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La conversión religiosa consiste en ser tocados por Ese que nos toca ab-
solutamente. Es enamorarse de manera ultramundana. Es entregarse totalmente
y para siempre sin constricciones ni reservas. La conversión, por tanto, es un don
de Dios al cual debemos responder con la completa transformación de toda
nuestra vida: sentimientos, pensamientos, palabras, acciones...
Aquellos que se aman tienden a ser cada vez más semejantes, a asumir
el mismo modo de pensar, algunas veces aún de hablar y de obrar. La conversión
no es sólo buscar el rostro de Dios. Aunque éste sea el primer paso por parte del
hombre como respuesta a su iniciativa, no basta. Precisamente esa búsqueda
lleva a hacerse transparente, a dejarse interpelar por Cristo, en los propios gestos,
en las palabras, en los silencios, en la acción, en los sentimientos del corazón. Es
enamorarse de Cristo para llegar a ser como El y poder repetir con Pablo: "...con
Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida
que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se
entregó a sí mismo por mí" (Gál 2, 19b-20). Esto implica, como consecuencia
obvia, un empeño concreto; empeño que compromete, en primer lugar, el campo
moral. Se trata, ante todo, de verificar en qué modo colaboramos a la acción de la
Gracia, y cómo usamos los medios ordinarios que están a nuestra disposición
(sacramentos, compromisos de la consagración religiosa, oración, penitencia,
examen de conciencia - revisión del día...). No pretendemos aquí tratar de este
tema. Queremos, en cambio, preguntarnos si no hay dentro de nosotros, además
del pecado, otros condicionamientos que limitan nuestra capacidad de conversión
y que desfiguran nuestro "ser hechos a imagen y semejanza divinas".
La psicología del profundo nos recuerda que la persona humana puede
ser impulsada hacia diversas direcciones. Una dirección es aquella de la
autotrascendencia, que responde a la tendencia a superarse a sí mismo por algo
que vaya más allá de nuestros deseos inmediatos. Otra dirección es aquella
constituida por el impulso hacia la satisfacción de las propias necesidades,
definidas como "tendencias a la acción derivantes de un déficit del organismo o de
potencialidades naturales inherentes al hombre, que tienden a actualizarse".
Este conocimiento nos permite reflexionar una vez más, con sentimientos
de agradecimiento, sobre el amor providencial del Señor que nos dona la gracia
de transformar nuestro pecado, nuestra naturaleza humana e imperfecta en medio
de crecimiento, en ocasión de conversión, en trampolín de lanzamiento hacia una
vida totalmente dedicada a El.