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En un ecosistema viven una serie de seres vivos (biota) y están relacionados por
una serie de factores abióticos, como la temperatura, la humedad, tipo de suelo o
la salinidad.
Se concluye que “los ecosistemas más estables son los que tienen un grado
mayor de biodiversidad. Los sistemas simples, en particular los monocultivos, son
inherentemente inestables”. Por tanto, “conforme reducimos el tamaño de las
poblaciones sobrevivientes lo que estamos haciendo con innumerables
mamíferos, aves y otras especies, disminuimos inevitablemente la variación
genética de sus fondos y con ello socavamos sus posibilidades de adaptación en
el futuro”, ante cualesquiera cambios inesperados en el entorno. Por ejemplo, los
monocultivos extensivos imponen una uniformidad genética que “es
extremadamente vulnerable a la aparición de plagas y enfermedades”. Más aún,
los cultivos de Organismos Manipulados Genéticamente (OMG), los llamados
transgénicos, imponen aún más esa uniformidad llevando a muchas variedades
naturales (de maíz, soja…) a su extinción. Aparte, hay que sumar otros riesgos
(como alergias) derivados del consumo de alimentos transgénicos.