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De guajolotas y emputamientos

Cada día me levanto emputada, y no es por problemas gástricos ni por lo que algunos
lectores avezados diagnostiquen como “mis días” (como si no hubiese una mejor
explicación para la indignación femenina que no sea estar al borde de la locura uteral o
sobrepasada de hormonas, esas cosas del diablo que al parecer los hombres-hombres no
tienen). No, me temo que no es indigestión, ya he probado de todas las medicinas y ya ni el
pepto me hace efecto. Aún así, siento como si trajera media guajolota atorada en el
pescuezo del estómago, como si el café de la mañana me hubiera terminado de joder los
riñones ya de por sí machacados por la estática del oficio (o perjuicio) de ser tesista.

“A de ser el pinche colchón que no me dejo dormir otra vez”. Pero no, esto se siente como
una bronca que está esperando a ser despertada, como un pleito aguardando en medio de un
puño cerrado... que me quiero comer un pollito con alguien, pues... pero con quién y por
qué (antes de empezar a repartir golpes hay que hacer al menos esas dos preguntas para
que los efectos de la tranquiza no le toquen a un pobre desprevenido que sólo vaya
caminando por ahí).

Bueno, ya hay que despertarse, hacer el cuarto y bajar a desayunar para salir corriendo al
trabajo. Mamá ya esta levantada como siempre antes de las seis. Ya fue a la leche y ya está
haciendo el desayuno y el café, se irá a correr en cuanto acompañe a su esposo a la salida
para después hacer las compras del día y volver a casa para despertar a los hermanos que
quedan aún guardados en sus camas, después aseo y más aseo, lavará como más de tres
kilos de ropa, se peleará con sus hijos por ver quién va por las tortillas, esperará a que le
dejen poner su “ruido” (la radio) y ponerse a tejer, después a que le suelten la tele y pueda
ver algo que le guste (su telenovela de las ocho) y a preparar de nuevo comida para su
marido, esperarlo para irse a dormir y empezar de nuevo otra vez.

Terminado el desayuno, a correr. Toca subirse a la combi, apretada hasta los huesos,
esperando que no se me mallugue la mercancía que voy cargando. El vato que va a mi lado
ya perdió el control de su cuerpo y viene desparramado encima de mí. Veo de qué forma no
importunarlo tanto, pero que no se pase de lanza. Es interesante verle las caras a las
mujeres: todas con un no sé que de incomodidad que no sé si vine de los morros
desparramados cual queso en comal o de las patotas abiertas que se cargan, como muy a la
huevos de oro (pinches lingotes de papel mache que se cascan de solo decirles que cierren
el escaparate, que nadie anda buscando impresionarse y si lo buscáramos lo haríamos con
los precios del transporte público y no con su frágil virilidad).

Ya, al metro. Sección de mujeres a fuerzas, porque al menos acá no andan queriendo probar
la calidad de mis enaguas en cada frenón que damos. Vale cheto, somos un chingo, ¿por
qué solo tres vagones para nosotras? No manchen, ya ni me puedo mover... literal. Al
menos una señora se ha ofrecido a cargarme la bolsa, ya saben para que no estorbe y no se
vuelva un arma mortal saca-costillas.

Pantitlán y sin división de secciones, vamos a guardarnos todo, hasta las piernas de ser
posible. ¿Ese man me está tocando o sólo es el movimiento del metro? Y aunque lo fuera,
puede quitar la mano ¿no? Momento de cambiar la bolsa puntiaguda de lado y pegarnos al
tubo, abraza el tubo, el tubo es tu amigo, así ningún flanco queda sin resguardo. Bien, lo
logramos, línea tres... Sección de mujeres, sección de mujeres... ¡Maldita sea, aún no está la
división! Tapate las piernas, recárgate en la puerta, ya no falta mucho.

Quevedo, corre al camión, pero no tan rápido y no muevas tanto la cadera que luego se la
toman personal y creen que va con dedicatoria. Otra vez el compa del microbús, chance si
no le ves la cara no te hace plática. ¿A las cuántas veces de decirme que me veo bonita
espera que suceda algo que no sea un “ya me voy”?

Por fin, tarde pero seguro, llegué al trabajo. En la koperativa (con k porque somos panks)
somos al menos cinco mujeres y nunca he entendido porque siempre le preguntan los
precios y le quieren pagar a los vatos, aunque no sean de ahí. No sabía que se necesitaba un
pene para contar... Después de unas cinco horas, o más, terminamos jornada.

De regreso paso por el puesto de revistas en lo que espero el trolebús. ¡Mira es un retrato
perfecto del capitalismo! Ahí tenemos las revistas que gritan “invierte, endéudate y se un
emprendedor” (con o), las otras que te susurran más bajito, pero más constante “gasta,
gasta, que para eso se hizo el dinero, hay carros, video juegos y más... gasta comprador”
(con o), después la ciencia al servicio de la técnica y las universidades como escaparate de
la modernidad. ¿Hay alguna revista en la que aparezcan mujeres? Sí, claro, ellas también
deben consumir (se). Belleza y producto: “Cómo perder veinte kilos en un mes”, “El
secreto de (inserte nombre de famosa aquí) al alcance de tu mano”, y después, “Ve a
(inserte nombre de famosa aquí) como nunca antes la habías visto”, “Mamacitas que
también hay que festejar en este diez de mayo”... ¡Ay, de nuevo la guajolota!

Vamos para la casa: pégate a la puerta, ve atenta, recuerda lo que paso la última vez por ir
en otro mundo, ponte la chamarra, pégate al tubo, no sonrías tanto o creerán que coqueteas,
seria, haz fuerza en la espalda y no dejes que te avienten o que te remitan a la esquina,
camina rápido ya es de noche, voltea adelante-atrás-adelante, ten las llaves en la mano.
Llegaste a casa, pasaste la puerta, estás bien (¿bien?).

Cada día me levanto emputada, ¿acaso ustedes sabrán por qué?

Amaranta Armadillo

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