la empresa necesita: a) en función de su plan estratégico y
objetivos globales, y b) en función de la imagen que existe en el público forjada por
medio de prejuicios, impresiones y experiencias, pero también y especialmente de las
expectativas y exigencias, que sirven de correctores o de adaptadores reales de a).
http://www.cem.itesm.mx/dacs/publicaciones/logos/anteriores/n34/jcosta.html