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AFRONTANDO EL DRAMA
DE LA PANDEMIA
DECRETO
ORACIÓN A MARIA DE LA
EVANGELII GAUDIUM
TRIDUO PASCUAL
VIERNES SANTO.
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN
DEL SEÑOR
VIGILIA PASCUAL
LA PASTORAL
VERDADERAMENTE
VOCACIONAL
MES DE MARÍA
SOLEMNIDAD DE LA
ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Índice
EDITORIAL 4
DECRETO 9
TRIDUO PASCUAL 12
VIGILIA PASCUAL 15
MES DE MARÍA 24
SACRAMENTOS 31
T
oda la liturgia del tiempo pascual nos hace valorar de un modo especial el
significado y alcance de la resurrección de Cristo. La Pascua es el tiempo de
la Iglesia. “Ahora les toca a ustedes”, parece decirnos el Señor Resucitado
cuando nos muestra sus llagas. Cristo Resucitado nos llama a ser sus testi-
gos. “Nosotros somos tus testigos, porque te conocimos, Señor, al partir el
pan y en nuestros hermanos más necesitados”
PASCUA Y TIEMPO PASCUAL
La semana Santa concentra las principales celebraciones del año litúrgico cristiano. Y el
Triduo Pascual (que va desde el Jueves Santo por la tarde hasta el anochecer del Domingo
de Pascua) es el corazón de la Semana Santa. En él, conmemoramos la pasión, muerte y
resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Estas celebraciones son tan importantes que las preparamos durante cuarenta días (la
Cuaresma) y las prolongamos durante cincuenta días (el Tiempo Pascual, que dura hasta
Pentecostés). Además, cada domingo es considerado “la Pascua de la semana” y en cada
Eucaristía seguimos “anunciando su muerte y proclamando su resurrección” hasta que
el vuelva.
Entonces el tiempo de pascua es el tiempo de la luz que vence por siempre las tinieblas:
los ornamentos se colorean de blanco recordando las vestiduras cándidas como la luz
de Cristo transfigurado, cuando su rostro brilló como el sol (cfr. Mt 17,2).
Es el tiempo exultante que se abre con el Domingo de Pascua: pesach, que significa
“pasar más allá”, recordando la Pascua hebraica, que celebra el pasaje del mar Rojo, la
liberación de la esclavitud de Egipto. Pesach, adquiere para nosotros los cristianos un
sentido nuevo, inaudito: recuerda el pasaje de la humanidad de la muerte a la vida y
abre el tiempo a un tiempo nuevo. Liberados del pecado con el sacrificio de la Cruz y
llamados a resucitar con Jesús, para nosotros, el tiempo de Pascua es el tiempo en el
cual se juega nuestra Fe, porque inútil sería si Cristo no hubiera, de verdad resucitado.
Pero, para quienes de verdad creen en la resurrección de la carne seguramente éste es un
tiempo de gozo en cuanto que con la Pascua, el gozo anunciado del Ángel a los pastores
en el nacimiento del Salvador, se hace realidad y certeza.
En el tiempo de pascua encuentra sentido y valor el misterio de un niño enviado del
cielo para morir crucificado, como el más ínfimo de los malhechores.
El sufrimiento de la Cruz se abre a la plenitud del gozo, no aquella del mundo relacionada
al momento rápido, sino a aquella profunda y espiritual que nace desde la convicción que
¡Cristo, el Buen Pastor, que da su vida por las ovejas, está con nosotros siempre! El tiempo
de pascua, entonces es el tiempo en el cual, en humilde escucha al Espíritu, tenemos que
abrir las puertas a Cristo para sentir el perfume del gozo y anunciar al mundo la salvación.
SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
“Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron
a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la
lengua que el Espíritu Santo les sugería”. En esta
fiesta de Pentecostés celebramos la presencia
del Espíritu de Dios en la Iglesia (Hch 2,1–11).
Una presencia que nos hace penetrar en la in-
timidad con Dios y nos empuja también a acer-
car el Evangelio a nuestros hermanos.
Esa primera dimensión, que imaginamos como
vertical, la subrayaba ya Santa Teresa con la
imagen del fuego en donde dice que el Espíritu
Santo mueve nuestra alma hacia Dios con deseos
tan ardientes que la hace entender como fuego
soberano cuan tan cerca está Dios hacia nosotros.
La segunda dimensión, que podemos llamar horizontal, la ilustra el Papa Francisco, al
afirmar que “en Pentecostés, el Espíritu Santo hace salir de sí mismo a los Apóstoles y los
transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en
su propia lengua. El Espíritu Santo infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio
con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (EG 1).
T
eniendo en cuenta que el mundo está afrontando aún el drama de la pan-
demia con sus consecuencias y cambios, incluso en la forma de celebrar la
liturgia, las normas y directrices contenidas en los libros litúrgicos, concebidas
para tiempos normales ya no pueden aplicarse enteramente por ser estos
“tiempos excepcionales de crisis”. Por esta razón, el Obispo, en su calidad de
“moderador de la vida litúrgica en su Iglesia, está llamado a tomar decisiones
prudentes para que las celebraciones litúrgicas se desarrollen con fruto para el Pueblo de Dios
y para el bien de las almas que le han sido confiadas, teniendo en cuenta la protección de la
salud y cuanto ha sido prescrito por las autoridades responsables del bien común”.
En la Nota se recuerda el Decreto emitido por este Dicasterio, por mandato del Santo
Padre, el 25 de marzo del año pasado, en el que se ofrecen algunas orientaciones para
las celebraciones de la Semana Santa. Y se invita a releerlo para tomar las decisiones
necesarias para las próximas celebraciones pascuales según la situación particular de
cada país. De hecho, se lee:
“En muchos países siguen vigentes estrictas condiciones de confinamiento que
imposibilitan la presencia de los fieles en la iglesia, mientras que en otros se está
retomando una vida cultual más normal”
Privilegiar la difusión mediática de las celebraciones
Después de considerar que el uso de los medios de comunicación social ha ayudado
mucho a los pastores a ofrecer apoyo y cercanía a sus comunidades durante la pandemia,
“para las celebraciones de la Semana Santa se sugiere facilitar y privilegiar la difusión
mediática de las celebraciones presididas por el Obispo”, animando a los fieles que no
podrán asistir a su iglesia, “a seguir las celebraciones diocesanas como signo de unidad”.
Otras recomendaciones
En esta Nota se pide también que se preste “atención a algunos momentos y gestos
particulares, respetando las exigencias sanitarias”; que si fuera necesario se la Misa
Crismal “a otro día más adecuado” en la que “participe una representación significativa de
pastores, ministros y fieles”. Mientras para las celebraciones del Domingo de Ramos, del
Jueves Santo, del Viernes Santo y de la Vigilia Pascual, se aplican las mismas indicaciones
del año pasado. Además:
“Se anima a preparar subsidios adecuados para la oración en familia y personal,
potenciando también algunas partes de la Liturgia de las Horas”.
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos agradece,
por último, a los Obispos y a las Conferencias Episcopales por haber respondido
pastoralmente a una situación en constante cambio a lo largo del año. Y manifiesta:
“Somos conscientes de que las decisiones adoptadas no siempre han sido fáciles de
aceptar por parte de pastores y fieles laicos. Sin embargo, sabemos que se han tomado
para garantizar que los santos misterios se celebraran de la manera más eficaz posible
para nuestras comunidades, respetando el bien común y la salud pública”.
DECRETO
C
En tiempo de Covid-19 (II)
onsiderado la rápida evolución de la pandemia del Covid-19 y teniendo
en cuenta las observaciones recibidas de las Conferencias Episcopales,
esta Congregación ofrece una actualización de las indicaciones
generales y de las sugerencias ya dadas a los Obispos en el anterior
decreto del 19 de marzo de 2020.
Dado que la fecha de la Pascua no puede ser trasladada, en los países
afectados por la enfermedad, donde se han previsto restricciones sobre las reuniones y
la movilidad de las personas, los Obispos y los presbíteros celebren los ritos de la Semana
Santa sin la presencia del pueblo y en un lugar adecuado, evitando la concelebración y
omitiendo el saludo de paz.
Los fieles sean avisados de la hora del inicio de las celebraciones, de modo que puedan
unirse en oración desde sus propias casas. Podrán ser de gran ayuda los medios de
comunicación telemática en directo, no grabados. En todo caso, es importante dedicar
un tiempo oportuno a la oración, valorando, sobre todo, la Liturgia Horarum.
Las Conferencias Episcopales y cada una de las diócesis no dejen de ofrecer subsidios
para ayudar en la oración familiar y personal.
1.- Domingo de Ramos.
La Conmemoración de la Entrada del Señor en Jerusalén se celebre en el interior del
edificio sagrado; en las iglesias catedrales se adopte la segunda forma prevista del Misal
Romano; en las iglesias parroquiales y en los demás lugares, la tercera.
2.- Misa Crismal.
Valorando la situación concreta en los diversos países, las Conferencias Episcopales
podrán dar indicaciones sobre un posible traslado a otra fecha.
3.- Jueves Santo.
Se omita el lavatorio de los pies, que ya es facultativo. Al final de la Misa en la Cena
del Señor, se omita también la procesión y el Santísimo Sacramento se reserve en el
sagrario. En este día, se concede excepcionalmente a los presbíteros la facultad de
celebrar la Misa, sin la presencia del pueblo, en lugar adecuado.
4.- Viernes Santo.
En la oración universal, los Obispos se encargarán de preparar una especial intención
por los que se encuentran en situación de peligro, los enfermos, los difuntos (cf. Missale
Romanum). La adoración de la Cruz con el beso se limite solo al celebrante.
5.- Vigilia Pascual.
Se celebre solo en las iglesias catedrales y parroquiales. Para la liturgia bautismal, se
mantenga solo la renovación de las promesas bautismales (cf. Missale Romanum).
Para los seminarios, las residencias sacerdotales, los monasterios y las comunidades
religiosas se atengan a las indicaciones del presente Decreto.
Las expresiones de piedad popular y las procesiones que enriquecen los días de la
Semana Santa y del Triduo Pascual, a juicio del Obispo diocesano podrán ser trasladadas
a otros días convenientes, por ejemplo, el 14 y 15 de septiembre.
De mandato Summi Pontificis pro hoc tantum anno 2020.
En la Sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a
25 de marzo de 2020, solemnidad de la Anunciación del Señor.
Arthur Roche
Arzobispo Secretario
Oración a Maria de la
Evangelii gaudium
Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos
el don de la belleza que no se apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación,
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.
Triduo Pascual
E
l fin de este artículo es describir algunas pautas litúrgicas que no constan
en el Misal ni en otros libros litúrgicos y que es bueno tenerlos en cuenta
para el santo Triduo Pascual.
Antes de la Misa de la cena del Señor, termina la Cuaresma. El triduo pascual
no es la preparación para la Pascua, por el contrario, ¡es la Pascua!
El misterio pascual es la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor, que
se conmemoran en cada celebración de los tres días. Se trata de una única celebración
pascual en tres acciones rituales, lo que se demuestra con un inicio común en la Misa de
la cena del Señor (“En el nombre del Padre…”), que no está presente en la celebración de
la Pasión del Señor, y un final común con la bendición al final de la vigilia pascual (ni en
la Misa de la cena del Señor ni en la celebración de la Pasión hay bendición final).
Jueves Santo. Misa de la cena del Señor, In coena Domini.
Esta no es la Misa del “lavatorio de los pies”. Este solo es un rito dentro de la Misa del
Señor, que quiere ser elocuente de todo lo ocurrido en la última cena. El rito del lavatorio
de los pies, incluso, por causa de la pandemia, será suprimido. Esto quiere decir que no
es necesario para la Misa, pero es aconsejable, fuera de emergencia sanitaria, que se
realice por todo su rico simbolismo.
En la forma tradicional, se trata de una celebración distinta a la Misa, con la lectura del
Evangelio del “mandato”, es decir, el mandato del Señor de ser serviciales, expresado en
el lavado de los pies de los apóstoles.
La Misa se desarrolla como de costumbre hasta el “Gloria”. Durante este canto se deben
tocar las campanas del altar y de la iglesia. Terminando este himno, las campanas no
volverán a sonar hasta la vigila pascual. En la consagración puede usarse una matraca
en vez de campanas.
Terminado el “Gloria”, los instrumentos musicales deben usarse únicamente para
acompañar el canto, luego viene la colecta, las lecturas, el Evangelio y la homilía, como
se hace normalmente.
Es muy conveniente usar la plegaria eucarística I, que tiene un “Acepta, Señor en tu
bondad” propio para esta Misa y, además, narra más explícitamente que la Eucaristía se
instituyó ese día, y tiene un “reunidos en comunión” propio.
El traslado del Santísimo Sacramento no debe realizarse en custodia ni puede haber
una solemne exposición eucarística en la capilla de la reserva. Tampoco se lo deja en
el sagrario, sino en la arqueta o llamado monumento, esto simboliza que tras la cena
del Señor que se acaba de conmemorar en la Misa, Jesús fue apresado y encarcelado.
La razón por la que no puede exponerse el Santísimo en la custodia es porque el
simbolismo se pierde en la custodia (arresto y pasión de Jesucristo) mientras que el
Santísimo expuesto en custodia simboliza el trono de la Gloria de Dios.
La capilla de la reserva es un lugar dentro o fuera de la iglesia, por ejemplo, una capilla
que se prepara convenientemente ornamentada con velas y flores. Ahí se dispone un
altar y, sobre este, un tabernáculo.
Tras la Misa, deben desvestirse los altares. Esta es una costumbre que evidencia que la
Iglesia no renueva el santo sacrificio hasta la vigilia pascual.
La nueva forma del rito romano no indica cómo debe hacerse. En la forma tradicional
se prescribe que el celebrante, después de quitarse la casulla y la estola de la Misa,
quedando solo con el alba y el cíngulo, se pone una estola morada y se dirige al altar.
Después, mientras reza el Salmo 21: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
con la antífona “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”, retira lentamente
los manteles del altar con ayuda de los acólitos, quienes los doblan y los ponen en la
credencia. Los acólitos quitan la cruz, las velas del altar y las alfombras, en caso de que
haya. Si la iglesia tiene pilas de agua bendita los acólitos también deben retirar el agua.
Esto es una forma de prepararlas para recibir el agua recién bendita en la vigilia pascual.
También es una antigua costumbre que los altares de piedra sean lavados de forma
privada. Este acto antiguo y muy encomiable, fue prescrito por el papa Benedicto XIV a
mediados del siglo XVIII. Se lava el altar con un hisopo empapado en agua y vino, para
limpiarlo de impurezas, simbolizando el lavado que produce el sacrificio del Cordero, y
enseñando la pureza con la que se debe participar en el santo sacrificio.
Viernes Santo. Celebración de la
Pasión del Señor
E
L altar debe continuar sin cruz, velas ni manteles, reservando su uso para el
rito de la comunión. La celebración debe realizarse en la tarde del viernes,
antes del anochecer. Todos los ornamentos deben ser color rojo, propio de
este oficio. Si ese día se realiza una procesión o un vía crucis, los ministros
no deben usar ornamentos rojos, sino morados o negros, aunque ya haya
terminado la Cuaresma. Esos colores representan el duelo.
Vigilia pascual
E
sta es la madre de todas las vigilias. El Domingo de Pascua, la solemnidad
de las solemnidades.
Antes de la reforma litúrgica de la Semana Santa hecha por Pío XII, la vigilia
de Pascua se celebraba durante el día, en oposición a la primitiva tradición
litúrgica. Por ello, para propiciar la oscuridad que todavía se requiere, se
tapaban las ventanas de las iglesias. Pero ahora, tanto en la nueva forma
cuanto en la tradicional, la vigilia debe celebrarse solo por la noche, después de la puesta
del sol y antes del amanecer del domingo.
Hay que desterrar la costumbre, sobre todo en el sector rural, de realizar vigilias pascuales
flash en todos los barrios, incluso desde tempranas horas de la tarde. El sacerdote debe
preparar una solemne y única vigilia pascual en la iglesia matriz. Es mejor que, por el
bien pastoral, se programe el Domingo de Gloria alguna Eucaristía en los principales
barrios de la parroquia.
Quienes asisten a la vigilia pascual cumplen con la obligación del domingo pudiendo
comulgar dos veces si asiste el Domingo de Gloria.
El Evangeliario puede ser usado, pero debe ser dejado sobre el altar antes de la Misa. El
celebrante debe usar los ornamentos propios de la Misa, no ha de vestir capa pluvial.
El celebrante, con los ministros, se dirige a un lugar cercano a la iglesia en que se ha
reunido el pueblo. No se llevan ni cruz procesional ni velas.
El celebrante principal inicia el rito con la señal de la cruz y con el saludo, como en la
Misa. Después, explica el significado de la vigilia conforme al texto del Misal y bendice
el fuego. El turiferario pone brasas del fuego nuevo en el incensario. La bendición del
fuego, el encendido del cirio y la procesión sigue como indica el Misal.
El cirio se coloca a un lado del ambón no en el centro del presbiterio. El celebrante o,
de haber, un diácono, inciensa el cirio y canta o reza el pregón pascual en el ambón.
El texto también puede ser cantado por un laico, pero él no debe pedir la bendición
al celebrante. El laico también debe omitir la frase “El Señor esté con ustedes”, que es
propio de los ordenados. Todos escuchan de pie con las velas encendidas.
Concluido el pregón pascual, se apagan las velas y todos se sientan y si no se han
encendido antes las luces de la iglesia, se las enciende en este momento. El celebrante,
antes de las lecturas, introduce la liturgia de la Palabra conforme al texto del Misal.
Después de cada lectura y su salmo, el celebrante se levanta
y canta la oración propia.
Se establecen nueve lecturas, con la epístola y el
Evangelio. Sin embargo, por razones pastorales
graves, (la prisa y el cansancio no son una razón
grave ni menos pastoral), se pueden elegir solo
dos del Antiguo Testamento (sin quitar nunca
la del capítulo 14 del Éxodo, la Pascua judía) la
epístola y el Evangelio.
Después de la última lectura del Antiguo
Testamento y de su salmo, todos se levantan.
Un ministro laico toma fuego del cirio y enciende
las velas del altar. Mientras tanto, todos cantan el
“Gloria”. Al igual que en la Misa de la cena del Señor, se
tocan las campanas durante el canto. Luego del “Gloria”,
el celebrante reza la oración colecta y sigue la lectura de la
epístola.
Después de la colecta se lee la Epístola. Al terminar, todos se ponen de pie. En ese
momento se entona el Aleluya tres veces. Como se puede ver, en esta noche el Aleluya
precede al Salmo. Acabado el Aleluya se canta o lee el primer versículo del salmo 117. A
este versículo se le responde con el Aleluya. Luego se canta o lee el segundo versículo
del salmo 117. Nuevamente se le responde con el aleluya. Posteriormente se canta o lee
el tercer versículo del salmo 117 y se le responde nuevamente con el aleluya. Mientras
se canta el tercer versículo del salmo 117, el celebrante coloca incienso en el turíbulo.
Si es obispo, pone el incienso sentado y bendice a quien va a proclamar el Evangelio.
Como el cirio está junto al ambón, no se llevan las velas. Esto solo ocurre en la vigilia
pascual, en el resto de las misas del tiempo de Pascua se proclama el Evangelio con la
solemnidad de costumbre. Quien proclama saluda al pueblo, hace la señal de la cruz
sobre sí y sobre el Evangeliario y lo inciensa.
Después de la homilía, inicia la liturgia bautismal según lo prescribe el Misal. Si no hay
bautizos, también debe bendecirse el agua para la aspersión.
Puede usarse la fórmula propia de bendición solemne de Pascua. Al final de la Misa, el
celebrante o el diácono despide a todos añadiendo dos aleluyas al final.
L
a) La liturgia y la oración
a liturgia significa e indica al mismo tiempo la manifestación, el origen y el
alimento de cada vocación y ministerio en la Iglesia. En las celebraciones
litúrgicas se hace memoria de aquel hacer de Dios por Cristo en el Espíritu
al que remiten todas las dinámicas vitales del cristiano. En la liturgia, que
culmina con la Eucaristía, se manifiesta la vocación-misión de la Iglesia y de
cada creyente en toda su plenitud.
De la liturgia parte siempre una llamada vocacional para quien participa.(77) Cada celebración es
un evento vocacional. En el misterio celebrado el creyente no puede dejar de reconocer la propia
vocación personal, ni puede desoir la voz del Padre que en el Hijo por el poder del Espíritu lo
llama a darse a su vez por la salvación del mundo.
También la oración llega a ser camino para el discernimiento vocacional, no sólo porque
Jesús invita a rogar al dueño de la mies, sino porque es en la escucha de Dios donde el
creyente puede llegar a descubrir el proyecto que Dios mismo ha diseñado: en el misterio
contemplado el creyente descubre la propia identidad, « escondida con Cristo en Dios »
(Col 3,3).
Y, además, es sólo la oración la que puede avivar las disposiciones de confianza y de abandono
indispensables para pronunciar el propio « sí » y superar temores e incertidumbres. Toda vocación
nace de la in-vocación.
Pero, también, la experiencia personal de la oración, como diálogo con Dios, pertenece a esta
dimensión: incluso si es « celebrada » en la intimidad de la propia « celda » es relación con la
paternidad de la que proviene la vocación. Tal dimensión es muy evidente en la experiencia
de la Iglesia de los orígenes, cuyos miembros eran perseverantes « en la fracción del pan y en
la oración » (Hch 2,42); cada elección, sobre todo para la misión, tenía lugar en un contexto
litúrgico (Hch 6, 1-7; 13,1-15).
Es la lógica orante que la comunidad había aprendido de Jesús cuando « a la vista de
las muchedumbres cansadas y decaídas como ovejas sin pastor, exclamó: La mies es
mucha pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros
a su mies » (Mt 9,37-38; Lc 10,2).
Las comunidades cristianas de Europa han puesto en práctica estos años múltiples iniciativas
de oración por las vocaciones, que encontraron amplio eco en el Congreso. La oración en las
comunidades diocesanas, religiosas y parroquiales, hasta el punto ser « incesante » en muchos
casos, día y noche, es uno de los caminos principalmente seguidos para crear una nueva sen-
sibilidad y una nueva cultura vocacional favorable al sacerdocio y a la vida consagrada.
La imagen evangélica del « Dueño de la mies » conduce al corazón de la pastoral de la
vocaciones: la oración. Oración que sabe « mirar » con sabiduría evangélica al mundo
y a cada hombre en la realidad de sus necesidades de vida y de salvación. Oración que
manifiesta la caridad y la« compasión » (Mt 9,36) de Cristo para con la humanidad, que
también hoy aparece como « un rebaño sin pastor » (Mt 9,36). Oración que manifiesta la
confianza en la voz poderosa del Padre, el único que puede llamar y mandar a trabajar
a su viña. Oración que manifiesta la esperanza viva en Dios, que no permitirá jamás que
falten a la Iglesia los « obreros » (Mt 9,38) necesarios para llevar a término su misión.
E
l catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “Jesús
llama a la conversión. Esta llamada es una
parte esencial del anuncio del Reino: «El
tiempo se ha cumplido y el Reino de
Dios está cerca; convertíos y creed
en la Buena Nueva” (Mc 1,15)»”1.
La a la conversión alcanza un tono más apre-
miante en la Cuaresma, tiempo fuerte de la
práctica penitencial de la Iglesia2, porque
todos los cristianos, después del bautismo,
tienen ante sí la tarea ininterrumpida de
una segunda conversión3. “En la vida nues-
tra, en la vida de los cristianos, la conver-
sión primera —ese momento único, que
cada uno recuerda, en el que se advierte
claramente todo lo que el Señor nos pide—
es importante; pero más importantes aún, y
más difíciles, son las sucesivas conversiones”4.
La conversión debe llegar a las raíces, al
fondo de la persona hasta purificar ese centro mis-
terioso e inaprensible que es el corazón humano. Su
fruto es “una reorientación radical de toda la vida, un retor-
no, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una
aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido (…)
comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la miseri-
cordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia”5.
Si el hombre tuviera que contar solamente con sus fuerzas para emprender esta
tarea, razones habría para desanimarse. Pero el cristiano no se encuentra solo. Cuenta
con la ayuda de la gracia que le llega abundantemente por las manos de María Santísima.
E
sta solemnidad, enmarcada dentro de la alegría pascual, pone también de
relieve la cercanía de la conclusión de este tiempo, con la solemnidad de
Pentecostés.
La Ascensión de Jesús al Padre nos permite reflexionar en algunos aspectos.
Sin querer agotarlos, destacaré solamente dos. En un primer momento, la
ascensión como entrada triunfal de Jesús al cielo, supone la proclamación
evidente de su victoria sobre el pecado y la muerte. Así lo advierte la segunda opción
de oración colecta de la Misa del día: “a cuantos creemos que tu Unigénito y Redentor
nuestro ascendió hoy a la gloria”.
Tal triunfo de Cristo, proclamado con exultante gozo durante la Vigilia pascual, sobre
todo en el Pregón pascual, no es el único triunfo que aquí celebramos hoy. Por Cristo, que
venció la muerte y nos ha abierto la morada celestial, teniendo a la cruz como llave (cfr.
Himno II Vísperas) de estas puertas antiguas (cfr. Sal 23), toda una multitud de cautivos
han sido llevados a su patria.
En este punto, el artículo del credo: “descendió a los infiernos” cobra particular importancia,
para comprender cómo la obra redentora del Señor adquiere tintes de inmediatez en todos
los que desde Adán y Eva esperaron con ansias su venida. Los tres días se sepulcro, no son
días de estar en la muerte, sino de llevar Él mismo la redención a esa multitud de profetas,
reyes, patriarcas, jueces, hombres y mujeres de su pueblo, y de todos los pueblos, que lo
esperaban, aún sin saber su nombre ni vislumbrar su rostro, solamente con la lámpara
encendida de una fe que confía en la promesa hecha por el Padre.
Cristo que entra en el cielo, no lo hace solo, hay todo un pueblo nuevo que lo acompaña. Nos
atrevemos a decir, que este es el inicio de la Iglesia, evitando la tentación de cronologizar este
momento eclesial, con sus primeros hijos en el cielo, condensando el significado de Lumen
Gentium 2-4, en cuanto que la Iglesia es un don de Dios, originado en el cielo mismo.
El segundo aspecto, consiste en descubrir a todos los redimidos como un pueblo en tensión, pero
también en movimiento. En tensión, en cuanto que mientras peregrinamos en la mortalidad,
estamos como con una cuerda invisible cuyo extremo opuesto se encuentra atado en el trono
glorioso mismo de Jesús, tal como lo indica la Oración post comunión de la Misa de Vísperas:
“enciendan en nuestros corazones el deseo de la patria celestial”. Esta tensión, nos mantiene
expectantes, y nos permite tener las lámparas encendidas, pero al mismo tiempo, nos ayuda
a guardar las palabras de Jesús, por el amor (cfr. Jn 14, 23a).
La tensión hace posible el movimiento. La primera lectura de Hechos de los apóstoles
nos pone de relieve este mismo movimiento. Los apóstoles que estaban estáticos, con
los ojos clavados en el cielo, son interpelados por los dos hombres vestidos de blanco:
“Galileos, ¿por qué permanecen mirando el cielo?” (1, 11), cuya consecuencia Lucas describe
también: “Entonces se volvieron a Jerusalén” (1, 12). La Ascensión de Cristo, junto con
todos los redimidos “de los infiernos”, descubre el carácter móvil de la Iglesia, en camino
siempre hacia donde está Cristo, guiada por sus palabras.
Esta solemnidad con lo que se ha dicho anteriormente, está siempre presente a lo largo
de todas las celebraciones litúrgicas. Esta presencia, se encuentra de manifiesto en la
procesión de entrada, sobre todo de aquellas Eucaristías, presididas por el Obispo, en
su catedral, con todo su presbiterio, los miembros de la vida religiosa y los fieles laicos.
Dicha procesión tiene elementos que a menudo pasamos por alto, pero que revisándolos
detenidamente, son anunciados en la celebración de esta solemnidad. Por un lado, la cruz
procesional que manifiesta la Redención del Señor y además como la llave que nos ha
abierto las puertas del cielo: “Retorna victorioso/ la cruz en mano enhiesta como un cetro,/
como la llave que abre el paraíso” (cfr. Himno de la II Vísperas). Esta se encuentra precedida
por el incensario, que como nos dice la Oración sobre las ofrendas de la Misa de vísperas,
remarca que Jesucristo “nuestro Sumo Sacerdote, vive para siempre sentado a tu derecha
intercediendo por nosotros”. Los ciriales, son manifestaciones de la luz divina o lo que
es lo mismo, de la gloria celestial. Los ministrantes y ministros, ya sea que usen el alba
o el roquete, son signo de la realidad bautismal, es decir, que somos pueblo de redimi-
dos por la sangre del Cordero. El obispo, revestido con sus insignias es la expresión del
mismo Cristo, cabeza de la Iglesia, que introduce a todo su pueblo en la gloria del cielo.
La dirección de la procesión hacia el altar, mientras suena el canto de entrada, nos re-
cuerda la tensión y el movimiento hacia la patria celestial, mientras que el altar y todo el
presbiterio pasan a significar la meta de todo el peregrinaje cristiano: el cielo.
“y porque, donde nos ha precedido gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar
también los miembros de su cuerpo”. (Misa del día. Oración colecta)
P. Mauricio Espinosa
Vicariato Apostólico de Puyo
53° CONGRESO EUCARISTICO INTERNACIONAL 2024
Quito-Ecuador
Con gran alegría, los Obispos del Ecuador hemos recibido la noticia de que el Papa Francisco
ha escogido la ciudad de Quito como sede del 53° Congreso Eucarístico Internacional a reali-
zarse en el año 2024. Esta elección se ha hecho bajo propuesta e iniciativa de la Conferencia
Episcopal Ecuatoriana. Es la primera vez que el Ecuador acogerá este acontecimiento eclesial
tan importante para la vida de la Iglesia Universal.
Los Congresos Eucarísticos tuvieron su origen en Francia en la segunda mitad del siglo
XIX. Fueron inspirados por la fe viva en la presencia real de la persona de Jesucristo en
el Sacramento de la Eucaristía. Corresponderá a la Iglesia del Ecuador determinar las
fases de la preparación pastoral del Congreso Eucarístico Internacional por medio de
Congresos eucarísticos nacionales y diocesanos y por medio de otras iniciativas a nivel
de las parroquias y de movimientos apostólicos. La celebración del Congreso Eucarístico
Internacional normalmente dura una semana culminando en la “Statio Orbis” que es la
celebración Eucarística presidida por el Papa o por su Legado como expresión visible de
la comunión de la Iglesia universal.
Damos gracias a Dios por esta elección que nace del amor que el Papa Francisco tiene al
Ecuador, el primer país latinoamericano que eligió visitar en el año 2015. El Congreso será
la ocasión para celebrar como nación los 150 años de la Consagración de nuestra patria al
Sagrado Corazón de Jesús. Esta consagración forma parte del patrimonio espiritual intangible
de nuestra identidad como ecuatorianos. Anhelamos que estos eventos sean la ocasión para
que podamos, una vez más, volver nuestros ojos al Corazón de Jesús y en Él reencontrarnos
como hermanos más allá de toda diferencia y que podamos construir un proyecto inclusivo
de nación basado en la libertad, la justicia, la solidaridad y la igualdad, donde el ser humano
sea siempre el centro de nuestras preocupaciones, decisiones y acciones.
Convocamos desde ahora a todos los fieles católicos, a todos los ecuatorianos de buena
voluntad, y a las autoridades civiles a unir nuestras fuerzas, nuestra creatividad y nuestros
recursos para que este acontecimiento sea un reflejo de lo mejor de nosotros mismos.
CONSEJO DE PRESIDENCIA
CONFERENCIA EPISCOPAL ECUATORIANA
QUITO, 22 DE MARZO DE 2021
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO
Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
DECRETO
IN MISSA IN CENA DOMINI
La reforma de la Semana Santa, con el decreto Maxima Redemptionis nostrae mysteria (30
noviembre 1955), daba la facultad, donde lo aconsejaba un motivo pastoral, de realizar el lava-
torio de los pies a doce varones durante la Misa en la Cena del Señor, después de la lectura del
Evangelio según san Juan, manifestando de este modo la humildad y el amor de Cristo hacia
sus discípulos.
En la liturgia romana, tal rito se ha transmitido con el nombre de Mandatum del Señor sobre la
caridad fraterna, según las palabras de Jesús (cfr. Jn 13,34), cantadas en una Antífona durante
la celebración.
Al realizar este rito, obispos y presbíteros son invitados a conformarse íntimamente a Cristo
que «no vino a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28) y, llevado por un amor «hasta el extremo»
(Jn 13,1), a dar la vida por la salvación de todo el género humano.
Para manifestar plenamente el significado del rito a cuantos participan, ha parecido bien al
Sumo Pontífice Francisco cambiar la norma que se lee en las rúbricas del Missale Romanum (p.
300 n.11): «Los varones designados, acompañados de los ministros…», que debe ser cambiada
del modo siguiente: «Los que han sido designados de entre el pueblo de Dios son acompaña-
dos por los ministros…» (y, por consiguiente, en el Caeremoniale Episcoporum n. 301 y 299b:
«los asientos para los designados»), de modo que los pastores puedan designar un pequeño
grupo de fieles que represente la variedad y la unidad de cada porción del pueblo de Dios. Este
pequeño grupo puede estar compuesto de hombres y mujeres, y es conveniente que formen
parte de él jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, clérigos, consagrados, laicos.
Esta Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en virtud de la facul-
tad concedida por el Sumo Pontífice, introduce tal innovación en los libros litúrgicos del Rito
Romano, recordando a los pastores su deber de instruir adecuadamente tanto a los fieles de-
signados como a los demás, para que participen en el rito consciente, activa y fructuosamente.
+ Arturo Roche
Arzobispo Secretario