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Sumario
INTRODUCCIÓN
En este tema trataremos de responder a la pregunta siguiente: ¿puedo yo
conocer a Dios de modo natural? O, dicho con otras palabras: ¿puedo, a través
del uso de mi razón, conocer a Dios?
Para muchos autores, contestar con tino a esta pregunta requiere dar
respuesta primero a otra pregunta que está contenida en la anterior: ¿puedo
conocer por mi razón que Dios existe?
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Religión, cultura y valores E.U.M. Fray Luis de León
Universidad Católica de Ávila
En una ocasión, dialogaba con una compañera en un bar cercano a la Facultad donde
estudié Filosofía. De repente, al hilo de la conversación, dijo algo que se me quedó
profundamente grabado en la memoria: “los creyentes son como locos que tienen un
amigo imaginario. Sólo que, como son muchos, no hay un manicomio tan grande que
pueda construirse para encerrarlos”.
Pues bien, esta frase puede servirnos para abordar nuestro tema. ¿Por qué? Muy
sencillo. Porque si no es posible conocer a Dios de modo natural, es decir, a través de
nuestra razón, entonces, ¿en qué se diferencia alguien que dice “Dios existe” de
alguien que dice “los burros que vuelan existen” o “Joe – un elefante rosa que
echa zumo de mango por la trompa – existe”?
Para aquella compañera – que pensaba que no existía Dios -, no había diferencia.
Pero ella no dudaba de que, por ejemplo, su padre existía, de que la mesa donde
suele comer existía o de que yo, con quien hablaba, también existía. Naturalmente, no
se tomaba demasiado en serio su comparación, pues notaba que en la gran cantidad
de personas que afirman “Dios existe” suele haber un estilo de vida nada semejante al
de una persona carente de cordura. Pero, el hecho de que el que alucina ve algo que
es producto de su imaginación, y el hecho de que a Dios no lo vemos con los ojos de
la carne, le hacía establecer la comparación.
Entonces, podemos preguntarnos, ¿qué hace falta, pues, para que podamos decir
“Dios existe”? ¿Qué es imprescindible para poder afirmarlo?
La respuesta se verá más clara si empezamos por averiguar qué hace falta para que
podamos decir “x existe”. Y lo que necesitamos para decir “x existe” es tener
experiencia de “x”. Con otras palabras: cualquier afirmación por la que
establezcamos la existencia de algo tiene que apoyarse sobre la experiencia.
(1) Pasemos a lo primero. Hemos dicho que hay que clarificar el significado de
“experiencia”. La razón de esta necesidad es que uno de los problemas que
trajo la filosofía moderna, cuyo influjo sigue latiendo en nuestros días, es la
reducción del concepto de experiencia. (Más adelante nos adentraremos en
esto.) Por eso, a veces asociamos al concepto de experiencia únicamente el
sentido de: “algo que capto por mis sentidos” (experiencia sensible) o “algo que
capto a través de la ciencia” (experiencia científica).
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Esto que acabamos de decir es muy importante. ¿Por qué? Porque, entonces,
podemos estudiar las vivencias desde el aspecto objetivo – qué vivencio – y
desde el aspecto subjetivo – cómo lo vivencio, es decir, qué tipo de actos están
a la base de esas vivencias. De este modo, analizando los distintos tipos de
experiencias puedo acceder a diferentes esencias y a diferentes ciencias. Así,
la estética, por ejemplo, es la parte de la filosofía que se ocupa de estudiar la
experiencia estética, la cual tiene como correlato objetivo la belleza. Busca
desentrañar la esencia de la belleza. Y los actos experienciales que investiga
son los relacionados con la captación de la belleza, por ejemplo, el gusto. La
teoría del conocimiento, por su parte, es la rama de la filosofía que se ocupa de
estudiar la experiencia teorética. Busca desentrañar la esencia de la verdad y
responder a la pregunta por cómo conocemos. Los actos experienciales de su
ámbito son todos los implicados en el conocimiento teorético. Por ejemplo, la
percepción (externa e interna), el recuerdo, la fantasía, la expectativa, la
suposición, la empatía – que es el acto por el que principalmente podemos
conocer a las otras personas -, la intuición intelectual, la abstracción, el
razonamiento inductivo, el deductivo… La ética, es la rama de la filosofía que
aborda la experiencia ética. Estudia qué es el bien, la jerarquía de bienes, la
acción moral y los actos implicados en el conocimiento práctico (deliberación,
elección, la compasión, el resentimiento, el perdón, el arrepentimiento…).
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(2) Si comparamos la experiencia religiosa, por la cual alguien dice “Dios existe”,
con la alucinación, por la cual, alguien dice “los burros voladores existen”
podemos constatar diferentes tipos de experiencia (o, hablando más
propiamente, de vivencias):
Seguro que puedes recordar algún caso de alguna persona que se haya convertido
por una experiencia religiosa. El filósofo Agustín de Hipona (s. V d. C.), el escritor C. S.
Lewis (s. XX), la filósofa Edith Stein (s. XX), el literato Paul Claudel (s. XX), el actor
Eduardo Verástegui (s. XXI) o de la modelo Amanda Pérez (s. XXI) son ejemplos de
conversos. Leer sus testimonios, sus “cambios de vida” son, para muchos, la mejor
prueba de la existencia de Dios. Porque, ¿cómo es posible un cambio tan radical en la
vida de alguien que, de ser ateo, pasa a ser creyente? ¿O cómo es posible dejar de
ser un actor de películas pornográficas y convertirse en un amante de la castidad?
Sin embargo, esto no quiere decir que la única vía para poder decir “Dios existe” es
tener una experiencia religiosa. Precisamente, muchos pensadores a lo largo de la
historia han llegado a afirmar “Dios existe” a través de la experiencia teorética. Para
ello, han tenido muy clara la diferencia entre el conocimiento sensible y el
conocimiento intelectual. Mientras que por el primero sólo capto los datos sensibles,
accidentales y cambiantes, de las cosas, por el segundo llego a la esencia de las
cosas – permanente, invariable. El conocimiento intelectual, aunque depende del
sensible, es superior a él, pues abarca no sólo la captación de las esencias, sino
también la formación de juicios. Y es precisamente un juicio el acto que se requiere
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para poder afirmar que alguien existe y, por tanto, que Dios existe. Veámoslo más
detenidamente en el siguiente apartado.
¿Qué significa esto? Un ejemplo. Veo que esta silla es roja, cómoda y tiene tres patas,
pero podría ser azul, ser incómoda y tener cuatro patas y no por eso dejaría de ver
una silla: ¡siempre sería una silla por mucho que cambiara el color, el tamaño y “la
comodidad” que me reporta”! Veo también a mi madre ahora con más arrugas que
hace diez años, quizá con el pelo teñido de otro color, y con un poco de más peso.
¡Pero sigo viendo a mi madre!
Y es que, aunque te parezca una tontería, hay una gran diferencia entre percibir
sensiblemente la presencia de tu madre en la cocina y deducir de esa percepción la
existencia de tu madre: se ha pasado de lo accidental a las dimensiones metafísicas
de esencia y existencia en una experiencia nueva que, aunque iniciada y mediada por
la experiencia sensible, es, sin embargo, increíblemente más profunda que ésta. Por
ejemplo, de la experiencia sensible, singular, de vaca blanca, podemos alcanzar
experiencia de “condición de ser blanco”, de “blancura”, y llegamos a afirmar la
existencia del color rojo, al margen del carácter singular de cada experiencia sensible
de objetos concretos que sean de color blanco.
El ser es, por tanto, un a priori ontológico; un a posteriori gnoseológico. Es algo que
existe antes y que se me ofrece antes de que yo lo conozca. Primero existe, y luego lo
conozco.
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Desde los presocráticos hasta la filosofía moderna de Leibniz y Wolff, Dios era
considerado en la filosofía como el tema más importante, y las pruebas de la
existencia de Dios eran miradas con respeto. Pero, a partir de Hume (1739/40,
Treatise of Human Nature) y de Kant (1781/ Kritik der reinen Vernunft) en el s. XVIII
asistimos a la subjetivización de la idea de Dios.
En efecto, después de Kant, parece que el saber sobre Dios ha quedado “demolido”.
Ello se debe a dos razones que aparecen en su Crítica de la razón pura:
Kant es consciente de que la razón humana, en busca siempre del fundamento último
de todas las cosas, proyecta de manera necesaria la idea de la realidad absoluta, la
idea de Dios. Pero ello se debe a la naturaleza misma de nuestro pensamiento
tendente a reunirlo todo en una unidad última. A la idea de Dios le corresponde por
tanto una función reguladora, y en este sentido es necesaria y está justificada. Pero de
eso no puede derivarse su validez real. Por ello cuando se piensa que la idea de Dios
responde a una realidad demostrable con una certeza teórica se trata de una
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Lo que sigue es un resumen del Capítulo 1 del libro de Seifert, J. (2013). Conocimiento de Dios por las
vías de la razón y del amor. Madrid: Encuentro. Desde “la tesis agnóstica…”, hasta “sobre la realidad
misma”, ha sido elaborado por A. Antón.
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Por lo demás hay que poner de relieve que Kant en modo alguno niega la
existencia de Dios. Afirma simplemente que, a la pregunta de si Dios existe, la
razón teórica no puede dar una respuesta científicamente fundada ni de signo
positivo ni de signo negativo.
Aun reconociendo la grandeza mental de Kant, hay que poner reparos, sobre todo a
su visión doblemente restrictiva del contenido de nuestro conocimiento. Con ello
queremos decir que Kant es del parecer, primero (y ahí aflora a la superficie el trazo
empirista de su pensamiento), de que sólo lo que es objeto de una visión sensible
puede constituir el contenido real de nuestro conocimiento; y segundo, supone
tácitamente (lo cual es el rasgo racionalista de su mentalidad) que solo pertenece al
contenido de un conocimiento completo, y solamente puede conocerse de hecho, lo
que se expresa mediante conceptos claros e inequívocos.
El hecho de que Kant vuelva a introducir a Dios en la filosofía, pero únicamente como
un espejismo de la razón pura o como un postulado subjetivo-moral de la razón
práctica, no ha impedido la “demolición” de la que hablábamos antes: no se confía en
que la Filosofía sea capaz de probar la existencia de Dios. Tanto es así, que esta
convicción se ha convertido ya en un prejuicio generalizado: podemos probar que si
mezclo la sustancia “x” con la sustancia “y”, tendré el compuesto químico “z”, pero no
puedo probar que Dios existe.
Por su parte, algunas corrientes de teología han estado influidas por una
interpretación subliminal atea de la idea de Dios y de la religión. Muchos teólogos se
volvieron feuerbachianos. Otros, plantearon que la teología sólo debía dedicarse a
hablar de Dios por motivos pastorales, de manera mítica; o bien, que debía tener como
tarea desacralizar la Biblia, la idea de Dios, la idea de demonio…
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autores actuales, como Hermann Lübbe afirmarn que la idea de Dios funciona para
soportar la propia contingencia, pero debe abandonar su pretensión de verdad.
3.2. Naturalismo
Como una buena parte de las variantes de la tesis actual de que carece de
fundamento hablar de Dios se basa en la posición metafísica del naturalista, para el
que la naturaleza es el único ser absoluto, vamos a tratar esta postura a continuación.
2
Stein - IF [197].
3
Stein - IF [198].
4
Ibidem.
5
Stein - IF [199].
6
Ibidem.
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3.3. Relativismo
Vista esta diferencia entre verdades absolutas y relativas, comprenderemos por qué el
relativismo, desde el punto de vista lógico, implica una contradicción. Las
proposiciones que expresan verdades absolutas tienen esta forma: “todo x es y”.
Precisamente cuando digo “todo es relativo”, estoy diciendo “toda verdad es relativa”.
Con otras palabras, estoy expresando una proposición absoluta para afirmar la
relatividad de toda proposición.
Por estos dos motivos, es contradictoria la actitud relativista. Y por ello, especialmente
por el aspecto pragmático de la contradicción, J. Ratzinger creó la expresión
“dictadura del relativismo”, para poner de manifiesto que a la postura epistemológica
del relativismo corresponde en la vida social, política y moral la postura de la
“dictadura”. Esto se comprende porque, si la verdad depende del sujeto, y no de la
realidad; para ponernos de acuerdo en un sistema democrático sólo nos basaremos
en la mayoría y no en si estamos o no en la verdad. Y cuando nos referimos a la
mayoría nos referimos a la mayor cantidad de sujetos que tengan un mismo interés o
que decidan que “la verdad es x”, independientemente de si es o no es verdad.
4.1. Las pruebas de la existencia de Dios según Tomás de Aquino (s. XIII)
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Consta por los sentidos que algo se mueve en el mundo. Todo lo que se mueve, se
mueve por otro.
Si aquello por lo que se mueve es también movido, es necesario que éste también se
mueva por causa de otro.
Luego es necesaria la existencia de un primer motor que mueva sin ser movido, y a
esto lo denominamos Dios.
Luego para que existan seres que pueden no ser, tiene que haber algún ser necesario,
existente desde siempre, pues no es posible alargar al infinito la cadena de
causalidades contingentes.
Luego hay que concluir en la existencia de un ser necesario por sí mismo, al que
denominamos Dios.
Existe, por tanto, algo que es verísimo, óptimo y nobilísimo y, por consiguiente,
máximamente real.
Mas lo que se dice máximamente tal en algún género es causa de todos los individuos
que están bajo aquel género.
Existe, por tanto, necesariamente algo que es causa del ser y de la bondad y de
cualquier otra perfección en todas las cosas, y a ese ser le denominamos Dios.
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Vemos que los cuerpos naturales obran siempre del mismo modo, de ahí que no por
azar llegan al fin. Pero los seres carentes de conocimiento no tienden a un fin, a no ser
dirigidos y ordenados por un ser cognoscente.
Luego existe necesariamente un ser cognoscente por el que todas las cosas naturales
se ordenan a su fin, y a ese ser le denominamos Dios.
4.2.1. Introducción
En la obra Conocimiento de Dios por las vías de la razón y del amor, publicada
por la Ed. Encuentro, J. Seifert (2013) trata de responder afirmativamente desde la
filosofía a la pregunta por Dios restaurando novedosamente la validez metafísica de
las pruebas de su existencia. Decimos “novedosamente” porque este objetivo lo
cumple Seifert de un modo radicalmente nuevo: tras considerar el principio de razón
suficiente como fundamento de toda prueba de la existencia de Dios, revisa en clave
personalista las vías de santo Tomás de Aquino y las reordena en un nuevo elenco
que incluye nuevas vías. Así, propone un elenco de ocho vías de las cuales, las tres
primeras, agrupadas por él como “pruebas de la contingencia” o “pruebas metafísicas
generales” (p. 32) se corresponden con la prima, secunda y tertia del Aquinate. La
cuarta vía de Seifert, la “prueba teleológica”, se corresponde con la quinta de santo
Tomás. Las vías quinta y sexta del fenomenólogo realista son las “pruebas
personalistas”, sin equivalente en las vías de Tomás de Aquino; la séptima vía de
Seifert, prueba “cosmológica, metafísica y personalista” (p. 32) desarrolla y amplía la
quarta via del doctor angelicus. Y la octava vía es el argumento ontológico,
considerado “coronación de todo conocimiento de Dios a través de los caminos de la
razón” (p. 31).
Dado que adentrarnos en las vías quinta y sexta nos llevaría demasiado lejos, vamos
a abordar una parte de la vía sexta, a saber, la prueba de la gratitud. Reproducimos el
texto de Seifert7 adaptado.
7
Adaptado de la conferencia pronunciada con motivo de la presentación del libro. Seifert, J.;
“Conferencia dictada en ocasión de la presentación del libro Conocimiento de Dios por las vías de la
razón y del amor el 6 de Febrero 2014, Centro Cultural Nuevo Inicio, Granada, Plaza Alonso Cano 1,
19:30”. Recuperado de: http://institutoifes.es/pdfs/Presentacion_libro_conocimiento_de_dios.pdf
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No pasa ni un solo día de nuestra vida sin que digamos varias veces “gracias” o “te lo
agradezco” o sin que lo hagamos en nuestros pensamientos u oraciones.
Encontramos la gratitud en las situaciones más cotidianas, como cuando
agradecemos que alguien nos preste un bolígrafo o nos abra una puerta; en
condiciones fundamentales, como cuando agradecemos a nuestros padres el don de
nuestra vida; y en escenarios dramáticos, como la gratitud que sentimos cuando
alguien nos salva la vida poniendo la suya en peligro. Además, el agradecimiento no
es sólo un acto fundamental humano e intersubjetivo sino que es también un acto
fundamental religioso, universalmente presente en todas las religiones de una forma u
otra. Pero, ¿entendemos la gratitud en toda su profundidad?
De hecho, este regalo del esclavo de su propia vida es tanto más grande y más
gratuito, según Séneca, cuanto que podría haber aprovechado la batalla como una
ocasión propicia para escaparse de la propia y odiosa esclavitud. Dar su vida por su
patrón en una tal coyuntura, dice Séneca, sólo puede ser explicado por una «caridad
hacia el patrón que derrota el odio de la propia esclavitud» y que también vence al
odio que el esclavo podría sentir por un patrón exigente. Esta victoria del amor sobre
el odio convierte el acto del esclavo en enteramente digno de gratitud.
Si miramos esa gratitud del patrón entendemos que el sujeto del agradecimiento ha
de ser una persona. ¿Por qué? Por dos razones. En primer lugar, porque la gratitud
es un acto intencional que se dirige conscientemente y en un modo preciso y lleno de
sentido hacía un objeto. Y, en segundo lugar, por los actos de conocimiento y juicio y
por las interpretaciones complejas de acciones y gestos que presupone el acto de
gratitud.
Si aplicamos esto a nuestro ejemplo, comprobamos que para ser agradecido el patrón
debe entender primero el acto del esclavo como tal. Dicho patrón debe reconocer
conscientemente que el esclavo entregó su vida por él. En tal conocimiento se da
primero la causalidad entre el acto libre y su efecto, el beneficio. Si el efecto de salvar
su vida no hubiera sido causado por la persona del esclavo sino por una tormenta que
hubiese inspirado terror a sus enemigos, quedando el esclavo como mero espectador
del evento, el patrón no habría podido quedarle agradecido al esclavo.
Asimismo, si el esclavo no hubiera sido nada más que una causa, sin su saber o sin
su intención –por ejemplo, por haber sido empujado contra el enemigo por una tercera
persona–, habría ocasionado un gran bien al patrón, pero éste no podría
agradecérselo. Igualmente, si el esclavo hubiera salvado la vida al patrón pero como
un mero eslabón en una serie de causas –como los deterministas creen–, el dueño no
podría racionalmente agradecerle cosa alguna.
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Vemos claramente, pues, que no el buen efecto, sino la buena intención que busca
el bien del otro, constituye un presupuesto necesario para que la gratitud pueda
brotar y tenga sentido. Si alguien deseara envenenarnos, pero casualmente
confundiese el veneno con una medicina, estaríamos agradecidos por el efecto
curativo de la medicina, pero no podríamos quedar agradecidos a la persona, que no
tenía ninguna intención de servir a nuestro bien.
Por eso, la gratitud tiene sentido únicamente en un mundo real y poblado por
diferentes personas reales. Si no existieran las demás personas, sino únicamente
yo mismo, la gratitud no tendría ya ningún sentido y sería absurda.
Se debe afirmar, sin embargo que la gratitud genuina no agradece sólo por el
“regalo”, sino también por la persona que lo hace y por su bondad.
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que se expresa en el don y que es, al menos a menudo y en cierto sentido, un regalo
más grande que todo tipo de beneficios impersonales.
Por un lado, la gratitud puede existir de tres modos. Como un sentimiento y una
respuesta interna en la vida solitaria del alma, sin que la persona a quien se dirige
sepa algo de tal gratitud. Por otro lado, esta gratitud interna, sin embargo, empuja a la
persona agradecida a expresar su gratitud en el acto de agradecer. Este “te agradezco
por X” es muy diferente de un sentimiento interno de gratitud; es – este es el segundo
modo - un acto social, un acto que exige ser oído por la persona a quien se dirige.
Finalmente, el dar las gracias existe también bajo una tercera forma de regalar algo
por los beneficios recibidos del donante. Podemos preguntarnos ahora si todos los
rasgos de la gratitud y todos los presupuestos antropológicos y metafísicos de la
gratitud que hemos expuesto –la libertad y realidad de la persona en el don, la
falsedad de un pesimismo moral que niega la existencia de benevolencia en el mundo,
la capacidad de auténtica benevolencia etc.– son solamente presupuestos subjetivos
de un sentimiento o si la gratitud nos enseña verdades antropológicas y metafísicas
que se hallan incluidas en su verdad ontológica y en las intuiciones que le subyacen.
Me parece que la segunda alternativa es la verdadera. Podríamos referirnos a una
experiencia muy real y profunda que Balduin Schwarz –en una reflexión sobre la
palabra de un ateo recogida por Chesterton: «El momento más difícil en la vida de un
ateo es cuando siente gratitud y no tiene nadie a quien agradecer»– denominó
“gratitud anónima”. Un ateo puede sentir profunda gratitud después de la sanación
inesperada de su querida esposa, un intenso sentimiento de gratitud que no puede
dirigir a un ser humano porque el regalo de la vida de la cónyuge no ha sido obtenido
gracias a él. En la gratitud anónima del ateo, que experimenta agudo dolor por no
tener a nadie para expresarle su agradecimiento, hay una dirección a un destinatario
que va más allá del destinatario humano. Sin embargo, esto no vale únicamente por la
gratitud anónima, sino, al fin y al cabo, vale para toda gratitud incluso la que tiene otra
persona humana como destinataria. La gratitud puramente humana contiene una
profunda sabiduría y una doctrina metafísica sobre el carácter personal y el origen
absoluto de todos los seres. Podríamos hablar de un “exceso” trascendente de toda
gratitud humana. Bien podemos presuponer la siguiente constatación metafísica.
Justamente al reconocer al destinatario humano de nuestra gratitud y al dirigir hacia él
nuestro agradecimiento constatamos que él no constituye la razón y fuente que podría
explicar el beneficio íntegro que recibimos por medio de él – beneficio que, si bien
halla su origen real en su libre benevolencia, simultáneamente no tiene en esa
persona humana misma su origen último y suficiente. Esto proviene, primero, del
hecho de que él no puede explicar su propio ser: no puede por sus propias fuerzas
crearse a sí mismo de la nada ni explicar por su voluntad y buenas intenciones todos
los aspectos del beneficio que por su medio recibimos. Del mismo modo que el ateo
siente una gratitud anónima, sin destinatario humano, después de la sanación
inesperada de su esposa, igualmente toda gratitud y todas las gracias dadas a una
persona humana incluyen también el dar las gracias por ella, por su existencia, por su
llegada en el momento preciso para salvarnos la vida, por sus fuerzas físicas, por su
inteligencia, etc.
Resulta evidente que la persona humana destinataria de nuestra gratitud no puede ser
destinataria de dicha gratitud por ella misma y por todos los aspectos del beneficio que
se hallan fuera su control. Aparte del don primordial del ser mismo de un ser humano,
constan muchísimos e innumerables otros factores que no están en su poder y que,
por lo tanto, le vienen regalados. Debido a estos datos metafísicos de hecho, el dar las
gracias a las personas humanas siempre exige que agradezcamos a alguien más allá
de ellas. Así pues, la gratitud no es jamás, a fin de cuentas, algo mera y
exclusivamente interhumano, sino un acto básico metafísico de la persona, que en
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- Panteísmo o monismo, que identifica a Dios con el universo o que afirma que
sólo existe una realidad básica que es Dios (todo es Dios).
- Dualismo, que cree en dos principios supremos: Bien = Dios; Mal = Diablo.
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Lo fundamental es la El Corán. Es la
Ley (la Torah, el palabra literal de
Textos Pentateuco). Tienen Antiguo y Nuevo Dios confiada al
sagrados por sagrado casi todo Testamento profeta Mahoma.
el AT de la Biblia Consiste en una
cristiana. norma de conducta.
Un Dios único:
- Creador.
Ese Dios único (Dios
Alá es el único
- Elige a un creador, Dios de la
Dios
pueblo y hace elección y de la
todopoderoso y
Alianza con él. promesa) es Amor. Es
absolutamente
Imagen de un Dios Trino (Padre,
trascendente al
Dios - Les da la tierra Hijo y Espíritu Santo),
hombre. Sólo ha
prometida. revelado así por
entrado en relación
Jesucristo. Jesucristo
- Habla por los con él a través de
es el Hijo de Dios
profetas. Mahoma.
hecho hombre.
- Les promete un
Mesías.
Oración pautada,
La misma ley ayuno estipulado,
El decálogo y toda la
plenificada por Cristo limosna,
Normas de ley que se deriva de él.
(hecha interior de peregrinación a la
conducta Se cae en un
corazón y vivida según Meca… (es un
legalismo.
las Bienaventuranzas). legalismo
exterior).
El más importante es
Los siete Sacramentos Conservan el signo
la circuncisión (signo
Ritos (es Dios mismo el que externo de la
exterior de pertenencia
se da al hombre). circuncisión.
al pueblo elegido).
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Jesús es el Mesías
prometido, el Hijo de Dios
encarnado, que murió y fue La única liberación
Se vive en esperanza
resucitado para la redención se alcanza por el
de la llegada del
de todos los hombres del cumplimiento de
Mesías Mesías libertador
pecado y de la muerte y para la ley coránica
del pueblo
nuestra salvación. De esta revelada por Alá al
prometido por Dios.
manera, se lleva a plenitud profeta Mahoma.
este papel “libertador” que
ha de tener el Mesías.
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