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Y REGISTRO DOMICILIARIO
1
RESUMEN
En primer lugar, establece la conclusión de que las pruebas ilícitas obtenidas con
vulneración del derecho fundamental proclamado en el artículo 18.2 de la Constitución
Española son nulas de pleno derecho, extendiéndose su nulidad a las pruebas derivadas de
aquellas.
SUMARIO:
2
Como recoge Miranda Estrampes1, la doctrina de la Sala II del TS distingue dos
planos distintos: el de la licitud constitucional y el de la legalidad ordinaria. Desde la primera
perspectiva, la jurisprudencia considera que la vulneración de un derecho fundamental en el
momento de obtención de la prueba implica una infracción constitucional reconducible al
ámbito del artículo 11.1 LOPJ, por lo que debe calificarse de ilícita. Por el contrario, el
incumplimiento de las exigencias legales o procesales previstas en la LECR han de valorarse
conforme a las reglas que regulan la eficacia de los actos procesales y el incumplimiento de
las formas y requisitos precisos para tal eficacia, por lo que las irregularidades realizadas
durante la práctica de las pruebas deben reconducirse al ámbito del régimen de nulidades
procesales de los artículos 238 y ss. LOPJ, sin que ello impida la prueba de los hechos por
otros medios probatorios con independencia de que los mismos pudieran tener relación
indirecta con la prueba irregularmente practicada. Siendo ello así, convendría definir las
posiciones distintas del TC y del TS en cuanto a la prueba obtenida con vulneración de
derechos fundamentales.
La STS de 19.11.2015 nos recuerda en este punto que la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional tiene establecido que la ilicitud constitucional se extiende también a las
pruebas derivadas o reflejas si entre ellas y las anuladas por vulneración del art. 18.3 CE
existe una conexión natural o causal (que constituye el presupuesto para poder hablar de
prueba derivada de otra ilícitamente obtenida). En estos casos, la regla general es que todo
elemento probatorio que pretenda deducirse a partir de un hecho vulnerador del derecho
fundamental, por ejemplo del derecho a la inviolabilidad del domicilio, se halla también
incurso en la prohibición de valoración. No obstante, en supuestos excepcionales, se ha
venido admitiendo que estas pruebas sean jurídicamente independientes de dicha vulneración,
habiéndose reconocido como válidas y aptas para enervar el principio de presunción de
inocencia. Para establecer si se está ante un supuesto en que debe aplicarse la regla general
que se ha referido o, por el contrario, nos encontramos ante alguna de las hipótesis que
permiten excepcionarla, habrá que delimitar si estas pruebas están vinculadas de modo
directo a las que vulneraron el derecho fundamental sustantivo, es decir, habrá que establecer
si existe o no una conexión de antijuridicidad entre la prueba originaria y las derivadas2.
1 MIRANDA ESTRAMES, M., “El concepto de prueba ilícita y su tratamiento en el proceso penal”, pp. 74. Bosch
Editor. Barcelona 1999.
2 (SSTC 81/1998, FJ 4; 49/1999, FJ 14; 94/1999, FJ 6; 171/1999, FJ 4; 136/2000, FJ 6; 28/2002, FJ 4; 167/2002, FJ
3
esenciales de tutela del mismo cabrá entender que su efectiva apreciación es
constitucionalmente legítima, al no incidir negativamente sobre ninguno de los dos aspectos
que configuran el contenido del derecho fundamental sustantivo3.
3 (SSTC 81/1998, 121/1998, 49/1999, 94/1999, 166/1999, 171/1999, 136/2000, 259/2005, FJ 7; y 66/2009, FJ 4).
4 (SSTS 69/2013, de 31-1; 912/2013, de 4-12; y 963/2013, de 18-12).
4
estaba buscando el cadáver justamente en la misma zona en que se hallaron los restos6. No es
lo mismo que el hallazgo casual. Rodríguez Lainz7 sostiene que en los casos de
descubrimiento inevitable el Tribunal debe realizar un juicio de ponderación que superando la
mera probabilidad se acerque a la seguridad rayana en la certeza de que el delito se hubiera
descubierto indefectiblemente sin recurrir a la prueba ilícita. Miranda Estrempes niega que
esta admisión sea compatible con el respeto al derecho a la presunción de inocencia. El TC8
ha admitido esta excepción en la obtención de un dato neutro en conversación telefónica
ilegal sobre el lugar en que se halló la droga, presumiendo que esa información se hubiera
obtenido sin vulneración del derecho. En la interesante STS de 4 de julio de 1997, el TS9
también admitió la prueba sobre el lugar de venta de la droga entre la acusada y los
proveedores de droga en un supuesto en el que declaró nula la intervención telefónica, pero
consideró que con carácter previo a la nulidad existían vigilancias y seguimientos que
hubieran conducido inexorablemente al conocimiento del mismo dato. No obstante, la STS de
22.1.2013 recalca que solo es factible aplicar la excepción “cuando "inevitablemente" y por
métodos regulares, existían cauces en marcha que habrían desembocado de todos modos en el
descubrimiento de los hechos, es decir cuando las pruebas cuestionadas habrían sido
ineluctablemente descubiertas de una fuente sin tacha, y siempre en supuestos de actuaciones
policiales realizadas de "buena fe".
6 COSTA TORNÉ, Mª CINTA, “La prueba ilícita por violación de derechos fundamentales y sus excepciones.
revista de Derecho de la UNED, nº 11 de 2012.
7 RODRÍGUEZ LAINZ, J.L., “La confesión del imputado derivada de prueba ilícitamente obtenida, editorial Bosch,
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deben estimarse independientes jurídicamente por proceder de fuentes no contaminadas,
como serían aquellas pruebas obtenidas fruto de otras vías de investigación tendentes a
establecer el hecho en que se produjo la prueba prohibida, como es el supuesto de nulidad de
unas intervenciones telefónicas que no se extendería a los conocimientos policiales
exclusivamente obtenidos a través de vigilancias estáticas y seguimientos acordados al
margen de aquella intervención, o bien en aquellos casos en los que no se dé la llamada
conexión de antijuridicidad entre la prueba prohibida y la derivada, a lo que ya nos hemos
referido con anterioridad.
11(SSTS 320/2011, de 22-4; 811/2012, de 30-10; 69/2013, de 31-1; 912/2013, de 4-12; 963/2013, de 18-1273/2014,
de 12-3; 511/2015, de 17-7).
6
determinadas condiciones, considerarse desconectada jurídicamente de la prueba precedente
declarada nula. Pero para ello es necesario que se acredite que dicha declaración se hubiese
efectuado: a) previa información de los derechos constitucionales del inculpado, entre los que
se encuentra el de guardar silencio o negarse a contestar, b) con asistencia de su letrado, c)
mediante una declaración plenamente voluntaria, sin vicios ni situaciones sugestivas que
puedan alterar su espontaneidad, d) teniendo por escenario el Plenario, o acto del juicio oral,
por ser en ese momento donde tales derechos y garantías se desarrollan en la mayor extensión,
e) con conocimiento de que se ha planteado por la defensa la posible anulación de la prueba
de la que pudiera proceder el conocimiento inicial determinante de la imputación, de manera
que pueda verificarse que la confesión fue exponente de la libre voluntad autodeterminada del
acusado y no viciada por la realidad derivada del resultado de la prueba ilícita (SSTS 2/2011,
de 15 de febrero, del Pleno de la Sala; 912/2013, de 4 de diciembre y 649/2013, de 11 de
junio).
7
dicha conexión procedería el análisis de la conexión de antijuridicidad (cuya inexistencia
legitimaría la posibilidad de valoración de la prueba derivada). De no darse siquiera la
conexión causal no sería necesario ni procedente analizar la conexión de antijuridicidad,
y ninguna prohibición de valoración de juicio recaería sobre la prueba en cuestión
(STC nº 66/2009 de 9 de marzo). La existencia de un nexo causal entre ambas constituye un
requisito necesario pero no suficiente para afirmar la ilicitud constitucional de las pruebas
derivadas. Así, la nulidad de unas intervenciones telefónicas no extendería sus efectos a los
conocimientos policiales exclusivamente obtenidos a través de vigilancias estáticas y
seguimientos acordados al margen de aquella intervención (SSTS nº 498/2003 de 24 de abril
y 1048/2004 de 22 de septiembre).
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La inviolabilidad del domicilio es un derecho básico constitucional consagrado en el
artículo 18.2 de la Constitución Española, e implica que no puede efectuarse ninguna entrada
o registro en aquél sin el consentimiento del titular o resolución judicial, salvo en caso de
flagrante delito.
Señalan las SSTS de 19 de enero de 1995 (RJ 1995, 569), 14 de junio de 1995 (RJ
1995, 4567), 4 de marzo de 1997 (RJ 1997, 1829) y 18 de febrero de 1999 (RJ 1999, 1921)
que el derecho fundamental a la intimidad personal (artículo 18.1 CE) se concreta en la
posibilidad de cada ciudadano de erigir ámbitos privados, es decir, que excluyen la
observación de los demás y de las autoridades del Estado. Tal derecho se deriva directamente
del derecho al libre desarrollo de la personalidad (artículo 10.1 CE). Consecuentemente, la
protección del domicilio no es sino un aspecto de la protección de la intimidad que sirve al
libre desarrollo de la personalidad (STS de 18 de octubre de 1996 [RJ 1996, 7186]).
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que contiene el artículo 8.1 del CEDH (STC 119/2001, de 29 de mayo)» (STC 10/2002, de 17
de enero).
Por otra parte, la STC 22/2003, de 10 de febrero, afirma que «la protección
constitucional del domicilio en el artículo 18.2 CE se concreta en dos reglas distintas. La
primera define su “inviolabilidad”, que constituye un auténtico derecho fundamental de la
persona, establecido como garantía de que el ámbito de privacidad, dentro del espacio
limitado que la propia persona elige, resulte “exento de” o “inmune a” cualquier tipo de
invasión o agresión exterior de otras personas o de la autoridad pública, incluidas las que
puedan realizarse sin penetración física en el mismo, sino por medio de aparatos mecánicos,
electrónicos u otros análogos. La segunda, que supone una aplicación concreta de la
primera, establece la interdicción de la entrada y el registro domiciliar (constituyendo esta
última la interdicción fundamental, de la que la entrada no es más que un trámite de carácter
instrumental), disponiéndose que, fuera de los casos de flagrante delito, sólo son
constitucionalmente legítimos la entrada o el registro efectuados con consentimiento de su
titular o al amparo de una resolución judicial (SSTC 22/1984, de 17 de febrero, FJ 3 y 5; y
10/2002, de 17 de enero, FJ 5).
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Sabemos que ese juez puede ser tanto el penal como el juez contencioso cuando se
trata de invasiones domiciliaras necesarias para la ejecución forzosa de resoluciones de la
Administración12.
Frente a ese criterio, el TS, proclama que la Sala no puede identificarse con este
criterio a la hora de definir el contenido material del derecho a la inviolabilidad del domicilio
(art. 18.2 CE). Y fundamenta su oposición al criterio desde la siguiente reflexión que se
anudará en nuestro relato. Es cierto que ningún derecho fundamental vulnera el agente que
percibe con sus ojos lo que está al alcance de cualquiera. El agente de policía puede narrar
como testigo cuanto vio y observó cuando realizaba tareas de vigilancia y seguimiento.
Nuestro sistema constitucional no alza ningún obstáculo para llevar a cabo, en el marco de
una investigación penal, observaciones y seguimientos en recintos públicos. A juicio de la
Sala, sin embargo, la fijación del alcance de la protección constitucional que dispensa el art.
18.2 de la CE sólo puede obtenerse adecuadamente a partir de la idea de que el acto de
injerencia domiciliaria puede ser de naturaleza física o virtual. En efecto, la tutela
constitucional del derecho proclamado en el apartado 2 del art. 18 de la CE protege, tanto
frente la irrupción inconsentida del intruso en el escenario doméstico, como respecto de la
observación clandestina de lo que acontece en su interior, si para ello es preciso valerse de
un artilugio técnico de grabación o aproximación de las imágenes. El Estado no puede
adentrarse sin autorización judicial en el espacio de exclusión que cada ciudadano dibuja
frente a terceros. Lo proscribe el art. 18.2 de la CE. Y se vulnera esa prohibición cuando sin
autorización judicial y para sortear los obstáculos propios de la tarea de fiscalización, se
recurre a un utensilio óptico que permite ampliar las imágenes y salvar la distancia entre el
observante y lo observado.
12 Hay que tener en cuenta el artículo 8.6 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa (con el cambio de numeración operado por la Disposición adicional decimocuarta de la
Ley Orgánica 19/2003, de 23 de diciembre, de modificación de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder
Judicial), que atribuye a los Juzgados de dicho orden jurisdiccional las autorizaciones para la entrada en domicilios y
restantes lugares cuyo acceso requiera el consentimiento de su titular, siempre que ello proceda para la ejecución
forzosa de actos de la Administración Pública
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constitucionalmente protegido no deja de ser domicilio cuando las cortinas no se hallan
debidamente cerradas. La expectativa de intimidad, en fin, no desaparece por el hecho de que
el titular o usuario de la vivienda no refuerce los elementos de exclusión asociados a
cualquier inmueble. Interpretar que unas persianas no bajadas o unas cortinas no corridas
por el morador transmiten una autorización implícita para la observación del interior del
inmueble, encierra el riesgo de debilitar de forma irreparable el contenido material del
derecho a la inviolabilidad domiciliaria.
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Parece contradecirla la STS 27 febrero 1996 referida, no al empleo de prismáticos,
sino al de una máquina fotográfica, cuando razona que la “…labor de captación de imágenes
por medios de reproducción mecánica, que en el supuesto indicado no afecta a ninguno de
los derechos establecidos en la LO 1/1982, no necesita autorización judicial, la que es
preceptiva y debe concederse por el órgano judicial en resolución motivada y proporcional al
hecho a investigar, cuando se trate de domicilios o lugares considerados como tales, pues a
ellos no puede ni debe llegar la investigación policial, que debe limitarse a los exteriores, y
en el supuesto enjuiciado, la filmación de imágenes se hizo en el exterior”.
Son, igualmente, muchos los supuestos en los que las tareas de vigilancia se valen de
aparatos de reproducción del sonido y de la imagen. Los precedentes de esta Sala son muy
variados respecto de la utilización de cámaras videográficas por las Fuerzas y Cuerpos de
seguridad del Estado (cfr. SSTS 1049/1994, 21 de mayo; 184/1994, 7 de febrero; 760/1994, 6
de abril; 173/1996, 7 de febrero; 245/1999, 18 de febrero; 299/2006, 17 de marzo; 597/2010,
2 de junio). No faltan casos en los que esas imágenes son obtenidas por cámaras de seguridad
instaladas con arreglo a la LO 4/1997, 4 de agosto, de video vigilancia (cfr. STS 597/2010, 2
de junio; 1135/2004, 11 de octubre), o por particulares o entidades que se han valido, con uno
u otro fin, de cámaras videográficas13.
Pese a todos esos antecedentes la Sala concluye que existió una intromisión en el
contenido material del derecho a la inviolabilidad del domicilio, injerencia que tiñe de
nulidad la observación que los agentes llevaron a cabo del intercambio de droga y la
manipulación de una sustancia de color marrón, todo ello “…a través de uno de los dos
ventanales que daban a la calle”. La vigilancia del comedor de la vivienda y de las idas y
venidas de los moradores entre el salón y otras dependencias interiores del inmueble no
puede considerarse como un acto de investigación sustraído a la exigencia de autorización
judicial. No altera esta conclusión el hecho de que se tratara, como describe el relato de
hechos probados, de “…dos ventanales que daban a la calle”. Repárese en que el factum
alude a un décimo piso, ubicado en la calle Chano Piñero de Orense. Y esa inutilizabilidad
de la principal prueba de cargo, al fin y al cabo, la que permitió la inmediata detención de
Sinesio Ángel y la aprehensión de la droga, conduce al vacío probatorio y obliga a la
consiguiente absolución de ambos acusados.14
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4. FUENTES LEGALES
Ese Título VIII que regulaba tres supuestos diversos constituidos por la entrada y
registro en lugar cerrado, el registro de libros y papeles y la detención y apertura de la
correspondencia escrita y telegráfica, ha sido modificado para distribuir cada uno de los tres
conceptos en tres Capítulos distintos, que ahora se denominan “De la entrada y registro en
lugar cerrado” -Capítulo I-; “Del registro de libros y papeles” -Capítulo II- y “De la detención
y apertura de la correspondencia escrita y telegráfica- Capítulo III-.
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La doctrina del Tribunal Constitucional (SSTC 290/1994, 133/1995, 228/1997,
94/1999) viene manteniendo de forma constante que el único requisito necesario y suficiente
por sí solo para dotar de licitud constitucional a la entrada y registro de un domicilio, fuera del
consentimiento expreso de quien lo ocupa o la flagrancia delictiva, es la existencia de una
resolución judicial que con antelación lo mande o autorice, de suerte que, una vez obtenido el
mandamiento judicial, la forma en que la entrada y el registro se practiquen, las incidencias
que en su curso se puedan producir y los defectos en que se incurra, se inscriben y generan
efectos sólo en el plano de la legalidad ordinaria. Es por ello que, más allá de la legalidad
constitucional de “la entrada y registro en domicilio y otros lugares cerrados”, la consecuencia
jurídica derivada de su práctica y relativa a la regularidad o irregularidad del “registro de
libros y papeles” afectará exclusivamente a la consideración de los documentos incautados
como prueba preconstituida y documental o a la necesidad de probar con testigos y en el
juicio oral la legítima obtención de dichas fuentes de prueba.
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ello la Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio, sobre libertad religiosa, dispone que los lugares de
culto o reunión, gozarán como los demás domicilios de personas físicas o jurídicas, de la
inviolabilidad que proclama la Constitución. Por su parte, el artículo 2.2 de la Ley 24/1992, de
10 de noviembre, por la que se aprueba el Acuerdo de Cooperación del Estado con la
Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España dispone que «los lugares de culto
de las Iglesias pertenecientes a la FEREDE gozan de inviolabilidad en los términos esta-
blecidos en las leyes»; y en el mismo sentido se pronuncian las Leyes 25/1992 y 26/1992,
ambas de 10 de noviembre, que aprueban los Acuerdos del Estado con la Federación de
Comunidades Israelitas y con la Comisión Islámica de España, respectivamente.
También son inviolables y están exentos de todo registro los locales y edificios de las
Comunidades Europeas, conforme al artículo 1 de los Protocolos sobre los privilegios y las
inmunidades de la CECA (18 de abril de 1951), la CEE y la CEEA (17 de abril de 1957).
Igualmente, a tenor del artículo 3 del Protocolo de Washington sobre los privilegios,
exenciones e inmunidades de Intelsat, de 19 de mayo de 1978, ratificado por España el 20 de
febrero de 1981 (BOE de 4 de abril de 1981), están exentos de toda forma de registro los
bienes de INTELSAT15.
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La proclamación de inviolabilidad de los lugares cerrados citados evidentemente no
excluye que cumpliendo con los requisitos señalados en los artículos 548, 549, 555, 556, 559,
561 y 562, pueda decretar la entrada y registro en los Cuerpos Legislativos, lugares religiosos,
Palacio real, Sitios reales, habitaciones u oficinas de representantes de naciones extranjeras,
buques de guerra extranjeros y habitaciones consulares y diplomáticas respectivamente. Lo
que se excluye taxativamente es la entrada con consentimiento del titular o en supuestos de
flagrante delito. Deberá existir auto del juez y cumplimiento de los requisitos adicionales de
recado o venia, pudiendo el juez, en tales casos, adoptar las medidas de seguridad
correspondientes para evitar la fuga del investigado o la sustracción de instrumentos, libros o
efectos del delito.
Las personas jurídicas son también titulares del derecho a la inviolabilidad del
domicilio. El Tribunal Constitucional afirma en la STC 137/1985, de 17 de octubre que la
inviolabilidad del domicilio «se califica como reflejo directo de la protección acordada en el
ordenamiento a la persona, pero no necesariamente a la persona física, desde el momento en
que la persona jurídica venga a colocarse en el lugar del sujeto privado comprendido dentro
del área de la tutela constitucional, y todas las hipótesis en que la instrumentación del derecho
a la libertad no aparezcan o sean incompatibles con la naturaleza y especialidad de fines del
ente colectivo […], con lo que parece claro que nuestro Texto Constitucional al establecer el
derecho a la inviolabilidad del domicilio no lo circunscribe a las personas físicas, siendo pues
extensivo o predicable igualmente en cuanto a las personas jurídicas».
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En el ámbito del Derecho europeo, el artículo 8 del Convenio Europeo de protección
de los Derechos Humanos de 4 de noviembre de 1950 señala que:
La reforma del Código Penal operada por la Ley Orgánica 5/2010, de 22 de junio,
rompiendo con una tradición de siglos, ha introducido en nuestro ordenamiento punitivo la
posibilidad de exigir responsabilidad penal a las personas jurídicas. Son muchas las secuelas
que arrastra consigo esa relevante modificación. En este ámbito, la Ley 37/2011, de 10 de
octubre, de medidas de agilización procesal, introduce un núm. 4 al artículo 554 de la
LECrim, reputando domicilio “tratándose de personas jurídicas imputadas, el espacio físico
que constituya el centro de dirección de las mismas, ya se trate de su domicilio social o de un
establecimiento dependiente, o aquellos otros lugares en que se custodien documentos u otros
soportes de su vida diaria que quedan reservados al conocimiento de terceros”.
La STC 69/1999, de 26 de abril, FJ 2, precisa que las personas jurídicas gozan de una
intensidad menor de protección, por faltar una estrecha vinculación con un ámbito de
intimidad en su sentido originario; esto es, el referido a la vida personal y familiar, sólo
predicable de las personas físicas. De suerte que ha de entenderse que en este ámbito la
protección constitucional del domicilio de las personas jurídicas y, en lo que aquí importa, de
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las sociedades mercantiles, sólo se extiende a los espacios físicos que son indispensables
para que puedan desarrollar su actividad sin intromisiones ajenas, por constituir el centro de
dirección de la sociedad o de un establecimiento dependiente de la misma o servir a la
custodia de los documentos u otros soportes de la vida diaria de la sociedad o de su
establecimiento que quedan reservados al conocimiento de terceros.
Ahora bien, aun siendo menor el ámbito de protección los requisitos de acceso son los
mismos. Y por ello, respecto del consentimiento del afectado, insiste la STC antes citada de
16.3.2015 que como se había afirmado en la STC 173/2011, de 7 de noviembre, FJ 2, el
consentimiento eficaz del sujeto particular permite la inmisión en su derecho a la intimidad,
si bien no precisa ser expreso, admitiéndose también un consentimiento tácito; en supuestos
referentes al derecho a la inviolabilidad del domicilio del art. 18.2 CE, hemos indicado
asimismo que este consentimiento no necesita ser expreso (STC 22/1984, de 17 de febrero) y
que, salvo casos excepcionales, la mera falta de oposición a la intromisión domiciliar no
podrá entenderse como un consentimiento tácito (STC 209/2007, de 24 de septiembre, FJ 5).
Por falta de esa información previa en el caso ahora examinado, se otorgó el amparo
por considerar que en el ámbito de la inspección tributaria cuestionada, resultaban también de
aplicación los arts. 131.2 de la Ley Foral 13/2000, de 14 de diciembre, general tributaria de
Navarra, y 40.4 del Reglamento de inspección tributaria de la Administración de Navarra,
aprobado por Decreto Foral 152/2001, de 11 de junio, que establecen la obligación de que los
funcionarios de la inspección recaben el consentimiento del interesado “advirtiéndole de sus
derechos”, lo que en el caso concreto no se hizo (STC de 16.3.2015).
El artículo 18.2 CE, que consagra el derecho a la inviolabilidad del domicilio, debe ser
interpretado en los términos más favorables para la efectiva protección del derecho que
proclama, tanto por el principio in dubio pro reo cuanto por exigencias de normas
internacionales, y por suponer él mismo uno de los preceptos más esenciales del respeto a la
dignidad de la persona.
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concepto constitucional de domicilio de mayor amplitud que el concepto jurídico privado o
jurídico administrativo»; en consecuencia, «el domicilio es un espacio en el cual el individuo
vive sin estar sujeto necesariamente a los usos y convenciones sociales y ejerce su libertad
más íntima, de modo que no sólo es objeto de protección el espacio físico en sí mismo
considerado sino lo que en él hay de emanación de la persona y de su esfera privada» (STC
22/1984, de 17 de febrero). En el mismo sentido se pronuncian la STC 10/2002, de 17 de
enero, y la STS de 14 de mayo de 2004 (RJ 2005, 5213).
Finalmente, la STC 10/2002, de 17 de enero, señala que «el rasgo esencial que define
el domicilio a los efectos de la protección dispensada por el artículo 18.2 CE reside en la
aptitud para desarrollar en él vida privada y en su destino específico a tal desarrollo aunque
sea eventual. Ello significa, en primer término, que su destino o uso constituye el elemento
esencial para la delimitación de los espacios constitucionalmente protegidos, de modo que, en
principio, son irrelevantes su ubicación, su configuración física, su carácter mueble o
inmueble, la existencia o tipo de título jurídico que habilite su uso, o, finalmente, la intensidad
y periodicidad con la que se desarrolla la vida privada en el mismo. En segundo lugar, si bien
el efectivo desarrollo de vida privada es el factor determinante de la aptitud concreta para que
el espacio en el que se desarrolla se considere domicilio, de aquí no se deriva necesariamente
que dicha aptitud no pueda inferirse de algunas de estas notas, o de otras, en la medida en que
representen características objetivas conforme a las cuales sea posible delimitar los espacios
que, en general, pueden y suelen ser utilizados para desarrollar vida privada.
El rasgo esencial que define el domicilio delimita negativamente los espacios que no
pueden ser considerados domicilio: de un lado, aquellos en los que se demuestre de forma
efectiva que se han destinado a cualquier actividad distinta a la vida privada, sea dicha
actividad comercial, cultural, política o de cualquier otra índole; de otro, aquellos que, por sus
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propias características, nunca podrían ser considerados aptos para desarrollar en ellos vida
privada, esto es, los espacios abiertos. En este sentido resulta necesario precisar que si bien no
todo espacio cerrado constituye domicilio, ni deja de serlo una vivienda por estar
circunstancialmente abierta, sin embargo, es consustancial a la noción de vida privada y, por
tanto, al tipo de uso que define el domicilio, el carácter acotado respecto del exterior del
espacio en el que se desarrolla. El propio carácter instrumental de la protección constitucional
del domicilio respecto de la protección de la intimidad personal y familiar exige que, con
independencia de la configuración física del espacio, sus signos externos revelen la clara
voluntad de su titular de excluir dicho espacio y la actividad en él desarrollada del
conocimiento e intromisiones de terceros».
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permitiendo su presencia durante la práctica, bien mediante una comunicación posterior que
informe de su contenido y, en su caso, de la eventual incautación de objetos personales. En
aquel caso, no obstante, aunque el registro se practicó sin notificación previa al recurrente y
sin que se le informara de su resultado no se otorgó el amparo solicitado dado que el
controvertido registro se practicó en cumplimiento del artículo 93.1.2 del Reglamento
Penitenciario que establece que para los internos de primer grado en centro cerrado que
cumplen en celdas de aislamiento diariamente se debe practicar registro de sus celdas y
cacheo de los internos, lo que el recurrente conocía de antemano, y en cuanto a la no
notificación de su resultado fue consecuencia directa de su resultado negativo.
Precisamente para suplir esa ausencia de cobertura legal y como respuesta a las críticas
jurisprudenciales, se ha regulado, por la Ley Orgánica 13/2015, en su Capítulo IV, entre otras
materias, las llamadas Disposiciones comunes a la interceptación de las comunicaciones
telefónicas, la captación y grabación de comunicaciones orales mediante la utilización de
dispositivos electrónicos, la utilización de dispositivos técnicos de seguimiento, localización y
captación de la imagen, el registro de dispositivos de almacenamiento masivo de información
y los registros remotos sobre equipos informáticos. Además de ello, en cada uno de los
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ámbitos afectados por las Disposiciones comunes, los Capítulos concretos de interceptación
de las comunicaciones telefónicas, captación y grabación de comunicaciones orales mediante
la utilización de dispositivos electrónicos, utilización de dispositivos técnicos de seguimiento,
localización y captación de la imagen, registro de dispositivos de almacenamiento masivo de
información y registros remotos sobre equipos informáticos regulan los presupuestos y
particularidades de las resoluciones judiciales restrictivas de aquellas comunicaciones y
registros. Ahora, por tanto, y tras aquella norma existe norma de calidad, cobertura legal o ley
habilitante que garantiza la seguridad jurídica y fija el alcance, condiciones, límites y
presupuestos de la injerencia en los derechos básicos al secreto de las comunicaciones e
intimidad en todos los ámbitos concernidos en las Disposiciones comunes.
Los requisitos que deben tenerse en cuenta para el consentimiento autorizante del
registro domiciliario, a tenor de las SSTS de 4 de noviembre de 2002 (RJ 2002, 10007), 14 de
marzo de 2006 (RJ 2006, 8046) y 28 de octubre de 2010 (RJ 2010, 8177), son los siguientes:
a) Otorgado por persona capaz, esto es mayor de edad (STS de 9 de noviembre de 1994
[RJ 1994, 8803]), y sin restricción alguna en su capacidad de obrar. Y así, la STS de 4 de
noviembre de 2002 (RJ 2002, 10007) considera ilícita la entrada y registro habida cuenta de
que el menor no podía consentir una diligencia como la que se practicó (tenía 14 años). En
supuestos de minusvalía psíquica aparente, esté o no declarada judicialmente, no puede
considerarse válidamente prestado el consentimiento, todo ello en base al artículo 25 del
Código Penal: «a los efectos de este Código se considera incapaz a toda persona, haya sido o
no declarada su incapacitación, que padezca una enfermedad de carácter persistente que le
impida gobernar su persona o bienes por sí misma». Por lo demás, quien presta su
consentimiento debe encontrarse en uso de sus facultades volitivas e intelectivas, si bien la
STS de 28 de octubre de 2010 (RJ 2010, 8177) concedió validez al consentimiento prestado
por quien presentaba «una alteración leve en aquellas facultades, suficiente para dar lugar a la
apreciación de la atenuante analógica de drogadicción pero no al estado que preconiza el
motivo, más propio de una eximente completa o incompleta».
23
presunto hay que resolverla a favor de la no autorización en virtud del principio in dubio
libertas y el criterio declarado por el Tribunal Constitucional de interpretar siempre las
normas en el sentido más favorable a los derechos fundamentales de la persona, en este caso
del titular de la morada» (STS de 28 de octubre de 2010 [RJ 2010, 8177], con cita de las SSTS
de 5 de marzo de 1996 [RJ 1996, 1890], 30 de septiembre de 1996 [RJ 1996, 6944] y 26 de
junio de 1998 [RJ 1998, 5598]).
e) Debe ser otorgado por el titular del domicilio, titularidad que puede provenir de
cualquier título legítimo civilmente, sin que sea necesaria la titularidad dominical.
f) El consentimiento debe ser otorgado para un asunto concreto, del que tenga
conocimiento quien lo presta, sin que se pueda aprovechar para otros fines distintos. Y así, la
STS de 6 de junio de 2001 (RJ 2001, 7347) apreció la vulneración del derecho a la
inviolabilidad del domicilio en la actuación de la Policía que entró en un piso con la llave que
le facilitó la titular del piso para una gestión relativa a su hijo menor y en ese marco los
agentes efectuaron un registro y ocuparon una carta que abrieron. Y en el mismo sentido, la
STS de 14 de noviembre de 2007 (RJ 2007, 8142) consideró vulnerado el artículo 18.2 CE en
un supuesto en el que la moradora -que acababa de ser agredida por su esposo- facilitó la llave
del domicilio a un familiar a los solos efectos de recoger ropa del hijo menor del matrimonio,
accediendo aquél a la vivienda en compañía de agentes del Cuerpo Nacional de Policía, a
quienes hizo entrega de distintas sustancias estupefacientes y una báscula de precisión que
encontró en el piso. Contra el criterio de la Audiencia Provincial, el Tribunal Supremo declara
que «Cierto que la esposa entregó las llaves a su primo, pero lo fue con la exclusiva finalidad
de recoger ropas del niño. Obviamente la entrada para este fin fue autorizada por persona
legítima como es la esposa que ocupaba el piso conyugal y ello en el escenario de una
agresión por parte de su marido […]. Ahora bien, cualquier otra gestión o pesquisa efectuada
dentro del domicilio por el portador de la llave carece de toda autorización y no queda
cubierta por la inicial entrega de las llaves. Dicho de otro modo, cualquier extralimitación de
la persona autorizada de los concretos límites dados por el autorizante quedan extramuros de
la autorización y por tanto deben ser estimados como ilegítimos».
g) No son necesarias en ese caso las formalidades recogidas en el artículo 569 LECR
respecto de la presencia del Secretario Judicial.
24
sospechoso o acusado habla y entiende la lengua del proceso penal y si requiere la asistencia
de intérprete>>.
Complementando esa resolución debe decirse que tanto la Ley Orgánica 5/2015, de 27
de abril, por la que se traspusieron la Directiva 2010/64/UE y la Directiva 2012/13/UE, de 22
de mayo de 2012, como Ley Orgánica 15/2015, de 5 de octubre, por la que se traspuso la
Directiva 2013/48/UE, han modificado la LECR y la LOPJ para regular los derechos a la
interpretación y traducción de los imputados o acusados que no hablen o entiendan el
castellano o la lengua oficial en la que se desarrolle la actuación y para incorporar entre los
derechos del imputado el derecho a la interpretación o traducción gratuitas. Todo ello en los
nuevos artículos 118, f) y 123 a 127 LECR.
Respecto del consentimiento del afectado, insiste la STC de 16.3.2015 que como se
había afirmado en la STC 173/2011, de 7 de noviembre, FJ 2, el consentimiento eficaz del
sujeto particular permite la inmisión en su derecho a la intimidad, si bien no precisa ser
expreso, admitiéndose también un consentimiento tácito; en supuestos referentes al derecho a
la inviolabilidad del domicilio del art. 18.2 CE, hemos indicado asimismo que este
consentimiento no necesita ser expreso (STC 22/1984, de 17 de febrero) y que, salvo casos
excepcionales, la mera falta de oposición a la intromisión domiciliar no podrá entenderse
como un consentimiento tácito (STC 209/2007, de 24 de septiembre, FJ 5).
Ahora bien, en todos los casos, el consentimiento eficaz tiene como presupuesto el de
la garantía formal de la información expresa y previa, que debe incluir los términos y
alcance de la actuación para la que se recaba la autorización injerente. Así, en el ámbito del
derecho a la intimidad, hemos apreciado la vulneración de dicha garantía en los casos en
que la actuación no se ajusta a los términos y el alcance para el que se otorgó el
consentimiento, quebrando la conexión entre la actuación que se realiza y el objetivo
tolerado para el que fue recabado el consentimiento (en este sentido, SSTC 110/1984, de 26
de noviembre, FJ 8, y 70/2009, de 23 de marzo, FJ 2).
La STC de 13.6.2015 por falta de esa información previa en el caso ahora examinado,
otorgó el amparo por considerar que en el ámbito de la inspección tributaria cuestionada,
resultaban también de aplicación los arts. 131.2 Ley Foral 13/2000, de 14 de diciembre,
general tributaria de Navarra, y 40.4 del Reglamento de inspección tributaria de la
Administración de Navarra, aprobado por Decreto Foral 152/2001, de 11 de junio, que
establecen la obligación de que los funcionarios de la inspección recaben el consentimiento
del interesado “advirtiéndole de sus derechos”, lo que en el caso concreto no se hizo.
25
del secretario judicial, la asistencia del Letrado del imputado no es imprescindible. La
urgencia del registro para evitar la ocultación de pruebas impide ordinariamente esperar a que
pueda designarse y constituirse la defensa letrada (STS 262/2006, de 14 de marzo y STS de
12.6.2015).
Y, en segundo lugar, afecta al derecho a un proceso con todas las garantías, porque el
resultado de dicha diligencia constituirá prueba de cargo en el juicio contra el imputado cuyo
domicilio se ha acordado registrar, lo que aconseja que en la práctica del registro se garantice
la contradicción para asegurar la validez del registro como prueba preconstituida (STS
261/2000, de 14 de marzo y STC 141/2009, de 15 de junio).
La Ley procesal prevé por ello como requisito de la práctica del registro la presencia
del interesado o persona que legalmente le represente (art. 569). El interesado a que se refiere
el artículo 569 LECR, para exigir su presencia en el acto del registro, no es necesariamente el
titular, en el sentido de propietario o arrendatario de la vivienda. Lo determinante no es quien
sea el propietario, que puede ser desconocido, no residir en el domicilio, o incluso ser una
persona jurídica, sino quien es el residente en el domicilio, cuya intimidad es la que va a ser
afectada (STS 680/2010, de 14 de julio).
26
Ordinariamente el interesado en el registro es el imputado, pues el resultado del
registro va a afectar a su defensa, aunque no siempre tiene que ser necesariamente el
imputado la persona presente en el registro judicialmente autorizado. El imputado o persona
contra la que se dirige el procedimiento puede encontrarse en ignorado paradero, o
simplemente fuera de la vivienda y no ser localizable en el momento del registro. La entrada y
registro en un domicilio autorizado en el curso de un procedimiento judicial por delito
constituye, por su propia naturaleza, una diligencia de carácter urgente que no se puede
demorar a la espera de que el imputado regrese a su domicilio o sea localizado policialmente.
Por ello la Ley autoriza a prescindir del interesado "cuando no fuere habido" (art. 569
LECR), lo que resulta claramente referido al imputado, pudiendo en estos casos realizarse el
registro ante cualquiera de sus familiares mayores de edad, estimando la doctrina
jurisprudencial, atendiendo a una realidad social en la que las agrupaciones domiciliarias ya
no se realizan necesariamente por familias en sentido estricto, que esta norma es aplicable a
todos los moradores de la vivienda, mayores de edad, aunque no sean familiares en sentido
estricto (STS 111/2010, de 24 de febrero, refiriéndose a un supuesto en el que el acusado no
estuvo presente en el registro, pero si su compañera sentimental, residente en el domicilio).
Ahora bien lo que sí que resulta exigible es la presencia del imputado en el registro
cuando se encuentre detenido o a disposición policial o judicial, pues en estos casos no existe
justificación alguna para perjudicar su derecho a la contradicción, que se garantiza mejor con
la presencia efectiva del imputado en el registro, por lo que la ausencia del imputado en estos
casos es causa de nulidad (STS 716/2010, de 12 de julio).
27
que constituye la alternativa preferente. Si no es habido en ese momento, puede ser sustituido
por cualquier familiar u otro morador de la vivienda, mayor de edad.
7.4. Flagrancia.
Como dijimos es muy interesante a este respecto la STS de 20.4.2016, sentencia que
analiza la observación por la policía con prismáticos desde el piso de enfrente de que varios
individuos preparan paquetes con droga, procediendo a la detención de uno de ellos cuando
bajaba a la calle encontrándole bloques de heroína y de hachís aptos para la venta. Ante esos
hechos la Audiencia concluyó –a partir de un laborioso análisis de precedentes de esta Sala-
que no había existido intromisión ilegítima en el ámbito de la intimidad, pues “…la
observación del interior de la morada se produce a través de aquello que los moradores han
permitido ver a través de la ventana”.
Recordemos ahora la doctrina del Tribunal Supremo. Frente a ese criterio, el TS,
proclama que la Sala no puede identificarse con este criterio a la hora de definir el contenido
material del derecho a la inviolabilidad del domicilio (art. 18.2 CE). Y fundamenta su
oposición al criterio desde la siguiente reflexión que se anudará en nuestro relato. Es cierto
que ningún derecho fundamental vulnera el agente que percibe con sus ojos lo que está al
alcance de cualquiera. El agente de policía puede narrar como testigo cuanto vio y observó
cuando realizaba tareas de vigilancia y seguimiento. Nuestro sistema constitucional no alza
ningún obstáculo para llevar a cabo, en el marco de una investigación penal, observaciones y
seguimientos en recintos públicos. A juicio de la Sala, sin embargo, la fijación del alcance de
la protección constitucional que dispensa el art. 18.2 de la CE sólo puede obtenerse
adecuadamente a partir de la idea de que el acto de injerencia domiciliaria puede ser de
naturaleza física o virtual. En efecto, la tutela constitucional del derecho proclamado en el
apartado 2 del art. 18 de la CE protege, tanto frente la irrupción inconsentida del intruso en
el escenario doméstico, como respecto de la observación clandestina de lo que acontece en su
interior, si para ello es preciso valerse de un artilugio técnico de grabación o aproximación
de las imágenes. El Estado no puede adentrarse sin autorización judicial en el espacio de
exclusión que cada ciudadano dibuja frente a terceros. Lo proscribe el art. 18.2 de la CE. Y
se vulnera esa prohibición cuando sin autorización judicial y para sortear los obstáculos
propios de la tarea de fiscalización, se recurre a un utensilio óptico que permite ampliar las
imágenes y salvar la distancia entre el observante y lo observado.
28
cualquier inmueble. Interpretar que unas persianas no bajadas o unas cortinas no corridas
por el morador transmiten una autorización implícita para la observación del interior del
inmueble, encierra el riesgo de debilitar de forma irreparable el contenido material del
derecho a la inviolabilidad domiciliaria.
29
situación de urgencia que permite a la Policía entrar en la vivienda para aprehender al
responsable y asegurar la pervivencia del cuerpo del delito.
Son, igualmente muchos los supuestos, como dijimos, en los que las tareas de
vigilancia se valen de aparatos de reproducción del sonido y de la imagen. Los precedentes de
esta Sala son muy variados respecto de la utilización de cámaras videográficas por las fuerzas
y cuerpos de seguridad del Estado (cfr. SSTS 1049/1994, 21 de mayo; 184/1994, 7 de febrero;
760/1994, 6 de abril; 173/1996, 7 de febrero; 245/1999, 18 de febrero; 299/2006, 17 de
marzo; 597/2010, 2 de junio).
Esas reflexiones convencen. Pues, es doctrina del TC, plasmada con claridad en la
STC 22/2003, de 10 de febrero, que «la protección constitucional del domicilio en el artículo
18.2 CE se concreta en dos reglas distintas. La primera define su “inviolabilidad”, que
constituye un auténtico derecho fundamental de la persona, establecido como garantía de que
el ámbito de privacidad, dentro del espacio limitado que la propia persona elige, resulte
“exento de” o “inmune a” cualquier tipo de invasión o agresión exterior de otras personas o
de la autoridad pública, incluidas las que puedan realizarse sin penetración física en el
mismo, sino por medio de aparatos mecánicos, electrónicos u otros análogos. La segunda,
que supone una aplicación concreta de la primera, establece la interdicción de la entrada y el
registro domiciliar (constituyendo esta última la interdicción fundamental, de la que la
30
entrada no es más que un trámite de carácter instrumental), disponiéndose que, fuera de los
casos de flagrante delito, sólo son constitucionalmente legítimos la entrada o el registro
efectuados con consentimiento de su titular o al amparo de una resolución judicial (SSTC
22/1984, de 17 de febrero, FJ 3 y 5; y 10/2002, de 17 de enero, FJ 5).
Creo que la clave se encuentra en esta doctrina que proscribe como ilícita cualquier
tipo de invasión o agresión exterior del domicilio, tanto de terceros, como de la autoridad
pública, incluidas las que puedan realizarse sin penetración física en el mismo, sino por medio
de aparatos mecánicos, electrónicos u otros análogos. Además debe advertirse que existe una
diferencia sustancial entre los supuestos en los que se ve el interior de una morada a través de
una ventana colocada a la altura visual del agente y aquellos en que se utilizan unos anteojos
para captar desde la lejanía, aproximando la imagen, lo acontecido en el interior de una
vivienda de un piso noveno. Parece que con la utilización de los prismáticos se permite la
captación virtual del interior de un domicilio de otra manera inaccesible al ojo humano. Por
otro lado, la invasión física debe equiparase con la invasión virtual.
31
imágenes, lo que en situaciones de urgencia y con fin constitucionalmente legítimo excusaría
la intervención del juez.
32
resolución ha de dispensar una protección al imputado frente al acto de injerencia de los
poderes públicos. Son muchos los espacios de exclusión que han de ser garantizados. No
todos ellos gozan del mismo nivel de salvaguarda desde la perspectiva constitucional. De ahí
la importancia de que la garantía de aquellos derechos se haga efectiva siempre y en todo
caso, con carácter anticipado, actuando como verdadero presupuesto habilitante de
naturaleza formal.
Pues bien, esta idea tiene ya un reflejo normativo en el actual art. 588 sexies a) 1º
de la LECR, según el cual “cuando con ocasión de la práctica de un registro domiciliario sea
previsible la aprehensión de ordenadores, instrumentos de comunicación telefónica o
telemática o dispositivos de almacenamiento masivo de información digital, o el acceso a
repositorios telemáticos de datos, la resolución del juez de instrucción habrá de extender su
razonamiento a la justificación, en su caso, de las razones que legitiman el acceso de los
agentes facultados a la información contenida en tales dispositivos”. Añade el apartado 2º del
mismo precepto que “la simple incautación de cualquiera de los dispositivos a los que se
refiere el apartado anterior, practicada durante el transcurso de la diligencia de registro
domiciliario, no legitima el acceso a su contenido, sin perjuicio de que dicho acceso pueda ser
autorizado ulteriormente por el juez competente.
Se trata, por tanto, de una regulación rupturista, que pretende abandonar prácticas en
las que la autorización judicial para la entrada en el domicilio del investigado amparaba
cualquier otro acto de injerencia, incluso cuando desbordara el contenido material del derecho
33
reconocido en el art. 18.2 de la CE. Lo que el legislador pretende, por tanto, es que el Juez de
instrucción exteriorice de forma fiscalizable las razones que justifican la intromisión en cada
uno de los distintos espacios de exclusión que el ciudadano define frente a terceros.
No pocas resoluciones –de las que la STS 691/2009, 5 de junio es claro exponente-
hacían extensiva la habilitación judicial concedida para la intromisión domiciliaria a la
aprehensión de todos aquellos soportes de información que pueda encontrarse en el interior de
la vivienda.
No obstante, el nuevo precepto –artículo 588 sexies LECR- impide considerar esos
instrumentos de almacenamiento como piezas de convicción respecto de las cuales el acceso a
su contenido estaría legitimado por la autorización general otorgada por el Juez a los agentes
para adentrarse en el domicilio en el que aquéllos son custodiados. El legislador persigue que
la restricción constitucional de cada uno de los derechos afectados sea individualmente
ponderada por el órgano jurisdiccional, que ha de exteriorizar –motivar- las razones de su
sacrificio. En el plano formal, por supuesto, ningún obstáculo existe para que una misma
resolución incorpore el juicio ponderativo del que derivar la legitimidad del sacrificio de los
derechos afectados. Para la historia han de quedar las autorizaciones implícitas o
sobreentendidas. En definitiva, la entrada y registro en el domicilio del investigado ha de estar
debidamente justificada. El instructor habrá de expresar las razones de la necesidad del
sacrificio de ese derecho fundamental. Pero tan argumentado como ese acto de injerencia
habrá de estar el acceso a los dispositivos de almacenamiento masivo cuya información
resulte indispensable para la investigación.
La STS de 29 de octubre de 2003 (RJ 2003, 7647) considera que el despacho del
director de una entidad bancaria no tiene el carácter de domicilio, pero deriva la problemática
que su registro ocasiona al ámbito del derecho a la intimidad personal (artículo 18.1 CE),
«que puede extenderse a otros ámbitos o lugares cerrados ajenos al concepto de morada o
residencia, concretándose en la posibilidad de cada ciudadano de erigir ámbitos privados para
desarrollar actividades o guardar documentos u objetos excluyendo la observación de los
demás, como pueden ser los archivos o cajones de su propia mesa de trabajo […].
34
En el caso enjuiciado, resultaba justificado y proporcionado el registro que los
servicios internos de la entidad financiera hicieron del despacho del director de la sucursal y
el examen de los documentos que éste guardaba en los archivadores y en la mesa de su
despacho, no resultando afectados o intervenidos documentos de carácter personal, sino
exclusivamente la documentación de la empresa, por lo que ha de concluirse que no se ha
violado el derecho a la intimidad.
Igualmente, la STS de 11 de junio de 2004 (RJ 2004, 5625) ha considerado que las
mesas de trabajo de los funcionarios no son lugares donde éstos desarrollen su privacidad,
desestimando la alegación de ilegalidad del registro de los cajones de la mesa de trabajo,
hecho por el Subdirector Provincial del INEM sin autorización judicial, mientras el interesado
estaba ausente.
«La cuestión del alcance del derecho de privacidad de los funcionarios -afirma la
sentencia- se debe considerar en relación a los derechos de privacidad de otras personas que
pueden resultar afectadas por su función pública. En efecto: el derecho al respeto de la
privacidad asegura al ciudadano una esfera en la que éste pueda desarrollar y realizar su
personalidad. Este derecho puede ser limitado, y lo está allí donde el individuo entra en
contacto con legítimos intereses de terceros, legalmente protegidos, desde una función pública
que lo convierte en garante de derechos de terceros. En tales supuestos, su actuación
funcionarial no está cubierta por el derecho a la intimidad, pues ello sería tanto como excluir
todo control eficaz sobre su actividad de garante. Este límite del derecho a la privacidad, por
lo tanto, se deriva directamente del contenido del derecho fundamental y de la naturaleza
específica de la competencia del funcionario. Dicho de otra manera: el lugar de trabajo de
funcionarios que tienen el deber de custodiar la privacidad de los administrados no constituye
un ámbito de privacidad del funcionario, dado que tal función requiere la existencia de
rigurosos controles internos, si no se quiere poner en peligro de manera intolerable la
privacidad de todos los titulares de datos personales protegidos de un archivo público. Es
claro que este riesgo de la generalidad no es necesario para el desarrollo y la realización de la
personalidad del funcionario. Consecuentemente, los funcionarios públicos que tienen a su
disposición la posibilidad de entrar en conocimiento de datos protegidos de terceros no
pueden alegar que el manejo de tales datos se produce dentro del ámbito de la esfera
reservada al desarrollo y realización de su personalidad, pues este límite de su privacidad
surge directamente del derecho de múltiples ciudadanos que pueden verse afectados por una
extensión del derecho de los funcionarios que impida todo control de una tarea que afecta de
manera muy sensible a derechos de terceros. Por estas razones es por lo que la Audiencia, aun
suponiendo que sería aconsejable la introducción de un precepto similar al establecido en el
artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores, no ha encontrado ningún obstáculo para negar
que el ámbito del derecho fundamental a la intimidad y privacidad de los acusados se extienda
a sus mesas de trabajo oficial. Tal artículo es, en realidad, innecesario en este contexto, pues
es claro que no estamos en presencia de un límite inmanente del derecho fundamental,
sometido a reserva de ley, sino en el supuesto de la determinación del alcance del propio
ámbito de protección del derecho fundamental. Se trata, dicho en el lenguaje técnico de la
dogmática de los derechos fundamentales, de un límite intrínseco del derecho del artículo 18
CE de inmediata operatividad, sin necesidad de previa interposición legislativa. Es obvio, por
lo demás, que un trabajador cualquiera no puede ser equiparado en este contexto con un
35
funcionario que está especialmente obligado por un deber de protección de múltiples
ciudadanos».
Basta, en este sentido comparar el contenido del artículo 558 de la Ley procesal, hoy
aún subsistente, y su exclusiva alusión a la necesidad del debido fundamento de la decisión
judicial autorizante para este segundo supuesto con las previsiones, otrora jurisprudenciales
y ahora legales (vid. nuevo artículo 588 bis a) y aún más en concreto el 579.1 LECR) en
orden a los concretos supuestos delictivos para los que las interceptaciones de las
comunicaciones pueden autorizarse, que aluden, en gran medida, a la gravedad punitiva de
la infracción objeto de investigación.
No quiere ello decir, por supuesto, que no hayan de respetarse también criterios de
proporcionalidad en este segundo supuesto pero, con todo, tal proporción puede establecerse
con base en otros aspectos como, por ejemplo y ello es lo que aquí acontece, con el hecho de
que el registro de la vivienda o el local donde se encuentran los instrumentos o efectos del
delito resulte imprescindible para la averiguación de los hechos y la obtención de los
elementos probatorios precisos para su acreditación (vid. art. 546 LECR)>>.
La misma STS de 9.2.2015, antes citada, entiende que en los delitos de pornografía
infantil informática el criterio de proporcionalidad debe ser contemplado sin el rigor de una
exigencia máxima, dada la volatilidad de las pruebas documentales, pues << el hecho de que
la Policía española dispusiera de una comunicación cuyo origen era su análoga canadiense, en
la que se hacía constar el nombre y domicilio de un ciudadano español que, residiendo en
nuestro país, figuraba en un listado de personas que habían adquirido, mediante pago, la
posibilidad de descargar, durante una semana, material video gráfico en parte del cual
figuraban menores de edad desnudos practicando juegos en los que exhibían sus órganos
genitales, coincidiendo además el nombre de dicho adquirente y parte de su apellido
compuesto, así como el domicilio facilitado para esa adquisición, con extremos reales
36
constatados por los funcionarios como resultado de sus indagaciones, ha de considerarse
razonablemente bastante para llevar a cabo el registro de los equipos informáticos que
pudieran hallarse en ese domicilio, sin que resultase imprescindible, como se afirma en la
recurrida, la realización de otras averiguaciones y comprobaciones como las relativas a la
posible existencia de otros moradores en la vivienda, la efectiva descarga de los documentos
digitales adquiridos, etc. Debiendo tenerse en cuenta además que, en esta clase de delitos, la
posible volatilidad de las pruebas documentales puede aconsejar claramente en numerosos
supuestos una rápida intervención tendente a su más pronta ocupación, sin las demoras que
produciría una investigación más amplia, cuando, como queda dicho, las solventes sospechas
acerca de la actividad ilícita llevada a cabo mediante los equipos ubicados en la vivienda
objeto de registro, venían avaladas por las concretas y autorizadas referencias de las que la
Policía disponía>>.
16
(SSTS 77/2011 de 23.2, 58/2010 de 10.2, 1183/2009 de 1.12, 534/2009 de 1.6, 609/2008 de 10.10).
17
(SSTC. 22/84 de 17.2, 94/99 de 31.5, 119/2001 de 24.5).
37
disponiéndose que, fuera de los casos de flagrante delito, sólo son constitucionalmente
legítimos la entrada o el registro efectuados con consentimiento de su titular o resolución
judicial (STC 22/1984, de 17 de febrero, FJ. 3 y 5); de modo que la mención de las
excepciones a dicha interdicción, admitidas por la Constitución, tiene carácter taxativo (STC
136/2000, de 29 de mayo).
Ahora bien la decisión judicial que autorice la injerencia debe motivar su adopción
comprobando que los hechos para cuya investigación se solicita revisten caracteres de delito y
que la solicitud y adopción guardan la debida proporcionalidad entre el contenido del derecho
fundamental afectado y la gravedad del hecho delictivo investigado.
Debe, por tanto, motivarse la resolución judicial expresándose las razones que hagan
legítima la injerencia, si existe conexión entre el delito investigado, en este caso un delito
grave como lo son los delitos contra la salud pública, y la persona o personas contra la que se
dirige la investigación.
18
(SSTC. 49/99 de 5.4, 166/99 de 27.9, 171/99 de 279, 126/2000 de 16.5, 14/2001 de 29.1, 202/2001 de 15.10).
38
En términos de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional las sospechas que ha de
emplearse en este juicio de proporcionalidad no solo son circunstancias meramente anímicas
sino que precisan para que puedan entenderse fundadas, hallarse apoyadas en datos objetivos,
en un doble sentido. En primer lugar, el de ser accesibles a terceros sin lo que no serían
susceptibles de control, y en segundo lugar, han de proporcionar una base real de la que pueda
inferirse que se ha cometido o se va a cometer un delito, sin que puedan consistir en
valoraciones acerca de la persona.
Pero igualmente -dicen las SSTS. 1019/2003 de 10.7 y 1393/2005 de 17.11- no debe
olvidarse que el sustento de la resolución no ha de consistir en la aportación de pruebas
acabadas de la comisión del ilícito, pues en tal caso no sería ya necesaria la práctica de más
diligencias de investigación, sino, tan solo, la de fundadas sospechas del actuar delictivo que
requieran la confirmación a través del resultado que pudiera arrojar precisamente el registro.
39
Debe por tanto motivarse la necesidad de la autorización (STS. 299/2004 de 19.9),
sostenida en razonamientos suficientes a partir de indicios o, cuando menos, sospechas sólidas
y seriamente fundadas acerca de la concurrencia de los requisitos de hechos, comisión de
delito y responsabilidad en el mismo del sujeto pasivo de la restricción del derecho, que no
sólo cumpla con las exigencias constitucionales de fundamentación de las Resoluciones
judiciales (art. 120.3 CE) sino que, además, permita la ulterior valoración de la corrección de
la decisión por parte de los Tribunales encargados de su revisión, a los efectos de otorgar la
debida eficacia a los resultados que pudieran obtenerse con base en ella o por vía de recurso
contra la misma (STS. 999/2004 de 19.9).
Por ello cuando la entrada en el domicilio se basa en una resolución judicial, ésta
tendrá que estar suficientemente motivada, tanto sobre los hechos como en derecho, teniendo
en cuenta que se trata de la restricción de un derecho fundamental. Para que esa motivación
sea bastante en el aspecto fáctico, es preciso que el Juez disponga de indicios acerca de la
comisión de un delito y de la relación del domicilio con él, lo cual puede suceder en los casos
en los que puedan encontrarse en el domicilio efectos o instrumentos del delito (artículo 546
de la LECR). Se trata, por consiguiente, de que al solicitarse esta injerencia en un derecho
constitucionalmente protegido se aporten cualquier tipo de datos fácticos o "buenas razones o
fuertes presunciones de que las infracciones están se han cometido o están a punto de
cometerse (Sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de 6 de septiembre de
1978, caso Klass, y de 5 de junio de 1992, caso Lüdi)"; en otros términos, algo más que meras
sospechas, pero algo menos que los indicios racionales que se exigen por el art. 384 LECR
para el procesamiento (SSTC 49/1999, de 4 de abril, 299/2000, de 11 de diciembre, 138/2001,
de 17 de julio y 167/2002, de 18 de septiembre; STS. 16/2007 de 16 de enero).
40
objetivos que justifiquen la intervención en el derecho fundamental queden debidamente
plasmados en la resolución judicial, ésta puede considerarse suficientemente motivada si,
integrada incluso con la solicitud policial, a la que puede remitirse, contiene los elementos
necesarios para considerar satisfechas las exigencias para poder llevar a cabo con
posterioridad la ponderación de la restricción de los derechos fundamentales que la
proporcionalidad de la medida impone. En los términos a la STS. 177/2006 de 26.1, existe
conocida jurisprudencia del Tribunal Constitucional y de la Sala Segunda del Tribunal
Supremo (por todas 189/2005 de 21.2) en el sentido de entender suficientemente justificado el
ingreso en un domicilio con fines de investigación de conductas posiblemente delictivas,
cuando el auto del juzgado se remite a la solicitud policial y ésta se encuentre bien fundada.
En sentido contrario, la STS de 29 de octubre de 2003 (RJ 2003, 7647), consideró que
el registro del despacho que ocupaba el acusado por su condición de director de la sucursal no
vulneraba el derecho a la inviolabilidad domiciliaria, «pues es claro que el puesto de trabajo
en una entidad comercial abierta al público no constituye domicilio o morada del empleado
que lo ocupa exclusivamente durante su jornada laboral. Tampoco puede hablarse de
violación del domicilio de una persona jurídica, pues fueron los propios representantes de la
persona jurídica titular del establecimiento, la entidad bancaria, los que con motivo de la
denuncia y de la desaparición del director, procedieron al examen de la documentación
obrante en la oficina, incluido lógicamente el despacho del director».
También en esta dirección, la STS de 27 de junio de 1994 (RJ 1994, 5034), si bien
recuerda que «la intimidad de la persona no se concentra exclusivamente en torno a su
residencia o habitación», reconoce que «existen locales que no gozan de cobertura
constitucional, limitándose su amparo a la exigencia de las formalidades legales que no
pueden ser soslayadas por los encargados de aplicar las normas procesales. En el caso de los
despachos de profesionales de la Abogacía se deben extremar las garantías en cuanto que se
puede poner en peligro el secreto profesional que constituye el núcleo esencial de la actuación
de los letrados, por lo que el Estatuto de la Abogacía exige que la diligencia se ponga en
41
conocimiento del Decano del Colegio de Abogados para que pueda estar presente o delegar en
algún colegiado».
Como señaló la STS de 14 de abril de 1994 (RJ 1994, 3291), el criterio para precisar
hasta dónde puede extenderse el concepto de domicilio en relación con los locales en los que
una persona ejercita su actividad profesional o negocial ha de fijarse en la nota de apertura o
no al público, pues si bien es cierto «que algunos locales de negocios o despachos
profesionales, en los que la actividad del titular se desarrolla sin admitir libremente el acceso
a terceros, pueden formar parte de su ámbito de privacidad o intimidad, extendiéndose a ellos
el concepto de domicilio […], no cabe confundir el ámbito negocial privado con aquel que se
abre al público para obtener un lucro de los asistentes al mismo».
Siguiendo tal criterio, la STS de 6 de julio de 1995 (RJ 1995, 5387) consideró que no
era precisa la existencia de autorización judicial para proceder al registro de «la oficina y
despacho abiertos al público, es decir, a toda persona que quisiera acceder al mismo para el
asesoramiento y la gestión de asuntos relacionados con problemas laborales, fiscales o de otro
tipo, que nada tenían que ver con el ejercicio por el acusado ni por ninguno de sus empleados
o clientes de las actividades propias de su intimidad».
Volviendo al caso específico del bufete de abogado, las SSTS de 25 de febrero de 2004
(RJ 2004, 1843), caso Oubiña, 22 de marzo de 2004 (RJ 2004, 3414) y 13 de octubre de 2009
(RJ 2010, 664) han advertido de que «el Derecho español, a diferencia del francés, no regula
de forma específica en el código procesal penal la forma de llevar a cabo la entrada y sobre
todo el registro del despacho profesional de un abogado. Existen referencias en el Estatuto de
la Abogacía y la Asamblea de Decanos de los Colegios de Abogados de España, que propuso
un texto que no ha pasado a la ley procesal. Toda la normativa comparada no encuentra
obstáculos a la entrada y registro, siempre que exista la posibilidad de encontrar datos
relevantes para la investigación de delitos cometidos por alguno de los clientes del abogado o
cuando sea él mismo el sospechoso de haberlos cometido».
«Es necesario diferenciar entre aquellas oficinas en las que se ubica la sede de una
persona jurídica, a las que procede atribuir la protección del reconocido derecho a la intimidad
que a la misma llega a amparar, de aquellos otros despachos o dependencias, constituyan o no
sede social que, por su disposición a la entrada de público, deben considerarse, a diferencia
del domicilio de la persona física, desposeídas de semejante protección […]; en el caso que
nos ocupa es indudable que el despacho profesional, en el que la entrada y el registro se
practicaron, era oficina abierta al público y destinada al acceso de clientes en busca de
asesoramiento jurídico. Por lo que los requisitos de orden constitucional no resultaban
exigibles» (STS de 22 de marzo de 2004 [RJ 2004, 3414]).
42
No obstante ello y pese a no gozar el despacho profesional del abogado de la
consideración de domicilio, de acuerdo con la doctrina que emana de la STS nº 974/2012, de 5
de octubre, podemos sintetizar la posición del TS en la materia en los siguientes pasos:
En esta dirección la STS. 79/2012 de 9.2 ya ha dicho que: “la confidencialidad de las
relaciones entre cliente y su letrado defensor, que naturalmente habrán de estar presididas por
la confianza, resulta un elemento esencial para el derecho de defensa”. Lo mismo había dicho
el TEDH19.
19
(STEDH Castravet contra Moldavia, de 13 de marzo de 2007, p. 49 EDJ 2007/8461; y STEDH Foxley contra
Reino Unido, de 20 de junio de 2000, p. 43 EDJ 2000/13605).
43
los revele a terceros, ni siquiera bajo presión. El conocimiento indebido del contenido de las
comunicaciones entre ambos, pues, dejaría en nada este derecho.
En este sentido la STEDH de 22.5.2008, caso Ililla Stelanor c. Bulgaria, consideró que
el registro de la oficina de un abogado, incluyendo los datos electrónicos, equivale a
injerencia en su vida privada, lesiva por ello, del art. 8 del Convenio.
Pero sus posibles restricciones, que no siempre son aceptables en la misma medida,
requieren, según la interpretación que el TC ha hecho de la Constitución y el TEDH del
Convenio, del cumplimiento suficiente de, al menos, tres exigencias, resumidas en la STC.
233/2005 de 26.9, tras afirmar que los datos con transcendencia económica (y por ende
tributaria) están incluidos en el ámbito de la intimidad constitucionalmente protegido. Declara
dicha sentencia que para vencer la afectación de la intimidad constitucionalmente protegida
en el art. 18.1 CE, es preciso que concurran cuatro requisitos: en primer lugar, que exista un
fin constitucionalmente legítimo; en segundo lugar, que la intromisión en el derecho esté
prevista en la ley; en tercer lugar que como regla general, la injerencia acuerde mediante una
resolución judicial motivada establecida en ocasiones de forma expresa y en otras de forma
implícita, según ha establecido el Tribunal Constitucional, aunque su forma y características
admita algunas matizaciones en función de la entidad de la restricción; y, finalmente, que se
observe el principio de proporcionalidad, esto es, que la medida adoptada sea idónea para
alcanzar el fin legítimo perseguido con ella, con una justificación suficiente en el supuesto
concreto, que tenga en cuenta los indicios disponibles en el caso, la necesidad de la medida y
el respeto al principio de proporcionalidad”20.
Abordaje y registro son distintos. Tienen perfiles propios. No cabe confundir las
actuaciones propias del abordaje de un buque con las de entrada y registro en lugar cerrado y
en domicilio, que, como señala la STS de 15 de mayo de 2008 (RJ 2008, 3098), «tienen
perfiles propios». De manera que «el abordaje de un buque -continúa dicha sentencia- implica
no sólo el acceso al mismo y su captura, sino también su inspección y la posibilidad de
adopción de medidas adecuadas con respecto a la nave, a las personas y a la carga que se
20 (STEDH de 2.11.91 caso S. contra Suiza y 31.1.2002, caso Sanz contra Austria).
44
encuentren a bordo, en el caso de descubrirse pruebas de la implicación del mismo en el
tráfico de estupefacientes (artículo 17, apdo. 4, de la Convención de Viena sobre el tráfico de
estupefacientes y psicotrópicos). Implica por ello la inspección técnica y eléctrica del barco
para garantizar su buen funcionamiento y su seguridad, y, desde luego, la ocupación y
precinto de las sustancias estupefacientes o armas que llevara.
Ese mismo día, y con tal resultado, se interesó autorización de entrada y registro en
dicho buque, ya en puerto, diligencia que habría de afectar exclusivamente al camarote o
habitáculo que hubiera servido de vivienda o dormitorio al único tripulante de la embarcación,
que era el aquí recurrente. Como fuere, el Instructor concedió esta autorización el mismo día
18 de julio, ordenando la práctica del registro entre las 17 horas de ese día y las 17 horas del
siguiente día, 19 de julio».
La STS de 4 de diciembre de 2009 (RJ 2010, 2026), trata del abordaje de un buque mercante
que navegaba por aguas internacionales con pabellón de Honduras y desestima la alegación de
la falta de jurisdicción de los tribunales españoles para enjuiciar los hechos habida cuenta de
que, conforme a la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961 (artículo 36.3), la
aplicación del principio territorial está limitada por el derecho penal internacional de las
partes: «por lo tanto, en la medida en la que el derecho penal internacional español regulado
por el artículo 23.4 LOPJ establece la jurisdicción extraterritorial del Estado español respecto
de los delitos de tráfico de drogas, el motivo carece manifiestamente de fundamento»,
aclarando que «el principio de la bandera […] tiene la función de extender el alcance del
principio territorial del Estado de la bandera a los buques y aeronaves que lleven la bandera
del mismo, pero no excluye la intervención de otro Estado cuando los hechos se produzcan en
lugares no sometidos a jurisdicción de un tercer Estado».
Y en otro orden de cosas, la misma sentencia señala que «En cuanto a si el buque
navegaba en dirección a España o no, es preciso tener en cuenta que ello es irrelevante en el
presente caso. En efecto, se trata de una cuestión que sólo sería relevante si el delito
perseguido correspondiera a la jurisdicción española en virtud del principio territorial y los
45
autores todavía no hubieran penetrado en territorio español, pero se dirigieran a él. En tal caso
la doctrina admite que en estos supuestos la dirección es relevante a los efectos de la tentativa.
Pero este problema no se plantea en este caso, en el que la jurisdicción surge de las normas
que rigen para hipótesis de extraterritorialidad».
Así aquellas sentencias han aclarado que “se posee jurisdicción española, tratándose
de casos de delitos de tráfico de drogas cometidos en espacios marinos «en los supuestos
previstos en los tratados ratificados por España o en actos normativos de una Organización
Internacional de la que España sea parte». Y todo ello sin que sea preciso algún otro
presupuesto añadido, ya sea basado en la nacionalidad de los autores o en la realización de
actos con miras a su comisión en territorio español”.
«Estamos de acuerdo con el Ministerio Fiscal, cuando señala que los supuestos
previstos en los tratados ratificados por España «son, esencialmente, los contemplados en los
artículos 4 (que regula la competencia jurisdiccional en general) y 17 (que regula la
persecución del tráfico ilícito de drogas por mar, estableciendo asimismo ciertas normas de
competencia) de la Convención de Naciones Unidas contra el tráfico ilícito de estupefacientes
y sustancias psicotrópicas, de 1988».
46
De tal Convención, cuyo artículo 4 regula la competencia en referencia a lo que en
nuestra terminología es jurisdicción, interesa destacar el art. 4.1.b) por medio del cual cada
una de las Partes «podrá adoptar las medidas que sean necesarias para declararse competente
respecto de los delitos que haya tipificado de conformidad con el párrafo 1 del artículo 3
[transporte de sustancias estupefacientes, como es nuestro caso]:
i) Cuando el delito sea cometido por un nacional suyo o por una persona que tenga su
residencia habitual en su territorio;
ii) Cuando el delito se cometa a bordo de una nave para cuya incautación dicha Parte
haya recibido previamente autorización con arreglo a lo previsto en el artículo 17, siempre
que esa competencia se ejerza únicamente sobre la base de los acuerdos o arreglos a que se
hace referencia en los párrafos 4 y 9 de dicho artículo;
iii) Cuando el delito sea uno de los tipificados de conformidad con el apartado iv) del
inciso c) del párrafo 1 del artículo 3 y se cometa fuera de su territorio con miras a perpetrar en
él uno de los delitos tipificados de conformidad con el párrafo 1 del artículo 3».
Igualmente se prevé una norma final de cierre, en el apartado 3 de dicho artículo 4º,
que dispone lo siguiente: La presente Convención no excluye el ejercicio de las competencias
penales establecidas por una Parte de conformidad con su derecho interno. Esta norma
permite, entre otras cosas, que la ley estatal afirme la competencia extraterritorial de sus
tribunales para la persecución de estos delitos, sin ninguna mención a los Tratados, como
ocurrió con nuestra LOPJ desde 1985 hasta la modificación de 2009».
Dado lo expuesto, concluye la STS 593/2014 que “la aplicación del art. 4.1.b) ii)
aparece meridiano, puesto que se trata de un delito cometido a bordo de una nave abordada en
aguas internacionales, que la Convención de Viena nos proporciona jurisdicción (en su
terminología «competencia») siempre que se cumplan los requisitos del art. 17 de la misma.
Este precepto establece que el Estado español es competente para el abordaje, inspección,
incautación de sustancias y detención de los tripulantes de cualquier embarcación que
enarbole el pabellón de otro Estado, cualquiera que sea el lugar en que se encuentre, siempre
que obtenga la autorización del Estado de abanderamiento del barco (artículo 17.3 y 4 de la
Convención). Esta competencia supone, lógicamente, la del enjuiciamiento de los imputados,
salvo que el Estado del pabellón reclame su competencia preferente como prevé la
Convención de Ginebra sobre Alta Mar, de 29 de abril de 1958 y la Convención de Montego
Bay.
Y para el caso de buques sin pabellón –naves piratas–, que es el que ahora se
contempla en el caso que se juzga, el principio general, conforme al art. 17.1 de la referida
Convención, es que «las Partes cooperarán en todo lo posible para eliminar el tráfico ilícito
por mar, de conformidad con el derecho internacional del mar». Y concretamente el número 2
de referido precepto se refiere a naves que no enarbolen pabellón o matrícula.
Como se deduce de estas normas, el Estado que aborda la nave puede atribuirse
jurisdicción sobre los hechos cometidos en ella si existe un tratado vigente entre las Partes o
cualquier otro acuerdo o arreglo que se haya podido concertar entre ellas (número 4 del
artículo 17, por remisión del art. 4, número 1, letra b), apartado ii). Por ello, también el
artículo 17, número 9, dice que las Partes considerarán la posibilidad de concretar acuerdos o
47
arreglos bilaterales y regionales para llevar a la práctica las disposiciones del presente artículo
o hacerlas más eficaces. Lo que no es más que una especificación del deber general de los
firmantes del Convenio de cooperar en todo lo posible para eliminar el tráfico ilícito por mar,
de conformidad con el derecho internacional del mar (art. 17.1).
Igual solución debe predicarse para el caso de naves que no enarbolen ningún
pabellón. El número 2 del artículo 17 de la Convención indica que toda Parte que tenga
motivos razonables para sospechar que una nave de su pabellón, o que no enarbole ninguno o
no lleve matrícula, está siendo utilizada para el tráfico ilícito, podrá solicitar asistencia de
otras Partes a fin de poner término a esa utilización. Las Partes a las que se solicite dicha
asistencia la prestarán con los medios de que dispongan.
Además, los Estados tienen reconocido el derecho de visita a una nave sin
nacionalidad (art. 110 de la Convención sobre el Derecho del Mar de 1982) y también a una
nave que enarbole los pabellones de dos Estados, utilizándolos a su conveniencia (art. 92.2 de
la Convención sobre el Derecho del Mar de 1982). Tal derecho de visita comprende el
abordaje y la inspección de una nave. De manera que descubiertos indicios de la comisión de
un delito, el Estado que aborda la nave podrá traerla a su territorio y proceder a determinar su
jurisdicción de manera definitiva (bien la del Estado del pabellón, si tal dato puede ser
conocido; o bien la propia, sobre la base de evitar la impunidad del delito).
La Convención de Ginebra de 29 de abril de 1958 aclara que «se entenderá por "alta
mar" la parte del mar no perteneciente al mar territorial ni a las aguas interiores de un Estado»
(art. 1), y declara que «estando la alta mar abierta a todas las naciones, ningún Estado podrá
pretender legítimamente someter cualquier parte de ella a su soberanía» (art. 2). La
Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, hecha en MONTEGO BAY, el
10 de diciembre de 1982 determina que «la alta mar está abierta a todos los Estados, sean
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ribereños o sin litoral», y que «la libertad de la alta mar se ejercerá en las condiciones fijadas
por esta Convención y por las otras normas de derecho internacional» (art. 87.1), precisando
que «cada Estado establecerá los requisitos necesarios para conceder su nacionalidad a los
buques, para su inscripción en un registro en su territorio y para que tengan el derecho a
enarbolar su pabellón. Los buques poseerán la nacionalidad del Estado cuyo pabellón estén
autorizados a enarbolar. Ha de existir una relación auténtica entre el Estado y el buque» (art.
91.1)”.
49
distinta es la trascendencia que en el orden procesal puede tener la ausencia del Secretario
Judicial en tal diligencia. Y es asimismo reiterada la jurisprudencia de esta Sala que proclama
que el registro efectuado sin intervención del Secretario Judicial es procesalmente nulo,
careciendo de operatividad y total falta de virtualidad a efectos probatorios, si bien ello no
empece a que merced a otros medios de prueba se evidencie la existencia real de los efectos
que se dicen intervenidos y hallados en el domicilio registrado”.
Lo mismo debe decirse en relación con la ausencia de interesados del artículo 569.3
LECR. Su ausencia no se proyecta sobre la validez constitucional de la medida de injerencia.
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de marzo). Del mismo modo, el que se estén investigando unos hechos delictivos no impide la
persecución de cualesquiera otros distintos que sean descubiertos por casualidad al investigar
aquéllos, pues los funcionarios de policía tienen el deber de poner en conocimiento de la
autoridad penal competente los delitos de que tuviera conocimiento, practicando incluso las
diligencias de prevención que fueran necesarias por razón de urgencia, tal y como disponen
los arts. 259 y 284 LECrim”.
Los descubrimientos casuales son hoy regulados en el artículo 579 bis. 3 LECR en
relación con la detención y apertura de la correspondencia escrita y telegráfica, expresando
que la continuación de esa medida para la investigación del delito casualmente descubierto
exige autorización judicial, para lo cual ese juez comprobará la diligencia de la actuación, el
marco en el que se produjo el hallazgo y la imposibilidad de haber solicitado medida que lo
incluyera. Esos criterios pueden servir en relación con las demás injerencias en el ámbito de
los derechos fundamentales.
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