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Los proyectos de conquista de la Corona de Castilla en el archipiélago canario y


la reacción de los indígenas ante la guerra total

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Dario Testi
Universidad de León
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LOS PROYECTOS DE CONQUISTA DE LA CORONA DE CASTILLA
EN EL ARCHIPIÉLAGO CANARIO Y LA REACCIÓN
DE LOS INDÍGENAS ANTE LA GUERRA TOTAL *

Dario Testi

1. Objetivos y fuentes
Uno de los objetivos principales del presente trabajo es desa-
rrollar el análisis del plan a largo plazo elaborado por la Corona
de Castilla para lograr el dominio permanente del archipiélago
canario, del que hay constancias anteriores al comienzo de siglo
xv. Quedó latente durante décadas, fue imperfecto en su reali-
zación y, en una fase avanzada del siglo, implicó la intervención
de los que posteriormente se conocerían como Reyes Católicos,
de modo que se desencadenó una guerra total y se obtuvieron
resultados contundentes. Es imprescindible estudiar algunos de
los fenómenos a los que la conquista quedó vinculada, como la
contienda con Portugal, amén de aquellos elementos constantes
como las ambiciones ultramarinas y sus causas, la necesidad de
los militares de conseguir bienes y títulos, así como la finalidad
religiosa, con sus implicaciones económicas.
Otro propósito fundamental, vinculado al primero, es in-
vestigar algunos aspectos estratégicos de los conflictos que en-
frentaban a los canarios antes de la invasión castellana, así como
aclarar hasta qué punto influyeron en determinar el colapso de
la resistencia indígena, a pesar de su eficacia. Eran elementos
propios de comunidades social y tecnológicamente primitivas, que
habían evolucionado en medios cerrados, con recursos escasos y
cuya capacidad de reaccionar ante la guerra total, las derrotas y
las enfermedades fue limitada.

* Debo mi gratitud a Rodrigo Hernández Tapia por la revisión gramatical


del texto.
dario testi

Las principales fuentes utilizadas para la realización del trabajo


son crónicas e informes de testigos visuales y literatos, soldados,
capellanes y navegantes, tanto franceses y lusos como españoles e
italianos. De gran importancia es el aporte de fuentes primarias, en
especial documentos reales, tratados e informes judiciales, amén
de la producción científica de académicos de renombre, que se
dedicaron al análisis de numerosos aspectos de microhistoria.

2. Antes de la conquista
La ocupación del archipiélago por obra de fuerzas militares
vinculadas a la autoridad monárquica castellana constituyó la
primera etapa de la expansión ultramarina de una potencia de la
Europa occidental, entre finales de la Edad Media y comienzos
de la Moderna. Las operaciones se anticiparon en más de una dé-
cada a la toma de Ceuta (1415), que se puede considerar como el
punto de partida de la gran oleada de navegaciones y conquistas
coloniales lusitanas.
La existencia de las Canarias no había pasado desapercibida
a los romanos (Plinio, 2017: lib. VI, cap. 205)1. Con la caída del
Imperio se perdió todo contacto hasta el siglo xii, cuando co-
menzó el «redescubrimiento de las Canarias» a través de los viajes
de mercaderes y cazadores de esclavos procedentes de distintas
potencias europeas (Chil, 1876-1899: I, 305). Hubo proyectos
portugueses para invadir el archipiélago, aunque Alfonso IV, en
1345, informó a la Santa Sede de los problemas estratégicos que
determinaron la imposibilidad de ejecutarlos2. Y también castella-
nos, ya que, en 1390, Gonzalo Pérez Martel fue autorizado por el
soberano de Castilla para emprender una operación de conquista
(Abreu, 1977: lib. I, cap. 21). No obstante, no se concretó ningún
plan con este objetivo hasta comienzos del siglo xv.

1. En las referencias a las fuentes primarias se utilizarán las siguientes


abreviaturas: cant.; canto; cap.: capítulo; lib.: libro; ms.: manuscrito; v.: verso;
vol.: volumen.
2. Carta de el-rei D. Afonso IV ao papa Clemente IV, 12 de febrero de 1345
(apud Peres, 1943: 15).

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los proyectos de conquista de la corona de castilla en canarias

3. Cronología de la conquista: la fase normando-betancu-


riana
En 1402 comenzó la llamada fase ‘normando-betancuriana’,
primera etapa del largo proceso que implicó la invasión y dominio
del archipiélago, que no se dio por terminado hasta conseguir la
ocupación total de las islas (Berthelot y Barker-Webb, 1977: 276).
El caballero normando Juan IV de Bethencourt y Gadifer de La
Salle conquistaron Lanzarote «a su costa», con un contingente
franco-castellano (Bontier y Le Verrier, 2003: ms. G, cap. 13). El
primero, tras comprobar la resistencia de los oriundos de Fuerte-
ventura, solicitó la intervención de Enrique III de Castilla, quien,
a cambio de su vasallaje, le brindó el título de monarca del archi-
piélago (Bontier y Le Verrier, 2003: ms. B, caps. 219, 315 y 355).
Su apoyo le brindó el placet del papa Bonifacio IX, «aprobado
por su santidad que entonces era» (Crónica Ovetense, 1993: cap.
I; Crónica Lacunense, 1993: cap. I; López de Ulloa, 1993: cap.
I). En realidad, no era viable conseguir títulos territoriales sobre
las Canarias sin tropezar con dificultades diplomáticas, al menos
con las coronas de Castilla y de Portugal, y tampoco era factible
obtener las bulas de cruzada y la ayuda económica pontificia
sin la intercesión de un soberano católico. Asimismo, sería muy
complejo lograr importantes resultados militares sin estar finan-
ciados por un rey o por un miembro de la alta nobleza de alguna
monarquía europea. Solo gracias al apoyo castellano y pontificio
pudo completarse la conquista de Fuerteventura y El Hierro, y un
control imperfecto de La Gomera (1402-1411).

3.1. La fase señorial castellano-andaluza


Maciot de Bethencourt heredó el reino canario de su tío en
1405, aunque no la confianza de Juan II de Castilla, quien, a partir
de 1418, autorizó que distintas familias nobiliarias, principalmente
andaluzas, intervinieran en el archipiélago3. Esta fase del proceso
fue la más articulada a nivel institucional y la menos concluyente
en lo bélico, puesto que solo se logró la ocupación definitiva de
El Hierro y de La Gomera, a pesar de prolongarse hasta 1477. La
mayor parte de las numerosas incursiones realizadas, que eran una

3.Información de Cabitos, 1477 (apud Chil, 1876-1899: II, 543).

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mezcla de cabalgadas, capturas de esclavos y operaciones de con-


quista, no tuvieron verdaderos efectos, pues los invasores llegaban
«con más ruido que fuerza» (Cedeño, 1993: caps. II y IV; Álvarez,
1961: 10 y 46; Rumeu, 1952: 39). Quedó demostrado que las autori-
dades señoriales no disponían de los medios ni de la determinación
o del interés estratégico adecuados para rechazar las incursiones
lusas y vencer la resistencia de las tres islas más pobladas (Crónica
Ovetense, 1993: cap. VII; Crónica Lacunense, 1993: cap. VII; Marín,
1986: lib. I, cap. 18). Controlar las Canarias continuaba siendo una
tarea muy ardua y con pocos beneficios (Viña, 1991: 132; Abreu,
1977: lib. I, caps. 21 y 22).
Al final, Diego García de Herrera y Ayala y su esposa, Inés
Peraza de las Casas, que ostentaban el señorío del archipiélago y
no habían conseguido dominar permanentemente un solo palmo
de tierra tras tres décadas de incursiones, se vieron obligados a
vender a Isabel I de Castilla y a su esposo Fernando, futuro rey
de Aragón, sus teóricos derechos sobre Gran Canaria, La Palma y
Tenerife en 1477 (Viera, 2016: lib. VI, cap. 26).

3.2. La fase realenga


Los futuros Reyes Católicos, en el contexto de la guerra con
Portugal (1475-1479), decidieron invadir las tres islas libres, envian-
do para ello a numerosos hombres de armas y a miembros de las
órdenes religiosas, efectivos que los particulares no habían podido
costear (Abreu, 1977: lib. I, cap. 29). Para culminar tal empresa,
hacía falta un rey potente, no un hidalgo (Torriani, 1999: cap. XL).
También había faltado un proyecto político-militar que incluyera
campañas continuadas y contundentes de operaciones, dirigidas a
conseguir la ocupación definitiva del territorio (Álvarez, 1960a: 71).
Los soberanos acometieron la conquista de Gran Canaria
(1478-1483), en función de su importancia en el contexto del
conflicto colonial con Portugal y solicitaron la intervención de
algunos de los oficiales más destacados del reino (Lobo, 2019: 2).
Tras la firma del tratado de Alcázovas en 1479, optaron por una
gestión indirecta, confiando las restantes operaciones bélicas a
un capitán donatario que se hizo cargo de aportar fondos para la
conquista. El elegido, el adelantado Alonso Fernández de Lugo,
veterano de la invasión de Gran Canaria, recibió en 1492 de los
Reyes Católicos el derecho a conquistar La Palma y Tenerife, «a

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los proyectos de conquista de la corona de castilla en canarias

sus propias costas» y dentro de un determinado plazo de tiempo4.


Tras la caída de La Palma (1492-1493), con las Capitulaciones de
Zaragoza se le renovó la misma facultad, esta vez, relativa a Tene-
rife (1494-1496)5. Las operaciones en esta última isla, controlada
por los guanches, fueron breves aunque complejas, y los gastos
fueron tan elevados que Fernández de Lugo tuvo que dejar a sus
hijos como rehenes y acopiar recursos aportados por mercaderes
extranjeros y nobles castellanos (Gambín, 2014: 191 y 192) 6.

4. Los proyectos políticos de la Corona


La invasión y ocupación duró casi un siglo, a lo largo de
cuatro reinados. Por lo general, fueron varios episodios aislados,
tanto a nivel espacial como temporal, y resulta complejo esta-
blecer una continuidad bélica dentro del mismo proceso. Pocas
veces hubo campañas sistemáticas de conquista, es decir, que se
realizaran de forma ininterrumpida hasta conseguir la sumisión
de toda una isla, fenómeno que podría definirse como guerra
total. Por el contrario, hasta la fase realenga, fueron numerosas
las operaciones que se desviaron de sus objetivos iniciales y otras
se convirtieron en meras capturas de esclavos.
A nivel teórico, hubo una estrategia a largo plazo, previa a las
campañas de Bethencourt, pero nadie, hasta la intervención per-
sonal de Fernando e Isabel, pudo o quiso efectuar las inversiones
necesarias para completar el proceso. Anteriormente, no había
habido movilización masiva de unidades militares ni una corres-
pondencia perfecta entre los planes de la Corona y las maniobras
de la fuerza militar en teatro de operaciones; en la mayoría de los
casos, ni siquiera puede hablarse de un teatro de operaciones.

4. Juicio de residencia de Alonso Fernández de Lugo, de 1508-1509, In-


formación testifical; Los Reyes Católicos ordenan a Alonso de Lugo cumpla sus
convenios con Beraldi y Riberol sobre la conquista de La Palma, de 2 de febrero
de 1494 (apud Rosa y Serra, 1949: respectivamente 112 y 150).
5. Carta real de promesa de la gobernación de Tenerife en favor de Alonso
de Lugo, de 28 de diciembre de 1493 (apud Rumeu, 1975: 421 y 422).
6. Juicio de residencia de Alonso Fernández de Lugo, de 1508-1509, Me-
morial de descargos; Información testifical (apud Rosa y Serra, 1949: respecti-
vamente 45, 112, 113 y 115); Comisión sobre las diferencias de la conquista de
Tenerife, 21 de noviembre de 1496 (apud Rumeu, 1952: 203).

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4.1. Orígenes de la contienda con Portugal


La rivalidad atlántica entre Castilla y Portugal fue uno de los
principales obstáculos y móviles para la conquista del archipié-
lago. Si bien el siglo empezó con la firma del tratado de Ayllón
en 1411, ambas Coronas pretendían controlar las Canarias para
sus fines ultramarinos7. La contienda diplomática no tardó en
involucrar al pontífice, mientras que los lusos progresaban en sus
expediciones rumbo al golfo de Guinea (De Witte, 1953: 703).
El hecho de que el archipiélago canario no estuviera en manos
lusitanas lo convertía en un «obstáculo molesto» para los proyec-
tos de Enrique el Navegante, primer impulsor de la expansión
colonial portuguesa (Ladero, 1991: 142).
Entre 1448 y 1454 tuvo lugar una violenta contienda entre las
armadas de los dos reinos. El doble objetivo de los lusos era alejar
las flotillas castellanas de sus rutas comerciales africanas y esta-
blecer una cabeza de puente en el archipiélago, plan nunca to-
talmente abandonado desde la ocupación de Madeira (Machado,
1937: 286). Entre tanto, las Canarias seguían sirviendo de escala
a los españoles, desde la cual lanzaban a sus corsarios contra las
rutas controladas por los lusitanos (Rumeu, 1992: 53). Asimismo,
Juan II de Castilla concedió en 1449 a Juan de Guzmán, primer
duque de Medina Sidonia, la gestión de la franja litoral atlántica
africana situada entre Aguer y el cabo Bojador (Rumeu, 1992: 53).
Con ello, se hicieron realidad los temores portugueses sobre los
supuestos proyectos castellanos para alcanzar el litoral magrebí
desde Canarias y penetrar hacia el interior.

4.2. La crisis de mediados del siglo xv


La Castilla de mediados del siglo xv se vio afectada por la cri-
sis de la autoridad monárquica, en la llamada época de ‘atonía’.
Enrique IV, coronado en 1454, era tenido por inepto y su reinado
ha sido considerado como un periodo «sencillamente triste de la
historia medieval de Castilla» (Rumeu, 1992: 74; Pérez, 1948: 165).
Su matrimonio con Juana de Avis, sobrina de Enrique el Na-
vegante, pareció que iba a poner fin a cualquier enfrentamiento
o rivalidad colonial, mas el monarca, con ocasión del comienzo

7. Tratado de paz de Ayllón, 31 de octubre de 1411 (apud Lopes, Ferreira


y Dias, 1960: 10).

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los proyectos de conquista de la corona de castilla en canarias

de la guerra civil en 1465, necesitaba el apoyo económico y militar


de Portugal para legitimar la sucesión de su hija Juana, llamada
la Beltraneja (Pina, 1901: cap. CLIV). A consecuencia de ello, las
Canarias se convirtieron en una pieza más de aquel tablero de
ajedrez y Enrique IV concedió a algunos hidalgos lusos ciertos
derechos de conquista, con la esperanza de que Alfonso V de
Portugal le ayudara a conservar el trono8.

4.3. La intervención de Fernando e Isabel


Como se ha anticipado, fueron los Reyes Católicos quienes
dieron nuevo impulso a la ocupación de Canarias, territorio que,
en el renovado contexto estratégico de guerra abierta, se aprove-
chó para lanzar contingentes corsarios contra las derrotas colonia-
les lusitanas hacia Guinea. El archipiélago era un eje fundamental
del conflicto naval, a causa de su privilegiada posición sobre las
rutas portuguesas, factor que ya había despertado el interés del
Navegante.
Isabel y Fernando esperaban poder erosionar la estabilidad
económica de la Corona rival y disminuir sus oportunidades de
intervenir militarmente en las cuestiones dinásticas castellanas.
Gran Canaria estaba en condiciones de convertirse en un puesto
avanzado de primera importancia, así que la intervención directa
de la Corona era inevitable, lo que está en la base del comienzo
de la fase realenga; al requerirse un rápido sometimiento de las
islas libres antes de que lo hicieran franceses y lusos (Castillo,
2010: 96 y 100; Crónica Matritense, 1993: cap. VI; Abreu, 1977:
lib. I, cap. 29).
Finalmente, el tratado de Alcázovas, suscrito en 1479, puso
término a la guerra civil castellana, al conflicto entre Portugal,
Castilla y Aragón y a la enemistad entre estas coronas. Fue un
tratado de paz, amistad y concordia terrestre y naval, tanto conti-
nental como ultramarina9.

8. Información de Cabitos, 1477 (apud Chil, 1876-1899: II, 592).


9. Tratado de pazes perpétuas, celebrado entre o Rei e o Principe de Por-
tugal e os Reis de Castela e Argão; assinado nas Alcáçovas, 4 de septiembre de
1479 (apud Silva, 1971: 182, 183, 185, 187, 188-190, 195, 198 y 199).

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5. Después de la paz: intereses económicos y estratégicos


Pese a la conclusión de las hostilidades con los lusitanos y
de la conquista de Gran Canaria, Castilla siguió laborando para
la total ocupación del archipiélago. En un primer momento, la
concordia con Portugal no era estable, por lo que el soberano
aragonés seguía temiendo que las escuadras lusitanas intervinie-
ran en las posesiones ultramarinas castellanas o en los territorios
insulares que quedaban por dominar, en base al llamado res
nullius10.
A nivel estratégico, el control de las escalas canarias seguía
siendo útil para los proyectos isabelinos de actuar sobre la costa
de África, donde, desde 1476, se había establecido la factoría de
Santa Cruz de la Mar Pequeña, uno de cuyos réditos más rele-
vantes era permitir el acceso a los lugares de extracción del oro
centroafricano de los distritos auríferos de Bambuk y Buré, en la
meseta de Fouta Djalon. Efectivamente, las islas canarias eran una
cabeza de puente funcional desde donde lanzar expediciones de
exploración en dirección al cabo Bojador y para realizar incursio-
nes contra los musulmanes magrebíes y los paganos subsaharianos
(Bontier y Le Verrier, 2003: ms. B, caps. 304 y 416, y ms. G, caps.
105 y 113; Marín, 1986: lib. I, cap. 11). Tampoco se puede ignorar
su utilidad como escala intermedia en la ruta de ida y vuelta a las
Indias Occidentales (Gambín, 2014: 202).

5.1. Aspectos religiosos


La idea de aumentar «la grey de Cristo» subyace en todo
este proceso (Castillo, 2010: 33). Era una cuestión de concien-
cia puesto que, según ciertas interpretaciones del cristianismo,
era preferible un pagano bautizado por la fuerza, esclavizado
e, incluso, asesinado, a uno vivo, pero idólatra (Zurara, 2012:
caps. II y XXVI). Por consiguiente, los militares enviados a to-
mar Gran Canaria fueron considerados «adecuadísimos para las
conversiones y la guerra» por Fernando el Católico 11. Asimismo,

10. Real Cédula de Fernando II de Aragón a Don Diego de Herrera, 26 de


mayo de 1478 (apud Chil, 1876-1899: III, 33).
11. Fernando el Católico suplica al pp. Sixto IV confirme las indulgencias
para la conquista de Canarias y las amplíe a la del reino de Granada, 20 de no-
viembre de 1479 (apud Serra, 1970: 65).

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los proyectos de conquista de la corona de castilla en canarias

su esposa Isabel dejó bien patentes sus intenciones evangeliza-


doras12.
Al mismo tiempo, la empresa tenía claras connotaciones
económicas. Por ejemplo, parte de los fondos utilizados para fi-
nanciar las campañas de Gran Canaria procedían de los que Pío
II, mediante la bula Pastoris aeterni de 1472, había librado a favor
de la Corona de Castilla con el fin de garantizar la evangelización
forzada de los indígenas (Lobo, 2012: 77; Rumeu, 1990: 652; 1975:
129). No es tampoco de desdeñar que la conversión de los abo-
rígenes podía facilitar y hasta anticipar su rendición a las fuerzas
ocupantes, como sucedió en Tenerife (Rumeu, 1983: 49).

5.2. Los problemas sociales


Cuando se emprendió la ocupación de Gran Canaria, la
guerra de Granada todavía no había empezado y se consideraba
prudente alejar del reino a los contingentes armados que, tras
quedarse sin empleo al firmarse la paz con Portugal, amenazaban
con formar mesnadas de bandoleros, piratas y mercenarios. Los
veteranos alistados para la conquista de la isla han sido definidos
como hombres que «no se hallaban sino en la guerra» (Crónica
Lacunense, 1993: cap. XVI; Crónica Ovetense, 1993: cap. XV;
Marín, 1986: lib. II, cap. 7).
En lo que concierne a la invasión de Tenerife, la caída de la
potencia nazarí y la presencia en Castilla de tropas sin ocasión
alguna de ejercer su profesión hasta los comienzos de las guerras
de Italia, fueron otros dos factores que favorecieron la ocupación
de la isla (Viera, 2016: lib. IX, cap. 1). Esta vez, para miles de ellos,
quedaba la opción de participar en la exploración y conquista
de las Indias Occidentales, mas todavía no se había demostrado
la rentabilidad de la empresa, mientras la travesía era más larga,
cara y peligrosa.

5.3. La obtención de bienes y títulos


El conflicto ultramarino podía ser una solución a estos pro-
blemas, porque brindaba a los soldados la oportunidad de partir

12. Carta de perdón a los criminales del reino de Galicia que se alistasen
a las órdenes de Pedro de Vera en las huestes conquistadoras de Gran Canaria,
17 de enero de 1481 (apud Rumeu, 1975: 414; Lobo, 2012: 199).

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dario testi

de la península en búsqueda de promoción social, títulos y bienes


desde que empezó el proceso. Se mencionarán algunos ejemplos
que prueban cierta continuidad. Bethencourt, a comienzos del
siglo xv, se había convertido en rey de las islas, «por beneméritos
servicios» (Viana, 1986: cant. II, v. 37), además de recibir privi-
legios comerciales, exenciones y el derecho de acuñar moneda
(Bontier y Le Verrier, 2003: ms. B, caps. 219, 315 y 355). El archi-
piélago no abundaba en metales o piedras preciosas, si bien las
frecuentes cabalgadas de los conquistadores procuraban esclavos,
de modo que, ya a mediados de la centuria, «nada era entonces
más común, que ver llegar a Cádiz y Sevilla bajeles cargados de
isleños cautivos [...] que se vendían como en mercado» (Viera,
2016: lib. VII, cap. 5). Posteriormente, los hombres que protagoni-
zaron la invasión de Gran Canaria se embarcaron «con esperanzas
del premio y repartimientos de tierras» (Crónica Ovetense, 1993:
cap. XXII). Por último, Fernández de Lugo, tras la toma de La
Palma y Tenerife, se convirtió en su gobernador con «oficios de
justicia y jurisdicción civil y criminal de las dichas islas» 13.

5.4. Unos gastos reducidos para la Corona


Resulta evidente que, a lo largo de todo este proceso, la Corona
se libró de un potencial problema para la estabilidad del reino a
medida que ampliaba sus territorios ultramarinos y se incrementa-
ba el bienestar económico y social de algunos de sus hombres, tanto
soldados como oficiales. Asimismo, con las pocas excepciones a las
que antes se hizo referencia, la conquista se financiaba por sí mis-
ma, ya que los capitanes donatarios proveían los fondos necesarios,
además de derivarse de ella un provecho para las arcas reales. La
Corona cobraba la quinta parte de los beneficios obtenidos —por
ejemplo, de la venta de los esclavos y de la extracción de sustancias
tintóreas para los mercaderes andaluces (Pérez, 1948: 127)—, tanto
en el archipiélago como en las Indias Occidentales (Ramos, 1947:

13. Información testifical; Merced de la conquista de la Palma a Alonso Fer-


nández de Lugo, 8 de junio de 1492; Merced del gobierno de la Palma a Alonso
Fernández de Lugo, 5 de diciembre de 1496; Juicio de residencia de Alonso
Fernández de Lugo, 1508-1509, (apud Rosa y Serra, 1949: respectivamente 117,
147, 154 y 155); Real cédula de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla a
Alonso Fernández de Lugo, 5 de noviembre de 1496 (apud Millares, 1893-1895:
IV, l y IX, 243).

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los proyectos de conquista de la corona de castilla en canarias

283). En consecuencia, cuando Pedro de Vera arribó a Gran Cana-


ria en 1480, como segundo gobernador de la isla, iba acompañado
por Miguel de Móxica (o Mújica), que en las crónicas figura como
receptor del «quinto real» (Castillo, 2010: 129).

6. Las sociedades nativas: el mutuo aislamiento


Es notorio que, debido a la ausencia de embarcaciones para
establecer contactos recíprocos, no todos los nativos de Canarias
hablaban el mismo idioma, como advirtieron Nicoloso da Recco
y Angiolino del Tegghia de Corbizzi al arribar al archipiélago en
1341 (Ciampi, 1828: 53 y 65). Y más de cien años después, en
1454, el veneciano Alvise da Cadamosto también se percató de
que los habitantes de las distintas islas en las que recaló hablaban
lenguas distintas y no se entendían entre sí (Cadamosto, 1978:
481). Esto prueba que las sociedades de las islas habían ido evolu-
cionado aislada e independientemente unas de otras. Aunque tu-
vieran ciertos rasgos comunes, no es correcto considerarlas como
parte de una única civilización indiferenciada (Cuscoy, 1968a: 5).

6.1. Escaso nivel de desarrollo impuesto por el medioambiente


Los cronistas quedaron impresionados por el escaso desarro-
llo tecnológico de los indígenas, comparado con los estándares
castellanos; la conquista les trasladó de repente del Neolítico al
Renacimiento (Cuscoy, 1968b: 28). Los normandos de Bethencourt
se percataron de que los aborígenes estaban «sujetos a las leyes del
apetito, sin conocimiento de mayor cabeza» (González, 1997: cap.
LXXIX), y también les sorprendió su incapacidad para cultivar sus
fértiles tierras (Bontier y Le Verrier, 2003: ms. G, cap. 78).
Básicamente, se dedicaban a la ganadería y no practicaban
ninguna forma de agricultura intensiva. Poblaban islas pequeñas,
montañosas y pobres, en las que no habían podido desarrollar
ninguno de los avances de las civilizaciones europeas de la épo-
ca. Vivían en cuevas, se cubrían con pieles de cabra y utilizaban
herramientas de madera y piedra. En aquel cerrado ecosistema,
se habían visto forzados a establecer un delicado equilibrio con
los escasos recursos naturales disponibles, lo que impedía el cre-
cimiento demográfico, recurriendo en algunas ocasiones al infan-
ticidio y gerontocidio, optando por «perder una parte para salvar
la totalidad» y sacrificando a los jóvenes y viejos para garantizar la

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salvación de los adultos en la plenitud de su vigor físico (Torriani,


1999: cap. XXXVII; Gomes, 1991: lib. I, cap. 5). Todo lo cual, al
repercutir en la organización social y en la fragmentación política,
provocaba choques frecuentes y la división en bandos (Jiménez,
1991: 174-176).

6.2. Los guerreros indígenas: ventajas geográficas y valentía colectiva e


individual
Los invasores, pese al superior nivel tecnológico y conceptual
de sus pertrechos bélicos y cuerpos militares, sufrieron repetidas
derrotas. De entre los numerosos factores que contribuyeron a
ello, uno de los más contundentes fue el terreno abrupto del inte-
rior de las islas y la capacidad de los indígenas para aprovecharse
de él, adoptando tácticas de combate similares a lo que en la ac-
tualidad se define como guerrilla. Su forma de combatir se había
adaptado a un entorno que resultaba inadecuado para las tropas
europeas, habiéndose acostumbrado a sacar el máximo provecho
de su fragosidad. Efectivamente, cuando el mencey Bencomo de
Taoro plantó cara a Fernández de Lugo a campo abierto en Te-
nerife, en la batalla de La Laguna: «cometió el error de suponer
que solo con el valor de sus guerreros había vencido las huestes
enemigas, no queriendo comprender que, sin la protección de
sus inaccesibles montañas, nunca hubiera alcanzado tan señalado
triunfo» (Millares, 1893-1895: lib. IX, cap. 214).
Prescindiendo de esta ventaja y en ausencia de una consolidada
tradición y experiencia militar, los indígenas no habrían sido tan
rápidos en reaccionar ante los asaltos de los cristianos, ni tan flexi-
bles en aprender de los errores propios y del enemigo y en aprove-
charse de sus debilidades. La guerra era una componente habitual
en la vida de los isleños y los cronistas suelen resaltar su valentía:
luchaban «feroces, sin turbación» ante sus adversarios europeos
(Castillo, 2010: 131). Con ocasión de la batalla de Guiniguada en
1478, librada en Gran Canaria, «sujetaban a un caballo y jinete que
lo hacían venir al suelo» (Gómez, 1993: cap. V), a pesar del miedo
que tenían a los corceles (Viana, 1986: cant. IV, vv. 664-669). Tan-
to era su apego a su independencia que, durante las operaciones
finales de ocupación de dicha isla, los españoles divisaron cómo
algunas mujeres se despeñaron por un acantilado para evitar caer
en sus manos (Viera, 2016: lib. VI, cap. 44), y lo mismo hicieron
diversos altos cargos militares y políticos (Gómez, 1993: cap. XV;

– 218 –
los proyectos de conquista de la corona de castilla en canarias

Marín, 1986: lib. II, cap. 10). Queda por saber qué uso hacían de
sus habilidades guerreras antes de la llegada de los europeos.

6.3. La fragmentación política: una desventaja institucional

Los pobladores de aquellas islas, a excepción de Lanzarote,


estaban escindidos entre diversos grupos que, en el momento de
la llegada de los europeos, estaban enfrentados entre sí. De esta
situación político-institucional se deduce que las sociedades indí-
genas no tenían interés en someter permanentemente una isla o
determinadas partes de ella, aunque parece que hubo un antiguo
y único soberano en Tenerife, del que casi se había perdido la
memoria (Espinosa, 1980: lib. I, cap. 8). Eran más frecuentes las
coaliciones de grupos independientes. Así, el mencey Bencomo
lideraba los «bandos de guerra» tinerfeños a la llegada de los
invasores. Se trataba de una confederación aunada por un inte-
rés común ocasional y de carácter fluido y provisional, pues sus
miembros podían abandonarla si no estaban de acuerdo con las
decisiones del jefe (Viera, 2016: lib. IX, cap. 5; Núñez de la Peña,
1994: lib. I, cap. 14; Viana, 1986: cant. V, vv. 340 y 341).
Los cronistas atestiguan que estas divisiones políticas están en
la base de la debilidad de los canarios ante los europeos: «si un
solo capitán los gobernase, siendo como eran todos tan valientes,
fuera muy más difícil la conquista» (Viana, 1986: cant. I, vv. 910-
912). A excepción de Gran Canaria, la consecuencia más destaca-
da de su falta de unidad fue que parte de las sociedades indígenas
se aliaron con los españoles contra sus viejos enemigos tribales,
facilitando la caída del archipiélago. Dichas alianzas respondían,
en medida diferente en cada caso, al miedo a la maquinaria bélica
de los castellanos, a la conciencia de no estar en condiciones de
vencer y al odio hacia sus adversarios locales.

6.4. La estrategia de objetivos limitados y su peso en la derrota de los


canarios

En el contexto de división y contraposición previa a la llega-


da de los europeos, los conflictos eran relativamente frecuentes:
«a veces se pelean, matándose como bestias» (Cadamosto, 1978:
482). Con bastante probabilidad, cada hombre en buenas condi-
ciones físicas tenía la obligación de simultanear su papel de pastor
y de guerrero (Cuscoy, 1968b: 31).

– 219 –
dario testi

Lamentablemente, los cronistas describieron la forma de ha-


cer la guerra de los indígenas, pero no se centraron en su logística
y su estrategia; la información se desvaneció cuando los custodios
de la memoria oral murieron (Cuscoy, 1968a: 9). A partir de los
escasos detalles que se encuentran en las crónicas y de lo desvela-
do por la arqueología, se puede deducir que no es legítimo hablar
de conflictos en el sentido occidental del término. No han que-
dado registros de procesos dirigidos a la ocupación permanente
del territorio propiedad del enemigo, que implicara controlar sus
recursos y someter y/o esclavizar a sus pobladores. Lo más fre-
cuente debían de ser los choques fronterizos para robar ganado o
apoderarse de áreas pastoriles y de los manantiales circundantes:
«los naturales de esta isla tenían disensiones y peleas sobre los
términos y pastos» (Abréu, 1977: lib. III, cap. 12; Cuscoy, 1968a:
7 y 8, y 1968b: 31). Otro testimonio en el mismo sentido, resulta
más despectivo: «todas sus guerras y peleas eran por hurtarse los
ganados, que otras haciendas no las poseían, y por entrarse en los
términos» (Espinosa, 1980: lib. I, cap. 8).

7. La importación de la guerra total


En un contexto de constantes hostilidades, por objetivos me-
nores y con escasos recursos, las capacidades logísticas de los indí-
genas de manera alguna podían paragonarse con las de las tropas
invasoras, ya que no habían tenido la posibilidad ni la necesidad
de desarrollarlas. Se tiene la opinión de que en las Canarias no
existía el concepto de movilización, de frente de combate y de
líneas de abastecimiento, ideados en el continente para referirse
a dinámicas bélicas que no se considera que se utilizasen en el
archipiélago.
Por el contrario, en Europa Occidental los conflictos se estaban
desvinculando de los ritmos de la agricultura y de la ganadería. Los
soldados tenían como única ocupación la guerra y estaban disponi-
bles para luchar los doce meses del año. Las pausas en los períodos
fríos obedecían a los límites climáticos, cuando el mar y numerosos
cursos fluviales se volvían innavegables, los pasos de montaña inac-
cesibles y resultaba muy complejo desplazar a los ejércitos con sus
pertrechos y vituallas. Por tanto, como ya se ha visto, por lo menos
en la fase realenga hubo un proyecto de conquista que implicó
una guerra total que, no obstante las dificultades y las derrotas, no
terminó hasta conseguir la sumisión definitiva de las tres islas ma-

– 220 –
los proyectos de conquista de la corona de castilla en canarias

yores. Aquellas inéditas condiciones impidieron que los canarios se


dedicaran al pastoreo, les alejaron de sus actividades productivas y
acrecentaron sus necesidades alimenticias.

7.1. Una diferente capacidad de recuperarse ante las derrotas

A nivel demográfico, no había parangón entre los contendien-


tes, puesto que los súbditos de la Corona de Castilla eran alrededor
de cuatro millones (Vergé-Franceschi, 1994: 39). Se estima que Te-
nerife, la isla más poblada, solo disponía de apenas 23.000 guerre-
ros a mediados del siglo xv y no todos lucharon contra los invasores
(Gomes, 1991: lib. I, cap. 4), cifras que Álvarez Delgado consideró
«exageradas y caprichosas» (Álvarez, 1960b: 263). Asimismo, las
Canarias estaban relativamente cerca de las costas andaluzas, de
modo que no era difícil enviar tropas de refuerzo en caso de haber
problemas. Los españoles podían perder un ejército entero y re-
ponerlo en el mismo año por otro perfectamente operativo, como
sucedió tras la derrota de Acentejo en 1494, fecha debatida por los
historiadores (Rumeu, 1952: 11-20; 1975: 222-243).
Por el contrario, los isleños no tenían posibilidad de recibir
refuerzos, por lo que cada revés tenía secuelas muy graves. El deli-
cado equilibrio demográfico impuesto por aquel adverso entorno
no permitía soportar el elevado número de bajas que causaba el
conflicto ni de reemplazar a los caídos con premura. Paralela-
mente, las enfermedades acrecentaban sus problemas; la llamada
‘modorra’, según algunos cronistas, cobró la vida de alrededor de
la mitad de los hombres que defendían Tenerife (López de Ulloa,
1993: cap. XXIII; Crónica Ovetense, 1993: cap. XXIII).

Conclusiones

A la vista de los factores analizados, la conquista de las Ca-


narias no podía postergarse de forma indefinida y la maquinaria
bélica indígena parecía predestinada a desaparecer. Con medios
tan reducidos, una demografía tan precaria y una estrategia tan
elemental, su valor y su flexibilidad táctica no fueron suficientes
para enfrentarse a la guerra total que llegó con los extranjeros,
en particular durante la fase realenga. Por consiguiente, incluso
en Gran Canarias y en Tenerife, las dos islas que presentaron una
resistencia mejor organizada, los caudillos locales se percataron
de que los castellanos habían llegado animados por el propósito

– 221 –
dario testi

de invadir, dominar y someter de forma permanente y que no de-


sistirían hasta lograr su objetivo (Crónica Lacunense, 1993: cap.
IX; Crónica Matritense, 1993: cap. VI; Crónica Ovetense, 1993:
cap. VIII; López de Ulloa, 1993: cap. VIII; Gómez Escudero, 1993:
cap. V; Arias, 1986: lib. II, cap. 1).
Tenesor Semidán, guanarteme de Gáldar, tras ser hecho pri-
sionero en Gran Canaria, fue enviado a la península y llevado a
presencia de los Reyes Católicos. Asombrado al ver el contingente
movilizado para la guerra de Granada, tomó conciencia de que
los pocos cientos de castellanos que combatían en el archipiéla-
go estaban respaldados por una portentosa maquinaria bélica
(Castillo, 2010: 130). De regreso a la isla, les dijo a sus oficiales:
«desengañémonos: la pobre Canaria no puede resistir a las fuer-
zas de esta innumerable nación» (Viera, 2016: lib. VII, cap. 42;
López de Ulloa, 1993: cap. XXI)14. Asimismo, tras la rendición de
los últimos focos de resistencia organizada en Tenerife, el mencey
Bentor, heredero de Bencomo, propuso: «yo soy del parecer que
obedezcamos al poderoso rey Don Fernando, que si resistimos nos
sujetarán por esclavos» (Núñez de la Peña, 1994: lib. I, cap. 16). Si
los guanches hubieran sido capaces de unirse, de valerse de todas
las ventajas de su entorno y de aprovechar los fallos del enemigo,
con mucha probabilidad habrían protagonizado una resistencia
heroica, aunque sin lograr otra cosa que prolongar su agonía.

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