Todos los que están en la escuela de Dios necesitan de una hora tranquila para la meditación, a solas consigo mismos, con la naturaleza y con Dios [...]. Cada uno de nosotros ha de escuchar la voz de Dios hablar a su corazón. Cuando toda voz ha sido silenciada, y tranquilos en su presencia esperamos, el silencio del alma hace más perceptible la voz de Dios. Él nos dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Salmos 46:10. En medio de la presurosa multitud y de las intensas actividades de la vida, el que así se refrigera se verá envuelto en un ambiente de luz y paz. Recibirá un nuevo caudal de fuerza física y mental. —El Ministerio de Curación, 37 (1905).
La religión de Cristo es un remedio efectivo
Satanás es el originador de la enfermedad, y el médico lucha contra su obra y poder. Por todas partes prevalece las enfermedades mentales [...]. Los incrédulos han sacado partido de estos casos desgraciados [en los cuales alguna dificultad en el hogar, el remordimiento por el pecado, el temor de un infierno que arde eternamente, han desequilibrado la mente] para atribuir la locura a la religión. Pero esta es una grosera calumnia, y no les agradará tener que arrostrarla algún día. Lejos de ser causa de locura, la religión de Cristo es uno de sus remedios más eficaces, porque es un poderoso tranquilizante para los nervios. —Joyas de los Testimonios 2:143, 144 (1885).
Entramos en la región de la paz
Cuando las tentaciones los asalten, cuando los afanes, las perplejidades y las tinieblas parezcan envolverlos, miren hacia el punto en que vieron la luz por última vez [...]. Al entrar en comunión con el Salvador entramos en la región de la paz. —Manuscrito 193, 1905.
Toda ansiedad indebida desaparecerá
Cuando los hombres van a su trabajo o están orando; cuando descansan o se levantan por la mañana; cuando el rico se sacia en el palacio, o cuando el pobre reúne a sus hijos alrededor de su escasa mesa, el Padre celestial vigila tiernamente a todos. No se derraman lágrimas sin que él lo note. No hay sonrisa que para él pase inadvertida. Si creyéramos plenamente esto, toda ansiedad indebida desaparecería. Nuestras vidas no estarían tan llenas de desengaños como ahora; porque cada cosa, grande o pequeña, debe dejarse en las manos de Dios, quien no se confunde por la multiplicidad de los cuidados, ni se abruma por su peso. Gozaríamos entonces del reposo del alma al cual muchos han sido por largo tiempo extraños. —El Camino a Cristo, 85 (1892).