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Acompañamiento terapéutico
y psicosis
Articulador de lo realy simbólico e imaginario
Tr a d u c c ió n de Ji m e n a G a r a y C o r n e j o
Acompañamiento terapéutico y psicosis: Articulador de lo real, simbólico e
imaginario
- Ia ed. - Buenos A ires: Letra Viva, 2014.
228 p . ; 23 x 16 cm.
ISBN 978-950-649-549-7
1. Psicoanálisis. I. Trad.: Jimena Garay Cornejo
CDD 150.195
Dirección editorial: L e a n d ro S a lg a d o
P resenta c ió n ......................................................................................................................11
Intro du cc ió n ..................................................................................................................... 13
R e f e r e n c ia s 221
Nota del autor
para la edición argentina
Es con inmensa alegría que escribo estas palabras, con la intención de expre
sas mi enorme gratitud a los amigos argentinos que abrazaron la idea de viabi-
lizar la publicación de mi libro en el país donde nació la clínica del acompaña
miento terapéutico. Esto, por si solo, ya es un honor, considerando que la tra
dición argentina es indiscutible, no solamente en el campo del acompañamien
to terapéutico, sino en el área de la psicología y del psicoanálisis como un todo.
¡Tener mi libro publicado aquí es un reconocimiento notable!
Este libro, originalmente, fue escrito como una tesis de doctorado defendi
da en el Departamento de Psicología Clínica de la Universidad de San Pablo,
bajo la orientación del Prof. Dr. Luiz Carlos Nogueira (in memoriam) y de la
Prof. Dra. Miriam Debieux Rosa. Ambos fueron acogedores y fundamentales
en mi proceso de escritura de este trabajo, cuyo interés se remonta al inicio de
los años ‘90, cuando me empecé a interesar por la función clínica del acompa
ñamiento terapéutico.
Tengo, por lo tanto, un recorrido de veinte años de estudio e investigación
sobre el tema, marcado siempre por una interlocución con los autores argenti
nos. A modo de ilustración, en Brasil, el prim er libro publicado sobre el tema
fue escrito por Susana Mauer y Silvia Resnizky, cuyo título es Acompanhantes
Terapéuticos e pacientes psicóticos, publicado por la editorial Papirus, de Cam
piñas. Estas autoras, reconocidas por la enorme contribución a nuestro campo,
como tantos otros autores argentinos, siempre estuvieron en m i espectro de in
vestigación e interlocución.
Por esto mismo, el interés surgido por los argentinos en traducir y publicar
mi trabajo me acerca más a este país. Además de que el portugués y el castellano
sean consideradas lenguas hermanas, la barrera de la lengua impone dificulta
des capaces de desestimular al lector argentino, y por qué no a los de otros paí
ses de habla hispana, a inclinarse por el estudio de aquello que presento como
propuesta metodológica de intervención a la función clínica del acompañamien
to terapéutico con pacientes psicóticos.
Ahora, tener mi texto traducido permitirá la divulgación de mi trabajo que
extrapolará los límites geográficos y lingüísticos del territorio de la lengua por
tuguesa o, si preferimos, de la lengua brasilera. No hay satisfacción mayor para
un autor que eso, ¡pueden estar seguros! Este punto anteriormente destacado
no se agota, dado que el universo lingüístico de la lengua española es inmenso,
abarca innumerables países, extrapola nuestro continente y bordea otros terri
torios lingüísticos.
Otro punto de relevancia condice con el fortalecimiento del campo de teori
zación del acompañamiento terapéutico. Es verdad que esta función clínica, aun
que su surgimiento no sea tan reciente, carece de trabajos similares al que pre
sento en este volumen. Hablo, por lo tanto, de una profundización en una pers
pectiva teórica y el trabajo de bricolage conceptual, desde una referencia fun
damental: la experiencia clínica. Precisamos, en nuestro campo, avanzar en esta
perspectiva de investigación, al teorizar la experiencia clínica desde las innume
rables teorías psicoanalíticas, psicológicas y filosóficas existentes, pues cada una
de ellas, conforme a sus presupuestos epistemológicos, es pasible de contribu
ción para la teorización de la función clínica del acompañamiento terapéutico.
No hay duda de que el camino de investigación aquí presentado fortalecerá el
debate y enriquecerá nuestro objeto de reflexión.
De este modo, lo que presento al lector es un boceto de una teoría dei mé
todo para el acompañamiento terapéutico con pacientes psicóticos, atravesada
por la enseñanza de Freud y Lacan. Perciban, estimados lectores, que se trata
de un recorte muy específico, teniendo en cuenta que la demanda de la psicosis
es solamente una de las innumerables posibilidades de intervención clínica del
acompañamiento terapéutico y la vertiente psicoanalítica mencionada es sola
mente una posibilidad de recorte teórico o de bricolage conceptual. ¿Cuántas
combinaciones existirán en esta enorme gama de demandas clínicas del acom
pañamiento terapéutico y de miradas teóricas originadas en el psicoanálisis, en
la psicología, como en la filosofía?
Por último, me alegra mucho el entusiasmo de algunos amigos que se dedica
ron a viabilizar la publicación de este volumen. En especial agradezco a Gabriel
Pulice, por quien siento una enorme admiración por la contribución a nuestro
campo, cuya personalidad auténtica, con la cual me identifico, me inspira. Agra
dezco a Gabriel por el cuidado en revisar la versión del texto, realizada por al
guien por quien también tengo una enorme gratitud... me refiero a Jimena Ga
ray Cornejo, una acompañante terapéutica de Córdoba, ¡pero que también es
un poquito brasilera! Agradezco su disponibilidad en realizar su trabajo de ver
sión de mi texto al castellano, riguroso y vigoroso, lo que dio mucha alegría. Es
pero que este trabajo de traducción realizado por ella sea el primero de muchos
otros. Tampoco podría dejar de agradecer a Leandro Salgado, editor de Letra
Viva, por su interés en tener este libro en su editorial, cuya importancia es in
discutible para el legado del psicoanálisis y del acompañamiento terapéutico, al
mantener viva la letra de la experiencia clínica. Agradezco a los innumerables
acompañantes terapéuticos argentinos que me acogieron en mis idas a los even
tos científicos de este país, en especial a Pablo Dragotto y María Laura Frank.
¿Y qué más puedo desear? Una buena lectura al lector que se interesará en
acompañar mis inquietudes clínicas y teóricas aquí presentes. ¡Un abrazo!
Presentación
1. A lo largo de este libro será adoptada la sigla AT para designar el Acompañamiento Terapéu
tico.
do de intervención clínica, al orientar y determinar la calidad de la experiencia
analítica. Ésta, a su vez, al tornarse mas minuciosa, renovada, pasa consecuen
temente a incrementar su producción teórica, lo que reafirma la relación dialéc
tica entre teoría y praxis.
Se pretende, de este modo, realizar un paso más, al aproximar dos campos
que parecían estar separados —la experiencia clínica del AT y la teoría psicoana
lítica de las psicosis, más precisamente el pensamiento de Jaques Lacan— con la
intención de instituir algunas premisas teóricas sobre el método clínico en el AT.
¿Habría una teoría del método para el AT? El deslizamiento antes mencio
nado sobrepasa algunos significantes: reforma psiquiátrica, AT, teoría lacania-
na de las psicosis, tratamiento analítico de las psicosis, el alcance analítico del
AT para, finalmente, instituir premisas teóricas para una teoría del método en
la función clínica del AT con pacientes psicóticos.
Aun existiendo especificidades en el rol de especialidades de tratamiento de
la locura, es posible afirmar que, paradójicamente, un acompañante terapéuti
co2, atravesado por la ética del psicoanálisis, se confunde con la misma perspec
tiva determinada por el tratamiento padrón. Hay especificidades entre ambos
—AT y clínica stricto sensu— pero también hay fuertes puntos de contacto. Aun
así, una pregunta queda abierta: ¿es posible afirmar que la clínica del AT ense
ña algo a un analista que atiende psicóticos en su consultorio? Es eso lo que se
pretende verificar a lo largo de este libro.
El movimiento de sustitución de los manicomios cerrados se dio a partir de
algunas experiencias importantes, que datan del periodo de post Segunda Gue
rra Mundial, cuando los paradigmas institucionales fueron inventados para dar
cabida a las inquietudes vigentes en la época: la constatación de las pésimas con
diciones de vida de los locos y los inherentes mecanismos de cronificación de
la locura verificados en las instituciones cerradas que antecedían ese periodo de
grandes inventivas. Fue con Cooper, en Inglaterra, cuando propuso las comu
nidades terapéuticas o con Basaglia, en Italia, con la psiquiatría democrática, o
aun con Oury, en Francia, con la psicoterapia institucional, que nuevos paradig
mas institucionales fueron creados en la perspectiva de proponer un tratamien
to humanizado de la locura, de tal modo de dejar de considerar al loco como
objeto de estudio de determinada ciencia que justificaba su exclusión, para con
siderarlo como el sujeto de su propia historia, reinsertado en el contexto social.
El AT es fruto del movimiento de la reforma psiquiátrica, teniendo en cuen
ta que, a grosso modo, se caracteriza por la aproximación a la locura y por sus
nuevos modos de tratamiento. Es posible, inclusive, caracterizar al AT tenien
2. Para designar al acompañante terapéutico será utilizada la sigla at con letra minúscula.
do como base algunos elementos presentes en las tres experiencias instituciona
les de substitución de los manicomios anteriormente citadas. Sin embargo, esa
cuestión será rrtejor trabajada en el capítulo denominado “La reforma psiquiá
trica y el Acompañamiento Terapéutico”. Por el momento, se destaca solamente
el hecho de que el AT, sus raíces y sus avances teórico-clínicos no se apartan del
movimiento de substitución de los manicomios, a la vez que no es posible afir
mar que la invención del AT esté separada de la reforma psiquiátrica. Ahí se creó
una especificidad importante: alguien que desempeñara la función de acompa
ñar al loco en su errar por los espacios de la ciudad.
Eso es acompañamiento, eso es terapéutico. Acompañamiento Terapéutico.
La etimología de la palabra acompañamiento —oriunda del latín accompaniá-
re— se condice con la idea de compañía o de un conjunto de personas que co
men juntos su pan. En la definición dada por el Houaiss, es posible verificar al
gunas versiones: “estar con o juntos constantemente o durante cierto tiempo (...)
Ubicarse junto con o seguir en la misma dirección (...) Ir o seguir próximo a (al
guien) para dispensarle cuidados, etc. (...)” (HOUAISS, 2001). Esas definicio
nes, de entre tantas otras, permiten una aproximación al sentido que la palabra
acompañamiento asume en nuestro contexto específico, tal como será posible
verificar a continuación.
El adjetivo terapéutico, oriundo del griego therapeutikós, se refiere al cuidado y
tratamiento de dolencias, “relativo a la terapéutica, tratamiento (...) Que tiene pro
piedades medicinales, curativas (...)" (HOUAISS, 2001). Lo terapéutico asume un
estatuto de tratar o curar. Dentro del contexto específico, estar junto con el loco
adquiere, por lo tanto, una finalidad terapéutica: la tentativa de inserción social.
Aquí vale un comentario: en los años 1990, en algunos cursos de graduación
en psicología, en Brasil, se comenzó a hablar de esa práctica cuyo discurso más
corriente era el de establecer una relación casi casual entre locura, su binomio
exclusión y la creación del AT como una estrategia de inclusión social. Se ha
blaba de ir a lo cotidiano del paciente, de modo de acompañarlo al banco, auxi
liarlo en tareas domésticas o simplemente ver la televisión con él. Se pregunta
ba sobre la finalidad terapéutica de esa propuesta, reducida por sus opositores a
la función de choferes o niñeras de locos.
Es cierto que las teorizaciones en aquella época eran bien incipientes3, al igual
3. Hastf ei momento, se presentan la totalidad de las publicaciones brasileras sobre el tema: A
rúa como espago clínico (1991), Crise e cidade (1997) e Textos, texturas e tessituras no
acompanhamento terapéutico (2006), todos organizados por el equipo de acompañantes
terapéuticos del Hospital de Día A Casa, además de los Cadernos de A T: uma clínica itinerante,
de Belloc, Cabral, Mittmann e Pelliccioli (1998), teniendo el formato de recopilación de
artículos sobre el tema. Hubo también publicaciones de trabajos académicos vinculados a
que el propio discurso que lo definía. Por ejemplo, ¿cómo problematizar la idea
de lo cotidiano? Cotidiano es una palabra imprecisa, que incitaba las propias
confusiones o ataques de los opositores a esa invención, cuyo extrañamiento
consistía en interrogar el interés de algunos estudiantes de psicología en aproxi
marse a esa experiencia. ¿Estudiar psicología para ser chofer o niñera de locos?
Por otro lado, había quienes defendían esa idea, surgidos de las distintas fi
liaciones teóricas presentes en una carrera de psicología. Los debates comenza
ron y los alumnos que se identificaban con los behavoristas, con los fenomenó-
logos, con los junguianos, con los psicoanalistas, los propios estudiantes impul
sados por algunos profesores, comenzaron a esbozar un movimiento de teori
zación y de debate acerca del modo en que cada teoría podría significar la expe
riencia clínica del AT. Había una cuestión allí, presente en la palabra terapéutico,
en cuanto era articulada a la perspectiva de la inclusión de la locura en el con
texto social. ¿Terapéutico e inclusión social son equivalentes? Se abría una cues
tión que era la de reflejar la propia finalidad terapéutica de los abordajes teóri
cos. ¿Lo que es terapéutico para la psicología comportamental, lo es para el psi
coanálisis? Al final, ¿qué es terapéutico? Dentro de este debate de las psicotera
pias, cada presupuesto teórico defendía su postura, según sus presupuestos teó
ricos y epistemológicos.
Por otro lado, no podría ser diferente, ya que no existe una unidad episte
mológica en el campo de las teorías y prácticas psi. Según Figueiredo (1992), la
psicología está más cerca de ser un archipiélago que un continente. Cada isla es
una escuela, sustentada por su modo peculiar de producción de conocimiento,
definido por la manera en como el sujeto cognoscente —el hombre— define su
objeto de estudio: el propio hombre. De hecho, es bastante complicada esa rela
ción, dado que el hombre, como productor de conocimiento, tiene innum era
bles facetas, desdobladas en el debate epistemológico de la producción de cono
cimiento, en el cual asume posiciones distintas, tales como, por ejemplo: el in
frangaise. El uso de la palabra sinthome, con h, se condice con una nueva indicación
clínica para la dirección de tratam iento de la clínica psicoanalítica. En lo que concierne
a este libro, se tiene ahí, inclusive, una formulación teórica importante para la clínica
psicoanalítica de las psicosis, en la medida en la que se introduce la dimensión social
en ese tratam iento, al criticar la noción de construcción de la metáfora delirante como
tratamiento, posible para las psicosis -esta última tomada como dirección posible al
tratamiento-, formulada por Lacan eri los años 1950.
En un texto, denominado O significante e o real na psicose: ferramentas conceituais para
o AT, fue trabajada la idea de que en la teoría de Jacques Lacan hay dos momentos
teóricos importantes para la teorización de puntos específicos de su función, los cuales
son: la teoría del significante en la paranoia, formulada en los años 1950 y la teoría de la
construcción del sinthome, presentada a partir de la topología de los nudos borromeos,
Introducida por Lacan en los años 1970 (HERMANN, 2005). Por otra parte, la perspectiva
de teorizar la función clínica del AT bajo el reverso de lo real condice con aquello que
Quinet (2006) destaca en su libro Psicose e lago social, obra im portante sobre el tema
y que marca la posición epistemológica de investigación en psicoanálisis lacaniano.
No obstante, antes de dar continuidad al texto, vale realizar una reserva, también
presente en el libro de Quinet: el hecho de pensar en dos m omentos de la obra de
Ese paso es coherente con aquello que fue descripto respecto del debate aca
démico ocurrido en los años 1990. Fue necesario un tiempo de maduración de
esa experiencia clínica, pero, también, un tiempo histórico para que las discu
siones del medio lacaniano incorporasen en sus debates sus contribuciones al
respecto de la noción de sinthome y sus implicaciones en la dirección del trata
miento de la paranoia, ya que esa contribución teórica es de gran importancia
para la presente teorización, en aquello que se refiere, sobre todo, a la constata
ción de que el AT contiene, en su especificidad, una función analítica. Es lo que
se espera afirmar al final de este recorrido de elaboración teórica.
De ese modo, el lector se encontrará con dos momentos importantes acer
ca de la teoría lacaniana de las psicosis, momentos que ofrecen subsidios teó
ricos legítimos para teorizar los obstáculos de la clínica de la paranoia y las es
trategias creadas en el AT como alternativas importantes de superación de esos
mismos obstáculos.
El primer momento, referido a los años 1950, más precisamente los Semi
narios Las psicosis (1955-1956) y Las formaciones del inconsciente (1957-1958),
además del texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las
psicosis (1957-1958), permitirá teorizar, de acuerdo a la noción de manejo de la
transferencia para la construcción de la metáfora delirante, algunos pasajes es
pecíficos de la clínica del AT, tales como los tiempos previos de la instalación del
dispositivo de tratamiento y el procedimiento aquí denominado mirada en red.
La instalación del dispositivo de tratamiento se refiere a una de las versiones
posibles acerca de la invención del AT, en este caso, la idea de que habría surgi
do en función de algunos casos que no encajaban en el montaje institucional de
tratamiento constituido, lo que demandó, en esa circunstancia específica, la sa
lida de un miembro del equipo a la residencia de tales pacientes, como una ex
tensión de la institución para que el tratamiento se efectivice.
Ya la idea de mirada en red se condice con un procedimiento oriundo de la
concepción institucional de tratamiento —más precisamente la psicoterapia ins
titucional—, pero que sirve al AT como procedimiento ético de bastante utili
dad, ya sea para la formulación de un proyecto terapéutico para el AT, o como
punto de articulación de un equipo constituido en cada caso, donde el AT asu
me una posición privilegiada de articulador de ese mismo equipo, atento a los
obstáculos, ataques o boicots inherentes al tratamiento del psicótico, provenien-
Lacan no significa afirmar que hay una ruptura epistemológica o conceptual entre
esos mismos momentos. Dicho de otra forma, no es posible prescindir de la teoría
del significante (o del lenguaje) y de su estatuto ligado a las estructuras clínicas para
leer, por ejemplo, el seminario denom inado El Sinthome.
tes de su familia, teniendo en cuenta eí lugar que el paciente ocupa en su nove
la familiar: el de depositario de la locura.
Sin embargo, fue en los años 1970, en conformidad con el énfasis dado por
Lacan a la clínica de lo real, de acuerdo con la teoría de los nudos borromeos
—más precisamente los Seminarios Aun, R.S.l. y El Sinthome—, que fue posi
ble desglosar la experiencia clínica del AT en su especificidad, en un doble m o
vimiento: por un lado, problematizar la noción de escena en el AT, de tal forma
de determinar su alcance analítico y, por otro lado, instituir las bases m etodo
lógicas para la constitución de una teoría del método para el AT, al menos en lo
que concierne a su función clínica con la paranoia, ya que hay especificidades en
cuanto al manejo de la transferencia, entre la paranoia y los otros tipos clínicos
de la estructura psicótica, tales como el autismo, la esquizofrenia y la melancolía.
Así, y para finalizar, se retoma aquí, una vez más, la idea del deslizamiento
del significante, ahora circunscripto a la clínica psicoanalítica en sentido estric
to y al AT. Fue a partir de la concepción de Lacan para la clínica psicoanalítica
de la paranoia que se creó ese movimiento de teorización del AT, a fin de poner
ese modelo teórico —sus herramientas conceptuales— al servicio de la sistema
tización de presupuestos teóricos y técnicos y el debido alcance de su finalidad
clínica. Fue ese paso, el de trasladar la concepción de manejo de la transferen
cia en la clínica psicoanalítica tradicional al AT, lo que permitió avances teóri
cos importantes para el campo específico. Sin embargo, si existió ese movimien
to de la clínica stricto sensu al AT, se espera, también, promover el movimiento
inverso; en este caso, trasladar el significante AT a la clínica psicoanalítica tra
dicional, en la medida en que la función clínica del AT, en su especificidad, tie
ne mucho para enseñar a los psicoanalistas que trabajan en sus consultorios...
Es sabido que, tratándose de la historia del AT, así como del conjunto de ex
periencias de tratamiento de la locura, no es posible afirmar que una modali
dad institucional, o igualmente el surgimiento del AT como dispositivo de tra
tamiento, se hayan originado de forma espontánea o apartada del movimiento
institucional de sustitución de los manicomios. Ese movimiento crea y también
determina nuevos obstáculos, dilemas, crisis y ofrece soluciones, avances, nue
vas posibilidades de teorización. La siguiente reflexión no es original. Absoluta
mente. Al examinar la bibliografía existente sobre AT, vemos que varios traba
jos ya pueden ser citados para ejemplificar los orígenes de esa clínica insertada
en el movimiento de la historia de la reforma psiquiátrica.
Lo que se presenta es un intento de resituar la caracterización del AT a par
tir de la historia de la reforma psiquiátrica, haciendo foco en el modo en que el
cntrecruzamiento de las experiencias institucionales de tratamiento de la locu
ra, sobre todo en el periodo de post Segunda Guerra Mundial, permite caracte
rizar el quehacer clínico del AT. Lo que se pretende sustentar es la idea de que el
periodo mencionado permitió un fecundo movimiento de invención de los pa
radigmas institucionales de substitución del manicomio.
Al describir, en este orden, las comunidades terapéuticas de Inglaterra, la psi
quiatría democrática italiana y el modelo francés denominado psicoterapia ins-
lltucional, el objetivo es recuperar, en nuestro momento histórico, los paradig
mas institucionales de esas tres experiencias, formulándolos como principios
orientadores y también como generadores de fracasos, a partir de aquello de lo
que cada montaje institucional no consiguió dar cuentas. Ahora, no es sin moti
vo que toda concepción institucional tenga algo que, al final, escape. Como será
más adelante trabajado a la luz de la teoría lacaniana, algo retorna, por la vía de
lo real, algo propio de la psicosis.
Así, lo que se puede afirmar, en términos de innovación en esta reflexión, es
el hecho de que la descripción de las mencionadas experiencias instituciona
les, inclusive sus críticas, permite una descripción posible de lo que se defiende
como la función clínica del acompañante terapéutico. La hipótesis que se sus
tenta es que la clínica del AT será descripta como producto de los paradigmas
institucionales, incluyendo ahí las contradicciones inherentes al movimiento de
la reforma psiquiátrica.
1. Esas comillas denuncian el carácter irónico impreso por Cooper, al constatar el uso equivocado
del poder de aquel que cree conocer el modo correcto de tratar a un paciente psiquiátrico.
compara el uso de la violencia a aquello que cercena la libertad de una perso
na por otra. Ser sano es saber preservar el derecho de otro a la utilización de su
propia libertad.
Su fundamentación consiste en afirmar que las relaciones sociales, sea en un
grupo terapéutico, sea en la familia de un paciente psicótico, se fundamentan
en algún tipo de relación entre una amenaza ilusoria o real de desintegración.
De ese modo, el grupo reinventa sus miedos con el objetivo de asegurar la pro
pia permanencia. Dicho de otro modo, el producto de un grupo es enfrentarse
al terror de la violencia de la libertad.
Es en ese contexto que Cooper se vuelca para el estudio de las familias de pa
cientes psiquiátricos al describir las peculiaridades de su funcionamiento. Las
cuestiones meramente triviales asumen una intensa polaridad entre vida y muer
te, sanidad mental y locura. El modo de funcionamiento de la familia confun
de a quien fue elegido para ocupar el lugar de enfermo mental. Una mamá, por
ejemplo, puede asumir el lugar de restringir la libertad de un niño, al sustentar
la determinación de que todo intento de autonomía por parte del niño puede
significar la desintegración del grupo familiar. En consecuencia, ese niño esta
rá condenado a ocupar una posición insustentable. O se somete al despotismo
de otro, o carga con la culpa de asumir la desintegración de la ilusión de pleni
tud del grupo familiar.
Por lo tanto, se afirma que la salida posible para un paciente psiquiátrico es
la ruptura de los lazos familiares para su inclusión en la institución psiquiátri
ca, Siendo así, el estado natural de las relaciones de poder se mantienen también
en el montaje institucional psiquiátrico tradicional. Se constata que las teorías
de doble vínculo, oriundas de la Escuela de Palo Alto, California, también están
presentes en el funcionamiento del manicomio. Por doble vínculo se entiende
lo confrontación del paciente con exigencias absolutamente contradictorias. Ese
también es un punto importante, a partir del cual Cooper va a fundamentar sus
tentativas de sustitución del manicomio por su experiencia institucional, deno
minada Villa 21: Un experimento en antipsiquiatría.
Con todo, antes de presentar su propuesta de concepción institucional, cabe
presentar un argumento más, en este caso, una crítica a las clasificaciones psi
quiátricas. La medicina, de forma general, recurre a los diagnósticos para cla
sificar la enfermedad y da poca o ninguna prioridad al enfermo o a la perso
na quií sufre dificultades emocionales. Es verdad que la medicina, en su ámbito
ITIÁ8 general, funciona bien al asumir esa estrategia. Sin embargo, la transposi-
i lón de la lógica de clasificación de las enfermedades para el campo psiquiátri-
i o es, según Cooper, bastante nociva. Sus efectos inciden sobre el hecho de que
la cuestión principal no está en la falencia del cuerpo del paciente psiquiátrico,
pero sí en la perspectiva de que el paciente sufre de relaciones sociales y fami
liares enloquecedoras.
[...] La locura no está “en” una persona, sino en un sistema de relaciones del cual for
ma parte el rotulado “paciente”: [...] La abstracción corriente del “enfermo”del sistema
de relaciones en el que está aferrado distorsiona inmediatamente el problema y abre el
camino a la invención de pseudo problemas, clasificados y analizados casualmente con
toda seriedad, mientras que todos los problemas auténticos se disipan sigilosamente
por la puerta del hospital, junto con los parientes que se alejan (COOPER, 1989, p.47).
Hasta ese punto, concordamos con Araújo, considerando que sus posicio
nes acerca de la dimensión política del AT, además de los efectos que esa clínica
puede surtir —en términos de pasajes subjetivos— son imprescindibles para lo
que se busca en términos de efectos clínicos. Concordamos también con el he
cho de que hay determinada clínica que puede tener efectos enriquecedores de
la o en la subjetividad. Nos referimos aquí a aquellos que se apoyan en un sa
ber tecnicista en vez de soportar una proximidad, en este caso, de mayor con
tacto con la locura.
El debate del nombre de la función del AT ocurre a causa de la tensión exis
tente entre una cualidad necesaria del AT de soportar lo insólito, característico
de la psicosis, como ya fue afirmado anteriormente, pero también sin perder de
vista la faceta clínica de esa misma actividad. Históricamente, se apostó al nom
bre acompañamiento terapéutico justamente para resaltar su dimensión clínica
y/o terapéutica. Así, al contrario de lo que propone Araújo, la posición que aquí
se inscribe es la de considerar una concepción de subjetividad y operar con ella,
en la medida en que una teoría, a pesar de los riesgos posibles en su uso, es tam
bién operadora, ya sea en el sentido de la oferta de aportes técnicos y metodoló
gicos, como en los efectos de resignificación originados en la experiencia clíni
ca, lo que permite hacer avanzar aun más la propia potencia clínica.
En ese sentido, se abre una cuestión más ¿cómo pensar la clínica de la psicosis
delante del debate ahí expuesto? Dicho de otro modo ¿es verdad que el pasaje de
auxiliar psiquiátrico a amigo calificado y, finalmente, a acompañante terapéuti
co, puede perder de vista lo que fue mencionado sobre la posición de proximi
dad que esa clínica exige de aquel que se propone acompañar a un psicótico? Sin
embargo, se defiende la utilización del término acompañante terapéutico, dado
que hay una posición distinta entre amigo y terapeuta. Basado en una posición
determinada frente a ese debate, se cree que la política de amistad es importante
para sustentar ese quehacer clínico, para no hablar de lo que ese término repre
senta en su dimensión ética y política. Pero la historia del AT nos muestra eso:
se hace necesario no perder de vista la dimensión de tratamiento presente en el
debate. Por otra parte, ya se habló mucho sobre cuan insustentable es la postura
de la antipsiquiatría tal como Cooper la describe. La proximidad por la proxi
midad misma no promueve tratamiento y también es verdadero el hecho de que
los integrantes del par acompañante/acompañado ocupan posiciones asimétri
cas. Hay alguien que sufre y hay alguien que ofrece tratamiento. Si no fuese así,
IU) habría porqué teorizar esa clínica, ni interrogarse por sus efectos.
1.3 La ps [uiatría democrática italiana
Es preciso aumentar los grados de libertad personal, pues la locura acarrea su restricción.
Esto ocurre no sólo debido a la form a en como ella viene siendo gerenciada, sino tam
bién porque ésta es “per se”una situación de no elección, en la que el sujeto está inserto.
Terapia significa, por lo tanto, ampliar los espacios de libertad internos del ser humano,
y su emancipación. Para esto es necesario emancipar el medio circundante, pues no es
posible aumentar la libertad sin aumentar el estatuto de libertad, o sea, su libertad de
relación. Es por lo tanto necesario emancipar todo el campo terapéutico y el ambiente
que lo rodea (ROTELLI, 1987, p. 14).
El ejemplo de Trieste nos permite verificar los efectos que una estrategia de
circulación de/en lo social puede precipitar en un tratamiento con pacientes
psicóticos. Ese es un punto absolutamente consensual en los distintos abordajes
del AT, se basen en las líneas cognitivas o comportamentales, en otros aborda
jes psicoanalíticos y así mismo fenomenológicos o existenciales. La apuestá que
se hace es que el encuentro del paciente con la calle, espacio clínico, promueve
efectos en la subjetividad.
A rúa como espado clínico, título de la primera publicación brasilera sobre
el tema, nos ofrece una definición de lo que sería el AT, según Porto y Sereno
(1991, p. 31).
El hombre actual es aquel que circula por las calles, solitario, enfrentando el caos ur
bano y que tiene que ver con los efectos que esa circulación promueve en sí. No se tra
ta solamente de un esfuerzo para conquistar un mejor camino, sino también de la in
teracción que se establece entre el hombre y el caos.
El hombre en la calle, lanzado en ese caos moderno, se ve en torno a sus propios recur
sos —posibilidades que frecuentemente ignora poseer— y se ve obligado a explorarlos
exhaustivamente si quiere sobrevivir. Y, para recorrer el caos, él necesita estar en armo
nía con sus movimientos [...] (FRAYZE-PEREIRA, 1994, p.26).
2. Nota del Traductor: se considera a la palabra vagabundo como la traducción contextual más
acertada de la palabra francesa flñneur, utilizando su primera acepción según el Diccionario
de la Real Academia Española: Que anda errante de una parte a otra
En ese sentido, retomando a Caiafa (1991), la apuesta clínica que se hace es
que el paciente psicótico, por estar al margen de un amarre neurótico que le con
fiere un estatuto simbólico, consigue, en su vínculo con la ciudad, construir algo
que le permite sostener el amarre que le faltó en el momento de estructuración
de la propia subjetividad.
A modo de conclusión, se realiza una breve descripción del paradigma italia
no de reforma psiquiátrica. La experiencia de Trieste nos retrata el énfasis dado
ti la idea de que la sociedad produzca la locura y, consecuentemente, pasa tam
bién a ser responsable de promover estrategias de inclusión social. Vimos que
el proceso de cierre del manicomio de Trieste ocurrió según algunas etapas. La
primera fase fue similar a lo que fue descripto sobre las comunidades terapéuti-
i as, la horizontalización de las relaciones institucionales. La segunda fase con
istió en abrir el territorio urbano y el manicomio. Las puertas del asilo se man -
tuvieron abiertas y, poco a poco, fue posible diluir las diferencias entre dichos
territorios. Para finalizar, los centros externos fueron creados, con un carácter
ili cooperativa, para recibir a los usuarios que por ventura no dispusiesen de fa
milia o de un lugar para vivir y hasta trabajar.
La experiencia italiana radicalizó la propuesta de inclusión sociai, en com
plete sintonía con lo que la clínica del AT preconiza, según lo trabajado en este
Item. Sin embargo, hay un punto que merece ser destacado ¿cómo pensar la in-
■luslón social de un psicótico, teniendo en cuenta que él trae consigo determi
nada condición subjetiva? Cabe examinar las cosas más de cerca. De hecho, vi
mos que el paciente psicótico se beneficia al tener espacios de anclaje subjetivo
- il el contexto social. Pero también sabemos que los puntos de anclaje son te
nues y de difícil construcción. En otros términos, no es posible proponer la ban
dera de la inclusión social sin preguntar si alguien, con su propia historia, so-
| mi tn set lanzado a cohabitar un mundo determinado por una lógica capitalista,
lid vez sea ese el punto de mayor fragilidad de la experiencia italiana. Hay
■s simbólicos que pueden ser imposibles de habitar, o hay ciertos derechos
i 1ntizados por ley que son, si no imposibles, al menos difíciles de ser conquis-
lrttl< is Por ejemplo, se sabe que, en Brasil, el psicótico tiene una pensión por in -
tlldez. Es una cuestión delicada, dado que ese derecho deriva en un rótulo, lo
que puede tener implicancias en la subjetividad del candidato a tal bono social.
I'h io no pasa por ahí. Al suponer esa posibilidad, se imagina que el hipotético
t rtiulldato tenga que obtener un segundo documento de identidad para conquis-
t<ii tal beneficio. Es una hipótesis bastante común, teniendo en cuenta que, al
Míenos en la realidad brasilera, millares de internos perdieron sus vínculos fami-
Ifl s ¿cómo, entonces, se puede sustentar esa propuesta delante de alguien que,
en su producción delirante, cree que su origen viene de referencias oriundas del
propio delirio y no de una filiación marcada por un padre y una madre y, por lo
tanto, según las determinaciones simbólicas? La bandera de la inclusión social
puede ser legítima, pero debe ser conducida de tal modo que se consideren las
condicione subjetivas de cada paciente.
En cierta ocasión, actué como acompañante terapéutico de un paciente que
creativamente produjo una “tarjeta de presentación” de sí mismo, que decía más
o menos lo siguiente: “Certifico para los debidos fines que [...] es constructor de
puentes y edificios, profesor de educación moral y cívica, sereno, carpintero, etc.”
Había una infinidad de profesiones impresas en su tarjeta, que fue confeccio
nada de modo cuidadoso, plastificada y con una firma bastante original. Un día,
fue necesario ir a un centro de análisis clínicos para realizar un control de san
gre de rutina. Le fue solicitado su documento de identidad y el paciente le pre
sentó su tarjeta personal. En ese momento, se creó un conflicto. La recepcionis-
ta, por un lado, no quería aceptar lo que le estaba siendo presentado; el pacien
te, por el otro, se rehusaba a tomar cualquier otra iniciativa, a no ser la de insistir
en la validez de aquello que estaba presentando, al final su tarjeta decía mucho
más de él que el documento oficial. Después de la discusión y en función de la
insistencia del paciente, la recepcionista cedió y permitió la realización del exa
men, a causa de la intervención conciliatoria del acompañante terapéutico. Mo
raleja de la historia: no es posible insistir en la bandera de la inclusión social sin
considerar las condiciones subjetivas de aquel que ocupa un lugar excluido del
contexto social. Lo que veremos a continuación hace referencia a dicha cuestión.
3. Punto de suma importancia, que será retomado a partir del Seminario 11, Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis, de Jacques Lacan. El tipo clínico de la paranoia se somete a la
operación de alienación, pero no tiene consigo, desde el punto de vista estructural, la segunda
operación del sujeto, en este caso, la separación.
Oury establece su propuesta de tratamiento en torno al concepto de colecti
vo. Teniendo en cuenta la condición subjetiva de la psicosis, su fragmentación,
cabe a la institución organizarse en una multiplicidad de saberes, en que los téc
nicos —o sea, la psiquiatría, la terapia ocupacional, la asistencia social, la enfer
mería, el personal administrativo, en fin, todos los implicados en la trama co
lectiva— puedan sustentar, siguiendo criterios metodológicos definidos, la pa
radoja existente en ofrecer sistemas colectivos que abarquen, al mismo tiempo,
la aceptación de lo singular. Está presente una especie de tránsito entre lo colec
tivo y lo singular y viceversa.
No hay encuentro a no ser que se ponga en cuestión cualquier cosa de lo Real. Sabe
mos bien que el esquizofrénico, el psicótico, vive en lo Real. No es realidad; lo Real es
cualquier cosa mucho más espantosa; es paradójicamente no pasible de ser vivido. Lo
Real es justamente lo que se evita siempre, pero es cualquier cosa que siempre estuvo
allí, eso que reaparece siempre allí donde no se esperaba, Allí, justamente donde el en
cuentro, que es siempre del orden de la casualidad, puede manifestarse. Si somos toma
dos por ese nivel, estamos inmersos en la existencia, y eso tendrá consecuencias prác
ticas en la vida del esquizofrénico, ese problema de encuentro [...] exige, para poder
se articular prácticamente, el establecimiento de una red de lugares bastante diferentes
(OURY apud SILVA, 2001, p.104).
[...] Lo que está enjuego en estrategia es un cierto tiempo para comprender, que tenga
en cuenta la dimensión del inconsciente y la transferencia. Además de eso, para poner
enjuego una estrategia en el campo pragmático es necesaria una consistencia que im
plica que haya entre los miembros que participan del equipo de trabajo una especie de
evidencia cognitiva intersubjetiva. No se trata, por lo tanto, simplemente de preguntar
al otro: ¿estás de acuerdo? (SILVA, 2001, p.108).
¿Cómo interpretar, en el plano colectivo, todo eso que sucede? Esa no es una tarea sim
ple, pues requiere que cada miembro del equipo (o por lo menos gran parte de este) pue
da funcionar como un intérprete. Pero para interpretar, aquellos que interpretan deben
intentar analizar los obstáculos imaginarios, lo que consiste en una tarea enorme, pues
para situarse en la condición de intérprete es preciso mantener el semblante, es preciso
asumir la castración, o sea, acceder al registro de los simbólico, lo que implica dominar
y reducir al máximo la dimensión imaginaria. La interpretación, en el plano colecti
vo, se sitúa, por lo tanto, en el nivel de la estrategia, que consiste en que los responsables
por el colectivo tengan una actitud analítica y que se reúnan, no para decidir o infor
marse en detalle, sino para elaborar ecuaciones significantes. Es evidente entonces que
todos los que participan de la institución terapéutica están presos como material de esa
gran máquina abstracta, donde aquello que está enjuego es una especie de poema per
manente que se hace y que se debe descifrar según nuevas reglas (SILVA, 2001, p. 115).
Para concluir ese ítem, retomamos lo que fue expuesto por la psicoterapia
institucional francesa, con el objetivo de presentar, al menos en lo que se refiere
en los términos de la experiencia institucional, aquello de lo que esa experiencia
no puede dar cuentas, cuando se trata de la substitución del manicomio. Vimos
que esa modalidad de tratamiento de las psicosis fue, según Desviat, un inten
to de rescate del manicomio, en la medida en que se estableció la necesidad de
constituir una teoría de la subjetividad de las psicosis y un territorio que se or
ganizase en torno a esa demanda específica. El momento histórico contaba con
la teoría lacaniana de las psicosis, lo que entonces ofreció nuevos aportes teóri
cos a la organización de la trama institucional, en torno a lo que se denominó
como colectivo, con una estrategia clínica de tratamiento de la alienación psi
cótica y de la alienación social.
Hay una especificidad en la política pública de salud en Francia, denominada
política de sector, en que un territorio urbano es dividido en sectores, de modo
de que se pueda realizar un levantamiento epidemiológico y crear estrategias
de tratamiento y un estimativo previsto de incidencias de determinada patolo
gía. En el caso de la política pública de salud mental, eso también se aplica. Así,
el territorio institucional de tratamiento de las psicosis se inscribe en el espacio
urbano como un territorio de circulación del psicótico, no para promover la ex
clusión y el confinamiento, y sí para ofrecer tratamiento. El problema que se en
frentó en ese intento de substitución del manicomio fue el de que el territorio
institucional ligado a la propuesta de psicoterapia institucional no fue capaz de
dar cuentas de todas las manifestaciones clínicas de la psicosis. Sin embargo, es
posible ofrecer un tratamiento intensivo a la psicosis. Mientras tanto, ese trata
miento abarca determinados momentos subjetivos de la psicosis y no su totali
dad. Por ejemplo, un momento de crisis psicótica, un brote en el que el pacien
te esté bastante descontrolado, van a demandar una contención mayor, propiá
de una enfermedad psiquiátrica.
En ese contexto y a modo de conclusión, afirmamos que ese modelo institu
cional dio cuentas de realizar una substitución parcial del manicomio, pues no
consiguió prescindir totalmente de aquello que el manicomio ofrece, no en el
sentido de cronificación de la locura en la vivencia institucional, sino de cierta
contención que, algunas veces, es necesaria.
Todo aprendizaje que el Otro social proporciona al sujeto permanece en la serie de obje
tos dados por el Otro materno y no liberará jamás al sujeto de su dependencia, simbióti
ca [...]. La rehabilitación no rehabilita sino al orden simbólico, aquello que permite a un
sujeto comunicarse con la realidad. Esta afirmación tiene una consecuencia: la rehabili
tación puede ser exitosa solamente con la condición de seguir el estilo que sugiere la es
tructura subjetiva de lo psicótico (VIGANÓ apud GUERRA; MILAGRES, 2005, p. 70).
Podemos decir que el caso social es aquel que se desarrolla a partir del peso de una
ecuación del tipo: salud - mercancía. El caso social, entonces, tiende a ser aquel dentro
de esa lógica; es el caso del discurso del puro significante, de los instrumentos jurídicos
y asistenciales. El caso clínico, no obstante, comprende, además del significante, el ob
jeto. En cuanto el caso social es conducido por los operadores, el caso clínico es resuel
to por el sujeto, que es el verdadero operador, mientras que nosotros lo coloquemos en
condición de serlo. Observo que el caso clínico no excluye el caso social. Por lo contra
rio, el caso clínico es la condición para que exista el caso social (VIGANÓ apud GUE
RRA; MILAGRES, 2005, p. 71).
Freud y la paranoia
Al respecto de sus primeras influencias, se percibe que el joven Freud fue mar
cado por un pensamiento cientificista en el que la noción de causalidad mecani-
cista se hacía presente y se buscaba todavía una comprobación del conocimien
to a partir de la experiencia. Esos dos aspectos son fundamentales para carac
terizar las relaciones entre teoría y método psicoanalítico, presentes desde este
inicio, y que llamamos como periodo pre-analítico o teoría del trauma1y la de
bida técnica de la hipnosis.
Fue en su viaje a París (GAY, 1999), después de recibir una beca de estudios,
que Freud hizo sus primeras experiencias con la hipnosis. En marzo de 1885,
Freud se encontró con Charcot, eminente investigador que trabajaba en el no
menos famoso hospital Salpetriére. Fue en ese encuentro que Freud se enfrentó
con el fenómeno psíquico y con una cuestión crucial: ¿Cómo distinguir la en
fermedad psíquica de la enfermedad física?
[...] los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retomar cuando se
conseguía despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, con
vocando al mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo descri
bía ese proceso de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto
(FREUD, 1893, p.32).
¿Sería la teoría freudiana de las psicosis una teoría ingenua o de poca susten-
tabilidad teórica? Simanke (1994) aborda esa cuestión al comentar el debate en
torno a las concepciones freudianas sobre las psicosis —comúnmente articula
das a las nociones psiquiátricas más tradicionales—, en las que se hace presen
te la premisa de una ruptura del sujeto psicótico con la realidad. En ese contex
to, preguntamos cuál es el alcance teórico y clínico de la contribución freudia
na para esa clínica. Tal vez no sea posible afirmar que, en Freud, haya una teo
ría acabada sobre el tema, sin embargo, es posible destacar algunos pasajes teó
ricos relevantes para presentar al lector el modo en que Lacan sustentó su retor
no a Freud en la cuestión especifica de la paranoia.
¿Cuál es la concepción concerniente a la paranoia en el momento en que la
práctica de la hipnosis todavía era considerada como un método defendido por
Freud? Para responder a esta pregunta, trabajaremos, más específicamente, tres
textos de Freud: Manuscrito H (1895), Observaciones sobre las neuropsicosis de
defensa (1894) y Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1896).
Esos textos, a pesar de que presentaron formulaciones teóricas interesantes so
bre la etiología de la paranoia, tienen recortes clínicos que fueron presentados
a partir del método hipnótico, método abandonado por Freud, tal como vimos
anteriormente.
En Manuscrito H (1895), Freud encauza su argumento a la psiquiatría clási
ca con el objetivo de formular la idea de que en la paranoia, así como en la neu
rosis obsesiva, hay un conflicto existente entre una representación inconciliable
y perturbaciones de orden afectiva.
Freud describe un fragmento clínico: una joven de 30 años vivió una escena
en la que un hombre se acostaba con ella en una cama y colocaba la mano de la
Joven sobre su pene. Tal escena recae sobre la paranoia. ¿Por qué? Podemos afir
mar, en ese momento de la enseñanza freudiana, que la representación de esa
escena asume un papel en la etiología de la paranoia; en este caso, su contenido
se conservó intacto y, de ese modo, lo que alguna vez fue interno pasó a ser in
sinuado como algo proveniente de lo externo, de tal modo de crear una condi
ción nueva sobre sí misma. La reprobación sobre la vivencia de la escena m en
cionada pasó a no ser más sustentada por ella misma, pero sí por quienes vivían
a su alrededor. El logro reside en el hecho de que ella aceptara el juicio propio
sobre su conducta, al tiempo que podría desautorizar a aquellos que la recrimi
naran. De ese modo, la reprobación vinculada a esa escena era mantenida bien
distante de su ego.
8. En ese texto, histeria, neurosis obsesiva y paranoia son consideradas neurosis de defensa, dado
que el acento recae sobre la universalidad de un mecanismo psíquico, cual sea, o de considerarse
una defensa del ego frente a una representación inconciliable y su respectivo afecto. La defensa
del ego frente a la representación inconciliable condice con el punto nuclear del mecanismo
psíquico de las neurosis mencionadas. Vale destacar el hecho de que no hay, en ese momento
de la obra de Freud, una distinción estructural entre neurosis y psicosis, tal como se verificará
más adelante en su obra.
(verwerfen9) la representación insoportable junto con el afecto y actúa como si
tal representación nunca hubiese existido.
Aquí Freud esgrime un nuevo argumento: el contenido de una psicosis alu-
cinatoria condice con el contenido de la representación intolerable que originó
la patología. Como ya fue mencionado, el ego se defiende de una representa
ción inconciliable, pero ésta se enlaza de manera inseparable con un fragmen
to de la realidad objetiva10. La representación inconciliable pasa a substituir un
fragmento o la totalidad de la realidad objetiva.
Ya en un texto posterior, denominado Nuevas observaciones sobre las neu-
ropsicosis de defensa (1896), Freud resalta la idea ya trabajada, la de que la pa
ranoia es una defensa del ego frente a una representación inconciliable y supone
que otros tipos de psicosis podrían seguir la misma lógica. El recorte que aquí
hacemos tiene como objetivo presentar el modo en que Freud empleó el uso de
la hipnosis11 con la señora P., pues de ese modo será posible presentar una pri
mera reflexión sobre la teoría de la técnica en la clínica de las psicosis, más es
pecíficamente en la clínica de la paranoia.
La señora P., de 32 años, casada hacía tres años, permaneció sana y producti
va hasta seis meses antes de contraer su enfermedad. Empezó a desconfiar de los
hermanos de su marido, además de quejarse de sus vecinos de la pequeña ciu
dad donde habitaba. Esas quejas se tornaron más frecuentes, a pesar de que per
manecerían difusas. Ella decía que ellos tenían algo contra ella, que le faltaban
el respeto y que hacían lo posible para mortificarla. Después de algún tiempo,
ella pasó a afirmar que las personas sabían lo que ella pensaba, además de saber
lo que sucedía en su casa. Ella comenzó a manifestar conductas de precaución,
(ales como desvestirse para cambiar su ropa debajo de las sábanas. Descuidaba
su propia alimentación y sus vestimentas, al punto de, en el verano de 1895, ser
'' Según Simanke, el empleo del verbo verwerfen sirve para designar una forma más drástica
de rechazo del ego frente a la representación intolerable. Es interesante destacar que
Freud utiliza este verbo en otros contextos, tales como la noción de Verwerfung, para
pensar un modo específico de rechazo de la castración, presente en el caso del Hombre
de los Lobos. La noción de Verwerfung será ampliamente discutida más adelante, ya que
este térm ino es elegido por Lacan para pensar el mecanismo específico de la psicosis,
en este caso, la forclusión. Vale resaltar que Freud dispone de esta palabra en otros
contextos más amplios, lo que torna su empleo, en ciertos casos, difuso y ambiguo.
10, Se percibe el problema teórico sobre el cual Freud se inclinará más adelante en su obra; en
este caso, la pérdida de la realidad en la psicosis. Este tema será retomado más adelante en este
capítulo, cuando articulemos la etiología de la psicosis con la metapsicología freudiana.
11, Freud describe la hipnosis con algunas curiosidades. Una de ellas consiste en ejercer una presión
con su mano en la frente del paciente, para que, junto con la sugestión, se acuerde de aquello
que Freud le estaba solicitando.
internada en un instituto de cura de aguas. A lo largo de esa internación surgie
ron nuevas alucinaciones12, además de ser reforzadas las otras ya existentes. La
señora P. tenía la sensación de que había una mano en sus genitales y pasó a te
ner alucinaciones visuales de desnudeces femeninas y masculinas que la marti
rizaban. Normalmente, tales alucinaciones ocurrían con la presencia de alguna
mujer, que, para la señora P., se exponía en una desnudez indecorosa. Simultá
neamente a esas alucinaciones visuales, aparecieron voces que ella no sabía ex
plicar. Al caminar por las calles, por ejemplo, oía que las personas la identifica
ban e interrogaban sobre su destino. Sus acciones, sus movimientos eran comen
tados y señalados por los otros...
Freud diagnosticó a la señora P. como una paranoica crónica, se explayó so
bre la etiología de ese caso y también acerca del mecanismo de sus alucinaciones.
Del mismo modo que en la histeria, existía en esa paciente la presencia de pen
samientos inconscientes y recuerdos reprimidos que podrían ser recuperados13.
Freud se inclina hacia la idea de que las representaciones inconscientes condu
cían a la señora P. a una compulsión a la repetición, oriunda de su inconsciente.
De ese modo, él constató que el origen de las alucinaciones visuales —al me
nos las imágenes de la denudes femenina— aparecían con la sensación de pre
sión sobre su órgano genital. Esas primeras imágenes surgieron en el instituto
de cura de aguas y se repitieron en función de un gran interés por parte de la pa
ciente. Ella sintió vergüenza de las otras mujeres. En ese momento, Freud notó
la compulsión de la paciente e infirió que había algo importante a ser explorado
en esa escena. Fue, entonces, cuando le solicitó que hablase más sobre la escena
de desnudez, lo que fue acatado, ya que ella relató escenas de su infancia cuan
do se sintió avergonzada con la situación de bañarse desnuda junto a sus herma
nos y su madre. Posteriormente, relató otra escena, en la que tenía 6 años, ha
bía un intenso comercio erótico con su hermano, lo que resultaría en una expli
cación sobre la etiología de su paranoia. De ese modo, así como en la histeria y
en ese momento de la obra de Freud, se puede inferir que la etiología de la pa
ranoia estaría ligada a una estimulación precoz de la sexualidad infantil, se ha
bla aquí, de una escena traumática de carácter sexual, tal como va fue discuti
do anteriormente.
12. Es curioso notar que Freud utilice la palabra síntoma al describir las alucinaciones citadas en
el cuerpo del texto, en el momento en que presenta el delirio de persecución de la señora P.
De hecho, tenemos que considerar el síntoma, en el sentido psicoanalítico del término, para
designar el sufrimiento psíquico en la neurosis.
13. Cabe destacar que todavía se trata de la técnica de la hipnosis.
En ese momento del relato del caso, Freud establece una aproximación entre la
histeria y la paranoia, al constatar la presencia de lo infantil y de la manifestación
de la sexualidad en lo que concierne a la etiología de ambas. De ese modo, for
mula la idea de que las alucinaciones eran fragmentos tomados de las experien
cias infantiles, “[...] síntomas de retorno de lo reprimido” (FREUD, 1896, p.180).
Freud también utilizó el método de la hipnosis para tratar las voces de la se
ñora R y estableció algunas consideraciones teóricas complementarias a lo que
ya fue expuesto. La génesis de las voces condecía con la represión de pensamien
tos oriundos de la vivencia análoga del trauma infantil.
[...] según eso, eran síntomas del retorno de lo reprimido, pero al mismo tiempo conse
cuencias de un compromiso entre resistencia del yo y poder de lo retornante, compro
miso que en este caso había producido una desfiguración que llegaba a lo irreconoci
ble (FREUD, 1896, p. 182).
14. Para ilustrar lo que estamos afirmando, recomendamos la lectura de las conferencias El sentido
de los síntomas y La fijación al trauma, el inconciente, conferencias de número XVII y XVIII,
respectivamente.
lioso y merece ser escuchado, y no removido. La presente perspectiva será fun
damentada en el momento en que el caso Schreber sea presentado.
No obstante, antes de recuperar la dimensión ética del psicoanálisis en la es
cucha del delirio, una cuestión se presenta: vimos, en el periodo pre-analítico,
que la paranoia es una defensa del ego ante una representación inconciliable.
Vimos también que hay un compromiso del vínculo del sujeto con la realidad,
dado que la misma representación inconciliable parece sobreponerse a la mis
ma realidad que se presentara como insoportable, por el mecanismo de la pro
yección. Dicho esto, ¿cómo pensar la noción de pérdida de la realidad en la pa
ranoia, ahora ligada a la concepción de la metapsicología de Freud? ¿De qué tipo
de realidad se trata: la de una escena traumática —aquí vale retomar la idea ya
discutida y descartada de la teoría del trauma y de la seducción, en la cual ha
bría una estimulación precoz de lo sexual en lo infantil— o de un momento es
tructurante de la subjetividad?
15. Ese punto será mejor trabajado en el momento en que presentaremos la idea de constitución
del sujeto en Freud. Apenas a modo de ilustración, podemos verificar en el relato del caso
Dora, de Freud (1905), como él se preocupa con los contenidos ofrecidos por esa paciente y
la veracidad de los mismos. Por ejemplo, Dora le relata que el Señor K. la buscó en el lago, y
Freud se vio obligado a confirmar tal afirmativa con el padre de Dora. Todavía le pesaba, en
El énfasis puesto en una realidad cae por tierra cuando Freua propone una
solución importante para la noción de realidad, que pasa a ser considerada ya no
como una realidad fáctica, y sí como realidad psíquica16. Entendamos por rea
lidad psíquica una mezcla entre contenidos tomados de la experiencia concreta
y material y también de contenidos originados de la fantasía. Es importante re
saltar que no se trata de inquietarse acerca de la veracidad de determinado he
cho y su ocurrencia en una realidad, pero sí en considerar que el contenido in
consciente emergente en una asociación libre, exprime una verdad singular del
sujeto, oriunda de la realidad psíquica. En ese sentido, se le atribuye a la fantasía
inconsciente un carácter patogénico, en el cual reside la intensidad de un sín
toma. La noción de realidad psíquica incide sobre la hipótesis del inconscien
te, más específicamente sobre la articulación entre deseo inconsciente y su fan
tasía correlativa —o, dicho de otro modo, se puede afirmar que es en la fantasía
Inconsciente que se articula el deseo inconsciente. La noción de fantasía preo
cupó a Freud en diversos niveles, ya que él elaboró la idea de fantasía conscien
te, sueños diurnos o devaneos —tal como se presenta en Anna O. al emplear la
expresión teatro privado—, las fantasías prototípicas 17 y la fantasía inconsciente
-esta última será mejor trabajada más adelante—.
Sabemos también que Freud sustentó dicotomías importantes a lo largo de
su obra, tales como lo biológico y lo psíquico y también la cuestión de lo inter
no y externo. En cuanto a esta cuestión, el debate acerca de la hipótesis exógena
y endógena se percibe a lo largo de su obra. Por ejemplo, en la ya discutida teo
ría del trauma, el énfasis dado a la etiología del síntoma incide sobre una hipó
18. Recomendamos, para esta discusión, la lectura del texto titulado Tres ensayos sobre la teoría
sexual, de 1905, sobre todo el segundo ensayo, denominado La sexualidad infantil. Ese texto es
inaugural para pensar la hipótesis freudiana sobre la sexualidad infantil y sus características.
19. Así, evocamos una vez más la polaridad entre imaginación y realidad (ligada a la percepción),
lo que indica la fantasía inconsciente y su satisfacción como algo del orden de la ilusión,
oponiéndose a la percepción de la realidad. De ese modo, el mundo interior se condice con la
satisfacción y el placer, y el mundo exterior se condice con la realidad.
20. Este tópico exige un tránsito entre varios textos de la obra de Freud, de modo tal de poder
sustentar una enumeración de conceptos y una consecuente articulación, tal como se presenta
a lo largo de este capítulo. Apenas a modo de referencia, presentamos una guía al lector, para
que él pueda recorrer los conceptos citados: Tres ensayos sobre la teoría sexual, de 1905; Sobre
las teorías sexuales infantiles, de 1908; Introducción al narcisismo, de 1914; Pegan a un niño, de
1919; La organización genital infantil. (Una interpolación en la teoría de la sexualidad), de 1923;
Neurosis y psicosis, de 1924; y La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924.
mario. Una primera distinción que hacemos es que la palabra narcisismo es uti
lizada en un contexto distinto del sentido común, el cuál atribuye a aquel que
es narcisista la cualidad de egoísmo, de pensar sólo en sí mismo. No es en vano
que Freud se refiere al mito de Narciso para ilustrar esa cuestión, en la 26a Con
ferencia Introductoria denominada La teoría de la libido y el narcisismo (1916).
Cuando remitimos al concepto de narcisismo primario, utilizamos esa idea para
resaltar la existencia de una etapa constitutiva del sujeto psíquico, una opera
ción psíquica realizada por el niño. Es interesante notar que todos pasaron por
esa etapa lógica del desarrollo infantil, excepto los autistas y esquizofrénicos.
Freud, sin embargo, no fue capaz de formalizar, en términos conceptuales, lo
que está en juego en ese momento lógico de la constitución de la subjetividad.
Él utiliza ejemplos tales como la pasión, la enfermedad y la hipocondría para
ejemplificar la incidencia de esa instancia psíquica y afirma que lo esperado, a
lo largo del desarrollo de la sexualidad infantil, es la consolidación de ese acto
psíquico. Sin embargo, Freud no nos ofrece una solución para el problema teó
rico planteado, o sea, él no explícita el modo en que ocurre la constitución del
narcisismo primario en el texto mencionado. Por último, él afirma que la ope
ración psíquica es equiparable a la constitución del ego. Esa etapa del desarro
llo psíquico permitirá un desdoblamiento de la libido, que en otro momento era
solamente autoerótica y que, en función del advenimiento de la consolidación
del narcisismo primario, pasa también a ser libido de objeto.
En ese sentido, vale incluir aquí una referencia a la enseñanza de Lacan, de un
texto en el cual él presenta un complemento a esa teoría del narcisismo prim a
rio freudiano, cuando acuña la expresión del estadio del espejo, en el momento
en que el niño pasa a reconocer y jugar con la propia imagen reflejada en el es
pejo, más o menos alrededor de los 18 meses, y la nombra con su propio nom
bre. El acto psíquico condice con la realización de un contorno corporal, como
una operación psíquica ligada al registro de lo imaginario.
La ocurrencia de esa operación psíquica depende del modo en que se esta
blece el vínculo de amor entre la crianza y la madre o su substituía en el primer
tiempo de Edipo —volveremos a ese punto más adelante, cuando hemos de dis
cutir el tema de la constitución del sujeto en Lacan—. Lacan es bastante preci
so al extender los tiempos del Edipo más allá del tiempo biológico del niño. El
primer tiempo del Edipo comienza antes de que el óvulo sea fecundado por el
espermatozoide, pues se hace necesario verificar cual es el estatuto de ese niño
en la economía psíquica de su madre. Dicho de otro modo, es preciso pregun
tar sobre el lugar que el niño ocupa en el deseo de la madre. Para que aparezca
el narcisismo primario, se supone que tanto la madre —o su sustituía— como
el niño constituyan una célula narcisista, una especie de amalgama o, en otros
términos, establezcan entre sí una relación simbiótica permeada por un vínculo
de amor. El modo en que se establece esa relación es lo que va a permitir la ocu
rrencia —o no— del acto psíquico en el niño, realizado por él mismo.
Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido
pleno que el análisis da a éste término: a saber, la transformación producida en el sujeto
cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto defase está suficientemen
te indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo Imago (LACAN, 1998, p. 97).
12. Además, esa es la hipótesis central presente en el texto La pérdida de la realidad en la neurosis
y la psicosis, de Freud (1924), en aquello que concierne específicamente a la cuestión específica
de la paranoia.
' '■ En el texto La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924, en el que Freud
sustentará la hipótesis de que, en la psicosis, el niño rechaza la percepción de la castración en
la mujer, a partir de lo que fue expuesto anteriormente sobre el hecho de que la patología se
Inscribe sobre percepciones antiguas o actuales.
modo en que se asentarán las percepciones futuras o actuales. En ese sentido es
que Freud compara a la neurosis con la psicosis, considerando que en la prim e
ra hay una pérdida de la realidad —mientras que en la psicosis hay una recons
trucción de la realidad—. Dicho de otra manera, lo que se sitúa en la psicosis es
el hecho de que hay, desde el momento edípico, una fase activa de reconstruc
ción de la realidad, al desembocar en una remodelación del mundo y de su vín
culo con la realidad. Freud concluye su texto afirmando que, tanto en la neuro
sis como en la psicosis, hay una sustitución de la realidad, considerando el he
cho de que se estructuran, como patologías, de modos diferentes.
Así mismo, una cuestión sigue suspendida: ¿cómo fundamentar la dirección
del tratamiento psicoanalítico en la paranoia? Sabemos que Freud se apoyó en
la clínica de las neurosis y que incorporó la lógica del tratamiento de las neuro
sis a las psicosis, lo que resultó en obstáculos clínicos importantes, consideran
do que la posición subjetiva del psicótico en relación al registro de lo simbólico
no es la misma que la del neurótico. A pesar de habernos ofrecido también con
tribuciones originales e importantes acerca de la etiología de la psicosis, le fal
tó a Freud precisar, desde el punto de vista de la teoría del método clínico, cues
tiones relativas al manejo de la transferencia en el tratamiento de las psicosis.
Aun así, cabe resaltar la indicación clínica presente en las formulaciones teó
ricas acerca de la paranoia; en este caso, una posición ética de suma importan
cia para esta clínica. Para tal, la contribución del caso Schreber es imprescindi
ble, tal como expondremos a continuación.
Daniel Paul Schreber... sin duda alguna el más ilustre caso de la bibliografía
psiquiátrica y psicoanalítica sobre la paranoia. Carone, en su prefacio a Memo
rias de um doente dos ñervos, destaca las palabras del propio autor, pues él refe-
renció su obra, publicada en 1903, como una de las “obras más interesantes que
ya fueron escritas desde que el mundo existe” (SCHREBER, 1995, p. 306). Él es
taba seguro de que sus memorias servirían como una valiosa contribución para
las investigaciones futuras34. Como bien resaltó Carone, si Schreber no conquis
34. Evidentemente, Freud fue el gran responsable por el “suceso” de Schreber, en el momento
en que publica un análisis importante sobre su delirio en el texto Sobre un caso de paranoia
descrito autobiográficamente, publicado en 1911. De ese modo, el nombre de Schreber está,
indisociablemente, ligado al de Freud.
tó la gloria que tanto anheló en el campo de las ciencias jurídicas, fue como pa
ciente psiquiátrico que se volvió un referente aun vivo para la psiquiatría y para
el psicoanálisis. Carone destaca un comentario de Lacan35 sobre lo escrito por
Schreber, diciendo que se trataba de un texto esmerado de iniciación a la feno
menología de la psicosis. Lacan se refería al hecho de que la fuerza de las memo
rias de Schreber, como la apropiación de Freud de las mismas, se mantiene viva
en función de la propia astucia de Schreber, dado que, según sus propias pala
bras, él llegó a “intuiciones sobre las sensaciones y los procesos de pensamiento
humano que muchos psicólogos podrían envidiar” (SCHREBER, 1995, p.140).
Schreber (1842-1911) viene de una familia de protestantes burgueses, dota
dos de cultura y posesiones materiales, desde el siglo XVIII, ellos aspiraban a ser
celebridades a través de la producción intelectual. Además de otros descendien
tes de la familia, se destaca el padre de Schreber, Daniel Gottlieb Moritz Schre
ber (1806-1861), eminente médico ortopedista y pedagogo, autor de innum era
bles libros sobre gimnasia, higiene y educación para niños. El padre de Schre
ber era representante de una doctrina rígida e implacable, de carácter bastan
te moralista, que promovía un control completo de todas las facetas de la vida.
Él ideó, a modo de ilustración, aparatos ortopédicos en hierro y cuero que pu
diesen garantizar la postura erecta del niño. Promovía, además, la idea de que
la rectitud del espíritu es consecuencia de un aprendizaje precoz de contención
emocional y, evidentemente, levantaba la bandera de que todas las manifesta
ciones de la sexualidad deberían ser suprimidas. El padre de Schreber se enor
gullecía de haber aplicado sus métodos correctivos y pedagógicos en sus hijos
y siempre se vanaglorió de que el resultado obtenido, en lo referido a la educa
ción de ellos, fue el mejor. Daniel Paul Schreber, que se volvió una leyenda viva
como paciente psiquiátrico, tuvo cuatro hermanos, siendo que el mayor, Daniel
Gustav (1839-1877), se suicidó a los 38 años.
Se sabe poco sobre su infancia, a no ser por el hecho de que él se sometiera
con docilidad al despotismo del padre. Alumno aplicado, en los años de juven
tud, poco se interesó por la religión y se avocó al estudio de las ciencias natura
les. Según Carone, sus memorias lo revelan como un hombre culto, conocedor
de diversas lenguas, inclusive del griego y el latín, además de las ciencias natu
rales, historia, literatura clásica, música —era pianista—, y además poseía cono
cimientos jurídicos, que eran su especialidad.
Su :arrera como jurista seguía el camino esperado. Funcionario del Minis
terio de Justicia del Reino de Sajonia, obtuvo sucesivas promociones, al punto
35. Presente en el texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de laspsicosis, publicado
en 1966 en Escritos.
de ser nombrado vice presidente del Tribunal Regional de Chemnitz, en el año
1884. Su ambición parecía ser grande, pues en ese mismo año se presentó a las
elecciones parlamentarias por el Partido Nacional Liberal. Sin embargo, sufrió
una gran derrota y recibió, a los 42 años, una exposición en los medios de comu
nicación que se opusieron a sus propias ambiciones de convertirse en una figu
ra pública, considerando que fuera criado bajo el “culto orgulloso de los méritos
de los antepasados y fuera testigo de la fama del padre, ese artículo traía impre
so, como un insulto, la faceta pública de su anonimato” (CARONE, 1995, p.12).
En el día 8 de diciembre de 1884, más o menos 45 días después de la derro
ta mencionada, Schreber tuvo su primera internación, en la clínica de enferme
dades nerviosas de la Universidad de Leipzig, coordinada por el Prof. Paul Emil
Flechsig. Era su primera internación, provocada por una crisis de hipocondría
—que no era el primer episodio—. Él aseguraba haber perdido más de 15 kilo
gramos, siendo que los datos médicos acusaban un aumento de 2 kilogramos.
Estaban presentes también ideas delirantes, además de haber tenido dos intentos
de suicidio. Schreber aseguraba que los médicos lo habían engañado respecto a
su peso, además de sospechar que su esposa hubiese desaparecido. Esa interna
ción duró seis meses y, después de recibir el alta, Schreber realizó un largo viaje
de convalecencia con su esposa, que también tuvo una duración de seis meses.
En enero de 1886, él asumió sus actividades como juez presidente del Tribu
nal Regional de Leipzig, ciudad a la cual fuera transferido durante su internación.
Pasó un periodo de estabilidad emocional y clasificó a esos años como años fe
lices y plenos de honores, según sus propias palabras. Sin embargo, también se
comenta que su única infelicidad fueron los innumerables intentos de tener un
hijo. Hoy se sabe que su esposa tuvo seis abortos naturales.
En junio de 1893, Schreber recibió la visita del Ministro de Justicia de Sajo
rna, quien le traía la noticia de que sería nombrado juez presidente de la Corte
de Apelación de la ciudad de Dresden. Puesto de suma importancia y, en cier
to modo, obtenido muy precozmente. El nombramiento fue determinado por
el rey y no podía ser rechazado, pues un rechazo representaría un delito de lesa
majestad. Esa convocatoria representó el tope de su carrera, con lo cual él fue
obligado a lidiar, como si se tratase de un desafío, con subordinados más gran
des de edad y más experimentados que él. Honrado con el nombramiento, luego
se vio perturbado ante tamaña responsabilidad y, en el intervalo entre el nom
bramiento y la ocupación del cargo, tuvo un sueño en un devaneo: soñó que su
enfermedad de los nervios volvía y devaneó que podría ser bueno volverse una
mujer en el acto sexual36. Tal circunstancia llevó a Schreber a entrar en un co
37, En verdad, Schreber permaneció seis meses en Leipzig, posteriormente estuvo quince días en
el sanatorio de Lindenhof —lugar por él m ismo denominado como “cocina del diablo”
y Analmente permaneció por más de ocho años en el sanatorio de Sonnenstein.
El énfasis dado por Freud al caso Schreber se remonta al periodo de su se
gunda internación, pues, como fue dicho anteriormente, fue en esa fase de su
vida que emprendió la escritura de sus memorias. En ese episodio, es importan
te destacar el hecho de que Schreber fue nombrado para asumir el cargo de pre
sidente del Superior Tribunal, evento que fue clasificado como el desencadenan
te de la segunda crisis.
Simultáneamente a ese nombramiento, Schreber tuvo un sueño que lo m ar
có: soñó que podría ser bastante encantador convertirse en una mujer y estar
sometido al acto sexual. Luego, después de ese sueño, él comenzó a insultar a
aquellos que lo rodeaban, al juzgar que ellos estaban persiguiéndolo. A conti
nuación, pasó hacia un delirio de grandeza, durante el cual aseguraba estar rela
cionándose con Dios. Su delirio se constituyó, en esa segunda crisis, en dos eta
pas. La primera consistía en convertirse en mujer, no como un acto de voluntad
propia, sino por una especie de obligación, un “tiene que ser así”. .. Y la segun
da etapa consistía en redimir al mundo al ser una mujer que debería someter
se al coito con Dios. Él aseguraba que nervios femeninos atravesaban su cuerpo
y que, a través de ellos, por fecundación directa de Dios, poblaría el mundo de
personas purificadas y, de ese modo, causaría la redención. Sólo después podría
morir, de muerte natural y con un sentimiento de voluptuosidad.
Freud resalta que en ese delirio hay dos puntos importantes, presentados en
el siguiente orden: de inicio, llegada del delirio de emasculación y, posteriormen
te, el delirio de grandeza. La representación de la emasculación fue muy costosa
para Schreber, lo que, según Freud, fue germen de la producción delirante que,
por consecuencia, originó el desencadenamiento de la crisis. Otro aspecto des
tacado por Freud es la representación de que Dios es constituido por nervios.
De ese modo, es posible afirmar que su unión con Dios se da por una especie de
continuidad de sus propios nervios, como si fuese posible formar un trenzado de
nervios, lo que consolidaría la posibilidad de relacionarse sexualmente con Dios.
Por último, Schreber, siempre de acuerdo con Freud, durante su crisis, adoptó una
posición femenina frente a Dios. Tal posición le permitió aliar las dos produc
ciones delirantes, la fantasía de emasculación y su vínculo privilegiado con Dios.
Otro aspecto resaltado por Freud es el papel del Dr. Flechsig en el sistema de
lirante de Schreber. Freud, en su intento de interpretar lo ocurrido con Schre
ber, se preguntó por qué el Dr. Flechsig asumiría un papel tan perturbador en
el sistema delirante de Schreber. Cabe recordad cuán importante fue el Dr. Fle
chsig en la cura de la primera crisis. Para Freud, lo que estaba en juego en aquel
momento era un cúmulo de libido homosexual dirigido al médico, que era res
ponsable inclusive de la continuidad de la producción delirante del paciente.
Ese punto es importante, pues en él se encuentra la hipótesis freudiana acer
ca de la etiología38 de la paranoia, que será mejor trabajada más adelante. Para
Freud, la etiología de la paranoia, que también puede ser atribuida a Schreber,
tiene relación con una posición homosexual femenina —pasiva—. En el caso de
Schreber, él tuvo como primer objeto al Dr. Flechsig por Dios que significó una
intensificación del conflicto: ya que para él era imposible ser la mujer del médi
co, pasó a considerarse la mujer de Dios. El Dr. Flechsig y Dios fueron puestos
en un mismo lugar, y eso proporcionó a Schreber contenidos importantes para
la formación del delirio.
Antes de entrar en las formulaciones teóricas sobre el mecanismo psíquico
de la paranoia sostenido por Freud en ese momento de su obra, cabe resaltar un
último aspecto de la interpretación freudiana sobre Schreber. Para fúndamentar
el conflicto psíquico anteriormente citado, Freud fundamentó la construcción
de la fantasía de deseo femenino en la noción de frustración, una privación de la
vida real objetiva. Se trata, en este caso, de la imposibilidad de Schreber de tener
hijos en su matrimonio. Sobre todo hijos varones, que podrían haberlo conso
lado por la pérdida de su padre y su hermano. Freud relaciona la cuestión de la
frustración con el propio delirio de Schreber, al retomar la idea de que él, al vol
verse mujer, podría poblar el mundo de hombres dotados de su mismo espíritu.
Con relación a las hipótesis teóricas de Freud acerca de la paranoia, percibi
mos un intento de formulación de los mecanismos generales que constituyen
su etiología. Él sostuvo la idea de que la paranoia es una defensa frente a la po
sición homosexual femenina. De ese modo, el centro del conflicto patogénico
es la defensa ante el deseo homosexual, en la medida en que el paciente fraca
sa en dominar tal posición inconsciente. Freud aseguraba que tal hipótesis con
decía con innumerables relatos de casos de paranoia y compartió esa posición
con el entonces discípulo Cari G. Jung, además del eterno colaborador, Ferenczi.
Para pensar la cuestión de la homosexualidad en la paranoia, Freud retomó
la sexualidad infantil, más precisamente para una etapa constitutiva del desarro
llo infantil, la del narcisismo primario. Vale resaltar que el texto Introducción al
narcisismo (1914) aun no fuera publicado. Sin embargo, dispuso de ese concepto
para fundamentar su hipótesis acerca del mecanismo de formación de la Daranoia.
38. Evidentemente, la hipótesis teórica acerca de la etiología de la paranoia en ese texto, más
precisamente al respecto de la permanencia de un tiempo mayor durante la constitución del
narcisismo primarios, así como la idea de que el delirio es un desdoblamiento o consecuencia
de una pulsión homosexual, no se condicen con las formulaciones ulteriores de Freud sobre la
etiología de la misma. El eje central que interesa para la argumentación teórica de la subjetividad
en la paranoia condice con lo que fue expuesto en el ítem anterior al respecto de la constitución
de la subjetividad en Freud.
Pero, de acuerdo con el texto de Freud sobre Schreber, la hipótesis de que la
paranoia es una defensa frente a la homosexualidad pasa justamente por la cues
tión del narcisismo primario. Para elegir un objeto de amor, es necesario tomar
se a sí mismo como objeto, antes de elegir a otra persona como tal. Esa fase de
elección de sí mismo como objeto es intermediaria y transitoria. Apuntó que al
gunas personas demoran más tiempo para superar esa fase, lo que genera con
secuencias en el desarrollo de la personalidad. Una de ellas es la de la elección
de la heterosexualidad por la vía de la elección homosexual de objeto. Otra con
secuencia, que, además es.discutible, es la hipótesis de que la homosexualidad
ocurre en función de la permanencia de un tiempo mayor en esa fase —la del
narcisismo primario—, que implica la exigencia en mantener los mismos geni
tales como objeto de satisfacción. Tal visión implicaría una idea —también bas
tante discutible— de que la homosexualidad es una búsqueda de un doble nar
cisismo, lo que permitiría entonces suponer que el síntoma homosexual sería
del orden de la perversión. Por último, se resalta que la elección del objeto hete
rosexual ocurre a partir del gradual abandono de las aspiraciones homosexua
les, que no se cancelan, pero son apenas forzadas a separarse de la meta sexual,
al constituirse en pulsiones sociales de amistad, trabajo, camaradería.
Freud comenta que es en la sexualidad infantil que se ofrece la posibilidad
de fijación en una de sus etapas. Ahí se constituye la condición patogénica o su
predisposición. Así, según Freud:
[...] Puesto que en nuestros análisis hallamos que los paranoicos procuran defender
se de una sexualización así de sus investiduras pulsionales sociales, nos vemos lleva
dos a suponer que el punto débil de su desarrollo ha de buscarse en el tramo entre au-
toerotismo, narcisismo y homosexualidad, y allí se situará su predisposición patológi
ca [...] (1911, p. 58).
Freud marca el núcleo central del conflicto de la paranoia. En el caso del hom
bre, se trata de la fantasía de deseo homosexual, amar a otro hombre —él resal
ta que se vale de esa premisa al menos para ciertos tipos de paranoia—. Veamos
el trato lingüístico que nos ofrece, para pensar el delirio de persecución y la ero-
tomanía de la paranoia.
El paranoico dice: “yo (un hombre) lo amo (a otro hombre)”. Esta frase es
contradictoria, ya que en el delirio de persecución lo que se impone es, y sin ti
tubeos, la idea de que: “Yo no lo amo —pues lo odio—“. Esta frase, que se expli
ca en el delirio de persecución, es un desdoblamiento de la contradicción ante
riormente citada. Es claro que el inconsciente sólo podría tratar el amor homo
sexual en la paranoia de esa manera. En ese contexto, Freud formula la hipóte
sis de que el mecanismo de formación del delirio en la paranoia depende de una
percepción de que él me odia, me persigue, lo que justificaría la condición del
paranoico de odiar a los objetos.
Otro punto muy trabajado por Freud es el de la erotomanía. La frase: “Yo no
lo amo, pues yo la amo” puede ser explicada por el mismo mecanismo de pro
yección, lo que implicaría una segunda formulación: “yo noto que ella me ama”,
o entonces: “yo no lo amo, yo la amo, porque ella me ama”. Freud destaca que la
erotomanía puede ser considerada como una fijación heterosexual exagerada,
derivada no de una percepción interna de amar, sino como una percepción ex
terna de ser amado, que viene de afuera.
Explicada la formación del delirio a través de los dos ejemplos antes citados,
vale retomar la noción de proyección, esencial para el entendimiento teórico de
lo que viene siendo aquí trabajado. El concepto de proyección se da a partir del
sofocamiento de una percepción interna, que, al ser deformada, lleva al paranoi
co a experimentarla como venida de afuera. En el delirio de persecución, hay un
cambio de afecto, pues lo que era para ser sentido como un amor interno pasa
a ser reconocido como un odio externo. Freud formula dos comentarios sobre
este problema. El primero de ello es que el papel de la proyección es variable,
dentro de las formas de la paranoia. El segundo es que el mecanismo de la pro
yección puede ocurrir no solamente en la paranoia, sino también en otras cons
telaciones de la vida anímica, inclusive en la vida cotidiana —muchas veces no
somos capaces de buscar en nosotros mismo las causas de ciertas sensaciones, lo
que acaba resultando en justificarlas como un fenómeno venido del exterior—.
En lo que concierne a la formación del mecanismo de la paranoia, Freud par
te de una argumentación que también está presente en el mecanismo de forma
ción del síntoma neurótico. Evidentemente, él resalta el carácter del vínculo en
tre la formación del síntoma con la historia del desarrollo de la libido, al descri
bir tres fases:
La primera de ellas consiste en la fijación, condición necesaria para la repre
sión. La fijación ocurre en el momento en que un componente pulsional sufre
algún tipo de alteración en su desarrollo, permaneciendo aun en un estadio in
fantil. Su corriente libidinal permanece en el inconsciente, y es eso lo que permite
afirmar la existencia de una predisposición futura para la enfermedad psíquica.
La segunda etapa de la formación del síntoma condice con la noción de con
flicto psíquico. Se trata de un proceso activo del ego, en que la represión hace su
cumbir los retornos psíquicos de las fijaciones oriundas de sus respectivas pul
siones. Hay un momento en que el conflicto psíquico se configura, dado que las
antiguas aspiraciones se tornan repugnantes para el ego.
Por último, la tercera fase tiene relación con el retorno de lo reprimido, ya
que la represión fracasa. Ese retorno está íntimamente ligado a la etapa misma
en que se producirían las fijaciones y tiene como consecuencia una regresión de
la libido a esa fase mencionada.
Freud señala que es importante estar atento a otras posibilidades de meca
nismos de represión, lo que posiblemente puede ser encontrado en la paranoia.
A continuación, la cita en que Freud formula tal hipótesis. Optamos por pre
sentarla entera, pues ahí reside la hipótesis freudiana sobre la etiología de la psi
cosis en este momento de teorización de su obra ya que, posteriormente, el au
tor destacará el rechazo como mecanismo específico de la psicosis. Ese punto
será ampliamente retomado cuando discutamos la concepción de sujeto psicó
tico en Jaques Lacan.
Acordémonos ahora de que ya hemos tratado sobre la fijación, hemos propuesto la for
mación del síntoma, y limitémonos a este problema: si del análisis del caso Schreber se
obtiene alguna referencia al mecanismo de la represión (propiamente dicha) que pre
valece en la paranoia (FREUD, 1914, p. 63).
Freud describe la sepultura del mundo, tal como aparece en Schreber. Des
taca el hecho de que la sepultura del m undo tiene como objetivo extraer a las
personas de su entorno, dado que él refleja justamente la catástrofe del m un
do interior, por la vía del mecanismo de proyección. El paranoico, silenciosa
mente, se desliga de los objetos de la realidad con tan sólo investir libido en
los mismos.
Freud afirma que la reconstrucción del mundo por el paranoico es un intento
de volver a su entorno menos aterrorizante. Y él hace eso recurriendo al delirio.
Aquí es importante hacer un comentario. Freud afirma que el paranoico produ
ce el delirio, que puede ser considerado por muchos como una producción pa
tológica. Sin embargo, Freud hace una observación al señalar que la producción
delirante es, en verdad, un intento de reestablecimiento, de reconstrucción del
entorno. Ese aspecto es fundamental porque condice con la ética del psicoaná
lisis en relación al deliro.
La sepultura del mundo está de acuerdo con el siguiente proceso: para co
menzar, sucede un desligamiento de los objetos del mundo, objetos que en otro
momento fueron amados. Tal movimiento ocurre sin ruido alguno. El que de
hecho se torna ruidoso es el proceso de reconquista de las personas de su en
torno, como lo hace el paranoico, al utilizar el mecanismo de proyección, cuan
do retorna por la vía de lo externo lo que fue silenciosamente cancelado por la
vida interior del individuo.
No obstante, Freud destaca el hecho de que el desligamiento de la libido del
los objetos amados no es exclusividad de la paranoia. De ese modo, cabe la pre
gunta: ¿qué es lo que se caracteriza como algo patológico, exclusivo de la para
noia? ¿Qué ocurre con la libido?
Constatamos el hecho de que la libido, que antes era invertida en objetos, aho
ra permanece fluctuante, ya que su adherencia a esos mismos objetos fue cancela
da. Su destino entonces pasa a ser el retorno al propio ego. Se habla, por lo tanto,
de la megalomanía que, en la paranoia, es bastante usual de encontrar. La libido
retorna al estadio del narcisismo primario, aquel en que el ego era el único obje
to sexual. Freud señala que los paranoicos, en función de ese cuadro clínico, tie
nen la libido fijada en el narcisismo primario y que la homosexualidad sublima
da, vinculada al narcisismo, apunta hacia la regresión específica de la paranoia.
Por último, cabe retomar el texto Construcciones en el análisis, de Freud
(1937), pues en él también hay un comentario interesante sobre el delirio en la
paranoia, también entendido como una construcción. Él propone una analogía
entre las construcciones en el análisis del neurótico, tal como fue trabajado ante
riormente, desde la noción de fantasía inconsciente (Cf. Pegan a un niño) hasta
su articulación con la idea de realidad psíquica. En la paranoia, el delirio puede
ser considerado como una construcción y, bajo determinadas condiciones de la
psicosis, substituye —según lo ya dicho— un fragmento de una realidad objeti
va de su prehistoria —el rechazo de la castración en la mujer—, por otra reali
dad menos insoportable. Otro aspecto importante es la cuestión de Freud acer
ca de las relaciones entre la etiología del delirio y el drama edípico. ¿Cómo de
terminar los vínculos íntimos entre el delirio y lo que ocurre en el Edipo, en tér
minos de estructuración de la subjetividad?
Volvemos a la cuestión ya discutida del delirio como intento de cura, lo que
permitió a Lacan orientar una primera posición frente al tratamiento posible de
las psicosis, en este caso, la idea de la construcción de una metáfora delirante.
Ese punto es de gran importancia, pues va justamente al encuentro de la cues
tión formulada por Freud al final de su vida. Es en ese sentido que Lacan tra
baja la cuestión de la función del padre en el psicoanálisis —más precisamen
te en el drama edípico—, lo que le permitirá una formulación teórica compati
ble con su indicación clínica, así como una concepción de manejo de la trans
ferencia en la paranoia.
C a p ítu lo 3
Haríamos mal en creer que el mito freudiano del Edipo da el golpe de gracia
sobre este punto á la teología. Pues no se basta por el hecho de agitar el guiño de
la rivalidad sexual. Y convendría más bien leer en él lo que en sus coordenadas
Freud impone a nuestra reflexión; pues regresan a la cuestión de donde él mis
mo partió: ¿qué es un Padre? Es el Padre muerto, responde Freud, pero nadie lo
escucha, y en la medida en que Lacan lo prosigue bajo el capítulo de Nombre-
del-Padre1, puede lamentarse que una situación poco científica le deje siempre
privado de su auditorio normal2 (LACAN, [1960], 1998, p. 827).
3. El término función, acuñado por Lacan, se separa de una tendencia biologizante de atribuir al
Edipo la exigencia de la presencia de una madre y de un padre biológicos para la estructuración
de la subjetividad. No es necesaria la presencia de ambos para que el Edipo ocurra, por eso el
uso del término función. Por ejemplo, un bebé que haya vivido en alguna institución puede
estructurarse subjetivamente, pues la institución ejerció esas dos funciones.
4. Roudinesco, en la biografía de Jacques Lacan —Esbozo de una vida, historia de un sistema de
pensamiento—, describe con gran minuciosidad cuestiones ligadas al pensamiento teórico de
Lacan, sobre el padre y su relación con su vida personal y también institucional. Ella describe
el modo en que Lacan reaccionó a la muerte de su padre, a los 87 años, en 1960. Durante su
seminario, él no aludió a la muerte del padre, así como casi no llegó a tiempo de asistir a su
funeral, pero derramó lágrimas cuando falleció su amigo Merleau-Pontu. Desde el punto de vista
político, la referencia hecha por Lacan en la epígrafe de ese capítulo condice con la excomunión
de Lacan de la IPA, excomunión que ocurrió en el año 1963, pero que se anunciara años antes,
en función del revuelo creado por Ernest Jones y otros sobre la “desobediencia” de Lacan ante
los procedimientos teóricos adoptados por la IPA acerca del tiempo cronológico de una sesión
analítica, así como la frecuencia de un análisis didáctico. Los seminarios de Lacan estaban
repletos de sus seguidores —analizados y supervisados—, lo que causó bastante disconformidad
en sus opositores. Los dogmas técnicos ipeístas servían como argumento para la persecución
a Jacques Lacan, lo que culminó con su excomunión (término utilizado por el propio Lacan
para designar su salida de la IPA) en el momento en que iba a proferir el seminario dedicado
a los nombres del padre, en el año 1963. Su salida fue anunciada en el mencionado seminario,
que fue cancelado después de su primera clase.
5. Seminario 4, cuyo título es La relación de objeto.
6. Las reflexiones aquí presentes, referentes a la contribución de Erik Porge, están presentes en
su libro Los nombres del padre en Jacques Lacan - puntuaciones y problemáticas, de 1998.
dre y el Nombre de Dios, al punto de desembocar en una posible grafía “Dios-el-
Padre”. Dios asume un lugar comparable al Nombre-del-Padre, en la medida en
que Lacan se detiene, con frecuencia, en el pasaje bíblico relacionado a Moisés.
Moisés interroga a Dios acerca de su nombre y obtiene como respuesta “yo soy
lo que soy”. Ahí reside el misterio de un nombre, en que la articulación del su
jeto al Nombre-del-Padre se cruza exactamente en eso: ningún sujeto dice: “Yo
soy padre”, sino que responde tal como Dios hizo con Moisés, en este caso, no
atribuyendo a sí mismo ninguna sustancialidad acerca de lo que es un padre o,
dicho de otro modo, simplemente no respondiendo. Es el nombre propio lo que
permite —o no—*un nombramiento posible para el sujeto, en el sentido mismo
de la idea de que el sujeto es lo que se nombra.
El uso que hace el sujeto, antes de que él se nombre, de su nombre para ser el significan
te de lo que hay para significar divide al sujeto, de acuerdo con un procedimiento lite
ral de cálculo que Lacan nos propone a partir de una cifrado del cogito por medio del
uno del rasgo unario, da diferencia absoluta, [...] (PORGE, 1998, p.16).
Es a esta figura, secundaria en el tiempo en Freud, que Lacan otorga prioridad y pri
macía operatorias en el psicoanálisis. Por este desplazamiento en relación a Freud, La-
can liga la noción de padre a la civilización, más que a la religión propiamente dicha
(PORGE, 1998, p.27).
7. Es común verificar en la clínica de las psicosis un trayecto subjetivo en el que el uso del
medicamento fue necesario, pero, y en función del tratamiento clínico, una estabilización fue
alcanzada y el pslcofármaco se retiró.
El paso dado por Lacan fue el de retomar el algoritmo lingüístico de Saussu-
re y modificarlo, de modo tal de poder incorporarlo en su sistema teórico. Saus-
sure8, lingüista preocupado por describir las leyes generales que rigen el fun
cionamiento del lenguaje, propuso como unidad mínima s/S, la relación entre
significado y significante, respectivamente. El significado hace referencia al con
cepto propiamente dicho. El concepto relativo a la palabra mesa lleva a pensar
algo parecido, por ejemplo, a un objeto con una superficie capaz de ofrecer apo
yo para otros objetos. No se piensa en una sustancia líquida e inodora o tampo
co en una fruta con cáscara amarilla, comúnmente encontrada en países tropi
cales. La materialidad de los fonemas encadenados en una secuencia específi
ca permite oír una palabra que asume, en su sentido más amplio, un concepto.
Ya el significante, la imagen acústica, trae la idea de un sentido particular que el
concepto asume para el ser hablante. Mesa: no se trata solamente de un objeto
capaz de sostener a otros objetos, sino también del sentido particular que el ob
jeto mesa asume para una subjetividad cualquiera... “La mesa de la finca de mi
abuela siempre tenía un bizcochuelo de harina de maíz que me recuerda al gus
to de mi infancia”. El significante es la expresión de un sentido particular que el
concepto asume para alguien.
Lacan propone subvertir la relación entre significado y significante al afir
mar que, en realidad, lo que existe es la primacía del significante sobre el signi
ficado. Esa inversión es importante y le permitió a Lacan teorizar los tiempos
del Edipo por la vía del significante. Tal pasaje será mejor tratado a lo largo de la
discusión del Edipo en Lacan, más precisamente en el primer tiempo del Edipo.
Freud localiza al Edipo, en el tiempo cronológico, alrededor de los 5 o 6 años,
al describir el modo en que el niño reconoce o rechaza la percepción de la dife
renciación sexual, en este caso, la percepción de la castración de la madre o su
sustituta. Lacan, en relación al tiempo cronológico, anuncia que el Edipo comien
za antes de que el óvulo sea fecundado por el espermatozoide, dado que es ne
cesario verificar cual es el estatuto del bebé ante el deseo de la madre. El tiempo
cronológico es bastante anterior... pero tratarla cuestión de la constitución de la
subjetividad implica considerar que sus etapas no son cronológicas. Lo que inte
resa es verificar el modo en que el sujeto psíquico se configura, a partir de subs
tituciones de significantes, actos psíquicos y sus desdoblamientos, comenzando
por una lectura que rompa con los criterios desarrollistas. El tiempo cronológi
co poco importa, pues lo que se prioríza es el tiempo de estructuración del in
consciente. Por ello, consideramos que los tiempos del Edipo —a pesar de que
8. SAUSSURE, F. de. Curso de lingüística geral. 17. ed. Sao Paulo: Cultrix, 1995. ese libro fue
escrito por sus discípulos, alumnos que realizaron anotaciones en sus clases.
la palabra tiempo sugiere una cronología— deberán ser pensados como etapas
lógicas de constitución del sujeto psíquico.
Vale también hacer otro comentario: consideramos que los tiempos del Edipo
son constituidos por personajes y también por algo que circula: el falo. La m a
dre, el padre y el niño constituyen los personajes de la estructura edípica, pero
los dos primeros deben ser entendidos como función, teniendo en cuenta que se
considera el hecho de que es necesaria la existencia de una madre y de un padre
biológicos para propiciar la constitución de la subjetividad; se trata de función
materna y función paterna. Ya el falo es algo que circula entre los personajes de
la estructura, de modo tal de ocupar estatutos distintos de acuerdo con los tiem
pos del Edipo y también en función de los personajes en cuestión.
El falo se diferencia del pene. Freud9 (1923) ya alertó sobre el hecho de que
el pene, entendido como el órgano genital masculino, se distingue del falo, que
asume un estatuto, no de genitalidad, sino de primacía fálica, articulada al com
plejo de castración. Tanto para los niños como para las niñas, lo que está en jue
go en la constitución de la subjetividad es el primado del falo y sus desdobla
mientos, relacionados al narcisismo primario y a la percepción de la castración
en la mujer. Vale recordar que la palabra “falo” asume un sentido más simbólico,
cuyo atractivo se nota, tal como su culto en la Grecia antigua, en el momento en
que objetos similares al pene en erección representaban virilidad y potencia. El
niño, en la fase fálica, toma para sí ese atributo de atractivo al sustentar una po
sición de protagonista en la realización de fantasía edípica. Para Lacan 10 (1958),
el falo asume un estatuto de significante del deseo, que puede ser visto como falo
imaginario y falo simbólico, lo que le permitirá retomar la visión freudiana de la
primacía fálica a partir de la dialéctica ser o no ser el falo, tener o no tener falo.
Un comentario más antes de que profundicemos en los tiempos del Edipo:
la estructuración de la subjetividad ocurre en una gama de posibilidades, ta
les como las nuevas configuraciones familiares —las parejas homosexuales que
adoptan bebés y que cumplen las funciones materna y paterna—, o así mismo
en situaciones institucionales, como en el caso de los bebés en orfanatos o en
instituciones afines. Esa reserva es importante para que no recaer en una lec
tura ingenua de que las funciones estarían condicionadas a la presencia de una
madre o un padre concretos. Las funciones materna y paterna pueden ser des
empeñadas por cualquier agente. Rosa (2001) trabaja esa cuestión al problema-
tizar la función paterna en nuestra contemporaneidad. Sin embargo, a modo de
una transmisión más didáctica, se toma como referencia una situación concre
El primer tiempo del Edipo 12 es constituido por dos personajes —la madre
y el bebé— y el falo. En ese primer tiempo, el niño es identificado como el falo
simbólico de la madre, desde la equivalencia simbólica bebé = falo, descripta
por Freud 13 (1925) como una salida edípica posible para la niña. La madre si
túa al bebé en el lugar de objeto de su deseo y, sometida a una ley simbólica, ins
cribe al niño al lenguaje, al nombrar 14 lo que ocurre en su cuerpo. La madre es
omnipotente y absoluta en relación a sus propios caprichos, pues solamente ella
es capaz de satisfacer —o no— las necesidades del bebé. De allí la importancia
de considerar el estatuto o el lugar que el hijo ocupa ante el deseo de la madre.
Ya el bebé se identifica como el falo de la madre. Al ser expelido del cuerpo
materno, el bebé deja de vivir en la condición intrauterina en que era alimentado
por el flujo sanguíneo y por el tejido placentario y se encuentra con una nueva
condición, la de reclamarla satisfacción de sus necesidades. Freud (1895)15des
11. Aquí también se hace una reserva, pues la estructura psicótica abarca algunos tipos clínicos,
tales como la esquizofrenia, el autismo y la melancolía. En función del eje teórico de este libro de
centrarse en la cuestión específica de la paranoia, optamos por dejar de lado las consecuencias
teóricas de la constitución de la subjetividad de esos otros tipos clínicos presentes en la estructura
psicótica.
12. Reflexión extraída del Seminario 5, Lasformaciones del inconsciente, de Jacques Lacan (1957-
1958).
13. Cuestión presente en el texto Algunas consecuencias psíquicas de las diferencias anatómicas
entre los sexos, de 1925.
14. Freud (1895), en el texto Proyecto de una psicología científica para neurólogos, describe muy
bien la situación en que el niño es sometido a los caprichos del otro. Al referirse a la vivencia
de satisfacción, Freud describe el mecanismo por el cual la madre interviene en el cuerpo del
bebé al nombrar lo que ocurre en ese mismo cuerpo. El bebé presenta un cúmulo de tensión
interna que genera una descarga motora, el grito. El cúmulo de tensión interna es amainado
en función de la intervención externa. El sentido del grito es interpretado por la madre, de
modo tal de nombrar e inscribir en el cuerpo del bebé el significante. Se comprende por qué
motivo Lacan subvierte el algoritmo lingüístico de Saussure, considerando que la imagen
acústica, corporal, despunta inicialmente en el cuerpo del bebé para después ser revestida de
un significado, que viene de otro, portavoz de las determinaciones simbólicas.
15. Una vez más, la referencia es al texto El proyecto de una psicología científica para neurólogos
cribe la primera vez que el bebé mama como una experiencia mítica de satis
facción. En esa nueva condición, el bebé llora por un alimento. Cuando la ma
dre le ofrece el seno, la leche fluye por el aparato digestivo y sacia las necesida
des fisiológicas. Por otro lado, desde el punto de vista del bebé, a esa experien
cia de satisfacción de las necesidades fisiológicas se agrega una vivencia míti
ca de satisfacción y se inaugura una demanda de amor. El bebé pasa a creer que
él está en el mundo para completar al otro materno. Proviene de ese momento
mítico una condición necesaria para la posterior identificación del bebé como
el falo de la madre.
Lacan describe el lugar en que la madre ubica al bebé en su deseo, por ejem
plo, en el Grafo del deseo16, al sugerir la letra mayúscula I (A )17 para pensar el
Ideal del yo y su función en la constitución de la subjetividad. Hay aquí una su
tileza que merece ser resaltada: Eidelsztein (2005) destaca la distinción del Ideal
del yo entre Freud y Lacan y sugiere el término Ideal del O tro 18 para pensar lo
que fue dicho anteriormente acerca de la inscripción del niño en el lenguaje. Para
inscribirse en el proceso de simbolización y, por lo tanto, someterse al lengua
je, el niño requiere ocupar un lugar de investimento de libido de esa madre, que
pasa por la transmisión de los ideales maternos al bebé: “¡Mi hijo, cuando crez
ca, será un hombre de carácter!” Evidentemente, el contenido de la frase poco
importa. Lo que im porta es la mirada atravesada por el amor materno. Una m a
dre puede tener para sí otros ideales de la cultura que cumplan la misma fun
ción. Lo que im porta aquí es que una identificación simbólica posibilita, como
ya fue dicho, una inscripción del niño en el registro de lo simbólico. Existe, por
lo tanto, un precio a ser pagado, dado que el niño, al someterse al registro de lo
Simbólico, se aliena en el lenguaje, pues él es el discurso del Otro.
Está presente también la identificación imaginaria. Freud 19 (1914) sostiene
la hipótesis de que existe una operación psíquica denominada narcisismo pri
16, El grafo del deseo es una formalización importante para pensar la clínica de la neurosis. No es
intención de este trabajo profundizarlo. Vamos simplemente a describir algunos pasajes para
ilustrar la cuestión del lugar del niño ante el deseo de la madre. Ver Seminario 5, Lasformaciones
del inconsciente, y también el texto Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, de 1960.
17. En el texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis (1957-1958),
Lacan también articula el I (A) en el esquema R como el Ideal del Otro, tal como aparece en
la argumentación acerca del grafo del deseo.
I fl. Otro, con mayúscula, se refiere al registro de lo simbólico o, en otras palabras, al tesoro de los
significantes. De forma bien sintética, el registro de lo simbólico se condice con un sistema
de representaciones articulado en el lenguaje, mediante signos y significaciones posibles que
determinan el sujeto del inconsciente y la facultad de simbolización. Ya la palabra otro, con
minúscula, está articulada al semejante, a cualquier persona.
1‘) Introducción al narcisismo, de 1914.
mario, que es releída por Lacan como estadio del espejo. De forma bien resumi
da, este acto psíquico, o la constitución del yo, también depende de la presen
cia de una mirada materna investida de amor para que el niño lo realice. Se tra
ta de la construcción de un contorno del cuerpo del bebé, que en otro momen
to era despedazado y que pasa a tener una imagen unificada. Esa unidad ima
ginaria viene del semejante cuando el niño reconoce su imagen reflejada en la
mirada del otro. Hay una equivalencia entre la constitución del yo —narcisismo
primario o estadio del espejo— y la instancia psíquica denominada yo ideal. El
yo ideal aparece como una imagen de perfección narcisista, de modo que el yo
asume una valoración máxima que se condice con la creencia del bebé de que él
es aquello que completa a la madre; en este caso, el falo imaginario.
De ese modo, madre y bebé constituyen una unidad, una célula narcisista en
la que ambos parecen ser suficientes. Mientras que la madre simboliza al bebé
como falo, falo simbólico, el bebé es el falo imaginario. No hay en ese primer
tiempo del Edipo ninguna posibilidad de entrada de un tercero que venga a rom
per esa unidad. Es ahí que se verifica la cuestión del padre y la entrada en el se
gundo tiempo del Edipo. ¿Cómo introducir al padre como un tercero en esa re
lación simbiótica? Es el punto que verificaremos a continuación...
El segundo tiempo del Edipo es marcado por la entrada del padre como per
sonaje en esa estructura edípica, además de la madre, del bebé y del falo. Exis
te un proceso de simbolización de la madre, de modo tal de posibilitar una me
diación entre ella y el bebé, mediación que ocurre en función de una prohibi
ción de un tercero, el padre, cuya función es romper la célula narcisista entre la
madre y el bebé.
En ese segundo tiempo del Edipo, el padre asume una posición de déspota,
al dictar la ley. Sin embargo, su presencia se hace efectiva si hay una entrada po
sible para él, si la madre así lo consiente. El padre asume la posición fálica. Él es
el falo, él es la ley, es él quien dicta la norma que incide sobre la subjetividad de
la madre y del bebé. Desde el punto de vista de la madre, el llamado del padre
pretende mover el deseo de la madre para alguna otra cosa que no sea su hijo,
“¡madre, tu no reintegrarás tu producto!”, afirma Lacan. Hay un desplazamiento
de la mirada de la madre, que es percibido por el niño, de modo tal que el niño
se reconoce en un lugar de hiancia. El desplazamiento de la mirada de la madre
para otro objeto lo confronta con la cuestión de que él, el niño, no es más el falo
imaginario de la madre20, dicho de otro modo, de que él —el niño— no ocupa
el lugar imaginario de completar a su madre.
Es en ese sentido que se habla de la instancia paterna como metáfora. El Nom
bre-del-Padre es el padre en cuanto función simbólica, cuya entrada metaforiza
el lugar de ausencia de la madre. La función significante del Nombre-de-Padre
se inscribe en el Otro, que era hasta entonces absoluto y enteramente ocupado
por la madre. El otro materno deja de ser absoluto y posibilita la inserción del
niño en el registro de lo simbólico. La intervención del Nombre-del-Padre en el
Otro instaura la ley —ya no más considerada como omnipotente y absoluta—,
admitida al registro de lo simbólico.
Es la castración simbólica. El niño, en su posición fálica, deja de ocupar ese
lugar —el de objeto imaginario para el deseo de la madre— al convertirse en el
significante del deseo del Otro. Es ahí que el Otro se torna castrado, asumiendo
un estatuto de inconsciente barrado al sujeto. La castración del Otro permite la
inserción del niño en el orden simbólico de la cultura y también su admisión al
lenguaje, momento descripto por Freud como represión imaginaria.
Es en ese punto que Lacan articula la lectura freudiana 21 de la constitución de
la subjetividad por la vía de la percepción de la castración de la mujer. El niño, al
encontrarse con esta percepción, puede reconocerla, mientras que exista la trans
misión de una ley simbólica que sustente a ese niño a soportar la provocación
edípica, en el momento en que él reconoce y admite la división de los sexos —
pues, evidentemente, estamos hablando aquí de la estructuración de la neurosis—.
Lacan afirma que la inscripción del niño en el orden simbólico se hace efec
tiva en función de la articulación entre la castración y el Edipo. Por medio de la
metáfora paterna y de su sumisión a la ley simbólica, el niño abandona la po
sición de falo imaginario al significar el falo en su función significante. Es ese
pasaje que Lacan (1958) trabaja en el texto La significación del falo, al describir
el pasaje del falo imaginario al falo simbólico. El significante fálico permitirá al
sujeto neurótico atribuir significaciones a sus significantes. Por último, el sujeto
abandona la dialéctica de ser o no ser el falo, en función de la falta en ser, para
la dialéctica de tener o no tener el falo.
20. Aquí incide una operación importante en relación al vaciamiento de goce de la crianza. Si
en otro momento había un goce absoluto, en el momento en que incide la metáfora paterna,
ocurre una pérdida de goce, no su totalidad, ya que persiste un goce localizado vinculado al
objeto a.
21 Cf. el capítulo anterior y la articulación entre sexualidad infantil y constitución del sujeto,
sobretodo cuando Freud describe el momento en que se definen la neurosis y la psicosis en
función de la aceptación o del rechazo de la percepción de la castración, momento trabajado
en el texto La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924.
3.1.3 El tercer tiempo del Edipo en la neurosis
Así, si se consideran los vértices del triángulo simbólico: I como ideal del yo, M como el
significante del objeto primordial, y P como la posición en A del Nombre-del-Padre, se
puede captar cómo el prendido homológico de la significación del sujeto S bajo el signi
ficante del falo puede repercutir en el sostén del campo de la realidad, delimitado por
el cuadrángulo MimI. Los otros dos vértices de éste, i, y m, representan los dos térmi
nos imaginarios de la relación narcisista, o sea el yo y la imagen especular (LACAN,
1957-1958, p.559).
Continúa la nota al pié en su totalidad:
25. Cf. la discusión acerca de El banquete de Platón, presentada en la nota al pié anterior. La discusión
sobre el amor de transferencia también se encuentra en el texto de Freud denominado Sobre
el amor de transferencia, de 1914. Allí, Freud destaca el hecho de que el hombre, al atravesar
la experiencia edípica, adquiere una manera específica de amar, que es reproducida junto a
los otros objetos amorosos, inclusive junto al analista. En ese texto, Freud formula la idea de
que la dirección del tratamiento psicoanalítico se consolida con la noción de que la manera
específica de amar, que en otro momento era inconsciente, se torna consciente al final del
tratamiento. Para tal, la ética psicoanalítica se condice con la idea de la abstinencia, ya que el
amor es dirigido al analista, pero él no responde en acto.
table, intangible, tal como Lacan formuló en el Seminario 17, El reverso delpsi
coanálisis, o entonces según su contribución en el Seminario 20, denominado
Aun, en el momento en que articula el goce del ser con lo real26. Tomemos esa
referencia: Lacan propone algunas modalidades de goce en ese Seminario, tales
como, por ejemplo, el goce fálico, el goce femenino y, el que es más importan-
te para esta reflexión, el goce del ser. Hay una equivalencia entre el goce del ser
y lo real, de modo tal de considerarlo como aquello que anima, de acuerdo con
Freud27, la compulsión a la repetición.
Ya la realidad es cambiante, se abre y se cierra, de modo tal de ser concebida
como algo local y ligado a la trama de significantes. En otros términos, la reali
dad puede ser pensada como una serie de identificaciones que se sucedieron en
la vida del sujeto, como un vaivén entre el yo y la imagen especular del estadio
del espejo. Aquí, el énfasis está puesto en el primer tiempo del Edipo, más pre
cisamente en el lugar de la madre como el Otro que desea. “[...] realidad, en la
vida de alguien, y la sucesión de encuentros identificadores y de encuentro con
el deseo del Otro” (NASIO, 1993, p. 31).
Por lo tanto, según Nasio (1993), la realidad no se restringe apenas a las pa
labras e imágenes, ya que la realidad es también concebida por el movimiento
de la pulsión, en el estrecho vínculo entre el psiquismo y lo orgánico. Es en ese
contexto que Nasio se interroga acerca del ataque histérico. ¿De que se trata?
¿Es fantasía? ¿Es realidad? El desmayo histérico es un ejemplo interesante para
encaminar esas cuestiones, considerando que es, sin duda alguna, consecuen
cia de la acción de la fantasía inconsciente y, sin embargo y al mismo tiempo,
hay un cuerpo en el piso. Se habla de un cuerpo desmayado, tomado por la ac
ción de la fantasía histérica.
[...] la fantasía no es una imagen en la cabeza, sino que es algo material, que se mani
fiesta por una actividad motora, una parálisis, por alguna cosa en el cuerpo. La reali
dad es esto: no fu e solamente el significante que indujo a la histérica a desmayarse, no
son apenas las imágenes que sustentan su identificación. La realidad para la histéri
ca es más que todo el circo que gira alrededor de ella, que ella instaló. La realidad para
la histérica es donde ella cae desmayada. Para hablar de realidad es preciso esto (NA-
SIO, 1993, p. 33).
28. La noción de corte será retomada más adelante, pues es importante para el eje de argumentación
que pretendemos sostener al respecto del manejo de la transferencia en la clínica de las neurosis.
29. En el texto Pulsiones y sus destinos, de 1914, Freud afirma que las pulsiones no poseen objeto
definido. Comenta la idea de que hay una falsa creencia, la de que existiría una relación entre
la pulsión y el objeto. En verdad, el objeto elegido de la pulsión puede inducir a ese error,
considerando que se presenta ahí una ilusión de que la satisfacción pulsional cu consecuencia
de determinado objeto. N o es en vano que Freud habla acerca de la plMtlcIdnd de la pulsión,
Al adaptar esa discusión al esquema R, se tiene la idea de que en él existe la
formalización de los tres tiempos del Edipo, como el cuadrilátero MimI. Son esos
puntos los que determinan el cuadrilátero, responsable de animar la estructura
—al determinar las instancias por las cuales un análisis se sitúa, además de in
corporar en el modelo la problemática del tiempo—, considerando que inscriben
un movimiento donde se sitúa el campo de la experiencia analítica, dado que es
hecha de ese cuadrilátero una figura topológica denominada banda de Moebius.
Así, vale ahora incluir un tercer comentario sobre la nota al pié, más precisa
mente al respecto de los puntos MimI.
Antes de adentrarnos en los tiempos y en los movimientos de un análisis es
necesario comprender mejor lo que está en juego en esos puntos. La clase del 5
de febrero de 1958, denominada De la imagen al significante en el placer y en la
realidad, continuación del Seminario 5, Las formaciones del inconsciente, es de
suma importancia para esa comprensión.
Lacan establece un debate con los pensadores de la Escuela Inglesa, sobre
todo con Klein y Winnicott, al cuestionar el complejo de castración30. El deba
te incide sobre la cuestión de la relación de objeto y el surgimiento de la fanta
sía inconsciente. Vale retomar algunos puntos ya desarrollados para encaminar
la cuestión. El punto de vista defendido por Lacan es que no existe un estado de
necesidad pura, considerando que el bebé, desde su primera vivencia de satis
facción31, sobrepone, al estado de la necesidad, el estatuto de deseo, por haber
ahí una demanda de amor. Es por medio de esa relación dual que se abre, para el
humano, la perspectiva de encontrarse con la cadena de significantes, ahí cons
tituida o presente a partir de la figura de la madre, el Otro materno. Lacan cita
30. Aquí incide, una vez más, el retorno de Lacan a Freud, más precisamente en el modo en que
se establecen la estructura neurótica y la estructura psicótica, discusión presente en el texto
La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924. A modo de rememoración y en el
caso específico de la neurosis, la pérdida de la realidad se da desde las percepciones actuales,
teniendo en cuenta que el niño acepta la percepción antigua —la percepción de la castración—.
Dicho de otro modo, según Freud, el niño reconoce la percepción de la castración de la madre,
percepción primordial que originó la represión ( Verdrangung).
31. Aquí cabe retomar la discusión de Freud en el texto titulado Proyecto de una psicología para
neurólogos, de 1895, más precisamente el pasaje donde se discute el surgimiento del aparato
psíquico a partir de la vivencia de satisfacción: cuando el bebé sufre un cúmulo de tensión
interna, genera una descarga motora —el grito— y recibe una acción del mundo externo,
nombrada por un otro que significa el llanto del bebé. Esa acción externa es capaz de apaciguar
la tensión interna del bebé y, también, ofrece la posibilidad de inscripción del significante en su
cuerpo. Allí se puede incluir la reformulación de la unidad mínima de la lengua, de Saussure,
por la idea de Lacan de que prevalece la primacía del significante sobre el significado, trabajada
anteriormente.
a Freud, la Carta 52 a Fliess, en la cual se discute el nacimiento de las estructu
ras inconscientes y del aparato psíquico. La hipótesis admitida por Freud es que,
en su origen, la inscripción anómica correspondiente a la manifestación de la
necesidad es un signo. Tenemos allí un proceso de aprendizaje que presupone
una simbolización32, ya que, por ejemplo, el bebé puede expresar dos fonemas y
oponerlos, lo que ya asume el estatuto de vocablos, dado que son dirigidos a la
madre. Es una combinación significante que explícita su organización. El niño
pasa, desde entonces, no más a anhelar la satisfacción de una necesidad, y sí una
relación con el deseo del sujeto materno que tiene ante sí.
Para Lacan, la aparición del estadio del espejo es y no es, paradójicamente, el
encuentro del sujeto con la realidad, ya que se trata, en verdad, de una imagen
virtual que tiene la propiedad de aislar el campo de la realidad. El sujeto capta
una imagen virtual y la conquista, tal como fue visto anteriormente con la idea
del falo imaginario —objeto imaginario con el cual el niño se identifica para sa
tisfacer el deseo de la madre— a partir de una cristalización del yo que abre las
posibilidades de lo imaginario. Se establece aquí una vía de doble mano: por un
lado, la experiencia de la realidad introduce, bajo la forma de una imagen cor
poral, un elemento ilusorio y engañoso que permite al sujeto establecer su rela
ción con la realidad y, por otro lado, la experiencia del estadio del espejo abre la
perspectiva del niño de realizar sus primeras identificaciones.
Dicho esto, ahora es posible definir los puntos presentes en el trapecio, que
define el campo de la realidad. Al principio, el eje i - M, eje que está de acuerdo
con el registro imaginario. El i equivale al yo, la imagen del propio cuerpo fren
te a la madre. El M está ligado al significante del objeto primordial, o dicho de
otro modo, al ego ideal.
Ya en otro eje, m - 1, m es la imagen especular del niño e I es el Ideal del yo,
según lo discutido anteriormente. El segmento m - 1, a través de sus identifica
ciones, está ligado a la serie de significantes, o de representaciones que puntúan
su realidad a partir de referencias, una realidad rellena de significantes. Hablar
32. Una vez más, Lacan se refiere a Freud. El proceso de simbolización aquí detallado trata, en
verdad, de la escena descripta por Freud en relación a su nieto. En el momento en que él jugaba
con un carretel. Para lidiar con la ausencia de la madre, el niño jugaba con un carretel y una
cuerda y lo tiraba debajo del sofá, realizando un movimiento de vaivén con el carretel, y al
mismo tiempo repetía las palabras fort y da, cuya traducción es va y vuelve. El juego del fort-
da, como es conocido en la literatura psicoanalítica, se condice con el proceso de simbolización
primordial del niño, pues retrata la alternancia de la presencia y ausencia de la madre sobre el
niño, alternancia primordial para el proceso de simbolización. Es mediante una presencia que
se hace ausencia, que algo se inscribe en el psiquismo. Se habla de inscripción del lenguaje. Esa
discusión se encuentra en el texto Más allá del principio de placert de Preiul (1" 20).
de Ideal del yo es hacer referencia a la identificación que requiere el registro de
lo simbólico, o sea, a una serie de identificaciones significantes que se oponen ni
registro de lo imaginario. La identificación al Ideal del yo presupone la inciden'
cia de la función paterna y, consecuentemente, un desapego referente a la reía
ción imaginaria con la madre. El padre, por ser un personaje real, interviene de
tal modo de que el yo se torne un elemento significante.
De esta forma, se puede afirmar que se establece ahí, de acuerdo con Lacan,
un movimiento de báscula derivado de la torsión entre los registros de lo imagi
nario y de lo simbólico, justamente donde se define el campo de la realidad. Por
un lado, existe la realidad adquirida por el sujeto humano a partir de su conquis
ta de la asunción de una imagen virtual del cuerpo y, por el otro, el sujeto intro
duce en el campo de la experiencia el significante, lo que resulta en ampliar este
mismo campo para el sujeto humano.
Aun en Lacan33, cabe interrogarnos acerca del estatuto del objeto, ya que ese
cuestionamiento es primordial para sustentar la experiencia analítica. ¿Cuáles
son la fuente y la génesis del objeto ilusorio? ¿Es posible reducir al objeto como
ilusorio o reducirlo a lo imaginario?
¡No! Lacan es taxativo en su respuesta. El objeto de la necesidad sexual no se
reduce al hecho, por ejemplo, de que el macho se vuelve hacia una hembra en
busca de una actividad sexual, cuya finalidad sea de reproducción de la especie.
Se sabe, desde Freud34, que el ejercicio de la sexualidad humana tiene como ob
jetivo la obtención de placer. Lacan es irónico al afirmar el hecho esencial para
esa discusión, a saber: vale enfatizar lo que un zapatito de mujer provoca en un
hombre.
El objeto ilusorio no ejerce su función en el sujeto como imagen, a pesar del
señuelo que se presenta, pero se inscribe como un elemento significante, ligado
a la cadena significante. De ese modo, hay que pensar que el objeto primordial
domina la vida del sujeto, considerando que hay elementos imaginarios que des
empeñan un papel cristalizador, y también teniendo en cuenta, como ya fue di
33. La misma clase del 5 de febrero de 1958, denominada De la imagen al significante en el placer
y en la realidad, presente en el Seminario 5, Lasformaciones del inconsciente (1957-1958).
34. Cf. el texto Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, de 1905, es importante para romper con
determinada visión de lo infantil que predominaba en la época: la de que los niños eran puros
y desprovistos de sexualidad infantil. Freud, además de describir la sexualidad infantil a partir
de las fases de organización parcial de la libido alrededor de las zonas erógenas elegidas en el
propio cuerpo, aproxima esas mismas experiencias infantiles a la vida erótica del adulto. De allí
el fundamento psicoanalítico acerca de la sexualidad humana, ya que no tiene una finalidad de
reproducción de la especie; dicho de otro modo, cabe no “biologizar” la sexualidad humana,
pero si atribuirle un estatuto de satisfacción pulsional.
cho, su inscripción como significante ligado a la cadena. Ésta última avanza: S,
Si, S2, S3,... y la significación también avanza, pero en sentido contrario. Hay
una significación que se desliza y que determina, en lo humano, una especie de
relación intrínseca de significación. Aquí se trata de un objeto metonímico, axial
en la dialéctica de las perversiones y de las neurosis, además de ser también de
terminante para el desarrollo subjetivo. Estamos hablando del falo.
La relación del niño con la madre no es solamente permeada por realiza
ciones y frustraciones, sino también por el descubrimiento de lo que es, para el
niño, ser el objeto de deseo del otro y la inscripción del deseo para él mismo, el
niño. En ese punto, Lacan retoma las ideas de Freud al respecto de la fase fálica35
y de la estructuración de la fantasía inconsciente36, al introducir en su argumen
to el pasaje del primer tiempo para el segundo tiempo del Edipo. ¿Qué significa
para el niño su deseo? Lacan atribuye a la fase fálica de Freud el estatuto de un
significante pivote, “alrededor del cual gira toda la dialéctica de lo que el suje
to debe conquistar de sí mismo, de su propio ser” (LACAN, 1957-1958, p. 248).
Lo que vimos anteriormente, al respecto de la inscripción del significante fá
lico en la estructuración de la subjetividad —y la constitución déla cadena signi •
ficante anclada en la relación entre significante y significado, unidos por elpoint
de capitón—, se liga al suceso de la función paterna, o a la inscripción del signi
ficante Nombre-del-Padre.
Les he dicho que de alguna manera, en el interior del sistema significante, el nombre
del padre tiene lafunción del conjunto del sistema significante, aquel que significa, que
autoriza al sistema significante a existir, que hace de ello la ley. Les diré que frecuente
mente, en el sistema significante, debemos considerar que elfalo entra enjuego a partir
del momento en que el sujeto tiene que simbolizar como tal, en esta oposición del signi
ficante con el significado, al significado, quiero decir la significación.
Lo que importa al sujeto, lo que él desea, el deseo en tanto que deseado, lo deseado del
sujeto, cuando el neurótico o el perverso tiene que simbolizarlo, en último análisis esto
es literalmente con la ayuda del falo. El significante de lo significado, en general es el
falo (LACAN, 1957-1958, p. 249).
35. Argumento presente en La organización genital infantil: una interpolación sobre la teoría de la
sexualidad, texto de Freud, de 1923.
36. Pegan a un niño, de 1919.
modo por el cual el sujeto articula/define/ordena su posición de sujeto en re
lación al juego del significante. Para pensar la neurosis, Lacan37 habla del pun
to de almohadillado como algo primordial para la experiencia humana. Dispo
ne de una metáfora, en este caso, la idea del point de capitón como punto de ar
ticulación, de unión entre los tres registros: lo simbólico, lo imaginario, lo real
en el lenguaje. El point de capitón permite una articulación entre significante y
significado, capaz de construir sentidos posibles para un habla, cuando se co
loca un punto final en la frase. El sentido se construye retroactivamente y pue
de ser compartido en función del hecho de que es propio del lenguaje compar
tir sentidos posibles. En la neurosis, el sujeto habita el lenguaje, ya que él reci
be el mensaje de forma invertida, dado que Otro está reconocido en el discur
so de la alteridad. “Esta incógnita en la alteridad del Otro es lo que caracteriza
esencialmente la relación de palabra en el nivel en que es hablada al otro” (LA
CAN, 1955-1956. p. 49).
En el habla del sujeto neurótico, hay reciprocidad. La condición del neuró
tico de habitar el lenguaje trae consecuencias importantes para el manejo de la
transferencia en la clínica, en aquello que se refiere al tiempo de una sesión de
análisis, el tiempo lógico y su estructura de corte. Además, en la propia nota al
pié, Lacan sitúa el cuadrilátero M i m i como el único corte válido en ese esque
ma, porque él aísla en el campo de la realidad una banda de Moebius.
Tenemos aquí un cuarto aspecto importante de la nota al pié a ser conside
rado. ¿Cómo pensar la idea de topología? ¿Y qué sería una banda de Moebius?
La topología se constituyó como una rama de la matemática. Granon-Lafont
(1987) ofrece algunos pasajes históricos para describir su campo. En 1679, Lei-
bniz definió una nueva rama de la matemática, sobre la clasificación latina de
“analysis situs’j cuya traducción para el francés es “étude de la place”, en portu
gués “estudo do lugar” y en español, “estudio del lugar”. Fue en 1750 que la topo
logía avanzó, en el momento mismo en que Euler establece relaciones constan
tes entre vértices, fases y aristas de un sólido convexo. El trabajo de Euler suscitó
varias polémicas, lo que sirvió para reforzar el campo de la topología, ya que in
numerables matemáticos se concentraron en establecer límites posibles para las
leyes propuestas por Euler. Fue por medio de Moebius, en 1861, que una figura
topológica entraría en la historia. Es la banda de Moebius, tema de esta reflexión.
La topología se ocupa del estudio de las formas geométricas, la ciencia de los
espacios y sus leyes o propiedades. Se opone al modelo matemático euclidiano,
considerando que no se trata de estudiar un objeto y el cálculo de su desplaza
miento en el espacio. El énfasis dado a la topología se condice con el estudio del
Escher
38. El número de torsiones en la tira de papel, para realizar una banda de Moebius, debe ser siempre
impar.
tasma, como dirección de tratamiento en la neurosis: el sujeto del inconscien
te, el sujeto barrado —su emergencia en la asociación libre— y el objeto a, ob
jeto causa del deseo, que encuadra el campo de la realidad. Un análisis propi
cia al sujeto del inconsciente atravesar su posición fantasmática, de modo tal de
encontrarse con el objeto a y su consecuente declinación. También vale resal
tar la idea de que no hay nada de mensurable a ser retenido en la estructura de
la banda de Moebius, teniendo en cuenta que ella se reduce al propio corte, así
como la emergencia de lo real, pues también es mensurable.
[...] hay siempre en la fantasía masoquista ese lado degradante, ese lado profanato-
rio que al mismo tiempo indica la dimensión del reconocimiento, y ese modo de rela
ción con el sujeto prohibido, relación con el sujeto paterno. Eso es precisamente lo que
constituye elfondo de la parte desconocida de lafantasía (LACAN, 1957-1958, p. 255).
41. En 1945, Lacan escribe un texto denominado El tiempo lógico y el aserto de certidumbre
anticipada. Un nuevo sofisma, presente en los Escritos. Lacan, al presentar un problema de
lógica cuando presentó una situación que envuelve a tres prisioneros y cinco discos, describe
su solución al teorizar tres tiempos allí presentes. Aquí se destaca la idea de que los tiempos
descriptos, e1instante de la mirada, el tiempo de comprender y el momento de concluir, incluidos
en la resolución del problema lógico, se introducen también en la teorización de los tiempos de
una sesión de análisis. Ese texto sustenta la idea de que una sesión de análisis sigue el tiempo
lógico, y no el tiempo cronológico.
42. Aquí reside una formulación lacaniana acerca de la noción de inconsciente como repetición,
tal como aparece en el Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis
(1964). Es en ese punto que el inconsciente lacaniano se distingue del inconsciente freudiano.
Este último puede ser ilustrado, por ejemplo, con el texto Psicopatología de la vida cotidiana,
de 1901. Freud describe su acto fallido, el olvido del nombre Signorelli, y la aparición, en su
cadena asociativa, de dos nombres sustitutos: Botticelli y Boltraffio. Ese acto fallido, según
Freud, se dio en función de ciertas condiciones: a) hay cierta predisposición para su olvido;
b) ocurrió en un proceso de represión en un tiempo anterior y c) ocurrió una posibilidad de
establecer una asociación extrínseca entre el nombre en cuestión y el elemento antes reprimido.
El inconsciente freudiano es aquello que se manifiesta en los sueños, en los actos fallidos, chistes,
en fin, son las formaciones del inconsciente o, dicho de otro modo y de acuerdo con Lacan, las
manifestaciones del inconsciente son tropiezos, desfallecimientos o rajaduras.
en el significante y por su inscripción en la cadena asociativa, ya que un signifi
cante asume el valor siempre que esté delante de otros significantes.
Para finalizar este tópico, vale retomar a Lacan (1964)43y su articulación de
cura psicoanalítica con el materna de la fantasía y su relación con el objeto a, al
describir dos operaciones importantes: la alienación y la separación. La aliena
ción, como ya fue dicho, se refiere al precio que el neurótico paga por su inscrip
ción en el universo del lenguaje, al someterse al registro de lo simbólico —en
la medida en que el deseo humano se constituye desde su posición delante del
Otro materno—, según el primer tiempo del Edipo, ya que el deseo humano se
establece a partir del discurso del Otro. Ya la separación, condición importante
para la cura psicoanalítica de la clínica de las neurosis, indica la responsabilidad
del sujeto en asumir su propio deseo.
3.3 La p a ra n o ia y el E d ip o en L acan
45. Aquí también vale un comentario sobre la diferencia entre el tipo clínico del autismo, la
esquizofrenia, la melancolía y la paranoia. Cabas (1988) reconoce que en todos los tipos
clínicos citados existe la ausencia del significante Nombre-del-Padre. Sin embargo, propone
una distinción entre autismo y esquizofrenia, por un lado, y melancolía y paranoia, por el otro,
pues las dos primeras son consideradas como psicosis de ausencia, mientras que las otras dos
son psicosis de presencia. De ese modo, se afirma, por ejemplo, que en la melancolía y en la
paranoia hubo una clara inscripción de la función materna.
46. Seminario 5, Las formaciones del inconsciente y De una cuestión preliminar a todo tratamiento
posible de las psicosis.
para que se encuentre con la falta del Otro materno. El niño no se encontró con
el hecho de que no es más el falo de la madre, ya que la completitud imaginaria
típica del primer tiempo del Edipo no fue rota. No existe el pasaje del falo ima
ginario al falo simbólico y la posibilidad de resigniñcación del significante fálico.
Lacan47 atribuye a ese mecanismo el término forclusión, término oriundo de
la lengua francesa, más precisamente del campo jurídico, para designar la im po
sibilidad de apelación de un proceso en función de la pérdida del plazo. Prescri
bió el plazo de apelación de un proceso en el campo jurídico, prescribió el plazo
de inscripción del sujeto en la ley simbólica cuando se refiere a la constitución
de la subjetividad. El término forclusion es traducido como forclusión, neologis
mo de la lengua española usado como equivalente de la Verwerfung freudiana.
El niño, al tenerla oportunidad de encontrarse con la percepción de la diferen
ciación sexual, al ser convocado a atravesar la provocación edípica, rechaza esa
misma percepción y no se inscribe en la división de los sexos.
La consecuencia oriunda de ese mecanismo lógico de constitución de la sub
jetividad de las psicosis —también presente en el tipo clínico de la paranoia— es
la de no someterse al registro de lo simbólico y, por lo tanto, no insertarse en la
lógica discursiva del lazo social. No se establece la lógica del pacto edípico y del
pacto cultural, tal como aparece en Tótem y tabú de Freud (1913), teniendo en
cuenta que en él hay una renuncia pulsional incestuosa y, en contrapartida, una
filiación simbólica ordenada por la ley cultural de la prohibición del incesto, en
el que las relaciones de alianza no coinciden con las relaciones de parentesco.
La forclusión del significante Nombre-del-Padre en el Otro genera conse
cuencias importantes para la reflexión acerca de la subjetividad en la psicosis.
El Otro, en la psicosis, no es barrado, a diferencia de la neurosis, ya que en esa
última estructura clínica existe en el Otro el significante de la castración, lo que
lo torna inconsciente, marcado por la falta y por la presencia de la ley simbólica.
El Otro en la psicosis es consistente. En la paranoia, se habla de otro absolu
to. Quinet (1997) compara la posición estructural48del paranoico con el primer
tiempo del Edipo, ya que el Otro asume un estatuto avasallante, tal como la ma
dre en ese tiempo lógico, teniendo en cuenta que el niño se sujeta a los caprichos
de su deseo, identificado con el falo imaginario de la madre. La falla de la fun
ción paterna —la no inscripción del significante Nombre-del-Padre en el deseo
del Otro— no permitió que el niño saliese de la posición de objeto de goce de la
madre. Faltó también una inscripción en el registro de lo simbólico.
El sujeto psicótico, por estar sujetado a los imperativos del Otro, aprehende
su relación con ese mismo Otro desde el significante, lo que resulta en un dis
curso absolutamente vacío de sentido50. El Otro es tomado por alguien, por un
personaje que sustenta las identificaciones imaginarias del sujeto, de modo tal
de convertirse en un otro perseguidor. “[...] el personaje inicialmente idealizado
se torna en aquel que lo observa, le da órdenes y lo somete a su querer”. (QUI-
NET, 1997, p. 31).
Es común verificar la existencia del otro perseguidor en los contenidos de
lirantes de los pacientes psicóticos. Es lo que veremos en la secuencia, al aden
trarnos en el delirio de Schreber y su formalización.
¿Quién habla? Ya que hay alucinación, es la realidad la que habla. Nuestras premisas
lo implican, si planteamos que la realidad está constituida por sensaciones y percepcio
nes. Al respecto no hay ambigüedad, no dice: Tuve la impresión de que me respondía:
Marrana [...] (LACAN, 1988, p.62).
Es la realidad que habla. La paciente recibe del otro su propia habla.
¿Y el campo de la realidad en la paranoia? La forclusión del Nombre-del-Padr:
del registro de lo simbólico promueve un desencuentro, una hiancia entre el re
gistro de lo simbólico y el registro de lo imaginario. La neurosis trae consigo una
contigüidad entre el Nombre-del-Padre y el falo imaginario, que se encuentran
en un mismo punto topológico. Ya en la paranoia es posible afirmar que hay dos
huecos, tal como aparecen en el esquema I, considerando que el Po es la no ins
cripción del Nombre-del-Padre y el <(>o se condice con la ausencia de la significa
ción fálica. Hay ahí una serie de consecuencias importantes, tales como Quinet
(1997) sugiere, al proponer dos tipos de suplencias para pensar la metáfora deli
rante, la suplencia imaginaria y la suplencia simbólica. La falla de la función pa
terna —la forclusión del significante Nombre-del-Padre— resulta en una conmo
ción de las identificaciones imaginarias del sujeto paranoico, ya que la crisis des
encadenada en Schreber, en función de la irrupción del pensamiento “que bue
no sería convertirme en mujer”, favoreció su disolución imaginaria —punto de
suma importancia para el presente trabaj o, que será retomado más adelante, cuan
do tratemos el narcisismo primario o estadio del espejo e indicaremos aspectos
clínicos pertinentes para la teorización de la demanda del AT en la paranoia—.
En relación a la suplencia imaginaria, su transformación en mujer se refiere
a la idea del primer tiempo del Edipo, lo de ser el falo del otro. Sin embargo esa
condición no era sustentable, porque se aproximaba a la posición homosexual52,
que él abominaba, ya que calificaba a los hombres con quienes vivía como hom
bres que no tenían firmeza. La recomposición de lo imaginario de Schreber, re
presentada en el esquema I, se agudiza con la práctica transexual (i) y una fan
tasía sin mediación de su transformación en mujer (m). La hipérbola m - i con
dice con la muerte del sujeto, en función de la ausencia de la significación fálica.
Es a través de la construcción de la metáfora delirante, al incluir ahí la idea de
la redención —copular con Dios y poblar el mundo con una nueva raza— que
Schreber va a reconstruir su mundo al aproximarse al registro de lo simbólico.
En relación a la suplencia simbólica, Schreber, a lo largo de su delirio, acepta
su condición de convertirse en mujer, no para relacionarse con otros hombres,
sino para ser una mujer de Dios, la mujer que llevaría a la humanidad a la reden
ción, al poblar el mundo de hijos de Schreber con Dios. Desae el lado simbólico,
52. El lector puede recordar la hipótesis freudiana acerca de la etiología de la paranoia. Freud
había sostenido la hipótesis de que Schreber desarrolló su delirio en función de una defensa
frente a la pulsión homosexual. De hecho se confunde la posición homosexual con la idea del
empuje a la mujer, esa sí es una manifestación presente en la crisis del paranoico, tal como fue
descrlpto en el cuerpo de este texto.
(M) representa a su creador —Dios— y a las criaturas de la palabra, donde resi
den una serie de alucinaciones. Ya lo (I) representa el lugar de la identificación
ideal, aquí tomado como el ideal del Otro, Otro absoluto —amado u odiado—,
capaz de capturar al sujeto en trampas. Lo I, según Quinet (1997), se constitu
ye como el vacío de la ley o su “Orden del Mundo”, la redención, posición que lo
restituirá al campo de la realidad y la contención de una imagen. La hipérbola M
- 1 contornea la forclusión del Nombre-del-Padre, el Po, marcado por una asín
tota que nunca llega a su fin. La suplencia simbólica le permitirá la recomposi
ción del eje de lo imaginario, lo que resultó en consolidar una relación de amis
tad con su mujer, a pesar de la práctica transexual y de la metáfora delirante de
ser la mujer de Dios. El restablecimiento de la realidad para Schreber le permi
tió recibir el alta del hospital y retornar a la convivencia familiar.
Pero si el eje M - 1 compone una curva que no se delimita, ¿cómo se puede
pensar en una estabilización en la metáfora delirante de Schreber? Lacan (1953-
1954), en el Seminario 1, Los escritos técnicos de Freud, indicó la necesidad del
registro de lo simbólico para el establecimiento de las posiciones imaginarias del
sujeto en el mundo, considerando que “no puede establecerse ninguna regula
ción imaginaria, verdaderamente eficaz y completa, si no es mediante la inter
vención de otra dimensión” (LACAN, 1953-1954, p. 166).
Ahora bien, aquí reside un punto importante y que genera ciertas confusiones en el de
bate acerca de la constitución del sujeto del inconsciente en la paranoia, pues la afir
mación de que ese sujeto rechaza la percepción de la castración en la mujer, o entonces
de que el significante Nombre-del-Padre estáforcluído, no permite sostener la hipótesis
de que no existe la incidencia del registro de lo simbólico en la clínica de la paranoia.
El campo de la realidad en el esquema 1 indica la superposición del mismo sobre el re
gistro de lo imaginario, donde inclusive se establece la relación de Schreber con el otro,
marcado por un límite establecido por lo simbólico, aunque ese límite sea distorsiona
do. “[...] se le hace habitable, pero también que [...] distorsiona, a saber retoques ex
céntricos de lo imaginario I y de lo simbólico S, que [...] reducen al campo del desnivel
entre ambos” (LACAN, 1957-1958, p. 580).
53. António Quinet profirió una conferencia en Sao Paulo, Brasil, en la EPFCL-SP (Escola de
Psicoanálise dos Fóruns do Campo Lacaniano), para lanzar su libro Psicose e lago social, Ed.
zahar,
que el esquema I conlleva la misma Idea de formalización presente en el esque
ma R, en lo que concierne a las instancias psíquicas presentes en la delimitación
del campo de la realidad —el narcisismo primario o estadio del espejo y el Ideal
del yo, aquí entendido como Ideal del Otro no barrado—, instancias que animan
la estructura, considerando que imprimen en la formalización del esquema I una
dimensión del tiempo en la dirección de tratamiento de la paranoia. Quinet, sin
embargo, afirmó que no existe trabajo alguno en que se presente una propuesta
de construcción de una figura topológica para el campo de la realidad en la para
noia, tal como existe para la banda de Moebius, efectiva a partir del corte y de la
torsión del campo de la realidad en el esquéma R. Sin embargo, es posible extraer
del esquema I apuntamientos importantes, en aquello que su formalización de
muestra, tal como fue dicho anteriormente y como se verificará a continuación
El desencadenamiento de una crisis se da en función de una apelación del re
gistro de lo simbólico imposible de responder para el sujeto. Ahí reside el fun
damento teórico para pensar el desencadenamiento de una crisis, o llamado de
la realidad para que el sujeto ocupe un lugar cuya imposibilidad es estructural,
ya que existe la apelación al Nombre-del-Padre que fuera forcluído.
La realidad del sujeto en la psicosis, según Quinet (1997), es determinada por
la relación del sujeto con el significante, formateada por el registro de lo imagi
nario y que puede ser esquematizada de la siguiente manera, en tres tiempos:
54. Aquí es posible asignar la bella metáfora de Freud empleada para describir ese proceso, en este
caso, la imagen de la sepultura del mundo descripta en el capítulo anterior.
[ . . . ] catatonía cuando él ve su nombre en la sección de obituarios en los periódicos.
[ ...] lo imaginario del yo [ ...] se disuelve, se despedaza y toda la estructura cortante del
espejo se manifiesta con su filo mortal (él es reducido a un “cadáver leproso” duplicado)
y el mundo es desinvestido (Q U IN E T , 1997, p.54).
[ ...] una indicación clínica bastante precisa [...] : lo que constituye el sufrimiento del su
jeto es justamente esa dispersión, ese despedazamiento de goce, siendo eminentemen
te terapéutico y apaciguador el intento de condensar el goce en un objeto fuera del su
jeto (Q U IN E T , 1997, p. 70).
[.. Jen lo inconsciente, todo no está tan sólo reprimido, es decir desconocido p o r el suje
to luego de haber sido verbalizado, sino que hay que admitir, detrás del proceso de ver-
balización, una Bejahung prim ordial, una admisión en el sentido de lo simbólico, que
puede a su vez fa lta r (1955-1956, p. 21).
Se produce entonces algo cuya característica es estar absolutamente excluido del com
promiso simbolizante de la neurosis, y que se traduce en otro registro, por una verda
dera reacción en cadena a nivel de lo imaginario [ ...] (LA C A N , 1955-1956, p. 104).
Una exigencia del orden simbólico, al no poder ser integrada en lo que ya fu e puesto en
juego en el movimiento dialéctico en que vivió el sujeto, acarrea una desagregación en
cadena, una sustracción de la trama en el tapiz, que se llama delirio. Un delirio no ca
receforzosamente de relación con el discurso normal, y el sujeto es harto capaz de co
municárnoslo, y de satisfacerse con él, dentro de un mundo donde toda comunicación
no está interrumpida (LA C A N , 1955-1956, p. 105).
No, hay que abordar lo que sucede en la psicosis en otro registro. No conozco la cuen
ta, pero no es imposible que se llegue a determinar el número mínimo de puntos de li
gazón fundamentales necesarios entre significante y significado para que un ser huma
no sea llamado normal, y que, cuando no están establecidos, o cuando se aflojan, ha
cen el psicótico (LA C A N , 1988, p.304).
[ ...] Ambas formas, la más plena y la más vacía, detienen la significación, son una es
pecie de plomada en la red del discurso del sujeto. Característica estructural que, en el
abordaje clínico, permite reconocer la rúbrica del delirio (LA C A N , 1955-1956, p. 44).
Es sugerente ver que, para que todo no se reduzca de golpe a nada, para que
toda la tela de la relación imaginaria no se vuelva a enrollar de golpe, y no desa
parezca en una oquedad sombría de la que Schreber al comienzo no estaba muy
lejos, es necesaria esa red de naturaleza simbólica que conserva cierta estabili
dad de la imagen en las relaciones interhumanas (LACAN, 1955-1956, p. 117).
A pesar del sufrimiento brutal que la crisis psicótica produce, es bastante co
mún verificar una completa aversión del sujeto a cualquier posibilidad de proxi
midad de alguien que pueda tratarlo. Vimos que el origen del AT está ligado a
casos en los que el paciente no adhería a la oferta de tratamiento en la institu
ción y, por consiguiente, permanecía en la clausura o aislamiento. Fue allí don
de surgió —esa es al menos una versión al respecto del origen del AT— la idea
de que alguien ligado a un equipo institucional pudiese ir al encuentro del pa
ciente para crear una demanda de tratamiento —que viene de otro en el primer
momento—, pero posteriormente legitimada por el propio paciente. El acom
pañante terapéutico aquí se aproxima a la ética del psicoanálisis, según la cual el
deseo del analista6 implica una apuesta en el sujeto del inconsciente.
Otro aspecto a ser considerado es la cuestión del concepto de transferencia y
su articulación con la noción de encuadre o setting analítico. ¿El fenómeno de la
transferencia ocurre solamente en el consultorio? ¿El setting analítico es el pre
supuesto que antecede o garantiza el fenómeno transferencial? Aquí reside un
punto importante de discusión, pues notamos, a lo largo de la historia del psi
coanálisis, una tendencia en condicionar la ocurrencia de la transferencia a la
existencia del setting, como si este último le atribuyera un valor de garantía para
su existencia. Si de hecho eso ocurriese, no sería posible pensar en la noción de
transferencia y sus manejos en el AT, teniendo en cuenta que la transferencia es
la condición necesaria para que haya psicoanálisis. La transferencia no se de
fine por un territorio físico, su manifestación no depende de las paredes de un
consultorio. Afirmamos que su existencia está en otras relaciones no solamen
te entre un paciente y un psicoanalista. La transferencia, a modo de ilustración,
ocurre en un aula, entre profesor y alumnos, entre psicoanalistas en una escue
la de psicoanálisis, etc.
Siendo así, podemos problematizar la noción de setting para interrogar su su
puesta validez como garantía para la ocurrencia de un “buen” psicoanálisis. Por
setting se entiende un conjunto de reglas7 más o menos establecidas que sostie
nen la intervención analítica, tales como el pago de la sesión, su tiempo de du
ración, la frecuencia de sesiones en una semana, la disposición de los muebles
en un consultorio y, en ese sentido, el uso del diván, entre otros. Ahora bien, lo
que se percibe es una especie de marco de prerrogativas absolutamente exter-
9. O cualquier otra posición en que se encarne un ideal, tal como Pommier (1998) describe la
posición del analista, en la transferencia, con la clínica de las psicosis.
10. La cuestión primordial pasa por un saber del analista, al respecto del punto de vista teórica*
de cómo se posiciona en la transferencia, sin decir nada de especial al respecto. “La posiciójjj
, de la transferencia necesita de tal saber” (POMMIER, 1997, p.38).
tución del significante Deseo de la Madre por el significante Nombre-del-Padre,
por no haber tenido un acceso a la significación fálica, y, de ese modo, el para
noico estructurarse, desde el punto de vista de su subjetividad, a partir de una
cierta posición de exteriorización frente al registro de lo simbólico, el sujeto pa
ranoico se concentra solamente en el significante.
Puede creerse que en una psicosis todo está en el significante. Todo parece estar ahí
No conozco la cuenta, pero no es imposible que se llegue a determinar el número m íni
mo de puntos de ligazón fundamentales necesarios entre significante y significado para
que un ser humano sea llamado normal, y que, cuando no están establecidos, o cuan
do se aflojan, hacen el psicótico (LA C A N , 1955-1956, p. 304).
Sin embargo, Colette Soler, en ese punto específico, formula la siguiente cues
tión: “¿Será posible que dijéramos, por ejemplo, que el significante representa a
Schreber en su delirio?” (SOLER, 2007, p. 64).
Su respuesta es negativa. Allí reside una precisión teórica importante, tenien
do en cuenta que hay elementos para discernir mejor la estructura del delirio de
Schreber, de modo tal de posibilitar la localización del sujeto en esa misma es
tructura. Siguiendo la lógica del comentario de Soler, el significante representa
ría antes a Dios, como el significante primordial, Sr Al lado de Schreber, en su
delirio, él se ubica desde dos perspectivas. La primera de ellas se condice con la
incesante tarea de completar las frases interrumpidas que le son dirigidas, sin
ningún descanso. Delante del otro absoluto, no barrado, Schreber se vio obliga
do a complementar las significaciones. Las voces convergen en Schreber, lo que
permite afirmar, según Soler, que las
[ . . . ] voces representan a Dios en otro significante, del cual Schreber hace las veces, en
su recepción paciente, sistemática y automática de todas las voces, que él completa con
la significación de ellas (S O LE R , 2007, p. 64).
12. Lacan, en La dirección del tratamiento y los principios de su poder, de 1958, propone, según
sus propias palabras, poner al analista en el banquillo, problematizar la acción del analista de
acuerdo con su propuesta de retorno a Freud. Una vez más, resurge el debate entre su posición
acerca de los psicoanalistas de la Escuela Inglesa y los psicoanalistas fundadores de la corriente
denominada Psicoanálisis del yo, ampliamente difundida en Estados Unidos. Lacan, al
problematizar los principios del poder de un análisis, defiende la idea de que el analista se depara
con la política, la estrategia y la táctica. La política del psicoanálisis, de manera bien resumida,
se define a partir de la ética del psicoanálisis, en la medida en que la política es sostenida por
la ética del deseo, o del sujeto del inconsciente, lo que exige, por parte de un analista, que se
sitúe al lado de la falta-en-ser, en vez de priorizar la construcción de un ego más fortalecido,
al menos en la neurosis, como criterio para la dirección del tratamiento psicoanalítico. La
estrategia, también ligada a la falta-en-ser del analista, es comparada con el lugar de muerto
que ocupa el participante de un juego de bridge, en el momento en que se inicia una ronda y
en que sus cartas son presentadas en la mesa. El lugar de muerto, al tratarse de la transferencia
en un análisis, consiste en un analista posícionado al lado de la falta-a-ser, pues así es posible
soportar el lugar que le es dado en la transferencia, al tener, inclusive, un analista, que pagar esc
precio. En lo que se refiere a la política y a la estrategia, Lacan afirma que el analista no posee
libertad para modificarla. Con relación a la táctica, es posible considerar que algo del estilo
del analista, de acuerdo con su singularidad, pueda estar presente, mientras que la táctica esté
en conformidad con la política y la estrategia. Como fue visto, el problema del manejo de la
transferencia en la paranoia también se sitúa al lado de la falta-a-ser, dado que el lugar de vacío
sugerido para operar la transferencia en la paranoia, consiste, también, en no responder desde
una posición especular, tal como ya vimos.
tancias psíquicas denominadas narcisismo primario, o el ideal, o estadio del es
pejo y el ideal del yo, en el caso de la paranoia, es absoluto o no barrado. Fue
visto que el uso de la topología13 en la neurosis —más precisamente de la ban
da de Moebius— anima la estructura, de modo tal de orientar el movimiento
de un análisis entre el yo ideal y el ideal del yo —pero que puede ser compren
dido como el ideal del Otro barrado—. El tratamiento analítico en la neurosis
se sitúa entre las instancias psíquicas mencionadas. En relación a la clínica de la
paranoia, es posible situarla entre el narcisismo primario y el ideal del yo, m an
teniendo, es claro, la especificidad del ideal del yo —no barrado— en ese modo
específico de estructuración subjetiva.
Las viñetas clínicas apuntan para esa misma dirección, de modo tal de de
terminar, inclusive, los tiempos en la dirección de tratamiento en el AT, que se
inicia en el momento en que un paciente se encuentra según aquello que Freud
denominó como neurosis narcisista, momento en el cual la libido está dirigida
para el yo del paciente, hasta la posibilidad de establecimiento de la transferen
cia al analista —o el redireccionamiento de la libido a un objeto—, de modo tal
de propiciar la instalación del dispositivo de tratamiento.
13. El esquema I —o esquema que examina el deliro de Schreber— tiene una semejanza con el
Esquema R, considerando que en ambos existe el campo de la realidad delimitado por las
instancias denominadas yo ideal o el ideal del yo. En la paranoia, el ideal del yo no es barrado,
lo que hace que el campo de la realidad se constituya a partir de asíntotas que tienden al infinito.
En comunicación oral, Antonio Quinet afirmó que la semejanza entre los dos esquemas podría
sugerir la idea de que el campo de la realidad, en la paranoia, sea también concebido en términos
topológicos, tal como Lacan lo hizo en la neurosis, al disponer de la figura denominada banda
de Moebius. No obstante, queda aun una pregunta: ¿sería posible formar una figura topológica
con el campo de la realidad en la paranoia? Según Antonio Quinet, ese interrogante todavía
permanece abierto...
encontró con el siguiente obstáculo: o permanecía allí o tendría que soportar la
presencia de un acompañante terapéutico para que le diera los medicamentOl
necesarios, al menos en los cinco días hábiles de la semana. Esa era la condición
de su psiquiatra para autorizar su salida de la clínica. Una condición impuesta
por el otro, que no le ofrecía muchas alternativas. Otro le era insoportable, pero
permanecer en una clínica psiquiátrica parecía ser un sacrificio todavía mayor.
Después de resistirse un poco, Emerson estuvo de acuerdo con la posibilidad de
tener, diariamente, un acompañante terapéutico para que le diera los medica
mentos en su apartamento. La estrategia funcionó... Fue posible establecer un
acuerdo que aseguraba la entrada del acompañante terapéutico para viabilizar
un tratamiento posible.
El día de la presentación del acompañante terapéutico al paciente, en la clí
nica psiquiátrica, ocurrió según lo esperado. Emerson fue taxativo: “Me vas a
dar el remedio y después, ¡te vas! No quiero saber nada con esa historia de te
ner a alguien molestándome”. Por su parte, el acompañante terapéutico acató
las palabras de él, seguro de que quedaba por delante un tiempo previo impor
tante para que su presencia dejase de ser algo aterrador, teniendo en cuenta que
el otro, para el paciente en cuestión, en aquel momento, todavía se presentaba
como un objeto amenazador. Fue establecido el acuerdo entre el psiquiatra, el
paciente y el acompañante terapéutico, lo que permitió la definición de un ho
rario y el inicio del tratamiento.
Día tras día, semana tras semana, el acompañante terapéutico tocaba pun
tualmente el portero eléctrico del apartamento de Emerson para darle los reme
dios indicados. El ritual parecía ser siempre el mism o... La puerta de la cocina
se abría, y Emerson, desconfiado, abría solamente una rendija que posibilitaba
al acompañante terapéutico darle los remedios. Emerson delimitaba la fronte
ra de su territorio. Era como un aviso: “¡no entres aquí!” No obstante, el énfasis
dado no recaía exactamente sobre la prohibición, sobre el límite, pero sí sobre la
apertura que le ofrecía, lo que legitimaba una apuesta al sujeto.
Después de algunas semanas, Emerson comenzó a abrir la puerta de la coci
na por completo, ofreciendo una oportunidad de que el trabajo del acompañan
te terapéutico se hiciera efectivo, de modo tal de ocupar un lugar en el disposi
tivo de tratamiento. La apertura ofrecida por Emerson no fue inmediatamen
te aprovechada; el acompañante terapéutico esperó una invitación de Emerson
para entrar en su apartamento.
* * *
[...] Pero, más profundamente, el psicótico se sitúa en una especie de punto de horror,
anteriora una temporalidad, un punto deparada, de suspenso, en que todavía no está
configurada una imagen del cuerpo, en un estado de inacabamiento radical, donde no
hay olvido ni surgimiento. La idea [...] es que deberíamos poder sostener para los psi
cóticos un punto que es al mismo tiempo de olvido y de espera. [...] Deberíamos poder
estar allí donde comienza el tiempo, y con él la posibilidad de alguna forma, de alguna
decisión, dejar correr el tiempo para que pueda surgir el buen momento de hacer algu
na cosa (PELBART, 1993, p.35).
14. Sus consideraciones se basan en un articulo de Jean Oury, denominado “La temporalité dans
la psychose”, publicado en Armando Verdiglione (Org.). La folie dans la psychanalyse. Paris:
Payot, 1977.
15. Es claro que la función del AT se inscribe como una forma de tratamiento que, así como todas
las otras, merece su pago, jcuestión ética que es indiscutible!
to. Se hablaba, hasta hace poco, de la paradoja de la transferencia en la clínica de
la paranoia stricto sensu, el caso de una presencia vacía... lo mismo sucede con
el acompañante terapéutico en ese momento subjetivo de completa fragmenta
ción de lo imaginario. Es prudente que los movimientos del acompañante te
rapéutico —su presencia, su distanciamiento, su mirada— establezcan una dis
tancia necesaria para que el sujeto cree movimientos propios de aproximación,
haga de ese acontecimiento algo soportable.
Por último, vale comentar la indicación clínica al respecto del establecimiento
de una transferencia de tratamiento. Evidentemente, la propuesta de casamiento
hecha por Emerson no se refería a una elección homosexual —después de todo,
la paranoia, según Lacan, no se condice con una defensa de la homosexualidad,
sino con la idea del empuje a la mujer, con el ser el objeto de goce del Otro—.
El paranoico reactualiza la posición del niño ante su madre en el primer tiempo
del Edipo, posición marcada por ser objeto de goce del Otro.
Es posible afirmar que el AT cubre una carencia importante en la dirección
del tratamiento de la paranoia, más precisamente entre el momento de eclosión
de una crisis hasta el primer paso para hacer efectiva la instalación del disposi
tivo de tratamiento, o establecimiento de una transferencia favorable para el tra
bajo analítico. En ese sentido, se puede afirmar que la frase de Emerson “Vamos
a casarnos” confirma la idea de que la transferencia erotizada se constituyó, se
gún lo que Pommier comentaba, y que confirma, por lo tanto, la condición pre
via para la instalación del dispositivo de tratamiento. De lo terrorífico al objeto
de amor absoluto... De acuerdo con la idea de Freud, que lo contrario del amor
no es el odio, sino la indiferencia, se afirma que ambas facetas, tanto la del otro
aterrorizador como la del otro amado, adquieren el mismo estatuto del vínculo
entre la madre y el bebé en el primer tiempo del Edipo. Vale recordar el estatuto
de la función materna y su intrusión en el cuerpo del bebé —por su presencia, se
inscribe el significante—, de modo tal de humanizar un pedazo de carne a través
de la identificación con el rasgo unario y, por lo tanto, con el registro de lo sim
bólico. En ese tiempo, es el otro que sabe lo que ocurre en el cuerpo del bebé...
De ese modo, es posible trazar un paralelismo entre ese momento previo
de construcción del dispositivo de tratamiento y aquello que Freud teorizó so
bre el juego del carretel, denominado como fort-da, presentado en el texto Más
allá del principio de placer y ya citado a lo largo de esta argumentación teórica.
El niño para simbolizar la ausencia de la madre, establece un juego de lenguaje
para justamente simbolizar la falta —la falta que se inscribe a partir de una pre
sencia establecida anteriormente—. Ahora bien, el AT sirve como una valiosa
estrategia para el establecimiento de una transferencia favorable al tratamiento
según la misma lógica descripta en el juego mencionado. Para que la faceta del
amor incondicional sobresalga delante del odio, es necesario que se creen, en la
estrategia, condiciones para que la alternancia presencia-ausencia se establezca,
pues solamente así será posible una autorización del sujeto, en la transferencia,
para la instalación del dispositivo de tratamiento.
El setting es una garantía y una necesidad para la realización del trabajo. En la prác
tica del acompañante, es evidente que el setting no está ligado al espacio físico: donde
quiera que estén terapeuta y paciente, el setting está presente. A esta presencia que re
corre el espacio físico, a este campo se lo denominó setting am bulante (FULGENCIO
JÚNIOR, 1991, p. 234).
En otro texto escrito por Cenamo et alii (1991), encontramos la idea de que
el encuadre clínico y la función del acompañante terapéutico se definen a par
tir de determinada tarea.
La noción de setting ambulante trae consigo una movilidad en doble sentido.
Movilidad en cuanto a la propia característica del trabajo de AT, pues, al final, se
trata de una clínica de circulación. Acompañante terapéutico y paciente pudie
ron escoger y recorrer caminos... en la ciudad y, así, se abrió el campo para que
la transferencia se instale. Pero la idea de movilidad está también presente en las
posibles transformaciones de dirección del tratamiento. Luego, la definición de
encuadre en función de una determinada tarea es pertinente.
Vimos que la definición de setting dentro del acompañamiento terapéutico
depende de la tarea. Hay algo que se fija en el encuadre, en este caso, la determi
nación del horario y la frecuencia. Está claro que cada caso tiene un modo par
ticular de establecimiento del encuadre. Sin embargo, aseguramos que esa es la
condición fundamental para recibir al sujeto, ya que están dadas las condicio
nes para propiciar el juego presencia-ausencia que tanto le falta y, por lo tanto,
el campo posible para el manejo de la transferencia y sus cálculos. En el caso re
latado, queda clara la pertinencia de esa estrategia de instalación del dispositivo
terapéutico, ya que la disponibilidad del acompañante terapéutico de ir al en
cuentro del paciente implicó para el sujeto tener que lidiar con su ambigüedad,
su pedido de ayuda y un rechazo. Desde el punto de vista del acompañante tera
péutico, hubo una apuesta en los recursos disponibles del paciente, apuesta sos
tenida in locu. Por último, resaltamos que allí está la riqueza de este dispositivo,
ya que ocurrió, en este caso, un acogimiento efectivo del sujeto. ¿Sería posible la
realización de esa tarea si el acompañante terapéutico estuviese imbuido de una
concepción de setting tradicional? ¿Será que no es el caso de acordar con lo di
cho: si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma?
* *
21. Para esta discusión, sugerimos la lectura de Freud, Sobre los recuerdos encubridores, de 1899.
tor y que se repita esa misma operación con el otro vector. La consecuencia de
esas dos operaciones reside en el encuentro entre esas dos rectas trazadas pos
teriormente, en otro punto que no es el del vértice presente en el encuentro de
las dos fuerzas inicialmente representadas. La fuerza resultante de las dos fuer
zas puede ser representada, gráficamente, a partir de los dos puntos establecidos
en ese procedimiento, en este caso, el vértice inicial donde se pusieron las fuer
zas iniciales y el punto presente entre el cruce de las rectas trazadas posterior
mente. La representación de esa tercera fuerza, denominada fuerza resultante,
equivale a la acción de las dos primeras fuerzas existentes en el sistema inicial.
Podemos pensar el conflicto psíquico de esa misma manera. Por un lado, hay
una pulsión sexual, de carácter inconsciente, que implica una representación.
Por el otro, existe la pulsión yoica o de autoconservación —que en ese momen
to de la teoría freudiana puede ser comparada con la moral—, ligada a la cons
ciencia y que se verá amenazada por la acción de dos fuerzas que tienen, entre
sí, destinos distintos. Por un lado, la pulsión sexual anhela la satisfacción; por el
otro, el objeto a ser elegido por la pulsión sexual amenaza la integridad yoica y,
como consecuencia, se establece el conflicto. El síntoma es la consecuencia del
conflicto entre dos fuerzas y puede ser descripto como un acuerdo entre la ac
ción de esas mismas fuerzas. Hay una solución de compromiso —una especie de
acuerdo entre las partes—, dado que el representante de la pulsión sexual, en el
síntoma, se torna desfigurado y su retorno deja de amenazar la integridad yoica.
De ese modo, interrogamos el estatuto del síntoma en la clínica psicoanalíti
ca22 de la neurosis. A diferencia de la ética médica, en la que el síntoma es pen
sado como un disturbio que exige remoción —ya que se detecta su etiología y
la acción incide en la causa del síntoma para ser removido—, el síntoma articu
lado al psicoanálisis asume otro estatuto. Además, y como ya fue dicho, Freud
abandonó la teoría del trauma y la teoría de la seducción —su bies mecanicista
del síntoma— para conferirle una nueva atribución. El síntoma psicoanalítico
no es pasible de ser removido, sino de ser interrogado.
La presencia de alguien que sufre delante de un psicoanalista no es algo tri
vial. Se sabe que ese movimiento, el de procurar un análisis, indica una predis
posición importante por parte de ese candidato. Existen innumerables formas de
lidiar con el sufrimiento humano en nuestra contemporaneidad, tales como la
confesión de un cura, una visita a una casa de culto umbanda, la invitación he
cha a un amigo para tomar una cerveza, el uso de medicamentos o hasta el uso
22. El argumento que se presenta a continuación es una síntesis de dos conferencias introductorias
de Freud, que datan de los años 1915-1916, cuyos títulos son El sentido de los síntomas y Fijación
al trauma, lo inconsciente, conferencias de número 17 y 18, respectivamente.
de drogas ilícitas, libros de autoayuda, entre otros. Hay varias posibilidades de
encauzar el sufrimiento humano, e ir al psicoanalista es solamente una, de entre
tantas. No obstante, marcar un horario para una entrevista es una actitud valio
sa, que debe ser manejada con mucho cuidado.
La instalación del dispositivo analítico no es algo dado apriori, sino construi
da por el modo en que un analista interroga el síntoma neurótico, considerado
como equivalente del sufrimiento psíquico23. Freud sugiere el término neuro
sis de transferencia24, en que una neurosis artificial es constituida, en la transfe
rencia, a partir del sufrimiento del candidato a un análisis. Aquel que sufre acos
tumbra a responsabilizar a los objetos de la realidad como causantes de su sufri
miento. Establecer una neurosis de transferencia significa realizar un giro, sig
nifica para el candidato al análisis salir de una posición de víctima, por el dolor
que siente a causa de los otros, para adoptar otra posición, la de responsabilizar
se por el propio sufrimiento. La queja se transforma en una dem anda25 dirigida
al analista. Por su parte, el analista sostiene una “cara de nada”, hace semblante
de saber, recibe la dirección de la cuestión y, en contrapartida, pide al analizan
te26 que hable más, que se explaye sobre la pregunta que le formuló... El acento
recae, una vez más, en sostener el descubrimiento fundamental de la asociación
libre —que también ocurre en el momento del tratamiento de ensayo o entre
vistas preliminares—, con el objetivo de sustentar la posición ética del psicoa
nálisis, que el propio analizante va a encontrar las respuestas a sus interrogantes.
De acuerdo con Quinet (1999), la formulación del diagnóstico psicoanalíti-
co coincide con la construcción del dispositivo analítico, lo que, en el caso de la
neurosis, se condice con la transformación del sufrimiento psíquico en cuestión
de análisis y con el lugar consecuente en que el candidato al análisis sitúa al ana
23. Antonio Quinet, en su libro denominado As 4+1 condifóes ern análise (Rio de Janeiro:
Jorge zahar, 2005), también es bastante esclarecedor en cuanto al tema de los elementos que
componen la técnica psicoanalítica de la clínica de las neurosis, el uso del dinero en el análisis
y aquello que se espera como producto final de un análisis.
24. Discusión presente en los artículos sobre la técnica psicoanalítica, constantes del volumen 12
délas Obras completas de Freud, 1911-1915.
25. Freud sugiere, en el texto Fijación al trauma, lo inconsciente (1916), un modo interesante de
interrogar el síntoma. Preguntas del tipo desde cuando, cómo fue, son recomendables porque
llevan al candidato al análisis a remitirse a las cuestiones de su propia novela familiar, punto
fundamental para la elaboración de una demanda analítica.
26. Existe una discusión interesante acerca del modo en que se denomina a aquel que se somete a
un análisis. Existen muchas expresiones, tales como: paciente, cliente, analizante, y analizado.
La expresión analizante tiene un sentido interesante, en la medida en que se le atribuye la idea
de que aquel que se somete a un análisis tiene un papel activo en los descubrimientos sobre sí
mismo.
lista: como aquel que posee un saber sobre su dolor. El neurótico tiene dudas so
bre la propia existencia, dudas que remiten a la propia división del sujeto, y diri
ge una suposición de saber hacia el analista. Se puede afirmar que el neurótico,
bajo el bies de la duda, acaba por sostener una de las paradojas psicoanalíticas,
ya que la construcción de su dispositivo pasa por la creencia de que el analis
ta es poseedor de una verdad personal para él, al mismo tiempo que, de hecho,
lo que interesa en un análisis es la construcción de un saber sobre sí mismo, sa
ber que está al lado del propio analizante, pero que, en el momento de la formu
lación de la cuestión analítica, el candidato a análisis, inclusive, se enfrenta con
ese saber inconsciente. Tal enfrentamiento es importante, pues sirve como una
especie de motor para la manutención de la asociación libre —que además, de
libre no tiene nada, dado que es determinada por el inconsciente, una paradoja
más de la técnica psicoanalítica—.
Por último, la oferta del diván coincide con ese momento de formulación
de la cuestión analítica. Su oferta coincide con algunos puntos: existe, por par
te del analista, un consentimiento de que él será responsable de la conducción
de ese análisis, consentimiento que asume un estatuto de acto. Un analista, al
ofrecer el diván a aquel que en otro momento era un candidato a análisis, pasa,
en ese momento, a tomarlo como su analizante, asumiendo los pros y los con
tras de esa decisión. Por parte del analizante, acostarse en el diván es barrar la
pulsión escópica: al retirar la figura del analista de su campo de visión, el ana
lizante, en la asociación libre, tendrá más comodidad para avanzar en sus aso
ciaciones libres —lo que otorga al diván una dimensión ética— al propiciar un
apagamiento del analista y, en consecuencia, favorecer la emergencia del obje
to a, la faceta de goce del ser y el encontrarse con su falta, a lo largo de la tra
vesía del fantasma.
¿Y la paranoia? ¿Cómo se da allí la construcción del dispositivo de tratamiento?
27. Incurable, pues como ya vimos, una vez determinada la estructura psicótica, en el momento
de estructuración de la subjetividad en la primera infancia, no es posible modificarla.
que no puede ser : nbolizado, cuando un profesional maneja la transferencia
según la indicación clínica ofrecida por Lacan en el Seminario 3, Las psicosis, la
de ser secretario del alienado, para posibilitar al sujeto reconstruir su historia.
Así mismo, la presente discusión se circunscribe en torno de la instancia psí
quica denominada narcisismo primario, yo ideal o estadio del espejo. El lector
puede recordar el esquema I de Lacan, en el cual, al trabajar la construcción de
la metáfora delirante, incluyó también otra instancia psíquica, el ideal del yo
no barrado y la consecuente suplencia simbólica. Eso hace posible afirmar que
la dirección del tratamiento se orienta entre ellos. Hasta aquí, desde la discu
sión acerca de la demanda del otro a la instalación del dispositivo de tratamien
to, quedamos ligados —en cuanto al material clínico— al narcisismo primario,
al yo ideal o al estadio del espejo. La inclusión del ideal del yo no barrado en la
discusión del tratamiento posible de la paranoia supone otro tiempo, posterior
a la instalación del dispositivo de tratamiento, tal como será presentado en los
próximos capítulos.
Por último, constatamos innumerables trabajos existentes en la literatura psi
coanalítica sobre la construcción del dispositivo analítico en la neurosis y una
enorme escasez sobre la instalación del dispositivo de tratamiento en la para
noia, lo que nos indica una cuestión: ¿hay manera de formalizar la entrada de
un paranoico en un tratamiento posible?
C a p ítu lo 5
Joyce tiene un síntoma que parte de que su padre era carente, radicalmente carente. Sólo
habla de eso. He centrado la cosa en torno del nombre propio y he pensado que por que
rer hacerse un nombre Joyce compensó la carencia paterna [...]
Es claro que el arte de Joyce es algo tan particular que el término sinthome es justo el
que le conviene (LACAN, 1975-1976, p. 91).
I. Porge (2006) destaca el hecho de que Lacan deseó designar el campo del goce como el campo
lacaniano, Existen, de hecho, varias modalidades de goce, tales como “goce mortal, el goce del
ser, el goce Mito, el h<h r del Otro, el plus de gozar” (PORGE, 2006, p. 249),
terminados según el caso. Por eso, se afirma que lo real implica, en su sentido
más estricto, la idea de que cada uno de sus elementos sea idéntico a sí mismo.
Aun resta articular la noción de goce del ser o real con el uso de la topología,
pues introducimos en ese contexto la teoría de los nudos borromeos. ¿Cómo
pensar el concepto de topología?
Lacan (1973-1974) establece una equivalencia entre estructura clínica y to
pología. La topología, por no ser una metáfora o un modelo, acaba por nodular
el goce del ser o lo real del goce, así como la estructura —donde se manifiesta lo
real a través del lenguaje—. La topología es un saber sobre la posición del suje
to del inconsciente ante lo dicho y el decir.
La posición desde donde habla el sujeto, y donde aloja su goce, lo sitúa en una topolo
gía de los dichos, con efectos de sentido, en los cuales existe un decir, [...] un discurso,
fuera de sentido por él mismo (PORGE, 2006, p. 226).
Existe, por lo tanto, una correlación entre lo dicho y el decir, y lo dicho asu
me una condición de verdad. La verdad, a diferencia del mandamiento jurídi
co de decirla toda, en la experiencia analítica puede ser dicha solamente por la
mitad, por el medio-decir [...] toda la verdad, es lo que no puede decirse. Ella
sólo puede decirse a condición de no extremarla, de sólo decirla a medias. (LA-
CAN, 1973-1974, p. 124).
Tal imposibilidad, la oposición al mandamiento jurídico, se explica en fun
ción de que el goce del ser asuma el estatuto de límite, que puede ser elaborado
a partir del semblante del analista. La clínica psicoanalítica apunta a una expe
riencia que busca un saber sobre la verdad.
Lacan (1973-1974), en ese momento de su enseñanza, se preocupó por rea
lizar un paso importante sobre la teorización de lo real a través de la formaliza-
ción matemática, al disponer de la figura topológica del nudo borromeo de tres
elementos, siendo que cada uno de ellos representa el registro de lo real (R), de
lo simbólico (S) y de lo imaginario (I). Vale resaltar que cada uno de los regis
tros citados no asume un valor mayor que el otro. No hay una jerarquía entre
ellos, lo que entonces se podría escribir I.S.R. o mediante cualquier otra combi
nación posible. Para Lacan, la topología sirve como una estrategia de formali-
zación de los límites, de los obstáculos de un análisis o, según Lacan, “los pun
tos de impasse, de sin salida, que muestran a lo real accediendo a lo simbólico”
(LACAN, 1973-1974, p.126). Para Lacan, es la matematización que toca lo real,
de acuerdo con el discurso analítico.
5.2 El Nombre-del-Padre y la paranoia
Nnmc-do-Pui Desejo da M ié ( A\
2 . be^oda • W m n c u o o p a ra c u je U o - Nom c-do-Pai ^ fórmula f e ^ metáfora paterna CS
una representación de los tres tiempos del Edipo. El lector puede interrogarse respecto a la
anotación NP, referente al Nombre-del-Padre, que aparece arriba de la barra en la primera
fracción. La escritura de la fórmula de la Metáfora Paterna se dio de ese modo, pues en el primer
tiempo del Edipo existe una identificación con el rasgo unario y, por lo tanto, con el registro
de lo simbólico, dado que hubo un consentimiento de la madre a la entrada del padre, que
ocurre en el segundo tiempo del Edipo, pero que exige el consentimiento de la madre como
condición previa.
Porge (1998) analiza el movimiento de Lacan respecto de esa proposición,
el Nombre-del-Padre como un cuarto elemento del nudo borromeo capaz de
amarrar los registros de lo real, simbólico e imaginario. Lacan afirma que fue e]
propio Freud el inventor de la idea del amarre de lo real, simbólico e imagina
rio. La frase “lo que Freud instaura con su Nombre-del-Padre idéntico a la rea
lidad psíquica” (LACAN apud PORGE, 1998, p. 157), cuyo acento reside en la
palabra “su”, indica dos consideraciones:
Él es un Nombre-del-Padre porque es una nominación del padre en los dos sentidos del
término: nominación de una función del padre y nominación producida por Freud, a
quien se puede imputar ser el padre del psicoanálisis. Nombrando el complejo de Edi-
po, Freud refiere esta paternidad a un significante y a un acto de nominación (POR
GE, 1998, p. 157).
En ese punto del seminario, Lacan discute la relación entre los tres registros
al afirmar que el nudo borromeo en forma de trébol o nudo de la paranoia ma
nifiesta una superposición o continuidad entre esos mismos registros: “En el
nudo de 3, es decir en el hecho de que pongamos a lo Simbólico, lo Imaginario
y lo Real en continuidad, no nos asombraremos de que allí veamos que no hay
sino un único nudo de 3 [...] que homogeneiza el nudo borromeo, no hay por el
contrario más que una sola especie” (LACAN, 1975-1976, p. 52).
Lacan, inclusive, dispone de un neologismo para ilustrar esa idea: cade-nu-
do. La conjunción de las palabras cadena y nudo para ilustrar la idea de una ar
ticulación entre los tres registros. Aun, en la ausencia de un cuarto elemento, lo
real, simbólico e imaginario permanecen en nudo de trébol, en continuidad u
homogeneizados. El cuarto elemento reorganiza el nudo, como un ArTiculador
entre los tres registros, y al romper la continuidad del nudo de trébol establece
una cadena. El cuarto elemento, en la paranoia, debido a la ausencia del Nombre-
del-Padre, son las suplencias: el sinthome, el hacer un nombre propio y el ego.
En un comienzo, es interesante la distinción entre la grafía síntoma, sin la le
tra h y la grafía sinthome. Síntoma condice con el modo en que el sujeto goza su
inconsciente, con el modo en que este último lo determina. Se destaca allí una
distinción entre lo que se produjo en términos de síntoma desde la Instancia de
la letra..., el síntoma como metáfora, ya que el síntoma, a partir del Seminario
Aun, se articula con lo real del goce, con aquello que insiste articulado entre el
registro de lo simbólico y de lo real.
Para Lacan, Joyce está desabonado del inconsciente, al no producir sínto
ma, pues no hay nada que se articule con su inconsciente y en un sentido posi
ble, no hay sufrimiento. El goce de Joyce en relación al síntoma excluye la posi
bilidad de remitirse al Otro. Su escritura, si fuera posible compararla con el sín
toma, excluye la dimensión del sentido, ya que se articula solamente al goce de
poder escribir, se puede afirmar que la escritura de Joyce está al lado del sintho
me. En ese contexto, se evoca la alegría de Joyce en poder escribir. La suplen
cia del sinthome se refiere al nombramiento simbólico, ya que denuncia su re
lación con la letra y el goce.
En este sentido es que se puede retomar a joyce como desabonado del inconsciente; su es
critura no es interpretable, solamente permite deducir lafunción del padre que nombra
como suplencia de la ausencia del Nombre-del-Padre [...] (RAVINOVICH, 1993, p. 187).
El sinthome, por lo tanto, se consolida con la idea del cuarto elemento que ar
ticula los tres registros, no más en cadena, sino en amarre, donde, inclusive, ofrece
sustentación al sujeto. Es dentro de ese contexto que Lacan (1975-1976) afirma:
[...] es siempre de tres soportes que llamaremos en la ocasión subjetivos, es decir per
sonales, que un cuarto tomará apoyo. Y, si ustedes se acuerdan del modo bajo el cual
he introducido este cuarto elemento, cada uno de los otros está supuesto constituir algo
personal respecto de esos 3 elementos, el cuarto será lo que enuncio este año como el
sinthome (LACAN, 1975-1976, p. 50).
¿No hay algo, diría, como una compensación de esta dimisión paterna, de esta Verwer-
fung [...), en el hecho de que Joyce se haya sentido imperiosamente “llamado”? Éste es
el término, es el término que resulta de un montón de cosas en su propio texto, en lo que
ha escrito, y que ése sea el resorte propio por el cual en él, el nombre propio, sea algo ex
traño (LACAN, 1975-1976, p. 86).
La clínica, una vez más, sirve como referencia para ilustrar las cuestiones teó
ricas anteriormente trabajadas, que servirán, a su vez, para pensar la cuestión
del trabajo de construcción del sinthome. Presentaremos un recorte clínico que
ilustra el trabajo de escritura de Joáo, en un momento de su recorrido clínico.
Al decir que sufría de “asistitis”, Joáo explicó su neologismo: “Asistitis. Titis
proviene de dolencia, inflamación, y asistir es ser asistido, vigilado o controla
do. Asistitis’ es ser vigilado de modo inflamado”.
Su explicación es, sin duda, un bello neologismo para definir su paranoia. Pre
guntándole si podría inventar una palabra o frase que pudiese barrar su “asis
titis”, Joáo comenzó un trabajo de escritura. Lo que presentaremos a continua
ción son fragmentos de su escritura, producción sostenida por el acompañan
te terapéutico, en torno a la cuestión que lo motivaba a trabajar. El silencio era
raramente interrumpido, sólo cuando él pedía el cenicero o un poco de café. La
escritura de Joáo3 es presentada respetando su estilo de construcción de fra
ses, sus acentos y sus puntuaciones. Sin embargo, antes de seguir con el frag
mento clínico, queremos distinguir el homo sapiens del homofaber. Cabe resal
tar el desinterés por el primero, pues no interesa la dimensión racional o políti
ca del hombre, sino la potencia creadora del segundo. Es el “hombre que hace”,
el artesano que, en el caso de Joyce, sugiere pensar en un artesano de las pala
bras, creando artificios para sostenerse en el mundo, produciendo un discurso
que sigue la vía opuesta del discurso analítico. En cuanto el discurso analítico
propicia la escansión del significante, el discurso joiceano tiende a atraer todos
los posibles S2para el Si; entendiéndose allí al St como inclinado hacia la idea de
sinthome. En la psicosis, la ausencia del Nombre-del-Padre nos lleva a formular
la idea de que la construcción del sinthome asume el lugar de suplencia, de ama
rre, pertinente para pensar la dirección del tratamiento (RAVINOVICH, 1993).
* * *
4, Nombre ficticio.
Acompañante terapéutico: Hola Joáo ¿todo bien? Hoy me dices una cosa di
ferente sobre la dueña de la pensión. Dices que tienes miedo de ella. N un
ca había escuchado la palabra miedo con la idea de “asistitis”. ¿Me podrías
explicar eso?
Joáo: Una persona cuando es demasiado aburrida, yo creo qué, la gente, sien
te miedo de ella. La “asistitis” qué es, el dolor de estomago mío, está bien,
con el remédio, que, estoy tomando, en un Dr. que consulto; en el P.S.
Acompañante terapéutico: Yo pensé que el aburrimiento de la Dueña de la
pensión te causaba “asistitis”, ¿no es eso? ¿El miedo está junto con la “asis
titis”?
Joáo: Es eso. el miedo también, da “asistitis”.
Acompañante terapéutico: ¿Y qué haces con el miedo? ¿Cómo se vive con
alguien así? ¿Podrías disponer de una forma de mejorar esta situación?
Joáo: Es horrible convivir. Tengo, que tener paciéncia y controlar y contor
near. Mejorar, también es el tratamiento aqui, que me calma, y me m an
tiene. [...] Tenemos, qué ser hombre, y tener nuestros Objetivos, el res
to no se ve. Es + o - así.
Acompañante terapéutico: ¿Cómo es aquella frase: tenemos que imponer
nuestros obstáculos y calmar nuestras tristezas?
Joáo: Tenemos, qué, guardar, lo qué, pensamos, delante, de personas, mál
queridas, como éllos. Y, hacer, qué, no ve, lo qué, éllos, nos dicen, y hacen.
Acompañante terapéutico: ¿Y si ellos repitieran esa mala actitud?
Joáo: Si, yo estuviera bien, y bien protegido, también, puede, pasar esto.
Un nuevo significante se abre: el odio. Después de esa frase, hubo un giro im
portante en la trayectoria clínica de Joáo. Él abandonó su posición de víctima
de las miradas de los otros. Comenzó a cuestionar ciertas imposiciones de per
sonas de su entorno y a rechazar cierta sumisión y fragilidad. Era capaz de res
ponder a las bromas de los otros con seguridad, defendiéndose hasta con agre
sividad. Decía que no le gustaba sentir “asistitis”. Era capaz de discriminar las
burlas que le causaban “asistitis”, sentir odio y defenderse.
Después de algún tiempo, Joáo entristeció. Su producción delirante dismi
nuyó considerablemente. Ya no se oía más la palabra “asistitis”, él parecía triste
y cabizbajo. En determinado momento, el acompañante terapéutico le dijo que
también se sentía triste al verlo así. Tal intervención tuvo un efecto importante.
Joáo, gradualmente, recuperó su modo animado de ver la vida, comenzó a salir
más de su cuarto y a actuar con más ánimo, ya sea en el tratamiento como tam
bién en la convivencia con otros.
Evidentemente, se trató de una intervención especular, eficaz para ese mo
mento del tratamiento de Joáo, en la medida en que hubo un efecto de reubicar-
lo en el trabajo subjetivo sobre sí mismo. Hay ciertos momentos en que un pa
ciente paranoico se beneficia con una intervención de esa naturaleza, en la me
dida en que esa modalidad de intervención tiene un efecto de reconocimiento
sobre sí, desde el otro especular. Fue una especie de llamado, de rescate de aque
llo de lo que Joáo parecía estar agarrado, o sea, perplejidad ante una conquista
de un saber sobre sí, pero que también, paradójicamente, lo ponía en jaque mate
en cuanto a la precariedad de su vida, de sus lazos. Sin embargo, un tratamien
to clínico no se fundamenta sólo con ese tipo de intervenciones. Aquí también
reside una paradoja, pues la estrategia de una intervención de esa naturaleza es
calculada en la medida en que la apelación a un llamado se hace necesaria. Sin
embargo, el trabajo de escritura, de sustentación de los significantes en la trans
ferencia puede prescindir de una intervención especular.
Ese proceso de escritura de Joáo culminó con la aparición de dos significan
tes importantes: el miedo y el odio. El significante tristeza vino después, en un
momento en que Joáo casi no estaba eligiendo ir al consultorio a realizar sus lla
madas sesiones de “psicoterapia”. De cualquier modo, ese significante también
apareció en la transferencia.
¿Cómo teorizar el proceso de Joáo? ¿Es posible afirmar que Lacan rompió
con la teoría de las psicosis vinculada con la noción de significante, al ofrecer
su propuesta de articulación entre goce del ser y real a través de la topología de
los nudos borromeos?
* * *
Hay relación de ser que no puede saberse. Aquella cuya estructura indago en mi ense
ñanza, en tanto que ese saber —acabo de decirlo— imposible está, por ello, en entre
dicho (interdit). A quí juego con el equívoco: este saber imposible está censurado, pro
hibido, pero no lo está si escriben adecuadamente el entre-dicho, está dicho entre pala
bras, entre líneas. Se trata de denunciar a qué género de real nos da acceso (LACAN,
1973-1974, p. 162).
Ese punto es importante, pues denunciar a qué suerte de real se tiene acce
so no invalida las contribuciones de Lacan en el campo del lenguaje articulado
a las estructuras clínicas. Existe un pasaje en el Seminario El sinthome que me
rece ser destacado:
6. El texto Pegan a un niño sugiere tres etapas de la fantasía. El énfasis mayor está puesto sobre la
segunda etapa, momento caracterizado por Freud como el más difícil de recordar, cuyo texto
es: “¡Mi padre me pega!”.
¿Y la idea de construcciones en la clínica de las psicosis? El propio Freud afir
mó que el delirio de Schreber también es una construcción en análisis. Ese as
pecto destaca la idea de que la construcción de la metáfora delirante no es in
terpretable, en la medida en que la estructura psicótica, como fenómeno de len
guaje, no se inscribe en la lógica discursiva regida por el registro de lo simbólico.
Rabinovich (1993) formula una cuestión interesante sobre Schreber, ¿Sería
él, Schreber o la mujer de Dios, un nuevo nombre, tal como se afirma al respec
to de Joyce, el sinthome? Ella afirma que sí y abre esa perspectiva de discusión
mientras que se mantenga en mente el hecho de que tal imagen —la mujer de
Dios— asuma el estatuto de suplencia al Nombre-del-Padre, como un S , al to
mar esa significación como algo que representa al sujeto para otros significan
tes, S2. Una vez más se nota la validez del modelo lingüístico de Lacan.
Dentro de ese contexto, hay algo que sobrepasa la lógica de la construcción
en ambas clínicas —de la neurosis y la psicosis—, en la medida en que la cons
trucción de la fantasía inconsciente, de la metáfora delirante o del sinthome no
es interpretable, a diferencia del síntoma en la clínica de la neurosis.
Sin embargo, existe una distinción que merece ser realizada ante la noción
de equivocación entre las clínicas mencionadas. La equivocación en la clínica
psicoanalítica de las neurosis es el arma de la cual un analista dispone contra el
síntoma, dado que él se dirige al inconsciente del analizante, de allí proviene el
manejo de la transferencia realizado por un psicoanalista, en función de signi
ficantes que le son desconocidos, que se ubican al lado del analizante como su
jeto. En Joyce, no es posible afirmar que el otro es destinatario de sus equivoca
ciones. De ese modo, el manejo que se hace ante la construcción del sinthomí
condice con la lógica del poeta o del “artesano de palabras”, en la justa medida en
que se apoya en significantes conocidos por el sujeto. Por esa razón, la escritura
de Joáo fue presentada respetando sus acentuaciones, su grafía, sus pausas... es
por eso que la escritura de Joyce “no es interpretable, solamente permite dedu
cir la función del padre que nombra como suplencia a la ausencia del Nombre-
del-Padre” (RAVINOVICH, 1993, p. 187).
* * H¡
El sinthome y el acompañamiento
terapéutico
La cuestión de las variantes de la cura, por adelantarse aquí con el rasgc galan
te de ser cura-tipo, nos incita a no conservar en ella más que un criterio, por ser
el único de que dispone el médico que orienta en ella a su paciente. Este criterio
rara vez enunciado por considerárselo tautológico lo escribimos: un psicoanáli
sis, tipo o no, es la cura que se espera de un psicoanalista. (LACAN, 1955, p. 331).
6.1 La escena traumática, la Otra escena, el lazo social o ... ¿de qué
trata el concepto de escena en el AT?
1. Por ejemplo, una pregunta del tipo: “¿por qué tienes la manía de persecución?” Es una pregunta
poco efectiva y que, de cierto modo, reproduce la lógica de la causalidad mecanicista presente
en el fundamento teórico de la hipnosis.
2. Freud, en el texto Lo ominoso (1919), se interesa por trabajar los impactos de lo horroroso en
la subjetividad humana. Propuesta interesante y que va, de cierto modo, en una dirección poco
explorada por los tratados de estética, cuyos argumentos versan sobre los efectos de lo bello en
el hombre. A partir del análisis de un cuento de E. T. A. Hoffman, escritor romántico alemán,
denominado El hombre de la arena, Freud argumenta al respecto de los mecanismos psíquicos
presentes en el momento en que alguien se encuentra con algo asombroso. Su hipótesis consiste
en la idea de que el encuentro con lo bizarro, lo diferente, provoca fatiga, angustias, entre otros,
pues se trata de efectos de retorno de algo familiar, pero que fue reprimido. Por ejemplo, las
deformaciones corporales causan cierta extrañeza, dado que evocan algo familiar —las vivencias
infantiles de la sexualidad en un cuerpo despedazado—, pero que fueron superadas por el
del encuentro con un sujeto en crisis, cuando las manifestaciones de la sexuali
dad se encuentran en estado bruto, es común un acompañante terapéutico, afli
gido por el retorno de lo reprimido que ese tipo de experiencias plantea, preso
entre sus efectos y también por una expectativa de efectivizar su trabajo, termi
nar buscando en la propia realidad social un “concierto” de aquello que desen
cadenó la crisis, por la vía de la causalidad mecanicista.
Es como si un acompañante terapéutico reprodujera aquello que Freud tanto
buscara en la teoría del trauma o de la seducción. Para extinguir la causa del sínto
ma histérico, Freud hipnotizaba a sus pacientes, con el objetivo de encontrar una
escena traumática que generó un afecto desagradable. Ese afecto, como causa del
síntoma histérico, era rescatado a partir de la hipnosis, en el momento en que la
paciente intentaba recordar la escena traumática ocurrida en la realidad. Al re
memorar esa escena, un paciente rescataría el afecto desagradable y lo exteriori
zaría, según aquello que Freud denominó como limpieza de chimeneas o catarsis.
Ahora bien, existe el riesgo de que un acompañante terapéutico siga ese ra
ciocinio de Freud cuando empleaba la hipnosis. Se toma, por ejemplo, una si
tuación hipotética en la que un acompañante terapéutico, junto con su paciente,
fuese en busca de un escenario y necesitase trasladarse por la ciudad para rea
lizar entrevistas. Imaginemos que ese paciente hubiese sufrido una experiencia
de desencadenamiento de un brote en un metro y, por eso mismo, sus posibili
dades de desplazamiento por la ciudad se restringen a automóviles y ómnibus.
¿Valdría la pena insistir en que se desplace en metro por la ciudad?
Algunos podrían argumenta que sería interesante, para el paciente, tomar el
metro, porque él aprendería con esa situación, al soportar esa experiencia sin
desencadenar un nuevo brote. Es como si fuese el retorno a una situación con
creta, que en otro momento fuera insoportable para el paciente, pero que po
dría ser reaprendida. Parece que no es de eso de lo que se trata en el AT, al me
nos desde la perspectiva aquí presentada. No se trata de tom ar la realidad como
referencia para una acción educativa o pedagógica, como si fuese posible rees-
tablecer el orden anteriormente perturbado.
Como ocurre en el caso clínico de Joáo. Se trata de una situación en la que
él, un paranoico, se quejaba incesantemente de las personas que habitaban su
entorno, al describirlas como perforantes, pues ellas le causaban pavor y deses
peración. Un acompañante terapéutico desprevenido podría suponer que fácil
mente resolvería ese obstáculo al proponer que su paciente habite otro espacio
acto psíquico de la constitución del narcisismo primario o estadio del espejo. De ese modo,
ciertos tipos de encuentros con la diferencia movilizan en el sujeto actos de distanciamiento,
o al menos un “no querer saber de eso”.
físico, otra región. Aquí se puede suponer un tipo de manejo al revés de lo que
fue descripto en la situación hipotética anterior3, considerando que esa situa
ción concreta, la de verse perseguido por aquellos que habitan su entorno, po
dría ser comprendida como una escena traumática. La idea sería simplemente
la de retirar al paciente de aquello que se supondría como algo traumático en sí.
Gracioso engaño... un tratamiento, atravesado por la ética psicoanalítica, no es
concebido de esa manera, pues la propia condición de la paranoia se encargará,
rápidamente, de elegir otros objetos de la realidad como persecutorios. El trata
miento va por otra vía, por la perspectiva de interrogar al sujeto al respecto de
sus posibilidades de creación de estrategias para soportar las ofertas de lazo so
cial que lo rodean, Fue lo que sucedió en el caso Joáo, más precisamente en re
lación a su escritura y a la construcción de su sinthome.
Dentro de ese contexto, no es el caso de tomar una escena de la realidad para
ser revivida, de modo tal de obtener con ello un aprendizaje originado en una
reactualización de una escena que fue traumática y que volvería a ser soporta
ble para el sujeto. Tampoco es el caso de proponer una retirada de la “supuesta
escena”, como si ella, en sí, fuese la única responsable por el sufrimiento psíqui
co, tal como Freud supuso en el momento pre-analítico de su obra.
Hablamos en escenas de lo cotidiano, tales como andar en el metro, o de las
personas que frecuentan un bar de la ciudad de Sao Paulo. Revivir la escena
traumática o retirarlo de la escena traumática de lo cotidiano... ¿sería posible
formular la cuestión de esa manera? Hablar de escenas cotidianas que causa
rían la fuerza de un traum a es retomar los tiempos de Freud y la Señora P. —
sus imágenes de desnudez femenina y la sensación de presión sobre su órga
no genital, que sucedieron en un instituto de cura de aguas— hasta el descu
brimiento de la escena traumática, en este caso, el intenso comercio erótico
que ella mantenía, a los 6 años, con su hermano. Aquí, Freud se apoyará en la
teoría de la seducción, que es posterior a la teoría del trauma, pues se incluye
la idea de una estimulación sexual precoz, sin embargo, aun circunscripta por
el bies exógeno de la escena traumática ocurrida en la realidad. Ya sea un pa
ciente que desencadenó un brote en el metro, o Joáo al sentirse perforado por
la gente del bar... ¿Ellos están en la escena social? ¿La escena traumática sería
una escena social? Tal vez fuese más correcto afirmar que la circunstancia del
metro, para los neuróticos, es un escenario pasible de realizaciones de escenas
o lazos sociales, mientras que, para un paciente paranoico, puede ser tomado
3. En la escena del metro, hay una idea de que revivir la escena desencadenante del brote
podría “(de)sensibilizar” al paciente ante las influencias que esa misma escena causaría en su
subjetividad.
como un factor de la realidad que desencadenó su crisis. La situación de Joáo,
su acogimiento en una cuadra de la ciudad de Sáo Paulo —la gente del bar y la
dueña de la pensión— pueden también ser considerados lugares sociales pasi
bles de lazos sociales, pero, bajo el punto de vista de Joáo, se trataba de ofertas
posibles de realización de lazo. Hay allí un hiato, o una perspectiva diferente,
que será mejor analizada más adelante, en el momento en que problematice-
mos la noción de escena en el AT.
Pero, entonces, ¿cómo fundamentar la idea de lazo social? La caracteriza
ción de lazo social aquí propuesta exige, imperativamente, una articulación con
la idea de la Otra escena. De ese modo, Otra escena y lazo social se ligan a tra
vés del concepto de identificación, la identificación al padre que inscribe al neu
rótico en el registro de lo simbólico.
Freud, en el texto Pegan a un niño (1919), reorientó la dirección de trata
miento psicoanalítico de las neurosis a partir del descubrimiento de la fanta
sía inconsciente y la resultante construcción en análisis. Un análisis de neu
rótico consiste en rememorar la O tra escena, la escena inconsciente, o enton
ces, de acuerdo con Lacan, realizar la travesía del fantasma —dado que en esa
trayectoria, inclusive, se concretiza la separación del sujeto ante aquello que
lo constituye y que también lo alienó—. Ahora bien, rememorar o construir
la Otra escena en análisis es una premisa teórica que sustenta el tratam ien
to psicoanalítico de aquellos que atravesaron el drama edípico, de modo tal
de realizar un reconocimiento de la ley simbólica, o sea, neuróticos y perver
sos. Vale retom ar el momento en que la fantasía inconsciente se constituyó en
los tres tiempos del Edipo, en el cambio del prim er tiempo al segundo tiem
po, en el momento en que la madre desplaza su mirada para alguna otra cosa
que no sea su hijo. La madre, al consentir responder al llamado del padre, ins
tituye, en la estructuración de la subjetividad del niño, un lugar de hiancia. El
niño, ante el enigma de la madre, sustituye la incógnita que ese momento ló
gico de estructuración de la subjetividad proporciona por su fantasía incons
ciente —la O tra escena—, que asume el estatuto de sutura del enigma del de
seo de la madre. No es posible hablar de fantasía inconsciente en las psicosis4,
4. Este es un punto polémico. No hay un consenso entre psicoanalistas lacanianos ante la cuestión
de la fantasía inconsciente en la paranoia. Optamos por tomar como referencia el concepto
de fórmula de la metáfora paterna, el pasaje de la sustitución del significante DM (deseo de la
madre) por el significante NP (nombre-del-padre). Es en la neurosis y en la perversión que el
niño se encuentra con el enigma del deseo materno y constituye la fantasía inconsciente para
suturar este mismo enigma. En el caso de la psicosis, optamos por sustentar la idea de que no
hay fantasía inconsciente, justamente por no existir la incidencia del NP y, por consecuencia,
también por el hecho de que el niño no se encuentra con un enigma del deseo del Otro.
en la medida en que no existió la entrada de la función paterna en el segun
do tiem po del Edipo.
Así como la constitución de la fantasía inconsciente, el lazo social también
está ligado al registro de lo simbólico. Freud, en Psicología de las masas y análi
sis del yo (1921), dedica el célebre capítulo 7, denominado “La identificación” a
describir el mecanismo de la identificación y de la elección de objeto, en la sali
da edípica, a través de la dialéctica del ser y del tener, respectivamente. Ese tex
to, considerado como un importante texto social de Freud, avanza, en teoriza
ciones de gran importancia para la teoría de la identificación en el psicoanáli
sis, con desdoblamientos fundamentales para la experiencia clínica. De cual
quier forma, Freud, cuya intención era describir cómo se da un fenómeno de
masas, terminó inaugurando una teoría sobre el lazo social, teoría que presume
un atravesamiento del neurótico al registro de lo simbólico, a través, de la iden
tificación simbólica, al lanzar al neurótico en el universo discursivo del lenguaje.
A modo de recordatorio, el fenómeno de masa, o lazo social, ocurre en la me
dida en que un rasgo del ideal del yo es capturado por una característica cual
quiera del líder o de una idea en común, de manera tal de rotar el interés del in
dividuo hacia ese objeto con un investimento de libido. El metro podría ser un
escenario propicio para el acontecimiento de lazos sociales. Sao Paulo, hora pico,
una serie de personas amontonadas en un vagón. Todos cansados, cada cual re
flexionando sobre sus problemas, amores, trabajos. Al salir del vagón del me
tro, se encuentran con un artista callejero vestido de payaso haciendo malaba-
rismos con bolas fosforescentes y, encantados con ese regalo de la ciudad, hacen
un medio círculo alrededor del malabarista y comentan: “¡qué bueno!” o “¡me
gustaría ser como él!”, etc. En ese momento, se instituyeron lazos sociales. Pero,
entonces, ¿qué sucedería con un paciente psicótico? ¿Qué estatuto asumiría el
malabarista para él? Se trata de otro especular, un objeto con el cual el paranoi
co mantendría una relación narcisista y dual, fuera del lazo social. El paranoi
co establece un tipo de vínculo con el otro, su semejante, donde el Otro se tor
na absoluto,“sin ley y quiere perjudicar al sujeto” (QUINET, 2006, p. 50). De ese
modo, ¿cómo caracterizar al paranoico y, por que no, a los otros tipos clínicos
de la estructura psicótica ante el lazo social? Para problematizar el concepto de
escena en el AT es necesario disponer de un argumento de Quinet (2006) al res
pecto de la psicosis y sus intentos de lazo social.
Quinet se cuestiona al respecto de la inclusión del sujeto psicótico en la polis.
¿Cómo respetar su modo singular de posicionarse frente al lazo social y, al mis
mo tiempo, no caer en las trampas del discurso capitalista? ¿Cómo responsabi
lizar al sujeto psicótico por su inclusión sin adaptarlo a la lógica del mercado?
Hablar de incíusión del sujeto psicótico es incluir la forclusión. En ese con
texto, proponemos superar el binomio exclusión-reclusión por el binomio in-
clusión-forclusión. Por ello no normalizamos al psicótico, en el sentido de in
tentar incluirlo en una norma fálica —dinero, trabajo, legitimación de aquello
que la costumbre define como correcto, etc.—. Quinet aborda la cuestión de sa
nar el furor includenti, al proponer allí un deslizamiento entre el furor curandi
de Freud o el deseo de querer el bien del paciente, discutido por Lacan. En la
psicosis, el Otro está excluido, dado que el sujeto lidia solamente con el otro, su
semejante, en una relación especular. Lacan —Seminario 3, Las psicosis, 1955-
1956— va a afirmar que Schreber, en su crisis, se encuentra solamente con el
otro imaginario. De ese modo, no se trata del Otro que penetra el lazo social en
tre los semejantes, sino el Otro sin ley, sin la ley simbólica. Podemos afirmar, en
consonancia con las palabras de Quinet, que la psicosis es el reverso del lazo so
cial. Es el afuera que denuncia el hecho de que el neurótico está preso en el dis
curso y el lazo social.
Así, al remitir al concepto de escena en el AT, algunos problemas se sitúan
como punto de partida. ¿El AT con pacientes psicóticos se propone realizar es
cenas en lo social? Frente a lo que fue expuesto anteriormente, la respuesta es
negativa, pues se trata de una imposibilidad estructural. Pero, entonces ¿qué
hace un acompañante terapéutico? Aquí vale recuperar un argumento de Sere
no (1996) y otro de Palombini (2004, 2007). El primero condice con la idea de
que un acompañante terapéutico busca promover una acción en los espacios pú
blicos de la ciudad. La acción en primer lugar... Evidentemente, Sereno estaba
preocupada en fundamentar la especificidad del AT en cuanto función cataliza-
dora de circulación del sujeto psicótico por los espacios públicos de la ciudad.
Está claro que una salida por la ciudad no es idealizada en absoluto, al final, un
proyecto terapéutico para el AT depende de una escucha analítica. El ejemplo
del metro, o un psiquiatra que sugiere al acompañante terapéutico ir con un pa
ciente a una casa de masajes —sin realizar una escucha del delirio, sin saber, en
este caso, si no fue justamente la proximidad con otro cuerpo lo que desenca
denó la crisis— son proyectos terapéuticos que no pueden ser aceptados de for
ma ingenua, sin considerar las condiciones subjetivas del paciente. Observada
esta reserva, las palabras de Sereno encuentran ecos en las bases que sustentan
la función clínica del AT: promover tentativas de lazo social.
¿Por qué? Porque, de acuerdo con Palombini (2004,2007), la ciudad se pone de
manifiesto como un lugar privilegiado para establecer puntos de contacto entre su
funcionamiento neurótico, atravesado por la lógica fálica y capitalista, y la subje
tividad psicótica, pues es posible encontrar brechas para que ese encuentro acón-
tezca. La ciudad se torna un lugar privilegiado para que el psicótico consiga, a su
modo, realizar intentos de lazo social. Es posible justificar que una aproximación a
las ofertas de lazo social asume, por sí misma, una función de tratamiento bastan
te especial, porque la alteridad que se presenta en ese contexto ocurre sin las cons
tancias y los vicios pasibles de ser encontrados en una institución de tratamiento.
De ese modo, es importante señalar que una acción en la ciudad asume una
apariencia de escena o lazo social. Ahora bien, acompañante terapéutico y acom
pañado, en circunstancias tales como caminar por la ciudad, o tomar un refresco
en un bar, o en la fila del cine, pueden sugerir un tipo de lazo social, al menos a
los que no están al tanto de la teoría psicoanalítica de las psicosis. Sin embargo,
estar presente en los espacios públicos de la ciudad no es condición suficiente
para la realización de una escena, aquí entendida como equivalente de lazo social.
Ocurre, por lo tanto, una acción donde se aprovechan las ofertas de lo so
cial para los intentos de realización de lazo social. El concepto de escena en el
AT puede ser equiparado al manejo de la transferencia, dado que un acompa
ñante terapéutico aprovecha la transferencia erótica para invitar a un paciente a
aproximarse a las ofertas de lazo social. Al encontrarse con los objetos de la rea
lidad, un acompañante terapéutico vacía su presencia en la transferencia con el
paciente, de modo tal de posibilitar la realización de la transferencia del pacien
te con algún objeto de la realidad. La transferencia efectiva entre el paciente y
algún objeto de la realidad puede contribuir a la construcción del sinthome. El
caso Lourival ilustrará lo que estamos afirmando.
5. Nombre ficticio.
sente. El tercer tiempo —importante para pensar la contribución del paciente
a la construcción de su sinthome— condice con un intento de participar en un
programa de calidad de vida de una institución pública. Ese periodo del AT re
presentó un giro en el proceso de tratamiento, considerando que el paciente se
reposicionó ante sus miedos, no en una posición de pasividad ante el otro, sino
a través del enfrentamiento. Viene, entonces, el cuarto tiempo, el de la produc
ción escrita del paciente, que contribuyó para la construcción de su sinthome y
el intento de creación de una nueva posibilidad de habitar el mundo.
Lourival fue derivado al AT por un psiquiatra de un CAPS, pues vivió más
de doce años en una institución psiquiátrica y hacía solamente pocas semanas
que estaba de vuelta en su casa. Fue un largo periodo de exclusión; la existencia
de Lourival se restringía a los olores de la institución cerrada, a las vivencias de
electrochoque, a las relaciones atravesadas por prohibiciones institucionales, en
fin, había poquísimas brechas de contacto con el mundo, como él mismo rela
tara. Las visitas familiares eran inconstantes y sus salidas dominicales de la ins
titución, para ir al centro de la ciudad del interior donde vivía internado, eran
siempre realizadas en grupo y con la marca de la institución —salía con el trans
porte del hospital psiquiátrico, además de estar siempre acompañado por profe
sionales vestidos de blanco—.
El padre de Lourival, un señor altivo y vigoroso, convocó a una reunión para
acordar cómo se harían los acompañamientos. En esa primera ocasión, la pala
bra fue dada a Lourival, lo que causó una mezcla de sorpresa y perplejidad, es
pecialmente cuando afirmaba que no sabía cómo era vivir fuera de la institu
ción psiquiátrica. Se quejó de su miedo a las cosas, de su falta de preparación.
Cuando el acompañante terapéutico le preguntó qué otra cosa había para tra
tar, Lourival fue taxativo:
—No consigo comunicarme y quiero entrar de nuevo en la sociedad.
El paciente, en la primera reunión, formuló claramente su pedido de ayuda
al acompañante terapéutico. Comentó que no lograba salir de casa, ni siquiera
para comprar cigarrillos en un bar ubicado al lado de su residencia.
—Tengo miedo de comprar cigarrillos porque creo que van a robarme con
el vuelto y no sabré reclamar.
El primer movimiento del AT fue hacer salir a Lourival del apartamento. Des
pués de algunas conversaciones en casa, le fue propuesta una salida hasta el bar
de la esquina para tom ar un refresco y comprar cigarrillos. Él continuaba afir
mando el miedo de pedir algo para tomar, de comprar cigarrillos, pues no sa
bría comunicarse y tampoco verificar si el pago se haría sin ningún prejuicio.
Esas circunstancias aparentemente se repetían. El acompañante terapéutico
y Lourival iban al bar y pedían algo para beber y un cenicero. Se sentaban a la
mesa y allí conversaban sobre lo que era la vida fuera de la institución y sobre la
(in)capacidad de Lourival de soportar esa nueva condición de vida:
—Qué difícil que es vivir en Sao Paulo...
El cálculo, por parte del acompañante terapéutico, era apagar gradualmen
te la propia presencia —su voz y su mirada— de ese primer intento de lazo que
el bar ofrecía. Lazo fugaz, es verdad, pero que ya imponía al paciente un movi
miento importante de soportar y enfrentar el miedo. Paulatinamente, y casi sin
darse cuenta, Lourival daba todos los pasos para la realización de la acción de
comprar el refresco y pedir el cigarrillo.
Inicialmente, era el acompañante terapéutico quien tomaba la delantera, al expli
car al empleado del bar lo que querían. En un segundo tiempo, Lourival y el acom
pañante terapéutico se posicionaban frente al vendedor y permanecían callados.
El acompañante terapéutico esperando una palabra de Lourival, y Lourival aguar
daba una iniciativa del acompañante terapéutico. Silencio. La incomodidad, lo ex
traño de la circunstancia, la mirada expectante del vendedor... esa atmósfera hizo
que, finalmente, Lourival se arriesgara. Le pidió lo que quería, pero, a la hora de
pagar, solicitó al acompañante terapéutico que controlara el vuelto, si estaba bien.
Un tercer tiempo fue el silencio del acompañante terapéutico en el momen
to en que el paciente controlaba el vuelto. Lourival intentó una palabra, una mi
rada, una confirmación o una garantía de que estaba todo correcto. En ese mo
mento, tuvo que encontrarse con una distracción promovida como manejo de
la transferencia por parte del acompañante terapéutico. En la acción de contar
el vuelto, la mirada y la voz del otro —acompañante terapéutico— no se hacían
más presentes, a pesar de que él aun estaba allí, delante del vendedor y al lado de
Lourival. Esa fue para él una situación difícil, pero posible de sostener.
Por último, la escena del bar, o la circunstancia de pedir un refresco y un ce
nicero, prescindió de la presencia del acompañante terapéutico. En cuanto el pa
ciente solicitaba lo que quería, el acompañante terapéutico se sentaba a la mesa
y esperaba el refresco, el cenicero y a Lourival. Instalados a la mesa y durante las
conversaciones, el paciente comenzó a presentar cierta desenvoltura en el trato
con el vendedor, al incluir otros pedidos, tales como un chocolate, o hasta veri
ficar cuál era el plato del día. Lourival dice que le gustaría almorzar allí alguna
vez, para experimentar un sabor diferente al de su casa.
6.2.2 £1 segundo tiempo
6. La reunión entre los técnicos participantes de la red de tratamiento de Lourival fue de gran
importancia para que esa misma red entrase en funcionamiento en el periodo mencionado de
regresión del paciente. Si, por un lado, el acompañante terapéutico, que actuaba como soporte
de los bastones imaginarios del sujeto psicótico, se iba a ausentar en función de sus vacaciones,
por el otro, habría una manutención de una asistencia al paciente, a través de la institución
como parte integrante de su red de tratamiento, que se reveló absolutamente pertinente para
sostener al sujeto ante el abismo de la locura. Lourival se aproximó al precipicio, pero no se
sumergió en el abismo, o dicho de otro modo, le fue posible soportar ese tiempo sin entrar en
crisis, aunque tuviera algunas alucinaciones.
tico se despidió afirmando que lo que estaba siendo dicho allí era muy impor
tante y que luego sería posible dar continuidad a esa conversación.
El retorno a los acompañamientos al año siguiente se dio con poca referen
cia a lo que había ocurrido. Lourival pasó el periodo de vacaciones del acompa
ñante terapéutico sin ser internado, pero parecía un poco apático y sin brillo. Al
preguntarle sobre cómo había pasado aquellas semanas, decía que estaba todo
bien, pero que también estaba aliviado con el retorno de los acompañamientos.
Comenzó un nuevo año, con nuevas perspectivas, proyectos, visitas al Museo
de Arte de Sao Paulo, salidas en ómnibus a la Avenida Paulista. Estaban, Louri
val y el acompañante terapéutico, retomando el trabajo, pero había una incomo
didad: lo que ocurriera a fin de año no aparecía en las conversaciones. Una frase
quedó marcada... al respecto de las exigencias y expectativas de su padre sobre él.
Tiempo después, el paciente pidió ir al hospital de Clínicas, pues tenía indi
cación de un programa que lo ayudaría a dejar de fumar. Lourival y el acompa
ñante terapéutico fueron en ómnibus hasta una Avenida y, caminando pararon
para verificar por dónde exactamente deberían seguir. Fue en ese momento que
el acompañante terapéutico interrogó a Lourival sobre el deseo de dejar de fu
mar, si aquella era una demanda de su padre o-si era algo que nacía de él. Louri
val fue categórico al afirmar que esa era una'preocupación personal, pues esta
ba fumando demasiado y no conseguía recorrer trayectos de su día a día, cami
nar por las subidas de su barrio. Pero lo que se puedo observar fue que la infor
mación de Lourival al respecto de tal programa resultó improcedente, porque
él era mantenido por un instituto que nada tenía que ver con el hospital. Así se
creó un obstáculo, luego solucionado: paciente y acompañante terapéutico ve
rificaron si en el propio hospital habría algo parecido.
De hecho, en el Instituto Central del Hospital de Clínicas existía un progra
ma de calidad de vida, que exigía a los interesados una participación en una con
ferencia informativa. Fue agendada la inscripción del paciente y el acompañan
te terapéutico para asistir a la conferencia. En la fila de inscripción, Lourival co
menzó a sudar y a decir que no le gustaba aquel ambiente. El tiempo de espera
fue breve y luego salieron del hospital.
Pasados más o menos cuarenta y cinco días, fueron, Lourival y el acompa
ñante terapéutico, a cumplir lo que sería el prim er paso para participar del pro
grama. En el automóvil, Lourival se mostró bastante aprehensivo. En verdad, la
perspectiva de ir al hospital y de proponerse dejar de fumar ya venía causándo
le recelos desde hacía algún tiempo. La duda sobre la demanda de parar de fu
m ar resurgió. ¿De quién era ese pedido, de él o del padre? ¿Y el evento ocurri
do el fin de año anterior? ¿Cómo situarse ante aquella frase, la de que su fami
lia estaba muy loca y que su padre exigía demasiado de él? El acompañante te
rapéutico sabía que ese pasaje del tratamiento se configuraba como un momen
to importante, sin saber con certeza en lo que resultaría tal apuesta. Se percibía
una demanda de un Ideal del Otro absoluto o no barrado, sin embargo, pacien
te y acompañante terapéutico estaban protegidos por una estrategia de susten
tación de una proximidad especular.
El acompañante terapéutico realizó el siguiente cálculo: posicionarse al lado
de Lourival como su semejante, como alguien que estaría interesado en partici
par de la conferencia solamente para ver de que se trataba. En el automóvil, yen
do para el hospital, entablaron el siguiente diálogo:
Ellos asistieron a la conferencia sobre el programa. Era una sala con varias
personas, y las preguntas giraban alrededor de temas como tabaquismo, alimen
tación, ejercicios físicos, sueño,, entre otros. Lourival permaneció callado todo el
tiempo y, ya cerca del final, pidió irse. No era fácil para él estar allí... Fue agenda-
da para dentro de treinta días una consulta para Lourival y el acompañante tera
péutico con un médico para una primera orientación. Se fueron y, en el trayecto,
Lourival comentó que había sentido miedo del proyector de diapositivas. Interro
gado sobre ese miedo, se calló... El acompañante terapéutico quedó atravesado
por dudas y temores. ¿Será que hubiera sido un cálculo equivocado de su parte?
En el encuentro siguiente, Lourival solicitó al acompañante terapéutico una
salida al parque, lugar que se caracterizaba, en ese tratamiento, como un territo
rio seguro. Durante el trayecto hasta el parque, él retomó la historia del miedo al
proyector de diapositivas. Describió con riqueza de detalles los procedimientos
de electrochoques de la institución cerrada donde pasara más de una década. Se
acordó de las sensaciones corporales, de la aflicción en el momento en que per
cibía que el procedimiento le sería aplicado; el adormecimiento en el momento
en que despertaba, después de los electrochoques... en fin, surgieron una serie
de recuerdos muy dolorosos, pero importantísimos. El acompañante terapéuti
co puntualizó el hecho de que todo aquello debe haber sido muy difícil, pero que
percibía la necesidad de hablar al respecto del sentido que aquellas vivencias te
nían para él. Lourival rescató una serie de puntos de su vida, con mucho coraje.
Otro punto de gran importancia fue el modo en que Lourival se percibía ante
las exigencias del padre. Él tocó ese punto con propiedad, reconociendo que es
difícil lidiar con esa situación. En ese momento, él dio muestras de cierta con
fusión, pues mezcló el amor al padre con una gran dosis de indiferencia por su
progenitor —amar al padre y hacer todo lo que él dice. Comentaba que depen
día del padre para vivir al hablar del miedo de que muriera, ya que se trataba de
un señor mayor de edad. El tema del padre es recurrente e incide siempre so
bre ese dilema. Interrogado sobre la posibilidad de cambiar su posición en rela
ción al padre, Lourival no supo responder cómo sería posible realizar tal hazaña.
Pasado más o menos un mes de lo ocurrido, Lourival y el acompañante te
rapéutico se dirigían al Hospital de Clínicas, pues era el día de la primera con
sulta con el médico del programa de calidad de vida. En el automóvil, Lourival
interrogó al acompañante terapéutico sobre la necesidad de dar continuidad al
proyecto. Esa pregunta fue el detonante para decretar la falencia del plan. Las
idas anteriores propiciaban efectos importantísimos para el tratamiento, sin
embargo, había allí una insistencia de Lourival al respecto de la dificultad de li
diar con ese tema. Resonaban siempre los comentarios de Lourival sobre la lo
cura familiar, la exigencia excesiva del padre, la función del cigarrillo como es
cudo o protección para sus miedos. Por eso el acompañante terapéutico pensó
que podría considerar los avisos de Lourival. En el automóvil, decidieron que
no le darían continuidad al proyecto de calidad de vida y fueron a apreciar un
mirador de la ciudad.
No obstante, hubo allí un movimiento importante, pues el acompañante te
rapéutico tomó la palabra ante el padre de Lourival para decirle que las idas al
Hospital de Clínicas estaban suspendidas. El padre fue bastante claro al afirmar
que el acompañante terapéutico tenía autonomía y condiciones de avalar lo que
era viable, necesario y productivo para el AT del hijo. De cierto modo, fue una
sorpresa el comentario del padre, pues él mismo consintió y sustentó un cor
te en sus demandas o exigencias sobre su hijo. Algo allí operó y produjo efec
tos en Lourival.
Un tiempo después, en el bar de costumbre, Lourival y el acompañante tera
péutico tenían el siguiente diálogo:
Al salir del bar, Lourival fue solo a una librería para comprar su cuaderno.
El acompañante terapéutico, en contrapartida, reconoció el hecho de que el AT
producía una demanda legítima para el tratamiento del paciente, acatada y sos
tenida por él mismo; escribir en un cuaderno. Allí surgía un futuro promisorio
para el tratamiento.
Los recortes clínicos extraídos del caso Lourival hacen confluir dos pun
to s fundamentales para el presente trabajo: confirmar la hipótesis de los efectos
analíticos del dispositivo del AT — al considerar que un tratamiento posible de
la paranoia, atravesado por la teoría lacaniana, condice con aquello que un psi
coanalista puede sostener en térm inos de dirección de tratamiento. Eso posibi
lita extraer algunas premisas importantes para la noción de transferencia en el
AT. Sin embargo, antes de dar cabida a lo que fue propuesto, se hace necesario
recorrer algunos aspectos específicos de la paranoia, más precisamente su rela
ción con la teoría de los nudos borrom eos.
El nudo de trébol, o el nudo de la paranoia, es considerado com o un nudo
donde los tres registros —lo real, lo sim bólico y lo imaginario— confluyen en
una continuidad que marca una indiferenciación entre ellos.
Sin embargo, el Uno com o unicidad fue generalizado por Lacan desde la dis
cusión del rasgo unario, que conlleva una paradoja, en la m edida en que ese ras
go de distinción está en la base de toda identificación. Ahora bien, la ocurrencia
del fenóm eno de masa se sustenta desde esa identificación, simbólica, lo que le
perm itió a Freud (1921) romper con la supuesta dicotom ía existente en el deba
te de la época, ai respecto de la separación entre psicología individual y psico
logía social o de masas, al afirmar que, salvo raras excepciones, toda la psicolo
gía individual es también psicología social. La afirmación de Freud conlleva la
paradoja mencionada. El Uno de la unicidad tiene la función de reagrupar. Es
también el Uno de la ley, el Sj. El paranoico, com o ya fue visto, no solamente se
inscribe en ese Sj, sino también se apega a la consistencia de ese Uno, tal com o
será discutido más adelante.
¿Y el Uno en el campo del goce? El goce del ser —aquello que reanima la com
pulsión a la repetición— es imposible de ser aprehendido en su totalidad, dado
que hay siempre algo que escapa. Freud, en el Proyecto (1895), ya denunció ese
hecho al describir la primera experiencia de satisfacción com o una experiencia
mítica, nunca más pasible de ser actualizada y que produce un resto. Ese resto
es lo real que transborda, él ex-siste, y al no entrar en la significación fálica y al
asumir una exterioridad al registro de lo simbólico, al mismo tiempo, insiste. El
sujeto, como respuesta a lo real del sexo y con ese encuentro traumático con el
sexo, conserva la representación a través del Uno, o S( del trauma.
En el campo del goce el Uno sólo existe como significante de esa irrupción, de ese desborda
miento, significante del exceso, significante que no domina el goce (QUINET, 2006, p. 93).
7. Quinet (2006) afirma que esa articulación de Lacan, presente en el Seminario RSI en la clase
del 8 de abril de 1975, es su última definición acerca de la paranoia.
La mirada en la paranoia también merece ser destacada.
Nudo de trébol
Es en lo real del goce del Otro, que lo vigila por todos los lados, personas y
objetos, donde florece el delirio de observación. Es lo simbólico que retiene el
sujeto en un goce traumático, lo que permite atraer todas las miradas sobre sí y
atribuir una significación. Es lo imaginario que ofrece consistencia a la mirada,
cuya materialidad hace que la mirada aparezca en el campo de la realidad al mi
rar al sujeto, al perforarlo, así como afirmara Joáo. Los tres registros se presentan
en continuidad, así como las modalidades de goce: el goce del Otro, el goce de
sentido y el goce fálico. Goce del Otro absoluto, no barrado, lo que promueve el
empuje-a-la-mujer convertirse en objeto de goce del Otro. El Otro que goza, al
adquirir la consistencia imaginaria, atribuyendo sentido a todo lo que lo rodea.
Y, por último, el goce fálico, disponible al paranoico, a costa del congelamien
to del deseo. La plasticidad presente en la fantasía neurótica, que le permite una
variedad de objetos sexuales, no aparece en el deseo del paranoico. Quinet des
cribe el deseo en el paranoico como un cliché fotográfico, una imagen cristali
zada, una mirada congelada en el retrato de su deseo.
El goce fálico esfijado por el objeto a mirada enmarcada por el imaginario (QUINET,
2006, p.122).
* * *
“E s en tanto que ex-siste a 10 Real que lo Imaginario encuentra también el choque que
aquí se siente mejor” (LA C A N , 1975-1976, p. 49).
10. El sujeto como el cuarto elemento del nudo, en ese momento de la enseñanza de Lacan, se
encuentra en el y ya no en el S2, tal como lo era en la perspectiva de tratamiento de la
construcción de la metáfora delirante. Lacan, al dar continuidad a su argumento, se interroga
acerca del modo de abordar al sujeto —desde la noción del nudo de trébol— al punto, inclusive,
de distinguir la personalidad del sinthome. De allí que su resistencia en publicar, nuevamente, su
Tesis de Doctorado sobre la paranoia y sus relaciones con la personalidad, pues en ese momento
él afirma que no es posible establecer relaciones entre personalidad y paranoia, dado que no
son la misma cosa. El sujeto es el cuarto elemento del nudo borromeo, él lo ordena.
tre las palabras cadena y nudo, cade-nudo11. La cadena se presenta tal como los
anillos olímpicos, donde se presume la no indiferenciación de los tres registros.
El nudo de trébol, por su parte, mantiene los registros en continuidad. En ese
pasaje del seminario, Lacan evoca la descripción de la cadena al conjugar los tres
registros para, a continuación, afirmar la importancia de lo real.
1 1 .0 Chainoeud, en francés.
12. Sinthome y personalidad no son equivalentes, ya sea en la paranoia como en la neurosis. Para
Lacan, el neurótico dispone de su sinthome, y no de su personalidad, para suturar la falla de
lo real. El sinthome no condice con la personalidad, pero sí con el inconsciente. “[...] hay un
término que se relaciona con él más especialmente, que respecto de lo que es del sinthome
tiene una relación privilegiada, es el inconsciente” (LACAN, 1975-76, p. 53). Más adelante,
Lacan complementa y avanza al articular sinthome e inconsciente, al establecer un paralelo
entre imaginario y real “es en tanto que el sinthome se vuelve a ligar al inconsciente y que
lo Imaginario se liga a lo Real que tenemos que ver con algo de lo que surge el sinthome”
(LACAN, 1975-76, p. 53). Al avanzar en su seminario, Lacan ofrece otra cuestión “[...] se trata
de situar lo que tiene que ver con lo Real, con lo real del inconsciente, si es que el inconsciente
es real ¿Cómo saber si el inconsciente es real o imaginario? Esa es precisamente la cuestión. El
participa de un equívoco entre los dos.” (LACAN, 1975-76, p. 98). Si se pregunta acerca de la
intervención analítica, de aquello que toca lo real, su orientación —el pas-de-sens— tal como
Lacan lo trabaja en el Seminario 23, condice con la doble acepción que la homofonia de esa
expresión que sugiere el idioma francés. El paso-de-sentido y la negación del sentido. Una
intervención analítica —en ese momento de la enseñanza de Lacan, momento en el que se
inclina por el hueso de lo real— se orienta no por la primacía del sentido, sino por la forclusión
La frase “tuve mucho miedo del proyector de diapositivas”, sostenida en el
significante miedo ligado al objeto proyector de diapositivas, asume el estatu
to de Sj propio del sujeto, al recomponer la cadena de significantes (Sj+S2), ade
más de desembocar, en el a posteriori, en un efecto importante, descripto en la
discusión de ese caso como el cuarto tiempo —el pedido de escritura y el “ser
estudiante”. Los efectos de real en el AT y su contribución a la construcción del
sinthome fue percibido en el aprés coup, después del golpe... de lo real. Final
mente, y desde lo que fue expuesto hasta aquí, es posible afirmar que una acción
del paranoico en lo social —o un proyecto terapéutico en el AT— permite efec
tos de real favorables a la construcción del sinthome.
Después de la circunstancia del proyector de diapositivas, se verificó un in
terés de Lourival en dirección al lazo social, además de aventurarse a recons
truir su propia historia. En cuanto a lo último, en el parque, le fue posible re
cuperar momentos vividos en su internación de doce años, el electrochoque, el
adormecimiento por las sustancias allí ingeridas, una interna de la institución
de quien él gustaba, el padre, entre otros. Lourival dejó la reflexión de lado y
pasó a poner en palabras algo muy particular, doloroso, pero que le permitió
una aproximación a aquello que aparentemente le era imposible de abordar...
ya en el viejo y conocido bar, aconteció el diálogo acerca de querer ser un estu
diante, referencia inédita en el tratamiento, dando a ver a alguien que no era el
loco, el interno, el usuario de una institución de tratamiento, sino un estudian
te, alguien que legítimamente ocupa un lugar en el lazo social. Ser estudiante,
leer libros y tener un cuaderno para escribir.
Y allí reside el cuarto tiempo del recorte presentado: el movimiento de es
critura sobre sí mismo y el pedido de publicación. El interés aquí reside en la
perspectiva de apuntar otra evidencia clínica que corrobora la hipótesis de que
Lourival se orientó hacia la construcción de su sinthome después de haber ido
a la conferencia en el Hospital de Clínicas. No es el caso de recuperar elemen
tos teóricos trabajados en el capítulo anterior, sino apenas destacar el hecho de
que el movimiento realizado por el paciente —su interés en tener un cuaderno,
escribir sobre sí mismo y publicar— fue disparado por una intervención ocu
rrida en el AT. El AT contribuyó a la construcción del sinthome de Lourival, lo
que confiere a su función clínica un estatuto psicoanalítico.
del sentido. “Pero la orientación no es un sentido, puesto que ella excluye el único hecho de la
copulación de lo Simbólico y de lo Imaginario, en lo cual consiste el sentido. La orientación
de lo Real, en mi temario, el mío, forcluye el sentido” (LACAN, 1975-1976, p. 117). De ese
modo, la intervención analítica se orienta o aspira a quebrar el nuevo imaginario que instaura
un nuevo sentido. Por lo tanto, podemos pensar el estatuto de la intervención analítica como
un cortocircuito que atraviesa el sentido.
Quinet (2006) comentó que el empuje-a-la-fama del paranoico quiere tor
nar público aquello que le concierne. El acompañante terapéutico no dijo nada
a Lourival acerca de la viabilidad de publicar o no sus escritos. Sin embargo, su
empuje-a-la-fama le sirvió y aun le sirve como un artificio para motivarse a es
cribir, aun, sobre sí mismo, inclinado hacia la perspectiva poética de disponer
de sus significantes para construir su sinthome.
Consideraciones finales o . ..
El instante de mirar
El tiempo de comprender
El momento de concluir