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Para comprender y explicar una acción, que en realidad es siempre parte de una
corriente de acciones materiales y discursivas, hay que tener un mínimo conocimiento de
los goznes sobre los que gira la configuración de su sentido, esto es, hay que atender a
las condiciones que posibilitan su configuración característica y que los/as 2 agentes dan
por establecidas y asumidas. Es evidente que las investigaciones que se realicen para
producir ese conocimiento girarán a su vez sobre otros goznes o creencias
epistemológicas, ontológicas y sociológicas, también necesitados de un análisis crítico y
un asentamiento. En eso estamos: queremos vislumbrar los elementos necesarios que
sirvan como goznes de una puerta que nos conduzca a una mejor comprensión de (el
sentido de) las acciones. La reflexividad, en su movimiento perpetuo, también debería
alcanzar a los goznes sobre los que gira esta propuesta.
Vamos a partir de una síntesis metodológica clásica. M. Weber nos recuerda que
una acción es aquella conducta a la que el agente imputa un significado o sentido
subjetivo. La intención del agente, la incardinación del movimiento corporal en un cierto
orden de deseo y de sentido, es lo que convierte una conducta, o su ausencia, en una
acción. Según Weber, 3 independientemente de si nos ayudamos de estudios estadísticos,
1 Este trabajo ha sido posible gracias a una beca de la Fundación del Amo, a la generosidad del
Departamento de Sociología V (UCM), a las conversaciones previas con J. Noya, a la ayuda de los
profesores N. Smelser, J. Searle y, especialmente, J. Ariditi (UC Berkeley), y a la paciencia y
energía de J. M. Delgado.
2 En lugar de este engorroso medio de evitar la discriminación de género (los/as) optaremos por
utilizar unas veces el género masculino y otras el femenino. Esperamos hacerlo sin ninguna
distinción relevante.
3 M. Weber (1983): Economía y Sociedad. México. F.C.E. Cap. I. § 1.4-7.
FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
Para proseguir nuestro camino voy a hacer una serie de aclaraciones que señalan e
inician ya los pasos siguientes y ponen límites generales a la propuesta. Espero que esas
aclaraciones nos permitan empezar a ver que para hablar de la intención o significación
pretendida y referida a la conducta de otros, que según Weber caracterizaría a la acción
social, hay que dar por supuestos un entramado de intencionalidad (individual y
colectiva), unas prácticas socio-históricas y unos agentes que los constituyen al ser por
ellos constituidos. Estos serían los supuestos ontológicos del sentido de la acción y los
goznes que han de ser revisados para asentar su comprensión y explicación científicas.
Veamos las aclaraciones.
a) Al hablar del sentido de una acción me refiero tanto a una entidad semántica
(sentido = significado, carácter simbólico, capacidad de representación), como a una
entidad de la geometría del deseo (sentido = orientación, dirección de marcha, relación a
un fin apuntado, etc.). Con ello es evidente que doy más relevancia a la carga simbólico-
representativa de las acciones de lo que el mismo Weber hacía y que, por tanto, la
intención constitutiva de sentido ha de ser entendida en un sentido más amplio como
intencionalidad.
Todos ellos son estados caracterizados por dirigirse a, o apuntar a, algún estado de
cosas en el mundo: sólo tenemos deseo si lo es de algo, sólo creemos si creemos algo, sólo
intentamos si intentamos hacer que algo suceda, etc. La intencionalidad de estos actos
consiste en esta directividad que aparece como un contenido representacional o
simbólico, que se denomina contenido intencional, y que funciona en tanto en cuanto
determina un conjunto de condiciones que deberían cumplirse para que el estado se
satisfaga (determina las condiciones de satisfacción, esto es, lo que debería darse para
que la creencia se confirme, el deseo se cumpla, etc.). De estas puntualizaciones hechas
siguiendo a J. Searle (1983: 1-22), se extrae no sólo la centralidad operativa que
adquieren las condiciones de satisfacción para configurar y comprender estados
intencionales, sino también el que todo acontecimiento cargado de algún estado
intencional conlleve necesariamente un elemento simbólico-representacional.
4 Ibid. § 1.9.
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
No vamos a dejamos apresar por el dilema de tener que elegir entre un sentido que
termina por ser producido en los más recónditos lugares del inconsciente subjetivo y una
semiosis que una cultura produce sobre los códigos compartidos. En línea con el
movimiento anterior vamos a entender que el sentido o significado de una acción es su
carga simbólico-representativa que rebasa la materialidad conductual, está ligada a la
narratividad discursiva y, una vez captada, permite la comprensión de la acción y
eventualmente su explicación. La producción y reproducción de sentido, signos y
significados, y más concretamente la producción y reproducción de contenidos
intencionales, aparece así como un proceso práctico, interactivo e impreso en la
experiencia de los agentes (individuales y colectivos).
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
Hemos tomado como punto de arranque la corriente de acción social que llamamos
práctica y nos hemos centrado en la intencionalidad del agente como vía privilegiada,
aunque no exclusiva, para acceder a la base de atribución y comprensión del sentido de
la acción. La propuesta básica es que la intencionalidad (o configuración individual del
sentido) y el juego-de-lenguaje (o configuración pública del sentido), que permite la
narratividad en ese caso concreto, se asientan en un marco de sentido producido y
reproducido en la práctica social, cuya consideración analítica es metodológicamente
imprescindible para la comprensión de la acción.
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independientemente de que ese algo exista. Nos basta con admitir que es a través de la
direccionalidad (el ser sobre lo otro, la representatividad) de aquellos estados como se
confroma el sentido de la acción, y no olvidar que esta direccionalidad es el rasgo
principal de la intencionalidad.
Recordemos que, según Searle (1983: 1-14), todo estado intencional tiene como
principal componente el contenido intencional o representacional que determina las
condiciones de satisfacción del ese estado. Es decir, determina que condiciones han de
obtenerse para que el estado sea satisfecho: qué debe hacerse para que la intención sea
realizada, qué estado de cosas debe darse para que la creencia sea verdadera, etc. Pero lo
aquí relevante va a ser que el contenido intencional no puede determinar las condiciones
de satisfacción sin recurrir a un trasfondo de habilidades prácticas, de capacidades y de
disposiciones. Cualquier estado intencional que se nos ocurra (la mujer que quiere
presentarse a la elección de presidente del país; mi esperanza de que mañana no llueva;
tu deseo de que la película sea buena; etc.) es siempre parte de una larga red de estados
intencionales (creencias, esperanzas, miedos, etc.) asentada en el lecho de unas
capacidades mentales y prácticas: una red asentada en y entrelazada con un trasfondo
de la intencionalidad.
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
- ¿A qué tipo de cosas se refiere?, ¿qué hay de común entre esas acciones que las
diferencia de abrir una puerta, romperse un brazo, separar el trigo de la paja,
etc.?, ¿por qué no podemos hablar de cortar la casa, cortar la montaña o abrir el
césped?
La única forma de dar una respuesta consistente a éstas y otras preguntas y casos
semejantes (pensemos, por ejemplo, en la comprensión de expresiones metafóricas como
una cálida bienvenida, un argumento sólido, etc.) es afirmar, con Searle 5 que las
diferentes interpretaciones de una misma expresión cuyo significado literal se mantiene
constante, vienen fijadas por un trasfondo de capacidades humanas, un trasfondo de
habilidades para realizar ciertas prácticas, de know-how, de formas de actuación, etc.,
sobre el que se realiza la interpretación correcta, esto es, la comprensión.
Otro tipo de casos que también recuerda Searle es el que constituye la realización de
acciones regladas o actualización de habilidades adquiridas al seguir reglas (o
representaciones) explícitas, tales como esquiar, jugar al baloncesto o conducir. En estos
casos, desde el momento en que la esquiadora, la conductora o el jugador de baloncesto
es cada vez mejor, alcanza un punto en que ya no necesita recordarse a sí misma las
instrucciones o las reglas con que aprendió. Y no porque éstas se hayan internalizado, o
porque se las rememore silenciada o inconscientemente, sino porque ya no se las
necesita: han sido relegadas por la conformación de una destreza (de esquiar, conducir o
jugar al baloncesto) tan perfeccionada que incluso puede ir contra las reglas preliminares
con objeto de ajustarse a las exigencias externas. La experta es flexible y responde de
manera diferente ante condiciones diferentes, mientras que la principiante es inflexible.
Searle (1983: 150) afirma aquí algo que nos parece especialmente importante:
La aportación más inmediata que hace este tipo de casos a nuestra argumentación
está en el hecho de que, incluso en aquellas acciones en que el componente intencional
ha funcionado causalmente en la producción de la conducta (esquiar por la colina, meter
la canasta), necesitamos ir más allá de esa intencionalidad si queremos dar una
descripción que sea ajustada. Esto es, debemos seguir el camino hasta el trasfondo de
capacidades, habilidades, asunciones preintencionales, actitudes no representacionales,
etc., que posibilitan y permean toda la red de estados intencionales en que se sostienen
aquellas acciones.
5 Cfr. J. Searle (1992): The Rediscovery of the Mind. Cambridge (Mass.). MIT Press. Cap. 8.
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FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
Uno de esos caminos es el abierto por buena parte de la psicología cognitiva cuando
resalta la estructuración narrativa de aquello que hace posible la comprensión de los
significados. Ello la lleva a afirmar que los marcos socialmente construidos y
narrativamente estructurados hacen posible la memoria colectiva y la individual, y a
defender que la comprensión de los significados exige especificar la estructura y
coherencia de los marcos que hacen posible la producción de significados concretos
(Bruner, 1991: cap. 2).
6 Cfr. M. Foucault (1978): Historia de la sexualidad. Vol. 1. Madrid. Siglo XXI. pp. 18-21; y
“Confesions of the flesh”, C. Gorgon (1980): Power/Knowledge: Selected Interviews and Other
Writings, New York. Pantheon Books. pp. 194-195.
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
Podemos afirmar que hay un acuerdo bastante generalizado sobre el hecho de que
la naturaleza del trasfondo es biológico-social y que algunas de sus capacidades y
prácticas están más basadas en lo biológico (son expresión de rasgos biológicos básicos
del ser humano como andar o comer) y otras están más alimentadas por lo social (son
producciones histórico culturales, como el calzado o las buenas maneras en la mesa). Sin
embargo, la segunda parte de este acuerdo reintroduce la dicotomía o polarización que
queremos superar mediante la consideración de la constitución y el funcionamiento del
trasfondo de la intencionalidad.
Para evitar este problema, esta dicotomización indeseable, contamos con dos vías
complementarias que conducen a ámbitos parcialmente diferenciables. Aquí vamos a
dejar de lado la vía más filosófica 7 y, apoyándonos en los rasgos del trasfondo puestos de
manifiesto por los argumentos y casos presentados, vamos a ir directamente a
reconsiderar la concepción inicial de (el sentido de) la acción como universo y ámbito
básico de estudio. En concreto, en este caso la eliminación de la tendencia a resituar esa
dicotomía en el seno del trasfondo de la intencionalidad tiene que ir unida a mostrar la
confluencia de la constitución del agente, del capital simbólico o código y del espacio
reglado de interacción simbólica.
Es decir, para poder ofrecer una fundamentación completa del análisis del sentido
de la acción, además de especificar la naturaleza biológico-social y las manifestaciones de
aquello que hace posible la producción y comprensión de sentido por los agentes, esto es,
especificar la naturaleza y el funcionamiento del trasfondo de la intencionalidad, habría
que mostrar como éste confluye con las condiciones de posibilidad de las entidades
biosociales que son el capital/código y el espacio reglado, y como esa confluencia además
de en las relaciones de significación se produce en las relaciones de producción y de
poder. Sin embargo, aquí nos vamos a limitar a recoger dos apoyos en esa dirección, que
además nos servirán para especificar la puerta de entrada a la especificación del
trasfondo.
a) De alguna manera M. Foucault nos ayuda a ver que el modo en que se constituye
el agente (sujeto e identidad) es también el principal proceso por el que los marcos
básicos de sentido cobran realidad y concreción (se encarnan). En concreto, Foucault
7 Esta vía puede articularse en tomo al reconocimiento del trasfondo como aquello que me hace
adoptar tal postura o posición preintencional ante tal y tal situación. Pero a partir de este punto,
rápidamente se interna en finas disputas filosóficas sobre los límites de la intencionalidad (J.
Searle, H. Dreyfus), sobre la repercusión de ese reconocimiento en la ruptura de la diferenciación
sujeto-objeto (M. Heidegger, K. Kosik), etcétera.
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afirma 8 que en nuestra cultura actual los seres humanos somos transformados y
objetivados como sujetos de tres modos principales:
2. Mediante la separación y división del sujeto por dentro y por fuera (objetivación
institucional de la separación entre el loco y el cuerdo, la enferma y la sana,
etc.).
8 Cfr. M. Foucault, “The Subject and Power”, en H. L. Dreyfus & P. Rabinow (1982): Michel
Foucault: Beyond Structuralism and Hermeneutics. Univ. Chicago Press. 208-210.
9 Cfr. A. Giddens (1986): “Action, Subjetivity, and the Constitution of Meanning”. Social Research,
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
unificación del agente empieza a verse, desde el lado intencional o subjetivo, como la
manifestación de ese trasfondo general de sentido. Los procesos de identidad emergen
como su primera manifestación visible.
En segundo lugar podemos afirmar que quienes han empezado a estudiar este
marco o trasfondo lo ven, en principio, como un conjunto de conocimientos prácticos o
know-how (saber cómo hacer cosas, técnica y socialmente; saber cómo son las cosas o
cómo aparecen las cosas; etc.), habilidades prácticas, capacidades y disposiciones.
incluso han quedado apuntados algunos rasgos del trasfondo, como son: sendas
neuronales y el cuerpo haciéndose cargo del sentido; estructuración narrativa; el carácter
histórico y la situación simultáneamente oculta y patente; y la sedimentación de la vida
que habita el ámbito mediacional de la falsa polarización entre lo pre-simbólico y lo socio-
cultural.
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FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
Acabamos de ver que los procesos que generan las capacidades prácticas y
simbólicas y van conformando al agente social, confluyen con el proceso de identidad. Se
va generalizando, además, la idea de que, en la práctica, esos procesos son de naturaleza
narrativa, más que lógica o categórica, y que se complementan con un control afectivo.
Por un lado ello es coherente con la existencia del trasfondo general de sentido que
hemos defendido, pues la narración (Bruner, 1991: 54-69), a la vez que teje el hilo de la
acción y de la intencionalidad humanas, media constitutivamente entre el mundo
canónico de la cultura y el mundo idiosincrático de las creencias, los deseos y las
esperanzas. Por otro lado, la relación interna y mutuamente constitutiva entre la
configuración de los procesos y medios de identidad y la estructuración de la narratividad
ya empieza a apuntar el modo en que aquellos pueden configurar los marcos de sentido
de la acción.
Tales modos se ven más claros todavía si nos fijamos en el sentido normativo o de
orientación de las acciones, y si atendemos a las características de la identidad.
1. Los fines y valores que el agente persigue y dan sentido (incluso causa según
algunos) a sus acciones son fines/valores sostenidos por una forma de vida.
Son valores que subyacen a una forma de vida mediante su incorporación
constitutiva en nuestra identidad y en el marco público de orientación y
valoración. Lo que se diferencia del resto y cobra con ello significatividad y lo
que es importante y merece por ello perseguirse es aquello que está
(socialmente) investido de interés y que resulta interesante para el agente.
Interés, diferenciación y significatividad. Acontecimientos que resultan de vida
o muerte en una cultura y desencadenan toda una serie de acciones que con
ello cobran sentido pueden parecer o resultar irrelevantes o indiferentes para
alguien que no tenga, por ejemplo, el mantenimiento del honor como un
principio rector de su identidad pública (masculina) y no se sitúe como
participante del juego del honor. 11
11 De alguna manera se muestra aquí una relación entre identidad, valores y códigos
inconscientes. Quizá para ser más justos con este apunte habría que traer a colación el debate
post-lacaniano sobre la relación constitutiva entre el juego móvil de los significantes y la (falsa)
unidad de la auto-identidad. Podría resultar útil además para alejar el fantasma de la unidad
monolítica o esencial y reconocer el carácter fragmentario y contradictorio de la auto-identidad.
Pero no es ese nuestro camino. Estamos siguiendo el hilo del trasfondo de la identidad.
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
Hemos visto que el carácter histórico era, junto a la organización narrativa, uno de
los rasgos ligados al trasfondo, y que ambos son básicos en la constitución de la auto-
identidad. Ésta viene a ser la construcción histórico política de una subjetividad y
particularmente de un interlocutor interior del sujeto, esto es, de un self, un me. Es una
construcción histórica que ha pasado por momentos claramente diferentes, en los que
han predominado tecnologías diversas. Así en el mundo occidental, podemos recordar los
siguientes momentos: el predominio griego del conócete a ti mismo (ligado al cuídate a ti
mismo); el mandato monástico y cristiano de confiesa tus pecados; el cogito cartesiano de
la modernidad clásica; o el actual diván de la psicoanalista. Ello nos sitúa ante el
artefacto actual de una subjetividad articulada a partir del discurso del sexo (placer y
reproducción; poder, cuerpo y genética) y con el predominio de las tecnologías de la
circulación de información (cibernética) y de la manipulación de los organismos (genética
e inmunología). 12
12Cfr. M. Foucault (1990): Historia de fa sexualidad. Vol 1; Las tecnologías del yo. Barcelona,
Paidós; y D. Haraway, 1991, Part III.
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FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
A pesar de éstas y otras clarificaciones que se pueden hacer, una y otra vez vuelve la
idea de que quizá hoy “identidad”, más que una categoría capaz de captar la
manifestación del trasfondo de sentido, sea un residuo conceptual problemático que
retiene dos fantasmagorías dañinas: el intelectualismo o culturalismo de situar la
identidad personal en última instancia en una especie de diálogo interno, que reintroduce
la dicotomía naturaleza-cultura; y la idea de la unicidad, que desplaza el patente
fraccionamiento y contradicción de los sujetos actuales. Algunas feministas han ayudado
a ver tales problemas cuando han puesto de manifiesto las limitaciones narrativas, las
imposiciones discursivas y el olvido de la práctica a que conduce la teoría y la práctica
psicoanalítica en su afán de consolidar y clarificar ese marco constante de significado
básico y de posición en el universo simbólico que sería la identidad (especialmente la
identidad masculina, blanca y de clase media). Y si el diván no da asiento a la identidad,
las biotecnologías y la cibernética abren la posibilidad de sujetos, agentes y espacios no
isomórficos, armes y parciales, no idénticos ni totales (de Lauretis, 1984: 162-167;
Haraway, 1991: 188-196).
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
19.3.2. Habitus
El mismo Bourdieu (1991: cap. I. 3) cuando tiene que aclarar la lógica de la acción
que es desvelada por el concepto de habitus, esto es, la lógica de la espontaneidad
histórico-natural que no es plenamente autoconsciente ni está completamente
determinada por el exterior, y busca un caso paradigmático para hacer esa aclaración, lo
encuentra en la dialéctica que se produce entre las disposiciones expresivas y los medios
institucionales de expresión y que resulta en un principio inintencional y generativo de
improvisación regularizada. El discurso estaría producido por un modus operandi no
dominado conscientemente (las palabras brotan de la boca, los gestos se hacen, etc., sin
que normalmente haya ninguna selección consciente previa) y vendría así a contener una
“intencionalidad objetiva” que rebasa las intenciones conscientes del agente-autor y
estimula aquel modus operandi del que sería un resultado. Ese principio generativo de
improvisación regulada es el sentido práctico, el sentido que conforma al agente como
participante en un determinado “juego” (de sentido, por ejemplo). El hecho de que el
habitus incorpore una objetivación de la historia que coincide con otros habitus y con las
estructuras (instituciones, códigos) es lo que hace posible la mutua inteligibilidad de las
prácticas y que éstas tengan un significado objetivo, que posibilita y transciende las
13 Cfr. Ch. Peirce (1934): Collected Papers. Cambridge (Mass.). Harvard Univ. Press. Vol. 2, § 213-
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FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
b) Vayamos ahora a los objetivos y logros del desarrollo del concepto de habitus.
Éste emerge como el mecanismo que lleva a un agente, que ya ocupa una posición social
concreta, a iniciar unos u otros movimientos en el juego de sentido-poder. Quizá por ello
el primer objetivo al desarrollar este concepto es romper con el intelectualismo y
reconocer que el eje de las acciones humanas no es un plan intelectual sino un sentido
práctico, un sentido del juego, que se encama en organismos concretos. Pero no hay que
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
dejarse engañar por palabras como “mecanismo” u “organismo”, pues Bourdieu afirma
que lo característico del habitus no es tanto lo repetitivo o habitual cuanto la capacidad
generativa inscrita como un arte en el sistema disposicional. 14
Hemos visto también que las disposiciones, adquiridas en concordancia con las
condiciones próximas de existencia, son duraderas, como consecuencia de que se
adquieren de manera no-reflexiva, repetitiva y a veces institucionalmente inculcada, por
lo que se convierten en una (segunda) naturaleza inscrita en nuestra organización
corporal. Y es aquí donde al pensar sobre la determinación y transformabilidad de las
disposiciones, y sobre sus relaciones posibles con las condiciones objetivas nos
reencontramos con el problema del subjetivismo y el objetivismo. 16
encontramos con que las disposiciones parecen moverse en el nivel inconsciente, a la vez que no
tienen las características de éste y están más bien ligadas a la corporeidad. Pero en este caso nos
hemos dotado ya del concepto de conocimiento práctico que podría solucionar esta cuestión.
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(...) permiten que las fuerzas externas se ejerciten, pero que lo hagan de acuerdo con la
lógica específica del organismo en el que son encarnadas, esto es, de una forma duradera,
sistemática y no mecánica (Bourdieu, 1991: 95).
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
19.3.3. Encarnación 19
2. Que sólo existe en y por las prácticas de los agentes, pues el habitus (como
forma de caminar, forma de hacer cosas, etc.) no es algo abstracto u oculto
sino que se manifiesta en la práctica como uno de sus elementos constitutivos.
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FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
4. Que el porte o estilo con que actúa un agente (su hexis corporal), además de
asentar bajo el nivel de lo consciente una manera de pensar y sentir, sirve de
confluencia a lo idiosincrático y a lo sistemático-social.
Si vamos ahora a los casos concretos en las investigaciones de Bourdieu que sirven
de ejemplo a la encarnación, vemos que son de diferentes tipos. Así, por ejemplo, cuando
(1991: 101-103) habla del habitus como esa ley inscrita en los cuerpos, que es
precondición de las prácticas de coordinación, señala el baile como un caso patente de
organización de lo homogéneo y de lo heterogéneo, del que se predispone en todos lados
como símbolos y refuerzo de la integración de grupo. Pero sin ningún tipo de duda el caso
ejemplar por antonomasia ha sido, desde sus primeras investigaciones antropológicas
sobre la Kabila, el modo en que los órdenes sociales hacen del cuerpo el depositario de la
diferenciación laboral, política, simbólica y sexual de los géneros.
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
los sexos, etc. Todo hace del cuerpo y del movimiento de los hombres (la expresión de) un
dispositivo dirigido hacia arriba, hacia fuera, hacia otros hombres; mientras la
organización corporal de ellas se dirige hacia abajo, hacia dentro, al interior de la casa. 21
21 Cfr. P. Bourdieu & L. Wacquant, op. cit.: 133-134; y P. Bourdieu, 1991, cap. I.A.
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FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
De este modo nos despegamos tanto de la metáfora productiva, que nos contrapone
a la naturaleza y hace casi irresoluble la dicotomía naturaleza-cultura, cuanto de la
tradición intelectualista, que (de Freud y Saussure a Foucault y Lacan) nos deja limitados
a lo discursivo/lingüístico y niega la expresividad fundamental y la potencia directamente
terapéutica del (cuidado del) cuerpo. Tales abandonos no impiden que, por ejemplo,
podamos analizar no-reductivamente creaciones culturales simbólicamente muy
condensadas, como pueda ser un mito: la pervivencia de un mito (metáfora) como el
vampiro-drácula puede entenderse por su capacidad de dar cuerpo o encamar un
conjunto de sensaciones y sentimientos como la posesión carnal, la pasión, el amor, la
dependencia, etc. Carne hecha carne: corporeizaciones que se encarnan: (tras)fondo de
sentido convertido en mito y elemento de referencia.
Poco a poco necesitamos tensar los conceptos tradicionales para que se ajusten a la
visión ontológica que se nos va imponiendo y al giro metodológico que se ajustaría a ella.
No es sólo que los conjuntos de diferencias y los sistemas de oposiciones que presupone
la significación se formen en la práctica cotidiana y se asienten en la encarnación, como
si fueran naturales, sino que la auto-representación o identidad y el reconocimiento de
algo como realidad o contexto de nuestras sensaciones están mediados y antecedidos por
la diferenciación y la organización corporal. Sobre la encarnación o articulación corporal
de diferenciaciones sociales, se sustentan las codificaciones lingüístico-sociales, se perfila
el signo que es lo objetivado/objeto, y se constituye el signo que es lo subjetivado/sujeto.
22 Ch. E. Scarry (1985): The body in pain. Oxford. Oxford Univ. Press. y A. Giddens, 1991: 42-63.
22
ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
23
FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
Hay que tener muy claro que las tres manifestaciones del trasfondo de la
intencionalidad que hemos presentado no son tres entidades, elementos ni definiciones
consecutivas de ese trasfondo. Recordemos que son modos de funcionamiento del
trasfondo que condensan y (re)crean los marcos de sentido de la acción. Son tres
25 Cfr. H. L. Dreyfus & S. E. Dreyfus (1992): What computers can’t do: the limits of artificial
intelligence (New edition). Cambridge (Mas.). MIT Press. Es el desvelamiento del sueño (o pesadilla)
que lleva a determinados científicos e ingenieros a intentar reconstruir el sistema categorial y
representacional básico del ser humano y elaborar así un programa que aprenda a aplicar
estrategias previas a situaciones nuevas.
26 Cfr. por ejemplo, M. Douglas (1970): Natural Symbols. London. Tire Cesset Press.
24
ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
Tenemos así un hecho básico, a saber, que en lugar de tres entidades autónomas o
alternativas nos encontramos ante tres aspectos de un proceso práctico, que sirve de
base general a todo acto significativo y/o comprensivo, y en el que cada uno de aquellos
aspectos refleja los otros dos desde su posición, y con ello los redefine. Este hecho nos
obliga a admitir dos condicionantes genéricos, interrelacionados entre sí, que a su vez
nos conducirán a tener que hacer una serie de puntualizaciones.
El primer condicionante surge al reconocer que ese hecho básico está unido al
carácter histórico de ese proceso general y de todas sus posibles manifestaciones. Así al
señalar tres manifestaciones concretas como medios metodológicos para captar o
reconocer el trasfondo de sentido nos encontramos con la pregunta: ¿por qué es a esas
manifestaciones a las que hay que mirar para comprender el sentido de las acciones
actuales? Su respuesta exige una argumentación ontológica y teorética y unas
investigaciones empíricas e históricas, que prueben que son esas tres manifestaciones las
que mejor ajustan con las características de nuestro mundo actual. Las distinciones y
supuestos que asume la propuesta realizada necesitan ser (disciplinariamente)
asentadas, (filosóficamente) argumentadas y (empíricamente) comprobadas. incluso la
misma propuesta requiere ser fundamentada en su contenido y en sus formas de
aplicación. Dado que aquí me he limitado a apuntar las argumentaciones teoréticas,
resulta evidente que se necesita ampliarlas y complementarlas con análisis substantivos
o empíricos. inevitablemente tenemos el condicionamiento de hallamos (reflexivamente)
situados en un cruce de interdependencias entre lo metodológico, lo teorético, lo filosófico
y lo empírico.
27Tenemos nuestras dudas sobre la respuesta, pero ninguna sobre la absoluta pertinencia de la
pregunta planteada por H. Dreyfus y P. Rabinow “Can there be a Science of Existential Structure
and Social Meaning?”, C. Calhoun, E. LiPuma & M. Poston (eds.) (1992): Bourdieu. Critical
Perspectives. Chicago. Chicago Univ. Press. pp. 35-44.
25
FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
Recordemos que sea cual sea la manifestación que aparezca como guía principal o
inicial, llevará a una redefinición diferente (aunque no necesariamente divergente) de las
otras dos, y resaltará unas u otras cuestiones. Por ejemplo, la tradición filosófica (Locke,
Hume, Husserl, etc.) y la psicológico-social (Mead, Bruner) de tomar la identidad como
punto de partida, aunque consiga no caer en la imputación de una esencia o unicidad al
Yo, termina llevando a realzar el componente ideológico-cultural, oscureciendo el
componente biológico-corporal, esto es, lleva a mantener, y además de forma
desequilibrada, la dicotomía entre naturaleza y cultura. Por su parte, es cierto que la
propuesta de la estructura disposicional o habitus pretende una especie de síntesis
armónica de esa dicotomía, especialmente de su versión en la oposición micro-macro, y
que en buena medida la consigue. Pero hemos visto que termina trasladando esa tensión
al interior mismo del carácter generativo del habitus, de forma que éste aparece como una
redefinición de la interiorización de normas o reglas, y amenaza con asfixiar la
intencionalidad misma.
Por todo ello, la encarnación nos parece la manifestación que debe servir de punto
primero y/o último de referencia.
Además de los argumentos aducidos al respecto hay una serie de razones que
vamos a recordar, aunque no presentemos las evidencias necesarias para corroborar las
creencias en que se basan. La primera es que pensamos que esa manifestación del
trasfondo es la que más se corresponde con los rasgos sobresalientes de nuestro
momento histórico (fin de la modernidad, ruptura de límites o fronteras, economía
global), y por ello puede ser especialmente útil para el análisis de lo que ahora está
sucediendo. En segundo lugar, parece que el análisis del sentido de la práctica desde la
encarnación nos permite dar un paso más en esa tradición (la Praxeología), compartida
por todos lo autores que nos están sirviendo de guía, que busca elaborar una teoría de la
representación (conocimiento, significado, información) como resultado de una autentica
construcción práctica y colectiva. En tercer y último lugar pensamos que si se
conceptualiza y analiza la encarnación de un modo similar al que aquí se ha propuesto
podemos profundizar en la ruptura de la dicotomía naturaleza-cultura, siempre que
sepamos evitar el simplismo de un naturalismo sociobiologista.
Como hemos visto, la primera consecuencia de tomar esta opción es que las otras
dos manifestaciones se redefinen en consecuencia. En este caso no parece muy
problemático hacerlo si utilizamos el expediente de equiparar el concepto de encarnación
con la redefinición del concepto de experiencia que propone T. de Lauretis. Ella misma
nos dice (1684: 158-159) que la auto-representación (= identidad) consiste en realidad en,
y es consecuencia de, la experiencia. Pero de la experiencia entendida no como un
fenómeno puramente individual, sino como el proceso por el que se construye la
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
Es patente que habría que hacer algunos ajustes, y que deberían venir dictados por
la confluencia de análisis empíricos y reflexión teorética. Pero lo dicho parece suficiente
como para afirmar la aceptabilidad de esta vía como medio de efectuar la redefinición que
se nos exige al primar la manifestación de la encarnación.
Las escasas ejemplificaciones concretas que se han hecho hasta ahora resultan
evidentemente insuficientes para dar una mínima idea de las comprobaciones,
puntualizaciones y aplicaciones empíricas que son necesarias para el desarrollo de
nuestra propuesta. Incluso simplemente para avanzar esa idea habría que empezar
especificando los modos en que en principio el carácter significativo de las acciones
aparece ligado a sus demás caracteres y componentes, y dando definiciones más o menos
operativas de los elementos que se han ido revelando como básicos. No creemos que sea
éste el lugar para hacerlo. Bastante nos hemos extendido ya. Así que nos limitaremos a
hacer algunas indicaciones sobre la aplicación de la propuesta y a mostrar como
podemos usar nuestro esquema para (re)leer análisis realizados previamente desde otras
perspectivas conceptuales, y como ello amplía y enraiza la comprensión.
27
FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
Es un problema con el que hay que tener una vigilancia constante, pues es
imposible eliminar su aparición cuando queremos comprender (el sentido de) una acción
y para ello, por ejemplo, tenemos que conceptualizar algún tipo de regularidad o
generalidad que en su conformación efectiva no se corresponde con la abstracción y la
generalización que implica un concepto, sino con la simpatía, sintonía o similaridad que
va configurando el hecho de que se mantenga la misma compostura o se reaccione de
manera semejante ante contextos diferentes. De aquí la necesidad de practicar un
cuidado exquisito en la selección de variables e indicadores, en la producción y fuentes
de datos utilizadas, en los criterios y conceptos analíticos introducidos, etc. Pero sobre
todo, lo que se hace necesario es una comprobación de todos los datos construidos que
sea lo más independiente y variada posible, así como un cuestionamiento reflexivo
constante de los supuestos interpretativos que se están utilizando y que pueden venir
constituidos por un trasfondo de sentido diferente e incluso (socialmente) opuesto al que
enraiza el sentido de los agentes efectivamente involucrados.
Pasemos ahora a comentar un estudio que nos sirva de ejemplo tanto porque sus
propias conclusiones ya vienen en nuestro apoyo, cuanto porque al revisarlo se aclara la
28 Cfr. P. Bourdieu & L. Wacquant, op. cit. : 68-71; y P. Bourdieu, 1991, cap. I.5.
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
propuesta hecha. El estudio pertenece a los trabajos realizados por Th. Caplow a partir
de largas y repetidas investigaciones sobre el cambio social en ciudades de tipo medio en
los Estados Unidos. Vamos a centramos en el trabajo que dedica a explicitar las
uniformidades apreciadas en el intercambio de regalos navideños y con el que pretende
explicar cómo se mantienen, a pesar de carecer de refuerzos evidentes. 29
Tomemos una de las reglas propuestas por Caplow, como la que afirma que todo
matrimonio con hijos ha de poner un árbol de navidad ya que éste es símbolo de la
familia nuclear completa. Si ahora quisiéramos comprobar esa regla de la misma manera
que él hace, no tomaríamos en cuenta que los agentes no la reconozcan y nos
limitaríamos a afirma que sólo si se admite la existencia de un hecho determinado como
en este caso sería el que las personas sienten (sense) el significado simbólico de los
29Ch. Th. Caplow (1984): “Rule Enforcement without Visible Means: Christmas Gift Giving in
Middletown”. American Journal of Sociology. Vol. 89. Núm 6. pp. 1306-1323.
29
FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
árboles de navidad, pueden cobrar consistencia las acciones y hacerse explicables. 30 Pero
para que esta comprobación probara algo necesitaríamos un perspectiva más profunda
que la que él utiliza. Necesitaríamos una perspectiva que en general nos permita ver que
una serie de acciones son consistentes, o no lo son, en relación a una determinada lógica,
sentido o marco organizativo e interpretativo, que no tiene por qué coincidir con la que
utiliza la analista o con las que le facilitan la explicación. Esa perspectiva también habría
de permitirnos entender qué es eso de que las personas “sienten el significado”, en
concreto, requeriría admitir que los agentes poseen una habilidad o conocimiento
práctico no discursivo, así como que en cada uno de ellos se da constitutivamente la
incorporación naturalizada de un esquema orientador y de significados.
Otra cosa sería si, admitiendo los elementos de esa perspectiva más profunda,
introdujéramos una serie de movimientos metodológicos como son:
1. Entender que ese código práctico de significados es en realidad una foto fija de
un proceso dinámico en el que tanto la repetición, como la improvisación y la
variación son necesarios para el uso de los significados.
2. Ver aquellas regularidades no como reglas sino como hábitos concretos que
remiten a un habitus, que por un lado funciona más como una unidad de
estilo que como un cálculo o una normativa, y por otro es una especie de
matriz generativa envuelta en una red de opciones irreversibles que es
difícilmente reconocible por sus propios portadores.
4. Recuperar la relación que hay entre lograr y mantener que los otros nos
reconozcan y mantener una mínima unidad o estabilidad en la narratividad
interna o auto-identidad.
En este caso quizá fuéramos capaces ya de hacer algo semejante a lo que Bourdieu
(1991: cap 1. 6) realiza con el sentido práctico del honor respecto al intercambio de
regalos en la Kabila, esto es, seríamos capaces de reconstruir analíticamente alguna
disposición inculcada tempranamente, inscrita en las posturas y movimientos corporales
y esquematizada en los automatismos de la (auto)representación, que hace posible al
agente la captación instantánea del sentido de la situación y de las respuestas oportunas.
Pero este movimiento habría que demostrarlo en la práctica científica. Aquí nos vale con
haber aclarado algo nuestra propuesta y haber indicado cómo una buena investigación,
30 Ibid.: 1310.
31 Ibid.: 1317-1320, y 1307.
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
como la de Caplow, puede ser mejorada, dándole mayor calado, si introducimos nuestra
propuesta.
Conviene aclarar mínimamente qué pueda ser este impulso básico y continuado
antes de que, por ejemplo, pueda entrar en colisión con la concepción que hemos
admitido del ser humano como naturalmente incompleto y necesitado de una
configuración cultural, como un ser cuya naturaleza es parcialmente histórico-cultural.
El impulso ha de tener el carácter primario y energético de cosas tales como el deseo, la
necesidad o el miedo, pero ninguno de estos ni otros candidatos posibles puede aparecer
de repente como una fuerza natural autónoma, ya que su intencionalidad lo hace
dependiente del trasfondo (que, por ejemplo, condicionará la selección del tipo de objeto a
que se dirige). El impulso estará en una relación sostenida de condición y consecuencia
respecto de la (re)producción de los marcos de sentido. Pero por otro lado, también hay
que evitar entrar en colisión con un principio clásico (Marx, Weber) que querríamos
mantener, como es el de que los agentes sólo siguen reglas o (re)producen marcos de
sentido mientras para ellos sea mayor el interés de seguirlas que el de abandonarlas.
Quizá para hablar de ese impulso o fuerza motriz originaria (Trieb) podríamos
utilizar un término suficientemente vago como es el de “motivación”, ya que además es
evidente que mantiene esa relación continuada y doble con la intencionalidad. Pero
inmediatamente hay que añadir, con Giddens (1991: cap. 2), que la motivación emerge
principalmente de la ansiedad que produce la movilidad de los sistemas básicos de
seguridad ontológica. La motivación surge de las emociones ligadas a las relaciones
tempranas de confianza, esto es, a las relaciones sociales donde la subjetividad, la
narratividad y las disposiciones se van conformando a partir de la intersubjetividad en la
que el agente se constituye como tal. En este sentido, tendríamos que la motivación,
entendida como aminoramiento de la ansiedad, se retroalimenta como impulso
continuado de los marcos de sentido por el hecho de que las tres manifestaciones del
trasfondo, que hemos presentado, son mecanismos de ordenación y asentamiento del
entorno y del interior, y por lo tanto contribuyen a mantener esas seguridades básicas
necesarias. A este respecto hay que tener en cuenta la mediación de la experiencia que
suponen el lenguaje y la memoria, y no conviene despreciar la que ejercen diferentes
instituciones y sistemas sociales toles como la escuela, la clínica o la televisión. Pero
básicamente es en la recursividad de la cotidianeidad, especialmente en el mantenimiento
de las posturas, posiciones y disposiciones adecuadas, donde los supuestos sobre la
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FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
existencia de lo otro, de los otros y de uno mismo se mantiene con el candor de su origen
infantil y junto a las esquematizaciones básicas de orientación, sentido y valoración.
Por si esto fuera poco tenemos que recordar la afirmación hecha sobre la limitada
capacidad del análisis científico para captar la lógica o el sentido práctico. Ello nos afecta
de pleno: no podemos pretender haber captado o reproducido cognitiva y completamente
los modelos reales de funcionamiento en la práctica. Hemos de reconocer que a lo más
que podemos aspirar es a verdades parciales y que el texto científico que se produzca
nunca perderá del todo un cierto carácter de ficción.
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
Por ello mismo la tecnología metodológica que hemos propuesto y el discurso que
hemos desplegado son ya un instrumento que asume una determinada posición en el
disputado espacio social, en el que se imponen interpretaciones, esto es, significados.
¿Cuál es esa posición?, ¿hacia dónde miramos desde ella?. Una forma no voluntarista de
asentar la respuesta es recordar que en nuestra propuesta, por ejemplo al hablar de la
naturalización del sentido y de la historicidad de la encarnación, hemos estado
defendiendo la mutua determinación y permeabilidad entre instrumentos y conceptos,
entre sistemas históricos de relaciones sociales y anatomías históricas de cuerpos
posibles. También podemos recordar que ello, entre otras cosas, nos ha situado ante la
quiebra de algunos de los dualismos básicos de la tradición occidental, como son los de
yo/otro, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, activo/pasivo, etc. Es algo que nos produce
un desasosiego, una especie de vértigo intelectual (y existencial de fondo). Pero si
queremos ser coherentes con lo que nuestro conocimiento nos muestra no tenemos más
remedio que impulsar esa quiebra. Y si todavía necesitamos un acicate que nos quite el
miedo a hacerlo, el miedo a lo que se pueda perder, entonces puede ser útil recordar con
Haraway que el riesgo merece la pena porque esos dualismos han estado
sistemáticamente ligados
Por otro lado no debería haber sido difícil a estas alturas reconocer nuestra posición
y la dirección en que miramos. Especialmente si se recuerda que, como Foucault
afirmaba en sus últimos años, 35 uno de los rasgos comunes a los movimientos actuales
de resistencia antiautoritaria es el girar en tomo a la cuestión de ¿quiénes somos?, con el
fin de liberarse tanto de la uniformización como de la individualización que por fuera y
por dentro se nos exige. El punto focal es reconocer, conocer y defender la otredad, fuera
y dentro de nosotros mismos, dentro y fuera de nuestras identidades personales y
sociales.
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FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
b) Las principales ideas que hemos ido recogiendo en ese recorrido, y que pueden
hacer el papel de esqueleto de las conclusiones, son las que nos aproximan a nuestro
objetivo mediante la concreción de las condiciones ontológicas del sentido de la acción, y
mediante la especificación de los procesos de constitución, manifestación y
funcionamiento del trasfondo de la intencionalidad (y del sentido). Con este espíritu
afirmaríamos que:
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
c) Los resultados a que nos ha llevado nuestra reflexión, y que acabamos de resumir
conclusivamente, pueden ser de bastante utilidad para muchas investigaciones empíricas
que quieran analizar el componente simbólico de la actividad humana, y también para
ciertas parcelas de la teorización social. Por ello, y como medio prudente para evitar
algunas de las posibles aplicaciones problemáticas, quisiéramos terminar recordando
ciertas implicaciones y puntualizaciones.
35
FERNANDO J. GARCÍA SELGAS
que también entra la analista. No hay un sentido único y estable de una acción, sino que
el sentido es resultado de componentes que varían en sí mismos y en su relación a lo
largo del tiempo. Entre esos componentes se encuentran la propia narratividad de los
agentes; las disposiciones y potencialidades encarnadas que, como estructura
estructurada socialmente y estructurante de las presentes y futuras maniobras, se
actualizarán de manera diferente según varíen los estímulos y el espacio concreto; la
intervención de la interpretación dialógica del analista; etc. Nos encontramos con que
tanto la (re)producción efectiva del sentido de la acción como su análisis científico son
fenómenos sociales donde lo estructural-repetitivo-general confluye constitutivamente
con lo intencional-idiográfico-particular, por lo que la interpretación cualitativa se
sostiene sobre la regularidad explicativa, y viceversa.
Por último, esperamos que tras el viaje teorético que hemos realizado no quede ya
retorno posible a posiciones donde se crea poder analizar científicamente la acción
humana sin tener en cuenta o la mediación subjetiva o la estructuración social. Ambas
son imprescindibles. Si queremos comprender un texto o el sentido de unas acciones no
hemos de verlo como producido por el contexto o por el genio del autor, sino que hemos
de localizarlo en un campo específico de comunicación, conocimiento y poder, cuya lógica
interna está construida histórica y políticamente y se manifiesta tanto en la encarnación
del autor y en la configuración del contexto como en su interacción.
Los marcos de sentido en que el agente pretende o puede encuadrar su acción (los
marcos posibilitantes del contenido intencional, del sentido pretendido) parecen ser
paralelos, si no coincidentes, con los marcos básicos en que su identidad es constituida y
mantenida, sus estructuras perceptivas y disposicionales realizadas y alimentadas, y su
materialidad existencial o corporeidad perfilada. Pero esto no se entiende ni se aplica
correctamente si no se hace acompañar de una ruptura de la oposición entre
sujeto/intencionalidad y objeto/sistema/contexto, o no nos percatamos de que al variar
la noción de identidad (y del yo), haciéndola distributivamente dependiente de la
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ANÁLISIS DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN: EL TRASFONDO DE LA INTENCIONALIDAD
conformación del habitus y del nunca finalizado proceso de encarnación, también hemos
modificado la visión de todo el campo simbólico-representativo, de modo que lo que una
agente conoce no es sólo lo que tiene en su cabeza sino también lo que hay en sus
cuadernos, en su ordenador, en sus costumbres, etc. Ni la agente, ni su conocimiento, ni
su intencionalidad están limitados a, o encerrados por, su piel. Se extienden más allá de
ella: ligados a los medios y a las acciones, en que se están configurando y expresando,
desbordan la fragilidad de la dermis y se sitúan en un continuo social y material.
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