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Módulo 2
Módulo 2
Como referencia al cuento popular, la obra Hamelin nos presenta un narrador. El ACOTADOR
es, sin duda, un personaje particular. Desde su primera línea: “Se alza el telón.” Nos recuerda
permanentemente en donde estamos. Tiene muy presente el hecho teatral y esta característica
es la que lo mantiene articulado durante todo el texto, la que brinda su estética tan particular.
No solo nos narra la historia, lo que no vemos, lo que nos tenemos que imaginar, si no, a veces
bruscamente, nos revela las dificultades del oficio teatral. En algunos puntos de la obra nos
señala las disposiciones espaciales, lumínicas y hasta actorales, nos señala que lo difícil que es
hacer actuar a un niño y el por que ese personaje lo interpreta un adulto. Nos habla de
convención teatral. Nos recuerda que nosotros como espectadores también tenemos
responsabilidades. Nuestra responsabilidad es la de completar los espacios vacíos, as carencias
escenográficas. Nos recuerda “la magia” del teatro, de cómo el tiempo pasa, pero el texto sigue
y nosotros tenemos que hacer el ejercicio mental de creerlo y comprometernos con ese
“engaño” sin salirnos de la línea narrativa.
El acotador no solo nos permite los respiros antes mencionados. También nos describe
acciones físicas. Nos describe, por ejemplo, como Montero agarra una caja con fotos y voltea
su contenido sobre una mesa. La precisión de la descripción llama poderosamente la
atención. Nos genera automáticamente la pregunta del por qué de este recurso. Por qué no,
simplemente, verlo. Si tenemos actores y un minino de utilería podríamos tranquilamente ver
cada descripción de acciones físicas que nos presentan. En ojos entrenados este puede ser un
recurso estético que coreografiado magistralmente puede resultar admirable. Pero ¿qué
pasaría si es otra la finalidad? El texto nos da la liberta de poder llevarlos por distintos
caminos, provoca en el lector darle otros usos al cuerpo de los actores. Al alejarnos de la
posible redundancia, el texto, tan preciso nos permite la introducción de imágenes corporales,
de objetos, de momentos. Quizás para eso es tan preciso. Para evitar que el espectador se
pierda y el montaje pueda ser liberado y adornado con un sin número de metáforas visuales.
En ese sentido, podríamos imaginar, por ejemplo, que la caja con fotografías que
mencionamos anteriormente podría contener otra cosa, un complemento a lo que dice el
acotador. En este ejercicio de imaginación pensemos en lo siguiente: el texto señala que lo
que hay en la caja es perturbador. ¿Qué pasaría si el contenido es un liquido rojo, viscoso,
que al ser tocado por los actores provoque repulsión, arcadas? El rechazo ya no solo seria
escuchado por el texto, si no que lo veríamos en escena, en los actores, y a través de la
convención, en nosotros mismos. Este ejercicio permanente por encontrar imágenes está
regado a lo largo del texto. Al ser leído y pensado para la escena, presenta un reto permanente
a la imaginación.