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La Virgen de la Caridad del Cobre

Historia y etnografía
La Virgen de la Caridad del Cobre

Historia y etnografía

Fernando Ortiz

Compilación, prólogo y notas


JOSÉ ANTONIO MATOS ARÉVALOS
Edición: Magaly Silva
Diseño: Eduardo Moltó
Ilustración de cubierta: Imagen artesanal de la Virgen de la Caridad del
Cobre en papier maché (Fotografía: Cecilio Delgado)
Fotografías: Archivo personal de Fernando Ortiz
Procesamiento de imágenes: Lázaro Prada
Cotejo del manuscrito original: José A. Matos y Odalys Canales Vasallo
Composición computarizada: Beatriz Pérez

© Fundación Fernando Ortiz, 2008


© Instituto de Literatura y Lingüística, 2008
© Sociedad Económica de Amigos del País, 2008
© Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, 2008
Versión digital

ISBN 978-959-7091-64-6

Fundación Fernando Ortiz


Calle 27 No. 160 esq. a L, El Vedado, Ciudad de La Habana, Cuba
Presentación

Acabo de concluir la lectura de esta obra apasionante, legado in-


concluso e inédito de Don Fernando. La compilación, prólogo y no-
tas a pie de página se deben a José Antonio Matos Arévalos, a quien
deseo ponderar por su encomiable labor de exégesis al interpretar el
pensamiento del sabio.
Palidece cualquier intento de exaltar su sabiduría y magisterio,
pues Ortiz logró que su entorno tuviera el perfil renacentista del
universo. Gracias al azar, que hace concurrir admirables talentos,
se convirtió en el sucesor legítimo de esa constelación de grandes
humanistas que fueron trazando el misterioso camino, siempre as-
cendente, de la forja de la nación cubana: los presbíteros José
Agustín Caballero y Félix Varela, así como José Antonio Saco, José de
la Luz y Caballero, Domingo del Monte, José María Heredia, Gertrudis
Gómez de Avellaneda, José Martí... Ellos marcaron resueltamente nuestra
vocación y destino.
A Miguel Barnet, uno de sus más brillantes discípulos, le rogué
que me procurase una copia de aquel retrato que captaba –por un
instante– el reflejo de mi propia memoria: el recuerdo de cuando
visité a Don Fernando en su bella casa de El Vedado, diseñada en
la más pura inspiración griega.
Al trasponer el umbral, sorprendía la imponente acumulación
de objetos; en verdad no eran otra cosa que materiales de estudio
que podía tocar y volver a reconocer, una y otra vez. Había ins-
trumentos musicales extraños, antiguos atavíos de los danzantes
cabildos afrocubanos, infinitud de collares, cascabeles, hachas
ceremoniales...

5
Fue particular privilegio aproximarme a su biblioteca, a las ca-
jas de las fichas y anotaciones –razón tiene Matos Arévalos para
afirmar que «no dejó nada oculto, nada por descubrir, y sí por
estudiar»–, para finalmente llegar ante el sabio, inclinado sobre su
escritorio, donde apenas había un espacio vacío. La época juvenil
había quedado atrás; actuaba como si le faltase tiempo. Pero man-
tenía esa cualidad de trabajar con virtuosismo y versatilidad prodi-
giosos.
Hacia 1929, comenzó Don Fernando su indagación sobre el
poético misterio del hallazgo en 1628, en las cristalinas aguas de la
Bahía de Nipe, en el Oriente de Cuba, de la imagen de la Virgen de
la Caridad, llamada luego del Cobre.
Su imaginación le había llevado a investigar el huracán, vocablo
indígena que define esos fenómenos de la naturaleza en esta parte
del mundo, relacionándolos con las espirales dibujadas por los
aborígenes en la piedra de las cavernas. Asimismo, con igual inte-
rés, se dedicó a indagar en la devoción de aquella imagen cristiana
que, en Cuba, se había aparecido precisamente durante una tor-
menta, además de explicar la singularidad de su representación
iconográfica.
Comparando los manuscritos inéditos de Julián Josef Bravo (si-
glo XVIII) con los del también capellán Onofre de Fonseca, Ortiz
trata de desentrañar los orígenes del culto mariano, que ya había
abordado la meritoria historiadora norteamericana Irene Wright,
aunque ella subrayaba el referente estrictamente hispánico de esa
tradición católica.
Más adelante, José Juan Arrom y Leví Marrero –entre otros–
hallarían pruebas irrefutables en los archivos documentales que
contribuirían a fundamentar el carácter testimonial de la presencia
de María en aguas cubanas.
Ante tamaña certeza, prosiguieron no pocos debates que llegan
hasta nuestros días, no solo por el hecho de que la Virgen de la
Caridad del Cobre fuera proclamada Patrona de Cuba –el 10 de
mayo de 1916– por el Papa Benedicto XV, sino porque devino ge-
nuinamente «símbolo de la cubanía». Así lo refrenda en uno de sus
libros más recientes la historiadora Olga Portuondo, quien recono-
ce sus pesquisas en la papelería inédita de Don Fernando.

6
Para el sabio, esa historia vendría enriquecida por el contexto
etnológico y etnográfico en que españoles, indios, africanos y
criollos se entremezclan hasta llegar a lo cubano –ya en la pleni-
tud de la acepción del gentilicio–, a la par que los valores cristia-
nos van desplazando a los elementos paganos o fantasiosos en la
conformación de nuestra identidad.
Su certeza intuitiva sobre lo acontecido le permite acercarnos a
los hechos que sucedieron durante los días y horas siguientes a la
vivencia de los tres Juanes en trance de transculturación: dos indí-
genas y el negrito criollo (Juan Moreno), cuya longevidad le posi-
bilitó dejar testimonio personal de la constatación del milagro.
Por último, la peregrinación que hacen los tres hombres al hato
de Barajagua, y de allí –entre alabanzas y rumores– a las minas de
Santiago del Prado, conocidas comúnmente como El Cobre.
En medio del huracán, misterio desafiante de la naturaleza, ha
emergido la virgen morena, a semejanza de aquellas dispersas por
Europa, particularmente España. Así fueron apareciendo los cultos
marianos en otras tierras conquistadas de América, como manifes-
tación autóctona que respondía a los enunciados de la pastoral
católica. En el caso nuestro, tanto para los hombres de fe como
para quienes no la tienen, esa advocación forma parte del alma de
Cuba.
Juana fue el nombre dado por Cristóbal Colón a la isla recién
descubierta, como homenaje al príncipe infante Juan, de vida efí-
mera. Pero ese nombre perviviría por un tiempo relativamente bre-
ve, para ser sustituido por el actual, primigenio, que el Almirante
había escuchado en boca de los tripulantes de una canoa que se
acercó a sus carabelas.
Puede decirse, sin temor, que la canoa de los tres Juanes –quienes
se expresaban en castellano, y uno de los cuales podía leer la tablilla
en que la imagen se identificaba a sí misma– era ya cabal representa-
ción de nuestra existencia insular, de los elementos étnicos y cultura-
les que sustentan su porvenir. No fue, no es y no será una cuestión de
raza; se trata de una profecía cultural: «la sangre nos llama, pero la
cultura nos determina».
Atrae poderosamente mi atención que casi en el epílogo de esta
historia, en el año 1899, cuando el país estaba ocupado y penaba

7
por la pérdida de su soñada independencia, un grupo de malhe-
chores sustrajeron la imagen venerada, destrozándola virtualmente
para robar sus sacros atributos.
Afirman que en la frente ostentaba un diamante resplandeciente
como una estrella. Ante la indignación popular y el celo de la gente
de la comarca, fueron hallados las joyas y metales preciosos, así
como el pequeño busto de la antigua escultura, profanado y aban-
donado.
Restaurada la imagen y una vez restituida a su lugar original,
ella ha sido –desde su imperturbable mirada– la señora de aque-
llas serranías, donde en 1927 se levantó su santuario. Allí, Nuestra
Señora de la Caridad del Cobre lleva bordado en sus áureos vesti-
dos el escudo de la nación cubana; sin embargo, al pie de su peana
de plata, no está la canoa con los tres Juanes.
Quizás la explicación de ello sea que la isla entera es su canoa:
un inmenso tronco de caoba, cedro, caguairán... en el que navega-
mos todos los cubanos gracias a su amparo virginal.

DOCTOR EUSEBIO LEAL SPENGLER

8
Prólogo

Las obras de Fernando Ortiz sorprenden por la amplitud y profundidad


con que estudió la historia y la cultura universales. Sobresalen sus inves-
tigaciones etnográficas y sociológicas del componente cultural africano
en Cuba, y en menor medida se conocen sus estudios sobre las raíces
hispánicas en la formación de la nación cubana. El presente libro, que
lleva como título el nombre de una imagen religiosa católica, revela esa
faceta de sus estudios. La Virgen de la Caridad del Cobre: Historia y
etnografía, se inscribe en la lista de textos orticianos que incursionan,
una vez más, en los orígenes y dinámicas formativas del pueblo cubano.
Sus páginas ofrecerán respuestas y estimularán interrogantes en el campo
de las ciencias etnográfica y antropológica contemporáneas. En particular,
acrecentarán el significado de la virgen como «símbolo de cubanía».
Pocos se sentirán indiferentes ante esta obra, que señala nuevas vías para
la comprensión de los antecedentes y proyección actual del culto mariano
en Cuba.
Los manuscritos del libro La Virgen de la Caridad del Cobre: His-
toria y etnografía, han permanecido inéditos durante más de setenta
años, sin embargo se conocía de su existencia. El historiador Orestes
Gárciga,1 en el año 1972 presentó un informe donde inventariaba todos
los documentos que pertenecieron a Fernando Ortiz, incluido el libro
1
Orestes Gárciga trabajó en la organización del archivo de Fernando Ortiz desde finales
de 1969 a 1972. A él se debe «la elaboración de ficheros que relacionan las carpetas
existentes en el archivo, la ubicación de estas en los estantes, por materias, siguiendo un
orden alfabético, y la agrupación de los innumerables paquetes de fichas que estaban
sueltos, clasificándolos teniendo en cuenta el contenido de cada uno de ellos». (Orestes
Gárciga. Informe sobre el trabajo realizado en el archivo Fernando Ortiz, 1972.)

9
inédito sobre la Caridad del Cobre.2 También Julio Le Riverend3 se refi-
rió a esta obra y más de una vez comentó la importancia de su publica-
ción. La historiadora Olga Portuondo, para escribir el libro La Virgen de
la Caridad del Cobre: símbolo de cubanía (1995), utilizó los manus-
critos de Ortiz, y reprodujo como anexo el índice de la obra mencionada.
Además, Ortiz publicó un artículo titulado «La semiluna de la Virgen de
la Caridad del Cobre», que data de 1929, donde anunciaba su futuro
libro:

Estamos redactando una amplia monografía acerca de la Virgen


de la Caridad del Cobre que veneran como patrona de Cuba (...)
la redacción de la monografía avanza despacio, pues el tiempo de
que disponemos no es mucho, y sí lo son, aunque escondidos y
huidizos, los datos que nos dan las fuentes históricas, tradiciona-
les, folclóricas, hagiográficas, mitológicas y etnográficas que he-
mos de someter a examen. Llevamos ya unos quince capítulos
redactados y tenemos la andamiada para varios más.4

El desconocimiento de los antecedentes sobre las obras inéditas de


Fernando Ortiz, ha llevado a algunos a considerar un «hallazgo» la loca-
lización de algún texto inédito, algo así como un «descubrimiento
renacentista». Ni descubrimiento, ni hallazgo. Ortiz, siguiendo la tradi-
ción de los bibliógrafos Bachiller y Morales y Carlos Trelles, preparó su
archivo y dispuso los materiales para que estuvieran al alcance de los
profesores y estudiosos de la cultura cubana; sabía de su importancia y
trascendencia, al punto que recopiló hasta el más mínimo de los detalles,

2
En la relación de obras inéditas elaborada por Orestes Gárciga se mencionaban los
siguientes epígrafes del libro sobre la Virgen de la Caridad del Cobre: Virgen de Regla y
otras oraciones; Virgen de la Caridad - cintas; Virgen de la Caridad - española; Virgen de
la Caridad - indios; Virgen de la Caridad - afrocubanos; Virgen de la Caridad - cristianos;
Virgen de la Caridad - cubana; Virgen de la Caridad - más factores cristianos; Virgen de la
Caridad - más factores paganos; Virgen de la Caridad - introducción - tradición; Virgen de
la Caridad - copias; y Virgen de la Caridad.
3
El historiador Julio Le Riverend (1912-1998) mantuvo una estrecha relación de colabo-
ración y trabajo con Fernando Ortiz.
4
Fernando Ortiz. «La semiluna de la Virgen de la Caridad del Cobre», en Archivos del
Folklore Cubano, La Habana, vol. IV, No. 2, abril-junio, 1929.

10
que permitieran comprender y continuar sus propuestas teóricas. En su
archivo todo está a flor de piel, esperando por el trabajo paciente y rigu-
roso de investigadores. Estamos ante un continente de saberes orticianos
nada oculto, nada por descubrir, y sí por estudiar.
El archivo de Fernando Ortiz sigue siendo una fuente inagotable de
documentos de alto valor histórico. En él se encuentran los manuscritos
de La Virgen de la Caridad del Cobre: Historia y etnografía, res-
guardados en cajas5 medianas de material especial para la preservación
de su contenido. Una caja puede albergar fichas, recortes de periódicos,
revistas, fotografías, postales, folletos, libros, correspondencia, estam-
pas, oraciones, cintas de tela o medidas, anotaciones en disímiles pape-
les, todo lo que le fue posible acopiar a Ortiz relacionado con el culto
mariano en Cuba y en otras latitudes. Es un fondo manuscrito muy sin-
gular, único de su tipo y abundante en información.6
El material original del libro se reúne en ocho cajas; en una se en-
cuentra la introducción del libro, el capítulo I, resúmenes e información
sobre la Virgen de Regla, la Virgen de la Caridad, la Virgen de la Cinta
en España, la Virgen de la Caridad de Illescas, así como algunos datos
sobre el culto mariano de los aborígenes en Cuba. En otra de las cajas se
hallan fichas sobre el culto a la Madre de Dios en las culturas anteriores
al cristianismo, así como glosas y fotografías sobre el origen de la Virgen
de la Palma en Pinar del Río. Es decir, en cada registro de esta materia
aparecen un sinfín de temáticas afines, pero no articuladas. Al parecer,
las notas de Fernando Ortiz se mostraban incompletas, a pesar de que

5
Las cajas sustituyeron las antiguas carpetas de Fernando Ortiz; son de forma rectangu-
lar y miden 13 cm de ancho, 26 cm de alto y 39 cm de largo o profundidad.
6
El Instituto de Literatura y Lingüística custodia y conserva el archivo personal de
Fernando Ortiz. Su biblioteca, parte de la correspondencia y otros documentos se
encuentran en la Biblioteca Nacional José Martí. En la actualidad el historiador Orestes
Gárciga investiga cada uno de los documentos que se encuentran en el archivo de
Fernando Ortiz. Ellos pueden ser manuscritos de libros, artículos o fragmentos, apuntes
o ilustraciones realizadas por Ortiz, publicaciones periódicas, libros, folletos, ilustra-
ciones, grabados, fotos, libretas de testimoniantes sobre prácticas mágico religiosas,
documentos históricos, notaciones musicales en pentagramas, mapas geográficos,
arqueológicos, etnográficos, entre otros documentos. A todo este material se le está
confeccionando una ficha analítica. También la licenciada Ada Cantera Pérez da trata-
miento archivístico a la papelería de Fernando Ortiz. A ellos se debe la actual organiza-
ción y minucioso registro de cada documento.

11
cada capítulo o documento, por separado, es coherente. Falta el orden
cronológico de los documentos. Fue necesario organizar el conjunto de
fichas y capítulos de las diferentes cajas, y clasificarlos por temáticas,
trabajo que requirió de mucha paciencia y de reiteradas lecturas para
establecer el texto original.
A primera vista pensé que no existía tal libro, que solo eran apuntes.
Pero el propio Ortiz, como ya hemos referido, había comentado sobre los
quince capítulos que ya tenía preparados de su libro La Virgen de la
Caridad del Cobre. Esta afirmación nos estimuló en la labor de resta-
blecer el texto original, y a formular la hipótesis que la alteración
cronológica o sucesiva de los documentos se debía al traslado que había
sufrido el archivo a lo largo del tiempo, y por supuesto, a la incorrecta
manipulación de las antiguas carpetas.7 Vale la aclaración que este pro-
blema no es común en otras materias del archivo.
El estudio minucioso de las fuentes permitió revelar que Fernando
Ortiz había señalado con lápiz rojo los capítulos que quería publicar, o
mejor dicho, los que entregó para mecanografiar. En estos documentos
se lee la inscripción «original ya copiado», lo cual significaba que ya
habían sido revisados y mecanografiados, y que se trataba de la primera
versión escrita, pero no concluida. Escribió dos versiones: la prime-
ra data de junio de 1929, y la segunda, durante los años posteriores a esta
fecha. Suponemos que la segunda versión la elaboró en momentos dis-
tintos, sobre todo en los años cuarenta. En sus manuscritos se puede
apreciar que retoma el texto para reformarlo y añadirle nuevas ideas:
enumeró las páginas de los originales, revisó la redacción, tachó concep-
tos e introdujo discretamente argumentos de diferentes autores –enton-
ces contemporáneos– y refundió también algunos de los capítulos que ya
había elaborado en la primera versión. Sin embargo, no terminó el libro.

7
En el informe del historiador Orestes Gárciga, de 1972, acerca del archivo de Fernando
Ortiz, se lee lo siguiente: «Ha sido trasladado en varias ocasiones. Radicó primeramente
en el Instituto de Historia, manteniéndolo en depósito Armando Arauca Bustamante,
trasladándose a la sede Central de la Academia de Ciencias, donde se comenzó a organi-
zar por la compañera Emilia López León. Después fue enviado (de nuevo) al Instituto
de Historia por orden del Presidente de la Academia de Ciencias Dr. Antonio Núñez
Jiménez. Este trabajo se realizó en pocas horas, provocando una gran desorganización.»
Actualmente se encuentra en la biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística, lo
que significa que sufrió otro traslado.

12
Continuó acopiando materiales periodísticos y bibliográficos hasta la dé-
cada del cincuenta.
Ante esta disyuntiva de dos versiones, me guié por el primer texto
como hilo conductor de sus ideas y fui cotejando cada capítulo con el
capítulo correspondiente de la segunda versión, con el único propósito de
publicar los capítulos del libro de mejor redacción, terminación, y con los
epígrafes completos. Es decir, a partir de esas dos versiones-textos se-
leccioné los capítulos que el propio Ortiz fue rehaciendo y fusionando,
los que escribió en la década de 1920 y las adiciones que realizó en años
posteriores. Articulados los capítulos, confirmé la tesis de la existencia
del libro, y no un amasijo de apuntes dispersos.
Las características específicas de los manuscritos inéditos sugirieron
el procedimiento para realizar la compilación y ordenamiento de estos.
Primero, establecimos los objetivos de investigación de Fernando Ortiz,
su participación en la polémica en torno al origen histórico de la Virgen
de la Caridad del Cobre; localizamos sus artículos y referencias sobre
este tema tanto en la revista Archivos del Folklore Cubano como en
sus obras ya conocidas; luego, a partir de la lectura de los originales,
fuimos estableciendo su esquema de trabajo o los puntos que Ortiz fue
desarrollando, tales como las anotaciones que expresan la relación de la
Virgen de la Caridad con diferentes factores históricos y etnográficos,
clasificados por Ortiz como factores españoles, indios o cubanos, crio-
llos, cristianos y paganos.8 Esta estructura primaria permitió utilizar los
manuscritos y los señalamientos del propio Ortiz para establecer el libro.
Cada capítulo requirió de una coherente transcripción, del cotejo de los
contenidos con cada epígrafe, de la comprobación de las referencias
bibliográficas,9 de la articulación lógica de lo incoherente y disperso; y en

8
Estos son los epígrafes que estructuran su investigación: Virgen de la Caridad - indio.
Virgen de la Caridad - española. Virgen de la Caridad - paganos. Virgen de la Caridad -
más elementos o factores paganos. Virgen de la Caridad - cristianos. Elementos africa-
nos. Indios. Elementos cubanos. Elementos criollos.
9
Por tratarse de un libro no terminado por su autor, las referencias bibliográficas, en su
gran mayoría, fueron anotadas por Ortiz de forma abreviada e incompleta. Muchas se
han podido reconstruir a partir de la búsqueda entre los propios libros de Ortiz. Otras
han debido permanecer como en los originales, aunque no aporten toda la información
de utilidad.

13
algunos casos, del completamiento de citas en el texto, sin alterar las
reflexiones del autor.
El trabajo con los manuscritos en el archivo de Fernando Ortiz10 tiene
su antecedente en la labor que realizaron Diana Iznaga y Orestes Gárciga;
la experiencia de ambos historiadores facilitó nuestra tarea. Diana Iznaga
compiló el libro Los negros curros (Editorial Ciencias Sociales, La Ha-
bana, 1986), y Orestes Gárciga compiló el libro de José Antonio Saco
Historia de la esclavitud en las Antillas francesas (Sociedad Econó-
mica de Amigos del País y Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
2002) y actualmente trabaja en el libro inédito «Colón y la entrada del
capitalismo en América».
Algunos capítulos del libro Los negros curros ya habían aparecido
parcialmente en publicaciones periódicas cubanas, lo cual en lugar de
facilitar la preparación del libro, la hacía más compleja, pues había que
adecuarse a lo ya publicado. La investigadora Diana Iznaga explica: «En
términos generales, el doctor Ortiz aprovechó para elaborarlo (el capítu-
lo I) algunos de los materiales publicados por él entre 1926 y 1928, con-
siderablemente enriquecidos.»11 Además, comenta que el capítulo III es
una restructuración de las notas publicadas de Ortiz sobre el negro curro
del manglar. El capítulo IV surge de las modificaciones que sobre el
lenguaje de los negros curros había hecho Ortiz de otros artículos tam-
bién publicados en Archivos del Folklore Cubano. Estas característi-

10
El libro inédito La Virgen de la Caridad del Cobre, y otros libros ya estaban relaciona-
dos por Orestes Gárciga en una fecha tan temprana como 1972. En su informe aparecen
otros textos inéditos, ordenados por materias y con la cantidad de carpetas que poseen.
Por ejemplo: Materia: Bailes 1 carpeta; Brujería 1 carpeta; Brujos 2 carpetas; Casas,
Fray Bartolomé 3 carpetas; Cofradías en Sevilla 1 carpeta; Curros 1 carpeta; Dioses
2 carpetas; Etnografía Cuba 1 carpeta; Folclor 1 carpeta; Hampa cubana siglo XVIII 2 car-
petas; Hampa Sevillana 1 carpeta; Indios 3 carpetas; Mala vida 3 carpetas; Negros 10
carpetas; Ñáñigos 1 carpeta; Poesía 2 carpetas; Pueblo Cubano 1 carpeta; Resarcimien-
to del daño personal 1 carpeta; Santos 3 carpetas; Tabaco 1 carpeta; Virgen de la
Caridad del Cobre 11 carpetas. Además, Gárciga señala en su informe que existen libros
inéditos de otros autores bajo las Materias: Historia de la esclavitud en las Antillas y
Literatura cubana. Se refiere al libro de José Antonio Saco Historia de la esclavitud en
las Antillas francesas.
11
Fernando Ortiz. Los negros curros. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1986,
p. VII.

14
cas y el proceso de creación del libro Los negros curros, Diana Iznaga
las advierte: «los materiales encontrados evidencian que el doctor Ortiz
trabajó los negros curros en épocas diferentes, reelaborando a veces lo
que ya había escrito o introduciendo nuevos aspectos y variando el orden
de su aparición y tratamiento».12
Aquí coincidimos con Diana Iznaga. Por lo general Ortiz no abando-
naba definitivamente un texto, continuaba adicionándole información y
revisando sus fichas. «Refundiéndolo», como gustaba decir, en busca de
una variante siempre a tono con los tiempos y mucho más amplia.
Los manuscritos de Ortiz demuestran su erudición, la complejidad de
sus estudios y el cruce de las disciplinas. Cada texto requiere de un
estudio previo de la temática tratada, para comprender lo mejor posible
sus ideas. El procedimiento asumido para esta edición está estrecha-
mente relacionado con los contenidos del libro y el nivel de redacción en
que se encuentran los manuscritos; diríamos que el libro impuso su pro-
pio ordenamiento.13
La investigación y compilación del libro requirió la realización de en-
trevistas a historiadores, sacerdotes y monjas cubanos; también
de la continua observación durante estos años de las procesiones de la
Virgen de la Caridad del Cobre y de la diferenciación de las imágenes
marianas, para comprender y dilucidar con certeza los manuscritos
de Fe rnando Ortiz. De gran utilidad fueron las visitas a los santuarios
de El Cobre, en Santiago de Cuba y de la Virgen de la Caridad de Illescas,
en Illescas, España, donde comprobamos las diferencias plásticas entre
estas vírgenes. Recuerdo las palabras de la cuidadora o veladora del
santuario de Illescas, quien motivada por mi presencia y al saber que era
cubano, comentó que la «virgen cubana era una copia de la venerada en
Illescas».

12
Ibídem.
13
La compilación de los libros de Fernando Ortiz La santería y la brujería de los
blancos (Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2000), y Brujas e inquisidores
(Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2003), la realizamos a partir de otros crite-
rios metodológicos, por tratarse de obras redactadas y preparadas con mayor detalle
por su autor. El nivel de redacción de estas obras y la naturaleza de los temas así lo
posibilitaron.

15
Génesis de un libro. Contexto: historiadores,
folcloristas, sacerdotes y brujeros

Fernando Ortiz inicia su investigación sobre la Virgen de la Caridad del


Cobre en la segunda mitad de la década de 1920, período que se puede
catalogar como significativo en la conformación de valores nacionales,
de inquietudes sociales e intelectuales. En esta etapa Fernando Ortiz
sostiene estrecha relación de trabajo y amistad con la vanguardia inte-
lectual cubana, con la juventud renovadora del Grupo Minorista.14 Su
labor no se halla al margen de esta tendencia de cambios, pues incluso
algunos de sus más cercanos colaboradores –Rubén Martínez Villena,15
Juan Marinello16 y Emilio Roig de Leuchsenring–17 forman parte activa
del Grupo Minorista, y otros, como Pablo de la Torriente-Brau18 y Conchita
Fernández,19 que fueron sus secretarios, se vincularon con las activida-
des revolucionarias contra la dictadura de Machado. Fernando Ortiz en
1930, después de redactar el Manifiesto a la Nación o Bases para
una efectiva solución cubana,20 viaja exiliado a los Estados Unidos. El

14
El Minorismo se autodefine como movimiento contra los valores falsos, por la defensa
del arte vernáculo y el arte nuevo; por la introducción y vulgarización en Cuba del
pensamiento científico contemporáneo. Además, se involucró activamente en las pro-
blemáticas estudiantiles, obreras y campesinas. Véase Ana Cairo. El Grupo Minorista
y su tiempo. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, pp. 67-68.
15
Rubén Martínez Villena fue secretario de Fernando Ortiz durante los años de 1923 a
1925; además, compiló sus discursos de carácter ético y político, y los publicó en el
libro titulado La tribuna, discursos cubanos; recopilación y prólogo de Rubén Martínez
Villena. 2 t., Impr. El Siglo, La Habana, 1923.
16
Juan Marinello colaboró con Fernando Ortiz en la Revista Bimestre Cubana, en la
Institución Hispanocubana de Cultura, en la Revista Archivos del Folklore Cubano, en
la Sociedad de Estudios Afrocubanos, y en otras instituciones y publicaciones.
17
El historiador Emilio Roig de Leuchsenring, al igual que Juan Marinello, participa de
los proyectos culturales creados por Fernando Ortiz.
18
Pablo de la Torriente-Brau (1901-1936) fue secretario de Fernando Ortiz de 1925 a
1930. A él se debe la mecanografía de los manuscritos de Fernando Ortiz sobre la Virgen
de la Caridad del Cobre.
19
Conchita Fernández conoció a Fernando Ortiz a través de Pablo de la Torriente-Brau.
Comenzó a visitar su bufete de abogado en 1929. Durante el exilio de Ortiz mantuvo
estrecha comunicación con él, y a partir de 1933 hasta 1944 fue su secretaria personal.
20
Fernando Ortiz. Manifiesto a la Nación o Bases para una efectiva solución cubana. La
Habana, 1930.

16
manifiesto se pronunciaba contra la prórroga de poderes de Machado y
pedía la renuncia del presidente y el Congreso en pleno.
La labor de Ortiz durante estos años es diversa y fructífera en el
campo de las letras y la investigación etnográfica. Todos sus proyectos
culturales promulgan una actitud de rescate y renovación del pensamiento
científico y social del siglo XIX cubano. Desde esta perspectiva de conti-
nuidad histórica, y en busca de un pasado colectivo que imprima perso-
nalidad propia a la nación, y permita construir una sociedad «moderna»,
surge la revista Archivos del Folklore Cubano (1924-1930).21 Esta
publicación trimestral, fundada por José María Chacón y Calvo y Fer-
nando Ortiz, facilitó y propició el interés de intelectuales cubanos por
«descubrir» y «vulgarizar» (léase divulgar) los temas de cultura nacional,
entendida como «folclor».
Para difundir las ideas en boga sobre el folclor, el profesor Aurelio M.
Espinosa,22 ex presidente de la American Folklore Society, visitó La
Habana y en su conferencia «La ciencia del folklore» comentaba: «es la
ciencia que estudia el saber del pueblo, lo que el pueblo humilde va prac-
ticando durante su vida, de generación en generación, y aceptado y prac-
ticado por la gente llega a formar la base de su vida, de su modo de
pensar y obrar, de su religión; en fin, de la base filosófica de su vida
material y espiritual».23
Rodeado de este espíritu académico, en la introducción a su libro sobre
la imagen mariana, Ortiz nos dice: «nuestro propósito ha sido conocer a la
Virgen de la Caridad del Cobre, tal como vive en el alma popular de Cuba,
ya con la pureza más ortodoxa que desea la Iglesia Católica, ya con los
antecedentes paganos que en ella perduran o con las coloraciones negras
que la han amulatado y traído a las capas populares».
Se refiere al estudio de la tradición de la Virgen de la Caridad desde
una interpretación teológica y eclesiástica que evita los sincretismos y la

21
En 1923, por iniciativa de José María Chacón y Calvo, se crea la Sociedad de Archivos
del Folklore Cubano; la revista Archivos del Folklore Cubano fue su órgano de difu-
sión.
22
El catedrático Aurelio M. Espinosa, de Stanford (California) fue invitado a La Habana,
por la Institución Hispanocubana de Cultura, para ofrecer conferencias de vulgariza-
ción folclórica.
23
Aurelio M. Espinosa. «La ciencia del folklore», en Archivos del Folklore Cubano, La
Habana, vol. III, No. 4, 1928, p. 1.

17
«contaminación»; y desde una comprensión popular, «ingenua» o «su-
persticiosa», marcada por los aportes de diferentes estratos étnicos y
sociales. El antropólogo reproduce el dinamismo que se establece entre
esas dos interpretaciones y se dispone a explicar los fundamentos híbridos
de la cultura tradicional, a pesar de prejuicios académicos que subesti-
man lo popular. Fernando Ortiz advierte dos miradas: la letrada y la de
los «anónimos genios del pueblo humilde».
Diferentes concepciones teóricas impulsan a Ortiz por estos sende-
ros: la etnografía finisecular, su vocación por el método comparativo y
autores como J. G. Frazer, E. Tylor, E. Durkheim, Nina Rodríguez, H.
Hubert y M. Mauss, entre otros, presentes en toda su obra temprana
(1906-1920). También las nuevas tendencias de la sociología, la historia
y la antropología, que irrumpen en el escenario académico para remplazar
la concepción de «razas inferiores», «pueblos inferiores», por una inter-
pretación de los fenómenos sociales desde el prisma de la cultura y la
historia, que dejan atrás los conceptos de «pensamiento pre-lógico» y
«hombre primitivo». La obra de Fernando Ortiz en los años siguientes
tomará el camino de la reivindicación social de la cultura de origen afri-
cano en Cuba, y esclarecerá que no existe conexión causal entre raza y
las realizaciones culturales, entre raza y las cualidades psicológicas,
lingüísticas o religiosas de un pueblo o grupo étnico.24
Resultado directo de esta etapa son sus artículos, de carácter
etnográfico, publicados en la revista Archivos del Folklore Cubano:
«La antigua fiesta afrocubana del día de Reyes»,25 «Personajes del
folklore afrocubano», «El folklore azucarero. Costumbres populares cu-
banas», «Los negros curros», «La piedras del rayo. Folklore religioso
cubano» y «La milagrosa del cementerio de La Habana». Las observa-
ciones de Ortiz se encaminan a comprender la reminiscencia y presen-
cia de las ideas «arcaicas» en la cultura popular, sus variantes y expre-
siones tradicionales. Estos escritos, incluido el libro sobre la Caridad del
Cobre, denotan una etapa de la dignificación del concepto de cultura en
detrimento de la idea sobre las razas. Ya en 1929 escribe un artículo

24
Véase su libro El engaño de las razas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
La primera edición es de 1946.
25
Este artículo ya había sido publicado con anterioridad en la Revista Bimestre Cubana,
La Habana, vol. XV, No. 1, enero-junio, 1920.

18
definitivo para el cambio que se origina en su obra posterior; se titula «Ni
racismo ni xenofobia». Aquí rompe de manera radical con la concepción
evolucionista de las razas humanas y se pronuncia contra todo racismo
social y, reconociendo las ideas de Franz Boas, introduce el concepto de
cultura en sus estudios etnográficos.
En el libro La Virgen de la Caridad del Cobre: Historia y etnogra-
fía no adopta plenamente la concepción folclorista de la cultura, solo se
apropia de algunos términos e ideas, como el de «alma popular», «masas
anónimas», incluso «mentalidad primitiva» (este último a veces aparece
tachado en sus manuscritos, mostrando sus cambios conceptuales). Es-
cribe este libro en una etapa de transición de su pensamiento hacia una
concepción de la cultural como hecho social, sin desprenderse de la im-
pronta de la antropología finisecular. La revista Archivos del Folklore
Cubano no escapa de esta tendencia transitoria. Carolina Poncet escri-
be sobre las coplas populares; José María Chacón y Calvo insiste en el
romancero cubano; Ortiz publica el trabajo de Dolores de Ximeno sobre
«Los bandos de las fiestas populares»; Sofía de Córdoba reseña el fol-
clor del niño cubano, y así sucesivamente se publican artículos, que a la
luz contemporánea son de estimable valor histórico. Lo peculiar de esta
publicación y el movimiento de ideas que generó a su alrededor, radica
en el contexto histórico e intelectual en que se desarrolla, es decir, duran-
te el período de formación y consolidación del movimiento de la vanguar-
dia intelectual cubana. La descripción y valoración de las tradiciones
populares también se manifiesta como reacción a un pensamiento hasta
entonces erudito y letrado, que en ningún momento reconoció, salvo ex-
cepciones, el sentimiento popular. Otras publicaciones, como Carteles,
Cuba Contemporánea o Revista de Avance, han merecido este análi-
sis como publicaciones de vanguardia; Archivo del Folklore Cubano
merece esta apreciación.
Todo lo anterior despierta en Fernando Ortiz el interés por el estudio
de una de las tradiciones más antiguas y singulares del pueblo cubano.
La elección de este tema no es solo por la curiosidad «folclórica» de un
hecho que adquiere diferentes significados en la sabiduría popular. Su
inclinación por el tema mariano se relaciona además con su proyección
social y teórica, con su programa de estructuración de la sociedad cuba-
na, desprovista de criterios y argumentos fundacionales para una mayor
integración nacional.

19
La correspondencia de Fernando Ortiz con intelectuales, sacerdotes
y amigos durante los años en que prepara el libro (1925-1929), también
permite descifrar los pasos seguidos por Ortiz en la investigación sobre
la Virgen de la Caridad del Cobre.
En 1925,26 solicita al doctor Luis Fernández Marcané, distinguido abo-
gado e historiador de Santiago de Cuba, datos sobre el lugar de la apari-
ción de la imagen. Desde este momento comienza a interesase por el
estudio de la virgen cobrera. Años después, el 19 de diciembre de 1927,
envía una carta al señor reverendo cura párroco de la iglesia de Nuestra
Señora de la Caridad de Illescas, provincia de Toledo, y le explica:

Es el caso que estoy recopilando datos acerca de las imágenes


que se veneraron en Cuba, una de las cuales es precisamente la
Virgen de la Caridad que llamamos aquí del Cobre, por estar en el
santuario situado en la villa de este nombre en el lugar de una
antiquísima mina cuprífera, cuya explotación se inició poco des-
pués del descubrimiento.
(…) Comoquiera que la advocación de la Caridad es desde hace
siglos ya famosa en Illescas hasta el punto que de ella habla Lope
de Vega en una de sus comedias, se ha pensado si la advocación de
la Caridad de la villa del Cobre se debe a la traída de alguna imagen,
copia de la de Illescas o de alguna venerada efigie de otra ciudad,
como por ejemplo de Sanlúcar de Barrameda, en cuya ciudad es
también patrona, según me han dicho, la Virgen de la Caridad. Por
estas razones, para completar los datos históricos sobre este intere-
sante aspecto de la historia cubana, tengo el vivo deseo de obtener
la mayor cantidad de datos posibles sobre la historia de la Virgen de
la Caridad de Illescas, y sobre todo una fotografía directa y exacta
de la imagen a la cual se rinde culto en esa iglesia.27

Estas indagaciones, a pesar que demuestran la etapa primaria de


acopiar material e información sobre las imágenes marianas, sugieren
26
Carta de J. M. Menocal y Barreros dirigida a Fernando Ortiz, 22 de diciembre de 1925.
Archivo Fernando Ortiz, Instituto de Literatura y Lingüística, La Habana.
27
Carta de Fernando Ortiz dirigida al señor reverendo cura párroco de la iglesia de
Nuestra Señora de la Caridad de Illescas. Provincia de Toledo, 29 de diciembre de 1927.
Archivo Fernando Ortiz, Instituto de Literatura y Lingüística, La Habana.

20
un conocimiento previo sobre el tema. Ortiz conocía de las posibles
semejanzas entre la Virgen de la Caridad de Illescas, la de Sanlúcar
de Barrameda y la Caridad del Cobre, incluso dominaba la hipótesis de
que la Caridad del Cobre fuera una copia de alguna de ellas. Su trabajo
posterior lo llevaría a otras conclusiones. Sin embargo, ya aquí recono-
ce y manifiesta la necesidad de completar estos datos para la historia
de Cuba.
Durante sus pesquisas, establece una red de comunicación, propia de
su metodología de trabajo, que involucra a todos a su alrededor. Pregun-
ta a sacerdotes cubanos y españoles. El señor reverendo Francisco
Domínguez, capellán y mayordomo de Nuestra Señora de la Caridad
y administrador del Hospital de Mujeres de San Pedro, Sanlúcar
de Barrameda,28 le envía una fotografía de la Virgen de la Caridad de
Sanlúcar de Barrameda y el libro Historia de la imagen de Nuestra
Señora de la Caridad que se venera en Sanlúcar de Barrameda.29
El capellán del santuario de El Cobre, señor padre Antonio Veyrunes y
Dubois, también le envía una fotografía y la medida de la Virgen de la
Caridad del Cobre.30
Sus colaboradores no ignoran las búsquedas que hace Ortiz, como es
el caso de Juan Marinello que desde el Santuario del Cobre remite una
postal de la virgen con una amable nota:

Querido don Fernando: Hoy, visitando El Cobre lo he recordado


mucho. Supongo que tendrá usted todo lo que va aquí, pero por
si en estas iglesias también las cosas cambian, aquí le va el
dernier cri del Santuario. Analicé muy bien el detalle lunar.
Ya hablaremos. Pepilla lo saluda en el mejor afecto. Y yo en
28
Carta del capellán y mayordomo de Nuestra Señora de la Caridad y administrador del
Hospital de Mujeres de San Pedro, Sanlúcar de Barrameda a Fernando Ortiz, 29 de
diciembre de 1927. Archivo Fernando Ortiz, Instituto de Literatura y Lingüística, La
Habana.
29
El libro y la fotografía se conservan en el Archivo Fernando Ortiz, Instituto de Litera-
tura y Lingüística, La Habana.
30
Carta de Ortiz al señor padre Antonio Veyrunes y Dubois, capellán del santuario de El
Cobre, Oriente, 30 de enero de 1928. Archivo Fernando Ortiz, Instituto de Literatura
y Lingüística, La Habana. Aquí Ortiz le agradece al capellán por el envío de las fotogra-
fías y la medida de la Virgen del Cobre.

21
medio de estas montañas folclóricas le renuevo con un abrazo,
mi cariño de siempre.31

El detalle lunar constituirá uno de los epígrafes de su futuro libro, no


sin discutirlo y ponerlo a juicio del grupo de intelectuales que compartían
intereses comunes en la Sociedad de Archivos del Folklore Cubano.
Su secretario en aquel momento, el joven Pablo de la Torriente-Brau,
no solo mecanografió los apuntes de Ortiz sobre la Caridad del Cobre;
también debió buscar información por las calles de La Habana sobre el
culto mariano. Esta experiencia quedó relatada por Pablo:

…con el Dr. Fernando Ortiz yo estoy aprendiendo muchísimo co-


sas que en lo absoluto me interesan, pero que a veces me hacen
gracia, como por ejemplo, averiguar en una misma semana, y como
él dice, todos los chismes de la Virgen de la Caridad del Cobre y
del barón de Humboldt. Por lo demás, para que nunca se encuen-
tren diferencias en mi perfecta labor mecanográfica, yo tendré
buen cuidado en evitar que él sepa cómo yo a veces me distraigo
pensando algunas truculencias…32

De manera jocosa Pablo de la Torriente describe este momento y


recuerda la edición de la Colección de Libros Cubanos, creada y dirigida
por Ortiz, en particular el volumen Ensayo político de la isla de Cuba,
de Alexander von Humboldt, para el cual Ortiz escribió un extenso estu-
dio biobibliográfico sobre el naturalista alemán, publicado en 1930. Ante-
rior a esta fecha, en 1928, Ortiz había preparado el libro José Antonio
Saco. Contra la anexión, en cuyo prólogo y ultílogo hizo una valoración
histórica y humana de la figura de José Antonio Saco, con la finalidad de
recuperar la ética cívica del más polémico de los pensadores cubanos
del siglo XIX.
No obstante, y paralelo a las actividades sociales e intelectuales,
Ortiz continuaba sus averiguaciones y búsqueda de «chismes». Pero

31
Postal con la imagen de la Caridad del Cobre, firmada por Juan Marinello (no está
fechada). Archivo Fernando Ortiz, Instituto de Literatura y Lingüística, La Habana.
32
Pablo de la Torriente-Brau y Gonzalo Mazas Garbayo. Batey. Cultural S. A., La
Habana, 1930, p. 9.

22
esta vez cambia su estrategia y hace público, a través de la revista
Archivos del Folklore Cubano, su interés por el conocimiento del
culto mariano. Es así que en 1928 solicita a Adrián del Valle33 que le
traduzca el artículo de Irene Wright «Nuestra Señora de la Caridad del
Cobre (Santiago de Cuba) Nuestra Señora de la Caridad de Illescas
(Castilla, España)»,34 para darlo a conocer en las páginas de Archivos
del Folklore Cubano.35 Este polémico artículo de la historiadora nor-
teamericana en torno al origen de la Virgen de la Caridad del Cobre,
introduce la tesis de la oriundez española de esta virgen. En el número
siguiente de la revista, Ortiz publica la respuesta elaborada por el ca-
nónigo de la Catedral de La Habana, el padre Guillermo González Arocha
en su artículo «La piadosa tradición de la Virgen de la Caridad del
Cobre»;36 aquí refuta los argumentos de Miss Wright, y sobre todo
fundamenta sus ideas sobre la originalidad cubana del culto a la Virgen
de la Caridad. Estos dos artículos aumentaron el interés por el tema
mariano y les permitieron a Ortiz estructurar su libro, perfilar los capí-
tulos, y principalmente profundizar en cada aspecto tratado por los eru-
ditos colegas. El pie forzado desencadenó una curiosa discusión sobre
el carácter de la tradición mariana en Cuba. El Diario de la Marina37
interviene y publica un reportaje periodístico sobre los manuscritos de
J. J. Bravo del siglo XVIII, hasta entonces desconocidos, que narran la
historia de la aparición de la imagen cubana en la bahía de Nipe. Ortiz
pide a su propietaria, la condesa Diana, los manuscritos para hacer
33
Destacado periodista, nació en Barcelona en 1872 y murió en La Habana en 1945. Fue
secretario de redacción de la Revista Bimestre Cubana, trabajó como estacionario de la
Biblioteca de la Sociedad Económica Amigos del País. Tradujo Antropología y patolo-
gía comparadas de los negros esclavos, de Henri Dumont; Cuba a pluma y lápiz, de
Samuel Hazard, así como Cuba antes de Colón, de Mark Harrington. Estos libros se
publicaron en la Colección de Libros Cubanos dirigida por Fernando Ortiz.
34
Este trabajo la historiadora norteamericana lo había presentado en 1921 en la Asocia-
ción Española para el Progreso de las Ciencias, y publicado en las Memorias de la
Asociación, y más tarde en The Hispanic American Historical Review, noviembre,
1922, pp. 709-717.
35
El artículo de Irene Wright aparece en Archivos del Folklore Cubano, La Habana,
vol. III, No. 1, enero-febrero-marzo, 1928.
36
Este artículo aparece en Archivos del Folklore Cubano, La Habana, vol. IV, No. 2,
abril-mayo-junio, 1928.
37
Diario de la Marina, La Habana, 2 de diciembre de 1928.

23
anotaciones que también nutrirán las páginas que está confeccionando,
en particular los capítulos I y II que tratan acerca de las fuentes docu-
mentales y la tradición de la Virgen de la Caridad del Cobre. Es decir,
la lectura lo llevará a una amplia disertación y comparación entre la
narración del capellán de la Virgen J. J. Bravo y la narración del cape-
llán Onofre de Fonseca.
Echado a rodar el tema fueron apareciendo nuevas facetas para su
estudio, en particular y de remoto significado: la «medida de la Virgen».
Su amigo Juan O’Callaghan, abogado, contador-profesor mercantil y
notario de Tortosa, España, le enviaba por correo un paquete certificado
con los siguientes materiales:

A) La colección de un periódico dedicado a la Santa Cinta. B)


Una medida de seda, como las que adquieren las embarazadas, de
la longitud de la reliquia. C) Un folleto histórico, muy interesante,
del capellán de la archicofradía, avalado con dedicatoria y ofreci-
mientos de su persona para cuando le necesite. Es hombre de
vasta cultura, que ha tenido a su cargo el archivo de esta catedral,
uno de los más documentados del mundo y quizás el más rico en
códices. D) Y un folleto «Resumen de la Santa Cinta» del que he
tirado 3 000 ejemplares, repartidos entre las personas que el día
de la Fiesta entraron en la Catedral.38

Acapara la atención de Ortiz el estudio de las imágenes tradicionales


de España y su influencia en los cultos locales de Cuba. La «cinta» o
«medida» de la Virgen, tradición antigua en Europa y uno de los atributos
más antiguos en la tradición mariana, también aflora –con los mismos
fines de cuidado y protección a las embarazadas– en el santuario de El
Cobre. La cultura de otros pueblos encontraría lugar en la imagen cobrera.
Ortiz incursiona en la simbología universal y descifra hasta el más míni-
mo de los pormenores, el significado de las cintas y el dibujo que adorna
las cinta de la Virgen como las tres líneas que forman una figura
paralelográmica, tanto en las cintas o medidas de Tortosa, España, como
en las de El Cobre, Cuba.

38
Carta enviada por Juan O’Callaghan a Fernando Ortiz el 8 de octubre de 1929. Archivo
Fernando Ortiz, Instituto de Literatura y Lingüística, La Habana.

24
Otros amigos, como Esperanza Valdés Rodríguez,39 fiel colaborado-
ra, realiza una descripción del «baño de la Caridad», colecciona imáge-
nes, cintas, incluso le escribe sus propias observaciones del día 8 de
septiembre de 1929. Su testimonio concerniente a las festividades de la
Caridad del Cobre, denota una manera singular de apreciar este fenó-
meno sociológico en la década de 1920. Sus comentarios simplifican la
religiosidad popular y la vinculan con la «moralidad dudosa». Ortiz con-
servó esta interpretación, atento a cuantas observaciones y contribucio-
nes posibles tributaran a la conformación de su libro.
Para dilucidar los elementos simbólicos presentes en la imagen de
la Virgen del Cobre, publica el artículo «La semiluna de la Virgen de la
Caridad del Cobre»,40 e introduce una nueva pregunta: «¿Por qué el
creciente lunar de la Virgen de la Caridad del Cobre, tiene sus puntas
hacia abajo y no hacia arriba, singularizando así a la imagen cobrera de
todas las otras mariares del catolicismo? ¿Puede alguien darnos la expli-
cación?»41
Esta pregunta marcaba la dirección de la investigación de Ortiz, no
solo era necesario desentrañar los orígenes y la tradición cubana de la
Virgen. En la imagen figuraban símbolos que se formaron en diferentes
etapas de la historia y cultura de la humanidad. Las puntas de la media
luna «hacia abajo», no eran un mero capricho del arte religioso, respon-
dían a causas históricas. Pero, cómo responder a esa interrogante.
Aunque era una práctica corriente de la revista Archivos del Folk-
lore Cubano convocar a sus lectores a participar en temas como este,
las repuestas no fueron muchas; sin embargo, las cartas que recibió Ortiz,
de sorprendentes respuestas, expresan interpretaciones populares de di-
ferentes regiones del país sobre el detalle lunar de la Virgen.
Desde Cienfuegos el doctor Morales Patiño, colaborador de la revis-
ta Archivos del Folklore Cubano, escribe una carta a Ortiz y comenta
que la luna se encuentra en forma inversa a la natural por un descuido
del artista que dibujó la primera imagen. Ya la segunda y sucesivas co-

39
Maestra de una de las escuelas de la Sociedad Económica Amigos del País y hermana
del doctor José Manuel Valdés Rodríguez.
40
Fernando Ortiz. «La semiluna de la Virgen de la Caridad del Cobre», en Archivos del
Folklore Cubano, La Habana, vol. IV, No. 2, abril-junio, 1929.
41
Ibídem, p. 163.

25
pias de esta imagen han reproducido y perpetuado la posición equivoca-
da de la luna.42
El doctor Patiño también trasmite el criterio de un anciano negro de
107 años de edad, Ta-Francisco, perteneciente a la sociedad local afri-
cana «La divina Caridad», que afirmaba que la Virgen del Cobre apare-
ce sobre la luna teniendo esta los cuernos hacia abajo, porque la Virgen
del Cobre tiene más potencia que la luna. Además, el Ta-Francisco re-
fiere que este concepto lo tiene desde su niñez, en cuya época era cono-
cido por todos sus compañeros.43
Rodolfo Mariño, desde Camagüey, escribe que la luna tiene las pun-
tas hacia abajo «por la sencilla razón de que no es tal luna. Por eso nadie
ha podido darle la explicación que usted desea.» Sin embargo, dice:

Pero la tiene, y muy lógica por cierto. En la estampa de la Caridad


está representado el milagro de haber salvado de la muerte a tres
pobres navegantes, combatidos por una furiosa tempestad. ¿No
es así?
Cuando se les apareció la Virgen, la tempestad cesó. Y la Virgen
apoyaba sus pies en el arco iris. No hay pues tal Luna con las
puntas hacia abajo. Se trata sencilla y lógicamente del arco iris,
que aparece después de la tormenta y que la Virgen tomó como
base, por ser el lugar más luminoso de aquel oscurecido espacio.44

El profesor, crítico de arte doctor Ezequiel García Enseñat, respon-


diendo a la solicitud de Ortiz, publica un artículo en las páginas de Archi-
vos del Folklore Cubano, titulado: «La media luna de la imagen de la
Caridad del Cobre».45 Este autor aclara que existen otras imágenes con
la media luna hacia abajo, como la Concepción de la villa de Alhendín
(Granada); la Purísima de la catedral de Córdoba; la de la iglesia de San

42
Véase carta del doctor Morales Patiño a Fernando Ortiz, 25 de septiembre de 1929.
Archivo Fernando Ortiz, Instituto de Literatura y Lingüística, La Habana.
43
Ibídem.
44
Carta de Rodolfo Mariño a Fernando Ortiz, 27 de agosto de 1929. Archivo Fernando
Ortiz, Instituto de Literatura y Lingüística, La Habana.
45
Ezequiel García Enseñat. «La media luna de la imagen de la Caridad del Cobre», en
Archivos del Folklore Cubano, La Habana, vol. V, No. 1, enero-marzo, 1930, p. 32.

26
Nicolás en Murcia; la Inmaculada de la Catedral de Sevilla (capilla de la
concepción grande), entre otras.
Según García Enseñat, la posición infraversa de la luna se debe a una
interpretación teológica, que ampliamente argumenta el profesor Interián
de Ayala en su libro El pintor cristiano y erudito, o tratado de los
errores que suelen cometerse frecuentemente en pintar y esculpir
las imágenes sagradas. Esta obra data del siglo XVI y aclara que la
media luna de la Purísima Concepción debe pintarse con las puntas ha-
cia abajo por la interpretación del Apocalipsis y no del modo que se ha
acostumbrado.
A partir de estas interpretaciones del astro lunar y la Virgen, Ortiz
elaboró el capítulo X de su libro con epígrafes como: «La semiluna al pie
de ambas imágenes: supraversa en la de Illescas, infraversa en la del
Cobre»; «El creciente en las imágenes marianas», entre otros. Estas
búsquedas le permitieron indagar en los elementos iconográficos, históri-
cos y mitológicos del culto de la Virgen de la Caridad en Cuba.
Durante el año de 1929 sostiene una fluida correspondencia con el
historiador Rafael Martínez, del Centro de Estudios Históricos, en Ma-
drid, con quien mantenía una vieja amistad y preparaba un nuevo viaje a
España. El viaje se realizaría el 11 de diciembre de ese mismo año. En
carta a Rafael Martínez, del 8 de mayo de 1929, explica que se encuen-
tra en una fase superior en las investigaciones y recuerda que durante su
vista en noviembre de 1928 al santuario de Illescas, en España, junto con
su amigo José María Chacón y Calvo, se habían convencido de que las
imágenes de la Virgen de la Caridad de Illescas y la Virgen de la Caridad
del Cobre eran totalmente diferentes; sin embargo, admite que es posible
que la advocación de la cubana haya venido como derivación de la cas-
tellana, como lo fue la Virgen de Sanlúcar de Barrameda. Pero lo que no
cabe duda, dice Ortiz, es que: «Miss Wright no vio lo que dice que vio»,46

46
Carta de Fernando Ortiz al señor don Rafael Martínez, 8 de mayo de 1929. Esta carta
ha sido facilitada por Trinidad Pérez, investigadora y vicepresidenta de la Fundación
Fernando Ortiz, quien actualmente prepara el primer volumen de la «Correspondencia
inédita de Fernando Ortiz». Gracias a su colaboración he consultado las siguien-
tes cartas: de Fernando Ortiz a Rafael Martínez: carta del 24 de octubre de 1928; carta
del 8 de mayo de 1929 y carta del 15 de junio de 1929; de Rafael Martínez a Fernando
Ortiz: carta del 19 de abril de 1929; carta del 4 de octubre de 1929. Fondo Fernan-
do Ortiz, Biblioteca Nacional José Martí, La Habana.

27
y a renglón seguido comenta: «Mi trabajo, debido al apremio de otros,
casi simultáneo, no podrá ver la luz sino a finales de este año.»47
Sabemos que a finales de 1929 se acrecentó la dictadura de Ma-
chado y en los primeros meses de 1930, Ortiz partió exiliado para los
Estados Unidos. Hasta esta fecha Ortiz trabajó intensamente y fra-
guó los contenidos principales del libro de la Caridad del Cobre. Sin
embargo, siempre surge la duda: ¿por qué Ortiz no publicó esta obra?
Los intereses de Ortiz fueron cambiando y adecuándose a nuevas
demandas intelectuales y hasta preferencias personales. Luego de
su regreso de Estados Unidos (1934),48 se involucra de nuevo en las
actividades de la Institución Hispanocubana de Cultura (segunda eta-
pa); crea en 1936 la Sociedad de Estudios Afrocubanos y dirige su
órgano de difusión: la revista Estudios Afrocubanos; publica la re-
vista Ultra y escribe, siempre polemizando con sus contemporáneos,
su obra más conocida, el Contrapunteo cubano del tabaco y el
azúcar (1940).
Y así, sucesivamente, culmina otros proyectos como el libro El
engaño de las razas (1946); la colosal obra Instrumentos de la
música afrocubana, en cinco tomos (1952-1955); la Africanía de
la música folklórica de Cuba y otras más, sin mencionar aquí su
actividad cívica y su labor como abogado. El libro sobre la Caridad
del Cobre fue quedando atrás, a pesar de que continuaba recopilando
información sobre el tema. También quedaba atrás la discusión que
se suscitó en los años veinte sobre el origen vernáculo o no de la
Caridad del Cobre. Así pasaba también con otros libros, como sus
estudios sobre ñañigos, las oraciones populares, el choteo, o sobre
fray Bartolomé de las Casas, por citar algunos ejemplos. Creo que
priorizó aquellos libros que apremiaban y daban respuestas a proble-
máticas vigentes en el campo de las ciencias humanísticas cubanas,
y otros, como el que ahora nos ocupa, yacían en su archivo para que
alguna vez se publicaran.

47
Ibídem.
48
En Estados Unidos Ortiz organizó la Embajada de «Cuba libre en Washington» junto
con el ingeniero Eduardo Chibás, Herminio Portell Vilá y Ventura Dellundé.

28
La Virgen de la Caridad del Cobre: aproximaciones a su culto
en Cuba

Las narraciones sobre la aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre


en la historiografía cubana se difundieron a partir de las versiones de los
textos originales que escribió el capellán Onofre de Fonseca en 1703,
compuestos y rescatados por el presbítero Bernardo Ramírez en 1782,
y posteriormente publicados en 1829 por el sacerdote Alejandro de Paz y
Ascanio. En el siglo XIX se redactaron varias versiones de este libro.49
Incluso, historiadores como José García Arboleya en el Manual de His-
toria de Cuba, Samuel Hazard en Cuba a pluma y lápiz, y Jacobo de
la Pezuela en su Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la
Isla de Cuba, repitieron, sin crítica histórica, los datos que aportó Onofre
de Fonseca.
Como tendencia, en la primera mitad del siglo XX proliferaron, con
carácter informativo y apologético, los escritos sobre la Virgen de la
Caridad. En 1916, por solicitud de los Veteranos de la Guerra de Inde-
pendencia, encabezados por Jesús Rabí, el papa Benedicto XV procla-
mó Patrona de Cuba a la Virgen de la Caridad del Cobre. Este hecho
propició una mayor divulgación del culto mariano. En la zona occidental
del país, América Arias, esposa del presidente José Miguel Gómez, por
su devoción a la Virgen de la Caridad solicitó al papa San Pío X que
dedicara un templo en La Habana. Fue escogida la iglesia de Nuestra
Señora de Guadalupe50 o La Salud, la que desde 1911 se denominó Nues-

49
La edición que Fernando Ortiz utiliza para su libro se tituló Historia de la aparición
milagrosa de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, sacada de un manuscrito que el
primer capellán que fue de ella, presbítero D. Onofre de Fonseca, componía por el año
de 1703 y sacada de los autos que en el 1688 se formaron ante el juez competente, los
cuales se hallan en el archivo de la Santa Casa, por el presbítero D. Bernardo Ramírez,
capellán que también fue de la Santísima Virgen. 2da. ed., Imprenta de Daniel Bermúdez,
La Habana, 1916. Existen ediciones anteriores: Imprenta de Loreto Espinel, Santiago de
Cuba, 1829; Imprenta del Real Consulado, Santiago de Cuba, 1830; Imprenta Fraternal,
La Habana, 1840; Imprenta de la Viuda e Hijos de Espinel, La Habana, 1853. Y posterior
a la de 1916: Escuela Tipográfica Don Bosco, Santiago de Cuba, 1935.
50
Un dato curioso: en esta iglesia fue bautizado Fernando Ortiz el 9 de septiembre de
1881.

29
tra Señora de la Caridad. Con tal motivo se efectuaron considerables
reparaciones al templo. En 1915 se bendijo y se abrió al culto.51
La Virgen de la Caridad del Cobre, devenida un símbolo nacional, fue
objeto de numerosos artículos en publicaciones periódicas católicas y
otras no religiosas. La imagen de la Virgen penetró en todos los ámbitos
de la sociedad, en el discurso político, económico y cultural.52 Los traba-
jos de fray Paulino Álvarez, Guillermo González Arocha y Ezequiel García
Enseñat sobre la Caridad del Cobre se concentraron principalmente en
la restitución, aumento y propagación de su culto.
La literatura crítica o valorativa sobre el culto mariano se limitó a
pocos estudios. No es hasta finales de la década de 1930 que Rómulo
Lachatañeré,53 en su artículo «Las religiones negras y el folclor cuba-
no», y José Juan Arrom en su ensayo «La Virgen del Cobre: historia,
leyenda y símbolo sincrético», estudian el devoto relato como producto
cultural. Lachatañeré se refiere a la cosmovisión de la santería y su
relación con el culto a la Virgen de la Caridad del Cobre y considera que
existe similitud poética entre estos cultos, pues facilita que se combine el
contenido simbólico del catolicismo con la teología yoruba. Lachatañeré
sitúa los puntos de identidad entre estas dos religiones y señala que «Oshún,
la dueña de Cuba…» y la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba ocupan
un lugar en la conciencia del cubano. El paralelismo entre Ochún y la
Virgen de la Caridad del Cobre es referido por Ortiz en el prólogo al libro
de Rómulo Lachatañeré ¡Oh, mío Yemayá!; aquí señala: «Ochún, que
aquí en Cuba se catoliza con la advocación más popular de la gran enti-
dad femenina del santoral eclesiástico, la Virgen de la Caridad del Cobre
es, como Venus, la diosa de las aguas, del amor y la fecundidad, la que
fertiliza las tierras con su lluvia y hace nacer las cosechas.»54
En esta misma línea de interpretación como fenómeno social y cultu-
ral en la formación del cubano, el historiador y lingüista José Juan Arrom

51
Véase presbítero Ramón Suárez Polcarí. Historia de la Iglesia Católica en Cuba. t. II,
Ediciones Universal, Miami, 2003, p. 282.
52
Véase Olga Portuondo. La Virgen de la Caridad del Cobre: símbolo de cubana. Edito-
rial Oriente, Santiago de Cuba, 2001.
53
Sus escritos están compilados en el libro El sistema religioso de los afrocubanos.
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001.
54
Fernando Ortiz. Prólogo a Rómulo Lachatañeré. ¡Oh, mío Yemayá! El Arte, Manzanillo,
1938, p. XXI.

30
aporta una nueva visión sobre el papel que pudieron desempeñar las
costumbres aborígenes en la formación del culto mariano. Según su con-
cepción, los aborígenes practicaron el culto a la Madre de Dios. Los
taínos, en su teología, contaban con Atabex o Atabey, madre de las aguas,
divinidad relacionada con la luna, las mareas y la maternidad; deidad
femenina de gran fuerza creadora. Estas características de los cultos
taínos, afirma Arrom, pudieron ser atribuidas a la Madre de Dios cris-
tiana, hecho que facilitó la asimilación de los patrones religiosos cristia-
nos. Para Arrom, la patrona de Cuba se expresa en tres dimensiones,
depende desde dónde se le mire: «la Virgen de la Caridad del Cobre es
María, es Atabex y es Ochún; es decir, una y trina».55
El préstamo o proceso de transculturación, como diría Ortiz, entre
ambas religiones, queda fuera de su estudio. Esta transición, aunque po-
sible, se enuncia de manera idílica, pacífica y hasta romántica. Estos
procesos debieron ser violentos e impositivos. El cambio de cosmovisión,
a partir de la similitud de cultos, es una condición necesaria pero no
suficiente, y menos creer que los aborígenes asumieron la religión cató-
lica sin simulación y resistencia. El catolicismo debió imponerse con toda
la fuerza de religión dominante durante la feroz conquista.
Otros aspectos vinculados con los orígenes de la nación cubana son
descifrados por Arrom en el relato de Onofre de Fonseca; un período
indiófilo, propio de la primera etapa del desarrollo social en la isla, que se
expresa a través de dos episodios relacionados con la imagen de Nues-
tra Señora entregada por los conquistadores a caciques cubanos, al caci-
que de Macaca y al del cacique de Cueiba. Ambos fueron reproducidos
por fray Bartolomé de las Casas, por el navegante Enciso, e incluso
compilados por Pedro Mártir, cronista de Castilla. Los episodios son di-
ferentes. En la primera historia participa el conquistador Hojeda, conoci-
do por las atrocidades que cometió en La Española; sin embargo, es
considerado por el padre Las Casas un ferviente devoto de la Virgen
María. Cuentan que perdido en las tierras de Cuba después de vagar
durante días, desesperado por lo agreste y pantanoso del terreno, la es-
casez de alimentos y agua, es salvado por el cacique de Cueiba, y en

55
José Juan Arrom. «La Virgen del Cobre: historia, leyenda y símbolo sincrético»,
en Estudios Afrocubanos. Facultad de Letras, Universidad de La Habana, La Habana,
1990, t. 2, p. 295.

31
agradecimiento, Hojeda le entrega una imagen de la Virgen «maravillo-
samente pintada» al cacique.
El otro episodio se debe a un marinero que fue salvado en la inme-
diación de Cabo Cruz, y de igual modo fue socorrido, y a cambio regaló
una imagen de María Santísima al cacique de Macaca. Esta imagen se
convirtió en protectora de los indios e incluso adquirió mayor relevan-
cia y poder que los cemíes. José Juan Arrom y Fernando Ortiz diferen-
cian estas historias, sin embargo, es notable la confusión que existe
sobre este tema entre otros autores. Es decir, la primera etapa de de-
voción, Arrom la denomina india: «La virgen se identifica india cuando
Cuba era india.»56 En sus episodios y narraciones los cronistas descri-
ben el amor que profesaban los indios por la imagen de María Santísi-
ma y en particular, testifican del proceso de sustitución del cemí57 por
la imagen mariana. Los «idolillos» serán cada vez más débiles y menos
milagrosos.
Arrom señala un segundo período, cuando «Cuba se vuelve criolla y
se identifica con los criollos». En esta etapa intervienen Rodrigo, Juan
Joyos y Juan Moreno,58 dos indios que hablaban español y uno que sabía
leer. A ellos ya no se les puede considerar productos exclusivos de la
cultura taína, ni a Juan Moreno, negrito nacido en El Cobre, resultado

56
Ibídem, p. 286.
57
En la transición de credos sugerida en el relato de Enciso, los indios descubrieron mayor
protección en la Virgen María que en sus cemíes.
Los nombres utilizados para sintetizar y significar los objetos del nuevo mundo expre-
san la evolución en el registro de lo imaginario entre las relaciones de los europeos y los
indígenas. En las crónicas de Indias fueron cambiando los conceptos, transitando sus
significados desde objetos desconocido como el «cemí», pasando por «ídolo» hasta
trasformarse en «figura diabólica». Véase Serge Gruzinski. La guerra de las imágenes.
De Cristóbal Colón a Blade Runner (1492-2019). Fondo de Cultura Económica, Méxi-
co, 1999.
58
Estos son los tres Juanes o los tres humildes pescadores, como también son conside-
rados por el folclor popular, que participan en el hallazgo de la Virgen de la Caridad. En
la actualidad, en las imágenes más difundidas, aparecen un hombre negro rezando y dos
blancos que van remando en un bote al encuentro de la Virgen Santísima. Pero, según la
tradición de la Iglesia Católica, los autores del hallazgo fueron dos indios y un negrito.
No nos detenemos en estas consideraciones porque el tema de la representación étnica
y sus variantes en la aparición de la Virgen de la Caridad es tratado por Fernando Ortiz
en el presente libro.

32
exclusivo de la cultura africana: todos simbolizaban la nueva generación
de criollos. Los tres Juanes en la narración de Onofre de Fonseca expre-
san las relaciones interétnicas del indio, del africano y del español, intér-
pretes activos del nombrado suceso.
Cuando Arrom se refiere a la fecha de los milagros de la Virgen de
la Caridad del Cobre (después de la llegada de Francisco Sánchez
de Moya [1597] y antes de 1608), sugiere otra perspectiva de análisis de
este hecho: el «hallazgo» coincide, en el tiempo y la geografía del país,
con aspectos del relato que describe Silvestre de Balboa en el poema
épico Espejo de paciencia. En ambos se descubre, no por descen-
dencia sanguínea, el sentimiento de criollo. Los protagonistas partici-
pan en la conformación de esa sociedad que comienza a sentir apego
por la tierra y los valores autóctonos. Si en algo coinciden estos relatos,
y es un tema para otro momento, es en que ambos documentos (los
manuscritos de Onofre de Fonseca y Espejo de Paciencia) se difun-
dieron a inicios del siglo XIX, en el período en que el criollismo adquirió
dimensión política.
Un paso más en el conocimiento de la historia del culto mariano en
Cuba fueron las investigaciones del historiador Leví Marrero en el Ar-
chivo General de Indias. Marrero encontró las declaraciones de Juan
Moreno sobre la aparición de la Virgen de la Caridad en la bahía de
Nipe, único testigo de vista que participó en el hallazgo de la Virgen. Este
documento que se suponía perdido, le hace pensar a Marrero la absoluta
credibilidad del relato descrito por el capellán Onofre de Fonseca acerca
de los implicados en la conocida narración. Novedoso en su estudio es el
examen de la comunidad esclava de las minas de El Cobre, y sobre todo
que demuestra, con cifras demográficas y documentos, el rápido
acriollamiento de la población cobrera. En 1665 El Cobre contaba con
280 personas y solo cinco son identificados como africanos. El acucioso
historiador consigna datos reveladores para comprender los sucesos his-
tóricos de la bahía de Nipe.
El más reciente libro59 sobre este tema en la historiografía cubana
le pertenece a la profesora e investigadora Olga Portuondo, titulado La

59
La Academia norteamericana también ha incursionado en este tema: Thomas A. Tweed.
Our Lady of the Exile. Diasporic Religion at a Cuban Catholic Shrine in Miami. Oxford
University Press, New York, 1997 y María Elena Díaz. The Virgen, the King, and the

33
Virgen de la Caridad del Cobre: símbolo de cubanía. La autora
incluye nuevos documentos de los archivos españoles, que no conocie-
ron ni Fernando Ortiz ni Leví Marrero. Describe el desarrollo histórico
de la comunidad cobrera, lo regional y particular de este fenómeno
histórico. Su estudio abarca el período desde la aparición de la Virgen
en el siglo XVII hasta las publicaciones que se hicieron en fechas re-
cientes. Relaciona los orígenes de la nación cubana con la evolución y
configuración del culto a la Caridad del Cobre. Es un libro erudito en
información y tiene el mérito, en la historiografía de la etapa posterior
a la revolución cubana (1959), de apreciar este suceso religioso como
un fenómeno histórico y cultural sin el cual no es posible comprender
cabalmente la sociedad pasada y presente de los cubanos. La profeso-
ra Portuondo consigna en su libro el trabajo que realiza con la papelería
inédita de Fernando Ortiz. Sus informaciones y citas nos orientaron
para cotejar con mayor rigor los manuscritos de Fernando Ortiz para la
presente edición.
A pesar de que existe una larga lista de autores, libros y artículos que
han tratado el tema, la obra de Fernando Ortiz La Virgen de la Caridad
del Cobre: Historia y etnografía se distingue por su originalidad. Ortiz
indaga en la relación entre lo iconográfico y lo real, entre la imagen (su
fuerza de expresión) y los contextos en que aparece esta imagen, entre
el lenguaje metafórico y los saberes cotidianos. Secciona el libro en dife-
rentes estratos: en el conocimiento documental de la aparición de la Vir-
gen de la Caridad del Cobre; en el estudio comparativo entre las imáge-
nes de la Caridad de Illescas y la Virgen de la Caridad del Cobre, y en el
estudio de los símbolos de ambas imágenes, es decir: de los nimbos, las
coronas, los brazos, luna, el tamaño, la estrella en la frente, el color epi-
dérmico, los milagros, los tronos, las carrozas, la canoa, y los tres Juanes.
Relaciona la narración con los factores hispanos, indios y negros floreci-
dos en el culto mariano; y finalmente, desentraña el influjo precristiano
vigente en la iconografía de la imagen de El Cobre.

Royal Slaves of El Cobre (Negotiating Freedom in Colonial Cuba, 1670-1780). Stanford


University Press, California, 2000. Asimismo, el escritor mexicano Félix Báez-Jorge ha
publicado un interesante ensayo titulado «La Caridad del Cobre y la historia cubana»,
en Unicornio. Suplemento científico y cultural de Por esto!, Mérida, Yucatán, domingo
16 de julio de 2000.

34
Ortiz aclara que su estudio recogerá y discutirá los elementos de la
historicidad de la imagen: «Así trataremos de hacer nosotros en este
escrito; pesquisa y análisis de historia y de folclor, de realidades compro-
badas o probables y de sus deformaciones por la demosofía universal, y,
en particular, por la cubana, dejando aparte el aspecto de la causación
metafísica que, como tema de pura fe, queda fuera de toda posible labor
de ciencia.»
Partiendo de esta concepción respetuosa en cuanto a los dogmas de
la religión, señala las posibles interpretaciones históricas de la aparición
y devoción en Cuba de la Virgen de la Caridad del Cobre y los elementos
folclóricos que se han ido tejiendo en su devoción católica, a los cuales
les llama las hebras hispánicas, cubanas, africanas y criollas de la urdim-
bre folclórica de Cuba.
La Caridad del Cobre, con su pigmentación espiritual, dice Ortiz, ha
pasado de los altares de los blancos dominadores al corazón de los hu-
mildes dominados. La cultura de los aborígenes y negros dominados se
abrió paso conquistando un lugar en la imagen de la Caridad del Cobre.
Esta transición no es casual; en ella influyó la política eclesiástica en las
posesiones de ultramar. En particular, la difusión y práctica de la doctrina
de la Santísima Virgen María.60
La literatura recoge la presencia de indios y negros en la primera
mitad del siglo XVI. Pero poco se sabe de la percepción que tuvieron los

60
En las Leyes de Indias anotadas por Fernando Ortiz, dice: «Don Felipe IV en Madrid
a 10 de mayo de 1643. Que se celebre cada año el patrocinio de la Virgen Santísima
Nuestra Señora en las Indias, con la fiesta y novenario que se ordena. En reconoci-
miento de las grandes mercedes y particulares favores que recibimos de la Santísima
Virgen María Nuestra Señora, hemos ofrecido todos nuestros reinos a su patrocinio
y protección, señalando un día en cada un año para que en todas las ciudades, villas
y lugares de ellos, se hagan novenarios, y cada día se celebre misa solemne con
sermón y la mayor festividad que sea posible, asistiendo nuestros virreyes y audien-
cias, gobernadores y ministros, por lo menos un día del novenario, y haciéndose
procesiones generales con las imágenes de mayor devoción. Mandamos a los virre-
yes, presidentes, gobernadores, corregidores y alcaldes, mayores de nuestras Indias,
que cada uno en su distrito, ciudad, villa o lugar, participándolo al arzobispo, obispo
o vicario, celebren fiesta todos los años el domingo segundo del mes de noviembre a
la Virgen Santísima Nuestra Señora, con título de patrona y protectora como se hace
en estos nuestros reinos.» Véase Ley XXIV, Título Primero, Libro Primero de Leyes
de Indias, Madrid, 1841, p. 5.

35
aborígenes sobre el mundo cristiano. Debemos pensar que las anotacio-
nes y observaciones que realizaron hombres letrados sobre los aboríge-
nes tenían como objetivo glorificar la colonización. Es una excepción la
obra del padre Las Casas, que describió los horrendos crímenes de este
hecho histórico; tal vez sea esta una de la razones por las que sus libros
permanecieron inéditos en los archivos españoles hasta mediados del
siglo XIX.
Las Casas comentaba: «Preguntando españoles a indios (y no una
vez acaeció sino más) si eran cristianos respondió el indio: “Sí señor, yo
ya soy poquito cristiano, dijo él, porque ya saber yo un poquito mentir,
otro día saber yo mucho mentir, y seré yo mucho cristiano”.»61
Sin embargo, esa transición de credo, dice Ortiz, no debió ser sencilla.
La Virgen de la Caridad fue la diosa de los fuertes, que pudieron
vencer a los cubanos y rendirlos a un estado social de inadaptación que
los llevó al exterminio. ¡Cuán fuerte debió de ser la diosa que así los
destruía! ¡Cuán blasfema para ellos debió de sonar su advocación, si
llegaran a entenderla!
Es una perspectiva que describe el dinamismo del contacto cultural,
la confrontación, el intercambio y la subversión de valores. Con el exa-
men del desplazamiento de la religiosidad aborigen por el catolicismo, la
transición de una cultura a otra, el cambio cultural, Ortiz está esbozando
en estas reflexiones su futuro concepto de transculturación.62
«La religión dominante –continúa el sabio cubano– pasa a ser la ver-
dadera, y cuando se colorea intensamente por la moral, es familiar la de
los dioses buenos. La religión de los dominados es la falsa, la que, sin
embargo, tiene potencias sobrenaturales ciertas pero inferiores, rebeldes
y malas. Los dioses de los vencidos son las deidades del mal, los diablos
malignos, que, sin embargo, tienen potencia sobrenatural para obrar pro-
digios.»
Los llamados «factores africanos», expresados en el culto a la Cari-
dad del Cobre, Fernando Ortiz no los desarrolla; inicia en las culturas
61
Bartolomé de las Casas. Historia de las Indias. M. Aguilar, Madrid, 1927, t. III, p. 310.
62
El concepto de transculturación Fernando Ortiz lo define en su libro Contrapunteo
cubano del tabaco y el azúcar, publicado en 1940. Con posterioridad se han realizado
varias ediciones de este libro. Recomendamos la edición crítica de Enrico Mario Santí.
Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Cátedra Letras Hispánicas, Madrid,
2002.

36
africanas la búsqueda de aquellos elementos que se expresan en el
simbolismo de las imágenes católicas, como es el símbolo lunar. A su vez
indaga cómo en Cuba el culto a la Virgen de la Caridad se maneja en la
santería y en el ñañiguismo. De sus notas manuscritas tomamos la si-
guiente observación durante una visita a Matanzas en 1929:

En una procesión de ñañigos en Matanzas hemos visto llevadas en


andas por cuatro abacuaces una imagen de la Virgen de la Caridad.
Es la única vez que hemos observado en Cuba una tan completa
forma de sincretismo entre las figuraciones de los religiosos católi-
cos, ñañigos y nigeriana o lucumí. Ello prueba el arraigo creciente
de la devoción de la Virgen de la Caridad en nuestro país.

Entre sus papeles se encuentran otros datos, como una libreta abacuá
fechada del 18 de enero de 1932, que aclara: «Esta libreta es para apren-
der encane del abacuá», y aquí se hace la siguiente mención: «poco de
miel de abeja i despues esta gracia a la Virgen de la Caridad. La Virgen
de la Caridad me acompañe y me cubra con gloriosísimo manto con su
hijo. Con los Santos».63
También conserva en su archivo la receta del «Baño de la Caridad»
de los «espiritistas brujos».64 Estas informaciones denotan dos cuestio-

63
Respetamos la ortografía del autor Manuel Scala (Choli). Archivo Fernando Ortiz,
Instituto de Literatura y Lingüística, La Habana. Dato facilitado por la especialista Ada
Cantera Pérez.
64
Sobre este tema Esperanza Valdés le escribe a Ortiz: «la Virgen de la Caridad es otra de
las advocaciones que emplean los espiritistas-brujos para sus prácticas.
»Nada más eficaz consideran para alejar la mala suerte y para poner al individuo en
condiciones de alcanzar lo que más anhela, bien sea dinero, suerte en amores, etc., que
el «Baño de la Caridad». Se compra un manojo de albahaca, otro de yerba «botón de
oro» con sus correspondientes flores y otro de incienso. Todo debe ser fresco. Se llena
de agua limpia una palangana o recipiente análogo. Se echan las yerbas y se estrujan un
poco entre las manos para que el agua reciba la savia de las yerbas y se perfume. Se echa
una cantidad proporcional de miel de abejas y además dos huevos con su clara y yema
y se bate para que todo se mezcle y se diluyan bien las yemas de los huevos.
»Se deja reposar todo un rato y después el individuo deberá darse un baño de aseo para
quedar bien limpio.
»Terminado el baño de aseo, se procede a apartar las yerbas del agua y se dejan a un
lado. Entonces, hecha la señal de la cruz, esto es, después de persignarse, la persona

37
nes: la primera, Ortiz aún se encontraba en una etapa de recopilación de
información sobre este tema, y la segunda, no formaba parte de su obje-
tivo desarrollar el estudio del paralelismo de las devociones católica y
yoruba, es decir, la relación entre la advocación católica de la Caridad
del Cobre y Ochún, a pesar de que ya había consignado este hecho, de
manera descriptiva, en 1906 en el libro Los negros brujos. Además, en
el período que escribe el libro sobre la Caridad del Cobre, los orichas no
habían adquirido la connotación cultural y religiosa que tienen en la ac-
tualidad. La prensa, hasta entonces, trataba el ñañiguismo y la brujería
como categorías delincuenciales y policiacas. Según las anotaciones de
Fernando Ortiz, por primera vez en la prensa se hace alusión a una fiesta
de Ochún65 en el año 1936.
En resumen, muchas ideas por ampliar quedaron en el tintero de Fer-
nando Ortiz. No obstante, sus conjeturas allanaron el camino para poste-
riores investigaciones antropológicas sobre el culto mariano en Cuba. Sus
estudios de etnografía y mitología comparadas fundamentan la relación
histórica y cultural de la imagen de Caridad del Cobre y los orígenes de la
nacionalidad cubana; y definen lo raigal incorporado en la simbología reli-
giosa universal.

reza un Ave María e invoca a Nuestra Señora de la Caridad, hecho lo cual va derramando
poco a poco la palangana de agua sobre el cuerpo, desde la cabeza, siempre de arriba
hacia abajo y vertida toda el agua, coge los manojos de yerba y se restriega el cuerpo en
la misma forma, esto es: de la frente hacia abajo, hasta los pies; de la nuca por toda la
espalda hasta los talones de los pies y por los brazos desde los hombros hasta la punta
de los dedos. Mientras esta operación se ejecuta debe invocarse Nuestra Señora de la
Caridad pidiéndole lo que se desea obtener.
»Deberá darse tres baños solamente. Se debe empezar un día de la semana que no
recuerdo si es el lunes o el jueves.
»Las yerbas se recogen y después deben echarse en un lugar bien distante de la casa
para alejar la mala sombra pues ellas han recogido el mal.
»El agua no debe caerse en el suelo, debe procurarse que caiga en otro recipiente o bien
en la bañadera. Después debe enjuagarse todo perfectamente con bastante agua limpia.
Para cada año igual formulario. » Carta de Esperanza Valdés a Fernando Ortiz, sep-
tiembre de 1929. Archivo Fernando Ortiz, Instituto de Literatura y Lingüística, La
Habana.
65
Véase Lydia Cabrera. Yemayá y Ochún. Madrid, C. R., 1974; y de mayor actualidad el
libro de Heriberto Feraudy Espino. La Venus lucumí. Oshún, la diosa de Ashogbo.
México, 2002.

38
Estructura del libro

Los capítulos del libro responden a las inquietudes y respuestas que Ortiz
obtuvo durante sus pesquisas etnográficas. En los capítulos I y II somete
a crítica histórica los documentos que narran la aparición de la imagen
católica: el texto fundador del capellán Onofre de Fonseca y los manus-
critos, aún inéditos, de Julián J. Bravo, quien también fue capellán de la
iglesia de El Cobre. Como balance de sus ideas, señala cinco fechas
importantes para el estudio histórico de este culto: «A comienzo del
siglo XVII, autos primeros que, según Fonseca, se perdieron en un tempo-
ral; 1688, autos segundos que se han perdido, pero que vieron Fonseca y
Bravo; 1703, manuscrito inédito de Onofre de Fonseca; 1766, manuscri-
to inédito de Julián Josef Bravo; y 1782, escrito publicado de Bernardino
Ramón Ramírez.» Además, en estos capítulos, el estudio de los docu-
mentos sobre la Virgen de la Caridad del Cobre lo conduce a la reflexión
sobre la fecha de la aparición de la virgen cubana.
El capítulo III no es amplio y solo introduce algunas ideas que en
otros capítulos desarrollará como el análisis de la hipótesis histórica de la
aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre. También esboza, pero no
detalla, desde un punto de vista histórico, «las hebras de la urdimbre de la
virgen cubana (…) clasificadas en hispánicas, indias, africanas y crio-
llas, según la oriundez de sus impulsos ideológicos».
Con mayor amplitud en el capítulo IV se refiere a la hipótesis de oriundez
de la Virgen del Cobre. Aquí comienza a relacionar los elementos hispáni-
cos de la tradición y, de modo polémico, refuta la hipótesis del hallazgo
de la imagen, según la cual atribuye la aparición de la Virgen al naufragio de
un buque español, así como niega la hipótesis indiófila de la Virgen del
Cobre, que considera que la imagen de la Virgen del Cobre sea aquella
misma que tuvieron en su poder o bien el cacique de Macaca o el cacique
de Cueiba. Para Ortiz «la Virgen del Cobre, como material representación
icónica de la católica Madre de Dios, puede ser de factura cubana, impro-
bable; española, probable; o germana, posible.» Ortiz deja una puerta
abierta para que el lector pueda formarse su propia opinión.
Para dar secuencia a sus escritos, en el capítulo V retoma las opinio-
nes del padre González Arocha y de la historiadora Irene Wright. Y a
favor del padre González Arocha, niega la tesis de Irene Wright de que la
Virgen de la Caridad del Cobre es la misma Virgen de la Caridad que se
venera en Illescas, antigua población castellana de la provincia de Toledo,

39
en España. En el capítulo VI, consecuente con la literatura y la teología
de los siglos XVI y XVII en España, Ortiz caracteriza las devociones hispá-
nicas, en particular la Virgen de la Caridad de Illescas y la Virgen de la
Caridad de Sanlúcar de Barrameda. En los capítulos VII y VIII estable-
ce las semejanzas y diferencias plásticas entre la Virgen de la Caridad
del Cobre y la Virgen de la Caridad de Illescas. Con la ayuda de estas
comparaciones define finalmente las cuatro interpretaciones etnográficas
del color epidérmico de la Virgen del Cobre.
En el capítulo IX se remite a la mariología española y ofrece una
explicación de las vírgenes flotantes, marineras y parlantes, típicas entre
los castellanos conquistadores. Para Ortiz los peligros de la navegación
aumentaron la devoción mariana, y con ello las posibilidades de su culto
en las tierras americanas. Seguidamente, el capítulo X enfatiza en el
carácter local de la tradición de la virgen cubana, y demanda se restau-
ren sus símbolos primigenios.
Los capítulos XI, XII y XIII describen lo que Fernando Ortiz denomi-
nó los «elementos paganos en la Virgen de la Caridad del Cobre». De
estos capítulos solo pudimos rescatar el XIII,66 pues los capítulos XI y
XII están en una fase primaria de elaboración, adolecen de una redac-
ción final y se encuentran totalmente dispersos; por tal razón decidimos
no publicarlos.
A pesar de toda la información que ofrecemos en este libro, queda-
ban muchos datos valiosos recopilados y clasificados por Ortiz que con-
sideramos debían publicarse. Decidimos, por tanto, ofrecerlos como «Tex-
tos complementarios» que, como notará el lector, amplían aspectos que
no están referidos en los capítulos originales.
Aunque no es una obra terminada por Fernando Ortiz, perdurará como
ensayo histórico, con el único propósito de descubrir los sedimentos y
floraciones de las tradiciones cubanas. La Virgen de la Caridad del
Cobre: Historia y etnografía, propiciará renovadas interrogantes y
contrapunteos de opiniones, acaso creados intencionalmente, para que
no se detenga la sed por el conocimiento de la cultura local y universal.

DOCTOR JOSÉ A. MATOS ARÉVALOS


La Habana, septiembre de 2007

66
Aparecerá en esta edición como el capítulo XI.

40
Introducción

Debemos decir desde ahora que no hemos hecho esta monografía para
dar el punto de nuestras pesquisas acerca de la Virgen de la Caridad del
Cobre, como una de tantas advocaciones marianas del catolicismo. Aun-
que hemos recogido su historia y su leyenda, y hemos desentrañado as-
pectos nuevos de su iconografía eclesiástica, nuestro propósito ha sido
conocer a la Virgen de la Caridad del Cobre, tal como vive en el alma
popular de Cuba, ya con la pureza más ortodoxa que desea la Iglesia
Católica, ya con los antecedentes paganos que en ella perduran o con las
coloraciones negras que la han amulatado y traído a las capas populares.
Es un tema cubano lo que nos interesa, no un tema eclesiástico. Un
tema de etnografía, de historia y de folclor y no de disquisiciones cate-
quista ni apologéticas.
También queremos decir que hemos venido al tema sin pasiones ni
fanatismos, sin subjetivaciones apriorísticas que perturban la serena ob-
servación de la verdad objetiva. Damos lo que hemos visto y pensado,
sin propósito de mortificar susceptibilidades respetables; pero sin ánimo
de torcer una tilde de nuestro escrito por solo miedo de no ser compren-
didos ni respetados en la honesta conciencia que me inspira.
Comenzamos tiempo ha a estudiar el tema de esta monografía obe-
deciendo a varios impulsos. Uno, circunstancial, debido al interés surgido
en nuestro ambiente, hace años, por 1927, con motivo de una controver-
sia entre una norteamericana1 escudriñadora de archivos y un culto canó-

1
[Irene A. Wright. Historiadora norteamericana que se destaca por sus estudios sobre
Cuba. Entre sus obras más conocidas están: The Early History of Cuba. Macmillan,
New York, 1916; Historia documental de San Cristóbal de La Habana en el siglo XVI.

41
nigo cubano2 acerca de la oriundez española de la Virgen de la Caridad
que hoy se venera en el santuario de El Cobre como Patrona de Cuba,
devoción católica histórica y simbólicamente ligada al pueblo cubano. La
coincidencia entre esta curiosidad de hagiografía y un viaje que nos faci-
litó inesperadamente la visita al templo de una villa española castellana3
donde desde hace siglos se ofrece culto a una efigie mariana homónima
de la cobrera, dieron insistencia al deseo de los amigos de que formára-
mos una opinión en el supradicho debate, y la amistosa petición nos llevó
inexcusablemente al acopio de los elementos indispensables para apre-
ciar la historicidad de la Virgen del Cobre.4
Simultáneamente, nuestra vieja afición a las lecturas de las doctri-
nas interpretativas del fenómeno religioso5 a través de las edades y de
los países, nos acercó al estudio de las últimas orientaciones emprendi-
das por la investigación científica en el campo, e hizo surgir en nuestro
ánimo el deseo de proyectarlas sobre la figuración icónica de la Virgen
de la Caridad, llevando hasta los múltiples elementos integrantes de
esta y de su culto popular la explicación que hoy puede dárseles a la luz

Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1927 e Historia documental de San Cristóbal de La


Habana en el siglo XVII. Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1930.] Todas las notas en
corchetes son del compilador.
2
[Se refiere al padre Guillermo González Arocha, ex párroco de Artemisa y entonces
canónigo de la catedral de La Habana.]
3
[Ortiz se refiere a la ciudad de Illescas, ubicada a pocos kilómetros de Madrid en
dirección a la ciudad de Toledo. Actualmente Illescas y su santuario son muy visitados
por las famosas pinturas de El Greco que allí se encuentran: La virtud de la Caridad,
San Ildefonso, Coronación de la Virgen, La asunción y El nacimiento de Jesús.]
4
[Fernando Ortiz continuó acopiando información hasta finales de los años 50. En su
archivo se encuentran recortes de periódicos, revistas, libros y fotografías relacionados
con la Virgen de la Caridad del Cobre.]
5
[Las lecturas religiosas formaron parte de su deleite intelectual; así lo comenta en el
artículo «Una cubana danza de los muertos», publicado en Bohemia (La Habana,
año 42, No. 7, febrero 17 de 1950, p. 30), donde dice: «Hace ya unos cuatro lustros,
cuando en las aulas de mi muy querida Universidad de La Habana cursaba los estudios
de Derecho Penal y el programa del profesor González Lanuza –entonces el más cien-
tífico en los dominios españoles– me iniciaba en las ideas del positivismo criminológico,
simultaneaba yo esas lecturas escolares con obras muy ajenas a la universidad, que el
acaso ponía a mi alcance o que mi curiosidad investigadora buscaba con fervor.
»En estas últimas estaban las lecturas religiosas, que aún ahora me producen especial
deleite y despiertan en mi ánimo singular interés.»]

42
contemporánea de la ciencia de las religiones. Y fue aún avivado nues-
tro propósito de escribir una epitomada exposición de los recientes pen-
samientos acerca de la evolución de los conceptos mágico-religiosos
que han inspirado a la humanidad en el milenario curso de su progreso
mental, al verlos inseparablemente enlazados con uno de los más vita-
les temas que estimulan la ciencia humana de nuestros días, cual es la
sexualidad.
Hasta hace pocos años era general en los países de nuestra civiliza-
ción, como aún lo es en Cuba y en los países hispanoparlantes, la repro-
bación, impuesta por añosas tradiciones, de tratar públicamente del sexo
y de su fenomenología, así en cuanto a su función biológica como a su
trascendencia social. Y a la mente humana no le era permitido ni decoro-
so curiosear ni penetrar los temas sexuales sino en los atrevimientos de
monografías académicas y en informes monográficos de los clínicos,
muy envueltos y escondidos a los profanos por el lenguaje semicríptico
de los biólogos y de los médicos. Fuera de esto, el sexo y sus complejísimas
manifestaciones eran asuntos citados que no lograban el trato directo de
los seres humanos sino a hurtadillas en las alcobas, en los colegios, o
en los burdeles, salvo en las reuniones monosexuales, donde los hombres
solos, desenfadados en su dicacidad, o las mujeres solas, libres del freno
de la sociedad bisexurada, podían hasta con fruición pecaminosa, que a
veces era inevitable liberación y desestimamientos de aquellas ideas tran-
sidas por su forzada quietud, entregarse a la conversación solas o, cuan-
do menos, aun honesta, pero desnuda de los tupidísimos velos impuestos
por la moral señorona.
Ya comienza a suceder con el sexo lo que al lento compás de la vida
humana ha venido ocurriendo con la realeza y con la religión, que todos
eran temas apartados del trato íntimo y directo de las gentes. Entre la
conciencia humana, los reyes, los dioses y el sexo se habían alzado siglos
de errores, anatemas, difidencias, sojuzgamientos y torturas. Alrede-
dor de ellos, una infranqueable zona de crueles obscuridades y mortales
prohibiciones impedía la aproximación humana que solo lograba alcanzar
el favor real al precio de seguirlo en incomprendidos mandatos que le
arrebataban su libertad, el favor divino a través de ritos esotéricos que
le anulaban su pensamiento, y en favor del sexo, con la simultaneidad
oprobiosa del pecado, que estudiaba la fuente de la vida y afrentaba en
su misma cuna la personalidad humana.

43
Pero los tabúes van desapareciendo, cada día con mayor apremio, y
hay ya algunos países donde a los reyes solo se les tiene no como
sometimientos irracionales sino como recuerdos, colaboraciones u hosti-
lidades, respetos o abominaciones, según sea su conducta humana, cada
vez más conocida de todos y por estos juzgada. Tocante a los dioses, la
humanidad que en ellos ha ido reflejando y aprendiendo paso a paso las
cualidades ideológicas de su propia individualidad, ya va desvaneciéndolos
como subjetivas fantasmagorías del intelecto, abandonando las burdas
deidades del animismo que deificaba a todos los seres, liberándose de
sus personificaciones espectrales y ultramundanas, desantropomorfizando
más y más esa potencialidad sobrehumana ignota e incognoscible, que el
hombre quisiera captar en sus inextinguibles ansias de superación, y en
fin, reviviendo esas conceptuaciones cadentes, transformándolas,
encarnándolas divinas de humana relatividad y contingencia en dinámi-
cos y trascendentes ideales, pero cada vez de catolicidad más ancha e
intensa, más real y pura, y en supremas y sintéticas abstracciones de
absolutos metafísicos.
En cuanto a la sexualidad,6 el alborear de este siglo lleva su aurora al
casi inexplorado y misterioso continente del sexo, comenzando a ilumi-
nar los esfuerzos humanos para conocer el íntimo secreto de la vida.
Maldita por las Iglesias, sufrida por los virtuosos, mofada por los malos,
temida por los doctos, escondida por el vulgo, la sexualidad aparece ahora
en los umbrales de la sociedad humana, como antaño los epilépticos y

6
[Es notable el interés de Fernando Ortiz por establecer las conexiones conceptuales e
históricas entre sexo y religión, y describir las consecuentes ceremonias y costumbres
que se derivan de esa relación. Con ese objetivo resumió las ideas de sociólogos, psicó-
logos y antropólogos entonces en boga como James H. Leuba, Robert Briffault, entre
otros autores. También en la etapa en que comienza a escribir el libro, visita a Cuba en
1927 el doctor Gregorio Marañón, invitado a dictar conferencias sobre el tema de la
sexualidad en la Institución Hispanocubana de Cultura que presidía Fernando Ortiz,
conferencias que fueron motivo de críticas y burlas por la prensa de la época. No
obstante, años más tarde, en la revista Ultra, también dirigida por Fernando Ortiz,
se publicó el artículo de Gregorio Marañón «Una clasificación de los homosexuales»
(vol. II, No. 4, agosto, 1937, p. 131).
Sobre sus ideas respecto a este tema se pueden consultar las obras La santería y la
brujería de los blancos. Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2000, y Brujas e
inquisidores. Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2003.]

44
los leprosos, como la libertad y la ciencia, con desnudez casta o
inverecunda, sexo de atracción inevitable, exigiendo luz y trato digno,
lleno de verdadero candor, que es pura comprensión y no cobarde nega-
ción o hipócrita ocultamiento. No cabe duda de que la nueva liberación
ocasionaría en sus impulsos reactivos los mismos excesos inevitables
con que el péndulo de la mentalidad humana contradice con la precipita-
da expresión la represión extremosa, la ocultación con el exhibicionismo,
la reticencia con la publicidad, la timidez con la procacidad, el extravío
del sacrificio forzado con la fruición del crimen sin pena, el despotismo
de la negación abunda con la extravagancia de la afirmación utópica.
Pero esta revolución que se ve crecer es incoercible movimiento social,
que pese a sus crudezas excesivas, grotescas impudicias y lascivas des-
viaciones llevará en transitivas transformaciones a una estructuración
de la vida sexual más hondamente humana, más animada de amor. Y
más animada de religión. ¿No es acaso la religión, en uno de sus aspec-
tos más nobles, la progresiva conjeturación humana de la universaliza-
ción del amor?
Un pensador de nuestros días, Robert Briffault,7 ha escrito que: «En
la tradición de esta moderna civilización llamada occidental que noso-
tros vivimos, no hay otros dos campos más opuestos que los de la religión
y del sexo. La manifestación de este es, para dicha tradición, el prototipo
del pecado, el fontanar de toda impureza al cual no puede ser arrastrado
el espíritu religioso sin contaminación ni abajamiento. Entre religión y
erotismo la antítesis es poco menos que entre religión y ateísmo.» Y, sin
embargo, ahora el penetrante escritor, dice: «Las más exaltadas formas

7
[Robert Briffault (1876-1948). Antropólogo y novelista inglés, nacido en Londres y
educado en Florencia, Italia. Estudió Medicina en la Universidad de Londres. Después
de la Primera Guerra Mundial, Briffault comenzó a labrarse su reputación como
antropólogo. Entre sus obras se destacan La formación de la humanidad (1919, revisa-
da en 1930 y titulada Evolución racional); Pecado y sexo (1931) y The Mothers, a Study
of the Origins of Sentiments and Institutions. Macmillan, New York, 1927. Esta edición
fue utilizada por Ortiz y se encuentra en la Biblioteca Nacional José Martí. Los apuntes
y observaciones de Ortiz aparecen en las páginas del capítulo IX «Primitive division of
labour between the sexes» y en el capítulo XI «Collective sexual relations in America».
Sus notas demuestran el interés por desentrañar el significado y la relación entre el
símbolo, la sexualidad y la religión para las diferentes culturas.]

45
de emoción religiosa se significan por el “amor de Dios” (...) La emoción
mística del santo y del asceta en una manifestación de los mismos ele-
mentos psíquicos que, en circunstancias distintas, inflamarían las exalta-
ciones románticas del amante (...) Cuando surgen las emociones religio-
sas, las sexuales no están lejos.»
Junto a estos estímulos, nos ha movido el afán de escudriñar los refle-
jos del alma de nuestro pueblo cubano; recogiendo e interpretando los
elementos de su folclor que la observación cotidiana y la consideración
de su historia van poniendo a nuestro alcance.
Investigar los factores concurrentes al nacimiento y desarrollo de
esta figuración religiosa de la virgen cobrera,8 y así a los estrictamente
históricos como a los folclóricos, es hacer historiografía cubana y escu-
driñar entre sus más recónditos repliegues las características del alma
nacional. A ello tienen de consagrar las siguientes páginas, movidas por
nuestro insaciado deseo de trabajar sobre las cosas de la patria, tan fal-
seadas a veces por la malicia u otra como por la ignorancia, no siempre
ingenua y con frecuencia procurada; y casi siempre deformadas aque-
llas por la distorsión que a la vista clara de la razón humana dan siempre
los aprisionamientos aun siendo nobles, y los prejuicios, aun siendo
impremeditados.
Queremos hacer obra de objetividad; libres de intolerancias que sue-
len ser fanáticos en izquierda, como en derecha, damos nuestra atención
pasajera al tema más importante de la iconología nacional, eliminando
sus perfiles y más destacados relieves con la luz de las ideas modernas
que más directamente se relacionan con los aspectos esenciales de la
devoción mariana, como son las referentes a la evolución de las religio-
nes y de la sexualidad, en lo que ofrecen de interconexo.
Debemos expresar públicamente nuestra gratitud por las noticias y
datos que nos facilitaron amablemente a varios respetables eclesiásti-
cos, entre ellos a monseñor Manuel Ruiz, arzobispo de La Habana, y a
la R. R. P. P. Guillermo González Arocha, canónigo de la catedral
habanera; Hurtado y Manuel Gutiérrez Lanza, jesuitas profesores del
Colegio de Belén; Modesto Roca, rector del colegio de Escolapios de
Guanabacoa; [reverendo padre Hilario] Chaurrondo (CM); José Rodrí-

8
Antaño no se dijo cobrero, ra al nativo o habitante del pueblo de El Cobre. Todavía el
historiador Pezuela dice cobreños, como así se dijo tiempo atrás. Hoy se dice cobrero.

46
guez Pérez, capellán del Hospital de Paula en La Habana; Tomás Alonso
Fernández, capellán del santuario de La Caridad en Illescas; rector de
la iglesia parroquial de la misma villa; José María Chacón y Calvo,
literato y diplomático cubano; capellán del santuario de La Caridad
de El Cobre;9 capellán del santuario de La Caridad en Sanlúcar de
Barrameda. 10

19
[Se refiere al párroco de El Cobre, monseñor Juan Antonio Veyrunes y Dubois.]
10
[Se trata del señor reverendo Francisco Domínguez.]

47
Capítulo I1

Sumario: La devoción a la Virgen de la Caridad es la más cubana.


Su profecía bíblica. Surgimiento en el siglo XVII. Interés actual por
su estudio. Sus fuentes documentales. Actas de 1688. Manuscrito
del padre Onofre de Fonseca. Manuscrito inédito del padre Julián
J. Bravo. Otros escritos históricos.

Entre las devociones cubanas es sin duda la más divulgada y popular la


consagrada a la católica advocación e imagen de la Virgen de la Caridad
del Cobre, conocida vulgarmente por La Caridad, que se venera en un
santuario del pueblo de El Cobre a unas cuatro leguas de Santiago de
Cuba, provincia de Oriente.
La Virgen de la Caridad del Cobre es considerada por los católicos
como la más cubana de las advocaciones marianas, y por la Iglesia
Católica, previa bula pontificia de Benedicto XV, como Patrona de Cuba.2

1
[En la primera versión del libro que Ortiz elaboró, este era el capítulo I; sin embargo,
en los manuscritos aparece señalado, con letras azules, Introducción B. Al parecer, en
algún momento posterior Ortiz consideró utilizar este capítulo como introducción, lo
cual no llegó a realizar. Por lo tanto, considerando el estado actual del libro, estimamos
que podía mantenerse como capítulo I, tal como lo concibió la primera vez su autor. La
Introducción A, que también señaló Ortiz, es la que publicamos aquí como Introduc-
ción. Para mayor claridad véase el Prólogo que hemos elaborado para este libro.]
2
[En la presente edición anexamos valiosos documentos relacionados con la Declaración
de la Virgen de la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba; ellos son: la Carta de
solicitud de los Veteranos de la Independencia a Su Santidad Benedicto XV (24 de
septiembre de 1915); Carta de Su Santidad Benedicto XV al reverendísimo padre Félix
Ambrosio, arzobispo de Santiago de Cuba y a todos los obispos de la República
de Cuba, en orden a fomentar la piedad popular hacia la Protectora Madre de Dios (21 de

48
Según expresa uno de sus primeros capellanes, el cubano Julián Josef
Bravo, la aparición prodigiosa de la Virgen de la Caridad ya fue profeti-
zada, nada menos que en el Antiguo Testamento, y precisamente en el
versículo Cantate Domino (v. 42), de Isaías.
Y hasta se ha dicho por Gil González Dávila3 que a los cubanos fue
aparecida Nuestra Señora antes de ser católicos,4 con lo que se afirma
la milagrosa intervención de la católica Madre de Dios entre los indios de
Cuba desde la época prehispánica. Análogas y múltiples afirmaciones se
hicieron por los cronistas y misioneros de Indias con referencia a Tierra
Firme, y no son de extrañar, dada la fe de aquellos tiempos, que alcanza-
ba a creer mitos tan aceptados entonces como El Dorado, las Amazo-
nas, la Fuente de Juventud, las Siete Ciudades, etc., amén de las mons-
truosas figuraciones zoológicas y quiméricas con que la fantasía poblara
los continentes inexplorados. No dice González Dávila si esa virgen pre-
colombina fue o no de La Caridad; pero probablemente a esta y a la
resonancia de sus milagros entre los indios, cuando la supuesta y acaso
real estancia entre estos de la efigie que hoy está en El Cobre, debióse
que la imaginación exaltada de aquella época llegara a suponer esa lle-
gada a Cuba de la Virgen María, en virtud de prodigios anteriores a la
conquista castellana.
Para los historiadores, la Virgen de la Caridad del Cobre surge en las
crónicas de Cuba, en los albores del siglo XVII, y desde entonces han
tenido creciente difusión así su devoción y culto como el enmarañamien-
to alrededor de ella de las supersticiones hispanas, indianas y africanas,
que aquí pululan, como en todos los países de análoga constitución
poliétnica, vigorosas y cizañeras. Ha venido, pues, a ser interesante su
estudio, así para quienes gustan de conocer los elementos históricos de

agosto de 1916); y el Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos que declara a la Virgen


de la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba (10 de mayo de 1916). Todos estos
documentos se encuentran en el archivo personal de Ortiz.]
3
Gil González Dávila (1578-1658). Escribió Teatro eclesiástico de la primitiva iglesia de
las Indias Occidentales. Vida de sus arzobispos, obispos... Ofrece noticia de quince
obispos. Véase Carlos Trelles. Biblioteca histórica cubana. Imprenta de Andrés Estrada,
Matanzas, 1924, t. II, p. 309.
4
Debe de ser en su Teatro eclesiástico… (folio 276). Cita de fray Antonio de Jesús
María.

49
nuestra sociedad, como los folclóricos que brotan de su espíritu y tanto
valen para interpretarlo.
Últimamente se ha despertado en Cuba mayor curiosidad por este
tema, a causa de las tesis diversas de carácter histórico que se han
renovado y dado a luz en la prensa, no desprovistas de verdadero valor y
de salpicaduras de pasión, que no por nobles y respetables dejan de tur-
bar la recta visión de las cosas y en ellas la verdad pura. En este año
último de 1928, dos veces se ocuparon los Archivos del Folklore Cuba-
no de la Virgen de la Caridad del Cobre.5 La circunstancia del patronato
celestial con que la fe de los cubanos católicos ha investido a la advocación
antes dicha, las ingenuas exaltaciones patrióticas que de ella se han de-
rivado, y el criterio historicista que pretende demostrar la oriundez espa-
ñola de la virgen cubana, con disgusto de algunos creyentes, provocaron
la atención alrededor de la Virgen de la Caridad, y especialmente acerca
de su historia y origen.
La supramentada revista folclórica insertó una breve monografía de
Miss Irene A. Wright, que quiere demostrar la historicidad estrictamente
española de la Virgen de la Caridad del Cobre y en fascículo sucesivo
insertóse la impugnación de sus razones por un muy reverendo canónigo
capitular de la archidiócesis habanera, el reverendo Guillermo González
Arocha.
Analizaremos los eruditos trabajos de ambos amigos, que han movido
nuestro ánimo a ocuparnos de este tema de iconografía, abriendo para
ello un breve paréntesis en nuestras labores, que surcan ahora en cam-
pos lejanos; pero antes echemos una mirada a la tradición, tal como ha
llegado a nosotros y ha sido incorporada al acervo popular.
La tradición de la Virgen de la Caridad del Cobre debió ser fijada,
primeramente, por unos autos que se hicieron, según cuenta el capellán
Onofre de Fonseca, entre 1628, fecha tradicional de la aparición, y 1650,

5
[La revista Archivos del Folklore Cubano surge por iniciativa del escritor cubano José
María Chacón y Calvo. Fernando Ortiz fue su director desde su fundación en 1924
hasta 1930, año en que se editó su último número. En el vol. III, No.1 de 1928 se publicó
el artículo de la historiadora norteamericana Irene Wright titulado «Nuestra Señora de la
Caridad del Cobre (Santiago de Cuba) Nuestra Señora de la Caridad de Illescas (Castilla,
España)»; y en el vol. III, No. 2 de ese mismo año se publicó el trabajo de Guillermo
González Arocha «La piadosa tradición de la Virgen de la Caridad del Cobre».]

50
en que aquellos autos se perdieron, por destrucción del archivo del san-
tuario.
Dice Félix Soloni:6 «El proceso de investigación ordenado por el go-
bernador de Santiago de Cuba, Alonso Cabrera, y por el obispo doctor
Leonel Cervantes, y en cuya investigación prestó declaración Juan Mo-
reno, testigo presencial de la aparición, aún se conserva manuscrito.»7
Pero si es así, no se ha podido dar con él.8
De la aparición de la virgen en Nipe se hicieron dos procesos, o
autos, según dice Onofre de Fonseca, unos a comienzos del siglo XVII,
«que se perdió en la medianía de él, en un gran temporal de agua que
hubo, donde perecieron todos los papeles del archivo de la Santa Casa»;9
y otros, dispuestos para reparar esa pérdida, que se hicieron en 1688,
que son los que sirvieron al capellán Fonseca, y después, al capellán
Bravo, según ellos mismos han escrito.
Bravo y Fonseca tuvieron a la vista los segundos autos informativos
ad perpetuam memoriam, que fueron los instruidos por don Pedro de
Torre, provisor y vicario general de la diócesis de Cuba, a los 60 años
de la aparición de la Virgen, o sea, en 1688, dado que la tradición común
fija el año 1628 como el de la milagrosa invención de la Virgen en las
aguas de Nipe.
El bachiller Bravo dice textualmente que escribe su obra «de acuerdo
con ciertos autos que el año 1735 hube a las manos», y que restituyó al
archivo de la Casa, «por ser obrados por el Sr. Provisor y Vicario Gene-

6
[Escritor cubano (1900-1968). Cultivó la novela criolla; su obra Tríptico, de 1927, se
compone de sus novelas Mersé, Virulilla y Pachín.]
7
En su novela cubana Virulilla, Editorial Soloni, La Habana, 1927, p. 148.
8
[Fernando Ortiz no conoció la Declaración de Juan Moreno. Se debe a la acuciosa inves-
tigación del historiador Leví Marrero el hallazgo de este documento en el Archivo de
Indias, en Sevilla, que se titula «Los autos de 1688, ordenados por el juez oficial y
provisor y vicario de Santiago de Cuba, doctor Roque de Castro Machado, a instancia
del monarca y que formó el cura beneficiado de la parroquial de las minas de Santiago del
Prado, Juan Ortiz Montejo de la Cámara ante el notario mayor de aquel juzgado, alférez
Antonio González Villarroel.» Archivo General de Indias (AGI), Santo Domingo, leg. 363.
También de significación histórica son las cartas de Juan Moreno al Rey el 13 de julio y
el 17 de noviembre de 1677, reproducidas por la historiadora Olga Portuondo en su libro
La Virgen de la Caridad del Cobre: símbolo de cubanía. Ed. cit.
9
[Las citas de B. Ramírez, y por ende, de Onofre de Fonseca, han sido cotejadas por la
edición de Daniel Bermúdez, La Habana, 1916. Esta corresponde a la p. 22.]

51
ral de la Múi Noble y Leal ciudad de Cuba, mi patria, Don Pedro de
Torre, a los 60 años de su aparición».
Los autos en cuestión no volvieron, como dice el señor Bravo, tan
dado siempre a las citaciones bíblicas: «hicieron lo que el cuervo que
Noé soltó». Parece, pues, perdida la fuente documental que habría sido
la más importante para estudiar la historicidad de la Virgen del Cobre.
El bibliógrafo cubano Carlos M. Trelles cita10 un escrito de Cristóbal
de Sotolongo acerca de la Historia de la Milagrosa Imagen de María
Santísima de la Caridad, que se venera en su Santuario de la Isla
de Cuba (por 1690); pero no tenemos más noticias de este documento.
Otra fuente documental de la tradición de la Virgen del Cobre consis-
te en un manuscrito de la Historia de la Aparición de Nuestra Señora
de la Caridad del Cobre, que escribió en 1703, el primer capellán de su
santuario, don Onofre de Fonseca.
Este manuscrito no ha llegado original, ni literalmente copiado, hasta
nuestros días. Pero en 1782, el capellán del santuario cobrero, don
Bernardino Ramón Ramírez, hizo una transcripción sintética de lo que él
estimó sustancial en dicho manuscrito, a la que añadió los datos históri-
cos correspondientes al santuario y al culto en este tenido durante los
años corridos entre 1704 y 1782.
Al padre Bernardino Ramón Ramírez se debe, pues, la primera publi-
cación sobre el tema. Su autor inicia su trabajo diciendo: «Mirando, no
con poco dolor de mi corazón, casi enteramente perdidas las memorias
de la aparición de Nuestra Señora de la Caridad (pues nuestros antepa-
sados, acaso perezosos, no procuraron dejarlas autorizadas, o si lo hicie-
ron, el tiempo las ha corrompido, o sepultado en el olvido), solícito siem-
pre mi cuidado mendigaba entre las antigüedades saber algo de ella, para
tener seguro en qué recostar tantas maravillas que se ven en su milagro-
sa imagen.»11
Por el celo de ese capellán ha llegado a nosotros y podemos hoy
conocer lo fundamental de la tradición recopilada por su antecesor don
Onofre de Fonseca.12

10
Carlos M. Trelles. Biblioteca histórica cubana. Ed. cit., p. 310.
11
[B. Ramírez. Edición de 1916, p. 7.]
12
La edición que conocemos se tituló Historia de la aparición milagrosa de Nuestra
Señora de la Caridad del Cobre, sacada de un manuscrito que el primer capellán que
fue de ella, presbítero D. Onofre de Fonseca, componía por el año de 1703 y sacada de
los autos que en el 1688 se formaron ante el juez competente, los cuales se hallan en el

52
Este librito, editado por el padre A. de Paz y Ascanio, ha sido la base
única que hasta ahora se ha venido considerando, aun cuando sin análisis
ni crítica histórica. Sus datos fueron a las páginas de Arboleya en su
Manual de la Isla de Cuba (La Habana, 1859), pp. 380 y 381; a Samuel
Hazard, Cuba a pluma y lápiz, tomo III (La Habana, 1928), etcétera.
El manuscrito de Onofre de Fonseca no tiene carácter fehaciente, ni
en juicio humano ni menos, en consideración dogmática. Su comentador, el
capellán Ramírez, ya advierte: «que dicho libro no trae por los competen-
tes jueces aquella autoridad correspondiente y ritualidades que se requie-
ren para darle la mayor aprobación y crédito»;13 sin embargo, la tradición
católica tiene en él su principal apoyo, pues considerando el deseo, virtud e
interés del autor, la devoción que tuvo a Nuestra Señora y, por estas cau-
sas, la verdad que debía profesar en sus escritos, la piedad cristiana halla
suficientes motivos para fundamentarse en el citado libro.
Esta historia del padre Onofre de Fonseca está inspirada por la fe de
un devoto; pero sus datos históricos y los comentarios que los calzan
suelen tener buen juicio. Es, de todos modos, el documento más antiguo
sobre el tema de la Virgen del Cobre que ha llegado a nosotros.
La misma tradición, muy ornamentada con milagros, citaciones bíbli-
cas y hojarasca de la época barroca y culterana, viene contenida en un
curioso libro manuscrito y aún inédito, que lleva por título el siguiente:
Aparición prodigiosa de la Ínclita Imagen de la Caridad que se
venera en Santiago del Prado, y Real de Minas de Cobre; escrita
por su capellán beneficiado don Julián Josef Bravo. Dedícase a la
misma Virgen. Año de 1766.
El bachiller y presbítero don Julián Josef Bravo fue el tercer capellán
del santuario de El Cobre desde 1734 a 1768.
Esta obra manuscrita se halla en poder de la respetable dama habanera
señora condesa de Diana quien ha tenido la gentileza de facilitarnos su
lectura y copias (1929); de esa obra se dio una amplia referencia firma-
da por J. J. V. y una fotografía de su portada en el Diario de la Marina
(La Habana, 2 de diciembre de 1928).

archivo de la Santa Casa, por el presbítero D. Bernardino Ramírez, capellán que


también fue de la Santísima Virgen. Imprenta de la Viuda e Hijos de Espinel, [Santiago
de] Cuba, 1853. Existen ediciones anteriores en 1829, 1830, 1840 y más recientemente,
en 1916. Se aprecia que el interés por este culto se difundió en un período en que el
criollismo adquiere dimensión política.
13
[B. Ramírez. Ed. cit., p. 7.]

53
Fig. 1. Diario de la Marina (La Habana, 2 de diciembre de 1928) en el que aparece la
imagen de la cubierta del manuscrito de J. J. Bravo.
De esta noticia periodística copiamos lo siguiente: «Vino a ser propie-
dad de la condesa de Diana, elegante y aristocrática dama, que los consi-
dera como una de sus más preciadas joyas, como legado de su señora
madre, doña Mercedes Recio de Morales y Xenís, a cuyas manos llegó
como regalo del que por aquel entonces era su prometido y después su
esposo, el señor José Soto-Navarro Aguilar y Urrutia. En aquella época,
nos referimos al año de 1863, se organizaban en La Habana numerosas
tómbolas, kermesses o bazares, como se les llamaba entonces. El joven
Soto-Navarro, deseando obsequiar a su prometida, compró en una
de ellas nada menos que doce onzas de papeletas, es decir, la friolera de
204 pesos fuertes, y la suerte la favoreció de modo que al hacerse el
sorteo ganó el susodicho manuscrito, una imagen de la Caridad del Cobre,
actualmente en posesión de la actual condesa de Diana, y dos palomas de
brillantes que también conserva esta, y que son un primor de orfebrería.
»Encuadernado primorosa y sobriamente en piel, escrito en papel de
hilo con un estilo caligráfico irreprochable, el manuscrito es de funda-
mental importancia para establecer con pruebas fidedignas ciertos deta-
lles relativos a la aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre en la
bahía de Nipe, cerca de la playa de Sexon.»
El manuscrito está divido en capítulos y estos en secciones y entre los
más interesantes figuran los que dan pormenores de la vida de los dos
primeros ermitaños.
«Parece ser que la Majestad del señor Felipe V se manifestó deseoso
de saber cómo apareció la citada imagen, a causa de cierta competencia
ocurrida entre “el Ilustre Cabildo de la Santa Iglesia Católica de Cuba con
el Ilmo. obispo don fray Juan Lazo de la Vega y Cansino” y habiéndose
perdido la relación hecha por el juez competente, el señor Bravo, como
capellán del santuario, asumió la tarea de adjuntar los datos más fehacien-
tes a fin de dejar satisfecha y complacida a Su Majestad Católica. Al
explicarlo, por cierto, el autor culteranísimamente establece una gallarda
comparación con el profeta Esdras, que en los tiempos babilónicos, cuando
por haberse quemado los libros de la Ley existía el peligro de que el pueblo
elegido la olvidase por completo por falta de textos, se valió de su prodigio-
sa memoria para redactarla de nuevo en su totalidad.»
El periodista J. J. V., del Diario de la Marina, observa con acierto lo
siguiente: «Citamos este ejemplo porque es una de las fases más pinto-
rescas del valioso manuscrito, que en cada página rebosa de citas de la

55
Sagrada Escritura, anécdotas edificantes extraídas del Martirologio Ro-
mano, sentencias de los grandes filósofos clásicos y del medioevo, pasa-
jes de los poetas e historiadores griegos y romanos, todo ello para ilustrar
e iluminar la tesis que expone y que en aquella etapa de la literatura
española precisaba adornar profusamente con ornamentos sacados de
todos los ramos del saber humano.»
Tratándose de un libro inédito cubano, por ser de Cuba su autor y
estar en su patria escrito, acaso el único libro cubano del siglo XVIII que
ofrezca con tal profusión el estilo barroco de su época, su publicación
sería plausible.14
Los datos contenidos en el ológrafo del bachiller Bravo merecen ser
considerados históricamente. Es cierto que son de 1766, pero se basan
en documento próximo al inicio de la devoción en Santiago del Prado.
Pero ya en esa narración aparecen las justas posiciones folclóricas que
se irán viendo.
Como puede observase, en esta bibliografía de la Virgen del Cobre
quedan fijadas cinco fechas:
A comienzo del siglo XVII. Autos primeros, que, según Fonseca, se
perdieron en un temporal.
1688. Autos segundos que se han perdido, pero que vieron Fonseca y
Bravo.15
1703. Manuscrito inédito de Onofre de Fonseca.
1766. Manuscrito inédito de Julián Josef Bravo.
1782. Escrito publicado de Bernardino Ramón Ramírez.
El libro inédito de J. J. Bravo es posterior al de Onofre de Fonseca,
pero es el único de ambos que ha llegado íntegro a nuestros días, y, por
tanto, el texto más antiguo que podemos analizar directamente; pues el
escrito de B. R. Ramírez no copia lo inserto por Fonseca, sino que extracta
y analiza de este solamente lo sustancial, es decir, lo que ese capellán
posterior estima que es de sustancia. Así pues, solo a través de Ramírez
podemos saber lo que escribió Fonseca.

14
[Olga Portuondo en su libro La Virgen de la Caridad del Cobre: símbolo de cubanía,
señala que este manuscrito actualmente se encuentra en poder del arzobispo de Santia-
go de Cuba.]
15
[Deben ser los manuscritos que Leví Marrero encontró en el Archivo de Indias, Sevilla,
y que hemos mencionado en la nota 8 de este capítulo.]

56
El libro manuscrito de Bravo debió de ser ignorado por Ramírez, pues
no lo cita, lo que habría hecho sin duda, si lo hubiere conocido.
Parece también que el libro manuscrito de Fonseca fue a su vez igno-
rado por Bravo.
Ambos estudios son interesantes y necesarios, pues ofrecen elemen-
tos distintos y algunos son hasta discrepantes.
Algún otro breve escrito se ha publicado con referencia a la Virgen
del Cobre, pero de carácter sencillamente informativo y apologético, sin
importancia.
Hemos visto citar el siguiente opúsculo: Presbítero Feliciano Rodríguez.
Breves reflexiones acerca de la imagen de la Caridad. (Imp. de A.
Martínez, Santiago de Cuba, 1867). Pero lo desconocemos.
Otras indicaciones bibliográficas irán en los lugares correspondientes
de este libro.16

16
Ver nota 9, p. 13.

57
Capítulo II

Sumario: Historia de la Virgen de la Caridad del Cobre. Su apari-


ción al comenzar el siglo XVII. La tradición según Fonseca y Bravo.
Su invención en Nipe. Su traslado a Barajagua y a El Cobre. Prodi-
gios de la Virgen. Sus templos sucesivos.

Pasemos al estudio de los elementos históricos de la que es la virgen


cubana por excelencia. ¿Cuándo surgió en Cuba esa advocación? Dícese
que con la aparición de su imagen, flotando en las aguas de la bahía de
Nipe. Siendo así, como parece verosímil, ¿cuándo apareció la Virgen
de la Caridad del Cobre?
La tradición más aceptada fija esa fecha histórica en el año 1628, o
sea, más de un siglo después del descubrimiento de Cuba (1492) y de su
conquista y poblamiento por Diego Velázquez, fray Bartolomé de las
Casas, Hernán Cortés, Pánfilo de Narváez, Vasco Porcallo de Figueroa,
Juan de Grijalva, Hernando de Soto, Pedro de Alvarado y otra brava
gente de Castilla.
Onofre de Fonseca trata de fijar la fecha precisa de la invención
religiosa de Nipe, en unos párrafos ex profeso que titula: «Reparos
con que satisface el autor sobre el tiempo en que fue la aparición
de Nuestra Señora. Pareciéndole al historiador que todo lo arriba es-
crito acerca de la aparición de la imagen de María Santísima de la
Caridad, queda como incompleto, para los curiosos que quieren ver en
esos referidos autos que se citan en el capítulo segundo, el día, mes y
año en que sucedió dicha aparición, satisface diciendo: “Que este asunto
lo ha reparado con bastante dolor de razón; pero que por más que lo ha
solicitado, no ha encontrado dicho tiempo, ni razón alguna que le aclare

58
esa duda, porque aunque es verdad que en el primer proceso que se
haría, sabe se hizo, no faltaría esa circunstancia tan esencial, considera
se perdió este en el siglo de 1600, en la medianía de él, en un gran
temporal de agua que hubo, donde perecieron todos los papeles del
archivo de la Santa Casa, como también los padrones de la parroquia,
y con este suceso volvieron a hacerse autos sobre la misma materia el
año de 1688, que son por donde se ha dirigido el autor. Y las personas
que pudieran haber hecho más fe de ellos ya eran muertas, y solo si
estaba vivo (en este segundo escrutinio) Juan Moreno, testigo de vista
en la aparición, declarando sin decir el día, mes ni año, por no acordar-
se, pues regularmente en objeto que no sabe leer ni escribir, estas me-
morias con el curso del tiempo se olvidan, y más cuando ya tenía edad
de setenta o setenta y un años, como se dice en el capítulo segundo.
También declararon otros sujetos formales los que habían oído decir a
los mismos a quienes se les apareció Nuestra Señora, sin acordarse
tampoco del tiempo. Y lo demás fue hecho valiéndose de las tradicio-
nes públicas de padres a hijos”.»
Los cuidados del lector se pueden satisfacer en algún modo con
estos reparos, señalando siquiera el año en que apareció Nuestra Se-
ñora, solamente con la diferencia de uno más o menos. Dice en el
capítulo segundo: «A los setenta o setenta y un años de su edad hizo la
declaración como testigo de vista un negrito criollo del pueblo del Co-
bre, llamado Juan Moreno, que tendría cuando la dicha aparición nueve
o diez años. Ahora veamos (según la cuenta) lo que resulta: teniendo
Juan Moreno setenta o setenta y un años cuando declaró, rebajando
diez o nueve, que eran los que tenía de edad en la época que Nuestra
Señora fue hallada, son sesenta o cincuenta y nueve de la aparición,
estos cumplió en el año de 1688 en que hizo la declaración. De este
año al fin del siglo van doce, agregados a los sesenta o cincuenta y
nueve, hacen setenta y dos o setenta y uno de aparecida en el siglo
pasado de 1600: ahora poniendo a esto, setenta y dos o setenta y uno,
ochenta y dos del siglo presente de 1700 en que estamos y se escribe
esta historia, sale por consecuencia tener cumplidos la aparición de
Nuestra Señora: ciento y cincuenta y tres, o ciento y cincuenta y cua-
tro en dicho siglo de 1782; de donde se infiere, tomando desde que hizo
Juan Moreno su declaración la cuenta para atrás, fue el año de la
aparición de Nuestra Señora de veinte y ocho, o veinte y siete del siglo

59
pasado en que declaró. Este es el ajuste, salvo yerro, con año más o
menos, como se dice antes”.»1
Fonseca da esa fecha en forma dudosa, y aun así la basa en un cálcu-
lo y no en documentos indubitados, por lo cual debe tenerse la fecha de
1628, que es la comúnmente aceptada y la más socorrida, como supositiva
y sujeta a impugnaciones.
Lafuente, el mariólogo español,2 cita una estampa grabada en acero
de la aparición de la Virgen del Cobre, que tiene por fecha del suceso el
año de 1601, en la relación que lleva al dorso. Pero este documento
carece de valor histórico, si bien comprueba las vacilaciones de la tradi-
ción en cuanto al año de la invención de la Virgen en Nipe.
El padre Félix A. Cepeda3 dice que el «feliz hallazgo» fue para unos
en 1607 y, según otros, en 1608, pero no apunta quiénes fueron sus
preopinantes o los documentos que lo llevaron a su hipótesis cronológica.
La opinión de Fonseca últimamente ha merecido una seria impugna-
ción;4 pero no podremos ahora considerarla sin conocer antes los varios
elementos en que aquella se funda. Más tarde se examinará.
Expongamos ahora la tradicional invención de la Virgen de la Cari-
dad, tenida por los católicos como milagrosa.
El padre Ramírez transcribe el siguiente texto del padre Onofre de
Fonseca, que debe ser tenido por el más antiguo de los llegados a nues-
tros tiempos: «Habiendo entrado el siglo de 1601, y fundándose, como se
ha dicho,5 por S. M. Católica el referido lugar de las minas del Cobre,
1
Fonseca en la trascripción de Ramírez. Ob. cit., pp. 22 a 24. [Coinciden las páginas con
la edición de 1916.]
2
Vicente Lafuente. Vida de la Virgen María: con la historia de su culto en España.
Barcelona, 1877-79, t. II, p. 356.
3
Félix Alejandro Cepeda. América mariana o sea, historia compendiada de la imagen de
la Santísima Virgen… venerada en el Nuevo Mundo. Barcelona, 1905, t. I, p. 255.
4
[Ortiz se refiere a los artículos que publicó el padre González Arocha en el Diario de la
Marina, los días 18 de noviembre, 25 de noviembre, 2 de diciembre, 9 de diciembre y 16
de diciembre de 1928.]
5
Se refiere al lugar que hoy llamamos de El Cobre, dice: «Uno de los lugares que pertenece
a la jurisdicción de la ciudad de Santiago de Cuba, es el de Real Minas del Cobre,
nombrado Santiago del Prado, cuatro leguas distantes de dicha ciudad, con muchos
rodeos y malos pasos. Se fundó el año de 1601, gobernando la monarquía don Felipe III
(Q.S.G.H.), quien puso en él la labor de Minas para la fábrica de su artillería de aquel
metal y al efecto, proveyó sus campos de hatos y corrales de ganados, para el abasto de
sus operarios.»

60
sucedió que saliendo del hato de Barajagua6 (perteneciente a dicho pue-
blo), a buscar sal a la bahía de Nipe, tres hombres, los dos de ellos indios
naturales del país, llamado el uno Rodrigo y el otro Juan de Joyos, her-
manos, en cuya compañía iba por tercera persona un negrito criollo del
referido pueblo, nombrado Juan Moreno (que sería de edad como de
nueve a diez años y fue el que teniendo setenta o setenta y uno, hizo la
mejor declaración como testigo de vista); estos tales, luego que llegaron
a la antedicha bahía de Nipe, se alojaron en un paraje que llaman Cayo
Francés, y también Vigía; y como hicieron mansión allí aquel día, intenta-
ron al siguiente salir a la costa en una canoa en solicitud de sal; lo que no
pudieron llegar a ejecutar por los malos vientos y alteración del mar. Ni
tampoco al otro día se determinaron a emprender el proyectado viaje,
porque aún se mantenía el tiempo sin bonanza, cuya demora les tenía
bastante afligidos; pero acabado el tercero, reconocido ya el mar tran-
quilo desde la media noche del cuarto día entrante y sereno el tiempo,
trataron de madrugada de emprender el viaje, que verificaron luego con
la esperanza de llegar a salvamentos según lo anunciaba el favorable del
tiempo. Así que empezaron a bogar los remos, apartados algún trecho de
la dicha Vigía o Cayos, principió a aclarar la luz del día; y con el sosiego
que el mar tenía, entre la confusa luz descubrieron los tres navegantes a
larga distancia un bulto blanco a manera de aquellos pájaros que vuelan
casi tocando con las alas sobre las olas del mar; con esta novedad, car-
garon más los remos, hicieron un esfuerzo por seguir el bulto, que venía
al encuentro del mismo camino que ellos llevaban. Ya más claro el día e
inmediatos a la visión, reconocieron que aquello que les parecía un ave,
era la imagen de María Santísima “ave de gracia llena”: apareciéndoles
también, venir volando hacia donde ellos estaban. Con este caso maravi-
lloso arrimaron la canoa, y tomándola en sus manos, la introdujeron en
ella: traía un niño hermosísimo en su mano izquierda y en la diestra una
cruz de oro. Absortos de todo lo visto, y más reconociendo que venía
sobre una reducida tabla, que era la barca donde navegaba sin fluctuarse
en ella ni mojarse siquiera su vestido. Resueltos ya a seguir el viaje les
detuvo ver que en la tablilla que venía (y que se les quedó sobre el mar)
estaban unas letras escritas de bastante proporción la que también toma-

6
Hato perteneciente al Estado que proveía de carnes y frutos a los trabajadores de las
minas de Santiago del Prado del Cobre.

61
ron y Rodrigo de Joyos, que sabía leer, vio que decían: “YO SOY LA VIRGEN
DE CARIDAD.”»7
El capellán Bravo difiere algo de esta narración, diciendo que «rei-
nando en las Españas el señor Felipe tercero, señor de dicho Real de
Minas en que actualmente se hacía obraje, como aconteciese haber una
gran carestía de sal pasaron para las salinas de Nipe tres personas: Juan
Diego, Juan Joyo, hermanos indios naturales y Juan Moreno, negro como
de diez a doce años esclavo de S. M. Como llegasen al hato de Barajagua,
hacienda de S. M., tomando lo necesario para el transporte pasaron a la
bahía de Nipe». Bravo dice que en «la legua del agua, dándose a los
remos dejando la tierra, podemos seguro contar treinta leguas que a pie
se anduvieron, por lo que daremos tres días de camino. Pasaron a hacer
noche en Cayo Francés y como les soplase un “huracán recio” acompa-
ñado de una gran lluvia hasta el tercero día que duró la tempestad, en
que dándose al remo para la playa de Sexon en cuyo tránsito o medianía
“si raya o no (sic.) el sol” vio venir Juan Diego un bultico a manera de
paloma volando de modo que viéndola venir para ellos dijo: “ahí viene un
ave”; pero como al poco rato se acercó tanto, dijo Juan Diego: “es una
niña”; llegó en fin la imagen a la canoa donde sacando el sombrero tomóla
en las manos, puesto de rodillas, tomó el rótulo que había escrito con
letras mayúsculas en la “tablita en que venía parada” que decía: “YO SOY
LA VIRGEN DE CHARIDAD.”»
Observemos cómo, según la tradición, el letrero que trajo la tablita
flotante que sostuvo a la Virgen decía literalmente: «Yo soy la Virgen de
Charidad», según Bravo o «Yo soy la Virgen de Caridad», según Fonseca.
Pero no «de la Caridad».
Añadamos que esta variación en el título advocativo, por interpolación
del artículo femenino ya debió ser usual, al menos en el siglo XVIII, pues
ya el mismo padre Bravo, dice en su libro (folio 26) «de la Caridad».
Onofre de Fonseca continúa su narración: «por fin, tomando esta
joya tan peregrina, y la tablilla igualmente, siguieron el rumbo de su co-
menzado viaje a la salina, en donde habiendo llegado recogieron tres
tercios8 de sal, los que formaron de una hoja que echan las palmas en

7
[B. Ramírez. Ed. cit., p. 17.]
8
[Bulto, fardo. Un tercio (de tabaco) pesa aproximadamente un quintal.]

62
esta isla, y que llaman yaguas».9 Aún hoy se hacen con yaguas los ter-
cios de tabaco.10
Bravo difiere algo de Fonseca, diciendo: «Y con esto pasaron a la
playa de Sexon, donde después de haber hecho brevemente un rancho y
uno como altarito pusieron la imagen mientras cogían la sal, tan escasa
en la salina que solo hubo para nueve tercios no más, y con este pasapor-
te otra vez a Barajagua.»
Como se ve, Fonseca dice que solo recogieron tres tercios; Bravo
dice que nueve. Estos datos solo tienen valor para recordarlos más ade-
lante al indicar la característica triplicidad que suele concurrir en algunos
elementos folclóricos de la devoción que estudiamos.
Sigue Fonseca escribiendo: «socorridos ya de lo que buscaban, vol-
vieron a emprender la vuelta a la Vigía, la que hicieron con suma alegría,
no tanto por no haber logrado lo que solicitaban, cuanto por llevar consi-
go el tesoro tan precioso de Nuestra Señora, que habían hallado sobre
las aguas, llegados que fueron a tierra, ensillando y asegurando en ella la
canoa, celebraron a la divina Virgen, colocándola, lo más decente que
pudieron, en una de las camas nombradas barbacoas que tienen los
naturales para su descanso, mientras que aceleradamente se disponían
para volverse con su divino hallazgo al sobredicho hato de Barajagua, de
donde vinieron, distante más de quince leguas de la enunciada Vigía,
haciendo otras tantas del referido hato de Barajagua al lugar del Real de
Minas del Cobre, adonde por último se llevó.»11
Fonseca dedica su capítulo tercero a referir: «Las maravillas que
obra “Nuestra Señora” en el hato de Barajagua, y su traslación de allí al
Real de Minas del Cobre.»
Escribe como sigue: «Habiendo salido del Cayo Vigía, y encaminan-
do el viaje a dicho hato de Barajagua, como llevaban en su compañía
aquella singular maravilla y consuelo en los trabajos, hicieron el tránsito
con mucho acierto, sin que les sucediera cosa que les perjudicara (aun

19
[B. Ramírez. Ed. cit., p.17.]
10
[Fardo bien apretado de hojas de tabaco, compuesto de manojos. El tercio se hace con
yaguas (lámina flexible que sale del tallo de las palmas reales) y atado con soga de
majagua en forma que pueda desatarse con facilidad. Véase Fernando Ortiz. Nuevo
catauro de cubanismos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, p. 462.]
11
[B. Ramírez. Ed. cit., p. 17.]

63
siendo los caminos muy ásperos, y algunos pasos de ríos malos en el
intermedio). Llegaron al enunciado hato, en el que estaba por custodio o
mayordomo (que comúnmente llaman mayorales) un hombre llamado
Miguel Galán, al que refirieron todo lo que les había sucedido en el ha-
llazgo de la Santísima Virgen, el que mostrándose alegrísimo con la santa
visita que tenía en su casa, al instante mandó disponer una especie de
altar con algunas tablas, y acabado que fue la colocó allí, adornándola
con la mejor decencia que pudo y ofreció el tiempo y lugar. Concluido
esto, y mirando Galán con asombro la prodigiosa novedad, despachó al
punto a uno de los peones o esclavos que estaban en el expresado hato,
llamado Antonio Angola, dándole cuenta al administrador del Real Minas
(que lo era entonces don Francisco Sánchez de Moya) de todo lo que
había pasado en la aparición de la Santísima Virgen, para que en su
inteligencia acordara lo que se había de hacer en el negocio, cuya por-
tentosa novedad, oída por el referido administrador, y enterado por ex-
tenso del caso, mandó orden al expresado Galán, que se fabricase y
dispusiese una ermita lo más pronto y decente que se pudiera, para po-
ner en ella la divina señora, y que la tuvieran siempre con una lámpara
encendida para cuyo efecto envió un vaso de cobre: vista que fue dicha
orden del administrador, se puso inmediatamente en ejecución la ermita
pajiza enfrente de la casa vivienda, procurando hacerla y adornarla lo
mejor que se pudo; cuya diligencia evacuada, se trasladó la divina virgen
a ella, con mucha alegría y devoción de los circunstantes que había en la
hacienda, poniéndola en el altar que se le preparó, acomodándola la lám-
para para que nunca faltara la luz en la nueva ermita poniendo al cuidado
de ella, haciendo veces de sacristán, a Diego de Joyos, que era hombre de
buena vida.»12
El bachiller Bravo aquí también difiere algo en su narración, diciendo
que «Miguel Galán, el mayoral, viendo la rara hermosura de la imagen y
oyendo la relación que dio Juan Diego del modo que apareció, muy devo-
to dispuso que en la sala, aderezando una mesa con muchas flores, se
pusiese la imagen mientras que diera aviso al comandante del Real de
Minas, don Francisco Sánchez de Moya, lo que ejecutó por una carta,
remitióla con un negro esclavo de la hacienda llamado Antón, de casta
mondongo, lo cual visto por el comandante mandó hacer a los maestros

12
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 18 y 19.]

64
de fraguas una lamparita de cobre y la remitió con orden que siempre
estuviese encendida y que con brevedad hiciesen una ermita aparte, para
que estuviese la imagen con toda veneración: recibida la respuesta por el
mayoral, poniéndola por obra, en breve, se ejecutó, a causa de haber
veinte y cinco personas y la ermita u oratorio ser de guano y sus paredes
de tabla de palma».
Notemos aquí una divergencia entre Fonseca y Bravo, referente a la
nación africana a que pertenecía el negro mandadero. Para Fonseca era
Angola y para Bravo de nación Mondongo. Pero esto no tiene impor-
tancia, pues ambas naciones son bantúes13 y no influyen en los elemen-
tos folclóricos africanos que más adelante se analizarán.
Diego de Joyos fue el improvisado sacristán cuidador de la Virgen,
según Fonseca; es decir, una persona distinta de los tres salineros que en
Nipe inventaron la efigie mariana, dos de los cuales se llamaban, según
él, Rodrigo y Juan de Joyos, pero ninguno Diego.
En cambio, el bachiller Bravo dice que estuvo al cuidado de la Vir-
gen un sujeto llamado Juan Diego, o sea, el mismo Juan Diego, que,
según Bravo, halló la Virgen flotante, en compañía de Juan Hoyo y
Juan Moreno.
Continuemos la narración de Fonseca. Según este: «Diego de Hoyos,
habiendo ido una noche, ya tarde, a atizar la referida lámpara, reparó no
estar en el altar la imagen de María Santísima, por cuyo motivo, admira-
do y confundido, empezó a dar voces llamando al mayoral, y demás
gente que estaba en el hato, diciéndoles que la Santísima Virgen no esta-
ba en el altar. Este acontecimiento puso a todos en mucha consternación
y susto; bien que llegaron a pensar que uno de los que la habían hallado
en la bahía de Nipe, tal vez la habría ocultado; porque sabían hubo dicho
que era suya, y no consentiría que ninguno se la apropiara, mediante lo
cual se hicieron algunas pesquisas; así por parte del mayoral, como por
la de los demás sujetos que estaban allí por ver si verificaba lo que había
dicho el indígena, hallándola escondida por él. Examinaron todo el con-
torno inmediato a las casas, y aquellos parajes en que creían poderla
ocultar; mas todas las diligencias fueron en vano porque aun con este

13
[Los bantú constituyen un conglomerado de pueblos diversos, solo unidos por un lazo
lingüístico. Los bantú ocupan los dos tercios meridionales de África y se dividen en
multitud de tribus y pueblos que hablan lenguas de características comunes.]

65
riguroso examen nada encontraron que les consolara; y más se maravi-
llaron y confundieron no viendo en el semblante y operaciones del que
creyeron hubiese hecho la extracción, la menor sospecha ni turbación,
con lo que se persuadieron no haber en esa parte culpa alguna, por cuyo
caso creció más la confusión en todos, sin saber qué hacerse o qué
arbitrio tomar para recaudar la perdida prenda. Mas a la siguiente maña-
na bien temprano, quiso María Santísima sacarlos de sus cuidados, vol-
viendo a presentarse en su altar; lo que sirvió de mucho consuelo y con-
tento general dando a Dios gracias por tener a su protectora otra vez en
su casa. Este misterioso caso de faltar del altar se experimentó otras dos
noches más,14 con lo que el mayoral, y los demás, a la vista de este
suceso, llenos de temor y espanto, determinaron por última dar nueva
cuenta al referido administrador de lo que había ocurrido, y las maravi-
llas que últimamente habían visto en la divina Virgen; luego que el enun-
ciado administrador se hizo capaz por extenso de todo, muy cuidadoso
quiere inspeccionar el caso; para cuyo efecto envió al sobredicho hato,
no solo quien se entere de todo como ha sido, sino que al mismo tiempo
le comisiona para conducir la sagrada y milagrosa Virgen al Real de
Minas del Cobre, considerando ser portentosos los milagros que le rela-
cionaban de ella; este negocio lo encargó para que fuera con más decen-
cia y veneración al reverendo padre fray Francisco Bonilla, religioso de
la Orden del Seráfico, nuestro padre san Francisco (entonces cura del
pueblo), al que acompañó alguna gente que el expresado administrador
envió también, con expresa prevención de que procesionalmente la tra-
jeran.»15
El capellán Bravo, por su parte, prosigue diciendo que: «Entretanto el
que más fervoroso se mostraba era Juan Diego, levantándose a la media
noche a registrar la lámpara y como en una de estas veces no hallara la
imagen en el altar, con la novedad de la desaparición dio aviso a los
compañeros. El mayoral, viendo el suceso, pensó que Juan Diego la ha-
bía ocultado a causa de haberle oído decir que la Virgen era suya y que
los blancos no se la habían de quitar. Creció tanto la sospecha que lo
amarraron y teniéndolo así asegurado para que a fuerza de azotes, dijese
dónde estaba la imagen, y lo azotaron realmente. La Virgen reapareció

14
Es decir, tres veces tuvo lugar la ausencia misteriosa.
15
[B. Ramírez. Ed. cit., p. 20.]

66
en el altar y a Juan Diego lo pusieron en libertad. Empero como esto
mismo se repitió otras dos veces, Miguel Galán volvió a escribir al co-
mandante lo que le pasaba, con lo cual dispuso dicho capitán, en compa-
ñía del capellán del Real pasaran a ver y adorar la Santa Imagen de
modo que en llegando a la ermita, adelantándose el padre fray Francisco
Bonilla, puesto de rodillas con mucho fervor, cantó el Tota Pulchra est
María.»
Continúa el padre Fonseca: «Luego que llegaron, el padre Bonilla y
los demás al enunciado hato, la primera diligencia que hicieron fue pos-
trados ante la divina Señora, darle gracias por tantos favores que les
hacía por medio de su Caridad, y después de haber entonado algunos
cánticos en su alabanza, empezaron a disponer el modo más decente
para trasladarla del hato al referido Real de Minas del Cobre.
»Habiendo ya dispuesto de llevar la Santísima Virgen en unas andas
que formaron de madera, como mejor se pudo, poniéndola en ellas, la
tomaron en sus hombros los que bastaron para cargarla, y las demás gen-
tes, con luces en las manos, comenzaron el camino con gran devoción
procesionalmente. Ya se deja entender, que desde que principiaron el viaje
iría el reverendo padre Bonilla, rezando el rosario y letanías, como también
cantando algunas alabanzas a Nuestra Señora, que ahora se practican,
para que a más de darla gloria con eso se les hiciera tolerable lo fragoso y
dilatado del tránsito, que era de quince leguas poco más como queda di-
cho; llegando al fin a las inmediaciones del Real de Minas se detuvieron,
mientras un propio daba parte al alcalde mayor, cuya justicia era exenta e
independiente de gobernadores y capitanes generales, por la disposición
de una Real Cédula, para que con toda la gente del pueblo fueran a recibir.
Oído el aviso, alborozado y contento, ínterin convocaba a aquel, dispone se
detengan con la Santísima Virgen en un lugar que llaman el Hatillo, junto al
mismo pueblo, formado, pues, cuerpo de procesión, y además toda la tropa
puesta en orden, marchó donde la esperaban y encontrándose en la divina
Virgen, postrado con el estandarte real que llevaba en las manos, la adora,
dando muchas muestras de gusto y placer porque la recibía y reverencia-
ba. Después de haber hecho estas devotas manifestaciones, con que edi-
ficó a todos, comenzaron los militares a hacer la salva de fusilería, todos y
cada cual procuraban esmerarse con alegres y rendidos homenajes. Ha-
biéndose acabado de hacer estos obsequios, dando gracias al autor de
todas las cosas por el bien que les había traído, tomó el sobredicho alcalde

67
mayor su lugar, y puesta Nuestra Señora en medio de la procesión, con
música, danzas y repiques de campanas, la condujeron hasta llegar a la
parroquial, donde la colocaron en el altar mayor, para consuelo universal
de todos: esta función ha sido la más solemne que pudo hacer el referido
pueblo en aquel tiempo.»16 Ya la Virgen de la Caridad está en el pueblo de
Santiago del Prado, o sea en El Cobre, y en su iglesia parroquial. Allí per-
maneció tres años.17
Según Bravo, tres años estuvo la imagen aparecida, en la iglesia de S.
M. el rey, o sea, en el valle, junto a la cañá, antes de ir para el santuario.
Fonseca dice: «Habiéndose traído ya la imagen de María Santísima del
hato de Barajagua, y puesto en la parroquial del pueblo, permaneció en ella
tres años, dicen algunos; y otros no aseguran el tiempo, sin pensar en otra
cosa sus moradores, que en darle culto y veneración allí. Pero Dios, que a
nuestro modo de entender, según vemos, tenía determinado se le fabricara
casa separada, para que a ella fueran todos a buscar el remedio, poniéndo-
la en el lugar eminente para que resplandeciera como la luz sobre el monte
trató de ir disponiendo sus resoluciones conforme sus inefables ideas; para
cuyo efecto hacía algunas visiones, que se reducían a eso, a las personas
más calificadas y de buena vida en dicho pueblo; de las cuales, aunque no
hay razón auténtica (por el acaecido citado temporal de agua donde se
perdieron los papeles) se ha sabido por algunos ancianos que alcanzó el
autor, y se lo declararon, como, también, que en el expresado tiempo de
tres años que estuvo la Señora en la referida parroquial mayor, obró mu-
chos milagros, los que aparecen no se anotaron; y si se hizo, corrieron la
misma suerte que los otros cuadernos. Del mismo modo se supo por las
personas referidas que de su altar se desaparecía la Divina Señora algu-
nas veces, y que una ocasión cierta niña llamada Apolonia, yendo en segui-
miento de su madre (que estaba en el trabajo de las minas) la vio encima
de una peña, en la misma parte que hoy tiene su altar en la última iglesia
que se la fabricó; cuya niña con esta novedad bajó corriendo otra vez al
pueblo, diciendo a voces que la Virgen de la Caridad estaba en el cerro,
sobre una piedra, que después señaló.»18

16
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 21 y 22.]
17
Otro elemento trinario de la tradición. [En el archivo de Fernando Ortiz se encuentran
fichados los párrafos que sobre este tema escribió Elías Entralgo en su libro La libera-
ción étnica cubana. Imprenta Universidad de La Habana, La Habana, 1953.]
18
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 24 y 25.]

68
Continúa Fonseca su narración, ahora iluminada con místicos prodi-
gios: «Admirados los circunstantes de lo que oyeron decir, la mandaron
callar (a Apolonia) pensando no darle mayor crédito a sus razones;
pero habiendo que más se esforzaba a asegurarlo, y que Dios oculta a
los grandes lo que revela a los pequeños, se divulgó de tal suerte el
caso, que llegó a oídos del cura del pueblo, y también del administrador,
los que examinando la niña con cuidado por muchas veces, y con el
antecedente y milagros y prodigios que antes se habían experimentado
(inspirados quizás de superior providencia), empezaron a discurrir a
hacerle a la Divina Señora una ermita fuera y separada de allí sobre el
cerro; mas estando discordes en el dictamen, porque unos convenían
que se hiciera en el cerro en donde hoy está; otros que mejor sería en
el sitio que llaman la Cantera; y otros alegaban por más conveniente,
se pusiera en un cerrito que está a la entrada y salida para Cuba. En
esta confusión y discordias y opiniones, sin poder tomar un fijo acuer-
do, ocurren al mejor, que es (en igual acontecimiento) ponerlo en las
manos de Dios, para cuyo efecto determinaron cantar una misa al Es-
píritu Santo, en la que pidiéndole su auxilio hiciera la elección más acer-
tada, para el mejor servicio de Dios. Preparado ya todo por el padre
cura y alcalde mayor para celebrar con la mayor solemnidad el Santo
Sacrificio, se dispone la música y convocando al pueblo se le hace un
exhorto, diciéndole el fin para qué se celebra; pues de este modo, puesta
la disposición en las manos de Dios, se sirviera iluminarles lo que de-
bían hacer para mayor honra y gloria suya. ¡Oh, maravilla del Altísimo,
qué acertadas son tus providencias, y propicias a nuestras súplicas! En
aquella misma noche de la mañana en que se hizo la rogativa, se vieron
por todos los habitantes tres columnas de fuego, a modo de aquellos
cometas que algunas veces aparecen en la atmósfera, que nacían de la
cima del cerro, las que subían hasta llegar casi al cielo que penetra
nuestra vista, del mismo lugar donde Apolonia vio a Nuestra Señora;
cuya novedad, sin advertir sería milagro, hizo alborotar a los vecinos
subiendo muchos al expresado cerro, creyendo fuese algún incendio
que hubiese allí; los que estando sobre él, y examinándolo todo, no
hallaron cosa que diera tal reflejo, por lo que se bajaron confusos sin
tener qué decir; y más se admiraron, cuando estando en la planicie del
pueblo volvieron a presentárseles a la vista las mismas tres luces que

69
antes.19 Esta visión se repitió por otras dos noches de la propia mane-
ra, cuya maravilla conmovió a todos, y unánimes acordaron se hiciera
allí el templo a Nuestra Señora; pues parece señalaba el lugar, tanto
con la aparición a la dicha Apolonia como con las luces que en el mis-
mo paraje se mostraron en el día que encomendaron el negocio a Dios;
y así, el padre cura, el administrador y todo el pueblo, decían: que aquel
era anuncio del cielo que lo enviaba el Señor para señalar el sitio donde
se había de hacer la iglesia a la imagen de María Santísima de la Cari-
dad. Esto supuesto, se resolvió por el administrador, que se le hiciera
una ermita en lo alto del expresado cerro, que fue la primera que allí se
fabricó, aunque no en el mismo lugar que se le apareció a Apolonia y
se vieron las tres luces, por considerarlo muy fangoso e intransitable, sí
inmediato a él ciento y noventa pasos, que hay caminando hacia la
cuesta de la Misericordia, a la mano derecha, sobre la mina que llaman
de El Ermitaño, al frente siete varas.20 Se dispuso lo más pronto en la
mejor forma que entonces se pudo edificar, de cujes embarrados, su
techo de tejas, y una sola puerta para entrar y salir.»21
La ermita, que resultó con el tiempo junto a una mina profunda, sobre
una veta, hubo que destruirla; cumpliéndose entonces la voluntad ante-
riormente manifestada por la imagen que fue desalojada a morada más
de acuerdo con las exigencias económicas del trono real, y con las de su
celestial deseo.
Escribió Onofre de Fonseca: «Habiéndose, pues, trasladado la ima-
gen de Nuestra Señora de la iglesia parroquial a la nueva ermita que se
le fabricó sobre el cerro, estuvo en ella más de veinte años; y no siendo
ese el mismo lugar en que con asombro de todos se le apareció a la joven
Apolonia (que fue donde se llegaron a ver las tres misteriosas luces,
como antes ya se dijo), dispuso Dios, para que se cumpliera su última
voluntad, trastornar el ejecutado proyecto, y con su acertada providencia
hacer que derribaran la ermita, para volverla a edificar en el paraje de su
primera intención según se deja entender en el caso siguiente, y fue:
19
Bravo concuerda con Fonseca: «La imagen desapareció tres veces de la iglesia del valle
y reapareció sobre el cerro.» Durante tres noches, dice Bravo, quien además pone de
relieve el fenómeno del número tres en esos prodigios: se vieron tres pirámides de luz
sobre el cerro.
20
La ermita edificóse a «ciento veinte pasos de la luz de la Misericordia», dice Bravo.
21
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 25 y 26.]

70
“Que estando en aquel entonces de administrador de las minas del Co-
bre don Pedro de Lugo Albarrasin, y los peones trabajando en el cerro,
que mira al frente de la ermita en una mina que ofrecía fecundísima la
veta, llegaron con el desbarro y cava a ponerse distante de ella seis o
siete varas: a este acontecimiento dispuso la gente no pasar adelante con
el trabajo, por no derribar la expresada ermita; pero el sobredicho admi-
nistrador (celoso de los intereses reales, o lo más probable querer Dios
que cumpliera su idea) viendo lo mucho que se perdía si no se seguía la
labor, y advirtiendo por otro lado que la ermita era de poco costo, acon-
sejándose con otros o tomada su resolución, trató de enrasar al cerro (a
poca distancia del lugar donde estaba) para construir otra iglesia, y dejar
aquel punto desembarazado a fin de trabajar la mina. Esto se emprendió
con la aplicación de muchos peones y tener los materiales a mano, que
fue bastante para edificar prontamente una iglesia más capaz, con sus
paredes mamposteadas de ladrillos, cal y piedra, en donde acabada se
trasladó luego a la Sacratísima Virgen de la Caridad.” Esta referida igle-
sia fue la que se hizo en el mismo lugar de que se deja hecha mención y
parece que Dios había señalado a Apolonia con las tres luces que de él
salieron; cuya casualidad, aunque admirable, se hizo más prodigiosa con lo
que sucedió después, para crédito de lo dicho: “Que habiéndose colocado
a Nuestra Señora en esa última iglesia y queriendo seguir el referido admi-
nistrador en la cava de la mina, fueron en vano sus diligencias, porque así
que volvieron a romper el camino de la veta, lo que antes era cobre se les
convirtió en cristalillo, o dientes que llaman ‘de perros’, material tan sin
valor y duro, que los picos con gran dificultad pueden partirlo; viendo esto
el administrador, suspendió el infructuoso trabajo de la mina; y con estos
portentos no solo vio cumplida la voluntad de Dios, mejorada la iglesia y
puesta en el paraje que debía estar, sino que el cerro quedase también
entero, llano y sin imperfección en su longitud, que es donde está el templo,
como de cien varas castellanas poco más o menos.”»22
No fue definitiva esta tercera morada de la Virgen de la Caridad del
Cobre.
El capellán Bernardino R. Ramírez nos dice que: «En esta ermita en
que por tercera vez fue colocada Nuestra Señora de la Caridad estuvo
muchos años; pero siendo poco capaz, crecida la devoción y numerosísimo

22
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 31 y 32.]

71
el concurso que a ella asistía de todas las naciones y los pueblos, se
dispuso, a instancias y diligencias del capellán don Onofre de Fonseca,
con las limosnas de los vecinos de la ciudad de Santiago de Cuba, los de
la villa del Bayamo, y otros devotos, un suntuoso y espacioso templo,
fabricándolo escrupulosamente en la misma parte en donde estaba edifi-
cada la segunda ermita.»23
El 11 de junio de 1766, cerca de las 12 de la noche, un terremoto
derribó el pórtico y parte del templo,24 pero remedióse el daño. Todavía
fue obligada a cambiar de sitio y morada la Virgen de la Caridad, como si
el bípedo dios indio de los terremotos, que los siboneyes veneraban en las
cavernas de aquellas tierras orientales, quisiera sacudirse de encima el
peso de la deidad conquistadora.
Pirón refiere25 que a fines de la guerra separatista de los diez años
(1868-1878), la compañía inglesa, dueña de las minas cupríferas, decidió
extender sus galerías por debajo del santuario y destruir este, a lo que se
opuso el capellán por no contradecir la voluntad de la Virgen. Los britá-
nicos llevaron el asunto a los tribunales y vencieron, pero a poco hubo en
la región de El Cobre un espantoso terremoto, que se tomó como una
admonición celestial para que se evitara el sacrilegio. Según Pirón, los
ingleses olvidaron su triunfo forense, y el santuario sobre la colina perfo-
rada por las minas «no se sostiene sino por un prodigio».26
Pero el prodigio dejó de serlo y otra vez el averno abatió la obra de la
fe, símbolo terrible del eterno batallar entre la realidad y el ideal.
El actual templo o santuario de la Virgen de la Caridad en El Cobre es
posterior y ha sido abierto al culto católico el 8 de septiembre de 1926.
23
[Ibídem, pp. 32 y 33.]
24
B. Ramírez. Ob. cit., p. 39.
25
[Hipólito Pirón (1824-1876). Natural de Santiago de Cuba, hijo de emigrados prove-
nientes de la antigua colonia francesa Saint-Domingue, se educó en Francia y regresó a
Santiago en 1859, donde escribe La Isla de Cuba. En 1876 publica en Francia L’île de
Cuba, Santiago, Puerto Principe, Matanzas et La Havane. E. Plon, Paris.
Francisco Calcagno, al igual que Fernando Ortiz, critican el contenido del libro por
hallar numerosas inexactitudes «aunque merece leérsele». Sin embargo, son muy des-
criptivas y valiosas sus observaciones sobre los horrores de la esclavitud y los prejui-
cios raciales, así como sus relatos sobre las ferias de El Cobre. Véase Francisco Calcagno.
Diccionario bibliográfico cubano. Nueva York, 1878; y Olga Portuondo. «Un créole
francés y cubano», presentación del libro de Hippolyte Piron. La isla de Cuba. Edito-
rial Oriente, Santiago de Cuba, 1995.] Ob. cit., p. 130.
26
Ibídem.

72
Fig. 2. Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre en 1926.
Capítulo III

Sumario: Origen de la imagen y devoción de la Virgen de la Caridad


del Cobre. Su interpretación histórica y folclórica. Sus elementos
hispánicos, indios, africanos y criollos. Factores blancos, cobrizos
y negros. Conceptos católicos, paganos y animistas.

Para los creyentes, ya podríamos dar por terminada la investigación,


diciendo, en conclusión, que la Virgen de la Caridad es obra milagrosa.
Pero, no obstante, aun para el más acendrado creyente, quedan en
pie muchas preguntas, casi las mismas que puede formular el más exal-
tado iconómaco.
El hecho de que la efigie hallada en Nipe tuviera un letrero que decía:
«Yo soy la Virgen de la Caridad», puede ser para unos, debido a milagro;
pero ello no impide que esa advocación sea la misma que ya estaba muy
difundida, y hasta diríamos que de moda, en España, cuando surgió en
Cuba. Ni es obstáculo esa fe para que se crea que, no ya la advocación
sino la efigie misma, sea oriunda de España y de allí traída a su ex colonia.
Por arte superhumano, cuyo sentido milagroso pudo consistir así en la
sobrenaturaleza de todos los elementos de la invención, como en la de
solo algunos de ellos, especialmente en la de la traída providencial a
Cuba de una imagen mariana para que aquí se venerara con el nombre
de Virgen de la Caridad aun cuando esa estatua fuese obra humaní-
sima de un ingeniero de Castilla. Tal es la tesis del piadoso Onofre de
Fonseca, su primer capellán.
Adviértase que la mayor parte de las apariciones milagrosas de
imágenes católicas se refieren a estatuillas de reconocido arte humano,
haciéndose consistir el prodigio del suceso en la invención misma, pero

74
no en la materialidad de la construcción plástica. Algunas veces la ac-
ción del poder divino se hace extender al artificio escultural y la imagen
se tiene por hechura de ángeles, por ejemplo; pero esto es lo excep-
cional. Cuando más, suele atribuirse la obra de arte creador de alguna
imagen inmemorial, a tal o cual persona de la historia eclesiástica, por
ejemplo, a san Lucas, quien según difundida tradición, además de evan-
gelista, debió de ser un gran artífice, y se entretuvo en esculpir y modelar
en cera las primeras efigies de Cristo y en especial, las de su virginal
autora. Así se repite en no escasas leyendas españolas,1 y precisamente
tocante a una famosa Virgen de la Caridad de España, de que habremos
de tratar extensamente.
La exaltación mística transformaba las cosas y daba por obra divina
la material personificación del Ser; que arrastraba a tales arrobamien-
tos. Sin duda, habría pasado igualmente en Cuba, si los siglos y las cir-
cunstancias hubieran impulsado las ilusiones de la fe hacia tales
taumaturgias. Uno de los capellanes que tuvo la Virgen del Cobre, en el
siglo XVIII, escribía así: «Entre todas las imágenes aparecidas de María
Santísima, que adora la cristiandad, no sé qué tiene esta de superior;
porque lo mismo es pisar el recinto de su santuario, que al momento se
introduce en el ánimo del hombre un superior respeto y devoción; mueve
a tal veneración y compostura su imagen, que al más descuidado y poco
devoto hace recoger en sí para alabarla. Esto nos induce a creer que fue
construida por manos de ángeles y no humanas.»2
Pero, repetimos, lo común en las tradiciones marianas más depura-
das y corrientes es que el milagro se concrete a la aparición; dejándole
para el historiador o el folclorista recoger y discutir los elementos de la
historicidad de la imagen.
Así trataremos de hacer nosotros en este escrito; pesquisa y análisis
de historia y de folclor, de realidades comprobadas o probables y de sus
deformaciones por la demosofía universal y, en particular, por la cubana;
dejando aparte el aspecto de la causación metafísica que, como tema de
pura fe, queda fuera de toda posible labor de ciencia.

1
Y aun fuera de España. Véase el erudito capítulo destinado a combatir valientemente esa
errónea tradición, en la obra del profundo católico V. Lafuente. Ob. cit. [Ortiz no precisa
el capítulo ni el tomo.]
2
B. Ramírez. Ob. cit., p. 35.

75
¿Cuáles son las posibles interpretaciones históricas de la aparición y
devoción en Cuba de la Virgen de la Caridad del Cobre? ¿Y cuáles los
elementos folclóricos que se han ido entretejiendo con su devoción cató-
lica?
Pasemos al análisis de las hipótesis históricas y de su urdimbre
folclórica, en sus hebras hispánicas, cubanas y africanas, y en sus
mandamientos criollos, ya que la devoción popular a la Virgen de la
Caridad del Cobre ha tenido en Cuba, como tantos otros hechos y fenó-
menos de nuestra sociedad, esas tres corrientes de factores concausales,
brotadas de tres continentes.
Los elementos ideológicos que integran la devoción de la Virgen de la
Caridad del Cobre son históricos o folclóricos; pero, como sucede en
todas las figuraciones icónicas, vienen tan inextricablemente entrelaza-
dos, que es casi inseparable su estudio; por lo que habremos de irlos
analizando conjuntamente en la mayor parte de sus aspectos: hechos y
fantasías, realidades e ilusiones, recuerdos de la vida que fue y reflejos
de las grandes conceptuaciones dogmáticas de los sabios o de las no
menos arraigadas ideas de los anónimos genios del pueblo humilde.
Desde un punto de vista histórico todas las hebras de la urdimbre de
la Virgen cubana pueden ser clasificadas en hispánicas, indias, afri-
canas y criollas, según la oriundez de sus impulsos ideológicos. Esa
imagen religiosa, como todos los demás fenómenos complejos de nues-
tra sociedad aluvial, ha recibido las aportaciones de esas corrientes espi-
rituales, que hasta podríamos llamar étnicas, pues tanto valdría decir que
a la formación del credo de la Virgen de la Caridad del Cobre han contri-
buido los pensamientos de la religión y de la magia de blancos, cobrizos
y negros. Y aun digamos que aceptamos en la clasificación de aporta-
ciones el término criollo, para calificar ciertos hechos del ambiente cu-
bano que son resultantes sintéticas de los otros elementos sustanciales,
más que la originalidad de algunos que nos sean propios y exclusivos; ya
que, fuera de algunos factores históricos, que son cubanos por su am-
biente geográfico, todos los elementos intrínsecos de esa creación reli-
giosa son originariamente alienígenas.
En cuanto a las corrientes espirituales que han convergido para
formar la devoción de la Virgen del Cobre, podemos distinguirlos en con-
ceptos católicos, paganos y animistas. No dudamos que a esta clasifi-
cación se le pueden hacer impugnaciones desde la historia de las religio-

76
nes, pero responde a las necesidades de esta monografía y del ambiente
en que va a ser leída.
Los elementos católicos casi se confunden con los hispánicos, ya
que con la cultura de los conquistadores nos vino su religión católica,
precisamente en los siglos en que lograba una mayor exaltación el culto
mariano. Y no tenemos por qué recordar ahora lo que significó la religión
católica en la España de los siglos últimos, a qué grado de acometividad
llegó su militancia y cuánto hizo en estas Américas infieles para llevarlas
a la fe de Roma.
Los elementos paganos entraron en Cuba también por la afluencia
hispánica, entretejidos con los hilos cristianos. Incluimos en este grupo
todos los conceptos históricamente precristianos que el catolicismo se
incorporó y arrastró consigo a medida que se fue extendiendo por los
pueblos mediterráneos, donde imperaron las grandes religiones de la gen-
tilidad que comúnmente se dicen paganas, las de Israel, Roma, Grecia,
Creta, Fenicia, Asiria, Egipto, etcétera.
Sabido es que al irse difundiendo la religión cristiana, y engrosando su
caudal humano, al propio tiempo que engrosaron su corriente ideológica
las afluencias del monoteísmo hebreo y de la filosofía estoica, fueron
arrastrados y unidos a la poderosa corriente, que se despeñaba por los
viejos pueblos, numerosos ritos y conceptuaciones míticas de las religio-
nes que morían, como guijarros rodados por los torrentes del deshielo. Y
en la estructuración de la jerarquía eclesiástica, como en la liturgia del
culto nuevo, en los dogmas yuxtapuestos como en las creencias popula-
res de los neófitos, quedaron perviviendo muchos elementos paganos.
No ha de extrañar, pues, que en la devoción a la Virgen Inmaculada y en
su emblemismo aparezcan, como iremos anotando, ciertas superviven-
cias de las religiones precatólicas.
Los elementos animistas son los reflorecidos en El Cobre con raíces
alimentadas por las religiones primitivas de los indocubanos, pobladores
autóctonos del suelo de Cuba, y de los africanos que trajo la trata esclavista.
Escasos los primeros, abundantes los segundos, y todos han coloreado a la
Caridad del Cobre con su pigmentación espiritual, al pasarla de los altares
de los blancos dominadores al corazón de los humildes dominados.
Los elementos integrantes de la devoción cubana que estudiamos
están entrelazados de tal forma vital, que no pueden ser aislados, uno a
uno, como en disección anatómica, sino observados en su función. Así,

77
en vez de construir un catálogo de museo, solo podremos exponer los
distintos aspectos y elementos del culto popular de la Virgen del Cobre,
señalando sus posibles orígenes.
En resumen, podemos decir que la devoción de la Virgen de la Cari-
dad del Cobre es, como todas las cristalizaciones del pensamiento reli-
gioso universal, producto de una estratificación complejísima, en la que
han ido dejando sus sedimentos varias culturas y pueblos incontables,
esparcidos por el tiempo y el espacio, de los que trataremos in extenso
al correr de la pluma. Pero todos esos elementos han llegado a Cuba por
solo tres corrientes: la india o cubana, así en su época autóctona o pre-
histórica como en las criollas; la española, que en materia religiosa ha
sido históricamente la más impositiva; y la africana, que nos ha traído
fuertes reflujos de pagana y una nueva resiembra de creencias folclóricas.

78
Capítulo IV

Sumario: Los elementos hispánicos. Hipótesis de la oriundez españo-


la de la imagen. La imagen del cacique de Macaca. La del cacique de
Cueiba. La Virgen de Alonso de Ojeda. Narración de fray Bartolomé
de las Casas y del bachiller Enciso. Opinión del primer capellán de
la Virgen. Autoridades que la apoyan. Mixtificación de Hipólito Pirón.
La opinión popular y la del episcopado de Cuba. Nuestro criterio.
Inverosimilitud de la tradición.

Siendo la Virgen de la Caridad del Cobre una imagen católica, es lógico que
busquemos en la corriente hispánica los elementos primordiales de esa de-
voción. De Castilla nos vinieron el cristianismo y la religión católica. ¿Qué
mucho, pues, que de España viniera la Madre, si de allí vino el Hijo?
La más simple hipótesis de carácter histórico es la que, partiendo del
efectivo hallazgo de la imagen en los primeros lustros del siglo XVII, atri-
buye su presencia en la bahía de Nipe, al naufragio de un buque de
colonizadores hispano, que arrojaron al mar la sagrada efigie, durante la
borrasca o en el naufragio. Esta hipótesis es la del menor esfuerzo. Pero,
¿de dónde si no esa imagen?
No debió ser caso difícil en aquellos tiempos hallar una imagen de
madera flotando, cuando tantos fueron los naufragios por estas costas
azotadísimas de huracanes y piratas, en aquellos siglos XVI y XVII.1

1
Todavía en el siglo XX ha visto en Cuba la luz del sol alguna imagen de aquellos siglos. El
autor fue obsequiado hace pocos años con una imagen católica, de leño, tallada, que
parece representar a san Cristóbal, hallada en el Surgidero de Batabanó, hundida en la
arena un par de metros, y sacada en ocasión de excavar en la playa para franquear el paso
a una goleta embarrancada tierra adentro por el ciclón de 1906. La imagen, sin brazos ni
pies ni color, es de factura primitiva que recuerda el arte medieval.

79
Y sabido es cuán frecuente fue en América a raíz del descubrimiento
el culto a la Virgen María y a sus imágenes, y, como consecuencia expli-
cable en aquellos tiempos, la milagrosa intervención de la Madre de Dios
en pro de sus guerreros.
Fray Antonio de Santa María dice: «que Cristóbal Colón fue muy
dado a la devoción de María Virgen»; y añade, citando a Solórzano y al
padre Salmerón, que: «En la primera batalla que Colón dio a los indios, en
el monte de la Vega, se apareció la Virgen con el niño Jesús en los brazos
y con una cruz en la otra mano.» «En todos los pueblos que ganaba
Colón, ponía imágenes de María Señora Nuestra.» 2
Cristóbal Colón fue realmente muy devoto de María, siguió siempre
la recomendación de R. Julio de que los cristianos al comenzar un
evento, imitaran a los árabes, invocando a Dios con un signo; y así en
sus autógrafos va siempre este encabezamiento: Jhesus um Maria sit
nobis in via. Y también, por ser juliano, por sus íntimas conexiones
con el culto de María, Colón solía, al final de sus cartas, invocar a la
Santísima Trinidad.
Estas devociones tan unidas en la historia como en la mente de Co-
lón, aparecerán de nuevo enlazadas en su codicilo, donde Colón define la
construcción de una capilla para tres capellanes, que deja misas en ho-
nor de la Santa Trinidad y de la Concepción.
La devoción a María fue general entre los conquistadores de América.3
También, según Gracilaso,4 a Pizarro se le apareció la Virgen en muchas
batallas; en una echó tierra a los ojos de los indios guerreros. Las refe-
rencias a milagrosas intervenciones celestiales de María en pro de los
españoles podrían multiplicarse.
Félix Soloni, en cuanto a la efigie de la Virgen del Cobre, escribe que:
«Hay también quienes aseguran que la imagen en cuestión es sencilla-
mente el mascarón de proa de un buque náufrago, basándose en la figu-
ra plana de la misma, y en el uso de esos adornos religiosos, frecuentes
en las naves de aquella época.»5 Pero esto es imposible. Basta conside-

2
Véase fray Antonio de Santa María. España triunfante y la Iglesia laureada en todo el
globo del mundo por el patrocinio de María Santísima en España. 1682.
3
[Nuevo en la segunda versión del texto: últimos tres párrafos completos y la oración.]
4
V. Lafuente. Ob. cit., t. II, p. 340.
5
Félix Soloni. Virulilla. Ed. cit., p. 150.

80
rar la pequeñez de la Virgen cobrera y el tamaño necesariamente grande
de los llamados mascarones de proa, para comprender que ambas figu-
raciones no pueden ser confundidas entre sí. Aparte de la estructura de
la imagen, que es de las denominadas de armazón y, por tanto, imposible
de ser utilizada en dicha forma.
La primera tradición, muy autorizada, del capellán Onofre de Fonseca,
sostiene con toda verosimilitud que la Virgen del Cobre no es sino una
imagen española de María traída a Cuba por algún conquistador. Y se
añade que fue entregada a un cacique indio y, después, perdida o arroja-
da por este a las aguas y reaparecida en Nipe, tras una centuria.
Se sabe que los conquistadores castellanos trajeron a Cuba íconos de
la Virgen, y de alguna se conoce su historia en poder de los indios.
El padre González Arocha alude a esta opinión, la más común, que
atribuye el origen de la Virgen del Cobre a ser la misma que Ojeda u
Hojeda trajo de España, y que, aunque confusamente, suponen ser la
que tuvieron en su poder los caciques de Macaca y Cueiba.6
Estas vírgenes, sin duda, fueron dos y dos episodios que refieren los
cronistas de Indias. El olvido de sus lecturas, por ejemplo, de la Historia
de las Indias del padre Bartolomé de las Casas, que lo narra prolijamente,
ha llevado a criterios de confusión y error. Pero su dilucidación nos pare-
ce fácil, con los cronistas a la vista.
Trataremos minuciosamente de la Virgen de Macaca y de la Virgen
de Cueiba.7
La Virgen del Cobre no puede ser en manera alguna la que veneró el
cacique de Macaca, por una consideración sencilla, aunque hasta ahora
inédita. La Virgen de la Caridad del Cobre es de armazón de madera, y
siempre ha sido tenida como tal. En cambio, la imagen de Nuestra Seño-
ra, que de un marinero español recibió en 1509 el cacique Comendador
de Macaca era «en papel», «una estampa», según Morell de Santa Cruz.8
¿Es la actual Virgen del Cobre la efigie mariana que la tradición pone
en manos del cacique cubano de Cueiba?9
6
Guillermo González Arocha. «La piadosa tradición de la Virgen de la Caridad del Cobre»,
en Archivos del Folklore Cubano, La Habana, vol. III, No. 2, abril-junio, 1928, p. 100.
7
[Nuevo en la segunda versión: párrafo anterior y la última oración.]
8
Pedro A. Morell de Santa Cruz. Historia de la Isla y Catedral de Cuba. Imp. Cuba
Intelectual, La Habana, 1929, p. 55.
9
[Nuevo en la segunda versión: oración completa.]

81
Esta hipótesis se ha construido sobre datos de los cronistas de la
invasión castellana de Cuba.
Soloni la recoge en la forma que va a continuación: «Tres de los más
interesantes tíos del descubrimiento y conquista de América figuran en
la historia de la Virgen de Cueiba: Juan de la Cosa, recio piloto vizcaíno;
Américo Vespucio, mercader florentino que había de dar injustamente
su nombre al continente descubierto por Colón, y Alonso de Ojeda, la
figura inicial en la historia de la esclavitud en el Nuevo Mundo, quien vio
un magnífico negocio en la captura de los siboneyes para venderlos
en Costa Firme, por cuya causa el almirante Cristóbal Colón, lo devolvió en
1496 a España, siendo por tanto también el primer deportado del enton-
ces recién descubierto continente americano.»10
La fama de este Alonso de Ojeda u Hojeda no pudo ser más sonada,
así por sus hazañas facinerosas como por su devoción a la Virgen María.
De ambas nos informa con su fino celo cristiano, el padre Bartolomé
de las Casas, y bueno será releerlo para comprender mejor el espíritu de
aquellos tiempos.11
Dice el célebre obispo de Chiapas: «Este fue el fin de Alonso de Hojeda
que tantos escándalos y daños en esta isla (La Española) hizo a indios;
este fue el primero que hizo la primera injusticia en esta isla, usando de
jurisdicción o justicia propia, por el derecho natural concedido, pudiera él
y los que con él iban, y al mismo almirante que los envió (como a injustos y
violentos tiranos, invasores de los reinos y tierras, y señoríos ajenos), justiciar
y hacer pedazos. Hojeda fue también el que por maña y cautela, o por
manera ilícita, prendió y trajo a la Isabela preso al rey Caonao, que se
ahogó estando en cadenas en cierto navío, para llevar a Castilla contra
toda la justicia y razón. Este fue asimismo el que infestó a Tierra Firme, y
a otras destas islas, que nunca le ofendieron, y llevó dellas muchos indios a
vender por esclavos a Castilla, como queda en el primer libro dicho y
finalmente, lo que agora en este su postrero viaje por las provincias de
Cartagena y el golfo de Urabá hizo, y fue causa de Nicuesa hiciese, con
otros muchos insultos, que, si yo cayera en los tiempos pasados en ello,
pudiera del mismo saberlo, y de otras muchas personas que con él andu-
vieran para referirlos; y porque no cometió menos que otros (al menos que

10
[Félix Soloni. Ob. cit., p. 148.]
11
[Nuevo en la segunda versión: párrafo completo.]

82
de aquellos primeros tiempos, porque los que después sucedieron otros le
excedieron ciento por uno), pudiera y debiera parecer otro más desastrado
fin, pero yo lo atribuyo que por honra de la Madre de Dios, que quien se
afirmaba ser muy devoto, quiso dispensar con él la divina justicia en que
muriese en su paz, y en su cama, quito de baraúndas, para que tuviese
tiempo de llorar sus pecados, en esta ciudad de Santo Domingo. Y plega o
haya placido a Dios de haberle dado cognocimiento, antes de la muerte, de
haber sido pecados los males que hizo a indios.»12
Tanta debió ser la fe de Ojeda en la Virgen María, que el padre Las
Casas hace hincapié en ella: «Era muy devoto de Nuestra Señora, y su
juramento era “devoto de la Virgen María”. Excedió a todos cuantos
hombres en España entonces había en esto, que siendo de los más
esforzados, y que, así en Castilla antes que a estas tierras viniese, vién-
dose en muchos ruidos y desafíos, como después de acá venido, en gue-
rras contra indios, millares de veces, donde ganó ante Dios poco, y
que él, siempre era el primero que había de hacer sangre donde quiera que
hubiese guerra o rencilla; nunca jamás en su vida fue herido ni le sacó
hombre sangre, hasta obra de dos años antes que muriese, que le aguar-
daron cuatro indios, de los que él injustamente infestaba en Sancta Ma-
ría, y con gran industria le hirieron, como abajo se contará porque fue un
señalado caso. Finalmente murió en la ciudad de Santo Domingo, paupé-
rrimo y en su cama, créese que por la devoción que tenía con Nuestra
Señora, que no fue chico milagro.»13
También se indigna el obispo de Chiapas contra las atrocidades de
Ojeda y sus compañeros, o sean, Enciso o Anciso, Luis y Vasco Núñez
de Balboa, quienes llevaron al Darién la sevillana Virgen de la Antigua,
que ya se veneraba en la isla La Española de Santo Domingo, y dieron su
nombre a la villa que fundaron en Tierra Firme, aunando en su diabólica
vida la devoción con el crimen, como dice Bartolomé de las Casas: «Que
hubiese tan tupida ceguedad en aquellos, y mayormente en el bachiller
Anciso, que parece que por sus leyes debiera más presto, sentilla, que
disponiendo de infestar, matar, y captivar, y robar a una gente apartada,
en su tierra y casas segura sin les haber ofendido, no menos que las otras
inocentísimas, que ni los indios a españoles, ni españoles a los indios

12
[Bartolomé de] las Casas. Historia de las Indias. Edición de 1927, t. II, p. 344.
13
Ibídem, t. I, p. 354.

83
habían visto, hiciesen oración a Dios y hiciesen votos a la Virgen María
de la Antigua por que les ayudasen y favoreciesen a perpetrar tan im-
pías, tan crueles, tan violentas, tiránicas, y de Dios tan ignominiosas y
afrentosas injusticias ¿Qué otra cosa era lo que allí, en aquellas oracio-
nes y votos hacían, sino hacer o tomar por compañero a Dios y a su
Madre Santa María de los robos, homicidios y captiverios en infamias de
la fe, y sangre que derramaban, y rapiñas que perpetraban, partícipes?
Daban a Dios a su Santa María oficios, que no son de otro propios, sino
de los demonios y de sus ministros. Los que en las obras del diablo andan
ocupados, como estos andaban, matando, captivando, robando y escan-
dalizando los inocentes que más nunca les merecieron, e infamando la fe
de Jesucristo, y, por consiguiente, impidiendo que gentes no se convirtie-
sen, no tienen necesidad de ayuda de Dios, sino del diablo.»14
De las indignidades por los tan devotos como desalmados Ojeda y
sus compañeros también nos atestigua este documento:15 «El dicho Alonso
de Ojeda e Bernaldino de Talavera vecino que fue de dicha ysla Españo-
la, aviéndose alzado con una nao e hurtado el e otros vezinos de dicha
ysla e yéndose a Vraba en dicha nao, salieron de dicha provincia de
Vraba con propósitos dañados de seguir su viaje a la dicha ysla Española
como dicho es e con tiempos e vientos contrarios diz que aportaron a la
ysla de Cuba donde diz que el dicho Alonso de Ojeda fizo e cometió otros
muchos delitos e desconcierto e que el dicho Bernaldino de Talavera
después que en la dicha ysla de Cuba entraron se apartó de dicha com-
pañía del dicho Alonso de Ojeda e con la mayor parte de la gente que los
susodichos llevaran en la dicha nao se hizo jurar por capitán e la dicha
jente lo juró e puso de su mano alguaciles no lo pudiendo fazer e diz que
ansí se entraron el dicho Bernaldino de Talavera e los que le siguieron la
tierra adentro por la dicha ysla de Cuba donde hizieron muchos delitos e
ecesos maltratando los caciques e indios della tomándoles sus haziendas
e mantenimientos contra su voluntad sin se lo pagar o forzándoles las
mugeres e sacándolas de su poder por fuerza para las traer consigo por
mancebas e hiriéndoles e ynjuriándolos grave e atrozmente de manera
que por los dichos Alonso de Ojeda e Bernaldino de Talavera e a las
otras personas de su compañía ansí de los que se alcanzaron (sic.) en la

14
[Bartolomé de] las Casas. Ob. cit., t. II, p. 351.
15
[Nuevo en la segunda versión: oración completa.]

84
ysla Española e hurtaron la dicha nao como de las que antes estavan con
dicho Ojeda hizieron a los yndios que estavan de paz e con yntención de
nos servir e ser nuestros vasallos dieron causa que se rebelasen contra
nuestro servicio lo qual todo diz que ha sido causa de poner en la dicha
tierra e yslas mucho escándalo e alboroto.»16
Prosigamos ahora la historia, copiando a Bartolomé de las Casas, que
en parte fue testigo de ella, de cuya crónica la toma, a su vez, el obispo
Morell de Santa Cruz. 17 Dice el fraile protector de los indios:18
«Embarcóse, pues, Hojeda con el Bernaldino de Talavera y con los de-
más de aquel hurtado navío, y no pudiendo tomar esta isla, fueron a dar
a la de Cuba, y creo que a la provincia y puerto de Xaguá, de que arriba,
en el capítulo 41, algunas cosas dijimos, donde aún no había pasado a
poblar españoles; en la cual, saltando en tierra y desmamparando el na-
vío, diéronse a andar por la isla, camino del Oriente, para se acercar a
esta. Acaeció que o en el navío, por el camino, o antes que se embarca-
sen, o después de salidos a tierra en Cuba, o sobre quien había de capi-
tanear, o por otras causas, que yo no curé de saber cuando pudiera sa-
berlas, revolviéronse Hojeda y Bernaldino de Talavera, o quizá que venían
en el navío, alguno de los súbditos del mismo Hojeda, por vengarse de
algunos agravios que estimasen del recibo finalmente, hechos todos a
una con el Talavera, prendieron al Hojeda, y preso lo llevaban cuando
iban por Cuba, camino, salvo que iban suelto porque tuvieron muchas
bregas y reencuentros en los indios y valía más Hojeda en la guerra que
la mitad de todos ellos; y como era tan valeroso en fuerza y ligereza y
esfuerzo, trayéndolo preso los deshonraba a todos, y los desafiaba, di-
ciendo: “Bellacos traidores, apartaos ahí, de dos en dos, y me mataré con
todos vosotros”, pero ninguno había que le osase hablar ni llegarse a él;
y porque muchos indios de los vecinos de aquella isla de Cuba, eran
naturales desta isla, y se habían huído della por la destrucción y muerte
que los españoles hacían y causaban a las gentes desta, y cognocían bien
sus obras por experiencia, ítem, las matanzas y despoblaciones que ha-

16
Véase en el Cedulario cubano de José María Chacón y Calvo. Colección de documen-
tos inéditos para la historia de Iberoamérica. Compañía Iberoamericana de Publicacio-
nes, Madrid, l929, t. VI, p. 396.
17
[Pedro A.] Morell de Santa Cruz. Ob. cit., p. 56.
18
[Nuevo en la segunda versión: párrafo completo.]

85
cían en las gentes inocentes de las islas de los Lucayos, cuando los vie-
ron tantos juntos, creyendo y temiendo que venían a les hacer otro tanto,
salíanles al camino a resistillos que no entrasen en sus pueblos, y, si
pudieran, también matallos, aunque eran tan pocas y tan débiles sus ar-
mas, que no tenían sino unos simples arcos, y ellos gente pacífica y no
osaba a reñir con nadie, que todos juntos, aunque eran muchos, les pu-
dieran hacer, como les hicieron poco daño; pero porque los españoles
venían flacos, y con gran trabajo, por no pelear con los indios huían de los
pueblos, llegándose siempre a la costa de la mar, y habiendo andado más
de 100 leguas, hallaron junto a la mar una ciénaga que les llegaba a la
rodilla y poco más, y pensando que presto se acababa, proseguían su
camino adelante; andando dos o tres días, íbanse ahondando la ciénaga,
y, esperando que no podía durar mucho y por no tornar a andar lo que
quedaba atrás, como había sido muy trabajoso, todavía andaban más, la
ciénaga crescía más, así en la hondura con el alejarse. Desta manera
anduvieron ocho y diez días por ella, con esperanza de que se acabaría,
y con temor de andar lo que dehaban atrás andando, habiendo padecido
incomparable trabajo de sed y hambre, siempre a la cintura el lodo y el
agua, noches y días, y para dormir subíanse sobre las raíces de los árbo-
les mangles y allí dormían algún sueño, harto inquieto, triste y amargo.
La comida era el caçabí y algún bocado de queso, si alguno lo alcanzó, y
axí, que es la pimienta de los indios, y algunas raíces de ajes o batatas,
como sanahorias o turnas de tierra, crudas, que era lo que cada uno
llevaba sobre sus cuestas en mollila o talega, y bebían del agua salobre o
salada. Anduvieron más adelante, con la dicha esperanza de que se aca-
baría camino tan mortal, y tanto más la ciénaga se ahondaba cuanto se
dilataba más, llegaban muchas veces a lugares, por ella, en los cuales les
llegaba el cieno y agua hedionda a los sobacos, y otras que les subía
sobre las cabezas y otras más alto donde se ahogaban los que no sabían
nadar. Mojábanseles la comida como las talegas andaban nadando, y el
caçabí, mojado, es luego perdido, de ningún provecho puede ayudar, como
lo podían ser obleas en un charco echadas. Traía Ojeda en su talega, con
la comidilla, una imagen de Nuestra Señora, muy devota y maravillosa-
mente pintada, de Flandes, que el obispo don Juan de Fonseca, como lo
quería mucho, le había donado, con la cual Hojeda tenía gran devoción,
porque siempre fue devoto servidor de la Madre de Dios; en hallando
que hallaba algunas raíces de los dichos árboles mangles, que suelen

86
estar sobre las aguas levantadas, parábanse sobre ellas un rato a des-
cansar, los que por allí se jallaban, porque no todos venían juntos, sino
unos que no tenían tantas fuerzas ni tanto ánimo, quedánbanse atrás, y
otros desmamparados, y otros más adelante; sacaba Hojeda su imagen
de su talega y poníala en el árbol, y allí la adoraba y exhortaba a que los
demás la adorasen, suplicando a Nuestra Señora los quisiese remediar; y
esto hacía cada día y muchas veces cada y cuando hallaba oportunidad.
Y porque les era imposible tornar atrás, pensaban en volver atrás, sino
morir todos allí ahogados, o de hambre y sed, como ya muchos muertos
quedaban, con sola la esperanza de que la ciénaga se había de acabar.
Duróles la ciénaga 30 leguas, y anduvieron por ella treinta días con los
trabajos y miserias que dichos están; muriendo de hambre y sed y aho-
gados, creo que de todos ellos, que eran 70, la mitad. Cierto, que, aunque
los trabajos en estas Indias los españoles han querido pasar, por buscar
riquezas, han sido los más duros y ásperos que hombres en el mundo
nunca pasaron, estos que aquí Hojeda y los que con él venían padecie-
ron, fueron de los más grandes, hasta el cabo, y hallaron un camino
seguido, por el cual se dieron andar, y a obra de una legua hallaron a un
pueblo de indios llamado Cueyba, la y letra lengua, y llegados, cayeron
muertos de flacos. Los indios de vellos quedaron espantados; dijiéronles
cómo atrás quedaban los demás en aquel doloroso trabajo, o por señas,
porque allí venían algunos que de la lengua desta isla, que con la de
aquella era toda una, sabían algunos vocablos. Hallaron tanta piedad y
compasivo acogimiento en los indios, que no lo hallaran alguno dellos
mejor en casa de sus padres; a los que allí llegaron diéronles luego de
comer en todo lo que tenían, que no era poca abundancia, porque la isla
de Cuba en gran manera era de mantenimientos abundante, como, pla-
ciendo a Dios, se dirá. Laváronlos, limpiáronlos, recreáronlos. El señor
del pueblo envió luego mucha gente, con la comida para los otros que en
la miseria y en la tristeza quedaban, mandándoles que los ayudasen a
salir, y los recreasen y alegrasen, y los que no pudieran venir que los
trujesen a cuestas, y entrasen por la ciénaga y buscasen los que falta-
ban. Haciéronlo los indios tan bien y mejor que les fue mandado, porque
cuando no son exacerbados y maltratados de nosotros antes, siempre así
lo hacen.
»Traídos y llevados todos los que escaparon, fueron allí servidos mu-
chos días. Mantenidos, recreados y consolados, como si los indios esti-

87
maran que fueran ángeles, y es cierto que si 1 000 o 10 000 fueran
españoles, si los indios quisieran matallos, según venían, se había mucho
a su misericordia, encomendado, y hecho voto que saliendo salvo al pri-
mer pueblo, dejaría en él su imagen, dióla al señor del pueblo, e hízole
hacer una ermita o oratorio con su altar, donde la puso, dando alguna
noticia de las cosas de Dios a los indios, según que él pudo hablarles,
diciéndoles que aquella imagen significaba a la Madre de Dios, que esta-
ba en el cielo. Dios y señor del mundo, llamada Sancta María, de los
hombres muy abogada. Fue admirable la devoción y reverencia que a la
imagen tuvieron, desde adelante, y cuán ornada tenía la iglesia de paños
hechos de algodón, cuán barrida y regada; hiciéronle coplas en su len-
gua, que en sus bailes y regocijos que llamaban areítos, la i letra lengua,
cantaban, y al son de voces bailaban. Yo llegué, algunos días después de
este desastre de Hojeda y su campaña, vide la imagen puesta en el altar,
y la iglesia u oratorio, de la manera dicha, compuesta y adornada. Y
cuando hablaremos, si a Dios pluguiere, de las cosas de aquella isla, en el
libro III, contaré otras cosas acerca de la devoción que los indios tenían
con esta imagen, no dignas de ser calladas.»19
El padre Las Casas también fue testigo presencial del siguiente su-
ceso; dejemos ahora la pluma a este: «Llegaron a la provincia o pueblo
de Cueiba, que estaba en el camino, antes de Camagüey, 30 leguas de
Bayamo, donde Alonso de Hojeda y los que con él padecieron aquellos
grandes trabajos de la ciénaga, hubo aportado y salvándose, y donde
Hojeda dejó la imagen de Nuestra Señora, muy devota, como se refirió
en el libro precedente, cap. 60; y porque los españoles que habían visto la
imagen dicha, porque iban allí algunos de los que con Hojeda en la ciéna-
ga se habían hallado, y los que habían ido con el susodicho alcance de la
gente de Bayamo, loaban mucho la imagen al dicho padre, y él llevaba
otra de Flandes, también devota, pero no tanto, pensó en trocarla con
voluntad del cacique, o señor del pueblo. Después de muy buen recibi-
miento que los indios hicieron a los españoles, y ofrecida mucha comida,
y los niños baptizados, que era lo primero que trabajaba hacerse, y todos
aposentados comenzó a tratar el padre con el cacique, que trocasen las
imágenes; el cacique luego se paró mustio y disimuló cuanto mejor pudo,
y en viniendo la noche, toma su imagen y vállase a los montes con ella, o

19
[Bartolomé de] las Casas. Ob. cit., t. III, p. 339.

88
a otros pueblos distantes. Otro día, queriendo el padre decir misa en la
iglesia, que la tenían los indios muy adornada con cosas hechas de algo-
dón, y un altar donde tenían la imagen, enviando a llamar al cacique para
que oyese la misa, respondieron los indios que su señor se había ido y
llevado la imagen por miedo que no se la tomase el padre; harto pesar
recibió el padre y todos los españoles, temiendo que la gente que hallaron
quieta y pacífica no se alborotase, y aun dudando no quisiesen quizá
hacer, a los españoles y al padre, guerra por su defensión de su imagen;
proveyó el padre que fuesen mensajeros al cacique significándole y cer-
tificándole que no quería su imagen, antes le daría la que traía
graciosamente y de balde; como quiera que ello fue, nunca quiso parecer
el cacique, hasta que los españoles se fueron, por la seguridad de su
imagen. Era maravilla la devoción que todos tenían, el señor y súbditos,
con Sancta María y su imagen. Tenía compuesta, como coplas, sus
motetes y cosas en loor de Nuestra Señora, que en sus bailes y danzas,
que llamaban areítos, cantaban, dulces, a los oídos bien sonantes; final-
mente, partieron los españoles para ir adelante.»20
Soloni comenta: «Es de suponer que esta táctica de esconder la ima-
gen fue seguida por los indios cada vez que temían una invasión de colo-
nizadores, y puede ser también que en uno de esos escondites se perdie-
se.»21 Esa Virgen acaso fue arrojada al mar por los indios, después de
rota su amistad ingenua con los conquistadores, o arrastrada por las llu-
vias y huracanes...
Más curiosa aún por el habla y el espíritu religioso de su época, y más
expresiva por la naturalidad del relato, los diversos detalles que com-
prende y por deberse a un testigo que trató con los indios, es la siguiente
narración del geógrafo Enciso22 sobre la Virgen del cacique indio, olvida-
da hasta ahora por los hagiógrafos.
«En este cabo de Cruz, escribió Enciso, hubo un cacique que se bau-
tizó y llamábase el Comendador y pasando por aquella tierra un navío,
quedóse con el marinero mancebo algo malo, y después que sanó el
marinero, puso una imagen de Santa María en una casa pequeña, cabe la
del cacique, a que llaman bohío y díjole al cacique el Dios de los cristia-
nos era Santa María, que era Madre de Dios, y que era aquella su figura

20
[Bartolomé de] las Casas. Ob. cit., t. II, p. 481.
21
Félix Soloni. Ob. cit., p. 149.
22
En la Suma de Geografía. Sevilla, 1519, t. 3, p. 595.

89
y rezóle el Ave María al cacique y a algunos otros, y hacía al cacique que
llevase cada tarde a todos los indios a aquella casa, donde tenía la figura
de esta Santa María, y llamaban la iglesia, y el cacique y los indios iban
cada tarde a aquella casa, e hincábanse todos de rodillas y decían todos
a voces “Señora Santa María, sálvanos y ayúdanos”, y decíale el mari-
nero cada tarde el Ave María y la Salve, y todos iban a aquella oración
de buena gana. En como los otros caciques de aquella tierra lo supieron
amenazáronlo porque dejaba a su ídolo que llamaban cemí, y sobre eso
pelearon muchas veces; iba el marinero por capitán, y aunque eran po-
cos todavía vencía el cristiano marinero, y venido tornaron a pelear este
cacique Comendador y los otros caciques sobre cuál era mejor, el cemí
o Santa María, y todavía vencía el Comendador, que decía que era mejor
Santa María y decían los otros caciques que no hacía el Comendador ni
los suyos la guerra sino una mujer muy fermosa, vestida toda de blanco,
que le venía a ayudar con un palo que los mataba a todos y los hacía huir,
y concertáronse entre ellos en esta manera; que los caciques tomasen
un indio de los del Comendador, y lo atasen a su voluntad como ellos
quisiesen y que el Comendador tomase otro indio de los otros caciques, y
que lo atasen a su voluntad, y que así atados los dejasen de noche en un
prado solos y que si el cemí era mejor que Santa María, que él vería y
desataría el suyo y hecho el concierto tomaron los indios y atáronlos
como es dicho y echáronlos en un prado con guardas para que viesen lo
que se hiciese, y a media noche vino el cemí y fue a desatar el suyo, y
queriéndolo desatar llegó Santa María, vestida toda de blanco y muy
fermosa, con un palo en la mano y en pareciendo ella se fue el cemí, y
ella luego tocó con el palo al indio del Comendador que era de su parte,
y como lo tocó fue suelto y todas las ataduras que él tenía pasaron al otro
indio del cemí, además de las que tenía; y al otro día como los guardias y
los que habían atado, dijeron lo que había pasado a los caciques dijeron
que no podía ser, sino que había engaño, y volvieron a atarlos otra vez, y
pasó otro tanto, y dijeron lo mismo que era engaño, y después volvieron
otra vez a atarlos y pusiéronse en guarda los mismos caciques y vieron
otro tanto como los otros, y como vieron aquello dijeron que Santa María
era buen cacique; de allí adelante aceptaron que el Comendador tuviese
a Santa María por cacique y que los otros tomasen la que ellos más
quisiesen, a Santa María o al cemí, y desde allí adelante el Comendador
y los suyos tuvieron a Santa María por cemí, y cada tarde iban a su casa

90
do tenían la figura a hacer oración como el marinero se lo había demos-
trado; y después vino por allí una nao en donde venía un clérigo y díjoles
una Salve cantada y baptizó muchos de ellos y ellos teníanle puesto en la
casa de la figura de Santa María de comer y de beber, porque así lo
acostumbraran poner el cemí; y porque Santa María nunca comía,
maravillábanse y decían que su cemí comía de lo que le ponían; y el
clérigo les dijo que Santa María no comía, y que los clérigos lo comían
por ella y tomó de lo que tenían puesto, para que comiese y llevóselo y
comió de ello; y los indios se quejaron de ello y lo quisieron matar,
y decían que era malo y que no era de Santa María sino del cemí y
queriéndolo matar, yo lo vi de vista porque venía en la misma nao y el
clérigo era natural de Sanlúcar de Barrameda.23 También vi que a cual-
quiera cristiano que salía a tierra le tomaban los indios y lo hacían sentar,
y le daban de comer porque les rezase y si no querían de grado hacíanles
decir aunque no querían, a mí mesmo me tomaron y yo se la dije muchas
veces y estuve con ellos tres días.»24
Como se advierte, hay cierta confusión entre la imagen del cacique
de Cueiba y la del cacique de Macaca. Una era de papel, según el obispo
Morell de Santa Cruz, la otra debió ser de tabla o tela; y de otra parte, el
cacique llamado Comendador, según el mismo historiador mitrado,25 fue
el de Macaca y no el de Cueiba, como algunos han dicho.
Pero acaso sean una y las mismas las leyendas del cacique iconófilo,
atribuidas a lugares y a personas diversas por pura confesión de sucesi-
vos narradores, ignorantes de las escasas crónicas y de la vacilante geo-
grafía de la época, pero la crónica del padre Las Casas repara bien
claramente ambas efigies y episodios de la conquista.
Según la tradición y el testimonio de Bartolomé de las Casas, la imagen
del cacique de Cueiba, así como la suya propia, que el exaltado clérigo
quiso cambiar con la del cacique, y aun dársela, después, era una imagen
«de Flandes», y era maravillosamente pintada. Puede deducirse que la
imagen, que se llevaba por Ojeda en su taleguillo era pintada o en «tabla»
o en «cobre», o en «tela», y que no era talla. Debió de ser en tabla o cobre,
23
Refiere al sevillano padre Las Casas, quien tan duramente combatió las hazañas de este
bachiller Enciso en Tierra Firme.
24
Recogió y copió esta narración, aunque con propósitos alejados de la hagiografía, M.
R. Ferrer en su obra Naturaleza de la Isla de Cuba, pp. 523-525.
25
[Pedro A.] Morell. Ob. cit., pp. 55, 56.

91
más que de tela, para poderse conservar en la talega, donde se llevaba
también la comidilla, y debió no ser de talla, porque de haberlo sido no
habría sido la pintura el detalle más característico y más culminante de la
efigie que llamó la atención del padre Las Casas. Claro es que esta opinión
no concluye, pero nos parece la más ponderada y lógica.26
También observemos que si la imagen de El Cobre fuese la de Ojeda,
¿a qué parte de ella debió aludir el padre Bartolomé de las Casas cuando
dijo que era «maravillosamente pintada»? ¿Solo a la cara y a las manos
que son las únicas partes pintadas de la Virgen cobrera, salvo en su
peana? ¿No es más lógico y claro pensar, por todo esto, en una pequeña
tabla pintada? Nos parece evidente.
Tampoco la imagen o Virgen de Cueiba puede ser la misma de El
Cobre, si se tiene en cuenta que aun suponiendo que la Virgen de Ojeda
hubiese sido de tabla, es imposible admitir que su imagen «maravillosa-
mente pintada» y que se llevaba a las largas y copiosas aventuras de los
descubrimientos y conquistas podía ser la imagen de armazón, trípode,
que es la Virgen del Cobre, como muchas otras imágenes de los siglos
XVI y posteriores. Además, se nos cuenta que esa imagen de Cueiba
servía al indio «de escudo o brazalete en el diestro brazo», según dice
fray Martín del Castillo. O sea, la colgaban al pecho, según el mismo
fraile y el Novarino. Lo cual parece concluyente, sobre todo su utiliza-
ción enlazándola como escudete, que debió ser plana y no de bulto
estatuario, es decir, pintada en una tabla.27
El reverendo Fonseca, además, analiza los argumentos que apoya la
tradición susodicha y dice así: «También nos hace creer ser la misma;
primero, porque su tamaño, que es una tercia y tres dedos, daba lugar
a llevarla en el pecho, como lo ejecutaba el reyecillo en las guerras, a
manera de escudo.»28 Sin embargo, este argumento nos parece absurdo.
Es cierto que el modo de ser llevada la imagen por el cacique a sus
guazábaras no era quizás opuesto al empleado por los indios, que se ataban
sus idolillos en la cabeza como frontales, o se los colgaban del cuello,
como pectorales, como aún pueden verse en los museos; pero digámoslo
también, no conocemos ningún idolillo usado en tal forma pinjante, que
alcance la longitud de «una tercia y tres dedos», que es el tamaño tradicio-
nal de la Virgen aparecida en Nipe, según el padre Fonseca. En cambio, si

26
[Nuevo en la segunda versión: párrafo completo.]
27
[Nuevo en la segunda versión: los tres últimos párrafos.]
28
[B. Ramírez. Ed. cit., p. 14.]

92
aceptamos que la imagen de Ojeda era una «de Flandes, maravillosamen-
te pintada» en una tabla y de tamaño tal que cabía en una «taleguilla», fácil
se comprende que el cacique de Cueiba pudiera usarla como escudete o
como pectoral. ¿Cómo era posible al indio guerrero llevar la imagen del
Cobre, embragada como escudo o colgada del pecho, si esta es volumino-
sa y hueca armazón de listones envuelto en telas?
Piénsese, por otra parte, que los caracteres de estar «pintada maravi-
llosamente» y de estar constituida por una tabla o cobre, es decir, de ser
«plana», añadiría para el cacique de Cueiba nuevos motivos de curiosi-
dad, rareza y misterio para considerar ese ícono como sacro; pues sus
ídolos solo eran simples fetiches que acaso no pasaban de burdas forma-
ciones antropomórficas.
Lo que sí puede asegurarse es que si aceptamos la tradición de la
Virgen de Cueiba, resultaría que la Virgen del Cobre no sería española
sino flamenca, pues aquella imagen de Ojeda, según fray Bartolomé de
las Casas, era de Flandes, como lo era la que pintaba este clérigo cuando
trataba con el cacique cubano.29
De todos modos, esta tradición de la imagen de la Virgen María en
manos de indios cubanos ha sido desde antaño muy arraigada. Onofre
de Fonseca citó varias autoridades, en el Tratado primero de su manus-
crito, que él tituló precisamente: «Donde se prueba que tan milagrosa
imagen estuvo en esta isla de Cuba protegiendo a sus habitadores nue-
vamente convertidos, antes de aparecer sobre el mar.»
Bernardino R. Ramírez, refiriéndose al libro de Onofre de Fonseca,
dice: «El referido manuscrito en el principio tenía algunas autoridades, en
donde probaba ser esta divina imagen traída de España por un militar
cabo de escuadra; parte de ellos no se entienden, por la corrupción del
papel; pero las que están inteligibles, hacen la misma fuerza sobre el
propio asunto.»30
La leyenda del cacique o régulo cubano que veneró la efigie de la
Virgen María de Ojeda fue recogida por varios hagiógrafos, como el
padre Novarino, el obispo de Cartagena de Indias, Diego de Arteaga,
Lorenzo Beyerlino, fray Martín del Castillo, etcétera.31

29
[Nuevo en la segunda versión: los tres últimos párrafos.]
30
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 7 y 8.]
31
Véase al padre Novarino. Umbra Virginea. Libro 4º, No. 638; a Diego de Arteaga.
Alfabeto mariano. Libro X, fol. 88; a Lorenzo Beyerlino. Teatro. Letra M, papeleta de
María; y a fray Martín del Castillo. Panegírico de María Santísima. fol. 130, No. 176.

93
Las autoridades citadas son las siguientes:
El padre Novarino, en su tratado Umbra Virginea, dice así: «En las
Indias Occidentales sucedió un caso digno de eterna memoria; y fue en
la isla de Cuba, la mayor de todas las de dichas Indias rodea el mar. Un
reyezuelo o cacique de ella triunfaba de todos sus enemigos, venciéndo-
les y haciendo retirar; porque, a imitación de los cristianos, valiéndose de
una imagen de María Santísima, que un militar cabo de escuadra le había
dado, se le colgaba ante el pecho cuando salía a reñir, con cuya protec-
ción siempre vencía.»32
El ilustrísimo señor doctor don Diego de Arteaga, obispo de Cartagena
y Trujillo, en su Alfabeto mariano, dice así: «Que debiéndose dar gra-
cias a Dios por las obras grandes de su poderoso brazo; pues con el
estandarte de la Santa Cruz y la protección de María Santísima, habían
sujetado los pocos españoles que pasaron a la conquista de las Indias a
tan bárbaros y poderosos reyes, librándose de la cautividad en que el
demonio los tenía oprimidos: es con mayor excelencia el primer triunfo
de un régulo o cacique cubano, el cual usando, a imitación de los católi-
cos, de una imagen de María Santísima, y valiéndose de su protección
triunfaba de sus enemigos en toda la isla, por lo que él y toda su gente,
recibieron la fe católica con mucha alegría.»33
El reverendo padre fray Martín del Castillo, del orden de los menores,
en el tratado que escribió, titulado Panegírico de María Santísima,
dice las siguientes palabras: «En conclusión ha volado la fama de nuestra
guerrera y defensora, la Madre de Dios, más allá del mar hasta llegar a
estas regiones, por las frecuentes victorias que nuestros españoles han
conseguido de esos gentiles de la América.»34
Veamos, pues, estos triunfos y victorias de la Madre de Dios. «En el
año de 1515, después de nuestra redención, en esta isla nuestra vecina
llamada de Cuba, que corre de oriente a poniente, tierra firme, hasta el
puerto que intitula Habana, gobernaba cierto régulo de los indios, el que
continuamente guerreaba con los pueblos comarcanos; empero tan di-
choso, que siempre salía vencedor de todos sus combates; de tal suerte
que nunca se retiró vencido en la campaña, siendo de tanta felicidad esta

32
[Citado por Fonseca. B. Ramírez. Ed. cit., p. 9.]
33
[Ídem, pp. 9 y 10.]
34
[Ídem, p. 10.]

94
la causa: cierto soldado cristiano que fue arrojado no sé por qué acaso,
en esta dichosa isla (refiérelo así Lorenzo Beyerlino en su Teatro letra
M, en la palabra María) se alistó en los ejércitos del referido régulo,
cuyas tropas seguían trayendo siempre en el pecho la imagen de la San-
tísima Virgen María, la cual indefectiblemente le servía en todas las
guerras como escudo o brazalete en el diestro brazo; por cuya causa,
siempre que el expresado soldado y régulo salían a campaña vencían a los
enemigos, de que resultó moverse acerca de las guerras esta duda entre
los indios de dicha isla; si sería más poderosa aquella imagen de María
para conseguir victorias en la guerra, o las de los ídolos de los indios, pa-
ra cuya resolución los centuriones y capitanes de ambos ejércitos, con
unánime acuerdo, convinieron en esto: “Que se pusiesen en la espaciosa
llanura del campo dos mancebos, cuyos brazos habrían de atar con cor-
deles fuertemente a las espaldas por el ejército contrario, bajo del patro-
cinio de sus ídolos; y que del mismo modo por el ejército dichoso se
ligaran otros dos, bajo la protección de María Santísima, y que aquella
parte cantara la victoria por sí, como si la hubiese conseguido a fuerza de
arma, cuyos mancebos, sin humano favor, quedasen libres de dichas pri-
siones; en lo que convinieron los magnates de uno y otro ejército, y pues-
to por obra todo lo dicho, estando los militares de ambos cuerpos espe-
rando por instantes el suceso de este caso, se apareció con admirable
majestad la Reina del Cielo al reyecillo (que estando instruido del solda-
do cristiano), decía a voces repetidas: Ave María, Ave María, la cual,
acercándose a los dos ligados jóvenes del régulo, los desató con el con-
tacto solo de un cetro que traía en las manos; quienes viéndose libres,
partieron luego al punto adonde estaban los otros dos mancebos ligados
del ejército enemigo, que invocaban el favor de sus ídolos; y trayendo
consigo los cordeles con que habían sido atados fuertemente, los volvie-
ron a reatar con ellos sobre las otras prisiones. De todo lo cual se siguió
renovarse las guerras más sangrientas entre las indicadas tribus. Más la
vencedora María invocada del cacique, asistió siempre a la consecución
de sus victorias y triunfos; cuyos prodigios fueron causa, que así los dos
librados jóvenes como algunos de los otros indios, se convirtieran a la fe
de Jesucristo”.»35

35
Bernardino Ramírez. Historia de la Aparición... 2da. ed., Imprenta de Daniel Bermúdez,
La Habana, 1916, pp. 11-12.

95
Continúa Onofre de Fonseca: «En el libro intitulado Patrocinio de
María Santísima a los españoles se halla el caso siguiente. Dice el
escritor, como fervorizando a los católicos, para que con mayor aprecio
correspondan a lo mucho que deben a la Reina del cielo: “Que era tan
grande la devoción que los indios de la isla de Cuba conservaban a la
imagen de María Santísima y a su santo nombre, que además de tenerla
en la iglesia de Santiago de Cuba, muy adornada y entapizada con paños
de algodón fino, el cacique o régulo publicó una ley, por la que impuso
graves penas a fin de castigar al que se atrevía a mentar el santísimo
nombre de María fuera del templo, a menos de no ser su real persona, y
las mujeres en los peligros de sus partos.”36
»El mismo autor, en el libro ya expresado, asegura: “Que últimamente
este régulo con su gente, por las muchas persecuciones que tenía de sus
contrarios, se retiró al centro de la isla; esto es, a la parte que cae hacia
el norte; y celoso de que no le quitasen la imagen que él tanto veneraba,
un día (quizás movido de inspiración divina), con bárbara resolución al
parecer, la echó en uno de los ríos que derraman sobre las costas del
expresado Norte.”»37
El capellán Ramírez da énfasis a esa relación de los indocubanos con
la Virgen del Cobre, o viceversa, para que sea mejor dicho. «Por dichas
autoridades (las del libro de Fonseca) se ve el amor e inclinación que
tuvo María Santísima a los indios naturales de esta isla, y el deseo de
proteger después a todos sus habitantes.»38
Ha surgido alguna duda en cuanto a la geografía del milagro, pues por
el cacicazgo de Cueiba, en el término de El Cobre, corren los ríos Cauto,
Casabe, Caimanes y afluentes del Yarayabo, pero todos fluyen hacia el
sur, en cuyos mares desembocan. Parece poco verosímil que el cacique
arrojara a uno de esos ríos su ícono católico, y luego, como un siglo
después, este emergiera en una bahía del norte, como es Nipe.
Soloni observa: «Comoquiera que el cacicazgo de Cueiba estaba
situado más bien al centro y hacia el sur de lo que hoy es la provincia
de Oriente, esto confunde algo; pero en la historia de Pezuela, este
autor cita un río “Nipe”, afluente del Cauto, y bien pudiera ser que el

36
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 12 y 13.]
37
[Ibídem, p. 13.]
38
[Ídem.]

96
hallazgo en “Nipe” fuese en el río y no en la bahía.»39 Pero en Onofre
de Fonseca se aclara esta duda, pues en el libro de Patrocinio de
María Santísima a los españoles, citado por Onofre de Fonseca, se
dice que el cacique poseedor de la imagen de la Virgen fue perseguido
por sus contrarios, y por lo que fácilmente se deduce del contexto, fue
vencido, a pesar de la protección que pedía a la imagen española, y «se
retiró a la parte de la isla que (...) cae hacia el norte»,40 donde arrojó la
efigie a un río.41
En el siguiente texto, que el capellán Ramírez transcribe del manus-
crito de Onofre de Fonseca, se halla la más seria afirmación de la oriundez
española de la Virgen de la Caridad del Cobre. Dice el capellán Fonseca:
«Ni dudamos tampoco ser aquella imagen la misma que hoy veneramos
en el Real de Minas del Cobre, aparecida en la bahía de Nipe; conser-
vándose hasta aquel tiempo, en que Dios halló conveniente venir a reme-
diar por medio de ella nuestras calamidades, después de correr más de
un siglo desde la conquista de esta isla (que fue cuando dicho cacique la
echó al río) hasta el tiempo de su aparición.»42
Onofre de Fonseca comenta la tradición que antecede con el siguiente
discurso: «Este caso estupendo nos persuade que fue misterioso el arrojo
del régulo, pues quizás Dios, previniendo que por entonces se ponía a ries-
go la milagrosa imagen de que los bárbaros enemigos la ultrajaran, o que
tomándola otras gentes la perdiera esta isla, permitió tal acción al referido
régulo; por cuyo motivo se discurre, que la altísima providencia de Dios la
mantuvo ilesa e incorrupta en las aguas o en otra parte.»43
Continúa argumentando Onofre de Fonseca: «Porque estos ríos que
están a la vuelta del Norte (son más de seis) todos derraman en la bahía
de Nipe, que se halla al mismo viento.»44 Así es, ciertamente, esos ríos
cuyos cabezales están al sur de Nipe y corren hacia esa bahía son los
hoy denominados.

39
[Félix Soloni. Ob. cit., pp. 149 y 150.]
40
[B. Ramírez. Ed. cit., p. 13.]
41
Por otra parte, en la Carta Pastoral del episcopado de Cuba se dice que ese citado Cayo
Francés, de la bahía de Nipe es llamado hoy Cayo Obispo, por su forma parecida a una
mitra episcopal. [Nuevo en la segunda versión: nota al pie.]
42
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 13 y 14.]
43
[Ibídem, p. 13.]
44
[Ibídem, p. 14.]

97
Onofre de Fonseca, en fin, se apoya en su fe y en los milagros que él
reconoce en la imagen de su santuario, «porque hoy se experimente en
la Santísima Virgen, que sus poderosas obras son las mismas, y mayores
que aquellas que hacía en los principios de la conquista, así con los espa-
ñoles, como con los naturales: Et si mihi non vultis credere operibus
credite».45 Dejamos el comentario de este argumento al criterio metafí-
sico del lector.
De modo que según Onofre de Fonseca, o sea, el primer capellán del
santuario, el milagro original de la Virgen del Cobre consistió solo en su
reaparición en Nipe, después de sus históricas peripecias en manos del
cacique de Cueiba. Y acaso, también, en su advocación de Virgen de la
Caridad, por más que no hay dato que niegue la posibilidad de que
la imagen también se llamara de la Caridad cuando fue de Ojeda.
Esta tradición sostenida por un capellán de la Virgen, en su fuerte
argumento en pro de la oriundez española de la efigie venerada en El
Cobre, es, además, la tradición en que el milagro se reduce a un mínimo
de interpretación, armonizable en toda su exteriorización con el criterio
científico del historiógrafo. Es una católica imagen de leño, que un espa-
ñol da a un indio; este la pierde o la arroja al agua y la efigie reaparece
flotando en Nipe ante unos canoeros. Aquí, el creyente dice: ¡un mila-
gro!, donde el historiador dice: ¡Un hecho de toda verosimilitud, de vul-
gares circunstancias, sin carácter sobrenatural alguno! Pero ya veremos
cómo aun así ofrece dificultades esta tradición.
El padre José Calonge en su sermón46 se refirió a una nueva interpre-
tación piadosa del origen de la imagen de La Caridad. Aludiendo al sol-
dado conquistado o «guerrero castellano» que dio la efigie al cacique
indio, dice que fue «quizás un mensajero del Cielo, un ángel de Cuba».
Este nuevo elemento religioso concordaría con la tradicional interven-
ción de vírgenes; pero suponemos que el padre Calonge no llevó sus
ideas más allá de una figura retórica a un sentido literal. De todos modos,
esa hipótesis del origen angelical de la imagen cobrera no ha trascendi-
do. Añadamos que el hagiógrafo escolapio dijo que el cacique se había

45
[Ídem.]
46
El erudito escolapio padre Modesto Roca, rector de las Escuelas Pías de Guanabacoa,
nos mostró el manuscrito inédito de un sermón dicho hace muchos años por el anciano
padre. José Calogne de su monasterio, en honor a La Caridad.

98
aprovechado del castellano para aprender alguna estrategia, dando así
una base más humana a las victorias bélicas de aquel indio.
Esta tradición hispánica que nos da Onofre de Fonseca fue corrompi-
da por Pirón, quien repite lo de la imagen de María traída de España por
un soldado, que tenía gran devoción por ella. Pero Pirón incurre en grave
error al desarrollar la leyenda que oyó ¡«como quien oye campanas»!
«En esa época la isla de Cuba sufrió una invasión de los ingleses, como
consecuencia de las guerras europeas; y el pobre soldado tuvo el valor
de arrojar la Virgen al mar para que no fuese ultrajada por los protestan-
tes», cuando la paz se hizo, la Virgen reapareció flotando sobre el mar,
como hizo Jesús en aguas tiberinas.
Como se observa, Pirón confundió la invasión de Inglaterra en el
siglo XVII, con la de los castellanos en el siglo XVI, y achaca a un soldado
español la inmersión defensiva en el mar que otros, con más verosimili-
tud, atribuyen a un cacique. Lo narrado por el imaginativo viajero fran-
cés carece de todo valor histórico y tradicional.
Digamos, en conclusión, que esta tradición indiófila de la Virgen del
Cobre es inaceptable con criterios históricos. Aceptando que la histórica
Virgen del cacique fue escondida por este, nada cierto se ha sabido so-
bre ella, ni hay elemento probatorio que permita fundar la identidad de
esa efigie de Cueiba con la de El Cobre. Son varias las razones ya ex-
puestas que impiden esa asimilación.
Hasta aquí se ha expuesto una de las tesis históricas, que se hace
concluir diciendo que esa misma imagen española, en una fecha que
oscila entre 1600 y 1628, apareció flotando en Nipe, y es la actual Virgen
de la Caridad, del Cobre.
Esta tradición es la que se mantiene en el folclor, y en la tradición del
santuario. En unos gozos que se le rezan a la Virgen del Cobre se le dice:

Eres la Virgen querida


que en Nipe se apareció,
la que un indio veneró
todo el tiempo de su vida.

Actualmente, se pretende afirmar que la efigie mariana que se vene-


ra en El Cobre es la misma que a comienzos del siglo XVI tuvo en su
poder el cacique.

99
El boletín mensual del santuario, titulado Ecos del Santuario, dice
así: «En el año 1515 había en esta isla un régulo que continuamente
estaba en guerra con los pueblos vecinos y siempre vencía. Las causas
de tales victorias era que llevaba consigo la imagen de Nuestra Señora
de la Caridad, la misma que hoy se venera en el santuario del Cobre.»47
Esta leyenda es también la propagada por hojas catequistas. Una de
estas dice: «Desde el primer momento de nuestra civilización, casi el día
mismo del descubrimiento de nuestra Isla, la Virgen de la Caridad quiso
compartir con sus hijos los anhelos, las luchas, los sacrificios y heroísmos
que la bandera de estrella solitaria simboliza.
»La Virgen de la Caridad para hacerse Madre de los cubanos, se
dejó vender como cosa y posesión de su dueño. Y el cacique siboney que
la adquirió, de tal manera se aficionó a ella, que con su oro, el alma, la
vida, el corazón le dio.
»¡Oh, Cuba! El siboney amante de la Virgen eres tú. Ámala, como él
la amó; con afecto ardoroso, exuberante, ardiente, meridional. Recuerda
lo que hizo aquel valiente de tu noble abolengo. Todo lo dio por ella. Y
cuando la suerte se hizo diversa, y ya no tuvo oro, ni piedras preciosas
con que honrar a su Virgen querida, en su mismo pecho levantóle un
altar. Y sintiéndose morir, para que manos extrañas no profanaran, dice
la tradición que la ocultó...
»¿Dónde? Tal vez en lo profundo de esa misma bahía de Nipe. Del
fondo de aquellas aguas, muchos, muchos años después, como nunca
tierna y amorosa, nuestra virgen volvió a la superficie buscando un altar
en los brazos y en el corazón de sus hijos para no abandonarlos jamás. Y
ella misma con prodigios misteriosos señalo en El Cobre su morada.»48
La Iglesia Católica, o al menos el episcopado cubano, acepta la refe-
rida hipótesis tradicional del hallazgo de la imagen en Nipe, después de
haber sido conocida en Cuba por algunos indios y perdida en la profundi-
dad de las aguas «donde la piedad la arrojó un día»; como puede verse
en la Carta Pastoral del episcopado cubano, sobre la Virgen de la Cari-
dad del Cobre.49
47
1ro. de mayo de 1929, año V, No. 40, p. 2.
48
Boletín mensual del santuario: Ecos del Santuario.
49
Carta pastoral acerca de la construcción del Santuario del Cobre, y de la Coronación
de la Virgen Santísima de la Caridad, dirigida al Clero y pueblo fiel de su diócesis, los
Ilmos. y Rvdos., los Arzobispos y Obispos de la Prov. Eclesiástica de Stgo. de Cuba.
Imp. y Librería de Lloredo y Ca., La Habana, 1917, p. 7.

100
El episcopado de Cuba, repitámoslo, se adhiere, pues, a esa tradición
que sostiene que la Virgen de la Caridad del Cobre no es cubana de
origen, sino española, traída por los conquistadores.
Y añadamos, para remate de esta tradición de la Virgen de Cueiba y
de sus poseedores Ojeda y el corsario B. Talavera, a que alude un histo-
riador español de Cuba, que según los cronistas: «Los indígenas de Cuba
recibieron sus primeras nociones sobre el cristianismo precisamente de
los bandidos de peor género y menos habituados a cumplir con su reli-
gión que hubiesen hasta entonces llegado al Nuevo Mundo.»50
Situemos ahora nuestro pensamiento en Nipe y aceptemos provisio-
nalmente el milagro. Aún caben hipótesis distintas acerca de la oriundez
de la Virgen del Cobre. ¿Es esa imagen obra de un artífice celestial? En
ese caso, su nacimiento terrenal fue cubanísimo en Nipe, tierra de Cuba;
en una de nuestras inefables alboradas, capaces de nimbar la aparición
de una deidad. ¿Es esa imagen de María obra humana, y, por tanto, el
portento de Nipe se reduce a su circunstancial emergencia ante unos
canoeros cubanos? En ese caso la efigie, obra de algún imaginero ante-
rior al siglo XVII, puede haberse construido en Cuba misma, pues no hay
imposibilidad material de que así fuere, aun cuando la parquedad de nuestra
población de entonces no haga pensar en la presencia de imagineros en
estas Antillas; o fue tallada y compuesta en España, como es muy proba-
ble, la gran difusión que entonces alcanzaba el culto mariano en todas las
regiones de Iberia y especialmente en Andalucía; o fue aquella efigie
armada en cualquier otro país europeo donde el catolicismo imperara, en
Flandes o Alemania, por ejemplo, donde florecía la imaginería religiosa y
de donde por los austrias y sus magnates eran llevadas a España y sus
dominios numerosas efigies de santos, precisamente en ese siglo XVI, se
destruían o renovaban los íconos de los templos católicos y hasta se
modificaba su figuración, abandonándose las vetustas y austeras efigies
medievales de talla por las figuras de armazón con indumentos pompo-
sos y realismos terroríficos o sensuales inspirados por el paganismo del
Renacimiento.
La Virgen del Cobre, como material representación icónica de la ca-
tólica Madre de Dios, puede ser de factura cubana, improbable; espa-
ñola, probable; o germana, posible.

50
F. Poiré. La triple coronne de la B. Vierge Mère de Dieu. Tournai, 1849, p. 393.

101
Carecemos de elementos para una opinión asegurada en este par-
ticular.
Pero la Virgen de la Caridad del Cobre es una figuración religiosa
integrada por múltiples elementos de muy diverso carácter y origen, que
en aquella han venido a condensarse y cristalizar. El elemento material
nos parece menos interesante; más significativos e importantes son los
factores espirituales. No significa tanto el origen de la efigie, obra de
anónimo artista, poco notable, por cierto, como la procedencia de todos
los factores que han determinado esa devoción cubana, sus matices his-
tóricos, su arraigo, su nacionalización y sus posibilidades. Y a su conside-
ración hemos de consignar el resto de nuestra labor hagiográfica.51
Llegamos aquí, digamos que, dejando aparte la interpretación piadosa
del origen de la Virgen del Cobre, por obra maravillosa de una voluntad
ultramundana; tampoco creemos aceptable con criterio historicista la tra-
dición de su hallazgo en Nipe en forma que ha venido sosteniéndose por
pura fantasía folclórica.
Creemos que por la seriedad de la obra religiosa deben rechazarse
aquellos elementos tradicionales que sin obstar a la pureza del credo
pugnen con la sensatez de los juicios basados en realidades comprobables
y en lógicas deducciones. ¿Para qué mantener la fe en milagros innece-
sarios, sin sentido ético y de conceptuación baladí?
Lamentamos discrepar de esa opinión tradicional y episcopal, y cree-
mos haber impugnado con suficientes razones el error en que se basa,
acaso sea la asimilación de la efigie cobrera con las de Macaca y Cueiba.
Por esa vía no puede deducirse la oriundez española de la imagen de
El Cobre.
Hemos de prescindir, pues, de toda tradición anterior a la que supone
la aparición en Nipe como Virgen de la Caridad de la imagen mariana
que hoy tiene culto en El Cobre.
No debemos excusarnos de decirlo, es poco verosímil, fuera de un
celestial portento, que la Virgen del Cobre, que simplemente se compone
de una cabeza y dos manos, figura sobre una sencilla armazón de listo-
nes, recubierta con indumentos de tela, pudiera aparecer flotando exacta
y sin detrimento, sobre las aguas de Nipe, aunque fuera en la tabla, en
que la tradición la coloca, la cual, dicho sea de paso, si existió realmente,
ha desaparecido y jamás estuvo en el santuario.

51
[Nuevo en la segunda versión: los tres últimos párrafos completos.]

102
Lo más lógicamente verosímil es pensar que una imagen mariana de
las llamadas de bastidor, de las muy abundantes entonces entre los cas-
tellanos conquistadores de Indias, en cumplimiento de leyes que así lo
ordenaban, fuese construida en Cuba o traída de Ultramar y situada
como objeto de culto en Santiago del Prado, en el Real de las Minas del
Cobre, y que a esa devoción se entretejió por obra espontánea del folclor
religioso, muy animado en aquellos tiempos de exaltaciones místicas o
por artificio intencionado para aumentar la fe, esa tradición de la apari-
ción de la Virgen flotando en el mar cubano y escrita en su tablilla su
propia denominación advocativa, cuyos elementos tradicionales, todos
ellos sin excepción, se encuentran en piadosas narraciones análogas,
anteriores y coetáneas.
La ausencia del prodigio no destruye la fe, y no son por cierto esca-
sas las oraciones en que la Iglesia ha combatido, a pesar del pavor popu-
lar, la predicción de milagros que no han sido probados, los cuales, so
pretexto de rendir a los fieles a una mayor piedad y bondad de ánimo, por
el temor diario de lo misteriosamente sacro, a menudo más despierta el
descreimiento y la iconoclasta. Digamos así, para que no se vea en nues-
tra opinión contraria a la acepción del milagro portento, un prejuicio sec-
tario. ¡Cuán ruin y esmirriada tendría que ser la fe que solo se basara en
la credulidad de sus milagros tan intrascendente, y de sentido tan banal!
¡Cuántos caminos sobran a la fe para acudir a sus exaltaciones, sin ne-
cesidad de los senderos sombríos que atraen a la vulgaridad! Nuestra
reconocida posición ideológica nos impide acaso aconsejar a los creyen-
tes el abandono de esas añosas carcomidas estructuraciones de la fe, en
pro de una más intensa espiritualización de los conceptos y depuración
de las emociones místicas. Pero quede aquí nuestro voto cordial.
Así pudiera explicarse lo ocurrido en el sitio Real de las Minas del
Cobre, que no se ve claramente de los papeles descubiertos por Miss
Wright.52
En El Cobre hubo quizás, llevada por Sánchez de Moya en cumpli-
miento de la ley por algún otro poblador, una imagen imitación, o simple-
mente homónima de la Virgen de Illescas, que en El Cobre pudo tener,
como también sucedió en Illescas, dos advocaciones, las cuales aún a
comienzos del siglo XVII eran inseguras y cambiadizas, la de La Caridad

52
[Nuevo en la segunda versión: párrafo completo.]

103
(o sea, Virgen de Illescas, en el hospital y aquí en la parroquia) y de
Guía (o sea, también Virgen de Illescas, allí en la hornacina de la puerta
de la villa y aquí en lo alto del cerro de la mina).
Concuerdan con esta poca fijeza de las advocaciones las circunstan-
cias históricas de que el segundo ermitaño de El Cobre llamara Virgen
de los Remedios a La Caridad, y que aún se le siga así denominando
[…]53 sabiendo también que el nombre de de los Remedios casi equiva-
le semántica e históricamente al de de la Caridad, por su origen de
sentido hospitalicio.
Un historiador de Illescas dice refiriéndose a la imagen de La Cari-
dad que allí se venera: «No siempre fue su nombre el presente, sino que
antiguamente llamóse Nuestra Señora de Illescas; pero habiéndosele hecho
un nuevo templo y en él, un hospitalito, fueron tantos los prodigios a favor
de los enfermos, que, por lo mismo, se le dio el nombre de Nuestra Seño-
ra de la Caridad y fue esto en el siglo XVI. Desde este tiempo, la imagen
de Illescas se denominó por todos Nuestra Señora de la Caridad. Así
consta en un anónimo y documentado folleto de la Historia de la Ima-
gen de Nuestra Señora de la Caridad que se venera en Sanlúcar de
Barrameda.»54

53
[Documento dañado.]
54
Historia de la imagen de Nuestra Señora de la Caridad que se venera en Sanlúcar de
Barrameda. Imprenta y Librería Sobrinos de Izquierdo, Sevilla, 1917, p. 17. [Nuevo
en la segunda versión: último párrafo.]

104
Capítulo V1

Sumario: ¿La Virgen de la Caridad es toledana? La hipótesis de


Miss I. A. Wright. La Virgen de la Caridad es duplicación de la
homónima de Illescas. Sus datos documentales, del Archivo de Indias.
Sus argumentos. Impugnación por el padre González Arocha. Sus
extremos. La Virgen de Illescas y su historia. Su antigüedad. Impo-
sibilidad de que la Virgen de Illescas sea copia de la del Cobre. Su
doble advocación. La Virgen de la Caridad de Illescas. Nueva hi-
pótesis. La Virgen de Guía aparece en Venezuela como apareció la
Virgen de la Caridad en Cuba. ¿Estaba ya la Virgen de la Caridad
en El Cobre cuando el milagro de Nipe?

Últimamente se ha conocido una nueva teoría histórica estructurada con


aparato científico, basada en documentos que se han descubierto en el
Archivo de Indias, Sevilla, donde, como es harto sabido, se conservan
ingentes fondos documentales, que encierran lo más sustantivo de la
historia de América. La nueva tesis consiste en sostener que la Virgen
de la Caridad, de El Cobre, es la misma Virgen de la Caridad que se
venera en Illescas, antigua población castellana de la provincia de Toledo,
en España. (Ver figuras 3 y 4 al final del libro.)
1
[Este es un capítulo reformado por Ortiz, donde incluye epígrafes de la primera versión
del libro y otros de nueva creación. El sumario de la primera versión era el siguiente: La
Virgen de Illescas que hubo en El Cobre. Una ermita de Nuestra Señora, antes de 1608.
Esta ermita, en 1620, tenía una Virgen de Guía de Illescas. En la iglesia parroquial había
otra virgen de nombre olvidado. Ya tenía cofradía. El capitán de las minas del Cobre era
nacido en Illescas. En Illescas había una Virgen de la Caridad. También había en Illescas
una Virgen de Guía. Su historia. Su aparición en el mar de América análoga a la de Nipe.
Su antigüedad. Imposibilidad que la Virgen de Illescas sea copia de la del Cobre.]

105
Los Archivos del Folklore Cubano2 publicaron no ha mucho un
ensayo histórico debido a la pluma de una sagaz investigadora norteame-
ricana, Miss Irene A. Wright. Esta historiadora es bien conocida en Cuba,
a la que ha dedicado casi la totalidad de sus libros, como son: Cuba
(1912); The Early History of Cuba (1916); y la Historia Documental
de San Cristóbal de La Habana en el siglo XVI (1927), que acaba de
ser editada por la Academia de Historia de Cuba; amén de numerosos
artículos en revistas cubanas y angloamericanas.
De ella escribimos hace algún tiempo en el prólogo a su citada obra
de historia habanera, lo que sigue: «Miss Irene A. Wright, historiógrafa
norteamericana, que después de residir diez años en esta capital habanera,
fuese a Sevilla, donde ha logrado una sólida y merecida reputación de
americanista y de consumada pericia en la diplomática de las Indias co-
lombinas, habiendo publicado un libro de tan originales datos, como The
Early History of Cuba (Nueva York, 1910), aparte de varios artículos
sobre temas cubanos insertos en revistas norteamericanas, y de otro
libro sobre Cuba contemporánea, Cuba (Nueva York, 1912), en cuyas
páginas recoge sus personales impresiones de forastera, con varias de
las cuales, de carácter marcadamente subjetivo y prejuiciado, no esta-
mos conformes los cubanos. Dicho sea esto por lealtad de conciencia
cubana, que no obsta a los méritos de la labor de la escritora en lo que
tiene de erudita, perspicaz, objetiva e incesante.»3
Sea esto recordado para atestiguar aquí el concepto que Miss Wright
nos merece.
El trabajo de esta historiógrafa fue presentado a la Asociación Espa-
ñola para el Progreso de las Ciencias, en la sesión celebrada el 30 de
junio de 1921 por sus congresos de Oporto, y fue publicado en las Me-
morias de la Asociación, después en Sevilla, más tarde en The Hispanic
American Historical Review (noviembre de 1922, pp. 709 a 717), y, en
fin, en los Archivos del Folklore Cubano, de La Habana, con el título
«Nuestra Señora de la Caridad del Cobre (Santiago de Cuba) Nuestra
Señora de la Caridad de Illescas (Castilla, España)».4
2
Revista trimestral que viene publicándose en La Habana, bajo la dirección del autor de
estas páginas, y que está ya en tomo cuarto.
3
[Irene A. Wright. Historia documental de San Cristóbal de La Habana en el siglo XVI.
Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1927, p. VI.]
4
[Véase en Archivos del Folklore Cubano, La Habana, vol. III, No. 1, enero-febrero-
marzo, 1928.]

106
Como el mismo título de su estudio, Irene A. Wright trata de hacer un
paralelo histórico entre la imagen cubana y la castellana, interpretar al-
gunos documentos de los felizmente hallados por ella en sus pesquisas,
largas y minuciosas, entre los legajos del Archivo de Indias, de Sevilla, y
deducir, en conclusión, que la Virgen del Cobre es la misma Virgen de
Illescas.
Esta tesis, que convierte a la Virgen cubana y hasta mambisa, en
una duplicación de la españolísima illescana, traída del riñón de Castilla,
no ha sido, naturalmente, del agrado de toda la feligresía cubana, y ha
sido impugnada, así desde el punto de mira religioso, pues, destruye la
leyenda milagrosa, que hace aparecer la imagen cobreña por gracia
divina, como don amoroso de la Divinidad al pueblo cubano, como de la
mira estrictamente histórica. Un muy culto canónigo de la catedral
habanera, el reverendo lectoral señor Guillermo González Arocha ha
sostenido la antítesis, en sus aspectos sobrenatural e histórico, median-
te un artículo polémico, que fue insertado en los Archivos del Folklo-
re Cubano, con el epígrafe de «La piadosa tradición de la Virgen de la
Caridad del Cobre»,5 y que después fue difundido en un folleto, con el
título de Estudio de escrito de Miss Irene Alice Wright, etcétera. La
Habana, 1928, 28 páginas, con el imprimátur arzobispal, y en la prensa
diaria.6
La controversia nos ha interesado, tanto por su sentido folclórico, que
se refiere a una de las más antiguas cristalizaciones de la fe cubana
postcolombina, como por las curiosidades que presenta su análisis histó-
rico; y venimos añadir algo a la literatura de la virgencita prieta, no con
ánimo y menos con jactancia de lograr una definitiva síntesis, sino con el
de aportar algunas observaciones anotadas al correr de nuestras anda-
riegas recreaciones por las serranías de El Cobre, y por la llanuras tole-
danas, como la fronda de las bibliotecas, donde se topa el caminante con
la idea perdida ya cimarrona, que traída a buen recaudo puede rendir
nutrimientos y goces al espíritu.

5
Archivos del Folklore Cubano, vol. III, No. 2, abril-junio, 1928, pp. 97-114.
6
Esta monografía ha sido, además, publicada en folletín del Diario de la Marina, de La
Habana, en los números del día 18 de noviembre de 1928 y de los domingos sucesivos,
hasta el 16 de diciembre siguiente.

107
Hagamos previamente un resumen de la tesis de I. A. Wright. Co-
mienza esta su estudio dando el hecho de la leyenda: «En El Cobre,
pueblo minero cercano a Santiago de Cuba, se reverencia una imagen de
Nuestra Señora de la Caridad, la cual, según aceptada tradición, se apa-
reció en 1627 o 1628, a tres hombres en la bahía de Nipe. Habían ido en
busca de sal y la imagen se dirigió hacia ellos, flotando derecha y sin
estar mojada, sobre las olas de aquella extensión de agua.
»Recogieron la imagen y la llevaron a las minas de cobre, donde, por
subsiguientes manifestaciones milagrosas, según la tradición, la Virgen
indicó su determinación de permanecer allí. Se erigió una capilla sobre
un monte, y allí se ha reverenciado ardientemente por más de tres siglos
y medio, a la Madre de Dios.»
Pudo añadir Miss Wright, pues ello tiene su interés, que la imagen que
flotó en Nipe, llevaba en el momento de su invención una tabla con el
siguiente letrero: «Yo soy la Virgen de la Caridad.»
Continúa Miss Wright: «El propósito de este trabajo es anotar, que
en cuanto al hecho histórico, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, en
Cuba, es Nuestra Señora de la Caridad de Illescas, en Castilla, y que por
lo menos veinte años a la fecha de su milagrosa aparición en la bahía de
Nipe, fue reverenciada en su propia ermita, atendida por su particular
ermitaño en las minas de El Cobre, que en aquel entonces eran conoci-
das por las Minas del Prado, cerca de Santiago de Cuba.»
La historiógrafa norteamericana, con algunos escritores que le ante-
cedieron en suponer un origen no milagroso a la famosa imagen, y, por
tanto, debido a humana historicidad, aun cuando sin prueba y solo de
hipotética procedencia, creyeron que: «la imagen es la misma que Alonso
de Hojeda dejó entre los indios de la costa sur de Cuba en 1511». La
lectura de la Historia de las Indias, del padre Las Casas, parece suge-
rir esta posibilidad, y la autora, en el curso de la investigación en los
documentos cubanos del archivo de Sevilla, no ha hallado nada que se
oponga a dicha idea.
Sin embargo, la citada autora hoy cree que los datos a mano no prue-
ban que Sánchez de Moya trajera dicha imagen de España, cuando bien
pudiera haberlo hecho. Por otra parte, en vista del hecho de que el gran
personaje que dio a Hojeda la imagen era un patrono del Hospital de la
Caridad de Illescas, cabe argüir que muy bien pudo dar una imagen
de Nuestra Señora de Illescas a Hojeda, dado que dicha Virgen debía de

108
estar constantemente en su pensamiento, precisamente en el tiempo que
hizo el regalo a su protegido.
Los argumentos de Miss Wright pueden resumirse como se verá a
renglón seguido.
El rey de España, en 1597, emprendió la explotación de yacimientos
cupríferos de Cuba, enviando para dirigirla y comandarla al capitán
Sánchez de Moya, natural de la provincia de Toledo, cerca de la villa
de Illescas. El capitán recibió la orden, por Cédula Real de 23 de marzo de
1597, que copia Miss Wright, de fabricar una iglesia en el asiento del
laboreo de las minas y de sus rancherías, lo que verificó en 1600, siendo
el primer capellán el presbítero Miguel Gerónimo, con el título de cape-
llán y vicario de la iglesia parroquia del bienaventurado Santiago el Ma-
yor, de villa de las Minas del Prado, que así llamóse en aquellos tiempos
la fundición de las minas de El Cobre.
Cerca de esa iglesia, de tabla y teja, que ya en 1604 visitó el obispo
don Juan de las Cabezas, y que en 1608 contaba con tres altares, lámpa-
ras, ornamentos y dos buenas campanas, había en el cerro de la mina
una ermita de Nuestra Señora, en que residía un ermitaño con licencia
episcopal.7
En 1620, esta ermita «en el cerro de la mina», contenía una imagen
de bulto, pequeña, de Nuestra Señora de Guía, Madre de Dios, de Illescas,
según consta textualmente del acto original de la entrega de las minas y
su iglesia que hizo don Francisco Sánchez de Moya a su sucesor, en 30
de enero de 1620, la cual Miss Wright halló en el gran archivo sevillano y
nos transcribe.
De los hechos expuestos y documentos aducidos, merece anotarse lo
siguiente:

1. Antes de 1608, ya había en el cerro de las minas una ermita de Nues-


tra Señora.
2. Esta ermita, en 1620, tenía una pequeña imagen de bulto de Nuestra
Señora de Guía, de Illescas.
3. En la iglesia parroquial, además de un Cristo, Santiago y Santa Bár-
bara, había en un altar otra imagen de Nuestra Señora Madre de
Dios, sin que conste advocación.

7
Esto se prueba en otro documento del Archivo de Indias.

109
4. Esta imagen de la Virgen ya tenía cofradía, como también Santa Bár-
bara.
5. El capitán Sánchez de Moya era de Toledo, cerca de Illescas.
6. En Illescas se veneraba una célebre Virgen de la Caridad.
7. También era venerada en Illescas Nuestra Señora de Guía.

A estos elementos documentales, cuyo hallazgo constituyó un mérito


indiscutible de Miss Wright, esta añade otros elementos de hecho, por
ella apreciados casi todos personalmente. Tales son, con enumeración
continuativa:

8. La Virgen de Illescas es muy antigua.


9. Muy reverenciada en España durante el siglo XVI.
10. Es muy milagrosa, según el sacristán illescano.
11. Era muy oscura la Virgen de la Caridad castellana, como morena es
la Caridad del Cobre.
12. La Virgen de la Caridad de Illescas y la del Cobre son las mismas.
13. La imagen de la Caridad de Illescas es una bábeza sobre trípode.

Copiemos aquí lo que dice textualmente Miss Wright: «Nos mostró el


sacristán de Illescas antiguas y extrañas pinturas de la Virgen, que pen-
dían de las paredes de los estrechos corredores, a través de los cuales
nos condujo hasta llegar a una pequeña cámara alta, situada detrás del
altar, desde donde nos dijo podíamos obtener una visión más cercana de
la imagen. Nos llamó la atención acerca de la actitud de la Virgen en
aquellos cuadros, en la que aparece tener el niño ante ella en la posición
usual en las imágenes antiguas; más tarde fue la posición alterada, apa-
reciendo como hoy, que la Virgen lleva el niño sobre su brazo.
»Nos hizo observar también que el rostro de la imagen hasta fecha
reciente había sido casi negro, previniéndonos que la habían pintado no
hacia mucho tiempo. (…)
»Por una escalera de caracol subimos hasta la pequeña cámara de-
corada situada directamente tras de la imagen, que el sacristán hizo girar
sobre su eje o pivote, y nos encontramos cara a cara con Nuestra Seño-
ra de la Caridad del Cobre. Nuestra Señora de la Caridad de Illescas,
Castilla, y Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, en Cuba, son una y la
misma.

110
»No cabe duda de ello. El sacristán jamás había oído hablar de la
imagen de El Cobre.»
Así asegura Miss Wright, quien añade: «La imagen de El Cobre es
sin duda lo mismo. La autora, visitando El Cobre, preguntó si la imagen
tenía un cuerpo y cómo era. La presidenta de la Sociedad de Señoras
encargadas de vestir la imagen se extrañó de nuestra pregunta y replicó
que cuando vestían a la Virgen le invadía tal éxtasis que no se daba
cuenta cómo era el cuerpo. Cuando fue robada la Virgen del Cobre,
durante la ocupación norteamericana en 1899, se encontró la cabeza
donde seguramente la tiraron los ladrones. Personas que en aquel tiem-
po tuvieron oportunidad de examinarla, declararon que era enteramente
moderna. “Una muñeca francesa” fue la descripción. Desde luego, no
aparece como una muñeca francesa para los devotos, a quienes se les
permite ver desde muy cerca, gracias a como está dispuesta en el altar.»
De estos antecedentes Miss Wright deduce: «Que sea la imagen to-
davía adorada en El Cobre la que el buen clérigo vio en la limpia capilla
de los indios, en el tiempo de la conquista de Cuba por los españoles; o
que el capitán Sánchez de Moya la trajo con él cuando vino a la Isla en
1597, el hecho cierto es que Nuestra Señora de la Caridad del Cobre es
Nuestra Señora de la Caridad de Illescas, y que estaba en la ermita
erigida en un monte, en las minas, antes de 1608.»
Ante esa tesis se levanta la tradición que hace flotar a la imagen de
El Cobre, en Nipe, por obra de gracia sobrenatural, no pocos años des-
pués, en 1628, pero Miss Wright se adelanta a este argumento así: «Con
respecto a la tradición de su milagrosa aparición, veinte años después, en
la bahía de Nipe, la autora nada tiene que decir, excepto que del atento
examen de los documentos en Sevilla, pertenecientes a la historia de
Cuba, desde el año 1600, todavía no ha arrojado ninguna luz con relación
a dicho acontecimiento, el cual, sin duda, no habría sido ignorado por el
obispo, el capitán de Santiago, por el gobernador de La Habana y por
todos los oficiales menores civiles y eclesiásticos, e individuos que conti-
nuamente escribían a Su Majestad en su Consejo de Indias sobre diver-
sos asuntos.»
Ya se ha podido notar que la tesis de Miss Wright, en cuanto a la
historicidad castellana de la Virgen del Cobre, no es original de ella. Ya
antes se había pensado que la Virgen de la Caridad del Cobre tenía un
origen español. Es la tesis de los que no creen en milagros o no creen

111
probado el de Nipe, o creen, con el padre Onofre de Fonseca, muy com-
patible la explicación de la real oriundez hispana de la imagen flotante en
la bahía nipense, con su aparición en Cuba por designio divino y obra
sobrenatural. Es, en su esencia, la tesis de la oriundez española, adopta-
da y seguida por el episcopado de Cuba.
Para obtener una explicación histórica se dieron varias hipótesis, an-
cladas en breves, pero precisas referencias a imágenes de advocación
marianas, traídas a Cuba por los españoles de la conquista y perdidas por
estos o donadas a caciques indios que las han perdido después. Se ha
supuesto que alguna de esas imágenes sabidas fue a parar a las aguas de
Nipe y allí reinventada por unos salineros; y la suposición, como ya tuvo
ocasión de analizarse, se tiene por verosímil y seguidora.
Pero, además, digamos que la tesis precisa de Miss Wright, en lo que
parece más nueva, personal y característica, convirtiendo a la Virgen del
Cobre en una duplicación exacta de la de Illescas fue ya afirmada por un
clérigo anónimo, redactor de un folleto con la historia de la Virgen de la
Caridad, que se venera, como patrona, en Sanlúcar de Barrameda. Ese
folleto, del que trataremos con frecuencia, publicóse en Sevilla en 1918,8 y
Miss Wright presentó por primera vez su teoría en 1921, a un congreso
científico de Oporto. Esto queremos decirlo espontáneamente; no significa
la acusación de plagio por parte de la inalcanzable investigadora norte-
americana, sino la consignación de un hecho que se traduce a favor y
apoyo de su tesis, cuya verosimilitud, que ella basa en documentos encon-
trados en sus pacientes búsquedas de americanista, ha sido entrevista con
anterioridad por un sacerdote desconocedor de los tesoros del archivo y
fundándose solo en elementos tradicionales y criterios de analogía.
El erudito canónigo cubano padre González Arocha no está conven-
cido por los argumentos de Miss Wright. Su fe religiosa le afirma la
realidad del advenimiento religioso en la bahía de Nipe. Nosotros no lo
seguiremos en las alturas metafísicas; pero extractaremos sus razones
al impugnar el criterio hispanizador de la Virgen de la Caridad del Cobre.
Vamos a enumerarlas:

1. «Precisamente tengo la opinión, que antes de la aparición de la ima-


gen en Nipe no se había invocado ni dado públicamente culto en

8
En el Est. Tip. de El Correo de Andalucía. Albareda, 17ª, según reza al pie de la portada.

112
Cuba a la Santísima Virgen, bajo la advocación de la Caridad; pues
en todos los escritos anteriores a dicho acontecimiento se menciona
a la Virgen María, y más singularmente a Nuestra Señora, a Nues-
tra Señora Virgen María, y a Nuestra Señora la Madre de Dios y
aunque en algunos más recientes refieran “que desde el principio
del descubrimiento fuese sucediéndose la devoción y culto a la Vir-
gen de la Caridad” estimo que es un error en que incurren, sin base
alguna.»
2. «Es cierto que se ignora de dónde pudo venir la imagen aparecida en
Nipe sobre una tabla en que estaba escrito: “Yo soy la Virgen de la
Caridad”; y cuantas otras suposiciones se hagan, no se fundan ni en
la tradición ni en prueba alguna, siendo la más generalizada la que se
ha querido atribuir, que fuese la misma que Ojeda u Hojeda trajo de
España, fundado sin duda en una confusión, en que han incurrido al
querer relacionar la imagen de la aparición con las que tuvieron los
caciques Macaca y Cueiba, y a los que también confunden algunos
escritores.»
3. «Se ha perdido la fecha precisa del año 1600 al 1620. No es cierto
que se tenga como verdad, que la aparición aconteció en 1628, según
la tradición, como se demuestra en los siguientes documentos: En la
introducción de la Historia del padre Ramírez en 1782 dice: “apare-
ciéndole al historiador que todo lo arriba escrito acerca de la apari-
ción de la imagen de María Santísima de la Caridad, queda como
incompleto para los curiosos, que quisieran ver en los referidos autos
el día, mes y año, en que sucedió dicha aparición satisface diciendo:
que este asunto lo ha reparado con bastante dolor su corazón, pero
por más que lo ha solicitado no ha encontrado dicho tiempo ni razón
alguna que le aclare esta duda”.»

El padre González Arocha arguye todavía con firmeza: «En la rela-


ción muy clara de la aparición de Nuestra Señora de la Caridad, de que
largamente en estilo acrisolado se trata en este libro de su aparición
escrita por el presbítero Julián Bravo en 1766, empieza diciendo: “Rei-
nando en las Españas el señor Felipe tercero (1598 al 1620), señor de
este Real de Minas, en que actualmente se hacía obraje, como aconte-
ciese haber una gran carestía de sal, pasaron para las salinas de Nipe
tres personas...”

113
»En la obra América mariana del padre Callejas,9 dice: “En cierta
mañana de 1607 a 1608, dos hermanos indígenas... llamados Juan y
Rodrigo de Hoyos y el criollo Juan Moreno, fueron enviados por el admi-
nistrador de la estancia de Barajagua a buscar sal en la orilla de la bahía
de Nipe”.
»En la Breve historia de la Virgen de la Caridad, de fray P. Álvarez,
se consigna: “Que en 1628 salieron del hato de Barajagua... y un niño de
diez años, criollo, cuyo nombre era Juan Moreno”.10 Y en una nota dice:
“El año 1688 declaró este como testigo de vista en el proceso judicial y
dijo que tenía nueve a diez años cuando aconteció la aparición y que en
la fecha de la declaración contaba con unos sesenta o sesentiún años”,11
de donde se infiere que la aparición fue por los años de 1628 a 1630.
»Nuestros historiadores Pezuela, Rosaínz, Calcagno, Rodríguez Ferrer
y Bacardí, en breve mención que hacen de la aparición, que parece to-
mada de la misma fuente, señalan en 1628 la de esta y quizás por ello se
dé como cierta esta fecha de 1628.
»Queda, por tanto, probado que la tradición no afirma ser esta fecha
de 1628 de la aparición.
»Para mayor prueba añadiré: que en el manuscrito de Fonseca en
1703, transcrito por el padre Ramírez en 1782 y reimpreso después por
el presbítero Alejandro de Paz y Ascanio se expresa: “que habiendo lle-
gado al hato de Barajagua la imagen aparecida de Nipe, llevada por Juan
Rodrigo de Hoyos, Juan Diego de Hoyos y Juan Moreno estos refirieron
todos los detalles de la aparición al mayoral del Hato, Miguel de Galán, y
asombrados del prodigio los vecinos de Barajagua, dispuesto el altar
y colocada la imagen, despachó dicho mayoral a Antonio Angola, dándo-
le cuenta al administrador de las Minas del Cobre, que era don Francisco
de Moya, de todo lo que había sucedido en la aparición; oída por el admi-
nistrador mandó que se fabricase una ermita lo más pronto y preciso en
Barajagua para poner en ella la divina Señora y en la que tuvieran siem-
pre una lámpara encendida para cuyo efecto envió un vaso de cobre”; y
más adelante: “que por el misterioso acontecimiento de desaparecer del
altar en tres noches la sagrada imagen y volver por la mañana dieron

19
Padre Callejas. América mariana. México, tomo 1º, cap. 14, art. 11, p. 258.
10
Fray Paulino Álvarez. Breve historia de la Virgen de la Caridad del Cobre, seguido de
un triduo y novena. Tip. de «El Santísimo Rosario», Vergara, La Habana, 1902, cap. II.
11
[Ibídem.]

114
cuenta nuevamente al referido administrador Sánchez de Moya de lo
que había ocurrido, quien comisionó al padre Bonilla, para que inspeccio-
nase el caso y para conducir la sagrada y milagrosa Virgen, al Real del
Cobre”.
»El padre Bravo hace casi igual relación, discrepando tan solo en
detalles insignificantes.
»Resulta por todo lo expresado: que la aparición fue en el tiempo en
que el capitán Sánchez de Moya era administrador de las minas de San-
tiago del Prado, de El Cobre, y como está probado que su permanencia
en la misma terminó en 1620 se comprueba: que no es verdad que la
aceptada tradición señala la aparición en el año 1628; luego toda su ar-
gumentación cae por su base sobre este primer extremo.»12
El padre González Arocha niega que los argumentos de Miss Wright
prueben que antes de 1628 hubiese en El Cobre una Virgen de la Cari-
dad de Illescas. Sencillamente, porque no se menciona en ninguno de los
documentos alusivos a la Virgen de la Caridad, ni de Illescas, ni de Cuba.
De dos vírgenes se trata en ellos, de la que había en la iglesia parroquial
de El Cobre, y de la que había en una ermita de aquella no se sabe la
advocación; de la segunda se dice en los documentos que era Nuestra
Señora de Guía, de Illescas; pero no de la Caridad.
Planteado como queda el juego de razones, echemos nuestras cartas
en él.
Ante todo, parece evidenciado que en El Cobre, ya por 1620, había
dos templos y sendas vírgenes en ellos. De la que había en la parroquial
ni Miss Wright ni el padre González Arocha se interesan. De la otra,
Miss Wright cree que era de Illescas, porque lo dice un documento, pero
no era la Virgen de Guía, a pesar del documento que lo afirma, y sí de la
Caridad; debido, según aquella, el trueque de advocaciones a una simple
confusión entre dos célebres imágenes illescanas. En cambio, el canóni-
go cubano impugna a su preopinante, diciendo que la Virgen de la ermita,
aunque el documento diga que era de Illescas y precisamente la Virgen
de Guía, ello no obsta a que fuese realmente la Virgen de la Caridad,
pues dado lo portentoso de la aparición y de los fenómenos sobrenatura-
les que le siguieron y que motivaron la construcción de la ermita «es muy
probable que la autoridad eclesiástica ante una nueva advocación y la

12
[Guillermo González Arocha. Ob. cit.]

115
devoción de los creyentes y devotos, no permitiese que fuese dedicada
la ermita o se pusiese bajo patronato de una nueva advocación o devo-
ción, sin tener todos los fundamentos para ello; y que autorizara la dedi-
cación de la ermita a la Santísima Virgen con una advocación ya proba-
da, y por ello nada de particular tiene que el señor Sánchez de Moya
hubiese indicado la de Nuestra Señora de Guía Madre de Dios de Illescas,
que se veneraba en su país, para llenar lo prescrito; aunque se tolerara
los cultos de la imagen aparecida. También pudiera ser que en los prime-
ros momentos hubiera muchos que se opusieran o impugnaran los suce-
sos de la aparición y dudaran de ella. Como ha acontecido en todas las
apariciones que después fueron confirmadas y aprobadas.»13
Todavía añade el padre González Arocha, que el citado documento:
«No dice que la imagen de bulto fuese la patrona de la ermita o sea, la de
Nuestra Señora de Guía, ni de la Caridad de Illescas, sino de Nuestra
Señora, sin título ni advocación, pues es probable que una de las imáge-
nes de estampa que se mencionan fuese la de Nuestra Señora de Guía;
y puede creerse más bien que esa de bulto pequeña fuese la de la Cari-
dad del Cobre, y no se hiciese mención de ella ni en el reconocimiento
que el apéndice II ni esté en este, pues sería probable no se autorizara
el que se ostentase con esa advocación, aunque los devotos la llamasen
con el de la aparecida diciendo: “Yo soy la Virgen de la Caridad.” No
importa, que una iglesia estuviese dedicada a una advocación o santo,
para que su imagen fuese la mejor y ocupara lugar preferente, pues eran
muchas las iglesias en que así sucedía. Un escritor afirma que la ermita
de la Caridad estuvo dedicada algún tiempo a la Santísima Trinidad.
»Así como se consigna en el documento II que la imagen de bulto de
Santiago, la trajo Sánchez de Moya de España también se hubiera con-
signado que la de Nuestra Señora de Guía o de la Caridad de Illescas, si
hubiese hecho mención de ella, también la habría traído de Castilla y que
era de bulto.»
Pero, digamos nosotros por qué no suponer que la olvidada Virgen de la
parroquia, bien pudo ser la de la Caridad y que la de la ermita era realmen-
te la Virgen de Guía. Y se valen las hipótesis de una confusión, ¿por qué no
pudo confundirse, y ello sea acaso la hipótesis más lógica y verosímil, una
advocación con otra, y trocarse la parroquial con la ermita?

13
[Ibídem.]

116
Que en El Cobre hubo una Virgen de Illescas es cosa segura, y se
acepta la hipótesis propuesta, habría que dilucidar si las dos vírgenes que
hubo en El Cobre (la de Guía y la de la Caridad) fueron ambas de Illescas,
o si lo fue una sola, la de Guía, bien estuviese esta en la ermita o en la
parroquia, quedando por conocer la oriundez (castellana, cubana, o ce-
lestial) o la de la Virgen de la Caridad.
Analicemos, para orientarnos, los datos concretos y opiniones de Miss
Wright y los antecedentes españoles que hemos logrado acopiar. Pero
volvamos a la Virgen de la Caridad que se conoce en España.
Primeramente, veamos los antecedentes de la Virgen de Illescas, que
se presenta bajo las advocaciones, como Virgen de Guía y como Virgen
de la Caridad.
La Caridad illescana es muy antigua, sostiene Miss Wright. Así pare-
ce, pero se ignora cuál sea en realidad su origen, el cual, digamos desde
ahora, es mucho más remoto que el de su advocación.
La antigüedad de esa imagen resulta de tradiciones piadosamente
conservadas, pero entretejidas con leyendas inspiradas por la fe religio-
sa, sin fundamento de positiva historicidad y hasta rudamente combati-
das por hagiógrafos católicos.
Tal es la que atribuye esta imagen de Illescas como otras muchas
efigies que se veneran en España, nada menos que el evangelista san
Lucas, según un clérigo carmelita illescano.14
San Lucas fue, según se supuso, el primer imaginero cristiano e hizo
muchas imágenes de María, madre de Jesucristo, aún en vida de ella.
Algunas de estas las envió el escultor desde Antioquía a su amigo el
apóstol san Pedro, que predicó por España en dos épocas, por los años
50 y 60 de la era vulgar. Se supone que san Pedro, que fundó una iglesia
de Nuestra Señora, llevó a España, junto con Santiago el Mayor y con
san Pablo, la imagen illescana.
Se añade que san Elpidio, primer obispo toledano, colocó en un tem-
plo carmelitano que él fundó en su diócesis, la imagen de Illescas, la que
permaneció en ese monasterio hasta que fue trasladada a otro lugar

14
Fray Gaspar de Jesús y María. Manifiesto de la Columna protectora de Israel en la
Carpentania y Sacro Paladion del antiguo Lacio en Castilla la Nueva, que la Villa de
Illescas venera en la milagrosa imagen de la Reina de los Ángeles, María Madre de
Dios, con la advocación de la Caridad. Madrid, 1909, libro 2º, capítulo 1º.

117
fuera de Toledo, donde fue abad san Ildefonso, quien la trasladó consigo
cuando fue nombrado arzobispo de la mitra toledana. Este santo fundó
varios templos y uno de estos fue en la pequeña villa Duviense, cerca de
Illescas, donde en 636 dejó una imagen de la Virgen, que él tuvo en su
oratorio. Este templo, con el monasterio de monjas anexo, se conservó
hasta 717, en que fue destruido por los sarracenos invasores.
Parece que, siglos después, por el año 1163, existió una ermita cons-
truida sobre el monasterio duviense, con los materiales de su ruina, y esa
ermita era, según con error se dice, la que tenía la imagen que hoy se
llama de Nuestra Señora de la Caridad.
El mariólogo español Vicente Lafuente combate esa tradición incier-
ta, y niega que esas imágenes reaparecidas sean obra de san Lucas ni
de artífices angélicos, y hasta sostiene que ni siquiera son estatuas góti-
cas, pues son debidas, cuando más remotas, al arte de los tiempos
mozárabes, no más allá del siglo X.15
Dice Lafuente que san Lucas trató, más que evangelista alguno, de
María, madre de Jesús, y por esto se vino en decir que fue el «pintor»
de la Virgen. Mas fue tenido el dicho con tan literal sentido, que se creyó
llevaba el lienzo y por obra de sus pinceles la imagen de María, y hasta
llegó a creerse que hubo de esculpirla y darle formas plásticas en esta-
tuas repetidas.
La engañosa tradición, que fue difundida por los siglos XV y XVI, se
tuvo como cierta por la credulidad medieval, así en el vulgo como en la
gente letrada. Calderón de la Barca la aceptó en una de sus comedias.16
Tampoco está justificado, según Lafuente,17 que el arzobispo toleda-
no san Ildefonso fuese dueño o depositario, allá por los años de su prima-
cía, de 657 a 667, de esas imágenes sedentes de María, que la tradición
le atribuye, como la Virgen del Sagrario, de Toledo, y la Virgen de la
Caridad, de Illescas.
Para Lafuente, todas esas afirmaciones del padre Gaspar que atribu-
ye la leyenda de la Virgen de Illescas, son «necedades» y «patrañas».
La difusión y tales creencias en tales piadosas patrañas, no fue siem-
pre obra folclórica de multitudes ignorantes, sino que se hizo adrede por

15
[V. Lafuente.] Ob. cit., t. II, p. 8.
16
[Pedro Calderón de la Barca.] Origen, pérdida y restauración de la Virgen del Sagra-
rio. Biblioteca de Autores Españoles, t. VII, p. 331.
17
[V. Lafuente.] Ob. cit., t. II, p. 24.

118
sacerdotes conscientes del engaño. «A ello contribuyó mucho, dice el
muy católico Lafuente, la detestable y laxa escuela, si es que merece
el nombre de escuela y no de secta, la cual sostenía que no era pecado
inventar milagros falsos, siempre que esto cediese en honor de Dios y
provecho de las almas.»18
De todos modos, el origen de la efigie de Illescas se remonta quizás al
siglo XII, aunque la noticia más antigua que se tiene de esa imagen es de
1275 «en que se llevó a Madrid, con motivo de una gran sequía que
hubo».19
Sea lo que fuese, parece averiguado que desde el siglo XII hubo en
una ermita de Illescas una imagen de la Virgen que inspiraba mucha
devoción; y que allí estuvo hasta que, al entrar el siglo XVI, el cardenal
Cisneros la sacó de la modesta ermita para más nombradía.
El cardenal Cisneros fue en España uno de los más eficaces propa-
gadores del culto mariano, que por obra refleja del Renacimiento venía
siendo más y más difundido, sustituyendo paulatinamente en el fervor
popular a otras devociones más arcaicas, y conexas, como la de la
Trinidad.
A Cisneros debióse la propagación en España de la orden monástica
de los concepcionistas, fundada en 1489 por el papa Inocencio VIII,
con la regla de Císter. El famoso cardenal puso todo su gran poder
político al servicio de sus entusiasmos y fundó varios conventos de
concepcionistas, quienes llegaron a contar cuarenta, solo en España.
El sexto de los conventos concepcionistas fundados por Cisneros fue
en Illescas, en 1517.20 Fue, pues, en 1517 cuando el doctor Francisco
Jiménez de Cisneros fabricó en Illescas un convento de religiosos de
su orden y una iglesita en él, donde hoy existe el presbiterio y camarín
del santuario actual,21 trasladando a ella la imagen mariana de la ermita
antigua.
El templo actual fue edificado con más amplitud y cierta magnificen-
cia entre 1588 y 1600, durante doce años, y dícese que con una interven-
18
Ibídem, p. 265.
19
V. Lafuente. Ob. cit., t. II, p. 232.
20
V. Lafuente. Ob. cit., t. II, p. 322.
21
Alejandro Ferrant, célebre artista español de la mitad final del siglo XIX, pintó La
fundación del hospital de la Caridad de Illescas, por el cardenal Cisneros, y ese cuadro
decorativo de su historia se conserva en el santuario.

119
ción milagrosa que facilitó los materiales de construcción.22 Esta Virgen
del hospital illescano es la que se ha hecho famosa con el nombre de
Nuestra Señora de la Caridad, que se quiere presentar como prototipo
de las imágenes de advocaciones anónimas.
A los fines de la tesis illescana de Miss Wright, no cabe duda de que
la Virgen de la Caridad de Illescas es anterior a la de El Cobre, aun
prescindiendo de los tiempos precolombinos y de las nebulosidades en
que aparecen envueltas las imágenes religiosas de aquellas épocas re-
motas, máxime la de España, donde una invasión anticristiana, que duró
ocho siglos (VII al XV) destruyó templos y sacudió profundamente la so-
ciedad ibérica y sus instituciones.
La imagen de El Cobre no puede hacerse aparecer en Cuba antes de
1601 o de 1602, como dice el padre González Arocha, quien la fija entre
el verano de 1604 y 1605; la de Illescas existía con indiscutible certeza
ya por 1500, y con probabilidad, desde el siglo XII.
Por esto no creemos fundada la hipótesis de nuestro compatriota sa-
cerdote, quien se pregunta si no pudo ser el capitán Sánchez de Moya
quien «después de 23 años en Cuba, al volver a su pueblo y provincia
fundara el hospital de Illescas, o construyera con algún legado y llevase
o mandara a esculpir una imagen parecida a la que él aquí tenía
advocación, por haber presenciado él mismo tantos prodigios». Ya he-
mos visto que esto no puede ser. La Caridad del Cobre será o no de
origen español, pero la de Illescas no puede haber ido a Castilla desde
nuestras minas de Oriente. Hay una evidente imposibilidad cronológica.
También era de Illescas Nuestra Señora de Guía, añade Miss Wright.
En esa ciudad toledana, la imagen de Nuestra Señora de Guía tuvo
culto desde hace siglos. Pero, advirtámoslo enseguida, su culto no se
estableció en ninguna iglesia, como supone erróneamente Miss Wright.
Según nos han informado personalmente e in situ los reverendos
capellanes rector del santuario de Nuestra Señora de la Caridad de
Illescas y el rector de la iglesia parroquial de Illescas, Nuestra Señora
de Guía se veneró en la villa illescana, pero no en la iglesia. Era una

22
Véanse los datos tradicionales e históricos tomados del folleto titulado Memorias
escritas por el Ldo. D. Justo Quintanilla y Núñez rector del Santuario de la Virgen de
la Caridad de Illescas, extractada del «Sacro Paladion del antiguo Lacio en Castilla la
Nueva…» Imprenta y Litografía de González, Madrid, 1886.

120
imagen que figuraba en uno de los arcos o puertas de entrada de la
población, puesta en una hornacina y tenida en mucho por los innumera-
bles viajeros que cruzaban forzosamente por Illescas y paraban en sus
posadas y mesones, yendo de Madrid a Toledo y Andalucía, o viceversa.
Y el arco mural ya ha desaparecido y con él la imagen de la famosa Guía
del caminante, de cuyo paradero nada pudimos averiguar en nuestras
indagaciones.
En los siglos XV, XVI, XVII, cuando la importancia de Illescas llegó a su
apogeo, debió de entenderse la devoción a la imagen de Nuestra Señora
de Guía, y pasar a tierras más al sur, junto con las inmigraciones coloni-
zadoras de los castellanos, así por Andalucía como por las islas del océa-
no. Prueba tenemos hoy de que un toledano, el capitán Sánchez de Moya,
la trajo a Cuba al Sitio Real de Santiago del Prado, o sea a El Cobre.
No es exacto, pues, que Nuestra Señora de Guía se halle en otra
iglesia illescana, como supuso Miss Wright, mal informada y pensando
que así debía ser, dada la nombradía de esa Virgen. En la iglesia parroquial
está consagrada desde que se fundó a la Asunción, que figura en el
retablo del altar mayor, sin rastro alguno de Nuestra Señora Guía, que,
por el sentido de su misma advocación de guía de caminantes, estaba
solo donde más propiamente debía estar, en la puerta mural de la villa,
mirando para la llanura castellana, atenta al socorro de los necesitados
en los caminos, que entonces, aun en plena Castilla y más en las serra-
nías andaluzas, guardaban más peligrosas sorpresas que hoy día.
Pero, digámoslo también, ese error de Miss Wright no […]23 a la
forma cierta y secular de Nuestra Señora de Guía, a su real venida a
Cuba y a su temporal afianzamiento en El Cobre. Digámoslo así mismo
que según algunos mariólogos españoles, la Virgen de Guía no es exclu-
siva de Illescas.
Según varios, parece proceder de Castilleja de la Cuesta, cerca de
Sevilla, al oeste del Guadalquivir, camino de Illescas. Dice la leyenda que
apareció en el siglo XVI, al duque de Arcos de la Frontera, en una gruta, y
que allí se alzó una ermita a Nuestra Señora de Guía y se proclamó
patrona de Castilleja de la Cuesta.24

23
[No fue posible transcribir la palabra.]
24
J. Pallés. Año de María o Colección de noticias históricas, leyendas, ejemplos, medita-
ciones y oraciones para honrar a la Virgen Santísima en todos los días del año.
Barcelona, 1876, t. IV.

121
Según esa leyenda hispalense, fue don Rodrigo Ponce de León, o sea
el duque susodicho, quien dispuso que la imagen recién inventada por él
llevase el nombre de Nuestra Señora de Guía. Pero la época de la fortui-
ta invasión castillejana hace pensar que la advocación impuesta por el
duque invencionero vino de tierra más al norte, como pudo ser de Illescas,
en la región toledana, que ya había sido dominada por los cristianos des-
de mucho tiempo atrás y donde la Virgen de Guía tenía secular arraigo.
Cuando los castellanos conquistadores fueron bajando por Andalucía
llevaron consigo a la tierra conquistada de la morería, sus imágenes cristia-
nas, e impusieron su culto con duradera y muy explicable exaltación. Así
debió ir de Illescas, o al menos desde Illescas, a Castilleja, villarejo cuyo
nombre ya indica oriundez castellana; de la misma manera que fue llevada
a la conquista y poblamiento de las Islas Afortunadas, dando nombre a dos
poblaciones, Guía de Gran Canaria y Guía de Izora o de Tenerife.
Dígase, no obstante, que este origen toledano o andaluz de la
advocación de Nuestra Señora de Guía no parece demostrado, a juzgar
por las dispersas y antiguas vírgenes de Guía que aún hoy son populares
y citadas por los mariólogos.
En Corcoya, cerca de Antequera, se venera Nuestra Señora de Guía
desde 1384.25 Subiendo hacia el norte, en Ávila, y en una hornacina fuera
del templo de san Vicente, se venera a Nuestra Señora de Guía. También en
Fregenal de la Sierra se venera a Nuestra Señora de Guía, cuya imagen está
allí en la pared de una fontanilla.26 En Mauresa celebrábase la fiesta de
la Nuestra Señora de Guía cuando, en 1512, llegó a dicha ciudad catala-
na, camino de Monserrat, quien luego fue llamado san Ignacio de Loyola.27
En Vigo, provincia de Pontevedra, hay una ermita de Nuestra Señora de
Guía. Pero esto puede atribuirse solo al sentido geográfico de la palabra
guía que significa a veces la punta, promontorio o monte que guía o
conduce a los viajeros, así a los mareantes como a los terrestres.
Otra imagen de Nuestra Señora de Guía, acaso llevada por los espa-
ñoles, tiene culto en Mesina (Sicilia). Y se dice que recibe esa advocación
por estar situada la efigie «en punto de unión de dos caminos que condu-

25
Ibídem, p. 104.
26
J. Pallés. Ob. cit., t. IV, p. 614.
27
V. Lafuente. Ob. cit., t. II, p. 350.

122
cen a la ciudad».28 Nótese cómo la Virgen de Guía fue siempre patrona
de viajeros, colocada por lo común en lugares externos, sobre la vía
pública o fácilmente visible desde lejos. Equivale en advocación a la
Virgen del Camino,29 que aún se conserva en templos de León, Pamplona
y Tudela.30
¿No parece todo ello llevar a la conclusión de que la Virgen de la
Caridad y la Virgen de Guía fueron en su origen advocaciones trocadisas
de una sola, vetusta y famosa Nuestra Señora de Illescas? La circuns-
tancia de que la Virgen de Guía, Illescas, no tuviera nunca iglesia en la
villa toledana, a pesar de su fama, parece poder explicarse por su identi-
dad originaria con la milenaria nuestra, llamada simplemente hasta el
siglo XVI, de Illescas, para la cual se alzó en la villa castellana la ermita y
después el templo y hospital, y de la cual se pondría entre viajes en una
modesta hornacina del exterior del mural de entrada de la población,
para que como en otros lugares, fuese guía, desde lejos divisada por los
caminantes de quienes iba a ser amparo. Así, Nuestra Señora de Illescas
vino a llamarse de la Caridad en la Casa de Caridad, y de Guía, en las
murallas, donde guiaba a sus creyentes.
El origen de la otra advocación de la misma imagen illescana, coloca-
da en una hornacina exterior de la muralla, ya queda explicado; fueron
frecuentes en tierras de Castilla las vírgenes afamadas como guías de
caminos, colocadas como faros espirituales en altitudes materialmente
muy visibles para su invocación en trance de viaje.
Si esto ocurrió en Illescas, dándose doble advocación a la misma
imagen antigua, o sea, bifurcándose su fama por dos nuevas vías, ¿no
pudo esa dualidad algo reciente y, por lo tanto todavía insegura o
cambiadiza, trasladarse a Cuba con una vieja imagen mariana de Illescas,
por un casi illescano, como el jefe de las minas de El Cobre?31
Volvamos ahora a los argumentos y observaciones de Miss Wright.
Dice Miss Wright que antes de 1608 ya había en un cerro de las
minas de El Cobre una ermita de Nuestra Señora. Así esta probado por
los documentos de Miss Wright, y los creyentes le agradecerán a ella la
28
J. Pallés. Ob. cit., t. IV, p. 785.
29
[En La Habana también marcó los límites de la ciudad, o salida de ella, la actual Virgen
del Camino, situada en el municipio San Miguel del Padrón.]
30
V. Lafuente. Ob. cit., t. II, p. 279.
31
[Nuevo en la segunda versión: los tres últimos párrafos.]

123
comprobación de ese extremo de la tradición, que hasta ahora no tenía
apoyo documental.
El padre González Arocha notablemente agradece a Miss Wright esos
datos por ella descubiertos y su derivación. Dice así: «Asegura la histo-
riadora con documentos que en 1604 el obispo fray Juan de las Cabezas
Altamirano visitó El Cobre y que bendijo las campanas y altares de la
iglesia; y deduciéndose de esto que en esta fecha no hubiese la ermita;
pues de existir hubiese dicho de la iglesia o las iglesias y la ermita. Siendo
este dato importante, porque nos concreta más la fecha de la aparición y
de la fabricación de la ermita. Si la ermita existía en 1608, resulta que fue
construida durante el tiempo que media del verano de 1604 a noviembre
de 1608. Asegurando la tradición y la historia de la aparición, que la
imagen aparecida estuvo unos tres años en la iglesia de El Cobre antes
de construirse la ermita, puede asegurarse: que la aparición aconteció
del 1602 a 1608; pero si en 1604, cuando estuvo de visita el padre en la
iglesia de El Cobre, el reverendísimo obispo no había sido aún la apari-
ción, esta fue el verano de 1604 a 1605. Hay pues que agradecer este
dato a Miss Wright.»
Convengamos aquí que nada extraño o adventicio tiene la existencia
en Cuba de esos templos dedicados a la Virgen, pues ello era obligatorio
legalmente, así para el pueblo de El Cobre, o del Real de Minas Santiago
del Prado, como entonces se dijo, como para el hatillo de la mina cuprífera,
pues sabido es que fue ordenado desde los primeros tiempos de
poblamientos de estas Indias, que en todo pueblo, estancia, encomienda
y mina, se construyese una iglesia, y hasta se dispuso que en ella «se
pongan las imágenes de Nuestra Señora». Así puede leerse en el Memo-
rial acerca del gobierno de los indios presentado en el Consejo de Indias
a 11 de septiembre de 1517, y en los artículos 3º, 5º, y 8º de las ordenan-
zas para tratamiento de los indios, de 9 de diciembre de 1518.32 Según
Miss Wright, la ermita de El Cobre, en 1620, tenía una imagen de Nues-
tra Señora de Guía, de Illescas; así parecen probarlo los documentos;
pero surge la duda de si ello será un error o no. Lo más probable es que
no sea error, y que la Virgen de la Caridad, si la había entonces (lo que
todavía no puede ser asegurado, aunque sí admitirse su probabilidad),

32
Manuel Serrano y Sanz. Orígenes de la dominación española en América, estudios
históricos. Casa Editorial Bailly Bailliere, Madrid, 1918, t. I, p. 564.

124
estuviese en el altar llamado de Nuestra Señora, en la parroquia, donde
ya tenía hasta cofradía, fuese aquella La Caridad, de Illescas, o fuese La
Caridad nipense.
Pero bien pudo ser error, y entonces no tuvo la ermita una Nuestra
Señora de Guía de Illescas, y sí pudo tener una de La Caridad, fuese de
Castilla o de Cuba, por más que ello parezca probado por Miss Wright,
como con razón arguye el padre González Arocha.
¿No pudo la Virgen de la Caridad estar en la parroquia y después ser
llevada a la ermita? ¿No pudo encontrarse en esta una Nuestra Señora
de Guía y, después, colocarse allí una de La Caridad? ¡Tantas otras hipó-
tesis pueden hacerse de acuerdo con las posibilidades que ofrece la rea-
lidad de la vida!
Esta confusión puede aun explicarse por la falta de advocación ofi-
cial en que debieron de estar entonces aquellos templos. La ley ordena
que hubiese iglesias en el pueblo y en la mina «donde viere copia de
gente» y que en esas iglesias se pusieran imágenes de Nuestra Señora,
dejando en libertad a los sostenedores de las iglesias para su advocación.
En la iglesia parroquial había una Nuestra Señora, asegura Miss Wright.
Parece probado que tocante a ese extremo se cumplió lo ordenado en
1518, pero en el campo hipotético en que nos hallamos no puede afirmar-
se cuál fue la advocación de esa imagen mariana. Anotemos que en la
parroquia había, además, una imagen de Santiago el Mayor, Patrón de
Cuba entonces y de la huestes de los conquistadores, y otra de santa
Bárbara, que fue sin duda dedicada a patrona de los negros mineros, que
allí oían misa «separados de los blancos», según se ve por la Real Cédula
de 1597, y que ya la Virgen tenía cofradía, o como se dijo después, cabil-
do, institución esta que fue traída de Sevilla. Véase cómo ya desde el
siglo XVI se han fijado en Cuba las organizaciones religiosas de los negros
que facilitaron la catolización de sus dioses antropomorfos por una sim-
ple traducción.
Que la Virgen de la parroquia tenía su cofradía, se deduce de los
documentos indianos iluminados por Miss Wright, y esa cofradía parece
argüir a favor de que esa virgen fuese de abolengo, como lo era la Cari-
dad de Illescas, pues, no es verosímil que ya pudiese tener cofradía una
imagen de reciente invención milagrosa, de advocación nueva, no autori-
zada aún y sin haber precedido las licencias que eran necesarias para la
organización de tales hermandades.

125
El capitán Sánchez de Moya era de Toledo, cerca de Illescas, dice
Miss Wright. No hay duda. Y ello, unido a la reverencia en El Cobre de
la imagen de Nuestra Señora de Guía, presta gran sugestión para la tesis
de Miss Wright, basada fundamentalmente en esas circunstancias y en
el hecho siguiente: «En Illescas se venera una célebre imagen de la Ca-
ridad», agrega Miss Wright. Esto es exacto y no puede despreciarse esta
circunstancia que da principal base, seriedad y verosimilitud a la hipóte-
sis de Miss Wright, aun cuando no se haya demostrado la certeza de su
teoría, que resumiendo todo lo expuesto, antecedentes y circunstancias,
hace pensar a la historiadora norteamericana que la Virgen de Caridad
del Cobre no es sino la homónima de Illescas.
Nosotros no creemos en esa identidad de ambas imágenes. La igual-
dad plástica no existe, como veremos. Solo creemos posible, pero no
seguro, la oriundez illescana de la advocación.
Ante todo, damos como posible y verosímil una nueva hipótesis, apro-
vechándose los datos documentales de Miss Wright.
Con esas consideraciones basadas en hechos reales y lógica deduc-
ción, pudiera quizás presentarse una nueva hipótesis que vendrá a ilumi-
nar las confusiones presentadas por la teoría de Miss Wright. Sería la
siguiente: La Virgen de la Caridad y la Virgen de Guía, ambas de Illescas,
serían una sola, con denominaciones adventicias o superpuestas, dadas
por razón del lugar illescano en que se veneraron. Los argumentos en
favor de esta hipótesis sintética son los que van a decirse.
Consta que la imagen de la Virgen de la Caridad de Illescas no se
llamó así hasta el siglo XVI, cuando el cardenal Cisneros fundó el que fue
célebre hospital. La tesis de Miss Wright podría, pues, ser transformada
en esta hipótesis: la Virgen que desde comienzos del siglo XVII se venera
en Cuba es originariamente la Virgen de Illescas, unas veces conocida
como Virgen de Guía, cuando se estableció en un altozano, o sitio exter-
no y muy visible a los transeúntes, o lo que fue más frecuente y, al fin,
definitivo, como Virgen de la Caridad; dándose una y otra advocación así
en Illescas como en Real de Minas del Cobre.
Así como la Virgen de Guía toledana pasó a Castilleja y después a las
Islas Canarias, vino también a otras tierras de las Indias, además de Cuba,
en Caracas se hizo famosa, y la Guía caraqueña nos ofrece algún elemen-
to muy interesante, que reúne nuevamente en el marianismo americano a
las advocaciones de la Virgen de Guía y de la Caridad del Cobre.

126
Es muy curioso observar lo que ocurre en la leyenda de la aparición
de la Virgen de Guía en Caracas, distinta en un todo de la tradición
análoga referente a la ya citada Nuestra Señora de Guía de Castilleja de
la Cuesta.
Se sabe, según la tradición y el padre Navarrete en sus crónicas,33
que la imagen de la Virgen de Guía, que se venera en el antiguo templo
de san Mauricio, en Caracas, se reveló en forma muy semejante a la
aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre.
En la costa de Maiquetía, al poniente del puerto de Guaira, en el mar,
en una época que no se indica, pero sí en la aurora de cierto día, se vio
flotar sobre las olas en cajón pequeño que tenía escrita la palabra
Guía, el cual fue recogido por unos pescadores. Abierto el cajón, hallóse
un busto femenino que se tuvo por imagen de la Virgen, y el obispo
dispuso que como tal fuese venerada y así se hizo, completando la ima-
gen, colocándole un Niño Jesús en el brazo izquierdo y un cetro en la
mano derecha. Las palabras en tipos cursivos indican al lector los ele-
mentos de semejanzas entre esa leyenda y la de origen cobrero. Pudo la
Virgen de Guía de Caracas aparecerse como la de la Caridad del Cobre,
flotando y con rótulo denominador, y pudo formarse la leyenda con los
elementos folclóricos más sustanciales de la tradición cubana, cosa nada
difícil dadas las relaciones entre Venezuela y Cuba, surgiendo la leyenda
venezolana a comienzos del siglo XVIII o sea, después de la cobrera. Pero,
¿no es curioso observar cómo esa misma tradición se aplica allá a la
Guía y aquí a la Caridad, o sea a las dos renombradas advocaciones de
las imágenes illescanas?34
Si fuese cierta esa asimilación entre las dos advocaciones illescanas,
que reaparecen en El Cobre, ¿qué quedaría entonces de la portentosa
aparición de Nipe? Bien pudiera ser una tradición surgida posteriormen-
te al origen del poblado de El Cobre, ya que este no pudo establecerse
sin edificarse una iglesia o siquiera un sencillo oratorio con una imagen
precisamente de la Virgen María, según tenían órdenes los reyes. Es
posible pensar que la iglesia de El Cobre tuvo una Virgen y también la

33
Fray Juan Antonio Navarrete. Arca de letras y teatro universal. 1er. vol., manuscrito de
la Biblioteca de Caracas.
34
Véanse más datos de la Virgen caraqueña en Arístides Rojas. Obras escogidas. Garnier
Hermanos, París, 1917, p. 393.

127
ermita en lo alto del cerro, que estas imágenes marianas pudieron ser
imitaciones de la de Illescas y fueron llamadas por sus mismas
advocaciones illescanas, como de Guía la que estaba allá en lo alto en
la ermita del cerro, y como de la Caridad la que se conservaba en la
parroquial.
Una peripecia congojosa la ocurrida con motivo de un ciclón, a unos
recogedores de sal en las orillas de Nipe, los haría invocar la virgencita
de la Caridad que ya estaba en El Cobre y por la que ellos tenían
advocación y el milagro de su salvación fue realizado. Después, una
devoción creciente, una repetición de milagros, fomentaría las tradicio-
nes y fue formándose una leyenda más que no tiene en sus detalles de
aparente historicidad, uno solo que sea original y exclusivo de la Virgen
del Cobre, pues todos ellos han podido ser absorbidos de otras leyendas
marianas […]35 coetáneas a la época de la aparición de Nipe. Es más,
ya hemos visto cómo en estas aguas de América en Cuba aparece la
Virgen de la Caridad, tal como apareció en las costas de Venezuela
la Virgen de Guía, uniéndose de nuevo en la leyenda de dos advocaciones
de la famosa Virgen de san Ildefonso de Toledo.
Una oración popular que aún se vende y se reza en Cuba, de origen
folclórico […]36 posterior a la tradición, podría venir en apoyo de Miss
Wright, pues supone que cuando la aparición de la Virgen de la Caridad
a los tres marineros de la canoa, mientras «navegaban por el mar, vino
una tormenta de agua y les viró, y se estaban ahogando, y como eran
devotos de la Virgen de la Caridad y llevaban una reliquia en el cuello,
cuando se vieron perdidos, llamaron por ella y se les apareció en la ca-
noa y los salvó a los tres». Como se nota según esta narración, la devo-
ción a La Caridad era en aquellos tres infelices anterior a la milagrosa
peripecia de Nipe. O lo que es lo mismo, cuando ellos salieron de las
minas de El Cobre para su busca de sal, ya conocían y rezaban a la
Virgen de la Caridad, y hasta la llevaban en el cuello. ¿Cómo podía esto
ser, si no estuviese una imagen venerada en el Real de Minas, hasta el
punto de conocerse medallas y reliquias consagradas a su devoción?

35
[Documento dañado.]
36
[Documento dañado.]

128
Capítulo VI1

Sumario: La Virgen de la Caridad en España. La Virgen de la Caridad


de Illescas. Su gran devoción durante los siglos XVI y XVII. Nombra-
día de Illescas. Riqueza de su santuario. Estado presente de la Virgen
de la Caridad de Illescas.2 Su santuario. Su historia. Una Virgen de
la Caridad pintada por El Greco. Un negrito. Una cruz de la Her-
mandad de los Infanzones. La Virgen de la Caridad de Sanlúcar de
Barrameda. Su oriundez de Illescas. Sus diferencias plásticas con las
de Illescas y Cuba. Otras vírgenes de la Caridad. ¿La Virgen de la
Caridad fue la de don Juan? La más antigua Virgen de la Caridad.
Origen de esa advocación. Su confusión con la Virgen de los Reme-
dios. Frecuencia hispánica de la devoción a María.

La Caridad de Illescas fue muy reverenciada en el siglo XVI.


Miss Wright, que basa en esa fama de la Virgen de la Caridad duran-
te la decimosexta centuria la que para ella es cierta irradiación de su
nombradía hasta Cuba, por obra del toledano capitán Sánchez de Moya,
está en esa base muy en lo firme, pues acéptese la invención de Nipe de
1
[Este también es un capítulo reformado por Ortiz. Aquí incluye algunos epígrafes
del capítulo VII de la primera versión del libro y otros de nueva creación. El sumario del
capítulo VII de la primera versión del libro es el siguiente: La Caridad de Illescas. Su
devoción durante los siglos XVI y XVII. Nombradía de Illescas. Riqueza de su santuario
de la Caridad. Los milagros de su imagen. Los milagros de la Virgen de la Caridad del
Cobre. Las medidas de la Virgen de la Caridad del Cobre. Lope de Vega y la fama de la
medida de la Caridad de Illescas. El aceite o manteca de la lámpara de la Virgen de
la Caridad del Cobre. El aceite de la Virgen de la Caridad de Illescas. Los tronos portá-
tiles de ambas imágenes.]
2
[A partir de este epígrafe, los demás son nuevos en la segunda versión.]

129
la imagen de la Virgen de la Caridad por obra religiosa de milagro, o
téngase por buena la tesis histórica que documenta Miss I. A. Wright,
habrá que convenir en que la Virgen de la Caridad era advocación muy
venerada en Castilla, y precisamente en Illescas, población toledana hoy
muy venida a menos, pero que en los días del descubrimiento, en todo el
siglo XVI y aún hasta entrado el siglo XVII, fue villa de renombre y
de importancia, principalmente por estar en la vía que unía la región de
la Bética con la central de Iberia, por los prelados ilustres que dio a la
Iglesia Católica, por un su hospital, o «casa de Caridad», muy acreditado
antaño, y por un alcázar real, de origen moruno, destruido en el siglo XVI,
donde residió algún tiempo Francisco I de Francia, después de entrar en
cautiverio tras la derrota de Pavía.
Esa afortunada y estratégica posición geográfica en uno de los cen-
tros medulares de la vialidad española de aquellos siglos hizo de Illescas
una ciudad muy frecuentada por la multitud de «personas, personajes y
personillas», que, como diría Luis Montoto, el folclorista andaluz, «corren
por las tierras de ambas Castillas». Especialmente durante el siglo XVI,
cuando Sevilla fue emporio rico de las Indias occidentales y llamada
Babilonia por lo heterogéneo de sus pobladores y lo trafagante, apicarado
y confuso de su rumbosa vida, y cuando fue capital del mundo hispánico
la imperial Toledo, y después Madrid, entre cuyas villas de realeza asen-
taba sus blasonadas casonas, alcázar y templo vetusto, la hidalguía
illescana, amén de sus hospederías, donde se alojaban y revolvían los
viandantes más diversos en riqueza, linaje y poderío, como en un breve y
forzado remanso de los orgullos, medros, ambiciones e intrigas, que fluían
de toda España a Sevilla y a las Américas, y refluía, de esos mundos
hacia la Corte en el constante recalaje de la vida hispánica.
El teatro coetáneo reflejaba los días de sus glorias y recuerda aun sus
templos, sus hospederías, su bullicio, sus personajes, su historia local.
De la nombradía de Illescas y de su mesonaje, nos es testigo abonado
Lope de Vega, mediante una de sus comedias, La dama boba,3 cuyas
primeras escenas acontecen en Illescas. Los personajes, llamados Liseo
y Turín, inician el diálogo alabando las buenas posadas illescanas, por su
frescura y excelentes acomodos.

3
Félix Lope de Vega Carpio. «La dama boba», en Comedias escogidas, por J. E.
Hartzenbusch. Biblioteca de Autores Españoles, t. XXIV, p. 297.

130
TURÍN. cuartos y ropa
LISEO. Tiene fama en toda Europa
Famoso lugar Illescas
No hay en todos los que miras
Quien le iguale

(Uno de ellos explica la causa.)

LISEO. Como aquí, Turín, se juntan


de la Corte de Castilla
de Andalucía y Sevilla,
Unos y otros preguntan,
Unos de los otros cuentan
Y entablan discursos largos
de provisiones y cargos,
cosas que el vulgo alimenta.

El elogio de las posadas de Illescas, en aquellos tiempos, no era bala-


dí. Debieron de ser realmente merecedoras de su fama y distinguirse
mucho de los demás mesones españoles, que ya eran tenidos por ejem-
plares, pues según decía el maestro Vicente Esquivel, en su famosa Re-
lación de la vida del escudero Marcos de Obregón: «todas las nacio-
nes extranjeras hacen esta ventaja a España en las posadas y regalo de
los caminantes».
La gente alcurniada tuvo en Illescas alojamiento y albergues durante
sus frecuentes estancias y echó raíces, tuvo heredamientos, palacios,
altares, y hasta hermandades de su infanzonía.
Esa fama trascendió, como era natural, al teatro, que entonces ya
trataba de reflejar escenas de la vida real. Ya hemos citado La dama
boba, de Lope de Vega.
El Corregidor de Illescas fue el titulo de un popular entremés que
se representaba en 1614.4 Fue, pues, natural que la importancia de Illes-
cas se tradujera en la de sus legendarias imágenes religiosas, y que la
Virgen de Illescas, después llamada de Guía de la Caridad, aprovechara
para su fama la de su terrena morada illescana.

4
José Sánchez Arjona. El teatro en Sevilla en los siglos XVI y XVII. Madrid, 1887, p. 287.

131
El santuario se vio honradísimo y enriquecido, hasta con plata de la
que las Indias vertían en la próxima Sevilla y pasaba, por Illescas, rumbo
a la Corte y a los demás derramaderos de la hacienda española.
En el siglo XVIII llegaron a existir en el santuario de la Caridad,
55 suntuosas campanas de plata, donadas por las familias de la grandeza
nobiliaria de España.5
En 1685, don Diego Orejón, secretario del Ayuntamiento de Madrid,
regala al santuario un puntal, una gradería y una banda o cama del cama-
rín, todo ello de plata labrada a martillo.6
El rey don Felipe II fue muy devoto de la Virgen de la Caridad y visitó
varias veces Illescas para rendirle culto. Una vez le donó a la iglesia
riquísimos indumentos sacerdotales para sus ritos. También regalaron a
la Virgen de la Caridad con adornos preciosos y vestidos bordados de
pedrería, la infanta doña Clara Eugenia, hija de Felipe II, y el también hijo
de este rey, el infante don Fernando, en 1596.
Felipe III y su esposa doña Margarita también fueron devotísimos de
La Caridad, obsequiándola con collares y vestidos. El príncipe don Al-
berto donó al santuario una magnífica lámpara hecha de la primera plata
que fue de las Indias.7
La fama de La Caridad de Illescas extendióse a Portugal, y el infor-
tunado rey don Sebastián le envió ofrendas de plata.
Por Illescas debieron de pasar muchos pobladores de América, en
sus idas y venidas del mundo viejo al nuevo, de su capital a sus dominios,
orando y haciendo votos ante la Virgen de la Caridad y de Illescas, como
de todas las villas florecientes de la Andalucía, Extremadura y las Castillas,
vinieron a las Indias soldados, clérigos, jueces... todos ellos pobladores.
Baste para probarlo la fijación del mismo nombre geográfico en la
toponimia del Uruguay, y la adopción de ese nombre de Illescas por uno
de los hijos del famoso inca Huana-Capac y hermano de Atahualpa. No
es, pues, inverosímil para los dispuestos a aceptar una versión histórica y
no sobrenatural del hallazgo de la imagen de Nuestra Señora de la Cari-
5
El capellán narrador añade, con ingenuidad irónica, al dar este dato, que ese siglo XVII «no
era de muchas luces» y que en el siglo XIX, «de muchas luces», han quedado solamente
dos, que se alimentan con esfuerzo. Justo Quintanilla. Ob. cit., p. 11.
6
Justo Quintanilla. Ob. cit., p. 12.
7
Justo Quintanilla. Ob. cit., p. 32.

132
dad del Cobre, que esta fuese traída en alguna nave por el devoto de la
gloriosa Virgen homónima de la iglesia illescana.
Y nos explicamos que esta versión sea tentadora.
La Virgen de la Caridad es aún hoy imagen y advocación de una
iglesia de Illescas.
Ya hemos tratado de la antigüedad de la imagen castellana y de su
extendida nombradía en los tiempos de la colonización de América. Aún
hoy, en Illescas, se visita y admira su santuario, y por él se comprende el
esplendor que debió de tener su devoción. A él hemos acudido en busca
de elementos asimilativos o diferenciados entre los cultos y tradicio-
nes de Illescas y de El Cobre. Observaremos primero el templo y des-
pués la imagen.
El santuario de Nuestra Señora de la Caridad se alza en Illescas, en
su calle Mayor, que atraviesa la ciudad y la vía de Madrid a Toledo. De
esta puede decirse que ha sido el paso forzoso de los muchos viandantes
que durante los siglos XV, XVI y XVII cruzaban de Madrid hacia el sur,
camino de Toledo y Sevilla y hasta de las Indias ubérrimas.
Poco tiempo ha, el 14 de noviembre de 1928, que fuimos a Illescas y
visitamos sus templos, así el santuario de la Virgen de la Caridad, como
la iglesia parroquial, de la Asunción.8
En la visita de estos templos de Illescas fueron guías amabilísimos,
así el señor capellán rector del santuario, doctor Tomás Alonso Fernández,9
como el señor rector de la parroquial. El primero, muy conocedor de la
historia y tradiciones de su famoso santuario, nos mostró en él cuanto
estuvo a su alcance y ambos nos suministraron con tal gentileza los datos
que pedimos y fina cortesía que aquí les renovamos las expresiones de
nuestra gratitud.
No solo se conserva en Illescas el santuario de la Virgen de la Cari-
dad y en él se tiene culto católico, sino que continúa el servicio del hospi-
tal anexo, que fundó el cardenal Cisneros.

8
En la buena y deleitosa compañía, permítaseme recordarlo, del insigne literato y diplo-
mático cubano señor doctor José María Chacón y Calvo, y del fino escritor español
señor Ramón de la Serna.
9
[Antes de viajar a España Ortiz mantuvo correspondencia con el doctor Tomás Alonso
Fernández. En carta fechada el 29 de diciembre de 1927, Ortiz le solicita información,
fotografías y documentos sobre la Virgen de la Caridad de Illescas. Todos estos datos se
encuentran en su archivo personal.]

133
El santuario de La Caridad, digámoslo sinceramente, conserva hoy
alguna nombradía más que por la caritativa devoción que lo erigiera, por
el valor en arte de los cuadros que lo adornan.
El templo illescano fue ampliado y restaurado en 1600 por el gran
pintor que estaba al servicio del rey Felipe, Domenico Theocopulos, co-
nocido universalmente con el sobrenombre de El Greco. Su genio pictó-
rico dejó en esa iglesia de la Virgen de la Caridad cinco cuadros, que
constituyen un pequeño museo de sus pinturas, muy visitado por sus
muchos admiradores, que acuden a Illescas después de estudiar las que
existen en el Museo del Prado de Madrid, y en camino para Toledo,
donde van a extasiarse ante el Entierro del conde de Orgaz.
Los Grecos de la iglesia de La Caridad, de Illescas, son cinco, de los
cuales dos se relacionan directamente con la advocación mariana y ca-
ritativa del templo.10
Los dos cuadros de El Greco referentes a La Caridad están a los
lados del crucero del templo, fuera del presbiterio.
Uno se titula La virtud de la Caridad. En este, los personajes, según
nos dicen, son retratos de los mismos caballeros que aparecen en el
famoso lienzo toledano del Entierro del conde de Orgaz.
El otro cuadro es de San Ildefonso. Está en el altar del Evangelio, o
sea, a la izquierda del espectador en el crucero de la iglesia.
En el cuadro aparece el santo arzobispo toledano, gloria de la hagio-
grafía hispana, escribiendo su tratado sobre la virginidad de María, sen-
tado ante un rico bufete y contemplando una imagen de la Virgen de la
Caridad, que posando sobre una alta peana, se destaca en fondo detalla-
do, como pocos de El Greco.
Esta imagen pintada representa la misma estatuilla que aún se venera
en el templo, tal como apareció a fines de siglo XVI, cuando la tuvo delan-
te el artista para trasladarla al color. Está vestida con ricos indumentos,
como lo está hoy; pero su figura y su actitud difieren algo de las actuales,
como analizaremos después.
Para Cossío, este cuadro de El Greco es «la representación del inte-
rior de uno de los celebrados escritores que el genio de Castilla produjo
en aquella época».11

10
Los otros cuadros están dedicados a la Coronación de la Virgen, La Asunción y El
nacimiento de Jesús.
11
M. B. Cossío. El Greco. Madrid, 1908.

134
Otro crítico dice que «es por su construcción de lo más ponderado,
sólido y magistral que nos ha dejado el pincel de El Greco, y valioso dato
sobre la inquieta irregularidad de su evolución».12
También El Greco dejó en ese templo, al parecer, la prueba de su arte
escultórico, representado por una estatua de San Simeón y otra de San
Isaías, ambas de talla, de tamaño natural y hoy pintarrajeadas con mala
policromía, que son atribuidas a dicho maestro.
El santuario cuenta, además, con dos cuadros de Correggio, y un
retablo escultórico atribuido a El Greco, hoy dorado por una restauración
moderna, quizás poco afortunada.
En la capilla lateral, consagrada a relicario, llamada El Ochavo, por
su forma arquitectónica, octogonal, se conservan numerosas y ricas re-
liquias, donativos de magnates, que fueron devotos de La Caridad. El
Ochavo basta para revelar lo que fueron la iglesia de Illescas y el esplen-
dor de su culto.
Como, asimismo, los vestidos que se custodian, en una alacena del
antecamarín de la virgen illescana, que son «bastantes y de gran mérito
por su antigüedad», según escribe el padre Quintanilla.
Casi al centro de la nave del templo hay una verja de hierro que es
una joya de la forja española. Separa el presbiterio y la nave transversal,
del resto de la iglesia, a manera de defensa de los tesoros y del recinto
destinado en los cultos al clero oficiante a los personajes concurrentes y
a los infanzones de la Hermandad.
Todo en el templo denota la suntuosidad decaída, la riqueza disipada.
En el santuario de Illescas no hay ahora un solo exvoto. Fueron todos
suprimidos; prueba de buen gusto y piedad austera.
Es curioso observar cómo en el cuadro dedicado a la virtud de La
Caridad que está en el establo del altar mayor, sobre la hornacina de
la Virgen, figura una matrona que ampara a varios niños, uno de los
cuales es un negrito.
Suponemos que este cuadro sea de Alejandro Ferrant, el pintor res-
taurador del templo, camarín y altar, el año 1884. Siendo así, acaso Ferrant
se inspiró en el recuerdo de la Caridad que se venera en varias iglesias
americanas, y, muy particularmente, en Cuba.

12
Emilio H. del Villar. El Greco en España. Madrid, 1920, p. 127.

135
De todos modos, la idea que hizo pintar ese negrito en el altar de
Illescas no obedece a influjos originarios de la devoción en Cuba, llevada
a Illescas, como apunta en su hipótesis el padre González Arocha, sino a
una influencia de retorno de América a Castilla, avalorada por un nuevo
elemento folclórico, aquí en Cuba representado por Juan Moreno, el ne-
grito marinero de la canoa de Nipe, o, más bien y con mayor probabili-
dad, a que el artista pintor quiso cobijar bajo el manto acogedor de La
Caridad, por él simbolizada, a todas las razas del orbe, sin distinción, o, lo
que es igual, quiso dar a entender que la virtud de La Caridad era
ecuménica, o sea, universal, sin diferencias étnicas, incompatibles con
las ideas cristianas.
No sabemos que el culto de La Caridad tenga en Castilla ningún
símbolo especial, ni en tal sentido nada se descubre en la capilla de Illescas.
Hemos hallado que una cruz verde con una calavera al pie, se toma
como símbolo de Caridad. Pero este no es dato de Illescas, sino de Sevi-
lla, y debe de ser de carácter local, referido a la Casa de Caridad donde
tanto humilló su alma ante la idea de la muerte igualadora, el soberbio
don Miguel de Mañara.
En Illescas hemos hallado un símbolo consagrado a la Real Herman-
dad de los Infanzones de Nuestra Señora de la Caridad, que aun se
emplea por esta en sus documentos, y que figura en el techo del altar del
templo. No sabemos si la llamada cruz de la casa es signo antiguo o si
data de la fundación de la Hermandad, como es lo probable.
Se trata, de una cruz blanca en campo […]13 de figura compleja for-
mada por la superposición de una cruz trebolada sobre otra encuadrada,
que llevan otra simple cruz lineal incisa en rojo a lo largo de los ejes de los
dos brazos cruciales. Dada la complejidad de la cruz, es posible que así se
formara por combinación de algunos emblemas cruciformes de la heráldi-
ca, propio de algunos infanzones fundadores de la Hermandad.
Pero no podemos relacionar directamente ese blasón crucífero con
ningún atributo de La Caridad. Los infanzones de lllescas debieron de
adoptarlo a semejanza de los de las órdenes militares. No hemos dado
con ninguna cruz similar en el santuario cubano de la Caridad del Cobre,
ni en los emblemas adoptados por los imagineros y estamperos para
representarla o adornarla con alegorías.

13
[Manuscrito dañado.]

136
Aún hoy (1929) se sostiene la Hermandad de los Infanzones de
Illescas creada, según se nos dice, en el siglo XIII, siendo actualmente su
hermano prior el señor conde de Cedillo, erudito individuo de número de
la Real Academia de la Historia, de Madrid.
La fiesta anual de La Caridad de Illescas se celebra el día 31 de
agosto, cuando la imagen se baja del altar, se adorna con sus más lujosos
paramentos, se coloca en una carroza y se pasea por la villa devota. Esa
carroza, que se conserva en una dependencia del templo, no ofrece nin-
gún carácter típico. Es casi seguro que reproduzca, o al menos sustituya,
otra anterior, que quizás tuviera algún simbolismo singular.
Antes de pasar a considerar directamente ciertos elementos diferen-
ciales entre las imágenes de Illescas y de Cuba, dediquemos unos párra-
fos a las otras imágenes de La Caridad que se veneran desde hace siglos
en no pocos templos de España y América.
No creemos agotar el tema; pero de los apuntes que tenemos podre-
mos acaso derivar alguna conclusión.
La tesis de Miss Wright que hace nacer en Illescas la advocación de
la Caridad, traída después a El Cobre, ha sido también afirmada, si no
sostenida con razones, por el historiador anónimo de la Virgen de la Ca-
ridad de Sanlúcar de Barrameda, quien afirma que esa virgen, así como
otras de igual advocación, entre ellas la cubana de El Cobre, proceden
todas de la homónima de Illescas, por copias que de ella se sacaron.
«De esta sagrada imagen de Illescas, tan famosa por su gran templo y
por sus milagros ingentes y multiplicados, y tan aplaudida y agasajada con
prendas de gran valor por príncipes, por reyes y por personas de la más
alta categoría, ya con el título de Caridad, se sacaron varias copias, y en
todas partes, donde es venerada, se admiran sus caritativos portentos
en calamidades comunes e individuales. Una está a media legua de
Catalayud, en una ermita, y lleva tras de sí el efecto de los piadosos arago-
neses. Otra se venera en un convento de franciscanos, con el mismo aplau-
so, en Requena. Otra en la villa de Tinajas, obispado de Cuenca, cuya
fiesta se celebra el 8 de septiembre, concurriendo toda la comarca. Otra
en el pueblo de El Cobre (Isla de La Habana) (sic.) distante cuatro leguas
de la capital Santiago de Cuba. Otra copia, en fin, de la imagen de Illescas es
la que se venera en Sanlúcar de Barrameda como patrona.»14

14
Historia de la imagen de Nuestra Señora de la Caridad que se venera en Sanlúcar de
Barrameda. Sevilla, 1918, p. 4.

137
Sea o no cierta la originalidad de la advocación de La Caridad de
Illescas, sobre otras homónimas de España, basta para que sea prueba
de la gran fama de aquella. En algún caso, la hipotética primogenitura
parece demostrada, como sucede en el caso de la ya referida Virgen de
la Caridad de Sanlúcar de Barrameda.
Así lo admiten los capellanes de esa Virgen sanluqueña y lo com-
prueban los datos precisos que de ella se conservan.
La Virgen de la Caridad de Sanlúcar se establece en esa ciudad an-
daluza en 1608, pocos años después de la más probable fecha de la
aparición en Nipe de la Virgen cubana.
Y si no fuera bien probada la historia de la Virgen de la Caridad de
Illescas sobre la de Cuba, con un poco de fantasía habría de hallarse un
argumento aparente a favor de la prioridad de la Virgen del Cobre sobre
las otras, al saberse que quien introdujo en 1608 una imagen milagrosa
de la Virgen de la Caridad en Sanlúcar de Barrameda, dejándola en esa
ciudad para que se le diera culto, fue el alférez Pedro de Rivera, natural
de Cartagena de Indias, y de su carrera marítima, quien la llevaba en su
navío. De modo que fue, como después vino en decirse, un indiano, que
sin duda estuvo en Cuba y pasó muchas estadas en la bahía de La Haba-
na, ya que en esta rada habanera se reunían las naves mercantes de las
Indias y los galeones de la flota real para emprender en conserva el viaje
de retorno a Sevilla con las riquezas que embarcaban en Cartagena de
Indias, Portobelo, Nombre de Dios, Veracruz y las Antillas.
Pero la tesis de la migración de la Virgen de la Caridad desde Cuba a
España es inadmisible, por la evidente precedencia de la advocación
homónima illescana.
El historiador de la Virgen sanluqueña dice así: «En el templo de Nues-
tra Señora de la Caridad de Illescas, entre sus muchos milagros, se en-
cuentra uno pintado con tres soldados riñendo con espadas desnudas, y
el uno atravesada la cabeza con la espada del otro, cuyo caso lo explica
una inscripción al pie del lienzo, que dice: “El sargento Pedro Rivera
Sarmiento, natural de Málaga, residente en Sanlúcar de Barrameda, es-
tando riñendo dos soldados, se metió en medio a ponerlos en paz, y el uno
le dio una estocada por detrás de la cabeza, y se la atravesó, y salió la
espada por la sien. Estando desahuciado se encomendó a Nuestra Seño-
ra de la Caridad, y sanó, año de 1608.”15 Se cree que esta maravilla fue

15
Ídem.

138
la causa de que en Sanlúcar de Barrameda se diese el culto a Nuestra
Señora de la Caridad en un hermoso santuario, colocando en él una co-
pia de la mencionada imagen de Illescas, que este sargento mandó ha-
cer, agradecido en su original, a su bienhechora, cuya copia ha hecho
muchos y singulares milagros.» Esta tradición de Illescas, que en lo sus-
tancial conviene en un todo con la historia de Nuestra Señora de la Ca-
ridad de Sanlúcar de Barrameda, es como sigue: «El alférez Pedro de
Rivera y Sarmiento, natural de Cartagena de Indias y navegante de su
carrera (no es variación sustancial el hacerle aquí natural de Cartagena
y en el lienzo de Málaga, y menos el grado de alférez, que pudo haber
obtenido, después de sargento), traía consigo una imagen pequeña de
María Santísima, de estatura de dos palmos con poca diferencia, con el
título y renombre de Nuestra Señora de la Caridad, siendo común tradi-
ción, que este soldado era muy devoto de Nuestra Señora de la Caridad
de Illescas. Imagen muy antigua y venerada en el término de Madrid,
por las repetidas maravillas y milagros que ha obrado, y obra con sus
devotos, y que en memoria de su devoción había mandado hacer esta
imagen pequeña de Nuestra Señora de la Caridad, para poderla llevar en
el navío, y tener presente su protección y amparo en los frecuentes ries-
gos que en el mar se experimentan.
»Y habiendo venido a esta ciudad y puerto de Sanlúcar de Barrameda
por el mes de marzo de mil seiscientos y ocho, puso por su devoción
esta imagen en un nicho y tabernáculo de la esquina de la calle, que
entonces llamaban de la Aduana Vieja, y hoy de la Bolsa, encima de un
bodegón y junto a otros, y tenía el cuidado de encender todas las no-
ches un farolito, que había puesto para alumbrar dicha Imagen.16 Ha-
biendo continuado esta devoción tres meses, poco más o menos, la
noche del día seis de junio del referido año de mil seiscientos ocho,
viernes después de la festividad del Corpus, día en que en la Plaza de
la Rivera había fiesta de toros, olvidado con este ruido, del cuidado
de encender la lámpara, acudió tarde a esta devoción, y halló que esta-
ba encendida por sí, y que daba mucha luz y resplandor y que rebosaba
el aceite, y se revertía con mucha abundancia, y habiendo dado voces,
y publicado este prodigio, acudieron diferentes personas que en vasos y
paños, y otras cosas, recogieron dicho aceite milagroso, no solo en su

16
Como se hizo con la Virgen de Illescas, llamada de Guía.

139
origen sino en sus efectos; pues habiéndose untado con él diferentes
enfermos, sanaron de sus dolencias, como lo acreditan los muchos mi-
lagros, que están calificados; habiéndose valido de este medio esta
soberana Señora no solo para ejercitar todos su ardiente caridad, sino
para mover los ánimos a que promoviesen, y solicitasen su mayor cul-
to, y más decente situación y tabernáculo.»17
También la Virgen de la Caridad fue y es patrona de Sanlúcar de
Barrameda, según declaración públicamente jurada por la villa el 2
de septiembre de 1618. Sabido es que Sanlúcar está en la desembocadu-
ra del Guadalquivir, río en cuyo interior se encuentran Sevilla y su puerto;
de modo que la flota de Indias arribaba en Cádiz y de ahí entraba por
Sanlúcar, pasaba la barra arenosa que da nombre a esa ciudad, y remon-
taba el Guadalquivir hasta la Torre del Oro, en Sevilla, donde alijaba sus
riquezas, o las descargaba en Sanlúcar de Barrameda, de donde remon-
taba la vía fluvial guadalquivireña, o por la vía terrestre se enviaban a sus
destinos en el reino y Sanlúcar tiene aún hoy un santuario consagrado a
Nuestra Señora de la Caridad, que aún saludan, a veces visitan en cum-
plimiento de votos, los navegantes creyentes que la han implorado en sus
congojas y trances de peligro.
Francisco Rodríguez Marín, el eruditísimo sabedor de las cosas y de
los casos de su tierra sevillana, nos da muy interesantes datos del culto a
la Virgen de la Caridad de Sanlúcar, en el siglo XVII, en articulejo precioso
como los suyos.18
Dice el bachiller de Osuna que de antiguo el pueblo de Sanlúcar ve-
neraba una calleja de aquella ciudad, y que en 1608 fue trasladada su
imagen a un hospital, y en 1612 al santuario para ella edificado19 y bajo
su advocación, con grandes solemnidades, procesiones, danzas, pirotec-
nias, mascaradas, concursos poéticos, torneos, simulacros militares, ri-
fas, regatas, naumaquias, toros, cañas, alcancías, fiestas rurales, y otros
populares regocijos, que duraron nueve días consecutivos.

17
Historia de la imagen de Nuestra Señora de la Caridad que se venera en Sanlúcar de
Barrameda. Sevilla, 1918, pp. 5 a 7.
18
Comprendido en su libro Chilindrinas. Estab. Tip. de El Progreso, Sevilla, 1905,
pp. 130 y ss.
19
Por esta tradición desaparece la oriundez illescana de la imagen sanluqueña, que parece
ser, como lo fue la de Illescas, una Virgen antigua, medieval que pasó a un hospital,
donde adquirió la nueva advocación. Digamos, además, que la Virgen sanluqueña y la
illescana, son de figuración distintas. (Ver figuras 5 y 3, esta, al final del libro.)

140
Fig. 5. Virgen de la Caridad de Sanlúcar de Barrameda.
Digamos de paso, que fray Pedro Beltrán, dominico y versador,
consagró al recuerdo de aquellas sonadas fiestas un poema intitulado
La Charidad Guzmana, en el que, amén de otras pintorescas y gala-
nas descripciones, a tratar de las alegrías del quinto día del novenario,
dice:

Hicieron la tardequinta
Los caballeros destrezan
Y, colgando de una cinta
Diez gansos, de sus cabezas
Sacaron purpúrea tinta

He ahí una nueva remembranza de una costumbre, ya por suerte


fenecida en Cuba como en España, la de correr patos, que nos vino de
Andalucía, junto a las corridas de toros y las vallas de gallos, y otras
cosas de más valor.
«En 1612, Gaspar Serrano, vecino de Sanlúcar de Barrameda escri-
bió un libro de los milagros de la Virgen de la Caridad, obra harto curiosa
y espejo de las costumbres al par ingenuas y apicaradas de aquella épo-
ca, pues remató su libro con unos versos en que volvía a lo divino, como
entonces se decía, nada menos que un popularísimo romance jácaro del
famoso guapo andaluz Escarramán, versificando sobre tan hampona pauta
la pasión de Cristo.»20
El romance citado tuvo gran circulación, llegando hasta Portugal, don-
de en 1624 lo prohibió el obispo Martínez Mascareñas, según cita del
mismo Rodríguez Marín.
Ignoramos la historia anterior del siglo XVII de esa imagen sanluqueña.
Que acaso se encuentre en la obra de Fernando Guillamas, Historia
de Sanlúcar de Barrameda (1858), que no tenemos ahora a nuestro
alcance.
Por la fotografía que poseemos de la Virgen de Sanlúcar se nota que
es distinta de la de El Cobre y de la de Illescas. No tiene un Jesucristo en
brazos, ni lleva cetro, cruz ni nada en sus manos. Tiene los brazos caídos
y las manos vacías, actitud extraña en la imaginería mariana.

20
Véase F. Rodríguez Marín, en sus notas críticas a Cervantes. Rinconete y Cortadillo.
Madrid, 1920, p. 94.

142
Pero digamos que, no obstante, puede ser copia de la de Illescas, si es
también de talla completa como esta, y si también, como esta, ha sido
cubierta con vestimentas que ocultan sus formas escultóricas y desfigu-
ran su apariencia primitiva.
Hay otras vírgenes de la Caridad en tierra española.
La Virgen de la Caridad se venera, también, en Ávila, desde hace
siglos, y a ella alude el padre González Arocha, como devoción que fue
de la mística abulense santa Teresa de Jesús.
De la Virgen de la Caridad hay una imagen en una ermita de Calatayud;
otra en el convento franciscano de Requena; otra en la villa de Tinajas,
de Cuenca.
También se halla la Virgen de la Caridad como patrona de Cartagena.
Asimismo, en Sevilla ha habido, al menos desde fines del siglo XV, un
establecimiento benéfico llamado especialmente la Santa Caridad,21 donde
hizo vida buena don Miguel de Mañara, quien, según algunos escritores
locales, fue antes dado todo él a la mala y depravada, habiendo sido real
prototipo del fantástico don Juan Tenorio.
La sevillana Hermandad de la Santa Caridad recibió este titulo en
3 de octubre de 1578, cuando se aprobaron sus primeras reglas.22
En la iglesia de La Caridad, de Sevilla, junto con el Cristo de la Cari-
dad está la Virgen de la Caridad, escultura de los albores del siglo XVI, la
más antigua de las efigies de ese templo.23 Por la época de su origen,
pudiera suponerse que esa Virgen es hija de la de Illescas; pero no
tenemos dato alguno que lo sostenga.
Tampoco podemos trazar la genealogía de todas las vírgenes
homónimas que hemos citado. Opinamos que la misma advocación ha-
brá surgido aquí y allí independientemente, derivada, como en Illescas,
de las casas de caridad u hospitales a los que fueron anexas las iglesias
con la virgen; pues bien sabido es que La Caridad, como denominación
de casa benéfica, fue pasada, a veces, a las imágenes de la virgen que
tenían culto en las capillas hospitalicias.

21
Francisco Collantes. Los establecimientos de Caridad de Sevilla que se consideran
como particulares. Oficina del Orden, Sevilla, 1886, p. 6.
22
Anónimo. Breve noticia histórica de la Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro
Señor Jesucristo y descripción de su iglesia y hospital. Sevilla, 1921, p. 6.
23
Ibídem, p. 13.

143
La advocación mariana de La Caridad pasó también a las Américas.
En México existió, antes de 1653, un colegio de Nuestra Señora de la
Caridad, de doncellas.24
En Caracas hubo desde el siglo XVII un Hospicio de la Caridad, con
capillita dedicada a la Santísima Madre de la infinita Caridad, que fue
dotada en 1712 con «la luz perenne de su lámpara» por el obispo fray
Francisco del Riscá, toledano, que antes lo fue de Santo Domingo.25
Ignoramos la fecha en que se fundó esa capilla, que ya encontró fundada
en Caracas el prelado.
Todo esto que dicho queda, como algo que se añadirá, viene, sin duda,
a fortalecer la verosimilitud de la tesis histórica basada en la oriundez
hispánica de la Virgen de la Caridad del Cobre. Sin embargo, esto no
prueba la progenitura de la Virgen de la Caridad de Illescas, de la que
pueden ser coetáneas y antecesoras algunas otras imágenes de igual
nombre, ya que esta advocación no obedece a ningún hecho histórico,
onomástica ni toponimia singulares, sino al desarrollo en aquel siglo XVI
de varias instituciones benéficas con el carácter de hospederías de en-
fermos, pobres o doncellas desamparadas.
La homonimia de varias advocaciones marianas dedicadas a La Ca-
ridad, no demuestra la identidad de las imágenes respectivas, que son
distintas, obras de artífices diversos y probablemente de épocas aparta-
das entre sí. Solo la advocación les es común a esas imágenes; dadas
unas y otras en tiempos quizás posteriores a su primera devoción (como
sucede, por ejemplo, con la Virgen de Illescas, que en el siglo XVI pasó a
llamarse de la Caridad) cuando fueron creándose en España hospitales
religiosos, y el aislamiento de enfermos pobres fue haciéndose obra más
y más común de piedad cristiana. Entonces, la advocación a La Caridad
fue surgiendo y popularizándose por espontánea invención folclórica,
derivada de las imágenes que se veneraban en las casas de caridad,
que así suelen llamarse aún en España a ciertas fundaciones de benefi-
cencia hospitalaria.
Lafuente dice que «las denominaciones de Caridad, Piedad, Reme-
dios, Misericordia, Salud, y otras análogas, generalmente se deben a

24
Pedro Agustín Morell de Santa Cruz. Ob. cit.
25
Blas J. Terrero. Teatro de Venezuela y Caracas. 1787. Caracas, 1926, p. 41.

144
las de los hospitales, asilos, hospederías, alberguerías».26 La denomina-
ción de La Caridad, aplicada a los hospitales, no fue siquiera exclusiva
de España. Encuéntrase en Francia, en Italia. Idéntico origen, referido a
los hospitales o casas de caridad, en que servían, tienen las tan conoci-
das cofradías o congregaciones religiosas de hijas, hermanos y herma-
nas llamados de La Caridad, a partir de las vicentinas, o sean, las Her-
manas de la Caridad de san Vicente de Paúl, cuya congregación fue
fundada en el siglo XVII.
También recordemos la Hermandad de la Paz y Caridad, que se fun-
dó en muchas poblaciones españolas y americanas, y entre estas, la de
Cuba, para socorro de presos, heridos y condenados a muerte.
Comprueba este origen de la advocación de La Caridad, derivado de
la beneficencia hospitalera, el hecho de no ser aquella aplicada siempre
a una imagen de la Virgen, sino también a una de Cristo, cuando esta y
[...]27 una de María era la que se honraba en la capilla de la casa de
caridad. En Sevilla hay el Cristo de la Caridad en la iglesia anexa a la
«casa de pobres», que gobierna la Hermandad de la Caridad.28
No podemos silenciar tampoco la posibilidad de que la Virgen de la
Caridad fue también en El Cobre, anexa a alguna enfermería que allí
debió de existir, al menos para los blancos dominadores y probablemente
para los indios y negros sometidos a servidumbre, pues, aunque con la
simpleza y muticidad de aquellos tiempos y lugares, era mandado que
hubiese hospitales en estas Antillas para los que aquí adolecieran,
que eran la mayor parte de los castellanos inmigrados.29
Por otra parte, hemos hallado una Virgen de la Caridad muy anterior
a la de Illescas, de advocación constante y auténtica.
La advocación de la Virgen de la Caridad nace, pues, en España
mucho antes del siglo XVI, cuando surgió en Illescas, y muy lejos de esta
villa famosa. La Virgen de la Caridad o Santa María de la Caridad, como
solía decirse en los siglos en que no habíanse difundido tanto el dogma y

26
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 186.
27
[Manuscrito dañado.]
28
Y es curioso anotar que en la misma iglesia sevillana también existe la imagen, más
antigua, de una Virgen de la Caridad.
29
Así puede verse en la instrucción enviada por el rey desde Valladolid, al gobernador de
La Española, don Diego Colón, en 3 de mayo de 1509. Reproducida en Cedulario
cubano de J. M. Chacón y Calvo, p. 142.

145
la devoción de la virginidad mariana, se encuentra por primera vez en
España, en el siglo XII, precisamente el año 1149, en el monasterio de
santa María de la Caridad, en Tulebras, frente a Cascante, en Navarra,
cerca de la raya de Aragón. Y no es inverosímil que de allí se fuera
extendiendo la advocación por tierra de Castilla, sobre todo cuando la
creación de hospicios y hospederías de enfermos, que fueron llamados
piadosamente Casas de Caridad.
De este monasterio de Tulebras se originó el después famosísimo
de las Huelgas, que aún vive cerca de Burgos, pues se conserva un
documento de 1199, mediante el cual una monja «Urraca, abadesa de
santa María de la Caridad» hizo cesión plena de su jurisdicción a la
abadesa del monasterio de las Huelgas. Vicente Lafuente, el eruditísimo
mariólogo español, considera que esta es «quizás la primera vez que se
une la advocación de una virtud aplicada a la Virgen María». Y añade
cómo «es notable a mediados del siglo XII surgir la advocación de la
Caridad».30 Antes, todas las advocaciones marianas suelen ser de ca-
rácter topónimo derivadas del paraje en que se alza el templo, o del
lugar, peña o árbol, en que aparece la imagen, etc. Y solo ya bien entra-
do el siglo XIII encuéntranse otras advocaciones abstractas, deducidas
de algún hecho histórico, como de la Victoria, o de algún misterio
dogmático, como de la Encarnación, de la Asunción, etc., o de algu-
na virtud, como de la Fe, de la Esperanza.
Tenemos, pues, que la Virgen de la Caridad de Illescas no es la más
antigua imagen española de tal advocación. Es verdad que, como ya se
ha consignado, el conde de Fabraquer dice que por el año de 633, en el
monasterio agaliense, que estaba en los arrabales de Toledo, se venera-
ba la imagen de la Virgen de la Caridad, que hoy está en Illescas.31 Pero
se refiere, sin duda, a la efigie de talla, no a la advocación que como
ya se tiene dicho no surgió hasta que la estatuilla fue trasladada a la casa
de la Caridad, o sea, al hospital que fundó Cisneros. Y aun digamos que
la opinión del culto a esa misma imagen en el siglo VII, en Toledo, no pasa
de ser una de las patrañas a que se refiere V. Lafuente.
Esto no quiere decir que la advocación que se dio a la imagen cobrera
no pueda venirnos de Illescas; pero sí que no siendo esta la primordial,

30
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 128.
31
V. Lafuente. Ob. cit., vol. III, p. 175.

146
puede derivarse del recuerdo de alguna otra homónima de las varias que
tiene España y que ya hemos recogido.
Otro elemento hispánico en la mariología cubana, que se halla con-
fundido con el culto a la Virgen del Cobre es la advocación adicional que
esta recibe de Virgen de los Remedios.
El segundo ermitaño de El Cobre, llamado Fernando Pinto [ordenó]
que allí se venerase Nuestra Señora de los Remedios, según refiere
Bravo, y le puso esa otra advocación «como aditamento», y el ermitaño
llamóse entonces Melchor de los Remedios, y denominó a su Virgen,
de la Caridad y de los Remedios. Y se sigue llamando en algunas
ocasiones, por ejemplo, en las cintas o medidas de la Virgen, a que ya
aludimos.32
En una estampa impresa de mediados del siglo XIX, todavía se la titula
«Verdadera imagen de Nuestra Señora de la Caridad y de los Remedios»,
con indicación de indulgencias concedidas por varios prelados a sus devo-
tos la Virgen de los Remedios es indudablemente española. También fue
andaluza la Virgen de los Remedios y su devoción muy honrada en la
Sevilla de las centurias XV, XVI y XVII, con altar en la catedral hispalense.
Ya la encontramos en América en los comienzos del siglo XVI. Los
conquistadores que con Grijalva fueron de Cuba a la aventura de
[...]33 «Llegaron a una isla grande que los indios llamaban y llaman
Cozumel, y los españoles le pusieron Santa María de los Remedios, por
lo que les ayudase a saltear las gentes que en sus casas vivían seguras»,
como irónicamente dice el obispo Bartolomé de las Casas.34
Tan estimada fue en España la imagen de la Virgen de los Remedios
que fue instalada en Madrid, el 1ro. de agosto de 1593,35 en tiempos de
Felipe II, rey que la tuvo en gran devoción.
Aparentemente, esta dualidad de advocaciones a una misma imagen
viene a debilitar la fijeza de la consagrada a La Caridad. Si a esa ima-
gen cobrera se le ha llamado también de Los Remedios, parece deducir-
se que no se estaba muy seguro de aquella otra denominación, pero no
es así, como se verá.
32
[A este tema se alude en el capítulo VII y también en el XI, tal como lo organizó Ortiz
en la segunda versión del libro.]
33
[Manuscrito dañado.]
34
Bartolomé de las Casas. Historia… t. III, p. 126.
35
Conde de Fabraquer. Historia, tradiciones y leyendas de las imágenes de la Virgen
aparecidas en España. Imp. y Lit. de Juan José Martínez, Madrid, 1861.

147
Esta duplicidad advocacional, que aún hoy se da en Cuba, oficialmen-
te, por los sacerdotes encargados de su culto, a la Virgen del Cobre, no
es causada, como algunos creen, por la simple circunstancia cronológica
de que a un ermitaño se le ocurriera cambiar la advocación primitiva de
la Caridad, por otra distinta, la de los Remedios.
Es que una y otra son en rigor la misma, traducida por voces casi
sinónimas.
Ya hemos dicho cómo la advocación de la Caridad provino de la ca-
pilla o iglesia anexa a los hospitales o «casas de caridad», en cuyos alta-
res se veneraba alguna virgen, que de esa denominación del lugar fue
llamándose popularmente la Virgen de la Caridad, como hoy se habría
dicho la Virgen del Hospital, o la Virgen del Hospicio. Así se vino en
decir, también, la Virgen de los Remedios, y en algunos lugares se prefi-
rió, por espontáneo e impensado criterio, ese apelativo sobre el otro, a
pesar de significar uno y otro la misma relación entre la imagen y el
lugar, y entre este y su objeto, en uno y otro caso con más o menos
amplitud y matiz material o ético. Así sucedió, por ejemplo, en la ciudad
de Córdoba. Ya hemos recogido la opinión de Lafuente, que comprueba
esta analogía.
La misma feminidad de la advocación demuestra para el historiógrafo
y el folclorista una tendencia a preferir una concepción mujeril sobre
otra masculina, al concretarse las devociones populares. La explicación
de este elemento sexual debe de arrancar, sin duda, de varios oríge-
nes, de todos los núcleos étnicos que han integrado la sociedad cubana;
pero entre ellos está también el hispánico.
En Cuba, como en la América toda, predominan en las devociones
católicas las advocaciones femeninas sobre las masculinas. La devoción
popular de la Madre de Dios prevalece sobre la del Hijo.
Así ocurre en Andalucía, la tierra de María Santísima y, acaso, en
toda España, país meridional de Europa, de cultura mediterránea, donde
arraigaron mucho las deidades femeninas de las religiones precristianas,
y donde la Virgen ha tenido siempre culto muy difundido, más que en
otros países católicos por causas que ahora no importa analizar.
En Sevilla hubo nada menos que 44 templos dedicados a la Virgen
Deípara, y más de 260 hermandades y congregaciones, erectas para su
culto y concurrentes a las procesiones solemnes, con sus estandartes
llamados allí «sin pecados», por llevar la efigie de la Inmaculada.

148
En los tiempos de la conquista y poblamiento de América, y especial-
mente al entrar el siglo XVII, cuando la invención de la Virgen del Cobre,
la devoción mariana producía exaltaciones místicas y fervores populares
en toda España, en particular por las tierras andaluzas.
En 1617 publicóse un Breve del papa Paulo V a favor del misterio de
la Inmaculada Concepción a seguimiento de gestiones diplomáticas
de Felipe III, movido, entre otros pedimentos y razones, por súplica del
cabildo catedralicio hispalense. El entusiasmo andaluz por tal motivo fue
inusitado y de las resultantes manifestaciones a que dio lugar narra co-
sas curiosas el cronista sevillano Fermín Arana de Varflora.36
Un publicista español agudamente ha dicho: «El culto mariano en
Sevilla no es más que un brote o hijuela del culto a la Madre. Así, huma-
niza la ciudad a María en sus roldanas, y sus rocíos, y sus pastoras, y
sus macarenas, y sus esperanzas de Triana. Y sé yo de buena tinta que
son peinetas disimuladas y que los mantos están pidiendo a gritos el velo
y la puntilla.»37
La prevaleciente feminidad en las devociones andaluzas es evidente
y se ha trasmitido a Cuba.
Consideremos ahora las semejanzas entre ambas discutidas imágenes.

36
Compendio histórico de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla. Sevilla, 1789.
Segunda parte, pp. 58 y ss.
37
José Sánchez Rojas. En el Compás de santa Paula «La esfera». 1929.

149
Capítulo VII

Sumario: Semejanzas entre la Caridad del Cobre y la de Illescas.


La imagen de Illescas era carimorena como la de El Cobre. Otras
vírgenes atezadas. Cuatro interpretaciones etnográficas del color
epidérmico de la Virgen del Cobre. Los milagros de la Virgen de
Illescas y los de la Virgen del Cobre.1 La Virgen del Cobre sudan-
do. [Lope de Vega y las medidas de la Virgen de la Caridad de
Illescas.]2 El aceite o manteca de la lámpara de la Virgen del Co-
bre. Vírgenes de las aguas.3 El aceite de la Virgen de Illescas. Los
tronos portátiles de ambas imágenes.

La imagen de La Caridad de Illescas era morena. Era, ya no lo es. Dicen


que fue carimorena sus viejos cronistas.
El rostro de la Virgen de la Caridad de El Greco, no da idea de que
fuera atezada, aunque sí «tirando a trigueño»; y el rostrillo que cubre el
resto de la cabeza de la efigie impide ver su cabello.

1
[Este epígrafe y los siguientes pertenecen al antiguo capitulo VII de la primera versión.]
2
[Ortiz tachó el epígrafe «Lope de Vega y las medidas de la Virgen de la Caridad de
Illescas», sin embargo, su contenido se reproduce en el texto. Tal vez consideró que este
epígrafe pasaría a un capítulo exclusivo sobre la Virgen de la Cinta, que no llegó a
realizar. Son significativas las numerosas fichas bibliográficas acopiadas por Ortiz bajo
un epígrafe general que nombró «Cintas y medidas». Este presunto capítulo no lo
terminó. Aquí reproducimos la segunda de las versiones escrita por Ortiz.]
3
[Todo lo contrario al caso anterior, Ortiz enuncia el epígrafe «Vírgenes de las aguas»,
pero no lo desarrolla en este capítulo.]

150
Esa explicación fue la aceptada por la gente letrada del siglo XVI.
Decía entonces un comediógrafo, refiriéndose a la trigueña Virgen de
Atocha, lo siguiente:

Morena tiene la faz


Non perceptible el color
Porque el luengo curso de años
La su tez ennegreció...4

La Virgen de los dos cuadros de la sacristía de Illescas es carinegra,


como era la efigie illescana hasta su desgraciada restauración realista,
en 1884.
Si la efigie illescana fue carinegra ello pudo ser debido a dos causas.
De la primera haremos aquí mención, o sea, a causa del color de la
madera de su talla. No es que el artífice tuviera quizás el propósito de
darle a la estatua caracteres de pigmentación etiópica. Al contrario, las
vírgenes de los siglos antiguos y medievales y más aún en los posterio-
res, al ser esculpidas en maderas duras, propias para la talla recibieron a
veces5 un revestimiento de pintura policroma sobre sus indumentos, como
sobre sus desnudos miembros corporales. Cara y manos fueron pintadas
de colores que imitaban los naturales, como las vestimentas simularon el
colorido de los ricos tejidos y ornamentos. Pero los siglos fueron desnu-
dando a las viejas imágenes de sus capas de color, o el blanco de plomo
de sus pinturas fue recuperando su colorido plúmbeo, y poco a poco, por
un lentísimo proceso que los fieles no percibieron a causa de su tardanza
pluricentenaria, las añosas efigies fueron denigrándose materialmente, o
ennegreciéndose y volvieron a la austeridad obscura de su leño
despintado.
Y cuando vino la moda vana de vestir las imágenes con ricos para-
mentos y precias, las tallas fueron de nuevo cubiertas ahora con telas
reales, como antes lo fueron con pinturas; pero el rostro y las manos de
los arados íconos fueron de nuevo pintados a imitación de los colores
humanos, o, por mérito del sentido estético o del respeto religioso a la
imagen, cuyo contacto y variaciones somáticas podían aparecer

4
Francisco de Rojas en su comedia de La Virgen de Atocha.
5
Queremos recalcar que con frecuencia eran vírgenes morenas. Ya diremos por qué.

151
sacrílegas, quedaron al descubierto, dando al pueblo la idea de que la
imagen de su adoración era la tez morena, por causas que la fantasía
folclórica se encargó después de explicar a través de los siglos. Por eso
los templos católicos tienen hoy vírgenes morenas en el color, aunque
realmente caucásicas por sus perfiles faciales. Pero son muy numerosas
las vírgenes carinegras o carimorenas.
En el folclore español es frecuente llamar morena a la Virgen María.
Recuérdense los sencillos versos:

Que tenéis del cielo,


morena graciosa,
la puerta, en el pecho,
la llave en la boca.6

En España son morenas, amén de otras muchas que hemos olvidado,


las siguientes vírgenes: de Aránzazu, en Guipúzcoa; del Henar, en Cuéllar;
de la Cabeza, en Andújar; de la Ermita, en Orense; de la Piedad, en
Baza; de las Caldas, en Bolú de Lérida; de Montserrat, en Cataluña;
de los Remedios, en Madrid; de la Almudena, en Madrid; de Ponferrada,
en Galicia; del Sagrario, en Toledo; de Ripoll, en Cataluña; del Prado,
en Talavera; de Tejada, etc. Y del color moreno claro las de Roncesvalles,
la del Rey Casto, en Oviedo, la de Atocha y otras. De muchas más
pudiera decirse lo mismo. Casi todas las antiguas vírgenes catalanas son
morenas, y algunas de rostro francamente atezado.7
En Toledo, en León, en Piedra Vieja, por ejemplo, se conocen tem-
plos o capillas e imágenes que se llamaron de Santa María la Blanca, y
prueban, dice Lafuente,8 que allí habría alguna María la Negra, y que se
acudió al color de la imagen nueva para distinguirla de la antigua, atezada
o negruzca.
La Virgen de la Barquera era morena cuando su aparición, pero des-
pués le han cambiado el semblante, y así ocurrió con otras, entre las que
indudablemente se cuenta la de Illescas.
6
Para los desconocedores del vocabulario vernáculo diremos que en Cuba y Andalucía, la
voz morena se aplica por eufemismo atenuador de vocablos despectivos de la esclavi-
tud, a los negros y a los gitanos, como pardo, a los mulatos y mestizos.
7
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 218.
8
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 38.

152
Igual que en España sucede en otros países católicos, en particular
con las efigies marianas más antiguas. Y ello hace pensar que la explica-
ción del color oscuro por la lenta decoloración de la policromía no es
suficiente, dado el sentido simbólico y arraigadísimo que tienen los más
mínimos particulares de la iconografía, de la liturgia, de la hagiografía, en
todas las religiones.
Pero digamos, además, que ese color moreno de las vírgenes no siem-
pre es debido al natural color de la madera, pues a veces es el propio de la
pintura con que aquella ha sido recubierta, entonces la Virgen es morena
porque así ha sido pintada su tez, bien porque no se haya hecho más que
respetar y copiar el atezamiento tradicional de la faz de pura madera, o
bien porque a plena conciencia haya sido querido ese color negruzco.
Obsérvese, también, que ese color oscuro, a veces llega a ser total-
mente atezado, y, por tanto, no atribuible a mera variante de la tez como
por acción de la luz solar, sino a causa más intensa, que ha hecho pensar
en interpretaciones etnográficas, donde, como en Cuba, esas han sido
fácilmente sugerida por razones del ambiente social poliétnico.
Así, pues, alguna otra razón debe de haber para que la Virgen de la
Caridad y centenares de vírgenes más en España y en toda Europa,
como en Cuba y en el resto del orbe católico, sean de tez oscura, y a su
consideración nos referiremos al analizar los factores paganos de la lla-
mada por los protestantes mariolatría.
El rostro de la Virgen de la Caridad de Illescas fue pues repintado y
emblanquecido. Entonces se le devolvió la policromía que tuvo quizás en
su remoto origen, con lo cual La Caridad de Illescas ya no es morena y
sí muy blanca, rubificada y con cándidas soflamas de muñeca. No recor-
damos si es también de cabellera rubicunda.
La imagen de Illescas fue, pues, morena. Hoy es blanca, con mejillas
arreboladas de carmín. Así fue emblanquecida cuando fue recompuesta
por el artista don Antonio Herrera, platero de Madrid, en agosto de 1884,
al mismo tiempo que el camarín de la Virgen era restaurado y decorado
por el pintor don Alejandro Ferrant.9 Y añadamos que no se sabe si la
cara virgínea fue blanqueada y coloreada por Ferrant o por Herreros, en
todo caso, con un criterio realista, harto alejado de todo espíritu honda-
mente místico.

9
Justo Quintanilla. Ob. cit., p. 25.

153
Morena es, también, la Virgen de la Caridad de Cuba.
No cabe duda de que la efigie de la Virgen del Cobre siempre ha sido
de tez oscura.
Sin embrago, algunos hagiógrafos españoles, desconocedores de la
efigie cubana, han llegado a afirmar que la cobrera Virgen de la Caridad
es blanca. Así lo describió V. Lafuente, añadiendo que «su cara redonda
tiene cierto aire español».10
Iguales inexactitudes publicó Cepeda, tomándolas de Lafuente.11 En
cuanto al color oscuro de la Virgen del Cobre, aparte de las explicacio-
nes que pueden derivarse del atezamiento natural o artificial de las imá-
genes marianas que son carinegras, aún caben otras interpretaciones
etnológicas, que al folclor vernáculo quiere dar a la tez oscura de la
imagen, que por ese color se puede llamar en Cuba devota y
apocalípticamente: la Virgen Prieta.
Podemos señalar cuatro interpretaciones.
La primera es la de episcopado de Cuba. Para los obispos, que son
todos blancos y no todos cubanos, la Virgen del Cobre es de la raza
blanca. No es que digan, siguiendo el error de Lafuente y Cepeda, que
es de color blanco, sino de raza blanca, aunque de tez denigrada.
«Si es morena es porque el sol la ha tostado», dice la citada Carta
pastoral de los obispos cubanos.12 Creemos que esta expresión fue poco
afortunada por innecesaria y por excesiva.
La segunda interpretación es la que dice que la Virgen del Cobre es
india, por razón de su color. Es debido a las exaltaciones patrióticas de
antaño que estimaron conveniente deformar las realidades históricas y
tejernos un pasado ilusorio, por prurito pueril de presentarnos como he-
rederos de los indios siboneyes y taínos, cuando no mestizos de su san-
gre. Nada justifica esa interpretación indiófila, que tuvo su justificación
política.
La tercera interpretación es la folclórica, que la hace de estirpe etiópica
pura, es decir, negra de raza.
10
Ob. cit., vol. II, p. 356.
11
Ob. cit., vol. II, p. 255.
12
Carta pastoral acerca de la construcción del Santuario del Cobre, y de la Coronación
de la Virgen Santísima de la Caridad, dirigida al Clero y pueblo fiel de su diócesis, los
Ilmos y Rvdos., los Arzobispos y Obispos de la Prov. Eclesiástica de Stgo. de Cuba, La
Habana, 1917, p. 8.

154
En Santiago de Cuba hemos oído a varias personas devotas y de raza
blanca llamarla la negra. Esta interpretación étnica predomina en la
región oriental. En cambio, en la occidental, debido al predominio popular
de la religión africana de los lucumís, se atribuye a la Virgen de la Cari-
dad el color mulato, y se representa y califica como negra a la Virgen de
Regla. Ya veremos con más detalle esa asimilación del ícono católico
con el africano.
La cuarta interpretación es, como queda dicho, la que pudiéramos
llamar habanera o lucumí, o sea, la que tiene por mulata a la Virgen de la
Caridad. Es hoy la más popular.
Negra o mulata, morena o parda, hoy predomina en Cuba la creencia
de que el color trigueño de la efigie cobrera es debido a su sangre afri-
cana. En general se cree que la Patrona de Cuba es mestiza, y es natural
explicarse cómo ha podido difundirse esta creencia en el subsuelo cuba-
no donde los cruzamientos africanos son tan antiguos, frecuentes e ínti-
mos. Sin duda ella es un importante factor en la cubanización vernácula
de la Virgen de la Caridad.
Para Iraizoz,13 el color amulatado de la Virgen de la Caridad ha con-
tribuido a su popularidad y, por tanto, a su patronato sobre Cuba.
«La estratagema clerical tenía este doble aspecto: para la masa igno-
ta, la Virgen del Cobre era mulata. Otra ficción ilógica. Esa madre de
Jesús fue una, únicamente rubia y hebrea. Los católicos de la “sufrida
raza” se alegraron extraordinariamente, pues nunca les habían dado par-
ticipación en la corte celestial14 y el general Delgado convendrá conmigo
en que los negros no son tan malos para que la Iglesia los desdeñara de
esa manera y los mantuviese separados de los blancos, hasta en los días
de precepto, que antiguamente no podían ayunar juntos. Por fin, algo le
tocó a la “raza triste” de Masdeu. Pero el general Delgado comprenderá

13
[Antonio Iraizoz (1890-1976). Periodista y escritor. Se destacan sus libros: Crítica de
la literatura cubana. Imp. Avisor Comercial, La Habana, 1930; Enrique Piñeyro, su
vida y su obra. La Habana, 1922; De los historiadores de Maceo. Gran Logia, La
Habana, 1965, entre otros.]
14
Iraizoz es demasiado absoluto en su afirmación. Poco era, pero algo ya tenían los
negros en el cielo. Díganlo el santo rey Melchor, santa Ifigenia, san Benito de Palermo
y san Mauricio, reconocidamente negros de raza por los hagiógrafos y pintores a partir
del siglo XV. El santo rey Melchor no fue tenido siempre por negro pero de esta
africanización trataremos en otra ocasión.

155
fácilmente que el mesticismo de la Virgen del Cobre no pasa de ser una
tomadura de pelo. Así cualquier blanco se hace de color en cuanto el sol
lo tuesta un poco.»15
Iraizoz fue venido a coincidir, ¡cosa rara!, con el episcopado cubano
en esa interpretación histórica y no etnográfica. Sin embargo, los
hagiógrafos más ortodoxos e indiscutibles explicarían ese color moreno
de la Virgen del Cobre por el intento de ser un fiel recuerdo de María la
Deípara. Los antiguos mariólogos creyeron que la Madre de Cristo era
de tez algo oscura.
«Su color tiraba al del trigo»,16 que tanto monta decir que era trigue-
ña. E igual concepto dan san Anselmo, san Juan Damasceno y otros
mariólogos insignes.
Todavía a la Virgen María se le aplican por la Iglesia los tropos amo-
rosos, hoy diríamos piropos, del salomónico Cantar de los Cantares,17
donde se dice por la mujer: «Morena soy, pero hermosa» y también: «No
miréis que soy morena.»
Pero, si tales son las cuatro interpretaciones etnográficas del color
facial de la Virgen del Cobre, todas ellas son inaceptables para el iconó-
grafo no incluido por prejuicios, pues ninguna caracterización étnica de
esa imagen está justificada por los elementos históricos de su formación,
y sí por los influjos una más honda raigambre, de carácter pagano y
mitológico, que será considerada en otro lugar.
De esa semejanza y homonimia entre la atezada Virgen de la Caridad
de Illescas, y la prieta Virgen de la Caridad del Cobre, deduce Miss
Wright un argumento más para su tesis asimilativa. Pero ya hemos dicho
que lo denigrado de esos rostros virgíneos no es típicamente exclusivo de
ambas efigies, ni quizás obra intencional de sus artífices; por lo tanto, esa
analogía no indica precisamente una relación de sucesión causal.
También se encuentran semejanzas que diríamos funcionales, entre
ambas discutidas imágenes de El Cobre y de Illescas, La Caridad caste-
llana se tuvo y se tiene por milagrosa, como la de El Cobre, añade Miss
Wright a sus razones. Es cierto que la nombradía de la Virgen de la

15
Antonio Iraizoz. Las procesiones católicas y la Patrona de Cuba. Editado por la
Federación Anticlerical de Cuba, La Habana, 1928.
16
Nicéforo Calixto. Historia. Libro 2º, capítulo 23. Cita de J. Interián de Ayala.
17
Cantar 1. V. 4. 5.

156
Caridad de Illescas no se debió solamente a la de su villa, sino a la fe que
en ella tuvieron los illescanos y los viajeros que la invocaron y hallaron en
ella protección y amparo.
El primer milagro ruidoso que hizo en su nuevo templo Nuestra Seño-
ra de la Caridad de Illescas fue el 11 de marzo de 1562, en la persona de
Francisca de la Cruz, tan resonante que aún hoy el pueblo de Illescas
anualmente celebra la «fiesta del milagro». Después, el «Catálogo de
milagros auténticos» cuenta con 74, hasta el 13 de junio de 1686.18
Por su parte, la Virgen de la Caridad del Cobre también se ha señala-
do siempre por su fama de milagrosa y particularmente por su interven-
ción en los partos, en enfermedades y en los trances marineros.
Si fuéramos a comparar los milagros de La Caridad del Cobre, con
los de La Caridad de Illescas, veríamos muchas analogías, ya que pa-
ra los creyentes la efigie mariana de Cuba tiene también larga estela de
maravillas sobrenaturales, y esas analogías son para Miss Wright, argu-
mentos de identificación. El cubano padre Bravo, que fue su capellán, se
refiere ampliamente a muchas intervenciones prodigiosas de la Virgen
de la Caridad, desde su aparición a comienzos del siglo XVII y a todo lo
largo de esa centuria.
Estos milagros los tomó Ramírez del libro de Fonseca: «También en
el expresado manuscrito se hallan acumulados muchos milagros; entre-
sacaré para anotarlos aquí aquellos que me parecieron más circuns-
tanciados, testificados por el enunciado presbítero don Onofre de Fonse-
ca, que entró en el servicio del santuario desde 1683, y otros sujetos a
quienes debe dárseles crédito, los que transcribiré al pie de la letra, como
lo haré con todo lo sustancial de su historia.»19
Muchos están tomados del historial que preparó Fonseca: «Conclu-
yendo el autor estos tratados en el último principalmente hace su protes-
ta, diciendo: que si en tiempo de veinte años que sirve la capellanía del
santuario de Nuestra Señora de Caridad, se hubiera puesto a asentar
todos los milagros de que ha sido informado, necesitaría mucho tiempo y
papel para hacerlo, afirmando que su ánimo solo ha sido recopilar aque-
llos que causen más admiración calificados con las autoridades precisas,
suficientes para conocer el portento y lo milagroso de la sacratísima

18
Justo Quintanilla. Ob. cit., p. 30.
19
[B. Ramírez. Ed. cit., p. 8.]

157
imagen de Nuestra Señora; certificando a más de esto: que son tantos
los que publican las gentes que en este tiempo la han venido a visitar a su
santuario, así de esta isla como de otras muchas, y de los reinos de
España, tributándole por ellos dones y alabanzas en acción de gracias,
que cree imposible el poderlos asentar y reducir a la pluma: aún más,
dice: que jurará en el tribunal que le corresponda, que en el término
expresado de veinte años no se acuerda que haya pasado día alguno sin
que por los devotos se deje de buscar manteca o aceite de su lámpara
para aplicarlo a cualquiera dolencia, de donde se infieren los milagros
que de él reciben; pues a no ser así, no se sacara con tanta abundancia.
Y por lo que respecta a las demás reliquias de su Santa Casa, así de
algunas copias pintadas sacadas por su imagen, cabos de velas de su
altar, ramilletes de flores naturales con que adornan este, medidas toma-
das a su sagrada imagen, vendas, rosarios y escapularios tocados con
ella son tantos que solo Dios pueda ajustar la cuenta de eso.»20
Nótese que la Virgen illescana comenzó a operar milagros en 1562,
según el catálogo oficial que está en su santuario,21 y que llena con sus
maravillas el siglo XVII. Y del lado de acá del Atlántico, la Virgen cobrera
aparece a comienzos de dicho siglo, o sea, ni siquiera unos 50 años,
apenas unos 40 después del resonante milagro de Illescas, el 11 de mar-
zo de 1562; o sea, unos cinco años después de abierto al culto en 1600,
con toda pompa y esplendor el templo que hoy subsiste en Illescas, de la
Virgen de la Caridad, cuya Virgen, recuérdese aquí, no tuvo esa
advocación sino ya en pleno siglo XVI, precisamente como consecuencia
de la erección del convento y hospital o «casa de caridad» que en Illescas
reconstruyó el cardenal Cisneros. Es decir, que la Virgen de la Caridad
aparece o reaparece en Nipe cuando más estaba de moda, por sus
imponderables maravillas la efigie homónima de Illescas, cuando esta
llegaba al apoyo de su fama. ¿No es este un nuevo argumento que puede
sumar a su favor la tesis de Miss Wright?
Parece que antaño se atribuyó a la Virgen de la Caridad del Cobre,
como aún hoy se atribuye a alguna otra imagen religiosa en Europa, el
milagro de sudar. Así parece inferirse de un pasaje del padre Onofre de
Fonseca, que transcribe el padre Ramírez, cuando narra que el ermitaño
de la Virgen, llamado Melchor de los Remedios, hizo que un pintor, lla-

20
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 106 y 107.]
21
Justo Quintanilla. Ob. cit., p. 30.

158
mado Méndez, tapara un agujero que tenía la imagen en su mano dere-
cha, lo cual fue duramente criticado por cierto canónigo de la catedral de
Cuba, por cuyo motivo: «“como el daño ya estaba hecho, no tuvo el
ermitaño otro remedio más que darse al sentimiento; y con mayor fuer-
za, cuando notó que desde que se le hubo cerrado aquel agujero no
sudaba la Santísima Virgen, y estaba algo remisa en hacer milagros,
como antes los había hecho.” Así lo declaró el secretario Fernando Espi-
nosa, quien lo oyó decir al ermitaño Méndez: “añadiendo que cada vez
que le refería el caso derramaba muchas lágrimas, por haber procedido
sin reflexión, y pedía humildemente perdón a nuestra Señora”.»22
Ignoramos si este género de milagros se dio en Illescas, pero es muy
conocido en España y en el resto de Europa, donde abundan las imáge-
nes sudantes.23
Lafuente24 recoge varias de esas peripecias milagrosas por obra de
portento celestial.
La Virgen de Ripoll sudó en 1348, dice Camós; una imagen de María
sudó en 1525, en Zaragoza, y otra, en 1568, en Panisa; según el padre
Fací, Nuestra Señora de Tobed sudó en 1526, y en ella sudaron los ánge-
les, recogiéndose un vaso de sudor, en liso fondo, el sudor de la Virgen
parecía como de perlas. En 1633 sudó la Virgen de Mislessn, en Croacia.25
También sudó, en 1700, la imagen del Santo Cristo, que estaba en la
iglesia de san Francisco en La Habana, según refiere Arrate.26
Lafuente ni afirma ni niega por falta de expediente eclesiástico que
los atestigüe y recomienda, como el padre Feijóo, «gran cautela». Esta
sabia prudencia del católico escritor no deja de estar muy justificada,
pues el mismo refiere: «en 1853 hiciera sudar sangre a un crucifijo en la
iglesia de san Francisco el Grande, en Madrid, un capellán y su sacristán
de aquella iglesia, a quienes la autoridad eclesiástica mandó formar cau-
sa».27 Y recuerda también Lafuente cómo antaño estuvo en boga la teo-
ría de Bernaldino, Calvario, Roselló y otros venerables sacerdotes, que
22
B. Ramírez. Ob. cit., p. 37.
23
Véase Berenguer Feraud. Superstitions et survivances; étudiées du point de vue de leur
origine et de leurs transformations. Ernest Leroux, Paris, 1896, t. II, pp. 448 y ss.
24
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, pp. 106, 308, 334.
25
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 106.
26
[José M. Félix de Arrate. Llave del Nuevo Mundo, antemural de las Indias occidenta-
les. La Habana descrita: noticias de su fundación, aumento y estado. Imp. de las
Viudas de Arazoza y Soler, La Habana, 1830.]
27
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 334.

159
creyeron recomendable la simularía de milagros para impresionar a los
fieles y excitarles su celo.28
Con referencia a esa devoción y fama de milagrosa de la Virgen de
Illescas hemos hallado un elemento histórico y folclórico muy importante
que aproxima mucho más la estatua de El Cobre a la de Illescas, ele-
mento insospechado por Miss Wright. Entre los objetos y adminículos de
la devoción popular a la Virgen cobrera, encuéntranse aún hoy día unas
cintas llamadas medidas, porque, según nos dicen, son de la medida
exacta de la longitud de la Virgen.
Estas cintas medidas de la Virgen de la Caridad del Cobre son de
42 centímetros de longitud, de seda, de color vario, llevan estampada en
imprenta la leyenda «Medida de la Milagrosa Imagen de Nuestra Seño-
ra de la Caridad y de los Remedios de la Villa del Cobre, a 4 leguas de
Santiago de Cuba, está bendita y tocada a la Sagrada Imagen.29 En el
centro tienen un pequeño grabado con la figura de la Virgen, y fuera de la
viñeta tipográfica que cierra y redondea la leyenda, o sea, como algo yuxta-
puesto recientemente, llevan un letrero que dice: «Declarada Patrona de
Cuba por S. S. Benedicto XV.» (Ver figura 6, al final.)
Esas medidas de la Virgen del Cobre son usadas supersticiosamente
en Cuba por algunas beatas, en prácticas de curanderismo y milagrería
casera, aplicando la cinta a algún miembro dañado como la cabeza, un
brazo, etc., atándosela a este o colocándosela en su contacto y, sobre
todo, en ocasión de embarazos y partos.
También hemos observado, aunque en una sola ocasión, cómo en un
templo brujo, o de cabildo, como decimos en Cuba, la medida de la
Virgen del Cobre merecía consideraciones de fetiche. Se la tenía como
una de tantas representaciones de Ochún, y los santeros le daban comi-
da, la comida correspondiente a este oricha o santo del santoral
afrocubano,30 y se le dedicaban monedas a manera de exvotos. Ya he-
28
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 266.
29
[En el archivo de Ortiz se conserva esta cinta, enviada en 1928 por el capellán de El Cobre
señor reverendo padre Juan Antonio Veyrunes y Dubois. En la actualidad, según refiere
la hermana Ohelia Olivera, del santuario de El Cobre, se sigue confeccionando la medida.]
30
[Ortiz conserva en su archivo un fragmento del artículo «La lucha policial contra el
racismo», de la Revista Técnica Policial y Penitenciaria (La Habana, No. 2-3, agosto-
septiembre, 1936, p. 235), donde se menciona la medida: «La Policía Secreta Nacional,
en el domicilio de Teodora Betancourt, sito en Peñalver 14, ocupó los objetos siguien-
tes: una jícara conteniendo siete pesos treinta centavos en monedas fraccionarias, un
mazo de plumas de pavo real, una cesta conteniendo seis pesos en moneda fraccionaria,

160
mos visto cómo Miss I. A. Wright observó que los devotos de La Cari-
dad llevan vestidos con escamas de peces y usan cintas de color coral y
amarillas. Así lo practican los afrocubanos para significar el carácter
marino de La Caridad, a cuyo oricha equivalente, ya en África le dedica-
ban el color ámbar.
Dicho esto, será interesante observar cómo esas medidas o cintas
métricas, con la talla de la Virgen, debieron venirnos a Cuba, acaso desde
la mismísima Illescas, según nos permite inducir el fénix de los ingenios
españoles, fray Félix Lope de Vega Carpio, en su citada comedia La dama
boba. Véanse, si no, dos de sus personajes, en la escena inicial de la obra,
coloquiando sobre la buena fama y cosas de Illescas, así:

LISEO. ¿No tomaste las medidas?


TURÍN. Una docena tomé,
De imágenes, con la fe,
Que son de España adquiridas
Por milagrosas en todo
Cuanto en aquesta ocasión
Les tiene la devoción
De España.

cuatro paños de colores, un frasco con agua Florida, siete aros de metal, uno de ellos
con varias herramientas pequeñas hasta el número de ocho, un frutero de metal conte-
niendo una medida de la Virgen de la Caridad, y una cinta de color amarillo, una motera
de cristal, una cazuela pequeña, conteniendo una pelota al aparecer de pasta...»
Sobre el uso de la medida en las tradiciones populares, también se refiere en su libro Los
instrumentos de la música afrocubana, donde señala: «En la región Oriental de Cuba es
costumbre folclórica tomar en un cordel la medida de un vivo querido, por ejemplo, de un
hijo, y meterla en el ataúd del padre para que este, allá por el otro mundo, no se olvide del
superviviente y lo siga protegiendo. La superstición de usar la medida de una persona
como sustitutiva de esta, en operaciones de “magia por contacto”, es frecuente en el
folclor cubano. Sabido es que los africanos consideran a la ceiba como dotada de persona-
lidad sobrenatural y con frecuencia veneran ese árbol, tocando ante él tambores en su
honor. Por San Antonio de los Baños, camino del Sumidero de Ariguanabo, pueden verse
varias ceibas en cuyo tronco, a la altura de un ser humano, ostentan huellas de haber sido
rayadas con cuchillos. Entre una y otra medida es la braza de un enfermo del pecho, la
cual miden primero con una cinta que dejan clavada horizontalmente en la ceiba entre dos
incisiones verticales. Así la enfermedad del hombre o la mujer pasa a la cinta que lo
representa, y de esta se trasmite luego al árbol por la magia de contacto de su medida.»
Véase Fernando Ortiz. Los instrumentos de la música afrocubana. Publicaciones de la
Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, La Habana, 1952, t. I, p. 161.]

161
Obsérvese cómo en Cuba y en Castilla se les llama medidas. En El
Cobre, aún hoy día, como en Illescas, hace cuatro siglos.
¿No es muy significativa la identidad de esas supersticiones yuxta-
puestas al culto de la Virgen de la Caridad, allá en Illescas, en el siglo XVI,
y aquí en Cuba, duraderas cuatro siglos después?
Cuando estuvimos en Illescas y visitamos detenidamente el santuario
de la Virgen de la Caridad, su capellán rector nos dijo que también en
Illescas se usaron esas medidas hasta el siglo XIX; pero que ya ni él, ni su
antecesor, las habían conocido. En Illescas ya no se usan. En Cuba sí, y
no solo en El Cobre, sino en la iglesia de La Caridad de La Habana, el
8 de septiembre, según me dice su párroco.
El señor capellán rector del santuario illescano nos dice también que
de esas medidas trata el estatuto de la Real Hermandad de los Infanzones;
pero no hemos podido leerlo.
No podemos, sin embargo, sostener que esas cintas o medidas ha-
yan sido en España exclusivas ni originarias de Illescas y de su Virgen de
la Caridad.
Tan conocidas debieron de ser en España, que aun en la última edi-
ción del diccionario de la Real Academia Española se da la siguiente
quinta acepción antonomásica del vocablo medida: «Cinta que se corta
igual a la altura de la imagen o estatua de un santo, en que se suele
estampar su figura y las letras de su nombre en plata y oro. Se usa por
devoción.»31 Nos dicen que en varios santuarios españoles se venden
esas cintas o medidas. Hasta se venera una famosa Nuestra Señora de
la Cinta, en la ciudad de Tortosa.
Esa advocación tortosina, según se dice, nació de la visión mística
de un sacerdote del siglo XII, que recibió el don de la cinta o cíngulo de
«seda» que ceñía la túnica de la Virgen Celestial, que se le apareció en
éxtasis y le dejó esa prenda material para que se convenciera de la rea-
lidad de su presencia.
Esta cinta de Tortosa, llamóse antes correa, por el sínodo de 1363, al
disponer «el modo con que se ha de llevar a las parturientas», que allí se
decían partarias.32 En 1626, cuando Martorell escribe su Historia de
la Santa Cinta, se llevaba a las parturientas un pedazo de la correa, de

31
Diccionario Espasa. Cinta.
32
Francisco Martorell y Lina. Historia de la Santa Cinta. Tortosa, 1626.

162
solo dos palmos de longitud. Para esa época tenía mucha boga esa devo-
ción. En 1617 se fundó la Cofradía de la Santa Cinta, en Tortosa.
En 1629, el rey Felipe IV por primera vez llevó la cinta a Madrid,
para el parto feliz de la reina Isabel de Borbón.
Esta Virgen de la Cinta ha inspirado tanta devoción33 que, dadas las
fechas de su invención, podrá haber trasmitido a Illescas el uso piadoso
de las cintas, en ocasión de partos y otros trances de dolencia humana;
pero no podemos pronunciarnos con certeza, máxime cuando el uso de
tales cintas, correas o ataduras fue bastante difundido como supervi-
vencia del paganismo y de la magia. El conde de Fabraquer, en su obra
Historia, tradiciones y leyendas de las imágenes aparecidas en Es-
paña, ha escrito lo siguiente que prueba lo dicho: «Para satisfacer la
fervorosa devoción de los fieles y de las personas que se hallan fuera de
Tortosa, aun en los puntos más lejanos de España y en el extranjero, se
han labrado cintas de igual medida, y procurando imitar en lo posible su
forma y tejido, las que tocadas a la original han obrado grandes prodigios.
Las religiosas de los conventos de Tortosa, aspirando a ser discípulas de
tan celestial maestra, son las que se han dedicado a esta labor. Muchos
son los prodigios que constan de la tradición y de los documentos que se
conservan en la catedral de Tortosa, haber obrado el señor por la celestial
cinta y por las que han recibido su contacto.34
»Curación de enfermedades en que la ciencia se había declarado
impotente; serenidad en las tormentas del mar; libertad en los cautivos; y
sobre todo, facilidad en los partos peligrosos en mujeres que se hallaban
a las puertas de la muerte, constan haberse conseguido con aplicación
de estas cintas.35
»Este es sin duda el origen de que desde el siglo XIV, cuando las reinas
de España se hallaban embarazadas, al aproximarse la época de su par-
to, los reyes escribían al cabildo de la catedral de Tortosa pidiendo la
cinta de la Santísima Virgen. El cabildo, con grandes y solemnes forma-
lidades, la entrega a dos de sus capitulares, que la traen a la Corte y la
llevan al palacio real, y colocada en el oratorio de la regia cámara se

33
El conde de Fabraquer, en su obra Historia, tradiciones y leyendas de las imágenes de
la Virgen aparecidas en España. Madrid, 1861, t. I, p. 282.
34
Ibídem.
35
Ibídem.

163
aplica a la reina en el momento de su parto. Terminado este, los capitu-
lares llevan a la catedral de Tortosa la preciosa cinta, la que vuelve a
colocarse en su santuario, del que sale solo con este motivo, y no por
ningún otro ni para nadie.»36
Añadamos, según nos informa un sacerdote, que también se lleva en
España, a la cámara real del alumbramiento, el báculo de san Domingo
de Silos, trasladándolo del vetusto monasterio.
Para el dado a interpretar el simbolismo religioso, la cinta o ángulo y
el báculo, aducidos en ocasión del parto real, no son sino supervivencias
de los ritos sexuales, recuerdo del yoni y el liurgano, que se hallan en
todas las religiones precristianas.
Aún hoy se dice que «de puntos muy distantes acuden a tocar en la
Santa Cinta, otras bendecidas, las cuales se tienen en gran veneración».
En la misma Cataluña, la catedral de Barcelona poseía una faja de
la Virgen.37
En Huelva, ya en el siglo XVII, había una santa María de la Cinta,
«casa devota con quien los marineros tienen devoción», según refiere
fray Bartolomé de las Casas.38
Aún hoy es prominente en Huelva el humilladero de la Virgen de la
Cinta, sobre una cumbre que domina la ciudad Onubense, Moguer, Palos
y el convento de la Rálida. La imagen está pintada en un cuadro medie-
val. El origen de la devoción consta en muy modernos azulejos de Zuloaga.
De otra cinta milagrosa, en el monasterio de santa María de Lavax,
habla el padre Villanueva;39 pero, según observa Lafuente, aquel «habla
con algún despego» de estas narraciones, asimiladas unas a otras y de
carácter legendario.40
De santa Margarita, patrona de los partos, se conservaban en Fran-
cia cinturones milagrosos, en iglesias y monasterios.41 La efigie de esta
santa conserva algún otro emblema de los ritos genésicos del paganismo,
como se dirá más adelante. Basada en el mismo principio de las atadu-
ras, ligamentos y círculos mágicos, debió de ser esta devoción que, se-
36
Ibídem.
37
Según el padre Villanueva, t. XVII, p. 193. Cita de Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 163.
38
Bartolomé de las Casas. Historia de las Indias. Edición de 1928, t. I, p. 323.
39
Viaje literario. t. VII, p. 120.
40
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 163.
41
P. Saint Yves. Les saints succeseurs des Dieux. París, 1907, p. 366.

164
gún Lafuente,42 se practicó en Barcelona, en 1482, cuando para rogar
contra una pestilencia se ofreció a la Virgen de la Piedad una vela de un
dedo de grosor y una longitud igual a la de las murallas que rodeaban la
ciudad, incluyendo sus fosos, o sean, 4 513 varas catalanas. Y que esta
atadura circular no fue caso desusado, y tuvo conexión con la idea ma-
triz de la Virgen de la Cinta, parece decírnoslo alguna otra advocación y
milagros análogos, como por ejemplo, Nuestra Señora del Cordón, que
se venera en Valenciennes, porque cuando una peste mortífera, la Vir-
gen ciñó la ciudad con su ángulo y la salvó de perecer.43
Parece, pues, explicable que en los siglos XVI y XVII, al propagarse por
América la devoción mariana y las efigies de María, que en su mayor
parte reproducían las advocaciones famosas de España, también pasa-
ron a estas Indias las cintas y medidas milagrosas, con las demás for-
mas y ritos y las prácticas de superstición. Así debió suceder con las
cintas de la Virgen del Cobre.
De México, tenemos otro caso. Entre los milagros atribuidos a la
imagen mexicana de la Virgen de los Remedios, cuya advocación es
equivalente a la de La Caridad, uno se cuenta que recuerda la medida y
su uso de magia terapéutica por las parturientas. Consistió el prodigio44
en que dicha Virgen una vez entregó al enfermo cacique Juan Ce Chatli
o «del Águila», una cinta para que se ciñera con ella, y habiéndolo hecho
así, curó el magnate.
Estas medidas constituyen uno de los elementos más interesantes y
de más remoto y profundo sentido en la devoción a la Virgen de la Cari-
dad del Cobre, traído por el catolicismo blanco de Europa; pero ya ten-
dremos ocasión de volver a tratarlo cuando nos refiramos a los factores
paganos y a los animistas.
Queremos recoger también en estas páginas otra superstición que
fue común en las devotas de las imágenes de la Virgen de la Caridad así
en España como en Cuba, cual es la del uso de la grasa con que se
animaban las lámparas de sus respectivos santuarios, para prácticas de
curanderismo milagroso, como el que ahora está tan difundido entre no-
sotros por brujeros y espiritistas.

42
V. Lafuente. Ob. cit., vol. I, p. 282.
43
J. Pallés. Ob. cit., t. II, p. 470.
44
[Félix A.] Cepeda. Ob. cit., t. I, p. 118.

165
De la lámpara de la Virgen de la Caridad del Cobre se empleó la
manteca45 para sanar a enfermos, por obra de prodigio y gracia divina.
Así lo atestigua, con todo el entusiasmo de su exaltada fe, el capellán del
santuario cobrero, presbítero Julián Josef Bravo, en el ya citado libro
manuscrito.46
Ya se refirió a esa virtud de la grasa de la lámpara de la Virgen, el
padre Fonseca, quien narra que se manifestó por primera vez mediante
un prodigio divino. «Sucedió, pues, que habiendo enteramente faltado el
aceite para la lámpara de Nuestra Señora de la Caridad, de modo que ni
en Real de Minas, ni en la ciudad de Santiago de Cuba se encontraba
una gota, ni tampoco cosa equivalente para mantener la luz de la lámpa-
ra, se afligió en extremo el buen ermitaño Olivera; y sin embargo de la
imposibilidad que había de conseguirlo, por la notoria escasez que se
advertía, llega a la puerta de su refugio a buscarlo, y con toda confianza,
postrado en oración, pide a Nuestra Señora remedie esa falta tan nota-
ble, que resultaba un descrédito de su Santa Casa. Hecha que fue la
fervorosísima súplica, al cabo de un rato se levantó a componer la lám-
para, y vio, no solo el prodigio de tener el vaso lleno de un licor o aceite
olorosísimo, sino que también se rebosó y derramó mucha cantidad de él
en un recibidor de cobre que tenía debajo. Visto el caso con asombro por
el ermitaño, alborozado toca la campana, para que vinieran a disfrutar
los que gustaran de aquel beneficio prodigioso; cuyo milagro se hizo pa-
tente, y muchos devotos tuvieron parte del referido aceite o licor oloroso,
llevando en sus vasijas para remediar sus dolencias. De ahí vino, que
desde ese entonces se llegó a tomar tanta fe en el aceite o manteca de la
expresada lámpara (viendo los prodigios que obraba a cuantos lo aplica-
ban), que apenas hay persona que deje de tenerlo en casa para curar sus

45
En Cuba, por escasez o carencia de aceite, se usó entonces la cera para velas, y la […]
para alimentar las mechas de las lámparas. El aceite venía de Andalucía en botijuelas, no
por falta de sustancia oleaginosa en Cuba, donde se da silvestre la Palma christi o
higuereta que produce tan fino aceite y que ya conocieron los indios cubanos para sus
embijados, sino por ignorancia, apatía y afán de impedir el desarrollo de ciertos culti-
vos cubanos, como se prohibió el del trigo, la vid y otros, que podían mermar el
consumo colonial de las mercaderías de Castilla.
46
Aparición Prodigiosa de la Ynclita Ymagen de la Caridad que se venera en Santiago
del Prado, y Real de Minas del Cobre: escrito por su capellán Ber. Dn. Julián Josef
Bravo: Dedícase a la misma virgencita de 1766.

166
enfermedades, como un medicamento general que se aplica a todos los
males, o como una botica que provee de todo remedio.
»Como este hecho se hizo público y se repartió mucho de aquel acei-
te, los que tocaron de él lo certificaron, y aun prueba más formal fue lo
que declaró al autor el secretario Espinosa, que vivió más de noventa y
cuatro años, como se ha dicho. Este en su declaración (enseñando una
cicatriz que tenía bajo la coyuntura de un dedo de la mano), decía: “Que
cuando era muchacho se dio una herida en aquella parte, y haciendo
poco caso de ella se la mojó y hubo de tomar frío; de suerte que se le
inflamó muchísimo el dedo y todo el brazo, creciendo su mal hasta
quitarle el sueño y no dejarle comer. Su madre, que vio este aconte-
cimiento, conociendo la gravedad del mal, muy apurada (aunque con
mucha seguridad de que en breve tendría remedio por intercesión de
María Santísima de la Caridad), dijo a su hijo: trae aquella redomita que
tiene del aceite milagroso que me regaló el ermitaño Olivera. Tomóla,
pues, y ungiéndolo con bastantes súplicas y fe en él, así al dedo como todo
el brazo (dice el memorado Espinosa), fue cosa admirable ver cómo al
instante desapareció la inflamación, y el joven quedó enteramente bueno,
sin más remedio ni tardanza que la que se gastó en aplicar la medicina”.»47
Onofre de Fonseca y el bachiller Julián J. Bravo, ambos capellanes
de la Virgen, refieren numerosos milagros producidos por la manteca de
la lámpara de la Virgen de la Caridad del Cobre, usado como cintura.48
«Pedían de todas partes la receta de la manteca de la lámpara.»
El tan devoto como ironista capellán Bravo narra el caso curiosísi-
mo49 de un enfermo de Cartagena de Indias que solicitó manteca de la
lámpara, como medicina para sus males. Habiéndosele olvidado el en-
cargo al capitán Hipólito Cayetano Sánchez y Partrán, este puso en la
limeta o vasija destinada a contener la manteca milagrosa, otra manteca
profana o de cocina. Y el uno llegó y tuvo tal mágica virtud que salvó al
doliente y el prodigio cumplióse.
Las curaciones del aceite o manteca de la lámpara se extendieron a
la veterinaria. El padre Fonseca cuenta que cuando las obras del santua-
rio «que aunque los palos y piedras cayeran sobre pies, piernas, u otras

47
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 48 y 49.]
48
J. J. Bravo. Ob. cit., folios 84 y ss.
49
Ibídem, folios 84 y 85.

167
partes del cuerpo a los trabajadores, jamás ofendieron gravemente algu-
no: que muchas bestias del trabajo, con la cal viva llegaron a despellejarse
todo el lomo y ancas, y a otras se les vieron desprendidos los cascos
pisando cal y después entrando en el río, como también los bueyes se
desgraciaban las uñas, por subir con materiales lo áspero del cerro don-
de se fabricó el santuario; pero que a todos estos males aplicándoles la
manteca de la lámpara, en breve sanaban de las dolencias, no dejando
por eso día alguno de trabajar, y cuando más imposibilitados parecían
estar, se veía más pronto y briosos en servicio».50
En los tiempos que corren todavía se emplea el aceite de la Virgen
del Cobre con fines curativos.51
Una carta de gracias firmada por una devota agradecida dice así:
«Santiago de Cuba, abril 15 de 1929. Rdo. Padre Antonio Veyrunes.
Le ruego publique en Ecos del Santuario el milagro que me hizo la
Virgen de la Caridad y lo cual ofrecí.
»Estando mala de la garganta, viendo que ningún remedio me alivia-
ba, una noche, teniendo mucho dolor, me puse el aceite de la Virgen de la
Caridad, y le pedí con mucha fe que me quitara ese dolor. Al poco rato
ya no sentía nada. Cumplo, Madre mía, con publicarlo, como te lo ofrecí,
y te pido no nos desampares. Tu fiel devota y querida. R. G.»
El suministro de aceite para la lámpara está comprado con la limosna
de los fieles. El boletín oficial Ecos del Santuario, con el título de «Lu-
ces votivas», anunció52 lo que cuesta el sostenimiento del fuego sagrado,
facilitándolo por el envío de dinero, harto más cómodo que el de aceite.
Esas luces votivas de El Cobre recuerdan las numerosas lámparas
votivas que la nobleza española mantenía encendidas ante la pía efigie
de Illescas.
El aceite vertido en la lámpara de la Virgen de la Caridad, de Illescas,
se usó con iguales propósitos salutíferos y sobrenaturales maravillas. Así
nos lo testimonia el cronista de la Virgen de la Caridad de Sanlúcar de
Barrameda.
50
[B. Ramírez. Ed. cit., p. 108.]
51
Véase en la revista Ecos del Santuario, publicada por su capellán presbítero J. A.
Veyrunes y Dubois. Santiago de Cuba, 1 de marzo de 1929, año V, No. 40, p. 4.
52
«Luz votiva» en honor de Nuestra Señora de la Caridad. Encendida durante cinco días,
un mes y un año ante la milagrosa imagen de Nuestra Señora de la Caridad, según la
intención del donante. Ofrendas: 1 peso por cinco días; 5 pesos por un mes; 20 pesos
por un año. 1 de marzo de 1929, p. 10.

168
Es interesante observar cómo el padre Quintanilla, panegirista de la
Virgen illescana, nada nos dice de esas unturas de aceite maravillosas;
pero, sin duda, fue cierta en Illescas esa costumbre piadosa.
Al padre Quintanilla debióse también la desaparición de los exvotos
del santuario de Illescas, y la venta de las tradicionales medidas milagro-
sas, medidas benditas, etc. Parece que una debió de ser allí la mano de
esa reforma purificadora del culto a La Caridad de Illescas.
Esa virtud curativa trasmitida a las sustancias oleaginosas por las
imágenes católicas está muy difundida. En España suele emplearse para
untura el aceite de la lámpara que arde perpetuamente en los sagrarios
del Santísimo Sacramento. Varias imágenes católicas han sido famosas
por el aceite que segregaban. Se refiere san Gregorio de Torres al aceite
que salía de la funda de san Esteban, en relación con la abundancia de
las cosechas futuras.53
No creemos, pues, que el empleo curativo de esa grasa de las lámpa-
ras votivas fuese exclusivo de Illescas, pero indudablemente, su coexis-
tencia en los templos dedicados a La Caridad en la villa toledana de
Illescas, la andaluza de Sanlúcar y en la cubana de El Cobre, presta
fuerza a la teoría de Miss Wright, que a tales imágenes tiene por de una
misma devoción original.
No deja también de ser curioso que en la iglesia de la Virgen de Guía,
de Corcoya, también haya un milagro en relación con la lámpara del
aceite.54
También debemos registrar otra semejanza entre ambas vírgenes de
igual nombre, derivada de su antigua dedicación a favorecer lluvias y
aguas e impedir la sequía y esterilidad de las fuentes.
La intervención milagrosa de la Virgen del Cobre en las aguas viene
también atestiguado por los prodigios que obró hace siglos durante la
obra del santuario, según el capellán Fonseca: «En ocho años que se
trabajó en la fábrica del santuario que hoy tiene Nuestra Señora, vio
muchos portentos obrados; se notó que por más de seis veces, estando
casi seco el estanque o pozo (que aún hoy pertenece y llaman de la
Magdalena) de donde se sacaba el agua para hacer las mezclas por no

53
Berenguer Feraud. Ob. cit., t. III, p. 452. Esto da idea de su relación con las paganas
liturgias agrícolas.
54
J. Pallés. Ob. cit., t. IV, p. 104.

169
traerla del río, que costaba mucho trabajo, con una corta súplica que en
el mismo día o noche se hacía a Nuestra Señora, mandaba las lluvias
suficientes para que se llenara: que si otras veces de modo que les impe-
día trabajar, en cuanto gritaba la gente: ¡Virgen Santísima, que cese el
agua!, al instante se acababa.»55
En Illescas ocurría antaño algo análogo. Precisamente, la primera noti-
cia de veracidad histórica que se conserva de la Virgen de Illescas es la
que en tiempo de Alfonso X, o sea, en 1275, «por una sequía que afligía a
Madrid, y en que por la falta de agua, yerma los campos, morían los hom-
bres y los animales», fue llevada la imagen desde Illescas a Madrid.
Relacionada, sin duda, con esta protección de las aguas, y por moti-
vos que más adelante se dirán, de secular raigambre en ciertos ritos
semimágicos del paganismo, debió de ser la práctica de sacar la imagen
illescana en carroza y rodarla por la ciudad en solemnes ritos
procesionales.
También se usaba (no sabemos si continúa usándose)56 una carroza
procesional en el santuario de El Cobre. Era muy rica.
«A la divina Virgen (en el expresado tiempo de sus fiestas) se le pone
en el medio del santuario en un trono que tiene dos varas y cuarta de
alto; ante él se forma un altar portátil para decir algunas misas por la
mañana temprano, solo porque la fiesta se hace en el mayor; asisten a
dicho trono doce ángeles de escultura, como de media vara o más su
tamaño, teniendo algunos de estos bujías encendidas en las manos; y a
los lados del mismo trono dos ángeles de una vara de alto, con sus
cazolejas de plata en las cabezas para los perfumes. Sobre cuyo trono
se ponen las andas en que se coloca la divina Virgen. Estas son cuadra-
das de igual hechura y con un cristal en cada frente (de suerte que por
todas partes se mira a la Señora), carey, marfil, plata y oro, construcción
muy especial, y tienen de alto dos varas. Todo este aparato tan pomposo,
después de acabadas las expresadas funciones, lo oculta una nave re-
donda de tafetán azul, que desciende desde la cumbrera del santuario
hasta vara y cuarta antes de llegar al suelo; esta nave está adornada con

55
Onofre de Fonseca citado por Ramírez. Ob. cit., pp. 107 y 108.
56
[En la actualidad no se usa la carroza procesional. El capellán del santuario y párroco
de la iglesia de El Cobre, Jorge Enrique Palma Arrúe, tuvo la amabilidad de mostrarme
la valiosa carroza que con mucho cuidado se conserva en uno de los locales de la iglesia.]

170
Fig. 7. Carroza procesional de la Virgen de la Caridad del Cobre a principios del siglo XX.

muchas prendas de oro y plata, y un crecidísimo acopio de milagros


pendientes de ella.»57
Tampoco en este trono portátil de la Virgen del Cobre notamos deta-
lle emblemático alguno de interés peculiar.
Las conchas o escamas de carey o tortuga marina que la adornaban
pueden recordarnos la tradición acuática de la imagen, pero más bien
deben de haber sido llevadas al trono, como elemento decorativo y de
riqueza, que en estas Antillas estuvieron muy en moda en los siglos pasa-
dos para adorno y enriquecimiento de muebles, bastones, peines, abani-
cos, joyas, etcétera.
El empleo de carros ceremoniales en procesiones religiosas para trans-
portar imágenes, como los referidos, no es privativo de Illescas ni de El
Cobre, ni siquiera de la religión católica. Ya pueden observarse, con
simbolismo peculiar, en los cultos paganos y en los orientales. No obstan-
te, es curioso observar esta nueva coincidencia entre los ritos de Illescas
y de El Cobre consagrados a imágenes de idéntica advocación.

57
Onofre de Fonseca citado por Ramírez. Ob. cit., p. 40.

171
Capítulo VIII

Sumario: Diferencias plásticas entre la Caridad del Cobre y la Caridad


de Illescas. Ambas efigies son distintas. La imagen de Illescas. La
imaginería mariana y el Renacimiento. Mutilación de su imagen.
Sus cuatro brazos. Variaciones. Diversa estructura de ambas.
Medidas de ambas imágenes. Variedad de la mano diestra de la Ca-
ridad illescana. Crucecita de oro en la diestra de la cobrera. La
Virgen manirrota. La corona de canastillo. Las medallas.

Miss Wright creyó conveniente, para llegar a una conclusión segura en


su hipótesis, trasladarse a la vetusta villa castellana y conocer in situ a la
Virgen de Guía de Illescas, a la que únicamente de un modo preciso se
refieren sus documentos, como efigie mariana de conocida advocación
existente a comienzos del siglo XVII, en el poblado cubano de las minas de
El Cobre de Santiago del Prado.
Cuenta Miss Wright que fue a Illescas con un grupo de personas,
entre los que se contaba el doctor don Joaquín Ciria, nativo de Santiago
de Cuba; ignorando ella entonces la existencia en Illescas de la Virgen de
la Caridad, se dirigió a la gran iglesia de aquel pueblo y pidió ver la
imagen de Nuestra Señora de Guía, y el sacristán le informó que aquel
templo no era de Nuestra Señora de Guía sino de la Virgen de la Cari-
dad. La sorpresa de Miss Wright fue extraordinaria, como ella misma
nos ha referido personalmente. Y sigue ella escribiendo en su monogra-
fía1 que Nuestra Señora de Guía se venera en otra iglesia illescana, que
ella no pudo visitar por falta de tiempo.

1
En Archivos del Folklore Cubano, La Habana, vol. III, No. 1, 1928, pp. 5-15.

172
La historiadora norteamericana visitó el camarín de la Virgen de la
Caridad de Illescas, se acercó a esta, observóla y dedujo su conclusión
en todo asimilativa: «La Virgen de la Caridad a que se rinde culto en El
Cobre no es sino la Virgen de la Caridad de este santuario toledano.»
Pero no es así, una y otra efigie son totalmente distintas. Nosotros
también, el 14 de noviembre de 1928, hemos ido a Illescas y visitado su
Virgen de la Caridad en su camarín,2 y sostenemos que la imagen cobrera
es diversa de la illescana, con caracteres diferenciales inconfundibles.
Hasta aquí, siguiendo el orden de las razones de Miss Wright, hemos
analizado los caracteres que aproximan una imagen a otra, a saber:
advocaciones homónimas, precedencia histórica de la castellana, nom-
bradías coetáneas concordantes en ambas, prodigios similares en partos,
dolencias, tempestades y otros trances de congoja, igual uso curativo de
la grasa de las lámparas, igual empleo milagroso de medidas y cintas
benditas y tocadas de la respectiva Virgen, color moreno de ambas efigies,
amén de otras razones deductivas.
Pasemos ahora a examinar los caracteres que diferencian la nueva
imagen de los cubanos de la venerada en Castilla la Nueva.
Advirtamos aquí que la imagen de Illescas no siempre se ha presen-
tado al culto con los mismos caracteres y atributos. A su vez, la imagen
de El Cobre ha debido de sufrir sustanciales peripecias, nada menos que
hasta la completa decapitación.3 Será forzoso, pues, tener en cuenta
tales circunstancias en la comparación.
La imagen illescana ha debido de presentarse a sus fieles al menos
en tres fases distintas. La primera, cuando su talla no tenía otras vesti-
mentas que las esculpidas en la misma efigie, cuya sacra persona se
figuraba sentada, con el Niño de pie, en la posición central del regazo

2
Digamos de paso, que desde el camarín de la Virgen vimos en un gran patio contiguo,
numerosos y grandes tinajones, idénticos a esos que, aquí en Cuba, son populares en
Camagüey, el antiguo Puerto Príncipe, donde servían para guardar agua, como aún hoy
día sucede en las villas de la reseca meseta castellana.
3
[Ortiz conserva en sus carpetas un artículo titulado «El mambí y el arzobispo» (no
señala la fuente ni la fecha), escrito por el periodista e historiador Alberto Plochet; aquí
se narra cómo en 1899, tres forajidos, con el fin de apoderarse de la piedra preciosa que
lucía la Virgen de la Caridad del Cobre en la frente, le cercenaron la cabeza, y se llevaron
junto con ella, el cáliz, copones, candelabros de oro viejo y el niño. Finalmente, por la
gestión de las autoridades del gobierno fue encontrada la cabeza de la Virgen.]

173
materno, sostenido por ambos brazos de la Madre. Esta fue la época
primera, que a nosotros no nos interesa tanto. Jamás la Virgen del Cobre
ha aparecido en esa forma escueta de leño tallado y desnudo de todo
indumento ajeno a los de su estructura original.
La segunda época de la Virgen de Illescas surge cuando se recubre
la efigie de madera tallada con vestidos de tela y mantas bordadas, pero
dejándole la misma parecida posición y actitud originarias, es decir, con
el Infante en el centro, sostenido con ambos brazos maternales.
Cuando la primera visible reforma de la antigua imagen illescana,
de actitud sedente, aquella debió consistir simplemente en vestirla y
hacerla aparecer de pie. No sabemos si fue entonces cuando se le
cortaron los brazos de la cural en que se asienta; pero no es lo proba-
ble. Entonces no se le tocaron los brazos a la Virgen, y el Niño conti-
nuó en el centro de la estatua sostenido por la Virgen con sus manos,
apoyado contra su pecho.
En esos viejos óleos que se custodian en la sacristía del santuario de
Illescas, la Virgen todavía lleva al Niño Jesús sosteniéndolo en el centro
con ambos brazos, como era corriente en las antiguas imágenes.
La Virgen de la Caridad, que podemos llamar de El Greco, según
aparece pintada en su referido cuadro de San Ildefonso (ver figura 8, al
final), en el santuario de Illescas, es de talla, pero ya vestida con rostrillo,
túnica y manta que sobrepasa en mucho de los pies hasta llegar a la peana.
Sin duda, los pies de la imagen debieron de reposar en una peana oculta
bajo los paramentos reales que le fueron puestos, pues las proporciones
aparentes de la talla de la Virgen son exageradas en su longitud; esto
aparte de que esa prolongación longitudinal de la figura es muy caracterís-
tica de la pintura del famoso Greco. Ese cuadro es de 1603-1604 y ya
acusa en forma exacerbada esa modalidad tan personal del artista.
La Virgen de la Caridad de El Greco lleva al Infante Divino apoyado
sobre su pecho, en el centro de la figura y sujeto por ambos brazos
maternos.
En resumen, según el cuadro de El Greco ya la Virgen de la Caridad
de Illescas, aparece vestida como está en la actualidad, la talla ha sido
ocultada por los indumentos, pero todavía el Jesusito no figura apoyado
en el antebrazo izquierdo de la Virgen. Así, pues, la segunda época de la
Virgen de Illescas llega hasta los días de El Greco. Después ocurren
la mutilación y deformación de la imagen.

174
La Virgen de El Cobre no se puede equiparar a la de Illescas en su
segunda época. Cuando aquella hace su aparición en Cuba, ya tiene
suelta su mano derecha.
En la tercera época el Niño es separado de la talla y a la imagen de la
Virgen se le sobreponen brazos articulados; siendo colocado entonces el
Pequeñuelo apoyado sobre el izquierdo brazo materno y quedando libre
la mano diestra de la Virgen. Cuándo se hizo la primera reforma sobre la
simplicidad primitiva, no podemos decirlo, pero está bien señalada la época
y circunstancias de la segunda, como veremos.
En la segunda y última reforma, el Niño cambió de lugar, pasando a
apoyarse sobre el antebrazo izquierdo de su Madre Virgen. Para lograr
esa postura, según nos informaron en el mismo santuario, los brazos de
la imagen materna fueron dejados en la talla y sustituidos en la aparien-
cia por otros cortados y rejuntados al cuerpo mediante unas articulacio-
nes que ahora permiten con facilidad remover al Niño y vestir y desves-
tir a capricho a ambas figuraciones.
De la estatua de Illescas ahora no se ven sino la cara y las manos.
Aun después de desvestida la talla está toda recubierta de una tela blan-
ca de tafetán, clavada al leño tallado, con puntillas de metal; esto nos
impidió verla desnuda y apreciar minuciosamente todos los caracteres
plásticos y antiguos de la Virgen de Illescas. Pero conste que se compo-
ne de una talla figurando un cuerpo sedente de su trono, que una vez
revestido de su manto, aparece en pie, y con sus dos brazos articulados
sobrepuestos. La figura del Niño también es actualmente yuxtapuesta,
como lo son los paramentos del Niño y de la Virgen.
Adviértase que el Infante no está sentado, sino simplemente apoya-
do sobre el brazo izquierdo de su Madre. Esto se deberá, sin duda, a que
la pequeña imagen del Niño es la misma que antes aparecía en pie sobre
el regazo materno y, por tanto, no se le puede dar la flexión necesaria a
su figura rígida.
¿Se equiparará materialmente la Virgen del Cobre a la de Illescas, en
su tercera fase? Vamos a verlo, examinando primero el último elemento
asimilativo de los alegados por Miss Wright.
La Caridad de Illescas es una armazón en forma de bípode como la
de Cuba. Así dice Miss Wright y así debió de parecerle la Virgen, dada
la forma triangular del perfil de la imagen que es el que suelen tener las
efigies alcuzadas de imaginería mariana, después del siglo XV. Pero no es

175
exacto. Ya hemos dicho que la Virgen de Illescas es totalmente de talla,
y no lo es la Virgen del Cobre, que, esa sí, es de armazón.
No habría sido inverosímil, desde la forma de los indumentos que
decoran la imagen illescana, que esta fue de armazón. Detengámonos a
explicar por qué, pues ello servirá para caracterizar como de virgen his-
pánica la estructura de la efigie cobrera.
En España, durante los siglos XV y XVI en que la piedad mariana res-
tauró numerosas imágenes antiguas de María, carcomidas o destrozadas
por las centurias o decaídas del culto por lo antiestético de sus figuras
mal talladas, fue frecuente y general utilizar las cabezas de las vetustas
efigies y adicionarles una armazón con dos simulados brazos y unas
manitas de talla, símbolo revertido de todo el aparato de indumentos
lujosos.4
La creencia de que son góticas todas las antiguas mujeres marianas
que representan la Virgen en silla cural y el Jesusito en pie sobre las
rodillas, es impugnada también por Lafuente.5
Las imágenes marianas medievales solían ser de madera y mal talla-
das, a veces con esos rostros grotescos que aún suelen verse en las
efigies de los antiguos templos góticos de Europa, y en actitud sedente,
en un escabel o en silla cural, con el Niño sobre sus rodillas.
Ya en el siglo XII, comenzó de nuevo a revivir el antiplástico y a tallarse
la piedra y el arte de la imaginería fue en progreso, hasta que el triunfo
del Renacimiento llevó a la estatuaria religiosa la misma técnica que a la
profana.
El siglo XVI señala una época en la imaginación, como en todas las
artes plásticas, por obra del Renacimiento triunfante.
Los pueblos de los siglos XV y XVI destruyeron, quemaron o entierran,
las viejas imágenes, toscas y ya ridículas, a veces contra la voluntad de
los fieles, quienes caídos en idolatrías, las desentierran a veces y las
restituyen en los altares. Pero la renovación artística fue general y aque-
llas imágenes marianas, sedentes, van siendo raras en lo adelante.
Las nuevas ideas de la imaginería siguen el renacimiento de la plásti-
ca pagana, y las vírgenes católicas adquieren apariencias gentilicias, de
feminidad carnal y hasta voluptuosa.

4
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 169.
5
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 21.

176
A partir de esa época, las imágenes de María se fueron haciendo por
lo general figurándola en pie y con el Jesusito sentado sobre el materno
brazo izquierdo.
Al llegar esa época dice el piadoso Lafuente: «En era de la severa,
grave, decorosa rigidez de la Edad Media, se quiso dar a las efigies de
la Virgen la movidez y voluptuosidad de las estatuas de Venus y Diana, la
precocidad y desnudez de las formas de los modelos del pergamino, si es
que no tomaran de modelo a sus fornarinas, con sacrilegio y horrible
atrevimiento que hace subir al rostro los colores.»6
También entonces se da en pintar al niño Jesús desnudo, en actitud
inverecunda y deshonesta.7
También son de esa época las imágenes de santos con apariencias
profanas y hasta los Cristos desnudos y con toda su anatomía masculina
completa y realista, parecidos a Hércules griegos, tales como el Cristo
cincelado por Miguel Ángel que aún se venera por duplicado en las igle-
sias en Roma, vestido con un púdico pañete de bronce encubridor de su
original desnudez varonil,8 o el debido a Benvenuto Cellini en una capilla
de El Escorial ceñido con su faldellín pudoroso.
Entonces aparecen en los templos y altares esos angelotes rollizos y
desnudos, en posturas violentas y acrobáticas, al estilo de los genios pa-
ganos.
El influjo de la nueva estética se manifestó hacia la desnudez clásica,
que contrastaba con la rigidez descarnada de antes, de una parte, y de la
otra, hacia la monstruosidad en los paramentos y el boato decorativo que
contradecían la autenticidad medieval.

6
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 313.
7
Se halla una reproducción marmórea exacta y desnuda de este Cristo miguelangelesco en
el Museo de Florencia. Es de yeso, con el pañete de tela clavada sobre el yeso, la figura
que se venera en la iglesita romana en la Vía Appia.
8
Esa total e impúdica desnudez de Jesucristo ha sido también aceptada por el célebre
pintor alemán moderno Max cuyo Calvario puede ser admirado en el museo de Leipzig,
pero el cuadro, aunque de hermoso realismo, no parece de sentido místico. Aquel varón
crucificado, en completa desnudez, puede representar un hombre injustamente ajusti-
ciado por la autoridad a causa de la revolucionaria civilidad de su propaganda por
librepensadora; pero no logra impresionar como la encarnación de un ser sobrehumano;
existirán compasiones, rebeldías justas, pero no emociones de fe ni éxtasis de
redimimiento.

177
En España esta última fue la corriente más caudalosa. En lo divino
como en lo humano la moda española de entonces se esforzó por la
pompa y la ostentación.
Esa necesidad material y estética de sustituir los caducos íconos no
pudo satisfacerse sin dificultades. A veces, el cambio pudo ser y fue
completo. Lafuente nos asegura9 que «de dos célebres vírgenes españo-
las se han sustituido sus viejas imágenes por otras, sin decirlo al público».
Pero casi nunca pudo hacerse tan lisamente el trueque. Ni tampoco qui-
so hacerse, tratándose de conservar la imagen vetustiana siempre que
se pudo.
Por esto, desde el siglo XV las añosas imágenes de María fueron sien-
do restauradas y al serlo, bien para conservar las estatuas apolilladas o
carcomidas, o para encubrir destrozos causados en la talla por los acci-
dentes del tiempo o de las guerras, y acaso hasta por la única razón de la
moda que la veleidad humana lleva hasta las más excelsas figuraciones,
se dio en verter las santas imágenes de talla, a pesar de los indumentos
con que estas habían sido esculpidas. Y se les vistió por lo general, a las
efigies virgíneas con túnica, con amplio manto, con rostrillo de fina tela,
adornadas de aljófares y pedrería, y se las puso en la cabeza la real o
imperial corona, emblemática de su celestial majestad.
Desde entonces las imágenes marianas de España que son de talla
completa, aparecen relucientes con indumentos de telas y ricos adornos.
Con esos indumentos superpuestos fue ocultada en cada caso toda
talla de la Virgen, a la vez que la silla cural o asiento en que solía repre-
sentarse la imagen de María, y que simbolizaba majestad y magisterio,
según el mariólogo P. Villafañe.
Varias de esas imágenes antiguas están realmente sentadas, como
fueron esculpidas, pero al ser vestidas aparecen de pie. Así nos cuentan,
por ejemplo, de la Virgen de Caldas, en Santander.10 Y así pasó, como
diremos, con la Virgen de la Caridad de Illescas.
Pero la mejor moda imaginera llegó a suprimir casi totalmente la talla
antigua de las estatuas, reduciéndola a una sencilla armazón de madera
con solo una cabeza y dos manos de talla, encubriéndose todo lo demás
de la figura con las telas de los vestidos.

19
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 315.
10
Conde de Fabraquer. Ob. cit., t. II, p. 510.

178
Tan común fue y sigue siendo el uso de imágenes de armazón que se
les clasificó en imágenes de bastidor, de devanadera, de tumbilla y de
alcuzón.
Cuando la armazón era un simple bastidor triangular, se decía que la
imagen era de bastidor.
Cuando la armazón consistía en cuatro varetas se le llamó devanade-
ra, por su semejanza con ese utensilio giratorio, entonces muy frecuente
para devanar el hilo de las madejas que la hilvanara iba sacando.11
Si al manto de la Virgen se le ponían almecedores para darle mayor
amplitud, la imagen era de tumbilla, por su parecido con el utensilio
casero de ese nombre, consistente en una armazón de tres áreas de
madera flexible unidas en su base por un bastidor rectangular, por dos
listones en la parte media y por uno en la superior que se utilizaban, con
un braserillo, para calentar las camas de los friolentos.
De alcuzón se llamaban las imágenes cuando por la forma y alarga-
miento del manto asemejaban la figura de una alcuza. Y así fueron muchas
imágenes, pues el manto que pendía del cuello fue adquiriendo vuelo de
más y más amplitud, y, a menudo bajaba más allá de los pies, extendién-
dose sobre la peana que era su tentáculo de la imagen, dándole así a esta
una apariencia desproporcionadamente alargada, como las modernas fi-
guras femeninas y de silueta triangular.
Lafuente critica duramente esa moda de corrupción suntuaria, y se
pregunta: «¿Por qué se le vistió con trapos de tan detestable gusto y
perversa manía, quitándole la actitud majestuosa y digna, considerándola
en alcuzones con una cabeza por tapa?»12
No siempre los vestidos fueron convencionales como estos, sino se-
mejantes a los livianos que la moda imponía a las mujeres elegantes de la
época. Tan ridículos y poco honestos debieran de ser y de carácter tan
claramente semipagano, que el Concilio de Trento se vio obligado a pro-
hibir que se vistieran las imágenes con «trajes lascivos ni provocadores».13
San Francisco de Sales hasta prohibió en sus conventos las imágenes
vestidas con indumentos superpuestos.14
11
[Dañado el original.]
12
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 80.
13
Ibídem, p. 257.
14
Ibídem, p. 248.

179
Esa moda de vestir las imágenes produjo, según lamenta el mismo el
piadoso mariólogo español, graves morales, o sea «gastos enormes, lo-
cos dispendios, irreverencias y abusos».15 Aun añade que por esa moda
o manía «no han reparado cometer sacrilegios, devastaciones y destro-
zos chabacanos y feroces en las más respetables efigies, con cierta capa
de piedad impía».
La moda de vestir a las imágenes obligó a veces a dotarlas de brazos
flexibles para facilitar el cambio de los paramentos a tenor de las festivida-
des religiosas, según vino a ser una de las imágenes, como ya era costum-
bre humana la de endomingarse. Por esto, no son raras las imágenes
marianas de España que tienen miembros flexibles, articulados, según uso
comenzado por el siglo XVI. Lafuente ataca a las beatas camareras, que tal
hicieron «jugando aquellas viejas, estúpidas supersticiosas, con las efigies
de la Virgen, como las niñas a sus muñecas».16
Al correr de nuestras lecturas hemos dado con noticias de algunas de
estas.
«Tiene el cuello y los brazos flexibles la Virgen, que como la de El
Cobre apareció en el mar.»17
La famosa Virgen de los Reyes, de Sevilla, tiene goznes, y por eso,
según Lafuente,18 se dice que es alemana, lo que hace pensar que esa
innovación en la imaginería hispana del siglo XVI fue introducida por los
artistas que bajaron a Iberia con Carlos V y sus sucesores.
Se cuenta que esa Virgen de los Reyes de la Catedral de Sevilla, así
con la de santa Ana, en la parroquia trianera de ese nombre, conservan
goznes y resortes en sus miembros con que en otros tiempos de más
ingenuidad cristiana se les hacía mover cabezas y brazos.19 Las actuales
imágenes marianas que están vestidas con indumentos cambiables tie-
nen sus brazos con articulaciones mecánicas que facilitan la remoción
frecuente de sus vestiduras y adornos.
A veces hasta se mutilaban las cabezas, escopleándolas, para mejor
fijarles una corona.

15
Ibídem, p. 348.
16
Ibídem, p. 317.
17
Ibídem, p. 295.
18
Ibídem, p. 206.
19
De La Rosa. Los seises de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1904, p. 47.

180
Se sabe también que a Nuestra Señora del Prado, de Ciudad Real, la
mutilaron. Antes aparecía sentada, y su silla dorada y estofada. Por el
año 1562 le quitaron el trono «desbaratándola en proporción para poner-
la en pie y vestirla de propósito con mantos riquísimos»;20 tanto se la
mutiló, que con la madera que sobró se hizo una copia, en menor tamaño,
que fue llevada a Lima del Perú. En 1652, a la Virgen de la Almudena
acepillaron parte de la talla por las espaldas.21
No todas las imágenes tuvieron sus cabezas bien defendidas como la
Virgen de la Candelaria, que se apareció flotando en el mar de Tenerife,
a la cual le escoplearon la cabeza para ponerle una corona y el carpinte-
ro que tal hizo cayó como fulminado, según refiere la leyenda.22
Vestidas las imágenes y pasados los siglos, surgió la reverente su-
perstición de no poder desnudarlas, ni siquiera examinar sus vestimentas
interiores. Lafuente critica al padre Fací quien clama contra el reconoci-
miento de la envoltura de las imágenes vestidas como si fuese un atuen-
do al pudor.
Esta superstición se observa concretamente en relación con algu-
nas imágenes. La refiere muy expresamente el conde de Fabraquer en
cuanto a la Virgen del Prado, de Talavera de la Reina, Toledo, donde
una dama camarera y curiosa quiso registrar la madera de la imagen,
por debajo de sus vestidos y finos envoltorios, y perdió de repente la
vista.23 (Ver figura 9, al final.)
La Virgen de la Caridad de Illescas fue también víctima de esas pia-
dosas mutilaciones y metamorfosis suntuarias.
La profanación artística de la Virgen de Illescas consta que fue obra
de dos beatos estúpidos hacia el año 1500, según crudamente dice
Lafuente.24 La narra con detalles fray Gaspar, quien hace ya siglos pudo
hacer e hizo «con todo secreto», ese reconocimiento que nosotros no
pudimos hacer, viendo al desnudo, o al menos palpándola en toda su
extensión, la talla de la Virgen de Illescas.
Según fray Gaspar, la Virgen de Illescas es de talla, sentada en un
escabel «a lo antiguo».
20
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 316.
21
Ibídem, p. 314.
22
Ibídem, p. 111.
23
Ibídem, p. 210.
24
Ibídem, p. 255.

181
Según Lafuente, la imagen «estaba sentada hasta que unos beatos la
mutilaron estúpida y sacrílegamente para ponerla en pie y vestirla, con-
virtiéndola en maniquí con manos postizas y otro Niño».25
La obra del illescano fray Gaspar de Jesús y María es un voluminoso
in folio, de 416 páginas que, según Lafuente, está «plagado de anacronis-
mos y mentiras, tomadas de fechas erróneas y con depravado gusto».26
No merece, pues, gran crédito; pero veamos lo que dice.
El padre Gaspar dice que los vestidos cubren una peana añadida a la
imagen propia, lo que hace más alargada la figura, apareciendo de cuer-
po ahusado, o sea semejante a un huso de hilandera, largo y estrecho,
puntiagudo en lo alto y ensanchado en el centro.
Para lograr esta transformación de la imagen, las beatas atrevidas
realizaron una poco escrupulosa mutilación.
Fray Gaspar cuenta que al tacto notó «que por las espaldas de la
estatua habían aserrado parte de ella hasta abajo, para quitar el respaldo
del escabel o silla sobre que se rumora estar sentada la Santa Imagen».
Según el mismo fray Gaspar, de la cintura para arriba le pusieron un
corpiño tan ajustado y claveteado que sin hacerle pedazos no se podía
quitar.27 De la cintura para abajo también la forraron con una túnica de
damasco carmesí que también clavetearon por el vuelo inferior.
Pero eso fue insuficiente. Los brazos tallados no permitían ser ves-
tidos con los mantos de alcuzón, y a la imagen le fueron añadidos otros
dos brazos.
«Los brazos y manos que ahora se ven son postizos, y se bajan y levan-
tan como se quiere, para poner y quitar el niño Jesús», dice fray Gaspar.
El conde de Fabraquer dice a veces que «bajo los vestidos que se
sobreponen tiene otros de talla, de la que también son los brazos y ma-
nos, siendo sobrepuestos los que se le ven».28
Parecerá blasfemia o irreverencia decir que la Virgen de la Caridad
de Illescas tiene cuatro brazos y manos, como alguna deidad indostánica.
Y es así. Tiene sus dos brazos y manos tallados de la verdadera imagen
de madera, y otros dos, adicionados por la vulgaridad reformadora.

25
Ibídem, p. 232.
26
Ibídem, p. 231.
27
Igual se hizo con la primitiva Virgen de Guadalupe, en España.
28
Conde de Fabraquer. Ob. cit., t. III, p. 180.

182
El primitivo Niño Jesús también estorbaba para la realización del gus-
to de las beatas y fue sustituido. El Niño Jesús no es el mismo. Según
fray Gaspar: «el antiguo debía estar tan arrimado y embutido en el mis-
mo pecho, que con facilidad se pudiera rozar».29
Conocida ya la estructura plástica de la Virgen de Illescas y sus vici-
situdes, comparémosla con la de La Caridad del Cobre.
La Caridad del Cobre es distinta de la de Illescas. El examen compa-
rativo de los caracteres plásticos de una y otra efigie nos lleva a distin-
guirlas de manera indudable.
Según Miss Wright ambas discutidas vírgenes son de igual estructu-
ra, consistiendo en «una imagen de madera en forma de trípode». Ya
hemos dicho que la de Illescas es de talla, de una sola pieza. Pero, ¿lo
fue la de El Cobre hasta que por su decapitación, desaparecieron quizás
sus trozos y fue reconstruida acaso, aprovechándose la cabeza recupe-
rada y no sabemos si algún otro miembro? No.
La Virgen del Cobre siempre fue de armazón, de bastidor.
No hemos podido medir la imagen de Illescas, para comparar su medida
con la de El Cobre. Bien es verdad que tal comparación no debe de tener
gran importancia, en caso de divergencia, que es muy probable.
Aun cuando la Virgen cobrera fuese hija de la illescana, no era nece-
sario que tuviese una el mismo tamaño de la otra. Sin embargo, la ya
citada devoción análoga de las medidas o cintas benditas, con la talla de
la Virgen, lo mismo en Illescas que en El Cobre, podría haber dado valor
característico a esa longitud métrica tomada de las respectivas efigies.30
Sería, pues, de interés que ambas imágenes fueran de igual tamaño.
La identidad sería un dato muy elocuente en pro de la tesis de Miss
Wright.
¿Cuál es la talla de la Virgen de Illescas? No lo sabemos. ¿Cuál es o
fue la longitud de las medidas de la imagen illescana, que tanta fama
tenía en el siglo de Lope de Vega? No lo sabemos. En cambio, ¿cuál es
la talla de la Virgen del Cobre? No lo sabemos.
Según Lafuente, la imagen de Illescas tenía «menos de una vara de
altura»,31 pero esta medida no tiene la precisión necesaria.
29
Igual sucedió con el Niño de la Virgen del Pilar, dice Lafuente. Ob cit., vol. II, p. 318.
30
No olvidamos que no estamos seguros de que esas medidas sean o hayan sido siempre
de la talla de la imagen.
31
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 232.

183
Y quizás la talla actual de la Virgen cubana carezca de valor tradicio-
nal, pues no se sabe si, después de la destrucción casi total de la imagen
en 1899, fue reconstruida tal como existió antes. Esto no obstante, se
conserva un dato irrecusable que podemos tener por exacto, más que el
de la real longitud presente. Esa medida la encontramos en el libro inédi-
to del bachiller J. J. Bravo, de 1776, y en el anterior de Onofre de
Fonseca.32
Según Onofre de Fonseca, la imagen aparecida en Nipe tenía quince
pulgadas de alto. Pezuela dice que la imagen de Alonso de Hojeda tenía
quince pulgadas de alto33 (este dato está tomado de Onofre de Fonseca).
Según Bravo, la Virgen del Cobre tenía de largo, precisamente, «una
tercia y tres dedos».34 Esta es la medida que se nos da como más exac-
ta. También podemos, quizás, referir la talla tradicional de la Virgen del
Cobre a las cintas que todavía se venden en su santuario. Algunas de
esas cintas hemos medido y tienen todas con exactitud cuarenta y dos
centímetros.
Hagamos ahora un simple cálculo comparativo entre los varios datos
métricos. Todavía podemos referirnos a otra medida, a la de la cinta de
la Virgen de Tortosa.
La santa cinta de Tortosa tenía en total 12 palmos de longitud y tres
dedos de ancha,35 pero en 1620, por acuerdo de un sínodo, se separó un
pedazo de dos palmos de largo para llevarlo a los enfermos, sin detri-
mento de la totalidad de la cinta. Puede observarse fácilmente que esta
medida no es equivalente a la de las cintas que se venden en el santuario
del Cobre.
Sin embargo, ambas medidas son muy aproximadas.
Otros elementos plásticos son igualmente distintos en las imágenes
de Illescas y de El Cobre.
La Virgen illescana no tiene cetro ni cruz, ni nada en su mano dere-
cha. En cambio la Virgen cobrera lleva en su mano derecha una cruz.
Pero digamos que no estamos seguros de que así haya sido siempre,

32
Medida 42 cm con 16 1/2 pulgadas – Fonseca 15 pulgadas.
33
Jacobo de la Pezuela. Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba.
Madrid, 1863, t. II, p. 10.
34
Obra citada, folio 20.
35
Según F. Martorell y Lina. Historia de la Santa Cinta. Tortosa, 1626.

184
pues en alguna lámina se le representa con la mano diestra vacía (ver
figura 10, al final);36 por más que la tradición, recogida por Fonseca, ya
la presente con una crucecita en la diestra. Pero la Virgen del Cobre
debió de llevar siempre algún atributo en su mano derecha.
En la iconografía de la Virgen del Cobre hay alguna divergencia en
cuanto a este particular. En varias hemos notado que la Virgen no lleva
la crucecita tradicional en su diestra, y sí una pucha de flores. En otro
caso, lleva un cetro.
Trátase por lo general de estampitas hechas en el extranjero, sin que
sus diseñadores hayan sido advertidos de las necesarias minucias, ni
documentados con buenos modelos, que diríamos ortodoxos.
Onofre de Fonseca refiere que la Virgen del Cobre apareció en Nipe
«con un precioso niño de proporcionado tamaño en el brazo izquierdo y
una cruz de oro en la mano derecha».
Ya ese símbolo se dio en otra aparición mariana en América. Hemos
citado la opinión que hace aparecer la Virgen María a Cristóbal Colón en
ocasión de su primera batalla contra los indios «con el Niño Jesús en uno
de los brazos y con una cruz en la otra mano».37
Onofre de Fonseca, contradiciéndose en esto, dijo después en su ma-
nuscrito: «Adviértase por curiosidad, por si tuviera algún misterio: “Que
cuando se apareció esta divina Señora traía en la mano derecha una
señal o agujero igual al que tienen los crucifijos en las suyas: novedad
que notándola el ermitaño Melchor de los Remedios (que vivió muchos
años y murió en el santuario de Nuestra Señora, sin consultar a nadie,
llamó a un pintor que estaba avecindado en el mismo pueblo, de apellido
Méndez, e hizo que este le tapara dicho agujero; cuyo suceso sabido por
el doctor don Francisco Peón de Orozco, canónigo de la santa iglesia
catedral de la ciudad de Santiago de Cuba, llamó al citado ermitaño, e
increpó el hecho, diciendo: que en estos asuntos no debió tan ligeramente
haber procedido, sin dar parte a quien podía determinar en ellos”.»38

36
En el mismo santuario de El Cobre, aún hoy se venden unas láminas o estampitas
policromas, en las que la Virgen no lleva cruz alguna en su mano derecha. Pero ello es
error del litógrafo italiano que las estampó en el extranjero e ignorante o inadvertido de
esa omisión.
37
Véase fray Antonio de Santa María. Ob. cit.
38
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 36 y 37.]

185
El bachiller J. J. Bravo dice que la Virgen de la Caridad, al aparecer
en Nipe, «en la mano derecha trajo, a la manera de Santo Cristo, medio
a medio de la palma, un agujero; algunos por esta causa la llaman la
manirrota».
El agujero que en su mano derecha tenía la Virgen de la Caridad
se explica por el cetro que en ella se le solía colocar para significar
que era entronizable como Reina de los Ángeles. En España son
muchas las vírgenes con cetro, tales como las de la Fuensanta (Mur-
cia), de las Mercedes (Barcelona), de Begoña (Bilbao), de Guadalupe
(Extremadura), etc. Y también puede explicarse por cualquier otro
atributo de los que solían colocarse en la diestra de las imágenes
marianas.
En la mano libre de la Virgen los imagineros desde el siglo XII solían
colocar una manzana, un corazón, un pomo de flores, etc. En el siglo XV
se colocó un cetro, un globo terráqueo, un lirio o un objeto de simbolismo
toponímico, como una sierra (Monserrat), un barco. Aparte de los casos
en que se quería simbolizar una orden monástica dada, como un rosario
para los frailes dominicos, un escapulario para los carmelitas, unos grille-
tes para los mercedarios, una correa para los agustinos.
Creemos notar, como ya hemos dicho, una contradicción entre la pri-
mera narración del capellán Fonseca, que pone en la mano derecha de la
Virgen de Nipe «una cruz de oro», y la que hace el capellán Bravo, quien
detalla, además, el carácter de manirrota que tuvo popularmente la Vir-
gen, por su mano derecha agujereada, en mitad de su palma, lo cual
parece asegurar que esa mano estaba abierta, o sea, vacía y que así fue
tan conocida por los devotos que llegaron apodarla. La «cruz de oro»
debió de ponérsele más tarde a la Virgen, precisamente en el agujero de
su mano, o para abrirlo.
De todos modos, nada tuvo de inverosímil una cruz en la diestra de
una imagen de la Virgen, pues ese símbolo se dio en otras apariciones
marianas en América.
Lo que no se mantiene tampoco es el carácter áureo de la cruz.
En casi todas las láminas y dibujos que hemos visto de la Virgen del
Cobre, la cruz aparece negra, como de humildes talla y madera.
En la imagen antigua de El Cobre debió ser de oro, cuando el padre
Fonseca así lo describía, pero después pudo ser cambiado su material,
como su diseño.

186
Las coronas de ambas imágenes son diversas en su diseño; pero esto
es un accesorio ornamental de escasa monta.
Digamos, no obstante, que la Virgen del Cobre se ha distinguido por
una poco estética disposición de su corona. Ya esta mereció la reproba-
ción del mariólogo Lafuente, quien en su artículo sobre la Virgen de la
Caridad del Cobre dijo: «Llame la atención sobre la disparatada corona
que en forma de enorme canastillo tiene sobre la cabeza, por bajo de la
cual aparece como una especie de peluca.»38
Las medallas de la Virgen del Cobre no ofrecen diseño alguno singu-
lar. También en Illescas se conocieron las medallas, de su famosa Vir-
gen; pero hoy ya no se estilan.

38
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 356.

187
Capítulo IX

Sumario: Las vírgenes flotantes. Las vírgenes marineras. Las vírge-


nes parlantes. La Virgen de la Caridad, la de Regla, y la Mercé,
contra los peligros de la navegación. Las Indias en los siglos XVI y
XVII : el Huracán, la Bermuda y los piratas. Las desapariciones
nocherniegas de la Virgen. La visión mística de la niña Apolonia.
Los elementos ternarios de la leyenda cobrera.

Las referidas diferencias plásticas entre las imágenes de El Cobre y


de Illescas bastan para negar rotundamente que una sea copia de la
otra. Pero no borran los antecedentes hispánicos que forzosamente
han de encontrarse en toda figuración cubana de imaginería inspirada
por la religión católica, ya que de España vino a Cuba el catolicismo
con los demás factores característicos de la cultura española de aque-
llos tiempos.
La invención de la Virgen del Cobre flotando sobre las aguas es otro
elemento tradicional repetido en la mariología española.
Por el siglo XV ya queda cerrado el «ciclo de los pastores», como dijo
el mariólogo Lobera, o sea, la época del siglo X al XIII, en que fueron
frecuentes en España las apariciones, reales o supuestas, de imágenes
marianas, ocasionadas por intervenciones o peripecias pastoriles. Enton-
ces, comienzan las aventuras de los navegantes españoles cuando se
dan con más frecuencia las sagradas invenciones de vírgenes acuáticas,
fluviales y marinescas.
Algunas imágenes marianas de España aparecen llevadas por las
aguas de un río, como se supuso que lo fue hasta Nipe, la Virgen del
Cobre.

188
En la provincia de Guadalajara fue hallada, en una tremenda avenida
del arroyo de Eleves, una imagen mariana que «caminaba sobre las on-
das, cercada de resplandores», a la que diósele la advocación de Nues-
tra Señora del Lluvio, por el aluvión que la llevó a sus fieles.1
Nuestra Señora de los Milagros, de la villa de Ágreda, en Soria, apa-
reció sobre las aguas del río Queiles.2
Las imágenes de invención marinera son más numerosas. En Mugía,
Galicia española, hay una Virgen de la Barca que se apareció a los galle-
gos flotando de un bajel de piedra (sic.) que aún se ve durante la baja-
mar.3
A fines del siglo XV apareció en una playa de Asturias, conducida por
las olas, una imagen de la Virgen, que se llamó del Destierro, por supo-
nerla desterrada de Inglaterra por los iconoclastas, y hoy se venera en
Madrid.4
En San Vicente, de Santander, surgió una imagen de Nuestra Señora
en una barquilla sin vela, ni mástil, que desde alta mar fue aproximándo-
se a la vía, donde hoy se alza un templo.5 Por esto esa Virgen se llamó
La Barquera, y el pueblo recibió del santuario el nombre de San Vicente
de la Barquera, que aún conserva.
La antigua y célebre Virgen de la Iniesta, aun cuando de tradición y
fama sevillana, fue llevada a Sevilla el año 1380 por monseñor Pedro de
Tous, después de haberla hallado en Cataluña, a orillas del mar, como lo
fue la Virgen del Cobre.
Más cerca de Cuba, en Tenerife, apareció en el mar la Virgen de la
Candelaria.6
Alguna vez la Virgen emergente indica el destino geográfico que ella
desea. En 1285, navegaba por el Mediterráneo un negociante genovés,
Domingo Adorno, y en medio de una tormenta, se le apareció una bar-
quita con una Virgen que le habló y le expresó su voluntad de que la
llevara a Jerez, donde hoy se venera con el título de Consolación.7

1
[Conde de] Fabraquer. Ob. cit., t. III, p. 494.
2
Ibídem, p. 495.
3
J. Pallés. Ob. cit., t. II, p. 502.
4
[Conde de] Fabraquer. Ob. cit., t. III, p. 472.
5
Ibídem, p. 278.
6
V. Lafuente. Ob. cit., vol. III, p. 319.
7
[Conde de] Fabraquer. Ob. cit., t. III, p. 248.

189
No es, pues, exacto, lo afirmado por el capellán J. J. Bravo,8 que la
Virgen de la Caridad del Cobre ha sido «la sola que apareció hablan-
do»9 refiriéndose al letrero que se halló en Nipe, en una tabla a los pies
de la Virgen.
Hacemos caso omiso de las numerosas imágenes de la Virgen que en
Europa han realizado el milagro de hablar a voces, según los cronistas
mariólogos, como se dice que ocurrió con la de El Cobre en Nipe.
Según una oración popular, la Virgen de la Caridad al aparecer en la
canoa a los tres salineros, les habló, diciéndoles estas palabras: «Sa-
bed, mis queridos hijos, que yo soy la Reina y Madre de Dios Todopo-
deroso; y los que creen en mi gran poder y sean devotos míos, siempre
conservarán mi estampa en una reliquia para que les acompañe, y con
esta estarán libres de toda cosa mala, estarán libres de toda muerte
repentina... no podrá morderles ningún perro con rabia, ni ninguna cla-
se de animales malos... estarán libres de accidentes y aunque una mujer
esté sola no tendrá miedo a nadie, porque nunca verá visiones de nin-
gún muerto, ni cosas malas, diciendo esto: “La Caridad me acompañe,
y su hijo... con los Santos Evangelios y la cruz en que murió, Amén
Jesús”.»
Y, además, al morenito (sic.) le habló ella de ser abogada de partos y
de lo que debía de hacer la mujer parturienta para invocarla con éxito en
el trance de su maternidad. Pero esta oración es una superposición
folclórica a la más antigua tradición.
El letrero con que aparece la Virgen de la Caridad tiene prototipos en
las leyendas marianas de España; especialmente tocante a una imagen
que fue de culto muy intenso en Sevilla, la metrópoli de estas Indias
americanas.
De estas vírgenes flotantes, algunas se aproximan más a la Vir-
gen del Cobre, pues llevan como esta un marbete indicador del desti-
no que debe darse a la imagen o de su advocación. En 1370, en las
costas levantinas de España, emerge la Virgen de Elche, cerrada en
un arca con un rótulo que decía en valenciano «Pera Elig», o sea
«Para Elche». 10 Nuestra Señora del Mar, imagen que está en la

18
Folio 26.
19
Ibídem.
10
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 295.

190
iglesia de Nuestra Señora del Brezo, por los años 1570 fue hallada en
el mar Mediterráneo con un letrero: «Voy en romería a Nuestra Se-
ñora del Brezo.»11
Obsérvese de nuevo cómo el detalle del letrero identificador suele
ser frecuente en estas apariciones marinas, no siendo privativo de la
Virgen de la Caridad del Cobre, como suponía su capellán padre J. J.
Bravo.
La ya citada Virgen de la Iniesta, que fue hallada en el mar en 1380,
y, como la Virgen del Cobre, tenía un letrero en su peana que decía: «Yo
soy de Sevilla, etcétera.»
No era desusado que las imágenes marianas llevasen en su peana
una inscripción expresiva de su advocación. Adviértase, además, que el
letrero que tenía escrito la estatua de Nuestra Señora de la Iniesta, esa
vieja y famosa Virgen que se veneraba en la parroquia sevillana de san
Julián, estaba redactado como si hablara la Virgen, en verbo de la prime-
ra persona del singular, tal como sucedió en el letrero de la tabla de la
Virgen del Cobre. Aquella decía: «Sum Hispalus de Sacello ad portam
qui ducit Cordubam.»12 Como se ve, era una indicación de su residen-
cia, como pudo serlo también la letra de la Virgen que flotó en Nipe: «Yo
soy la Virgen de la Caridad»; la cual puede entenderse así: «Yo soy la
Virgen (del hospital o casa) de la Caridad»; refiriéndose más al templo
que le dio su advocación toponímica, que a un sentido tropológico o ale-
górico de una virtud teologal.
También, como recordará el lector, llevaba un letrero indicador la
Virgen de Guía, de Caracas, que apareció flotando en el mar de
Maracaibo.
Las imágenes católicas de vírgenes transportadas por mar son mu-
chas aun fuera de España. En Boulogne (Francia), en Palermo (Sicilia),
en Olmeta (Córcega), el mar ha depositado imágenes de María en
las playas. Podrían contarse por centenares las halladas en el mar, en las
lagunas, en los ríos, dice Berenguer Feraud.13 En San Marcos de Venecia
hay una cruz de cobre que se halló flotando milagrosamente en las aguas
de la laguna, como si fuera de corcho.
11
Véase Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 261.
12
Fermín Arana de Varflora. Compendio histórico de la muy noble y muy leal ciudad de
Sevilla. Sevilla, 1789, Primera parte, pp. 32 y 33.
13
Berenguer Feraud. Ob. cit., vol. III, p. 146.

191
Cuando en el siglo XVI la Virgen de la Caridad se halló en Nipe, como
una gaviota sobrenadante, ya la emergencia se había dado en países
diversos y, especialmente, en España, tanto que si no se puede, quizás,
hablar de un cielo análogo al «de los pastores» o de las apariciones
pastoriles, por la brevedad de la época de las invenciones milagrosas de
imágenes marianas postcolombinas, en América no hay duda de que las
nuevas aventuras de los exploradores y conquistadores de Indias pudie-
ron originar un «ciclo de los mareantes», pues las ondas del mar fueron
dando efigies de María, como antes las dieron las breñas, bosques y
espeluncas de las sierras españolas.
La fe exaltada de la época y su criterio tolerador de los falsos mila-
gros, si eran en bien de la propaganda religiosa, hicieron lo demás, multi-
plicándose las vírgenes flotadoras. Lafuente, el piadoso hagiógrafo his-
pano, duda de no pocas de esas apariciones sobrenadantes, pensando
que «la Providencia no prodiga milagros sin necesidad»,14 y esta consi-
deración podría hacerse también por los cubanos crédulos, ante la bana-
lidad del milagro de Nipe.
El padre Domingo Hevia15 trata de dar una explicación a este ciclo
marítimo de las emergencias marianas. Dice que en Inglaterra, cuando
las persecuciones iconoclastas del rey Enrique VIII, muchas imágenes
debieron de echarse al mar, para su destrucción o para evitar que fueran
profanadas. Y estas efigies debieron de ser las halladas en las costas
españolas. Pero esta explicación parece excesiva.
Las apariciones de imágenes sobrenadantes en las aguas marinas o
fluviales son también frecuentes en el cristianismo cismático de los grie-
gos, entre los paganos de Roma y de Grecia, en el budismo indostánico,
japonés, chino, etcétera.16
La relación entre las vírgenes y las aguas marinas es pues mucho
más antigua y de muy conocido simbolismo mítico, como ya veremos.
Baste aquí recordar a Venus, surgida del mar.
No en balde ese siglo XVI fue para España, época de aventuras
marianas, y de ahí que podemos presentar como otro elemento hispánico
de la devoción de la Virgen cubana, su carácter marinero.
14
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 281.
15
Domingo Hevia. Relación histórica de los monasterios de Covadonga. Lérida, 1868,
p. 27.
16
Berenguer Feraud. Ob. cit., vol. III, p. 146.

192
En la actualidad, la Virgen del Cobre tiene en Cuba dos relaciones
tradicionales y folclóricas con el agua. Es una potencia sobrenatural que
los mitólogos llamarían de carácter hidrolátrico o potamolátrico. Pero
ese carácter acuático se desdobla, según el agua sea la salada del mar o
la potable de manantial. Sus relaciones con el agua marina provienen
de la tradición hispánica y, por ella, hacia lo antiguo, de las precristianas.
Sus relaciones con el agua dulce han brotado del folclor religioso de
los africanos.17 Analicemos ahora las primeras, las marineras.
La Virgen de la Caridad del Cobre es una Virgen marinera, abogada
desde antaño de la gente marinesca, por haberlo sido de los navegantes
españoles en muchas de sus advocaciones.

17
[Fernando Ortiz no desarrolla esta idea en el libro, sin embargo, en un artículo inédito
que tituló «Las vírgenes cubanas», escribe lo siguiente: «A la Caridad suele llamársela
la virgencita prieta, no solo por el color denegrido de la madera en que fue tallada, al
igual que ha sucedido con otras antiguas imágenes morenas como las de Monserrate,
Mercedes, Covadonga, etc., de España; sino por el agrado con que la superstición negra
y amulatada de nuestro vulgo gusta de africanizar el pigmento de esa imagen, después
de haber africanizado su potencia extramundana, asimilándola a Ochún, deidad, santo
u oricha propio del culto africano más corriente en Cuba, o sea, el de los negros
yorubas, aquí conocidos comúnmente por lucumís o lucumíes, del pueblo Ulkumí, o
sea, el reino que fue centro frecuentadísimo de la trata negrera durante los siglos XVI al
XIX en el hunterland del delta nigeriano.
»En nuestro libro Los negros brujos ya expusimos hace años cómo los esclavos
bozales, al conocer el culto de los blancos, procuraban catolizarse, ora forzados por sus
amos, ora espontáneamente por esfuerzos analógicos de su mente simplista, que les
llevaba a equiparar los santos blancos a los negros y a suponerlos unos con otros
blancos y negros como mera tradición idiomática y escultórica de los otros. Aún
continúan los afrocubanos religiosos asimilando la Virgen de la Merced, a Obatalá por
los símbolos indumentos blancos de una y a santa Bárbara, a Changó, por ser deprecados
ambos cuando truena y centella; la Virgen de Regla a Yemayá, por ser una y otra la diosa
de las aguas; san Pedro a Ogún, por llevar ambos objetos de hierro, aquel las llaves
celestiales; san Lázaro a Babalú Ayé, por ser invocado uno y otro durante las enferme-
dades, etcétera. En este paralelismo de las antropomorfizaciones católicas y lucumíes
a la Virgen de la Caridad del Cobre le ha tocado ser Ochún, la diosa del río allá en África
y aquí abogada de las gentes marinescas y representada siempre sobre las aguas de la
bahía de Nipe y la canoa con los tres marineros humildes, entre estos, Juan Moreno de
étnica representación.
»Nótese aun cómo los principales orichas africanos fueron cristianados bien pronto,
pues recibieron las denominaciones blancas más frecuentes en Cuba, en los primeros
tiempos de su blanqueamiento e hispanización.»]

193
En los gozos que se rezan a la Virgen cobrera, aún hoy se dice:

En las borrascas del mar


El hombre más afligido,
Ya en el agua sumergido
Vos lo llegáis a sacar.
Nadie se ha visto ahogar
Si os llama con humildad,
Líbranos de todo mal
Virgen de la Caridad.

En Cuba fueron vírgenes marineras, principalmente, la del Cobre, la


de Regla, y la de las Mercedes. La Virgen del Cobre, ante todo, por
haberse aparecido, según la leyenda, flotando en las ondas marinas de
Nipe a los tres Juanes que iban en busca de sal.
El bachiller Julián Josef Bravo advertía en su ingeniosa literatura,
este carácter salado de la Virgen del Cobre, refiriéndose a su invención
milagrosa por tres salineros: «Sal había de ser la causa de esta aparición
y no azúcar, porque aunque el azúcar es tan dulce y la sal tan áspera,
más usual (útil) es para la vida humana la sal que el azúcar.»
Y también fue invocada por marinos y pescadores la Virgen del Co-
bre, por ser muy marinera la Virgen de la Caridad, su homónima de
Sanlúcar de Barrameda, que aún se venera allí, a la entrada del río Gua-
dalquivir.
La Virgen de Regla18 es para Cuba de oriundez gaditana19 teniendo
aún hoy en Chipiona un célebre santuario, de donde arranca su devoción
18
[Ortiz recopiló abundantes datos sobre la Virgen de Regla, pero no llegó a redactar un
texto sobre el tema. Aunque sí preparó para la revista Archivos del Folklore Cubano
algunas notas que no llegó a publicar. En sus papeles se lee: «Digamos aquí, de paso,
que la advocación de Regla, dada a una de las vírgenes cubanas, no se deriva del nombre
de la población que hoy así se denomina.
»El pueblo de Regla, al revés, recibió su nombre de la advocación de una ermita que
existía en el lugar de su afincamiento. El pueblo surgió después de aquella, levantándose
sus primeros bohíos de pescadores en 1733, y siendo la ermita de 1690. Según el
historiador José M. de la Torre (Lo que fuimos y lo que somos o La Habana antigua y
moderna, 2ª ed., 1857, p. 93), la ermita de Regla fue fundada el año 1690, en el puerto
de La Habana, por Manuel Antonio, El Peregrino, natural de Lima, quien fue su primer
ermitaño. El santuario se alzó en terreno cedido por el obispo don Diego Evelio de

194
marinesca. Fue Virgen de las flotas y galeones de Indias, a la que los
marinos y viajeros hacían promesas en sus tribulaciones trasatlánticas,
para su regreso a Cádiz o a la barra de Sanlúcar. Igual sucede con la

Compostela y fue en su origen de guano, por lo que fue destruido por el huracán de
1692. Ya en 1712, otro ermitaño asturiano, don Juan de Convedo Martín, edificó una
iglesia de tapias y tejas, que comprendía una vivienda para los hermanos limosneros.
»Dice este historiador que en 1712 pidió al cabildo municipal de La Habana por patrona
de la bahía a la Virgen de Regla; pero Rodrigo de Bernardo y Estrada (Prontuario de
monedas. La Habana, 1857, p. 123. Véase además, para la historia del santuario de Regla,
a Francisco M. Duque. Historia de Regla. La Habana, 1925, quien recoge de José M. F.
de Arrate y otros) dice que el juramento fue precisamente el 13 de diciembre de 1714.
»En esa ceremonia, según cuenta Arrate, el regidor decano del ayuntamiento de La
Habana puso “en manos del ilustrísimo obispo diocesano una llave de plata dorada,
insignia de las armas y blasón de esa nobilísima ciudad y su gran puerto, la cual pasó de
las de Su Santidad Ilustrísima a los pies de la sagrada efigie, en que hasta el presente
pertenece” (José M. F. de Arrate. Llave de Nuevo Mundo, antemural de las Indias
Occidentales..., p. 473.)
»La primera efigie de la Virgen de Regla, que se veneró en este santuario habanero, fue
una imagen de pincel, según dice Arrate. La segunda imagen es la de bulto, que debe ser
la actual; la trajo de los reinos de España el sargento mayor don Pedro de Aranda,
castellano de la Punta.
»Esa advocación de Regla, no es, pues, de origen toponímico cubano ni quizás gaditano.
»El santuario de la Virgen de Regla, patrona de la bahía de Cádiz, está situado en
Chipiona, sobre la costa atlántica y es la reconstrucción de un antiguo templo, bajo la
advocación de la Virgen de Regla, en la histórica ciudadela. Esta Virgen chipionera tiene,
como la cubana de El Cobre, su aparición milagrosa. La imagen, según la leyenda,
perteneció a san Agustín y cuando Chipiona fue invadida por los vándalos, dos discí-
pulos de aquel santo obispo huyeron de África en una barca (razón de la devoción
marinera), que los llevó al promontorio de Chipiona, donde se veneró la imagen, hasta
que por la invasión árabe (a. 711) los ermitaños la escondieron en una cisterna, en la que
permaneció siete siglos, hasta su hallazgo por revelación divina en el siglo XIV, alcan-
zando después mucha boga de devoción, que ya en el siglo XVI estaba difundidísima.
»Del comediógrafo Cuenca, del siglo XVI, es una pieza teatral intitulada Nuestra Señora
de la Regla, fénix de Andalucía, cuyo texto no conocemos, y sí solo su título, citado por
Ramón de Mesonero Romanos, en su Índice alfabético de las comedias, tragedias,
autos y zarzuelas del teatro antiguo español, desde Lope de Vega hasta Cañizares
(1580 a 1740). Este título permite conjeturar lo popular que fue entonces en Andalu-
cía, la Virgen de Regla.»]
19
En otra oportunidad nos referiremos a esta Virgen de la Mercé de La Habana y a su
remoto origen castellano, de León. Pero la inmediata antecedente de la Virgen reglana es
de Cádiz.

195
Virgen de las Mercedes que en Cuba el pueblo singulariza llamándola de
la Mercé, de cuna levantina, redentora de cautivos y abogada también
de la gente marinera, que a ella pedía seguridad contra los piratas
turquescos y berberiscos, allá en el Mediterráneo europeo, y contra los
corsarios, filibusteros y bucaneros de las naciones, no siempre infieles
que infestaban durante los siglos XVI y XVII las aguas y cayeríos de este
Mediterráneo de América.
La Virgen de la Caridad del Cobre fue invocada principalmente en la
región levantina de Cuba; la de Regla y la Mercé lo fueron en la ponentina;
pero todas ellas fueron abogadas de navegantes ora contra los peligros
de Huracán20 (el dios de los indios, que antropomorfizaban así el más
temible e impresionante fenómeno meteorológico de este país), ora con-
tra los no menos riesgosos trances de la piratería.
Ese patronato marinesco fue precisamente lo que hizo fijar más en la
devoción de los conquistadores y de los isleños de Cuba, las advocaciones
de la Caridad, Regla y la Mercé, traídas de los puertos de España que
monopolizaron la navegación a América. Y no creemos inútil extender-
nos algún tanto en su consideración.
La significación relevante que desde los comienzos de la navegación
a Indias tuvieron en la metrópoli los puertos de Cádiz, Sanlúcar y Sevilla,
y en América el de La Habana, puede claramente observarse en los
siguientes versos del autor de Don Quijote de la Mancha. Cervantes,
en la jornada segunda de su comedia El rufián dichoso, hace decir a
uno de sus personajes, que en México despide con buenos augurios al
inquisidor Téllez de Sandoval, con motivo de su regreso a España:

Ni el huracán te persiga,
Ni toques en la derrota,
Bermuda, ni en la Florida,
De mil cuerpos homicida,

20
[Sobre este fenómeno meteorológico y su simbolismo en el arte de los indios cubanos,
Fernando Ortiz disertó en su libro El Huracán, publicado en 1947. Aquí realiza una
investigación de mitología comparada para estudiar los símbolos de los vientos, trom-
pas, tornados y tempestades, con el objetivo de demostrar que los símbolos
cefalosigmoides de los indocubanos, representan al Dios de las tempestades. Véase
Fernando Ortiz. El Huracán. Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires,
1947.]

196
Adonde contra natura
Es el cuerpo sepultura
Viva del cuerpo sin vida.
A Cádiz, como desees
Llegues sano, y en Sanlúcar
Desembarques tus preceas,
Y en virtudes hecho un fúcar,
Presto en Sevilla te veas.

El miedo de los mareantes no tenía, pues, escasas causas: el hura-


cán, la Bermuda, la Florida, amén de los piratas y corsarios y de los
comunes trances del mar.
«Quien no sabe rezar, métase en la mar», decía un viejo adagio espa-
ñol21 filosofando como Lucrecio.
Por eso los marinos hispanos ponían de su parte a las potencias ce-
lestiales. Las Casas, al referir el feliz arribo de Cristóbal Colón, dice que:
«Dio infinitas gracias a Dios, como tenía de costumbre, y todos alabaron
la bondad divina, y con gran regocijo y alegría dijeron, cantada, la Salve
Regina, con otras coplas y prosas devotas que contienen alabanzas de
Dios y de Nuestra Señora, según la costumbre de los marineros, al me-
nos los nuestros de España, que con tribulaciones y alegrías suelen de-
cirlas.»22
Al amanecer rezarían seguramente la folclórica plegaria:

Bendita sea la luz


y la Santa Veracruz,
y el Señor de la Verdad
y la Santa Trinidad.
Bendita sea el alma
y el Señor que nos la manda.
Bendito sea el día
y el Señor que nos lo envía.
21
Pueden leerse dos interesantes narraciones de tormentosos trances en el viaje a las
Indias, que muestran las peripecias temibles de la travesía del Atlántico, y las lastimo-
sas ansias a la Virgen de los marineros de los galeones, en Gerónimo de Alcalá. «El
donado hablador», en Novelas posteriores a Cervantes, p. 528, y en Gonzalo de
Céspedes. «Fortuna varia del soldado Píndaro», ibídem, p. 320.
22
[Bartolomé de] las Casas. Historia de las Indias. t. I, p. 520.

197
Y por la noche, dice Las Casas: «Dando todos infinitas gracias a
Dios, cantan la Salve Regina, luego, como la suelen cantar en los na-
víos, cuando navega, a prima noche.»23
Cuando la flota de México salía de Veracruz de regreso a España, al
doblar la punta de San Juan de Osuna, los navegantes veían desde sus
bajeles una procesión con la imagen de la Virgen que, según inveteradas
costumbres, aún mantenidas en el siglo XVII, hacían en aquel castillo para
que los viajeros la imploraran antes de remontarse hacia alta mar.24
El miedo al Huracán, también a los piratas, hizo que los navegantes
comenzaran con invocaciones deprecatorias a la Virgen en viajes
trasatlánticos.
Esto aparte de los votos y romerías y promesas de los mareantes
para su feliz arribada al puerto de su destino. La narración que hace Las
Casas del viaje de regreso del descubridor de América, está en ese as-
pecto llena de interés.
Cristóbal Colón y los marineros españoles de entonces invocaban en
sus trances a la Virgen María, con preferencia a otras medianeras celes-
tiales. Nos cuenta Las Casas que: «Viéndose en tan gran peligro, ordenó
Colón que se echase un romero que fuese en romería a Nuestra Señora
de Guadalupe, y llevase un cirio de cinco libras de cera, y que hiciesen
todos voto, que al que cayese la suerte, cumpliese la romería; esta es una
obra y diligencia que los marineros hacen cada día, viéndose en necesi-
dad de tormenta, por la cual, nuestro señor los libra de muerte muchas
veces, pero más lo hace porque se humillan, y, temiendo la muerte, de
sus pecados se arrepienten y proponen la enmienda de su vida. Así, que
mandó el Almirante traer tantos garbanzos, cuantas personas en el na-
vío, y señalar uno con un cuchillo, haciendo una cruz, y meterlos en un
bonete revueltos; el primero que metió la mano fue el Almirante, y sacó
el garbanzo señalado con la cruz, y así cayó la suerte sobre él y desde
luego se tuvo por obligado a cumplir el romeraje.»25
En ese mismo viaje colombino, el Almirante descubridor: «Acordó que
otra vez se tornase a echar la suerte para enviar romero a Santa María
de Loreto, que está en la comarca de Ancona, que es casa devotísima de

23
[Bartolomé de] las Casas. Ob. cit., p. 357.
24
Céspedes y Meneces. Historia de Felipe III, folio 117. Cita de L. Fernández Guerra.
25
[Bartolomé de] las Casas. Ob. cit., p. 313.

198
Nuestra Señora Santa María, y donde hace, según se cuenta, muchos y
grandes milagros, esta cupo la suerte a un marinero del puerto de Santa
María, tres leguas de Sanlúcar de Barrameda, y aquel se llamaba Pedro de
Villa, al cual el Almirante prometió de darle dineros para las costas; y,
porque la tormenta más los afligía y amenazaba, ordenó que se echase
otro romero, que velase una noche en Santa Clara de Moguer e hiciese
decir una misa, porque también aquella es casa donde los marineros del
condado especialmente, tienen devoción. Echaron los garbanzos y uno
señalado con una cruz, el cual sacó el Almirante y así quedó por dos veces
obligado a cumplir las dichas romerías. Después de esto, fatigándolos más
el miedo y la angustia de la mar, el Almirante y todas las gentes hicieron
votos de que si los llegase a tierra, en la primera salir todos en camisa y
procesión a hacer oración y darle gracias a una iglesia que fuese de la
vocación o nombre de Nuestra Señora Virgen María; y porque la tormenta
crecía y ninguno pensaba escapar, allende de los votos comunes, cada uno
hacía en especial su voto, según la devoción que Dios le infundía.»26
Por fin, todavía otra vez, Colón «echó suertes para enviar un romero
a Santa María de la Cinta,27 que es una casa devota con quien los mari-
neros tienen devoción, que está en la villa de Huelva, y cayó la suerte
sobre el Almirante, como solía.»28
No quiere todo esto decir que ya en aquellos siglos XV y XVI no hubie-
ra también incrédulos y despreocupados de oraciones. Copiamos del sa-
cerdote: «Pues viendo gente tan distraída y olvidada de Dios, como son
algunos soldados y marineros, que como pasan casi lo más de sus vidas
en esos mares, sin religión, sin sacramentos, sin sacerdotes, sin predica-
dores, ni oyen la palabra de Dios, ni aun se acuerdan de la doctrina
cristiana, contentándose solamente con tener la fe de cristianos católi-
cos, sin cuidar de sus obligaciones; y lo más que es, que hay algunos (con
alto dolor de mi corazón lo digo) tan olvidados del Señor que los crió y de
sí mismos, que el Padre Nuestro y el Ave María, por la continuación
de no rezarlos, se les ha olvidado de todo punto.»29
26
[Bartolomé de] las Casas. Ob. cit., p. 314.
27
Del interés de esta Virgen de la Cinta en relación con la hagiografía de la Virgen del Cobre
hablaremos más adelante.
28
[Bartolomé de] las Casas. Ob. cit., p. 323.
29
Diego Portichuelo de Rivadeneira. Relación de viajes y sucesos que tuvo desde que
salió de la ciudad de Lima hasta que llegó a estos Reinos de España. Bibliteca Histó-
rica Iberoamericana, Virius, Buenos Aires, p. 67.

199
Volviéndose a los versos cervantinos, los primeros recuerdan el hu-
racán, fenómeno meteorológico y vocablo indígena de las Indias occi-
dentales. Tanto terror debieron de cogerle cuerdamente los navegantes
hispanos al ciclón, como hoy lo llamamos por cultismo ya popularizado
que la voz huracán, que era de los indios, pasó a fijarse inmediatamente
de conocida, en el México castellano, y ya Cervantes la usa, como ve-
mos. Decía Las Casas: «De las más terribles tormentas que se cree
haber en todos los mares del mundo, son las que por estos mares destas
Islas y Tierra Firme suelen hacer, como parecerá, y experimentan cada
día los que navegan.»30
El huracán y los piratas hicieron también pensar a los españoles que
no debían fiarlo todo a la Virgen y sí en más humanas precauciones, y
obligaron a viajar en conserva a las carabelas, galera, y galeones de
España, originaron la creación de la flota anual y establecieron la escala
en el puerto de La Habana y a fortificar la villa, por suposición estratégi-
ca de llave de las Indias y antemural de su defensa. La llave es desde
entonces símbolo heráldico de los más antiguos de Cuba, antaño para el
blasón habanero, hoy para el nacional de la República.
Los riesgos que entonces tenían estos mares frente a La Habana
eran muy sabidos. «Bien se conocen por la pérdida de navíos que en
ellos cada año se ve», decía un escritor de 1663, que en La Habana
compuso un libro sobre el arte de navegar, ajustando unas tablas para
computar las declaraciones del sol al meridiano de La Habana.31

30
[Bartolomé de las] las Casas. Ob. cit., p. 315. Por esto el obispo de Chiapas creyó
milagrosa la quietud del mar durante el primer viaje de Colón. «Maravillosas, finalmen-
te, son las cosas de Dios y la orden y providencia que tiene en sus obras; ciertos, si las
tormentas que suele hacer por acá, aquel primer viaje hubieran y experimentaran aque-
llos tan impacientes marineros que consigo traía, menos sufrieran la dilación de aquel
tan nuevo y luengo viaje, como se les hizo, y, a la primera que les asomara, no hubiera
duda, sino que luego volvieran las espaldas, y entonces tuviera mayor peligro el Almi-
rante en su vida, si porfiara a detenerlos; pero proveyólo Dios, como suele, las cosas
que hacer determina, y trájolos hasta descubrir y ver estas tierras, como si vinieran por
un río.»
31
Arte de navegar / Navegación Astronómica, theoría y práctica, en la qual se contienen
tablas nuevas / de las declinaciones del sol / computadas al Meridiano / de la Havana.
Tráense nuevas declinaciones / de estrellas e instrumentos nuevos / Compuesta / Por el
doctor D. LÁZARO DE FLORES, vezino de la Ciudad de la Havana / en la Isla de Cuba / año
1673 / En Madrid. Por Julián de Paredes, etc. (Véase el folio 2º del Prólogo de dicho libro.)

200
El autor explica en su libro la violencia y el peligro de las corrientes
del canal de Bahamas, hasta la Bermuda. Este libro curiosísimo y raro
tiene el interés de ser acaso el primero escrito en La Habana.
Si bien Cervantes no citó a La Habana, como ya hicieron algunos de
sus contemporáneos, recordó el huracán32 antillano, del que era salva-
guardia la bahía de La Habana, y refirióse expresamente a la Bermuda,
famosísima en los siglos XVI y XVII por los numerosos desastres y naufra-
gios que en sus costas ocurrieron, ora por los huracanes equinocciales, ora
por sus bajíos alevosos o bien por ser asecho de corsarios.
El mismo Cervantes, en otra comedia suya, La entretenida, dice:

...olvidaras la tormenta,
Que pasaste, que a mi cuenta
Debió ser la Bermuda
Que siempre en aquel paraje
Hay huracanes malignos...

Todavía Cervantes repite en otra de sus comedias, Pedro de


Urdemalas, el terror de la Bermuda, diciendo

Temí con los huracanes


Y con las calmas temí,
Y espantóme la Bermuda
Cuando su costa corrí.

Joaquín Hazañas y la Rúa, eruditísimo comentador de la citada co-


media cervantina, ha recogido esas notas y otras más, que reproducimos
a continuación, para que se vea a dónde llego la tormentosa fama de la
vecina Antilla, en los siglos XVI y XVII, hasta reflejarse intensamente por la
literatura de entonces, no solo por Cervantes, sino por Lope de Vega,
Pedro Espinosa, Tirso de Molina, etcétera.
Véanse las glosas de Hazañas: «Pedro Ordóñez de Ceballos, en el
Viaje del mundo, reimpreso por nuestro docto amigo y compañero don
Manuel Serrano y Sanz en el tomo II de la Nueva Biblia de autores

32
Esta palabra antillana y precolombina, antaño se pronunció con hache aspirada, como
aún dice el guajiro criollo, juracán.

201
españoles, dice en el libro I, capitulo X, página 289, hablando de un
naufragio en la canal de Bahamas: “El piloto, con un suspiro salido de lo
último de sus entrañas, dijo: ‘Todo esto es aire, y no es pérdida, según la
que nos espera, porque por nuestros pecados nos ha castigado Dios en
echarnos de la isla de las Bermudas, ahora no hay esperanza, de salir
para siempre jamás, sino perecer, y lo peor será, de sed, que estaremos
rodeados de agua para más tormento y rabiando nuestras entrañas no
hallaremos una gota de agua.’ Y poco más adelante: ‘Hacia aquella par-
te de la isla no hay cosa viva, sino es un género de animalillos que se
dicen armadillos: es de tal constelación, que los pájaros que vienen de
otras islas en llegando a aquella se caen muertos, y el pescado que toca
allí en tierra, asimismo que la saca y resaca del mar dejaba siempre gran
cantidad. No hay leña ni árbol en toda la isla, y no falta leña de la que
arroja el mar, y como se sabe hay alguna que torciendo la punta de un
palillo sobre otro atravesado, a pocas vueltas sale lumbre’.”»
Pedro Espinosa, en El perro y la calentura, dice: «¡Ay de ti, mundo
ruin!... ¿Quién no se santigua de ti, como de la Bermuda?»
Don Felipe Pérez González, en sus notas y comentarios a El diablo
cojuelo, cita la siguiente palabra de la pícara Justina: «Ya, hermano
lector, yo adivino que en oyendo quién fue mi madre te has de santiguar
de mí, como de la Bermuda.»
Además, el soneto de Lope de Vega que empieza:

Yo no espero la flota, ni importuno


Al cielo, al mar, al viento por su ayuda,
Ni que segura pase la Bermuda
Sobre el azul tridente de Neptuno...

También los avisos históricos de Pellicer, que refiere una tempestad


horrible que se desencadenó en Las Bermudas el 7 de diciembre de
1641; y asimismo los versos de un navegante, escritos en 1626, publica-
dos en 1880 por el señor Fernández Duro, en el boletín de la Sociedad
Geográfica de Madrid, y que dicen:

Llegaron a la que muestra,


Porque puedan registrarse
Antes de verla cien leguas,

202
Fulminadas tempestades,
Que, envuelta en rayos de lluvia,
Escupe de sus umbrales
Sierras de agua a las estrellas,
Montes de espuma a los aires.
La Bermuda, al fin, no muda,
Pues con lóbregos celajes
Habla tanto, que la lloran
Infinitos navegantes.

Otra relación de tormentas en Las Bermudas, el 17 de abril de 1899,


que incluyó en sus Relaciones Cabrera de Córdoba, y los versos de
Tirso de Molina en la comedia La celosa de sí misma, jornada I, en la
que hablando de la calle Mayor de Madrid, dice:

Le advierte que es esta calle


La Canal de Bahamas...
Cada tienda es la Bermuda...

Bonilla, comentando la frase de El diablo cojuelo: «más ruido que


la Bermuda», dice que Luis Vélez de Guevara «hace alusión al formida-
ble estrépito que, según los navegantes, promovían las tempestades en
las costas de las Islas Bermudas», descubiertas por Juan Bermúdez
en el año 1522 en la mar del norte.33 Por tal circunstancia, las costas de
dicha isla eran consideradas como muy peligrosas, y las alusiones que a
ellas se hacen por los escritores son casi siempre en este sentido.34 Bonilla
recuerda también que Morel Fatio ha hecho notar que el asunto de La
tempestad, de Shakespeare, está tomado de un naufragio acaecido en
Las Bermudas en 1609.35
Sí era temida la Bermuda, centinela iracundo del canal de Bahamas,
por donde pasaba casi todo el comercio americano de España en aquellos
tiempos, después de salir la flota de La Habana, donde se concentra-
ban las naves que venían de Tampico, Veracruz, Portobelo, Cartagena,
33
Alcedo. Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales o América.
34
Julio Pujols y Alonso. Estudio crítico de «La pícara Justina». Madrid, 1912, t. III,
p. 126.
35
Bulletin Hispanique, t. V, 1903, pp. 307 y ss.

203
etcétera, con las riquezas de México, Perú y Costa Firme; también inspi-
raba miedo la costa floridana, que las flotas saludaban al salir de La
Habana para el canal bahameño. Por eso Cervantes aludió a la Florida
en sus transcritos versos de El rufián dichoso.
En cuanto a la Florida, al peligro de las tormentas y los barcos, se unía
el de los antropófagos, según dice Cervantes:

A donde contra natura


Es el cuerpo sepultura
Viva del cuerpo sin vida.

Cervantes debió tener en su mente la historia muy exagerada de los


indios caribes (de donde vino el vocablo caníbal), corrida por los espa-
ñoles, no solo porque realmente hubo tribus indias que practicaban el
canibalismo en sus ritos mágicos, sino porque tomaron erróneamente por
usos de antropofagia algunos ritos mortuorios, conservadores de crá-
neos y otras osamentas humanas, y, sobre todo porque la malicia codi-
ciosa fue apellidando como caribes feroces a muchos indios antillanos y
después a otros indios del continente para poder así sojuzgarlos y some-
terlos a servidumbres, de acuerdo con la disposición real que autorizó la
esclavitud de los indios que fuesen feroces y devoradores de gentes,
pero no la de los demás.
Esta ley y la necesidad, presto sentida, de repoblar de indios a Cuba
para el laboreo de las minas y las granjerías de los antiguos encomenderos
ya afincados, hicieron que fuesen traídos a Cuba numerosos indios no
cubanos, así de Costa Firme, como de las demás Antillas. Así, vinieron a
Cuba indios de esas regiones, y tan intensa fue esa ilícita inmigración de
trabajadores baratos (más de cuatro siglos después reproducidas aquí,
para dolor patrio, con la traída frecuente y también contrabandeada, de
negros haitianos y jamaicanos, que las denominaciones gentilicias de las
indiadas traídas a Cuba en servidumbre, pasaron a la toponimia cubana36
como Guanajos, Guanajay, Macurijes, Jíbaro, Guajiro, Taironas). Entre
estos indios no cubanos fueron traídos de los primeros los lucayos y los
floridanos, y para legitimar siquiera aparentemente esa inicua trata

36
Véase José A. Saco. «Historia de la esclavitud de los indios en el Nuevo Mundo».
Publicada en la Revista Bimestre Cubana, La Habana, vol. XLII, 1938, pp. 37-64.

204
esclavista interamericana, hubo que ejecutarlos como indios crueles y
dados a la antropofagia, aun cuando no se pueda hoy a la luz de la histo-
ria y de la etnografía, tener como acreditado y cierto el pretenso caniba-
lismo de la Florida y de los numerosos islotes y cayeríos que desde esa
costa, por Bimini, forman el arco septentrional del archipiélago antillano.
A este peligro que corrían los navegantes de caer en las «sepulturas
vivas» de los indios de Florida alude Cervantes en sus versos.
Pasados el océano y sus procelosos trances el marino español llega-
ba a Cádiz o a Sanlúcar y a Sevilla. No a otros puertos, salvo por arriba-
da venturera, porque a aquellos, o sea, Cádiz y Sevilla (ya que Sanlúcar
no fue sino escala obligada en la barra del Guadalquivir, hoy se diría un
subpuerto del sevillano), estuvo reservado durante mucho tiempo el mo-
nopolio del comercio marítimo de América, concentrado en la Casa de
Contratación de Indias, de Sevilla. De los tres puertos, dos eran en rea-
lidad los de arribo, tras los trabajos y peligros de los largos viajes a Indias,
Cádiz y Sanlúcar. Por ello, ambos fueron los indicados para que los na-
vegantes hispanos al pisar tierra de nuevo cumplieran la promesa
deprecatoria que la fe y el miedo habían inspirado y consagrado en jura-
mentos votivos. Y por eso, Cádiz y Sanlúcar enviaron a los principales
puertos de nuestra isla, junto con las carabelas y galeras, sus navegantes,
y con los navegantes sus devociones más arraigadas y las cristalizaciones
folclóricas de la religión. He aquí por qué nos llegó primero del Guadal-
quivir y de su atalaya, que es Sanlúcar, la fe en la Virgen de la Caridad,
cuya advocación, de una remota oriundez e illescana, afincó en El Co-
bre, o sea, junto al primer puerto importante del poblamiento, que lo fue
Santiago de Cuba, inmediato a su foco económico, que lo fueron las
minas cupríferas37 beneficiadas desde entonces. Por análogas causas, la
Virgen de Regla nos fue traída después de Cádiz, cuando la bahía gaditana
sucedió al arenal de Sevilla en el alijo de las barras preciosas y mercade-
rías americanas; pero ya no a Santiago, que se había desvalorizado, sino
a La Habana, que ya era La llave de las Indias.
Ese carácter marinesco de la Virgen entre los navegantes españoles
es, pues, indudable, y la fe de los mercantes hispanos en la Virgen regis-
37
Acerca de las Minas del Cobre, su descubrimiento y explotación, puede leerse con
provecho la obra de I. A. Wright. The Early History of Cuba (1916), y varios artículos
publicados por la dicha historiadora en la Reforma Social, La Habana, mayo de 1912 y
diciembre de 1919.

205
tra alguna otra aparición de imágenes marianas sobre las olas de los
mares de estas Indias.
Aún antes de la aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre, o sea,
ya en 1541, fray Tomás de Berlanga llevó de Panamá a España una
Virgen que se le apareció flotando en el mar encerrada en una caja. Esa
efigie está hoy en Medina de Río Seco y la llaman La Marinera.38
Recordemos las reiteradas y misteriosas traslaciones de lugar que
hizo la Virgen de la Caridad del Cobre hasta indicar por ese medio dónde
debía ser construida su morada.
La proclividad de la Virgen del Cobre a las desapariciones nocturnas
no cesó después de instalada en su templo, pues se cuenta por Fonseca
que el primer ermitaño de la Virgen, Matías de Olivera, la trataba con tanta
devoción y familiaridad que los testigos afirmaban después de hacer la
relación jurada, «que fue tanta la familiaridad con ella, y su oración tan
continua, que oyeron hablaba con la divina Señora, y principalmente en
una ocasión que le decía, con algún género de celo, cuidado y sentimiento:
“¿De dónde venís, Señora, con la ropa tan mojada? ¿En donde habéis
estado toda la noche, que no os he visto en vuestro altar?”, dando a enten-
der con esto la privanza que tenía con ella; haciéndole también manifiestos
tan grandes prodigios, sin ocultársele visiones tan maravillosas».39
Puede darse también como elemento tradicionalista hispánico el de
esas repentinas andanzas misteriosas de la Virgen cobrera.
Esas desapariciones milagrosas son frecuentes en las aparecidas
del mundo hispánico. Tales episodios se encuentran, por ejemplo, en las
leyendas de las imágenes de las vírgenes de Aránzazu, en Guipúzcoa;
del Risco, en Ávila; de los Llanos, en la Alcarria; de la Asunción, en
Elche; de Monserrat, en Barcelona; de la Alcorada, en la Valencia; de
la Peña, en Aguilar; Sixena, en Aragón; de la Huerta, en Huesca; de la
Huerta, en Magallón; y Sariñena,40 etcétera.
También tuvo milagrosas desapariciones y reapariciones la esta-
tua de Nuestra Señora de Guía, en Corcova.41
En Cartago (Costa Rica) la Virgen que allí se venera desde 1643,
también por tres veces manifestó su voluntad en esa forma ambulatoria.42
38
Conde de Fabraquer. Ob. cit., p. 409.
39
[B. Ramírez. Ed. cit., p. 45.]
40
Pallés, Fabraquer y Lafuente.
41
J. Pallés. Ob. cit., t. IV, p. 104.
42
Ch. H. M. Skinner. Myths and Legends..., p. 99.

206
La Virgen de la Nave, en Sixena, no solo desaparece tres veces como
la de El Cobre, sino que al reaparecer «traía sus vestidos mojados y con
arenilla», como si hubiere atravesado mares y playas,42 tal como se dijo
de la imagen cubana.
La intervención de la niña visionaria Apolonia también tiene antece-
dentes en España, y en el resto de Europa es frecuente el hallazgo mila-
groso se verifique por medio de intermediarios.
Soloni dice: «Como en el caso de Nuestra Señora de Lourdes tene-
mos a la pequeña Bernardetta, y el de Guadalupe, al niño Juan; en el de
la Virgen del Cobre hay una niña llamada Apolonia, quien yendo un día a
buscar a su madre vio la imagen en un cerro, entre la población y la mina,
donde por “la divina” debía edificarse el santuario.»43
Es muy significativa en la devoción de la Virgen del Cobre la fre-
cuencia de los elementos tradicionales o emblemáticos de carácter
ternario.
La insistencia de estos elementos ternarios, en la tradición de la Vir-
gen cobrera ha llamado la atención de los mismos capellanes custodios
de la imagen y de sus leyendas.
Ya hemos dicho que Bravo notó esa triplicidad característica. Fonseca
fue más maravillado aún y escribió como sigue: «Antes de pasar adelante
respecto a esta historia, se hace preciso detenerse en ciertas circunstan-
cias que se han notado en ella. Porque a la verdad, o son misteriosas, o las
casualidades se han de acomodar a los claros objetos que vemos; espero
se creen, que así como Dios quiso que en su Madre Santísima fuera
templo y depósito de la Trinidad augusta, a quien escogió el Padre por
hija, el Espíritu Santo, por esposa y el verbo empleado, por madre;
quiso del mismo modo, para quitar las dudas que pudieran tener los gen-
tiles, manifestar que era pura y limpia sin manchas, concebida desde ab
eterno; como también para que se satisficiera de las atenciones con que
la Santísima Trinidad la miraba desde la eternidad de los tiempos, seña-
lando claramente aún en su santísima imagen de la Caridad todos los
pasos acontecidos en su admirable y portentosa aparición aumentándose
por tres veces, y en la última de estas fue colocada en el postrer templo
que se la hizo en el que al presente se halla.

42
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 141.
43
[F. Soloni. Ob. cit., p. 152.]

207
»Antes de aparecerse María Santísima en la bahía de Nipe, previno
que tres hombres fueran testigos del caso, Rodrigo y Juan de Joyos,
hermanos, y Juan Moreno; estos no pudieron romper las impetuosas
olas del mar hasta el tercero día de haber salido en pos de sal (después
de haber llegado a la Vigía) y que se serenó el tiempo en cuyo viaje
lograron el hallazgo de Nuestra Señora; y al llegar a la salina, no cogie-
ron más que tres tercios de la sal que buscaban,44 que habiendo vuelto al
hato de Barajagua con la Santísima Virgen, desapareció tres noches de
la ermita en donde se colocó.
»Trasladada de allí al Real de Minas del Cobre, estuvo tres años,
según opinan algunos, en la iglesia parroquial del pueblo, y queriendo
Dios, a nuestro parecer, que se la hiciera otro templo separado de la
parroquial, se propusieron tres lugares para verificarlo, mas estando
discordes.
»Las opiniones sin asegurar en el que se había de formar, acordaron
decir una misa al Espíritu Santo, para que decidiera el sitio, y en la noche
del mismo día en que se celebró el santo sacrificio, señalaron sobre el
cerro tres columna de fuego, a manera de cometas, el paraje donde
había de fabricar, dos noches más, fuera de la primera, o sea, tres no-
ches, se vio la misma visión en aquel paraje, razón por que se decidió
colocar allí la milagrosa Virgen, y al efecto se construyó un bonito templo
bajo la tutela de la Santísima Trinidad, que es la iglesia en donde hoy se
adora con placer y admiración de tan religioso vecindario. Finalmente,
vistas estas maravillas, considere cada una si son o no misteriosas, ello
es que hace fuerza ver el número tres tan acorde en la historia, y así,
dispuestas de este modo las cosas, no nos hace novedad cuando sabemos
qué honras puede hacer Dios en los cielos y en la tierra conferida, a María
Santísima, puesto que la ha elevado al grado más sublime de gracia y
virtud, luego no es mucho que la Trinidad augusta haga unas demostracio-
nes y enigmas, para que conozcan claramente los hombres el aprecio y
amor con que la trata, y la virtud que de su poder la comunica.»45
Del propio texto del capellán Fonseca se deduce la procedencia de
esos elementos ternarios del dogma católico de Dios Trino y de las co-
nexiones eviternas de la Trinidad con la Virgen Madre Deípara. No eran,

44
Ya vimos cómo, según Bravo, recogieron nueve tercios, o sea, tres veces tres tercios. El
carácter se acentúa así.
45
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 28 y 29.]

208
pues, de extrañar. Pero ya se verá cómo todas esas alegorías trimembres
arrancan de más remotas fuentes paganas y animistas.
Fray Paulino Álvarez compuso hace pocos años un triduo de preces
a la Virgen de la Caridad del Cobre, y da como razones que inspiraron su
devota composición triduana, esos elementos ternarios en la tradición
hagiográfica, como son: los tres salineros en la canoa, los tres días que
estuvieron en Nipe, los tres tercios de sal que recogieron, las tres des-
apariciones de la imagen, los tres sitios en que fue venerada, los tres
años que estuvo en la iglesia del Real de Minas y las tres luces que se
aparecieron durante tres noches.46
En la devoción de El Cobre, la conexión de la Virgen con la Trinidad
es peculiarmente tradicional.
El padre Paulino refiriéndose al santuario, dice: «Quedando allí la
Virgen bajo la custodia de la Santísima Trinidad, cuya augusta imagen,
estampada en un hermoso óvalo, se colocó también en la parte más
superior del expresado altar, no solo en observancia de lo que se practica
en el santuario del Cobre, sino para demostrar igualmente que la trinidad
augusta ha honrado en todas ocasiones a la Madre de Dios, pues no
hubo acto ni circunstancia de su admirable aparición que no fuese mar-
cado con el misterioso número tres, principiando por haber sido tres los
felices individuos a quienes se apareció en el mar, como una señal del
cielo, y continuando la misma cualidad de triplicarse los actos y demás
pasos de todo lo acaecido, hasta quedar colocada en el referido santua-
rio de El Cobre.»47
El episcopado de Cuba ha introducido un nuevo elemento emblemáti-
co en el culto del santuario del Cobre. Al pedir fondos para la recons-
trucción del templo de la Virgen, proponía que ante la imagen ardieran
seis lámparas y que la nueva iglesia tendría seis capillas, como seis son
las provincias cubanas48 pero, como se ve, no tiene carácter ternario
(2 x 3), sino por fortuita circunstancia.
Estos elementos ternarios en el culto de la Virgen del Cobre son
frecuentísimos en todo culto mariano. Como dice Lafuente, en más de

46
Paulino Álvarez. Breve historia de la Virgen de la Caridad del Cobre, seguido de un
triduo y novena. Ed. cit., p. 77.
47
Ibídem, p. 121.
48
Ibidem, p. 17.

209
cien leyendas marianas se encuentran tres avisos anunciadores de la
invención de la imagen, tres incredulidades de los devotos, tres fugas de
la Virgen, etcétera.49
Recuérdese en América la leyenda de la Virgen de Guadalupe y sus
tres apariciones al indio mexicano, antes de retratarse en su manta.
En la peana de la Virgen del Cobre a veces se han colocado las
cabezas aladas de tres querubines, pero otras veces, en estatuas y pintu-
ras, ha tenido más de tres o han sido suprimidas. No se trata de otro
elemento emblemático de carácter ternario, que sea definitivamente fija-
do, como ocurre en otras imágenes marianas, tales, por ejemplo, en la de
Covadonga.50
Los serafines o querubes que suelen figurar en la peana de la Virgen
del Cobre, como en otras imágenes marianas, traducen simplemente el
dicho de santo Tomás, el teólogo aquinatense, cuando vio a María «sobre
los coros angélicos.»

49
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 281.
50
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 28.

210
Capítulo X

Sumario: Los símbolos de la Virgen del Cobre y de la de Illescas. Sus


nimbos. La canoa de la Virgen del Cobre. Los tres Juanes. Sus va-
riantes. La semiluna al pie de ambas imágenes: supraversa en la de
Illescas, infraversa en la de El Cobre. El creciente en las imágenes
marianas. Símbolo apocalíptico. La Virgen del Cobre tiene hoy los
dos crecientes: el montante y el ranversado. ¿Influencia heráldica?
¿Influencias históricas? La Virgen del Cobre es la única que lleva
la luna con las puntas hacia abajo. Su explicación. Su gran tama-
ño. La estrella en la frente.

Es importante para distinguir entre sí las imágenes de La Caridad, fijar la


atención sobre los elementos decorativos y emblemáticos que desde an-
tiguo le han sido yuxtapuestos.
Hoy día, ambas vírgenes de la Caridad se distinguen por un nimbo o
halo en forma de herradura que se extiende de un lado al otro de cada
imagen. Pero este símbolo decorativo es diverso en una y otra imagen.
En la de Cuba, el halo dorado surge de la cintura; en la de Castilla nace
de la peana. Y también son diversos en el diseño, como puede obser-
varse fácilmente comparando los grabados que acompañan esta mo-
nografía. Pero, además, ese halo no puede tenerse por característico
de ninguna de ambas imágenes, pues no solo varía, al menos en las
representaciones de la Virgen del Cobre, sino que es común a muchas
efigies de María, derivado de la visión en el Apocalipsis de san Juan, de
una mujer «vestida de sol».

211
El halo o nimbo celestial, simulado en plata repujada, que adorna ac-
tualmente en su altar a La Caridad de Illescas,1 como en forma parecida
a la de El Cobre, y a otras vírgenes, no es adorno simbólico muy antiguo,
ni fijo. En uno de los viejos cuadros al óleo de la sacristía de Illescas, el
nimbo aparece limitado a circundar la cabeza de la imagen. En el cuadro
posterior ya se ha extendido a todo el cuerpo, como llamas, destellos y
querubines, como ahora subsiste en la imagen de Illescas. De la imagen
de El Cobre tenemos estampas sin esa silueta luminosa. No la tiene la
Virgen de la Caridad de Sanlúcar de Barrameda.
Convengamos, pues, en que la variabilidad de esos nimbos y su
simbolismo general en las imágenes católicas de la Madre de Dios, como
derivaciones del Apocalipsis, hace que aquellos no tengan valor alguno
característico de unas u otras efigies.
El principal atributo emblemático de la Virgen de la Caridad del Co-
bre es hoy día la canoa con los tres Juanes. Este atributo no lo ostenta la
efigie de Illescas, ni ninguna otra imagen mariana, por ser debido a una
tradición peculiar de estricto carácter local.
Pero precisamente por ser la canoa con los tres Juanes un elemento
de carácter criollo, superpuesto a los elementos hispánicos que trajo con-
sigo la imagen cuando su legendaria aparición, nada puede probar en
contra ni en pro de su alegada oriundez castellana.
En la más popular y folclórica oración a la Virgen del Cobre,2 se lee
que los nombres de los tres Juanes fueron Juan Odio (sic.), Juan Indio
y Juan Esclavo.
Este accesorio emblemático se representa hoy, por lo común, me-
diante una canoa y los tres Juanes. En ella la canoa a veces se con-
vierte en otra maravilla de forma más civilizada, una barca, un bote ya
con quilla arqueada, etc. Lo adecuado es la canoa, porque esas embar-
caciones construidas por los indios en un tronco de árbol eran aún
frecuentes en aquellos tiempos lejanos y porque no es de presumir que
entonces hubiera otros bajeles más perfectos y, por tanto, más raros en
las riberas de Nipe para uno de tres humildes como los tres Juanes. La
tradición exige, pues, en su pureza que no se trueque la canoa india por

1
En el cual van hoy insertos diminutos bombillos eléctricos que brillan más que la plata.
2
Según se dice en el pie de imprenta de la hoja estampada: «Véndese o imprímese en la
imprenta El Arte. Monte 78. Teléfono A-4487. Habana.»

212
otro barquichuelo anacrónico. En verdad que ese cambio de la canoa
se debe por lo general a que no habiendo ya canoas, los imagineros
locales, y aun los europeos, alejados de nuestra historia tanto como de
nuestro país, no saben dibujar una canoa; pero el esfuerzo no es tan
extraordinario que no deba ser exigido. Dicho quede esto para los que
opinen, conjuntamente con el autor de estas líneas, que la Virgen cobrera
deberá ser cubanizada más y más, en sus elementos plásticos y espiri-
tuales, especialmente en aquellos en que es indudable su historia o
tradicional cubanidad.
En dicha canoa van tres figuras humanas. Generalmente dos van
remando y una arrodillada orando a la Virgen. La posición de los tres
hombres carece de significado peculiar; pero es de interés analizar quié-
nes son esos tres personajes, lo que no deja de ofrecer dificultades, por
las transformaciones que el folclor ha ido dando a esas tres figuras hu-
manas, que hoy se conocen por los tres Juanes.
Ya se ha señalado, cómo en la tradición que llamaríamos oficial, de
Onofre de Fonseca, se dice que en la canoa fueron tres personas: dos
indios hermanos llamados respectivamente Rodrigo y Juan Joyos y un
negrito criollo, llamado Juan Moreno. Este es el dato fundamental, del
que no deben salirse los hagiógrafos, so pena de caer en mixtificaciones
caprichosas.
Como puede observarse, esos tres personajes en cuanto a su natura-
leza son todos ellos cubanos indígenas; no hay entre ellos ningún aliení-
gena, ni español ni de ningún otro país. Los dos indios, dice Fonseca, son
naturales del país, y el negrito es criollo del referido pueblo de El
Cobre, o, lo que es igual, cobrero nativo.
En cuanto a su raza, los tres canoeros se dividían en solo dos clases;
la representación de la raza cobriza de América, por dos indios, la de la
raza negra de África, por un negrito.
Los indios, según el uso de sus cristianizadores, llevaban nombres y
apellidos castellanos: Rodrigo y Juan fueron sus nombres, traídos de
santos católicos, y De Joyos su apellido, tomado probablemente de al-
gún encomendero o amo a cuyo cargo fueron puestos ellos o quizás sus
antepasados. El negrito era descastado, pues aun cuando se le decía
Juan, su apelativo de Moreno más debe ser interpretado como expre-
sión corriente de su raza negra, que aquí, como antes en Andalucía, se ha
dicho moreno y no negro, por eufemismo benevolente.

213
Por sus nombres se ve que solo hubo dos Juanes (el indio Juan de
Hoyos y el negrito Juan Moreno) pues el otro personaje, indio, se llamó
Rodrigo.
En cuanto a su edad solo puede señalarse la plena visibilidad de los
dos indios y la puericia del negrito.
Tocante a su profesión nada definido sabemos sino que eran trabaja-
dores, acaso siervos de las minas, o quizás horros al servicio de la admi-
nistración.3 Las complicaciones referente al régimen de trabajo organi-
zado entonces para las razas dominadas de Cuba, pasó para la autóctona
como para la traída de África, nos excusará de una digresión, bastándo-
nos decir que parece indudable que en una u otra forma de supeditación
social y económica, los tres famosos halladores de la Virgen del Cobre
fueron humildes trabajadores de las minas o, cuando menos, afectos a su
organización industrial.

3
[Olga Portuondo ofrece interesantes datos sobre Juan Moreno: «En el inventario de los
esclavos que el comisionado Pedro Baraona lleva a cabo en 1608, entre los criollitos
nacidos en cautiverio relaciona un negro de cuatro años con el nombre de Juan.
»Otros inventarios de las minas, lo mencionan a diferentes edades. Al menos, en 1666,
tenía dos hijos, Fabián de 16 y Fausto, de 14 años. En 1677 se dice que está casado con
la parda María de los Reyes, apellido que sugiere ascendencia aborigen. En 1648, tenía
solo 44 años y era mayoral en las excavaciones del cerro, uno entre los más de cien
esclavos que conformaban la comunidad cobrera, capitaneada por un tal Francisco de
más de sesenta años. En 1677, ya era capitán de las milicias de la comunidad.» Véase su
libro La Virgen de la Caridad de Cobre: símbolo de cubanía. Editorial Oriente, Santiago
de Cuba, 2001, pp. 112-113.
A estos datos que relaciona Olga Portuondo se les pueden añadir los que el propio Juan
Moreno declara en 1687 cuando narra el suceso de la Aparición de la Virgen de la
Caridad. Era capitán de milicias, natural de El Cobre, negro, esclavo, casado y de
85 años.
En otro documento de la época, las cartas que Juan Moreno envía a Su Majestad el rey
en 1677 para solicitar que no trasladen a La Habana a los esclavos de las minas, pode-
mos apreciar que gozaba de liderazgo para poder escribirle al rey en nombre todos los
negros criollos y mulatos de la villa. También como capitán de milicias, criollo, que
respondía a las órdenes del capitán don Francisco Salazar y Acuña, prestó numerosos
servicios, entre ellos, trabajó en las minas de El Cobre, en la construcción de El Morro
(San Pedro de la Roca), defendió las costas de la isla de las incursiones enemigas, así
como apresó a esclavos fugitivos y apalencados. Véase «Dos cartas de Juan Moreno en
1677», en La Virgen del Caridad de Cobre: símbolo de cubanía. Ed. cit., pp. 193-197.]

214
Esta tradición, de elementos bien precisos en cuanto a esas tres perso-
nas,4 ha sufrido transformaciones folclóricas.
En el libro inédito del capellán Bravo ya se cambian los nombres de
los dos indios, y en vez de llamarlos, como Fonseca, Rodrigo de Hoyos
el uno y Juan de Hoyos el otro, los nombra Juan Diego y Juan Hoyo.
Podemos, pues, asegurar que ya en el siglo XVIII, cuando escribió el ba-
chiller Bravo, ya había surgido la tradición de los tres Juanes, de marca-
do sabor folclórico, por desdoblamiento del nombre Rodrigo en Juan
Diego. Este Diego, hasta ahora desconocido, parece ser una supervi-
vencia fonética desvanecente de Rodrigo.5
La raza de los tres canoeros de Nipe ha cambiado también. Hoy, en
general, sin excepción, figuran los tres Juanes como un blanco, un indio
y un negro, dándoseles nombres fantásticos, alejados de la fuente tradi-
cional, que quieren significar esos tres matices étnicos.
Nótese, también, cómo los estamperos e imagineros han olvidado
casi totalmente la condición cobriza de los indios cubanos. Dentro de la
leyenda de los tres Juanes, uno de estos al menos, y dos en realidad,
debieron ser representados por hombres de pigmentación cobriza y de
indumentos más emblemáticos. Lo común es que en las estatuas y
estampas de la Virgen del Cobre solo aparezcan, además del repetido
negrito, dos blancos, uno de ellos barbudo para más representar su
casta caucásica, y el otro lampiño, único carácter fácil que lo aproxima
al indio.
Sería de desear que por respeto a la tradición ortodoxa y a la cubanidad
debida, las autoridades eclesiásticas influyeran en el restablecimiento de
la pureza tradicional, volviendo la imaginería a la narración de Fonseca, o
sea con dos indios, que podrían representarse semidesnudos para mos-
trar la coloración amembrillada propia de los indocubanos, y un negrito.
Esos tres Juanes serán muy folclóricos pero son falsos. Verdad es, no
pocos dirán, que esos tres Juanes tienen más sentido religioso o ecumé-
nico que solos los dos indios y el negro. ¿Iba a ser excluido el blanco del
favor celestial?
4
Gerardo Castellanos solo cita a dos: Juan Hoyo y Juan Esclavo, pero fácilmente se
comprende de la lectura del texto, que no aspira a ser histórico. (Gerardo Castellanos G.
Apuntes de un viaje por el Cacicazgo de Cueiba. La Habana, 1929, p. 45.)
5
La variación del apellido Joyos en Hoyos, obedece solo a un simple cambio de la
pronunciación y de ortografía en el castellano de aquellos siglos.

215
Aquí se nota que el primer navegante es Juan Odio en compañía de
Rodrigo Hoyos, habiendo ya desaparecido todo vestigio de Rodrigo y
Diego, por el predominio popular de los tres Juanes. El segundo salinero
es Juan Indio, eliminándose de él todo apellido castellano que pudiera
encubrir su carácter racial. El tercero es Juan Esclavo, y aquí el apela-
tivo Moreno se trueca en Esclavo que no solo indica prácticamente la
raza, puesto que esclavo y negro fueron casi sinónimos, sino que denota
su posición social. Digamos, empero, que nada justifica el blanqueamien-
to de uno de los dos indios históricos; ni su apelativo Odio, probable
corrupción fonética de Hoyos; ni la supresión del apellido del otro indio;
ni la esclavización del morenito, porque no se sabe que fuese realmente
esclavo, aun cuando no cabe dudar que lo probable es que lo fuese.
Se observa que el pueblo cubano ha querido simbolizar en los tres
Juanes, los tres elementos raciales integrantes de Cuba, hasta que se
sumó a ese mosaico, la otra gran raza que faltaba, o sea, la amarilla,
representada por los chinos.
Uno de los elementos diferenciales más característicos entre La Ca-
ridad cisatlántica del Cobre y las homónimas imágenes ultratlánticas de
Illescas, Sanlúcar, etc., es el de la semiluna, que la Virgen cubana lleva a
sus pies, comparado ese emblema con los que ostentan las efigies espa-
ñolas de igual advocación.
Alguna de esta, ya lo hemos dicho, como la de Sanlúcar, no lleva luna
alguna a los pies de la imagen, reducida a una simple representación
antropomorfa y femenina con parámetros reales y majestáticos, hasta
sin Niño Jesús, ni objeto alguno en sus manos, las cuales aparecen caí-
das. (Ver figura 5.)
Esta imagen sanluqueña es reconocidamente hija de la illescana; sin
embargo, no presenta los más característicos elementos emblemáticos o
complementarios de la de Illescas. Esto probará, sin duda, que la deriva-
ción de una advocación a otra no arrastra siempre y necesariamente en
su imaginería representativa otros elementos que no sean los esenciales,
y que, por tanto, ningún elemento de la advocación originaria de Illescas
es esencial en su significado, fuera de la figuración humana de la Virgen,
cuyo reinado celestial se simboliza con los paramentos de la realeza y, a
veces, con el halo solar alrededor de su cuerpo o al menos, de su rostro.
Es casi seguro que la estatua de Illescas no ostenta en su talla el
símbolo lunar; lo que no podemos asegurar por no haberlo podido ver por

216
debajo de los tafetanes que tiene clavados, y quizás por eso tampoco lo
lleva la sanluqueña.
Pero sí lo tiene actualmente La Caridad de Illescas, como también la
cubana. Cuando en 1884 se recompuso la imagen de Illescas, acaso se
modificó esa media luna de plata que luce a los pies de la imagen, pues
muchas piezas decorativas de la Virgen fueron aumentadas en esa oca-
sión, según cuenta el presbítero Quintanilla; pero más que ese emblema
semilunar es propio de la imagen illescana, al menos desde el siglo XVII,
pues ya se descubre en uno de los dos viejos cuadros al óleo que, con la
Virgen de la Caridad y la luna a sus pies, se conservan en la sacristía del
santuario.
Actualmente, ambas imágenes de La Caridad tienen como símbolo
yuxtapuesto a su figura humana y fija bajo sus pies, una semiluna, o sea,
un signo representativo del satélite lunar, tal como aparece a la simple
vista humana en su cuarto creciente, como espacio iluminado o brillante,
limitado por dos arcos intersecantes de silueta cornial.
Esas semilunas están fijas, así en la estatua de Illescas como en la de
El Cobre, en sus respectivas peanas. Pero en esas dos peanas lunadas la
posición del creciente es totalmente distinta. En La Caridad de Illescas
la semiluna presenta los vértices de sus ángulos corniformes dirigidos
hacia arriba; en cambio, la imagen de La Caridad del Cobre los tiene ha-
cia abajo. La semiluna de Illescas mira hacia el cielo, es supraversa; la
del Cobre apunta hacia la tierra, es infraversa.
Traduciendo esto a los términos de la tradición heráldica, podemos
decir que la media luna de la Virgen de Illescas es un creciente montan-
te, que si estuviera en un escudo tendría sus puntos hacia el jefe; y la
luna de la Virgen del Cobre es un creciente ranversado, pues sus cuer-
nos se dirigen hacia la punta del blasón.
En los dos ya citados cuadros de la Virgen en la sacristía del santua-
rio de Illescas, el creciente que aquella tiene a sus pies es de forma
montante o supraversa. La Virgen de Illescas sigue la tradición y
simbolismo complementario de muchas otras figuras marianas de Espa-
ña, donde se ve el creciente montante, tales como en la Begoña (Bil-
bao), la de la Luz (Cuenca), la de la Fuencisla (Segovia), la de la
Fuensanta (Murcia), la del Honor (Cuéllar), la de las Hermitas (Orense),
la de los Remedios (Madrid), la de la Piedad (Baza), la del Rosario o
Marinera (Medina de Río Seco), la de la Almudena (Madrid), etc. Pero

217
no sabemos de ninguna como la de La Caridad del Cobre,6 con el cre-
ciente lunar en forma ranversada o infraversa, o cornibajo.
En las otras antiguas imágenes en Cuba, que llevan calzada una me-
dia luna, esta es siempre montante o cornialta.
Por ejemplo, la imagen de María, en su misterio de la Asunción, que
figura en el escudo de armas concedido en Bayamo por real cédula de
9 de enero de 1517, muestra la semiluna que está al pie de la efigie en
forma supraversa.7 Así sucede también con la Virgen de Regla. (Ver
figura 17, al final.)
La semiluna infraversa, característica de la Virgen del Cobre, se ob-
serva en todas las figuraciones de esta que nos son conocidas. Es su
símbolo más genuino. Y que este singular emblema es antiguo se prueba
con la lámina, dibujada a mano, de Nuestra Señora de la Caridad, que
consta frente a la portada del manuscrito del capellán Bravo, donde tam-
bién se ve la semiluna con las puntas hacia abajo. Recuérdese que la
fecha de esa lámina es al menos la del manuscrito que ella acompaña,
la de 1766, y es, salvo mejor juicio, la más antigua que se tiene.
Ese detalle característico de la Virgen del Cobre persiste en todas
sus figuraciones posteriores.
Ese creciente cornibajo es tan característico como el mar y la canoa
con los tres Juanes, tanto que no lo olvidan nunca los tatuadores de los
6
[Ortiz redacta este capítulo antes de que Ezequiel García Enseñat publicara su artículo
«La media luna de la imagen de la Caridad del Cobre» en la revista Archivos del Folklore
Cubano. En una nota al final del artículo Ortiz agradece su contribución en la dilucida-
ción del símbolo lunar en la imagen cobrera. Ezequiel enumera las siguientes vírgenes
con el creciente lunar cornibajo: «La Concepción de la villa de Alhendín (Granada),
primera obra importante de Pedro de Mena (…) el mismo artista produjo la Purísima de
la catedral de Córdoba; la de la iglesia de san Nicolás en Murcia; la del templo de san
Juan Bautista, en Marchena y una de Valencia, de colección particular.
»Alonso también la dispuso hacia abajo en la Inmaculada de la catedral de Sevilla (capilla
de la concepción grande); así como Rubens en la coronación, del museo de Bruselas.
»En México he visto asimismo algunas en posición semejante: la Virgen de la Sirena, de
Echave el viejo (Museo de la Academia de Bellas Artes); una Virgen del Carmen, del
pintor español Jimeno y Planas, y en Puebla, una Concepción, de Diego de Borgraf
(flamenco) y otra tallada en madera por Tolsa.
»Por último recordaré la Inmaculada, también en madera, policroma, que hizo Sansó
para la iglesia de la Concepción en Barcelona.» Véase Revista Archivos del Folklore
Cubano, La Habana, vol. V, No. 1, enero-marzo, 1930, p. 32.]
7
Véase en R. V. Rousset. Historial de Cuba. Librería Cervantes, La Habana, 1918, t. III,
p. 155.

218
criminales cubanos, al marcarlos perennemente con la imagen de la Vir-
gen prieta. Se equivocarán colocando al Niño Jesús en el brazo derecho
de la Virgen, en vez del izquierdo, pero no en cuanto a la semiluna
infraversa y a la canoa. A veces, por razones de simplicidad en el diseño,
hasta el símbolo de la canoa y sus tres Juanes es omitido; pero nunca
desaparece el de la ranversada cornamenta lunar.

Fig. 11. Tatuaje. Niño Jesús en el brazo Fig. 12. Tatuaje de la Virgen del Cobre.
derecho de la Virgen de la Caridad del Cobre.

Pero debemos ahora hacer una aclaración, que es una rectificación


aparente.
En varias laminas representativas de la Virgen de la Caridad, de me-
diados del siglo pasado, hemos observado dos lunas, una grande e
infraversa sobre la cual parece apoyar sus pies la imagen, y otra
supraversa y mucho más pequeña. (Ver figura 13, al final.)
Aquella semiluna ofrece todos los caracteres de ser la principal y
típica, pues su tamaño y colocación evidencian un sentido primordial en
el simbolismo; la segunda semiluna está en la peana, algo distante de la
Virgen, próxima a uno de los varios querubines alados de la peana dora-
da. Aquel creciente en el centro de su arco semilunar lleva un circulito

219
Fig. 14. Imagen de la Virgen de la
Caridad del santuario de El Cobre.

rojo, como imitando una piedra preciosa engastada en oro de la peana.


Esta semiluna, pues, aun cuando sin apartarse de los simbolismos pro-
pios de la Virgen, no representa el principal emblema. O lo que es lo
mismo, ese pequeño creciente montante de la peana puede ser luna de la
visión apocalíptica, en la que se ve a la Gran Mujer Madre precisamente
calzada por la luna, pero en cuanto a la Virgen del Cobre, esta parece
apoyar sus pies sobre la otra media luna, la ranversada.
En una lámina de la imagen cobrera que trae fray Paulino Álvarez,8
en la peana aparece el querubín con la pequeña semiluna supraversa, y a
los pies de la Virgen el gran creciente infraverso característico, como
sucede en las litografías de la obra marial de Vicente Lafuente.
También la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, como real-
mente se exhibe a la devoción en su santuario, no tiene una semiluna,

8
Ob. cit., p. 32.

220
tiene dos, tiene a sus pies dos crecientes, uno, el mayor, que es su símbo-
lo típico, en forma ranversada, y, dentro de este, otro creciente pequeño
en forma de montante.
La Virgen del Cobre popularmente está, pues, singularizada por su
semiluna infraversa, que aparece como un caso único y, salvo una expli-
cación que satisfaga, como una expresión absurda de simbolismo
cacográfico.
¿Ha tenido siempre ambas lunas? Puede afirmarse rotundamente
que no.
La imagen de La Caridad del Cobre tenía antaño una sola semiluna,
como fue muy común en las efigies marianas españolas, aunque, y esto
constituye su principal característica, en posición infraversa, al revés de
la supraversa usada en España. Así puede observarse en muchas de las
figuras y estampas de la Virgen que hemos tenido a la vista, a partir de la
que lleva el libro manuscrito del bachiller Julián J. Bravo, que es de 1766,
o sea, la más antigua que ha llegado a nosotros.

Fig. 15. Dibujo realizado por el capellán Julián Joseph


Bravo, en 1766.

221
Nótese que el pueblo cubano en sus tatuajes y representaciones vul-
gares de la Virgen del Cobre, jamás reproduce el crecimiento montante
de la peana; solo figura el ranversado, que es el característico.
Queremos sugerir una explicación muy simple de esa actual duplici-
dad, sin sentido lógico ni estético. Debe de ser quizás atribuida a inadver-
tencia del dibujante que la diseñó en el extranjero a mediados del siglo
pasado, y que fue acaso reproducida por el imaginero que recompuso la
imagen de la Virgen del Cobre, reajustando sus restos, después de haber
sido destrozada por los ladrones que violaron su santuario y la robaron y
desbarataron en 1899.9
9
[Este insólito hecho, que indignó a los cubanos, se reflejó en la prensa de la época. El
periódico local de Santiago de Cuba, Independiente, publicó el lunes 15 de mayo de
1899, bajo el título «El robo del Cobre» la siguiente nota: «El individuo, preso por los
vecinos del Cobre que salieron en persecución de los que cometieron el robo en el
santuario de la Virgen se llama Antonio García Figueroa, natural de Guadalajara, México;
ha estado preso en otras ocasiones por robo; fue guerrillero español, de profesión pintor
y cocinero; según ha dicho, ahora se encuentra en El Cobre buscando colocación de
cocinero; últimamente ha estado colocado con los norteamericanos.» El sábado 20
de mayo se ofrecen nuevas informaciones sobre el «Robo de la Virgen de la Caridad del
Cobre» y se da a conocer que: «El jefe de la Policía secreta Francisco Gutiérrez tenía
noticias desde el mediodía de ayer que las prendas robadas en la villa de El Cobre
se encontraban en esta ciudad… Acompañado con otros guardias (recibió un aviso) se
dirigió a la calle alta de Santa Lucía y en las ruinas de una casa encontró envueltas en un
paño las prendas.
»Inventario. Con un paño perteneciente a la iglesia de san Francisco, se halló la custodia
con una sola esmeralda. En un papel, partes del resplandor hecho 40 pedazos de
distintos tamaños, de oro. Parte de la María que se hallaba sobre de esta con 11 esme-
raldas. Dos fuerzas de plata para sostener el resplandor y la corona.
»En otro papel 5 esmeraldas sueltas, un granate y una amatista, 5 piezas de oro, una de
ellas con 16 esmeraldas, otra con 2, otra con 2, otra con 3, otra con 8, tres pequeñas
sueltas, otra con 8 y 21 perlas. Varios adornos de custodia y dos media lunas de oro
partidas.»
Estas noticias acaparaban la atención de la opinión pública de la región. Y finalmente el
lunes 21 de mayo fue encontrada la cabeza por el jefe de la Policía en la mina cerca del
santuario. El jefe de la Policía de Santiago retuvo por un tiempo la cabeza de la santa
imagen en su casa, suceso que fue motivo de una crónica el martes 22 en la sección del
periódico Independiente. Aquí se lee: «Durante la noche de ayer se ha visto visitada la
morada del Sr. Gutiérrez, jefe de la Policía secreta de esta ciudad, para ver la cabeza.»
Días después fueron arrestados dos ciudadanos involucrados en el robo, uno de origen
español y otro cubano. En septiembre de ese mismo año de 1899, se preparó en el
santuario de El Cobre, con todos los honores, una procesión de desagravio.]

222
Observamos que el pequeño creciente montante va en la peana.
Debió de fijarse allí por el artista extranjero que dibujó ese pedestal,
reproduciendo el símbolo semilunar propio de las imágenes de la
Inmaculada, sin reparar en lo característico de la posición ranversada
que la tradición exigía para la Virgen del Cobre, la cual fue también
atendida por el dibujante al colocar bajo los pies de esta un enorme
creciente infraverso.
Suponemos, pues, que el imaginero que armó de nuevo la destruida
efigie, reordenando sus desbaratados restos, puso una pequeña semiluna
en la peana de la Virgen, como en la lámina susodicha que él tomó de
modelo, ya que es la más rica en dibujo y policromía que entonces se
había popularizado.
El artífice que reconstruyó la imagen cobrera, después del desastre
de 1899, no hizo, pues, sino acomodar la figuración a la tradición que él
creyó aceptada, la cual ya le marcaba esas dos semilunas.
Lo dicho no pasa de ser una hipótesis para explicarnos la curiosa
duplicidad de lunas que ahora tiene la imagen cobrera, la Virgen
Mambisa,10 la cual, digámoslo al correr de la pluma, debiera ser restau-
rada, devolviéndola en este particular a su pura simplicidad tradicional,
sin deformaciones caprichosas y sin sentido, debidas a despreocupación
o superficialidad de criterio y desamor a la tradición cubana. También se
observan dos semilunas a los pies de la Virgen de Nuestra Señora de
Caacupé, en el Paraguay,11 pero ambas son montantes, y, probablemen-
te carecen de peculiar simbolismo; parecen una redundancia cacográfica
y circunstancial: una luna en la imagen y otra mayor en su peana.
Este elemento corniforme y lunar se ha fijado en la iconografía de la
Virgen de la Caridad del Cobre por la convergencia de muy varios y
remotos influjos.
Digamos algo, ahora, del simbolismo del creciente lunar en el culto a
María Virgen, que podemos incluir entre las aportaciones católicas, que
por ser tales son también hispánicas.
Esta semiluna es un viejo símbolo religioso que los católicos refieren
a una visión del Apocalipsis de san Juan, donde aparece una mujer
madre.

10
[Véase en los textos complementarios «La Virgen mambisa», p. 250.]
11
[Félix A.] Cepeda. Ob. cit., t. II, p. 230.

223
La semiluna se ha hecho figurar al pie de la Virgen María, especial-
mente en su advocación como la Purísima o la Inmaculada Concepción,
que es hoy dogma católico, muy apoyado desde siglos atrás por los teó-
logos de España y en especial por los de Andalucía, de esa tierra que sus
hijos aún llaman folclóricamente tierra de Santa María. Ya hemos cita-
do muchas imágenes españolas con el montante lunar a sus pies; mu-
chas más podrían señalarse. Recordemos, empero, las numerosas imá-
genes de la Purísima Concepción que pintara Murillo, y la lunar creciente
que casi todas llevan a sus pies.
En las Purísimas de Murillo se nota con frecuencia cómo la Virgen
pone sus plantas sobre la luna, a la vez que sobre un horrible culebrón.
Este culebrón es hoy símbolo del diablo12 y del pecado, vencido, des-
de su manifestación original por la Virgen María, por su concepción sin
mácula de carne pecaminosa.
La luna creciente hollada por la Virgen representa, pues, como en el
caso del culebrón pisado, un vencimiento, una humillación triunfal. La
interpretación de este simbolismo de la semiluna en la imaginería de la
Purísima y de la Mariana, en general, ha podido ser confiada a la herál-
dica.
El simbolismo lunar que acompaña a las vírgenes es precisamente
atribuido al creciente. En ningún caso, y muy pocas veces en heráldicas,
la luna de la imaginería mariana, se simboliza en su plenitud luminosa; no
tiene luna llena. Ni tampoco aparece la media luna con sus cuernos
vueltos hacia la diestra en heráldicas de creciente tornado, ni hacia la
siniestra, como creciente contornado.
El creciente montante es signo de «victoria entre oscuridades, ca-
lumnias y emulaciones». Es símbolo de exaltaciones y triunfos espiritua-
les. Parece, pues, muy apropiado para representar en plástica tropología
el vencimiento del pecado por María Virgen.
Parece que no fue frecuente en la Edad Media el símbolo lunar en las
vírgenes católicas. Aunque sin duda, fue de los más remotos en su origen
cronológico, surgido en la mitología de los pueblos primitivos, debió re-
12
Por eso los andaluces, como los supersticiosos italianos del sur, son tan enemigos de
ese monstruo, evitan pronunciar su vocablo, como hacen los pueblos primitivos con
sus deidades, especialmente con las malévolas, y le llaman tropológicamente la bicha,
o la viccia. Y hasta suelen añadir, por uno de esos fenómenos de enmascaramiento o
engaño que ya han sido estudiados: ¿Lagarto? ¿lagarto?

224
crearse en el mundo católico a memoria de hombres del siglo XVII. El
poeta Lupercio Leonardo de Argensola, cronista de Aragón en tiempos
del rey Felipe III, decía con motivos de la Virgen del Pilar, de Zaragoza,
celebrando la columna o pilar que es base de aquella:

Antes que fuese la Luna


Digno asiento de los pies
De la sin mácula alguna,
Cual hoy su imagen lo es,
Lo fue esta santa columna.

Alguien ha dicho que la media luna se puso a los pies de la Inmaculada


Concepción, después de la batalla victoriosa de Lepanto, en octubre de
1571, en homenaje de gratitud a la Virgen que llevaba el vencedor don
Juan de Austria en su estandarte. La victoria fue muy celebrada en toda
la cristiandad como favor celestial de María Virgen. El papa Pío V, des-
pués del triunfo lepantino hizo añadir a la letanía lauretana el título de
Auxilium Cristianorum.
La media luna a los pies de la Virgen era el símbolo de la victoria
obtenida por intervención celestial contra los turcos, cuyo era el emble-
ma semilunar.
Esta opinión que hace aparecer ese símbolo religioso en Constan-
tinopla, bien por una circunstancia anecdótica o por remembranza de
Bizancio, ya ha sido rechazada hace tiempo por inconsistente.13 Sin duda,
el creciente fue, y es, símbolo nacional de Turquía y, en general de los
pueblos sarracenos y hasta de los israelitas.
Cuéntase que ya Felipe de Macedonia escogió la media luna como
símbolo de su poderío, por haberle auxiliado el astro lunar e iluminado la
toma de Bizancio, y que ese símbolo muy difundido en la ornamentación
arquitectónica de Constantinopla fue adoptado, a su vez, por los turcos al
entrar a esta capital. Pero debe haber un error en esta parte última de la
tesis por imposibilidad cronológica, ya que parece que antes de 1553 los
agarenos ya tenían la media luna como emblema, que parece ser de
origen oriental, de los arcaicos cultos astrolátricos que se remontan a las
fases primitivas de la humanidad.

13
A. Zernitz. La luna nelle credenze popolari e nella poesia. Trieste, 1889.

225
Por otra parte se nos muestra una semiluna en la iconografía marial,
que parece del siglo XV. Ya en 1434, una imagen de talla de la Virgen
aparece con una media luna a sus pies, dícese que copia de una pintura
muy anterior; la de la Virgen de Sopetrán, en Castilla la Nueva; pero
convéngase en que la fuente donde bebemos esta noticia14 no es lo sufi-
cientemente clara para saber en ella si la luna fue copiada o no del cua-
dro anterior, y si es o no tallada también en el original, o superpuesta.
Pero el creciente lunar, como emblema mariano, tiene raíces
remotísimas a las cuales deberemos referirnos más adelante, para no
olvidar una importantísima corriente de influencias paganas que han con-
currido a fijar la figuración plástica de la Virgen de la Caridad del Cobre.
No hay que suponer, pues, que el creciente fuese adoptado por los
pueblos católicos en los siglos XV y XVI, como consecuencia de un hecho
histórico, por resonante y trascendental que este fuese, como la batalla
de Lepanto.
Sin embargo, el simbolismo apocalíptico fue sin duda reanimado y
difundido por esos siglos de exaltación cristiana, no solo por el definitivo
vencimiento de la media luna, sino ya desde antes, por las ardientes y
coetáneas contiendas teológicas en pro y contra del dogma de la con-
cepción inmaculada de María de Nazaret,15 en las que tanta interven-
ción tuvieron los teólogos españoles, respondiendo al viejo arraigo de la
devoción a María en España, demostrado constantemente.
Recuérdese que los españoles fueron los más ardorosos en la con-
tienda del dogma de María sine labe concepta, que no fue definido
ecuménicamente hasta el pontificado de Pío IX, el año 1854.
San Juan de Marta, en 1190, inició en París la disputa entre los ecle-
siásticos sobre la Inmaculada, teoría dogmática que era antigua en Espa-
ña donde se le daba culto ya en el siglo XIV. Y también fue español el
primer teólogo impugnador o maculista, el padre Monzón, fraile dominico
de Valencia.
Ya María, aun cuando no sabemos si con la media luna, iba en la
bandera de Castilla, cuando la victoria sobre la morisma en las Navas de

14
Conde de Fabraquer. Ob. cit., t. II, p. 35.
15
De esa época en que la imagen católica de la Divina Virginidad Materna fue represen-
tada conculcando el creciente lunar, debe de derivarse la expresión española «poner o
subir a uno sobre los cuernos de la luna».

226
Tolosa, el 16 de julio de 1212 por Alfonso VIII, que fue llamada «el
triunfo de la cruz»; y así recordado por los ritos católicos, a modo de un
Lepanto terrestre.
La historia religiosa catalano-aragonesa puede decirse que se redujo
a la lucha sobre el credo de la Inmaculada Concepción de la Virgen
contra la Orden de Santo Domingo y la Inquisición, refractaria a ese
dogma.16
El año 1656 Felipe IV declaraba Patrona de España a la Virgen Ma-
ría.
En 1476, el papa Sixto V dio su bula Cum prae excelsa, que reco-
mienda el oficio ritual español y la misa de la Concepción Inmaculada.
Pero ello no demuestra sino el fervor del culto mariano en España y su
influjo en el avivamiento de los emblemas de la visión juánsica aplicados
a la Virgen María; nada nos dice de la adopción del creciente simbólico
por los imagineros, ni nos da el fundamento y origen de la figuración
lunar del Apocalipsis, ni su interpretación eclesiástica.
La luna a los pies de la Mujer del Apocalipsis ha merecido diferentes
interpretaciones por los hagiógrafos.
Para algunos, a la luna soportante de la figura de la Mujer apocalíptica
debe dársele una representación profética en relación con la Iglesia, cuyo
es el sentido emblemático de aquella visión mujeril.
«La luna, a los pies de la Iglesia, marca la perpetua estabilidad, que
no está sujeta a las vicisitudes y a los caminos de los seres sublunares, y
su estado feliz, que no puede sufrir interposición alguna entre ella y el Sol
de Justicia.»17
Sylveira es mucho más exigente. Dice que la Mujer de la visión de
san Juan se interpreta como la Iglesia Católica o como María Deípara.
Veamos las curiosas razones que explican la equiparación simbólica de
la Mujer con la Virgen, expuestas en un largo capítulo titulado: Quare
Sanctissima Virgo Maria Lunam sub pedibus habet.18

16
Luis Ulloa. El predescubrimiento hispano catalán de América en 1477. Maisonneuve
Frères, Paris, 1928, p. 108.
17
En L´Apocalypse expliquée par l´Histoire Éclesiastique. Paris, 1701, p. 123. Editado
por Pierre Giffart, quien da nombre a la obra.
18
Joanvisda Sylveira. Commentariorum in Apocalypsius. B. Joannis Apostoli. Venetiis,
1728, t. II, pp. 16 y ss.

227
Esas razones de carácter tropológico son varias:
1ª. La luna es símbolo de la inconstancia, ella causa la movilidad de
las mareas con su continuo flujo y reflujo. María, supeditándola, se muestra
superior a toda mudanza.
2ª. La luna es la especie humana. Quia ficut Luna menstruis
completionibus deficit, ita hic Mundus ad completionem temporum
currens, quotidianis defectibus cadit.
3ª. La luna representa las cosas temporales, sobre las que se alza la
celestial pureza de María.
4ª. La luna es stultorum enigma o sea el emblema de los estultos. Ya
decía el Eclesiastés que «Stultus sicut Luna mutatur». Por eso, a los
vesánicos se les llamó lunáticos, y, por extensión, hasta a los de ideas
tornadizas. Como derivación, añade Sylveira, la luna es símbolo del dia-
blo, «maestro de todos los estultos». María, al hollarlo, triunfa de la igno-
rancia maligna.
5ª. La luna representa maculas, multus defectus, obscuritates,
depravatae, naturae, lapsus, o sean, las manchas del espíritu, los de-
fectos del género humano, la oscuridad de los malignos, la caída en
depravación, el pecado. Y María se eleva sobre el emblema abominable
y lo humilla.
6ª. La luna supeditada indica la dominación de María sobre todas las
cosas.
7ª. Si la luna se coloca en la cabeza de los santos, como emblema de
honor, dice Sylveira, la Virgen sobre el creciente indica que está sobre
los santos.19
8ª. La luna significa la luz de la Virgen, que ilumina la noche del
tenebroso siglo. Aquí el sentido no es peyorativo para el satélite, pues se
recuerda su luminosidad, o sea, que Luna lucet in nocte.
Pero, volvamos, queda en pie un problema: ¿Por qué la Virgen de la
Caridad del Cobre tiene su semiluna en sentido infraverso?
La respuesta más fácil es la que atribuye a capricho del artífice que
hizo la primera imagen, la posición ranversada de la semiluna.
Pero no la creemos aceptable. Nada es caprichoso en ninguna icono-
grafía como en ninguna liturgia. Todo en ellas arranca de las más remotas

19
Sylveira señala aquí una costumbre olvidada, la de simbolizar honor y santidad median-
te un nimbo lunar.

228
concepciones de la magia y de la religión, o se forma por la más penetrante
conceptuación popular o letrada; todo en ellas obedece a un lenguaje de
símbolos cuyo sentido a veces se nos escapa por lo arcaico o exótico, pero
que es indudable y se descubre siempre cuando se puede seguir la evolu-
ción del concepto hasta las fuentes ideológicas de que brota.
Es, pues, necesario buscar una explicación más en concordancia con
la naturaleza íntima de la religión y de sus fenómenos.
Ni la heráldica, ni tradición local alguna de España, ni de Cuba, nos
explican la razón del creciente ranversado. Aquí no nos ayudan ni el
Apocalipsis, ni la heráldica medieval, ni la imaginería católica.
En el Apocalipsis, la luna aparece a los pies de la mujer parturienta,
como sublimación de esta y o como signo de holladura.
El creciente ranversado significa en los blasones «descanso de pa-
sadas fatigas», o bien «decaimientos en la fortuna»; concepto tropológico
que no ofrece sentido aplicable a la Virgen Inmaculada.
La colocación infraversa del creciente pudiera significar un abati-
miento de la media luna agarena, su caída hacia abajo, en vez de su
permanencia hacia arriba, como en la heráldica oficial de las banderas
y blasones turquescos, pero ya hemos opinado que no vemos en Turquía
ni en símbolos islamitas el origen del creciente conculcado por la
Inmaculada.
Se nos ha dicho que después de Lepanto entró en moda colocar las
semilunas marianas apuntando hacia abajo, para simbolizar el vencimiento
de la media luna musulmana. El creciente mahometano es montante,
símbolo de triunfo; al invertirlo se quería significar su humillación por la
Virgen. Pero, ¿está justificada esta hipótesis histórica? ¿Dónde están en
la segunda semicenturia del siglo XVI esas imágenes con la luna cornibaja?
Tampoco conocemos antecedentes en la imaginería mariana.
Tiene la luna con sus picos hacia abajo la imagen de Nuestra Señora
de Loreto, de Madrid, que se dice copia de la famosa del santuario erigi-
do en Italia, llevada a España, en tiempos de Felipe II, en 1581, poco
después de la victoria naval de Lepanto.20
Pero esta imagen madrileña no es copia de la originaria Virgen de
Loreto, que se venera desde 1294 en Italia, en el santuario así llamado,

20
[Conde de] Fabraquer. Ob. cit., t. I, p. 228. Tomamos este dato de la lámina que
acompaña el texto de dicho libro. No hemos visto en Madrid la efigie original.

229
sin duda el más célebre de la Virgen al finalizar la Edad Media, donde
fue a parar por obra de prodigio divino la casucha donde, según leyenda,
«el Verbo se hizo Carne» por concepción incólume y honra de varón.
Felipe II, en 1580, fundó en Salamanca un monasterio cisterciense de
Nuestra Señora de Loreto y llevo a él una imagen de la Madonna loretana,
pero sea o no la Virgen de Loreto que hay en Madrid la misma de Felipe II,
es cierto que no puede tenerse por copia de la italiana. Esta efigie italia-
na es escultórica, sin creciente alguno en el cedro de su talla. En sus
paramentos usuales, con que se exhibe en su capilla, tiene algunos dise-
ños decorativos en figuras decrecientes sobrepuestos unos a otros; pero
ninguno es ranversado, todos son de posición montante y más parecen
debidos a motivo puramente decorativo que a premeditado simbolismo.
Por esto, no opinamos que el creciente ranversado que se nos ofrece
como típico de la efigie madrileña de la Virgen de Loreto tenga valor
sustantivo, como parece tenerlo en la Virgen de la Caridad cubana.
Aún tenemos que decir en cuanto a la matritense Nuestra Señora de
Loreto que, según la estampa que de ella tenemos a la vista,21 a esa
semiluna ranversada fija en la peana de la estatua va unido un querubín,
cuya cabeza está también invertida, como mirando hacia la Virgen que
está encima. De modo claro da a entender el artista que esa media luna
y la cabeza que está en su centro están a sabiendas en posición contraria
a la normal, solo por mirar en mística contemplación a la Virgen encimera.
Hemos dado con otro creciente infraversado supeditado a una ima-
gen mariana. Así puede verse en un cuadro de Mateo Cerezo, pintor de
los años 1635 a 1675, que se conserva en Burgos.22 En esa pintura apa-
rece María sobre el globo terráqueo y en el frente de este que así viene
a constituir su fondo, se representa un creciente con sus puntas casi
totalmente hacia abajo.
No hay en el cuadro de Mateo Cerezo ningún otro elemento emble-
mático que ayude a interpretar la posición singular de esa semiluna. Acaso
solo se debe a fantasía del artista, dado que la posición del creciente no
es infraversa en su totalidad, como seguramente habría sucedido si con
esa posición deseada se hubiera querido fijar un sentido simbólico.

21
Conde de Fabraquer. Ob. cit., p. 229.
22
Camilo María Abad. El culto a la Inmaculada Concepción en la ciudad de Burgos.
Madrid, 1905, p. 152.

230
Algunos mariólogos han opinado que, no obstante la costumbre uni-
versal y constante, la semiluna supeditada a la Virgen debe figurarse con
sus picos hacia abajo. El opinante será de poco peso y su opinión habrá
sido despreciada, pero debemos recogerla.
Dice un hagiógrafo español, refiriéndose a la Inmaculada, se le debe
pintar también con la luna a sus pies, pero no del modo que han acostum-
brado practicarlo algunos pintores, esto es, mirando arriba las puntas o
extremidades de la luna, sino, al contrario, mirando abajo. Este es aviso de
un erudito intérprete del Apocalipsis, cuyas palabras pongo aquí.23 «En
conjunción del sol, de la luna y de las estrellas, veo que yerran los pintores
vulgares. Pues estos suelen pintar la luna a los pies de la soberana Señora
vueltas sus puntas hacia arriba; pero los que son peritos en las creencias
de las matemáticas, saben con evidencia que si el sol y la luna están ambos
juntos, y desde un lugar inferior se mira la luna por un lado, las dos puntas
de ella parecen vueltas hacia abajo, de suerte, que la Mujer estuviera, no
sobre el cóncavo de la luna, sino sobre la parte convexa de ella. Y así debía
suceder para que la luna alumbrase a la Mujer que estaba arriba.»24
También hemos leído que el obispo de Brujas publicó la opinión en su
Iconografía de la Inmaculada Concepción, partidaria de que a las
imágenes de la Concepción se les colocara «la media luna bajo sus pies,
que reposarán en la parte convexa».25
Con esta opinión acaso parezca explicado el sentido de la semiluna
infraversa y el origen de la de El Cobre. Sin embargo, lo muy relevante
de la excepcionalidad y persistencia de ese símbolo en la Virgen del
Cobre y también otro de los caracteres de esa semiluna nos llevarán a no
tener por suficiente esa explicación.
Acaso haya que buscar la explicación del simbolismo de la semiluna
ranversada de la Virgen del Cobre entre las influencias paganas y, mejor
aún, en las aportaciones animistas, indias o africanas, al folclor de Cuba,
y habremos de insistir en ello, más adelante, en ocasión adecuada.

23
Alcázar en el Apocalipsis, al c. 12, v. I, p. 616.
24
Fray Juan Interián de Ayala. El pintor cristiano y erudito, o tratado de los errores que
suelen cometerse frecuentemente en pintar y esculpir las imágenes sagradas. Barcelo-
na, 1883, t. II, p. 187.
25
Artículo anónimo titulado «Modo de representar con propiedad a la Santísima Virgen
en el Misterio de su Inmaculada Concepción», inserto en la revista Sevilla Mariana.
Sevilla, 1881, año 1, pp. 410 y ss.

231
La semiluna ranversada de la imagen cobrera es de gran tamaño,
desusado, desproporcionado con la imagen.
Algunas otras vírgenes se parecen en esto a la de El Cobre. Ostentan
un creciente descomunal las siguientes efigies marianas: Nuestra Seño-
ra del Rosario, en Córdoba, Argentina;26 Nuestra Señora de Copaca-
bana, en Bolivia;27 Nuestra Señora de Caapé, en México;28 Nuestra
Señora de Pueblito, en Querétaro;29 Nuestra Señora de los Reme-
dios, de México.30
Nótese que algunas de las semilunas supeditadas a la Inmaculada
son de tamaño grandísimo en proporción a la de la imagen; sus perfiles
casi parecen los de una canoa; su longitud sobresale de la base del in-
menso manto con que suelen vestirse las imágenes de María después de
los siglos XV y XVI, en ese estilo que llamóse con ingenua vulgaridad,
de alcuzón.
Y acaso pueda verse también que ese gran tamaño de los crecientes
marianos se da con preferencia en las imágenes concepcionistas de
América, aun tratándose de advocaciones indudablemente españolas y
hasta precolombinas en España.
¡Se deberá esto a ser así el estilo de los siglos XV y XVI, cuando esas
efigies fueron producidas por la imaginería española, entonces de moda
tan acerbamente criticada? No lo creemos, porque en España esa mo-
da no se dio sino en raros casos. Solo dos conocemos. Una semiluna
montante, de tamaño enorme hallamos en Nuestra Señora del Prado, en
Talavera de la Reina. Sus picos sobrepasan por cada lado los extremos
del ancho manto alcuzado, que lleva la efigie.31 Analógicamente sucede
en la Virgen de las Angustias, de Granada.32 ¿Será que alguna influencia
folclórica del ambiente indiano, hacía dar más y más relevancia al signo
lunar en las imágenes de la Virgen Deípara, que debía sustituir a alguna
deidad lunar autóctona? Es muy probable que así fuese.

26
[Félix A.] Cepeda. Ob. cit., t. II, p. 297.
27
Ibídem, p. 199.
28
Ibídem, p. 230.
29
Ibídem, p. 171.
30
Ibídem, p. 175.
31
[Conde de] Fabraquer. Ob. cit., t. III, p. 209.
32
V. Lafuente. Ob. cit., vol. II, p. 304.

232
Así parece secundarlo la circunstancia de ser frecuente en las imá-
genes marianas de América, otro emblema astral cual es el de ser
acompañada la luna, por dos estrellas colocadas en las puntas de sus
cuernos.
No tiene la semiluna supeditada a la imagen de El Cobre, sendas estre-
llas en los vértices de sus ángulos, pero las tienen otras varias imágenes
marianas, como son las siguientes: Nuestra Señora de Guanajuato, en
México;33 Nuestra Señora del Pueblito, en Querétaro, México;34 Nues-
tra Señora de San Juan de los Lagos, en México;35 Nuestra Señora de
Izamal, en Yucatán;36 Nuestra Señora de Regla, en Cuba;37 Nuestra
Señora de Rosario, en Córdoba,38 Argentina, etc. Nótese cómo las imáge-
nes en las cuales se han adornado las puntas del creciente subalterno con
sendas estrellas son íconos hispanoamericanos.
En cambio, la Virgen del Cobre, antes de 1899, cuando su sacrílega
decapitación, tenía un diamante en la frente,39 símbolo de una estrella.
No tenemos noticia de que la imagen de Illescas tuviera ese brillante
en la frente. ¿Cuál puede ser su significado?
No es apocalíptico. Según la mística visión del Evangelista son doce
las estrellas que coronan a la Mujer Parturienta; pero no la acompaña un
lucero, o una estrella singular, y menos en la frente. El sentido emblemá-
tico de este sale del simbolismo católico. ¿Habrá que decir que es capri-
choso?
Pero, ¿es aún posible refugiarse en ese recurso de la ignorancia y
admitir la facilidad de una innovación caprichosa en el emblemismo reli-
gioso? No creemos difícil hallarle un milenario sentido religioso, con auxilio
de la mitología y el folclor.

33
[Félix A.] Cepeda. Ob. cit., t. I, p. 156.
34
Ibídem, p. 171.
35
Ibídem, p. 193.
36
Ibídem, p. 276.
37
Ibídem, p. 181.
38
Ibídem, p. 199.
39
Fray Paulino Álvarez. Ob. cit, p. 36. Puede observarse en algunas láminas.

233
Capítulo XI1

Sumario: Elementos paganos en la Virgen del Cobre. Sus símbolos


apocalípticos. Virginidad Deípara. Abogada de partos y de la fe-
cundidad. Las «medidas» o «cintas». Elementos ternarios. Las aguas
marinas y fluviales. La vegetación. La tez morena. La nosomántica.
Los símbolos: brillante en la frente, fuego perpetuo, cruz en la mano,
lirio, corona real,2 etc. Fiestas libertinas.

Analizados en lo que ya va dicho aquellos elementos integrantes de la


Virgen de la Caridad del Cobre y de su culto, que por su próxima oriundez
religiosa y geográfica pueden tenerse por preferentemente católicos y
españoles, debemos ahora continuar el estudio de dichos elementos ha-
cia las más remotas fuentes ideológicas, penetrando en la época precris-
tiana y en la enmaniguada fronda de las ideas religiosas de la humanidad
primitiva.
La Virgen de la Caridad del Cobre no es sino una de las infinitas
mitologizaciones del pensamiento humano a través de una inconmensu-
rable e incesante evolución de conceptuaciones en su insaciado e insa-
ciable afán de explicar lo ignoto, de captar lo prepotente, de propiciar lo
temedero, de lograr autosuperación integral, individual y social.
No extrañe, pues, que para dar alguna amplitud al análisis de los fac-
tores integrantes de la Virgen del Cobre, echemos breves miradas a las
mitologías arcaicas y paganas, sobre cuyas bases fue alzándose el cris-
1
[Este capítulo se encontraba totalmente desarticulado. Las fichas manuscritas no guar-
daban orden consecutivo. Sin embargo, como todas las fichas forman parte del capítulo,
pudimos, después de reiteradas lecturas, establecer el orden lógico de la exposición.]
2
[Este último aspecto no aparece desarrollado por Ortiz en su papelería.]

234
tianismo, aprovechando milenarios fundamentos y ornamentaciones, la-
brados lentamente por la conciencia humana desde su alborada.
Vengamos ahora a relacionar algunos de los elementos icónicos de la
Virgen del Cobre con esas arcaicas raíces paganas, a lo largo de sus
reverdecidas y tenaces ramificaciones ya cristianizadas.
Ya puede haberse observado por el lector que en el culto cubano a la
Virgen del Cobre entran numerosos elementos icónicos y hagiográficos
de los que pueden considerarse como precristianos, como son los sus-
tanciales de la feminidad, la virginidad, la maternidad partenogenética de
un Salvador, y los arcaicos primigenios derivados de sus conceptos sim-
bólicos y funciones relacionadas con la vida sexual, la luna, los cuernos,
la tierra, la trinidad, la nosomántica, el fuego, la cruz, etcétera.
Digamos, ante todo, que la Virgen de la Caridad, como una de tantas
figuras y advocaciones del culto mariano, es un caso de antropomor-
fización icónica de la feminidad, o de lo que llamóse «el principio femeni-
no» de la naturaleza. Por su origen cubano en los albores del siglo XVII, la
Virgen de la Caridad se nos presenta con todos los emblemas con que el
catolicismo fue fijando el culto a la Madre de Dios, refiriendo un
simbolismo a la revelación del evangelista san Juan, y desaparecido, o al
menos ocultado para la masa creyente, el andamiaje histórico de su es-
tructura.
Sin duda, en los primeros tiempos, todo ese simbolismo de directos
antecedentes paganos fue evitado y combatido, hasta que llegó a ser
ignorado o poco menos que esotérico, para revivir después en siglos de
cristianismo triunfante, rebrotado de la metáfora del Apocalipsis, y de las
más remotas alegorías del paganismo.
Es, pues, perfectamente explicable que nuestra efigie cobrera, surgi-
da en el seiscientos, lo hiciera con todo el emblemismo fundamental del
Apocalipsis.
Con todos esos caracteres apocalípticos está representada la Virgen
de la Caridad en una lámina litográfica del siglo pasado, reproducida en
la edición de 1916, de la Historia de la aparición milagrosa de Nues-
tra Señora de la Caridad del Cobre, sacada de un manuscrito que
el primer capellán que fue de ella, presbítero D. Onofre de Fonseca,
componía por el año de 1703 y sacada de los autos que en el 1688
se formaron ante el juez competente, los cuales se hallan en el ar-
chivo de la Santa Casa, por el presbítero D. Bernardo Ramírez, cape-

235
llán que también fue de la Santísima Virgen. Imp. de Daniel Bermúdez,
La Habana, 1916.
Así la vemos: mujer madre, vestida de sol, representado por un halo
de llamas que sigue el perfil externo de la efigie; la luna a sus pies, o
sea, el creciente ranversado; corona de doce estrellas en su cabeza;
agua dulce corriente sobre la que emerge, solo falta la serpiente o dra-
gón, vencido, que acompaña a otras imágenes marianas.
Pero, como ya hemos anticipado, el simbolismo precristiano se halla
en otros varios elementos del culto a la Virgen del Cobre.
Su carácter fundamental es el de Virgen Deípara, traído de las más
arcaicas mitologías. A su alrededor se mantienen otros elementos que
conservan el carácter genérico de su culto, por influjo marcado de la
mítica precristiana.
La Virgen del Cobre es, ante todo, abogada de los partos, el fenóme-
no culminante, doloroso, y más temedero de la función genérica de su
devoción, hasta sus fieles del día, la Virgen del Cobre ha sido invocada
por las parturientas en su trance.
Según la citada oración popular, la Virgen de la Caridad al subir a la
canoa de los tres Juanes, le dijo a Juan Esclavo: «Juan, aquí dejo esta
oración para que cuando una mujer esté de parto y se halle afligida por
los dolores tan fuertes que siente en su corazón y que esas horas tan
tristes y amargas, y que un mal parto trae malos resultados hasta perder
la vida, que ponga esta oración sobre el vientre haciendo la señal de la
cruz en memoria de los siete dolores que yo tuve tan fuertes, y que desde
lo alto del cielo alcanzará la bendición de Dios a la criatura mientras se
reza un credo al gran poder de Dios y una salve a la Santísima Virgen de
la Caridad parirá a su hijo sin peligro. Amén Jesús.»
La tradición del santuario mantiene viva la celestial partería. Así se
dice en los populares gozos a la Virgen de la Caridad:

La que al parto ha llegado


En estado muy peligroso,
Vuestro nombre poderoso
Felizmente la ha sacado.
Ni la estéril se ha quedado
Por vos sin fecundidad.
Líbranos de todo mal
Virgen de la Caridad.

236
Los castellanos, al trasladar a Cuba sus devociones marianas, no aban-
donaron las que tenían en sus patrios lares, inspiradas por las contrarie-
dades de la vida sexual, como el parto, la gestación malaventurada y la
esterilidad, amén de otras dolencias íntimamente conexas en el sexualismo
como las bubas o el Fuego de San Antonio,3 etcétera.
En ese sentido la Virgen del Cobre fue una advocación más, una
imagen más de la Virgen Deípara, de las muchas que se veneran en el
orbe católico y, por tanto, en España. Alguna de estas, con bien expresi-
vas advocaciones.
Desde 1598 se venera en España una Nuestra Señora del Alumbra-
miento en el pueblo de San Martín.4 En Galicia española hay una imagen
de María con el vientre abultado, que devotos interpretan como signo de
avanzada gestación. En Zarroca, Lérida, hay una Nuestra Señora de la
Leche, abogada de las recién paridas y de los neonatos.5
Esta Virgen lactífera u otra homónima debió de venir a América, y no
debió ser ignorada por las puérperas de Cuba, a juzgar por una novena a
ella dedicada que imprimióse en La Habana.6
La Virgen de la Caridad es también favorecedora de la fecundidad.
Lo dicen sus gozos:

Ni estéril se ha quedado
Por vos sin fecundidad.

Una de las más tenaces supervivencias de los ritos paganos de origen


sexual se revela en las populares medidas o cintas de La Caridad del Cobre.
Ya hemos visto cómo en España en superstición pagana estaba arrai-
gada, particularmente en la Virgen de la Caridad de Illescas, a Nuestra
Señora de la Cinta, de Tortosa, etc. No es difícil hallar parecidas devo-
ciones fuera de España, en el resto de Europa católica y antes romanizada.

3
[Enfermedad infecciosa y contagiosa de la piel, con frecuencia es causada por infección
de las heridas. Las mujeres resultaban más afectadas que los hombres, y generalmente
estaba asociada a la fiebre postparto. En el siglo XI se registró en Francia una epidemia
de erisipela que recibió el nombre de Fuego de San Antonio.]
4
P. Villafañe. Compendio histórico de algunas vinajeras de Nuestra Señora en España.
Madrid.
5
J. Pallés. Ob. cit., t. I, p. 485.
6
Novena en obsequio de Nuestra Señora de la Leche, que se venera extramuros de la
Florida. Ediciones Boloña, La Habana, 1776. En 8º.

237
Fig. 16. Nuestra Señora de la Cinta.
En el departamento francés de Maine et Loire las mujeres encinta
van en peregrinación a cierto Santuario de la Virgen, a ceñirse el cintu-
rón de la Virgen, llevado de Constantinopla, según allí dice.7
Es fácil comprender cómo el uso de esas medidas o cintas no se
refirió originalmente a la talla de una imagen, sino la medida de su cintu-
ra,8 como sucede en la Virgen de la Cinta, de Tortosa, y en los cinturones
milagrosos de santa Margarita; en concordancia, además, con el carác-
ter genésico que se les da a esas cintas por el uso mágico que de ellas
hacen las mujeres encinta, dicho sea sin fijar del vocablo ni sugerir una
nueva etimología de esta dicción topológica aplicada a la preñez, bien
clara derivada del latín incincta, «desceñida», según el diccionario aca-
démico.
La devoción a la Virgen de la Cinta se extendió tanto en España, por
su aplicación a las mujeres en estado de buena esperanza.
En 1620 escribía Martorell y Lina, refiriéndose al largo ceñidor de la
Virgen tortosiana: «se ha separado un pedazo de dos palmos, que es el que
se lleva a las casas de los enfermos y en especial de las parturientas». Así
hubo que hacer para reunir a estos, sin detrimento de la valiosa reliquia.
Parecida a esta costumbre es la de atar la cintura de la parturienta a
la campana de la iglesia y dar tres campanadas, según refiere Monsson
Larrauze. Sin embargo, parece de origen algo distinto esta superstición;
no es sino un rito de protección contra las potencias malignas que podrán
perjudicar el parto, que se procura mediante su alejamiento por badajazos
que los asustan y por el contacto con la campana sagrada de abierta
concavidad simbólica. No obstante, la circunstancia de rodearse con la
soga el cuerpo de la embarazada sugiere la posibilidad de que se emplee
también como un aislador mágico.
El uso de ceñidores alrededor de la cintura puede también relacionar-
se con el carácter mágico que tuvieron en los remotos tiempos y tienen
aún en el populacho los anudamientos y ataduras hechas con ciertas
fórmulas de encantamiento9 que excusamos referir. Acaso por esta ra-
7
Berenguer Feraud. Ed. cit., t. V, p. 195.
8
Antaño, como puede verse por el diccionario de la Real Academia Española, el vocablo
cinta fue equivalente a cintura, y cinto, cinturón, correa, ceñidor, faja, pretina, etcétera.
9
En Cuba, como en varios pueblos europeos, muchas personas cuando ven a su sacerdo-
te, y más si es fraile, se hacen un nudo en el pañuelo de bolsillo, y hasta suelen añadir
¡sola vaya!, como se exclama al ver u oír una lechuza u otro avechucho de mal agüero.

239
zón, también se acudía por los devotos católicos en los casos susodichos
al cordón de san Francisco.10 Este cordón, por su propia virtud aisladora
y por los cinco nudos que lo adornan, fue muy empleado en prácticas de
devoción y supercherías mágicas.
Los ceñidores no tenían que ser sagrados sino de origen celestial
para su eficacia mágica de amarrar o desatar.11
El padre Mariana refiere que Pedro de Castilla quedó encantado de
María de Padilla por virtud del ceñidor que esta le dio.12
El carácter precristiano de estas cintas milagrosas para los trances
de la generación es evidente.
El uso de cintas o cíngulos sagrados como alivio de dolores y
propiciatorios de preñeces y alumbramientos es una ritualidad de carác-
ter mágico más que religioso, y una supervivencia derivada de los viejos
ritos fecundativos o genésicos de las religiones anteriores a la cristiana.
«La mágica importancia atribuida por los pueblos primitivos a los cintu-
rones o ceñidores femeninos pasó a los mitos de las culturas superiores,
como puede observarse en las místicas virtudes de los sagrados cinturones
de las deidades Isis, Istar, Afrodita, Britomartis, etcétera.»13
Tan honda raigambre tuvieron estos conceptos históricos de más o
menos descubierto sentido genésico que se mezclaron con otros cultos y
devociones del catolicismo, aun fuera de los de la Virgen María, Madre
de Dios.
Por ejemplo, en Francia, se yuxtapuso el simbolismo agrario-sexual a
la imagen antropomorfa de santa Margarita, abogada de partos y de la
cual se conservan cinturones o cintas milagrosas como las de Illescas y
de El Cobre.
Y esa santa Margarita no fue sino un duplicado de santa María, abo-
gada ambas de los partos, potencias sobrenaturales de carácter marine-

10
Enrique Casas. La Cavada y el origen del totemismo. Editorial Católica Toledana,
Madrid, 1924, p. 14.
11
Los brujeros de Cuba aun buscan sortilegios para amarrar al amante esquivo. Antaño los
nigromantes que tuvieron tratos con los demonios, desataban un huracán, después de
aprisionarlo en un cordel anudado, que vendían para empeños de maleficios. Esta supers-
tición, muy común, fue base de la expresión «cordonazo de san Francisco», aplicable a los
huracanes o ciclones de los equinoccios otoñales en los mares de las Antillas.
12
Historia General de España. vol. IX, p. 260.
13
R. Briffault. Ob. cit., vol. III, p. 288.

240
ro, con un dragón a sus pies, equiparada a la deidad pagana Lucina o
Lunna, de iconografía semejante a Astarté, diosa lunar del amor entre
los sirios y fenicios.14
Las medidas de La Caridad del Cobre llevan estampadas en casi
todo lo largo una viñeta formada por tres líneas paralelas, que forman
una figura paralelográmica con los ángulos curvos aproximándose a una
línea ovalada. Parece seguro que el origen de esa figura es circunstan-
cial e insignificante, pero no sería inverosímil, sobre todo si se hallara
también en las antiguas medidas o cintas de Illescas o de Tortosa, que
debieron ser antecedentes de las de Cuba, que se tratara de una figura-
ción simbólica de la feminidad, emblema más simple y remoto de la mu-
jer y de la virginidad.15
No hemos de insistir aquí, después de lo expuesto en el carácter
precristiano de los ritos lunares y de los símbolos lunares, como el cre-
ciente, en los cultos de María y de las otras figuras de distintas religiones
representativas de la Gran Madre o Madre de Dios.
La luna creciente que la Virgen del Cobre lleva a sus pies tiene raíces
ultracristianas. ¿Será de origen históricamente precristiano? En cuanto
al carácter lunar que hoy se le conoce no nos cabe duda; pero lo duda-
mos tocante al emblema supedáneo de la Virgen del Cobre, pues acaso
no sea realmente lunar, como trataremos de analizar más adelante.
El carácter trino es frecuente en los elementos rituales de la devoción
de la Virgen de la Caridad, como ya hemos expuesto, a la par que su
antecedencia precristiana. Los fenicios representaban la deidad lunar
mediante tres pilares que simbolizaban sus tres fases. Esos tres pilares
símbolos de la luna también fueron corrientes en Creta, donde cada uno
de ellos llevaba encima una paloma, el ave más fecunda, emblema alado
y genésico, del espíritu vital. Esos tres pilares se llamaron las tres charitas,
las tres caridades, diríamos en nuestro vocablo del día.
A Hécate, diosa lunar, se le ofrecía en sacrificio perros labradores, en
los trinios, y fue representada ella misma por una perra de tres cabezas.
Analógicamente diremos de los elementos acuátiles en la tradición y
en el culto de la Virgen del Cobre.

14
P. Saint Yves. Ob. cit., p. 366.
15
Thomas Ynman. Ancient Pagan and Modern Christian Symbolism. New York, 1922,
p. 90.

241
Hay que buscarlos en épocas muy anteriores al catolicismo. Primero,
el agua del mar.
La Virgen cubana aparece fluctuando en las ondas marinas de la
bahía de Nipe. También Istar cayó del cielo al río Éufrates o al mar, de
donde fue llevada a tierra. Así, por obra de prodigio, fue transportada por
mar la cabeza de Orfeo. Plutarco refiere en la vida de Lúculo, cómo la
estatua de Antonilo se le apreció a la orilla del mar, en Sínope. Las esta-
tuas de la diosa Diana según tradiciones locales cayeron del cielo al
agua. Del mar nace Venus.
Después, el agua fluvial, el agua potable y fecundante de la tierra.
Aunque la Virgen del Cobre reaparece en las aguas saladas de Nipe, sus
antecedentes tradicionales la hacen ser arrojada a un río, a uno de los
ríos que derraman sobre la costa del norte. Y es abogada contra la se-
quía, domina las aguas, como las Grandes Madres de los cultos lunares
primarios. Se canta en los gozos:

Por vos en las sequedades,


tienen la fertilidad.
Líbranos de todo mal
Virgen de la Caridad.

Pero donde más se recalca esta relación de la Virgen del Cobre con
aguas es en la relación que hace el capellán Fonseca de uno de sus
antiguos milagros.
«Por muchos meses padeció el pueblo y lugar del Cobre tanta seca y
esterilidad de agua, que llegaron a secarse no solo los ríos y arroyos de la
jurisdicción, sino también la fertilísima fuente llamada de la Caridad, que
nace al pie del cerro en donde está el santuario, al lado que mira al Norte:
con esta fatalidad, y haber tanta gente en la labor de las minas, la mayor
parte negros de Guinea que tienen menos razón, llegaron a consternarse
de tal suerte con la ardentía de la sed, que no había consuelo para ellos;
viendo esto el cura y el administrador del pueblo, determinan hacer una
rogativa a Nuestra Señora, y al mismo tiempo depositarla por algunos
días en la iglesia parroquial. Puesto el proyecto en obra, asentada la
Divina Imagen en sus andas, a golpe de campanas entonando las leta-
nías con la gente del pueblo, sale una lucida e iluminada procesión: ape-
nas habían caminado cien pasos por el cerro abajo (para que conocieran

242
los hombres, a nuestro entender, que el mejor modo de pedir a María
Santísima es en su propia casa, y no sacarla de ella a otra parte) sin
haber tenido antecedente de agua, el cielo muy claro y sereno, comenzó
una turbulencia en las nubes obscureciendo de repente el cielo, que sin
medir tiempo de esto al llover, por los dos costados, dejando en el centro
la procesión) comenzó el agua a caer con tanta abundancia, que todos
temerosos con grande prisa retiraron la Santísima Imagen otra vez a su
templo; y al instante que llegaron vieron los circunstantes que se junta-
ban las nubes, y se hizo tan general el agua, que llegó a todas partes de la
jurisdicción. Los que habían asistido a la procesión, en cuanto pusieron a
Nuestra Señora en su iglesia, mirando el aparato tan grande que había,
creyendo que no cesaría la lluvia presto, dando gracias a su bien hechu-
ra, inmediatamente bajaron a sus casas, y apenas llegaron a ellas, cuan-
do hizo el río tal avenida de agua que salió de su centro, sin poderse
pasar de un lado a otro.»16
¿Existe hoy día esa fertilísima fuente, llamada de la Caridad, que
nace al pie del cerro donde está el santuario? Esa fuente hace pensar en
una nueva conexión del culto mariano de El Cobre, con las aguas de un
manantial, como sucede en un sin número de santuarios y templos de
Europa, construidos en las inmediaciones de alguna fuente milagrosa,
como la Lourdes, por ejemplo.
Son muchos los manantiales curativos que los paganos consagraron a
sus dioses y, después de siglos, los católicos dedicaron a sus santos. Un
caso curiosísimo observamos en la iglesia medieval de (…),17 donde la
fuentecita milagrosa surcaba dentro de la misma iglesia, bajo el altar
mayor.
Bien fácilmente se deduce el carácter agrario que debe de tener la
Virgen de la Caridad del Cobre, como lógica consecuencia tradicional de
los factores susodichos.
Los elementos agrarios parecen rebrotar folclóricamente en detalles
hoy olvidados de la leyenda de la efigie cobrera. Véase cómo los recogió
Onofre de Fonseca: «“También es de notar, como cosa cierta, que las
partes en donde ha tenido iglesia Nuestra Señora de la Caridad, no ha permi-
tido Dios vean pisadas de animales, ni haya habido otras inmundicias; por-

16
Onofre de Fonseca. Ob. cit., p. 95.
17
[Dañado el manuscrito.]

243
que obrando de su poder ha dispuesto que árboles espinosos, zarzas y
abrojos los defiendan de tal modo, que no han dejado brecha para que pase
el más pequeño animalejo sobre ellos.” Esto ha afirmado el autor como
testigo de vista: “Que habiendo entrado en el Santuario, para el servicio de
capellán, procuró saber el lugar donde le habían hecho la primera ermita,
para poner en él una cruz; así que lo encontró mandó desmontar el sitio de
las muchas zarzas que tenía, el que más desembarazado en su interior
descubrió parte del altar, cuya mesa era de cal y piedra; los árboles de
espinas lo tenían tan oculto y resguardado, que hasta entonces muy pocos
de los que estaban nacidos lo habían visto; de lo que todos admirados
daban a Dios gracias, por haber preservado aquel paraje en donde estuvie-
ron las plantas de su Santísima Madre.” Aquí se puede decir lo que el
profeta David, en el Salmo 131: “Adorabimus in loco ubi steterunt pedes
ejus.” Siendo notorio este caso, y contándose cómo fue, le dijeron también
de los otros lugares al citado autor personas fidedignas de las que transita-
ban del Real de Minas al hato de Barajagua: “Que del mismo modo, el
lugar que está en el referido hato, donde se le hizo la ermita a Nuestra
Señora, se mira tan tupido de naranjos, que las que caían al suelo nadie las
podía coger con las manos, por lo difícil de pasar por entre ellos ni el más
pequeño animal.” Así mismo se asegura y certifica en debida forma: “Que
en la Vigía que está en la bahía de Nipe (en aquel lugar en donde estaba la
barbacoa en que la pusieron los naturales luego que la trajeron a tierra) son
tan abundantes árboles de limón que hay nacidos, que no dan lugar a que lo
trajine, ni pise viviente alguno.” Todos estos prodigios son para admirar y
llamar más nuestra atención y fervorizar los ánimos, con objeto de obse-
quiar a María Santísima a quien tanto honra Dios.»18
Esta antigua eficiencia agrícola de la Virgen del Cobre parece olvida-
da. Con ella sucede lo que con casi todas las entidades sobrenaturales
dignas de culto. Las corrientes de pensamiento religioso se depuran más
y más, limpiándose de los viejos arrastres, haciéndose más sutiles sus
abstracciones, y concentrándose hacia un más sentido monoteísmo.
Las aguas fueron siempre unidas a los ritos generativos. El agua está
llena de maná. No hay religión sin bautismo, baños, abluciones o asper-
siones a modo de limpieza;19 lústrales con agua bendita, para efectuar el
paso a una nueva vida o estado, una regeneración.

18
[B. Ramírez. Ed. cit., pp. 30 y 31.]
19
Así se le llama en Cuba a los lavatorios de la brujería y el ñañiguismo.

244
La Virgen del Cobre como un elemento muy característico que es
tenido por básicamente agrario, según el simbolismo de las diosas ma-
dres de la gentilidad. Nos referimos a su color moreno. Este color more-
no, a que ya hemos aludido, puede proceder, sin duda, de España, tomán-
dolo como un elemento meramente icónico. Ya hemos visto cuán
frecuentes son en España las vírgenes marineras de color atezado.
Mas no son peculiares de Iberia esas vírgenes morenas. En España,
la del Pilar, la de Atocha. En Francia, Notre Dame, la Noire de Toai;
Notre Dame de Fue Noou en Marsella; las de Aix y otras villas de
Provenza, centenares hay en Francia.
En Italia, muchas Madonne son negras o morenas como las de Santa
María la Mayor en Roma, la de Loreto, la de Nicopeya de Venecia, la de
Vicenza, etc. En todo el catolicismo mediterráneo hállanse esas Marías
trigueñas, y su profusia demuestra que alguna razón antigua precristiana,
ya que el cristianismo no la da, fuera de las tradiciones locales, debe
existir para justificar la persistencia de ese emblema cromático.
La hay sin duda y de carácter universal, si bien su interpretación
puede variar algún tanto. Berenguer Feraud cita numerosas autoridades
demostrativas de color negro de ciertas estatuas antiguas de Isis en Egipto;
de Pessinuntica en Frigia, que fue llevada a Roma; de Diana en Fócida
figurada en mármol negro, y de Diana en Laconia, esculpida en ébano;
de Ceres, la Negra, en la Arcadia; de Venus en Mantinea y en Corinto.
Se cree que cuando las Cruzadas, los caballeros llevaron de regreso
a sus países occidentales, numerosos ídolos de Oriente, representati-
vos de Isis (una madre de color negro, las cuales fueron tomadas como
efigies de la Virgen María y el Niño Dios). Pero esta explicación históri-
ca es insuficiente.
Berenguer Feraud nos enseña cómo ese color negro de las diosas
vírgenes madres de la Antigüedad debióse a ser una representación de
las fuerzas de la naturaleza, simbolizada por la tierra. Y, por esto, las
diosas históricas tuvieron color de tierra, de la tierra vegetal fecundada
por el agua.
Véase lo que ha recogido y observado Berenguer Feraud, respec-
to a las vírgenes atezadas. «Si quisiéramos dar cuenta de todas las
leyendas que están en boga, para explicar el color negro de las vírge-
nes que nos ocupan, tendríamos que escribir numerosas páginas y
contar aventuras bien extraordinarias. Aquí la imagen de la virgen se

245
ha vuelto negra porque un impío incendió la iglesia en la cual aquella
se encontraba, y las llamas se contentaron con ennegrecer su rostro,
para hacer más evidente el respeto que impone su santidad. Allí, como
en Nuestra Señora de Laval, la Santa Virgen, que primitivamente era
de una blancura inmaculada, fue poco a poco ennegreciéndose por el
disgusto que le producía la depravación siempre creciente de la po-
blación, los crímenes y la impiedad de los protestantes, judíos, maho-
metanos, según el caso.
»Algunas leyendas explican el color negro; decimos: que, como en la
iglesia de las Santas Marías de la Camarque, la Virgen negra no repre-
senta a la Madre de Cristo, sino a santa Lara, que en su calidad de
esclava, era negra.
»Ciertos autores, como Millin (Dictionaire des Beaux Arts) han
explicado el color negro de ciertas imágenes de la virgen diciendo: que
las Cruzadas, al volver de la Tierra Santa, llevaban estatuas de Isis,
que fueron adoptadas al culto cristiano. La cosa parece ser cierta por
lo que respecta a algunas de esas vírgenes, por ejemplo, la de Nancy;
pero es necesario recurrir a una hipótesis diferente con relación a va-
rias de las otras, por ejemplo, la de Chartres, que parece provenir del
culto galo.
»Para enumerar todas las proposiciones formadas respecto a este asunto
del color, digamos que aun se ha llegado a decir, algunas veces, para expli-
car el favor de que gozan las vírgenes negras entre los fieles, que era en
realidad el color de la piel de la Virgen María que, como Eva, fue una
negra, en tanto que Jesucristo y Adán, fueron de piel blanca.»
En la India encontramos buen número de ídolos que tienen el color
negro.
Recuérdese que la Virgen del Cobre tiene un brillante en la frente.
No puede ser sino el signo de una estrella.
Es un brillante aislado, no engarzado en una corona, ni en joya alguna
del tocador virgíneo. Está sobre la carne, sobre la epidermis frontal de la
imagen.
La estrella en la frente es símbolo mágico religioso que puede encon-
trarse en la gentilidad precristiana. En los pueblos antiguos, como los
primitivos contemporáneos, las piedras preciosas son de virgen lunar,
conexos con el culto a la diosa selénica.

246
La creencia en la existencia de piedras brillantes en la cabeza de las
serpientes humanas es común en los antiguos. Fue creencia de los grie-
gos, como es aún en China.
Lo primero que se le ocurre al capitán Sánchez de Moya para exte-
riorizar el culto a la Virgen hallada en Nipe es que se le encienda una
lamparita y que sea alimentada constantemente ante la imagen. La lám-
para permanentemente encendida, que es uno de los ritos católicos, no
es sino forma de la pirolatría universal. El fuego sagrado y su renova-
ción, que los católicos hacen anualmente cada sábado de gloria, es rito
de todas las contritenses que procede de todas las religiones precristianas
y relacionada con el sol, pero primordialmente con la luna y su período de
renovación vital.
Poco diremos del simbolismo de la cruz en relación con la Virgen del
Cobre. Esta imagen mariana lleva la cruz en la corona, en remate deco-
rativo del nimbo solar que la viste, según la metáfora apocalíptica, y, más
visiblemente, en la mano derecha.
Esta cruz, símbolo supremo de los cristianos no fue rebasado por los
otros elementos culturales que influyeron en la devoción de la Virgen del
Cobre, sea los indios y los negros.
Así en el Norte como en Sur de América india, la cruz latina simbolizó
«el padre de los cuatro vientos», «el viejo del sol que manda los vientos»,
personajes similares.19
En la América precolombina la cruz tuvo su sentido emblemático muy
difundido en las ceremonias religiosas.
En la forma más común de las líneas rectas cruzadas representaba
las cuatro partes del mundo de donde vienen las lluvias, y los vientos.
En México significó a Tlaloc, días de aguas, fundador de la tierra y
señor de los cielos; y más tarde representó, con parecido simbolismo, a
Inetzacoatl, el personaje mítico.
En América Central la cruz potenzada de san Antonio o Tan es signo
de la lluvia y de la fecundidad. En toda América es un dibujo que
sintéticamente representa la lluvia, mediante una rayita horizontal que es
el cielo y una rayita vertical que representa el agua que cae.

19
A. C. Haddon. Evolution in Art as Illustrated by the Life-Histories of Designs. Walter
Scott, London, 1895, p. 279.

247
Ciertas flores tienen poder fecundante, según la creencia del hombre
primitivo. El lirio y el loto, símbolos acuáticos y de sexualidad lunar, en las
religiones de India, Egipto y Babilonia.20
El lirio es símbolo de Maná.
Hera amaba los lirios, que se le ofrecían en advocación.21 En la deco-
ración fitomorfa de los egipcios, todas las bellas flores que bordeaban
eran de su Nilo. La flor de lis fue ornamento heráldico del Alto Egipto.
Las granadas (femeninos) y los lirios (masculinos) adornaban como
símbolos generativos en pilares salomónicos.22 Adalbert de Beaumont
analizó nada menos que 438 dibujos escogidos representativos de la flor
de lis como emblema universal. A Francia fue de Oriente cuando las
Cruzadas y adoptada por Luis VII, sobre el año 1137. La flor de lis fue el
emblema de la masculinidad en Egipto, Persia, Arabia.
Poco refieren las fiestas ricas y bulliciosas que celebraban en la villa
de El Cobre durante quince días para solemnecer su Patrona. «Era un
cuadro digno de Rembrandt, dice, al pensar en los bailes, la música, co-
midas, fogatas, juegos y demás jolgorios y locuras nocturnas; la villa
deliraba, no dormía. »23
«Estas son las grandezas del santuario de Nuestra Señora; las que
son aumentadas con otros infinitos adornasen las fiestas que todos los
años se la tributan, desde el día 8 de septiembre hasta el 29 o 30 del
mismo mes lo menos, porque muchas veces llegaba el 30 o 4 de octubre;
advirtiendo, que de las insinuadas fiestas tiene quince dotados; y para la
principal, que es el susodicho día 8 también la comida que se da general-
mente a cuantos van a alojarse en la casa de hospedería que hay allí para
los peregrinos de todo el año.»24
Ese carácter licencioso que tuvieron las fiestas anuales dedicadas a
la Gran Madre en todos los pueblos del Mediterráneo han sobrevivido en
algunas partes.

20
R. Briffault. The Mothers, a Study of the Origins of Sentiments and Institutions.
Macmillan, New York, 1927, t. II, p. 592.
21
Cita de Cook. Zeus, a Study in Ancient Religion. The University Press, Cambridge,
1925, vol. III, p. 515.
22
J. O’Neill. The Night of the Gods. Harrison, London, 1893-97, vol. I , p. 241.
23
B. Ramírez. Ob. cit., p. 136.
24
Ibídem, p. 39.

248
Alfonso de Liborio declara que la fiestas de la Virgen en ciertos pue-
blos de Italia, como en Montevergine, son habitualmente profanas con
danzas, excesos y obscenas conductas; y correría a los fieles de María
porque no acuden a su santuario en esas fiestas, pues el diablo gana
entonces más que la Virgen.25
Aquellas bacanales, con todo sentido sexual en las fiestas religiosas
de los blancos ha ido desapareciendo, a medida que el catolicismo ha ido
depurando su ideología; especialmente después que los Padres de la Igle-
sia, Ambrosio, Orígenes y Jerónimo, anatematizaron la vida sexual, pre-
sentaron a la mujer como instrumento de Satán, condenaron el matrimo-
nio como un mal necesario, exaltaron la virginidad física y el celibato, la
virtud suprema la castidad, hasta haberse llegado por los devotos del
ascetismo morboso, con tal vilipendio hacia el sexo, a la extravagancia
de declarar que era preferible la desaparición de la especie humana que
su reproducción por la relación genésica natural.26

25
The Glorie of Mary, p. 516.
26
[Hasta aquí el texto de Ortiz establecido, en el que se puede constatar que el libro no fue
concluido por el autor.]

249
Textos complementarios1

La Virgen mambisa2

Andando los siglos, la Virgen del Cobre, en Cuba, acaso la primera vir-
gen cubana, debió la circunstancia de ser oriental, es decir, de tener su
ermita en la región cubana más significativa en las épocas de los indios
precolombinos, de la conquista española y de la independización nacio-
nal, el llegar a ser más cubana que las demás.3
La Virgen de la Caridad del Cobre que fue Virgen trigueña para los
castellanos conquistadores, llegó a ser, por una frecuente paradoja de las
creencias populares, la Virgen cubana, la Virgen mambisa y antiespañola,
según decía el sentimentalismo de los patriotas cubanos exaltados, cuan-
do el hervor de las contiendas separatistas; oponiendo entonces la Vir-

1
[Bajo el epígrafe de Textos complementarios hemos reunidos aquellos materiales que
Fernando Ortiz acopió para enriquecer su libro sobre la Virgen de la Caridad del Cobre.
Constituyen un grupo de fragmentos o fichas sin una redacción final, que por su impor-
tancia y trascendencia para los estudios etnográficos consideramos no debían permane-
cer inéditos.]
2
[En este epígrafe Ortiz reunió materiales sin una definitiva redacción sobre el tema.
Hemos decidido publicarlo para ampliar aquellos aspectos que Ortiz introduce en el
texto principal del libro pero no llega a desarrollar. Estas notas completan su visión
sobre el culto de la Virgen de la Caridad del Cobre en nuestra historia.]
3
La Virgen de la Caridad no fue en Cuba exclusiva de la región oriental, pues en la
parroquia del Espíritu Santo de La Habana hubo cofradía de Nuestra Señora de la Cari-
dad desde antiguo, según nos dice Arrate; pero el santuario de El Cobre, cerca de
Santiago, ha sido siempre el asiento nacional y milagroso de la Virgen de la Caridad. La
Virgen cobreña fue la más cubana.

250
gen de la Caridad del Cobre a la Virgen de Covadonga, que era tenida
por la más intransigente metropolitana e integrista. La primera vestía
siempre de blanco y azul, a la otra gustaban de adornarla con indumentos
de oro y grana.
Así podía leerse en la prensa cubana revolucionaria de 18714 el si-
guiente texto:

Gente del Cobre ¡Ah!, se me olvidaba. El cura de la iglesia de la


Caridad (español, no hay que decirlo) y ha invitado a sus feligre-
ses para que le recen una novena a la Virgen, pidiéndole que se
acabe la insurrección. Y ¿sabe usted por qué lo ha hecho? Pues,
porque ha llegado a su noticia que en tiempo no lejano la Virgen
era insurrecta, y se pasaba en la manigua semanas y meses se-
guidos, según cuenta la tradición, apareciéndose luego en su san-
tuario de El Cobre, manchada de lodo, y cubierto de zarzas el
vestido. (Las legendarias desapariciones ambulatorias de la Vir-
gen de la Caridad, reaparecen ahora, por la exaltación de la fe
patriótica.) ¡Hola! ¿Ya apeláis a los santos, nietos de Pelayo, y
súbditos del hijo de rey que ha destronado al Papa? Amadeo, de
la estirpe de los Saboya, hijo de Víctor Manuel II, que destruyó,
el 20 de septiembre de 1870, el poder temporal de la Santa Sede
romana.

———
Cuéntase que Carlos Manuel de Céspedes, al entrar en Bayamo con las
fuerzas liberadoras, hizo decir una solemne misa en honor a la Virgen de
la Caridad, poniendo bajo su protección al ejército revolucionario. Hoy
cuenta la parroquia de San Salvador de Bayamo con una pintura mural al
óleo, conmemorando esa ceremonia de proselitismo mambí.
Algo análogo ocurrió en México cuando la revolución independizadora
de 1810. El cura patriota Hidalgo enarboló el pendón de la Virgen de
Guadalupe (originaria de Extremadura), como patrona de los separatis-
tas. Los españoles respondieron con la invocación a la Virgen de los
4
Cita de Emilio Bacardí y Moreau. Crónicas de Santiago de Cuba. Santiago de Cuba,
1923, p. 133.

251
Remedios, que en cierta ocasión fue vestida con el uniforme de capitán
general español; así como la Virgen del Pilar fue contra los invasores
franceses de España en aquella época, capitana de la tropa aragonesa,
según reza en la canción popular. Cuando el triunfo de los separatistas
mexicanos, a la Virgen de los Remedios, llamada por los victoriosos La
gachupiana, se le expidió pasaporte para España y se le ordenó que
evacuase el territorio de México republicano.5
———
El doctor Fermín Valdés Domínguez, el fraterno compañero de Martí,
escribía: «La milagrosa y cubana Virgen de la Caridad es santa que
merece todo mi respeto porque fue un símbolo en nuestra guerra glo-
riosa.
»Camagüeyana era mi madre, y su religión –que era la del bien– solo
tenía un culto positivo: la fe en la Virgen cubana, como ella decía: “Lleva,
hijo mío, tu medalla al cuello y no le temas a las balas de los españoles:
esos son siempre los judíos, los asesinos de Cristo y de todos los hombres
que saben amar la libertad; esa medalla los asusta, ella es la voz de la
justicia que los manda, como réprobos, al infierno.”
»Y cuando en el presidio secaba, amorosa y altiva, el sudor de mi
frente; y quería curar con sus lágrimas las úlceras de mis pies, y arran-
car con sus manos mis grilletes, entonces su plegaria era un grito de
dolor: ¡Virgen de la Caridad, que triunfemos!»6
———
Nos cuentan algunos sacerdotes cubanos que Antonio Maceo, el cau-
dillo de la bélica invasión de la parte ponentina de Cuba, cuando la guerra
liberadora, llevaba al cuello un escapulario de la Virgen de la Caridad, y
ello se vio en grande, pues en ocasiones de celebrarse un baile para
celebrar la llegada de los mambises victoriosos al extremo occidental de
la patria, se le rompió la cinta del escapulario al famoso libertador y este
pidió a una dama que se lo cosiera.
5
W. S. Walsh. Curiosities of Popular Customs, p. 835.
6
Y narra después una peregrinación anual que el 10 de octubre celebraban las mujeres
católicas de los mambises para pedir a la Virgen cubana la independencia de la patria.
«La Virgen de la Caridad», en el periódico Patria. Nueva York, 9 de junio 1894. Artículo
fechado en Key West, 25 de mayo de 1894.

252
No faltan finas leyendas y curiosas anécdotas de la vida de la mani-
gua liberadora en que la Virgen de la Caridad del Cobre apareciera «dando
machete» a la tropa española, como Santiago acuchillaba...
Una copla cubanísima de la Guerra de los Diez Años, recogida por
Carolina Poncet, cantaba:

Virgen de la Caridad,
Patrona de los cubanos,
Con el machete en la mano
Pedimos la libertad.7

Hoy la separatista Virgen de la Caridad del Cobre celebra su fiesta el


mismo día de la integrista Virgen de la Covadonga, el 8 de septiembre,
que la Iglesia consigna a la Natividad de la Nuestra Señora. En ese día
del cumpleaños de María celébranse muchas otras advocaciones
marianas. Se nos dice que el arzobispo del Cobre pidió a Roma que la
Virgen de los cubanos tuviera misa y oficio propios, trasladándose su
festividad para el 20 de mayo, o sea, para el aniversario del natalicio de
la república cubana.
Para los españoles de Santiago de Cuba, la Virgen de la Caridad fue
tenida mambisa y hubo mañado empeño en anularla, exaltando la devo-
ción de otra Virgen, de rancia y ostensible prosapia española, o sea, la
Virgen de los Desamparados, de Valencia, que fue traída a Cuba y des-
embarcada en Santiago con gran solemnidad eclesiástica, gran parada
de tropas y de voluntarios, concurrencia de autoridades, Te Deum
catedralicio, y demás propias del estado español unido a la Iglesia Cató-
lica en diferente disfrute del absolutismo colonial.
———
La Caridad en la copla popular del tiempo de la guerra del 95:

Dicen que Pancho Valeria


es un diario americano
por eso los cubanos

7
Carolina Poncet. «Cantares locales cubanos», en Archivos del Folklore Cubano, vol. I,
No. 2, abril, 1924, p. 97.

253
no pueden plantar bandera.
Ay Dios! Gran Dios!
Es menester que no hubiera
en El Cobre la Caridad
que allí esa señora está
pidiendo por los cubanos
con la bandera en la mano
que viva la libertad.
Ay Dios! Gran Dios!

(La música es del tipo tonada.)


———
Obsérvese que la Virgen de los mambises, a pesar de su militancia
libertadora y de su alistamiento en las fuerzas separatista de Cuba, no
tiene ningún signo o motivo ornamental de carácter mambí. A pesar de
sus dos semilunas carece de la estrella solitaria, emblema histórico y
heroico de la soberanía nacional.
No obstante, sus medias lunas que recuerdan victorias españolas en-
tre los sarracenos, ritos astrolátricos de las selvas de África, nadie la ha
adornado con un emblema criollo o cubano de verdá, como se diría en
lengua vernácula de nuestro pueblo humilde.
Se nos dice que el santuario de El Cobre ha estado siempre, durante
los tiempos de la revolución libertadora y después, en la era republicana,
bajo la custodia de sacerdotes alienígenos. ¿A qué esperan los cubanos
católicos de Cuba, que se sientan realmente patriotas y gusten de exte-
riorizar las exaltaciones de su amor patrio y el Lucero del alba no es una
advocación de las letanías marianas?
No dudamos que algún día la Virgen mambisa tendrá su estrella soli-
taria, y quizás, no en la peana, entre querubines, ¡sino en la frente! Don-
de debiera tenerla siempre el pueblo cubano, si no olvidara esa estrella
simbolizadora de su fe en la patria y sus libertades. Para la peana
resérvase, si se quiere, amén de las entidades celestiales, la palma, la
llave y demás atributos del blasón nacional. Y no aludimos al triángulo
rojo, porque dudamos que su histórico simbolismo pueda ser admitido a
sabiendas en la iconografía católica.
Ya que la Virgencita Prieta se la tiene por Patrona de Cuba, se le
rodee de todo el simbolismo decorativo propio de la soberanía nacional.

254
¿Por qué no se le cubaniza más la efigie? ¿Qué tiene hoy de realmente
cubano la representación de la Virgen del Cobre?
———
Ahora8 hay patente empeño por parte del clero en poner de relieve el
carácter mambí de la Virgen de la Caridad del Cobre. En una hojuela
catequista se dice: «Hemos resuelto ahora dar un paso más. Queremos
pisar las huellas gloriosas de los veteranos de la Independencia; quere-
mos seguir el ejemplo que nuestros valientes hermanos nos dieron de
amor a la Virgen de nuestros amores, y rivalizar con ellos, en celo y
entusiasmo, por la gloria y el honor de Cuba y la Virgen cubana.»9
Un sacerdote cubano, el padre Juan José Roberes, ex párroco de Ma-
nagua, compuso con Martín Germán Araco un himno a la Virgen de la
Caridad, ya en época republicana; y en él se refiere a la Virgen como
estrella de los mambises.

Cuando el llanto era el pan de tus hijos


Y su vida terrible ansiedad
Eras tú, dulce Madre, la estrella
Que anuncia la aurora de paz;
Y a tus plantas las nobles matronas
Implorando tu inmensa bondad,
Te aclamaron «estrella de Cuba»,
Madre hermosa de la Caridad.10

Algunas veces se ha querido relacionar los colores de la bandera


cubana con los atributos de la Virgen de la Caridad: el blanco por su
pureza, el azul por su manto, el rojo por ser emblema de la virtud de la
Caridad.11

8
[Se refiere a finales de los años veinte.]
9
[Ortiz menciona la página 28, pero no señala la fuente.]
10
Véase [B. Ramírez, en] la edición de Daniel Bermúdez, La Habana, 1916, p. 7.
11
Véase en una estampa de la imprenta de Nuestra Señora de Belén, como recuerdo de las
fiestas en honor de la Virgen Santísima de la Caridad celebrada en la parroquial de
Santiago de las Vegas, el 20 de mayo de 1927. [Esta estampa se encuentra en el archivo
de Fernando Ortiz.]

255
El anticlericalismo ha dado otra interpretación, como era natural es-
perar, a esta entronización cubana de la Virgen cobrera: Antonio Iraizoz12
ha escrito así: «La Iglesia Católica romana, enemiga de nuestra revolu-
ción emancipadora, como tradicionalmente lo ha sido de cuantos proce-
sos en favor de la libertad se han mantenido por los hombres que aman
su decoro, condenó de modo reiterado a nuestros insurgentes por boca
de sus obispos, a quienes se unió siempre el papa León XIII, con las
fervorosas oraciones que elevaba al Altísimo en favor de su amadísima
hija España. Aunque el Altísimo no le hizo gran caso a León XIII, siem-
pre el episcopado español bendijo a las tropas que marchaban a Cuba a
“exterminar mambises” –textuales palabras del obispo de Vitoria– al
verse fracasados, ante el antagonismo que había surgido entre nuestra
Revolución y la Iglesia de Roma, para agasajar a la grey católica cuba-
na, después de hecha la república por aquellos malditos mambises, que
ellos querían exterminar, se acordaron de la Caridad del Cobre, se con-
sagró ese mito risueño y se le nombró Patrona de Cuba.
»Fue una maniobra política del Vaticano: nada más, prueba de ello,
que antes, por propagar el culto de la Virgen del Cobre habían expulsado
de Cuba y perseguido hasta la muerte a los sacerdotes nativos que la
ensalzaron con su oratoria, como los padres Dobal y Mustelier.»13
Todos fueron anticlericales, en cuanto al clericalismo fue consustan-
cial del coloniaje absolutista, que ambicionaba sojuzgar por igual, rique-
zas, ánimos y conciencias; muchos fueron librepensadores; pocos, ateos;
y todos ellos pusieron la fuerza ideológica del ambiente que los rodeaba
al servicio de su finalidad suprema ¡Cuba libre, fuera de España!
Por eso, creyentes o no, católicos o agnósticos, fanáticos de la fe o
incrédulos hasta el ateísmo, cuando pudieron sumar una idea fuerza a su
heroico mambisismo, así lo hicieron; aun cuando esa idea-potental fuese
religiosa.
———
La Virgen Caridad del Cobre que se venera en El Cobre, allá en la pro-
vincia cubana de Oriente, y es la misma imagen dicen aparecida por
gracia divina en tierra movilizada por reclutas mambises, anduvo por las

12
Antonio Iraizoz. Las procesiones católicas y la Patrona de Cuba. Ed. cit.
13
Ibídem, p. 6.

256
maniguas patrias, y peleó por la independencia de Cuba, como la Virgen
de Covadonga luchó en el ejercito español por la permanencia del colo-
niaje, continuándose así la tradición belicosa de las imágenes marianas
amparadoras de guerras, sea de Concepción, liberadora de los cristianos
en Lepanto; como la Guadalupe, liberadora de México; como la Pilarica,
liberadora de España, que según la copla:

no quiere ser francesa,


quiere ser capitana
de la tropa aragonesa.

La Virgen de la Caridad del Cobre quiere ser capitana de la tropa


mambisa, levantada por los cubanos para ganar a la fuerza las libertades
que entonces se ansiaban. Pero la Virgen de la Caridad no fue una pode-
rosa guerrera, y sus favores marciales no fueron sino transitoria dedica-
ción a que la obligaba la devoción del pueblo cubano, que desde comien-
zos del siglo XVII, la tiene por muy intercerona celestial y abogada influyente
en la Suprema Corte de Ultramundo.
Los católicos españoles, pobladores de estas Indias americanas, ve-
neraron en Cuba otras imágenes de la personificación de la maternidad
divina, como la de Monserrate por la colonia catalana, la de Covadonga
por la asturiana, la del Pilar por la aragonesa, o la Begoña por la vascon-
gada, amén de otras advocaciones menos regionales que vinieron de
España con los conquistadores y colonizadores, como Nuestra Señora
de los Remedios, de Regla, la Asunción, de la Salud, del Carmen, del
Rocío, de los Dolores, de Guadalupe, etc., las cuales alcanzaron aquí
culto muy extendido, hasta fijarse y perdurar en la toponimia cubana;
pero ninguna se cubanizó como la Virgen de la Caridad del Cobre, more-
nita ella y surgida de la fe popular entre indios y negros, entre esclavos;
propicia, por la legendaria aparición, a la fe de las clases humildes, que
en Cuba más miraban deprecatoriamente al cielo.

257
La luna y los indios en América14

Los indios de Sudamérica y los caribes, para los cuales fue y es la luna el
ser supremo creador de la naturaleza, imaginan en su cosmogonía que
el mundo surgió de un árbol gigantesco cuyas hojas y frutos dieron ori-
gen a todas las criaturas.
En México, aun entre los indios actuales, la luna es la deidad especial
de las mujeres.15 En el Perú antiguo, la luna fue el dios de las mujeres y
cuando su imagen era trasladada en procesión al templo del sol, era
llevada en andas sostenidas por hombros femeninos.16
———
Los juegos de pelota de los indocubanos no debieron ser sino ritos luna-
res, a juzgar por el sentido de otros análogos de los indoamericanos.
———
Los indios de los países más cálidos de América adoran con preferencia
a la luna, según observa Frazer,17 citando a los caribes, y los habitantes
de las tierras calientes de los Andes, del Perú.
———
Cuando el jesuita Le Jeune les preguntó a los indios iroqueses cómo
podían imaginar que la luna era una mujer pues no tenía brazos, los ame-
ricanos le respondieron que no fuera tan ignorante, que bien sabido era
que no se veían los brazos de la luna porque los tenía doblados estre-
chando contra su pecho al hijo de sus entrañas.18
———
Todos los indios suramericanos creen que la luna es la productora y
dueña de los ríos.

14
[Por la importancia del tema hemos organizado las fichas manuscritas de Fernando
Ortiz y, por orden temático, conformamos este texto. El lector notará que a algunas
fichas les falta pulimento estilístico, lo cual indica que preparaba estas con vista a una
futura redacción.]
15
C. Lumholtz. Unknown Mexico. vol. I, pp. 265 y 295.
16
C. de Molina. Account of the Fables and Rites of the Incas, p. 37.
17
[J. G. Frazer.] Ob. cit., t. VI, p. 138.
18
Relation da Jesuitas. 1634, p. 26.

258
———
Casi todos los héroes de los indios norteamericanos son hijos de virgen,
también lo son Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, deidades mejicanas, lo mis-
mo que Moctezuma. Igual sucede con los héroes de varios pueblos in-
dios del Paraguay y el Amazonas.
Para la cosmogonía de los indios caribes, la luna y la tierra nacen
juntos de una materia amorfa.19
Entre los indios brasileños la luna es la patrona de las mujeres.20 Para
los tupís del Brasil, la Madre de la yuca y de todos los demás vegetales
es Nuestra Madre la luna21 que siendo virgen parió un niño blanco que
vivió un año como el sol, y de cuyo cadáver enterrado brotó la primera
planta de yuca o mandioca.
———
Hoy se tiene por seguro que la mujer fue la inventora del cultivo y que el
acto fundamental, o sea, la siembra, se realizaba siempre en algunos
países, no solo por mujeres, sino por preñadas,22 como modo de incre-
mentar las cosechas, por influencia mágica y homeopática de la gesta-
ción pendiente en las entrañas de las sembradoras. Así se lo dijeron al
padre Gumila unos indios del Orinoco: «Cuando las mujeres siembran
maíz, de cada planta salen dos o tres piñas; cuando siembran yuca salen
varios cientos de raíces. Las mujeres saben cómo producir niños e, igual-
mente, solo ellas saben cómo hacer germinar las siembras.»
———
En este nivel de cultura,23 del cultivo por azada estaban los taínos cuba-
nos, cuando la conquista castellana. Aun puede decirse que el cultivo por
azada hallábase en su fase inicial, o sea, cuando la azada aún no había
sido perfeccionada por la adición de una pieza excavadora a la extremi-

19
J. G. Miller. Geschidite der amerikanischen Urreligionen, p. 229.
20
A. I. Mello Moraes. Corographia histórica do Imperio do Brasil. vol. II, p. 285.
21
J. V. Conto de Magelhaes. O Selvagem. p. 134.
22
U. W. Vogal. Vom indischen Ozean bis zum Gredland. 1887, p. 294.
23
[Ortiz escribió dos obras capitales para comprender el desarrollo de la arqueología y la
cultura aborigen en Cuba; ellas son: Historia de la arqueología indocubana. La Haba-
na, 1923 y Las cuatro culturas indias de Cuba. Arellano y Cía., La Habana, 1943.]

259
dad del mango, o sea, cuando el instrumento sembrador es un simple
palo, que en Cuba decimos coa. Este invento de la azada modifica los
movimientos de la siembra y la técnica. La azada excava, pero la coa
entierra. La coa es el primer instrumento agrícola, es instrumento de
fácil tropología fálica. Con la coa, penetrando en la tierra y abriendo el
hoyo donde se depositará la semilla, la siembra es una reproducción del
acto sexual. No hemos visto referencia alguna de los antropólogos a este
sentido de la coa; pero ello basta para explicar, amén de otros factores
concordantes, el simbolismo sexual de los primitivos signos agrarios.
Una interpretación religiosa y genérica de la siembra de la yuca por
los indios cubanos en conucos filiformes es forzosa y fácil; pero aún no
ha sido explicada. Lo haremos en otro lugar.
———
El arado ya es forma avanzada del cultivo, instrumento masculino que
excluye a la mujer de las siembras. Pero el arado no es sino una azada
que se arrastra.
———
En toda la América donde la yuca fue objeto de cultivo y base de la
alimentación, la luna fue entidad que mereció culto preferente tenida por
diosa de la fecundidad así de la vegetación como de los seres animales y
humanos. Su culto fue más importante que el del sol, entre los indios
taínos y los caribes, que poblaban las Antillas cuando la conquista caste-
llana.
———
Las conchas marinas han sido utilizadas siempre por los pueblos primiti-
vos para sus ritos y sus vestidos.
Su virgen en las aguas las hizo atribuir de virtudes fertilizantes que
ayudaban al crecimiento y la vida.
Los antiguos, como Plinio, veían que las conchas crecían y decrecían
con la luna, dueña de las aguas. Y las conchas, la luna, las aguas y la
feminidad guardaron estrecha relación.
La diosa Afrodita nace de una concha del mar.
Algunas conchas han tenido aun mayor aprecio emblemático con sen-
tido religioso. Tales son esos pequeños caracoles llamados caurís, em-

260
pleados en todos los continentes como moneda,24 y que aún se usan
mucho en Cuba, en los cultos africanos. Esos caurís, y otros varios, de
tamaño mayor pero de igual forma, han sido tomados como emblema de
feminidad por su semejanza con los perfiles sexuales femeninos.
———
En la filosofía de los indios norteamericanos, el agua es considerada
como la fuente de la vida, y como símbolo de la vida se emplea una vasija
llena de agua.25
———
Según Bravo, los indios cobreros dedicaban a la Virgen en su escritura,
perfumes de cazuelejas.26 Este es, sin duda, un elemento cubanísimo del
culto que a la Virgen cobrera fue titulado por los indígenas. Esas
cazuelejas rituales, que los indocubanos empleaban no solo para ofren-
dar a los dioses perfumes, sino comidas y bebidas, son precisamente las
numerosas cazuelas o vasijas de la cerámica taína, que aún se descu-
bren en abundancia en los paraderos orientales y que se ven en los
museos etnográficos de Cuba.27

24
J. W. Jackson. Shells as Evidence of the Migrations of Early Cultures. The University
Press, Manchester, 1917, pp. 126 y ss.
25
F. H. Cushing. Museum of the American Indian. Heye Foundation, New York, 1920.
26
Loc. cit., folio 37.
27
De esos ritos y cerámica, del simbolismo de su arte decorativo, sus meandros,
zoomorfismos, supervivencias, etc., se tratará en otra ocasión.

261
Indios 28

A los elementos hispánicos, que fueron, naturalmente, los primarios en el


culto cubano de la Virgen de la Caridad del Cobre, por tratarse de una
imagen católica, cuya religión fue traída a Cuba por los castellanos con-
quistadores, se fueron yuxtaponiendo algunos elementos indígenas.
Estos pueden dividirse en indios y criollos, según han sido debidos a
los de estirpe indiana o a los de linaje español, nacidos en Cuba en los
tiempos postcolombinos.
Los elementos indocubanos incorporados a la devoción de la Virgen
del Cobre son muy escasos, y, aun así, más parecen aportación de ideas
criollas que de los propios indios.29
Ya hemos dicho que la Virgen del Cobre no es blanca, así en su
original del santuario, como en las representaciones policrómicas.
La cara de la Virgen del Cobre en el santuario de Oriente tiene color.
Pero las representaciones folclóricas de la tez de la Virgen Prieta varían
algo. Unas veces la hacen aparecer como mulata, distinguiéndola así de
la Virgen de Regla, que es negra. Estas coloraciones provienen del ele-

28
[Aunque Ortiz refiere en el capítulo III que tratará los elementos indígenas que influye-
ron en el culto a la Virgen de la Caridad del Cobre, no lo desarrolla en el libro, sin
embargo, realiza estos apuntes que ponemos a consideración.]
29
[Véase «El aborigen y la Caridad del Cobre», de María Nelsa Trincado, en el anuario El
Caribe arqueológico. Casa del Caribe, Santiago de Cuba, 2/1997, pp. 115-120. La
autora sostiene las tesis siguientes: «1) La imagen del Cobre pudo ser entregada por un
cristiano en algún momento no precisado aún y que fue durante mucho tiempo objeto
de culto en la región oriental, a la manera que ocurrió con la Estampa entregada por
Hojeda al cacique Comendador. 2) Pudo ser confeccionada por individuos ya fuerte-
mente sincretizados y que, por razón, pasó a aglutinar, a fines del siglo XVI, o principio
del siglo XVII una parte importante de la población aborigen y esclava, culto que fue
asimilado posteriormente por el criollaje naciente; y 3) La participación de aborígenes
mesoamericanos en su inicios.» Es decir, María Nelsa Trincado le otorga al proceso de
génesis del culto mariano en Cuba notables matices indios y criollos más que hispanos.
El libro de Ortiz servirá para esclarecer estos puntos. Sobre todo para aclarar la confu-
sión histórica de identificar al cacique Comendador con el pasaje de Hojeda. Ortiz
escribe: «Como se advierte, hay cierta confusión entre la imagen del cacique de Cueiba
y la del cacique de Macaca. Una era de papel, según el obispo Morell de Santa Cruz, la
otra debió ser de tabla o tela; y de otra parte, el cacique llamado Comendador, según el
mismo historiador mitrado, fue el de Macaca y no el de Cueiba, como algunos han
dicho.»]

262
mento folclórico africano, del que hablaremos más adelante. Otras ve-
ces, la carimorena Virgen es pintada como de color cobrizo. Pero esta
pigmentación encobrada en nada se relaciona con el mineral de las vie-
jas minas de Santiago del Prado ni con la denominación topológica de El
Cobre, que hoy tiene el pueblo, ese color cobrizo es el de la raza india, de
raíz mongoloide, que poblaba a Cuba cuando comenzó la hispanización
del país.
Es posible que ese color algo atezado de la Virgen del Cobre se
pareciera al de «membrillo cocido», que los castellanos encontraron en
los indios americanos: y, por tanto, cabe pensar que esa circunstancia
que diferenciaba la tez cobriza del ícono castellano de la más clara de
sus dueños influyera algún tanto en la estima devota que parece le
profesaron los indios, así en las peripecias del cacicazgo de Cueiba o,
después, cuando la Virgen surge en Nipe y se lleva al real de las minas
cupríferas.
Pero, ese color aindiado de la imagen cobrera no se debe a obra de
los indios, ni a una artimaña sacerdotal de las catequistas doctrinas, para
atraer a los iconólatras indocubanos, sino a circunstancias, que ya hemos
expuesto, consecuencia de la acción del tiempo sobre la madera en que
fue tallada la imagen.
Los indios cobreros, o, mejor dicho, porque los realmente nativos de
las montañas de El Cobre debieron ser cobreños, los desdichados indios
allí sometidos al vasallaje ofrendaron, sin duda, sus ritos propiciatorios al
ícono cristiano de sus amos. Se tienen pruebas de que así fue, y aun
cuando no las hubiera no es difícil pensar que los indios fueron obligados
a la observancia externa del culto a la Virgen, como lo fueron en toda
América por órdenes reales y por el vigoroso impulso apostólico de la
colonización.
———
Cuando se juntan en la convivencia permanente pueblos de culturas y
religiones distintas suele producirse siempre el fenómeno de una fusión
de panteones, sobre bases totalmente o casi igualitarias cuando ambas
religiones son politeístas, o bien con categoría de dominante y dominada
como reflejo de la respectiva posición política de los respectivos creyen-
tes. La religión dominante pasa a ser la verdadera, y cuando se colorea
intensamente por la moral, es familiar la de los dioses buenos. La reli-

263
gión de los dominados es la falsa la que, sin embargo, tiene potencias
sobrenaturales ciertas pero inferiores, rebeldes y malas. Los dioses de
los vencidos son las deidades del mal, los diablos malignos, que, sin em-
bargo, tienen potencia sobrenatural para obrar prodigios.
La Virgen de la Caridad fue la diosa de los fuertes, que pudieron
vencer a los cubanos y rendirlos a un estado social de inadaptación que
los llevó al exterminio. ¡Cuán fuerte debió de ser la diosa que así los
destruía! ¡Cuán blasfema para ellos debió de sonar su advocación, si
llegaran a entenderla!
Para el indocubano la imagen de La Caridad debió estar dotada de
muy poderoso maná o potencia sobrenatural, pues es propio de los pue-
blos primeros reconocer grandes facultades a los dioses de los alienígenos,
aun a los de los extranjeros vencidos; y más, como es fácil pensar, a los
de los pueblos sojuzgadores.
———
Así en sus credos como en sus emblemas, unos y otros surgidos a la vez
de una misma lenta conceptuación filosófica, nos será fiel comprender lo
difícil que es para un pueblo aceptar nuevos o exóticos símbolos sin tra-
dición espiritual ni sentido ideográfico para su inteligencia, y cuánto más
fácil y hasta necesario habrá de serle, para salvar su acervo de ideas
ancestrales, buscarles refugio al amparo de las impuestas por los
dominadores, bien por una transacción corriente entre ambas creencias
por la cual ambas aspiran a obtener ventajas, o bien por astuta adapta-
ción mimética de los símbolos sometidos, que adoptaban formas iguales
o parecidas a los invasores.
Cuando se han aproximado dos religiones, sea por yuxtaposición de
ambas o por superposición de una políticamente dominante sobre otra
sometida, siempre se han entremezclado sus símbolos, unos a otros (como
hacen los bramanes del Yudortan que pintan su Om a la cruz cristiana, a
la media luna mahometana o al tridente pagano); o bien atenuando las
diferencias de los símbolos entre sí para reducirlos a una forma común y
dominadora (como hizo Constantino escogiendo como lábaro la cruz,
signo a la vez de Cristo y del sol), y como ha sucedido en todo el mundo
en las cruces polimórficas, la suástica. En cuanto a los indios cubanos,
no podemos asegurar que tuvieron un signo cruciforme en su simbolismo
complicado.

264
Este simbolismo está aún por estudiar; pero lo poco que hemos podi-
do descubrir en él observando sus fotografías, sus ídolos y los motivos
decorativos de sus cazuelas, acaso permita asegurar que su simbolismo
religioso es de carácter preferentemente genésico y zoomórfico, sin que
en las estilizaciones de su cerámica ni en los ideogramas o pictografías
del único templo descubierto se puedan descubrir símbolos cruciales,
como sucede en toda la América precolombina.
El indio siboney tuvo como un elemento de su cosmogonía el
cuaternario, simbolizando probablemente los cuatro puntos cardinales,
como fue común entre los indios de América.
En la cueva de Isla de Pinos, este elemento cuaternario se encuentra
perfectamente marcado en uno de los ideogramas...30
Es curioso observar cómo la Virgen de la Caridad no ha sido tenida
como especialmente alojada contra los terremotos, que tan frecuentes
ocurren en la región oriental y que tantos sobresaltos y cataclismos han
producido en su santuario de El Cobre.
Los indios cubanos, que tuvieron un dios del terremoto, eran ya muy
pocos en Oriente, cuando surgió la devoción de La Caridad a comienzos
del siglo XVII. No pudieron, pues, influir en que se transfirieran a la Virgen
del Cobre las virtudes de su deidad.
Los negros no tuvieron dios del terremoto, porque en su país origina-
rio ese fenómeno sísmico no es para ellos conocido.
Pero los indocubanos se sintieron inclinados al culto mariano por otros
factores, arraigados en sus propias y ancestrales creencias cosmogónicas
mitológicas.
———
Los indios cubanos en su mitología tuvieron ritos lunares.
———
Los indios cubanos tuvieron ritos femeninos: Atabeira.
———

30
[Fernando Ortiz en 1922 descubre la cueva de Punta del Este, en Isla de Pinos, llamada
por sus ideogramas y pinturas rupestres la Capilla Sixtina de los indios precolombinos.
Véase el capítulo X: «Las culturas indias de Isla de Pinos», en su libro Las cuatro
culturas indias de Cuba. Arellano y Cía., La Habana, 1943.]

265
En la narración de Enciso31 acerca de la Virgen que tuvo el cacique
Comendador de los indios cubanos, se descubren fácilmente algunos ele-
mentos que pueden ser interpretados como manifestaciones de los ritos
mágico-religiosos de aquellos íncubas autóctonos de Cuba. Tales son la
lucha que a modo de juicio de Dios ejecutan a todos los representantes
de santa María y del Cemí, las vasijas con bebidas y comidas que ofre-
cían los indios a la Virgen, y la insistencia con que estos hacían sentar a
los españoles y los hacían rezar. Lo primero recuerda los pugilatos y
juegos de pelota simbólicos de las religiones primitivas; lo segundo, las
ofrendas de los ritos agrario-sexuales; lo último, el significado ritual, tam-
bién agrario, del dujo o asiento ceremonial de los taínos. Ampliar estos
aspectos quizás no sea de este lugar.
¿Pasaron esos ritos de los indios al culto de la Virgen, cuando esta se
instaló en El Cobre?

31
Véase la narración de Enciso en el capítulo IV.

266
Carta de solicitud de los Veteranos de la Independencia
a S. S. Benedicto XV (24 de septiembre de 1915)

Veteranos de la Independencia
Consejo Territorial de Oriente
Santiago de Cuba.

A
S. S.
Benedicto XV.

Santísimo Padre:-

Los que suscriben, hijos de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Roma-


na a S. S. humildemente exponen:
Que son miembros unos y simpatizadores otros, del Ejército Liberta-
dor Cubano, título que constituye el timbre de nuestra mayor gloria, por
simpatizarse en él, el supremo bien de la Libertad e independencia de
nuestra Patria; que junto a ese título, ostentamos otro, que es el de perte-
necer a la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, en cuyo seno nacimos,
al amparo de sus preceptos vivimos y de acuerdo con ellos queremos
dejar de existir; y esos dos títulos hacen que hoy, tenidos en la Villa del
Cobre, en donde se encuentra el Santuario de la SANTÍSIMA VIRGEN DE LA
CARIDAD, y postrados reverentemente ante su altar, acordemos acudir a
S. S. para que realice la más hermosa de nuestras esperanzas y la más
justa de las aspiraciones del alma cubana, declarando Patrona de nues-
tra joven República a la Santísima Virgen de la Caridad del Cobre, y de
precepto para Cuba, el día que lleva su Santísimo nombre, ocho de Sep-
tiembre.
No pudieron ni los azares de la guerra, ni los trabajos para librar
nuestra subsistencia, apagar la fe y el amor que nuestro pueblo católico
profesa a esa virgen venerada; y antes al contrario, en el fragor de los
combates y en las mayores vicisitudes de la vida, cuando más cercana
estaba la muerte o más próxima la desesperación, surgió siempre como
luz disipadora de todo peligro, o como rocío consolador para nuestras
almas, la visión de esa virgen cubana por excelencia, cubana por el ori-
gen de su secular devoción y cubana porque así la amaron nuestras

267
madres inolvidables, así la bendicen nuestras amantes esposas y así la
han proclamado nuestros soldados, orando todos ante ella para la conse-
cución de la victoria, y para la paz de nuestros muertos inolvidados; y
causaría una vergonzosa ingratitud por nuestra parte, el que a los bene-
ficios que esa virgen excelsa nos prodiga, permaneciéramos inactivos o
mudos, y no levantáramos nuestra voz ante el sucesor de San Pedro,
para que haciéndose intérprete de los sentimientos del pueblo católico de
Cuba y de su Ejercito Libertador que profesan la religión de nuestros
antepasados, y usando de la facultades de que se encuentra investido,
declare, previo los trámites correspondientes, como Patrona de la Repú-
blica de Cuba a la Virgen de la Caridad del Cobre y fiesta eclesiástica en
ella, el día que lleva su santo nombre.
Por tanto, a Su Santidad suplicamos humildemente, se sirva de acce-
der benigno a nuestra solicitud.
Villa del Cobre a veinticuatro de Septiembre de mil novecientos quince.

Firmado por Jesús Rabí, Mayor General, otros generales y oficiales del
Ejercito Libertador.

268
Carta de S. S. Benedicto XV al reverendísimo padre Félix
Ambrosio, arzobispo de Santiago de Cuba y a todos los obispos
de la República de Cuba, en orden a fomentar la piedad popular
hacia la Protectora Madre de Dios (21 de agosto de 1916)

Venerables hermanos, Salud y Bendición Apostólica.


El Venerable Hermano Tito, Arzobispo titular de Lacedemonia, nos
ha informado bien de cómo el Decreto, confirmado nuestro Legado, bien
informado nos ha hecho llegar el decreto, confirmado con vuestras súpli-
cas, con el que proclamamos a la venerable Madre de Dios como princi-
pal patrona de esa república, había sido recibido por el pueblo de forma
muy gozosa y de tal manera que con las palabras y obras se hace cono-
cido y causa alegría a todos. Nos alegra, venerables hermanos, este
testimonio de tanto significado para la fe y la piedad cristiana; también
alienta la esperanza de que con la súplica y el ejemplo vuestro y de todo
el clero cubano, la tradicional devoción a la Virgen profundice las raíces
y haga florecer en esos pueblos las alabanzas de la vida cristiana para
que podamos alegrarnos de toda clase de bienes nos lleguen con esa
devoción.
Deseando que una común esperanza en los auxilios divinos traiga
éxito a vuestros empeños y trabajos, impartimos de todo corazón la Ben-
dición Apostólica a todos vosotros, venerables hermanos, al clero, al pueblo
y a todos y cada uno.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 21 de Agosto de 1916, año
segundo de nuestro Pontificado.

Papa Benedicto XV.

269
Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos que declara
a la Virgen de la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba
(10 de mayo de 1916)

La antigua imagen de la Virgen Madre de Dios, con el título que ella


misma ostenta «de la Caridad», venerada antiguamente en España, des-
de tiempos remotos, es honrada en la Isla de Cuba como la principal
patrona de dicha República, ante Dios.
Dicha imagen, según refiere una constante tradición, fue donada por
uno de los primeros colonizadores de la Isla a cierto jefe de tribu o caci-
que y después de muerto este, permaneció oculta hasta que se encontró
milagrosamente sobre las aguas del mar, siendo entonces trasladada a la
villa denominada «El Cobre», de donde tomó el nombre.
Desde tiempo remoto, en este propio lugar, la Bienaventurada Virgen
de la Caridad ha sido objeto de tan gran veneración para los católicos de
Cuba que no dudaron elegirla su Celestial patrona, confiando en que la
sede Apostólica confirmaría la elección. Y así, de acuerdo con los
Reverendísimos Cabildos y Clero, los Prelados de todo el territorio cuba-
no, como también los Superiores de las Órdenes Religiosas que en dicho
territorio se encuentran establecidas, el pueblo fiel y PRINCIPALMENTE LOS
JEFES, VETERANOS Y SOLDADOS DEL VALEROSO EJÉRCITO DE CUBA, suplicaron a
nuestro Santísimo padre Benedicto XV se dignara declarar a la Bien-
aventurada Madre de Dios de la Caridad, llamada «del Cobre», Patrona
Principal de la República de Cuba; pidieron también que su fiesta princi-
pal se celebrase el día 8 de septiembre, con el oficio y la misa de Nativi-
dad de la Bienaventurada Virgen María, en todas las Diócesis de la Isla,
con correspondiente rito doble de primera clase, con octava; y finalmen-
te que permitiera se celebrase otra fiesta el día 27 de octubre, aniversa-
rio del hallazgo de la milagrosa imagen de la Madre de Dios.
Su Santidad, accediendo benignamente a estos deseos manifestados
a la Sagrada Congregación de Ritos por el Cardenal Pro-Perfecto in-
frascrito, en virtud de su Suprema Autoridad declaró e instituyó a la B.
Virgen María «de la Caridad», llamada «del Cobre», Patrona Principal
de toda la República de Cuba, concediendo a la misma todos los privile-
gios y honores que por derecho corresponden a los Patronos principales
de los lugares; determinó también Su Santidad declarasen, según el anun-
ciado rito con octava, la fiesta de dicha Patrona, el día 8 de septiembre,

270
con el Oficio y Misa de la Natividad de la misma Bienaventurada Virgen
María.
Benignamente también se dignó a conceder Su Santidad, que en cada
una de las Iglesias u oratorios públicos, que serán designados según la
voluntad de los respectivos Ordinarios, se celebre todos los años el día
27 de octubre la solemnidad externa en honor a la Madre de Dios «de la
Caridad del Cobre», con privilegio de una Misa Solemne y otra rezada
del Patrocinio de la B. Virgen María, guardando en todo caso las dispo-
siciones litúrgicas.
No obstante cualquier cosa en contrario, en Roma a 10 de mayo de
1916.

A. Cardenal, Obispo de Oporto y Santa Rufina, Pro-Perfecto de la Sa-


grada Congregación de Ritos.

271
Fig. 3. Virgen de la Caridad de Illescas. Fig. 4. Virgen de la Caridad del Cobre.
Fig. 6. Fragmento de la cinta de la Virgen del Cobre.

Fig. 8. Cuadro de San Ildefonso, pintado


por El Greco. En él, al fondo, la Virgen
de la Caridad de Illescas.
Fig. 9. Virgen del Prado, de Talavera de la Reina. Fig. 10. Virgen de la Caridad del Cobre
repreresentada con la mano diestra vacía.
Fig. 13. Virgen de la Caridad en la cual se Fig. 17. Virgen de Regla.
observan dos lunas: una grande infraversa
y otra mucho más pequeña supraversa.
Fig. 18. Estampa de la Virgen de la Caridad Fig. 19. La Virgen de la Caridad del Cobre, portada
del Cobre. revista Bohemia.
Fig. 20. Postal del altar de la Virgen de la Caridad Fig. 21. Fotografía de la Virgen de la Caridad
del Cobre. del Cobre.
Fig. 22. La Virgen de la Caridad del Cobre, portada Fig. 23. Postal de la Virgen de la Caridad del
revista Ellas. Cobre.
280
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291
Índice

Presentación / 5
Prólogo / 9
Introducción / 41
Capítulo I
Sumario: La devoción a la Virgen de la Caridad es la más cubana. Su
profecía bíblica. Surgimiento en el siglo XVII. Interés actual por su estu-
dio. Sus fuentes documentales. Actas de 1688. Manuscrito del padre
Onofre de Fonseca. Manuscrito inédito del padre Julián J. Bravo. Otros
escritos históricos. / 48
Capítulo II
Sumario: Historia de la Virgen de la Caridad del Cobre. Su aparición al
comenzar el siglo XVII. La tradición según Fonseca y Bravo. Su inven-
ción en Nipe. Su traslado a Barajagua y a El Cobre. Prodigios de la
Virgen. Sus templos sucesivos. / 58
Capítulo III
Sumario: Origen de la imagen y devoción de la Virgen de la Caridad del
Cobre. Su interpretación histórica y folclórica. Sus elementos hispáni-
cos, indios, africanos y criollos. Factores blancos, cobrizos y negros.
Conceptos católicos, paganos y animistas. / 74
Capítulo IV
Sumario: Los elementos hispánicos. Hipótesis de la oriundez española
de la imagen. La imagen del cacique de Macaca. La del cacique de

293
Cueiba. La Virgen de Alonso de Ojeda. Narración de fray Bartolomé de
las Casas y del bachiller Enciso. Opinión del primer capellán de la Vir-
gen. Autoridades que la apoyan. Mixtificación de Hipólito Pirón. La opi-
nión popular y la del episcopado de Cuba. Nuestro criterio. Inverosimili-
tud de la tradición. / 79

Capítulo V
Sumario: ¿La Virgen de la Caridad es toledana? La hipótesis de Miss
I. A. Wright. La Virgen de la Caridad es duplicación de la homónima
de Illescas. Sus datos documentales, del Archivo de Indias. Sus argu-
mentos. Impugnación por el padre González Arocha. Sus extremos. La
Virgen de Illescas y su historia. Su antigüedad. Imposibilidad de que
la Virgen de Illescas sea copia de la del Cobre. Su doble advocación. La
Virgen de la Caridad de Illescas. Nueva hipótesis. La Virgen de Guía
aparece en Venezuela como apareció la Virgen de la Caridad en Cuba.
¿Estaba ya la Virgen de la Caridad en El Cobre cuando el milagro de
Nipe? / 105

Capítulo VI
Sumario: La Virgen de la Caridad en España. La Virgen de la Caridad de
Illescas. Su gran devoción durante los siglos XVI y XVII. Nombradía de Illescas.
Riqueza de su santuario. Estado presente de la Virgen de la Caridad de
Illescas. Su santuario. Su historia. Una Virgen de la Caridad pintada por El
Greco. Un negrito. Una cruz de la Hermandad de los Infanzones. La Vir-
gen de la Caridad de Sanlúcar de Barrameda. Su oriundez de Illescas. Sus
diferencias plásticas con las de Illescas y Cuba. Otras vírgenes de la Ca-
ridad. ¿La Virgen de la Caridad fue la de don Juan? La más antigua Vir-
gen de la Caridad. Origen de esa advocación. Su confusión con la Virgen
de los Remedios. Frecuencia hispánica de la devoción a María. / 129

Capítulo VII
Sumario: Semejanzas entre la Caridad del Cobre y la de Illescas. La
imagen de Illescas era carimorena como la de El Cobre. Otras vírgenes
atezadas. Cuatro interpretaciones etnográficas del color epidérmico de
la Virgen del Cobre. Los milagros de la Virgen de Illescas y los de la
Virgen del Cobre. La Virgen del Cobre sudando. [Lope de Vega y las
medidas de la Virgen de la Caridad de Illescas.] El aceite o manteca de

294
la lámpara de la Virgen del Cobre. Vírgenes de las aguas. El aceite de la
Virgen de Illescas. Los tronos portátiles de ambas imágenes. / 150

Capítulo VIII
Sumario: Diferencias plásticas entre la Caridad del Cobre y la Caridad
de Illescas. Ambas efigies son distintas. La imagen de Illescas. La
imaginería mariana y el Renacimiento. Mutilación de su imagen. Sus
cuatro brazos. Variaciones. Diversa estructura de ambas. Medidas de
ambas imágenes. Variedad de la mano diestra de la Caridad illescana.
Crucecita de oro en la diestra de la cobrera. La Virgen manirrota. La
corona de canastillo. Las medallas. / 172

Capítulo IX
Sumario: Las vírgenes flotantes. Las vírgenes marineras. Las vírgenes
parlantes. La Virgen de la Caridad, la de Regla, y la Mercé, contra los
peligros de la navegación. Las Indias en los siglos XVI y XVII: el Huracán,
la Bermuda y los piratas. Las desapariciones nocherniegas de la Virgen.
La visión mística de la niña Apolonia. Los elementos ternarios de la le-
yenda cobrera. / 188

Capítulo X
Sumario: Los símbolos de la Virgen del Cobre y de la de Illescas. Sus
nimbos. La canoa de la Virgen del Cobre. Los tres Juanes. Sus variantes.
La semiluna al pie de ambas imágenes: supraversa en la de Illescas,
infraversa en la de El Cobre. El creciente en las imágenes marianas. Sím-
bolo apocalíptico. La Virgen del Cobre tiene hoy los dos crecientes: el
montante y el ranversado. ¿Influencia heráldica? ¿Influencias históricas?
La Virgen del Cobre es la única que lleva la luna con las puntas hacia
abajo. Su explicación. Su gran tamaño. La estrella en la frente. / 211

Capítulo XI
Sumario: Elementos paganos en la Virgen del Cobre. Sus símbolos
apocalípticos. Virginidad Deípara. Abogada de partos y de la fecundi-
dad. Las «medidas» o «cintas». Elementos ternarios. Las aguas marinas
y fluviales. La vegetación. La tez morena. La nosomántica. Los símbo-
los: brillante en la frente, fuego perpetuo, cruz en la mano, lirio, corona
real, etc. Fiestas libertinas. / 234

295
Textos complementarios
La Virgen mambisa / 250
La luna y los indios en América / 258
Indios / 262
Carta de solicitud de los Veteranos de la Independencia a S. S.
Benedicto XV (24 de septiembre de 1915) / 267
Carta de S. S. Benedicto XV al reverendísimo padre Félix Ambrosio,
arzobispo de Santiago de Cuba y a todos los obispos de la República
de Cuba, en orden a fomentar la piedad popular hacia la Protectora
Madre de Dios (21 de agosto de 1916) / 269
Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos que declara a la Virgen de
la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba (10 de mayo de 1916) / 270
Bibliografía / 281

296

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