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LOARTE
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La búsqueda de Dios
(Confesiones, X, 6)
Pero yo, que no era humilde, no pensaba que ese Jesús humilde
fuese Dios. No sabía de qué cosa podía ser maestra su debilidad.
Tu Verbo, Verdad eterna, trascendiendo las partes superiores de la
creación, levanta hacia sí a las que le están ya sometidas; y, al
mismo tiempo, en las partes inferiores se edificó una casa humilde,
hecha de nuestro barro, para abatir mejor a los que había de
someter y atraerlos a Sí, curándoles su hinchazón y fomentando en
ellos el amor, no fuera a ser que, fiados de sí, marchasen aún más
lejos (...).
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Invocación al Señor
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(Las costumbres de la Iglesia Católica, cap. 15, 19, 22, 24, 25) A-
DEO/VIRTUDES/Ag VIRTUDES/A-DEO/Ag
Nos amonesta Pablo (cfr. Col 3, 9) que nos despojemos del hombre
viejo y nos vistamos del nuevo, y quiere que se entienda por
hombre viejo a Adán prevaricador, y por el nuevo, al Hijo de Dios,
que para librarnos de él se revistió de la naturaleza humana en la
encarnación. Dice también el Apóstol el primer hombre es
terrestre, formado de la tierra; el segundo es celestial, descendido
del cielo. Como el primero es terrestre, así son sus hijos; y como el
segundo es celestial, celestiales también sus hijos, como llevamos
la imagen del hombre terrestre, llevemos también la imagen del
celestial (1 Cor 15, 47); esto es despojarse del hombre viejo y
revestirse del nuevo. Ésta es la función de la templanza:
despojarnos del hombre viejo y renovarnos en Dios, es decir,
despreciar todos los placeres del cuerpo y las alabanzas humanas,
y referir todo su amor a las cosas invisibles y divinas (...).
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Una vez que haya comenzado a obrar asé, todos sus parientes,
afines y amigos se alborotarán. Quienes aman el mundo se le
pondrán en contra: «¿Qué haces, loco? ¡No te excedas!: ¿acaso los
demás no son cristianos? Eso es idiotez, locura». Cosas como ésta
grita la turba para que los ciegos no clamen. La turba reprendía a
los que clamaban, pero no tapaba sus clamores.
Mirad que los malos cristianos no sólo oprimen a los buenos con las
palabras, sino también con las malas obras. Un buen cristiano no
quiere asistir a los espectáculos: por el mismo hecho de frenar su
concupiscencia para no acudir al teatro, ya grita en pos de Cristo,
ya clama que le sane: «Otros van —dirá—, pero serán paganos, o
judíos». Si los cristianos no fueran a los teatros, habría tan poca
gente, que los demás se retirarían llenos de vergüenza. Pero los
cristianos corren también hacia allá, llevando su santo nombre a lo
que es su perdición. Clama, pues, negándote a ir, reprimiendo en
tu corazón la concupiscencia temporal, y manténte en ese clamor
fuerte y perseverante ante los oídos del Salvador, para que se
detenga y te cure. Clama aun en medio de la muchedumbre, no
pierdas la confianza en los oídos del Señor. Aquellos ciegos no
gritaron desde el lado en el que no estaba la muchedumbre, para
ser oídos desde allí, sin el estorbo de quienes les prohibían.
Clamaron en medio de la turba y, no obstante, el Señor les
escuchó. Hacedlo así vosotros también, en medio de los pecadores
y lujuriosos, en medio de los amantes de las vanidades mundanas.
Clamad ahí para que os sane el Señor. No gritéis desde otra parte,
no vayáis a los herejes para clamar desde allí. Considerad,
hermanos, que en medio de aquella muchedumbre que impedía
gritar, allí mismo fueron sanados los que clamaban.
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Lo extraordinario de lo ordinario
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¿Os agrada esto, hermanos míos? Pues que sea ésta vuestra
voluntad. Todos los que no vivís limpiamente, enmendaos ahora,
mientras aún estáis sobre la tierra. Yo puedo deciros lo que Dios
me manda comunicaros; pero a los impuros que perseveren en su
maldad, no podré librarlos del juicio y de la condenación de Dios.
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¿Qué significan, pues, sus palabras: igual que el Hijo del hombre
no vino a ser servido, sino a servir? (Mt 20, 28). Escucha lo que
sigue: no vino, dijo, a ser servido, sino a servir y a dar su vida en
rescate por muchos (Ibid.). He aquí cómo sirvió el Señor, he aquí
cómo nos mandó que fuéramos siervos. Dio su vida en rescate por
muchos: nos redimió. ¿Quién de nosotros es capaz de redimir a
otro? Con su sangre y con su muerte hemos sido redimidos; con su
humildad hemos sido levantados, caídos como estábamos; pero
también nosotros debemos aportar nuestro granito de arena en
favor de sus miembros, puesto que nos hemos convertido en
miembros suyos: Él es la cabeza, nosotros el cuerpo (...).
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La fe de Maria
(Sermón 72 A, 3, 7-8)
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