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Año XXVIII / Nº188 / Abril - Mayo 2021 / Comisión Episcopal de Liturgia / ECUADOR

AFRONTANDO EL DRAMA
DE LA PANDEMIA

DECRETO

ORACIÓN A MARIA DE LA
EVANGELII GAUDIUM

TRIDUO PASCUAL

VIERNES SANTO.
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN
DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL

LA PASTORAL
VERDADERAMENTE
VOCACIONAL

MES DE MARÍA

SOLEMNIDAD DE LA
ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Índice
EDITORIAL 4

AFRONTANDO EL DRAMA DE LA PANDEMIA 7

DECRETO 9

ORACIÓN A MARIA DE LA EVANGELII GAUDIUM 11

TRIDUO PASCUAL 12

VIERNES SANTO. CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR 14

VIGILIA PASCUAL 15

LA PASTORAL VERDADERAMENTE VOCACIONAL 17

MES DE MARÍA 24

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR 28

53° CONGRESO EUCARISTICO INTERNACIONAL 2024 QUITO-ECUADOR 30

CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS

SACRAMENTOS 31

Revista de Liturgia y Pastoral


Revista bimestral de Liturgia para sacerdotes,
religiosos y agentes de pastoral.
Órgano oficial de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.
AÑO XXVIII N° 188, Ciclo A
Abril - Mayo 2021
Edición:
Comisión Episcopal de Liturgia
Conferencia Episcopal Ecuatoriana
Fotografías:
Archivo CEE, Shutterstock
Caricatura:
Fano
Diseño y diagramación:
Ma. Fernanda Moreno
Impresión:
Imprenta Don Bosco, Quito
Correspondecia y Suscripciones:
Conferencia Episcopal Ecuatoriana
Librería de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana
Apartado: 17-01-1081, Quito
Autorización: SENAC SPI 647
Telfs.: (593-2) 222 3137 / 138 / 139, Ext.: 300 / 308
E-mail: secliturgia@conferenciaepiscopal.ec
Suscripción anual por correo:
Nacional 24 USD / Exterior - De acuerdo al país de destino
EDITORIAL

T
oda la liturgia del tiempo pascual nos hace valorar de un modo especial el
significado y alcance de la resurrección de Cristo. La Pascua es el tiempo de
la Iglesia. “Ahora les toca a ustedes”, parece decirnos el Señor Resucitado
cuando nos muestra sus llagas. Cristo Resucitado nos llama a ser sus testi-
gos. “Nosotros somos tus testigos, porque te conocimos, Señor, al partir el
pan y en nuestros hermanos más necesitados”
PASCUA Y TIEMPO PASCUAL
La semana Santa concentra las principales celebraciones del año litúrgico cristiano. Y el
Triduo Pascual (que va desde el Jueves Santo por la tarde hasta el anochecer del Domingo
de Pascua) es el corazón de la Semana Santa. En él, conmemoramos la pasión, muerte y
resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Estas celebraciones son tan importantes que las preparamos durante cuarenta días (la
Cuaresma) y las prolongamos durante cincuenta días (el Tiempo Pascual, que dura hasta
Pentecostés). Además, cada domingo es considerado “la Pascua de la semana” y en cada
Eucaristía seguimos “anunciando su muerte y proclamando su resurrección” hasta que
el vuelva.
Entonces el tiempo de pascua es el tiempo de la luz que vence por siempre las tinieblas:
los ornamentos se colorean de blanco recordando las vestiduras cándidas como la luz
de Cristo transfigurado, cuando su rostro brilló como el sol (cfr. Mt 17,2).
Es el tiempo exultante que se abre con el Domingo de Pascua: pesach, que significa
“pasar más allá”, recordando la Pascua hebraica, que celebra el pasaje del mar Rojo, la
liberación de la esclavitud de Egipto. Pesach, adquiere para nosotros los cristianos un
sentido nuevo, inaudito: recuerda el pasaje de la humanidad de la muerte a la vida y
abre el tiempo a un tiempo nuevo. Liberados del pecado con el sacrificio de la Cruz y
llamados a resucitar con Jesús, para nosotros, el tiempo de Pascua es el tiempo en el
cual se juega nuestra Fe, porque inútil sería si Cristo no hubiera, de verdad resucitado.
Pero, para quienes de verdad creen en la resurrección de la carne seguramente éste es un
tiempo de gozo en cuanto que con la Pascua, el gozo anunciado del Ángel a los pastores
en el nacimiento del Salvador, se hace realidad y certeza.
En el tiempo de pascua encuentra sentido y valor el misterio de un niño enviado del
cielo para morir crucificado, como el más ínfimo de los malhechores.
El sufrimiento de la Cruz se abre a la plenitud del gozo, no aquella del mundo relacionada
al momento rápido, sino a aquella profunda y espiritual que nace desde la convicción que
¡Cristo, el Buen Pastor, que da su vida por las ovejas, está con nosotros siempre! El tiempo
de pascua, entonces es el tiempo en el cual, en humilde escucha al Espíritu, tenemos que
abrir las puertas a Cristo para sentir el perfume del gozo y anunciar al mundo la salvación.

ASCENCIÓN DEL SEÑOR


Los Apóstoles contemplaban a su maestro ascendiendo
a los cielos. De pronto, una nube se lo quitó de la vis-
ta. Y dos hombres vestidos de blanco los increparon
con esas palabras: “¿Galileos, porque permanecen
mirando al cielo? Este Jesús que de entre ustedes ha
sido llevado al cielo, volverá así tal como lo han visto
subir al cielo” (Hch 1,11).
A los cristianos nos acusan con frecuencia de mirar
a los cielos y despreciar este suelo. Por lo menos eso
dicen. Pero, otras veces nos acusan de mezclarnos
en los asuntos de esta tierra, en la que compartimos
gozos y esperanzas con nuestros vecinos. La clave es
el modo como vivimos la esperanza. El Señor no se ha
ido de esta tierra. Y en ella esperamos su manifestación.
Como ha dicho el Papa Francisco: “la Ascensión no indica
la ausencia de Jesús, sino que nos dice que el vive en medio de
nosotros de un modo nuevo, ya no está en un sitio preciso del mundo, como lo estaba antes
de la Ascensión; ahora está en el Señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, cerca
de cada uno de nosotros”.

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
“Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron
a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la
lengua que el Espíritu Santo les sugería”. En esta
fiesta de Pentecostés celebramos la presencia
del Espíritu de Dios en la Iglesia (Hch 2,1–11).
Una presencia que nos hace penetrar en la in-
timidad con Dios y nos empuja también a acer-
car el Evangelio a nuestros hermanos.
Esa primera dimensión, que imaginamos como
vertical, la subrayaba ya Santa Teresa con la
imagen del fuego en donde dice que el Espíritu
Santo mueve nuestra alma hacia Dios con deseos
tan ardientes que la hace entender como fuego
soberano cuan tan cerca está Dios hacia nosotros.
La segunda dimensión, que podemos llamar horizontal, la ilustra el Papa Francisco, al
afirmar que “en Pentecostés, el Espíritu Santo hace salir de sí mismo a los Apóstoles y los
transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en
su propia lengua. El Espíritu Santo infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio
con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (EG 1).

SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD


“Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y
aquí abajo en la tierra, no hay otro”: así habla Dios a Moisés, según el libro del Deuteronomio:
Dt 4,32–34.30–40). Estas palabras no están aisladas. Hay que leerlas en el contexto de lo que
las precede y las continua.
Antes de ellas está el recuerdo de tres maravillas que Dios ha realizado: la creación del
mundo, los prodigios que llevó a cabo para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto
y la revelación de su voluntad en el monte Sinaí.
Lo que sigue a esta proclamación del Dios único corresponde al hombre: guardar los
mandamientos de Dios. A esa fidelidad a lo que Dios prescribe seguirá la felicidad para
la familia y la prosperidad en la tierra que Dios le concede.
Como dice el Papa Francisco en su Exhortación “La alegría del evangelio”,
los cristianos “creemos, junto con los Judíos, en el único Dios que actúa
en la historia, y acogemos con ellos la común Palabra revelada” (EG
247).
Pero, nuestra Fe en la Trinidad Santa de Dios no puede quedar
en una mera afirmación teórica. Nuestra Fe en el Dios Trino
y uno es la fuente de nuestros valores morales, de nuestros
compromisos sociales y de nuestras esperanzas. El Papa San
Pablo VI, expresaba ya cinco importantes consecuencias de
nuestra Fe en el misterio de la Santísima Trinidad: “de aquí
parte nuestro vuelo al misterio de la vida divina, de aquí la
raíz de nuestra fraternidad humana, de aquí la captación del
sentido de nuestro obrar presente, de aquí la comprensión
de nuestra necesidad de ayuda y de perdón divinos, de aquí
la percepción de nuestro destino escatológico”.
Es evidente que esta Fe trinitaria ya ha tenido un comienzo
en la profesión de Fe bautismal. Pero ha de ir recorriendo
un camino de oración contemplativa, de acción caritativa y
de testimonio diario. Y ha de alcanzar un día su culminación
en la gloria eterna de Dios.
MES DE MARÍA Y VOCACIONAL
“Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discí-
pulos para invocarlo (Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo
en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora…” (Exhortación apostólica
Evangelii Gaudium. 284) .
Pero sabemos por los Evangelios, que al comienzo, Dios cambió el rumbo de la vida de María,
haciéndola pasar por un verdadero itinerario de fe junto a su Hijo. María, como peregrina en
la fe, es verdadera madre y modelo para todo cristiano, en especial para el que siente una
vocación como don y llamada especial de Dios, recibida en la fe, y cultivada y discernida en la
oración. Este don especial, Dios lo da a quien quiere, y es Él, quien dispone, mueve y ayuda a
los llamados, concediéndoles las gracias y dotes necesarias para abrazar el estado religioso o
sacerdotal y perseverar en él.

53º CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL


¡Con mucho entusiasmo y gozo recibimos la noticia de que el Ecuador será sede del
Congreso Eucarístico Internacional en el 2024, al cumplirse los 150º aniversarios de su
consagración al Sagrado Corazón de Jesús!
Preparémonos con gusto y alegría para este encuentro que nos concientizará a ser una
nación más Eucaristizada, más justa y en paz y abierta a todos, sin distinción ni diferencias.
Así, diariamente nos uniremos a la oración de la Iglesia rezando: “¡Verdaderamente ha
resucitado el Señor….” Y ha hecho maravillas en nosotros! (Cf. Lc 24,34).
Mons. Geovanni Piccioli
Obispo auxiliar de Guayaquil
Presidente Comisión Episcopal de Liturgia
Afrontando el drama
de la pandemia

T
eniendo en cuenta que el mundo está afrontando aún el drama de la pan-
demia con sus consecuencias y cambios, incluso en la forma de celebrar la
liturgia, las normas y directrices contenidas en los libros litúrgicos, concebidas
para tiempos normales ya no pueden aplicarse enteramente por ser estos
“tiempos excepcionales de crisis”. Por esta razón, el Obispo, en su calidad de
“moderador de la vida litúrgica en su Iglesia, está llamado a tomar decisiones
prudentes para que las celebraciones litúrgicas se desarrollen con fruto para el Pueblo de Dios
y para el bien de las almas que le han sido confiadas, teniendo en cuenta la protección de la
salud y cuanto ha sido prescrito por las autoridades responsables del bien común”.
En la Nota se recuerda el Decreto emitido por este Dicasterio, por mandato del Santo
Padre, el 25 de marzo del año pasado, en el que se ofrecen algunas orientaciones para
las celebraciones de la Semana Santa. Y se invita a releerlo para tomar las decisiones
necesarias para las próximas celebraciones pascuales según la situación particular de
cada país. De hecho, se lee:
“En muchos países siguen vigentes estrictas condiciones de confinamiento que
imposibilitan la presencia de los fieles en la iglesia, mientras que en otros se está
retomando una vida cultual más normal”
Privilegiar la difusión mediática de las celebraciones
Después de considerar que el uso de los medios de comunicación social ha ayudado
mucho a los pastores a ofrecer apoyo y cercanía a sus comunidades durante la pandemia,
“para las celebraciones de la Semana Santa se sugiere facilitar y privilegiar la difusión
mediática de las celebraciones presididas por el Obispo”, animando a los fieles que no
podrán asistir a su iglesia, “a seguir las celebraciones diocesanas como signo de unidad”.
Otras recomendaciones
En esta Nota se pide también que se preste “atención a algunos momentos y gestos
particulares, respetando las exigencias sanitarias”; que si fuera necesario se la Misa
Crismal “a otro día más adecuado” en la que “participe una representación significativa de
pastores, ministros y fieles”. Mientras para las celebraciones del Domingo de Ramos, del
Jueves Santo, del Viernes Santo y de la Vigilia Pascual, se aplican las mismas indicaciones
del año pasado. Además:
“Se anima a preparar subsidios adecuados para la oración en familia y personal,
potenciando también algunas partes de la Liturgia de las Horas”.
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos agradece,
por último, a los Obispos y a las Conferencias Episcopales por haber respondido
pastoralmente a una situación en constante cambio a lo largo del año. Y manifiesta:
“Somos conscientes de que las decisiones adoptadas no siempre han sido fáciles de
aceptar por parte de pastores y fieles laicos. Sin embargo, sabemos que se han tomado
para garantizar que los santos misterios se celebraran de la manera más eficaz posible
para nuestras comunidades, respetando el bien común y la salud pública”.
DECRETO

C
En tiempo de Covid-19 (II)
onsiderado la rápida evolución de la pandemia del Covid-19 y teniendo
en cuenta las observaciones recibidas de las Conferencias Episcopales,
esta Congregación ofrece una actualización de las indicaciones
generales y de las sugerencias ya dadas a los Obispos en el anterior
decreto del 19 de marzo de 2020.
Dado que la fecha de la Pascua no puede ser trasladada, en los países
afectados por la enfermedad, donde se han previsto restricciones sobre las reuniones y
la movilidad de las personas, los Obispos y los presbíteros celebren los ritos de la Semana
Santa sin la presencia del pueblo y en un lugar adecuado, evitando la concelebración y
omitiendo el saludo de paz.
Los fieles sean avisados de la hora del inicio de las celebraciones, de modo que puedan
unirse en oración desde sus propias casas. Podrán ser de gran ayuda los medios de
comunicación telemática en directo, no grabados. En todo caso, es importante dedicar
un tiempo oportuno a la oración, valorando, sobre todo, la Liturgia Horarum.
Las Conferencias Episcopales y cada una de las diócesis no dejen de ofrecer subsidios
para ayudar en la oración familiar y personal.
1.- Domingo de Ramos.
La Conmemoración de la Entrada del Señor en Jerusalén se celebre en el interior del
edificio sagrado; en las iglesias catedrales se adopte la segunda forma prevista del Misal
Romano; en las iglesias parroquiales y en los demás lugares, la tercera.
2.- Misa Crismal.
Valorando la situación concreta en los diversos países, las Conferencias Episcopales
podrán dar indicaciones sobre un posible traslado a otra fecha.
3.- Jueves Santo.
Se omita el lavatorio de los pies, que ya es facultativo. Al final de la Misa en la Cena
del Señor, se omita también la procesión y el Santísimo Sacramento se reserve en el
sagrario. En este día, se concede excepcionalmente a los presbíteros la facultad de
celebrar la Misa, sin la presencia del pueblo, en lugar adecuado.
4.- Viernes Santo.
En la oración universal, los Obispos se encargarán de preparar una especial intención
por los que se encuentran en situación de peligro, los enfermos, los difuntos (cf. Missale
Romanum). La adoración de la Cruz con el beso se limite solo al celebrante.
5.- Vigilia Pascual.
Se celebre solo en las iglesias catedrales y parroquiales. Para la liturgia bautismal, se
mantenga solo la renovación de las promesas bautismales (cf. Missale Romanum).
Para los seminarios, las residencias sacerdotales, los monasterios y las comunidades
religiosas se atengan a las indicaciones del presente Decreto.
Las expresiones de piedad popular y las procesiones que enriquecen los días de la
Semana Santa y del Triduo Pascual, a juicio del Obispo diocesano podrán ser trasladadas
a otros días convenientes, por ejemplo, el 14 y 15 de septiembre.
De mandato Summi Pontificis pro hoc tantum anno 2020.
En la Sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a
25 de marzo de 2020, solemnidad de la Anunciación del Señor.

Robert Card. Sarah


Prefecto

Arthur Roche
Arzobispo Secretario
Oración a Maria de la
Evangelii gaudium
Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz 
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos 
el don de la belleza que no se apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación,
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.
Triduo Pascual

E
l fin de este artículo es describir algunas pautas litúrgicas que no constan
en el Misal ni en otros libros litúrgicos y que es bueno tenerlos en cuenta
para el santo Triduo Pascual.
Antes de la Misa de la cena del Señor, termina la Cuaresma. El triduo pascual
no es la preparación para la Pascua, por el contrario, ¡es la Pascua!
El misterio pascual es la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor, que
se conmemoran en cada celebración de los tres días. Se trata de una única celebración
pascual en tres acciones rituales, lo que se demuestra con un inicio común en la Misa de
la cena del Señor (“En el nombre del Padre…”), que no está presente en la celebración de
la Pasión del Señor, y un final común con la bendición al final de la vigilia pascual (ni en
la Misa de la cena del Señor ni en la celebración de la Pasión hay bendición final).
Jueves Santo. Misa de la cena del Señor, In coena Domini.
Esta no es la Misa del “lavatorio de los pies”. Este solo es un rito dentro de la Misa del
Señor, que quiere ser elocuente de todo lo ocurrido en la última cena. El rito del lavatorio
de los pies, incluso, por causa de la pandemia, será suprimido. Esto quiere decir que no
es necesario para la Misa, pero es aconsejable, fuera de emergencia sanitaria, que se
realice por todo su rico simbolismo.
En la forma tradicional, se trata de una celebración distinta a la Misa, con la lectura del
Evangelio del “mandato”, es decir, el mandato del Señor de ser serviciales, expresado en
el lavado de los pies de los apóstoles.
La Misa se desarrolla como de costumbre hasta el “Gloria”. Durante este canto se deben
tocar las campanas del altar y de la iglesia. Terminando este himno, las campanas no
volverán a sonar hasta la vigila pascual. En la consagración puede usarse una matraca
en vez de campanas.
Terminado el “Gloria”, los instrumentos musicales deben usarse únicamente para
acompañar el canto, luego viene la colecta, las lecturas, el Evangelio y la homilía, como
se hace normalmente.
Es muy conveniente usar la plegaria eucarística I, que tiene un “Acepta, Señor en tu
bondad” propio para esta Misa y, además, narra más explícitamente que la Eucaristía se
instituyó ese día, y tiene un “reunidos en comunión” propio.
El traslado del Santísimo Sacramento no debe realizarse en custodia ni puede haber
una solemne exposición eucarística en la capilla de la reserva. Tampoco se lo deja en
el sagrario, sino en la arqueta o llamado monumento, esto simboliza que tras la cena
del Señor que se acaba de conmemorar en la Misa, Jesús fue apresado y encarcelado.
La razón por la que no puede exponerse el Santísimo en la custodia es porque el
simbolismo se pierde en la custodia (arresto y pasión de Jesucristo) mientras que el
Santísimo expuesto en custodia simboliza el trono de la Gloria de Dios.
La capilla de la reserva es un lugar dentro o fuera de la iglesia, por ejemplo, una capilla
que se prepara convenientemente ornamentada con velas y flores. Ahí se dispone un
altar y, sobre este, un tabernáculo.
Tras la Misa, deben desvestirse los altares. Esta es una costumbre que evidencia que la
Iglesia no renueva el santo sacrificio hasta la vigilia pascual.
La nueva forma del rito romano no indica cómo debe hacerse. En la forma tradicional
se prescribe que el celebrante, después de quitarse la casulla y la estola de la Misa,
quedando solo con el alba y el cíngulo, se pone una estola morada y se dirige al altar.
Después, mientras reza el Salmo 21: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
con la antífona “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”, retira lentamente
los manteles del altar con ayuda de los acólitos, quienes los doblan y los ponen en la
credencia. Los acólitos quitan la cruz, las velas del altar y las alfombras, en caso de que
haya. Si la iglesia tiene pilas de agua bendita los acólitos también deben retirar el agua.
Esto es una forma de prepararlas para recibir el agua recién bendita en la vigilia pascual.
También es una antigua costumbre que los altares de piedra sean lavados de forma
privada. Este acto antiguo y muy encomiable, fue prescrito por el papa Benedicto XIV a
mediados del siglo XVIII. Se lava el altar con un hisopo empapado en agua y vino, para
limpiarlo de impurezas, simbolizando el lavado que produce el sacrificio del Cordero, y
enseñando la pureza con la que se debe participar en el santo sacrificio.
Viernes Santo. Celebración de la
Pasión del Señor

E
L altar debe continuar sin cruz, velas ni manteles, reservando su uso para el
rito de la comunión. La celebración debe realizarse en la tarde del viernes,
antes del anochecer. Todos los ornamentos deben ser color rojo, propio de
este oficio. Si ese día se realiza una procesión o un vía crucis, los ministros
no deben usar ornamentos rojos, sino morados o negros, aunque ya haya
terminado la Cuaresma. Esos colores representan el duelo.

Después de la postración del celebrante principal y de que la asamblea se ha arrodillado,


el sacerdote se levanta y va a la sede. Ahí, con las manos juntas, dice una de las dos
oraciones previstas en el Misal, pero sin decir “Oremos” al principio. Sigue la Liturgia de
la Palabra con la lectura de la pasión del Señor como es costumbre.
En la oración universal las intenciones pueden ser propuestas por el diácono u otro
presbítero, desde el ambón, y el celebrante dice las oraciones desde la sede, con los
brazos extendidos. Entre la intención y la oración puede pedirse a todos que se arrodillen
y se levanten después de unos momentos de oración silenciosa.
En la petición, en la que se menciona el nombre del obispo, no se dicen títulos como
obispo o cardenal. Si hay un obispo auxiliar, se le menciona; si hay varios auxiliares, se
les menciona diciendo “y sus obispos auxiliares”.
Después sigue el rito de adoración de la cruz. No se adora el objeto, sino el Misterio de
la Pasión que se hace presente en la cruz. La cruz es llevada según las opciones que da
el Misal.
Debe haber una sola cruz en la celebración; si hay muchos fieles que quieren venerarla
y se considera que eso alargaría bastante la celebración, el sacerdote la eleva y todos
la veneran en silencio desde su lugar en vez de sacar más cruces. A los fieles que, en
estado de gracia, reciban la comunión y adoren la santa cruz, se les concede indulgencia
plenaria.
Terminada la adoración, la cruz se pone en medio del altar, como para la Misa, pero con la
imagen del Crucificado viendo hacia los fieles. Seguidamente continúa la comunión de los
fieles según prescribe el Misal. Al final, no se da la bendición. El celebrante simplemente
reza la oración sobre el pueblo y todos se retiran en silencio. Los ministros hacen una
genuflexión a la cruz. Una vez más, el altar es desvestido pasada la celebración, pero sin
los ritos del Jueves Santo.

Vigilia pascual

E
sta es la madre de todas las vigilias. El Domingo de Pascua, la solemnidad
de las solemnidades.
Antes de la reforma litúrgica de la Semana Santa hecha por Pío XII, la vigilia
de Pascua se celebraba durante el día, en oposición a la primitiva tradición
litúrgica. Por ello, para propiciar la oscuridad que todavía se requiere, se
tapaban las ventanas de las iglesias. Pero ahora, tanto en la nueva forma
cuanto en la tradicional, la vigilia debe celebrarse solo por la noche, después de la puesta
del sol y antes del amanecer del domingo.
Hay que desterrar la costumbre, sobre todo en el sector rural, de realizar vigilias pascuales
flash en todos los barrios, incluso desde tempranas horas de la tarde. El sacerdote debe
preparar una solemne y única vigilia pascual en la iglesia matriz. Es mejor que, por el
bien pastoral, se programe el Domingo de Gloria alguna Eucaristía en los principales
barrios de la parroquia.
Quienes asisten a la vigilia pascual cumplen con la obligación del domingo pudiendo
comulgar dos veces si asiste el Domingo de Gloria.
El Evangeliario puede ser usado, pero debe ser dejado sobre el altar antes de la Misa. El
celebrante debe usar los ornamentos propios de la Misa, no ha de vestir capa pluvial.
El celebrante, con los ministros, se dirige a un lugar cercano a la iglesia en que se ha
reunido el pueblo. No se llevan ni cruz procesional ni velas.
El celebrante principal inicia el rito con la señal de la cruz y con el saludo, como en la
Misa. Después, explica el significado de la vigilia conforme al texto del Misal y bendice
el fuego. El turiferario pone brasas del fuego nuevo en el incensario. La bendición del
fuego, el encendido del cirio y la procesión sigue como indica el Misal.
El cirio se coloca a un lado del ambón no en el centro del presbiterio. El celebrante o,
de haber, un diácono, inciensa el cirio y canta o reza el pregón pascual en el ambón.
El texto también puede ser cantado por un laico, pero él no debe pedir la bendición
al celebrante. El laico también debe omitir la frase “El Señor esté con ustedes”, que es
propio de los ordenados. Todos escuchan de pie con las velas encendidas.
Concluido el pregón pascual, se apagan las velas y todos se sientan y si no se han
encendido antes las luces de la iglesia, se las enciende en este momento. El celebrante,
antes de las lecturas, introduce la liturgia de la Palabra conforme al texto del Misal.
Después de cada lectura y su salmo, el celebrante se levanta
y canta la oración propia.
Se establecen nueve lecturas, con la epístola y el
Evangelio. Sin embargo, por razones pastorales
graves, (la prisa y el cansancio no son una razón
grave ni menos pastoral), se pueden elegir solo
dos del Antiguo Testamento (sin quitar nunca
la del capítulo 14 del Éxodo, la Pascua judía) la
epístola y el Evangelio.
Después de la última lectura del Antiguo
Testamento y de su salmo, todos se levantan.
Un ministro laico toma fuego del cirio y enciende
las velas del altar. Mientras tanto, todos cantan el
“Gloria”. Al igual que en la Misa de la cena del Señor, se
tocan las campanas durante el canto. Luego del “Gloria”,
el celebrante reza la oración colecta y sigue la lectura de la
epístola.
Después de la colecta se lee la Epístola. Al terminar, todos se ponen de pie. En ese
momento se entona el Aleluya tres veces. Como se puede ver, en esta noche el Aleluya
precede al Salmo. Acabado el Aleluya se canta o lee el primer versículo del salmo 117. A
este versículo se le responde con el Aleluya. Luego se canta o lee el segundo versículo
del salmo 117. Nuevamente se le responde con el aleluya. Posteriormente se canta o lee
el tercer versículo del salmo 117 y se le responde nuevamente con el aleluya. Mientras
se canta el tercer versículo del salmo 117, el celebrante coloca incienso en el turíbulo.
Si es obispo, pone el incienso sentado y bendice a quien va a proclamar el Evangelio.
Como el cirio está junto al ambón, no se llevan las velas. Esto solo ocurre en la vigilia
pascual, en el resto de las misas del tiempo de Pascua se proclama el Evangelio con la
solemnidad de costumbre. Quien proclama saluda al pueblo, hace la señal de la cruz
sobre sí y sobre el Evangeliario y lo inciensa.
Después de la homilía, inicia la liturgia bautismal según lo prescribe el Misal. Si no hay
bautizos, también debe bendecirse el agua para la aspersión.
Puede usarse la fórmula propia de bendición solemne de Pascua. Al final de la Misa, el
celebrante o el diácono despide a todos añadiendo dos aleluyas al final.

P. Jimmy Arias Piedra


La pastoral verdaderamente
vocacional

L
a) La liturgia y la oración
a liturgia significa e indica al mismo tiempo la manifestación, el origen y el
alimento de cada vocación y ministerio en la Iglesia. En las celebraciones
litúrgicas se hace memoria de aquel hacer de Dios por Cristo en el Espíritu
al que remiten todas las dinámicas vitales del cristiano. En la liturgia, que
culmina con la Eucaristía, se manifiesta la vocación-misión de la Iglesia y de
cada creyente en toda su plenitud.
De la liturgia parte siempre una llamada vocacional para quien participa.(77) Cada celebración es
un evento vocacional. En el misterio celebrado el creyente no puede dejar de reconocer la propia
vocación personal, ni puede desoir la voz del Padre que en el Hijo por el poder del Espíritu lo
llama a darse a su vez por la salvación del mundo.
También la oración llega a ser camino para el discernimiento vocacional, no sólo porque
Jesús invita a rogar al dueño de la mies, sino porque es en la escucha de Dios donde el
creyente puede llegar a descubrir el proyecto que Dios mismo ha diseñado: en el misterio
contemplado el creyente descubre la propia identidad, « escondida con Cristo en Dios »
(Col 3,3).
Y, además, es sólo la oración la que puede avivar las disposiciones de confianza y de abandono
indispensables para pronunciar el propio « sí » y superar temores e incertidumbres. Toda vocación
nace de la in-vocación.
Pero, también, la experiencia personal de la oración, como diálogo con Dios, pertenece a esta
dimensión: incluso si es « celebrada » en la intimidad de la propia « celda » es relación con la
paternidad de la que proviene la vocación. Tal dimensión es muy evidente en la experiencia
de la Iglesia de los orígenes, cuyos miembros eran perseverantes « en la fracción del pan y en
la oración » (Hch 2,42); cada elección, sobre todo para la misión, tenía lugar en un contexto
litúrgico (Hch 6, 1-7; 13,1-15).
Es la lógica orante que la comunidad había aprendido de Jesús cuando « a la vista de
las muchedumbres cansadas y decaídas como ovejas sin pastor, exclamó: La mies es
mucha pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros
a su mies » (Mt 9,37-38; Lc 10,2).
Las comunidades cristianas de Europa han puesto en práctica estos años múltiples iniciativas
de oración por las vocaciones, que encontraron amplio eco en el Congreso. La oración en las
comunidades diocesanas, religiosas y parroquiales, hasta el punto ser « incesante » en muchos
casos, día y noche, es uno de los caminos principalmente seguidos para crear una nueva sen-
sibilidad y una nueva cultura vocacional favorable al sacerdocio y a la vida consagrada.
La imagen evangélica del « Dueño de la mies » conduce al corazón de la pastoral de la
vocaciones: la oración. Oración que sabe « mirar » con sabiduría evangélica al mundo
y a cada hombre en la realidad de sus necesidades de vida y de salvación. Oración que
manifiesta la caridad y la« compasión » (Mt 9,36) de Cristo para con la humanidad, que
también hoy aparece como « un rebaño sin pastor » (Mt 9,36). Oración que manifiesta la
confianza en la voz poderosa del Padre, el único que puede llamar y mandar a trabajar
a su viña. Oración que manifiesta la esperanza viva en Dios, que no permitirá jamás que
falten a la Iglesia los « obreros » (Mt 9,38) necesarios para llevar a término su misión.

En el Congreso despertaron mucho interés los testimonios sobre la


experiencia de lectio divina en perspectiva vocacional. En algunas
diócesis están muy extendidas las « escuelas de oración » o las «
escuelas de la Palabra ». El principio en el que se inspiran es el ya
clásico, contenido en la Dei Verbum: « Todos los fieles adquieran la
sublime ciencia de Jesucristo por la lectura frecuente de la Divina
Escritura, acompañada de la oración ».(78)
Cuando tal ciencia llega a ser sabiduría que se nutre con
asiduidad, los ojos y los oídos del creyente se abren
al reconocer la Palabra que llama sin descanso. En-
tonces el corazón y la mente están en grado de
acogerla y vivirla sin temor.
b) La comunión eclesial
La primera función vital que brota de la liturgia
es la manifestación de la comunión que se vive
en el interior de la Iglesia, como pueblo reunido
en Cristo a través de su cruz, como comunidad
en la que toda división se supera siempre en el
Espíritu, que es Espíritu de unidad (Ef 2,11-12;
Gal 3, 26-28; Jn 19,9-26).
La Iglesia se propone como el espacio humano
de hermandad en el que todo creyente puede
y debe adquirir experiencia de la unión entre
los hombres y con Dios que es don de lo alto.
De esta dimensión eclesial son espléndido ejem-
plo los Hechos de los Apóstoles, donde se descri-
be una comunidad de creyentes profundamente
marcada por la unión fraterna, por la coparticipación
de los bienes espirituales y materiales, de los afectos y
sentimientos (Hch 2,42-48), hasta el punto de formar « un
solo corazón y una sola alma » (Hch, 4,32).
Si toda vocación en la Iglesia es un don que vivir para los otros, como
servicio de caridad en la libertad, entonces es también un don que vivir con los otros.
Por lo que sólo se descubre viviendo en hermandad.
La hermandad eclesial no es sólo virtud de comportamiento, sino itinerario vocacional. Sólo
viviéndola se la puede elegir como componente fundamental de un proyecto vocacional, o
sólo disfrutándola es posible abrirse a una vocación que, en todo caso, será siempre vocación
a la hermandad.(79) Por el contrario, no puede sentir ninguna atracción vocacional quien no
experimenta alguna hermandad y se cierra a toda relación con los otros o considera la voca-
ción sólo como perfección privada y personal.
La vocación es relación; es la manifestación del hombre que Dios ha creado abierto a la relación;
e incluso, en el caso de una vocación a la intimidad con Dios en la vocación al claustro, supone una
capacidad de apertura y de coparticipación que sólo se puede adquirir con la experiencia de una
hermandad real. « La superación de una visión individualista del ministerio y de la consagración,
de la vida en cada una de las comunidades cristianas, es una aportación histórica decisiva ».(80)

La vocación es diálogo; es sentirse llamado por Otro y tener el valor de responderle.


¿Cómo puede madurar esta capacidad de diálogo en quien no ha aprendido, en la vida
de todos los días y en las relaciones diarias, a dejarse llamar, a responder, a reconocer
el yo en el tú? ¿Cómo puede hacerse llamar por el Padre quien no se preocupa de res-
ponder al hermano?
La coparticipación con el hermano y con la comunidad de los creyentes llega a ser entonces
camino, a lo largo del cual se aprende a hacer partícipes a los otros de los proyectos propios,
para aceptar, en fin, para sí el plan diseñado por Dios. Que será siempre y en todos los casos
un proyecto de hermandad.
Una experiencia de coparticipación en torno a la Palabra, señalada por algunas Iglesias europeas, son
los centros de escucha, esto es, grupos de creyentes que se reúnen periódicamente en sus casas para
redescubrir el mensaje cristiano e intercambiar las respectivas experiencias y los dones de interpretar
la Palabra misma.
Para los jóvenes, estos centros adquieren una connotación vocacional de la Palabra que
llama, en la catequesis y en la oración vivida de manera más personal y compromete-
dora, más espontánea y creativa. El centro de escucha llega a ser de este modo estímu-
lo a la corresponsabilidad eclesial, porque aquí se pueden descubrir los diferentes mo-
dos de servir a la comunidad y, a menudo, pueden madurar vocaciones específicas.
Otra experiencia positiva de itinerario vocacional en las Iglesias
particulares y en los diversos Institutos de vida consagrada es la
comunidad de acogida, que pone en práctica la invitación
de Jesús: « Venid y veréis ». Invitación que el Papa
Juan Pablo II define como la « regla de oro de
la pastoral vocacional ».(81) En estas comuni-
dades o centros de orientación vocacional,
gracias a una experiencia muy específica
e inmediata, los jóvenes pueden hacer
un verdadero y gradual camino de dis-
cernimiento.
Se les acompaña, por tanto, para que
en el momento oportuno estén en
grado no sólo de identificar el proyec-
to de Dios sobre ellos, sino de decidir
escogerlo como propia identidad.
c) El servicio de la caridad
Es una de las funciones más típicas de la comunidad eclesial. Consiste en vivir la expe-
riencia de la libertad en Cristo, en el vértice supremo que es el servicio. « Quien quiera
llegar a ser grande entre vosotros sea vuestro servidor » (Mt 20,26), « quien quiera ser el
primero sea el servidor de todos » (Mc 9,35). En la Iglesia primitiva esta lección parece que
fue aprendida muy pronto, dado que el servicio aparece como una de las componentes
estructurales de la misma, hasta el punto de que se instituyen los diáconos precisamente
para « el servicio de las mesas ».
Precisamente porque el creyente vive por don la experiencia de la libertad en Cristo,
está llamado a ser testigo de la libertad y agente de liberación para los hombres. De la
liberación que se logra no con la violencia o el dominio, sino con el perdón y el amor,
con la donación de sí mismo y el servicio a ejemplo de Cristo Siervo. Es la práctica de la
caridad, cuyas maneras de ejercitarse no tienen límite.
Es, quizá, el camino regio, en un itinerario vocacional, para discernir la propia vocación,
porque la experiencia de servicio, especialmente donde está bien preparada, orientada y
comprendida en su significado más auténtico, es experiencia de grande humanidad, que
lleva a conocerse mejor a sí mismo y la dignidad de los otros, así como la grandeza de
dedicarse a los otros.
El auténtico servidor de la caridad en la Iglesia es aquél que ha aprendido a tener como
un privilegio lavar los pies de los hermanos más pobres, es aquél que ha conquistado la
libertad de perder el propio tiempo por las necesidades de los otros. La experiencia del
servicio es una experiencia de gran libertad en Cristo.
Quien sirve al hermano, inevitablemente encuentra a Dios y entra en una particular sinto-
nía con El. No le será difícil descubrir su voluntad sobre él y, sobre todo, sentirse impulsado
a cumplirla. Que, en cualquier caso, será una vocación de servicio para la Iglesia y para el
mundo.
Así ha sido para muchísimas vocaciones en estos últimos decenios. La animación voca-
cional del post-Concilio ha pasado gradualmente de la « pastoral de la propaganda » a
la « pastoral del servicio », en especial para con los más necesitados.
Muchos jóvenes han encontrado a Dios y a sí mismos, la finalidad del vivir y la felicidad ver-
dadera, entregando tiempo y cuidados a los hermanos, hasta decidir dedicarles no sólo una
parte de su vida, sino toda su existencia. La vocación cristiana es, en efecto, existir para los
otros.
d) El testimonio-anuncio del Evangelio
Este es la proclamación de la cercanía de Dios al hombre a lo largo de la historia de la salvación,
especialmente en Cristo, y, por tanto, también, de las entrañas misericordiosas del Padre para
el hombre, a fin de que tenga la vida en abundancia. Tal anuncio es el comienzo del camino de
fe de todo creyente. La fe, en efecto, es un don recibido de Dios y atestiguado por el ejemplo de
la comunidad creyente y de tantos hermanos y hermanas dentro de ella, así como mediante la
instrucción catequística sobre las verdades del Evangelio.
Pero la fe debe ser transmitida, y llega el tiempo en el que todo testimonio llega a ser donación
activa: el don recibido se convierte en don dado a través del testimonio personal y del personal
anuncio.
El testimonio de fe compromete todo el hombre y sólo
puede ser dado con la totalidad de la existencia y
de la propia humanidad, con todo el corazón, con
toda la mente, con todas las fuerzas, hasta la en-
trega, incluso cruenta, de la vida.
Es interesante este aumento de significados
del término; aumento que en el fondo lo
encontramos en el párrafo bíblico que nos
está orientando: ved el testimonio-cate-
quesis de Pedro y de los Apóstoles el día de
Pentecostés, así como la valiente cateque-
sis de Esteban que culmina en su martirio
(Hch 6,8; 7,60), y de los mismos Apóstoles
« contentos por haber sido ultrajados por
amor del nombre de Jesús » (Hch 5,41).
Pero todavía es más interesante descubrir
cómo este testimonio-anuncio evangélico lle-
ga a ser específico itinerario vocacional.
El conocimiento agradecido por haber recibido
el don de la fe, debería traducirse normalmen-
te en deseo y voluntad de transmitir a los otros
cuanto se ha recibido, sea por el ejemplo de la
propia vida, sea mediante el ministerio de la cate-
quesis. Esta, pues, está destinada a iluminar las múlti-
ples situaciones de la vida enseñando a cada uno a vivir
la propia vocación cristiana en el mundo.(82) Y si el catequista
es también ante todo un testimonio, dicha dimensión vocacional
resultará todavía más evidente.(83)
El Congreso afirmó la importancia de la catequesis en perspectiva vocacional y señaló la celebración
de la Confirmación como un extraordinario itinerario vocacional para adolescentes y jóvenes. La
edad de la confirmación podría ser precisamente « la edad de la vocación », adecuada, en los planos
teológico y pedagogico, para el discernimiento, la puesta en práctica y el pedagógico testimonio del
don recibido.
La labor catequística debería favorecer la capacidad de reconocer y manifestar el don
del Espíritu.(84)
El encuentro directo de creyentes que viven con fidelidad y valor su vocación, de testigos
creíbles que ofrecen experiencias concretas de vocaciones realizadas, puede ser decisivo
para ayudar a los confirmandos a descubrir y acoger la llamada de Dios.
La vocación, en todo caso, tiene siempre su origen en el conocimiento de un don, y en
un conocimiento tan agradecido que encuentra totalmente lógico poner al servicio de
los otros la propia experiencia a fin de responsabilizarse de su crecimiento en la fe.
Quien vive con cuidado y generosidad el testimonio de la
fe, no tardará en aceptar el designio que Dios tiene sobre
él, y emplear todas sus energías en llevarlo a cabo.
De los itinerarios pastorales a la llamada personal
Podríamos decir, en síntesis, que en las dimensiones
de la liturgia, de la comunión eclesial, del servi-
cio de la caridad y del testimonio del Evange-
lio se condensa la condición existencial de
cada creyente. Esta es su dignidad y su
vocación fundamental, pero también
es la condición para que cada uno
descubra su peculiar identidad.
Todo creyente, pues, debe vivir
el común evento de la liturgia,
de la comunión fraterna, del
servicio caritativo y del anuncio
del Evangelio, porque sólo me-
diante tal experiencia global po-
drá identificar su particular modo
de vivir estas mismas dimensiones
del ser cristiano. Por consiguiente,
estos itinerarios eclesiales deben ser
los preferidos; representan un poco la
vía-maestra de la pastoral vocacional, gra-
cias a la cual puede desvelarse el misterio de la
vocación de cada uno.
Por otra parte, son itinerarios clásicos, que pertenecen a la vida misma de cada comunidad
que quiera decirse cristiana y descubren, al mismo tiempo, la solidez o precariedad de la
misma. Precisamente por esto, no sólo representan un camino obligado, sino que, sobre
todo, ofrecen garantía a la autenticidad de la búsqueda y del discernimiento.
Estas cuatro dimensiones y funciones, en efecto, por un lado, provocan un compromiso
global del sujeto y, por otro, lo llevan a los umbrales de una experiencia muy personal,
de una confrontación urgente, de una llamada imposible de ignorar, de una decisión
que tomar, que no se puede aplazar « sine die ». Por esto la pastoral vocacional deberá
ayudar expresamente a hacer obra de relevación mediante una experiencia profunda y
globalmente eclesial, que lleve al creyente « al descubrimiento y asunción de la propia
responsabilidad en la Iglesia ».(85) Las vocaciones que no nacen de esta experiencia y
de esta inserción en la acción comunitaria eclesial, corren el riesgo de estar viciadas en
su raíz y de ser de dudosa autenticidad.
Obviamente tales dimensiones estarán todas presentes, armónicamente coordinadas
por una experiencia que podrá ser decisiva sólo si es global.
A menudo, en efecto, hay jóvenes que favorecen espontáneamente (una u otra) de estas
funciones (o únicamente comprometidos en el voluntariado, o demasiado atraídos por
la dimensión litúrgica, o grandes teóricos un tanto idealistas).
Será importante, en estos casos, que el educador vocacional incite en el sentido de un
compromiso que no sea a medida de los gustos del joven, sino según la dimensión objetiva
de la experiencia de fe, la cual, por definición, no puede ser algo acomodable. Es sólo el
respeto a esta dimensión objetiva el que puede dejar entrever la propia dimensión subje-
tiva.
La objetividad, en tal sentido, precede a la subjetividad, y el joven debe aprender a darle la
precedencia, si verdaderamente quiere descubrirse a sí mismo y aquello que está llamado
a ser. O sea, debe primeramente realizarlo que se exige a todos, si quiere ser él mismo.
No sólo, pero lo que es objetivo, regulado sobre la base de una norma y de una tradición
y que mira a un objetivo preciso que trasciende la subjetividad, tiene una notable fuerza
de atracción y arrastre vocacionales. Naturalmente la experiencia objetiva deberá también
llegar a ser subjetiva, o ser reconocida por el individuo como suya. Siempre, sin embargo,
que se parta de una fuente o de una verdad que no es el sujeto quien la determina y que se
aprovecha de la rica tradición de la fe cristiana. En definitiva, « la pastoral vocacional tiene
las etapas fundamentales de un itinerario de fe ».(86) Y también esto está indicando la gra-
dación, así como la convergencia de la pastoral vocacional.
Mes de María

E
l catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “Jesús
llama a la conversión. Esta llamada es una
parte esencial del anuncio del Reino: «El
tiempo se ha cumplido y el Reino de
Dios está cerca; convertíos y creed
en la Buena Nueva” (Mc 1,15)»”1.
La a la conversión alcanza un tono más apre-
miante en la Cuaresma, tiempo fuerte de la
práctica penitencial de la Iglesia2, porque
todos los cristianos, después del bautismo,
tienen ante sí la tarea ininterrumpida de
una segunda conversión3. “En la vida nues-
tra, en la vida de los cristianos, la conver-
sión primera —ese momento único, que
cada uno recuerda, en el que se advierte
claramente todo lo que el Señor nos pide—
es importante; pero más importantes aún, y
más difíciles, son las sucesivas conversiones”4.
La conversión debe llegar a las raíces, al
fondo de la persona hasta purificar ese centro mis-
terioso e inaprensible que es el corazón humano. Su
fruto es “una reorientación radical de toda la vida, un retor-
no, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una
aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido (…)
comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la miseri-
cordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia”5.
Si el hombre tuviera que contar solamente con sus fuerzas para emprender esta
tarea, razones habría para desanimarse. Pero el cristiano no se encuentra solo. Cuenta
con la ayuda de la gracia que le llega abundantemente por las manos de María Santísima.

1 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1427.


2 Cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 109.
3 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1428.
4 S. Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 57.
5 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1431.
El Concilio Vaticano II, citando a S. Agustín, recuerda que la Virgen Santísima ha “coope-
rado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de Cristo,
principio y cabeza del género humano” 6. María se encuentra siempre en el camino del
cristiano, y no solamente como miembro eminente de Cristo que goza de una santidad
del todo excepcional, sino como madre, que nos acompaña con sus desvelos; que apar-
ta los obstáculos que nos dificultan llegar a Cristo; que nos alienta ante las dificultades y
nos ayuda a levantarnos después de nuestros tropiezos; y que consigue, con su ternura
y dedicación maternales que el camino de la santidad nos lleve derechamente al Cielo.
El trato con la Virgen Santísima ayuda en gran medida a avanzar en la senda de la hu-
mildad, que se encuentra en la base de toda la penitencia cristiana. “El corazón del hombre es
torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cfr Ez 36,26-27).
La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros co-
razones: «Conviértenos, Señor, y nos convertiremos» (Lm
5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar
de nuevo”7. El recurso confiado y constante a Ma-
ría nos hace comprender con particular clari-
dad que no son nuestras buenas intenciones
ni nuestros deseos los que purificarán nues-
tro corazón, sino la gracia que viene de lo
alto. De este modo, las mismas obras ex-
teriores de penitencia nunca degenerarán
en orgullo y autosuficiencia y, mucho me-
nos, en desprecio a los demás, sino que se
convertirán en una plegaria humilde que
demanda la ayuda del Cielo. Es el trato
con María quien nos otorga esta perspec-
tiva vital. Contemplar su santidad, tratar-
la como nuestra Madre y refugiarnos en su
regazo como hijos necesitados nos ayudará
a extinguir prontamente los gérmenes de or-
gullo y autosuficiencia que podrían agostar los
frutos de la penitencia.
Los padres de la Iglesia han meditado con frecuencia
la presencia de Juan, el Discípulo Amado, junto a la Cruz de Jesús. Y
en la entereza del apóstol han visto un reflejo de los frutos del amor María, que ha podido supe-
rar la prueba de la persecución y de la noche oscura de la fe, precisamente porque no se apartó
de la Virgen Santísima. La lucha contra el pecado siempre será una tarea humanamente ardua.
6 Cfr. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 53.
7 Catecismo de la Iglesia, n. 1432.
La Sagrada Escritura lo declara sin ambages: “con mucha constancia en tribulaciones,
necesidades, angustias; en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos”
(2Cor 6,4-5). La fragilidad humana sucumbiría irremediablemente si no le faltase la ayuda
y el consuelo maternal de María.
La Virgen Santísima también nos ayuda a descubrir la dimensión eclesial de la
penitencia. Por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo
Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la
Iglesia8.
Los cristianos formamos un solo cuerpo en Cristo, y
por tanto, estamos unidos en mística solidaridad con
todos los bautizados. “Nuestra interdependencia en el
drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad
en el Cuerpo de Cristo, en «comunión con los santos»”9.
Aunque el pecado es personal, la lucha por
arrancarlo de la vida cristiana nunca es soli-
taria e individualista. El cristiano, unido a sus
hermanos en Cristo por medio del bautismo,
sabe que su correspondencia a la gracia es
apoyo y contribución a la edificación de todo
el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia.
La cercanía a la Virgen, Madre de la Iglesia, re-
fuerza esta verdad de fe en alma de cada bau-
tizado, sellándola muchas veces con una cierta
connaturalidad efectiva que lleva al bautizado a
convertirse en un instrumento de misericordia
que actúa a través de las manos de María10.
Finalmente, el amor confiado a María Santísima,
proporciona un sano realismo en la lucha cotidiana por
vencer al pecado. El Concilio Vaticano II recuerda que “la Iglesia
ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual
no tiene mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27)”, mientras que “los fieles luchan
todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por
eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la
8 Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 63.
9 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2850.
10 San Maximiliano María Kolbe, Epistolario (O. Joachim Roman Bar, O.F.M. Conv., ed., Wybór Pism, Warszawa 1973, 41-
42; 226).
comunidad de los elegidos”11. Al cristiano no se la ha prometido la victoria definitiva
en esta vida, por lo que no debe sorprenderse de sus fragilidades, caídas y pecados.
Tiene siempre presente que “siete veces cae el justo, pero se levanta” (Prov 24,16). Es
precisamente el amor a la Virgen lo que le impulsa a retomar la lucha. No se desanima
al comenzar y recomenzar porque sabe que Dios siempre está dispuesto a otorgarle la
gracia.
Y aunque muchas veces se vea flaco y escaso de méritos, sabe que cuenta con
una madre cariñosa que le comprende, le anima y que no desfallecerá hasta conseguir,
que en su momento, alcance la santidad, la unión definitiva con Cristo.

Juan Miguel Rodríguez

11Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 65.


Solemnidad de la Ascensión del Señor

E
sta solemnidad, enmarcada dentro de la alegría pascual, pone también de
relieve la cercanía de la conclusión de este tiempo, con la solemnidad de
Pentecostés.
La Ascensión de Jesús al Padre nos permite reflexionar en algunos aspectos.
Sin querer agotarlos, destacaré solamente dos. En un primer momento, la
ascensión como entrada triunfal de Jesús al cielo, supone la proclamación
evidente de su victoria sobre el pecado y la muerte. Así lo advierte la segunda opción
de oración colecta de la Misa del día: “a cuantos creemos que tu Unigénito y Redentor
nuestro ascendió hoy a la gloria”.
Tal triunfo de Cristo, proclamado con exultante gozo durante la Vigilia pascual, sobre
todo en el Pregón pascual, no es el único triunfo que aquí celebramos hoy. Por Cristo, que
venció la muerte y nos ha abierto la morada celestial, teniendo a la cruz como llave (cfr.
Himno II Vísperas) de estas puertas antiguas (cfr. Sal 23), toda una multitud de cautivos
han sido llevados a su patria.
En este punto, el artículo del credo: “descendió a los infiernos” cobra particular importancia,
para comprender cómo la obra redentora del Señor adquiere tintes de inmediatez en todos
los que desde Adán y Eva esperaron con ansias su venida. Los tres días se sepulcro, no son
días de estar en la muerte, sino de llevar Él mismo la redención a esa multitud de profetas,
reyes, patriarcas, jueces, hombres y mujeres de su pueblo, y de todos los pueblos, que lo
esperaban, aún sin saber su nombre ni vislumbrar su rostro, solamente con la lámpara
encendida de una fe que confía en la promesa hecha por el Padre.
Cristo que entra en el cielo, no lo hace solo, hay todo un pueblo nuevo que lo acompaña. Nos
atrevemos a decir, que este es el inicio de la Iglesia, evitando la tentación de cronologizar este
momento eclesial, con sus primeros hijos en el cielo, condensando el significado de Lumen
Gentium 2-4, en cuanto que la Iglesia es un don de Dios, originado en el cielo mismo.
El segundo aspecto, consiste en descubrir a todos los redimidos como un pueblo en tensión, pero
también en movimiento. En tensión, en cuanto que mientras peregrinamos en la mortalidad,
estamos como con una cuerda invisible cuyo extremo opuesto se encuentra atado en el trono
glorioso mismo de Jesús, tal como lo indica la Oración post comunión de la Misa de Vísperas:
“enciendan en nuestros corazones el deseo de la patria celestial”. Esta tensión, nos mantiene
expectantes, y nos permite tener las lámparas encendidas, pero al mismo tiempo, nos ayuda
a guardar las palabras de Jesús, por el amor (cfr. Jn 14, 23a).
La tensión hace posible el movimiento. La primera lectura de Hechos de los apóstoles
nos pone de relieve este mismo movimiento. Los apóstoles que estaban estáticos, con
los ojos clavados en el cielo, son interpelados por los dos hombres vestidos de blanco:
“Galileos, ¿por qué permanecen mirando el cielo?” (1, 11), cuya consecuencia Lucas describe
también: “Entonces se volvieron a Jerusalén” (1, 12). La Ascensión de Cristo, junto con
todos los redimidos “de los infiernos”, descubre el carácter móvil de la Iglesia, en camino
siempre hacia donde está Cristo, guiada por sus palabras.
Esta solemnidad con lo que se ha dicho anteriormente, está siempre presente a lo largo
de todas las celebraciones litúrgicas. Esta presencia, se encuentra de manifiesto en la
procesión de entrada, sobre todo de aquellas Eucaristías, presididas por el Obispo, en
su catedral, con todo su presbiterio, los miembros de la vida religiosa y los fieles laicos.
Dicha procesión tiene elementos que a menudo pasamos por alto, pero que revisándolos
detenidamente, son anunciados en la celebración de esta solemnidad. Por un lado, la cruz
procesional que manifiesta la Redención del Señor y además como la llave que nos ha
abierto las puertas del cielo: “Retorna victorioso/ la cruz en mano enhiesta como un cetro,/
como la llave que abre el paraíso” (cfr. Himno de la II Vísperas). Esta se encuentra precedida
por el incensario, que como nos dice la Oración sobre las ofrendas de la Misa de vísperas,
remarca que Jesucristo “nuestro Sumo Sacerdote, vive para siempre sentado a tu derecha
intercediendo por nosotros”. Los ciriales, son manifestaciones de la luz divina o lo que
es lo mismo, de la gloria celestial. Los ministrantes y ministros, ya sea que usen el alba
o el roquete, son signo de la realidad bautismal, es decir, que somos pueblo de redimi-
dos por la sangre del Cordero. El obispo, revestido con sus insignias es la expresión del
mismo Cristo, cabeza de la Iglesia, que introduce a todo su pueblo en la gloria del cielo.
La dirección de la procesión hacia el altar, mientras suena el canto de entrada, nos re-
cuerda la tensión y el movimiento hacia la patria celestial, mientras que el altar y todo el
presbiterio pasan a significar la meta de todo el peregrinaje cristiano: el cielo.
“y porque, donde nos ha precedido gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar
también los miembros de su cuerpo”. (Misa del día. Oración colecta)

P. Mauricio Espinosa
Vicariato Apostólico de Puyo
53° CONGRESO EUCARISTICO INTERNACIONAL 2024
Quito-Ecuador
Con gran alegría, los Obispos del Ecuador hemos recibido la noticia de que el Papa Francisco
ha escogido la ciudad de Quito como sede del 53° Congreso Eucarístico Internacional a reali-
zarse en el año 2024. Esta elección se ha hecho bajo propuesta e iniciativa de la Conferencia
Episcopal Ecuatoriana. Es la primera vez que el Ecuador acogerá este acontecimiento eclesial
tan importante para la vida de la Iglesia Universal.
Los Congresos Eucarísticos tuvieron su origen en Francia en la segunda mitad del siglo
XIX. Fueron inspirados por la fe viva en la presencia real de la persona de Jesucristo en
el Sacramento de la Eucaristía. Corresponderá a la Iglesia del Ecuador determinar las
fases de la preparación pastoral del Congreso Eucarístico Internacional por medio de
Congresos eucarísticos nacionales y diocesanos y por medio de otras iniciativas a nivel
de las parroquias y de movimientos apostólicos. La celebración del Congreso Eucarístico
Internacional normalmente dura una semana culminando en la “Statio Orbis” que es la
celebración Eucarística presidida por el Papa o por su Legado como expresión visible de
la comunión de la Iglesia universal.

Damos gracias a Dios por esta elección que nace del amor que el Papa Francisco tiene al
Ecuador, el primer país latinoamericano que eligió visitar en el año 2015. El Congreso será
la ocasión para celebrar como nación los 150 años de la Consagración de nuestra patria al
Sagrado Corazón de Jesús. Esta consagración forma parte del patrimonio espiritual intangible
de nuestra identidad como ecuatorianos. Anhelamos que estos eventos sean la ocasión para
que podamos, una vez más, volver nuestros ojos al Corazón de Jesús y en Él reencontrarnos
como hermanos más allá de toda diferencia y que podamos construir un proyecto inclusivo
de nación basado en la libertad, la justicia, la solidaridad y la igualdad, donde el ser humano
sea siempre el centro de nuestras preocupaciones, decisiones y acciones.
Convocamos desde ahora a todos los fieles católicos, a todos los ecuatorianos de buena
voluntad, y a las autoridades civiles a unir nuestras fuerzas, nuestra creatividad y nuestros
recursos para que este acontecimiento sea un reflejo de lo mejor de nosotros mismos.

CONSEJO DE PRESIDENCIA
CONFERENCIA EPISCOPAL ECUATORIANA
QUITO, 22 DE MARZO DE 2021
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO
Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS

DECRETO
IN MISSA IN CENA DOMINI

La reforma de la Semana Santa, con el decreto Maxima Redemptionis nostrae mysteria (30
noviembre 1955), daba la facultad, donde lo aconsejaba un motivo pastoral, de realizar el lava-
torio de los pies a doce varones durante la Misa en la Cena del Señor, después de la lectura del
Evangelio según san Juan, manifestando de este modo la humildad y el amor de Cristo hacia
sus discípulos.

En la liturgia romana, tal rito se ha transmitido con el nombre de Mandatum del Señor sobre la
caridad fraterna, según las palabras de Jesús (cfr. Jn 13,34), cantadas en una Antífona durante
la celebración.

Al realizar este rito, obispos y presbíteros son invitados a conformarse íntimamente a Cristo
que «no vino a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28) y, llevado por un amor «hasta el extremo»
(Jn 13,1), a dar la vida por la salvación de todo el género humano.

Para manifestar plenamente el significado del rito a cuantos participan, ha parecido bien al
Sumo Pontífice Francisco cambiar la norma que se lee en las rúbricas del Missale Romanum (p.
300 n.11): «Los varones designados, acompañados de los ministros…», que debe ser cambiada
del modo siguiente: «Los que han sido designados de entre el pueblo de Dios son acompaña-
dos por los ministros…» (y, por consiguiente, en el Caeremoniale Episcoporum n. 301 y 299b:
«los asientos para los designados»), de modo que los pastores puedan designar un pequeño
grupo de fieles que represente la variedad y la unidad de cada porción del pueblo de Dios. Este
pequeño grupo puede estar compuesto de hombres y mujeres, y es conveniente que formen
parte de él jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, clérigos, consagrados, laicos.

Esta Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en virtud de la facul-
tad concedida por el Sumo Pontífice, introduce tal innovación en los libros litúrgicos del Rito
Romano, recordando a los pastores su deber de instruir adecuadamente tanto a los fieles de-
signados como a los demás, para que participen en el rito consciente, activa y fructuosamente.

Sin que obste nada en contrario.

Dado en la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 6 de enero


de 2016, solemnidad de la Epifanía del Señor.

Roberto Card. Sarah


Prefecto

+ Arturo Roche
Arzobispo Secretario

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