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Adolf Hitler
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La Segunda Guerra Mundial
La Segunda Guerra Mundial, en efecto, fue una nueva «guerra total» (como lo había
sido la «Gran Guerra» o Primera Guerra Mundial, 1914-1918), desarrollada en vastos
ámbitos de la geografía del planeta (toda Europa, el norte de África, Asia
Oriental, el océano Pacífico) y en la que gobiernos y estados mayores movilizaron
todos los recursos disponibles, pudiendo apenas ser eludida por la población civil,
víctima directa de los más masivos bombardeos vistos hasta entonces.
Mussolini y Hitler
Presentándose además como los verdaderos patriotas frente a una clase política de
traidores que había ratificado las imposiciones de Versalles, los fascistas
ridiculizaron abiertamente el parlamentarismo y la democracia e incluso algunos de
sus principios fundamentales, como el igualitarismo, contribuyendo al descrédito
del sistema liberal desde una perspectiva opuesta pero complementaria a la de los
comunistas, que veían en los gobiernos democráticos meros instrumentos opresores al
servicio de la burguesía capitalista.
Sin embargo, para los fascistas, las formaciones comunistas y los sindicatos
obreros eran poco menos que agentes de Moscú, es decir, una conjura organizada por
enemigos exteriores para debilitar a la nación. Este inequívoco y furibundo
anticomunismo acabaría resultando clave en su acceso el poder. Su mensaje no sólo
caló paulatinamente entre las legiones de descontentos que había dejado tras de sí
la guerra, sino que, en los momentos decisivos, el fascismo recibió el apoyo de las
clases dominantes, temerosas de una revolución social como la que había liquidado
la Rusia de los zares en 1917.
En fecha tan temprana como 1922, la «Marcha sobre Roma» de los fascistas italianos
llevó al nombramiento como primer ministro de Mussolini, quien, tras ilegalizar las
restantes fuerzas políticas en 1925, instauró su régimen fascista en Italia.
Hitler, en política activa desde 1920, hubo de esperar al «crack» de 1929 y a su
nueva espiral de bancarrota y desempleo; en 1932, el partido nazi fue la fuerza más
votada en las elecciones; en 1933 fue nombrado canciller, y a mediados de 1934,
habiendo suprimido las instituciones democráticas y toda oposición política,
detentaba un poder absoluto como «Führer» o caudillo al frente del régimen nazi.
De las potencias que pronto intervendrían en el conflicto, la URSS contaba con sus
ingentes recursos humanos, y el otro gigante mundial, los Estados Unidos de
América, poseía mayor potencial industrial que capacidad militar efectiva; sólo
tras decidir su participación en la guerra enfocó rápidamente su industria a la
fabricación de armas, y especialmente a la construcción de aviones (cazas y
bombarderos) y potentes buques de guerra (portaaviones y acorazados).
Antes de comenzar la guerra, y pensando en los efectos que podría tener un bloqueo
similar al llevado a cabo durante la Primera Guerra Mundial, Hitler había promovido
la autarquía económica, intentando llevar el país a un nivel de autosuficiencia o
de mínima dependencia del exterior. Pero aunque lo había logrado en muchos ámbitos,
Alemania carecía de algunas materias primas imprescindibles para su industria de
guerra, como el hierro: seguía dependiendo del hierro escandinavo. Por esta razón,
el primer paso de Hitler fue la ocupación de Dinamarca y Noruega (abril de 1940);
la escasa resistencia fue vencida en pocos días, y los gobiernos de los países
ocupados hubieron de trasladarse a Londres.
En mayo de 1940, Hitler lanzó una tercera ofensiva, esta vez contra Francia, que
resultaría en una victoria tan aplastante como las de Polonia y Escandinavia: bastó
poco más de un mes para que toda Francia quedase bajo el control efectivo de
Alemania. Convencidos de que, al igual que en la Primera Guerra Mundial, el
conflicto iba a dirimirse en las trincheras, los generales franceses habían
reforzado las fronteras (Línea Maginot), pero descuidaron la región de las Ardenas,
considerando que sus bosques y montañas eran intransitables para las unidades
blindadas del Reich.
Siguiendo el plan del general Erich von Manstein, el Estado Mayor escogió
precisamente las Ardenas como punto de paso hacia Francia. El 10 de mayo de 1940,
las fuerzas alemanas iniciaron los ataques sobre Holanda y Bélgica, y cuatro días
más tarde, el grueso del ejército alemán caía sobre Francia desde las Ardenas,
haciendo inútil la Línea Maginot. Con uso masivo de divisiones de tanques (Panzer)
y de unidades especializadas como las de paracaidistas y la aviación (Luftwaffe),
que destruían puntos claves, las tropas alemanas se lanzaron sin impedimentos sobre
el Canal de la Mancha, dejando embolsadas las tropas británicas y francesas en la
zona de Dunkerque. Inexplicablemente, los alemanes detuvieron durante su avance dos
días, dando tiempo a que franceses e ingleses pudiesen completar, el 4 de junio de
1940, el reembarco de sus efectivos (más de trescientos mil soldados) hacia Gran
Bretaña.
Las campañas citadas, y muy especialmente la ofensiva sobre Francia, son ejemplos
eminentes del éxito de las nuevas tácticas militares conocidas como «guerra
relámpago» (Blitzkrieg). Apoyándose en la rapidez, movilidad y perfecta
coordinación de sus unidades motorizadas (aviación, tanques, carros de combate,
artillería autopropulsada), los alemanes concentraban sus energías en puntos
débiles o estratégicos hasta forzar sorpresivas rupturas en el frente por las que
penetraban las fuerzas terrestres, que avanzaban rápidamente por la desguarnecida
retaguardia hacia sus objetivos finales, sembrando el caos y el desconcierto entre
las líneas enemigas.
En solamente nueve meses, Hitler se había apoderado de Europa: los países que no
habían caído bajo su dominio eran aliados suyos o neutrales. Con la claudicación de
Francia, en efecto, tan sólo quedaba Gran Bretaña, a cuyo frente se había colocado
el gobierno de coalición presidido por Winston Churchill, un político de dilatada
trayectoria destinado a convertirse en el más admirado estadista de la Segunda
Guerra Mundial. Reconociendo en su toma de posesión (10 de mayo de 1940) que no
podía ofrecer más que «sangre, sudor y lágrimas» a sus conciudadanos, el nuevo
primer ministro insufló un espíritu de lucha en el pueblo británico y, con su
determinación de resistir a toda costa, contrarió los planes de Hitler, que había
supuesto que el aislamiento empujaría a Inglaterra a negociar.
Entretanto, deslumbrado por las grandes victorias obtenidas por el Reich, Mussolini
decidió finalmente que Italia entrara en la guerra en apoyo de Alemania. El Duce
esperaba con ello satisfacer sus ambiciones territoriales en los Balcanes y el
norte de África. En septiembre de 1940, Italia atacó Grecia desde Albania, pero
griegos y británicos lograron rechazarles. Hitler, que ya pensaba en la invasión de
la URSS, tuvo que desviar parte de sus tropas y medios en ayuda de su desastroso
aliado. Con la colaboración de Rumanía, Hungría y Bulgaria, que se aliaron con el
Reich, los alemanes emprendieron en abril de 1941 una nueva «guerra relámpago»: en
apenas dos semanas ocuparon Yugoslavia y la Grecia continental, forzando la
rendición de los ejércitos de estos países y la retirada de los británicos. En mayo
de 1941, la arrolladora campaña finalizó con la ocupación de Creta.
Como aliado de Alemania e Italia, países con los que había sellado el Pacto
Tripartito de 1940, Japón había comenzado a ocupar algunas colonias británicas,
francesas y holandesas del Asia Oriental con la ayuda, en muchos casos, de los
nacionalistas nativos. El expansionismo del militarista Imperio japonés chocaba con
los intereses de los norteamericanos, que bloquearon las exportaciones de petróleo
y acero y congelaron los activos japoneses en el país, entre otras sanciones
económicas.
Durante los primeros meses de 1942, los japoneses, que anteriormente habían
suscrito un pacto de no agresión con Rusia, campearon sin demasiadas dificultades
por el sudeste asiático, ocupando Singapur, Indonesia, las islas Salomón, Birmania
y Filipinas. Pero el 4 de junio de 1942, sus progresos quedaron bruscamente
frenados en el más decisivo de los combates navales de la Segunda Guerra Mundial:
la batalla de Midway, un archipiélago situado 1.800 kilómetros al oeste de las
islas Hawai en torno al que se enfrentaron las armadas enemigas. Japón vio hundirse
sus cuatro portaaviones, unidades que se habían revelado esenciales para la
supremacía en la moderna guerra marítima, y ya nunca podría resarcirse de su
pérdida; los astilleros estadounidenses botaron nuevos buques de guerra a toda
máquina, y en adelante los norteamericanos sólo tendrían que imponer su
superioridad naval y aérea, a la que los nipones opusieron una fanática
resistencia.
Todo estaba perdido, pero Hitler, depositando todavía sus esperanzas en las
potentes armas secretas que desarrollaban los ingenieros del Reich, arrastró a
Alemania a una desesperada resistencia. A principios de 1945, un último
contraataque alemán en las Ardenas fue abortado; a partir de ese momento, la guerra
se convirtió en una carrera en que los generales rusos y occidentales se disputaron
el honor de llegar los primeros a Berlín, trofeo que se llevaron los soviéticos (2
de mayo de 1945). Dos días antes, el Führer se había suicidado en su búnker.
En el Pacífico, desde la derrota de Midway, Japón apenas si había logrado más que
ralentizar su retirada resistiendo tenazmente las acometidas de los
estadounidenses, que diezmaron la armada nipona y reocuparon numerosos territorios.
En verano de 1945, pese a la capitulación de Alemania, el Imperio japonés seguía
decidido a resistir a toda costa. Debido a las inmensas distancias y a la singular
geografía del escenario bélico, que obligaba a luchar de isla en isla, la Guerra
del Pacífico se preveía sumamente costosa en recursos humanos y materiales. Ante
esta perspectiva, Harry S. Truman, nuevo presidente norteamericano tras la súbita
muerte de Roosevelt, optó por emplear una nueva arma: la bomba atómica. El 6 y 9 de
agosto de 1945, las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki fueron arrasadas por
sendas explosiones nucleares. El 2 de septiembre de 1945, Japón firmaba la
rendición incondicional. La Segunda Guerra Mundial había terminado.
Desde 1941, sin embargo, todo el mundo sabía que la incorporación de la Unión
Soviética al bando aliado, forzada por la fallida invasión de Hitler, era una
alianza contra natura que el final de la guerra se encargaría de deshacer. Con su
poderoso ejército desplegado en la Europa oriental, Stalin subscribió en Yalta la
propuesta de celebrar elecciones libres en los países ocupados, y, acabada la
guerra, quebrantó el acuerdo favoreciendo la implantación de regímenes comunistas
dependientes de Moscú. De este modo, casi todos los países del este de Europa
(incluida la Alemania oriental, en la que se estableció la República Democrática
Alemana) quedaron bajo la órbita soviética.
Se iniciaba con ello la «Guerra Fría», nueva fase geopolítica en que el antagonismo
entre las superpotencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos
y la URSS, no desembocó en guerra abierta por milagro o por temor al cataclismo
nuclear que podían desencadenar los arsenales atómicos de los contendientes. Ambas
potencias se erigieron en líderes de dos bloques ideológicos (el Occidente
capitalista y el Este comunista) cuya fuerza y cohesión incrementaron mediante
pactos militares (la OTAN y el Pacto de Varsovia), planes de ayuda (el Plan
Marshall) y alianzas económicas (la Comunidad Europea y el COMECON), mientras se
enzarzaban en conflictos locales soterrados para promover o impedir la
incorporación de tal o cual región a uno u otro bloque, reduciendo la mayor parte
del mundo, y también Europa, a un tablero de ajedrez.
Las inmensas deudas que Inglaterra había contraído con Estados Unidos y el triste
papel de Francia en la guerra habían dejado sin voz a la devastada Europa. La
desafiante actitud de Stalin y el inicio de la «Guerra Fría» empujaron
decididamente a Estados Unidos a situar bajo su órbita la Europa occidental
(incluida Grecia y los vencidos: Italia y la nueva República Federal Alemana) y
sustraerla a la influencia de los partidos comunistas europeos y de la Unión
Soviética. En 1947, el presidente Truman aprobó el Plan Marshall, así llamado por
su promotor, el secretario de Estado George Marshall. En el fondo, el plan diseñaba
una reconstrucción favorable a los intereses de los Estados Unidos, pues
preservaría la demanda europea de productos americanos; pero aquella sabiamente
administrada lluvia de millones, invertida fundamentalmente en infraestructuras,
dio un gran impulso a la economía europea, que en sólo doce años rebasó los índices
de producción de 1939. Perdido el liderazgo político, la Europa occidental
lograría, al menos, recuperar el protagonismo económico.
En tanto que proceso en que se percibe una justicia intrínseca y reparadora de los
males del imperialismo, podría creerse la descolonización fue una consecuencia
positiva de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en su realización práctica, la
descolonización no condujo sino a una nueva forma de dependencia, el
«neocolonialismo», que acabaría empeorando las condiciones de vida. Los nuevas
naciones heredaron una economía sometida a los intereses coloniales que se basaba
en la exportación de un reducido número de materias primas o productos agrícolas a
las metrópolis; las beneficios obtenidos, sin embargo, no alcanzaban para la
importación de los productos manufacturados necesarios. Tal déficit comercial sólo
podía paliarse con los créditos que los nuevos países solicitaban a las antiguas
metrópolis o a las superpotencias, creando un círculo vicioso de dependencia
económica y, por ende, política. Carentes de la capacidad decisoria y financiera
que precisaban para acometer la imprescindible diversificación de sus economías,
las antiguas colonias asistieron impotentes a la cronificación o acentuación de los
desequilibrios, y pasaron a integrar la amplia franja de subdesarrollo que hoy
conocemos como Tercer Mundo.
Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «La Segunda Guerra Mundial». En Biografías y
Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004.
Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/monografia/hitler/guerra_mundial.htm
[fecha de acceso: 9 de enero de 2022].