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Spinetta, tal vez al revés que el Charly García de los 70, no funcionó como
“antena” lúcida en la captación de los signos de época, sino como sismógrafo.
Atento a los temblores, sus canciones eran muchas veces ritos de fuga contra
esa realidad concreta: a más represión, más despojamiento; a más violencia,
más lírica. Eso exige de su obra una escucha discutida y nada complaciente.
Spinetta fue por momentos la voz de un joven argentino que decía “yo soy lo
que hice con lo que el Estado hizo de mí”. Su vibrato “generacional” no es el
testimonio de un trovador sino la información tóxica, lisérgica, evadida, el vaho
que subía desde el fondo de olla humano de un rockero del sur, un surrealista
de Bajo Belgrano (criollo del universo, como decía de sí el poeta Francisco
Madariaga), neurotizado por el clima político, por momentos, y creyente de una
forma de arte “liberador” que se proponía tanto huir de la sociedad autoritaria
como de la “disciplina militante”, y también hundirse en el autoconocimiento de
eso de lo que los militantes escapaban: el yo interior. Parafraseando a Lezama
Lima, si era “deseoso aquel que huye de su clase”, Spinetta pertenece a esa
rebelión, cuya propuesta caótica y a contrapelo era “conocerse y revolucionarse
a sí mismo”.
Spinetta dijo años después lo que Martín cita: “En las épocas que yo sentí más
cerca el dolor de esa gente que sufría atrocidades e injusticias hice las canciones
más místicas y líricas de todas, porque la manera de resarcirme del sufrimiento
no era ponerme a hablar de eso y seguir embadurnando con la mierda de otros
mi creación.” ¿Y entonces? Ese era el “programa poético”, el núcleo
controvertido, inmaterial, casi “políticamente incorrecto”. Su: “¿Después de la
ESMA? Más poesía.” ¿Qué hay en ese “embadurnar con la mierda de otros su
creación”? Esa idea de “sacralidad del arte” fue su verdadera vocación anti
política, su nudo, aún cuando es ese contexto, ese contexto cultural y político
que reconstruye Graziano, lo que le devuelve vitalidad a estas canciones
“místicas” y “líricas”. Son esa Historia y esa mierda asordinadas las que le dan
misticismo justamente a ese puñado de canciones. Spinetta huía de la realidad,
pero la realidad no huía de él.
Esta historia de “El jardín de los presentes” reconstruye las condiciones de una
época. Es un texto de osteopatía. Hacer crujir algo, articulaciones, recuerdos,
hilos, que hace años no se mueven. Nos trae un disco de canciones cuyo “valor
cívico” se encuentra, justamente, en esa fuerza inconsciente de decir sin saber
del todo qué se dice. En nombrar con oscura soledad las golondrinas de esa
plaza vaciada, la de Mayo, que apenas unos años después figuraría el rito
trágico. Tal vez ese inconsciente surrealista en el que “artísticamente” se siente
obligado a bucear contenía una información social y política en estado salvaje
que cualquier conciencia lúcida y censora hubiera reprimido.
Martín Rodríguez