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En esta línea, el MBDLE plantea que el liderazgo para ser efectivo varía según el
tipo de establecimiento y del contexto, así como del novel de desarrollo de la escuela. Para
el MBDLE, el liderazgo efectivo se caracteriza por ser situacional y contingente (MBDLE,
2015, p.8). De hecho, el MBDLE plantea que el liderazgo constituye un conocimiento
fundamental al momento de dirigir y liderar una institución educativa y declara lo
siguiente:
Liderazgo distribuido: El director pasa a ser un agente de cambio que aprovecha las
competencias de los miembros de la comunidad educativa. El directivo identifica,
establece acuerdos y metas deseables, estimulando y desarrollando un clima de
colaboración, apertura y confianza (Murillo, 2006).
Liderazgo para la justicia social: Este tipo de liderazgo se orienta hacia las prácticas
de los equipos directivos para el logro de una cultura inclusiva, siendo contenidos
relevantes la justicia, la equidad, el respeto por la dignidad de los individuos, la
participación, el trabajo por el bien común y el fomento de la igualdad de
oportunidades (Murillo & Fernández, en Carrasco & Gonzales, 2017; Theoharis,
2007; Tintoré, 2018).
Es importante señalar que los líderes, bajo la visión de Goleman (2013), no ajuntan su
estilo mecánicamente en función de una lista de situaciones, sino que son mucho más
flexibles. De hecho, los jefes más eficientes cambian con flexibilidad entres sus estilos de
liderazgo según sea necesario. Numerosos estudios han confirmado y demostrado que es
mejor que un líder emplee un amplio repertorio de estilos, lo que le permitiría una enorme
sensibilidad ante el efecto que provoca en los demás y adaptarse sobre la marcha para
obtener los mejores resultados (Goleman, 2013).
Dentro de las habilidades que el líder educativo debe presentar se encuentra la Empatía,
Flexibilidad, Resiliencia, entre otras, las que son claves para el desempeño del liderazgo,
particularmente en tiempos donde se ven enfrentados a reformas en el sistema y cambios en
sus contextos locales. Por ello, es relevante que los líderes escolares entrenen y desarrollen
habilidades que les permitan involucrarse y luego distanciarse de las situaciones
emocionales. Un líder competente emocionalmente tendrá más posibilidades de
comprender y brindar ayuda a otros a través de la identificación de barreras y la
localización de soluciones efectivas para alcanzar los objetivos escolares.
Goleman (2013), describe que los líderes más eficientes coinciden en un aspecto
fundamental: todos poseen un gran nivel de lo que ha dado en llamarse inteligencia
emocional. Sus investigaciones indican claramente que la inteligencia emocional es la
condición indispensable para ejerceré el liderazgo. En la misma línea, el autor indica que
las competencias laborales adquiridas que distinguen a los líderes de mayor éxito se basan
en las capacidades básicas de: Autoconciencia, autogestión, conciencia social y gestión de
relaciones (ver imagen 1).
Por otra parte, Guilera (2016), Barrientos, Silva y Antúnez (2016), en sus
investigaciones sobre personas que ejercen cargos de coordinación o directivos, explican
cómo determinados estilos de liderazgo de los directivos escolares influyen sobre las
emociones del profesorado y del estudiantado.
De las investigaciones realizadas por los autores antes mencionados se puede deducir
dos conclusiones. Por una parte, que educar considerando las emociones en los procesos de
interacción entre dichos colectivos resulta fundamental para conseguir ambientes de trabajo
satisfactorios. Y, por otra, que liderar equipos de profesores en una escuela requiere de la
competencia para movilizar a las personas hacia dos finalidades. La primera está orientada
hacia la consecución de los objetivos del equipo. Se trata de conducir hacia el buen
desempeño de la tarea profesional con el fin de que se lleve a cabo de manera eficiente. La
segunda finalidad tiene como objetivo conseguir éxito y la satisfacción en las relaciones
interpersonales del grupo humano: buen clima de trabajo, respeto recíproco, ambiente
positivo, entre otros.
Otro autor de referencia mundial, y objeto de este trabajo de aplicación, es Rafael
Bisquerra, quien identifica una serie de competencias emocionales que, en este contexto,
ayudaría a fortalecer el liderazgo emocional (ver imagen 2).
De todas ellas, y rigiéndose a la aplicación del TAM, se dedicará espacio para hablar de
la primera competencia emocional (conciencia emocional) y su vinculación con el
liderazgo escolar.
La naturaleza del trabajo de los directivos escolares tiene muchos rasgos comunes con
el trabajo directivo en otras organizaciones. Si, además, el escenario de trabajo se encuentra
en un contexto social deprimido resulta fundamental que los directivos desarrollen también
competencias relacionadas con el autoconocimiento y la sensibilidad cultural. Esas
características de la naturaleza del trabajo directivo dan lugar a que se desempeñen diversos
roles interpersonales. De entre ellos, es interesante destacar el de control de sí mismo.
Antúnez y Güell, (2019), en relación a las dos tareas directivas, plantean que:
Al hablar del estrés de los directivos escolares, nos referimos al estado en que se
encuentran debido a la tensión que se establece entre las presiones, exigencias o
demandas que reciben desde dentro y fuera de la escuela, por una parte, y la
capacidad de respuesta que tienen para satisfacerlas por otra. El estrés por sí mismo,
no debe considerarse necesariamente malo o bueno. Será un motivo de
preocupaciones cuando las presiones, exigencias y demandas superen la capacidad
de respuesta poniendo a la persona en situación de riesgo para su salud
produciéndole perjuicios personales e, indirectamente, deterioros en el
funcionamiento de la escuela. Así pues, el interés debería centrarse en encontrar el
nivel de estrés asumible de cada persona que le permita progresar eficaz y
satisfactoriamente en el trabajo y que le ayude a encontrar estímulos razonables en
su tarea. Esa situación puede identificarse y comenzarse a evaluar y controlar a
partir de la detección de determinados síntomas físicos, fisiológicos, psicológicos o
conductuales. Controlar el estrés supone identificar y analizar, entre otros
indicadores y factores: los síntomas de una situación de estrés insatisfactoria; las
causas y cuáles son los agentes que las originan; en qué grado afecta negativamente
el estrés, en su caso; la capacidad de respuesta. Y también ser capaz de llevar a cabo
un plan de acción para paliar los efectos negativos.
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