Está en la página 1de 8

A quien se parecen las criaturas

Se parecen al comienzo
Se parecen a los efectos de la luz
Se parecen a la estructura cambiante del conflicto
Se parecen al paso del tiempo
Se parecen a los amigos espectrales
Se parecen a las gaviotas con pezcado en el pico
Se parecen a la guerra
Se parecen a los estómagos vacios
Se parecen a sus padres y a sus madres
Se parecen a los fantasmas con medio kilo de carne encima
Se parecen a la peste
Se parecen a sus propias imágenes proyectadas
Se parecen entre ellas
Se parecen a la suma de los catetos
Se parecen a una máquina
Se parecen a los días en su paso
Se parecen al instante
Se parecen a las opciones que se exponen
Se parecen a las historias que se narran con el eco de las otras
Se parecen a las ostras
Se parecen a los discos viejos con sus portadas
Se parecen a las políticas económicas
Se parecen al resentimiento de clase
Se parecen a la falta de oxigeno en sangre
Se parecen a los ruidos de la calle
Se parecen al lenguaje
Se parecen a los sueños
Se parecen a las casas
2

A mis cuentas pagas


A las impagas más
A los años perdidos en el otro lado
A los años ganados de este lado de la cortina de hierro
A cuanto relato sirva
A las metáforas inútiles
A las clases en un edificio vacio
A la actitud de los trabajadores durante el paro
A los dolores de muela en la madrugada
A las teorías utilizadas como calmantes
A las torres que revotan las señales
A los centros de emisión de las señales
A las estrellas
A las distancias que nos hacen ver estrellas que ya no existen
A esas flores
A las flores
A una vida
3

Se parecen a los muertos. Los muertos son superficies planas, sobre las que aparecen
y desaparecen imágenes, edición de recuerdos o fantasía. Vemos, en esas pantallas, la
idea de infinito que tiene la carne.

En las imágenes transmitidas a través de la electricidad encontramos el reflejo que


hace la vida en la muerte. Un espejo negro.

Sobre la superficie de los muertos extendemos nuestras tesis, con cuidado, con la
punta de los dedos. Dirigimos con el tacto.

Entonces, la idea de infinito se contrae, y da espacio, a la nada: un hueco.

Y tenemos algo parecido al tiempo. Nos paramos en dos patas y miramos de frente el
horizonte.

Se parecen a la muerte.
4

Se podrían parecer a cierta casa en la que me reuní en mi adolescencia. O a cierta


escucha de un disco maldito, en una pieza del Pico Truncado de mitad de los 90.

Pero también podrían hacerlo parecerse a una casa con diéz, veinte, treinta árboles.
En llamas los árboles. O a cuarenta tomos de cocina mecánica, editados en un muy
buen papel. O a sesenta óvulos no fertilizados. O a trecientas entrevistas a mediáticos
de televisión. O a tres estalactítas apuntando al centro del mundo. O a una calle
cualquiera. O a un ballet, compuesto por cuatro petroleros cellistas, recorredores de
pozo.

Y, de esa misma manera, podrían hacerlo, parecerse, a una papa, o a una zanahoria, o
a una batata, o a un machete manchado de jugo.

Y ya que estamos, podrían parecerse a una puesta teatral de una obra de Brecht, con
un elenco formado exclusivamente por animales domésticos.
5

Sí, las criaturas se parecen a lo que, quien contempla, quiere que se parezcan. Pero.
Tal vez no sea una cuestión de voluntad. Los que contemplan son, de alguna manera,
abducidos por el parecido. Lo quieren desde adentro.

Tenemos opciones. Patrones que se recortan en un horizonte de parecidos.

No por esto se abandonan las diferencias estructurales: las que mantienen a distancia
la identidad.
6

Hay algo. Simular un parecido. Para quien lee. Para quién juzga.

Entonces, ¿qué buscamos?

Encontrar un parecido es negar.


7

Se parecen a una galaxia, empotrada en un cráneo. A los cerros haciendole una


barrera al arco del atardecer. A ese, y a todos los demás versos cursis. A los discos de
las bandas viejas que descubrirá una juventud futura. A las costumbres que
desaparecen despacio, sin que nadie lo note ni las extrañe. A las algas que bailan en lo
profundo. A los conejos, comiendo las consabidas zanahorias. A las estalacmitas, en
cuanta cueva se pueda. A los barcos pesqueros fuera de juridicción. A los gladiadores,
minutos antes de salir a pelear. A los algoritmos que circuncidan una mente. A los
cinturones. A las esquinas cruzadas por una diagonal. A los equinocios. A las
concuvinas de un magnate. A los subsecretarios de cultura. A las esquirlas de un
metal explotado, en una batalla futura. A los versos de una canción satanista,
interpretada en un supermercado, por una persona ciega. A los espacios entre las
cosas. A las agallas de los peces. A las cascadas de agua conjelada. A los esfuerzos de
las madres. A la mafia extranjera en el país. A los muebles con polvo de días. A los
callejones sin salida que ofrecen una opción.

También podría gustarte