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Se parecen al comienzo
Se parecen a los efectos de la luz
Se parecen a la estructura cambiante del conflicto
Se parecen al paso del tiempo
Se parecen a los amigos espectrales
Se parecen a las gaviotas con pezcado en el pico
Se parecen a la guerra
Se parecen a los estómagos vacios
Se parecen a sus padres y a sus madres
Se parecen a los fantasmas con medio kilo de carne encima
Se parecen a la peste
Se parecen a sus propias imágenes proyectadas
Se parecen entre ellas
Se parecen a la suma de los catetos
Se parecen a una máquina
Se parecen a los días en su paso
Se parecen al instante
Se parecen a las opciones que se exponen
Se parecen a las historias que se narran con el eco de las otras
Se parecen a las ostras
Se parecen a los discos viejos con sus portadas
Se parecen a las políticas económicas
Se parecen al resentimiento de clase
Se parecen a la falta de oxigeno en sangre
Se parecen a los ruidos de la calle
Se parecen al lenguaje
Se parecen a los sueños
Se parecen a las casas
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Se parecen a los muertos. Los muertos son superficies planas, sobre las que aparecen
y desaparecen imágenes, edición de recuerdos o fantasía. Vemos, en esas pantallas, la
idea de infinito que tiene la carne.
Sobre la superficie de los muertos extendemos nuestras tesis, con cuidado, con la
punta de los dedos. Dirigimos con el tacto.
Y tenemos algo parecido al tiempo. Nos paramos en dos patas y miramos de frente el
horizonte.
Se parecen a la muerte.
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Pero también podrían hacerlo parecerse a una casa con diéz, veinte, treinta árboles.
En llamas los árboles. O a cuarenta tomos de cocina mecánica, editados en un muy
buen papel. O a sesenta óvulos no fertilizados. O a trecientas entrevistas a mediáticos
de televisión. O a tres estalactítas apuntando al centro del mundo. O a una calle
cualquiera. O a un ballet, compuesto por cuatro petroleros cellistas, recorredores de
pozo.
Y, de esa misma manera, podrían hacerlo, parecerse, a una papa, o a una zanahoria, o
a una batata, o a un machete manchado de jugo.
Y ya que estamos, podrían parecerse a una puesta teatral de una obra de Brecht, con
un elenco formado exclusivamente por animales domésticos.
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Sí, las criaturas se parecen a lo que, quien contempla, quiere que se parezcan. Pero.
Tal vez no sea una cuestión de voluntad. Los que contemplan son, de alguna manera,
abducidos por el parecido. Lo quieren desde adentro.
No por esto se abandonan las diferencias estructurales: las que mantienen a distancia
la identidad.
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Hay algo. Simular un parecido. Para quien lee. Para quién juzga.