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El llano que sigue en llamas.

“-Sí, si yo me acordaba bien. Fue en septiembre del año pasado, por el día veintiuno.
Óyeme, Melitón, ¿No fue el veintiuno de septiembre el mero día del temblor?

-Fue un poco antes. Tengo entendido que fue por el dieciocho.”

Rulfo, J. (1953). “El día del derrumbe”. Pedro Páramo y El llano en llamas, Página 210.

En 1953, Juan Rulfo convierte el territorio mexicano en letras, ese llano tan extenso, tan
desolado, tan sin vida comienza a contar la historia de un pueblo vivo, de un pueblo que
sobrevive sujetándose de la superstición y de una realidad social no muy lejana de la actual.

No fue el veintiuno, tampoco el dieciocho, fue un diecinueve de septiembre en dos


ocasiones separadas por treinta y dos años que el llano se cimbró, este llano tan extenso se
llenó de grietas sepultando a algunos, haciendo surgir a otros. La ocasión del sismo más
actual me da la oportunidad de realizar este recorrido desde Rulfo hasta la realidad del
mexicano, sacudido por los sismos, acorralado por la violencia, silenciado por la represión:

“¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve?”1

Es bien sabido que el territorio mexicano es uno de los más extensos del mundo, pero
también uno de los más maltratados, no sólo por los terremotos: por la violencia, la
impunidad, el beneficio personal. Un llano cubierto de llamas, llamas compuestas de sangre
de mujeres, niños, hombres, de un pueblo que a lo largo de la historia ha ido contra la
corriente, un pueblo que se hace el ciego, que se ve obligado a callar por unos cuantos,
mismos cuantos que a base de represión, de todo tipo, han controlado a este pueblo tan
variado:

“Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tamaña tierra para nada.”2

Este pueblo tan diverso, tan florido, tan lleno de tradición y tan inmenso en sus colores.
Este pueblo está presente. En las manos de esta gente se encuentra la posibilidad de hacer
que este llano tan inmenso dé frutos; este llano pertenece al pueblo y es el pueblo el que es
capaz de hacerlo valer:

"Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que
no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de
arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo.”3

Es al margen de la tragedia cuando este gran pueblo surge para demostrar que nos tenemos
los unos a los otros, en estos momentos debemos darnos cuenta que nosotros somos la
mayoría, que hace falta levantar la voz o ponerse en movimiento para lograr algo bueno. Y
es que al final (y tal vez desde el principio), en este llano tan seco y maltratado, hay un
pueblo, mismo que es capaz de reconstruirse con sus propias manos, con su propia voz.
Con sus manos, pues ante el recordatorio de la naturaleza es capaz de extender su mano al
otro en apoyo. Con su voz pues es ante la opresión del mal gobierno donde también hay un
campo para actuar. En momentos de solidaridad ante el desastre surge el pueblo…lo mismo
se puede hacer ante la injusticia humana.

Un México violento, una tierra de sangre derramada, un llano en llamas, las llamas de ese
fuego que reprime la voz, que detiene el desarrollo. Este llano tan inmenso, tan rico en
cultura, mata la ilusión de muchos que, como en Luvina, ven sus sueños desvanecerse:

“Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi
subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo tuvieran encañonado en tubos de
carrizo.”4

Esos sueños que impulsan a este pueblo tan acostumbrado a ser pisoteado en beneficio de
unos cuantos. ¿Qué hacer cuando uno tiene la iniciativa, la fuerza para buscar un cambio,
una mejora, pero el llano no presta oportunidad? No porque no las haya, más bien porque
están politizadas, reguladas para unos cuantos:

“En esa época tenía yo mis fuerzas. Estaba cargado de ideas […]. Y uno va con esa plasta
encima para plasmarla en todas partes. Pero en Luvina no cuajó eso. Hice el experimento
y se deshizo.”5
Muy recientemente nos encontramos con una situación, la del norteño de güero copete, en
la cual la figura del mexicano logró alcanzar su máximo estereotipo: ladrón, violador,
violento, que viene a apoderarse de lo que no le pertenece:

“-Y ¿qué diablos vas a hacer al Norte?

-Pos a ganar dinero.”6

¿Será que el habitante de este llano va pa’l Norte a ganar dinero? Es probable, pero también
es probable que huya, que corra aterrorizado de una realidad que lo sepulta, que lo marca y
que le exige ajustarse a un estereotipo bien definido, sin cuestionarse la veracidad del
mismo.

¿Qué le angustia al mexicano? Le angustia todo y nada a la vez. Todo, porque se ve forzado
a nadar contra la corriente, sea en el mismo llano o en el río que nos divide del Norte. Nada,
porque ante la muerte se coloca de pie, la mira y le recita versos, se llena de tradición por
los que ya no están.

Y llega el momento de rozar de a poco el tema de la muerte, tan presente en Rulfo, tan
presente en este pueblo.

Conocido es el colorido con el cual el mexicano viste a la muerte, la invita a convivir cada
inicio de noviembre, sin embargo su presencia se queda todo el año, de una u otra manera
nos recuerda que esa necesidad de llenarla de color surge también ante su presencia
continua. Y es que es bien sabido que se nace para morir, pero en este llano se acostumbra
morir temprano, morir por una idea, morir para no estorbar a unos cuantos, morir por estar
en el lugar equivocado en el momento menos oportuno. El mexicano tiene que vivir en
silencio, como un muerto, pues su voz puede ser su perdición:

“Pasábamos el tiempo mirando hacia el llano, hacia aquella tierra de allá abajo donde
habíamos nacido y vivido y donde ahora nos estaban aguardando para matarnos. A veces
hasta nos asustaba la sombra de las nubes.”7

Pertenezco a una generación de estudiantes desaparecidos. Curiosamente ante el desastre


natural se intentó sepultar esa fecha tan fatídica de hace un par de años, 43 jóvenes como yo
nunca volvieron a sus casa, 43 familias agonizan ante la ausencia, pues la ausencia del que
desaparece de forma violenta, de forma forzada, es un ausencia que le pesa por siempre al
que se quedó esperando. Afortunadamente los pobladores del llano perseveran cada vez
más, se han vuelto más insistentes ante la desgracia, no solamente ante la tragedia de la
naturaleza, también ante la creada por aquellos que no tienen madre:

“También nosotros lo conocemos (al gobierno). Da esa casualidad. De lo que no sabemos


nada es de la madre del gobierno.”8

Los eventos han comenzado a conjuntarse: la muerte en manos de la naturaleza, la muerte


en manos del hombre. Esta sangre ha ido prendiendo fuego al llano.

Hace unos días me sorprendí rompiendo en llanto ante niños llenos de polvo, confundidos
en lágrimas y gritos saliendo de los muros derrumbados de ese espacio que les prometía
conocimiento y un “lugar” en la sociedad. Los muros de concreto se derrumbaron, pero los
muros simbólicos de la educación llevan tiempos cuarteados, maltratados e insistentes en su
“buen” funcionamiento, en su “fuerte” cimiento. Y así como yo, estoy seguro que ante el
desastre ocasionado por la naturaleza (del hombre, corrupto) muchos otros se vieron
sorprendidos en llanto, muchos otros decidieron salir a la calle a levantar escombros, otros,
dando lo que se tiene y lo que no por el hermano mexicano.

Ante la tragedia surge el pueblo, surge la solidaridad, no sin dar momento para que también
esas otras criaturas del llano, esos encargados de violentar y robar ante la menor
oportunidad tengan también un lugar de acción, criaturas de un pueblo orillado a ser
violento.

“Los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno.”9

Y es que cada uno de nosotros que hemos nacidos en este llano llevamos ese peso a las
espaldas, el peso de la muerte, ya no esa muerte colorida ante la cual con altares y versos le
proponemos dejar se insistir, quitarnos poquita culpa y reconciliarnos con el fallecido. No,
llevamos ese peso de personas que mueren día a día tempranamente, violentamente,
forzosamente.
Ante el peso de los escombros el mexicano deberá tomar conciencia de que los muertos
pesan, la realidad nos arroja un peso nuevo encima cada día, pero es en esta toma de
conciencia donde el pueblo debe emerger, silenciado por la injusticia, oprimido por los que
no tienen madre, pues la muerte pesa y ese peso debe exigir algo a cambio, algún cambio.
Los que tuvieron la fortuna de sacar a alguien vivo, los que, agradecidos por nosotros,
sacaron un cuerpo sin vida:

“Como les dije antes, a mí me tocó cerrar aquella mirada todavía acariciadora, como
cuando estaba viva.”10

A ustedes que entraron en solidaridad, a ustedes que dieron su vida tempranamente, a


ustedes ausentes a quienes la vida les fue arrebatada por la injusticia, por la violencia, por el
terremoto que azotó el llano y que nos recuerda los cuerpos sepultados injustamente, los
cuerpos desaparecidos, a ustedes ausentes les debemos, nosotros los presentes un cambio.
El recordatorio de que el llano plasmado por Rulfo hace más de medio siglo sigue vigente,
a ti Rulfo, a ustedes caídos les debemos el momento de cambiar esa realidad, de
transformar el llano, de que al leer los relatos de 1953 y recorrer esas calles no tan ficticias
y conocer esos muertos no tan irreales podamos decir: ese llano ya no está en llamas.

Osmar Uriel Ramírez Gómez.

Referencias:

1
Rulfo, J. (1953). “Nos han dado la tierra”. Pedro Páramo y El llano en llamas, Página 113.

2
Rulfo, J. (1953). “Nos han dado la tierra”. Pedro Páramo y El llano en llamas, Página 113.

3
Rulfo, J. (1953).”Nos han dado la tierra”. Pedro Páramo y El llano en llamas, Página 112.

4
Rulfo, J. (1953). “Luvina”. Pedro Páramo y El llano en llamas, Página 172.

5
Rulfo, J. (1935). “Luvina”. Pedro Páramo y El llano en llamas, Página 179.

6
Rulfo, J. (1935). “Paso del norte”. Pedro Páramo y El llano en llamas, Página 191.
7
Rulfo, J. (1935). “El llano en llamas”. Pedro Páramo y El llano en llamas, Página 163.

8
Rulfo, J. (1935). “Luvina”. Pedro Páramo y El llano en llamas, Página 178.

9
Rulfo, J. (1935). “El hombre”. Pedro Páramo y El llano en llamas, Página 132.

10
Rulfo, J. (1935). “La herencia de Matilde Arcángel”. Pedro Páramo y El llano en llamas,
Página 220.

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