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En los tres años previos a esta curatoria ocurrieron eventos que influyeron

profundamente en nuestros procesos de producción de obra. El año 2018 y 2019


estuvieron cargados de un ajetreo político y dinamismo característicos de las
revueltas sociales, en donde se visibilizaron problemáticas existentes en nuestra
sociedad y país, en el caso del año 2018 temas planteados por el feminismo y el año
2019 por los abusos existentes y sistematizados por parte del estado chileno. Este
proceso es interrumpido por la pandemia del año 2020, que nos obliga al encierro
durante dos años ante la amenaza latente de muerte y por consecuencia, a mirarnos a
nosotros mismos.
Las dificultades del diario vivir bajo la sociedad de consumo, que implican la
necesidad de productividad constante, se ven amplificadas en el contexto de la
pandemia del virus SARS-COV2. A esto se suma un estado de hastío frente a las
pantallas que se han convertido en un medio de comunicación y de trabajo, cuando
un sin fin de imágenes que pasan fugaces por nuestros ojos y mentes, cada una tan
irrelevante como la anterior, son efímeras como un parpadeo.
Pasamos así desde la preponderancia de la colectividad en contexto de revuelta,
en donde alguna vez formamos parte de la masa para lograr un objetivo en común, a
la vivencia en carne propia de la individualidad, al vernos confinados al espacio de
nuestro hogar. La vista se ve forzada a mirar nuestro reflejo.

Los proyectos que forman parte de este marco curatorial son desarrollados en un
espacio temporal liminal y pendular, que va desde el período de cuarentena total
hacia la parcial vuelta a la normalidad y eventualmente retorno a los modos de vida
preexistentes, viviendo la dialéctica entre conceptos fundamentales en la experiencia
humana, como son la libertad, opresión, narcisismo, otredad, cuerpo, territorio,
memoria, etc. 
Este proceso reflexivo en el que nuestra mirada está en el espejo donde nos
vemos reflejados, realizado por el cuerpo coartado de libertad, pasa por un primer
momento de revisión , a través de la memoria y el entretejido que simboliza la
cultura, de lo que en esta curatoría entendemos como los territorios internos y
externos entre los que circulamos; la interioridad de los imaginarios y las
sensaciones, el territorio político, el cuerpo y  el territorio físico en el cual
habitamos, ya sea en cuanto al espacio cotidiano del hogar como el espacio público
que compartimos con la comunidad de la cual formamos parte.
Esta introspección decanta en los ejercicios de producción de los trabajos, en un
segundo momento de prospección en donde se pasa a la proyección de la obra y a la
formulación de relatos.

Consideramos así al territorio, además de su acepción geográfica, como un


espacio de construcción cultural, al cuerpo como el primer territorio en el que
moramos como seres humanos, ya que es nuestro habitar mismo y es también por
medio del cual se percibe la realidad de manera sensorial, por ende, el cuerpo
genera un relato y es en sí mismo, encarnación del tiempo y la memoria. 
El territorio es articulado a partir del ejercicio de la memoria, que lo configura y
permite su construcción. De esta manera el concepto de memoria se vuelve un eje
transversal que pasa por todas las obras que conforman esta curatoria.
A partir de estas relaciones conceptuales planteamos la categorización de los
trabajos insertos en esta curatoría, que se dividen en las categorías de: territorio,
cuerpo, sensorial y relato.

Estamos en un re-descubrimiento del afuera. No volveremos a vivir el exterior


(territorio-otro) ni al otro (sujeto-otro) como antes de la experiencia individual,
marcada por la sublimación del yo desesperado por mostrarse. Cambiamos, desde
un periodo en que nuestra mirada se encontraba situada en el afuera como parte del
colectivo, al encierro. Pasamos a ser narcisos con la vista hacia el reflejo de nosotros
mismos, y dicho reflejo son todas las imágenes fugaces, la estética de una causa, la
bandera, las compras, el discurso prefabricado, la comida, etc.
Ese reflejo es todo aquello que podemos hacer parte de nuestra identidad. La
superficie líquida que sujeta dicha proyección es la pantalla, el avatar y cualquier
soporte que permita su perpetuidad y masificación.
Ahora, este proceso reflexivo de introspección, que es individual en un primer
momento, requiere de la colectividad para completarse; la proyección del uno se
encuentra arrojada a la oportunidad del encuentro del otro para su validación.
El narciso existe para la comprensión de la otredad. 
La capacidad que tenemos como seres de producir conocimiento existe
gracias a esta reflexividad. El narciso reflexiona y divaga sobre las posibilidades
de esta experiencia empírica, y esto finalmente se transforma en conocimiento al
hacerle sentido a un otro. Cuando esta experiencia se torna significativa para un
grupo establece un vínculo con aspectos territoriales; elementos constitutivos de una
comunidad.
La socialización de esta reflexión, que estaría centrada en la comprensión y
generación de sentido por parte de un otro, ha adquirido a su vez un carácter
narcisista al estar sujeta a las plataformas digitales inscritas en la pantalla líquida.
La masificación equivale a su validación.
¿Qué tan necesario se ha hecho para el arte estas plataformas de visibilidad
que sobrepasan a la obra en sí misma? Da igual lo que diga la obra, la
importancia radica en la visibilidad; no importa qué se muestra, si no que esté.
 En este paradigma se vislumbra la búsqueda por ir más allá de los límites de lo
temporal; la trascendencia. Pero debido a la misma naturaleza masiva de los
medios de comunicación que sirven de plataforma, esto sería imposible de cumplir.
La obra desaparece al encontrarse inserta un mar inmenso de símiles, ahogándose
entre la multitud.

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