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Mauricio Castejón Hermann

Acompañamiento terapéutico
y psicosis
Articulador de lo realy simbólico e imaginario

Tr a d u c c ió n de Ji m e n a G a r a y C o r n e j o
Acompañamiento terapéutico y psicosis: Articulador de lo real, simbólico e
imaginario
- Ia ed. - Buenos A ires: Letra Viva, 2014.
228 p . ; 23 x 16 cm.

ISBN 978-950-649-549-7
1. Psicoanálisis. I. Trad.: Jimena Garay Cornejo
CDD 150.195

Dirección editorial: L e a n d ro S a lg a d o

Traducción del portugués: J im e n a G a r a y C o r n e jo

© 2014, Letra Viva, Librería y Editorial


Av. Coronel Díaz 1837, (1425) C. A. de Buenos Aires, Argentina
e - m a i l : info@imagoagenda.com / w e b p a g e : www.imagoagenda.com

© 2014, Mauricio Castejón Herm ann

Primera edición: Septiembre de 2014

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723


Indice

N ota del autor para la edición a r g e n t in a ...........................................................7

P resenta c ió n ......................................................................................................................11

Intro du cc ió n ..................................................................................................................... 13

C apítulo i . La reforma psiquiátrica y el surgimiento del acompañamiento


tera p éu tico ............ .............................................................................................................. 23
1.1 La com unidad terapéutica.......................................................................................... 24
1.2 La com unidad terapéutica y el acompañamiento te ra p é u tic o ............................. 27
1.3 La psiquiatría democrática italiana............................................................................ 32
1.4 La psiquiatría democrática italiana y el acompañamiento terap éu tico ...............34
1.5 La psicoterapia institucional fra n c e s a ................................................................ 38
1.6 La psicoterapia institucional francesa y el acompañamiento terapéutico............46

C a p ítu lo 2 . Freud y la p a ra n o ia ................................................................................... 53


2.1 Freud, la hipnosis y sus primeras formulaciones sobre la teoría de la h isteria. . 54
2.2 Freud y sus formulaciones iniciales sobre la teoría y la clínica de la paranoia . . 59
2.3 Fred, la constitución de la subjetividad y la paranoia: un abordaje
m etapsicológico.............................................................................................................. 64
2.4 Freud y el caso Schreber: una concepción ética del psicoanálisis ante la
escucha del delirio........................................................................................................... 74

C a p í t u l o 3 . Puntualizaciones sobre el padre en el psicoanálisis: un avance


teórico y una dirección clínica para el tratamiento posible de las psicosis . . . 85
3,1 Los tres tiempos del Edipo en L acan.......................................................................... 89
3 1.1 El prim er tiempo del Edipo en la neurosis .......................................................92
3.1.2 El segundo tiempo del Edipo en la n e u r o s is ..........................................................94
3 1.3 El tercer tiem po del Edipo en la n e u ro sis.........................................................96
3.2 El esquema R, su formalización de los tres tiem pos del Edipo y la topología
ligada al campo de la realidad: el corte en la dirección del tratam iento de las
neurosis............................................................................................................................ 97
3.3 La paranoia y el Edipo en L a c a n ............................................................................... 113
3.3,1 La paranoia a partir de la teoría lacaniana del E d i p o .................................. 114
3.3.2 El delirio de Schreber, el esquem a I para formalizar el campo de la realidad
en la paranoia y u n a indicación para el tratam iento posible de las psicosis:
la construcción delirante.......................................................................................... 116

C a p ítu lo 4 . L a in stalació n del disp o sitiv o de tr a ta m ie n to ................................129


4.1 De la dem anda de tratam iento que viene de otro a la instalación del
dispositivo de tratam iento, o los tiem pos previos para el establecimiento
de la transferencia y el acom pañam iento te ra p é u tico ............................................ 132
4.2 Caso Emerson, o el no querer saber de tratam iento alguno................................... 140
4.3 Caso Beto, o la calle com o espacio transicional........................................................ 145
4.4 Caso Joáo, el acompañante terapéutico como persona grata: o la transferencia
pertinente para la instalación del dispositivo de tra ta m ie n to .....................................148
4.4.1 La construcción del dispositivo de tratam iento en la paranoia........................... 155

C a p ítu lo 5. U n a n u eva in d icació n clínica p a ra el tra ta m ie n to posible de


las psicosis: el sin th o m e y el lazo s o c ia l........................................................................... 159

5.1 La noción de real y el nudo b o rro m eo .....................................................................161


5.2 El Nombre-del-Padre y la paranoia............................................................................ 163
5.3 La escritura de Joáo o un ejemplo de construcción del s in th o m e ........................169
5.4 De la teoría del lenguaje a la teoría de los nudos borrom eos o ... ¿existe una
ruptura epistemológica entre el significante y la to p o lo g ía ? .................................173

C a p ítu lo 6 . El sin th o m e y el a c o m p a ñ a m ien to te r a p é u tic o .............................183


6.1 La escena traumática, la O tra escena, el lazo social o ... ¿de qué trata el
concepto de escena en el A T ? .....................................................................................184
6.2 Caso Lourival o el AT y su contribución a la construcción del sinthome. . . . 190
6.2.1 El prim er tie m p o ....................................................................................... 191
6.2.2 El segundo tie m p o ............................................................................................. 193
6.2.3 El tercer tie m p o ......................................................................................................... 193
6.2.4 El cuarto tiem po.........................................................................................................198
6.3 El AT, la paranoia y su nudo de trébol... o el AT en su función específica
para la construcción del sin th o m e ............................................................................199
6.4 Consideraciones preliminares sobre la transferencia en el AT con paciente
paranoicos... o los tiempos del sujeto en el AT....................................................... 214
Consideraciones finales o .................................................................................................. 214
El instante de m ir a r ........................................................................................................... 215
El tiempo de c o m p re n d e r................................................................................................215
El m om ento de c o n c lu ir...................................................................................................218

R e f e r e n c ia s 221
Nota del autor
para la edición argentina

Es con inmensa alegría que escribo estas palabras, con la intención de expre­
sas mi enorme gratitud a los amigos argentinos que abrazaron la idea de viabi-
lizar la publicación de mi libro en el país donde nació la clínica del acompaña­
miento terapéutico. Esto, por si solo, ya es un honor, considerando que la tra­
dición argentina es indiscutible, no solamente en el campo del acompañamien­
to terapéutico, sino en el área de la psicología y del psicoanálisis como un todo.
¡Tener mi libro publicado aquí es un reconocimiento notable!
Este libro, originalmente, fue escrito como una tesis de doctorado defendi­
da en el Departamento de Psicología Clínica de la Universidad de San Pablo,
bajo la orientación del Prof. Dr. Luiz Carlos Nogueira (in memoriam) y de la
Prof. Dra. Miriam Debieux Rosa. Ambos fueron acogedores y fundamentales
en mi proceso de escritura de este trabajo, cuyo interés se remonta al inicio de
los años ‘90, cuando me empecé a interesar por la función clínica del acompa­
ñamiento terapéutico.
Tengo, por lo tanto, un recorrido de veinte años de estudio e investigación
sobre el tema, marcado siempre por una interlocución con los autores argenti­
nos. A modo de ilustración, en Brasil, el prim er libro publicado sobre el tema
fue escrito por Susana Mauer y Silvia Resnizky, cuyo título es Acompanhantes
Terapéuticos e pacientes psicóticos, publicado por la editorial Papirus, de Cam­
piñas. Estas autoras, reconocidas por la enorme contribución a nuestro campo,
como tantos otros autores argentinos, siempre estuvieron en m i espectro de in­
vestigación e interlocución.
Por esto mismo, el interés surgido por los argentinos en traducir y publicar
mi trabajo me acerca más a este país. Además de que el portugués y el castellano
sean consideradas lenguas hermanas, la barrera de la lengua impone dificulta­
des capaces de desestimular al lector argentino, y por qué no a los de otros paí­
ses de habla hispana, a inclinarse por el estudio de aquello que presento como
propuesta metodológica de intervención a la función clínica del acompañamien­
to terapéutico con pacientes psicóticos.
Ahora, tener mi texto traducido permitirá la divulgación de mi trabajo que
extrapolará los límites geográficos y lingüísticos del territorio de la lengua por­
tuguesa o, si preferimos, de la lengua brasilera. No hay satisfacción mayor para
un autor que eso, ¡pueden estar seguros! Este punto anteriormente destacado
no se agota, dado que el universo lingüístico de la lengua española es inmenso,
abarca innumerables países, extrapola nuestro continente y bordea otros terri­
torios lingüísticos.
Otro punto de relevancia condice con el fortalecimiento del campo de teori­
zación del acompañamiento terapéutico. Es verdad que esta función clínica, aun­
que su surgimiento no sea tan reciente, carece de trabajos similares al que pre­
sento en este volumen. Hablo, por lo tanto, de una profundización en una pers­
pectiva teórica y el trabajo de bricolage conceptual, desde una referencia fun­
damental: la experiencia clínica. Precisamos, en nuestro campo, avanzar en esta
perspectiva de investigación, al teorizar la experiencia clínica desde las innume­
rables teorías psicoanalíticas, psicológicas y filosóficas existentes, pues cada una
de ellas, conforme a sus presupuestos epistemológicos, es pasible de contribu­
ción para la teorización de la función clínica del acompañamiento terapéutico.
No hay duda de que el camino de investigación aquí presentado fortalecerá el
debate y enriquecerá nuestro objeto de reflexión.
De este modo, lo que presento al lector es un boceto de una teoría dei mé­
todo para el acompañamiento terapéutico con pacientes psicóticos, atravesada
por la enseñanza de Freud y Lacan. Perciban, estimados lectores, que se trata
de un recorte muy específico, teniendo en cuenta que la demanda de la psicosis
es solamente una de las innumerables posibilidades de intervención clínica del
acompañamiento terapéutico y la vertiente psicoanalítica mencionada es sola­
mente una posibilidad de recorte teórico o de bricolage conceptual. ¿Cuántas
combinaciones existirán en esta enorme gama de demandas clínicas del acom­
pañamiento terapéutico y de miradas teóricas originadas en el psicoanálisis, en
la psicología, como en la filosofía?
Por último, me alegra mucho el entusiasmo de algunos amigos que se dedica­
ron a viabilizar la publicación de este volumen. En especial agradezco a Gabriel
Pulice, por quien siento una enorme admiración por la contribución a nuestro
campo, cuya personalidad auténtica, con la cual me identifico, me inspira. Agra­
dezco a Gabriel por el cuidado en revisar la versión del texto, realizada por al­
guien por quien también tengo una enorme gratitud... me refiero a Jimena Ga­
ray Cornejo, una acompañante terapéutica de Córdoba, ¡pero que también es
un poquito brasilera! Agradezco su disponibilidad en realizar su trabajo de ver­
sión de mi texto al castellano, riguroso y vigoroso, lo que dio mucha alegría. Es­
pero que este trabajo de traducción realizado por ella sea el primero de muchos
otros. Tampoco podría dejar de agradecer a Leandro Salgado, editor de Letra
Viva, por su interés en tener este libro en su editorial, cuya importancia es in­
discutible para el legado del psicoanálisis y del acompañamiento terapéutico, al
mantener viva la letra de la experiencia clínica. Agradezco a los innumerables
acompañantes terapéuticos argentinos que me acogieron en mis idas a los even­
tos científicos de este país, en especial a Pablo Dragotto y María Laura Frank.
¿Y qué más puedo desear? Una buena lectura al lector que se interesará en
acompañar mis inquietudes clínicas y teóricas aquí presentes. ¡Un abrazo!
Presentación

Mauricio Hermann realiza, en este libro, la investigación que un día yo tam


bién pretendí hacer: un diagrama del estatuto metapsicológico de la experien­
cia clínica del Acompañamiento Terapéutico (AT). Mis estudios acabaron por
tomar otro rumbo —preguntándose sobre la forma en cómo la ciudad interpela
la clínica y con qué herramientas conceptuales la clínica puede responder a esta
Interpelación—, pero las formulaciones teóricas del psicoanálisis, en especial el
lacaniano, permanecían como “campos abiertos” a la investigación prolífica, en
el escenario de las prácticas de Acompañamiento Terapéutico. Razón para cele­
brar que Maurício haya conducido su doctorado en esa dirección y que su tesis
se vea, ahora, materializada en este volumen. Es una contribución fundamental
a un campo aun carente de elaboración conceptual. No tan carente, hoy, como
hace quince años; pero, requiriendo un esfuerzo de pensamiento, como este en
el que nuestro autor se involucra.
La tesis que él mantiene es que el AT puede operar como tratamiento psicoa­
nalítico posible de las psicosis. Eso sucede porque la característica “móvil”, itine­
rante de su ejercicio permite la instalación del dispositivo de tratamiento en las
condiciones más adversas, y viabiliza la tesitura, punto a punto, de una red de
apoyos y cuidados. Ahora, dado que el AT configura un tratamiento psicoana­
lítico posible de las psicosis, tendría un qué enseñar a los psicoanalistas, en sus
consultorios. O sea, “¿qué pasa en un AT que se torna posible el tratamiento?”
Esta es uní? cuestión que debe interesar al psicoanálisis.
Así, este libro viene a cumplir una doble función: primero, ofrece herramien-
tas conceptuales que orientan la dirección psicoanalítica de un Tratamiento Te­
rapéutico, Segundo, saca a los psicoanalistas de sus sillones; quién sabe, los ani­
ma a la experimentación en territorios menos provistos de paredes. Al cum­
plir esa doble función, este libro da muestras de su relevancia y actualidad en el
campo de la clínica psicoanalítica de modo general y, particularmente, de la clí­
nica de las psicosis.
Este es, sin duda, el mayor mérito de este trabajo, que nos nace festejar su
realización, sobre todo por un aspecto no menos importante: en las páginas de
este libro, nos encontramos con su autor en cada frase, en cada punto. No sólo
en el estilo marcadamente personal de la narrativa, sino en la forma encarnada
y experiencial con que Maurício vive las cuestiones que impulsaron la realiza­
ción de la investigación que se propone. Su relación con el problema de inves­
tigación y de total implicación, es algo de lo que Maurício se hace enteramen­
te responsable, a lo largo del texto, lo que nos permite afirmar que su escritura
fue productora de efectos subjetivantes, tanto en lo que respecta a los escritos de
Joáo o Lourival, como a lo que nos dicen sus relatos.
Cabe destacar, aun, la extrema generosidad de esas narrativas. Maurício no
duda en ningún momento en abrir su clínica a nuestra visita. Podemos suponer
que eso se condice con una clínica que, justamente, no se da entre cuatro pare­
des, una clínica que se inserta y opera en el espacio público. Aun así, sorprende
la riqueza de detalles, la apertura y el despojo con el que el autor nos habla de
lo que sucede en sus experiencias como Acompañante Terapéutico, en los m í­
nimos gestos. Es lo que da el máximo valor a esos relatos. Nos sentimos en la
piel del AT cuando leemos sobre la puerta del apartamento que, en un comien­
zo, apenas se abre para él; y después de esto, el AT espera la invitación a entrar.
Y cuando, finalmente, la invitación llega, es para un tour completo por el apar­
tamento, que viene junto con un “pedido de casamiento”. O cuando el AT llega
por primera vez al edificio de Beto, para comenzar su acompañamiento, y per­
cibe que el joven que espera en la vereda, frente al edificio, debe ser Beto. Sin
embargo decide ir hasta el portón, tocar el portero automático y preguntar por
Beto, cuando ve, por el reflejo del vidrio del portero automático, que él se apro­
xima y se anuncia. Son gestos y objetos -la puerta, la espera, el portero automá­
tico, el desvío- que traspasan lo cotidiano, al mismo tiempo en que componen
el montaje de un dispositivo de tratamiento y la instauración de la transferen­
cia. Gestos y objetos que son materia con la que la clínica itinerante y citadina
se realiza. En la generosidad con que nos narra esos gestos, Maurício nos per­
mite experimentarlos de manera evidente. Basta con acompañarlo, renglón por
renglón, a lo largo del texto. Buenas andanzas, lectores...

Analice de Lima Palombini


Mayo, 2010
Introducción

Acompañamiento terapéutico y psicosis: articulador de lo real, simbólico e


Imaginario. El presente trabajo es fruto de un recorrido de casi quince años, en
el cuál se cruzan, por un lado, el interés por esa clínica, desde los tiempos en que
me gradué en psicología y, por otro lado, un movimiento de sistematización de
esa misma experiencia por medio de la teoría lacaniana de las psicosis. La in­
vitación hecha al lector, por lo tanto, es la de acompañar ciertos deslizamientos
presentes en esa trayectoria que se enfoca en:

a. caracterizar la clínica del Acompañamiento Terapéutico (AT)‘en el marco


de la reforma psiquiátrica, sabiendo que esa invención, fuertemente pre­
sente en algunos países del mundo, inclusive en Brasil, hizo una gran con­
tribución y todavía contribuye a la clínica de la reforma, como en la pers­
pectiva de cuestionar los paradigmas clínicos e institucionales que m ar­
caron su historia;
b. y, en ese contexto, interrogar su praxis, de modo tal de realizar un doble
movimiento entre la experiencia clínica y la teoría lacaniana de las psico­
sis, conforme al estatuto que esa relación adquirió en la clínica psicoana-
lítica stricto sensu, o sea, de acuerdo con las especificidades inherentes a
la teoría y sus implicaciones en el método de intervención clínica.

La producción de conocimiento en psicoanálisis ocurre en función de un


punto de partida, en este caso, un presupuesto teórico que incide sobre el méto­

1. A lo largo de este libro será adoptada la sigla AT para designar el Acompañamiento Terapéu­
tico.
do de intervención clínica, al orientar y determinar la calidad de la experiencia
analítica. Ésta, a su vez, al tornarse mas minuciosa, renovada, pasa consecuen­
temente a incrementar su producción teórica, lo que reafirma la relación dialéc­
tica entre teoría y praxis.
Se pretende, de este modo, realizar un paso más, al aproximar dos campos
que parecían estar separados —la experiencia clínica del AT y la teoría psicoana­
lítica de las psicosis, más precisamente el pensamiento de Jaques Lacan— con la
intención de instituir algunas premisas teóricas sobre el método clínico en el AT.
¿Habría una teoría del método para el AT? El deslizamiento antes mencio­
nado sobrepasa algunos significantes: reforma psiquiátrica, AT, teoría lacania-
na de las psicosis, tratamiento analítico de las psicosis, el alcance analítico del
AT para, finalmente, instituir premisas teóricas para una teoría del método en
la función clínica del AT con pacientes psicóticos.
Aun existiendo especificidades en el rol de especialidades de tratamiento de
la locura, es posible afirmar que, paradójicamente, un acompañante terapéuti­
co2, atravesado por la ética del psicoanálisis, se confunde con la misma perspec­
tiva determinada por el tratamiento padrón. Hay especificidades entre ambos
—AT y clínica stricto sensu— pero también hay fuertes puntos de contacto. Aun
así, una pregunta queda abierta: ¿es posible afirmar que la clínica del AT ense­
ña algo a un analista que atiende psicóticos en su consultorio? Es eso lo que se
pretende verificar a lo largo de este libro.
El movimiento de sustitución de los manicomios cerrados se dio a partir de
algunas experiencias importantes, que datan del periodo de post Segunda Gue­
rra Mundial, cuando los paradigmas institucionales fueron inventados para dar
cabida a las inquietudes vigentes en la época: la constatación de las pésimas con­
diciones de vida de los locos y los inherentes mecanismos de cronificación de
la locura verificados en las instituciones cerradas que antecedían ese periodo de
grandes inventivas. Fue con Cooper, en Inglaterra, cuando propuso las comu­
nidades terapéuticas o con Basaglia, en Italia, con la psiquiatría democrática, o
aun con Oury, en Francia, con la psicoterapia institucional, que nuevos paradig­
mas institucionales fueron creados en la perspectiva de proponer un tratamien­
to humanizado de la locura, de tal modo de dejar de considerar al loco como
objeto de estudio de determinada ciencia que justificaba su exclusión, para con­
siderarlo como el sujeto de su propia historia, reinsertado en el contexto social.
El AT es fruto del movimiento de la reforma psiquiátrica, teniendo en cuen­
ta que, a grosso modo, se caracteriza por la aproximación a la locura y por sus
nuevos modos de tratamiento. Es posible, inclusive, caracterizar al AT tenien­

2. Para designar al acompañante terapéutico será utilizada la sigla at con letra minúscula.
do como base algunos elementos presentes en las tres experiencias instituciona­
les de substitución de los manicomios anteriormente citadas. Sin embargo, esa
cuestión será rrtejor trabajada en el capítulo denominado “La reforma psiquiá­
trica y el Acompañamiento Terapéutico”. Por el momento, se destaca solamente
el hecho de que el AT, sus raíces y sus avances teórico-clínicos no se apartan del
movimiento de substitución de los manicomios, a la vez que no es posible afir­
mar que la invención del AT esté separada de la reforma psiquiátrica. Ahí se creó
una especificidad importante: alguien que desempeñara la función de acompa­
ñar al loco en su errar por los espacios de la ciudad.
Eso es acompañamiento, eso es terapéutico. Acompañamiento Terapéutico.
La etimología de la palabra acompañamiento —oriunda del latín accompaniá-
re— se condice con la idea de compañía o de un conjunto de personas que co­
men juntos su pan. En la definición dada por el Houaiss, es posible verificar al­
gunas versiones: “estar con o juntos constantemente o durante cierto tiempo (...)
Ubicarse junto con o seguir en la misma dirección (...) Ir o seguir próximo a (al­
guien) para dispensarle cuidados, etc. (...)” (HOUAISS, 2001). Esas definicio­
nes, de entre tantas otras, permiten una aproximación al sentido que la palabra
acompañamiento asume en nuestro contexto específico, tal como será posible
verificar a continuación.
El adjetivo terapéutico, oriundo del griego therapeutikós, se refiere al cuidado y
tratamiento de dolencias, “relativo a la terapéutica, tratamiento (...) Que tiene pro­
piedades medicinales, curativas (...)" (HOUAISS, 2001). Lo terapéutico asume un
estatuto de tratar o curar. Dentro del contexto específico, estar junto con el loco
adquiere, por lo tanto, una finalidad terapéutica: la tentativa de inserción social.
Aquí vale un comentario: en los años 1990, en algunos cursos de graduación
en psicología, en Brasil, se comenzó a hablar de esa práctica cuyo discurso más
corriente era el de establecer una relación casi casual entre locura, su binomio
exclusión y la creación del AT como una estrategia de inclusión social. Se ha­
blaba de ir a lo cotidiano del paciente, de modo de acompañarlo al banco, auxi­
liarlo en tareas domésticas o simplemente ver la televisión con él. Se pregunta­
ba sobre la finalidad terapéutica de esa propuesta, reducida por sus opositores a
la función de choferes o niñeras de locos.
Es cierto que las teorizaciones en aquella época eran bien incipientes3, al igual
3. Hastf ei momento, se presentan la totalidad de las publicaciones brasileras sobre el tema: A
rúa como espago clínico (1991), Crise e cidade (1997) e Textos, texturas e tessituras no
acompanhamento terapéutico (2006), todos organizados por el equipo de acompañantes
terapéuticos del Hospital de Día A Casa, además de los Cadernos de A T: uma clínica itinerante,
de Belloc, Cabral, Mittmann e Pelliccioli (1998), teniendo el formato de recopilación de
artículos sobre el tema. Hubo también publicaciones de trabajos académicos vinculados a
que el propio discurso que lo definía. Por ejemplo, ¿cómo problematizar la idea
de lo cotidiano? Cotidiano es una palabra imprecisa, que incitaba las propias
confusiones o ataques de los opositores a esa invención, cuyo extrañamiento
consistía en interrogar el interés de algunos estudiantes de psicología en aproxi­
marse a esa experiencia. ¿Estudiar psicología para ser chofer o niñera de locos?
Por otro lado, había quienes defendían esa idea, surgidos de las distintas fi­
liaciones teóricas presentes en una carrera de psicología. Los debates comenza­
ron y los alumnos que se identificaban con los behavoristas, con los fenomenó-
logos, con los junguianos, con los psicoanalistas, los propios estudiantes impul­
sados por algunos profesores, comenzaron a esbozar un movimiento de teori­
zación y de debate acerca del modo en que cada teoría podría significar la expe­
riencia clínica del AT. Había una cuestión allí, presente en la palabra terapéutico,
en cuanto era articulada a la perspectiva de la inclusión de la locura en el con­
texto social. ¿Terapéutico e inclusión social son equivalentes? Se abría una cues­
tión que era la de reflejar la propia finalidad terapéutica de los abordajes teóri­
cos. ¿Lo que es terapéutico para la psicología comportamental, lo es para el psi­
coanálisis? Al final, ¿qué es terapéutico? Dentro de este debate de las psicotera­
pias, cada presupuesto teórico defendía su postura, según sus presupuestos teó­
ricos y epistemológicos.
Por otro lado, no podría ser diferente, ya que no existe una unidad episte­
mológica en el campo de las teorías y prácticas psi. Según Figueiredo (1992), la
psicología está más cerca de ser un archipiélago que un continente. Cada isla es
una escuela, sustentada por su modo peculiar de producción de conocimiento,
definido por la manera en como el sujeto cognoscente —el hombre— define su
objeto de estudio: el propio hombre. De hecho, es bastante complicada esa rela­
ción, dado que el hombre, como productor de conocimiento, tiene innum era­
bles facetas, desdobladas en el debate epistemológico de la producción de cono­
cimiento, en el cual asume posiciones distintas, tales como, por ejemplo: el in­

universidades, tales como: Ética e técnica no acompanhamento terapéutico: andanzas


com D. Quixote e Sancho Panfa, de Barreto (2000); Sorrisos inocentes e gargalhadas
horripilantes: intervenfóes no acompanhamento terapéutico, de Cauchik (2001);
Acompanhamento terapéutico na rede pública: a clínica em movi- mentó, de Palombini et al.
(2004); Acompanhamento terapéutico: que clínica é essa?, de Carvalho (2004); Acompanhamento
terapéutico: a construfáo de urna estratégia clínica, de Pitiá e Santos (2005); Um passeio
esquizo pelo acompanhamento terapéutico: dos especialíssimos a política da amizade, de
Araújo (2006). Por fin, hubo también publicaciones de números de revistas de psicoanálisis
dedicadas, exclusivamente, al tema AT. Son las siguientes revistas: Pulsional (2002), Psyché
(2006) e Estilos da Clínica (2005), siendo esa última un dossier sobre AT, coordinado por el
autor de este libro. Algunos de sus artículos están anclados en la teoría lacaniana de las psicosis.
tentó de establecimiento de control de variables para la extinción de la subjetivi­
dad humana; o la incorporación de la subjetividad del hombre en la producción
de conocimiento y su intención de acercarse al objeto; o, entonces, la experien­
cia analítica como orientadora de la producción teórica, entre otros. El recorte
del objeto —el hombre— tampoco es efectuado en su totalidad, lo que resulta en
una aprehensión facetada del mismo. Las matrices del pensamiento psicológico
son distintas, originadas de presupuestos filosóficos dispares, hasta inconciliables
entre sí. No hay una unidad territorial, lo que hace que la psicología, definitiva­
mente, no sea un continente. De ese modo, la definición de terapéutico es cohe­
rente con la posición epistemológica de cada una de las escuelas del campo psi.
Así, fue posible constatar, en los años 1990, un movimiento de apropiación de
la experiencia clínica del AT para cada uno de los abordajes del campo psi. Es a
lo que apunta el trabajo de Carvalho (2004), cuya reflexión se propuso describir
el fenómeno anteriormente citado: defensores de la práctica clínica del AT, apo­
yados en el significante terapéutico, buscaban para sí, en las referencias teóricas
de su preferencia —propias del campo psi—, las posibilidades de teorización del
AT. Sin embargo, a pesar de que la psicología se incline y se esfuerce por sistema­
tizar la experiencia clínica del AT, no se pretende aquí asumir una posición de
carácter comercial, de reivindicación de una supuesta legitimidad o de apropia­
ción del ejercicio de esa función por parte de psicólogos o psicoanalistas, como
si fuese una función ejercida y legalizada por el Consejo Federal de Psicología.
Con todo, se abre aquí una argumentación que merece atención, en aquello
que concierne, más específicamente, a la relación entre el AT y el psicoanálisis.
Históricamente, la función clínica del AT se constituyó a partir del significante
terapéutico, significante que dista de los presupuestos psicoanalíticos, cuya fi­
nalidad de tratamiento no incide sobre la psicoterapia, sobre lo terapéutico, so­
bre el bienestar, pero sí sobre lo analítico o el hablar bien. Esta cuestión merece
ser examinada un poco más de cerca.
Se hablaba de la idea de que el AT .traía consigo una finalidad terapéutica que
era la de la inserción del loco en el contexto social, al punto de ocurrir una yux­
taposición entre terapéutico e inclusión. En ese sentido, vale cuestionar, bajo el
punto de vista del psicoanálisis, la idea de inclusión social. ¿Es pertinente levan­
tar la bandera de la inclusión social del loco, a cualquier precio, sin considerar
ciertas condiciones subjetivas? El psicoanálisis ofrece una posición importante
sobre este tema, que será desarrollado a lo largo de este libro, tal como el lector
podrá verificar a continuación, pero que es luego retomada: hay ciertos lugares
Imposibles para el sujeto psicótico, lo que determina, por lo tanto, desde el p u n ­
to de vista de la ética psicoanalítica, considerar al sujeto y su posición en el bor­
de de la locura, para verificarse, a cada paso, sus reales posibilidades de inclu­
sión. La inclusión del loco en lo social, bajo el reverso del psicoanálisis, no pue­
de ser tomada como un a priori.
Otro aspecto, este sí más relevante para la presente reflexión, coincide con la
posición de los defensores del psicoanálisis en el debate que ocurría en algunas
instituciones académicas del país, en el intento de sistematizar la función del AT
bajo esa óptica teórica. Se decía que el psicoanálisis, como teoría, podría orientar
la praxis del AT, pero que el AT y su producto, como fruto de una función espe­
cífica, no podrían ser considerados un psicoanálisis. Ese tipo de reserva, presen­
te en aquel momento histórico en el campo del AT, evidenciaba cierta cautela en
relación a la apropiación del psicoanálisis de la teorización del AT, ya que el psi­
coanálisis es una teoría procedente de un contexto bastante específico, la clíni­
ca stricto sensu, que contiene especificidades importantes a ser consideradas: los
conceptos psicoanalíticos eran provenientes de una experiencia construida ar­
tificialmente en el interior de cuatro paredes, el consultorio. El discurso vigente
en la época era el de considerar el uso de algunos conceptos psicoanalíticos, ta­
les como el de transferencia, escucha del delirio, entre otros, pero sin nunca per­
derse de vista en el argumento la reserva mencionada: el AT no es psicoanálisis.
Evidentemente, en aquel momento histórico, se notaba un malestar entre los
at(s) que se apoyaban en la teoría psicoanalítica. El enfrentamiento de ideas en
el medio académico estaba constituido: los defensores de los distintos abordajes
del campo psi realizaban sus primeros esfuerzos de teorización del AT en con­
sonancia con sus presupuestos teóricos, pero, en el momento en que los defen­
sores del psicoanálisis se presentaban para el debate, de antemano, iniciaban sus
argumentos disculpándose, lo que denunciaba, automáticamente, una supues­
ta fragilidad. ¿El psicoanálisis sirve como referencia teórica para teorizar al AT?
¿Pero, al final, cuáles son las garantías de un buen psicoanálisis? ¿Hay garan­
tías? ¿Es el setting? ¿Es lo que garantiza el establecimiento de la transferencia?
Hoy, en pleno siglo XXI, estando el campo psicoanalítico plenamente constitui­
do, con más de un siglo de vida, es posible afirmar, sin rodeos, que la vitalidad
del psicoanálisis no está en los elementos que componen su encuadre, pero sí en
aquello que determina su fundamento ético: en la neurosis, donde hay transfe­
rencia, hay interpretación; en la psicosis, donde hay transferencia, hay construc­
ción de la metáfora delirante o la construcción del sinthome4. No son las garan­

4. E l Sinthome, Seminario 23 de Jacques Lacan. La grafía de la palabra sinthome, explica Lacan,


viene de una manera antigua de escribir. Según destaca el traductor de la edición brasilera de
ese seminario, el origen de esa grafía se refiere a la palabra symptó- me, que data de 1503,
según el diccionario Le Robert. Dictionnaire alphabétique et analogique de la langue
tías del procedimiento técnico lo que validarán el psicoanálisis, pero sí el mane­
jo de la transferencia y sus respectivos efectos...
De ese modo, es posible afirmar que el fruto de este trayecto de teorización
del AT es consecuencia de ese malestar, también experimentado por mí, cuyo
deseo es el de superar las cuestiones anteriormente expuestas, en el sentido mis­
mo de hacer trabajar la teoría lacaniana de las psicosis, más precisamente el tipo
clínico de la paranoia, para, a partir de ahí, sustentar la hipótesis de que el AT,
aun preservando su especificidad, comprende una función analítica.
De ahí proviene el deslizamiento del significante: acompañamiento —estar
al lado de...— o, dicho de otro modo, soportar la transferencia psicótica y teo­
rizar sus manejos, atravesado por la ética lacaniana de la clínica de la paranoia,
circunscripta en la especificidad del AT. Terapéutico—o analítico—, en el sentido
mismo de teorizar los efectos de la función clínica de esa experiencia, de acuer­
do con las perspectivas clínicas de la construcción de la metáfora delirante y de
la construcción del sinthome. Sin embargo, no se trata, de todos modos, de una
propuesta de cambio de nombre, como, por ejemplo, Acompañamiento Analítico.
No se pretende instituir una nueva nomenclatura para una función que, a duras
penas, se constituyó, como una importante alternativa clínica para el movimien­
to de la Reforma Psiquiátrica en Brasil y en algunos países del mundo. Se trata,
solamente, de superar el malestar citado en esta introducción, en la perspectiva
de afirmar la pertinencia de la teoría lacaniana como una legítima herramienta
Conceptual para la teorización del AT, conforme a las contribuciones de Lacan
acerca del significante y de lo real5 en la clínica de la paranoia.

frangaise. El uso de la palabra sinthome, con h, se condice con una nueva indicación
clínica para la dirección de tratam iento de la clínica psicoanalítica. En lo que concierne
a este libro, se tiene ahí, inclusive, una formulación teórica importante para la clínica
psicoanalítica de las psicosis, en la medida en la que se introduce la dimensión social
en ese tratam iento, al criticar la noción de construcción de la metáfora delirante como
tratamiento, posible para las psicosis -esta última tomada como dirección posible al
tratamiento-, formulada por Lacan eri los años 1950.
En un texto, denominado O significante e o real na psicose: ferramentas conceituais para
o AT, fue trabajada la idea de que en la teoría de Jacques Lacan hay dos momentos
teóricos importantes para la teorización de puntos específicos de su función, los cuales
son: la teoría del significante en la paranoia, formulada en los años 1950 y la teoría de la
construcción del sinthome, presentada a partir de la topología de los nudos borromeos,
Introducida por Lacan en los años 1970 (HERMANN, 2005). Por otra parte, la perspectiva
de teorizar la función clínica del AT bajo el reverso de lo real condice con aquello que
Quinet (2006) destaca en su libro Psicose e lago social, obra im portante sobre el tema
y que marca la posición epistemológica de investigación en psicoanálisis lacaniano.
No obstante, antes de dar continuidad al texto, vale realizar una reserva, también
presente en el libro de Quinet: el hecho de pensar en dos m omentos de la obra de
Ese paso es coherente con aquello que fue descripto respecto del debate aca­
démico ocurrido en los años 1990. Fue necesario un tiempo de maduración de
esa experiencia clínica, pero, también, un tiempo histórico para que las discu­
siones del medio lacaniano incorporasen en sus debates sus contribuciones al
respecto de la noción de sinthome y sus implicaciones en la dirección del trata­
miento de la paranoia, ya que esa contribución teórica es de gran importancia
para la presente teorización, en aquello que se refiere, sobre todo, a la constata­
ción de que el AT contiene, en su especificidad, una función analítica. Es lo que
se espera afirmar al final de este recorrido de elaboración teórica.
De ese modo, el lector se encontrará con dos momentos importantes acer­
ca de la teoría lacaniana de las psicosis, momentos que ofrecen subsidios teó­
ricos legítimos para teorizar los obstáculos de la clínica de la paranoia y las es­
trategias creadas en el AT como alternativas importantes de superación de esos
mismos obstáculos.
El primer momento, referido a los años 1950, más precisamente los Semi­
narios Las psicosis (1955-1956) y Las formaciones del inconsciente (1957-1958),
además del texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las
psicosis (1957-1958), permitirá teorizar, de acuerdo a la noción de manejo de la
transferencia para la construcción de la metáfora delirante, algunos pasajes es­
pecíficos de la clínica del AT, tales como los tiempos previos de la instalación del
dispositivo de tratamiento y el procedimiento aquí denominado mirada en red.
La instalación del dispositivo de tratamiento se refiere a una de las versiones
posibles acerca de la invención del AT, en este caso, la idea de que habría surgi­
do en función de algunos casos que no encajaban en el montaje institucional de
tratamiento constituido, lo que demandó, en esa circunstancia específica, la sa­
lida de un miembro del equipo a la residencia de tales pacientes, como una ex­
tensión de la institución para que el tratamiento se efectivice.
Ya la idea de mirada en red se condice con un procedimiento oriundo de la
concepción institucional de tratamiento —más precisamente la psicoterapia ins­
titucional—, pero que sirve al AT como procedimiento ético de bastante utili­
dad, ya sea para la formulación de un proyecto terapéutico para el AT, o como
punto de articulación de un equipo constituido en cada caso, donde el AT asu­
me una posición privilegiada de articulador de ese mismo equipo, atento a los
obstáculos, ataques o boicots inherentes al tratamiento del psicótico, provenien-

Lacan no significa afirmar que hay una ruptura epistemológica o conceptual entre
esos mismos momentos. Dicho de otra forma, no es posible prescindir de la teoría
del significante (o del lenguaje) y de su estatuto ligado a las estructuras clínicas para
leer, por ejemplo, el seminario denom inado El Sinthome.
tes de su familia, teniendo en cuenta eí lugar que el paciente ocupa en su nove­
la familiar: el de depositario de la locura.
Sin embargo, fue en los años 1970, en conformidad con el énfasis dado por
Lacan a la clínica de lo real, de acuerdo con la teoría de los nudos borromeos
—más precisamente los Seminarios Aun, R.S.l. y El Sinthome—, que fue posi­
ble desglosar la experiencia clínica del AT en su especificidad, en un doble m o­
vimiento: por un lado, problematizar la noción de escena en el AT, de tal forma
de determinar su alcance analítico y, por otro lado, instituir las bases m etodo­
lógicas para la constitución de una teoría del método para el AT, al menos en lo
que concierne a su función clínica con la paranoia, ya que hay especificidades en
cuanto al manejo de la transferencia, entre la paranoia y los otros tipos clínicos
de la estructura psicótica, tales como el autismo, la esquizofrenia y la melancolía.
Así, y para finalizar, se retoma aquí, una vez más, la idea del deslizamiento
del significante, ahora circunscripto a la clínica psicoanalítica en sentido estric­
to y al AT. Fue a partir de la concepción de Lacan para la clínica psicoanalítica
de la paranoia que se creó ese movimiento de teorización del AT, a fin de poner
ese modelo teórico —sus herramientas conceptuales— al servicio de la sistema­
tización de presupuestos teóricos y técnicos y el debido alcance de su finalidad
clínica. Fue ese paso, el de trasladar la concepción de manejo de la transferen­
cia en la clínica psicoanalítica tradicional al AT, lo que permitió avances teóri­
cos importantes para el campo específico. Sin embargo, si existió ese movimien­
to de la clínica stricto sensu al AT, se espera, también, promover el movimiento
inverso; en este caso, trasladar el significante AT a la clínica psicoanalítica tra­
dicional, en la medida en que la función clínica del AT, en su especificidad, tie­
ne mucho para enseñar a los psicoanalistas que trabajan en sus consultorios...

En fin, este libro no interesa sólo a ios acompañantes terapéuticos y sí a to­


dos los que, de alguna manera o de otra, sustentan una posición de embate con
las dificultades inherentes a todo tratamiento posible de la paranoia.
C a p ít u l o i

La reforma psiquiátrica y el surgimiento


del acompañamiento terapéutico

Es sabido que, tratándose de la historia del AT, así como del conjunto de ex­
periencias de tratamiento de la locura, no es posible afirmar que una modali­
dad institucional, o igualmente el surgimiento del AT como dispositivo de tra­
tamiento, se hayan originado de forma espontánea o apartada del movimiento
institucional de sustitución de los manicomios. Ese movimiento crea y también
determina nuevos obstáculos, dilemas, crisis y ofrece soluciones, avances, nue­
vas posibilidades de teorización. La siguiente reflexión no es original. Absoluta­
mente. Al examinar la bibliografía existente sobre AT, vemos que varios traba­
jos ya pueden ser citados para ejemplificar los orígenes de esa clínica insertada
en el movimiento de la historia de la reforma psiquiátrica.
Lo que se presenta es un intento de resituar la caracterización del AT a par­
tir de la historia de la reforma psiquiátrica, haciendo foco en el modo en que el
cntrecruzamiento de las experiencias institucionales de tratamiento de la locu­
ra, sobre todo en el periodo de post Segunda Guerra Mundial, permite caracte­
rizar el quehacer clínico del AT. Lo que se pretende sustentar es la idea de que el
periodo mencionado permitió un fecundo movimiento de invención de los pa­
radigmas institucionales de substitución del manicomio.
Al describir, en este orden, las comunidades terapéuticas de Inglaterra, la psi­
quiatría democrática italiana y el modelo francés denominado psicoterapia ins-
lltucional, el objetivo es recuperar, en nuestro momento histórico, los paradig­
mas institucionales de esas tres experiencias, formulándolos como principios
orientadores y también como generadores de fracasos, a partir de aquello de lo
que cada montaje institucional no consiguió dar cuentas. Ahora, no es sin moti­
vo que toda concepción institucional tenga algo que, al final, escape. Como será
más adelante trabajado a la luz de la teoría lacaniana, algo retorna, por la vía de
lo real, algo propio de la psicosis.
Así, lo que se puede afirmar, en términos de innovación en esta reflexión, es
el hecho de que la descripción de las mencionadas experiencias instituciona­
les, inclusive sus críticas, permite una descripción posible de lo que se defiende
como la función clínica del acompañante terapéutico. La hipótesis que se sus­
tenta es que la clínica del AT será descripta como producto de los paradigmas
institucionales, incluyendo ahí las contradicciones inherentes al movimiento de
la reforma psiquiátrica.

1.1 La comunidad terapéutica

David Cooper (1989), principal exponente de la experiencia inglesa denomi­


nada comunidad terapéutica, fundamenta su propuesta de funcionamiento ins­
titucional en una minuciosa reflexión sobre las relaciones existentes entre psi­
quiatría y violencia. Al traer a la violencia al centro de su argumentación, Coo­
per afirma que las relaciones institucionales entre los técnicos de una institu­
ción y los pacientes son marcadas por actos de violencia, tanto de orden física,
tales como las camisas de fuerza, la lobotomía y el encarcelamiento de pacien­
tes, como, sobre todo, por el modo en que se establece el uso del poder en aque­
llos que asumen el papel institucional de manutención de cierto orden social.

[...] Al hablar de la violencia en psiquiatría, la violencia que nos enfrenta descarada­


mente dando gritos, proclamándose violencia en alta voz (como lo hace muy pocas ve­
ces), es la violencia sutil y sinuosa que las personas “sanas”1perpetran contra los rotu­
lados locos. En cuanto la psiquiatría representa los intereses o pretendidos intereses de
los sanos, descubrimos que, en realidad, la violencia en la psiquiatría es la violencia de
la psiquiatría (COOPER, 1989, p.31).

Un primer punto a ser destacado es el propio concepto o definición de lo que


sería la sanidad mental y su binomio, la locura. Campo de difícil tránsito, dado
que las clasificaciones psiquiátricas tradicionales parecen ser insuficientes para
dar cuenta de la complejidad del sufrimiento psíquico humano. Cooper, al en­
fatizar en una mirada más detenida sobre aquello que se entiende como lo sano,

1. Esas comillas denuncian el carácter irónico impreso por Cooper, al constatar el uso equivocado
del poder de aquel que cree conocer el modo correcto de tratar a un paciente psiquiátrico.
compara el uso de la violencia a aquello que cercena la libertad de una perso­
na por otra. Ser sano es saber preservar el derecho de otro a la utilización de su
propia libertad.
Su fundamentación consiste en afirmar que las relaciones sociales, sea en un
grupo terapéutico, sea en la familia de un paciente psicótico, se fundamentan
en algún tipo de relación entre una amenaza ilusoria o real de desintegración.
De ese modo, el grupo reinventa sus miedos con el objetivo de asegurar la pro­
pia permanencia. Dicho de otro modo, el producto de un grupo es enfrentarse
al terror de la violencia de la libertad.
Es en ese contexto que Cooper se vuelca para el estudio de las familias de pa­
cientes psiquiátricos al describir las peculiaridades de su funcionamiento. Las
cuestiones meramente triviales asumen una intensa polaridad entre vida y muer­
te, sanidad mental y locura. El modo de funcionamiento de la familia confun­
de a quien fue elegido para ocupar el lugar de enfermo mental. Una mamá, por
ejemplo, puede asumir el lugar de restringir la libertad de un niño, al sustentar
la determinación de que todo intento de autonomía por parte del niño puede
significar la desintegración del grupo familiar. En consecuencia, ese niño esta­
rá condenado a ocupar una posición insustentable. O se somete al despotismo
de otro, o carga con la culpa de asumir la desintegración de la ilusión de pleni­
tud del grupo familiar.
Por lo tanto, se afirma que la salida posible para un paciente psiquiátrico es
la ruptura de los lazos familiares para su inclusión en la institución psiquiátri­
ca, Siendo así, el estado natural de las relaciones de poder se mantienen también
en el montaje institucional psiquiátrico tradicional. Se constata que las teorías
de doble vínculo, oriundas de la Escuela de Palo Alto, California, también están
presentes en el funcionamiento del manicomio. Por doble vínculo se entiende
lo confrontación del paciente con exigencias absolutamente contradictorias. Ese
también es un punto importante, a partir del cual Cooper va a fundamentar sus
tentativas de sustitución del manicomio por su experiencia institucional, deno­
minada Villa 21: Un experimento en antipsiquiatría.
Con todo, antes de presentar su propuesta de concepción institucional, cabe
presentar un argumento más, en este caso, una crítica a las clasificaciones psi­
quiátricas. La medicina, de forma general, recurre a los diagnósticos para cla­
sificar la enfermedad y da poca o ninguna prioridad al enfermo o a la perso­
na quií sufre dificultades emocionales. Es verdad que la medicina, en su ámbito
ITIÁ8 general, funciona bien al asumir esa estrategia. Sin embargo, la transposi-
i lón de la lógica de clasificación de las enfermedades para el campo psiquiátri-
i o es, según Cooper, bastante nociva. Sus efectos inciden sobre el hecho de que
la cuestión principal no está en la falencia del cuerpo del paciente psiquiátrico,
pero sí en la perspectiva de que el paciente sufre de relaciones sociales y fami­
liares enloquecedoras.

[...] La locura no está “en” una persona, sino en un sistema de relaciones del cual for­
ma parte el rotulado “paciente”: [...] La abstracción corriente del “enfermo”del sistema
de relaciones en el que está aferrado distorsiona inmediatamente el problema y abre el
camino a la invención de pseudo problemas, clasificados y analizados casualmente con
toda seriedad, mientras que todos los problemas auténticos se disipan sigilosamente
por la puerta del hospital, junto con los parientes que se alejan (COOPER, 1989, p.47).

La experiencia de la Villa 21 fue un marco en la concepción de ia reforma psi­


quiátrica. A partir de la necesidad de crear una unidad autónoma frente al siste­
ma psiquiátrico, esa comunidad terapéutica puede establecerse en una casa de
la comunidad, fuera del contexto psiquiátrico institucional, asumiendo un ca­
rácter de prototipo o modelo de funcionamiento institucional.
Su rutina era establecida por grupos espontáneos o programados. En los gru­
pos programados, había una asamblea diaria de la cual participaban médicos,
técnicos y pacientes, con el objetivo de determinar cómo se daría el funciona­
miento de la institución. ¿Cómo lidiar con los problemas institucionales? Las
decisiones eran tomadas de forma colectiva, lo que revolucionaba radicalmente
lo que era propuesto por el modelo clásico de manicomio. No era más el médi­
co el que decidía el funcionamiento institucional, o lo que debería ser prescrip-
to como terapéutico para determinado paciente. Lo que estaba dado, en térm i­
nos de horizonte del funcionamiento institucional, era una subversión delante
de un saber psiquiátrico totalizante, que muchas veces, al reproducir preconcep-
tos, estaba al servicio de una defensa frente a la locura.
Ocurrió en ese ejemplo un intento de horizontalización de las relaciones ins­
titucionales. Al tomarse la figura del médico como ejemplo mayor de lo que se
discute en el momento, cabe verificar que él asume, naturalmente, un papel de
líder en la institución. Históricamente él fue investido en un lugar de poder, sea
por su saber, sea por las atribuciones administrativas, en que las decisiones to­
madas parecen mucho más aliadas a las conveniencias operacionales y de con­
firmación de un saber cientificista sobre la enfermedad. Dentro de ese contexto,
se hace necesario resaltar un modo de ejercer el liderazgo con autenticidad, en
el cual se promueve la no privación de la libertad del otro. Se abre la tentativa de
no dominación del otro y, consecuentemente, de la no realización de la ilusión
de que el funcionamiento institucional está bien ordenado, así como de la ilu­
sión de que un funcionamiento institucional sustenta una organización interna.
La horizontalización de las relaciones institucionales, según Cooper, convo­
ca a aquellos que tratan de aproximarse al fenómeno de la locura o se enfren­
tan consigo mismos.

La dificultad real para el personal consiste en la autoconfrontación, en la confrontación


con los problemas, perturbaciones y locura propios. Cada uno debe correr el riesgo de
salir al encuentro del lunático que incluye en sí. El equilibrio convencional establecido
mediante la externalización de la violencia por los psiquiatras y enfermeros (que ac­
túan al servicio del “público”) no puede ya subsistir sin crítica por el hecho de no haber
sido advertido. Ha producido el principal problema social del hospital psiquiátrico, al
obraren una sutil y compleja colusión con la familia del paciente y, a través déla fa m i­
lia, con la totalidad de losfuncionarios públicos implicados. (COOPER, 1989, p. 132).

Para finalizar, Cooper concluyó que el experimento de la Villa 21 implicó la


constatación de que hay límites para el cambio en la institución. Así mismo, cabe
a aqtíellos que se aventuran en trabajar en una institución caracterizada en so­
portar una proximidad mayor con el fenómeno de la locura, a partir de la hori­
zontalización de las relaciones institucionales, no se dejen tomar por un sistema
de dominación que clasifica, jerarquiza y, por lo tanto, determina a priori los lu­
gares de funcionamiento de la institución.

1.2 La comunidad terapéutica y el acompañamiento terapéutico

La contribución de las comunidades terapéuticas para la caracterización del


AT como dispositivo de tratamiento se da en dos niveles.
El primer nivel se centraliza en la figura del auxiliar psiquiátrico como pre­
cursor del acompañamiento terapéutico, tal como es descripta por Reis Neto
(1995), Sereno (1996), Pitiá (2005) y Araújo (2005), al enfatizar la salida de ese
técnico de la institución para auxiliar al paciente en su cotidianeidad.
El segundo nivel consiste en el propio debate sobre el pasaje de auxiliar psi­
quiátrico a acompañante terapéutico. Hay, en ese recorrido, una referencia a la
expresión amigo calificado, expresión importante para la cuestión en debate. No
tiene consenso, en la literatura sobre el AT, el cambio de término amigo califi­
cado por el término acompañamiento terapéutico, como más adelante se verá.
Ibrahim (1991) relata una experiencia de trabajo de equipo en salud mental
en la ciudad de Río de Janeiro, en la Clínica Vila Pinheiros. Él describe la figura
del auxiliar psiquiátrico como precursor del acompañamiento terapéutico. En
un prim er momento, ese técnico asumió la función de cuidar del paciente que
se encontraba en crisis emocional, siendo, así, demandados cuidados relaciona­
dos a la manutención de la integridad física, la utilización de los medicamentos
y, sobre todo, un apoyo afectivo. En ese contexto, el auxiliar psiquiátrico asumió
una función que podría ser caracterizada no solamente como protección, vigi­
lancia y control. Había algo más, dado que ese profesional participaba integral­
mente de la cotidianeidad de la institución, al auxiliar a los pacientes, al elabo­
rar comisiones para la realización de fiestas, actividades deportivas, realización
del periódico mural, etc.
Con todo, en el inicio de la década de 1970, cuando se piensa en Brasil, las
comunidades terapéuticas comenzaron a cerrarse en función de un retroceso
histórico marcado por el periodo de la dictadura militar. Se volvió a la época en
que la que lo que se proclamaba era simplemente sacar al loco de circulación. A
pesar de eso, había un contingente de auxiliares psiquiátricos que fueron solici­
tados para trabajar en casas particulares, en el lugar mismo donde los pacien­
tes enfermaban. En ese pasaje, el trabajo pasa a ser ejercido fuera de las institu­
ciones. Algo se perdió, ya que no estaba más el recurso de la sustentación de un
equipo de trabajo para orientar las intervenciones del profesional. Sin embar­
go, el lanzarse directamente sobre lo cotidiano del paciente significó logros im­
portantes: el auxiliar psiquiátrico pasó a intervenir directamente en el seno de
la familia, transformando radicalmente su forma de mantenerla relación de tra­
bajo con el paciente. El auxiliar psiquiátrico deja de ser aquel que ocupaba una
posición privilegiada de observador de la familia y pasa a ser actor en ese con­
texto, manteniendo, a decir verdad, también un lugar de extraño en esa familia.
Un punto de enorme importancia es lo que Ibrahim destaca como otra con­
secuencia del momento histórico anteriormente descripto. El auxiliar psiquiátri­
co, que antes participaba de un equipo de trabajo institucional, pasa a ser él mis­
mo la institución. Ese punto será ampliamente desarrollado a lo largo de este li­
bro. ¿Qué desdoblamientos pueden ocurrir ahí? ¿Cómo pensar hoy la figura del
acompañante terapéutico apartado de un equipo de trabajo? ¿Cuál es su mirada
sobre el fenómeno de la locura, su complejidad y las posibilidades de interven­
ción clínica? ¿Cómo pensar la idea de la mirada institucional o la mirada en red
presente en esa función de proximidad con la vivencia de la locura?
Lo que Ibrahim describe en su texto es que el pasaje del auxiliar psiquiátrico
ligado a un equipo de trabajo para ser él mismo la institución fue hecho de for­
ma gradual y cargado de varios vicios institucionales, ya que se creía en el ca­
rácter de “patología intrapsíquica” del enfermo y en su cura.
Acabamos de describir un primer marco para la construcción de la figura del
acompañante terapéutico. El auxiliar psiquiátrico sale de la institución, donde
acompañaba a los pacientes en tareas/acciones de lo cotidiano de la institución,
y pasa a trabajar directamente con el paciente, asumiendo él mismo el estatuto
de institución, al intervenir en el seno familiar del paciente sin el respaldo de un
equipo de trabajo constituido a priori.

El segundo aspecto a ser trabajado es la discusión del empleo del término


amigo calificado, según lo descripto por Baremblitt (1991), al enfatizar la expre­
sión amigo como algo importante para la reflexión acerca de la construcción de
la figura del acompañante terapéutico. Él afirma que la tentativa de definición
de una función o papel está profúndamente marcada por compromisos cientí­
ficos o disciplinares, ya que su argumentación también está atravesada por las
ideas de Michel Foucault. ¿Cómo pensar la fúnción del acompañante terapéu­
tico, un desarrollo de la práctica del auxiliar psiquiátrico, haciendo también re­
ferencia al término amigo calificado? ¿Cuál es el lugar que se debe ocupar para
repercutir sobre la definición de acompañante terapéutico? La única salida p o ­
sible es pensarlo a partir de la práctica, del lugar de aquel que ejerce la función
de estar junto con un paciente psicótico. Lo que fue expuesto es que estar junto
con un paciente psicótico puede ser pensado a partir de una pequeña modifi­
cación, ya que no interesa estar con el paciente, en su forma de estar en el m un­
do, pero sí considerar el hecho de que el paciente tiene su manera singular de
reproducir el mundo. Cabe al acompañante terapéutico acompañar la recons-
Irucción de ese mundo, al considerar el modo absolutamente original del pa­
ciente. Es en ese contexto que se defiende la reconquista del empleo del térm i­
no amigo para la realización de la función descripta por Baremblitt, o al menos
no perder de vista aquello que la palabra amigo sugiere en términos conceptua­
les A.migo significa soportar la inventiva/creatividad del paciente psicótico en
recrear su mundo sin establecer una mirada de represor o de pedagogo, que de­
termine lo que es aconsejable para una buena adaptabilidad.
El debate acerca de la definición del acompañante terapéutico a partir de su
Iunción permite reflexiones importantes, que merecen ser desarrolladas en el
presente. Se creó el térm ino acompañante terapéutico para pensar su identidad,
oriunda de determinada fúnción. Estar al lado de un paciente psicótico, no en
el sentido de compartir su mundo pero en el intento de ofrecer estrategias para
que el paciente reconstruya el propio mundo. Eso evoca la figura del amigo como
aquel que no se preocupa por las excentricidades de par.
Araújo (2005), al posicionarse frente a esa cuestión, defiende la reconquis­
ta de la dimensión de la amistad en la clínica del acompañamiento terapéutico,
pues ella rescata la dimensión política de esa clínica, al apoyarse en la corriente
teórica del esquizoanálisis. Lo que destaca Araújo es, sin duda, digno de tener
en cuenta. Al problematizar la noción de función en la clínica del AT, una clíni­
ca de pasaje, una clínica que propone una presencia por la proximidad de la ex­
periencia de la locura, se propone enfatizar la propia idea del pasaje, de que algo
se pasó. No solamente en el sentido del desplazamiento de los cuerpos en la vía
pública, pero sí de algo que se produce en términos de cambios subjetivos. De
ese modo, Araújo propone:

“Cuestionar las técnicas en cuanto saberes constituidos, no naturalizándolos, desesta­


bilizando sus formas, es lo que nos dará las condiciones para que podamos extraer de
las prácticas una experiencia clínica que pensaremos como un acontecimiento. Ha­
blamos ahora no más del cómo ni del dónde se da la clínica y sí el qué pasa en la clí­
nica de acontecimiento, o la clínica-acontecimiento-la punta más desestratificada del
agenciamiento clínico, que también será entendido como acompañamiento terapéuti­
co (ARAÜJO, 2005, p. 25).

El acento recae sobre la experiencia de un acontecimiento, en detrimento de


la primacía de la técnica o del saber constituido. Lo que se hace es priorizar el
acontecimiento, en vez de priorizar y, consecuentemente, confirmar algún saber
instituido surgido de la técnica o del saber instituido sobre “la” clínica, al recono­
cer al sufrimiento humano como instrumento de confirmación de la ortodoxia
teórica. Así, se preconiza la vivencia de acontecimientos, cuya dirección se opo­
ne a las fuerzas disciplinares o coercitivas encapsuladoras de la subjetividad. De
ese modo, la política de la amistad es entendida como “una relación libertaria
que surge en el espacio intersticial, entre dos, espacio siempre entre uno y otro,
espacio que entendemos que es clínico por excelencia (ARAÚJO, 2005, p.31).
La política de la amistad, vivida sobre el amparo de lo imprevisible, de la ins­
tantaneidad, de aquellos acontecimientos insólitos que la ciudad puede precipi­
tar —en el sentido de una vivificación de la subjetividad en la escena o el esce­
nario público—, marca una articulación con el AT, en la medida en que hay un
compromiso político en su historia que no merece ser perdido de vista.

Amigo calificado fu e el primer nombre dado a esa práctica, cuando se insertaba en el


contexto de las luchas de la psiquiatría social. El amigo calificado fue entonces una for­
ma de hacer clínica que no se separaba de una intervención política en el campo de la
salud mental, que no se separaba de una práctica de libertad y de la creación de nue­
vos derechos relaciónales (ARAÚJO, 2005, p.32).

Hasta ese punto, concordamos con Araújo, considerando que sus posicio­
nes acerca de la dimensión política del AT, además de los efectos que esa clínica
puede surtir —en términos de pasajes subjetivos— son imprescindibles para lo
que se busca en términos de efectos clínicos. Concordamos también con el he­
cho de que hay determinada clínica que puede tener efectos enriquecedores de
la o en la subjetividad. Nos referimos aquí a aquellos que se apoyan en un sa­
ber tecnicista en vez de soportar una proximidad, en este caso, de mayor con­
tacto con la locura.
El debate del nombre de la función del AT ocurre a causa de la tensión exis­
tente entre una cualidad necesaria del AT de soportar lo insólito, característico
de la psicosis, como ya fue afirmado anteriormente, pero también sin perder de
vista la faceta clínica de esa misma actividad. Históricamente, se apostó al nom ­
bre acompañamiento terapéutico justamente para resaltar su dimensión clínica
y/o terapéutica. Así, al contrario de lo que propone Araújo, la posición que aquí
se inscribe es la de considerar una concepción de subjetividad y operar con ella,
en la medida en que una teoría, a pesar de los riesgos posibles en su uso, es tam ­
bién operadora, ya sea en el sentido de la oferta de aportes técnicos y metodoló­
gicos, como en los efectos de resignificación originados en la experiencia clíni­
ca, lo que permite hacer avanzar aun más la propia potencia clínica.
En ese sentido, se abre una cuestión más ¿cómo pensar la clínica de la psicosis
delante del debate ahí expuesto? Dicho de otro modo ¿es verdad que el pasaje de
auxiliar psiquiátrico a amigo calificado y, finalmente, a acompañante terapéuti­
co, puede perder de vista lo que fue mencionado sobre la posición de proximi­
dad que esa clínica exige de aquel que se propone acompañar a un psicótico? Sin
embargo, se defiende la utilización del término acompañante terapéutico, dado
que hay una posición distinta entre amigo y terapeuta. Basado en una posición
determinada frente a ese debate, se cree que la política de amistad es importante
para sustentar ese quehacer clínico, para no hablar de lo que ese término repre­
senta en su dimensión ética y política. Pero la historia del AT nos muestra eso:
se hace necesario no perder de vista la dimensión de tratamiento presente en el
debate. Por otra parte, ya se habló mucho sobre cuan insustentable es la postura
de la antipsiquiatría tal como Cooper la describe. La proximidad por la proxi­
midad misma no promueve tratamiento y también es verdadero el hecho de que
los integrantes del par acompañante/acompañado ocupan posiciones asimétri­
cas. Hay alguien que sufre y hay alguien que ofrece tratamiento. Si no fuese así,
IU) habría porqué teorizar esa clínica, ni interrogarse por sus efectos.
1.3 La ps [uiatría democrática italiana

La experiencia italiana de substitución del manicomio pasa por una premi­


sa fundamental: la de que la sociedad como un todo es productora de locura y,
consecuentemente, responsable por la exclusión social del loco. De ese modo, se
podrían crear en esa misma sociedad estrategias de inserción que puedan sanar
sus principios de funcionamiento enloquecedor y de exclusión.
Rotelli (1987) describe la experiencia de Trieste, ejemplo paradigmático de la
propuesta de substitución de los manicomios. Él parte de la constatación de que
el sistema de leyes que regía en el país era del siglo XIX, centrado en la política
de peligrosidad del enfermo mental. Así, la institución psiquiátrica contempla­
ba el sólo hecho de ejercer la custodia sobre el loco, considerado por la ley como
alguien inhábil, incapaz de ejercer sus derechos como ciudadano. De ese modo,
la psiquiatría era utilizada solamente para mantener el orden social. Los datos
estadísticos eran alarmantes: en 1965, se calculó que había 800 mil personas en
el interior del manicomio italiano, sin ningún derecho social.
Como ya afirmamos, hay una relación de dependencia entre la psiquiatría,
las leyes y la manutención del orden público. Una vez constatada esa relación
de dependencia, el paradigma italiano se lanzó a un proceso de transformación
de esa realidad. Fue creado un hospital psiquiátrico abierto, donde las perso­
nas pudieran transitar libremente y ejercer sus derechos civiles. El punto inicial
era modificar la relación médico/paciente, a través de las discusiones colectivas
acerca de las necesidades de los usuarios frente a su tratamiento. De ese modo,
la propuesta de las comunidades terapéuticas sería el primer paso a ser dado, si­
guiendo el modelo de asambleas, en que usuarios, médicos, familiares, en fin,
todos los implicados tuviesen espacio para debatir lo que quisieran defender. Se
habla de una toma de conciencia colectiva, en que la dimensión del tratamiento
se orientaba por la posibilidad del usuario de emanciparse como sujeto social.
La experiencia más significativa fue la de Trieste, iniciada en 1971, a partir de
la nominación de Franco Basaglia para la dirección de un manicomio con más
de 1,2 mil camas. Se optó por trabajar las relaciones internas del hospital, con el
objetivo de abrir gradualmente las puertas del manicomio a la ciudad. Se creó,
de ese modo, una cultura distinta de las relaciones entre las personas, en función
de la responsabilidad atribuida a los médicos y, sobre todo, por la reconquista
de la relación del interno con la ciudad. De ese modo, el principio de la comu­
nidad terapéutica podría ser pensado como un paso intermediario a ser dado,
ya que el objetivo mayor de la propuesta era promover el cierre del manicomio
y la inserción del loco en la trama social.
Por ejemplo, los enfermeros comenzaron a acompañar a los internos en las
visitas a sus familiares y, de ese modo, su función de control y vigilancia pasaba
a ser substituida por otra, opuesta: la de ofrecer y sustentar la libertad y el tránsi­
to de los internos. Además de ese movimiento de salida de los internos, hay otro
que también se estableció: el de apertura del manicomio a la posibilidad de visi­
tas de la población. Se estableció ahí un libre tránsito, sin restricción de sentido.
Lo de adentro podían salir y los de afuera podían entrar. Los esfuerzos se cen­
traban en la construcción y en el estrechamiento de la relación entre el manico­
mio y el territorio urbano. Culminaron en una estrategia de reurbanización de la
ciudad, dado que se inició la construcción de centros externos de salud mental.
Esos centros acumulaban las funciones de atención a la salud mental y también
de centros sociales, para abarcar las necesidades sociales de los usuarios, ya que
muchos no disponían de familias para recibirlos. Por fin, se formaron coopera­
tivas para sustentar ese movimiento, cuyo sustento financiero provenía de los
recursos destinados a la manutención del manicomio tradicional, extinto desde
la reformulación de los espacios públicos. Se creó un referendo para modificar
la ley de salud mental y, en mayo de 1978, el Parlamento Italiano votó la prim e­
ra ley que preconizaba el cierre de los hospitales psiquiátricos.
Para finalizar, de forma bien sintética, el proceso italiano abrió cuestiona-
mientos sobre el modo de constitución de la locura como enfermedad. La locu­
ra puede ser vista como una situación natural y social, pero la categorización de
ella como enfermedad mental es un proceso histórico, cuya consolidación de­
pendió, y mucho, de determinado saber cientificista y legal. En ese sentido, dis­
pone de categorías como síntoma, diagnóstico, y se pasa a la tentativa de ade­
cuación del loco a una sociedad normalizante, como si el loco tuviese una falta
que debiese ser concertada.

Es preciso aumentar los grados de libertad personal, pues la locura acarrea su restricción.
Esto ocurre no sólo debido a la form a en como ella viene siendo gerenciada, sino tam­
bién porque ésta es “per se”una situación de no elección, en la que el sujeto está inserto.
Terapia significa, por lo tanto, ampliar los espacios de libertad internos del ser humano,
y su emancipación. Para esto es necesario emancipar el medio circundante, pues no es
posible aumentar la libertad sin aumentar el estatuto de libertad, o sea, su libertad de
relación. Es por lo tanto necesario emancipar todo el campo terapéutico y el ambiente
que lo rodea (ROTELLI, 1987, p. 14).

Para finalizar, el énfasis está en la promoción de la emancipación de los ciu­


dadanos locos al establecer estrategias de trabajo y de inserción social. Se rom ­
pió con el pensamiento mecanicista de causa-efecto, ya que se priorizó el traba­
jo bajo la defensa de las posibilidades. No se espera de determinada acción un
resultado específico y eso abre posibilidades y apuestas, pues la tutela cede te­
rreno a la participación.

1.4 La psiquiatría democrática italiana y el acompañamiento


terapéutico

El ejemplo de Trieste nos permite verificar los efectos que una estrategia de
circulación de/en lo social puede precipitar en un tratamiento con pacientes
psicóticos. Ese es un punto absolutamente consensual en los distintos abordajes
del AT, se basen en las líneas cognitivas o comportamentales, en otros aborda­
jes psicoanalíticos y así mismo fenomenológicos o existenciales. La apuestá que
se hace es que el encuentro del paciente con la calle, espacio clínico, promueve
efectos en la subjetividad.
A rúa como espado clínico, título de la primera publicación brasilera sobre
el tema, nos ofrece una definición de lo que sería el AT, según Porto y Sereno
(1991, p. 31).

Acompañamiento terapéutico: prácticas de salidas por la ciudad, con la intención de


montar una “guía”que pueda articular al paciente en la circulación social, a través de
acciones, sustentado por una relación de vecindad del acompañante con el loco y la lo­
cura, dentro de un contexto histórico. Así, lo que se proclama es el intento de estable­
cer una “guía”de la ciudad en que se pudiesen clasificar los puntos privilegiados de de­
terminado paciente, para que él pudiese experimentar su modo singular de conexión
con la trama social, respetando su organización psíquica, con el objetivo de aumentar
las posibilidades de circulación. Se busca una manera posible de que el paciente movi­
lice sus propios recursos internos para construir sus puntos de contacto con la ciudad.

En ese sentido, se prioriza el uso de acciones, al intentar siempre promover


salidas para la calle. El punto ahí es sustentar la circulación, inclusive si se sabe
de antemano que el objetivo final está condenado al fracaso. No importa, lo que
se sustenta es la posibilidad de que la acción se concretice, hasta donde fuese po­
sible, a partir de aquello que fuera imaginado.
Otro punto importante es el de que la acción del acompañante terapéutico
puede producir efectos interpretativos. No se trata de pensar la interpretación
tal como fue formulada por Freud en la clínica de la neurosis, a través de la pa­
labra o del silencio, pero sí como acciones, movimientos, actos que puedan sus­
tentar aquello que se imaginó como acción. En ese sentido, un acto interpreta-
llvo del acompañante terapéutico pretende tan solamente favorecer el flujo de
una acción, de modo que ella se sustente. Se destaca también el lugar físico del
acompañante terapéutico, que puede estar delante del acompañado para favore­
cer la ocurrencia de determinada acción. Él puede también estar al lado, como
alguien que ofrece soporte al paciente, por servir como referencia corporal, o
entonces estar atrás del acompañado, de modo de ofrecerle posibilidades de ex­
perimentar cómo reinventar el mundo a su manera, con su estilo.
En esa misma línea de raciocinio, Caiafa (1991) describe la condición de apri­
sionamiento que la crisis psicótica puede propiciar. Describe la posición de in­
movilidad en que determinado paciente se puede encontrar. Las salidas perm i­
ten retirar al paciente de la condición mórbida, al ofrecer gerenciamientos de
Vida. Hay una apuesta al hacer enredo, historia, en fin, al incitar la memoria. No
habla apenas de una irregularidad de horario, sino también de aquello que las
escenas, actos, lugares públicos incitan en relación a la (re)construcción de una
memoria y, por consecuencia, da la tentativa de rescate de los propios recursos
subjetivos del paciente.

De cualquier forma, ya hay una transformación social de algo mortífero y espantoso


por algo que puede impedir la muerte, que posibilita la vida. Esto sólo es posible por­
que puede ser usado, vivido. Usado y vivido de modo que no incurramos nosotros,
acompañantes terapéuticos, en la burocratización de un servicio, encerrando lo psicó­
tico a una circulación neurótica de lo social, dictando modos de estar ajenos al pacien­
te (CAIFA, 1991, p.98).

La ciudad pasa, entonces, a ser considerada como objeto de reflexión. Frayze-


Pereira (1994) se interroga sobre la ciudad al caracterizarla a partir de conceptos
de la modernidad. Articula la vivencia de la modernidad, cuyo inicio data del
ligio XV, con la vivencia de lo urbano y reformula las dimensiones del tiempo y
de1,espacio. La vivencia del tiempo se modifica, ya que no está más en juego la
determinación de la naturaleza sobre el hombre y sí la determinación del traba­
jo. No se duerme más a la noche y se despierta al amanecer. El hombre m oder­
no organiza el propio tiempo en función del orden productivo. El tiempo pasa a
Ht-r considerado como algo lineal, en que claro y oscuro —día y noche— dejan
de ser determinantes para la organización del trabajo. Las fábricas disponen de
1res turnos, los bancos contratan personas para trabajar en la compensación de
dheques de madrugada, las instituciones públicas solicitan mano de obra para
realizar procesamiento de datos, los medios de comunicación contratan profe­
sionales para mantener siempre actualizados los sitios de Internet, etc. El espa­
cio también se modifica. El hombre pasa a trabajar en un lugar diferente al de su
residencia. Tiempo y espacio pasan a asumir nuevas configuraciones de la sub­
jetividad del hombre moderno.
Tal proceso culminó en la condición subjetiva de fragmentación y disconti­
nuidades, marcas de la contemporaneidad. El hombre contemporáneo vive los
efectos de la industrialización. La ciudad deja de ser algo a ser contemplado, ad­
mirado, y se torna un espacio que posibilita la compra y venta de productos. Las
marcas singulares de la ciudad, aquello que era admirado, son puestas en segun­
do plano en función de la generalización del producto, que constituye el lema
para el sistema de producción de los bienes materiales

El hombre actual es aquel que circula por las calles, solitario, enfrentando el caos ur­
bano y que tiene que ver con los efectos que esa circulación promueve en sí. No se tra­
ta solamente de un esfuerzo para conquistar un mejor camino, sino también de la in­
teracción que se establece entre el hombre y el caos.
El hombre en la calle, lanzado en ese caos moderno, se ve en torno a sus propios recur­
sos —posibilidades que frecuentemente ignora poseer— y se ve obligado a explorarlos
exhaustivamente si quiere sobrevivir. Y, para recorrer el caos, él necesita estar en armo­
nía con sus movimientos [...] (FRAYZE-PEREIRA, 1994, p.26).

Se agrega el estar en armonía también con los propios recursos psíquicos.


Es en ese contexto que Palombini (2005) localiza la figura del acompañante
terapéutico. El acompañante terapéutico aparece como una piéce de résistance,
alguien capaz de oponerse a la lógica de dominación del flujo homogeneizan-
te de lo urbano. Hay una subversión en el modo con el que él se posiciona en la
ciudad, propuesta a partir de la figura áúfláneur. El vagabundo2 es aquel que
vaga por la ciudad, desligado/desvinculado de la determinación de los flujos ur­
banos ligados a la lógica capitalista. Él circula por el territorio, buscando para sí
posibilidades de contemplación y disfrute de aquello que experimenta y viven­
cia. El par acompañante/acompañado establece el mismo tipo de relación con
la ciudad. Lo interesante es descubrir cuáles son los puntos de anclaje posibles
para el psicótico, con el objetivo de crear una red propia de circulación. La cir­
culación se abre a la perspectiva de lo nuevo, del encuentro, de la posibilidad de
creación de acontecimientos en los espacios. El acontecimiento implica una di­
mensión subjetiva, un encuentro con la alteridad, una ruptura con aquello que
mantiene el psicótico en su encierro.

2. Nota del Traductor: se considera a la palabra vagabundo como la traducción contextual más
acertada de la palabra francesa flñneur, utilizando su primera acepción según el Diccionario
de la Real Academia Española: Que anda errante de una parte a otra
En ese sentido, retomando a Caiafa (1991), la apuesta clínica que se hace es
que el paciente psicótico, por estar al margen de un amarre neurótico que le con­
fiere un estatuto simbólico, consigue, en su vínculo con la ciudad, construir algo
que le permite sostener el amarre que le faltó en el momento de estructuración
de la propia subjetividad.
A modo de conclusión, se realiza una breve descripción del paradigma italia­
no de reforma psiquiátrica. La experiencia de Trieste nos retrata el énfasis dado
ti la idea de que la sociedad produzca la locura y, consecuentemente, pasa tam ­
bién a ser responsable de promover estrategias de inclusión social. Vimos que
el proceso de cierre del manicomio de Trieste ocurrió según algunas etapas. La
primera fase fue similar a lo que fue descripto sobre las comunidades terapéuti-
i as, la horizontalización de las relaciones institucionales. La segunda fase con­
istió en abrir el territorio urbano y el manicomio. Las puertas del asilo se man -
tuvieron abiertas y, poco a poco, fue posible diluir las diferencias entre dichos
territorios. Para finalizar, los centros externos fueron creados, con un carácter
ili cooperativa, para recibir a los usuarios que por ventura no dispusiesen de fa­
milia o de un lugar para vivir y hasta trabajar.
La experiencia italiana radicalizó la propuesta de inclusión sociai, en com­
plete sintonía con lo que la clínica del AT preconiza, según lo trabajado en este
Item. Sin embargo, hay un punto que merece ser destacado ¿cómo pensar la in-
■luslón social de un psicótico, teniendo en cuenta que él trae consigo determi­
nada condición subjetiva? Cabe examinar las cosas más de cerca. De hecho, vi­
mos que el paciente psicótico se beneficia al tener espacios de anclaje subjetivo
- il el contexto social. Pero también sabemos que los puntos de anclaje son te­
nues y de difícil construcción. En otros términos, no es posible proponer la ban­
dera de la inclusión social sin preguntar si alguien, con su propia historia, so-
| mi tn set lanzado a cohabitar un mundo determinado por una lógica capitalista,
lid vez sea ese el punto de mayor fragilidad de la experiencia italiana. Hay
■s simbólicos que pueden ser imposibles de habitar, o hay ciertos derechos
i 1ntizados por ley que son, si no imposibles, al menos difíciles de ser conquis-
lrttl< is Por ejemplo, se sabe que, en Brasil, el psicótico tiene una pensión por in -
tlldez. Es una cuestión delicada, dado que ese derecho deriva en un rótulo, lo
que puede tener implicancias en la subjetividad del candidato a tal bono social.
I'h io no pasa por ahí. Al suponer esa posibilidad, se imagina que el hipotético
t rtiulldato tenga que obtener un segundo documento de identidad para conquis-
t<ii tal beneficio. Es una hipótesis bastante común, teniendo en cuenta que, al
Míenos en la realidad brasilera, millares de internos perdieron sus vínculos fami-
Ifl s ¿cómo, entonces, se puede sustentar esa propuesta delante de alguien que,
en su producción delirante, cree que su origen viene de referencias oriundas del
propio delirio y no de una filiación marcada por un padre y una madre y, por lo
tanto, según las determinaciones simbólicas? La bandera de la inclusión social
puede ser legítima, pero debe ser conducida de tal modo que se consideren las
condicione subjetivas de cada paciente.
En cierta ocasión, actué como acompañante terapéutico de un paciente que
creativamente produjo una “tarjeta de presentación” de sí mismo, que decía más
o menos lo siguiente: “Certifico para los debidos fines que [...] es constructor de
puentes y edificios, profesor de educación moral y cívica, sereno, carpintero, etc.”
Había una infinidad de profesiones impresas en su tarjeta, que fue confeccio­
nada de modo cuidadoso, plastificada y con una firma bastante original. Un día,
fue necesario ir a un centro de análisis clínicos para realizar un control de san­
gre de rutina. Le fue solicitado su documento de identidad y el paciente le pre­
sentó su tarjeta personal. En ese momento, se creó un conflicto. La recepcionis-
ta, por un lado, no quería aceptar lo que le estaba siendo presentado; el pacien­
te, por el otro, se rehusaba a tomar cualquier otra iniciativa, a no ser la de insistir
en la validez de aquello que estaba presentando, al final su tarjeta decía mucho
más de él que el documento oficial. Después de la discusión y en función de la
insistencia del paciente, la recepcionista cedió y permitió la realización del exa­
men, a causa de la intervención conciliatoria del acompañante terapéutico. Mo­
raleja de la historia: no es posible insistir en la bandera de la inclusión social sin
considerar las condiciones subjetivas de aquel que ocupa un lugar excluido del
contexto social. Lo que veremos a continuación hace referencia a dicha cuestión.

1.5 La psicoterapia institucional francesa

En este libro, el paradigma de substitución del manicomio oriundo de Fran­


cia, denominado psicoterapia institucional, ocupará un lugar destacado, pues en
él hay fundamentos importantes para pensar la clínica del AT.
La psicoterapia institucional produjo una alternativa importante de substi­
tución del manicomio. Sus raíces teóricas se remontan al silgo XIX, según Des-
viat (1999) que afirma que ese modelo institucional fue una tentativa de resca­
tar aquello que sería una institución psiquiátrica. Sus fundamentos se originan
en las concepciones de Pinel y Esquirol, quienes propusieron el fundamento hu­
manista de tratamiento de los alienados. Un marco histórico importante fue la
conjunción entre el Poder Judicial y la psiquiatría, cuando Pierre Riviére asesi­
nó a su familia en Francia, a mediados de la década de 1830.
Pierre Riviére no puede ser juzgado por la justicia común, pues sufría intensas
dificultades emocionales. El saber psiquiátrico de la época intercedió y desde enton­
ces se creó una demanda importante para el Estado: ¿qué hacer con los criminales
locos? El movimiento humanista fue, en función de esa demanda, una tentativa de
ofrecer tratamiento a esas personas. Pinel propuso un tratamiento moral, basado
en su hipótesis de que el loco tenía un cerebro más influenciable a los males de la
sociedad. Cabría, entonces, proponerle un tratamiento basado en terapias como
la estrategia del silencio y baños terapéuticos, un tratamiento que pudiese aliviar
al cerebro moralmente enflaquecido o susceptible a las explosiones de la locura.
Esquirol, su discípulo, constató la necesidad de crear una institución sola­
mente para la demanda específica de tratamiento de la locura. No era posible
tratar la locura en una institución que juntaba a los locos con toda clase de ex­
cluidos, tales como leprosos, prostitutas, jóvenes desvirgadas, mendigos, etc. A
modo de ilustración, el hospital Salpetriére era un depositario de excluidos. Era
urgente la necesidad de organizar la casa, de crear una institución para el trata­
miento exclusivamente de la locura.
La afirmación de Desviat acerca de la tentativa de la psicoterapia institucio­
nal de rescatar el manicomio condice con la reconquista de los presupuestos hu­
manistas, al considerar la subjetividad del loco en cuestión, además de crear un
territorio que ofreciera condiciones de tratamiento a la demanda específica de
la locura. Pinel y Esquirol fueron entonces rescatados, en otro momento histó­
rico, post Segunda Guerra Mundial.
Otro dato importante es que en ese periodo entrara Jacques Lacan en la his­
toria del psicoanálisis, con su “no retroceder” frente al sufrimiento de la locura.
Lacan apaciguó el terreno de tratamiento de las psicosis, lo que permitió una teo­
ría de la subjetividad operativa, consistente, lo que llevó a constituir los pilares
del paradigma francés de reforma psiquiátrica. En resumen, el modelo institu­
cional francés es un intento de rescate del manicomio, pues rescata ideas hum a­
nistas, ya sea al considerar la subjetividad del loco o al crear un territorio insti­
tucional organizado en torno a esa demanda específica de tratamiento.
Sin embargo, los presupuestos teóricos de la psicoterapia institucional no se
detienen aquí. Silva (1999) dice que Oury, fundador de esa experiencia institu-
lonal, también se preocupó por la complejidad presente en las formas de aliena-
i lón del sujeto, que sobrepasan apenas la dimensión clínica, pero también social,
tilles como la explotación capitalista y las estrategias de coerción ejercidas por las
Instituciones del Estado. Así, se habla de una doble alienación: la alienación psi-
i ótica —a partir de Lacan, al pensarse la estructuración del sujeto mediante el
lenguaje y el deseo— y la alienación social, basada en el pensamiento marxista.
Del punto de vista de la subjetividad se tiene aquí una condición alienante
en la estructuración del deseo, en la medida en que su constitución se da a par­
tir del sujetamiento del niño al deseo del Otro. Esa condición denuncia nuestra
precariedad, ya que para que nos tornemos humanos es necesario someternos
a las condiciones deseantes del Otro, portavoz del lenguaje y del orden simbóli­
co de la cultura, con sus reglas y prohibiciones organizadoras de la sexualidad.
Se trata de una condición paradojal, en la medida en que, si existe algo de liber­
tad, ese algo debe ser conquistado a partir de operaciones de separación3 de la
condición alienante, que es inherente a la constitución subjetiva humana. Para
Oury, la alienación psicótica proviene de la propia constitución de la subjetivi­
dad, pero también de los efectos presentes de la alienación social.
¿Y cómo articular, en el tratamiento de la locura, la alienación psicótica y
también los efectos de la alienación social? El argumento de Oury es el de la éti­
ca, en que se articulan, en una justa medida, deseo y acción.
En ese sentido, se debe también pensar que la dimensión de la alienación so­
cial está presente en aquellos que tratan la locura, lo que desemboca en la exi­
gencia de tratar la alienación de la propia institución.

El tratamiento de psicóticos en la institución exige, por lo tanto, un sólo tiempo: la des­


alienación de la institución (alterar las condiciones y la organización del trabajo, pro­
ceder a un análisis concreto de la institución y rever las relaciones políticas y los cam­
bios con la sociedad más amplia y con el Estado, las formas de distribución de los re­
cursos, el análisis de la demanda, etc.) y la desalienación de los que tratan (que permi­
tan que esos, en la tarea de tratar, puedan poner enjuego su deseo) (SILVA, 2001, p.93).

La institución de tratamiento busca interrogar, continuamente, lo que son


sus trabajos, sus efectos, sus estrategias de intervención, en fin, establecer herra­
mientas conceptuales para que se pueda cuestionar y orientar una práctica más
efectiva. O ury sostiene la idea de que es siempre necesario cuestionar el trabajo,
de modo de luchar contra su condición alienante, la cosificación. De ese modo,
la institución es llevada siempre a cuestionarse sobre el arsenal tórico que sus­
tenta su praxis, para reverla y teorizarla en el a posteriori, dado que los pacien­
tes son absolutamente capaces de percibir si lo que se ofrece, en términos de tra­
tamiento, es algo que favorece la adherencia al mismo o no y si se reproduce la
alienación o no.

3. Punto de suma importancia, que será retomado a partir del Seminario 11, Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis, de Jacques Lacan. El tipo clínico de la paranoia se somete a la
operación de alienación, pero no tiene consigo, desde el punto de vista estructural, la segunda
operación del sujeto, en este caso, la separación.
Oury establece su propuesta de tratamiento en torno al concepto de colecti­
vo. Teniendo en cuenta la condición subjetiva de la psicosis, su fragmentación,
cabe a la institución organizarse en una multiplicidad de saberes, en que los téc­
nicos —o sea, la psiquiatría, la terapia ocupacional, la asistencia social, la enfer­
mería, el personal administrativo, en fin, todos los implicados en la trama co­
lectiva— puedan sustentar, siguiendo criterios metodológicos definidos, la pa­
radoja existente en ofrecer sistemas colectivos que abarquen, al mismo tiempo,
la aceptación de lo singular. Está presente una especie de tránsito entre lo colec­
tivo y lo singular y viceversa.

Oury afirma que la lógica subyacente en la noción de colectivo no es la lógica habitual


de la organización de los sistemas psiquiátricos tradicionales, fundada en un sistema
jerárquico, pero sí una lógica que debe respetar casi una infinidad de factores, uno por
uno, lo que no es posible en ese tipo de organización. No se trata, por lo tanto, de la ló­
gica de una simple discursividad, ni de lo serial, ni de la Gestalt, y sí de la lógica de los
conjuntos transfinitos, de la lógica de los conjuntos aleatorios y de la lógica de la poé­
tica (SILVA, 2001, p. 103).

Se busca sustentar los espacios de transicionalidad, tal como Winnicott lo


formula, para organizar la tram a colectiva de modo tal que la alienación psicó-
tica, de la forma en como fue teorizada por Lacan, sea pasible de tratamiento,
además de ofrecer condiciones de desalienación de las determinaciones socia­
les. Todo eso basado en el principio ético de que es posible ofrecer tratamien­
to a los psicóticos, justificado por el plano teórico y, sobre todo, por el deseo de
aquellos que se proponen a tratarlos.

El colectivo no es ni un conjunto de individuos, ni un grupo de personas, ni un estable­


cimiento o institución, pudiendo ser mejor definido como un sistema de multifuncio-
nes que deberían ser puestas en práctica para obtener los efectos deseados. Se trata, en­
tonces, de destacar cuáles son los efectos positivos deseados [...] donde se pueda vivir
de un modo bastante personalizado.
Oury destaca como efectos deseables: el respeto al otro en una dimensión ética, la posi­
bilidad de establecimiento de un buen contacto con los pacientes que no los deje caer en
el vacío y que permita que la persona en sufrimiento perciba que cuenta con los otros,
la heterogeneidad, la libertad de circulación y la transferencia (además de esto, Oury
destaca como efectos del Colectivo la polifonía, la multidimensionalidad y la transver-
salidad) (SILVA, 2001, p. 104).

Cabe entonces, a la institución, ofrecer espacios heterogéneos que favorezcan


la circulación del paciente en el espacio institucional. Sino, no se trata más que
de una oferta de distintos talleres o grupos terapéuticos, organizados en torno de
determinado tema. Se hace necesario crear un ambiente caracterizado por un es­
tilo de aproximación que promueva contacto con lo que le es ofertado, que pro­
mueva la posibilidad de encuentro. Es por ese prisma que el psicótico puede cir­
cular en los espacios institucionales, teniendo ahí, en esa oferta, una posibilidad
de elegir y, consecuentemente, de libertad de circulación. Lo siguiente es una cita
de Oury acerca de la noción de encuentro, derivada del pensamiento de Lacan:

No hay encuentro a no ser que se ponga en cuestión cualquier cosa de lo Real. Sabe­
mos bien que el esquizofrénico, el psicótico, vive en lo Real. No es realidad; lo Real es
cualquier cosa mucho más espantosa; es paradójicamente no pasible de ser vivido. Lo
Real es justamente lo que se evita siempre, pero es cualquier cosa que siempre estuvo
allí, eso que reaparece siempre allí donde no se esperaba, Allí, justamente donde el en­
cuentro, que es siempre del orden de la casualidad, puede manifestarse. Si somos toma­
dos por ese nivel, estamos inmersos en la existencia, y eso tendrá consecuencias prác­
ticas en la vida del esquizofrénico, ese problema de encuentro [...] exige, para poder­
se articular prácticamente, el establecimiento de una red de lugares bastante diferentes
(OURY apud SILVA, 2001, p.104).

Desde el punto de vista del psicoanálisis, es posible justificar la importancia


de promoverla circulación del paciente psicótico en el interior de la institución,
en la medida en que la noción de pasaje puede ser trabajada con el propósito de
producir efectos terapéuticos. Lo que se verificó como pasaje al acto en un gru­
po puede ser posteriormente elaborado como acting-out.
Se distingue pasaje al acto de acting-out de la siguiente manera: en cuanto
lo primero ocurre sin cualquier participación de alguien como testigo, sin bas­
tidores o espectadores, siendo, por lo tanto, una escena para no ser presencia­
da, lo segundo pasa a ser algo más organizado pues depende de un espectador.
Así, el acting-out ocurre en una escena y, por lo tanto, en la transferencia, pasi­
ble de sufrir intervención analítica. Tal punto es importante, pues las institucio­
nes psiquiátricas, de modo general, están organizadas para que no haya ningu­
na tentativa de pasaje al acto, tales como la fuga o el suicidio. Siendo así, el pro­
pósito de la institución defendida por Oury es el de que los pacientes puedan
hablar, organizarse, vivir escenas pasibles de algún tipo de intervención clínica.
Se resalta también la importancia de sustentar, en el Colectivo, la transferen­
cia. Cuestión delicada, teniendo en cuenta que la dimensión transferencial de
la clínica exige mucha atención para ser manejada. Considerando que la mayo­
ría de las organizaciones extingue, en su funcionamiento, toda y cualquier po­
sibilidad de emergencia del decir. Donde hay posibilidad de emergencia del de-
clr, de emergencia del sujeto, hay circulación de la palabra y, por consecuencia,
transferencia.
Otra función de gran importancia para el funcionamiento del Colectivo se
condice con la función diacrítica. Este término se refiere a ciertos signos capa­
ces de marcar una diferencia en relación a otro signo. Por ejemplo, en la gramá ­
tica (brasilera) se utiliza el signo (tilde) para distinguir al fonema “á”, pro­
nunciación nasal del fonema “a”, pronunciado de forma abierta y con el aire ex­
halado por la boca.
En la institución, la función diacrítica asume su papel al distinguir aquello
que es del orden de lo amorfo, de lo confuso, en la tentativa de romper con la
repetición, con el vacío. Cabe resaltar aquello que determinado acontecimiento
pueda traer como novedad. La función diacrítica busca distinguir lo diferente y
sucede de forma práctica, en función de acontecimientos que ocurren en la ins­
titución o fuera de ella. Oury afirma que los acontecimientos importantes exi­
gen ser marcados, con el objetivo de romper con la repetición. Resalta también
el riesgo de interpretar algo que ya está allí, anticipando o suponiendo una subs­
tancia presente, por lo tanto oculta, a la espera de ser revelada. Es una precau­
ción valiosa, en la medida en que corre el riesgo de caer en una especie de hábi­
to interpretativo, que incurre, una vez más, en repetición.
La marcación anhelada es aquella que implica una decisión. ¿Cómo decidir
si un acontecimiento merece ser mencionado? Tal decisión está en la articula­
ción con la función diacrítica, que pretende justamente destacar aquello que es­
capa a la monotonía. Ella asume, en ese sentido, un intento de romper con el
Status quo, lo ya establecido. Los efectos de esa marcación recaen también sobre
el equipo como una interpretación, dado que aquellos que están directamente
Implicados con el paciente en cuestión serán convocados a repensar su estrate­
gia de manejo de la transferencia.

[...] Lo que está enjuego en estrategia es un cierto tiempo para comprender, que tenga
en cuenta la dimensión del inconsciente y la transferencia. Además de eso, para poner
enjuego una estrategia en el campo pragmático es necesaria una consistencia que im ­
plica que haya entre los miembros que participan del equipo de trabajo una especie de
evidencia cognitiva intersubjetiva. No se trata, por lo tanto, simplemente de preguntar
al otro: ¿estás de acuerdo? (SILVA, 2001, p.108).

El horizonte a ser seguido es separarse del plano empírico, del plano de la


diferencia entre técnicas o abordajes, a fin de no producirse, en la praxis, cual­
quier vehiculización de conceptos, ya que no es por medio de una racionalidad
técnica que se trata la psicosis. Es por eso que se exige una constante teoriza­
ción de la praxis y de las justificaciones teóricas y éticas: “[...] Para que lo que
se hace tenga sentido es preciso que haya inscripción, traducción de la teoriza­
ción que se hace. Teorizar es traducir lo que se hace a partir de un cierto mar­
co” (SILVA, 2001, p. 108).
Mientra tanto, no es el orden de una doctrina común, en el contexto de una
adecuación ideológica, lo que está en juego en el funcionamiento institucional,
sino la urgencia de la urgencia de tener como guía de la praxis ciertos puntos de
acuerdo, donde las estrategias se puedan anclar.
Hay una distinción, propuesta por Oury, entre aquellos que tienden a no des­
tacar nada de nuevo en lo colectivo y otros que poseen una atención mayor para
percibir lo nuevo, para resaltar, en el día a día de la clínica institucional, aquello
que puede ser equiparado a un acontecimiento. Evidentemente, tales posiciones
no se cristalizan en cada uno de los técnicos, ya que todos pueden estar más pro­
pensos a, un día, estar más atentos a distinguir el acontecimiento, de lo que hu­
bieran estado en otro momento. Desde Freud (1921), en Psicología de las masas
y análisis del yo, se teoriza la idea de que, aquellos más inclinados a apoyarse en
la masificación de los acontecimientos, en la creencia de una mismidad, funcio­
nan en el registro de lo imaginario y, por lo tanto, en la identificación con el yo
ideal. Quienes son capaces de discernir un acontecimiento de la rutina institucio­
nal se identifican al ideal del yo y, por consecuencia, al registro de lo simbólico.
El intento mayor es el de huir, en los grupos, del orden de la sugestión o de
la fascinación imaginaria. Por lo tanto, la estrategia adoptada es la de sustentar
un hiato entre el yo ideal y el ideal del yo, entre lo imaginario y lo simbólico. El
trabajo analítico incide en el registro de lo simbólico. Según esa óptica se pue­
de verificar que la resistencia se articula con el registro de lo imaginario, sea en
análisis, sea en el colectivo, en forma de pasividad, inercia o sustentación de de­
terminada ideología. El pasaje de lo imaginario a lo simbólico actualiza la ope­
ración simbólica de la castración.
Una vez más el obstáculo entre lo imaginario y lo simbólico es sobrepasado
por la necesidad de un constante trabajo institucional, en el que el cambio de
ambiente, de la cotidianeidad institucional, se constituye por una red de actos y
por sus efectos derivados. Oury describe la característica del ambiente al refe­
rirse al concepto de semblante, tal como Lacan lo formula. Así, lo colectivo se
funda en la posibilidad de sustentar el semblante, en lo cual se posibilita la ocu­
rrencia del discurso analítico. Sustentar el semblante no es una tarea trivial. Se
piensa en cierto tono delante del acontecimiento, una disposición interna frente
a lo insólito, un esfuerzo tenaz en sustentar aquello que es del orden del no sa­
ber. Es de ese orden que se precipítala posibilidad de la aceptación de lo insólito.
Por último, se subraya un procedimiento fundamental para la continuidad
del trabajo institucional: el tener, sistemáticamente, reuniones de equipo, m o­
mento privilegiado para que se pueda discutir el movimiento de cada singulari­
dad en el colectivo, cuando se abre la posibilidad de apuntar y disolver las cris­
talizaciones imaginarias; en fin, donde hay una especie de análisis de la resis­
tencia de la institución a dar continuidad a un tratamiento. Esto ocurre porque
organizar la propuesta del colectivo en la institución es posibilitar la ocurrencia
de aquello que Oury denominó como constelación en torno a determinado pa­
ciente o, dicho de otro modo, considerar cuáles son las personas que el paciente
eligió como significativas para, en la transferencia, direccionar sus significantes.

¿Cómo interpretar, en el plano colectivo, todo eso que sucede? Esa no es una tarea sim­
ple, pues requiere que cada miembro del equipo (o por lo menos gran parte de este) pue­
da funcionar como un intérprete. Pero para interpretar, aquellos que interpretan deben
intentar analizar los obstáculos imaginarios, lo que consiste en una tarea enorme, pues
para situarse en la condición de intérprete es preciso mantener el semblante, es preciso
asumir la castración, o sea, acceder al registro de los simbólico, lo que implica dominar
y reducir al máximo la dimensión imaginaria. La interpretación, en el plano colecti­
vo, se sitúa, por lo tanto, en el nivel de la estrategia, que consiste en que los responsables
por el colectivo tengan una actitud analítica y que se reúnan, no para decidir o infor­
marse en detalle, sino para elaborar ecuaciones significantes. Es evidente entonces que
todos los que participan de la institución terapéutica están presos como material de esa
gran máquina abstracta, donde aquello que está enjuego es una especie de poema per­
manente que se hace y que se debe descifrar según nuevas reglas (SILVA, 2001, p. 115).

Para concluir ese ítem, retomamos lo que fue expuesto por la psicoterapia
institucional francesa, con el objetivo de presentar, al menos en lo que se refiere
en los términos de la experiencia institucional, aquello de lo que esa experiencia
no puede dar cuentas, cuando se trata de la substitución del manicomio. Vimos
que esa modalidad de tratamiento de las psicosis fue, según Desviat, un inten­
to de rescate del manicomio, en la medida en que se estableció la necesidad de
constituir una teoría de la subjetividad de las psicosis y un territorio que se or­
ganizase en torno a esa demanda específica. El momento histórico contaba con
la teoría lacaniana de las psicosis, lo que entonces ofreció nuevos aportes teóri­
cos a la organización de la trama institucional, en torno a lo que se denominó
como colectivo, con una estrategia clínica de tratamiento de la alienación psi­
cótica y de la alienación social.
Hay una especificidad en la política pública de salud en Francia, denominada
política de sector, en que un territorio urbano es dividido en sectores, de modo
de que se pueda realizar un levantamiento epidemiológico y crear estrategias
de tratamiento y un estimativo previsto de incidencias de determinada patolo­
gía. En el caso de la política pública de salud mental, eso también se aplica. Así,
el territorio institucional de tratamiento de las psicosis se inscribe en el espacio
urbano como un territorio de circulación del psicótico, no para promover la ex­
clusión y el confinamiento, y sí para ofrecer tratamiento. El problema que se en­
frentó en ese intento de substitución del manicomio fue el de que el territorio
institucional ligado a la propuesta de psicoterapia institucional no fue capaz de
dar cuentas de todas las manifestaciones clínicas de la psicosis. Sin embargo, es
posible ofrecer un tratamiento intensivo a la psicosis. Mientras tanto, ese trata­
miento abarca determinados momentos subjetivos de la psicosis y no su totali­
dad. Por ejemplo, un momento de crisis psicótica, un brote en el que el pacien­
te esté bastante descontrolado, van a demandar una contención mayor, propiá
de una enfermedad psiquiátrica.
En ese contexto y a modo de conclusión, afirmamos que ese modelo institu­
cional dio cuentas de realizar una substitución parcial del manicomio, pues no
consiguió prescindir totalmente de aquello que el manicomio ofrece, no en el
sentido de cronificación de la locura en la vivencia institucional, sino de cierta
contención que, algunas veces, es necesaria.

1.6 La psicoterapia institucional francesa y el acompañamiento


terapéutico

En este momento, destacamos algunos puntos importantes, tales como el


origen institucional del AT ligado a un institución similar a lo que se denomi­
na hospital de día o CAPS, propio del modelo institucional anteriormente des-
cripto, así también como la recuperación de una concepción teórica de subjeti­
vidad de la psicosis, punto importante para pensar una estrategia clínica de las
psicosis en la que el registro de los simbólico opere para dar sustentabilidad a la
inclusión social, cuestión ya mencionada en un ítem anterior denominado “Psi­
quiatría democrática italiana y el acompañamiento terapéutico”.
El acompañamiento terapéutico surgió en Argentina, alrededor de los años
1970, a partir de una historia institucional —esa es al menos una versión de la
historia—. Había una institución de tratamiento de pacientes con graves compro­
misos emocionales, coordinada por el Dr. Eduardo Kalina, en la que se constató
una serie de fracasos clínicos en función de la no adherencia de algunos pacien­
tes al tratamiento institucional. Desde entonces, se pensó que alguien del equipo
pudiese ir al encuentro del paciente, para intentar nuevas estrategias de instala­
ción del dispositivo de tratamiento, de modo de intentar traer al paciente hacia
el tratamiento institucional. Mauer y Resnizky (1987) trabajaron esa cuestión al
afirmar que el AT tiene un papel propio cuando es desempeñado por un equi­
po multiprofesional, en el que las funciones y responsabilidades de cada dispo­
sitivo son asimétricas e interdependientes. Desde el inicio del AT aparece la ne­
cesidad de que el trabajo sea desarrollado en equipo, para que lo heterogéneo
opere en el montaje institucional y también para que el paciente perciba la exis­
tencia de una red de profesionales articulados al caso.
Se sabe que uno de los desafíos para la clínica de la psicosis es la instalación
del dispositivo de tratamiento. Ese momento del proceso clínico es de extrema
relevancia y también de gran dificultad. Sin embargo, si recuperamos la historia
del surgimiento del AT, percibiremos que fue una demanda institucional del hos­
pital de día la que propició el origen de ese tipo de atención, que pasó entonces a
exigir un profesional que pudiese dar respuestas a esa demanda. Había muchos
casos en que el paciente simplemente no establecía transferencia con la institu­
ción y su tratamiento. ¿En esa ocasión, qué se podría hacer? ¿Cómo superar el
obstáculo ofrecido a la institución por la clínica de la psicosis? Es a partir de ahí
que surge un profesional del equipo, capaz de ir al encuentro del paciente y que,
paso a paso, puede establecer un vínculo transferencial con él para, posterior­
mente, crear una transferencia con la institución. Ese profesional ofrece sopor­
te para que el paciente se comprometa en un tratamiento en la institución por
medio, por ejemplo, de una apuesta a la aceptación de una invitación, hecha en
un momento propicio, a una visita a la institución. Esa estrategia fue primordial
para que la institución pudiese incrementar sus potencialidades terapéuticas en
un momento crucial del tratamiento, en este caso, la instalación del dispositivo
de tratamiento. Así, podemos afirmar que ese profesional asume el carácter de
brazo, extensión de la institución. Sin embargo, su función inicial no se restrin­
gió a la instalación del dispositivo de tratamiento.

Al establecer un contacto cotidiano con el paciente, el acompañante terapéutico po­


drá obtener una información fidedigna sobre el comportamiento del mismo en la calle,
de los vínculos que mantiene con los miembros de la familia, del tipo de personas con
quien prefiere relacionarse, de las emociones que lo dominan. Registrará también con­
ductas llamativas de la vida cotidiana en relación a la alimentación, al sueño, a la hi­
giene personal. Todo eso favorecerá en menor tiempo una comprensión global del pa­
ciente por parte del equipo y servirá como indicador de diagnóstico y pronóstico de ines­
timable valor (MAUER; RESNIZKY, 1987, p.62).
El papel del acompañante terapéutico dentro del molde anteriormente pre­
sentado se constituyó a través de una dependencia institucional: “su trabajo no
puede ser realizado de forma aislada. Está inscripto en el seno de un equipo”
(MAUER; RESNIZKY, 1987, p.64).
El acompañante terapéutico asume la responsabilidad de recolectar infor­
mación de la vida del paciente para el equipo que lo asiste. Así, su papel está cir­
cunscripto a la necesidad de la institución de prolongarse hasta los espacios de
circulación del paciente fuera del espacio físico institucional. Él también tiene
como tarea realizar procedimientos asistenciales, o sea, auxiliar al paciente para
que cuide su higiene personal, realice tareas domésticas, vaya al banco, ordenar
un documento cualquiera, entre otros.
Pero, en ese contexto se abre una cuestión, pues un punto importante es lo que
fue descripto como una primera función del AT. Se indaga acerca de su propio
propósito clínico. Cabría pensar la práctica del acompañante terapéutico como
algo que se aproxima a lo que fue descripto por Mauer y Resnizky, o sea, ¿redu­
cir su función a la recolección de información y a la realización de tareas asis­
tenciales? ¿Será que no se podría formular su demanda, de modo que sea nece­
sario, inclusive, recurrir a nuevos aportes teóricos y metodológicos? ¿Cómo cir­
cunscribir y teorizar el momento de instalación del dispositivo de tratamiento?
¿La dirección del tratamiento o el proyecto terapéutico se orientan en dirección
a la localización del sujeto psicótico en el lazo social?
Las cuestiones antes expuestas constituyen el punto central en torno del cual
gravita este libro, porque la historia del surgimiento del AT parece tener clavada
una pieza al propio at. Por un lado, vimos que el modelo o paradigma del hos­
pital de día se originó a partir de una demanda específica de la psicosis, en que
una teoría de subjetividad, en este caso, lacaniana, permitió aportes teóricos, éti­
cos y metodológicos importantes para la constitución del Colectivo, concepto
descripto a partir del pensamiento de Oury. No obstante, al recuperarse la his­
toria de su surgimiento, su función fue reducida a aquello que más se asemeja a
un auxiliar psiquiátrico, al subrayar la horizontalización de las relaciones insti­
tucionales y el debate acerca del término amigo calificado para denominar esa
primera función. Alguien próximo, capaz de auxiliar al psicótico en sus acciones
cotidianas o recolectar información, sustentar una proximidad... Ahora bien, vi­
mos que era necesario dar un paso más, en relación a orientar la clínica del AT
para aquello que de hecho promueve efectos clínicos, focalizar el acento en lo
terapéutico de esa función, en la medida en que se ofrecen estrategias de apro­
ximación del sujeto psicótico con el lazo social. La posición de proximidad con
la locura, por sí misma, es insustentable, en la medida en que se ocupan posi­
ciones asimétricas en el par acompañante/acompañado. ¿Cómo, entonces, sus­
tentar la hipótesis de que el at, impregnado de la teoría lacaniana sobre la subje­
tividad de la psicosis, puede alcanzar los efectos clínicos a él atribuidos, en este
caso, construir medios de estabilización para que el sujeto psicótico soporte una
proximidad con el lazo social?
Guerra y Milagros (2005) ofrecen a la literatura del AT un avance im portan­
te, en la medida en que sostienen una hipótesis teórica que condice con lo que
fue expuesto hasta aquí. Hablan de dos puntos: el primero es una recuperación
de la discusión acerca de las prácticas inclusivas, en que el debate se centra so­
bre tendencias o posiciones históricas descriptas anteriormente, o sea, que esa
clínica estaría al lado de las determinaciones sociales o, entonces, de las deter­
minaciones simbólicas, priorizando la tendencia de la rehabilitación social o la
de la reestructuración subjetiva, respectivamente. El segundo aspecto impor­
tante es el de que esas autoras ofrecen una hipótesis teórica importante para el
acompañamiento terapéutico, en la que la superación de la dicotomía social/clí­
nico se hace presente.
En cuanto a la rehabilitación del manicomio parte de la premisa de que la
sociedad es responsable por la locura y que, por lo tanto, cabría a ella responsa­
bilizarse por ofrecer estrategias sociales de rehabilitación. En ese contexto, cabe
acompañar el argumento presente en la reflexión de las autoras citadas, en lo que
concierne a la problematización del AT en ese debate.
Según la International Association ofPsychosocial Rehabilitation, cabría resca­
tar y promover aquello que compondría los aspectos más positivos del pacien­
te, para que se pudiese aumentar su potencial de autonomía y libertad delante
de la comunidad, al enfatizar las partes más sanas del individuo y, de ese modo,
poder anhelar una autonomía funcional. Autores más contemporáneos funda­
mentan esa línea de raciocinio en una idea de equidad, o sea, en la perspectiva
de que la sociedad debería ser más justa y que, por lo tanto, los proyectos tera­
péuticos fuesen encaminados en esa. dirección. Tal perspectiva puede ser cues­
tionada en la medida en que los ideales de movilización de las capacidades in­
dividuales para la sobrevivencia, bajo la óptica darwinista, refuerzan la noción
de adaptabilidad al medio y de selección de los más aptos para la supervivencia,
lin esa línea de pensamiento, Saraceno sostiene la idea de que la rehabilitación
social pasa, más que por un esfuerzo de las habilidades individuales, por una
recuperación del modelo de redes múltiples de negociación, en el que las reglas
de! funcionamiento social podrían ser modificadas de modo de catalizar los in-
I írcambios de competencia e intereses. Ante este argumento, surge una cues­
tión; ¿sería posible modificar las reglas de funcionamiento social en un m un­
do globalizado? Surgen observaciones importantes para la dimensión política y
social del debate acerca de la inclusión. Sin embargo, resta hacer una observa­
ción más: ¿sería posible separar el debate de la dimensión social como algo ex­
terno y superior al sujeto?
No obstante, es con Viganó que se presenta un camino importante para la
cuestión que viene siendo expuesta, ya que él se enfoca en la necesidad de recu­
perar la dimensión constante del sujeto, oriunda de la clínica. Es necesario, por
lo tanto, encontrarse con la dimensión subjetiva al pensar sobre las estrategias
de rehabilitación social. Ahora bien, ese punto ya fue abordado en el ítem deno­
minado “Psiquiatría democrática italiana”, donde criticamos la ausencia de la di­
mensión subjetiva de ese paradigma. Orientado por la enseñanza de Freud y de
Lacan, el argumento presente es el de que el síntoma en la psicosis habla de una
posición subjetiva y también de una posición ética frente al delirio, como cura
y/o elaboración de la castración. Las estrategias inclusivas no deben, por lo tanto,
excluir la dimensión subjetiva citada, o, dicho de otro modo, criticamos los m o­
delos de rehabilitación social que simplemente obstruyen el síntoma psicótico.

Todo aprendizaje que el Otro social proporciona al sujeto permanece en la serie de obje­
tos dados por el Otro materno y no liberará jamás al sujeto de su dependencia, simbióti­
ca [...]. La rehabilitación no rehabilita sino al orden simbólico, aquello que permite a un
sujeto comunicarse con la realidad. Esta afirmación tiene una consecuencia: la rehabili­
tación puede ser exitosa solamente con la condición de seguir el estilo que sugiere la es­
tructura subjetiva de lo psicótico (VIGANÓ apud GUERRA; MILAGRES, 2005, p. 70).

No se trata sólo de crear condiciones para sustentar una posición en el con­


texto social, sino de crear estrategias simbólicas del sujeto para impregnar lo real
del goce del Otro. Entran en concordancia la dimensión social y la dimensión
subjetiva para pensar la inclusión social, dado que la clínica es indisociable del
lazo social. Ese punto es importante, pues el desmantelamiento del manicomio y
la creación de espacios públicos de circulación social pueden incurrir en el ries­
go de que se crearan nuevas formas de exclusión social, algunas veces promovi­
das por la propia red de asistencia a la salud mental, cuando se idealizan las po­
sibilidades de emancipación del loco.
De ese modo, se propone la estrategia del caso clínico, al considerar la sin­
gularidad subjetiva del paciente en cuestión, su dimensión particular, a partir
de su inscripción como sujeto de lenguaje frente al orden simbólico de la cultu­
ra. ¿Cómo considerar la implicación del sujeto psicótico en el mundo que él ha­
bita? La perspectiva mencionada es la de considerar la subjetividad del sujeto y
las intervenciones clínicas sostenidas, de forma de comprometer al sujeto por
aquello mismo que produce. Cabe entonces considerar las estrategias del sujeto
adoptadas, para que los retornos de lo real se tornen menos insoportables, para
que el goce se vuelva más civilizado.

Podemos decir que el caso social es aquel que se desarrolla a partir del peso de una
ecuación del tipo: salud - mercancía. El caso social, entonces, tiende a ser aquel dentro
de esa lógica; es el caso del discurso del puro significante, de los instrumentos jurídicos
y asistenciales. El caso clínico, no obstante, comprende, además del significante, el ob­
jeto. En cuanto el caso social es conducido por los operadores, el caso clínico es resuel­
to por el sujeto, que es el verdadero operador, mientras que nosotros lo coloquemos en
condición de serlo. Observo que el caso clínico no excluye el caso social. Por lo contra­
rio, el caso clínico es la condición para que exista el caso social (VIGANÓ apud GUE­
RRA; MILAGRES, 2005, p. 71).

De ese modo, concluimos que no es posible mantener la dicotomía social/


subjetividad frente al debate de la rehabilitación social, dado que se estable­
ce una relación dialéctica entre ambos. La orientación propuesta es la de rom­
per con la mencionada dicotomía, pues su superación apunta a construir for­
mas de estabilización en el lazo social y, consecuentemente, estrategias de inclu­
sión más efectivas.
Vimos que las comunidades terapéuticas de Inglaterra propiciaron la hori-
zontalización de las relaciones institucionales y que ese paso favoreció históri­
camente la salida de un profesional de la institución al encuentro del paciente.
También señalamos que el hecho de que el modelo italiano de substitución del
manicomio se propone a dar un paso más, pues la horizontalización de las re­
laciones institucionales sería un momento intermediario para una estrategia de
inclusión más efectiva. La rehabilitación social, por esa vía, estaba enfocada en
la reformulación de la trama institucional, ya que la sociedad, como productora
de locura y de exclusión social, debería también responsabilizarse por la crea­
ción de estrategias de rehabilitación social. En ese punto percibimos que algo
escapaba de esa propuesta, o sea, la dimensión subjetiva o simbólica del psicó­
tico. Ese aspecto fue priorizado en la experiencia francesa, como vimos, des­
de su origen. A partir de la reflexión de Guerra y Milagres, fue posible verificar
una superación de la dicotomía social y subjetiva, que otrora era sustentada por
el modelo italiano, pasando por la idea de que la clínica del AT, efectivamente,
redimensiona la condición subjetiva en el acto mismo de rehabilitación social.
La premisa aquí defendida es que la oferta de aproximación del sujeto psicó­
tico con el lazo social promueve efectos subjetivos importantes y que esos efec­
tos constituyen la materia prima del AT: Cabe recordar la definición de Oury so­
bre encuentro, descripta en el ítem anterior, a la cual se liga la dimensión de efec­
tos de Real. ¿Puede la clínica del AT sustentar una teorización desde esa pers­
pectiva, desde la noción de Real en la psicosis, oriunda de la enseñanza de La­
can? Esa es la posición que defendemos, ya que la hipótesis teórica a ser sosteni­
da es que el AT produce efectos analíticos. Es lo que veremos a continuación...
C a p ítu lo 2

Freud y la paranoia

¿De qué manera el psicoanálisis abordó la problemática de los tratamientos


de las psicosis? ¿Cuáles fueron los obstáculos que allí surgieron? ¿Cómo fueron
superados? La siguiente reflexión, lejos de agotar la cuestión, apunta a presen­
tar un recorte sobre la clínica de las psicosis en la obra de Freud, como punto de
anclaje teórico. El propósito, en este caso, es problematizar la idea de la posición
ética del psicoanálisis frente a la escucha del delirio, punto de gran importancia
porque condice con cuestiones pertinentes a la orientación de la clínica del AT.
líl enfoque dado a este capítulo será el de la clínica de la paranoia.
En aquello que concierne al pensamiento freudiano, abordaremos iniciaimen-
Ir el momento pre-analítico, cuando Freud desarrolló la técnica de la hipnosis
ante la clínica de la histeria. Esa reflexión es importante pues ilustrará el modo
en que fue inventado el psicoanálisis, lo que permitirá ilustrar la manera por la
cual Freud pudo distanciarse del pensamiento positivista, marcado por la noción
de causalidad de carácter mecanicista. A partir de esa primera reflexión, vamos
aproximándonos a la cuestión específica de la paranoia, también circunscripta
11 ese momento pre-analítico. De ese modo, nos proponemos ilustrar la hipóte-
lis teórica acerca de la paranoia, cuyo mecanismo de proyección de una repre­
sentación inconciliable con la realidad se hará presente, así como una breve re­
flexión sobre el método hipnótico aplicado a esa patología.
Posteriormente, presentaremos la noción freudiana de la constitución de la
objetividad para problematizar la idea de pérdida de la realidad en la paranoia.
Verificaremos que no se trata de una realidad cualquiera, sino de una percep­
ción bastante especial, en este caso, el rechazo de la percepción de que la ma­
dre, o su substituta, es castrada. Ese momento estructurante de la subjetividad
no ocurre sin consecuencias, cuando se trata de pensar la etiología de la para­
noia. Aquí hablamos de una teoría propia del movimiento psicoanalítico, pues
articulamos la hipótesis de la sexualidad infantil y sus particularidades como
herramientas teóricas para la concepción de una teoría sobre la subjetividad en
la psicosis. Sin embargo, no perderemos de vista la contribución freudiana exis­
tente en el caso Schreber, publicado en 1911. El recorte presentado ilustrará al­
gunos elementos de la hipótesis freudiana sobre las psicosis formulados en ese
momento, en este caso, el de que el paranoico tiene la proyección como meca­
nismo de defensa frente a la homosexualidad —cuestión que también será de­
batida y revisada—, además de una rica producción delirante. De ese modo, ve­
rificaremos como Freud trabajó la concepción de delirio, para encaminar una
posición ética frente a la intervención clínica.

2.1 Freud, la hipnosis y sus primeras formulaciones sobre la teoría de


la histeria

Al respecto de sus primeras influencias, se percibe que el joven Freud fue mar­
cado por un pensamiento cientificista en el que la noción de causalidad mecani-
cista se hacía presente y se buscaba todavía una comprobación del conocimien­
to a partir de la experiencia. Esos dos aspectos son fundamentales para carac­
terizar las relaciones entre teoría y método psicoanalítico, presentes desde este
inicio, y que llamamos como periodo pre-analítico o teoría del trauma1y la de­
bida técnica de la hipnosis.
Fue en su viaje a París (GAY, 1999), después de recibir una beca de estudios,
que Freud hizo sus primeras experiencias con la hipnosis. En marzo de 1885,
Freud se encontró con Charcot, eminente investigador que trabajaba en el no
menos famoso hospital Salpetriére. Fue en ese encuentro que Freud se enfrentó
con el fenómeno psíquico y con una cuestión crucial: ¿Cómo distinguir la en­
fermedad psíquica de la enfermedad física?

1. Posteriormente a la teoría del trauma, Freud formuló la teoría de la seducción, también


presente en esa fase denominada “pre-analítica”. La teoría de la seducción consiste en remitir
a la causalidad del síntoma a un hecho ocurrido en la realidad, en este caso, la idea de que un
adulto incitó en un niño una estimulación sexual precoz, que asumiría un estatuto de trauma
y sería capaz de generar un síntoma psíquico. Se recomienda la lectura del texto denominado
La etiología de la histeria, de 1896.
Cabe recordar que Freud se aproximó al fenómeno histérico, fenómeno que
tiene la particularidad de interrogar el propio saber de la medicina. La repre­
sentación dominante que se tenía en la época acerca de las histerias, sobre todo
por la visión médica, era que ellas eran fingidas o disimuladas, ya que decían
sufrir de síntomas en el cuerpo, pero no presentaban ninguna etiología bioló­
gica de esos síntomas. Es curioso pensar que las histerias acababan por expli­
car la impotencia del saber médico y de su mirada sobra las mismas, lo que, de
paso, es lo que normalmente ocurre en ese tipo de fenómenos: marcar la impo­
tencia y/o la falta en el otro.
¿Y cómo pensar la causa de la histeria2 en ese momento de la teoría freudia-
na? Se trata, más específicamente, de interrogar la configuración de los síntomas
histéricos, lo que descarta cualquier reflexión acerca de la elaboración secunda­
ria en/de la histeria. No es posible responder a esa cuestión con exámenes clí­
nicos, teniendo en cuenta que el paciente no dispone de recursos para relatar la
relación entre la causa y la patología. Es en ese contexto, por lo tanto, que la hip­
nosis aparece como recurso técnico para intentar establecer el nexo entre am­
bas, para superar las resistencias a la rememoración de situaciones en que afec­
tos intensos y desagradables hayan sido movilizados. La hipnosis, según Freud,
sería un método clínico que presentaría resultados valiosos.
Sobre su fundamento teórico, percibimos que el factor accidental comanda a
la patología de la histeria en una medida que excede lo admitido, o sea, se percibe
una fuerte influencia de un trauma cuando se entiende la patología. La histeria
traumática ilustra la relación causal del trauma al originar la patología, pues los
subsecuentes ataques histéricos son del mismo orden que aquel que originó esa
Cadena. Sin embargo, hay también otros síntomas histéricos que se manifiestan
de distintas maneras y que también se relacionan con algún trauma. Se afirma,
por lo tanto, que el nexo entre un trauma y un síntoma es bastante claro, lo que
permite vislumbrar una relación directa entre causa y efecto.
Hay una analogía patogénica entre la neurosis traumática y la histeria, tenien­
do en cuenta que en ambas se establece —como punto de contacto— la etiología
relacionada a un trauma psíquico y el afecto de horror que subyace a ese trauma.
Para vislumbrar las manifestaciones sintomáticas del trauma —el afecto de ho­
rror—, la vivencia deberá tener el mismo valor de trauma, que asume valor de
horror en formas distintas: puede ser un acontecimiento grave, varios aconte­
cimientos parciales que agrupados asumen valor de horror o entonces circuns­
tancias insignificantes que, por algún motivo, adquieren un carácter traumático.

2. La discusión presente está en el texto Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos,


Comunicación preliminar (1883).
No es el traum a en sí el agente provocador de la patología, sino su recuerdo
como un cuerpo extraño, no elaborado, que puede permanecer intacto en el psi­
quismo durante muchos años sin manifestarse. Tal afirmación pone en eviden­
cia la práctica clínica de la hipnosis:

[...] los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retomar cuando se
conseguía despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, con­
vocando al mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo descri­
bía ese proceso de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto
(FREUD, 1893, p.32).

El acto de recordar el trauma deber venir acompañado de su respectivo afec­


to. De esa manera es posible remover el síntoma, ya que él aparece con intensi­
dad y después desaparece para siempre.
Se toma, por ejemplo, el famoso ejemplo de Anna O.3 y su síntoma de hi­
drofobia. Este se deparó con la siguiente escena: vio a su gobernanta ofreciendo
agua a un cachorrito en un recipiente que a ella le gustaba mucho. Sintió, en ese
momento, un afecto bastante desagradable direccionado hacia su gobernanta y
se calló. Esa escena, según Freud, movilizó una carga afectiva que no puede ser
exteriorizada. El afecto desagradable permaneció en el psiquismo, ocasionando
el síntoma histérico de hidrofobia, o sea, el pavor de ingerir agua.
Fue a través de la hipnosis que se disolvió ese síntoma, en el momento en que
la paciente, bajo la protección de la sugestionabilidad, recordó la escena ante­
riormente descripta. Freud incentivaba a la paciente a recordar lo que ocurrie­
ra, de modo tal de recordar la escena traumática con el objetivo de rescatar el
afecto desagradable4 que era la causa del síntoma histérico. Nótese, en esa des­
cripción, el modelo clásico de síntoma, oriundo de la medicina, en que se pre­
tendía rescatar la causa del síntoma para eliminar el propio síntoma. Lo que se
constata ahí son las influencias del positivismo, cuyo paso fue el de incorpo­
rar la lógica del síntoma médico al psiquismo, contenido en la noción de cau­
salidad mecanicista. Se sabe que el surgimiento del psicoanálisis se dio, sobre
todo, por la clínica de la histeria. Sin embargo, y como ya fue dicho, vale tam ­
bién recuperar la producción teórica al respecto de la paranoia en ese perio­
do, como aporte teórico, pero también como una primera discusión clínica, en

3. Descripto en el texto denominado Cinco conferencias sobre Psicoanálisis (1909). No obstante, el


mencionado caso se encuentra publicado, en su integridad, en el ya nombrado Estudios sobre
la histeria (1893-1895)
4. Se trata del concepto de abreacción, que consiste en rescatar el afecto desagradable al
configurarse, en ese momento, un efecto de catarsis.
esté caso, un modo de como no (énfasis mío) abordar el delirio, como será vis­
to más adelante.
La experiencia clínica obligó a Freud a rever su afirmación acerca de la va­
lidez del método hipnótico. Él percibió que los síntomas histéricos retornaban,
lo que resultó en un cuestionamiento acerca de sus hipótesis sobre la eficacia de
la hipnosis. En ese sentido, se hace necesario el reconocimiento del fracaso de la
hipnosis y una crítica bastante contundente a la sugestionabilidad5.
Freud (1905) compara el periodo de la hipnosis con la práctica de la pintu­
ra, de modo de concebirla como una tela en blanco en la cual un pintor, activa­
mente, lanza tintas, colores, para que ahí surja una forma. En la hipnosis, suce­
de lo mismo: el médico o hipnotizador, en el intento de auxiliar al paciente a re­
cordar la escena traumática en la cual fue movilizado el afecto desagradable, in­
cita, sugestiona, infiere contenidos para que la misma escena se precipite en las
palabras del paciente. Cuestión delicada y que exige una reflexión. Para comen­
zar, ¿cómo pensar que el hipnotizador sabía algo de la escena traumática vivida
por otro y también como evaluar que tal escena es más relevante que otra para la
finalidad terapéutica que se proponga? La consecuencia de eso es un desdobla­
miento ético —¿al final quién sabe más respecto de sí y de su verdad, el hipno­
tizador o el paciente?—, punto importante y que fundamenta un giro en el pen­
samiento psicoanalítico, cuando un saber previo al respecto del otro no es posi­
ble de sostener. Ahora, utilizar tintas y colores, según la metáfora freudiana, re­
produce la lógica antes citada, pues es él quien concibe su arte, que tiene como
punto de partida una tela en blanco.
Por otro lado, el abandono de la hipnosis y el descubrimiento de la asocia­
ción libre6 marcan el pasaje del momento pre-analítico para el descubrimiento
de la regla fundamental del psicoanálisis, trabajada por Freud a partir de la me­
táfora de la escultura. Freud sugiere que la asociación libre puede ser compara­
da con un bloque de mármol en el que una forma ya estaría allí, presente, pero
3. El texto Sobre psicoterapia (1905) es fundamental para la presente reflexión.
6. El descubrimiento fundamental del psicoanálisis, la asociación libre, consiste en sustentar la
regla fundamental del proceso clínico. Se trata de explicar que todo lo que pasa en la cabeza es
importante, inclusive las “tonterías” pues nada debe ser censurado. Otro concepto recurrente
es el de atención flotante, en este caso, pertinente para describir la conducta del analista, que
no se apega a un saber previo al escuchar a quien le dirige la palabra. A modo de sugerencia,
recomendamos la lectura de los artículos sobre la técnica psicoanalítica (1911-1913), constantes
del volumen XII de las obras completas de Freud. Vale resaltar que las sistematizaciones sobre
el par asociación libre-atención flotante fueron presentadas por Freud en relación con la clínica
de las neurosis. Sin embargo, también en la clínica de las psicosis se mantiene la idea de que
es necesario esperar aquello que el otro trae y que un analista no se posiciona con un saber
previo sobre el paciente.
recubierta por excesos. Cabe al analista, en ese nuevo contexto, retirar esos ex­
cesos para que una forma se decante, forma que ya se encontraba allí presen­
te. Se puede suponer que el descubrimiento de la asociación libre reposiciona
el lugar de la verdad y del saber en la clínica psicoanalítica. Ya no es quien con­
duce el proceso clínico que poseía un saber sobre la verdad del otro, y sí el pro­
pio paciente que es poseedor de su verdad personal, singular. Desde el punto de
vista ético, sostener la asociación libre, del lado del analista, es sostener un sem­
blante de que se tiene un saber sobre aquel que sufre... Pero atención a la pala­
bra semblante, pues semblante de saber sobre la verdad del otro no es, en abso­
luto, la misma cosa que encarna un saber sobre el otro.
Desde el punto de vista histórico, Quinet7describe el encuentro de Freud con
Emmy Von N. como el momento inaugural del psicoanálisis, porque esa pacien­
te impedirá a Freud realizar sus preguntas de costumbre y le solicita que la deje
hablar de su dolor. El descubrimiento de la regla fundamental, la de asociación
libre, fue considerado como acto inaugural del psicoanálisis.
Para concluir ese primer recorte de la obra de Freud, vale tejer un comenta­
rio acerca del valor clínico de ese obstáculo superado por el padre del psicoaná­
lisis. Es curioso como los jóvenes analistas parecen desconocer lo que fue dicho
anteriormente. Es común reproducir la lógica mecanicista de un síntoma, res­
paldado por la tendencia médica, en tratamientos psicoanalíticos, incluso si no
se emplea la hipnosis. Es una supervisión clínica, fue relatado el siguiente pasaje:
“Yo estaba atendiendo a una paciente histérica grave que relatara sus manías de
persecución”. En determinado momento, el joven analista interrogó el síntoma
por la vía de la casualidad: “¿Por qué tienes manías de persecución?” después de
algún silencio, la paciente le respondió que si supiese no estaría allí.
Respuesta bastante precisa por parte de la paciente, que denuncia una indi­
cación importante sobre el modo de interrogar el síntoma. No se trata de con­
cebir el síntoma, un sufrimiento psíquico, del mismo modo en que la medici­
na concibe el síntoma, atravesándolo por la lógica mecanicista. Preguntar el por
qué induce una casualidad inoperante para el propósito de la clínica psicoanalí­
tica, ya que el propósito mayor es ofrecer la palabra a quien sufre, con el objeti­
vo de que hable más sobre el propio sufrimiento... La pregunta “¿por qué?” cie­
rra la cadena asociativa.

7. A. Quinet, As 4 + 1 condigóes em análise. Río de Janeriro: Jorge Zahar, 1999.


2.2 Freud y sus formulaciones iniciales sobre la teoría y la clínica de
la paranoia

¿Sería la teoría freudiana de las psicosis una teoría ingenua o de poca susten-
tabilidad teórica? Simanke (1994) aborda esa cuestión al comentar el debate en
torno a las concepciones freudianas sobre las psicosis —comúnmente articula­
das a las nociones psiquiátricas más tradicionales—, en las que se hace presen­
te la premisa de una ruptura del sujeto psicótico con la realidad. En ese contex­
to, preguntamos cuál es el alcance teórico y clínico de la contribución freudia­
na para esa clínica. Tal vez no sea posible afirmar que, en Freud, haya una teo­
ría acabada sobre el tema, sin embargo, es posible destacar algunos pasajes teó­
ricos relevantes para presentar al lector el modo en que Lacan sustentó su retor­
no a Freud en la cuestión especifica de la paranoia.
¿Cuál es la concepción concerniente a la paranoia en el momento en que la
práctica de la hipnosis todavía era considerada como un método defendido por
Freud? Para responder a esta pregunta, trabajaremos, más específicamente, tres
textos de Freud: Manuscrito H (1895), Observaciones sobre las neuropsicosis de
defensa (1894) y Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1896).
Esos textos, a pesar de que presentaron formulaciones teóricas interesantes so­
bre la etiología de la paranoia, tienen recortes clínicos que fueron presentados
a partir del método hipnótico, método abandonado por Freud, tal como vimos
anteriormente.
En Manuscrito H (1895), Freud encauza su argumento a la psiquiatría clási­
ca con el objetivo de formular la idea de que en la paranoia, así como en la neu­
rosis obsesiva, hay un conflicto existente entre una representación inconciliable
y perturbaciones de orden afectiva.

De hecho, esto es así: la paranoia crónica en su form a clásica es un modo patológico


de la defensa, como la histeria, la neurosis obsesiva y la confusión alucinatoria. Uno se
vuelve paranoico por cosas que no tolera, suponiendo que uno posea la predisposición
psíquica peculiar para ello (FREUD, 1895, p. 247).

Freud describe un fragmento clínico: una joven de 30 años vivió una escena
en la que un hombre se acostaba con ella en una cama y colocaba la mano de la
Joven sobre su pene. Tal escena recae sobre la paranoia. ¿Por qué? Podemos afir­
mar, en ese momento de la enseñanza freudiana, que la representación de esa
escena asume un papel en la etiología de la paranoia; en este caso, su contenido
se conservó intacto y, de ese modo, lo que alguna vez fue interno pasó a ser in­
sinuado como algo proveniente de lo externo, de tal modo de crear una condi­
ción nueva sobre sí misma. La reprobación sobre la vivencia de la escena m en­
cionada pasó a no ser más sustentada por ella misma, pero sí por quienes vivían
a su alrededor. El logro reside en el hecho de que ella aceptara el juicio propio
sobre su conducta, al tiempo que podría desautorizar a aquellos que la recrimi­
naran. De ese modo, la reprobación vinculada a esa escena era mantenida bien
distante de su ego.

La paranoia tiene, p or tanto, el propósito de defenderse de una representación inconci­


liable para el yo proyectando al mundo exterior el sumario de la causa que la represen­
tación misma establece ( F R E U D , 1895, p. 249).

En ese contexto, al pensar el mecanismo específico de la paranoia, se afirma


que el contenido y el afecto de la representación inconciliable se mantienen in­
tactos o conservados y son proyectados para el mundo externo. Las alucinacio­
nes, que pueden variar en forma y contenido, son hostiles al ego, pero susten­
tan su defensa.
En el texto denominado Las neurosis de defensa8 (1894), Freud retoma la
cuestión de la etiología de los mecanismos psíquicos en la histeria, neurosis ob­
sesiva y paranoia, con la intención de diferenciarlas y de determinar sus respec­
tivos mecanismos psíquicos. En relación a los dos primeros, se afirma que la de­
fensa de la representación inconciliable se da de acuerdo con la disociación en­
tre ésta —la representación inconciliable— y el afecto, de modo tal de que haya
destinos diferentes, o que justamente defina una histeria y una neurosis obse­
siva. En cuanto al afecto, en la histeria, se convierte en síntomas en el cuerpo,
el afecto en la neurosis obsesiva incidiría sobre el pensamiento, por la sustitu­
ción o desplazamiento de ciertas categorías asociativas, al transformar un pen­
samiento importante en algo banal. En ambos casos, se da la separación entre la
representación inconciliable —siendo que esta última permanecería en la con­
ciencia— y el afecto, cuyo destino define el tipo de patología.
En el caso de la paranoia, y de acuerdo con lo que ya fue expuesto acerca
del Manuscrito H, hay un tercer modo de pensar una modalidad defensiva del
ego. Para Freud se trata de una modalidad más enérgica en que el ego rechaza

8. En ese texto, histeria, neurosis obsesiva y paranoia son consideradas neurosis de defensa, dado
que el acento recae sobre la universalidad de un mecanismo psíquico, cual sea, o de considerarse
una defensa del ego frente a una representación inconciliable y su respectivo afecto. La defensa
del ego frente a la representación inconciliable condice con el punto nuclear del mecanismo
psíquico de las neurosis mencionadas. Vale destacar el hecho de que no hay, en ese momento
de la obra de Freud, una distinción estructural entre neurosis y psicosis, tal como se verificará
más adelante en su obra.
(verwerfen9) la representación insoportable junto con el afecto y actúa como si
tal representación nunca hubiese existido.
Aquí Freud esgrime un nuevo argumento: el contenido de una psicosis alu-
cinatoria condice con el contenido de la representación intolerable que originó
la patología. Como ya fue mencionado, el ego se defiende de una representa­
ción inconciliable, pero ésta se enlaza de manera inseparable con un fragmen­
to de la realidad objetiva10. La representación inconciliable pasa a substituir un
fragmento o la totalidad de la realidad objetiva.
Ya en un texto posterior, denominado Nuevas observaciones sobre las neu-
ropsicosis de defensa (1896), Freud resalta la idea ya trabajada, la de que la pa­
ranoia es una defensa del ego frente a una representación inconciliable y supone
que otros tipos de psicosis podrían seguir la misma lógica. El recorte que aquí
hacemos tiene como objetivo presentar el modo en que Freud empleó el uso de
la hipnosis11 con la señora P., pues de ese modo será posible presentar una pri­
mera reflexión sobre la teoría de la técnica en la clínica de las psicosis, más es­
pecíficamente en la clínica de la paranoia.
La señora P., de 32 años, casada hacía tres años, permaneció sana y producti­
va hasta seis meses antes de contraer su enfermedad. Empezó a desconfiar de los
hermanos de su marido, además de quejarse de sus vecinos de la pequeña ciu­
dad donde habitaba. Esas quejas se tornaron más frecuentes, a pesar de que per­
manecerían difusas. Ella decía que ellos tenían algo contra ella, que le faltaban
el respeto y que hacían lo posible para mortificarla. Después de algún tiempo,
ella pasó a afirmar que las personas sabían lo que ella pensaba, además de saber
lo que sucedía en su casa. Ella comenzó a manifestar conductas de precaución,
(ales como desvestirse para cambiar su ropa debajo de las sábanas. Descuidaba
su propia alimentación y sus vestimentas, al punto de, en el verano de 1895, ser

'' Según Simanke, el empleo del verbo verwerfen sirve para designar una forma más drástica
de rechazo del ego frente a la representación intolerable. Es interesante destacar que
Freud utiliza este verbo en otros contextos, tales como la noción de Verwerfung, para
pensar un modo específico de rechazo de la castración, presente en el caso del Hombre
de los Lobos. La noción de Verwerfung será ampliamente discutida más adelante, ya que
este térm ino es elegido por Lacan para pensar el mecanismo específico de la psicosis,
en este caso, la forclusión. Vale resaltar que Freud dispone de esta palabra en otros
contextos más amplios, lo que torna su empleo, en ciertos casos, difuso y ambiguo.
10, Se percibe el problema teórico sobre el cual Freud se inclinará más adelante en su obra; en
este caso, la pérdida de la realidad en la psicosis. Este tema será retomado más adelante en este
capítulo, cuando articulemos la etiología de la psicosis con la metapsicología freudiana.
11, Freud describe la hipnosis con algunas curiosidades. Una de ellas consiste en ejercer una presión
con su mano en la frente del paciente, para que, junto con la sugestión, se acuerde de aquello
que Freud le estaba solicitando.
internada en un instituto de cura de aguas. A lo largo de esa internación surgie­
ron nuevas alucinaciones12, además de ser reforzadas las otras ya existentes. La
señora P. tenía la sensación de que había una mano en sus genitales y pasó a te­
ner alucinaciones visuales de desnudeces femeninas y masculinas que la marti­
rizaban. Normalmente, tales alucinaciones ocurrían con la presencia de alguna
mujer, que, para la señora P., se exponía en una desnudez indecorosa. Simultá­
neamente a esas alucinaciones visuales, aparecieron voces que ella no sabía ex­
plicar. Al caminar por las calles, por ejemplo, oía que las personas la identifica­
ban e interrogaban sobre su destino. Sus acciones, sus movimientos eran comen­
tados y señalados por los otros...
Freud diagnosticó a la señora P. como una paranoica crónica, se explayó so­
bre la etiología de ese caso y también acerca del mecanismo de sus alucinaciones.
Del mismo modo que en la histeria, existía en esa paciente la presencia de pen­
samientos inconscientes y recuerdos reprimidos que podrían ser recuperados13.
Freud se inclina hacia la idea de que las representaciones inconscientes condu­
cían a la señora P. a una compulsión a la repetición, oriunda de su inconsciente.
De ese modo, él constató que el origen de las alucinaciones visuales —al me­
nos las imágenes de la denudes femenina— aparecían con la sensación de pre­
sión sobre su órgano genital. Esas primeras imágenes surgieron en el instituto
de cura de aguas y se repitieron en función de un gran interés por parte de la pa­
ciente. Ella sintió vergüenza de las otras mujeres. En ese momento, Freud notó
la compulsión de la paciente e infirió que había algo importante a ser explorado
en esa escena. Fue, entonces, cuando le solicitó que hablase más sobre la escena
de desnudez, lo que fue acatado, ya que ella relató escenas de su infancia cuan­
do se sintió avergonzada con la situación de bañarse desnuda junto a sus herma­
nos y su madre. Posteriormente, relató otra escena, en la que tenía 6 años, ha­
bía un intenso comercio erótico con su hermano, lo que resultaría en una expli­
cación sobre la etiología de su paranoia. De ese modo, así como en la histeria y
en ese momento de la obra de Freud, se puede inferir que la etiología de la pa­
ranoia estaría ligada a una estimulación precoz de la sexualidad infantil, se ha­
bla aquí, de una escena traumática de carácter sexual, tal como va fue discuti­
do anteriormente.

12. Es curioso notar que Freud utilice la palabra síntoma al describir las alucinaciones citadas en
el cuerpo del texto, en el momento en que presenta el delirio de persecución de la señora P.
De hecho, tenemos que considerar el síntoma, en el sentido psicoanalítico del término, para
designar el sufrimiento psíquico en la neurosis.
13. Cabe destacar que todavía se trata de la técnica de la hipnosis.
En ese momento del relato del caso, Freud establece una aproximación entre la
histeria y la paranoia, al constatar la presencia de lo infantil y de la manifestación
de la sexualidad en lo que concierne a la etiología de ambas. De ese modo, for­
mula la idea de que las alucinaciones eran fragmentos tomados de las experien­
cias infantiles, “[...] síntomas de retorno de lo reprimido” (FREUD, 1896, p.180).
Freud también utilizó el método de la hipnosis para tratar las voces de la se­
ñora R y estableció algunas consideraciones teóricas complementarias a lo que
ya fue expuesto. La génesis de las voces condecía con la represión de pensamien­
tos oriundos de la vivencia análoga del trauma infantil.

[...] según eso, eran síntomas del retorno de lo reprimido, pero al mismo tiempo conse­
cuencias de un compromiso entre resistencia del yo y poder de lo retornante, compro­
miso que en este caso había producido una desfiguración que llegaba a lo irreconoci­
ble (FREUD, 1896, p. 182).

Al comparar la etiología del síntoma en la neurosis obsesiva con la paranoia,


Freud agrega que, en esta última, el retorno de lo reprimido se da por el camino
de proyección, considerando que el síntoma de desconfianza de los otros signi­
fica, en verdad, una protección contra el retorno de lo reprimido cuando apa­
recen las ideas delirantes. Esos pensamientos retornan en voz alta, provocando
una doble desfiguración: una censura implica la substitución por otros pensa­
mientos asociados o su encubrimiento ocurre por modos más o menos precisos
de expresión, referidos a vivencias recientes, análogas a las vivencias infantiles.
En este caso relatado, referente a la señora R, en la búsqueda de una causa­
lidad mecanicista para pensar la cura del síntoma —en verdad, alucinaciones
de persecución y voces—, al disponer de la técnica de la hipnosis, reproduce la
misma lógica frente a la tentativa de la remoción de un síntoma histérico. Evi­
dentemente, no se trata de remover un síntoma (igual que en la clínica psicoa­
nalítica de la neurosis —el síntoma sirve para ser interrogado14—, en la medida
en que se espera la instalación de una neurosis artificial de transferencia), pero
«I de preguntar cuál es el estatuto de una alucinación o de un delirio en la clíni-
■a psicoanalítica. Freud, al transponer la lógica mecanicista del síntoma para el
•bordaje de una alucinación, acaba por reproducir la ética médica de remoción
de un síntoma. Lo que presentaremos más adelante, todavía en torno a la con-
Iribución de Freud a la clínica de la paranoia, es la idea de que un delirio es va­

14. Para ilustrar lo que estamos afirmando, recomendamos la lectura de las conferencias El sentido
de los síntomas y La fijación al trauma, el inconciente, conferencias de número XVII y XVIII,
respectivamente.
lioso y merece ser escuchado, y no removido. La presente perspectiva será fun­
damentada en el momento en que el caso Schreber sea presentado.
No obstante, antes de recuperar la dimensión ética del psicoanálisis en la es­
cucha del delirio, una cuestión se presenta: vimos, en el periodo pre-analítico,
que la paranoia es una defensa del ego ante una representación inconciliable.
Vimos también que hay un compromiso del vínculo del sujeto con la realidad,
dado que la misma representación inconciliable parece sobreponerse a la mis­
ma realidad que se presentara como insoportable, por el mecanismo de la pro­
yección. Dicho esto, ¿cómo pensar la noción de pérdida de la realidad en la pa­
ranoia, ahora ligada a la concepción de la metapsicología de Freud? ¿De qué tipo
de realidad se trata: la de una escena traumática —aquí vale retomar la idea ya
discutida y descartada de la teoría del trauma y de la seducción, en la cual ha­
bría una estimulación precoz de lo sexual en lo infantil— o de un momento es­
tructurante de la subjetividad?

2.3 Fred, la constitución de la subjetividad y la paranoia: un abordaje


metapsicológico

Vimos, en la teoría del trauma y de la seducción, que Freud enfatizó un even­


to ocurrido en la realidad como fundamento para sustentar una hipótesis sobre
la etiología del síntoma histérico y también la etiología del síntoma paranoico.
Él parecía preocupado con la veracidad de los hechos, y tal preocupación se per­
cibe en sus textos de esa fase pre-analítica, como, por ejemplo, en los casos clí­
nicos. Ese punto es importante, pues uno de los riesgos posibles es el de reducir
la escucha clínica a datos fácticos o del registro de lo imaginario, en que un ma­
nejo equivocado se haría presente, como si la resolución de una angustia cual­
quiera por parte del paciente pudiese ser equiparada en una sugestión del tipo:
“ya que su problema es su marido, entonces ¿por qué usted no conversa con él?
¿Por qué no intenta resolver ese asunto?” Ahora, sabemos, desde la enseñanza
de Freud, que una intervención analítica no es del orden de lo imaginario, en
este caso, direccionada para los objetos de la realidad concreta, pero sí articula­
da al inconsciente15.

15. Ese punto será mejor trabajado en el momento en que presentaremos la idea de constitución
del sujeto en Freud. Apenas a modo de ilustración, podemos verificar en el relato del caso
Dora, de Freud (1905), como él se preocupa con los contenidos ofrecidos por esa paciente y
la veracidad de los mismos. Por ejemplo, Dora le relata que el Señor K. la buscó en el lago, y
Freud se vio obligado a confirmar tal afirmativa con el padre de Dora. Todavía le pesaba, en
El énfasis puesto en una realidad cae por tierra cuando Freua propone una
solución importante para la noción de realidad, que pasa a ser considerada ya no
como una realidad fáctica, y sí como realidad psíquica16. Entendamos por rea­
lidad psíquica una mezcla entre contenidos tomados de la experiencia concreta
y material y también de contenidos originados de la fantasía. Es importante re­
saltar que no se trata de inquietarse acerca de la veracidad de determinado he­
cho y su ocurrencia en una realidad, pero sí en considerar que el contenido in­
consciente emergente en una asociación libre, exprime una verdad singular del
sujeto, oriunda de la realidad psíquica. En ese sentido, se le atribuye a la fantasía
inconsciente un carácter patogénico, en el cual reside la intensidad de un sín­
toma. La noción de realidad psíquica incide sobre la hipótesis del inconscien­
te, más específicamente sobre la articulación entre deseo inconsciente y su fan­
tasía correlativa —o, dicho de otro modo, se puede afirmar que es en la fantasía
Inconsciente que se articula el deseo inconsciente. La noción de fantasía preo­
cupó a Freud en diversos niveles, ya que él elaboró la idea de fantasía conscien­
te, sueños diurnos o devaneos —tal como se presenta en Anna O. al emplear la
expresión teatro privado—, las fantasías prototípicas 17 y la fantasía inconsciente
-esta última será mejor trabajada más adelante—.
Sabemos también que Freud sustentó dicotomías importantes a lo largo de
su obra, tales como lo biológico y lo psíquico y también la cuestión de lo inter­
no y externo. En cuanto a esta cuestión, el debate acerca de la hipótesis exógena
y endógena se percibe a lo largo de su obra. Por ejemplo, en la ya discutida teo­
ría del trauma, el énfasis dado a la etiología del síntoma incide sobre una hipó­

ese momento, la confirmación de datos de la realidad concreta y la recurrente necesidad de


considerar al otro de la realidad en la dirección del tratamiento.
16. Concepto formulado por Freud y presentado en el capítulo VII del texto denominado
Interpretación de los sueños, de 1900.
17. Solamente a modo de referencia, recomendamos la lectura del texto Sobre las teorías sexuales
infantiles, de 1908, en el cual Freud discute la idea de fantasía por el sesgo biológico, en este
caso, a través del concepto de fantasía prototípica. Él presenta tres fantasías prototípicas: la
universalidad del pene, la fantasía de que el bebé nace por la cloaca y el carácter sádico del
coito. Destacamos aquí la idea de que esas fantasías son heredadas filogenéticamente. De ese
modo, alias brotarían en el psiquismo del niño en un momento específico de su subjetivación.
El énfasis recae sobre la palabra brotar, dado que se esperaría que tales contenidos de fantasía
despuntasen en función de la carga genética del hombre. Es claro que tal hipótesis es revista por
Freud en otro texto denominado Pegan a un niño, de 1919, cuya reformulación se encuentra
a lo largo del argumento de este capítulo. Por último, vale resaltar la expresión creada por
Laplanche, según la cual la biología es el bicho de la fruta del psicoanálisis. Con ese alerta, hay
que desconfiar del recurso de la biología como argumento teórico, pues se sabe que Freud, a
lo largo de su obra, utilizó ese argumento o recurso en diferentes contextos de su obra.
tesis exógena, a la vez que un evento ocurrido en la realidad moviliza un afec­
to desagradable, que es considerado como la causa del síntoma histérico. Pos­
teriormente, en otra discusión vinculada a las pulsiones parciales de la prime­
ra infancia, Freud afirma que las pulsiones parciales oriundas del autoerotismo
infantil18 —perversas y polimorfas— serían “domesticadas” por diques hereda­
dos filogenéticamente. Percibimos en ese argumento un fundamento endóge­
no y biológico para sustentar la idea de que las pulsiones —oral y anal— se so­
meterían a una organización obediente a la primacía de lo genital por el flore­
cimiento de los diques mencionados, que canalizarían las manifestaciones pul-
sionales desgobernadas para un proceso de sumisión de la sexualidad infantil a
la cultura. Al discutir el estatuto de la fantasía inconsciente, Freud concilia esas
dos hipótesis, la exógena y la endógena, localizándolas entre el mundo subjeti­
vo 19y el mundo objetivo, punto que será retomado más adelante.
De ese modo, para pensar la constitución de la subjetividad20, hay que consi­
derar factores endógenos tales como la sexualidad infantil —perversa y polimor­
fa—, dado que ella elige en el propio cuerpo zonas erógenas como objeto de sa­
tisfacción. De las pulsiones parciales de la primera infancia existe la pulsión del
saber, en este caso, una pulsión de carácter investigativo en la que el niño bus­
ca construir para sí un mito sobre el propio origen: “¿de dónde vienen los be­
bés?” Este interrogante que el niño formula resulta en las fantasías prototípicas,
como respuesta a su indagación y que ya fueron citadas en este capítulo. Lo que
se debe resaltar es el hecho de que las pulsiones del saber tienen un papel im­
portante en la constitución del sujeto, como veremos luego, al movilizar el inte­
rés del niño a realizar sus investigaciones infantiles.
Otro concepto importante es el de narcisismo primario, que parte de la cons­
tatación de que existe una operación psíquica, la constitución del narcisismo pri-

18. Recomendamos, para esta discusión, la lectura del texto titulado Tres ensayos sobre la teoría
sexual, de 1905, sobre todo el segundo ensayo, denominado La sexualidad infantil. Ese texto es
inaugural para pensar la hipótesis freudiana sobre la sexualidad infantil y sus características.
19. Así, evocamos una vez más la polaridad entre imaginación y realidad (ligada a la percepción),
lo que indica la fantasía inconsciente y su satisfacción como algo del orden de la ilusión,
oponiéndose a la percepción de la realidad. De ese modo, el mundo interior se condice con la
satisfacción y el placer, y el mundo exterior se condice con la realidad.
20. Este tópico exige un tránsito entre varios textos de la obra de Freud, de modo tal de poder
sustentar una enumeración de conceptos y una consecuente articulación, tal como se presenta
a lo largo de este capítulo. Apenas a modo de referencia, presentamos una guía al lector, para
que él pueda recorrer los conceptos citados: Tres ensayos sobre la teoría sexual, de 1905; Sobre
las teorías sexuales infantiles, de 1908; Introducción al narcisismo, de 1914; Pegan a un niño, de
1919; La organización genital infantil. (Una interpolación en la teoría de la sexualidad), de 1923;
Neurosis y psicosis, de 1924; y La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924.
mario. Una primera distinción que hacemos es que la palabra narcisismo es uti­
lizada en un contexto distinto del sentido común, el cuál atribuye a aquel que
es narcisista la cualidad de egoísmo, de pensar sólo en sí mismo. No es en vano
que Freud se refiere al mito de Narciso para ilustrar esa cuestión, en la 26a Con­
ferencia Introductoria denominada La teoría de la libido y el narcisismo (1916).
Cuando remitimos al concepto de narcisismo primario, utilizamos esa idea para
resaltar la existencia de una etapa constitutiva del sujeto psíquico, una opera­
ción psíquica realizada por el niño. Es interesante notar que todos pasaron por
esa etapa lógica del desarrollo infantil, excepto los autistas y esquizofrénicos.
Freud, sin embargo, no fue capaz de formalizar, en términos conceptuales, lo
que está en juego en ese momento lógico de la constitución de la subjetividad.
Él utiliza ejemplos tales como la pasión, la enfermedad y la hipocondría para
ejemplificar la incidencia de esa instancia psíquica y afirma que lo esperado, a
lo largo del desarrollo de la sexualidad infantil, es la consolidación de ese acto
psíquico. Sin embargo, Freud no nos ofrece una solución para el problema teó­
rico planteado, o sea, él no explícita el modo en que ocurre la constitución del
narcisismo primario en el texto mencionado. Por último, él afirma que la ope­
ración psíquica es equiparable a la constitución del ego. Esa etapa del desarro­
llo psíquico permitirá un desdoblamiento de la libido, que en otro momento era
solamente autoerótica y que, en función del advenimiento de la consolidación
del narcisismo primario, pasa también a ser libido de objeto.
En ese sentido, vale incluir aquí una referencia a la enseñanza de Lacan, de un
texto en el cual él presenta un complemento a esa teoría del narcisismo prim a­
rio freudiano, cuando acuña la expresión del estadio del espejo, en el momento
en que el niño pasa a reconocer y jugar con la propia imagen reflejada en el es­
pejo, más o menos alrededor de los 18 meses, y la nombra con su propio nom­
bre. El acto psíquico condice con la realización de un contorno corporal, como
una operación psíquica ligada al registro de lo imaginario.
La ocurrencia de esa operación psíquica depende del modo en que se esta­
blece el vínculo de amor entre la crianza y la madre o su substituía en el primer
tiempo de Edipo —volveremos a ese punto más adelante, cuando hemos de dis­
cutir el tema de la constitución del sujeto en Lacan—. Lacan es bastante preci­
so al extender los tiempos del Edipo más allá del tiempo biológico del niño. El
primer tiempo del Edipo comienza antes de que el óvulo sea fecundado por el
espermatozoide, pues se hace necesario verificar cual es el estatuto de ese niño
en la economía psíquica de su madre. Dicho de otro modo, es preciso pregun­
tar sobre el lugar que el niño ocupa en el deseo de la madre. Para que aparezca
el narcisismo primario, se supone que tanto la madre —o su sustituía— como
el niño constituyan una célula narcisista, una especie de amalgama o, en otros
términos, establezcan entre sí una relación simbiótica permeada por un vínculo
de amor. El modo en que se establece esa relación es lo que va a permitir la ocu­
rrencia —o no— del acto psíquico en el niño, realizado por él mismo.

Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido
pleno que el análisis da a éste término: a saber, la transformación producida en el sujeto
cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto defase está suficientemen­
te indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo Imago (LACAN, 1998, p. 97).

Lacan introduce, a esa altura de la elaboración de su argumento, la idea de


que el yo se precipita a partir de una matriz simbólica, que puede ser descripta
en términos bastante freudianos, tal como aparece en Freud en el texto denomi­
nado Proyecto para una psicología científica para neurólogos21. Freud propone un
modelo de aparato psíquico al importar el modelo de sistema de neuronas de la
neurología. Sin profundizar en este asunto, trabajaremos apenas la idea de que
el bebé trae consigo un cúmulo de tensión interna que desemboca en una des­
carga motora, en este caso, un grito. Ese grito es interpretado por la madre o su
sustituta, de modo que ella realiza una lectura del llanto del bebé y se dispone a
realizar una intervención —externa— capaz de aliviar la acumulación de ten­
sión interna del bebé. Es en ese sentido que podemos afirmar la existencia del
registro de lo simbólico, dado que hay un nombramiento de lo que ocurre en el
cuerpo del bebé mediante el lenguaje, en el momento mismo en que se diferen­
cia un llanto de cólico de otro llanto, que es hambre o la incomodidad de un pa­
ñal sucio, entre otros.
No obstante, y según Lacan22, el registro de lo simbólico se verifica también
por la proyección de los ideales de la madre o su substituta sobre el bebé, ya que
ella proyecta sus ideales, los ideales de la cultura, sobre ese bebé. “¡Mi hijo será
un hombre de carácter!” ese investimento de libido, por parte del agente que rea­
liza la función materna23, es lo que posibilitará el acto psíquico de la constitución
del narcisismo primario, considerando que el bebé, no por necesidad, pero sí poi
21. El “Proyecto”, como es comúnmente llamado, es un texto de gran importancia y altamente
recomendable. Él presenta una dificultad, pues el uso del modelo neurológico presupone e
uso de conceptos externos al psicoanálisis. Sin embargo, en él se encuentran bases conceptúale!
importantísimas para innumerables conceptos que posteriormente serían elaborados por Freud
22. Por ejemplo, esa idea está presente en el texto Subversión del sujeto y dialéctica del deseo
publicado en los Escritos.
23. El término “función” nos permite desprendernos de la tendencia biológica, ya que no se esper;
que un niño dependa de la existencia de una madre y de un padre biológico para constituir 1;
propia subjetividad.
demanda de amor, reconocerá su imagen reflejada en la mirada de su madre o
sustituta ante la transmisión de los ideales culturales, simbólicos por definición.
Para Lacan es de esa forma que se constituye el yo en su doble acepción, ya
sea en el sentido de cerrar una gestalt —considerando que antes el cuerpo era
despedazado y desde entonces pasa a asumir una unidad—, lo que lleva a asu-
mii un carácter de permanencia del yo, ya sea en la propia condición alienan­
te de estructuración del yo, ya que él se constituye a partir de la mirada del otro.
Dicho esto, volvamos al argumento freudiano para pensar la constitución de
la subjetividad. Sin embargo, antes de sustentar una articulación de los concep­
tos necesarios para presentar una teoría de la subjetividad para el psicoanálisis
—y profundizar la cuestión de la subjetividad en la psicosis—, proponemos un
salto para presentar algunos conceptos también imprescindibles para la poste­
rior articulación que viene siendo propuesta.
Con relación a la fantasía inconsciente24, Freud articula algunas considera­
ciones importantes en relación a su estatuto teórico y clínico.
Inicialmente, resaltemos el hecho de que la fantasía inconsciente implica sen­
timientos placenteros y se articula con la masturbación infantil. En ese sentido,
percibimos que a ella se agrega la libido y que hay, en la posición que el niño ocu-
pa en la fantasía inconsciente, una posición incestuosa articulada al drama edí-
pico. Aquí se abre una perspectiva importante para la presente discusión, dado
que están localizados en la fantasía edípica los motivos que llevan al niño a cons­
tituirse a partir de la estructura neurótica —o dicho de otro modo, se describe
la etiología o los motivos que originan la represión—. Sin embargo. Considerar
la posición incestuosa del niño frente a sus figuras parentales es sostener, tam ­
bién desde el punto de vista exógeno, sus determinaciones. En ese momento de
la obra freudiana, se incluye también el lugar que el niño ocupa ante sus padres
biológicos o sustitutos. En el texto Pegan a un niño (1919), Freud se interesó por
describir la estructura de la fantasía, lo que desemboca también en un giro con­
ceptual y ético para el tratamiento de las neurosis.
Dando continuidad a lo que veníamos afirmando acerca de la fantasía incons­
ciente, es en la fase fálica que Freud localiza la organización de las pulsiones par­
dales sobre la primacía fálica. El niño elige una figura parental como objeto de
nmor y busca anhelar la satisfacción de una meta pulsional. Freud resalta que
14. La referencia para esta discusión es el texto freudiano denominado Pegan a un niño, de 1919. Sin
embargo, queremos recuperar también el argumento presente en La interpretación de los sueños,
en el que la fantasía inconsciente trae consigo una articulación con el deseo inconsciente, en el
momento en que se discute el sueño como realización de deseo. Tal mención es importante, pues
en algunos momentos de la obra de Freud podemos verificar la idea de fantasía inconsciente
como un devaneo subliminal y, por lo tanto, pre-consciente.
la identificación y la elección del objeto ocurren en ese momento —o sea, en el
drama edípico— y determinan la vida erótica en la fase adulta. En ese contexto,
la primacía fálica está presente tanto en la resolución edípica masculina como
en la resolución edípica femenina 25 y hace que el niño se enfrente a la percep­
ción de la diferenciación sexual, en este caso, que se enfrente con la percepción
de que la madre, o su substituía, es castrada.
Cuando se trata de neurosis, y tomando como referencia el Edipo masculi­
no, ese niño, en sus investigaciones infantiles —impulsadas por la pulsión del sa­
ber—, se posiciona ante el hecho de que la madre es castrada y que, por lo tanto,
no existe la universalidad del pene —creencia en la cual se mantenía inamovi­
ble. Ahora bien, tal percepción va a amenazar su integridad egoica, dado que la
amenaza de la pérdida del pene constituye para él una amenaza de desintegra­
ción de su unidad corporal, originada en la constitución del narcisismo prim a­
rio, trabajada anteriormente. Es en ese momento en que aparecen la angustia de
castración y el conflicto edípico, cuya resolución se da por la vía de la estructura
neurótica, cuando se elige la represión para lidiar con la angustia de castración
oriunda de la amenaza de desintegración narcisista.
El ego, según Freud, es gobernado por el mundo externo de dos maneras. Hay,
en primer lugar, percepciones actuales que son siempre renovables. Esas percep­
ciones actuales están referenciadas en función del almacenamiento de percep­
ciones antiguas, recuerdos anteriores —o, dicho de otro modo, por recuerdos
ordenados por el “mundo interno” que forman parte del ego—. Al tratarse de
neurosis, se propone que el niño reconozca la percepción de la diferenciación
sexual —percepción antigua—, en el momento de esa prueba edípica. Recono­
cer la percepción de la diferencia sexual es someterse a una ley simbólica26 or­
denadora de la sexualidad humana. No obstante, se habla de una fuga de la rea-

25. La diferenciación entre el Edipo masculino y el femenino no se dio de forma inmediata en


el pensamiento freudiano. Para una profundización mayor de esta cuestión, recomendamos
la lectura del texto Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica entre los
sexos, de 1925. Ese texto permite una precisión mayor de la resolución edípica de la niña; en
él existen, inclusive, indicaciones clínicas valiosas para la clínica de la histeria.
26. Para esta discusión, recomendamos la lectura de Tótem y tabú, de 1914, obra de gran importancia
para pensar la génesis de las relaciones culturales y que propone una ley simbólica universal
para el ordenamiento de la sexualidad humana, en este caso, la idea de que las relaciones de
alianza no coinciden con las relaciones de parentesco. Existe, por lo tanto, una restricción de la
realización pulsional que permite la existencia de un proyecto cultural. Allí también se discute la
idea de que la ley cultural, en este caso, la ley de prohibición del incesto es universal, a pesar de
variar en distintas culturas. En nuestra cultura occidental existe, por ejemplo, la prohibición de
que una niña tenga relaciones sexuales con el hermano de la madre. Lo que resaltamos no son
tanto las variaciones de prohibiciones, sino el hecho de que toda y cualquier cultura presenta
lidad en la neurosis en la medida en que algo del orden de lo simbólico no pue­
de ser simbolizable. Pensar en la pérdida de la realidad es sostener la hipótesis
de que existe, en el psiquismo humano, el atravesamiento de la fantasía incons­
ciente en el momento en que nos enfrentamos con la realidad. Dicho de otro
modo, la pérdida de la realidad en la neurosis es reconocida en el momento en
que ocurre la acción de la fantasía inconsciente, en el momento mismo en que
#lgún objeto de la realidad evoca un contenido perteneciente al conflicto edípico.
En este punto, retomamos el estatuto de la fantasía inconsciente a partir de
10 referencia presente en el texto Pegan a un niño. Decimos que la fantasía in-
i onsciente se estructura en la vivencia edípica, en el momento en que las hipó­
tesis endógenas y exógenas confluyen en la etapa edípica. Por un lado, recono-
i emos la sexualidad infantil, la pulsión del saber, el narcisismo primario, la pri­
macía fálica y la percepción de la diferenciación sexual, en el momento en que
lu percepción de la castración en la madre y/o mujer es reconocida y aceptada
por el niño, lo que desemboca en la elección de la represión como mecanismo
di- defensa para la angustia de castración. Por otro lado, reconocemos también
mi posicionamiento del niño en relación a lo que le es transmitido en términos
di ley simbólica27. Una cuestión que todavía no trabajamos en esta reflexión es
el hecho de que el niño elige un mecanismo de defensa para lidiar con la percep-
■lón de la diferencia sexual según la posición que él ocupa en la estructura edi­
fica ante sus figuras parentales o sustituías. Es dentro de ese contexto que reco­
nocemos, en este momento, un fundamento exógeno para nuestro raciocinio.
En la neurosis, se articula la fantasía inconsciente con el deseo28 inconscien-
11 Nasio (1999) trabaja el modo en que el lugar de un objeto real pasa a ser un
objeto fantaseado, de modo tal de que el objeto real de la relación incestuosa, de
lu pulsión sexual, pasa a ser incorporado como una parte del ego, que desde la
legunda tópica adquiere una porción inconsciente29. De ese modo la figura pa-

una restricción a la realización pulsional, fundamento de una ley simbólica ordenadora de la


sexualidad y de un proyecto cultural.
No obstante, la conceptualización de esa idea, la de que existe una transmisión simbólica que
orienta el modo en que el niño va a posicionarse ante la percepción de que la madre o sus
sustituía es castrada, no es evidente en Freud. Esa discusión es fundamental para el eje teórico
de este trabajo y será mejor desarrollado desde el punto de vista de Jacques Lacan, más adelante,
considerando que la problemática de la función paterna —como agente de transmisión de la
ley cultural— fue ampliamente desarrollada por él. Además, la cuestión del Nombre del Padre
usume sirve como punto de anclaje para la hipótesis central de este trabajo, teniendo en cuenta
que el Nombre del padre asume un estatuto central en la subjetivación, de modo tal de orientar,
también, la dirección del tratamiento de las psicosis.
18. Tal articulación se localiza en el texto de Nasio, denominado Oprazer de ler Freud, de 1999.
“i Discusión presente en el texto El yo y el ello, de Freud, de 1923. En ese texto hay una
rental, o su sustituía, deja de ser un objeto real y pasa a ser un objeto fantasea­
do, incluso si ese objeto tiene una existencia autónoma en el mundo. De esa for­
ma, Nasio concluye que el objeto de amor es una mezcla de fantasía y de figura
parental real —cabe aquí recordarle al lector el concepto de realidad psíquica—.
De ese modo, una relación amorosa se funda sobre el estatuto de la fantasía in­
consciente, sede de la pulsión, donde se sitúan el placer sexual y también el fun­
damento de las relaciones afectivas en general, inclusive su actualización a la fi­
gura del analista, o sea, el fundamento que sustenta el amor se transferencia30. El
deseo inconsciente se condice con la realización del deseo incestuoso que, a pe­
sar de ser restringido por la ley simbólica, se actualiza en sus reediciones. De esa
manera, para encaminar nuestra discusión, falta resaltar los desdoblamientos de
la descubierta fantasía inconsciente y su estatuto en la técnica psicoanalítica de la
neurosis, más precisamente acerca de la noción de construcción en el análisis31.
Freud sugiere ese término como un giro en la dirección del tratamiento de la
neurosis. El conflicto edípico deja de ser interpretado para ser costruído, respe­
tando la materialidad psíquica de aquella singularidad, según lo que fue expues­
to acerca de la noción de realidad psíquica —en este caso, la reconstrucción de
contenidos reales y fantasísticos por el sujeto, coherente con su mito edípico in­
fantil. Freud hace una reserva acerca de la dificultad en realizar tal construcción,
al destacar el papel de la construcción y su ideal en un análisis, o sea, un recuer­
do del conflicto edípico y la remoción de su amnesia infantil.
El fundamento de ese giro en el método analítico se encuentra en el ya cita­
do texto Pegan a un niño, en el momento en que Freud presenta una lógica in­
terna presente en la fantasía inconsciente, como cuando se reconoce la dificul­
tad de rememorar ciertos contenidos de la misma.
De ese modo, la cuestión es abordada en una doble vertiente. La primera con­
siste en un manejo de la transferencia en que un analista ofrece subsidios para
ayudar al paciente a realizar sus construcciones en el análisis, en este caso, re­
construir sus impresiones sobre su vivencia edípica. Por otro lado, destacamos
que el hecho de que es el propio paciente el que construye, rememora, realiza
ese trabajo de arqueología sobre sí mismo, en el sentido de reconstruir lo que se
imprimió en el inconsciente. Se nota aquí un doble sentido de la palabra “im­
presión”: ya sea en el sentido de las marcas que tales contenidos inscriben en el
psiquismo, o en el sentido de aquello que se percibe como contenidos oriundos
de su realidad psíquica.

reformulación sobre el aparato psíquico que inaugura la denominada segunda tópica.


30. Discusión presente en el texto Sobre el amor de transferencia, de Freud (1912).
31. Recomendamos la lectura del texto Construcciones en el análisis, de 1936.
Aquí reside un fundamento ético importante para la clínica psicoanalítica de
las neurosis. Es ella la que nos muestra cuán difícil es sostener esa dirección de
tratamiento, en este caso, manejar la transferencia del paciente en dirección a
una construcción de una posición en el drama edípico, frente a su fantasía fun­
damental y, evidentemente, ante aquello que le causa deseo. La doble vertien­
te descripta anteriormente exige un cálculo, una dirección necesaria o una res­
ponsabilidad asumida por un psicoanalista en el momento en que él permite a
un candidato al análisis, recostarse en su diván. De ese modo, entendemos que
el trayecto de un análisis incide sobre ese camino, que es responsabilidad de un
analista indicarlo. Sin embargo, y por el hecho de que el recuerdo ocurre por la
vía del paciente, es el paciente el que va a avanzar en su análisis en el momen­
to en que el trabajo arqueológico sobre sí mismo progresa. Punto delicado, que
exige por parte del analista una atención redoblada para no interferir en las ela­
boraciones que están siendo hechas a partir de la fantasía inconsciente. Es un
hecho que un analista no interpreta una fantasía inconsciente con sus construc­
ciones derivadas. El fundamento ético se sustenta en esa cuestión, ya que la de­
licadeza de ese manejo incide sobre un punto ya discutido, en este caso, la idea
de que es el propio paciente el que va a encontrarse con sus marcas edípicas y va
n reposicionarse ante esas mismas marcas.
¿Y cómo estamos con la problemática de la paranoia? Vimos que el niño, bajo
la fuerza pulsional proveniente de la sexualidad infantil, dotada de su narcisismo
primario, ante sus investigaciones infantiles, se encuentra con la percepción de
la castración de la madre. En el caso de la paranoia, Freud considerará el hecho
de que el niño rechaza la percepción de la diferenciación sexual, en este caso, la
percepción de la castración de la madre o de su sustituía. El compromiso o pér­
dida de la realidad ocurre en función de una perturbación del ego y de su vín­
culo con la realidad32.
De acuerdo con lo que ya expusimos acerca del fundamento en que la pato­
logía incide sobre las percepciones antiguas o percepciones actuales33, en el caso
de la paranoia, reconocemos el hecho de que las percepciones antiguas fueron
tergiversadas. El rechazo a la castración de la mujer, en el momento en que el
niño realiza sus investigaciones infantiles —percepción antigua— determina el

12. Además, esa es la hipótesis central presente en el texto La pérdida de la realidad en la neurosis
y la psicosis, de Freud (1924), en aquello que concierne específicamente a la cuestión específica
de la paranoia.
' '■ En el texto La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924, en el que Freud
sustentará la hipótesis de que, en la psicosis, el niño rechaza la percepción de la castración en
la mujer, a partir de lo que fue expuesto anteriormente sobre el hecho de que la patología se
Inscribe sobre percepciones antiguas o actuales.
modo en que se asentarán las percepciones futuras o actuales. En ese sentido es
que Freud compara a la neurosis con la psicosis, considerando que en la prim e­
ra hay una pérdida de la realidad —mientras que en la psicosis hay una recons­
trucción de la realidad—. Dicho de otra manera, lo que se sitúa en la psicosis es
el hecho de que hay, desde el momento edípico, una fase activa de reconstruc­
ción de la realidad, al desembocar en una remodelación del mundo y de su vín­
culo con la realidad. Freud concluye su texto afirmando que, tanto en la neuro­
sis como en la psicosis, hay una sustitución de la realidad, considerando el he­
cho de que se estructuran, como patologías, de modos diferentes.
Así mismo, una cuestión sigue suspendida: ¿cómo fundamentar la dirección
del tratamiento psicoanalítico en la paranoia? Sabemos que Freud se apoyó en
la clínica de las neurosis y que incorporó la lógica del tratamiento de las neuro­
sis a las psicosis, lo que resultó en obstáculos clínicos importantes, consideran­
do que la posición subjetiva del psicótico en relación al registro de lo simbólico
no es la misma que la del neurótico. A pesar de habernos ofrecido también con­
tribuciones originales e importantes acerca de la etiología de la psicosis, le fal­
tó a Freud precisar, desde el punto de vista de la teoría del método clínico, cues­
tiones relativas al manejo de la transferencia en el tratamiento de las psicosis.
Aun así, cabe resaltar la indicación clínica presente en las formulaciones teó­
ricas acerca de la paranoia; en este caso, una posición ética de suma importan­
cia para esta clínica. Para tal, la contribución del caso Schreber es imprescindi­
ble, tal como expondremos a continuación.

2.4 Freud y el caso Schreber: una concepción ética del psicoanálisis


ante la escucha del delirio

Daniel Paul Schreber... sin duda alguna el más ilustre caso de la bibliografía
psiquiátrica y psicoanalítica sobre la paranoia. Carone, en su prefacio a Memo­
rias de um doente dos ñervos, destaca las palabras del propio autor, pues él refe-
renció su obra, publicada en 1903, como una de las “obras más interesantes que
ya fueron escritas desde que el mundo existe” (SCHREBER, 1995, p. 306). Él es­
taba seguro de que sus memorias servirían como una valiosa contribución para
las investigaciones futuras34. Como bien resaltó Carone, si Schreber no conquis­

34. Evidentemente, Freud fue el gran responsable por el “suceso” de Schreber, en el momento
en que publica un análisis importante sobre su delirio en el texto Sobre un caso de paranoia
descrito autobiográficamente, publicado en 1911. De ese modo, el nombre de Schreber está,
indisociablemente, ligado al de Freud.
tó la gloria que tanto anheló en el campo de las ciencias jurídicas, fue como pa­
ciente psiquiátrico que se volvió un referente aun vivo para la psiquiatría y para
el psicoanálisis. Carone destaca un comentario de Lacan35 sobre lo escrito por
Schreber, diciendo que se trataba de un texto esmerado de iniciación a la feno­
menología de la psicosis. Lacan se refería al hecho de que la fuerza de las memo­
rias de Schreber, como la apropiación de Freud de las mismas, se mantiene viva
en función de la propia astucia de Schreber, dado que, según sus propias pala­
bras, él llegó a “intuiciones sobre las sensaciones y los procesos de pensamiento
humano que muchos psicólogos podrían envidiar” (SCHREBER, 1995, p.140).
Schreber (1842-1911) viene de una familia de protestantes burgueses, dota­
dos de cultura y posesiones materiales, desde el siglo XVIII, ellos aspiraban a ser
celebridades a través de la producción intelectual. Además de otros descendien­
tes de la familia, se destaca el padre de Schreber, Daniel Gottlieb Moritz Schre­
ber (1806-1861), eminente médico ortopedista y pedagogo, autor de innum era­
bles libros sobre gimnasia, higiene y educación para niños. El padre de Schre­
ber era representante de una doctrina rígida e implacable, de carácter bastan­
te moralista, que promovía un control completo de todas las facetas de la vida.
Él ideó, a modo de ilustración, aparatos ortopédicos en hierro y cuero que pu­
diesen garantizar la postura erecta del niño. Promovía, además, la idea de que
la rectitud del espíritu es consecuencia de un aprendizaje precoz de contención
emocional y, evidentemente, levantaba la bandera de que todas las manifesta­
ciones de la sexualidad deberían ser suprimidas. El padre de Schreber se enor­
gullecía de haber aplicado sus métodos correctivos y pedagógicos en sus hijos
y siempre se vanaglorió de que el resultado obtenido, en lo referido a la educa­
ción de ellos, fue el mejor. Daniel Paul Schreber, que se volvió una leyenda viva
como paciente psiquiátrico, tuvo cuatro hermanos, siendo que el mayor, Daniel
Gustav (1839-1877), se suicidó a los 38 años.
Se sabe poco sobre su infancia, a no ser por el hecho de que él se sometiera
con docilidad al despotismo del padre. Alumno aplicado, en los años de juven­
tud, poco se interesó por la religión y se avocó al estudio de las ciencias natura­
les. Según Carone, sus memorias lo revelan como un hombre culto, conocedor
de diversas lenguas, inclusive del griego y el latín, además de las ciencias natu­
rales, historia, literatura clásica, música —era pianista—, y además poseía cono­
cimientos jurídicos, que eran su especialidad.
Su :arrera como jurista seguía el camino esperado. Funcionario del Minis­
terio de Justicia del Reino de Sajonia, obtuvo sucesivas promociones, al punto

35. Presente en el texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de laspsicosis, publicado
en 1966 en Escritos.
de ser nombrado vice presidente del Tribunal Regional de Chemnitz, en el año
1884. Su ambición parecía ser grande, pues en ese mismo año se presentó a las
elecciones parlamentarias por el Partido Nacional Liberal. Sin embargo, sufrió
una gran derrota y recibió, a los 42 años, una exposición en los medios de comu­
nicación que se opusieron a sus propias ambiciones de convertirse en una figu­
ra pública, considerando que fuera criado bajo el “culto orgulloso de los méritos
de los antepasados y fuera testigo de la fama del padre, ese artículo traía impre­
so, como un insulto, la faceta pública de su anonimato” (CARONE, 1995, p.12).
En el día 8 de diciembre de 1884, más o menos 45 días después de la derro­
ta mencionada, Schreber tuvo su primera internación, en la clínica de enferme­
dades nerviosas de la Universidad de Leipzig, coordinada por el Prof. Paul Emil
Flechsig. Era su primera internación, provocada por una crisis de hipocondría
—que no era el primer episodio—. Él aseguraba haber perdido más de 15 kilo­
gramos, siendo que los datos médicos acusaban un aumento de 2 kilogramos.
Estaban presentes también ideas delirantes, además de haber tenido dos intentos
de suicidio. Schreber aseguraba que los médicos lo habían engañado respecto a
su peso, además de sospechar que su esposa hubiese desaparecido. Esa interna­
ción duró seis meses y, después de recibir el alta, Schreber realizó un largo viaje
de convalecencia con su esposa, que también tuvo una duración de seis meses.
En enero de 1886, él asumió sus actividades como juez presidente del Tribu­
nal Regional de Leipzig, ciudad a la cual fuera transferido durante su internación.
Pasó un periodo de estabilidad emocional y clasificó a esos años como años fe­
lices y plenos de honores, según sus propias palabras. Sin embargo, también se
comenta que su única infelicidad fueron los innumerables intentos de tener un
hijo. Hoy se sabe que su esposa tuvo seis abortos naturales.
En junio de 1893, Schreber recibió la visita del Ministro de Justicia de Sajo­
rna, quien le traía la noticia de que sería nombrado juez presidente de la Corte
de Apelación de la ciudad de Dresden. Puesto de suma importancia y, en cier­
to modo, obtenido muy precozmente. El nombramiento fue determinado por
el rey y no podía ser rechazado, pues un rechazo representaría un delito de lesa
majestad. Esa convocatoria representó el tope de su carrera, con lo cual él fue
obligado a lidiar, como si se tratase de un desafío, con subordinados más gran­
des de edad y más experimentados que él. Honrado con el nombramiento, luego
se vio perturbado ante tamaña responsabilidad y, en el intervalo entre el nom ­
bramiento y la ocupación del cargo, tuvo un sueño en un devaneo: soñó que su
enfermedad de los nervios volvía y devaneó que podría ser bueno volverse una
mujer en el acto sexual36. Tal circunstancia llevó a Schreber a entrar en un co­

36. Tal punto será mejor desarrollado más adelante


lapso mental, al punto de recurrir, una vez más, al Prof. Flechsig, médico por
el cual sentía enorme gratitud, en función de la primera internación. Fue inter­
nado 37 en noviembre de 1893 y sólo volvió a ser dado de alta después de nueve
años. Su diagnóstico fue de demencia paranoide. Con el correr de esa larga in­
ternación, Schreber comenzó el proyecto de escribir las memorias de un enfer­
mo de los nervios, al mismo tiempo en que trabó una larga disputa judicial con­
tra la propia prohibición y en busca de retomar posteriormente sus derechos de
administrar, de forma autónoma, sus bienes.
A pesar de haber sido dado de alta en el año 1900, permaneció, por voluntad
propia, dos años más en el sanatorio, pues quería tener más tiempo para prepa­
rar, de forma cautelosa, su reingreso a la sociedad.
En 1903, Schreber publicó sus memorias —no en su totalidad, considerando
que un capítulo, referido a su familia, fue quitado sin que quedase ningún ras­
tro de él—, al mismo tiempo en que adopta una hija de 13 años con quien ten­
drá una relación afable y tierna, posicionándose como un buen padre. Tiene un
nuevo periodo de estabilidad emocional, que perdurará hasta 1907, cuando tuvo
su tercer periodo de crisis.
No se sabe con certeza lo que desencadenó ese tercer episodio de internación.
Por un lado, tiene como referencia la muerte de su madre, a los 92 años. Ese he­
cho lo obligó a lidiar, con relativa competencia, con cuestiones de inventario, por­
que él fue convocado a opinar y a conferir legitimidad a los herederos. Por otro,
se agravó la enfermedad de su esposa. Al verla atacada por una crisis de afasia por
cuatro días, a consecuencia de un derrame cerebral, Schreber sufrió una recaída:
volvieron sus crisis de insomnio y angustia, además del retorno de las voces. Los
biógrafos de Schreber eran unánimes en afirmar que el evento desencadenante
de esa última crisis fuera la enfermedad de su esposa. Sin embargo, más reciente­
mente, surgió una hipótesis de que la responsabilidad de lidiar con el inventario
de la madre, por ser el único hijo hombre sobreviviente, tal vez le haya impuesto
dificultades de orden subjetiva que lo incapacitaron a lidiar con esa incumbencia.
El hecho es que Schreber pasó los cuatro últimos años de su vida internado,
con un estado de salud agravado. Él no se alimentaba: en su delirio afirmaba,
por ejemplo, que no tenía estómago. En 1909, su estado de salud se agravó bas­
tante, al punto de permanecer constantemente en cama, hasta que en 1911 su­
frió una crisis de angina y falleció el día 14 de abril con síntomas de disnea e in­
suficiencia cardíaca.

37, En verdad, Schreber permaneció seis meses en Leipzig, posteriormente estuvo quince días en
el sanatorio de Lindenhof —lugar por él m ismo denominado como “cocina del diablo”
y Analmente permaneció por más de ocho años en el sanatorio de Sonnenstein.
El énfasis dado por Freud al caso Schreber se remonta al periodo de su se­
gunda internación, pues, como fue dicho anteriormente, fue en esa fase de su
vida que emprendió la escritura de sus memorias. En ese episodio, es importan­
te destacar el hecho de que Schreber fue nombrado para asumir el cargo de pre­
sidente del Superior Tribunal, evento que fue clasificado como el desencadenan­
te de la segunda crisis.
Simultáneamente a ese nombramiento, Schreber tuvo un sueño que lo m ar­
có: soñó que podría ser bastante encantador convertirse en una mujer y estar
sometido al acto sexual. Luego, después de ese sueño, él comenzó a insultar a
aquellos que lo rodeaban, al juzgar que ellos estaban persiguiéndolo. A conti­
nuación, pasó hacia un delirio de grandeza, durante el cual aseguraba estar rela­
cionándose con Dios. Su delirio se constituyó, en esa segunda crisis, en dos eta­
pas. La primera consistía en convertirse en mujer, no como un acto de voluntad
propia, sino por una especie de obligación, un “tiene que ser así”. .. Y la segun­
da etapa consistía en redimir al mundo al ser una mujer que debería someter­
se al coito con Dios. Él aseguraba que nervios femeninos atravesaban su cuerpo
y que, a través de ellos, por fecundación directa de Dios, poblaría el mundo de
personas purificadas y, de ese modo, causaría la redención. Sólo después podría
morir, de muerte natural y con un sentimiento de voluptuosidad.
Freud resalta que en ese delirio hay dos puntos importantes, presentados en
el siguiente orden: de inicio, llegada del delirio de emasculación y, posteriormen­
te, el delirio de grandeza. La representación de la emasculación fue muy costosa
para Schreber, lo que, según Freud, fue germen de la producción delirante que,
por consecuencia, originó el desencadenamiento de la crisis. Otro aspecto des­
tacado por Freud es la representación de que Dios es constituido por nervios.
De ese modo, es posible afirmar que su unión con Dios se da por una especie de
continuidad de sus propios nervios, como si fuese posible formar un trenzado de
nervios, lo que consolidaría la posibilidad de relacionarse sexualmente con Dios.
Por último, Schreber, siempre de acuerdo con Freud, durante su crisis, adoptó una
posición femenina frente a Dios. Tal posición le permitió aliar las dos produc­
ciones delirantes, la fantasía de emasculación y su vínculo privilegiado con Dios.
Otro aspecto resaltado por Freud es el papel del Dr. Flechsig en el sistema de­
lirante de Schreber. Freud, en su intento de interpretar lo ocurrido con Schre­
ber, se preguntó por qué el Dr. Flechsig asumiría un papel tan perturbador en
el sistema delirante de Schreber. Cabe recordad cuán importante fue el Dr. Fle­
chsig en la cura de la primera crisis. Para Freud, lo que estaba en juego en aquel
momento era un cúmulo de libido homosexual dirigido al médico, que era res­
ponsable inclusive de la continuidad de la producción delirante del paciente.
Ese punto es importante, pues en él se encuentra la hipótesis freudiana acer­
ca de la etiología38 de la paranoia, que será mejor trabajada más adelante. Para
Freud, la etiología de la paranoia, que también puede ser atribuida a Schreber,
tiene relación con una posición homosexual femenina —pasiva—. En el caso de
Schreber, él tuvo como primer objeto al Dr. Flechsig por Dios que significó una
intensificación del conflicto: ya que para él era imposible ser la mujer del médi­
co, pasó a considerarse la mujer de Dios. El Dr. Flechsig y Dios fueron puestos
en un mismo lugar, y eso proporcionó a Schreber contenidos importantes para
la formación del delirio.
Antes de entrar en las formulaciones teóricas sobre el mecanismo psíquico
de la paranoia sostenido por Freud en ese momento de su obra, cabe resaltar un
último aspecto de la interpretación freudiana sobre Schreber. Para fúndamentar
el conflicto psíquico anteriormente citado, Freud fundamentó la construcción
de la fantasía de deseo femenino en la noción de frustración, una privación de la
vida real objetiva. Se trata, en este caso, de la imposibilidad de Schreber de tener
hijos en su matrimonio. Sobre todo hijos varones, que podrían haberlo conso­
lado por la pérdida de su padre y su hermano. Freud relaciona la cuestión de la
frustración con el propio delirio de Schreber, al retomar la idea de que él, al vol­
verse mujer, podría poblar el mundo de hombres dotados de su mismo espíritu.
Con relación a las hipótesis teóricas de Freud acerca de la paranoia, percibi­
mos un intento de formulación de los mecanismos generales que constituyen
su etiología. Él sostuvo la idea de que la paranoia es una defensa frente a la po­
sición homosexual femenina. De ese modo, el centro del conflicto patogénico
es la defensa ante el deseo homosexual, en la medida en que el paciente fraca­
sa en dominar tal posición inconsciente. Freud aseguraba que tal hipótesis con­
decía con innumerables relatos de casos de paranoia y compartió esa posición
con el entonces discípulo Cari G. Jung, además del eterno colaborador, Ferenczi.
Para pensar la cuestión de la homosexualidad en la paranoia, Freud retomó
la sexualidad infantil, más precisamente para una etapa constitutiva del desarro­
llo infantil, la del narcisismo primario. Vale resaltar que el texto Introducción al
narcisismo (1914) aun no fuera publicado. Sin embargo, dispuso de ese concepto
para fundamentar su hipótesis acerca del mecanismo de formación de la Daranoia.

38. Evidentemente, la hipótesis teórica acerca de la etiología de la paranoia en ese texto, más
precisamente al respecto de la permanencia de un tiempo mayor durante la constitución del
narcisismo primarios, así como la idea de que el delirio es un desdoblamiento o consecuencia
de una pulsión homosexual, no se condicen con las formulaciones ulteriores de Freud sobre la
etiología de la misma. El eje central que interesa para la argumentación teórica de la subjetividad
en la paranoia condice con lo que fue expuesto en el ítem anterior al respecto de la constitución
de la subjetividad en Freud.
Pero, de acuerdo con el texto de Freud sobre Schreber, la hipótesis de que la
paranoia es una defensa frente a la homosexualidad pasa justamente por la cues­
tión del narcisismo primario. Para elegir un objeto de amor, es necesario tomar­
se a sí mismo como objeto, antes de elegir a otra persona como tal. Esa fase de
elección de sí mismo como objeto es intermediaria y transitoria. Apuntó que al­
gunas personas demoran más tiempo para superar esa fase, lo que genera con­
secuencias en el desarrollo de la personalidad. Una de ellas es la de la elección
de la heterosexualidad por la vía de la elección homosexual de objeto. Otra con­
secuencia, que, además es.discutible, es la hipótesis de que la homosexualidad
ocurre en función de la permanencia de un tiempo mayor en esa fase —la del
narcisismo primario—, que implica la exigencia en mantener los mismos geni­
tales como objeto de satisfacción. Tal visión implicaría una idea —también bas­
tante discutible— de que la homosexualidad es una búsqueda de un doble nar­
cisismo, lo que permitiría entonces suponer que el síntoma homosexual sería
del orden de la perversión. Por último, se resalta que la elección del objeto hete­
rosexual ocurre a partir del gradual abandono de las aspiraciones homosexua­
les, que no se cancelan, pero son apenas forzadas a separarse de la meta sexual,
al constituirse en pulsiones sociales de amistad, trabajo, camaradería.
Freud comenta que es en la sexualidad infantil que se ofrece la posibilidad
de fijación en una de sus etapas. Ahí se constituye la condición patogénica o su
predisposición. Así, según Freud:

[...] Puesto que en nuestros análisis hallamos que los paranoicos procuran defender­
se de una sexualización así de sus investiduras pulsionales sociales, nos vemos lleva­
dos a suponer que el punto débil de su desarrollo ha de buscarse en el tramo entre au-
toerotismo, narcisismo y homosexualidad, y allí se situará su predisposición patológi­
ca [...] (1911, p. 58).

Freud marca el núcleo central del conflicto de la paranoia. En el caso del hom­
bre, se trata de la fantasía de deseo homosexual, amar a otro hombre —él resal­
ta que se vale de esa premisa al menos para ciertos tipos de paranoia—. Veamos
el trato lingüístico que nos ofrece, para pensar el delirio de persecución y la ero-
tomanía de la paranoia.
El paranoico dice: “yo (un hombre) lo amo (a otro hombre)”. Esta frase es
contradictoria, ya que en el delirio de persecución lo que se impone es, y sin ti­
tubeos, la idea de que: “Yo no lo amo —pues lo odio—“. Esta frase, que se expli­
ca en el delirio de persecución, es un desdoblamiento de la contradicción ante­
riormente citada. Es claro que el inconsciente sólo podría tratar el amor homo­
sexual en la paranoia de esa manera. En ese contexto, Freud formula la hipóte­
sis de que el mecanismo de formación del delirio en la paranoia depende de una
percepción de que él me odia, me persigue, lo que justificaría la condición del
paranoico de odiar a los objetos.
Otro punto muy trabajado por Freud es el de la erotomanía. La frase: “Yo no
lo amo, pues yo la amo” puede ser explicada por el mismo mecanismo de pro­
yección, lo que implicaría una segunda formulación: “yo noto que ella me ama”,
o entonces: “yo no lo amo, yo la amo, porque ella me ama”. Freud destaca que la
erotomanía puede ser considerada como una fijación heterosexual exagerada,
derivada no de una percepción interna de amar, sino como una percepción ex­
terna de ser amado, que viene de afuera.
Explicada la formación del delirio a través de los dos ejemplos antes citados,
vale retomar la noción de proyección, esencial para el entendimiento teórico de
lo que viene siendo aquí trabajado. El concepto de proyección se da a partir del
sofocamiento de una percepción interna, que, al ser deformada, lleva al paranoi­
co a experimentarla como venida de afuera. En el delirio de persecución, hay un
cambio de afecto, pues lo que era para ser sentido como un amor interno pasa
a ser reconocido como un odio externo. Freud formula dos comentarios sobre
este problema. El primero de ello es que el papel de la proyección es variable,
dentro de las formas de la paranoia. El segundo es que el mecanismo de la pro­
yección puede ocurrir no solamente en la paranoia, sino también en otras cons­
telaciones de la vida anímica, inclusive en la vida cotidiana —muchas veces no
somos capaces de buscar en nosotros mismo las causas de ciertas sensaciones, lo
que acaba resultando en justificarlas como un fenómeno venido del exterior—.
En lo que concierne a la formación del mecanismo de la paranoia, Freud par­
te de una argumentación que también está presente en el mecanismo de forma­
ción del síntoma neurótico. Evidentemente, él resalta el carácter del vínculo en­
tre la formación del síntoma con la historia del desarrollo de la libido, al descri­
bir tres fases:
La primera de ellas consiste en la fijación, condición necesaria para la repre­
sión. La fijación ocurre en el momento en que un componente pulsional sufre
algún tipo de alteración en su desarrollo, permaneciendo aun en un estadio in­
fantil. Su corriente libidinal permanece en el inconsciente, y es eso lo que permite
afirmar la existencia de una predisposición futura para la enfermedad psíquica.
La segunda etapa de la formación del síntoma condice con la noción de con­
flicto psíquico. Se trata de un proceso activo del ego, en que la represión hace su­
cumbir los retornos psíquicos de las fijaciones oriundas de sus respectivas pul­
siones. Hay un momento en que el conflicto psíquico se configura, dado que las
antiguas aspiraciones se tornan repugnantes para el ego.
Por último, la tercera fase tiene relación con el retorno de lo reprimido, ya
que la represión fracasa. Ese retorno está íntimamente ligado a la etapa misma
en que se producirían las fijaciones y tiene como consecuencia una regresión de
la libido a esa fase mencionada.
Freud señala que es importante estar atento a otras posibilidades de meca­
nismos de represión, lo que posiblemente puede ser encontrado en la paranoia.
A continuación, la cita en que Freud formula tal hipótesis. Optamos por pre­
sentarla entera, pues ahí reside la hipótesis freudiana sobre la etiología de la psi­
cosis en este momento de teorización de su obra ya que, posteriormente, el au­
tor destacará el rechazo como mecanismo específico de la psicosis. Ese punto
será ampliamente retomado cuando discutamos la concepción de sujeto psicó­
tico en Jaques Lacan.

Acordémonos ahora de que ya hemos tratado sobre la fijación, hemos propuesto la for­
mación del síntoma, y limitémonos a este problema: si del análisis del caso Schreber se
obtiene alguna referencia al mecanismo de la represión (propiamente dicha) que pre­
valece en la paranoia (FREUD, 1914, p. 63).

Freud describe la sepultura del mundo, tal como aparece en Schreber. Des­
taca el hecho de que la sepultura del m undo tiene como objetivo extraer a las
personas de su entorno, dado que él refleja justamente la catástrofe del m un­
do interior, por la vía del mecanismo de proyección. El paranoico, silenciosa­
mente, se desliga de los objetos de la realidad con tan sólo investir libido en
los mismos.
Freud afirma que la reconstrucción del mundo por el paranoico es un intento
de volver a su entorno menos aterrorizante. Y él hace eso recurriendo al delirio.
Aquí es importante hacer un comentario. Freud afirma que el paranoico produ­
ce el delirio, que puede ser considerado por muchos como una producción pa­
tológica. Sin embargo, Freud hace una observación al señalar que la producción
delirante es, en verdad, un intento de reestablecimiento, de reconstrucción del
entorno. Ese aspecto es fundamental porque condice con la ética del psicoaná­
lisis en relación al deliro.
La sepultura del mundo está de acuerdo con el siguiente proceso: para co­
menzar, sucede un desligamiento de los objetos del mundo, objetos que en otro
momento fueron amados. Tal movimiento ocurre sin ruido alguno. El que de
hecho se torna ruidoso es el proceso de reconquista de las personas de su en­
torno, como lo hace el paranoico, al utilizar el mecanismo de proyección, cuan­
do retorna por la vía de lo externo lo que fue silenciosamente cancelado por la
vida interior del individuo.
No obstante, Freud destaca el hecho de que el desligamiento de la libido del
los objetos amados no es exclusividad de la paranoia. De ese modo, cabe la pre­
gunta: ¿qué es lo que se caracteriza como algo patológico, exclusivo de la para­
noia? ¿Qué ocurre con la libido?
Constatamos el hecho de que la libido, que antes era invertida en objetos, aho­
ra permanece fluctuante, ya que su adherencia a esos mismos objetos fue cancela­
da. Su destino entonces pasa a ser el retorno al propio ego. Se habla, por lo tanto,
de la megalomanía que, en la paranoia, es bastante usual de encontrar. La libido
retorna al estadio del narcisismo primario, aquel en que el ego era el único obje­
to sexual. Freud señala que los paranoicos, en función de ese cuadro clínico, tie­
nen la libido fijada en el narcisismo primario y que la homosexualidad sublima­
da, vinculada al narcisismo, apunta hacia la regresión específica de la paranoia.
Por último, cabe retomar el texto Construcciones en el análisis, de Freud
(1937), pues en él también hay un comentario interesante sobre el delirio en la
paranoia, también entendido como una construcción. Él propone una analogía
entre las construcciones en el análisis del neurótico, tal como fue trabajado ante­
riormente, desde la noción de fantasía inconsciente (Cf. Pegan a un niño) hasta
su articulación con la idea de realidad psíquica. En la paranoia, el delirio puede
ser considerado como una construcción y, bajo determinadas condiciones de la
psicosis, substituye —según lo ya dicho— un fragmento de una realidad objeti­
va de su prehistoria —el rechazo de la castración en la mujer—, por otra reali­
dad menos insoportable. Otro aspecto importante es la cuestión de Freud acer­
ca de las relaciones entre la etiología del delirio y el drama edípico. ¿Cómo de­
terminar los vínculos íntimos entre el delirio y lo que ocurre en el Edipo, en tér­
minos de estructuración de la subjetividad?
Volvemos a la cuestión ya discutida del delirio como intento de cura, lo que
permitió a Lacan orientar una primera posición frente al tratamiento posible de
las psicosis, en este caso, la idea de la construcción de una metáfora delirante.
Ese punto es de gran importancia, pues va justamente al encuentro de la cues­
tión formulada por Freud al final de su vida. Es en ese sentido que Lacan tra­
baja la cuestión de la función del padre en el psicoanálisis —más precisamen­
te en el drama edípico—, lo que le permitirá una formulación teórica compati­
ble con su indicación clínica, así como una concepción de manejo de la trans­
ferencia en la paranoia.
C a p ítu lo 3

Puntualizaciones sobre el padre en el


psicoanálisis: un avance teórico y una
dirección clínica para el tratamiento
posible de las psicosis

Haríamos mal en creer que el mito freudiano del Edipo da el golpe de gracia
sobre este punto á la teología. Pues no se basta por el hecho de agitar el guiño de
la rivalidad sexual. Y convendría más bien leer en él lo que en sus coordenadas
Freud impone a nuestra reflexión; pues regresan a la cuestión de donde él mis­
mo partió: ¿qué es un Padre? Es el Padre muerto, responde Freud, pero nadie lo
escucha, y en la medida en que Lacan lo prosigue bajo el capítulo de Nombre-
del-Padre1, puede lamentarse que una situación poco científica le deje siempre
privado de su auditorio normal2 (LACAN, [1960], 1998, p. 827).

El eje teórico pertinente para este capítulo es la problemática del padre y su


función en el psicoanálisis. En ese contexto, su análisis y su lugar en la teoría y
clínica psicoanalítica son de gran importancia para precisar —en el sentido mis­
mo de la exactitud y también de la necesidad— avances teóricos y sus consecuen­
cias clínicas, también inscriptas en el campo de tratamiento de la paranoia. El
retorno a Freud, en aquello que concierne al perfeccionamiento teórico acerca
1 La anotación Nombre-del-Padre, con letra mayúscula en las palabras “nombre” y “padre”,
articuladas con guión, según Porge (1998), compone las tres palabras en un conjunto que indica
una unidad entre nombre y padre, al asemejarse a un nombre propio. No se habla del nombre
propio del padre, a pesar de que esté presente, sino de la función del “nombre propio al padre
como nombre, nombrado y también nombrante, y el nombre del conjunto de los nombres del
padre” (PORGE, 1998, p. 9).
2. Cita extraída del texto Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, texto de Lacan publicado en
1960.
de la forma en que Lacan examina la estructuración de la subjetividad —de las
elecciones del sujeto del inconsciente ante la angustia de la castración— condice
con la vivencia edípica. De ese modo, el complejo de Edipo fue revisado a par­
tir de la noción de función 3 materna y función paterna, la última, articulada se­
gún su posicionamiento teórico, clínico y también político4ante el psicoanálisis.
Lacan se inscribe en el campo psicoanalítico al sostener una posición de en­
frentamiento ante la lectura de los post freudianos, ya sean los de la vertiente
latinoamericana, como los psicoanalistas de la escuela inglesa. Hay innumera­
bles referencias en diversos textos y seminarios lacanianos en que se mantienen
debates, en el sentido mismo de marcar una reanudación de la posición ética
del psicoanálisis, la del sujeto del inconsciente, además de circunscribir el dile­
ma del padre en esa misma cuestión. La interrogación sobre el padre 5 y su lo­
calización en el núcleo de la experiencia psicoanalítica como punto de oscuri­
dad para el psicoanálisis, en los años 1950, apuntan para la dirección por don­
de se pretende avanzar.
Continuando con Porge6, el término Nombre-del-Padre fue tomado de la re­
ligión cristiana, lo que entonces denuncia un paralelo entre el Nombre-del-Pa-

3. El término función, acuñado por Lacan, se separa de una tendencia biologizante de atribuir al
Edipo la exigencia de la presencia de una madre y de un padre biológicos para la estructuración
de la subjetividad. No es necesaria la presencia de ambos para que el Edipo ocurra, por eso el
uso del término función. Por ejemplo, un bebé que haya vivido en alguna institución puede
estructurarse subjetivamente, pues la institución ejerció esas dos funciones.
4. Roudinesco, en la biografía de Jacques Lacan —Esbozo de una vida, historia de un sistema de
pensamiento—, describe con gran minuciosidad cuestiones ligadas al pensamiento teórico de
Lacan, sobre el padre y su relación con su vida personal y también institucional. Ella describe
el modo en que Lacan reaccionó a la muerte de su padre, a los 87 años, en 1960. Durante su
seminario, él no aludió a la muerte del padre, así como casi no llegó a tiempo de asistir a su
funeral, pero derramó lágrimas cuando falleció su amigo Merleau-Pontu. Desde el punto de vista
político, la referencia hecha por Lacan en la epígrafe de ese capítulo condice con la excomunión
de Lacan de la IPA, excomunión que ocurrió en el año 1963, pero que se anunciara años antes,
en función del revuelo creado por Ernest Jones y otros sobre la “desobediencia” de Lacan ante
los procedimientos teóricos adoptados por la IPA acerca del tiempo cronológico de una sesión
analítica, así como la frecuencia de un análisis didáctico. Los seminarios de Lacan estaban
repletos de sus seguidores —analizados y supervisados—, lo que causó bastante disconformidad
en sus opositores. Los dogmas técnicos ipeístas servían como argumento para la persecución
a Jacques Lacan, lo que culminó con su excomunión (término utilizado por el propio Lacan
para designar su salida de la IPA) en el momento en que iba a proferir el seminario dedicado
a los nombres del padre, en el año 1963. Su salida fue anunciada en el mencionado seminario,
que fue cancelado después de su primera clase.
5. Seminario 4, cuyo título es La relación de objeto.
6. Las reflexiones aquí presentes, referentes a la contribución de Erik Porge, están presentes en
su libro Los nombres del padre en Jacques Lacan - puntuaciones y problemáticas, de 1998.
dre y el Nombre de Dios, al punto de desembocar en una posible grafía “Dios-el-
Padre”. Dios asume un lugar comparable al Nombre-del-Padre, en la medida en
que Lacan se detiene, con frecuencia, en el pasaje bíblico relacionado a Moisés.
Moisés interroga a Dios acerca de su nombre y obtiene como respuesta “yo soy
lo que soy”. Ahí reside el misterio de un nombre, en que la articulación del su­
jeto al Nombre-del-Padre se cruza exactamente en eso: ningún sujeto dice: “Yo
soy padre”, sino que responde tal como Dios hizo con Moisés, en este caso, no
atribuyendo a sí mismo ninguna sustancialidad acerca de lo que es un padre o,
dicho de otro modo, simplemente no respondiendo. Es el nombre propio lo que
permite —o no—*un nombramiento posible para el sujeto, en el sentido mismo
de la idea de que el sujeto es lo que se nombra.

El uso que hace el sujeto, antes de que él se nombre, de su nombre para ser el significan­
te de lo que hay para significar divide al sujeto, de acuerdo con un procedimiento lite­
ral de cálculo que Lacan nos propone a partir de una cifrado del cogito por medio del
uno del rasgo unario, da diferencia absoluta, [...] (PORGE, 1998, p.16).

Porge avanza en su argumento al destacar el hecho de que el nombre propio,


incluyendo ahí el nombre de pila, divide al sujeto, ya que él, al aferrarse a su pro­
pia identidad, encuentra una determinación que le es exterior, “el nombre com­
pleto y el nombre de pila que lo identifican viene de sus padres y la adopción
de su identificación, por este medio, lo confronta con el deseo de Otro” (POR­
GE, 1998, p.16).
No es sin sentido que la elección del nombre de pila es hecha con esmero, al
igual que existe allí una serie de ambigüedades. Se habla aquí de una determi­
nación simbólica —también referente a la identificación con el rasgo unario—,
cuyo contenido será mejor presentado más adelante, cuando trabajemos el pri­
mer tiempo del Edipo. Por ahora, vale retomar la idea presentada en el epígrafe
de este capítulo, la de que el mito de Edipo, en Freud, pondría fin a la teología.
Freud utilizó al Edipo y al psicoanálisis para situar a Dios como una figu­
ra posterior al asesinato del padre de la horda primitiva, colocándolo en un lu­
gar nostálgico, como un sustituto del padre muerto. Lacan importa la figura de
Dios de la religión para avanzar en sus teorizaciones acerca del Edipo. El Nom­
bre-del-Padre se aproxima más a Dios que al padre de la horda primitiva, en la
medida en que se denuncia ahí una desexualización del padre, ya que se articu­
la la idea del padre con su función sublimatoria.

Es a esta figura, secundaria en el tiempo en Freud, que Lacan otorga prioridad y pri­
macía operatorias en el psicoanálisis. Por este desplazamiento en relación a Freud, La-
can liga la noción de padre a la civilización, más que a la religión propiamente dicha
(PORGE, 1998, p.27).

De este modo, el Nombre-del-Padre se inscribe, al menos en ese momen­


to de la enseñanza de Lacan, a partir de una doble vía, la cual es: por un lado,
pensar la cuestión del Nombre-del-Padre por medio de su función simbólica y,
por otro, problematizar al padre desde el ternario del padre simbólico, del pa­
dre imaginario y del padre real. Hay una pulsación entre esas dos vías, la prim e­
ra más presente en los Seminarios 3 y 5, denominados Las psicosis y Lasform a­
ciones del inconsciente, respectivamente, y la segunda vía bastante trabajada en
el Seminario 4, cuyo título es La relación de objeto.
El eje de cuestiones expuestas por Porge confluyen en la posibilidad de ar­
ticular esas dos vías presentes en la función paterna: la del Nombre-del-Padre
y su prominencia en el registro de lo simbólico y la tríada del padre simbólico,
padre imaginario y padre real. El camino sostenido por él es verificar, por ejem­
plo, si el Nombre-del-Padre se refiere tan sólo a la triada anteriormente citada o
si se resume al registro de lo simbólico, así como la articulación entre los nom ­
bres del padre y el “Nombre-del-Padre” —esta última cuestión será retomada y
discutida en capítulos posteriores de este libro, en el momento en que presenta­
remos la cuestión del sinthome y su relación con Joyce—.
Aun en referencia a esa doble vía, mencionamos, por ejemplo, que sus dos
posibilidades surgieron casi concomitantemente. En cuanto Lacan se refería al
Nombre-del-Padre como un soporte de la función simbólica, identificando a la
persona del padre con la figura de ley, presente en el texto Discurso de Roma,
pronunciado en 1953, él mismo anuncia el ternario simbólico, imaginario y real
en una conferencia homónima pronunciada el 8 de julio de 1954 y publicada
postumamente.
En lo que concierne a las reflexiones teóricas expuestas en este trabajo, op­
tamos por verificar el estatuto del Nombre-del-Padre desde los Seminarios Las
psicosis y Las formaciones del inconsciente y su formalización presente en el tex­
to De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, elabora­
do entre diciembre de 1957 y enero de 1958 y publicado en los Escritos. De ese
modo, presentaremos un recorte teórico de Lacan sobre los tres tiempos del Edi­
po, situando en ellos el papel de la función materna y de la función paterna en la
estructuración de la subjetividad en la paranoia y en la neurosis como un con­
trapunto. Esperamos recuperar contribuciones freudianas y, al mismo tiempo,
avanzar en cuestiones clínicas para el tratamiento posible de las psicosis.
¿Cómo articular la noción de delirio, en la paranoia, con una indicación clíni­
ca? Freud sostiene la idea de que el delirio es un intento de cura, ya que sustituye
a una realidad insoportable. Se inauguró allí el fundamento ético del psicoaná­
lisis, lo de no remover el delirio. Tal posicionamiento ético se opone a una ver­
tiente de la psiquiatría, cuya ética es la de extinción del delirio. Psiquiatras atra­
vesados por una tendencia organicista entienden que la manifestación deliran
te es un mal a ser extirpado y actúan, mediante el uso de medicamentos, con la
finalidad de eliminarla. Además, y en cierto sentido, fue lo que Freud hizo en el
periodo pre-analítico, pues, al emplear la hipnosis en la paranoia, también tra­
tará de remover el delirio según el presupuesto de la escena traumática y el afec­
to desagradable como causa del síntoma. Para la clínica del AT, así como para
la clínica sticto sensu, el delirio es necesario para la existencia de un tratamiento
posible. Sin embargo, una reserva es importante: evidentemente, la asociación
con la psiquiatría es fundamental para el tratamiento de las psicosis. En ciertos
casos o en ciertos momentos subjetivos7 de un tratamiento, el uso del medica­
mento es imprescindible, pues existen delirios que portan un elevado nivel de
angustia para el sujeto. Es claro que la terapia medicamentosa cumple la fun­
ción de permitir un apaciguamiento de la angustia, para que ella se torne sopor­
table. .. Lo que destacamos es tan sólo el hecho de que el empleo de psicofár-
macos exige un cálculo para que se puedan mantener el delirio y la consecuen­
te escucha del sujeto.

3.1 Los tres tiempos del Edipo en Lacan

La relectura del Edipo de Freud realizada por Lacan incluye elementos de la


lingüística de Saussure. Lacan, al sostener el retorno a Freud, propone leer las es­
tructuras clínicas como fenómenos del lenguaje. Así lo hace, por ejemplo, en La
instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud, de 1957, al articular
los mecanismos de defensa de los sueños —condensación y desplazamiento—,
detallados por Freud. Lacan describe la condensación por medio de la metáfo­
ra y el desplazamiento como metonimia. Esas figuras del lenguaje están vincu­
ladas a la neurosis. Al pensar la psicosis, Lacan propone el neologismo —la in­
vención de nuevas palabras o la atribución de sentidos inusitados a las palabras
ya conocidas— como fenómeno de lenguaje específico de la psicosis.

7. Es común verificar en la clínica de las psicosis un trayecto subjetivo en el que el uso del
medicamento fue necesario, pero, y en función del tratamiento clínico, una estabilización fue
alcanzada y el pslcofármaco se retiró.
El paso dado por Lacan fue el de retomar el algoritmo lingüístico de Saussu-
re y modificarlo, de modo tal de poder incorporarlo en su sistema teórico. Saus-
sure8, lingüista preocupado por describir las leyes generales que rigen el fun­
cionamiento del lenguaje, propuso como unidad mínima s/S, la relación entre
significado y significante, respectivamente. El significado hace referencia al con­
cepto propiamente dicho. El concepto relativo a la palabra mesa lleva a pensar
algo parecido, por ejemplo, a un objeto con una superficie capaz de ofrecer apo­
yo para otros objetos. No se piensa en una sustancia líquida e inodora o tampo­
co en una fruta con cáscara amarilla, comúnmente encontrada en países tropi­
cales. La materialidad de los fonemas encadenados en una secuencia específi­
ca permite oír una palabra que asume, en su sentido más amplio, un concepto.
Ya el significante, la imagen acústica, trae la idea de un sentido particular que el
concepto asume para el ser hablante. Mesa: no se trata solamente de un objeto
capaz de sostener a otros objetos, sino también del sentido particular que el ob­
jeto mesa asume para una subjetividad cualquiera... “La mesa de la finca de mi
abuela siempre tenía un bizcochuelo de harina de maíz que me recuerda al gus­
to de mi infancia”. El significante es la expresión de un sentido particular que el
concepto asume para alguien.
Lacan propone subvertir la relación entre significado y significante al afir­
mar que, en realidad, lo que existe es la primacía del significante sobre el signi­
ficado. Esa inversión es importante y le permitió a Lacan teorizar los tiempos
del Edipo por la vía del significante. Tal pasaje será mejor tratado a lo largo de la
discusión del Edipo en Lacan, más precisamente en el primer tiempo del Edipo.
Freud localiza al Edipo, en el tiempo cronológico, alrededor de los 5 o 6 años,
al describir el modo en que el niño reconoce o rechaza la percepción de la dife­
renciación sexual, en este caso, la percepción de la castración de la madre o su
sustituta. Lacan, en relación al tiempo cronológico, anuncia que el Edipo comien­
za antes de que el óvulo sea fecundado por el espermatozoide, dado que es ne­
cesario verificar cual es el estatuto del bebé ante el deseo de la madre. El tiempo
cronológico es bastante anterior... pero tratarla cuestión de la constitución de la
subjetividad implica considerar que sus etapas no son cronológicas. Lo que inte­
resa es verificar el modo en que el sujeto psíquico se configura, a partir de subs­
tituciones de significantes, actos psíquicos y sus desdoblamientos, comenzando
por una lectura que rompa con los criterios desarrollistas. El tiempo cronológi­
co poco importa, pues lo que se prioríza es el tiempo de estructuración del in­
consciente. Por ello, consideramos que los tiempos del Edipo —a pesar de que

8. SAUSSURE, F. de. Curso de lingüística geral. 17. ed. Sao Paulo: Cultrix, 1995. ese libro fue
escrito por sus discípulos, alumnos que realizaron anotaciones en sus clases.
la palabra tiempo sugiere una cronología— deberán ser pensados como etapas
lógicas de constitución del sujeto psíquico.
Vale también hacer otro comentario: consideramos que los tiempos del Edipo
son constituidos por personajes y también por algo que circula: el falo. La m a­
dre, el padre y el niño constituyen los personajes de la estructura edípica, pero
los dos primeros deben ser entendidos como función, teniendo en cuenta que se
considera el hecho de que es necesaria la existencia de una madre y de un padre
biológicos para propiciar la constitución de la subjetividad; se trata de función
materna y función paterna. Ya el falo es algo que circula entre los personajes de
la estructura, de modo tal de ocupar estatutos distintos de acuerdo con los tiem­
pos del Edipo y también en función de los personajes en cuestión.
El falo se diferencia del pene. Freud9 (1923) ya alertó sobre el hecho de que
el pene, entendido como el órgano genital masculino, se distingue del falo, que
asume un estatuto, no de genitalidad, sino de primacía fálica, articulada al com­
plejo de castración. Tanto para los niños como para las niñas, lo que está en jue­
go en la constitución de la subjetividad es el primado del falo y sus desdobla­
mientos, relacionados al narcisismo primario y a la percepción de la castración
en la mujer. Vale recordar que la palabra “falo” asume un sentido más simbólico,
cuyo atractivo se nota, tal como su culto en la Grecia antigua, en el momento en
que objetos similares al pene en erección representaban virilidad y potencia. El
niño, en la fase fálica, toma para sí ese atributo de atractivo al sustentar una po­
sición de protagonista en la realización de fantasía edípica. Para Lacan 10 (1958),
el falo asume un estatuto de significante del deseo, que puede ser visto como falo
imaginario y falo simbólico, lo que le permitirá retomar la visión freudiana de la
primacía fálica a partir de la dialéctica ser o no ser el falo, tener o no tener falo.
Un comentario más antes de que profundicemos en los tiempos del Edipo:
la estructuración de la subjetividad ocurre en una gama de posibilidades, ta­
les como las nuevas configuraciones familiares —las parejas homosexuales que
adoptan bebés y que cumplen las funciones materna y paterna—, o así mismo
en situaciones institucionales, como en el caso de los bebés en orfanatos o en
instituciones afines. Esa reserva es importante para que no recaer en una lec­
tura ingenua de que las funciones estarían condicionadas a la presencia de una
madre o un padre concretos. Las funciones materna y paterna pueden ser des­
empeñadas por cualquier agente. Rosa (2001) trabaja esa cuestión al problema-
tizar la función paterna en nuestra contemporaneidad. Sin embargo, a modo de
una transmisión más didáctica, se toma como referencia una situación concre­

9. La organización genital infantil (una interpolación de la teoría de la sexualidad), de 1923.


10. La significación delfalo, presente en los Escritos.
ta en que existen una madre, un padre y un bebé del sexo masculino. Serán pre­
sentadas dos vías de estructuración del sujeto del inconsciente, la neurótica —
en su ámbito más general, sin considerar las diferencias de los tipos clínicos de
la neurosis obsesiva, histeria o fobia y la paranoica11.

3.1.1 El primer tiempo del Edipo en la neurosis

El primer tiempo del Edipo 12 es constituido por dos personajes —la madre
y el bebé— y el falo. En ese primer tiempo, el niño es identificado como el falo
simbólico de la madre, desde la equivalencia simbólica bebé = falo, descripta
por Freud 13 (1925) como una salida edípica posible para la niña. La madre si ­
túa al bebé en el lugar de objeto de su deseo y, sometida a una ley simbólica, ins­
cribe al niño al lenguaje, al nombrar 14 lo que ocurre en su cuerpo. La madre es
omnipotente y absoluta en relación a sus propios caprichos, pues solamente ella
es capaz de satisfacer —o no— las necesidades del bebé. De allí la importancia
de considerar el estatuto o el lugar que el hijo ocupa ante el deseo de la madre.
Ya el bebé se identifica como el falo de la madre. Al ser expelido del cuerpo
materno, el bebé deja de vivir en la condición intrauterina en que era alimentado
por el flujo sanguíneo y por el tejido placentario y se encuentra con una nueva
condición, la de reclamarla satisfacción de sus necesidades. Freud (1895)15des­

11. Aquí también se hace una reserva, pues la estructura psicótica abarca algunos tipos clínicos,
tales como la esquizofrenia, el autismo y la melancolía. En función del eje teórico de este libro de
centrarse en la cuestión específica de la paranoia, optamos por dejar de lado las consecuencias
teóricas de la constitución de la subjetividad de esos otros tipos clínicos presentes en la estructura
psicótica.
12. Reflexión extraída del Seminario 5, Lasformaciones del inconsciente, de Jacques Lacan (1957-
1958).
13. Cuestión presente en el texto Algunas consecuencias psíquicas de las diferencias anatómicas
entre los sexos, de 1925.
14. Freud (1895), en el texto Proyecto de una psicología científica para neurólogos, describe muy
bien la situación en que el niño es sometido a los caprichos del otro. Al referirse a la vivencia
de satisfacción, Freud describe el mecanismo por el cual la madre interviene en el cuerpo del
bebé al nombrar lo que ocurre en ese mismo cuerpo. El bebé presenta un cúmulo de tensión
interna que genera una descarga motora, el grito. El cúmulo de tensión interna es amainado
en función de la intervención externa. El sentido del grito es interpretado por la madre, de
modo tal de nombrar e inscribir en el cuerpo del bebé el significante. Se comprende por qué
motivo Lacan subvierte el algoritmo lingüístico de Saussure, considerando que la imagen
acústica, corporal, despunta inicialmente en el cuerpo del bebé para después ser revestida de
un significado, que viene de otro, portavoz de las determinaciones simbólicas.
15. Una vez más, la referencia es al texto El proyecto de una psicología científica para neurólogos
cribe la primera vez que el bebé mama como una experiencia mítica de satis­
facción. En esa nueva condición, el bebé llora por un alimento. Cuando la ma­
dre le ofrece el seno, la leche fluye por el aparato digestivo y sacia las necesida­
des fisiológicas. Por otro lado, desde el punto de vista del bebé, a esa experien­
cia de satisfacción de las necesidades fisiológicas se agrega una vivencia míti­
ca de satisfacción y se inaugura una demanda de amor. El bebé pasa a creer que
él está en el mundo para completar al otro materno. Proviene de ese momento
mítico una condición necesaria para la posterior identificación del bebé como
el falo de la madre.
Lacan describe el lugar en que la madre ubica al bebé en su deseo, por ejem­
plo, en el Grafo del deseo16, al sugerir la letra mayúscula I (A )17 para pensar el
Ideal del yo y su función en la constitución de la subjetividad. Hay aquí una su­
tileza que merece ser resaltada: Eidelsztein (2005) destaca la distinción del Ideal
del yo entre Freud y Lacan y sugiere el término Ideal del O tro 18 para pensar lo
que fue dicho anteriormente acerca de la inscripción del niño en el lenguaje. Para
inscribirse en el proceso de simbolización y, por lo tanto, someterse al lengua­
je, el niño requiere ocupar un lugar de investimento de libido de esa madre, que
pasa por la transmisión de los ideales maternos al bebé: “¡Mi hijo, cuando crez­
ca, será un hombre de carácter!” Evidentemente, el contenido de la frase poco
importa. Lo que im porta es la mirada atravesada por el amor materno. Una m a­
dre puede tener para sí otros ideales de la cultura que cumplan la misma fun­
ción. Lo que im porta aquí es que una identificación simbólica posibilita, como
ya fue dicho, una inscripción del niño en el registro de lo simbólico. Existe, por
lo tanto, un precio a ser pagado, dado que el niño, al someterse al registro de lo
Simbólico, se aliena en el lenguaje, pues él es el discurso del Otro.
Está presente también la identificación imaginaria. Freud 19 (1914) sostiene
la hipótesis de que existe una operación psíquica denominada narcisismo pri­

16, El grafo del deseo es una formalización importante para pensar la clínica de la neurosis. No es
intención de este trabajo profundizarlo. Vamos simplemente a describir algunos pasajes para
ilustrar la cuestión del lugar del niño ante el deseo de la madre. Ver Seminario 5, Lasformaciones
del inconsciente, y también el texto Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, de 1960.
17. En el texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis (1957-1958),
Lacan también articula el I (A) en el esquema R como el Ideal del Otro, tal como aparece en
la argumentación acerca del grafo del deseo.
I fl. Otro, con mayúscula, se refiere al registro de lo simbólico o, en otras palabras, al tesoro de los
significantes. De forma bien sintética, el registro de lo simbólico se condice con un sistema
de representaciones articulado en el lenguaje, mediante signos y significaciones posibles que
determinan el sujeto del inconsciente y la facultad de simbolización. Ya la palabra otro, con
minúscula, está articulada al semejante, a cualquier persona.
1‘) Introducción al narcisismo, de 1914.
mario, que es releída por Lacan como estadio del espejo. De forma bien resumi­
da, este acto psíquico, o la constitución del yo, también depende de la presen­
cia de una mirada materna investida de amor para que el niño lo realice. Se tra­
ta de la construcción de un contorno del cuerpo del bebé, que en otro momen­
to era despedazado y que pasa a tener una imagen unificada. Esa unidad ima­
ginaria viene del semejante cuando el niño reconoce su imagen reflejada en la
mirada del otro. Hay una equivalencia entre la constitución del yo —narcisismo
primario o estadio del espejo— y la instancia psíquica denominada yo ideal. El
yo ideal aparece como una imagen de perfección narcisista, de modo que el yo
asume una valoración máxima que se condice con la creencia del bebé de que él
es aquello que completa a la madre; en este caso, el falo imaginario.
De ese modo, madre y bebé constituyen una unidad, una célula narcisista en
la que ambos parecen ser suficientes. Mientras que la madre simboliza al bebé
como falo, falo simbólico, el bebé es el falo imaginario. No hay en ese primer
tiempo del Edipo ninguna posibilidad de entrada de un tercero que venga a rom­
per esa unidad. Es ahí que se verifica la cuestión del padre y la entrada en el se­
gundo tiempo del Edipo. ¿Cómo introducir al padre como un tercero en esa re­
lación simbiótica? Es el punto que verificaremos a continuación...

3.1.2 El segundo tiempo del Edipo en la neurosis

El segundo tiempo del Edipo es marcado por la entrada del padre como per­
sonaje en esa estructura edípica, además de la madre, del bebé y del falo. Exis­
te un proceso de simbolización de la madre, de modo tal de posibilitar una me­
diación entre ella y el bebé, mediación que ocurre en función de una prohibi­
ción de un tercero, el padre, cuya función es romper la célula narcisista entre la
madre y el bebé.
En ese segundo tiempo del Edipo, el padre asume una posición de déspota,
al dictar la ley. Sin embargo, su presencia se hace efectiva si hay una entrada po­
sible para él, si la madre así lo consiente. El padre asume la posición fálica. Él es
el falo, él es la ley, es él quien dicta la norma que incide sobre la subjetividad de
la madre y del bebé. Desde el punto de vista de la madre, el llamado del padre
pretende mover el deseo de la madre para alguna otra cosa que no sea su hijo,
“¡madre, tu no reintegrarás tu producto!”, afirma Lacan. Hay un desplazamiento
de la mirada de la madre, que es percibido por el niño, de modo tal que el niño
se reconoce en un lugar de hiancia. El desplazamiento de la mirada de la madre
para otro objeto lo confronta con la cuestión de que él, el niño, no es más el falo
imaginario de la madre20, dicho de otro modo, de que él —el niño— no ocupa
el lugar imaginario de completar a su madre.
Es en ese sentido que se habla de la instancia paterna como metáfora. El Nom­
bre-del-Padre es el padre en cuanto función simbólica, cuya entrada metaforiza
el lugar de ausencia de la madre. La función significante del Nombre-de-Padre
se inscribe en el Otro, que era hasta entonces absoluto y enteramente ocupado
por la madre. El otro materno deja de ser absoluto y posibilita la inserción del
niño en el registro de lo simbólico. La intervención del Nombre-del-Padre en el
Otro instaura la ley —ya no más considerada como omnipotente y absoluta—,
admitida al registro de lo simbólico.
Es la castración simbólica. El niño, en su posición fálica, deja de ocupar ese
lugar —el de objeto imaginario para el deseo de la madre— al convertirse en el
significante del deseo del Otro. Es ahí que el Otro se torna castrado, asumiendo
un estatuto de inconsciente barrado al sujeto. La castración del Otro permite la
inserción del niño en el orden simbólico de la cultura y también su admisión al
lenguaje, momento descripto por Freud como represión imaginaria.
Es en ese punto que Lacan articula la lectura freudiana 21 de la constitución de
la subjetividad por la vía de la percepción de la castración de la mujer. El niño, al
encontrarse con esta percepción, puede reconocerla, mientras que exista la trans­
misión de una ley simbólica que sustente a ese niño a soportar la provocación
edípica, en el momento en que él reconoce y admite la división de los sexos —
pues, evidentemente, estamos hablando aquí de la estructuración de la neurosis—.
Lacan afirma que la inscripción del niño en el orden simbólico se hace efec­
tiva en función de la articulación entre la castración y el Edipo. Por medio de la
metáfora paterna y de su sumisión a la ley simbólica, el niño abandona la po­
sición de falo imaginario al significar el falo en su función significante. Es ese
pasaje que Lacan (1958) trabaja en el texto La significación del falo, al describir
el pasaje del falo imaginario al falo simbólico. El significante fálico permitirá al
sujeto neurótico atribuir significaciones a sus significantes. Por último, el sujeto
abandona la dialéctica de ser o no ser el falo, en función de la falta en ser, para
la dialéctica de tener o no tener el falo.

20. Aquí incide una operación importante en relación al vaciamiento de goce de la crianza. Si
en otro momento había un goce absoluto, en el momento en que incide la metáfora paterna,
ocurre una pérdida de goce, no su totalidad, ya que persiste un goce localizado vinculado al
objeto a.
21 Cf. el capítulo anterior y la articulación entre sexualidad infantil y constitución del sujeto,
sobretodo cuando Freud describe el momento en que se definen la neurosis y la psicosis en
función de la aceptación o del rechazo de la percepción de la castración, momento trabajado
en el texto La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924.
3.1.3 El tercer tiempo del Edipo en la neurosis

Este es el momento en que ocurre la disminución del complejo de Edipo. La


ley deja de ser encarnada en la figura del padre, pues él también se sujeta a la
ley simbólica, exterior a sí mismo. El padre no es más la ley, es también su re­
presentante. El falo circula entre los personajes de la estructura edípica. El pa­
dre del segundo tiempo era restrictivo, mientras que el padre del tercer tiempo
es posibilitador.
El niño que atravesó la provocación edípica puede internalizar la ley cultu­
ral, de forma tal de concretizar la lógica interna a los pactos edípico y cultural.
Según Pelegrino (1983), la lógica de los pactos condice con su idea de acuerdo
entre dos partes. El niño se abstiene de realizar sus deseos incestuosos y, en con­
trapartida, recibe un lugar simbólico en la cultura: hereda un apellido y un lugar
en su clan de parentesco o se inscribe en un lastre familiar.
La ley de prohibición del incesto es sostenida de modo tal de ofrecer una po­
sibilidad de realización sexual, no con un objeto del mismo clan familiar, pero sí
con objetos de otro clan, según la formulación freudiana al respecto del origen
de la cultura, presente en Freud (1914) en la obra Tótem y tabú. Evidentemen­
te, la voluptuosidad de la sexualidad no estallará después de la disminución del
complejo de Edipo. Debemos acordar con Freud y su idea acerca del periodo de
latencia, en que las determinaciones de las vivencias edípicas infantiles se ador­
mecen hasta el periodo de la pubertad. Es después de la maduración del cuer­
po, con la plena posibilidad de ejercicio de la sexualidad, que las identificacio­
nes impresas en el drama edípico retornan y determinan, desde esas mismas vi­
vencias infantiles, las conductas sexuales del púber.
Para finalizar, Lacan22va a trabajar la idea del padre como metáfora. El algo­
ritmo de Saussure fue invertido por Lacan, que sostuvo la premisa de que se tra­
ta, en verdad, de la primacía del significante sobre el significado. Para que el S/s
se constituya, la función paterna precisa operar, en el sentido mismo de la sus­
titución del significante deseo de la madre por el significante que represente la
existencia de la ley simbólica, el significante Nombre-del-Padre, capaz de ofre­
cer un amarre entre el significante y el significado a partir del point de capitón2i
o punto de almohadillado.

22. Seminario 5, Lasformaciones del inconsciente (1957-1958).


23. Elpoint de capitón es utilizado en la manufactura de muebles tapizados; por ejemplo, el respaldo
de una silla, donde la unión del revestimiento es sujetada por un botón.
* De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de laspsicosis, texto publicado en los Escritos.
3.2 El esquema R, su formalización de los tres tiempos del Edipo y la
topología ligada al campo de la realidad: el corte en la dirección del
tratamiento de las neurosis

Se sabe que el esquema R es una estrategia de formalización de los tres tiem­


pos del Edipo y sus consecuencias vinculadas a la experiencia analítica. Lacan
lo utiliza como un artificio de su transmisión, presente en el texto De una cues­
tión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis, además de introducir
en ese esquema una nota al pie, cuyo contenido condice con el uso de la topolo­
gía para pensar la relación del sujeto neurótico con la realidad y los consecuen­
tes operadores conceptuales para la fundamentación de la clínica psicoanalíti-
i a. De ese modo, vale problematizar algunos pasajes de la nota al pié menciona­
da, con la finalidad de revisar algunos presupuestos freudianos y lacanianos ya
trabajados anteriormente, además de introducir la noción de corte y sus impli­
caciones en la clínica de las neurosis.

Así, si se consideran los vértices del triángulo simbólico: I como ideal del yo, M como el
significante del objeto primordial, y P como la posición en A del Nombre-del-Padre, se
puede captar cómo el prendido homológico de la significación del sujeto S bajo el signi­
ficante del falo puede repercutir en el sostén del campo de la realidad, delimitado por
el cuadrángulo MimI. Los otros dos vértices de éste, i, y m, representan los dos térmi­
nos imaginarios de la relación narcisista, o sea el yo y la imagen especular (LACAN,
1957-1958, p.559).
Continúa la nota al pié en su totalidad:

Ubicar en este esquema R el objeto a es interesante para esclarecer lo que


aporta en el campo de la realidad (campo que lo tacha).
Por mucha insistencia que hayamos puesto más tarde en desarrollar —de­
nunciando que este campo sólo funciona obturándose con la pantalla de la fan­
tasía—, esto exige todavía mucha atención.
Tal vez haya interés en reconocer que enigmáticamente entonces, pero perfec­
tamente legible para quien conoce la continuación, como es el caso si pretende
apoyarse en ello, lo que el esquema R pone en evidencia es un plano proyectivo.
Especialmente los puntos para los que no por casualidad (ni por juego) he­
mos escogido las letras con que se corresponden m M, i I y que son los que en­
marcaron el único corte válido en este esquema (o sea el corte mi, MI), indican
suficientemente que este corte aísla en el campo una banda de Moebius.
Con lo cual está dicho todo, puesto que entonces ese campo no será sino el
lugarteniente del fantasma del que este corte da toda la estructura.
Queremos decir que sólo el corte revela la estructura de la superficie entera
por poder destacar en ella esos dos elementos heterogéneos que son (marcados
en nuestro algoritmo [$ 0 a] del fantasma): el $, S tachada de la banda que aquí
ha de esperarse donde en efecto llega, es decir recubriendo el campo de R de la
realidad, y la a que corresponde a los campos I y S.
Es pues en cuanto representante de la representación en el fantasma, es decir
como sujeto originalmente reprimido, como el $, S tachado del deseo, soporta
aquí el campo de la realidad, y éste sólo se sostiene por la extracción del objeto
a que sin embargo le da su marco.
Midiendo por escalones, todos vectorializados de una intrusión del único
campo I en el campo R, lo cual sólo se articula bien en nuestro texto como efec­
to del narcisismo, queda pues enteramente excluido que queramos hacer en­
trar de nuevo, por una puerta de atrás cualquiera, que esos efectos (“sistema de
las identificaciones”, leemos) puedan teóricamente fundar, de una manera cual­
quiera, la realidad.
Quien haya seguido nuestras exposiciones topológicas (que no se justifican,
por nada sino por la estructura por articular del fantasma), debe saber bien que
en la banda de Moebius no hay nada mensurable que sea de retenerse en su es­
tructura, y que se reduce, como lo real aquí interesado, al corte mismo.
Esta nota es indicativa para el momento actual de nuestra elaboración topo-
lógica (julio de 1966) (LACAN, 1957-1958, p. 559-560).
Al principio, se destaca la idea de objeto a24 y su relación con el campo de la
realidad. Dicho de otro modo, Lacan insiste en enunciar el hecho de que el cam­
po de la realidad es atravesado por la pantalla de la fantasía. ¿Qué es exactamen­
te lo que eso quiere decir?
Aquí reside una aproximación al argumento freudiano, teniendo en cuen­
ta que en el texto La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924,
Freud rectificó la idea según la cual sólo habría una pérdida de la realidad en la
psicosis, tal como afirmara en un texto anterior, Neurosis y psicosis, de 1924. En
verdad, también hay momentos en los que ocurre una pérdida de la realidad en
la neurosis, momentos en los cuales algún objeto de la realidad evoca un rasgo
de la fantasía inconsciente.
Para dar continuidad al argumento anterior, es necesario interrogar la des­
cripción de Freud acerca de la hipótesis endógena y exógena de la constitución
de la subjetividad y su confluencia en la fantasía inconsciente. Freud (1919) afir­
mó, en Pegan a un niño, que la fantasía inconsciente articula el mundo subjeti­
vo del niño al mundo objetivo, de modo tal de considerar la estructuración de
la fantasía inconsciente o edípica en función del lugar que el niño ocupa, en la
propia fantasía, en relación a los padres.
Nasio (1993) ofrece una reflexión interesante sobre este debate, al definir,
como punto de partida, la experiencia analítica en función del amor de transfe-

24. Según Roudinesco y Plont, en el Diccionario de Psicoanálisis, el concepto objeto a fue


presentado por Lacan, en el año 1961, con el objetivo de describir el objeto de deseo del
sujeto como algo que le es robado y también irrepresentable, como un resto no simbolizable.
Aparece de forma fragmentada, a través de cuatro objetos parciales desligados del cuerpo, a
saber: el seno como objeto de succión, las heces como objeto de secreción y la voz y la mirada
como objetos de deseo. Ya en el Seminario 8, denominado La transferencia, Lacan trabaja
cuestiones vinculadas al manejo de la transferencia, al retomar El banquete de Platón y la
posición de Alcibíades ante Sócrates. Alcibíades demandaba de Sócrates una confirmación de
su amor. Sócrates, por su parte y según Lacan, sostenía una posición de analista, ya que hacía
semblante a la dirección del amor de Alcibíades y, al mismo tiempo, no respondía en acto.
Ahora, aquí reside un argumento freudiano acerca del amor de transferencia, considerando
que el neurótico adquiere una manera específica de amar, en el drama edípico, y reproduce
ese modo específico de amar en la figura del analista. Por su parte, un analista soporta el
lugar que le fue dado en la transferencia, soporta la dirección del amor de su analista, pero
no responde en acto. El diálogo de Platón versa en torno del amor y de la idea de que hay un
objeto que representa el Bien, el Agalma. Es sobre esa noción de Agalma —el buen objeto—
que Lacan lo convierte en objeto a. “(•••) objeto del deseo que se esquiva y que, al mismo
tiempo, remite a la propia causa del deseo. En otras palabras, la verdad del deseo permanece
oculta para la consciencia, porque su objeto es una ‘falta-a-ser’ En marzo de 1965, Lacan
resumiría esa proposición en un aforismo deslumbrante, el amor es dar lo que no se tiene
a alguien que no lo quiere’ ” (ROUDINESCO Y PLONT, 1998, p. 552).
renda25. Se interroga al respecto de ciertas dicotomías o preconceptos sobre la
forma de opuestos: ¿es posible afirmar la existencia de un hombre y de una m u­
jer? ¿El cuerpo es algo que se distingue por completo del psiquismo? ¿Hay dife­
rencias entre la realidad material y la realidad psíquica? ¿Es posible sostener la
hipótesis endógena y la hipótesis exógena, tal como Freud lo hizo, al teorizar la
fantasía inconsciente?
La experiencia analítica y el respectivo trato teórico ofrecido por Lacan rom­
pen con esos “opuestos”, o entonces, es posible verificar que hay algunos precon­
ceptos que merecen ser revisados o reconsiderados. Por ejemplo, la idea de que
hay un adentro y un afuera se modifica cuando se sitúa la propia clínica psicoa-
nalítica como territorio. “¿En qué términos pasa ese límite que dice respecto a la
experiencia del análisis?” (NASIO, 1993, p. 27). Dentro de ese contexto, él pro­
pone pensar el psicoanálisis como la “realidad en cuanto límite, esa zona fron­
teriza entre el sujeto y lo real” (NASIO, 1993, p. 27).
Aun de acuerdo con la crítica a la hipótesis freudiana de que existe un aden­
tro y un afuera, se afirma que el argumento de Freud se aproxima a una determi­
nada visión filosófica, la de Berkeley, coincidente con la idea de que sólo es po­
sible conocer el mundo, el afuera, a través de las representaciones. Pero ahí re­
side una contradicción. ¿Cómo es eso posible, siendo que las representaciones
son internas y poseen sus propias características? ¡No existen representaciones
fuera del psiquismo humano!
Freud no realizó ninguna distinción entre la noción de realidad y de real, ade­
más de eso, supuso la existencia de dos mundos, interno y externo, en función
de la confusión existente entre esos dos conceptos. Él también decía que sola­
mente el mundo interno era pasible de ser cognoscible, a pesar de tener revisa­
da esa posición al final de su vida, en el texto Esquema del psicoanálisis, de 1938,
al afirmar que lo real interno es más cognoscible que lo real externo, pero que
no sería comprensible mediante conceptos o palabras y sí por el propio análisis.
Dicho esto, vale considerar en Lacan la distinción entre real y realidad. Real
es aquello que no cambia: el sexo. Real se condice con algo que es irrepresen-

25. Cf. la discusión acerca de El banquete de Platón, presentada en la nota al pié anterior. La discusión
sobre el amor de transferencia también se encuentra en el texto de Freud denominado Sobre
el amor de transferencia, de 1914. Allí, Freud destaca el hecho de que el hombre, al atravesar
la experiencia edípica, adquiere una manera específica de amar, que es reproducida junto a
los otros objetos amorosos, inclusive junto al analista. En ese texto, Freud formula la idea de
que la dirección del tratamiento psicoanalítico se consolida con la noción de que la manera
específica de amar, que en otro momento era inconsciente, se torna consciente al final del
tratamiento. Para tal, la ética psicoanalítica se condice con la idea de la abstinencia, ya que el
amor es dirigido al analista, pero él no responde en acto.
table, intangible, tal como Lacan formuló en el Seminario 17, El reverso delpsi
coanálisis, o entonces según su contribución en el Seminario 20, denominado
Aun, en el momento en que articula el goce del ser con lo real26. Tomemos esa
referencia: Lacan propone algunas modalidades de goce en ese Seminario, tales
como, por ejemplo, el goce fálico, el goce femenino y, el que es más importan-
te para esta reflexión, el goce del ser. Hay una equivalencia entre el goce del ser
y lo real, de modo tal de considerarlo como aquello que anima, de acuerdo con
Freud27, la compulsión a la repetición.
Ya la realidad es cambiante, se abre y se cierra, de modo tal de ser concebida
como algo local y ligado a la trama de significantes. En otros términos, la reali­
dad puede ser pensada como una serie de identificaciones que se sucedieron en
la vida del sujeto, como un vaivén entre el yo y la imagen especular del estadio
del espejo. Aquí, el énfasis está puesto en el primer tiempo del Edipo, más pre­
cisamente en el lugar de la madre como el Otro que desea. “[...] realidad, en la
vida de alguien, y la sucesión de encuentros identificadores y de encuentro con
el deseo del Otro” (NASIO, 1993, p. 31).
Por lo tanto, según Nasio (1993), la realidad no se restringe apenas a las pa­
labras e imágenes, ya que la realidad es también concebida por el movimiento
de la pulsión, en el estrecho vínculo entre el psiquismo y lo orgánico. Es en ese
contexto que Nasio se interroga acerca del ataque histérico. ¿De que se trata?
¿Es fantasía? ¿Es realidad? El desmayo histérico es un ejemplo interesante para
encaminar esas cuestiones, considerando que es, sin duda alguna, consecuen­
cia de la acción de la fantasía inconsciente y, sin embargo y al mismo tiempo,
hay un cuerpo en el piso. Se habla de un cuerpo desmayado, tomado por la ac­
ción de la fantasía histérica.

[...] la fantasía no es una imagen en la cabeza, sino que es algo material, que se mani­
fiesta por una actividad motora, una parálisis, por alguna cosa en el cuerpo. La reali­
dad es esto: no fu e solamente el significante que indujo a la histérica a desmayarse, no
son apenas las imágenes que sustentan su identificación. La realidad para la histéri­
ca es más que todo el circo que gira alrededor de ella, que ella instaló. La realidad para
la histérica es donde ella cae desmayada. Para hablar de realidad es preciso esto (NA-
SIO, 1993, p. 33).

26. Ese punto es de gran importancia y será retomado en capítulos posteriores.


27. Cf. Recordar, repetir, reelaborar, de 1914. En ese texto, Freud describe la compulsión a la
repetición como algo del orden del inconsciente, contenidos que todavía no fueron pasibles
de elaboración y que, de ese modo, son actualizados en la transferencia en acto. La indicación
clínica de ese texto se articula con la idea de que un análisis se efectiviza, en la transferencia,
en sustentar las repeticiones del analista, ya que es en la repetición de algo que la diferencia
puede advenir, en el sentido de que algo inconsciente se torna algo elaborado.
En otras palabras, la realidad equivale al corte28, cuando se introduce el m o­
vimiento de la pulsión para que el sujeto se separe del objeto29. Así, en el ataque
histérico, el objeto de la pulsión puede ser la mirada o entonces la acción motora
del músculo. Se habla entonces de una realidad concebida como imágenes y sig­
nificantes, pero también determinada por el movimiento pulsional. La trayecto­
ria de la pulsión escópica, descripta por Freud, sirve como ejemplo para ilustrar
la gramática de su movimiento: tenemos aquí tres términos: mirar, ser mirado
y mirarse. La realidad es lo que tiene exteriormente, ligado al significante y a la
imagen y, sin embargo, es al mismo tiempo lo que hay interiormente, lo más in­
timo en el cuerpo del sujeto. El énfasis dado en la frase anterior incide sobre el
periodo “es al mismo tiempo”, lo que indica la superación de la dicotomía endo
y exo, tal como ya fue discutida anteriormente.
Un segundo aspecto importante para la discusión de la nota al pié es la afir­
mación de Lacan acerca del esquema R como un plano proyectivo. ¿Qué quie­
re decir eso?
La presentación gráfica del mapamundi es un ejemplo de plano proyectivo.
La disposición de los continentes en un plano bidimensional es bastante cono­
cida, inclusive en función de las determinaciones históricas que lo concibieran.
El continente europeo se localiza al centro y en la parte superior de la represen­
tación y, tomándolo como referencia, sirve para que los otros continentes sean
distribuidos, en esa misma representación gráfica, según su localización geo­
gráfica en relación a la referencia elegida. Es interesante destacar que cualquier
parte del planeta podría ser usada como punto de referencia. La consecuencia
de eso es que sería posible tener series de representaciones al intentar ilustrarlo
en un plano bidimensional.
Sin embargo, hay algo que escapa a la representación gráfica del planeta Tie­
rra, como su eje de rotación y también su eje de traslación. La Tierra gira alre­
dedor de sí misma, lo que genera los días y las noches, así como posee una lo­
calización en el sistema solar; es el tercer planeta más próximo al sol y demora
365 días, un año, en dar una vuelta completa a su alrededor. El mapamundi no
da cuentas de los movimientos terrestres y sus respectivos tiempos, porque no
es posible representarlos o figurarlos.

28. La noción de corte será retomada más adelante, pues es importante para el eje de argumentación
que pretendemos sostener al respecto del manejo de la transferencia en la clínica de las neurosis.
29. En el texto Pulsiones y sus destinos, de 1914, Freud afirma que las pulsiones no poseen objeto
definido. Comenta la idea de que hay una falsa creencia, la de que existiría una relación entre
la pulsión y el objeto. En verdad, el objeto elegido de la pulsión puede inducir a ese error,
considerando que se presenta ahí una ilusión de que la satisfacción pulsional cu consecuencia
de determinado objeto. N o es en vano que Freud habla acerca de la plMtlcIdnd de la pulsión,
Al adaptar esa discusión al esquema R, se tiene la idea de que en él existe la
formalización de los tres tiempos del Edipo, como el cuadrilátero MimI. Son esos
puntos los que determinan el cuadrilátero, responsable de animar la estructura
—al determinar las instancias por las cuales un análisis se sitúa, además de in­
corporar en el modelo la problemática del tiempo—, considerando que inscriben
un movimiento donde se sitúa el campo de la experiencia analítica, dado que es
hecha de ese cuadrilátero una figura topológica denominada banda de Moebius.
Así, vale ahora incluir un tercer comentario sobre la nota al pié, más precisa­
mente al respecto de los puntos MimI.
Antes de adentrarnos en los tiempos y en los movimientos de un análisis es
necesario comprender mejor lo que está en juego en esos puntos. La clase del 5
de febrero de 1958, denominada De la imagen al significante en el placer y en la
realidad, continuación del Seminario 5, Las formaciones del inconsciente, es de
suma importancia para esa comprensión.
Lacan establece un debate con los pensadores de la Escuela Inglesa, sobre
todo con Klein y Winnicott, al cuestionar el complejo de castración30. El deba­
te incide sobre la cuestión de la relación de objeto y el surgimiento de la fanta­
sía inconsciente. Vale retomar algunos puntos ya desarrollados para encaminar
la cuestión. El punto de vista defendido por Lacan es que no existe un estado de
necesidad pura, considerando que el bebé, desde su primera vivencia de satis­
facción31, sobrepone, al estado de la necesidad, el estatuto de deseo, por haber
ahí una demanda de amor. Es por medio de esa relación dual que se abre, para el
humano, la perspectiva de encontrarse con la cadena de significantes, ahí cons­
tituida o presente a partir de la figura de la madre, el Otro materno. Lacan cita

30. Aquí incide, una vez más, el retorno de Lacan a Freud, más precisamente en el modo en que
se establecen la estructura neurótica y la estructura psicótica, discusión presente en el texto
La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924. A modo de rememoración y en el
caso específico de la neurosis, la pérdida de la realidad se da desde las percepciones actuales,
teniendo en cuenta que el niño acepta la percepción antigua —la percepción de la castración—.
Dicho de otro modo, según Freud, el niño reconoce la percepción de la castración de la madre,
percepción primordial que originó la represión ( Verdrangung).
31. Aquí cabe retomar la discusión de Freud en el texto titulado Proyecto de una psicología para
neurólogos, de 1895, más precisamente el pasaje donde se discute el surgimiento del aparato
psíquico a partir de la vivencia de satisfacción: cuando el bebé sufre un cúmulo de tensión
interna, genera una descarga motora —el grito— y recibe una acción del mundo externo,
nombrada por un otro que significa el llanto del bebé. Esa acción externa es capaz de apaciguar
la tensión interna del bebé y, también, ofrece la posibilidad de inscripción del significante en su
cuerpo. Allí se puede incluir la reformulación de la unidad mínima de la lengua, de Saussure,
por la idea de Lacan de que prevalece la primacía del significante sobre el significado, trabajada
anteriormente.
a Freud, la Carta 52 a Fliess, en la cual se discute el nacimiento de las estructu­
ras inconscientes y del aparato psíquico. La hipótesis admitida por Freud es que,
en su origen, la inscripción anómica correspondiente a la manifestación de la
necesidad es un signo. Tenemos allí un proceso de aprendizaje que presupone
una simbolización32, ya que, por ejemplo, el bebé puede expresar dos fonemas y
oponerlos, lo que ya asume el estatuto de vocablos, dado que son dirigidos a la
madre. Es una combinación significante que explícita su organización. El niño
pasa, desde entonces, no más a anhelar la satisfacción de una necesidad, y sí una
relación con el deseo del sujeto materno que tiene ante sí.
Para Lacan, la aparición del estadio del espejo es y no es, paradójicamente, el
encuentro del sujeto con la realidad, ya que se trata, en verdad, de una imagen
virtual que tiene la propiedad de aislar el campo de la realidad. El sujeto capta
una imagen virtual y la conquista, tal como fue visto anteriormente con la idea
del falo imaginario —objeto imaginario con el cual el niño se identifica para sa­
tisfacer el deseo de la madre— a partir de una cristalización del yo que abre las
posibilidades de lo imaginario. Se establece aquí una vía de doble mano: por un
lado, la experiencia de la realidad introduce, bajo la forma de una imagen cor­
poral, un elemento ilusorio y engañoso que permite al sujeto establecer su rela­
ción con la realidad y, por otro lado, la experiencia del estadio del espejo abre la
perspectiva del niño de realizar sus primeras identificaciones.
Dicho esto, ahora es posible definir los puntos presentes en el trapecio, que
define el campo de la realidad. Al principio, el eje i - M, eje que está de acuerdo
con el registro imaginario. El i equivale al yo, la imagen del propio cuerpo fren­
te a la madre. El M está ligado al significante del objeto primordial, o dicho de
otro modo, al ego ideal.
Ya en otro eje, m - 1, m es la imagen especular del niño e I es el Ideal del yo,
según lo discutido anteriormente. El segmento m - 1, a través de sus identifica­
ciones, está ligado a la serie de significantes, o de representaciones que puntúan
su realidad a partir de referencias, una realidad rellena de significantes. Hablar

32. Una vez más, Lacan se refiere a Freud. El proceso de simbolización aquí detallado trata, en
verdad, de la escena descripta por Freud en relación a su nieto. En el momento en que él jugaba
con un carretel. Para lidiar con la ausencia de la madre, el niño jugaba con un carretel y una
cuerda y lo tiraba debajo del sofá, realizando un movimiento de vaivén con el carretel, y al
mismo tiempo repetía las palabras fort y da, cuya traducción es va y vuelve. El juego del fort-
da, como es conocido en la literatura psicoanalítica, se condice con el proceso de simbolización
primordial del niño, pues retrata la alternancia de la presencia y ausencia de la madre sobre el
niño, alternancia primordial para el proceso de simbolización. Es mediante una presencia que
se hace ausencia, que algo se inscribe en el psiquismo. Se habla de inscripción del lenguaje. Esa
discusión se encuentra en el texto Más allá del principio de placert de Preiul (1" 20).
de Ideal del yo es hacer referencia a la identificación que requiere el registro de
lo simbólico, o sea, a una serie de identificaciones significantes que se oponen ni
registro de lo imaginario. La identificación al Ideal del yo presupone la inciden'
cia de la función paterna y, consecuentemente, un desapego referente a la reía
ción imaginaria con la madre. El padre, por ser un personaje real, interviene de
tal modo de que el yo se torne un elemento significante.
De esta forma, se puede afirmar que se establece ahí, de acuerdo con Lacan,
un movimiento de báscula derivado de la torsión entre los registros de lo imagi­
nario y de lo simbólico, justamente donde se define el campo de la realidad. Por
un lado, existe la realidad adquirida por el sujeto humano a partir de su conquis­
ta de la asunción de una imagen virtual del cuerpo y, por el otro, el sujeto intro­
duce en el campo de la experiencia el significante, lo que resulta en ampliar este
mismo campo para el sujeto humano.
Aun en Lacan33, cabe interrogarnos acerca del estatuto del objeto, ya que ese
cuestionamiento es primordial para sustentar la experiencia analítica. ¿Cuáles
son la fuente y la génesis del objeto ilusorio? ¿Es posible reducir al objeto como
ilusorio o reducirlo a lo imaginario?
¡No! Lacan es taxativo en su respuesta. El objeto de la necesidad sexual no se
reduce al hecho, por ejemplo, de que el macho se vuelve hacia una hembra en
busca de una actividad sexual, cuya finalidad sea de reproducción de la especie.
Se sabe, desde Freud34, que el ejercicio de la sexualidad humana tiene como ob­
jetivo la obtención de placer. Lacan es irónico al afirmar el hecho esencial para
esa discusión, a saber: vale enfatizar lo que un zapatito de mujer provoca en un
hombre.
El objeto ilusorio no ejerce su función en el sujeto como imagen, a pesar del
señuelo que se presenta, pero se inscribe como un elemento significante, ligado
a la cadena significante. De ese modo, hay que pensar que el objeto primordial
domina la vida del sujeto, considerando que hay elementos imaginarios que des­
empeñan un papel cristalizador, y también teniendo en cuenta, como ya fue di­

33. La misma clase del 5 de febrero de 1958, denominada De la imagen al significante en el placer
y en la realidad, presente en el Seminario 5, Lasformaciones del inconsciente (1957-1958).
34. Cf. el texto Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, de 1905, es importante para romper con
determinada visión de lo infantil que predominaba en la época: la de que los niños eran puros
y desprovistos de sexualidad infantil. Freud, además de describir la sexualidad infantil a partir
de las fases de organización parcial de la libido alrededor de las zonas erógenas elegidas en el
propio cuerpo, aproxima esas mismas experiencias infantiles a la vida erótica del adulto. De allí
el fundamento psicoanalítico acerca de la sexualidad humana, ya que no tiene una finalidad de
reproducción de la especie; dicho de otro modo, cabe no “biologizar” la sexualidad humana,
pero si atribuirle un estatuto de satisfacción pulsional.
cho, su inscripción como significante ligado a la cadena. Ésta última avanza: S,
Si, S2, S3,... y la significación también avanza, pero en sentido contrario. Hay
una significación que se desliza y que determina, en lo humano, una especie de
relación intrínseca de significación. Aquí se trata de un objeto metonímico, axial
en la dialéctica de las perversiones y de las neurosis, además de ser también de­
terminante para el desarrollo subjetivo. Estamos hablando del falo.
La relación del niño con la madre no es solamente permeada por realiza­
ciones y frustraciones, sino también por el descubrimiento de lo que es, para el
niño, ser el objeto de deseo del otro y la inscripción del deseo para él mismo, el
niño. En ese punto, Lacan retoma las ideas de Freud al respecto de la fase fálica35
y de la estructuración de la fantasía inconsciente36, al introducir en su argumen­
to el pasaje del primer tiempo para el segundo tiempo del Edipo. ¿Qué significa
para el niño su deseo? Lacan atribuye a la fase fálica de Freud el estatuto de un
significante pivote, “alrededor del cual gira toda la dialéctica de lo que el suje­
to debe conquistar de sí mismo, de su propio ser” (LACAN, 1957-1958, p. 248).
Lo que vimos anteriormente, al respecto de la inscripción del significante fá­
lico en la estructuración de la subjetividad —y la constitución déla cadena signi •
ficante anclada en la relación entre significante y significado, unidos por elpoint
de capitón—, se liga al suceso de la función paterna, o a la inscripción del signi­
ficante Nombre-del-Padre.

Les he dicho que de alguna manera, en el interior del sistema significante, el nombre
del padre tiene lafunción del conjunto del sistema significante, aquel que significa, que
autoriza al sistema significante a existir, que hace de ello la ley. Les diré que frecuente­
mente, en el sistema significante, debemos considerar que elfalo entra enjuego a partir
del momento en que el sujeto tiene que simbolizar como tal, en esta oposición del signi­
ficante con el significado, al significado, quiero decir la significación.
Lo que importa al sujeto, lo que él desea, el deseo en tanto que deseado, lo deseado del
sujeto, cuando el neurótico o el perverso tiene que simbolizarlo, en último análisis esto
es literalmente con la ayuda del falo. El significante de lo significado, en general es el
falo (LACAN, 1957-1958, p. 249).

El significante fálico une el significante al significado, a través del punto de


almohadillado, según fue visto anteriormente, lo que reafirma la formulación
lacaniana al respecto de la primacía del significante sobre el significado. De ese
modo, retomamos la idea de que una estructura clínica se define a partir del

35. Argumento presente en La organización genital infantil: una interpolación sobre la teoría de la
sexualidad, texto de Freud, de 1923.
36. Pegan a un niño, de 1919.
modo por el cual el sujeto articula/define/ordena su posición de sujeto en re­
lación al juego del significante. Para pensar la neurosis, Lacan37 habla del pun­
to de almohadillado como algo primordial para la experiencia humana. Dispo­
ne de una metáfora, en este caso, la idea del point de capitón como punto de ar­
ticulación, de unión entre los tres registros: lo simbólico, lo imaginario, lo real
en el lenguaje. El point de capitón permite una articulación entre significante y
significado, capaz de construir sentidos posibles para un habla, cuando se co­
loca un punto final en la frase. El sentido se construye retroactivamente y pue­
de ser compartido en función del hecho de que es propio del lenguaje compar­
tir sentidos posibles. En la neurosis, el sujeto habita el lenguaje, ya que él reci­
be el mensaje de forma invertida, dado que Otro está reconocido en el discur­
so de la alteridad. “Esta incógnita en la alteridad del Otro es lo que caracteriza
esencialmente la relación de palabra en el nivel en que es hablada al otro” (LA­
CAN, 1955-1956. p. 49).
En el habla del sujeto neurótico, hay reciprocidad. La condición del neuró­
tico de habitar el lenguaje trae consecuencias importantes para el manejo de la
transferencia en la clínica, en aquello que se refiere al tiempo de una sesión de
análisis, el tiempo lógico y su estructura de corte. Además, en la propia nota al
pié, Lacan sitúa el cuadrilátero M i m i como el único corte válido en ese esque­
ma, porque él aísla en el campo de la realidad una banda de Moebius.
Tenemos aquí un cuarto aspecto importante de la nota al pié a ser conside­
rado. ¿Cómo pensar la idea de topología? ¿Y qué sería una banda de Moebius?
La topología se constituyó como una rama de la matemática. Granon-Lafont
(1987) ofrece algunos pasajes históricos para describir su campo. En 1679, Lei-
bniz definió una nueva rama de la matemática, sobre la clasificación latina de
“analysis situs’j cuya traducción para el francés es “étude de la place”, en portu­
gués “estudo do lugar” y en español, “estudio del lugar”. Fue en 1750 que la topo­
logía avanzó, en el momento mismo en que Euler establece relaciones constan­
tes entre vértices, fases y aristas de un sólido convexo. El trabajo de Euler suscitó
varias polémicas, lo que sirvió para reforzar el campo de la topología, ya que in­
numerables matemáticos se concentraron en establecer límites posibles para las
leyes propuestas por Euler. Fue por medio de Moebius, en 1861, que una figura
topológica entraría en la historia. Es la banda de Moebius, tema de esta reflexión.
La topología se ocupa del estudio de las formas geométricas, la ciencia de los
espacios y sus leyes o propiedades. Se opone al modelo matemático euclidiano,
considerando que no se trata de estudiar un objeto y el cálculo de su desplaza­
miento en el espacio. El énfasis dado a la topología se condice con el estudio del

37. Seminarlo 3, Las psicosis, de 1955-1956.


espacio en sí mismo, en su invariabilidad. Se puede inclusive afirmar que el uso
de la topología en el campo psicoanalítico, así como en las ciencias humanas, se
debe a un fundamento epistemológico del conocimiento y que cabe a Lacan el
mérito de haber insistido en esa vía. Él fue, cuando menos, un gran colabora­
dor para la realización de esa labor: la de utilizar la matemática para formalizar
la experiencia analítica.
Vegh (1994), en distintos momentos de su obra, se interroga respecto del uso
de las escrituras en la obra de Lacan. Reconoce que, en Lacan, existe el recurso
de las figuras topológicas, lo que permite establecer, por medio de las escrituras,
descripciones importantes de una época de su enseñanza. ¿Pero, cuál es la finali­
dad de utilizar ese recurso? ¿Por qué un analista como Jacques Lacan, por ejem­
plo, utiliza las escrituras? Vegh compara el uso de la topología en el psicoanáli­
sis con la poesía. La poesía, apoyada en los recursos de la metáfora, llega a pun­
tos que se sitúan en el límite de lo indecible. Es ahí donde también se localiza la
experiencia analítica, ya que un análisis también es una experiencia del sujeto
frente a su mundo, punto que no es susceptible de ser nombrado.
Granon-Lafont (1987) también se interroga al respecto de la pertinencia de
la topología, de su uso, para teorizar la experiencia analítica. Una tendencia po­
sible en el psicoanálisis sería la de dar sustancialidad al sujeto del inconscien­
te, ya que se trata de un concepto fundamental para su sistema teórico. Sin em­
bargo, no es eso lo que está en juego... No se trata de sustancializar un concep­
to, en el sentido mismo de la no-comprensión. Lacan (1975-1976), en el Semi­
nario RSI, comenta la importancia del uso del nudo Borromeo en su enseñan­
za, más perfectamente aplicable a las otras figuras topológicas: “Por otra parte,
qué es lo que podríamos perder [...], a saber, que todos los sistemas de la na­
turaleza hasta aquí surgidos están marcados por la debilidad mental, ¡para qué
atenernos tanto a ellos!” (LACAN, 1974-1975, p. 5).
Es claro que Lacan hizo un gran esfuerzo para formalizar la experiencia ana­
lítica, por ejemplo, al evitar la contaminación del imaginario en aquello que él
pretende transmitir. O, según Granon-Lafont (1987),

[...] la banda de Moebius conserva, en nuestro espacio, el estatuto de representante de


lo irrepresentable. Esta función paradojal constituye una necesidad, la causa de la de­
bilidad de nuestra percepción y de nuestra imaginación intuitiva del espacio (Granon-
Lafont, 1987, p. 46).
¿Y qué es una banda de Moebius? Se trata de una figura topológica simple de
hacer. Al tomar, por ejemplo, una tira de papel, se realiza una torsión 38sobre ella
y después se fijan sus extremidades. Ahí está, esa figura, la banda de Moebius,
que trae una serie de implicancias importantes para este momento. Un ejemplo
bastante conocido es la figura de Escher, que permite notar el andar de las hor­
migas en un continuo donde desaparecen por el lado de adentro y por el lado de
afuera. Una hormiga, al caminar sobre la superficie de la banda, retorna al mis­
mo punto después de realizar dos vueltas, de modo tal de establecer una conti­
nuidad entre el lado de adentro y el lado de afuera.

Escher

Aún con Granon-Lafont (1987) es apenas mediante un acontecimiento tem­


poral que se distingue el lado de adentro del lado de afuera. En el caso de la hor­
miga que realice solamente una vuelta, se encontrará en el lado opuesto a su pun­
to de partida. El tiempo aparece allí como una dimensión fundamental, impor­
tante para ser teorizado en la experiencia analítica y que se condice con las re­
peticiones del analista, ligado a aquello que fue dicho anteriormente, a la idea de
que la emergencia del sujeto del inconsciente, en la asociación libre, se refiere al
soportar la transferencia, a aquello que se actualiza en acto y su noción de corte.
Es en ese punto que reside el quinto comentario sobre la nota al pié. La ban­
da de Moebius es el lugar-teniente del fantasma, donde el corte ofrece su estruc­
tura. Se incluyen allí dos elementos importantes para pensar la travesía del fan­

38. El número de torsiones en la tira de papel, para realizar una banda de Moebius, debe ser siempre
impar.
tasma, como dirección de tratamiento en la neurosis: el sujeto del inconscien­
te, el sujeto barrado —su emergencia en la asociación libre— y el objeto a, ob­
jeto causa del deseo, que encuadra el campo de la realidad. Un análisis propi­
cia al sujeto del inconsciente atravesar su posición fantasmática, de modo tal de
encontrarse con el objeto a y su consecuente declinación. También vale resal­
tar la idea de que no hay nada de mensurable a ser retenido en la estructura de
la banda de Moebius, teniendo en cuenta que ella se reduce al propio corte, así
como la emergencia de lo real, pues también es mensurable.

Esquema R ilustrando el corte de la realidad en su torsión


(apud NASIO, 1993, p.38).

Los puntos M í m l delimitan el campo de la realidad, y con ellos es posi­


ble realizar una torsión para hacer la banda de Moebius. Los puntos i e I serán
coincidentes, así como los puntos m y M . Se articula el yo con el Ideal del yo y
la imagen especular con el significante del objeto primordial. Las instancias por
las cuales se establece el movimiento de un análisis son, por lo tanto, el narcisis­
mo primario y el Ideal del yo. Son instancias psíquicas que delimitan el campo
de la realidad, campo que asume status de plano proyectivo, considerando que
anima lo que el esquema R presupone de estático. La banda de Moebius indica el
movimiento de la pulsión del objeto. De ese modo, se rompe con la idea de rea­
lidad objetiva, dado que ella solo es percibida por la fantasía inconsciente —la
realidad es definida por el movimiento pulsional y también a través del juego de
significantes. Ese movimiento en el análisis es marcado por el tiempo, el tiempq
del corte, movimiento determinado por el atravesamiento de la fantasía incons-
cíente. Como ya dijo Freud39, un análisis se dirige a las construcciones posibles
que el analista realiza, en el sentido del trabajo de arqueología sobre sí mismo,
al intentar reconstruir su posición ante la O tra escena, la escena edípica. El cor­
te lacaniano ayuda al sujeto a encontrarse con la Otra escena.
La entrada al análisis presupone la entrada del sujeto en el campo del deseo.
Lacan (1953), en Función y campo de la palabra y del lenguaje, ofrece una indi­
cación clínica valiosa, en lo que concierne a una posible primera posición del
sujeto ante el deseo. Él afirma que el primer deseo es el deseo de reconocimien­
to del otro, no en el sentido de que el otro pueda tener la llave del objeto desea­
do, sino porque su primer objeto pasa por ese tipo de reconocimiento. Esa es
una dimensión importante del análisis, pues la indicación clínica ahí presente
se condice con la enorme frecuencia con que los candidatos a un análisis siem­
pre incluyen al otro como causa de sí mismos, del propio sufrimiento. Asumir la
responsabilidad del propio deseo no es un paso simple y la entrada en el campo
del deseo presupone la existencia de una ley impuesta que impulsa al sujeto ha­
cia algo que existe, hacia algo que va más allá del principio de placer —el goce de
ser o lo real—, o mejor dicho, aquello que anima la compulsión a la repetición.
Lo real, la inercia, el goce —equivalentes entre sí—, tal como aparecen en
la clínica psicoanalítica, pueden llevar al sujeto a rehusarse a entrar en la dan­
za de los significantes. “No, no seré un elemento de la cadena” (LACAN, 1957-
1958, p. 255).
Ahí reside una paradoja, pues el sujeto, al rehusarse a pagar una deuda sim­
bólica que no contrajo, no hace otra cosa sino perpetuar esa misma deuda. Es
en ese punto que Lacan retoma la segunda fase de la fantasía inconsciente de
Freud40, de carácter masoquista.

[...] hay siempre en la fantasía masoquista ese lado degradante, ese lado profanato-
rio que al mismo tiempo indica la dimensión del reconocimiento, y ese modo de rela­
ción con el sujeto prohibido, relación con el sujeto paterno. Eso es precisamente lo que
constituye elfondo de la parte desconocida de lafantasía (LACAN, 1957-1958, p. 255).

El padre aparece en el registro de lo imaginario como un rival, pero también


asume un estatuto de modelo de identificación. Allí reside el efecto de báscu­
la, considerando que la posición imaginaria conlleva consigo una ambigüedad,
pues al mismo tiempo en que esa identificación imaginaria de rivalidad para­
liza al sujeto, existe también la identificación que, ligada a la danza de los sig-

39. Construcciones en análisis, texto de Freud escrito en 1937.


40. Presente en el texto il Freud denominado Pegan a un niño, de 1919.
niñeantes, ofrece o propicia el movimiento de un tratamiento psicoanalítico y
la consecuente noción de construcción en análisis. La clínica psicoanalítica de
las neurosis no se reduce al síntoma, ya que la dimensión ética del psicoanálisis
conduce la dirección del tratamiento para la travesía del fantasma —y no para
su desaparición—, lo que indica una orientación para el método psicoanalítico.
La fantasía fundamental no es interpretada; es, sí, construida, y el fin de un aná­
lisis resulta en un cambio subjetivo del sujeto frente a su fantasía inconsciente o
ante aquello que le causa deseo.
La escucha del significante y el corte41 de una sesión orientan el método de
intervención clínica, según la posición ética descripta en el párrafo anterior. La
formalización de la banda de Moebius incorpora la noción de corte. Vegh (1994)
retoma la idea de que el corte pretende separar al sujeto del objeto en relación
al Otro, según la lógica de la castración en la teoría lacaniana. De ese modo, el
corte de una sesión es el equivalente de una interpretación y consiste en separar
el deseo de la realidad, para que el sujeto pueda emerger, en la medida en que el
objeto cae. La emergencia del sujeto es teorizada a través del modelo topológico
aquí discutido, ya que la banda de Moebius, como una muestra, indica algo de
lo real. La función de corte, si bien es sustentada, se consolida con la noción de
que el significante nunca se representa a sí mismo y abre la perspectiva de que,
en la repetición42, algo nuevo pueda aparecer. El corte de una sesión propicia la
abertura del inconsciente. La emergencia de lo real es percibida por sus efectos

41. En 1945, Lacan escribe un texto denominado El tiempo lógico y el aserto de certidumbre
anticipada. Un nuevo sofisma, presente en los Escritos. Lacan, al presentar un problema de
lógica cuando presentó una situación que envuelve a tres prisioneros y cinco discos, describe
su solución al teorizar tres tiempos allí presentes. Aquí se destaca la idea de que los tiempos
descriptos, e1instante de la mirada, el tiempo de comprender y el momento de concluir, incluidos
en la resolución del problema lógico, se introducen también en la teorización de los tiempos de
una sesión de análisis. Ese texto sustenta la idea de que una sesión de análisis sigue el tiempo
lógico, y no el tiempo cronológico.
42. Aquí reside una formulación lacaniana acerca de la noción de inconsciente como repetición,
tal como aparece en el Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis
(1964). Es en ese punto que el inconsciente lacaniano se distingue del inconsciente freudiano.
Este último puede ser ilustrado, por ejemplo, con el texto Psicopatología de la vida cotidiana,
de 1901. Freud describe su acto fallido, el olvido del nombre Signorelli, y la aparición, en su
cadena asociativa, de dos nombres sustitutos: Botticelli y Boltraffio. Ese acto fallido, según
Freud, se dio en función de ciertas condiciones: a) hay cierta predisposición para su olvido;
b) ocurrió en un proceso de represión en un tiempo anterior y c) ocurrió una posibilidad de
establecer una asociación extrínseca entre el nombre en cuestión y el elemento antes reprimido.
El inconsciente freudiano es aquello que se manifiesta en los sueños, en los actos fallidos, chistes,
en fin, son las formaciones del inconsciente o, dicho de otro modo y de acuerdo con Lacan, las
manifestaciones del inconsciente son tropiezos, desfallecimientos o rajaduras.
en el significante y por su inscripción en la cadena asociativa, ya que un signifi­
cante asume el valor siempre que esté delante de otros significantes.
Para finalizar este tópico, vale retomar a Lacan (1964)43y su articulación de
cura psicoanalítica con el materna de la fantasía y su relación con el objeto a, al
describir dos operaciones importantes: la alienación y la separación. La aliena­
ción, como ya fue dicho, se refiere al precio que el neurótico paga por su inscrip­
ción en el universo del lenguaje, al someterse al registro de lo simbólico —en
la medida en que el deseo humano se constituye desde su posición delante del
Otro materno—, según el primer tiempo del Edipo, ya que el deseo humano se
establece a partir del discurso del Otro. Ya la separación, condición importante
para la cura psicoanalítica de la clínica de las neurosis, indica la responsabilidad
del sujeto en asumir su propio deseo.

3.3 La p a ra n o ia y el E d ip o en L acan

El recorte de los tres tiempos del Edipo en la neurosis, su formalización a par­


tir del esquema R y de la banda de Moebius permitió apuntar relaciones impor­
tantes entre determinada concepción de subjetividad y sus consecuencias sobre
la teoría del método de intervención en el tratamiento psicoanalítico. Lo mismo
proponemos para la teoría lacaniana de la paranoia —objeto de esta reflexión—,
ya que, en ese momento, será presentado el modo en que se da la constitución
de la subjetividad en la paranoia 44y la formalización propuesta por Lacan del
campo de la realidad a partir del delirio de Schreber, presente en el esquema I,
para ahí sí formular la indicación clínica para el manejo de la transferencia en
la clínica de la paranoia stricto sensu. Ese punto será de gran valor, pues la idea
de escucha del delirio y la construcción de una metáfora delirante servirán para
problematizar aspectos clínicos presentes en el AT, tales como la instalación del
dispositivo de tratamiento y la idea de la mirada en red.
Sin embargo, en referencia al esquema I, Lacan no teorizó la idea del plano
proyectivo capaz de animar la estructura, tal como lo hizo al recortar el campo
de la realidad en la neurosis, a través de la banda de Moebius. Ahí reside el pun­
to neurálgico que pretendemos teorizar en este trabajo, pues la hipótesis teórica
aquí defendida, la de que el AT implica efectos clínicos propuestos por la ética

43. Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.


44. Evidentemente, la problemática del padre y la idea de fracaso de su función en estas etapas
lógicas de constitución de su subjetividad, así como sus consecuencias, compondrán el eje
teórico propuesto.
psicoanalítica, será investigada a partir del concepto objeto a y su incidencia en
la paranoia. A esa idea, se acrecienta también la noción de sinthome, tal como
Lacan lo formuló en el Seminario 23, Joyce, el sinthome, pues allí reside una in
dicación teórica importante para la confirmación de la hipótesis de investigación
aquí defendida: la de que el AT acarrea efectos coincidentes con aquello que La­
can nombró como el tratamiento posible de las psicosis.

3.3.1 La paranoia a partir de la teoría lacaniana del Edipo

Se puede afirmar que la construcción de la neurosis y de la paranoia, en re­


lación al primer tiempo del Edipo, son equivalentes. La función materna en el
primer tiempo del Edipo en la neurosis condice con la efectivización de la célula
narcisista entre la madre y el niño, en el momento en que ambos personajes de
la estructura edípica establecen, entre sí, una especie de amalgama o un víncu­
lo simbiótico. Retomamos aquí la noción de que el niño es el falo de la madre y
la madre simboliza al niño como falo, según el estatuto que el niño asume en su
deseo45 —deseo de la madre—. Existe también la transmisión del Ideal del Otro
y la realización de la constitución del narcisismo primario o estadio del espejo,
tal como vimos en Freud o en Lacan.
No obstante, la paranoia se diferencia de la neurosis en aquello que concier­
ne a la etapa lógica de estructuración de la subjetividad, según Lacan46, al afir­
mar que hubo una falla de la función paterna, en el momento en que se inscri­
be el segundo tiempo del Edipo. El tiempo posible de inscripción de la ley sim­
bólica se perdió, pues no hubo una abertura, en la estructura edípica, para que
la madre ofreciera un espacio posible con la finalidad de efectivizar la entrada
del padre y su transmisión de la ley simbólica. En ese caso, se caracteriza al pa­
dre como padre débil, impotente, o un padre déspota. Ambos son inoperantes
en el hecho de desviar la mirada de la madre para alguna otra cosa que no sea su
hijo, en el sentido de crear un hiato, un hueco desde el punto de vista del niño,

45. Aquí también vale un comentario sobre la diferencia entre el tipo clínico del autismo, la
esquizofrenia, la melancolía y la paranoia. Cabas (1988) reconoce que en todos los tipos
clínicos citados existe la ausencia del significante Nombre-del-Padre. Sin embargo, propone
una distinción entre autismo y esquizofrenia, por un lado, y melancolía y paranoia, por el otro,
pues las dos primeras son consideradas como psicosis de ausencia, mientras que las otras dos
son psicosis de presencia. De ese modo, se afirma, por ejemplo, que en la melancolía y en la
paranoia hubo una clara inscripción de la función materna.
46. Seminario 5, Las formaciones del inconsciente y De una cuestión preliminar a todo tratamiento
posible de las psicosis.
para que se encuentre con la falta del Otro materno. El niño no se encontró con
el hecho de que no es más el falo de la madre, ya que la completitud imaginaria
típica del primer tiempo del Edipo no fue rota. No existe el pasaje del falo ima­
ginario al falo simbólico y la posibilidad de resigniñcación del significante fálico.
Lacan47 atribuye a ese mecanismo el término forclusión, término oriundo de
la lengua francesa, más precisamente del campo jurídico, para designar la im po­
sibilidad de apelación de un proceso en función de la pérdida del plazo. Prescri­
bió el plazo de apelación de un proceso en el campo jurídico, prescribió el plazo
de inscripción del sujeto en la ley simbólica cuando se refiere a la constitución
de la subjetividad. El término forclusion es traducido como forclusión, neologis­
mo de la lengua española usado como equivalente de la Verwerfung freudiana.
El niño, al tenerla oportunidad de encontrarse con la percepción de la diferen­
ciación sexual, al ser convocado a atravesar la provocación edípica, rechaza esa
misma percepción y no se inscribe en la división de los sexos.
La consecuencia oriunda de ese mecanismo lógico de constitución de la sub­
jetividad de las psicosis —también presente en el tipo clínico de la paranoia— es
la de no someterse al registro de lo simbólico y, por lo tanto, no insertarse en la
lógica discursiva del lazo social. No se establece la lógica del pacto edípico y del
pacto cultural, tal como aparece en Tótem y tabú de Freud (1913), teniendo en
cuenta que en él hay una renuncia pulsional incestuosa y, en contrapartida, una
filiación simbólica ordenada por la ley cultural de la prohibición del incesto, en
el que las relaciones de alianza no coinciden con las relaciones de parentesco.
La forclusión del significante Nombre-del-Padre en el Otro genera conse­
cuencias importantes para la reflexión acerca de la subjetividad en la psicosis.
El Otro, en la psicosis, no es barrado, a diferencia de la neurosis, ya que en esa
última estructura clínica existe en el Otro el significante de la castración, lo que
lo torna inconsciente, marcado por la falta y por la presencia de la ley simbólica.
El Otro en la psicosis es consistente. En la paranoia, se habla de otro absolu­
to. Quinet (1997) compara la posición estructural48del paranoico con el primer
tiempo del Edipo, ya que el Otro asume un estatuto avasallante, tal como la ma­
dre en ese tiempo lógico, teniendo en cuenta que el niño se sujeta a los caprichos
de su deseo, identificado con el falo imaginario de la madre. La falla de la fun­
ción paterna —la no inscripción del significante Nombre-del-Padre en el deseo
del Otro— no permitió que el niño saliese de la posición de objeto de goce de la
madre. Faltó también una inscripción en el registro de lo simbólico.

47. Seminario 3, Las psicosis.


48. Según Quinet, se trata tan solo de una analogía, considerando que el psicótico no fue capaz de
atravesar la provot ,n:ión edípica y, por lo tanto, no constituyó el Edipo propiamente dicho.
La consecuencia clínica de ese Otro terrible y gozador, de acuerdo con la ex­
presión acuñada por Quinet, reside en el hecho de que la falla de inscripción
en el registro de lo simbólico permite una lectura importante sobre el fenóme­
no psicótico, que se equipara a un efecto de emergencia en la realidad, que no
se sustenta para el sujeto psicótico, pues se habla de una significación imposible
para él, ya que no formó parte de su estructura.
Freud (1924)49formula la hipótesis de que el psicótico substituyó un fragmen­
to de una realidad insoportable por otra menos imposible: el delirio.

[...] La carencia en lo simbólico del Nombre-del-Padre corresponde a esta fisura en la


realidad del sujeto psicótico que es rellenada por el delirio. La forclusión del Nombre-
del-Padre en la psicosis encausa la cadena de significantes que asume, entonces, su in­
dependencia y se pone a hablar, a pesar del sujeto. La ley del significante ejercerá sus
efectos sobre éste y lo hará hablaren una lengua ignorada por él (QUINET, 1997,p. 30).

El sujeto psicótico, por estar sujetado a los imperativos del Otro, aprehende
su relación con ese mismo Otro desde el significante, lo que resulta en un dis­
curso absolutamente vacío de sentido50. El Otro es tomado por alguien, por un
personaje que sustenta las identificaciones imaginarias del sujeto, de modo tal
de convertirse en un otro perseguidor. “[...] el personaje inicialmente idealizado
se torna en aquel que lo observa, le da órdenes y lo somete a su querer”. (QUI-
NET, 1997, p. 31).
Es común verificar la existencia del otro perseguidor en los contenidos de­
lirantes de los pacientes psicóticos. Es lo que veremos en la secuencia, al aden­
trarnos en el delirio de Schreber y su formalización.

3.3.2 El delirio de Schreber, el esquema I para formalizar el campo


de la realidad en la paranoia y una indicación para el tratamiento
posible de las psicosis: la construcción delirante

El esquema I51, propuesto por Lacan (1957-1958), transpone la lógica presen­


te en el esquema R, sobretodo en lo que se refiere al cuadrilátero M iml y su rela­
ción con el campo de la realidad. Su intención es formalizar el campo de la rea­
lidad —a partir de sus puntos— en la paranoia, en el sentido de ofrecer al lec-

49. Neurosis y psicosis, de 1924


50. Más adelante será retomada esa discusión.
51. De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis (1957-1958)
tor una estructura del delirio e indicar pistas de aquello que se aprehende ante
su formalización.

Esquema I (apud QUINET, 1997, p. 55)

Tenemos aquí una secuencia de comentarios que se aproxima a aquella que


fue realizada en relación al esquema R. algunos puntos serán destacados, según
la secuencia que se presenta: la cuestión del objeto a en la paranoia y su relación
con el campo de la realidad; la idea del plano proyectivo que anima la estruc­
tura o, dicho de otro modo, un apuntamiento sobre la posibilidad —o no— de
realizarse una torsión con la figura delimitada por el campo de la realidad en la
paranoia, así como la noción de tiempo para la construcción de la metáfora de­
lirante; las instancias que delimitan el campo de la realidad en la paranoia, cua­
les sean, el narcisismo primario o el estadio del espejo y el Ideal de yo; o mejor,
el Ideal del Otro no barrado, y , por último, la indicación clínica presente en ese
esquema; en este caso, la noción de construcción de una metáfora delirante en la
paranoia capaz de realizar dos suplencias —la suplencia imaginaria y la suplencia
simbólica— como un modo de interrogar al sujeto en la clínica de la paranoia.
El objeto a en la paranoia y su relación con el campo de la realidad se distin­
gue al ser comparado con el objeto a en la neurosis y su vínculo con la realidad.
En el esquema R, la realidad es determinada por el registro de lo simbólico,
encuadrada por el registro de lo imaginario, al sustentarse por la extracción del
objeto a, ya que la castración simbólica fue exitosa. Lo simbólico barra al obje­
to a, al mismo tiempo que lo imaginario, además de contenerlo, también lo vela
—y así se afirma que él —el objeto a— se hace presente en la imagen del otro, a
pesar de estar velado. Quinet retoma el Seminario 10, La angustia, para descri­
bir los tiempos lógicos de la constitución del sujeto al ilustrar la incidencia del
gocé, de la angustia y del deseo. El primer tiempo del Edipo es marcado por el
goce y por la inscripción del significante en el cuerpo. El goce, donde reside la
pulsación de la vida, donde incide la relación de los objetos parciales de la pul­
sión en la sexualidad infantil —el seno, las heces, la vos y la mirada— son mar­
cados por la llegada de la castración y, por lo tanto, extraídos del campo de la
realidad. La inscripción del significante en el cuerpo o la identificación simbóli­
ca a través del Ideal del yo introduce al sujeto en el Otro y ofrece las condiciones
necesarias para la entrada de él en el universo del lenguaje. La angustia condi­
ce con el segundo tiempo del Edipo, en la medida en que es en ese tiempo lógi­
co que el niño se encuentra con la castración del Otro, el A barrado, la ley sim­
bólica y la entrada en el universo humano de la cultura. Por fin, el tercer tiempo
lógico condice con la estructuración del deseo y la estructuración de la fantasía
inconsciente, localizada al lado del Otro, aquí entendido como el representan­
te de la ley. La interdicción paterna, en la neurosis, hace que los objetos parcia­
les sean interdictos y perdidos para siempre.
Ya en la paranoia, el objeto a se encuentra desvelado, dado que los objetos
parciales mirada y voz son fácilmente identificables, ya que no hubo, en ese caso,
la extracción del objeto a del campo de la realidad para el sujeto en función de
la forclusión del significante Nombre-del-Padre. El objeto a, en la paranoia, se
encuentra al lado de la realidad. ¿Pero qué quiere decir eso? Ahora bien, por no
haber sido realizada la operación de la castración simbólica, queda en suspen­
so la estructuración de la fantasía inconsciente y el sujeto del deseo. En el tiem ­
po lógico de la angustia, el sujeto se confronta a un Otro no castrado, absoluto,
y que, por lo tanto, todo ve y todo habla.
De acuerdo con Quinet (1997), la no castración en el Otro propicia el hecho
de que los objetos parciales aparezcan en el campo de la realidad. Además, de
eso se trata cuando Lacan (1955-1956), en el Seminario 3, Las psicosis, ilustra
el modo en que se da la manifestación del lenguaje en la paranoia, más precisa­
mente la alucinación. Lacan trabaja esa cuestión a través de una paciente. Ella
estaba volviendo de la carnicería cuando encontró a un vecino al que ella juz-*
gaba como un joven de hábitos fútiles. Al encontrarse, la paciente dice: “vengo,
del fiambrero”. Fue en ese momento que ella escuchó la palabra “marrana”, se­
gún ella, dicha por el vecino. ¿Se trata aquí de un mensaje que el sujeto recibe de
forma invertida? Lacan se pregunta: “¿Qué es marrana? Es, en efecto, su men­
saje, pero ¿no es más bien su propio mensaje?” (LACAN, 1988, p. 61). Lo im­
portante es pensar que de hecho la palabra “marrana” haya sido realmente oída.

¿Quién habla? Ya que hay alucinación, es la realidad la que habla. Nuestras premisas
lo implican, si planteamos que la realidad está constituida por sensaciones y percepcio­
nes. Al respecto no hay ambigüedad, no dice: Tuve la impresión de que me respondía:
Marrana [...] (LACAN, 1988, p.62).
Es la realidad que habla. La paciente recibe del otro su propia habla.
¿Y el campo de la realidad en la paranoia? La forclusión del Nombre-del-Padr:
del registro de lo simbólico promueve un desencuentro, una hiancia entre el re­
gistro de lo simbólico y el registro de lo imaginario. La neurosis trae consigo una
contigüidad entre el Nombre-del-Padre y el falo imaginario, que se encuentran
en un mismo punto topológico. Ya en la paranoia es posible afirmar que hay dos
huecos, tal como aparecen en el esquema I, considerando que el Po es la no ins­
cripción del Nombre-del-Padre y el <(>o se condice con la ausencia de la significa­
ción fálica. Hay ahí una serie de consecuencias importantes, tales como Quinet
(1997) sugiere, al proponer dos tipos de suplencias para pensar la metáfora deli­
rante, la suplencia imaginaria y la suplencia simbólica. La falla de la función pa­
terna —la forclusión del significante Nombre-del-Padre— resulta en una conmo­
ción de las identificaciones imaginarias del sujeto paranoico, ya que la crisis des­
encadenada en Schreber, en función de la irrupción del pensamiento “que bue­
no sería convertirme en mujer”, favoreció su disolución imaginaria —punto de
suma importancia para el presente trabaj o, que será retomado más adelante, cuan­
do tratemos el narcisismo primario o estadio del espejo e indicaremos aspectos
clínicos pertinentes para la teorización de la demanda del AT en la paranoia—.
En relación a la suplencia imaginaria, su transformación en mujer se refiere
a la idea del primer tiempo del Edipo, lo de ser el falo del otro. Sin embargo esa
condición no era sustentable, porque se aproximaba a la posición homosexual52,
que él abominaba, ya que calificaba a los hombres con quienes vivía como hom ­
bres que no tenían firmeza. La recomposición de lo imaginario de Schreber, re­
presentada en el esquema I, se agudiza con la práctica transexual (i) y una fan­
tasía sin mediación de su transformación en mujer (m). La hipérbola m - i con­
dice con la muerte del sujeto, en función de la ausencia de la significación fálica.
Es a través de la construcción de la metáfora delirante, al incluir ahí la idea de
la redención —copular con Dios y poblar el mundo con una nueva raza— que
Schreber va a reconstruir su mundo al aproximarse al registro de lo simbólico.
En relación a la suplencia simbólica, Schreber, a lo largo de su delirio, acepta
su condición de convertirse en mujer, no para relacionarse con otros hombres,
sino para ser una mujer de Dios, la mujer que llevaría a la humanidad a la reden­
ción, al poblar el mundo de hijos de Schreber con Dios. Desae el lado simbólico,

52. El lector puede recordar la hipótesis freudiana acerca de la etiología de la paranoia. Freud
había sostenido la hipótesis de que Schreber desarrolló su delirio en función de una defensa
frente a la pulsión homosexual. De hecho se confunde la posición homosexual con la idea del
empuje a la mujer, esa sí es una manifestación presente en la crisis del paranoico, tal como fue
descrlpto en el cuerpo de este texto.
(M) representa a su creador —Dios— y a las criaturas de la palabra, donde resi­
den una serie de alucinaciones. Ya lo (I) representa el lugar de la identificación
ideal, aquí tomado como el ideal del Otro, Otro absoluto —amado u odiado—,
capaz de capturar al sujeto en trampas. Lo I, según Quinet (1997), se constitu­
ye como el vacío de la ley o su “Orden del Mundo”, la redención, posición que lo
restituirá al campo de la realidad y la contención de una imagen. La hipérbola M
- 1 contornea la forclusión del Nombre-del-Padre, el Po, marcado por una asín­
tota que nunca llega a su fin. La suplencia simbólica le permitirá la recomposi­
ción del eje de lo imaginario, lo que resultó en consolidar una relación de amis­
tad con su mujer, a pesar de la práctica transexual y de la metáfora delirante de
ser la mujer de Dios. El restablecimiento de la realidad para Schreber le permi­
tió recibir el alta del hospital y retornar a la convivencia familiar.
Pero si el eje M - 1 compone una curva que no se delimita, ¿cómo se puede
pensar en una estabilización en la metáfora delirante de Schreber? Lacan (1953-
1954), en el Seminario 1, Los escritos técnicos de Freud, indicó la necesidad del
registro de lo simbólico para el establecimiento de las posiciones imaginarias del
sujeto en el mundo, considerando que “no puede establecerse ninguna regula­
ción imaginaria, verdaderamente eficaz y completa, si no es mediante la inter­
vención de otra dimensión” (LACAN, 1953-1954, p. 166).

Ahora bien, aquí reside un punto importante y que genera ciertas confusiones en el de­
bate acerca de la constitución del sujeto del inconsciente en la paranoia, pues la afir­
mación de que ese sujeto rechaza la percepción de la castración en la mujer, o entonces
de que el significante Nombre-del-Padre estáforcluído, no permite sostener la hipótesis
de que no existe la incidencia del registro de lo simbólico en la clínica de la paranoia.
El campo de la realidad en el esquema 1 indica la superposición del mismo sobre el re­
gistro de lo imaginario, donde inclusive se establece la relación de Schreber con el otro,
marcado por un límite establecido por lo simbólico, aunque ese límite sea distorsiona­
do. “[...] se le hace habitable, pero también que [...] distorsiona, a saber retoques ex­
céntricos de lo imaginario I y de lo simbólico S, que [...] reducen al campo del desnivel
entre ambos” (LACAN, 1957-1958, p. 580).

Como vimos, la construcción de la metáfora delirante conlleva una suplencia


simbólica. Dicho esto, vale considerar la cuestión del tiempo en la dirección del
tratamiento de la paranoia, según fue descripto en relación a la idea del plano pro-
yectivo y la banda de Moebius. En comunicación oral, Antonio Quinet53 afirmó

53. António Quinet profirió una conferencia en Sao Paulo, Brasil, en la EPFCL-SP (Escola de
Psicoanálise dos Fóruns do Campo Lacaniano), para lanzar su libro Psicose e lago social, Ed.
zahar,
que el esquema I conlleva la misma Idea de formalización presente en el esque­
ma R, en lo que concierne a las instancias psíquicas presentes en la delimitación
del campo de la realidad —el narcisismo primario o estadio del espejo y el Ideal
del yo, aquí entendido como Ideal del Otro no barrado—, instancias que animan
la estructura, considerando que imprimen en la formalización del esquema I una
dimensión del tiempo en la dirección de tratamiento de la paranoia. Quinet, sin
embargo, afirmó que no existe trabajo alguno en que se presente una propuesta
de construcción de una figura topológica para el campo de la realidad en la para­
noia, tal como existe para la banda de Moebius, efectiva a partir del corte y de la
torsión del campo de la realidad en el esquéma R. Sin embargo, es posible extraer
del esquema I apuntamientos importantes, en aquello que su formalización de­
muestra, tal como fue dicho anteriormente y como se verificará a continuación
El desencadenamiento de una crisis se da en función de una apelación del re
gistro de lo simbólico imposible de responder para el sujeto. Ahí reside el fun­
damento teórico para pensar el desencadenamiento de una crisis, o llamado de
la realidad para que el sujeto ocupe un lugar cuya imposibilidad es estructural,
ya que existe la apelación al Nombre-del-Padre que fuera forcluído.
La realidad del sujeto en la psicosis, según Quinet (1997), es determinada por
la relación del sujeto con el significante, formateada por el registro de lo imagi­
nario y que puede ser esquematizada de la siguiente manera, en tres tiempos:

Io) Momento que antecede a la crisis: el sujeto, en ese tiempo, se apoya en


los objetos de la realidad a partir de bastones imaginarios, ya que el sujeto
se identifica con el falo imaginario, propio del primer tiempo del Edipo.
2°) Desencadenamiento de la crisis: lo que se verifica en ese momento, cuan­
do se trata de una suerte de crisis psicótica, es el predominio del narcisis­
mo primario o estadio del espejo, según Freud, ya que es en ese momento
subjetivo que la libido es retirada de los objetos de la realidad 54e investi­
da en el propio yo, además de producirse la disolución de lo imaginario.
Hay una caída de la identificación del sujeto al falo imaginario.
3o) Estabilización del delirio: se habla aquí de una reestructuración de lo
imaginario a partir del trabajo de construcción de la metáfora delirante.
En Schreber, el desencadenamiento de la crisis presente en el esquema I
se dio en el momento en que se encontró con la alucinación “qué bueno
sería convertirme en una mujer”. Ahí residió su sepultura del m undo o,
según Quinet (1997), el periodo de

54. Aquí es posible asignar la bella metáfora de Freud empleada para describir ese proceso, en este
caso, la imagen de la sepultura del mundo descripta en el capítulo anterior.
[ . . . ] catatonía cuando él ve su nombre en la sección de obituarios en los periódicos.
[ ...] lo imaginario del yo [ ...] se disuelve, se despedaza y toda la estructura cortante del
espejo se manifiesta con su filo mortal (él es reducido a un “cadáver leproso” duplicado)
y el mundo es desinvestido (Q U IN E T , 1997, p.54).

La formalización del delirio de Schreber, presentada en el esquema I, tiene


la dimensión del tiempo en el tratamiento de la psicosis, ya que en ella reside
el tiempo de eclosión de la crisis —la disolución de lo imaginario—, así como
su restablecimiento, dado que la construcción de la metáfora delirante, como
ya fue dicho, conlleva la suplencia imaginaria y también la suplencia simbóli­
ca, esta última a través de la inclusión de la figura de Dios, el Otro no barrado,
en su sistema delirante.
Freud55 inauguró la dimensión ética del psicoanálisis frente al tratamiento
de las psicosis, dado que el delirio debe ser escuchado, y no removido. El delirio
como una tentativa de cura, como una forma de reestablecimiento de una reali­
dad menos insoportable para el sujeto, es un intento de barrar el goce narcisis-
ta al localizar el goce en el campo del Otro. En relación al objeto a, fue visto que
él, en el desencadenamiento de la crisis, no se separa del cuerpo y, en ese senti­
do, la construcción de la metáfora delirante es un intento del sujeto de separar­
se de ese objeto, al localizar el goce en un objeto separado de su cuerpo. Según
Quinet (1997), se trata de:

[ ...] una indicación clínica bastante precisa [...] : lo que constituye el sufrimiento del su­
jeto es justamente esa dispersión, ese despedazamiento de goce, siendo eminentemen­
te terapéutico y apaciguador el intento de condensar el goce en un objeto fuera del su­
jeto (Q U IN E T , 1997, p. 70).

La indicación clínica presente en el texto De una cuestión preliminar a todo


tratamiento posible de las psicosis —en el momento en que Lacan describe la ac­
ción de los objetos parciales en el surgimiento de la crisis de Schreber (la voz en
las alucinaciones y la condensación del goce en el objeto anal)— ofrece perspec­
tivas de estudio e investigación acerca del modo en que cada sujeto psicótico en­
contrará su solución singular para lidiar con su crisis, fruto de la imposibilidad
de responder a la apelación del registro de los simbólico, así como el intento de
separarse de esos objetos con los cuales su ser se identifica.
Es en ese punto que exponemos el último argumento de este capítulo, una
concepción teórica acerca del registro de lo real inherente a la noción de crisis

55. S. Freud (1909), Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia


paranoides) descripto autobiográficamente,
psicótica, así como un manejo de la transferencia que condice con la noción de
la construcción de la metáfora delirante.
Lacan propone un retorno a Freud, cuando este último aborda la psicosis in­
corporando la lógica del tratamiento de la neurosis al de la psicosis, lo que resul­
ta en una lectura de la psicosis a partir de los referenciales de lo simbólico. La­
can indica otro camino: le cabe al psicoanálisis teorizar la clínica de la psicosis
más allá del registro de lo simbólico y así distinguir la clínica de la neurosis de la
clínica de la psicosis. Una vez más, recuperamos el contrapunto descripto ante­
riormente entre la neurosis y la psicosis, ya que la indagación pertinente consis­
te en diferenciar la relación del sujeto con la realidad, así como el modo en que
se da esa relación en las estructuras clínicas mencionadas.
En la neurosis es en el segundo tiempo, y en la medida en que la realidad no
es plenamente rearticulada de manera simbólica en el mundo exterior, que existe
en el sujeto una pérdida parcial de la realidad, incapacidad de enfrentar esa parte
de la realidad, secretamente conservada. En la psicosis, al contrario, es realmen­
te la propia realidad que es en primer lugar provista de un agujero, que el m un­
do fantástico vendrá enseguida a colmar (LACAN, 1955-1056, p. 57).
De ese modo, para dar continuidad a la argumentación aquí propuesta, vale
verificar cuál es el mecanismo de formación del síntoma. Retomamos la contri­
bución de Jean Hyppolite sobre la Verneinurg, o punto de origen de la simboli­
zación. Apuntamos para la necesidad de distinguir el concepto de Verneinungy
Bejahung. Lacan afirma:

[.. Jen lo inconsciente, todo no está tan sólo reprimido, es decir desconocido p o r el suje­
to luego de haber sido verbalizado, sino que hay que admitir, detrás del proceso de ver-
balización, una Bejahung prim ordial, una admisión en el sentido de lo simbólico, que
puede a su vez fa lta r (1955-1956, p. 21).

Se trata de la Bejahungpura, pasible o no de concretizarse, y en la cual se pro­


duce una primera dicotomía, pues aquello que recae en la primera simbolización
tendrá destinos diversos de aquello que recae sobre la primacía de una Verwer-
fung primitiva. En esta última ocurre un fenómeno de exclusión, una negativa
del sujeto de algo del orden simbólico, en este caso, la amenaza de castración.
Cabe atenernos al ejemplo del Hombre de los Lobos. Al jugar con su cuchi­
llo, él se corta el dedo, que queda unido a la mano solamente por un pedazo de
piel Cuando se ubicó al lado de su niñera, a la cual le confiaba sus experiencias,
no quiso hablar sobre ello. Destacamos de ese hecho: ¿Cuán significativo es no
poder hablar sobre eso?
La relación que Freud establece entre este fenómeno y ese muy especial no saber nada
de la cosa, [...], se traduce así: lo que es rehusado en el orden simbólico, vuelve a surgir
en lo real (LA C A N , 1955-1956, p. 22).

El fenómeno alucinatorio se da por el reaparecimiento en lo real de aquello


que no puede ser simbolizado, o entonces, rechazado por el sujeto.
El descubrimiento freudiano también apunta a la imposibilidad de otorgar
al hombre una natural adecuación a la realidad. Freud destaca el hecho de que
la organización de la sexualidad humana se da, exclusivamente, por el ordena­
miento de la constitución bisexual humana al orden simbólico cultural. Es esto
lo que el complejo de Edipo quiere decir.
Así, cuando se busca responder a la cuestión del fenómeno psicótico, se en­
tiende que se trata de:

La emergencia en la realidad de una significación enorme que parece una na­


dería, en la medida en que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entró
en el sistema de la simbolización, pero que, en determinadas condiciones pue­
de amenazar todo el edificio (LACAN, 1955-1956, p. 102).

En el ejemplo de Schreber, según Lacan, la significación rechazada tiene re­


lación con la bisexualidad primitiva ya trabajada por Freud en los Tres ensayos
sobre la teoría de la sexualidad. Lacan nos indica que se trata de la función fe­
menina en su significación simbólica esencial.
En la neurosis, esa pulsión femenina aparece en los distintos puntos de sim­
bolización previa y encuentra eco en la solución de compromiso del síntoma. Es
la represión y el retorno de la represión. En la psicosis, en su inicio, lo no simbo­
lizado reaparece en lo real, a través de respuestas por el lado de una Verneinung
inadecuada o, en otros términos, insuficiente.

Se produce entonces algo cuya característica es estar absolutamente excluido del com­
promiso simbolizante de la neurosis, y que se traduce en otro registro, por una verda­
dera reacción en cadena a nivel de lo imaginario [ ...] (LA C A N , 1955-1956, p. 104).

El estudio de Schreber ilustra su dialéctica imaginaria y la consecuente rela­


ción especular del sujeto con el mundo.

Una exigencia del orden simbólico, al no poder ser integrada en lo que ya fu e puesto en
juego en el movimiento dialéctico en que vivió el sujeto, acarrea una desagregación en
cadena, una sustracción de la trama en el tapiz, que se llama delirio. Un delirio no ca­
receforzosamente de relación con el discurso normal, y el sujeto es harto capaz de co­
municárnoslo, y de satisfacerse con él, dentro de un mundo donde toda comunicación
no está interrumpida (LA C A N , 1955-1956, p. 105).

\vanzando más en la teoría, retomamos la idea de que la realidad solo pue­


de ser concebida como una trenza de significantes. Esa realidad, en ese m o­
mento de la enseñanza de Lacan, se organiza por la presencia del significante el
Nombre-del-Padre, significante porta voz del orden simbólico de la cultura. Es
en el complejo de Edipo que es ofrecida al hombre la posibilidad de pasar por
una provocación, un atravesamiento, siendo su realización final el sujetamien-
to a la ley simbólica. En la psicosis, el sujeto se sitúa al margen de esa provoca­
ción, o dicho de otro modo, le es negado el acceso a la realidad articulada a la
tram a de significantes del orden simbólico. Hay algo que le falta, el significan­
te Nombre-del-Padre.
Así, el point de capitón es determinante para pensar la experiencia humana,
y enfatizamos el valor del descubrimiento freudiano en cuanto a la provocación
originada en el Complejo de Edipo. En ese sentido, la consecuencia de la ausen­
cia del significante Nombre-del-Padre, en la psicosis, nos permite afirmar que
significante y significado están divididos y que el sujeto psicótico se concentra
en el significante. El delirio asume un sentido particular, en su certeza y en su
perplejidad.

No, hay que abordar lo que sucede en la psicosis en otro registro. No conozco la cuen­
ta, pero no es imposible que se llegue a determinar el número mínimo de puntos de li­
gazón fundamentales necesarios entre significante y significado para que un ser huma­
no sea llamado normal, y que, cuando no están establecidos, o cuando se aflojan, ha­
cen el psicótico (LA C A N , 1988, p.304).

Teniendo en cuenta las afirmaciones anteriores, podemos volver a la clíni­


ca y preguntar ¿cuál es el uso que el psicótico hace de su producción delirante?
¿Hay significación? Sin duda que sí, pero ¿cuál? El sujeto no sabe, a pesar de que
la significación está en primer plano. Para el psicótico, se sitúa en el plano de
comprensión, al igual que lo que se comprende no puede ser articulado, nom ­
brado, introducido por el sujeto en un contexto en que se explicite tal compren­
sión. Es en ese punto que Lacan critica la psicopatología de Jaspers y denuncia
el hecho de que es imposible, para el analista, comprender la producción deli­
rante del sujeto psicótico.
El delirio se expone de forma distinta del lenguaje común a través de la figu­
ra del lenguaje denominada neologismo —el uso de palabras nuevas o antiguas
con sentido nuevo—. Lacan sugiere dos tipos de fenómenos en los cuales se pro­
yecta el neologismo: la intuición y la fórmula. En lo que se refiere a la intuición,
le es atribuido un carácter pleno, una perspectiva nueva como si fuese un des­
cubrimiento fundamental: es el alma de la situación. Existe también el tipo de
significación que no remite a nada —fórmula—, que se repite con una estereo­
tipia constante. De acuerdo con Lacan,

[ ...] Ambas formas, la más plena y la más vacía, detienen la significación, son una es­
pecie de plomada en la red del discurso del sujeto. Característica estructural que, en el
abordaje clínico, permite reconocer la rúbrica del delirio (LA C A N , 1955-1956, p. 44).

Es en la economía del discurso descripta anteriormente, en la relación del su­


jeto con la significación, que nos permitimos distinguir el delirio como un fe­
nómeno elemental, como una indicación para la formulación del diagnóstico
psicoanalítico.
Por consiguiente, la clínica de la psicosis nos interroga: ¿de cuál real se
trata? Cuestión que trae consigo una ambigüedad. Se habla, por un lado, de
una concepción teórica sobre lo real de la psicosis, descripta anteriormente,
originada en los fenómenos clínicos con los cuales un psicoanalista se en ­
cuentra. Por otro lado, se tiene en la misma concepción teórica una indica­
ción clínica im portante, capaz de orientar a un psicoanalista en la dirección
del tratam iento de la clínica de la psicosis. El testigo o secretario del aliena­
do son expresiones que indican una posición clínica, una dirección posible
para el tratam iento de las psicosis. En la psicosis, el analista no com pren­
de y tam poco remite al sujeto psicótico a la imposibilidad de lo simbólico.
El analista busca atestiguar, sostener significantes del sujeto psicótico capa­
ces de dar contorno a lo real, capaces de dar contorno a ese sujeto que vive
el borde de la locura, y que puede, en cualquier momento, sumergirse en el
agujero de la psicosis.
Entendemos la indicación clínica del Seminario Las psicosis, anteriormen­
te trabajada, como el punto de partida para pensar el manejo de la transferen­
cia en la clínica de la psicosis. En la psicosis, el analista sostiene los significantes
del sujeto teniendo como principio ético el respeto a aquello que el propio pa­
ciente trae en la transferencia. El analista no interpola al sujeto psicótico con sus
“comprensiones” o lo remite a la imposibilidad de lo simbólico, pues allí el de­
lirio es entendido como una cura del sujeto psicótico, al menos en ese m om en­
to de la enseñanza de Lacan. El delirio es considerado como el modo particular
del sujeto psicótico de lidiar con la propia castración. Siendo así, recordamos el
hecho de que la ética del psicoanálisis, inaugurada por Freud en el caso Schre­
ber, promueve la no remoción del delirio, y sí la posibilidad de resignificación
de esa experiencia delirante, en la transferencia, como dirección de tratamien­
to psicoanalítico de la psicosis.
C a p ítu lo 4

La instalación del dispositivo


de tratamiento

Es sugerente ver que, para que todo no se reduzca de golpe a nada, para que
toda la tela de la relación imaginaria no se vuelva a enrollar de golpe, y no desa­
parezca en una oquedad sombría de la que Schreber al comienzo no estaba muy
lejos, es necesaria esa red de naturaleza simbólica que conserva cierta estabili­
dad de la imagen en las relaciones interhumanas (LACAN, 1955-1956, p. 117).

El epígrafe anterior es una Della descripción de Lacan respecto de lo que ocu­


rre con la disolución de lo imaginario en el desencadenamiento de la crisis psi-
cótica. Ésta surge cuando el sujeto psicótico es convocado a asumir un lugar de
imposibilidad simbólica, considerando que en su estructuración subjetiva no
existe la inscripción en una norma —la norm a fálica— en función de la forclu­
sión del significante Nombre-del-Padre. Ante el registro de lo simbólico, el pa­
ranoico se posiciona de acuerdo con cierta exterioridad, pues no hubo, en la es­
tructuración lógica de la subjetividad, según Freud (1925), un sujetamiento a la
ley simbólica en función de la aceptación del sujeto de la percepción de la cas­
tración de la madre o su sustituía; le faltó el reconocimiento de la división de los
sexos. Sin embargo, es posible afirmar que el paranoico puede pasar una vida
entera sin ningún desencadenamiento de crisis, mientras que en su historia no
exista una apelación para que el sujeto sea convocado a asumir un lugar de im­
posibilidad simbólica, tal como ocurre con Schreber en el momento en que fue
nombrado para asumir el cargo de juez presidente de la Corte de Apelación de
Dresden, episodio que desencadenó su segunda crisis psicótica. Es en esos m o­
mentos de crisis, de disolución de lo imaginario, que comúnmente ocurre una
indicación de tratamiento, tal como se verá a continuación.
Es en una crisis psicótica que los bastones imaginarios, que anteriormente
sostenían al sujeto en el lazo social, son disueltos. Es también en ese momento
que aparecen las alucinaciones como un retorno de algo del orden de lo real que
no encontró eco en las vías de simbolización y, en ese sentido, podemos ubicar
allí la principal demanda de intervención para el AT. Lacan1 (1957-1958), al
comentar el esquema I, describe el modo en que la acción del significante inci­
de sobre lo imaginario, al causar trastornos al sujeto, al determinar aquello que
Freud designó como la sepultura del m undo2, exigiéndole inclusive responder
con nuevos efectos de significante. Lacan descríbelas etapas subjetivas de Schre­
ber, desde la alucinación “que bueno sería ser una mujer”, hasta la construcción
de la metáfora delirante “copular con Dios para realizar la redención: poblar el
mundo con una nueva raza de hombres”, para afirmar que a lo largo de ese pro­
ceso subjetivo hay diferentes etapas de disolución del imaginario y también de
su reestructuración.
La contribución ae Lacan para la comprensión de la paranoia y la indicación
clínica de la construcción de la metáfora delirante son pertinentes para pensar
algunas cuestiones específicas de la clínica del AT.
Proponemos, por lo tanto, desarrollar algunos puntos, tales como las de­
mandas de indicación de un AT a partir de su especificidad, si se considera tam­
bién una condición particular de la paranoia, el hecho de que existe determina­
do modo de alienación en su constitución subjetiva —la alienación al deseo del
Otro—. De ese modo, hay que discriminar quien es aquel que demanda una in­
dicación de AT, teniendo en cuenta que hay casos cuya pertinencia de indica­
ción se justifica por una demanda de otro, por ejemplo, la familia, el psiquiatra
o la institución de tratamiento. Aquí reside un argumento clínico bastante im­
portante, que determina inclusive la dirección de tratamiento del AT, a partir
de la demanda de otro, crear estrategias, en la transferencia, para establecer una
transferencia posible en el tratamiento. Estamos hablando de la instalación del
dispositivo de tratamiento y de su articulación con la formulación de un pro­
yecto terapéutico3, considerando que hay casos en los que la formulación de

1. De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis (1957-1958).


2. La sepultura del mundo condice con una retirada silenciosa de la libido, que en otro momento
era investida en los objetos de la realidad. La libido se torna fluctuante hasta ser dirigida al propio
yo, tal como Freud describió y como fue destacado en nuestro capítulo “Freud y la paranoia^
3. Una vez más aparece la palabra terapéutico, aquí utilizada para pensar la idea de dirección de
tratamiento para el AT. Vale marcar el hecho de que la ética psicoanalítica no se consolida con
la idea de lo terapéutico, pero sí con aquello que el psicoanálisis propone como tratamiento
posible, lo que podría indicar un uso más preciso para la presente cuestión. Sin embargOi
tradicionalmente entre los analistas, la expresión más utilizada es proytcto terapéutico.
un contrato de trabajo con un paciente exige un tiempo previo, tal como la ex­
periencia clínica demuestra con frecuencia.
Otro punto de interés es la dimensión institucional que el AT asume, también
ligada a su propia indicación, oriunda de una lectura devenida de un montaje ins­
titucional, capaz de orientar manejos importantes con el propio paciente como
con la familia. Hay que considerar el hecho de que una indicación de AT, m u­
chas veces, ocurre en función de una historia de tratamiento en una institución.
Esa cuestión es importante, ya que las instituciones de salud mental, orientadas
por el psicoanálisis, presentan un procedimiento —aquí denominado mirada
en red— capaz de orientar la formulación de indicación de una demanda de AT.
Los puntos de interés para el presente libro serán teorizados a partir de frag­
mentos clínicos. Optamos por esa estrategia de ilustración, en vez de detener­
nos en un caso, pues la propia clínica del AT se define caso a caso, más precisa­
mente en aquello que concierne a su proyecto terapéutico. Existen casos en los
cuales la disolución imaginaria coincide con aquello que Lacan denominó como
oquedad sombría, junto con una producción delirante en cuyo contenido el otro
se presenta como alguien aterrorizador. Hay otros casos en que el contenido del
delirio no impide la proximidad de otro en la transferencia y, de ese modo, se
torna más fácil la instalación del dispositivo de tratamiento. Serán presentadas
viñetas clínicas de distintos pacientes para ilustrar los tiempos del sujeto, desde
la crisis psicótica hasta la instalación del dispositivo de tratamiento.
Existen circunstancias en que el AT es pensado en conformidad con un equi­
po de tratamiento constituido a priori, lo que determina la dirección de trata­
miento en función de aquello que el equipo o institución entienden como incre­
mento de su “montaje institucional de tratamiento”4. Sin embargo, es posible
verificar, en la clínica, que en ciertos casos el acompañante terapéutico es aquel
que incluye, a lo largo del tratamiento, la posibilidad de aumentar los dispositi­
vos de tratamiento de un caso. La primera circunstancia idealiza al AT como un
dispositivo de tratamiento de acuerdo con la especificidad de su montaje insti­
tucional, al tiempo que, en la segunda circunstancia, es el propio acompañante
terapéutico el que orienta el proyecto terapéutico de acuerdo con lo que es po­
sible o pertinente para la singularidad del caso, teniendo, como posibilidad, la
construcción de una red de tratamiento como perspectiva posible para la ideali­

4. La idea de “montaje institucional de tratamiento” condice con los dispositivos de tratamiento


presentes en un montaje institucional, donde comúnmente se encuentran: los grupos u oficinas
terapéuticas, la psiquiatría, en ciertos montajes la terapia familiar o grupo de padres, la asistencia
social, entre otros. Cada equipo tiene una historia institucional, determinada por los obstáculos
que la clínica ofrece y sus consecuentes modos de superación.
zación de un proyecto terapéutico. Una vez más, es la mirada en red la que atra­
viesa la clínica del AT.

4.1 De la demanda de tratamiento que viene de otro a la instalación


del dispositivo de tratamiento, o los tiempos previos para el
establecimiento de la transferencia y el acompañamiento terapéutico

A pesar de que el presente capítulo se destina a la discusión de la noción de


la transferencia en la clínica psicoanalítica de la paranoia y de sus articulaciones
con los manejos posibles en la transferencia en el AT, vale, para comenzar, recu­
perar la discusión respecto del modo en que Freud inauguró la posición ética del
psicoanálisis de la escucha del delirio, lo que permitió, inclusive, en el retorno de
Lacan a Freud, una indicación acerca del manejo de la transferencia en la para­
noia. Es sobre eso que tratamos en este capítulo: de abarcar la noción de trans­
ferencia en la paranoia, originada en la clínica stricto sensu, de modo tal de ofre­
cerla como una herramienta conceptual para la teorización de los aspectos m en­
cionados: la instalación del dispositivo de tratamiento y la idea de la mirada en
red como procedimiento clínico, no solamente en el AT, sino que puede utilizar­
se por todos aquellos que se inserten en una red de tratamiento de un paciente.
Proponemos, para empezar, problematizar el manejo de la transferencia en
la paranoia, con una tendencia de la psiquiatría —de carácter organicista— que
trabaja en la perspectiva de la remoción del delirio, tal como Freud pretendía
hacer con la hipnosis. Ahora bien, sustentar los significantes, en la transferen­
cia, de forma tal de posibilitar la escucha del delirio, es algo que sólo es posible
mientras no se busque su extinción por la vía medicamentosa.
Freud, en el momento pre-analítico de su obra, utilizó la lógica médica, en la
que la noción de causalidad de carácter mecanicista se hace presente, en el in­
tento de remoción del síntoma por la práctica de la hipnosis. La acción del mé­
dico, o igualmente de Freud en el momento que antecede al descubrimiento de
la asociación libre5, consiste en, a partir del síntoma, detectar su causa y remo­
verla, pues sería posible eliminar el propio síntoma. La ética defendida en ese ra­
ciocinio es la de la remoción del síntoma, pero inclinada hacia la ética del indi­
viduo y su bienestar, distinta a la ética psicoanalítica, que promueve la ética del
sujeto: no el bienestar, sino el hablar bien. Hay que considerar el hecho de que
es común un tipo de prescripción médica que pretende la eliminación comple­
ta del delirio, tal como un médico que actúa sobre un síntoma físico cualquie­

5. Descubrimiento fundamental que desembocó en la invención del psicoanAlUI*.


ra. Los representantes de una tendencia psiquiátrica más biológica pueden ar­
gumentar a partir del raciocinio expuesto anteriormente. El delirio es algo que
perturba el orden establecido, es una disfunción y merece ser eliminado a cual­
quier costo. Las consecuencias de este tipo de argumentos son claras, ya que no
existe ningún cálculo sobre el dosaje de medicamentos a ser administrado, Al­
gunas dosis de medicación, en ciertos casos, son indicadas y alcanzan su obje­
tivo mayor: la extinción del delirio. Sin embargo, el precio que se paga también
es muy alto, considerando que las condiciones subjetivas del sujeto se aniquilan
por completo, además de causar daños por la impregnación del remedio» tales
como temblores, disfunciones en el sueño, entre otros. Este punto es delicado y
merece una discusión, ya que la psiquiatría es una gran aliada de la clínica de las
psicosis, haciéndose presente también en la práctica del AT.
En ciertos casos, no es posible prescindir del tratamiento medicamentoso en
la clínica de las psicosis, dado que el brote moviliza un montante de angustia
que, en muchos casos, es insoportable para el sujeto, pudiendo inclusive poner su
propia supervivencia física en riesgo. Los avances de los medicamentos, inclusi­
ve, contribuyen para la consolidación de la sustitución de los manicomios —las
instituciones cerradas— de modo tal de posibilitar la clínica del AT. La alianza
con la psiquiatría puede ser necesaria, mientras que el dosaje recomendado por
el médico sea calculado entre un apaciguamiento de la angustia movilizada en
una crisis, por un lado, y por el otro, la manutención del delirio, condición sine
qua non para la emergencia del sujeto en la transferencia. No obstante, hay cier­
tos casos en los que es posible prescindir del uso de medicamentos.
Una vez realizadas algunas consideraciones al respecto de lo que es posible
extraer de la teoría del trauma y de la seducción —en su aplicabilidad en relación
a la psiquiatría—, podemos problematizar el AT como una estrategú im portan­
te para la instalación del dispositivo de tratamiento, al considerar los tiempo del
sujeto: del odio a alguien a la erotomanía. El argumento reside en la idea de las
distintas etapas de disolución del imaginario y, de ese modo, a continuación, a
partir de viñetas clínicas, proponemos problematizar sus estrategias de mane­
jo de la transferencia, así como los modos de subversión de la demanda del otro
para la instalación del dispositivo de tratamiento. De ese modo, presentaremos
recortes clínicos que describirán distintas circunstancias, en las cuales será po­
sible percibir sus etapas de construcción.

A pesar del sufrimiento brutal que la crisis psicótica produce, es bastante co­
mún verificar una completa aversión del sujeto a cualquier posibilidad de proxi­
midad de alguien que pueda tratarlo. Vimos que el origen del AT está ligado a
casos en los que el paciente no adhería a la oferta de tratamiento en la institu­
ción y, por consiguiente, permanecía en la clausura o aislamiento. Fue allí don­
de surgió —esa es al menos una versión al respecto del origen del AT— la idea
de que alguien ligado a un equipo institucional pudiese ir al encuentro del pa­
ciente para crear una demanda de tratamiento —que viene de otro en el primer
momento—, pero posteriormente legitimada por el propio paciente. El acom­
pañante terapéutico aquí se aproxima a la ética del psicoanálisis, según la cual el
deseo del analista6 implica una apuesta en el sujeto del inconsciente.
Otro aspecto a ser considerado es la cuestión del concepto de transferencia y
su articulación con la noción de encuadre o setting analítico. ¿El fenómeno de la
transferencia ocurre solamente en el consultorio? ¿El setting analítico es el pre­
supuesto que antecede o garantiza el fenómeno transferencial? Aquí reside un
punto importante de discusión, pues notamos, a lo largo de la historia del psi­
coanálisis, una tendencia en condicionar la ocurrencia de la transferencia a la
existencia del setting, como si este último le atribuyera un valor de garantía para
su existencia. Si de hecho eso ocurriese, no sería posible pensar en la noción de
transferencia y sus manejos en el AT, teniendo en cuenta que la transferencia es
la condición necesaria para que haya psicoanálisis. La transferencia no se de­
fine por un territorio físico, su manifestación no depende de las paredes de un
consultorio. Afirmamos que su existencia está en otras relaciones no solamen­
te entre un paciente y un psicoanalista. La transferencia, a modo de ilustración,
ocurre en un aula, entre profesor y alumnos, entre psicoanalistas en una escue­
la de psicoanálisis, etc.
Siendo así, podemos problematizar la noción de setting para interrogar su su­
puesta validez como garantía para la ocurrencia de un “buen” psicoanálisis. Por
setting se entiende un conjunto de reglas7 más o menos establecidas que sostie­
nen la intervención analítica, tales como el pago de la sesión, su tiempo de du­
ración, la frecuencia de sesiones en una semana, la disposición de los muebles
en un consultorio y, en ese sentido, el uso del diván, entre otros. Ahora bien, lo
que se percibe es una especie de marco de prerrogativas absolutamente exter-

6. Lacan, en muchos momentos de su obra, destaca que el producto final de un análisis es un


analista, cuando se produce el deseo del analista como producto final de un análisis. Veamos
una cita de Lacan (1964): “¿cuál es el fin del análisis más allá de la terapéutica? Imposible no
distinguirlo de ella cuando se trata de hacer un analista. Pues, lo hemos dicho sin entrar en
el resorte de la transferencia, es el deseo del analista el que en último término opera en el
psicoanálisis” (LACAN, 1964, p. 868).
7. Es interesante destacar que Freud designó los elementos presentes en la definición del setting
como recomendaciones y no como obligatoriedades o puntos condicionantes para el ejercicio
del psicoanálisis.
ñas a la condición esencial del ejercicio del psicoanálisis, en este caso, la manu­
tención de solamente una regla fundamental: la asociación libre. La transferen­
cia, por Un lado, se define por una suposición de saber8 en un otro, a quien es
dirigida una palabra al respecto de un sufrimiento que asume un sentido singu­
lar y, por el otro, hay un analista que se presta a soportar el lugar que le es dado
en la propia transferencia, cuando escucha al paciente según aquello que Freud
denominó como atención flotante.
De ese modo, mutatis mutandis, el problema de la transferencia se encuentra
también en la clínica de la paranoia. La cuestión, en este momento, no es saber
si existe o no transferencia en la psicosis, sino problematizarla, tal como Lacan
propuso en relación a la idea del secretario del alienado, según su posición ex­
puesta en el Seminario 3, Las psicosis. Lacan, en ese momento de su obra, indi­
ca un tratamiento posible de las psicosis, indicación que pasa por el manejo de
la transferencia que se da, ya sea en un consultorio particular o en las institucio­
nes y, evidentemente —¿y por qué no?—, también en los espacios de la ciudad.
Se parte de ese presupuesto: hay transferencia en la paranoia, y su ocurrencia se
soporta a través de la garantía de encuadre. Hay transferencia de un paciente psi­
cótico con su analista, pero también con el acompañante terapéutico, en el inte­
rior de su vivienda o del mismo paciente paranoico con el conductor de ómnibus.
¿Y cómo caracterizar el fenómeno de la transferencia en la psicosis, más pre­
cisamente en la paranoia? Aquí residen dos aspectos a ser considerados... El
primero consiste en recuperar el prim er tiempo del Edipo, más precisamente el
modo en que el niño se posiciona ante la madre, pues ahí se encuentra una ca­
racterización del fenómeno de la transferencia en la clínica, dado que la trans­
ferencia remite a una relación dual, que convoca al analista a asumir un lugar
relacionado al prim er tiempo del Edipo. El segundo aspecto condice con el he­
cho de que Lacan, en el Seminario 3, Las psicosis, ofrece una indicación clínica
pertinente como una primera vertiente de tratamiento psicoanalítico de la pa­
ranoia, en este caso, la noción de secretario del alienado, articulada con la idea
de que la paranoia, así como los otros tipos clínicos de la estructura psicótica, al
igual que las otras dos estructuras clínicas, neurosis y perversión, son pensadas
como fenómenos del lenguaje.
Como punto de partida, se tiene la idea de que, en el primer tiempo del Edi­
po, el niño se posiciona como el falo del O tro materno, el Otro absoluto que po­
siciona al niño como un falo imaginario, como aquello que justamente lo com­
pleta. Aquí también vale recuperar la noción de amalgama, o la idea de simbio­
sis, presente en el primer tiempo del Edipo, cuando madre y niño constituyen

8. Aquí, evidentemente, nc trnto de la neurosis.


aquello que se denominó como célula narcisista. En ese sentido, podemos afir­
mar que el psicótico reproduce, en la transferencia, un modus operandi en el que
el otro es siempre considerado a partir de una relación especular. Es como si el
paranoico afirmase: “el otro sabe lo que yo soy, lo que yo quiero, me mantiene
en un lugar de complementariedad absoluta, es el otro quien confirma mi exis­
tencia”. Esa es la posición que el paranoico ocupa en la transferencia, en la me­
dida en que el otro ocupa un lugar marcado por la omnipresencia. El analista o
acompañante terapéutico, en la transferencia ocupa ese lugar de otro absoluto u
omnipresente al cual es dirigida una palabra erotizada, una expectativa de con­
firmación de su existencia desde la mirada absoluta del otro.
Aquí vale rescatar un comentario de Pommier (1997). Él propone la idea de
que un analista, al manejar la transferencia en la psicosis, ocupa el lugar más va1
cío, a partir del cual los significantes aparecen. El efecto de esa posición es el de
(des)erotizar la palabra, de modo tal de que ella pueda ser sometida a una re­
construcción de la historia del paciente. Ese es el punto donde se sostiene un
analista, donde el vacío se ubica, donde reside una paradoja: a partir de la pre­
sencia de un analista sostener un lugar vacío, para propiciar una hiancia entre
una presencia que en otro momentos era totalizante, pero que permite, desde la
condición de vaciamiento, ofrecer al psicótico la posibilidad de reconstrucción
de su propia historia. Así, el analista asume un lugar de otro imaginario no es­
pecular, donde el heteros asume su pertinencia.
No se trata de ocupar el lugar del padre9, sino de perm itir el inicio de re­
construcción de una historia posible. Ahí reside un punto importante, pues la
dirección de la reconstrucción de la historia de un paciente pasa, no por lo que
se dice en la transferencia, sino por la propia posición ocupada por un analista
en la transferencia, tal como fue descripto anteriormente.
Es la posición del analista, en la transferencia, lo que permite el despliegue»
por ejemplo, del tratamiento posible de un paciente paranoico10.
De esa posición se desprende el segundo argumento a ser desarrollado: la no­
ción de la paranoia como fenómeno de lenguaje y un modo de abordar el deli­
rio. Lacan, en la parte final de su Seminario 3, denominado Las psicosis, retoma
la discusión acerca de las estructuras clínicas como fenómenos de lenguaje. En
este caso específico de la paranoia, se afirma que, por no haber existido la susti*

9. O cualquier otra posición en que se encarne un ideal, tal como Pommier (1998) describe la
posición del analista, en la transferencia, con la clínica de las psicosis.
10. La cuestión primordial pasa por un saber del analista, al respecto del punto de vista teórica*
de cómo se posiciona en la transferencia, sin decir nada de especial al respecto. “La posiciójjj
, de la transferencia necesita de tal saber” (POMMIER, 1997, p.38).
tución del significante Deseo de la Madre por el significante Nombre-del-Padre,
por no haber tenido un acceso a la significación fálica, y, de ese modo, el para­
noico estructurarse, desde el punto de vista de su subjetividad, a partir de una
cierta posición de exteriorización frente al registro de lo simbólico, el sujeto pa­
ranoico se concentra solamente en el significante.

Puede creerse que en una psicosis todo está en el significante. Todo parece estar ahí
No conozco la cuenta, pero no es imposible que se llegue a determinar el número m íni­
mo de puntos de ligazón fundamentales necesarios entre significante y significado para
que un ser humano sea llamado normal, y que, cuando no están establecidos, o cuan­
do se aflojan, hacen el psicótico (LA C A N , 1955-1956, p. 304).

Sin embargo, Colette Soler, en ese punto específico, formula la siguiente cues­
tión: “¿Será posible que dijéramos, por ejemplo, que el significante representa a
Schreber en su delirio?” (SOLER, 2007, p. 64).
Su respuesta es negativa. Allí reside una precisión teórica importante, tenien­
do en cuenta que hay elementos para discernir mejor la estructura del delirio de
Schreber, de modo tal de posibilitar la localización del sujeto en esa misma es­
tructura. Siguiendo la lógica del comentario de Soler, el significante representa­
ría antes a Dios, como el significante primordial, Sr Al lado de Schreber, en su
delirio, él se ubica desde dos perspectivas. La primera de ellas se condice con la
incesante tarea de completar las frases interrumpidas que le son dirigidas, sin
ningún descanso. Delante del otro absoluto, no barrado, Schreber se vio obliga­
do a complementar las significaciones. Las voces convergen en Schreber, lo que
permite afirmar, según Soler, que las

[ . . . ] voces representan a Dios en otro significante, del cual Schreber hace las veces, en
su recepción paciente, sistemática y automática de todas las voces, que él completa con
la significación de ellas (S O LE R , 2007, p. 64).

Schreber estuvo, a toda costa, respondiendo a Dios.


Ese punto abre un desdoblamiento importante: es la posición de Schreber que
hace que Dios ejerza su goce. Schreber, al situarse como el significante en rela­
ción al cual sus voces representan a Dios, establece una conjunción entre am­
bos —Schreber y Dios—, conjunción que sustenta una relación correlativa entre
Dios y su actividad pensante. Es en ese sentido que Schreber realiza una especie
de coito con Dios, al asegurar un goce divino, pero también se define como de­
secho, en el momento en que la conjunción es disuelta. Deriva de ese hecho la
idea de Fuera de discurso shreberiano: “El significante no representa al sujeto y
no hay barrera para el goce, y, entre Dios y Schreber, casi podríamos evocar una
relación sexual [...]” (SOLER, 2007, p. 64).
¿El argumento presentado por Soler se contradice con lo que Lacan afirmó:
que todo, en la paranoia, se sitúa en el significante? De cierto modo, sí, en la me­
dida en que Lacan no diferenció, al menos en el pasaje citado anteriormente, los
elementos que componen el deliro. Hay algo de él que representa Dios, el Otro
absoluto, pero existen también los efectos de significación, las voces que inician
una frase y que convocan al arduo trabajo de Schreber de completarlas. Es en
ese segundo punto que es posible localizar al sujeto en el significante, según las
propias palabras de Soler, en la medida en que las voces remiten a otros signifi­
cantes. Es en esos otros significantes que se localiza el sujeto.
De ese modo, y para concluir este tópico, es posible realizar un desdoblamien­
to importante acerca del manejo de la transferencia en la paranoia. Según Lacan,
ser secretario del alienado significa sostener los significantes en la transferencia,
de forma tal de no interpretarlos y tampoco remitir al sujeto a la imposibilidad
simbólica, teniendo en cuenta que no se constituye, en la paranoia, el eje de la se­
paración. ¿La pregunta pertinente es: cómo abordar el delirio en la transferencia?
Colette Soler (2007) afirma, en relación a la paranoia, basada en el Semina­
rio 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, que el sujeto para­
noico se somete a la operación de la alienación, teniendo en cuenta su identifica­
ción simbólica presente en el prim er tiempo del Edipo, identificación que le per­
mitió, inclusive, realizar el acto psíquico del narcisismo primario. Sin embargo,
en función de la forclusión del Nombre-del-Padre, él no se inscribió a la opera­
ción denominada separación. Se trata de la oposición entre neurosis y psicosis,
estando la primera inscripta en un orden discursivo, atravesada por el registro
de lo simbólico, en la cual las dos operaciones mencionadas de causalidad del
sujeto se hacen presentes. En la paranoia, existe solamente la alienación, lo que
ubica al sujeto paranoico en una posición de exterioridad a la lógica discursiva.
El juego de palabras En quete d’un sujet, Enquéte d’un sujet11 ofrece una ima­
gen interesante. Realizar una búsqueda del sujeto, estudiar al sujeto ante una si­
tuación de crisis. Hay un cierto modo de interrogar al sujeto psicótico, en el mo­
mento en que él vive una circunstancia de crisis, de disolución imaginaria, en la
perspectiva de la construcción de la metáfora delirante. ¿Cuál fue el evento des­
encadenante de la crisis? ¿Qué se produjo en términos de contenido del delirio
a lo largo de la crisis? ¿Ocurrió algún evento, o qué motivó al sujeto psicótico a
salir de la crisis? ¿Cómo permanecer en la estabilidad conquistada después de
la vivencia de la crisis?

11. En busca de un sujeto, estudio de un sujeto.


A modo de recordatorio, para ofrecer al lector un apoyo en la continuidad
de su lectura, retomamos aquí la cuestión que pretendemos trabajar a partir de
los recortes clínicos.
Al retomar la concepción del manejo de la transferencia en la paranoia, prc
tendemos teorizar los tiempos presentes en la dirección de tratamiento del AT,
verificando las etapas entre la indicación de una demanda que viene de otro hasta
la instalación del dispositivo de tratamiento. Buscaremos teorizar esa clínica en
conformidad con las distintas etapas de disolución de lo imaginario, a lo largo
de una crisis y también de la reestructuración del paciente, siempre respetando
la posición ética inaugurada por Freud ante la escucha del delirio. Lo que pre­
tendemos problematizar a continuación es la hipótesis de que el acompañante
terapéutico maneja la transferencia, al incluir, en ese movimiento, no solamen­
te palabras o silencios, sino principalmente la introducción de alternancias en­
tre presencia y ausencia. Esa introducción otorga, en ciertas circunstancias, un
efecto importante para la conducción del tratamiento. Es importante pensar las
estrategias12de manejo de la transferencia en esa clínica. La política, la estrategia
y la táctica en el AT: es lo que se pretende teorizar a partir de las viñetas clínicas.
Por último, es importante también situar los tiempos en el AT según las ins­

12. Lacan, en La dirección del tratamiento y los principios de su poder, de 1958, propone, según
sus propias palabras, poner al analista en el banquillo, problematizar la acción del analista de
acuerdo con su propuesta de retorno a Freud. Una vez más, resurge el debate entre su posición
acerca de los psicoanalistas de la Escuela Inglesa y los psicoanalistas fundadores de la corriente
denominada Psicoanálisis del yo, ampliamente difundida en Estados Unidos. Lacan, al
problematizar los principios del poder de un análisis, defiende la idea de que el analista se depara
con la política, la estrategia y la táctica. La política del psicoanálisis, de manera bien resumida,
se define a partir de la ética del psicoanálisis, en la medida en que la política es sostenida por
la ética del deseo, o del sujeto del inconsciente, lo que exige, por parte de un analista, que se
sitúe al lado de la falta-en-ser, en vez de priorizar la construcción de un ego más fortalecido,
al menos en la neurosis, como criterio para la dirección del tratamiento psicoanalítico. La
estrategia, también ligada a la falta-en-ser del analista, es comparada con el lugar de muerto
que ocupa el participante de un juego de bridge, en el momento en que se inicia una ronda y
en que sus cartas son presentadas en la mesa. El lugar de muerto, al tratarse de la transferencia
en un análisis, consiste en un analista posícionado al lado de la falta-a-ser, pues así es posible
soportar el lugar que le es dado en la transferencia, al tener, inclusive, un analista, que pagar esc
precio. En lo que se refiere a la política y a la estrategia, Lacan afirma que el analista no posee
libertad para modificarla. Con relación a la táctica, es posible considerar que algo del estilo
del analista, de acuerdo con su singularidad, pueda estar presente, mientras que la táctica esté
en conformidad con la política y la estrategia. Como fue visto, el problema del manejo de la
transferencia en la paranoia también se sitúa al lado de la falta-a-ser, dado que el lugar de vacío
sugerido para operar la transferencia en la paranoia, consiste, también, en no responder desde
una posición especular, tal como ya vimos.
tancias psíquicas denominadas narcisismo primario, o el ideal, o estadio del es­
pejo y el ideal del yo, en el caso de la paranoia, es absoluto o no barrado. Fue
visto que el uso de la topología13 en la neurosis —más precisamente de la ban­
da de Moebius— anima la estructura, de modo tal de orientar el movimiento
de un análisis entre el yo ideal y el ideal del yo —pero que puede ser compren­
dido como el ideal del Otro barrado—. El tratamiento analítico en la neurosis
se sitúa entre las instancias psíquicas mencionadas. En relación a la clínica de la
paranoia, es posible situarla entre el narcisismo primario y el ideal del yo, m an­
teniendo, es claro, la especificidad del ideal del yo —no barrado— en ese modo
específico de estructuración subjetiva.
Las viñetas clínicas apuntan para esa misma dirección, de modo tal de de­
terminar, inclusive, los tiempos en la dirección de tratamiento en el AT, que se
inicia en el momento en que un paciente se encuentra según aquello que Freud
denominó como neurosis narcisista, momento en el cual la libido está dirigida
para el yo del paciente, hasta la posibilidad de establecimiento de la transferen­
cia al analista —o el redireccionamiento de la libido a un objeto—, de modo tal
de propiciar la instalación del dispositivo de tratamiento.

4.2 Caso Emerson, o el no querer saber de tratamiento alguno...

Emerson vivía solo en su apartamento y no permitía la entrada a ninguna per­


sona. Las paredes formaban una protección, una envoltura, confinándolo en un
aislamiento intenso. De cuando en cuando, le sobrevenía una crisis, que varia­
ba según su delirio, pero que resultaba, algunas veces, en una destrucción com­
pleta de los muebles de la casa.

Como no permitía la entrada de nadie en su territorio, no tomaba los m edi­


camentos. Pasada su última crisis, aun internado en una clínica psiquiátrica, se

13. El esquema I —o esquema que examina el deliro de Schreber— tiene una semejanza con el
Esquema R, considerando que en ambos existe el campo de la realidad delimitado por las
instancias denominadas yo ideal o el ideal del yo. En la paranoia, el ideal del yo no es barrado,
lo que hace que el campo de la realidad se constituya a partir de asíntotas que tienden al infinito.
En comunicación oral, Antonio Quinet afirmó que la semejanza entre los dos esquemas podría
sugerir la idea de que el campo de la realidad, en la paranoia, sea también concebido en términos
topológicos, tal como Lacan lo hizo en la neurosis, al disponer de la figura denominada banda
de Moebius. No obstante, queda aun una pregunta: ¿sería posible formar una figura topológica
con el campo de la realidad en la paranoia? Según Antonio Quinet, ese interrogante todavía
permanece abierto...
encontró con el siguiente obstáculo: o permanecía allí o tendría que soportar la
presencia de un acompañante terapéutico para que le diera los medicamentOl
necesarios, al menos en los cinco días hábiles de la semana. Esa era la condición
de su psiquiatra para autorizar su salida de la clínica. Una condición impuesta
por el otro, que no le ofrecía muchas alternativas. Otro le era insoportable, pero
permanecer en una clínica psiquiátrica parecía ser un sacrificio todavía mayor.
Después de resistirse un poco, Emerson estuvo de acuerdo con la posibilidad de
tener, diariamente, un acompañante terapéutico para que le diera los medica­
mentos en su apartamento. La estrategia funcionó... Fue posible establecer un
acuerdo que aseguraba la entrada del acompañante terapéutico para viabilizar
un tratamiento posible.
El día de la presentación del acompañante terapéutico al paciente, en la clí­
nica psiquiátrica, ocurrió según lo esperado. Emerson fue taxativo: “Me vas a
dar el remedio y después, ¡te vas! No quiero saber nada con esa historia de te­
ner a alguien molestándome”. Por su parte, el acompañante terapéutico acató
las palabras de él, seguro de que quedaba por delante un tiempo previo impor­
tante para que su presencia dejase de ser algo aterrador, teniendo en cuenta que
el otro, para el paciente en cuestión, en aquel momento, todavía se presentaba
como un objeto amenazador. Fue establecido el acuerdo entre el psiquiatra, el
paciente y el acompañante terapéutico, lo que permitió la definición de un ho­
rario y el inicio del tratamiento.
Día tras día, semana tras semana, el acompañante terapéutico tocaba pun­
tualmente el portero eléctrico del apartamento de Emerson para darle los reme­
dios indicados. El ritual parecía ser siempre el mism o... La puerta de la cocina
se abría, y Emerson, desconfiado, abría solamente una rendija que posibilitaba
al acompañante terapéutico darle los remedios. Emerson delimitaba la fronte­
ra de su territorio. Era como un aviso: “¡no entres aquí!” No obstante, el énfasis
dado no recaía exactamente sobre la prohibición, sobre el límite, pero sí sobre la
apertura que le ofrecía, lo que legitimaba una apuesta al sujeto.
Después de algunas semanas, Emerson comenzó a abrir la puerta de la coci­
na por completo, ofreciendo una oportunidad de que el trabajo del acompañan­
te terapéutico se hiciera efectivo, de modo tal de ocupar un lugar en el disposi­
tivo de tratamiento. La apertura ofrecida por Emerson no fue inmediatamen­
te aprovechada; el acompañante terapéutico esperó una invitación de Emerson
para entrar en su apartamento.

Los acompañamientos pasaron a durar algo más de dos minutos, a pesar de


tener aun un tiempo variable, siempre menor a una hora. En cuanto al contra­
to de trabajo realizado con la familia, quedó establecido que el pago al acompa­
ñante terapéutico sería hecho a partir del valor de una hora completa de traba­
jo. En esas primeras semanas, el acompañante terapéutico se rehusó a trabajar
todo el tiempo del que disponía. La disponibilidad del acompañante terapéuti­
co de estar allí por más tiempo estaba explicitada, pero era siempre rechazada
por el sujeto, teniendo en cuenta que era él el que establecía el tiempo de dura­
ción de los acompañamientos.
Y así ocurrió. Cierto día, Emerson sugirió al acompañante terapéutico que
entrara a su apartamento. Como un guía turístico, le mostró su cuarto, el baño,
otro cuarto que estaba desprovisto de muebles, en fin, dirigió un tour comple­
to. Por último, él realizó un pedido: “¿quieres ayudarme a ordenar mi armario?”
Fue en ese momento que el acompañante terapéutico respondió “Mira, tu sabes
que yo puedo estar aquí por una hora. La decisión es tuya”. Ese mismo día, lo in­
vitó al acompañante terapéutico a fumar un cigarro en el sofá de la sala, un sofá
de dos cuerpos, donde ambos se instalaron y permanecieron allí, callados. Des­
pués de algunos minutos, Emerson miró al acompañante y le dijo “pega tu pier­
na a la mía, vamos a balancearnos juntos... yvamos a casarnos?”

* * *

El recorte clínico anterior describe, paso a paso, el movimiento del pacien­


te en relación al acompañante terapéutico, en cuanto salía de una posición nar-
cisista, tal como Freud describe en su análisis del caso Schreber, en el cual la li­
bido estaba dirigida al propio yo. Lo que Freud denominó como imposibilidad
de establecimiento de la transferencia en la paranoia puede ser comparado con
el momento inicial del tratamiento de Emerson. Sin embargo, la resistencia de
Emerson a soportar una proximidad y el consecuente delirio de persecución len­
tamente cedió espacio al establecimiento de la transferencia que, tal como fue
visto, en la paranoia, asume el estatuto de simbiosis. La libido de Emerson, tiem­
po después, pasó a ser dirigida al objeto acompañante terapéutico.
La hipótesis aquí defendida es que la alternancia entre esa presencia y la au­
sencia introducida en el tratamiento por el acompañante terapéutico fue sufi­
ciente para que Emerson estableciera una transferencia capaz de permitir el tra­
tamiento posible. La estrategia, por parte del acompañante terapéutico y del psi­
quiatra, fue apostar a la emergencia de un sujeto, cuya estrategia asumida fue la
de garantizar que la mencionada alternancia presencia-ausencia del acompañan^
te terapéutico pudiese ser efectiva. No había salida... Debía soportar a otro para
salir de la internación... Ese punto fue decisivo, pues también abrió una pers­
pectiva importante para la teorización del AT en ese momento previo de esta­
blecimiento de una transferencia de tratamiento: la idea de que es necesario, en
la estrategia, asegurar condiciones mínimas de encuadre o settingen el AT, pues
se mantuvo la determinación de un horario y lugar de encuentro. Tal aspecto
será mejor discutido en el próximo fragmento clínico.
Por lo demás no fueron necesarias muchas palabras, pues el acompañante te­
rapéutico atestiguó el movimiento del sujeto, lo que resultó en condiciones pre­
vias para el establecimiento de una transferencia de tratamiento. Fue importan­
te, por parte del acompañante terapéutico, soportar el tiempo de la locura. De
acuerdo con Pelbart14(1993), lo que marca la relación del tiempo en la locura no
es, de ninguna manera, el tiempo cronológico atravesado por la lógica capitalista,
sino el tiempo del devenir humano, caracterizado por otro régimen de tempo­
ralidad. Si, por un lado, fuese necesario establecer un contrato de trabajo con la
familia de Emerson, en el cual la defensa del time is money se hace presente, te­
niendo en cuenta que la función ejercida por el acompañante terapéutico se in­
serta en esa misma lógica mercantil15, es importante, por otro lado, sostener que
no existía ninguna prisa, pues había una apuesta a un sujeto con el cual algo era
necesario construir, ya que fueron respetados el sujeto y el tiempo de la locura.

[...] Pero, más profundamente, el psicótico se sitúa en una especie de punto de horror,
anteriora una temporalidad, un punto deparada, de suspenso, en que todavía no está
configurada una imagen del cuerpo, en un estado de inacabamiento radical, donde no
hay olvido ni surgimiento. La idea [...] es que deberíamos poder sostener para los psi­
cóticos un punto que es al mismo tiempo de olvido y de espera. [...] Deberíamos poder
estar allí donde comienza el tiempo, y con él la posibilidad de alguna forma, de alguna
decisión, dejar correr el tiempo para que pueda surgir el buen momento de hacer algu­
na cosa (PELBART, 1993, p.35).

La construcción de una presencia fue lenta y gradual, respetó los movimien­


tos de apertura del paciente y orientó el manejo de la transferencia. La presen­
cia que se alternaba con la ausencia, el silencio, el desvío de la mirada, en fin, as­
pectos importantes que permitieron al paciente la transformación del otro —el
acompañante terapéutico— en alguien que no fuese aterrorizador, alguien que
no resaltase, en sí mismo, la faceta aterradora de un otro omnisciente y absolu­

14. Sus consideraciones se basan en un articulo de Jean Oury, denominado “La temporalité dans
la psychose”, publicado en Armando Verdiglione (Org.). La folie dans la psychanalyse. Paris:
Payot, 1977.
15. Es claro que la función del AT se inscribe como una forma de tratamiento que, así como todas
las otras, merece su pago, jcuestión ética que es indiscutible!
to. Se hablaba, hasta hace poco, de la paradoja de la transferencia en la clínica de
la paranoia stricto sensu, el caso de una presencia vacía... lo mismo sucede con
el acompañante terapéutico en ese momento subjetivo de completa fragmenta­
ción de lo imaginario. Es prudente que los movimientos del acompañante te­
rapéutico —su presencia, su distanciamiento, su mirada— establezcan una dis­
tancia necesaria para que el sujeto cree movimientos propios de aproximación,
haga de ese acontecimiento algo soportable.
Por último, vale comentar la indicación clínica al respecto del establecimiento
de una transferencia de tratamiento. Evidentemente, la propuesta de casamiento
hecha por Emerson no se refería a una elección homosexual —después de todo,
la paranoia, según Lacan, no se condice con una defensa de la homosexualidad,
sino con la idea del empuje a la mujer, con el ser el objeto de goce del Otro—.
El paranoico reactualiza la posición del niño ante su madre en el primer tiempo
del Edipo, posición marcada por ser objeto de goce del Otro.
Es posible afirmar que el AT cubre una carencia importante en la dirección
del tratamiento de la paranoia, más precisamente entre el momento de eclosión
de una crisis hasta el primer paso para hacer efectiva la instalación del disposi­
tivo de tratamiento, o establecimiento de una transferencia favorable para el tra­
bajo analítico. En ese sentido, se puede afirmar que la frase de Emerson “Vamos
a casarnos” confirma la idea de que la transferencia erotizada se constituyó, se­
gún lo que Pommier comentaba, y que confirma, por lo tanto, la condición pre­
via para la instalación del dispositivo de tratamiento. De lo terrorífico al objeto
de amor absoluto... De acuerdo con la idea de Freud, que lo contrario del amor
no es el odio, sino la indiferencia, se afirma que ambas facetas, tanto la del otro
aterrorizador como la del otro amado, adquieren el mismo estatuto del vínculo
entre la madre y el bebé en el primer tiempo del Edipo. Vale recordar el estatuto
de la función materna y su intrusión en el cuerpo del bebé —por su presencia, se
inscribe el significante—, de modo tal de humanizar un pedazo de carne a través
de la identificación con el rasgo unario y, por lo tanto, con el registro de lo sim­
bólico. En ese tiempo, es el otro que sabe lo que ocurre en el cuerpo del bebé...
De ese modo, es posible trazar un paralelismo entre ese momento previo
de construcción del dispositivo de tratamiento y aquello que Freud teorizó so­
bre el juego del carretel, denominado como fort-da, presentado en el texto Más
allá del principio de placer y ya citado a lo largo de esta argumentación teórica.
El niño para simbolizar la ausencia de la madre, establece un juego de lenguaje
para justamente simbolizar la falta —la falta que se inscribe a partir de una pre­
sencia establecida anteriormente—. Ahora bien, el AT sirve como una valiosa
estrategia para el establecimiento de una transferencia favorable al tratamiento
según la misma lógica descripta en el juego mencionado. Para que la faceta del
amor incondicional sobresalga delante del odio, es necesario que se creen, en la
estrategia, condiciones para que la alternancia presencia-ausencia se establezca,
pues solamente así será posible una autorización del sujeto, en la transferencia,
para la instalación del dispositivo de tratamiento.

4.3 Caso Beto16, o la calle como espacio transicional

Presentaremos un fragmento de un caso que permitió corroborar la hipóte­


sis de que la movilidad del setting o encuadre del acompañamiento terapéutico
apunta a situaciones concretas, tales como la calle, el automóvil del acompañan­
te terapéutico, la residencia del propio paciente, en fin, objetos intermediarios
o transicionales17 favorables para la emergencia del sujeto psicótico, capaces de
propiciar la construcción del vínculo transferencial. La noción de objeto tran­
sicional remite a la idea de algún objeto material que tiene para el bebé, y tam ­
bién para el niño, un valor propio, pertinente para la transición fundamental en­
tre la relación oral con la madre y las posteriores relaciones de objeto. En ciertas
circunstancias clínicas, tales como las psicosis, adolescentes en crisis o en cier­
tos casos donde se nota una resistencia grande al tratamiento, es válido dispo­
ner de algún objeto intermediario, que asuma el estatuto de facilitador del ma­
nejo de la transferencia, de modo tal de tornarlas más favorables al tratamien­
to. El recorte aquí propuesto pretende profundizar la discusión sobre el setting
o encuadre, de forma tal de ilustrar la idea de que la clínica del AT tiene, en su
especificidad, una definición importante de setting o encuadre, al incluir en esa
discusión, el uso de objetos intermediarios.
Presentamos a Beto, un joven de 20 años que pasaba por dificultades emocio­
nales18y que, en un momento de crisis, procuró un acompañante terapéutico para
realizar una búsqueda de interés perspnal. El AT fue indicado por su analista que
sugirió esa intervención clínica por acreditar que, así, Beto podría intensificar el pro­
pio compromiso en el tratamiento, ya que se encontraba reticente en su adhesión.

16. Nombre ficticio.


17. La breve definición de objeto transicional presentada fue extraída del Diccionario de
psicoanálisis, elaborado por Elisabeth Roudinesco y Michel Plon. Sin embargo, para una mayor
profundización del concepto, recomendamos la lectura de los textos “Desarrollo emocional
primitivo” (1951) y “Objetos transicionales y fenómenos transicionales” (1951) de Winnicott,
que se encuentran en WINNICOT, D. De la pediatría al psicoanálisis
18. Este caso presentó una incertidumbre en cuanto al diagnóstico psicoanalítico. Igualmente, es
interesante para problematizar la noción de encuadre o setting en el AT.
Desde el comienzo de los acompañamientos, Beto presentaba una ambigüe­
dad en relación a la propuesta de trabajo, ya que en su pedido de ayuda había un
interés, pero también un rechazo a cualquier intento de aproximación. Él dejó
un mensaje en el contestador automático del consultorio: “Vengo de parte de
mi analista. Me gustaría acordar un horario para saber más sobre el acompaña­
miento terapéutico [...]” Fueron acordados un día y horario. El acompañante te­
rapéutico llegó al apartamento de Beto y él ya lo esperaba en la vereda. Descon­
fiando de que aquella persona en la vereda fuera Beto, el acompañante terapéu­
tico no lo abordó directamente... Es mejor ir de a poco... tocó el portero eléc­
trico: “Disculpe, ¿Beto está?”, “Mire, él salió”. Durante ese breve diálogo, pudo
observar por el reflejo en el vidrio, con el rabillo del ojo, los movimientos del joj
ven que estaba allí. Era él, Beto, que escuchó la conversación y de inmediato se
dirigió hacia el acompañante terapéutico: “¡Ey, usted! Yo soy Beto”.
En ese primer encuentro, se realizó un acuerdo de trabajo. La frecuencia es­
tablecida era de dos veces por semana, con una hora de duración. Ambos iban
a investigar el material existente de interés de Beto. Él afirmó que le gustaría ir
más a fondo con esa búsqueda, pero se encontraba con dificultades —¿y cuá­
les serían?—. Fue enfático al circunscribir el acompañamiento terapéutico so­
lamente para la cuestión de la búsqueda: “Yo no quiero conversar. No me gusta
abrirme y hablar de mis viajes. Es sólo hacer esa búsqueda”.
En el encuentro siguiente, Beto no aceptó realizar la búsqueda. Dijo que que­
ría ver el partido de Guga por la televisión y que no existía la menor posibilidad
de que él y el acompañante terapéutico salieran a investigar. El acompañante te­
rapéutico insistió en la necesidad de realizar el segundo encuentro de la sema­
na y entonces sugirió un nuevo horario para el día siguiente.
Nuevamente al portero eléctrico: “Él no está”. En ese ínterin, el acompañan­
te terapéutico aguardó un tiempo en la vereda, pues apostaba a la instalación de
un dispositivo de tratamiento, o sea, sostenía una presencia como posibilidad
de ocurrencia de la transferencia. Después de media hora vio a Beto viniendo
por la calle. Parecía bastante irritado y entró inmediatamente en el predio. Por
el teléfono celular, ocurrió el siguiente diálogo: “Hola, no tengo la menor volun­
tad para la búsqueda ¿qué está haciendo ahí?” Fue cuando el acompañante tera­
péutico respondió: “Me pagan para ofrecerte dos horarios de acompañamiento
terapéutico y voy a quedarme en la vereda los días y horarios acordados. Si tu
quieres, ya sabes donde encontrarme”. Y del otro lado de la línea: “¡Qué absur­
do! ¡No quiero saber nada de usted! ¡Váyase! Y vuelva el lunes”.
En los ATs siguientes, Beto transitaba entre esos dos polos. En algunos mo­
mentos, parecía haber adherido a la propuesta y estar interesado en realizar su
búsqueda, en otras circunstancias, daba muestras de rechazo a cualquier inten­
to de aproximación. El encuentro podría no ocurrir, pero lo mismo en su au­
sencia, en los desencuentros provocados, algo de la presencia del acompañan*
te terapéutico permanecía. Desde el comienzo, los teléfonos celulares se mos­
traron como importantes objetos intermediarios. Con el pasar del tiempo, los
acompañamientos comenzaron a suceder casi regularmente, sin faltas por parte
de Beto, pues él sabía que en los dos horarios estipulados durante la semana ha­
bía un compromiso entre él y el acompañante terapéutico. El lugar del encuen­
tro no era determinado. El AT se hacía en la casa de Beto, en la calle o en el bar,
espacios delimitados dentro de un barrio de Sao Paulo. Cuando se aproxima­
ba el horario establecido, uno llamaba al otro y acordaban cómo sería el acom­
pañamiento del día.
¿Qué se puede deducir de esta experiencia? ¿Cómo pensar la cuestión del en­
cuadre en este fragmento clínico? Veamos lo que Fulgéncio Jr. (1991) escribe:

El setting es una garantía y una necesidad para la realización del trabajo. En la prác­
tica del acompañante, es evidente que el setting no está ligado al espacio físico: donde
quiera que estén terapeuta y paciente, el setting está presente. A esta presencia que re­
corre el espacio físico, a este campo se lo denominó setting am bulante (FULGENCIO
JÚNIOR, 1991, p. 234).

En otro texto escrito por Cenamo et alii (1991), encontramos la idea de que
el encuadre clínico y la función del acompañante terapéutico se definen a par­
tir de determinada tarea.
La noción de setting ambulante trae consigo una movilidad en doble sentido.
Movilidad en cuanto a la propia característica del trabajo de AT, pues, al final, se
trata de una clínica de circulación. Acompañante terapéutico y paciente pudie­
ron escoger y recorrer caminos... en la ciudad y, así, se abrió el campo para que
la transferencia se instale. Pero la idea de movilidad está también presente en las
posibles transformaciones de dirección del tratamiento. Luego, la definición de
encuadre en función de una determinada tarea es pertinente.
Vimos que la definición de setting dentro del acompañamiento terapéutico
depende de la tarea. Hay algo que se fija en el encuadre, en este caso, la determi­
nación del horario y la frecuencia. Está claro que cada caso tiene un modo par­
ticular de establecimiento del encuadre. Sin embargo, aseguramos que esa es la
condición fundamental para recibir al sujeto, ya que están dadas las condicio­
nes para propiciar el juego presencia-ausencia que tanto le falta y, por lo tanto,
el campo posible para el manejo de la transferencia y sus cálculos. En el caso re­
latado, queda clara la pertinencia de esa estrategia de instalación del dispositivo
terapéutico, ya que la disponibilidad del acompañante terapéutico de ir al en­
cuentro del paciente implicó para el sujeto tener que lidiar con su ambigüedad,
su pedido de ayuda y un rechazo. Desde el punto de vista del acompañante tera­
péutico, hubo una apuesta en los recursos disponibles del paciente, apuesta sos­
tenida in locu. Por último, resaltamos que allí está la riqueza de este dispositivo,
ya que ocurrió, en este caso, un acogimiento efectivo del sujeto. ¿Sería posible la
realización de esa tarea si el acompañante terapéutico estuviese imbuido de una
concepción de setting tradicional? ¿Será que no es el caso de acordar con lo di­
cho: si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma?

4.4 Caso Joáo19, el acompañante terapéutico como persona grata:


o la transferencia pertinente para la instalación del dispositivo de
tratamiento

El fragmento clínico a continuación ilustrará la instalación del dispositivo de


tratamiento, basado, una vez más, en la comparación entre la creación del dis­
positivo de tratamiento en la neurosis y la especificidad de su creación en la clí­
nica de la paranoia. Este recorte clínico, oriundo de la clínica del AT, demues­
tra que el manejo de la transferencia para la construcción del dispositivo de tra­
tamiento se dio en el momento en que acompañado y acompañante terapéuti­
co caminaban por las cuadras de un barrio de la ciudad de Sao Paulo. La especi­
ficidad de este caso, o sea, la resistencia de Joáo a cualquier tipo de tratamiento
institucional, resaltó, una vez más, la pertinencia del AT como estrategia para la
instalación del dispositivo de tratamiento.
Joáo, que en otro momento se resistía a tratarse, que tenía a sus antiguos
acompañantes terapéuticos como amigos “psicológicos”20 que no le perforaban
la mente, le tomó aversión a cualquier oferta de tratamiento que le fuese pre­
sentada. El obstáculo estaba dado: era posible tener acompañantes terapéuticos,
dado que no determinan un tratamiento. Un acompañante terapéutico le servi­
ría como un buen compañero. Nada más.

19. Nombre ficticio.


20. Aquí se trata de un neologismo, dado que el sentido atribuido por Joáo a la palabra psicológico
se condice con la idea de que psicológico es aquel que lo respeta, que no lo atraviesa con una
mirada perforante que le cause “asistitis”. “Asistitis” también es un neologismo que será
retomado a lo largo de la presentación de este fragmento clínico. Vale retomar la idea de que
en la psicosis es frecuente la presencia de neologismos, en este caso, la invención de nuevas
palabras o entonces la atribución de sentidos inexistentes a palabras ya conocidas. El caso Joáo
es riquísimo en neologismos, tal como el lector podrá constatar.
Joáo, un señor de casi 50 años, se presentó como un tipo bien peculiar. Usaba
un saco de lino blanco, sombrero de paja que, según él, era un sombrero de Pa­
namá, bigotes vistosos, anillos en casi todos los dedos de las dos manos.
Su primera crisis ocurrió en la adolescencia y, desde entonces, vivió una his­
toria clínica de internaciones. Era soltero, no tenía familia y vivía en una pensión,
donde disponía de un cuarto sólo para él. Comía en un bar, en la misma cuadra
de su habitación, cuadra en la que se sentía acogido por la ciudad de Sao Paulo.
Sufrió un proceso de interdicción, provocado por la propia madre, de modo tal
que le fue prohibido administrar sus bienes materiales. El Estado nombró una
curadora para hacer la administración de ellos.
Él decía “El acompañamiento es muy simple, no tendrás ningún trabajo. Vie­
nes aquí, en automóvil, me buscas para pasear, me ayudas con la ropa, porque
ir hasta la lavandería solo es difícil, me llevas al psiquiatra para que me ponga la
inyección... No, al psiquiatra puedo ir solo, ¡no te voy a tragar ahora!”. Su expli­
cación llamó la atención. ¿Qué quería decir? Algo como su contribución para
mantenerse estable, al asumir su responsabilidad en cuanto al uso de la medica­
ción. La frase “No, al psiquiatra puedo ir solo, ¡no te voy a tragar ahora!” sugiere
un primer punto de partida para su proyecto terapéutico, en este caso, sostener
sus recursos para que él mismo vaya al psiquiatra. De hecho, él iba solo al am­
bulatorio a tom ar su medicación.
Lo que más llamó la atención fue la frase “¡no te voy a tragar ahora!” Ya ha­
bía un lugar en la transferencia, un objeto pasible de ser devorado, degustado,
masticado... Conocemos, desde Freud, el carácter erótico atribuido a la idea de
devorar al otro, de incorporar al otro a uno mismo. Desde el inicio del AT, Joáo
dio fuerte indicios de que la transferencia de tratamiento estaba establecida. En
el automóvil, delante del acompañante terapéutico, hacía bromas infantiles que
desentonaban con la imagen que él mismo daba. Decía que su “ateíto” era muy
bonito, así como él, que también era un patito muy graciosito... ¡y se reía! Ex­
presiones curiosas que denunciaban lo que se afirmó como una transferencia
erotizada, favorable a la instalación del dispositivo de tratamiento.
Joáo conquistó una cuadra de la ciudad de Sao Paulo. No obstante, vivía a
escondidas. Salía poco del cuarto, tenía mucho miedo de las personas. Se trata
de una situación paradójica, pues sus recursos le posibilitaban un acogimiento
raro en una metrópolis, acogimiento que se presentaba en dos facetas: una refe­
rencia, un lugar y, en contrapartida, una amenaza, un temor. Joáo decía que su
vida iba a mejorar si se mudaba de pensión y de bar, y reiteradas veces solicitó
la ayuda del acompañante terapéutico para esos cambios. ¿Qué hacer? En vez de
conseguir una nueva cuadra, le fue ofrecida la escucha clínica, para que la esta­
bilización pudiese suceder en ese mismo espacio de la ciudad. Los tiempos pre­
vios a la instalación del dispositivo de tratamiento, ante un caso en que la face­
ta de lo aterrorizador se sobreponía a la faceta del amor, no se hacían presentes
en este caso. La cuestión era que no le interesaba someterse a cualquier tipo de
tratamiento, pero, curiosamente, las condiciones para una investigación del su­
jeto ante el borde de la locura estaban allí presentes, explicitadas, listas para ser
aprovechadas.
Rápidamente, el trabajo de investigación sobre sí, sobre sus experiencias de
internación, sobre su posición ante los otros, sobre los recuerdos de su madre,
en fin, puntos importantes fueron siendo dichos con tanta desenvoltura que el
acompañante terapéutico llegó a sentir un extrañamiento.
Joáo decía que, en la infancia, tenía una relación “tensiolítica” con la madre,
ya que ella le daba protección, pero, al mismo tiempo, lo oprimía. Hablaba tam ­
bién de la “asistitis” cuya traducción se daba por la descomposición de esa pala­
bra entre el sufijo titis, como equivalente de dolor o inflamación, y el verbo asis­
tir, que consistía en ser asistido por el otro. “Asistitis”, por lo tanto, consistía en
ser asistido por el otro de modo inflamado, lo que, según él, ilustraba el hecho
de que las personas no “psicológicas” fueran perforantes con él, o, como míni­
mo, irrespetuosas. Bella descripción de la paranoia.
Al respecto del uso de tantos anillos, había allí un detalle que llamaba la aten­
ción. Todo ellos eran bastante ostentosos, grandes, coloridos. Algunos, inclusi­
ve, fueron hechos por el propio Joáo, con alambres y cuentas. Sin embargo, ha­
bía uno, en la mano izquierda, que desentonaba por completo con los demás.
Era un anillo discreto, que más se parecía a una alianza. Al preguntar sobre ese
anillo, Joáo afirmó que tenía una utilidad especial... servía para espantar a las
mujeres, para que ellas notasen que él era un hombre comprometido. Esa estra­
tegia lo protegería de un supuesto interés de una mujer por él, ya que no le era
posible sentir excitación. “Es muy peligroso sentir excitación, porque la excita­
ción que aparece al frente puede ir para atrás”.
Joáo también decía que la vida se descomponía en vida “cívica” y vida “psi­
quiátrica”. La vida “cívica” era la vida del bar, donde comía, la vida en la pensión
que habitaba, sus idas constantes al estudio jurídico de su curadora. Vale resal­
tar que él no tenía más familia, lo que resultó en la necesidad del Estado de nom ­
brar un curador para administrar su dinero, así como la creación —por parte
de la propia curadora— y sostenimiento de un montaje institucional compues­
to por acompañantes terapéuticos, un psiquiatra de la red pública, la propia cu­
radora y, por que no, sin tener la menor noción de que eso sucedía, la dueña de
la pensión y el gerente del bar. Pero había también una vida “psiquiátrica”, des­
cripta por él como momentos de vacaciones de la vida “cívica”, o sea, los m o­
mentos psicóticos. Preguntando sobre el surgimiento de sus crisis, decía que las
primeras señales eran el miedo que los otros le causaban y que, justamente por
ese miedo, percibía que todos los que lo rodeaban querían perforarlo, atravesar­
lo... Los otros se volvían realmente una amenaza.
Cierto día, Joáo fue interrogado, una vez más, sobre el sentido de la palabra
“asistitis”. Él retomó la idea de que eso ocurría en función de los otros que lo ri­
diculizaban y que sus primeras señales consistían en una quemazón en el estó­
mago. Fue en ese momento que el acompañante terapéutico le preguntó si él era
capaz de inventar una palabra o una frase que contuviese la palabra “asistitis”,
para que él pudiese estar más tranquilo en el bar, sin sentirse tan acusado por las
burlas de las personas que lo rodeaban. Joáo tomó para sí esa oferta de trabajo.. .
Se sintió tocado por la idea de que podría, por sí mismo, inclinarse por la creen­
cia de que la vida “cívica” pudiera volverse menos persecutoria.
Tiempo después, Joáo y el acompañante terapéutico fueron a un bar que fre­
cuentaban, cuyo nombre es “Catito”. En el automóvil cantaba: “Catito, Catito, Ca-
tito mío. Pedazo de cielo que Dios me dio. Bendito, bendito, bendito la suerte,
Bendito la suerte de ser tu amor”, mezclando el portugués con el español. Una
canción que mantenía el carácter erótico de la transferencia... Sentados a la mesa,
Joáo se sorprendió con las palabras del acompañante terapéutico, que explicó el
hecho de que adoraba las palabras inventadas por él para explicar lo que le ocu­
rría, y que le llamaba la atención el hecho de que él no quisiera someterse a un
tratamiento, ya que las conversaciones que tuvieron hasta aquel momento, en
los alrededores de la pensión, eran propias de un tratam iento... “¡Psíquico!”, él
completó la frase. Y, en seguida, afirmó que aquellas conversaciones le estaban
haciendo bien, que eran distintas de las que entablaba con antiguos psiquiatras
y que, si aquello era psicoterapia, valdría la pena continuar.
El uso de la palabra psicoterapia hecho por Joáo, evidentemente, no preten­
día realizar una distinción entre el alcance terapéutico determinado por los abor­
dajes psicológicos y el alcance clínico oriundo del psicoanálisis. El énfasis dado
en ese recorte se consolida con la idea de la instalación del dispositivo de trata­
miento. Sin embargo, existe también otro aspecto importante a abordar: la arti­
culación entre instalación del dispositivo de tratamiento con el procedimiento
mirada en red, dado que la estrategia del acompañante terapéutico, en este caso
específico, precipitó la creación de aquello a lo que Joáo denominó como psico­
terapia y, consecuentemente, el enriquecimiento del montaje institucional de su
tratamiento. Sin embargo, en nuestra discusión, el caso de Joáo será retomado,
debido a su riqueza en la ilustración de determinado aspecto del AT: la perti­
nencia de este procedimiento en el momento en que un acompañante terapéu­
tico autónomo, proveniente de un equipo de trabajo constituido a priori, toma
como parte del proyecto terapéutico el enriquecimiento de un montaje institu­
cional de tratamiento.

* *

El manejo de la transferencia, por parte del acompañante terapéutico, fue el


de realizar la investigación, la búsqueda de un sujeto que pudiese darle un con­
torno posible al retorno de lo real, propio de la crisis psicótica. No le fue indica­
da, a priori, una investigación psicoanalítica, pero la investigación mencionada
ocurrió sin que Joáo tuviese conocimiento de qué se trataba, del modo en que
Lacan formuló el manejo de la transferencia para el tratamiento posible de las
psicosis —sostener los significantes, ser secretario del alienado en la búsqueda
de significantes que pudiesen barrar el retorno de lo real, de aquello que no se
somete a la simbolización—.
Así mismo, una cuestión permanece suspendida... ¿Cómo teorizar la insta­
lación del dispositivo de tratamiento en la paranoia? ¿Cuáles son los elementos
presentes en la teorización de la creación de su dispositivo de tratamiento? ¿Hay
una distinción entre la neurosis y la paranoia en esa cuestión?
Proponemos, por lo tanto, retomar algunos aspectos de la teoría freudiana
acerca de la noción de síntoma —circunscripto, evidentemente, a un contexto
psicoanalítico y, por lo tanto, sin el bies médico que Freud le atribuía en la época
de la hipnosis— para describir el modo en que un síntoma favorece la construc­
ción del dispositivo de tratamiento o analítico en clínica de la neurosis. Tal digre­
sión será pertinente, pues servirá de contrapunto para las consecuentes teoriza­
ciones acerca de la construcción del dispositivo de tratamiento en la paranoia, a
la luz del fragmento extraído y ya expuesto sobre el caso de Joáo.
La noción de conflicto psíquico aquí adoptada, en un comienzo, coincide con
la idea de que hay dos tendencias opuestas que buscan, entre sí, un acuerdo en­
tre las partes21 o, como Freud (1899) afirma, una solución de compromiso. Se
apoya sobre una metáfora; en este caso, la regla de suma de vectores oriunda de
la física de Isaac Newton. Para representar dos fuerzas que tienen sentidos dis­
tintos y que actúan sobre un mismo objeto, se propone que las representacio­
nes vectoriales de esas fuerzas sean puestas sobre un mismo punto y que se tra­
ce una recta paralela a uno de los vectores a partir de la extremidad de otro vec­

21. Para esta discusión, sugerimos la lectura de Freud, Sobre los recuerdos encubridores, de 1899.
tor y que se repita esa misma operación con el otro vector. La consecuencia de
esas dos operaciones reside en el encuentro entre esas dos rectas trazadas pos­
teriormente, en otro punto que no es el del vértice presente en el encuentro de
las dos fuerzas inicialmente representadas. La fuerza resultante de las dos fuer­
zas puede ser representada, gráficamente, a partir de los dos puntos establecidos
en ese procedimiento, en este caso, el vértice inicial donde se pusieron las fuer­
zas iniciales y el punto presente entre el cruce de las rectas trazadas posterior­
mente. La representación de esa tercera fuerza, denominada fuerza resultante,
equivale a la acción de las dos primeras fuerzas existentes en el sistema inicial.
Podemos pensar el conflicto psíquico de esa misma manera. Por un lado, hay
una pulsión sexual, de carácter inconsciente, que implica una representación.
Por el otro, existe la pulsión yoica o de autoconservación —que en ese momen­
to de la teoría freudiana puede ser comparada con la moral—, ligada a la cons­
ciencia y que se verá amenazada por la acción de dos fuerzas que tienen, entre
sí, destinos distintos. Por un lado, la pulsión sexual anhela la satisfacción; por el
otro, el objeto a ser elegido por la pulsión sexual amenaza la integridad yoica y,
como consecuencia, se establece el conflicto. El síntoma es la consecuencia del
conflicto entre dos fuerzas y puede ser descripto como un acuerdo entre la ac­
ción de esas mismas fuerzas. Hay una solución de compromiso —una especie de
acuerdo entre las partes—, dado que el representante de la pulsión sexual, en el
síntoma, se torna desfigurado y su retorno deja de amenazar la integridad yoica.
De ese modo, interrogamos el estatuto del síntoma en la clínica psicoanalíti­
ca22 de la neurosis. A diferencia de la ética médica, en la que el síntoma es pen­
sado como un disturbio que exige remoción —ya que se detecta su etiología y
la acción incide en la causa del síntoma para ser removido—, el síntoma articu­
lado al psicoanálisis asume otro estatuto. Además, y como ya fue dicho, Freud
abandonó la teoría del trauma y la teoría de la seducción —su bies mecanicista
del síntoma— para conferirle una nueva atribución. El síntoma psicoanalítico
no es pasible de ser removido, sino de ser interrogado.
La presencia de alguien que sufre delante de un psicoanalista no es algo tri­
vial. Se sabe que ese movimiento, el de procurar un análisis, indica una predis­
posición importante por parte de ese candidato. Existen innumerables formas de
lidiar con el sufrimiento humano en nuestra contemporaneidad, tales como la
confesión de un cura, una visita a una casa de culto umbanda, la invitación he­
cha a un amigo para tomar una cerveza, el uso de medicamentos o hasta el uso

22. El argumento que se presenta a continuación es una síntesis de dos conferencias introductorias
de Freud, que datan de los años 1915-1916, cuyos títulos son El sentido de los síntomas y Fijación
al trauma, lo inconsciente, conferencias de número 17 y 18, respectivamente.
de drogas ilícitas, libros de autoayuda, entre otros. Hay varias posibilidades de
encauzar el sufrimiento humano, e ir al psicoanalista es solamente una, de entre
tantas. No obstante, marcar un horario para una entrevista es una actitud valio­
sa, que debe ser manejada con mucho cuidado.
La instalación del dispositivo analítico no es algo dado apriori, sino construi­
da por el modo en que un analista interroga el síntoma neurótico, considerado
como equivalente del sufrimiento psíquico23. Freud sugiere el término neuro­
sis de transferencia24, en que una neurosis artificial es constituida, en la transfe­
rencia, a partir del sufrimiento del candidato a un análisis. Aquel que sufre acos­
tumbra a responsabilizar a los objetos de la realidad como causantes de su sufri­
miento. Establecer una neurosis de transferencia significa realizar un giro, sig­
nifica para el candidato al análisis salir de una posición de víctima, por el dolor
que siente a causa de los otros, para adoptar otra posición, la de responsabilizar­
se por el propio sufrimiento. La queja se transforma en una dem anda25 dirigida
al analista. Por su parte, el analista sostiene una “cara de nada”, hace semblante
de saber, recibe la dirección de la cuestión y, en contrapartida, pide al analizan­
te26 que hable más, que se explaye sobre la pregunta que le formuló... El acento
recae, una vez más, en sostener el descubrimiento fundamental de la asociación
libre —que también ocurre en el momento del tratamiento de ensayo o entre­
vistas preliminares—, con el objetivo de sustentar la posición ética del psicoa­
nálisis, que el propio analizante va a encontrar las respuestas a sus interrogantes.
De acuerdo con Quinet (1999), la formulación del diagnóstico psicoanalíti-
co coincide con la construcción del dispositivo analítico, lo que, en el caso de la
neurosis, se condice con la transformación del sufrimiento psíquico en cuestión
de análisis y con el lugar consecuente en que el candidato al análisis sitúa al ana­

23. Antonio Quinet, en su libro denominado As 4+1 condifóes ern análise (Rio de Janeiro:
Jorge zahar, 2005), también es bastante esclarecedor en cuanto al tema de los elementos que
componen la técnica psicoanalítica de la clínica de las neurosis, el uso del dinero en el análisis
y aquello que se espera como producto final de un análisis.
24. Discusión presente en los artículos sobre la técnica psicoanalítica, constantes del volumen 12
délas Obras completas de Freud, 1911-1915.
25. Freud sugiere, en el texto Fijación al trauma, lo inconsciente (1916), un modo interesante de
interrogar el síntoma. Preguntas del tipo desde cuando, cómo fue, son recomendables porque
llevan al candidato al análisis a remitirse a las cuestiones de su propia novela familiar, punto
fundamental para la elaboración de una demanda analítica.
26. Existe una discusión interesante acerca del modo en que se denomina a aquel que se somete a
un análisis. Existen muchas expresiones, tales como: paciente, cliente, analizante, y analizado.
La expresión analizante tiene un sentido interesante, en la medida en que se le atribuye la idea
de que aquel que se somete a un análisis tiene un papel activo en los descubrimientos sobre sí
mismo.
lista: como aquel que posee un saber sobre su dolor. El neurótico tiene dudas so­
bre la propia existencia, dudas que remiten a la propia división del sujeto, y diri­
ge una suposición de saber hacia el analista. Se puede afirmar que el neurótico,
bajo el bies de la duda, acaba por sostener una de las paradojas psicoanalíticas,
ya que la construcción de su dispositivo pasa por la creencia de que el analis­
ta es poseedor de una verdad personal para él, al mismo tiempo que, de hecho,
lo que interesa en un análisis es la construcción de un saber sobre sí mismo, sa­
ber que está al lado del propio analizante, pero que, en el momento de la formu­
lación de la cuestión analítica, el candidato a análisis, inclusive, se enfrenta con
ese saber inconsciente. Tal enfrentamiento es importante, pues sirve como una
especie de motor para la manutención de la asociación libre —que además, de
libre no tiene nada, dado que es determinada por el inconsciente, una paradoja
más de la técnica psicoanalítica—.
Por último, la oferta del diván coincide con ese momento de formulación
de la cuestión analítica. Su oferta coincide con algunos puntos: existe, por par­
te del analista, un consentimiento de que él será responsable de la conducción
de ese análisis, consentimiento que asume un estatuto de acto. Un analista, al
ofrecer el diván a aquel que en otro momento era un candidato a análisis, pasa,
en ese momento, a tomarlo como su analizante, asumiendo los pros y los con­
tras de esa decisión. Por parte del analizante, acostarse en el diván es barrar la
pulsión escópica: al retirar la figura del analista de su campo de visión, el ana­
lizante, en la asociación libre, tendrá más comodidad para avanzar en sus aso­
ciaciones libres —lo que otorga al diván una dimensión ética— al propiciar un
apagamiento del analista y, en consecuencia, favorecer la emergencia del obje­
to a, la faceta de goce del ser y el encontrarse con su falta, a lo largo de la tra­
vesía del fantasma.
¿Y la paranoia? ¿Cómo se da allí la construcción del dispositivo de tratamiento?

4.4.1 La construcción del dispositivo de tratamiento en la paranoia

Nuestra propuesta de discusión se inscribe en una comparación con lo que


fue dicho en relación a la construcción del dispositivo de tratamiento psicoana­
lítico en la paranoia —y sus desdoblamientos—, así como describir la especifi­
cidad de la creación de su dispositivo de tratamiento.
En cuanto al diagnóstico psicoanalítico, un primer aspecto a ser resaltado es
el hecho de que el paranoico es tomado por certezas absolutas —a diferencias
del neurótico, que formula su cuestión de análisis en el ámbito de la duda—. La
certeza no es pasible de cuestionamientos; no es posible interrogar a un para­
noico, intentar contradecirlo en sus dichos...
Cierta vez, Joáo afirmó que los ómnibus de la prefectura de Sao Paulo estaban
girando para la derecha, con el riesgo inminente de volcar, justamente porque él
estaba allí, presenciando ese hecho. Otro paciente, en crisis psicótica, afirmó ha­
ber visto a Nuestra Señora de Fátima desnuda, dándole ordenes a través de un
chip puesto por ella en su tercer molar. La certeza psicótica, el delirio son fenó­
menos de lenguaje que denotan la no inscripción del psicótico en la norma fá­
lica, ya que no existe el deslizamiento del significante y la atribución de un sen­
tido, en el a posteriori, en el momento en que se pone un punto final en la frase.
De ese modo, un paranoico se apega a un significante y, en torno a él, diri­
ge lo dicho al analista, de modo tal de tratar su sufrimiento sin esperar que un
analista posea un saber sobre su delirio. No existe, en la paranoia, la suposición
de saber de un analista. El paranoico sabe exactamente aquello que pasa consi­
go. Ese es un punto de suma importancia para la formulación de un diagnósti ­
co psicoanalítico de la estructura psicótica. El lugar que un analista ocupa, en la
transferencia, es el de testigo, el de aquel que no recibe ningún tipo de direccio-
namiento de una demanda de saber. Eso no significa que no haya una deman­
da de tratamiento para un sujeto psicótico. De hecho, no es posible afirmar que
el psicótico demande un saber de un analista, pero, en función de su sufrimien­
to, es legítimo atenerse a la recomendación de Lacan, según la posición de que
el psicoanálisis no puede retroceder ante la locura.
Pero entonces, si no hay una demanda de saber en la paranoia, ¿cómo teori­
zar la construcción de su dispositivo de tratamiento?
No se trata de establecer una neurosis de transferencia, tal como ocurre en la
neurosis, pues ese manejo es imposible para el sujeto psicótico. Además, la di­
rección de tratamiento en la psicosis, su cura, no pasa por el intento de inscri­
birlo en una norma fálica.

No se puede, por lo tanto, de tornar en neurótico a un psicótico. He aquí lo que se puede


deducir de la advertencia freudiana, confirmada por la continuidad que Lacan le dio
a su enseñanza, así como por la propia experiencia analítica (QUINET, 1999, p. 22).

De allí la necesidad de realizar un diagnóstico psicoanalítico, teniendo en


cuenta que los manejos de la transferencia son absolutamente dispares, cuando
se trata de estructuras clínicas distintas.
En ese contexto, una condición previa para que ese trabajo ocurra —esa in­
vestigación, esa búsqueda de un sujeto que se encuentra delante del borde de
la locura— consiste en el establecimiento de una transferencia en que la faceta
del amor absoluto supera al odio terrorífico, tal como fue visto anteriormente,
sobre todo en el caso Emerson. Otra condición importante condice con aque­
llo que Pommier describe acerca de la paradoja inherente al lugar que un ana­
lista ocupa en la transferencia: ser objeto de una transferencia simbiótica y, al
mismo tiempo, vaciar la propia presencia. Esas condiciones previas permiten el
establecimiento del dispositivo de tratamiento en la paranoia, que se instaura
en el momento en que el psicótico se percibe en un trabajo de bricolage sobre sí
mismo, en el intento de resignificar su delirio, en dirección a la construcción de
una metáfora delirante o en la construcción del sinthome. Está claro que se tra­
ta de orientaciones absolutamente distintas en términos de dirección de trata­
miento. Por ahora, vale destacar que ambas son propuestas de cura de lo incu­
rable27, de tratamiento del sufrimiento psicótico —la construcción de una me­
táfora delirante o la construcción del sinthome— exigen el establecimiento de
una transferencia propicia al tratamiento posible de la psicosis, tal como fue des-
cripto anteriormente.
Fue lo que sucedió con Joáo. En el momento en que él se puso a trabajar so­
bre aquello que le ocurría, en el momento en que autorizó al acompañante te­
rapéutico a compartir su esfuerzo de resignificación de su relación “tensiolítica”
con la madre; sus estrategias para soportar la convivencia con el otro —sus ani­
llos, la “asistitis”—, así como su curiosidad por explorar la propuesta de crear
una palabra o una frase que barrase la quemazón del estómago y su consecuen­
te miedo que los otros le causaban, aun así, cuando Joáo se vio, no más actuan­
do sobre su delirio, pero compartiéndolo con el acompañante terapéutico, en
la transferencia, en un trabajo de bricolage sobre sí mismo y, por último, cuan­
do Joáo consintió nombrar ese trabajo de bricolage como psicoterapia y autori­
zarlo, de modo tal de legitimar su pertinencia en relación al tratamiento de su
sufrimiento, se puede, en fin, afirmar que se constituyó el dispositivo de trata­
miento en la paranoia.
Pero, resta una cuestión: ¿por qué un paranoico retoma el tratamiento? Jus­
tamente porque fue instituido el dispositivo de tratamiento, porque el manejo
de la transferencia no lo remitió a la imposibilidad de lo simbólico, porque no
fue evocada la realidad empírica como un contrapunto, en suma, porque no fue
posible circunscribir el dispositivo de tratamiento como un espacio de cons­
trucción de la metáfora delirante o del sinthome, de modo tal de compartir, en
la transferencia, algo que en otro momento era actuado. El dispositivo de trata­
miento de la paranoia consiste, por lo tanto, en una oferta de contorno a lo real

27. Incurable, pues como ya vimos, una vez determinada la estructura psicótica, en el momento
de estructuración de la subjetividad en la primera infancia, no es posible modificarla.
que no puede ser : nbolizado, cuando un profesional maneja la transferencia
según la indicación clínica ofrecida por Lacan en el Seminario 3, Las psicosis, la
de ser secretario del alienado, para posibilitar al sujeto reconstruir su historia.
Así mismo, la presente discusión se circunscribe en torno de la instancia psí­
quica denominada narcisismo primario, yo ideal o estadio del espejo. El lector
puede recordar el esquema I de Lacan, en el cual, al trabajar la construcción de
la metáfora delirante, incluyó también otra instancia psíquica, el ideal del yo
no barrado y la consecuente suplencia simbólica. Eso hace posible afirmar que
la dirección del tratamiento se orienta entre ellos. Hasta aquí, desde la discu­
sión acerca de la demanda del otro a la instalación del dispositivo de tratamien­
to, quedamos ligados —en cuanto al material clínico— al narcisismo primario,
al yo ideal o al estadio del espejo. La inclusión del ideal del yo no barrado en la
discusión del tratamiento posible de la paranoia supone otro tiempo, posterior
a la instalación del dispositivo de tratamiento, tal como será presentado en los
próximos capítulos.
Por último, constatamos innumerables trabajos existentes en la literatura psi­
coanalítica sobre la construcción del dispositivo analítico en la neurosis y una
enorme escasez sobre la instalación del dispositivo de tratamiento en la para­
noia, lo que nos indica una cuestión: ¿hay manera de formalizar la entrada de
un paranoico en un tratamiento posible?
C a p ítu lo 5

Una nueva indicación clínica para


el tratamiento posible de las psicosis:
el sinthome y el lazo social

Joyce tiene un síntoma que parte de que su padre era carente, radicalmente carente. Sólo
habla de eso. He centrado la cosa en torno del nombre propio y he pensado que por que­
rer hacerse un nombre Joyce compensó la carencia paterna [...]
Es claro que el arte de Joyce es algo tan particular que el término sinthome es justo el
que le conviene (LACAN, 1975-1976, p. 91).

Vimos en el capítulo denominado “Puntualizaciones sobre el padre en el psi­


coanálisis: un avance teórico y una dirección clínica para el tratamiento posible
de las psicosis”, el modo en que Lacan se inclinó por el texto freudiano al ofrecer
una indicación clínica: la construcción de la metáfora delirante. En aquel m o­
mento de su obra, atravesada por la teoría del significante y del lenguaje, Lacan
fue capaz de superar el obstáculo freudiano acerca del tratamiento posible de
las psicosis al proponer un manejo de la transferencia —el testimonio del deli­
rio o el secretario del alienado—. Para Lacan, lo que no puede ser simbolizado,
en la psicosis, retorna por la vía de lo real. El delirio, por lo tanto, tiene ese es­
tatuto —una consecuencia del retorno de lo real—, cuyo tratamiento incide en
escucharlo, con el objetivo de construir una metáfora delirante capaz de cons­
truir contornos al retorno de lo real que fuera forcluído.
Sin embargo, con los avances teóricos de Lacan, la noción de metáfora deliran­
te como dirección de tratamiento fue sustituida por la noción de construcción del
sinthome. Aquí reside un argumento importante, en la medida en que se abre una
nueva dirección de tratamiento para las psicosis, en este caso, incluir la dimen­
sión del lazo social, de modo tal de avanzar todavía más en el debate acerca de los
tratamientos posibles de las psicosis. La construcción de la metáfora delirante —
así como las suplencias imaginaria y simbólica— abre el espacio para una posi­
ción posible de cada sujeto psicótico frente al lazo social. Para Lacan, en ese mo-
mentó de su teoría, esa es la cuestión... ¿De qué manera un psicótico puede cons­
truir su sinthome, para posibilitar un amarre posible y singular con el lazo social?
La cuestión anterior remite al estatuto del Nombre-del-Padre, que sufre cam­
bios a lo largo de la obra de Lacan, tal como se presenta a continuación. El pro­
pósito mayor de este capítulo es presentar un cambio importante en el estatuto
del Nombre-del-Padre en la estructuración de la subjetividad y ofrecer los sub ­
sidios teóricos necesarios para la discusión acerca de la paranoia y el modo en
que se constituye el anudamiento de los tres registros —real, simbólico e imagi­
nario— en ese tipo clínico de la estructura psicótica. Se hace, por lo tanto, una
mención a las teorizaciones de Jacques Lacan sobre Joyce. No porque Joyce fuese
un paranoico... Además, Lacan (1975-1976) afirmó que, desde el punto de vis­
ta clínico, Joyce no era analizable. “En fin, está claro que él era poco predispues­
to al análisis” (LACAN 1975-1976, p. 77). Sin embargo, las teorizaciones de La­
can sobre Joyce ofrecen una preciosa indicación clínica para el tratamiento po­
sible de las psicosis, en el momento en que él justamente afirma que la carencia
paterna de Joyce fue reemplazada por su escritura, su arte y sus efectos de lazo
social como suplencia a la forclusión del Nombre-del-Padre.
La clínica nos demuestra que los paranoicos se aproximan más a Schreber
que Joyce: la sepultura del mundo, las crisis, las alucinaciones, los delirios, el des-
mantelamiento de lo imaginario. La noción de sinthome es sin duda alguna una
contribución que indica un camino posible para los tantos “Schreberes” que lle­
gan a la clínica. El recorte clínico de este capítulo serán fragmentos de la escri­
tura del caso Joáo.
De ese modo, presentaremos una breve reflexión acerca de la concepción de
real desde el Seminario Aun, con el objetivo de ofrecer un punto de partida para
el lector. ¿De cuál real se trata en ese momento de la obra de Lacan? En el semi­
nario mencionado, Lacan no abordó la cuestión del padre, lo que entonces des­
emboca en una discusión sobre el registro de lo real, simbólico e imaginario y
el entrelazamiento de ellos a partir de la figura topológica del nudo BorromeO
de tres elementos. Optamos por presentar esta reflexión como punto de parti­
da para, posteriormente, retomar los avances de la teoría del Nombre-del-Pa­
dre en ese momento de la obra lacaniana, más precisamente a partir de los Se­
minarios R.S.I. y El sinthome, pues en ellos Lacan nos ofrece subsidios teóricos
importantes para pensar la subjetividad humana, además de sus desdoblamien*
tos en el tipo clínico de la paranoia. ¿Cuál es el estatuto del Nombre-del-Padre
en la teoría de los nudos borromeos? ¿Cuáles consecuencias provoca la forclu­
sión del Nombre-del-Padre en el nudo borromeo de la paranoia, tanto desde el
punto de vista de la teoría como también de la indicación clínica?
5.1 La noción de real y el nudo borromec

Lacan, en el Seminario 20, A un, se interroga al respecto de las repeticiones


presentes en un tratamiento en un análisis de neuróticos. ¿De qué forma Lacan
teorizó ese fenómeno clínico, de modo tal de inaugurar una nueva indicación
clínica psicoanalítica?
Lacan (1973-1974) inicia su seminario problematizando la noción de goce1
del ser. Él afirma que el goce del ser es comandado por el superyó, que tiene
como imperativo: “Goza” (LACAN, 1973-1974, p. 11). Es en el orden del goce
del ser que podemos entender lo que Freud desarrolló acerca de la pulsión de
muerte. Ese goce del ser nos da la posibilidad de reflexionar sobre la clínica,
sobre todo cuando entendemos ciertos fenómenos clínicos, tales como cier­
tos momentos subjetivos en que un análisis parece no avanzar. ¿Qué hace que
un analizante permanezca en sus repeticiones? ¿Cómo entender ese fenómeno
clínico, ya teorizado por Freud en los artículos técnicos? El goce del ser es algo
del orden del no querer saber de eso, a pesar de que el goce permanezca allí...
aun. El goce del ser se condice con la pulsión de muerte, cuya evidencia clíni­
ca son las repeticiones.
El concepto de real también es relevante para la presente reflexión, dado que
Lacan propone una equivalencia entre el goce del ser y el registro de lo real. Hay
algo de las repeticiones que insiste, retorna y que tiene consigo un carácter de
ser irrepresentable. A partir de un cometario de Rabinovich (1993), se presen­
tan cuatro puntualizaciones sobre lo real:
Lo real es lo que retorna siempre al mismo lugar, lugar de semblante. En ese
sentido, no es posible instituirlo a partir del registro de lo imaginario, tal como
puede indicar, a primera vista, la noción de lugai
Lo real es formulado a partir de lo imposible de una modalidad lógica. Lacan
define lo imposible como aquello que no deja de no inscribirse.
Y describir también la incompatibilidad entre lo imaginario del mundo y lo
real, de modo tal de afirmar la imposibilidad de alcanzar lo real a través de la
representación.
Existe una relación entre lo real y lo no todo, que trae consigo modalidades
de escritura con las fórmulas de sexuación. Afirma que lo real no es universal y,
siendo así, no es posible afirmar que existan todos los elementos de un conjun­
to que puedan demostrar una universalidad. Hay conjuntos que pueden ser de­

I. Porge (2006) destaca el hecho de que Lacan deseó designar el campo del goce como el campo
lacaniano, Existen, de hecho, varias modalidades de goce, tales como “goce mortal, el goce del
ser, el goce Mito, el h<h r del Otro, el plus de gozar” (PORGE, 2006, p. 249),
terminados según el caso. Por eso, se afirma que lo real implica, en su sentido
más estricto, la idea de que cada uno de sus elementos sea idéntico a sí mismo.

Aun resta articular la noción de goce del ser o real con el uso de la topología,
pues introducimos en ese contexto la teoría de los nudos borromeos. ¿Cómo
pensar el concepto de topología?
Lacan (1973-1974) establece una equivalencia entre estructura clínica y to­
pología. La topología, por no ser una metáfora o un modelo, acaba por nodular
el goce del ser o lo real del goce, así como la estructura —donde se manifiesta lo
real a través del lenguaje—. La topología es un saber sobre la posición del suje­
to del inconsciente ante lo dicho y el decir.

La posición desde donde habla el sujeto, y donde aloja su goce, lo sitúa en una topolo­
gía de los dichos, con efectos de sentido, en los cuales existe un decir, [...] un discurso,
fuera de sentido por él mismo (PORGE, 2006, p. 226).

Existe, por lo tanto, una correlación entre lo dicho y el decir, y lo dicho asu­
me una condición de verdad. La verdad, a diferencia del mandamiento jurídi­
co de decirla toda, en la experiencia analítica puede ser dicha solamente por la
mitad, por el medio-decir [...] toda la verdad, es lo que no puede decirse. Ella
sólo puede decirse a condición de no extremarla, de sólo decirla a medias. (LA-
CAN, 1973-1974, p. 124).
Tal imposibilidad, la oposición al mandamiento jurídico, se explica en fun­
ción de que el goce del ser asuma el estatuto de límite, que puede ser elaborado
a partir del semblante del analista. La clínica psicoanalítica apunta a una expe­
riencia que busca un saber sobre la verdad.
Lacan (1973-1974), en ese momento de su enseñanza, se preocupó por rea­
lizar un paso importante sobre la teorización de lo real a través de la formaliza-
ción matemática, al disponer de la figura topológica del nudo borromeo de tres
elementos, siendo que cada uno de ellos representa el registro de lo real (R), de
lo simbólico (S) y de lo imaginario (I). Vale resaltar que cada uno de los regis­
tros citados no asume un valor mayor que el otro. No hay una jerarquía entre
ellos, lo que entonces se podría escribir I.S.R. o mediante cualquier otra combi­
nación posible. Para Lacan, la topología sirve como una estrategia de formali-
zación de los límites, de los obstáculos de un análisis o, según Lacan, “los pun­
tos de impasse, de sin salida, que muestran a lo real accediendo a lo simbólico”
(LACAN, 1973-1974, p.126). Para Lacan, es la matematización que toca lo real,
de acuerdo con el discurso analítico.
5.2 El Nombre-del-Padre y la paranoia

A partir del Seminario R.S.l, Lacan se propone a trabajar el nudo borromeo


con cuatro elementos, lo que indica una búsqueda de estabilizar el anudamien­
to de tres elementos o, entonces, estabilizar la propia estructura. El cuarto ele­
mento, Lacan (1974-1975) enfatiza, es el Nombre-del-Padre, presentado como el
articulador primordial de los tres registros, lo real, lo simbólico y lo imaginario.
El significante Nombre-del-Padre, en los comienzos de la enseñanza de Lacan,
fue presentado como S2, en la medida en que era responsable por realizar la subs­
titución del significante Deseo de la Madre, este sí considerado como Sr Ese pun­
to es importante para entender la fundamentación teórica que sigue a continua­
ción. Así, el Nombre-del-Padre asume el estatuto de “nombrar” o, dicho de otro
modo, una función articulada a un acto, considerando que el acto, según Lacan,
consiste, justamente, en algo que opera pero que el propio sujeto desconoce. No
se trata de apoyarse en un saber inconsciente, propio de un S . Es en ese sentido
que el pasaje del Nombre-del-Padre como S5 asume una subversión en la ense­
ñanza de Lacan, no tan sólo un progreso del mismo. El Nombre-del-Padre deja
de ser una función predominantemente simbólica, tal como lo fue en la década
del ’50, en el momento en que trabajó en los tres Tiempos del Edipo la teoría de
la sustitución del significante Deseo de la Madre —presente en el primer tiem­
po— por el significante Nombre-del-Padre —cuando se inicia el segundo tiem­
po—, como aparece, por ejemplo, en la fórmula de la Metáfora Paterna.2
Lacan (1974-1975) comenta en el Seminario R.S.l que Freud, sin saber, ya
propuso algo similar, cuando reconoció en el concepto de realidad psíquica el
germen de los desdoblamientos que Lacan sostiene. La prohibición del inces­
to es estructural, pues en ella existe la interdicción del incesto y del consecuen­
te sujetamiento del niño al estatuto de lo simbólico. Freud nombró a esa opera­
ción como Complejo de Edipo. Lacan despeja el concepto al esclarecer mejor
la operación del Nombre-del-Padre no como nombre, sino como “nombrador”,
como aquel que susténtalo simbólico, en un acto de amarre de los tres registros.

Nnmc-do-Pui Desejo da M ié ( A\
2 . be^oda • W m n c u o o p a ra c u je U o - Nom c-do-Pai ^ fórmula f e ^ metáfora paterna CS
una representación de los tres tiempos del Edipo. El lector puede interrogarse respecto a la
anotación NP, referente al Nombre-del-Padre, que aparece arriba de la barra en la primera
fracción. La escritura de la fórmula de la Metáfora Paterna se dio de ese modo, pues en el primer
tiempo del Edipo existe una identificación con el rasgo unario y, por lo tanto, con el registro
de lo simbólico, dado que hubo un consentimiento de la madre a la entrada del padre, que
ocurre en el segundo tiempo del Edipo, pero que exige el consentimiento de la madre como
condición previa.
Porge (1998) analiza el movimiento de Lacan respecto de esa proposición,
el Nombre-del-Padre como un cuarto elemento del nudo borromeo capaz de
amarrar los registros de lo real, simbólico e imaginario. Lacan afirma que fue e]
propio Freud el inventor de la idea del amarre de lo real, simbólico e imagina­
rio. La frase “lo que Freud instaura con su Nombre-del-Padre idéntico a la rea­
lidad psíquica” (LACAN apud PORGE, 1998, p. 157), cuyo acento reside en la
palabra “su”, indica dos consideraciones:

Él es un Nombre-del-Padre porque es una nominación del padre en los dos sentidos del
término: nominación de una función del padre y nominación producida por Freud, a
quien se puede imputar ser el padre del psicoanálisis. Nombrando el complejo de Edi-
po, Freud refiere esta paternidad a un significante y a un acto de nominación (POR­
GE, 1998, p. 157).

No obstante, vale retomar un aspecto citado respecto a la idea del Nombre-


del-Padre como amarre de los tres registros. Porge (2006) avanza en esa discu­
sión al retomar la idea de Lacan al respecto de los Nombres-del-Padre, en plu­
ral, cuando Lacan afirma que los Nombre-del-Padre son nombres en plural, pero
que no superan el número tres —tres registros, real, simbólico e imaginario—
cuyo nombramiento pasa a ser Nombre de Nombre de Nombre. “El Nombre de
Nombre de Nombre es el nombre al cual responde, si a él se identifica, aquel que,
nombrado por la madre, nombra” (PORGE, 2006, p. 179).
Es interesante resaltar que no se trata más que de una sustitución de un sig­
nificante por el otro, de modo tal de esperar una palabra plena del padre para
que la metáfora paterna ocurra. En ese sentido, Lacan afirma que la transmi­
sión simbólica pasa por lo no dicho, al ironizar, justamente, al padre de Schre-
ber: “Se los he dicho simplemente al pasar en un artículo sobre aquel Schreber:
nada peor (pire), nada peor que el padre (pére) que profiere la ley sobre todo.
No hay padre educador sobre todo, sino más bien rezagado respecto de todos
los magisterios.” (LACAN, 1974-1975, p. 23).
Evidentemente, Lacan ironiza el hecho de que el eminente educador, de prin­
cipios rígidos, inventor de aparatos para corregir la postura corporal de niños,
fue incapaz de cumplir su función de nombrador. Daniel Gottlieb Moritz Schre­
ber (1806-1861), el padre de Schreber, supo dictar muchas reglas, pero absolu­
tamente inoperantes. Excesivas palabras al viento...
Y por hablar de Schreber, aun queda un abanico de cuestiones abiertas: ¿de
qué manera la noción de real, trabajada en la década de 1970 por Lacan, con­
tribuyó para el tratamiento posible de la paranoia? ¿Cómo pensar la idea del
nudo borromeo en esa clínica? ¿Y el sinthome? Para responder a esas cuestio­
nes, antes de verificar la aplicabilidad de la contribución de Lacan a la noción
del sinthome en la clínica de la paranoia, vale remitirnos al ejemplo de Joyce y a
su modo de amarre de los registros de lo real, simbólico e imaginario; o, dicho
de otro modo, interesa verificar el estatuto teórico que la escritura de Joyce asu­
me como sinthome.
A partir de lo que presentamos, nos preguntamos acerca del caso Joyce. El
acento está en la palabra “caso”, ya que lo que interesa para el psicoanálisis no
es algo del orden de una crítica literaria, ni nada parecido. El caso Joyce enseña
algo al psicoanálisis en la medida en que su relación con la escritura abre cami­
no para elaboraciones teóricas importantes, tales como los Nombres-del-Padre,
en plural. Todo lo que asume estatuto de Nombres-del-Padre adquiere el carác­
ter de cuarto elemento, lo que sustenta el amarre de los tres registros.
Sin embargo, se abre una cuestión: ¿qué ocurre cuando ese cuarto elemento
es forcluído de la constitución edípica? Lacan afirma que la ausencia de ese cuar­
to elemento puede delimitar algo que pasa a ocupar el lugar de suplencia. Joyce,
a partir de su escritura, mostró al psicoanálisis que es posible construir suplen­
cias para la ausencia del Nombre-del-Padre como S , como aquel responsable
por sustentar el amarre de lo real, simbólico e imaginario. Es, inclusive, en fun­
ción de las suplencias tan bien sustentadas en Joyce que es posible afirmar, des­
de Lacan, que Joyce no era un psicótico, al menos desde el punto de vista clí­
nico. Los tres elementos posibles que hacen suplencias son: el sinthome, el ha­
cerse un nombre y el ego, que, por asumir el estatuto de S( y no de S2permiten
una compensación de una ausencia de amarre, o un nudo mal logrado, especí­
fico de la paranoia.
La primera referencia al nudo de trébol o al nudo de la paranoia, en el Semi­
nario El sinthome, aparece en la clase del 9 de diciembre de 1975.
[ .] esto, que constituye un nudo, [...] el nudo más simple, el nudo que ustedes pue­
den hacer es el mismo que éste, con cualquier cuerda, la más simple, es el mismo nudo
que el nudo borromeo, aunque no tenga el mismo aspecto (LACAN, 1975-1976, p. 42)

En ese punto del seminario, Lacan discute la relación entre los tres registros
al afirmar que el nudo borromeo en forma de trébol o nudo de la paranoia ma­
nifiesta una superposición o continuidad entre esos mismos registros: “En el
nudo de 3, es decir en el hecho de que pongamos a lo Simbólico, lo Imaginario
y lo Real en continuidad, no nos asombraremos de que allí veamos que no hay
sino un único nudo de 3 [...] que homogeneiza el nudo borromeo, no hay por el
contrario más que una sola especie” (LACAN, 1975-1976, p. 52).
Lacan, inclusive, dispone de un neologismo para ilustrar esa idea: cade-nu-
do. La conjunción de las palabras cadena y nudo para ilustrar la idea de una ar­
ticulación entre los tres registros. Aun, en la ausencia de un cuarto elemento, lo
real, simbólico e imaginario permanecen en nudo de trébol, en continuidad u
homogeneizados. El cuarto elemento reorganiza el nudo, como un ArTiculador
entre los tres registros, y al romper la continuidad del nudo de trébol establece
una cadena. El cuarto elemento, en la paranoia, debido a la ausencia del Nombre-
del-Padre, son las suplencias: el sinthome, el hacer un nombre propio y el ego.
En un comienzo, es interesante la distinción entre la grafía síntoma, sin la le­
tra h y la grafía sinthome. Síntoma condice con el modo en que el sujeto goza su
inconsciente, con el modo en que este último lo determina. Se destaca allí una
distinción entre lo que se produjo en términos de síntoma desde la Instancia de
la letra..., el síntoma como metáfora, ya que el síntoma, a partir del Seminario
Aun, se articula con lo real del goce, con aquello que insiste articulado entre el
registro de lo simbólico y de lo real.
Para Lacan, Joyce está desabonado del inconsciente, al no producir sínto­
ma, pues no hay nada que se articule con su inconsciente y en un sentido posi­
ble, no hay sufrimiento. El goce de Joyce en relación al síntoma excluye la posi­
bilidad de remitirse al Otro. Su escritura, si fuera posible compararla con el sín­
toma, excluye la dimensión del sentido, ya que se articula solamente al goce de
poder escribir, se puede afirmar que la escritura de Joyce está al lado del sintho­
me. En ese contexto, se evoca la alegría de Joyce en poder escribir. La suplen­
cia del sinthome se refiere al nombramiento simbólico, ya que denuncia su re­
lación con la letra y el goce.

En este sentido es que se puede retomar a joyce como desabonado del inconsciente; su es­
critura no es interpretable, solamente permite deducir lafunción del padre que nombra
como suplencia de la ausencia del Nombre-del-Padre [...] (RAVINOVICH, 1993, p. 187).
El sinthome, por lo tanto, se consolida con la idea del cuarto elemento que ar­
ticula los tres registros, no más en cadena, sino en amarre, donde, inclusive, ofrece
sustentación al sujeto. Es dentro de ese contexto que Lacan (1975-1976) afirma:

[...] es siempre de tres soportes que llamaremos en la ocasión subjetivos, es decir per­
sonales, que un cuarto tomará apoyo. Y, si ustedes se acuerdan del modo bajo el cual
he introducido este cuarto elemento, cada uno de los otros está supuesto constituir algo
personal respecto de esos 3 elementos, el cuarto será lo que enuncio este año como el
sinthome (LACAN, 1975-1976, p. 50).

Es en esta perspectiva que Lacan se interroga al respecto de cómo interrogar al


sujeto, este último sustentado por el nudo. La reluctancia de Lacan en publicar su
tesis de doctorado sobre la psicosis, en la presente perspectiva, se distingue de la no­
ción de personalidad. El sujeto se ubica en el sinthome, en el cuarto anillo del nudo.
En cuanto a la posibilidad de hacerse un nombre como suplencia del Nom­
bre-del-Padre, es posible notar que es ahí donde reside el problema del nom ­
bramiento. Existe un pasaje del Seminario El sinthome en que Lacan se interro­
ga acerca de la locura de Joyce y de su consecuente deseo de ser un artista. Aho­
ra bien, ser un artista, crear una obra literaria asume un estatuto de suplencia a
la ausencia del padre o, en otras palabras, de compensación.

¿No hay algo, diría, como una compensación de esta dimisión paterna, de esta Verwer-
fung [...), en el hecho de que Joyce se haya sentido imperiosamente “llamado”? Éste es
el término, es el término que resulta de un montón de cosas en su propio texto, en lo que
ha escrito, y que ése sea el resorte propio por el cual en él, el nombre propio, sea algo ex­
traño (LACAN, 1975-1976, p. 86).

Es dentro de ese contexto que Lacan problematiza la construcción del nom ­


bre propio, en la medida en que el nombre propio fue lo que Joyce más valoró, a
costa del padre. El nombre propio asume estatuto de S( —el significante-maes­
tro— que se dirige al S2. La intención de Joyce fue hacer entrar el nombre propio
en el ámbito común, que es sustantivo como cualquier otro. El acento importan­
te recae en la destitución de su lugar como nombre propio y asume estatuto de
nombre común, característica pasible de ser articulada con el Sj, en el momen­
to en que este último aparece en el lugar del discurso analítico.
Por último, y en lo que refiere al ego como suplencia, como una clase de sintho­
me, tenemos la relación de Joyce con su propio cuerpo, que puede ser ilustrado
como piel o cáscara, lana de las ovejas o hábito del monje, entre otros, además
del sentido menos usual, el de un hombre vil y despreciable.
El ego es definido como la idea que se tiene de sí mismo como cuerpo, lo
que demanda la presencia de una imagen especular, considerada narcisista. En
el caso de Joyce, se afirma que él no asume una imagen especular esperada en el
ego. Es como si el ego de Joyce no tuviese, para sí, el envoltorio del ideal del ego.
El cuerpo implica una manera de designar el nombramiento del Nombre-del-
Padre en el nivel de lo imaginario, nombramiento que normalmente es insepara­
ble del cuerpo. El nombramiento imaginario es un marco en la realidad psíqui­
ca, del Edipo y también de la significación fálica. En Joyce, debido a la ausencia
del nombramiento o el amarre de los tres registros, el nombramiento imagina­
rio es suprimido. En ese punto del argumento, Joyce se distingue de Schreber.
Mientras Schreber se apoya en el significante del ideal para construir una metá­
fora delirante, Joyce funciona al revés, al desprenderse de los ideales y también
de aquello que es del orden del cuerpo, en este caso, la inhibición.
Para Lacan, Joyce tiene un ego bastante adaptado, teniendo como punto de
sustentación, en relación a su adaptabilidad egoica, una ausencia de imaginario
especular. En el esquema L, afirma que la resistencia se localiza en el eje a-a’, en el
eje ego-ego ideal. Joyce, en su ego, se sitúa sin ningún revestimiento de ideal, lo
que le permite no tener ninguna confusión con el otro, un semejante. Es también
en función de eso que él puede utilizar el propio cuerpo de manera tan peculiar.
No se trata de una especificidad de la psicosis, sino que también es aplicable
a ella. Se reconoce, desde el punto de vista clínico, el efecto de ausencia de ideal,
oriundo también de cierta falla del nombramiento imaginario. Es en ese contex­
to que Lacan se refiere al caso del pequeño Hans, en la medida en que él parece
no saber qué hacer con su falo, narcisistamente hablando, como atributo o, di­
cho de otro modo, no es capaz de dejar de ser el falo para tener el falo. Es claro,
sin embargo, que se trata de otra cuestión, comparado al caso de Joyce.
Rabinovich (1993) comenta que la forma de suplencia presentada por Joyce
no puede ser equiparada a una teoría de cura de la psicosis. El caso Joyce inte­
resa al psicoanálisis en la medida en que explícita una forma de ilustrar la su­
plencia de la forclusión del Nombre-del-Padre y, por eso mismo, enseña algo al
psicoanálisis. Sin embargo, no sirve de modelo para una cura, pudiendo ape­
nas indicar una dirección posible de investigación de la clínica de las psicosis.
De todos modos, ahí se presentan indicaciones clínicas importantes, el sintho­
me, el hacer un nombre y el ego como suplencias posibles a la forclusión del
Nombre-del-Padre. Contribuciones importantes, sobre todo referente al sintho­
me, que será retomado posteriormente cuando articulemos tales contribuciones
teóricas con la cuestión de la investigación de este libro, en el capítulo siguien­
te, acerca de los efectos analíticos en la clínica del AT con pacientes psicóticos.
5.3 La escritura de Joáo o un ejemplo de construcción del sinthome

La clínica, una vez más, sirve como referencia para ilustrar las cuestiones teó­
ricas anteriormente trabajadas, que servirán, a su vez, para pensar la cuestión
del trabajo de construcción del sinthome. Presentaremos un recorte clínico que
ilustra el trabajo de escritura de Joáo, en un momento de su recorrido clínico.
Al decir que sufría de “asistitis”, Joáo explicó su neologismo: “Asistitis. Titis
proviene de dolencia, inflamación, y asistir es ser asistido, vigilado o controla­
do. Asistitis’ es ser vigilado de modo inflamado”.
Su explicación es, sin duda, un bello neologismo para definir su paranoia. Pre­
guntándole si podría inventar una palabra o frase que pudiese barrar su “asis­
titis”, Joáo comenzó un trabajo de escritura. Lo que presentaremos a continua­
ción son fragmentos de su escritura, producción sostenida por el acompañan­
te terapéutico, en torno a la cuestión que lo motivaba a trabajar. El silencio era
raramente interrumpido, sólo cuando él pedía el cenicero o un poco de café. La
escritura de Joáo3 es presentada respetando su estilo de construcción de fra­
ses, sus acentos y sus puntuaciones. Sin embargo, antes de seguir con el frag­
mento clínico, queremos distinguir el homo sapiens del homofaber. Cabe resal­
tar el desinterés por el primero, pues no interesa la dimensión racional o políti­
ca del hombre, sino la potencia creadora del segundo. Es el “hombre que hace”,
el artesano que, en el caso de Joyce, sugiere pensar en un artesano de las pala­
bras, creando artificios para sostenerse en el mundo, produciendo un discurso
que sigue la vía opuesta del discurso analítico. En cuanto el discurso analítico
propicia la escansión del significante, el discurso joiceano tiende a atraer todos
los posibles S2para el Si; entendiéndose allí al St como inclinado hacia la idea de
sinthome. En la psicosis, la ausencia del Nombre-del-Padre nos lleva a formular
la idea de que la construcción del sinthome asume el lugar de suplencia, de ama­
rre, pertinente para pensar la dirección del tratamiento (RAVINOVICH, 1993).

* * *

3. Caso ya trabajado anteriormente en este libro, en el momento en que discutimos la instalación


del dispositivo de tratamiento. La escritura de Joáo se precipitó en función de su interés en
trabajar con las palabras, en su estilo personal, lo que resultó en una bella “artesanía de palabras”,
que presentaban como hilo conductor su posición subjetiva ante su semejante, el otro, en la
medida en que Joáo dispuso de la escritura, de las palabras, para la construcción de su sinthome.
Por eso, preferimos preservar sus acentuaciones, interrupciones, neologismos, entre otros.
Además, coincidencia o no, el punto de partida que lo motivó a trabajar fue la invitación hecha
para crear palabras o frases que pudiesen contener la “asistitis” —efectos de quemazón en el
estómago cuando realizaba sus intentos de lazo social—.
Acompañante terapéutico: Me dices: no estoy bien. Y entonces yo te pre­
gunté: ¿por qué? Y ahí me respondiste que era la dueña de la pensión.
Bueno, ahora yo te comento: conmigo no sufres de “asistitis”, pero pare­
ce que con los otros sí.
Joáo: Sí.
Acompañante terapéutico: ¿Tanta cosa para este sí? Joáo, aventúrate en el
papel. Consigue una hoja para que comiences...
Joáo: Las cosas, no son bien así... Yo, compro, en el bar, y no les di libertad
alguna, para, éste atrevimiento de ellos. Y, en la pensión, también. Yo vivo
allá, y estoy, para... entonces... prestar servicios y recibir, todo, minuto
órdenes de Doña Eustácia4. Con lo qué, vamos, conversando, hay una
posibilidad, de que yo esté, más tranquilo, con todo eso, y evitar, proble­
mas, para mí, y para éllos.
Acompañante terapéutico: Es justamente por esa línea que yo quiero pro­
seguir. ¿Cuál es la posibilidad de estar más tranquilo? Creo yo, que crear
un nombre para barrar la “asistitis” y comprender mejor las situaciones
cuando la “asistitis” es frecuente.
Joáo: Nosotros debemos imponer nuestros obstáculos, y calmar nuestras
tristezas.
Acompañante terapéutico: Entendí más o menos. ¿Esta es la frase para ba­
rrar la “asistitis”?
Joáo: + o -, es la frase, para proseguir mejor. Allá, donde, yo vivo, y en la vida
cívica.
Acompañante terapéutico: Dentro de lo que estamos conversando, ¿qué
quiere decir esta frase?
Joáo: Dentro, de mejoría, para mí. Allá, donde yo vivo, y general. La frase,
quiere decir, un currículo, del hombre más enérgico...
Acompañante terapéutico: Un sinónimo para enérgico...
Joáo: Menos atento, cón relación á éllos.
Acompañante terapéutico: Ok. La frase Nosotros debemos imponer nues­
tros obstáculos y calmar nuestras tristezas.
Joáo: Es.
Acompañante terapéutico: ¿Vamos a parar aquí?
Joáo: Sí.

Dos meses después... otro fragmento de escritura:

4, Nombre ficticio.
Acompañante terapéutico: Hola Joáo ¿todo bien? Hoy me dices una cosa di­
ferente sobre la dueña de la pensión. Dices que tienes miedo de ella. N un­
ca había escuchado la palabra miedo con la idea de “asistitis”. ¿Me podrías
explicar eso?
Joáo: Una persona cuando es demasiado aburrida, yo creo qué, la gente, sien­
te miedo de ella. La “asistitis” qué es, el dolor de estomago mío, está bien,
con el remédio, que, estoy tomando, en un Dr. que consulto; en el P.S.
Acompañante terapéutico: Yo pensé que el aburrimiento de la Dueña de la
pensión te causaba “asistitis”, ¿no es eso? ¿El miedo está junto con la “asis­
titis”?
Joáo: Es eso. el miedo también, da “asistitis”.
Acompañante terapéutico: ¿Y qué haces con el miedo? ¿Cómo se vive con
alguien así? ¿Podrías disponer de una forma de mejorar esta situación?
Joáo: Es horrible convivir. Tengo, que tener paciéncia y controlar y contor­
near. Mejorar, también es el tratamiento aqui, que me calma, y me m an­
tiene. [...] Tenemos, qué ser hombre, y tener nuestros Objetivos, el res­
to no se ve. Es + o - así.
Acompañante terapéutico: ¿Cómo es aquella frase: tenemos que imponer
nuestros obstáculos y calmar nuestras tristezas?
Joáo: Tenemos, qué, guardar, lo qué, pensamos, delante, de personas, mál
queridas, como éllos. Y, hacer, qué, no ve, lo qué, éllos, nos dicen, y hacen.
Acompañante terapéutico: ¿Y si ellos repitieran esa mala actitud?
Joáo: Si, yo estuviera bien, y bien protegido, también, puede, pasar esto.

Después de un año de tratamiento, Joáo abre un nuevo significante, como si­


gue a continuación:

Acompañante terapéutico: ¡Hola, Joáo! ¿Puedo preguntarte una cosa? ¿Te


entristeces cuando el cielo está gris, para llover?
Joáo: Me entristezco, y me quedo con odio. Porqué, no me gustan, los luga­
res así. Me siento bien, cón lugares del interior, dónde es bueno vivir, cón
paisajes, poco sol, sombra, y llovizna, qué da salud, no gripe, como allí.
Acompañante terapéutico: ¿El cielo oscuro te da odio? Nunca oí esta pala­
bra viniendo de ti. Odio, ¿cómo es eso? [...] ¿Será que el grupo del bar y
Doña Eustácia pueden dejarte con odio? ¿Podría ser?
Joáo: También, coopéra, esto, yo estar, bien con odio, acertaste, sino, algunas
veces, no me importa, el tiempo.
Acompañante terapéutico: ¿Estar bien con el odio? ¿Cómo es eso?
Joáo: De estas cosas, p. tiene los dramas de la Doña Eustácia y del bar. [...]
Sólo esto... Da para ir...
Acompañante terapéutico: ¿Ir para dónde?
Joáo: Viviendo, con esta, irregularidades, que yo encuentro. Que yo encuen­
tro, que este tratamiento, que me da Sao Paulo (tiempo) y donde vivo, es
un defecto de ellos (irregularidad). De ellos, allá, donde, yo, vivo.
Acompañante terapéutico: ¿Tienes alguna cosa más para decir?
Joáo: Ok. Sólo. Gracias.

Un nuevo significante se abre: el odio. Después de esa frase, hubo un giro im­
portante en la trayectoria clínica de Joáo. Él abandonó su posición de víctima
de las miradas de los otros. Comenzó a cuestionar ciertas imposiciones de per­
sonas de su entorno y a rechazar cierta sumisión y fragilidad. Era capaz de res­
ponder a las bromas de los otros con seguridad, defendiéndose hasta con agre­
sividad. Decía que no le gustaba sentir “asistitis”. Era capaz de discriminar las
burlas que le causaban “asistitis”, sentir odio y defenderse.
Después de algún tiempo, Joáo entristeció. Su producción delirante dismi­
nuyó considerablemente. Ya no se oía más la palabra “asistitis”, él parecía triste
y cabizbajo. En determinado momento, el acompañante terapéutico le dijo que
también se sentía triste al verlo así. Tal intervención tuvo un efecto importante.
Joáo, gradualmente, recuperó su modo animado de ver la vida, comenzó a salir
más de su cuarto y a actuar con más ánimo, ya sea en el tratamiento como tam­
bién en la convivencia con otros.
Evidentemente, se trató de una intervención especular, eficaz para ese mo­
mento del tratamiento de Joáo, en la medida en que hubo un efecto de reubicar-
lo en el trabajo subjetivo sobre sí mismo. Hay ciertos momentos en que un pa­
ciente paranoico se beneficia con una intervención de esa naturaleza, en la me­
dida en que esa modalidad de intervención tiene un efecto de reconocimiento
sobre sí, desde el otro especular. Fue una especie de llamado, de rescate de aque­
llo de lo que Joáo parecía estar agarrado, o sea, perplejidad ante una conquista
de un saber sobre sí, pero que también, paradójicamente, lo ponía en jaque mate
en cuanto a la precariedad de su vida, de sus lazos. Sin embargo, un tratamien­
to clínico no se fundamenta sólo con ese tipo de intervenciones. Aquí también
reside una paradoja, pues la estrategia de una intervención de esa naturaleza es
calculada en la medida en que la apelación a un llamado se hace necesaria. Sin
embargo, el trabajo de escritura, de sustentación de los significantes en la trans­
ferencia puede prescindir de una intervención especular.
Ese proceso de escritura de Joáo culminó con la aparición de dos significan­
tes importantes: el miedo y el odio. El significante tristeza vino después, en un
momento en que Joáo casi no estaba eligiendo ir al consultorio a realizar sus lla­
madas sesiones de “psicoterapia”. De cualquier modo, ese significante también
apareció en la transferencia.
¿Cómo teorizar el proceso de Joáo? ¿Es posible afirmar que Lacan rompió
con la teoría de las psicosis vinculada con la noción de significante, al ofrecer
su propuesta de articulación entre goce del ser y real a través de la topología de
los nudos borromeos?

5.4 De la teoría del lenguaje a la teoría de los nudos borromeos


o . .. ¿existe una ruptura epistemológica entre el significante y la
topología?

A partir de la perspectiva del Seminario Las psicosis, vimos determinada con­


cepción de real: aquello que no puede ser simbolizado y que, por lo tanto, retor­
na por la vía de lo real a través de alucinaciones o delirios. En ese momento, la
dirección de tratamiento de la paranoia incide en la construcción de la metáfo­
ra delirante. Según la noción de real elaborada por Lacan desde la teoría de los
nudos borromeos, lo real se articula con el goce del ser —aquello que anima las
repeticiones—, al incluir la topología de los nudos mencionados. Lo real sola­
mente ex-siste en la medida en que se articula con el registro de los simbólico
y de lo imaginario. Además de eso, Lacan afirma que un tratamiento, bajo esa
óptica, está dirigido a la construcción del sinthome, cuarto elemento del nudo,
que sustenta la articulación de los registros mencionados. Siendo así, ¿es posi­
ble afirmar que hubo una ruptura epistemológica, en cuanto al concepto de real,
en esos dos momentos de la obra de Lacan?
Trabajamos aún con la idea de que el manejo de la transferencia, en la para­
noia, desde el Seminario Las psicosis, se apoya en la idea de escucha del deliro
para la construcción de la metáfora delirante, de modo tal de que un analista de
psicóticos sustente el significante, en la transferencia, sin interpretarlo o remi­
tirlo a la imposibilidad simbólica. ¿Pasa lo mismo en la construcción del sintho­
me? Dicho de otro modo, ¿el sinthome es interpretable?

* * *

Lacan reformula la noción freudiana de la psicosis, desde el Seminario Las


psicosis, de acuerdo con ciertas apropiaciones. Al retomar el algoritmo de Saus-
sure e incorporarlo en su teoría a través de una reformulación, en este caso,
la idea de la primacía del significante sobre el significado, Lacan fue capaz de
teorizar la experiencia clínica de las psicosis, a través de la proposición de que
el lenguaje es la propia condición del inconsciente. El trato teórico que Jac-
ques Lacan ejecutó le permitió avanzar en nuevas articulaciones. Para Lacan,
la paranoia puede ser entendida como un fenómeno de lenguaje, los neolo­
gismos, significantes que son secretariados en la transferencia. Vale, inclusi­
ve, retomar la imagen de Lacan sobre el analista de psicóticos, testigo o secre­
tario del alienado.
La escucha del delirio, en ese momento de la enseñanza de Lacan, busca lo­
calizar al sujeto psicótico en el borde de la locura, de modo tal de interrogar la
producción delirante: ¿cuál fue el evento desencadenante del brote? ¿Qué se pro­
dujo, en términos de contenido, en el delirio? ¿Cómo fue posible salir del deli­
rio? ¿De qué manera es posible permanecer estabilizado, sin desplomarse en el
abismo de la locura?
Ese modo de abordar el brote psicótico, en la crisis, deviene de cierta con­
cepción de real, trabajada en el Seminario Las psicosis, que condice con el re­
torno de algo que jamás entró en el proceso de simbolización. En ese momento
de su obra, Lacan afirma que la significación rechazada tiene relación con la bi-
sexualidad primitiva, descripta por Freud en los Tres ensayos sobre la teoría de
la sexualidad, en su función femenina y la consecuente significación simbólica
esencial. La construcción de la metáfora delirante alcanza la finalidad de reali­
zar una suplencia imaginaria, en este caso, ser una mujer —como reestructura­
ción de los bastones imaginarios—, y una suplencia simbólica, al incluir a Dios
—Otro no barrado— en su delirio. El efecto de esa intervención permite trasla­
dar la posición de Schreber como objeto a, en el intento de circunscribir el goce
del Otro en un objeto separado del cuerpo o, entonces, condensar, delimitar, ba­
rrar el goce. No obstante, es posible apuntar a una nueva dirección para el trata­
miento posible de la paranoia, en la medida en que ella se orienta, radicalmen­
te, al lazo social. Hablamos de los intentos posibles de amarre de los tres regis­
tros —a través del sinthome—, de modo tal de justamente hacer uso de aque­
llo que el lazo social ofrece, o sea, un soporte para la estabilización —este pun­
to será retomado más adelante—.
De ese modo, al acompañar el recorrido clínico de Joáo, se percibe en los frag­
mentos de este caso la sustentación de su producción delirante, según la función
del analista descripta en el Seminario Las psicosis, la de ser secretario del signifi*
cante “asistitis” presente en la transferencia. Sin embargo, se pudo percibir, a lo
largo del tratamiento, que otros significantes surgieron, tales como el miedo, el
odio y la tristeza. ¿Cómo entender, desde el punto de vista teórico, la em ergen­
cia de esos otros significantes en la transferencia?
Al utilizar la clínica como referencia, se destaca que el artificio de la topolo­
gía va justamente en contra de lo que Lacan propone como testigo o secretarlo
del alienado. La noción de topología nos permite teorizar ciertos fenómenos clí­
nicos. Ahora bien, en la situación clínica anteriormente descripta se sustentaron
ciertos significantes en la transferencia, según la indicación clínica del Semina­
rio Las psicosis. A lo largo de ese tratamiento, también se percibió que Joáo pasó
por un periodo de odio y tristeza5. ¿Qué está en juego? ¿Un manejo equivoca­
do? ¿O entonces una indicación clínica importante acerca de ese momento del
tratamiento, inherente al propio proceso analítico?
Lacan inicia el Seminario Aun con neologismos del tipo: opeora, suspeora. El
inconsciente pira, suspira. La topología de lo real incluye en su modelo aquello
que Lacan denominó como amorodio, o sea, una formalización de la experien­
cia analítica en que amor y odio son componentes esperados en el trayecto de un
tratamiento psicoanalítico. La noción topológica de lo real nos sirve como refe­
rencia teórica para sostener la clínica, o manejo de la transferencia del secreta­
rio del alienado. Se trata de una apuesta a la insistencia de esa trayectoria o in­
dicación clínica. Al final, se sabe que, a lo largo de los análisis, las apelaciones de
los analizantes se tornan cada vez más primitivas. Un analista poco experimen­
tado puede conmoverse con esas apelaciones y caer en las trampas de la trans­
ferencia (HERMANN, 2004).
Dentro de ese contexto, vale destacar el hecho de que la teorización de lo real
en términos de topología no es exclusividad de cierta estructura clínica. Tal pun­
to es trabajado por Lacan en el Seminario Aun.

Hay relación de ser que no puede saberse. Aquella cuya estructura indago en mi ense­
ñanza, en tanto que ese saber —acabo de decirlo— imposible está, por ello, en entre­
dicho (interdit). A quí juego con el equívoco: este saber imposible está censurado, pro­
hibido, pero no lo está si escriben adecuadamente el entre-dicho, está dicho entre pala­
bras, entre líneas. Se trata de denunciar a qué género de real nos da acceso (LACAN,
1973-1974, p. 162).

Ese punto es importante, pues denunciar a qué suerte de real se tiene acce­
so no invalida las contribuciones de Lacan en el campo del lenguaje articulado
a las estructuras clínicas. Existe un pasaje en el Seminario El sinthome que me­
rece ser destacado:

5. Lacan trabaja la ideo de la tristeza en Televisión.


Digo eso porque anoche se me form uló la pregunta de saber si había otras forclusiones
que la que resulta de lafordusión del Nombre-del-Padre. Es muy cierto que laforclusión,
eso tiene algo de más radical puesto que el Nombre-del- Padre es algo al fin de cuen­
tas ligero: pero es cierto que es ahí que esto puede servir, en cuanto a lo que concierne a
laforclusión del sentido por la orientación de lo real [...] (LACAN, 1975-1976, p. 118).

Esta cita puede inducir a un tipo de lectura equivocada, en la medida en que


se explicita una forclusión generalizada. Hay una ex-sistencia de lo real en las
tres estructuras clínicas... pero es posible atenerse solamente en esa ex-sisten­
cia, independientemente de la estructura clínica. No es eso lo que la clínica nos
enseña... el caso Joáo, por ejemplo, en lo que concierne al manejo de la trans­
ferencia, siempre fue abordado desde la perspectiva del secretario del alienado,
elaborada por Lacan en el Seminario Las psicosis. En cuanto a la teoría de los nu­
dos borromeos, esta le sirvió a Lacan para prevenir a los analistas, a través de la
formalización de la experiencia analítica, de que el inconsciente pira, de que el
amor y el odio son componentes esperados de un tratamiento analítico o de que
hay un precio que pagar por el saber conquistado en un tratamiento.
De ese modo, se enfatiza la cuestión de la estructura. La topología está allí, está
dada, articulada con la noción de real. Cuando Lacan interroga el lugar de la es­
tructura y articula esa cuestión con cuál suerte de real se permite tener acceso, él
mantiene coherencia con lo que trabajó en el Seminario Las psicosis. En él, Lacan
denuncia la diferencia existente entre neurosis y psicosis al afirmar que la defini­
ción de una estructura clínica se da, también, por el modo en que el sujeto arti­
cula su posición ante el juego de los significantes y determina también la particu­
laridad del manejo de la transferencia para cada estructura clínica. Así, podemos
afirmar que la concepción topológica de real ofrecida desde el Seminario Aun, sir­
ve para pensar aspectos relevantes, tales como la relación entre real y goce del ser
como la compulsión a la repetición —presente en las tres estructuras clínicas—,
pero su modo de acceso está sí determinado por las particularidades de cada es­
tructura clínica que marcó el cuerpo y sus consecuentes concepciones de manejo
de la transferencia, trabajadas desde el inicio de la enseñanza de Lacan.
Por último, resta aún una pregunta: ¿el sinthome es interpretable? Así como
la metáfora delirante, el sinthome también es una construcción. Sin embargo,
antes de realizar esa articulación, vale retomar aquello que Freud elaboró al res­
pecto de la noción de construcciones en análisis, circunscripto, por lo tanto, a la
perspectiva de la clínica de las neurosis.
Para Freud (1938), el conflicto edípico deja de ser interpretado para ser re­
construido, respetando la materialidad psíquica de aquella singularidad, según
lo que fue expuesto acerca de la noción de realidad psíquica —en este caso, la re­
construcción de contenidos reales y fantasmáticos del sujeto, coincidentes con su
mito edípico infantil—. Freud hace una reserva acerca de la dificultad de realizar
tal construcción, al destacar el papel de la construcción y su ideal en un análisis, o
sea, una rememoración del conflicto edípico y la remoción de su amnesia infantil.
El fundamento de ese giro en el método analítico se encuentra en el ya cita­
do texto Pegan a un niño, en el momento en que Freud anuncia una lógica in­
terna presente en la fantasía inconsciente, cuando reconoce la dificultad6de re­
memorar ciertos contenidos de ella.
De ese modo, se aborda la cuestión en una doble vertiente. La primera de ellas
consiste en un manejo de la transferencia en que un analista ofrece subsidios
para auxiliar al paciente a realizar sus construcciones en análisis, en este caso, re­
construir las propias “impresiones” sobre su vivencia edípica. Por otro lado, es el
propio paciente quien construye, rememora, realiza ese trabajo de arqueología
sobre sí mismo, en el sentido de reconstruir lo que imprimió en el inconscien­
te. Nótese allí un doble sentido de la palabra impresión: ya sea en el sentido de
las marcas que tales contenidos inscribieron en el psiquismo, como en el senti­
do de aquello que se percibe como contenidos oriundos de su realidad psíquica.
Aquí reside un fundamento ético importante para la clínica psicoanalíti-
ca. Es él quien nos muestra cuan difícil es sostener esa dirección de tratamien­
to, en este caso, manejar la transferencia en dirección a una construcción acer­
ca de la posición del sujeto en el drama edípico, ante la fantasía fundamental y,
evidentemente, ante aquello que causa deseo. Esa doble vertiente exige un cál­
culo, una dirección necesaria o una responsabilidad asumida por un psicoana­
lista en el momento en que él consiente que un candidato a análisis se acueste
en el diván. De ese modo, se entiende que el proceso de un análisis incide sobre
ese trayecto, que es responsabilidad de un analista indicar. Sin embargo, y por
el hecho de que el recuerdo ocurre por la vía del paciente, es el paciente quien
va a avanzar en su análisis en el momento en que el trabajo arqueológico sobre
sí mismo progresa. Punto delicado, que exige por parte de un analista una aten­
ción redoblada para no interferir en las elaboraciones que el paciente realiza so­
bre su fantasía inconsciente. En ese sentido, un analista no interpreta una fan­
tasía inconsciente y sus consecuentes construcciones. El fundamento ético se
sustenta en esa cuestión, ya que la delicadeza de ese manejo incide sobre la idea
de que es el propio paciente quien ha de encontrarse con sus marcas edípicas y,
ante ellas, (re)posicionarse.

6. El texto Pegan a un niño sugiere tres etapas de la fantasía. El énfasis mayor está puesto sobre la
segunda etapa, momento caracterizado por Freud como el más difícil de recordar, cuyo texto
es: “¡Mi padre me pega!”.
¿Y la idea de construcciones en la clínica de las psicosis? El propio Freud afir­
mó que el delirio de Schreber también es una construcción en análisis. Ese as­
pecto destaca la idea de que la construcción de la metáfora delirante no es in­
terpretable, en la medida en que la estructura psicótica, como fenómeno de len­
guaje, no se inscribe en la lógica discursiva regida por el registro de lo simbólico.
Rabinovich (1993) formula una cuestión interesante sobre Schreber, ¿Sería
él, Schreber o la mujer de Dios, un nuevo nombre, tal como se afirma al respec­
to de Joyce, el sinthome? Ella afirma que sí y abre esa perspectiva de discusión
mientras que se mantenga en mente el hecho de que tal imagen —la mujer de
Dios— asuma el estatuto de suplencia al Nombre-del-Padre, como un S , al to­
mar esa significación como algo que representa al sujeto para otros significan­
tes, S2. Una vez más se nota la validez del modelo lingüístico de Lacan.
Dentro de ese contexto, hay algo que sobrepasa la lógica de la construcción
en ambas clínicas —de la neurosis y la psicosis—, en la medida en que la cons­
trucción de la fantasía inconsciente, de la metáfora delirante o del sinthome no
es interpretable, a diferencia del síntoma en la clínica de la neurosis.
Sin embargo, existe una distinción que merece ser realizada ante la noción
de equivocación entre las clínicas mencionadas. La equivocación en la clínica
psicoanalítica de las neurosis es el arma de la cual un analista dispone contra el
síntoma, dado que él se dirige al inconsciente del analizante, de allí proviene el
manejo de la transferencia realizado por un psicoanalista, en función de signi­
ficantes que le son desconocidos, que se ubican al lado del analizante como su­
jeto. En Joyce, no es posible afirmar que el otro es destinatario de sus equivoca­
ciones. De ese modo, el manejo que se hace ante la construcción del sinthomí
condice con la lógica del poeta o del “artesano de palabras”, en la justa medida en
que se apoya en significantes conocidos por el sujeto. Por esa razón, la escritura
de Joáo fue presentada respetando sus acentuaciones, su grafía, sus pausas... es
por eso que la escritura de Joyce “no es interpretable, solamente permite dedu­
cir la función del padre que nombra como suplencia a la ausencia del Nombre-
del-Padre” (RAVINOVICH, 1993, p. 187).

* * H¡

El caso Joáo trajo especificidades importantes a ser consideradas. Su equipe


de tratamiento estaba compuesto por el acompañante terapéutico, un psiquiatra
y por su curadora —persona responsable de administrar sus finanzas persona­
les—. En términos de dispositivos de tratamiento, Joáo disponía solamente de
salidas con el acompañante terapéutico, salidas para paseos en San Pablo. Tales
salidas permitieron al acompañante terapéutico una aproximación mayor al su
frimiento de Joáo. Era notable cómo Joáo reproducía, en la situación específica
del acompañamiento en su comienzo, una condición bastante similar a la que
Lacan describe en el primer tiempo del Edipo, en el que el otro es encapsulado
por la transferencia simbiótica. No había, en esas salidas, ningún interés por las
personas que estaban a su alrededor. Al constatar esa condición, el acompañan­
te terapéutico se dispuso a interrogar a Joáo acerca de sus temores. ¿Cómo tra­
tar la “asistitis”? Fue ahí que el acompañante terapéutico enriqueció su monta­
je institucional de tratamiento al instalar el dispositivo de tratamiento denomi­
nado por Joáo como “psicoterapia”. Ese trabajo de producción de escritura duró
cerca de dos años. Después de ese periodo, Joáo se interesó solamente en reali­
zar los acompañamientos).
Afirmamos que el acompañante terapéutico trae consigo una mirada en red,
mirada que pretende construir, sostener y hacer circular la producción del pa­
ciente por los dispositivos de tratamiento que componen el montaje institucional
de tratamiento. Se trata de construir bordes posibles para el retorno de lo real.
Desde ese prisma, el acompañante terapéutico contribuye para la función de la
mirada en red, también como un ArTiculador de los profesionales que compo­
nen la red de tratamiento. Construir una red de profesionales también consti­
tuye un proyecto terapéutico importante para el AT. En la singularidad de ese
caso le fue posible al acompañante terapéutico operar con la escucha analítica,
al demandar de Joáo un trabajo de escritura.
El ejemplo aquí trabajado posibilitó ofertar un nuevo dispositivo clínico a
Joáo, lo que permitió incrementar la gama de dispositivos clínicos que lo asis­
tían. Por un lado, fueron mantenidas las salidas y las circulaciones a través de
los acompañamientos terapéuticos y, por el otro, se abrió un espacio de trabajo
para pensar los efectos sobre sí mismo frente a las salidas y las personas presen­
tes en su entorno. Joáo puede, a partir de un momento de la dirección de su tra­
tamiento, embarcarse en un proceso.de escritura, de construcción de su sintho­
me. Nótese que no se trató de una sustitución de un dispositivo por el otro, sino
de un incremento de: la oferta clínica. Concomitantemente al proceso de escri­
tura de Joáo, fue posible sostener las salidas y promover la circulación. Su modo
de estar juntos fue también modificándose, porque él se fue tornando menos
aterrorizado y más seguro ante la oferta de lazo social.
El AT produjo efectos importantes, efectos de real para Joáo. El lector puede
recordar la definición de encuentro, propuesta por Oury, en el momento en que
trabajamos la noción de colectivo en la institución. El encuentro, como siendo del
orden de la casualidad, puede tener efectos de real, de allí que pensemos a la ins
titución como una red de lugares distintos. La circulación, la apuesta en propiciar
una aproximación del sujeto psicótico con el lazo social permitió a Joáo situarse
en la tensión entre el retorno de lo real y sus avances en la construcción del sintho­
me. Joáo ya no recurría a la vieja estrategia de reproducir la transferencia simbió­
tica, bastante frecuente en el inicio de su tratamiento. A partir de los efectos que
sus producciones de escritura produjeron sobre él, empezó a relacionarse de otro
modo con los espacios de la ciudad. El proyecto terapéutico del AT, en ese mo­
mento del caso, era promover ofertas de lazos sociales importantes para que Joáo
experimentase, en acto, posibilidades de encuentro con efectos de real.
Acordamos, con Palombini (2004), en que la intervención clínica del acom­
pañamiento terapéutico incide sobre la dimensión del espacio y del tiempo. En
la dimensión espacial de la ciudad, con sus flujos, es posible encontrar brechas
de enlace del sujeto psicótico en espacios públicos, fuera de los límites territo­
riales de las instituciones de tratamiento, instituciones que pueden también es­
tancar el tiempo, regularlo. Pensamos que el sujeto psicótico, en su modo sin­
gular de relacionarse con el tiempo y el espacio, construye puntos de contacto
importantes para la inscripción de su singularidad en la ciudad. Son esas ofer­
tas de aproximación al lazo social lo que provoca efectos importantes en la sub­
jetividad del sujeto psicótico.
Así mismo, permanece una cuestión esencial: ¿cómo teorizar la transferencia
en la modalidad clínica del acompañamiento terapéutico? Esta cuestión mere­
ce un comentario aparte, dado que hay dos visiones distintas respecto a la fun­
ción del acompañante terapéutico. La primera de ellas se fundamenta en la idea
de que la clínica del AT se basa en un “hacer juntos”. Basta pensar en uno de los
sentidos posibles de la palabra acompañamiento, en este caso: “comer pan jun­
tos”. Así, para los defensores de esa visión, la clínica del AT se fundamentaría
exclusivamente en ese hacer juntos, como si su función clínica se justificara “en
esa acción entre amigos’”. ¿Será realmente válido reducir la clínica del AT a ese
“hacer juntos”?
Tomamos como ejemplo a la lengua francesa. Además de los artículos defi­
nidos e indefinidos, presentes también en el español, existe el artículo partitif.
Se emplea ante un nombre concreto o abstracto o sirve para indicar una canti­
dad indeterminada, una parte de un todo que no puede ser contabilizado. Vea­
mos un breve diálogo, a modo de ilustración. “¿Qué hay en este pocilio?” “Café”.
En la lengua española se afirma, por ejemplo, que el contenido de un pocilio está
compuesto por una sustancia líquida, oscura, con buen aroma, etc., denominada
café. En la lengua española, no existe un artículo propio para el diálogo propues­
to. Ahora, continuamos con ese mismo diálogo en la lengua francesa: “Quest-ce
qu’il y a dans cette tasse?” “C’est du café”. El artículo partitifde la segunda ora­
ción es la palabra du, necesario en la gramática francesa para el acto lingüísti­
co de identificar la naturaleza de la sustancia en cuestión, en este caso, el café.
El problema que se encuentra en los siguientes interrogantes sobre el AT pue­
de ser precisado a partir del ejemplo del artículo partitif Cuando se formula la
cuestión de si el AT asume una función analítica en esa clínica, lo que se busca
identificar es si las ofertas de lazo social producen algún tipo de efecto de real,
comparable al efecto de una intervención clínica, tal como Oury teorizó, por
ejemplo, en su paradigma institucional. De ese modo, fue de gran importan­
cia realizar una reflexión sobre lo que es propiamente analítico en la clínica psi-
coanalítica de las psicosis, para verificar la hipótesis de que el AT, en su especi­
ficidad, contribuye a la construcción del sinthome. Es lo que se verificará en el
próximo capítulo.
C a p ít u l o 6

El sinthome y el acompañamiento
terapéutico

La cuestión de las variantes de la cura, por adelantarse aquí con el rasgc galan­
te de ser cura-tipo, nos incita a no conservar en ella más que un criterio, por ser
el único de que dispone el médico que orienta en ella a su paciente. Este criterio
rara vez enunciado por considerárselo tautológico lo escribimos: un psicoanáli­
sis, tipo o no, es la cura que se espera de un psicoanalista. (LACAN, 1955, p. 331).

La propuesta de este capítulo es problematizar el concepto de escena en el


AT, pues una aproximación a la idea de escena es condición previa para la reali­
zación de dos pasos subsecuentes: la teorización de los efectos del AT en pos de
la construcción del sinthome y las consecuencias pasibles de ser extraídas para
teorizar el manejo de transferencia en el AT con pacientes paranoicos.
Las discusiones clínicas del AT son atravesadas por el concepto de escena, ya
sea en aquello que define a su especificidad: una aproximación a las ofertas de
lazo social, o en supervisiones clínicas, en el manejo de la transferencia de un
acompañante terapéutico, en fin, no es posible prescindir de la idea. Sin embar­
go, es necesario problematizar el uso del concepto de escena en el AT con pa­
cientes psicóticos. ¿La escena en el AT es equivalente a la realización de lazo so­
cial? Claro que no. ¿Pero, entonces, qué se espera de esa acción? Crear circuns­
tancias o situaciones que aproximen al sujeto a una invitación por parte de la ciu­
dad, a una oferta de lazo social. Es más apropiado, por lo tanto, circunscribir el
uso de la palabra escena como el manejo específico de la transferencia en el AT.
De esa primera proposición resultan otros dos puntos importantes. El prim e­
ro de ellos consiste en verificar —y así, finalmente, se trabaja la hipótesis central
de este libro— la contribución de la función clínica del AT para la construcción
del sinthome, al ampliar las posibilidades de intervención clínica para el trata­
miento posible de la paranoia, por existir la forclusión del Nombre-del-Padre,
pretende construir un sinthome como suplencia de aquello que ofrece susten­
tación al amarre de los tres registros: lo real, lo simbólico y lo imaginario. La hi­
pótesis que pretendemos examinar, en el presente capítulo, es que el AT contri­
buye a la construcción del sinthome. Una vez verificada esta hipótesis, preten­
demos extraer algunas premisas acerca de la transferencia en el AT con pacien­
tes paranoicos en la perspectiva de la teoría lacaniana.

6.1 La escena traumática, la Otra escena, el lazo social o ... ¿de qué
trata el concepto de escena en el AT?

A lo largo de esta reflexión, presentamos algunos conceptos de escena, tales


como la escena traumática, descripta por Freud en el momento pre-analítico; la
Otra escena o la fantasía inconsciente, citada, inicialmente, a través de Freud, cuan­
do propone un giro en la dirección del tratamiento psicoanalítico de las neurosis;
el lazo social, en el momento en que se presentó la noción de fenómeno de masa,
a partir de Freud. Falta ahora problematizar la noción de escena en el AT: ¿es po­
sible afirmar que el paranoico está en el lazo social? Cada concepto aquí citado
será comentado, con el objetivo de aproximarnos a la cuestión central: una ca­
racterización posible del concepto de escena en el AT... ¿pero que escena es esa?
La escena traumática, el abandono de la hipnosis y el descubrimiento de la
asociación libre también traen consecuencias importantes para problematizar
la idea de circulación del paranoico en lo social.
Conviene alertar a los acompañantes terapéuticos sobre el hecho de que, en
sus tácticas, está descartado cualquier intento de interrogación sobre el delirio
por la vía de la causalidad1. Ante el extrañamiento 2 causado por el impacto

1. Por ejemplo, una pregunta del tipo: “¿por qué tienes la manía de persecución?” Es una pregunta
poco efectiva y que, de cierto modo, reproduce la lógica de la causalidad mecanicista presente
en el fundamento teórico de la hipnosis.
2. Freud, en el texto Lo ominoso (1919), se interesa por trabajar los impactos de lo horroroso en
la subjetividad humana. Propuesta interesante y que va, de cierto modo, en una dirección poco
explorada por los tratados de estética, cuyos argumentos versan sobre los efectos de lo bello en
el hombre. A partir del análisis de un cuento de E. T. A. Hoffman, escritor romántico alemán,
denominado El hombre de la arena, Freud argumenta al respecto de los mecanismos psíquicos
presentes en el momento en que alguien se encuentra con algo asombroso. Su hipótesis consiste
en la idea de que el encuentro con lo bizarro, lo diferente, provoca fatiga, angustias, entre otros,
pues se trata de efectos de retorno de algo familiar, pero que fue reprimido. Por ejemplo, las
deformaciones corporales causan cierta extrañeza, dado que evocan algo familiar —las vivencias
infantiles de la sexualidad en un cuerpo despedazado—, pero que fueron superadas por el
del encuentro con un sujeto en crisis, cuando las manifestaciones de la sexuali­
dad se encuentran en estado bruto, es común un acompañante terapéutico, afli­
gido por el retorno de lo reprimido que ese tipo de experiencias plantea, preso
entre sus efectos y también por una expectativa de efectivizar su trabajo, termi­
nar buscando en la propia realidad social un “concierto” de aquello que desen­
cadenó la crisis, por la vía de la causalidad mecanicista.
Es como si un acompañante terapéutico reprodujera aquello que Freud tanto
buscara en la teoría del trauma o de la seducción. Para extinguir la causa del sínto­
ma histérico, Freud hipnotizaba a sus pacientes, con el objetivo de encontrar una
escena traumática que generó un afecto desagradable. Ese afecto, como causa del
síntoma histérico, era rescatado a partir de la hipnosis, en el momento en que la
paciente intentaba recordar la escena traumática ocurrida en la realidad. Al re­
memorar esa escena, un paciente rescataría el afecto desagradable y lo exteriori­
zaría, según aquello que Freud denominó como limpieza de chimeneas o catarsis.
Ahora bien, existe el riesgo de que un acompañante terapéutico siga ese ra­
ciocinio de Freud cuando empleaba la hipnosis. Se toma, por ejemplo, una si­
tuación hipotética en la que un acompañante terapéutico, junto con su paciente,
fuese en busca de un escenario y necesitase trasladarse por la ciudad para rea­
lizar entrevistas. Imaginemos que ese paciente hubiese sufrido una experiencia
de desencadenamiento de un brote en un metro y, por eso mismo, sus posibili­
dades de desplazamiento por la ciudad se restringen a automóviles y ómnibus.
¿Valdría la pena insistir en que se desplace en metro por la ciudad?
Algunos podrían argumenta que sería interesante, para el paciente, tomar el
metro, porque él aprendería con esa situación, al soportar esa experiencia sin
desencadenar un nuevo brote. Es como si fuese el retorno a una situación con­
creta, que en otro momento fuera insoportable para el paciente, pero que po­
dría ser reaprendida. Parece que no es de eso de lo que se trata en el AT, al me­
nos desde la perspectiva aquí presentada. No se trata de tom ar la realidad como
referencia para una acción educativa o pedagógica, como si fuese posible rees-
tablecer el orden anteriormente perturbado.
Como ocurre en el caso clínico de Joáo. Se trata de una situación en la que
él, un paranoico, se quejaba incesantemente de las personas que habitaban su
entorno, al describirlas como perforantes, pues ellas le causaban pavor y deses­
peración. Un acompañante terapéutico desprevenido podría suponer que fácil­
mente resolvería ese obstáculo al proponer que su paciente habite otro espacio

acto psíquico de la constitución del narcisismo primario o estadio del espejo. De ese modo,
ciertos tipos de encuentros con la diferencia movilizan en el sujeto actos de distanciamiento,
o al menos un “no querer saber de eso”.
físico, otra región. Aquí se puede suponer un tipo de manejo al revés de lo que
fue descripto en la situación hipotética anterior3, considerando que esa situa­
ción concreta, la de verse perseguido por aquellos que habitan su entorno, po­
dría ser comprendida como una escena traumática. La idea sería simplemente
la de retirar al paciente de aquello que se supondría como algo traumático en sí.
Gracioso engaño... un tratamiento, atravesado por la ética psicoanalítica, no es
concebido de esa manera, pues la propia condición de la paranoia se encargará,
rápidamente, de elegir otros objetos de la realidad como persecutorios. El trata­
miento va por otra vía, por la perspectiva de interrogar al sujeto al respecto de
sus posibilidades de creación de estrategias para soportar las ofertas de lazo so­
cial que lo rodean, Fue lo que sucedió en el caso Joáo, más precisamente en re­
lación a su escritura y a la construcción de su sinthome.
Dentro de ese contexto, no es el caso de tomar una escena de la realidad para
ser revivida, de modo tal de obtener con ello un aprendizaje originado en una
reactualización de una escena que fue traumática y que volvería a ser soporta­
ble para el sujeto. Tampoco es el caso de proponer una retirada de la “supuesta
escena”, como si ella, en sí, fuese la única responsable por el sufrimiento psíqui­
co, tal como Freud supuso en el momento pre-analítico de su obra.
Hablamos en escenas de lo cotidiano, tales como andar en el metro, o de las
personas que frecuentan un bar de la ciudad de Sao Paulo. Revivir la escena
traumática o retirarlo de la escena traumática de lo cotidiano... ¿sería posible
formular la cuestión de esa manera? Hablar de escenas cotidianas que causa­
rían la fuerza de un traum a es retomar los tiempos de Freud y la Señora P. —
sus imágenes de desnudez femenina y la sensación de presión sobre su órga­
no genital, que sucedieron en un instituto de cura de aguas— hasta el descu­
brimiento de la escena traumática, en este caso, el intenso comercio erótico
que ella mantenía, a los 6 años, con su hermano. Aquí, Freud se apoyará en la
teoría de la seducción, que es posterior a la teoría del trauma, pues se incluye
la idea de una estimulación sexual precoz, sin embargo, aun circunscripta por
el bies exógeno de la escena traumática ocurrida en la realidad. Ya sea un pa­
ciente que desencadenó un brote en el metro, o Joáo al sentirse perforado por
la gente del bar... ¿Ellos están en la escena social? ¿La escena traumática sería
una escena social? Tal vez fuese más correcto afirmar que la circunstancia del
metro, para los neuróticos, es un escenario pasible de realizaciones de escenas
o lazos sociales, mientras que, para un paciente paranoico, puede ser tomado

3. En la escena del metro, hay una idea de que revivir la escena desencadenante del brote
podría “(de)sensibilizar” al paciente ante las influencias que esa misma escena causaría en su
subjetividad.
como un factor de la realidad que desencadenó su crisis. La situación de Joáo,
su acogimiento en una cuadra de la ciudad de Sáo Paulo —la gente del bar y la
dueña de la pensión— pueden también ser considerados lugares sociales pasi­
bles de lazos sociales, pero, bajo el punto de vista de Joáo, se trataba de ofertas
posibles de realización de lazo. Hay allí un hiato, o una perspectiva diferente,
que será mejor analizada más adelante, en el momento en que problematice-
mos la noción de escena en el AT.
Pero, entonces, ¿cómo fundamentar la idea de lazo social? La caracteriza­
ción de lazo social aquí propuesta exige, imperativamente, una articulación con
la idea de la Otra escena. De ese modo, Otra escena y lazo social se ligan a tra­
vés del concepto de identificación, la identificación al padre que inscribe al neu­
rótico en el registro de lo simbólico.
Freud, en el texto Pegan a un niño (1919), reorientó la dirección de trata­
miento psicoanalítico de las neurosis a partir del descubrimiento de la fanta­
sía inconsciente y la resultante construcción en análisis. Un análisis de neu­
rótico consiste en rememorar la O tra escena, la escena inconsciente, o enton­
ces, de acuerdo con Lacan, realizar la travesía del fantasma —dado que en esa
trayectoria, inclusive, se concretiza la separación del sujeto ante aquello que
lo constituye y que también lo alienó—. Ahora bien, rememorar o construir
la Otra escena en análisis es una premisa teórica que sustenta el tratam ien­
to psicoanalítico de aquellos que atravesaron el drama edípico, de modo tal
de realizar un reconocimiento de la ley simbólica, o sea, neuróticos y perver­
sos. Vale retom ar el momento en que la fantasía inconsciente se constituyó en
los tres tiempos del Edipo, en el cambio del prim er tiempo al segundo tiem ­
po, en el momento en que la madre desplaza su mirada para alguna otra cosa
que no sea su hijo. La madre, al consentir responder al llamado del padre, ins­
tituye, en la estructuración de la subjetividad del niño, un lugar de hiancia. El
niño, ante el enigma de la madre, sustituye la incógnita que ese momento ló­
gico de estructuración de la subjetividad proporciona por su fantasía incons­
ciente —la O tra escena—, que asume el estatuto de sutura del enigma del de­
seo de la madre. No es posible hablar de fantasía inconsciente en las psicosis4,

4. Este es un punto polémico. No hay un consenso entre psicoanalistas lacanianos ante la cuestión
de la fantasía inconsciente en la paranoia. Optamos por tomar como referencia el concepto
de fórmula de la metáfora paterna, el pasaje de la sustitución del significante DM (deseo de la
madre) por el significante NP (nombre-del-padre). Es en la neurosis y en la perversión que el
niño se encuentra con el enigma del deseo materno y constituye la fantasía inconsciente para
suturar este mismo enigma. En el caso de la psicosis, optamos por sustentar la idea de que no
hay fantasía inconsciente, justamente por no existir la incidencia del NP y, por consecuencia,
también por el hecho de que el niño no se encuentra con un enigma del deseo del Otro.
en la medida en que no existió la entrada de la función paterna en el segun­
do tiem po del Edipo.
Así como la constitución de la fantasía inconsciente, el lazo social también
está ligado al registro de lo simbólico. Freud, en Psicología de las masas y análi­
sis del yo (1921), dedica el célebre capítulo 7, denominado “La identificación” a
describir el mecanismo de la identificación y de la elección de objeto, en la sali­
da edípica, a través de la dialéctica del ser y del tener, respectivamente. Ese tex­
to, considerado como un importante texto social de Freud, avanza, en teoriza­
ciones de gran importancia para la teoría de la identificación en el psicoanáli­
sis, con desdoblamientos fundamentales para la experiencia clínica. De cual­
quier forma, Freud, cuya intención era describir cómo se da un fenómeno de
masas, terminó inaugurando una teoría sobre el lazo social, teoría que presume
un atravesamiento del neurótico al registro de lo simbólico, a través, de la iden­
tificación simbólica, al lanzar al neurótico en el universo discursivo del lenguaje.
A modo de recordatorio, el fenómeno de masa, o lazo social, ocurre en la me­
dida en que un rasgo del ideal del yo es capturado por una característica cual­
quiera del líder o de una idea en común, de manera tal de rotar el interés del in­
dividuo hacia ese objeto con un investimento de libido. El metro podría ser un
escenario propicio para el acontecimiento de lazos sociales. Sao Paulo, hora pico,
una serie de personas amontonadas en un vagón. Todos cansados, cada cual re­
flexionando sobre sus problemas, amores, trabajos. Al salir del vagón del me­
tro, se encuentran con un artista callejero vestido de payaso haciendo malaba-
rismos con bolas fosforescentes y, encantados con ese regalo de la ciudad, hacen
un medio círculo alrededor del malabarista y comentan: “¡qué bueno!” o “¡me
gustaría ser como él!”, etc. En ese momento, se instituyeron lazos sociales. Pero,
entonces, ¿qué sucedería con un paciente psicótico? ¿Qué estatuto asumiría el
malabarista para él? Se trata de otro especular, un objeto con el cual el paranoi­
co mantendría una relación narcisista y dual, fuera del lazo social. El paranoi­
co establece un tipo de vínculo con el otro, su semejante, donde el Otro se tor­
na absoluto,“sin ley y quiere perjudicar al sujeto” (QUINET, 2006, p. 50). De ese
modo, ¿cómo caracterizar al paranoico y, por que no, a los otros tipos clínicos
de la estructura psicótica ante el lazo social? Para problematizar el concepto de
escena en el AT es necesario disponer de un argumento de Quinet (2006) al res­
pecto de la psicosis y sus intentos de lazo social.
Quinet se cuestiona al respecto de la inclusión del sujeto psicótico en la polis.
¿Cómo respetar su modo singular de posicionarse frente al lazo social y, al mis­
mo tiempo, no caer en las trampas del discurso capitalista? ¿Cómo responsabi­
lizar al sujeto psicótico por su inclusión sin adaptarlo a la lógica del mercado?
Hablar de incíusión del sujeto psicótico es incluir la forclusión. En ese con­
texto, proponemos superar el binomio exclusión-reclusión por el binomio in-
clusión-forclusión. Por ello no normalizamos al psicótico, en el sentido de in­
tentar incluirlo en una norma fálica —dinero, trabajo, legitimación de aquello
que la costumbre define como correcto, etc.—. Quinet aborda la cuestión de sa­
nar el furor includenti, al proponer allí un deslizamiento entre el furor curandi
de Freud o el deseo de querer el bien del paciente, discutido por Lacan. En la
psicosis, el Otro está excluido, dado que el sujeto lidia solamente con el otro, su
semejante, en una relación especular. Lacan —Seminario 3, Las psicosis, 1955-
1956— va a afirmar que Schreber, en su crisis, se encuentra solamente con el
otro imaginario. De ese modo, no se trata del Otro que penetra el lazo social en­
tre los semejantes, sino el Otro sin ley, sin la ley simbólica. Podemos afirmar, en
consonancia con las palabras de Quinet, que la psicosis es el reverso del lazo so­
cial. Es el afuera que denuncia el hecho de que el neurótico está preso en el dis­
curso y el lazo social.
Así, al remitir al concepto de escena en el AT, algunos problemas se sitúan
como punto de partida. ¿El AT con pacientes psicóticos se propone realizar es­
cenas en lo social? Frente a lo que fue expuesto anteriormente, la respuesta es
negativa, pues se trata de una imposibilidad estructural. Pero, entonces ¿qué
hace un acompañante terapéutico? Aquí vale recuperar un argumento de Sere­
no (1996) y otro de Palombini (2004, 2007). El primero condice con la idea de
que un acompañante terapéutico busca promover una acción en los espacios pú­
blicos de la ciudad. La acción en primer lugar... Evidentemente, Sereno estaba
preocupada en fundamentar la especificidad del AT en cuanto función cataliza-
dora de circulación del sujeto psicótico por los espacios públicos de la ciudad.
Está claro que una salida por la ciudad no es idealizada en absoluto, al final, un
proyecto terapéutico para el AT depende de una escucha analítica. El ejemplo
del metro, o un psiquiatra que sugiere al acompañante terapéutico ir con un pa­
ciente a una casa de masajes —sin realizar una escucha del delirio, sin saber, en
este caso, si no fue justamente la proximidad con otro cuerpo lo que desenca­
denó la crisis— son proyectos terapéuticos que no pueden ser aceptados de for­
ma ingenua, sin considerar las condiciones subjetivas del paciente. Observada
esta reserva, las palabras de Sereno encuentran ecos en las bases que sustentan
la función clínica del AT: promover tentativas de lazo social.
¿Por qué? Porque, de acuerdo con Palombini (2004,2007), la ciudad se pone de
manifiesto como un lugar privilegiado para establecer puntos de contacto entre su
funcionamiento neurótico, atravesado por la lógica fálica y capitalista, y la subje­
tividad psicótica, pues es posible encontrar brechas para que ese encuentro acón-
tezca. La ciudad se torna un lugar privilegiado para que el psicótico consiga, a su
modo, realizar intentos de lazo social. Es posible justificar que una aproximación a
las ofertas de lazo social asume, por sí misma, una función de tratamiento bastan­
te especial, porque la alteridad que se presenta en ese contexto ocurre sin las cons­
tancias y los vicios pasibles de ser encontrados en una institución de tratamiento.
De ese modo, es importante señalar que una acción en la ciudad asume una
apariencia de escena o lazo social. Ahora bien, acompañante terapéutico y acom­
pañado, en circunstancias tales como caminar por la ciudad, o tomar un refresco
en un bar, o en la fila del cine, pueden sugerir un tipo de lazo social, al menos a
los que no están al tanto de la teoría psicoanalítica de las psicosis. Sin embargo,
estar presente en los espacios públicos de la ciudad no es condición suficiente
para la realización de una escena, aquí entendida como equivalente de lazo social.
Ocurre, por lo tanto, una acción donde se aprovechan las ofertas de lo so­
cial para los intentos de realización de lazo social. El concepto de escena en el
AT puede ser equiparado al manejo de la transferencia, dado que un acompa­
ñante terapéutico aprovecha la transferencia erótica para invitar a un paciente a
aproximarse a las ofertas de lazo social. Al encontrarse con los objetos de la rea­
lidad, un acompañante terapéutico vacía su presencia en la transferencia con el
paciente, de modo tal de posibilitar la realización de la transferencia del pacien­
te con algún objeto de la realidad. La transferencia efectiva entre el paciente y
algún objeto de la realidad puede contribuir a la construcción del sinthome. El
caso Lourival ilustrará lo que estamos afirmando.

6.2 Caso Lourival5 o el AT y su contribución a la construcción del


sinthome

El presente relato tiene como objetivo describir el modo en que el AT contri­


buye para la construcción del sinthome de un paciente paranoico. Es una cons­
trucción lenta, gradual, cuyos caminos presentan obstáculos, desvíos, contra­
tiempos. .. El eje clínico de ese caso incide sobre cuatro momentos o tiempos:
El primero de ellos es la salida del paciente a un parque o visitas a un monu­
mento municipal. El segundo tiempo es la manifestación al propio paciente de
que su equipo de tratamiento está constituido, articulado y apostando a los re­
cursos de él, teniendo en cuenta que un Cecco —Centro de Convivencia y Coo­
perativa— fue incluido como una institución más donde el paciente comenzó a
circular, y allí una oferta privilegiada de convivencia o de lazo social se hizo pre­

5. Nombre ficticio.
sente. El tercer tiempo —importante para pensar la contribución del paciente
a la construcción de su sinthome— condice con un intento de participar en un
programa de calidad de vida de una institución pública. Ese periodo del AT re
presentó un giro en el proceso de tratamiento, considerando que el paciente se
reposicionó ante sus miedos, no en una posición de pasividad ante el otro, sino
a través del enfrentamiento. Viene, entonces, el cuarto tiempo, el de la produc­
ción escrita del paciente, que contribuyó para la construcción de su sinthome y
el intento de creación de una nueva posibilidad de habitar el mundo.
Lourival fue derivado al AT por un psiquiatra de un CAPS, pues vivió más
de doce años en una institución psiquiátrica y hacía solamente pocas semanas
que estaba de vuelta en su casa. Fue un largo periodo de exclusión; la existencia
de Lourival se restringía a los olores de la institución cerrada, a las vivencias de
electrochoque, a las relaciones atravesadas por prohibiciones institucionales, en
fin, había poquísimas brechas de contacto con el mundo, como él mismo rela­
tara. Las visitas familiares eran inconstantes y sus salidas dominicales de la ins­
titución, para ir al centro de la ciudad del interior donde vivía internado, eran
siempre realizadas en grupo y con la marca de la institución —salía con el trans­
porte del hospital psiquiátrico, además de estar siempre acompañado por profe­
sionales vestidos de blanco—.
El padre de Lourival, un señor altivo y vigoroso, convocó a una reunión para
acordar cómo se harían los acompañamientos. En esa primera ocasión, la pala­
bra fue dada a Lourival, lo que causó una mezcla de sorpresa y perplejidad, es­
pecialmente cuando afirmaba que no sabía cómo era vivir fuera de la institu­
ción psiquiátrica. Se quejó de su miedo a las cosas, de su falta de preparación.
Cuando el acompañante terapéutico le preguntó qué otra cosa había para tra­
tar, Lourival fue taxativo:
—No consigo comunicarme y quiero entrar de nuevo en la sociedad.
El paciente, en la primera reunión, formuló claramente su pedido de ayuda
al acompañante terapéutico. Comentó que no lograba salir de casa, ni siquiera
para comprar cigarrillos en un bar ubicado al lado de su residencia.
—Tengo miedo de comprar cigarrillos porque creo que van a robarme con
el vuelto y no sabré reclamar.

6.2.1 El primer tiempo

El primer movimiento del AT fue hacer salir a Lourival del apartamento. Des­
pués de algunas conversaciones en casa, le fue propuesta una salida hasta el bar
de la esquina para tom ar un refresco y comprar cigarrillos. Él continuaba afir­
mando el miedo de pedir algo para tomar, de comprar cigarrillos, pues no sa­
bría comunicarse y tampoco verificar si el pago se haría sin ningún prejuicio.
Esas circunstancias aparentemente se repetían. El acompañante terapéutico
y Lourival iban al bar y pedían algo para beber y un cenicero. Se sentaban a la
mesa y allí conversaban sobre lo que era la vida fuera de la institución y sobre la
(in)capacidad de Lourival de soportar esa nueva condición de vida:
—Qué difícil que es vivir en Sao Paulo...
El cálculo, por parte del acompañante terapéutico, era apagar gradualmen­
te la propia presencia —su voz y su mirada— de ese primer intento de lazo que
el bar ofrecía. Lazo fugaz, es verdad, pero que ya imponía al paciente un movi­
miento importante de soportar y enfrentar el miedo. Paulatinamente, y casi sin
darse cuenta, Lourival daba todos los pasos para la realización de la acción de
comprar el refresco y pedir el cigarrillo.
Inicialmente, era el acompañante terapéutico quien tomaba la delantera, al expli­
car al empleado del bar lo que querían. En un segundo tiempo, Lourival y el acom­
pañante terapéutico se posicionaban frente al vendedor y permanecían callados.
El acompañante terapéutico esperando una palabra de Lourival, y Lourival aguar­
daba una iniciativa del acompañante terapéutico. Silencio. La incomodidad, lo ex­
traño de la circunstancia, la mirada expectante del vendedor... esa atmósfera hizo
que, finalmente, Lourival se arriesgara. Le pidió lo que quería, pero, a la hora de
pagar, solicitó al acompañante terapéutico que controlara el vuelto, si estaba bien.
Un tercer tiempo fue el silencio del acompañante terapéutico en el momen­
to en que el paciente controlaba el vuelto. Lourival intentó una palabra, una mi­
rada, una confirmación o una garantía de que estaba todo correcto. En ese mo­
mento, tuvo que encontrarse con una distracción promovida como manejo de
la transferencia por parte del acompañante terapéutico. En la acción de contar
el vuelto, la mirada y la voz del otro —acompañante terapéutico— no se hacían
más presentes, a pesar de que él aun estaba allí, delante del vendedor y al lado de
Lourival. Esa fue para él una situación difícil, pero posible de sostener.
Por último, la escena del bar, o la circunstancia de pedir un refresco y un ce­
nicero, prescindió de la presencia del acompañante terapéutico. En cuanto el pa­
ciente solicitaba lo que quería, el acompañante terapéutico se sentaba a la mesa
y esperaba el refresco, el cenicero y a Lourival. Instalados a la mesa y durante las
conversaciones, el paciente comenzó a presentar cierta desenvoltura en el trato
con el vendedor, al incluir otros pedidos, tales como un chocolate, o hasta veri­
ficar cuál era el plato del día. Lourival dice que le gustaría almorzar allí alguna
vez, para experimentar un sabor diferente al de su casa.
6.2.2 £1 segundo tiempo

El segundo movimiento se caracteriza por la presentación de un equipo de


trabajo presente en el tratamiento de Lourival. Además del acompañante tera­
péutico, está su psiquiatra y su psicóloga, ambos presentes en el marco institu­
cional, hubo la necesidad de presentar, delante de su paciente, la existencia de un
equipo de trabajo en el que circula la información sobre su tratamiento. Tal pro­
cedimiento puede parecer paradojal si se considera que se trata de un paciente
paranoico y que, entonces, podríamos, como profesionales, “discutir el caso” en
la ausencia de él. Sin embargo, lo que se verificó fue la pertinencia de ese proce­
dimiento, pues pareció bastante importante para el paciente el reconocimiento
de que hay un buen entendimiento entre los profesionales del equipo y que to­
dos están implicados en una apuesta a los recursos de él.
En esa reunión, también le fue presentada la perspectiva de circular en otra
institución, un Cecco localizado cerca del CAPS y también de su casa. Hubo una
cierta resistencia de su parte, dado que él luego dijo que no sabía si iba a aguantar:
—Puede ser demasiado para m í...
No obstante, con cierta dosis de insistencia por parte del equipo, fue posible
agendar un intento, una visita sin compromisos.
Bueno, como era de esperarse, el acogimiento en el Cecco ocurrió rápida­
mente. Él solicitó al acompañante terapéutico que fuesen a visitar la institución,
porque estaba interesado en percibirla mejor. Dos o tres visitas fueron suficien­
tes para que él sostuviese, solo, sus idas hasta el lugar. Participó de un proyecto
de organización de la videoteca y se interesó por el taller de yoga. En la actuali­
dad, frecuenta la institución asiduamente...

6.2.3 El tercer tiempo

Después de siete u ocho meses desde el comienzo del tratamiento, ocurrió


un episodio importante. Era Navidad y el acompañante terapéutico iba a reali­
zar un viaje por vacaciones durante tres semanas. Lourival fue avisado con anti­
cipación y, poco a poco, fue volviéndose inseguro ante la perspectiva de quedar
ese tiempo sin AT. A medida que se aproximaba el fin de año, Lourival más in­
terrogaba sobre los detalles del viaje, el medio de transporte, si el acompañante
terapéutico tenía amigos en los lugares que visitaría, etc.
En el último acompañamiento del año, Lourival se presentó desestabilizado.
Hablaba sobre hombres-bomba que salían de la televisión para molestarlo, así
como de un hecho de suma gravedad que habría ocurrido en su casa: él asegu­
raba que alguien entraba en su residencia, pues no salía más agua caliente de la
ducha. Ese acompañamiento se desarrolló en su casa, él sudaba abundantemen­
te y decía que no quería que el acompañante terapéutico se ausentara. La prime­
ra previsión a ser tomada fue la de verificar lo que ocurría con la ducha: había
sido desconectada porque hacía bastante calor. Al notar lo que había ocurrido,
cierta calma se instaló, a pesar de que Lourival todavía se sentía perseguido por
los hombrecitos de la televisión, que conversaban con él. Lourival y el acompa­
ñante terapéutico se despidieron para cerrar el último acompañamiento del año.
Inmediatamente, el acompañante terapéutico entró en contacto 6con el psi­
quiatra y propuso un aumento de sesiones en la semana con la psicóloga, pues
ella permanecería trabajando normalmente. Durante los tres últimos días que
antecedieron a sus vacaciones, el acompañante terapéutico realizó contactos te­
lefónicos con Lourival y con su padre, avisándoles que el CAPS estaría en fun­
cionamiento y que la psicóloga intensificaría la frecuencia de las sesiones de
Lourival, al menos en ese periodo. El psiquiatra aumentó la dosis de medica­
ción antipsicótica. El padre se tranquilizó al ver que el equipo de tratamiento
estaba consciente del aumento de la producción delirante de su hijo. El pacien­
te, a pesar de su miedo ante la ausencia del acompañante terapéutico, tendría
alguna referencia durante ese periodo. Aquí, una vez más, se notó la pertinen­
cia de la mirada en red.
En un último contacto telefónico, Lourival, a pesar de haberse intensifica­
do su producción delirante, afirmaba con toda lucidez que su familia era muy
loca. Decía:
—¿Qué hago yo con esta familia? ¡Es muy loca!
Por otro lado, el acompañante terapéutico confirmaba la importancia de lo que
él decía en aquel momento y pedía al paciente que hablase más. Lourival exclamó:
—No sé qué hago con ellos, mi padre exige algo de mí que yo no logro ofre­
cerle...
Después de algunos minutos más de conversación, el acompañante terapéu­

6. La reunión entre los técnicos participantes de la red de tratamiento de Lourival fue de gran
importancia para que esa misma red entrase en funcionamiento en el periodo mencionado de
regresión del paciente. Si, por un lado, el acompañante terapéutico, que actuaba como soporte
de los bastones imaginarios del sujeto psicótico, se iba a ausentar en función de sus vacaciones,
por el otro, habría una manutención de una asistencia al paciente, a través de la institución
como parte integrante de su red de tratamiento, que se reveló absolutamente pertinente para
sostener al sujeto ante el abismo de la locura. Lourival se aproximó al precipicio, pero no se
sumergió en el abismo, o dicho de otro modo, le fue posible soportar ese tiempo sin entrar en
crisis, aunque tuviera algunas alucinaciones.
tico se despidió afirmando que lo que estaba siendo dicho allí era muy impor­
tante y que luego sería posible dar continuidad a esa conversación.
El retorno a los acompañamientos al año siguiente se dio con poca referen­
cia a lo que había ocurrido. Lourival pasó el periodo de vacaciones del acompa­
ñante terapéutico sin ser internado, pero parecía un poco apático y sin brillo. Al
preguntarle sobre cómo había pasado aquellas semanas, decía que estaba todo
bien, pero que también estaba aliviado con el retorno de los acompañamientos.
Comenzó un nuevo año, con nuevas perspectivas, proyectos, visitas al Museo
de Arte de Sao Paulo, salidas en ómnibus a la Avenida Paulista. Estaban, Louri­
val y el acompañante terapéutico, retomando el trabajo, pero había una incomo­
didad: lo que ocurriera a fin de año no aparecía en las conversaciones. Una frase
quedó marcada... al respecto de las exigencias y expectativas de su padre sobre él.
Tiempo después, el paciente pidió ir al hospital de Clínicas, pues tenía indi­
cación de un programa que lo ayudaría a dejar de fumar. Lourival y el acompa­
ñante terapéutico fueron en ómnibus hasta una Avenida y, caminando pararon
para verificar por dónde exactamente deberían seguir. Fue en ese momento que
el acompañante terapéutico interrogó a Lourival sobre el deseo de dejar de fu­
mar, si aquella era una demanda de su padre o-si era algo que nacía de él. Louri­
val fue categórico al afirmar que esa era una'preocupación personal, pues esta­
ba fumando demasiado y no conseguía recorrer trayectos de su día a día, cami­
nar por las subidas de su barrio. Pero lo que se puedo observar fue que la infor­
mación de Lourival al respecto de tal programa resultó improcedente, porque
él era mantenido por un instituto que nada tenía que ver con el hospital. Así se
creó un obstáculo, luego solucionado: paciente y acompañante terapéutico ve­
rificaron si en el propio hospital habría algo parecido.
De hecho, en el Instituto Central del Hospital de Clínicas existía un progra­
ma de calidad de vida, que exigía a los interesados una participación en una con­
ferencia informativa. Fue agendada la inscripción del paciente y el acompañan­
te terapéutico para asistir a la conferencia. En la fila de inscripción, Lourival co­
menzó a sudar y a decir que no le gustaba aquel ambiente. El tiempo de espera
fue breve y luego salieron del hospital.
Pasados más o menos cuarenta y cinco días, fueron, Lourival y el acompa­
ñante terapéutico, a cumplir lo que sería el prim er paso para participar del pro­
grama. En el automóvil, Lourival se mostró bastante aprehensivo. En verdad, la
perspectiva de ir al hospital y de proponerse dejar de fumar ya venía causándo­
le recelos desde hacía algún tiempo. La duda sobre la demanda de parar de fu­
m ar resurgió. ¿De quién era ese pedido, de él o del padre? ¿Y el evento ocurri­
do el fin de año anterior? ¿Cómo situarse ante aquella frase, la de que su fami­
lia estaba muy loca y que su padre exigía demasiado de él? El acompañante te­
rapéutico sabía que ese pasaje del tratamiento se configuraba como un momen­
to importante, sin saber con certeza en lo que resultaría tal apuesta. Se percibía
una demanda de un Ideal del Otro absoluto o no barrado, sin embargo, pacien­
te y acompañante terapéutico estaban protegidos por una estrategia de susten­
tación de una proximidad especular.
El acompañante terapéutico realizó el siguiente cálculo: posicionarse al lado
de Lourival como su semejante, como alguien que estaría interesado en partici­
par de la conferencia solamente para ver de que se trataba. En el automóvil, yen­
do para el hospital, entablaron el siguiente diálogo:

Lourival: ¿Y si no logro dejar de fumar?


Acompañante terapéutico: No hay ningún problema.. .
Lourival: ¿Y que hago con mi paquete de cigarrillos?
Acompañante terapéutico: Guárdalo en el bolso.
Lourival: ¿Tienes tu paquete ahí?
Acompañante terapéutico: Lo tengo, sí, y no voy a tirarlo... voy a quedar­
me con él y a guardarlo en el bolso...

Ellos asistieron a la conferencia sobre el programa. Era una sala con varias
personas, y las preguntas giraban alrededor de temas como tabaquismo, alimen­
tación, ejercicios físicos, sueño,, entre otros. Lourival permaneció callado todo el
tiempo y, ya cerca del final, pidió irse. No era fácil para él estar allí... Fue agenda-
da para dentro de treinta días una consulta para Lourival y el acompañante tera­
péutico con un médico para una primera orientación. Se fueron y, en el trayecto,
Lourival comentó que había sentido miedo del proyector de diapositivas. Interro­
gado sobre ese miedo, se calló... El acompañante terapéutico quedó atravesado
por dudas y temores. ¿Será que hubiera sido un cálculo equivocado de su parte?
En el encuentro siguiente, Lourival solicitó al acompañante terapéutico una
salida al parque, lugar que se caracterizaba, en ese tratamiento, como un territo­
rio seguro. Durante el trayecto hasta el parque, él retomó la historia del miedo al
proyector de diapositivas. Describió con riqueza de detalles los procedimientos
de electrochoques de la institución cerrada donde pasara más de una década. Se
acordó de las sensaciones corporales, de la aflicción en el momento en que per­
cibía que el procedimiento le sería aplicado; el adormecimiento en el momento
en que despertaba, después de los electrochoques... en fin, surgieron una serie
de recuerdos muy dolorosos, pero importantísimos. El acompañante terapéuti­
co puntualizó el hecho de que todo aquello debe haber sido muy difícil, pero que
percibía la necesidad de hablar al respecto del sentido que aquellas vivencias te­
nían para él. Lourival rescató una serie de puntos de su vida, con mucho coraje.
Otro punto de gran importancia fue el modo en que Lourival se percibía ante
las exigencias del padre. Él tocó ese punto con propiedad, reconociendo que es
difícil lidiar con esa situación. En ese momento, él dio muestras de cierta con­
fusión, pues mezcló el amor al padre con una gran dosis de indiferencia por su
progenitor —amar al padre y hacer todo lo que él dice. Comentaba que depen­
día del padre para vivir al hablar del miedo de que muriera, ya que se trataba de
un señor mayor de edad. El tema del padre es recurrente e incide siempre so­
bre ese dilema. Interrogado sobre la posibilidad de cambiar su posición en rela­
ción al padre, Lourival no supo responder cómo sería posible realizar tal hazaña.
Pasado más o menos un mes de lo ocurrido, Lourival y el acompañante te­
rapéutico se dirigían al Hospital de Clínicas, pues era el día de la primera con­
sulta con el médico del programa de calidad de vida. En el automóvil, Lourival
interrogó al acompañante terapéutico sobre la necesidad de dar continuidad al
proyecto. Esa pregunta fue el detonante para decretar la falencia del plan. Las
idas anteriores propiciaban efectos importantísimos para el tratamiento, sin
embargo, había allí una insistencia de Lourival al respecto de la dificultad de li­
diar con ese tema. Resonaban siempre los comentarios de Lourival sobre la lo­
cura familiar, la exigencia excesiva del padre, la función del cigarrillo como es­
cudo o protección para sus miedos. Por eso el acompañante terapéutico pensó
que podría considerar los avisos de Lourival. En el automóvil, decidieron que
no le darían continuidad al proyecto de calidad de vida y fueron a apreciar un
mirador de la ciudad.
No obstante, hubo allí un movimiento importante, pues el acompañante te­
rapéutico tomó la palabra ante el padre de Lourival para decirle que las idas al
Hospital de Clínicas estaban suspendidas. El padre fue bastante claro al afirmar
que el acompañante terapéutico tenía autonomía y condiciones de avalar lo que
era viable, necesario y productivo para el AT del hijo. De cierto modo, fue una
sorpresa el comentario del padre, pues él mismo consintió y sustentó un cor­
te en sus demandas o exigencias sobre su hijo. Algo allí operó y produjo efec­
tos en Lourival.
Un tiempo después, en el bar de costumbre, Lourival y el acompañante tera­
péutico tenían el siguiente diálogo:

Lourival: Sabes, yo soy un estudiante.


Acompañante terapéutico: No, hoy no eres un estudiante, ya fuiste un es­
tudiante.
Lourival: Pero tengo ganas de volver a estudiar.
Acompañante terapéutico: Eso es muy bueno, ¿qué tienes ganas de hacer?
Lourival: Quería estudiar computación y también retomar inglés, pero ten­
go un problema, no logro leer un libro entero. Me quedo en una página y
luego paso a la página siguiente y ya me olvidé de lo que había leído antes.
Acompañante terapéutico: ¿Por qué no compras un cuaderno y entrenas
para ser un estudiante? Puedes leer y después escribir lo que entendis­
te en el cuaderno.

Al salir del bar, Lourival fue solo a una librería para comprar su cuaderno.
El acompañante terapéutico, en contrapartida, reconoció el hecho de que el AT
producía una demanda legítima para el tratamiento del paciente, acatada y sos­
tenida por él mismo; escribir en un cuaderno. Allí surgía un futuro promisorio
para el tratamiento.

6.2.4 El cuarto tiempo

En su cuarto, Lourival y el acompañante terapéutico estaban frente al cua­


derno bien bonito, pero sin una sola letra escrita.
Curiosamente, aquello que inicialmente era un pedido para convertirse en un
estudiante se transformó en una demanda de escritura al respecto de sí mismo,
de sus cuestiones subjetivas, si bien el “ser un estudiante” también forma parte
de la cuestión subjetiva, si se entiende que “ser un estudiante” es la legitimación
de un intento bien singular de Lourival, propio de la dirección de su tratamien­
to, que incide sobre la perspectiva de su aproximación al lazo social.
De todos modos, el blanco del cuaderno cedió lugar a una escritura sobre
los efectos del AT en el tratamiento. El significante “miedo del proyector” retor­
nó y fue a través de él que el paciente se inclinó en un proyecto de escritura de
sí mismo. En determinado momento, Lourival se dirigió hacia el acompañante
terapéutico y le hizo un pedido:
—¿Me ayudas a publicar estos escritos?
Era evidente que la conferencia sobre calidad de vida representó un giro en
el tratamiento de Lourival, giro percibido en el aposteriori. Asumiría un estatu­
to de contribución a la construcción del sinthome. No había más dudas en cuan­
to a eso, a partir del momento en que Lourival exteriorizó el pedido de ayuda
para publicar sus escritos. Un deseo de volver pública una existencia, un deseo
de hacerse inscribir en el lazo social.
6.3 £1 AT, la paranoia y su nudo de trébol... o el AT en su función
especíñca para la construcción del sinthome

Los recortes clínicos extraídos del caso Lourival hacen confluir dos pun­
to s fundamentales para el presente trabajo: confirmar la hipótesis de los efectos
analíticos del dispositivo del AT — al considerar que un tratamiento posible de
la paranoia, atravesado por la teoría lacaniana, condice con aquello que un psi­
coanalista puede sostener en térm inos de dirección de tratamiento. Eso posibi­
lita extraer algunas premisas importantes para la noción de transferencia en el
AT. Sin embargo, antes de dar cabida a lo que fue propuesto, se hace necesario
recorrer algunos aspectos específicos de la paranoia, más precisamente su rela­
ción con la teoría de los nudos borrom eos.
El nudo de trébol, o el nudo de la paranoia, es considerado com o un nudo
donde los tres registros —lo real, lo sim bólico y lo imaginario— confluyen en
una continuidad que marca una indiferenciación entre ellos.

En la m edida en que un sujeto anuda los tres, lo imaginario, lo simbólico y lo


real, él es soportado apenas por la continuidad de ellos. Lo imaginario, lo sim ­
bólico y lo real son una única y m ism a consistencia, y en eso consiste la psicosis
paranoica (LACAN, 1975-1976, p. 52).
Lacan afirma que el nudo de trébol, o el nudo de la paranoia, describe la con ­
dición inicial del sujeto —excepto la de los autistas y la de los esquizofrénicos—,
dado que hubo una identificación con el registro de lo sim bólico a través de la
identificación con el rasgo unario. Es el cuarto elem ento del nudo, el Nombre-
del-Padre, ordena, organizar, discriminar los tres registros, al com poner una to ­
pología cuya figura com puesta por anillos ordenados o cuerdas, al representar
los tres registros de forma ordenada, se asemejarán a los anillos olímpicos. Sin
embargo, en el caso específico de la paranoia, por haber ocurrido la forclusión
del Nombre-del-Padre, por haber faltado el cuarto elem ento del nudo que lo or­
ganiza, los tres registros se encontrarán enmarañados, a no ser que haya una su­
plencia para la ausencia del Nombre-del-Padre, tal com o por ejemplo, el sintho­
me. D e ese m odo, es posible afirmar que la dirección del tratamiento en ese m o­
m ento de la enseñanza de Lacan, en la clínica de la paranoia, consiste en orde­
nar o discriminar los tres registros, que en un m om ento de crisis se configuran
o se presentan en una única consistencia.
¿Y cóm o ocurre eso? ¿Cómo precisar la dirección del tratamiento en la pa­
ranoia? Esta pregunta se desdobla en otras, tales como: ¿cuál es la función del
Uno en la paranoia y su relación con el registro de lo imaginario? ¿De qué m a­
ñera el ideal, en la paranoia, se articula con lo imaginario, de m odo tal de resal­
tar, inclusive, su viscosidad? ¿En que medida élphatos del U no promueve y atri­
buye sentido a todo y a todos los objetos de la realidad? Y la m irada... ¿cómo
precisar su función en la paranoia, com o objeto a, presente en las manifestacio­
nes de esa patología? ¿En qué medida la primacía del sentido, en la paranoia, se
articula a lo real y posibilita la construcción del sinthom e, com o dirección para
el tratamiento posible de la paranoia? Las cuestiones mencionadas, específicas
para articular el tratamiento posible de la paranoia a la teoría de los nudos bo-
rromeos — com o una suplencia posible a la forclusión del Nombre-del-Padre,
servirán de eje para la argumentación teórica siguiente, apoyada, una vez más,
en la contribución de Quinet (2006).
D e ese m odo, es necesario interrogarse acerca del estatuto del Uno en la pa­
ranoia, ya sea en la teoría del significante y del lenguaje, com o también en la teo­
ría de lo real y del goce. En cuanto al primero, para comenzar, resaltamos el h e­
cho de que el significante, para el psicoanálisis, es pura diferencia, consideran­
do que nunca es lo mismo, ya sea en las repeticiones, com o en su relación con
otro significante o cuando retorna de otro lugar.

Es lo mismo y no es lo mismo; no es idéntico a sí mismo. La unidad en el campo del psi­


coanálisis no tiene por función la unificación, y sí la distinción (QUINET, 2006, p. 91).

Sin embargo, el Uno com o unicidad fue generalizado por Lacan desde la dis­
cusión del rasgo unario, que conlleva una paradoja, en la m edida en que ese ras­
go de distinción está en la base de toda identificación. Ahora bien, la ocurrencia
del fenóm eno de masa se sustenta desde esa identificación, simbólica, lo que le
perm itió a Freud (1921) romper con la supuesta dicotom ía existente en el deba­
te de la época, ai respecto de la separación entre psicología individual y psico­
logía social o de masas, al afirmar que, salvo raras excepciones, toda la psicolo­
gía individual es también psicología social. La afirmación de Freud conlleva la
paradoja mencionada. El Uno de la unicidad tiene la función de reagrupar. Es
también el Uno de la ley, el Sj. El paranoico, com o ya fue visto, no solamente se
inscribe en ese Sj, sino también se apega a la consistencia de ese Uno, tal com o
será discutido más adelante.
¿Y el Uno en el campo del goce? El goce del ser —aquello que reanima la com ­
pulsión a la repetición— es imposible de ser aprehendido en su totalidad, dado
que hay siempre algo que escapa. Freud, en el Proyecto (1895), ya denunció ese
hecho al describir la primera experiencia de satisfacción com o una experiencia
mítica, nunca más pasible de ser actualizada y que produce un resto. Ese resto
es lo real que transborda, él ex-siste, y al no entrar en la significación fálica y al
asumir una exterioridad al registro de lo simbólico, al mismo tiempo, insiste. El
sujeto, como respuesta a lo real del sexo y con ese encuentro traumático con el
sexo, conserva la representación a través del Uno, o S( del trauma.

En el campo del goce el Uno sólo existe como significante de esa irrupción, de ese desborda­
miento, significante del exceso, significante que no domina el goce (QUINET, 2006, p. 93).

En el caso específico de la paranoia, no se reprimió en S , tal como ocurre en


la neurosis y tampoco se encuentra disperso, como de hecho la esquizofrenia
demuestra, sino que queda sometido a la operación de la retención, al fijar el su­
jeto paranoico un goce traumático de lo real, intolerable. Es a partir del Uno, o
St, que el sujeto queda retenido y que también establece relaciones con los otros.
Como dice Quinet, the only one, lo que le confiere su rasgo de megalomanía. El
paranoico es único pues es la excepción a la regla, y también es el Uno de don­
de se origina la ley simbólica. El paranoico da consistencia al Uno “con su ser de
goce al proponerse a encararlo” (QUINET, 2006, p. 94).
Esto permite pensar en el sentido de la retención psíquica a través de Freud.
Este autor desarrolló, en el comienzo de su obra, la idea de etiología de las psi-
coneurosis de defensa desde el incidente primario, esto es, el encuentro con el
sexo y el destino de la representación psíquica —el significante—. Hay en ese
incidente primario un plus de placer que, al ser recordado, viene acompañado
de una recriminación y de un consecuente displacer —como sustituto de lo que
en otro momento fuera placer—, fenómeno que permitió a Freud aproximar la
neurosis obsesiva y la paranoia. En la neurosis obsesiva, recuerdo y recrimina­
ción son reprimidas y originan el síntoma obsesivo: la escrupulosidad. En el caso
de la paranoia, existe también una connotación de goce, acompañada por una
recriminación que el paranoico no considera —sin embargo, su retorno, en lo
real, ocurre a través de voces—. “El paranoico no cree en la recriminación que
acompaña el goce, y sí en la alucinaciones que escucha” (QUINET, 2006, p.98).
La creencia o descreencia en la recriminación determinará la “elección” del su­
jeto o designará, en conformidad con las palabras de Freud, el tipo de psiconeu-
rosis de defensa. La paranoia es determinada por la descreencia en la recrimi­
nación, lo que corresponde a la forclusión del Nombre-del-Padre. La recrimi­
nación como Nombre-del-Padre, como sujetamiento del sujeto a lo simbólico,
no se sometió a la creencia del sujeto, lo que impidió, inclusive, el vaciamiento
de su goce. Se puede ver, en ese esquema freudiano, el significante del goce que
desemboca en el significante traumático, o S^ y el significante de la ley o equi­
valente al Nombre-del-Padre que es el SL. En el caso específico de la paranoia, el
significante de la ley es forcluído y el significante traumático es retenido. Éste úl­
timo, por no desprenderse en la cadena de significante, congela al sujeto en un
goce excesivo, movido normalmente por el displacer.
En la paranoia, el SLforcluído de lo Simbólico retorna en lo Real del lado del
Otro, y así el sujeto interpreta lo que viene del Otro como señal de recrimina­
ción, injuria y hostilidad, que transforma en persecución. El retorno del SLen lo
Real recompone la cadena significante (Sj-S2) vinculándose al ST que retiene al
sujeto. De allí que el sujeto sea representado por un significante para otro signi­
ficante (QUINET, 2006, p. 99).
The only one... El paranoico es único, y su retención permite al sujeto, en fun­
ción del Sj, una entrada posible en los lazos sociales. Es el Uno de la referencia,
Uno que constituye la base de la interpretación delirante. Autorreferencia y re­
torno de lo forcluído de lo real están articulados —o primero se refiere al suje­
to y el segundo está relacionado con el Otro—, dado que la forclusión emite se­
ñales del Otro para el sujeto, o entonces, según Freud, condice con aquello que
el paranoico proyecta en el otro. La autorreferencia o retención del significante
fija al paranoico en una identificación ideal y rígida. Se habla de un significan­
te ideal, ubicado por Lacan en el registro de lo imaginario, y que no posee nin­
guna mediación con otro significante, lo que desemboca, por consecuencia, en
una “imaginarización” de lo simbólico, de allí su consistencia imaginaria. Es po­
sible extraer de ese raciocinio una evidencia clínica de la paranoia: en función
de la consistencia imaginaria y del ideal que mantiene su unicidad, ella convo­
ca al sujeto a dar, constantemente, pruebas de sus certezas.
La cuestión del ideal en la paranoia permitió a Lacan afirmar que la para­
noia es un pegoteo imaginario7, al ligar al Uno de lo imaginario de la paranoia
a la identificación especular del narcisismo primario, o yo ideal o estadio del es­
pejo. El estadio del espejo cierra una Gestalt de una imagen —en otro m om en­
to despedazada—, al impedir la dispersión de la imagen y del cuerpo, así como
la imposibilidad del sujeto de percibirse individuo.
La pasión de ser Uno es el padecimiento del Uno del ideal: pathos del Uno.
El paranoico ama el Uno como a sí mismo y, entre las pasiones del ser, verifica­
mos el amor por el Uno, el odio por lo diferente —hetera— y la ignorancia de
la división subjetiva (QUINET, 2006, p. 104).
El pegoteo imaginario aprisiona al paranoico en una tendencia a atribuir sen­
tido a todo, así como a estar en el centro de las miradas.

7. Quinet (2006) afirma que esa articulación de Lacan, presente en el Seminario RSI en la clase
del 8 de abril de 1975, es su última definición acerca de la paranoia.
La mirada en la paranoia también merece ser destacada.

El paranoico es un ser visto, él es más visto de lo que ve (QUINET, 2006, p. 116).

De ese modo, el paranoico —acompañado o no por las voces alucinatorias—


se vuelve transparente ante el otro, o perforado, tal como afirmó Joáo —además
de ubicarse en el centro de los intereses del mundo que lo rodea—. Una vez más,
Quinet se remite a Freud y a sus innumerables referencias en cuanto al delirio
de observación, como una provocación clínica de la existencia del superyó. Voz
y mirada, objetos pulsionales, corresponden a la función superyoica de la vigi­
lancia y de la crítica y retornan en la realidad: el sujeto es, incesantemente, visto
y comentado. La “mirada-superyó”, o una “mirada sobre mí”, asume materiali­
dad o visibilidad, al punto de que el Otro mire al sujeto. La condición de la m i­
rada en la paranoia se desdobla en el “empuje-a-la-fama”, lo que hace del para­
noico un ser que pretende tornar público aquello que le compete, apoyado en la
creencia de que todos se interesan por lo que le ocurre.
La mirada, como objeto a plus-de-gozar, se encuentra en el centro del nudo
de trébol, al condensar los tres registros, de modo tal de posibilitar recorrerlos
en continuidad.

Nudo de trébol

El nudo de trébol denuncia la particularidad de la clínica de la paranoia, en


la medida en que el Uno del significante, como ideal, es al mismo tiempo ima-
ginarizado como ideal y también como el Uno de lo real del goce, además de
ser el Uno de la ley simbólica. De ese modo, es posible abordar los tres registros
desde elfenómeno de la paranoia al considerar lo real como el goce del trauma,
donde fija al sujeto como goce que retiene el sujeto y que lo representa para los
otros significantes —el S2— y lo imaginario, cuya consistencia del yo propicia
la idealización.
Del mismo modo se habla también de la continuidad de los goces.

Nudo de trébol (apud QUINET, 2006, p. 122)

Es en lo real del goce del Otro, que lo vigila por todos los lados, personas y
objetos, donde florece el delirio de observación. Es lo simbólico que retiene el
sujeto en un goce traumático, lo que permite atraer todas las miradas sobre sí y
atribuir una significación. Es lo imaginario que ofrece consistencia a la mirada,
cuya materialidad hace que la mirada aparezca en el campo de la realidad al mi­
rar al sujeto, al perforarlo, así como afirmara Joáo. Los tres registros se presentan
en continuidad, así como las modalidades de goce: el goce del Otro, el goce de
sentido y el goce fálico. Goce del Otro absoluto, no barrado, lo que promueve el
empuje-a-la-mujer convertirse en objeto de goce del Otro. El Otro que goza, al
adquirir la consistencia imaginaria, atribuyendo sentido a todo lo que lo rodea.
Y, por último, el goce fálico, disponible al paranoico, a costa del congelamien­
to del deseo. La plasticidad presente en la fantasía neurótica, que le permite una
variedad de objetos sexuales, no aparece en el deseo del paranoico. Quinet des­
cribe el deseo en el paranoico como un cliché fotográfico, una imagen cristali­
zada, una mirada congelada en el retrato de su deseo.

El goce fálico esfijado por el objeto a mirada enmarcada por el imaginario (QUINET,
2006, p.122).

Para finalizar, se retoma la condición específica del nudo de la paranoia —su


consistencia, que aparece en la indiferenciación entre los tres registros y tam ­
bién entre las tres modalidades de goce—. El momento de crisis en la paranoia
acentúa la característica aquí descripta. La cuestión que se plantea, en este mo-
mentó, es verificar la relación entre imaginario y real —en el interior de esa con ­
tinuidad, en la medida en que la viscosidad imaginaria atribuye sentido a todo,
ella puede tener consecuencias en el registro de lo real y, por consiguiente, m o­
vilizar algo del orden del sujeto y su construcción del sinthome. ¿De qué mane­
ra la aproximación al lazo social produce efectos de sujeto en el paranoico? No
es posible suponer que una buena cualidad de lazo social sea suficiente para la
estabilización del paranoico. La proximidad del sujeto psicótico con los objetos
de la realidad promueve efectos de real, percibidos a través del significante, que
auxilian en su estabilización.

* * *

Es posible problematizar el caso Lourival de acuerdo con los cuatro tiempos


presentados en la dirección de tratamiento de ese caso, con el objetivo de con­
firmar la hipótesis de la contribución de esa función clínica en la construcción
del sinthome.
Lourival no demandó del acompañante terapéutico un manejo de la transfe­
rencia, tal como ocurrió en el caso Emerson o en el caso Beto, donde había una
dificultad inicial, dado que ambos, cada cual a su modo, estaban reticentes ante
la instalación del dispositivo de tratamiento. Emerson, específicamente, porque el
diagnóstico psicoanalítico de paranoia estaba configurado, no soportara la idea,
en el comienzo del AT, de que alguien pudiese aproximarse a su apartamento. El
delirio de persecución estaba bastante acentuado y fue pensada una estrategia
—entre acompañante terapéutico y psiquiatra— para que se asegurasen condi­
ciones mínimas de tratamiento. La transferencia, en el momento inicial, estaba
puesta como otro perseguidor, odiado, hasta que se transformó en otro amado.
De la persecución a la erotomanía. ¿El lector recordará la invitación de Emer­
son al acompañante terapéutico, expresado en una propuesta de casamiento?
Lourival comenzó el tratamiento sin revelar la faceta aterrorizante de la trans­
ferencia. De inmediato consintió en la presencia del acompañante terapéutico
en la transferencia y también le dijo lo siguiente:

—Tengo miedo de ir a comprar cigarrillos. Pueden robarme con el vuelto y no


sabré comunicarme, defenderme. ¿Me ayudas a entrar de nuevo en la sociedad?

Ahora bien, se estableció la transferencia, pues existían las condiciones pre­


vias para iniciar una acción por la ciudad. El bar fue el punto de partida, sobre
todo la acción de comprar refrescos y pedir un cenicero —circunstancia inicial­
mente protagonizada por el acompañante terapéutico, hasta el momento en que
él pudo, por completo, retirarse de esa acción, al dejar solos a Lourival y el ven­
dedor del bar como protagonistas de la acción.
Aquí se revela un primer aspecto a ser analizado, en lo que se refiere a la es­
pecificidad del manejo de la transferencia en el AT con pacientes paranoicos, a
la luz de la contribución de Quinet acerca del estatuto de los objetos mirada y
voz en la paranoia, así como a la luz de la indicación clínica de Pommier acerca
del lugar del analista en la transferencia, circunscripto a la clínica de la paranoia
y también a la luz del argumento desarrollado por Lacan (1973-1974) en el Se­
minario Aun, acerca del imperativo superyoico que anima a la compulsión a la
repetición. Esos tres aspectos posibilitaron la formulación de una primera pre­
misa acerca de la transferencia en el AT con la paranoia.
Vale retomar el argumento de Quinet (2006) acerca de la noción de la mirada
y de la voz como objetos pulsionales que impulsan al paranoico a querer ser visto
y ser hablado por el otro. En la relación especular con el otro, el paranoico se po-
siciona en la posición de objeto de ese otro al esperar de él una mirada y una voz
que confirmen su existencia. Ahora bien, vale recuperar, una vez más, el modo
en que Lacan describe el primer tiempo del Edipo, más precisamente la función
materna en su particularidad de inscribir en el cuerpo del bebé el significante, al
mirar y nombrar aquello que ocurre en el cuerpo del otro. Es la madre que mira
el cuerpo del bebé y codifica, a través del lenguaje, el sentido del llanto de ese
mismo cuerpo. Un llanto de hambre no es el mismo que un llanto de cólicos. La
mirada y la voz, como objetos, asumen una posición destacada en el ejercicio de
la función materna. El paranoico, por no haberse encontrado con el enigma del
deseo de la madre, por estar fijado en el primer tiempo del Edipo, se aprisiona y
reproduce ese modo de relación simbiótica, imaginaria y especular en la transfe­
rencia. El otro en la transferencia asume el estatuto de omnipresencia absoluta.
De allí el querer ser visto y ser mirado, bajo la mirada vigilante del superyó. Ser
visto y ser mirado por el otro, en función del significante de la ley, o SI, que fue
forcluído y que retorna a través del otro. Ese punto será retomado a continuación.
Pommier (1997) describe el lugar que un analista ocupa en la transferencia
en la clínica de la paranoia. Se trata de una paradoja, la de ocupar un lugar más
vacío en la relación imaginaria, o sea, (des)erotizar la palabra, para que los sig­
nificantes puedan emerger en la transferencia. El analista pasa a ocupar el lugar
de otro no especular. Se habla de una paradoja, en la medida en que una presen­
cia en otro momento totalizante —como la madre en el prim er tiempo del Edi­
po—, para ocupar un lugar que favorezca el tratamiento analítico, exige ser va­
ciada para posibilitar el direccionamiento de los significantes al otro.
Vale recuperar la indicación clínica presente en el Seminario Aun, en cuan­
to al superyó como imperativo del goce del ser, aquello que exactamente anima
la compulsión a la repetición. Ese aspecto merece ser puntualizado, pues el pa­
ranoico erotiza la mirada y la voz como una manifestación del superyó que fue­
ra forcluída. El significante de la ley retorna a través del otro de la realidad. En
esa perspectiva, toda y cualquier intervención superyoica fracasa, en la medi­
da en que ella se distancia del discurso analítico, además de retomar la omni-
presencia del otro.
El manejo de la transferencia realizado por el acompañante terapéutico en
la acción de comprar un refresco siguió estrictamente las orientaciones teóri­
cas mencionadas. El lector recordará el modo en que el acompañante terapéu­
tico manejó la transferencia en la concretización de la acción de comprar el re­
fresco. Su presencia —marcada por el uso de la voz y de la mirada— fue, poco
a poco, siendo vaciada gradualmente, a través del silencio y, posteriormente,
por su “distracción” calculada en el momento en que la mirada que verificaría
el vuelto no existió.

En cuanto a la función clínica del acompañante terapéutico en la clínica de la


paranoia, es posible formular la noción de vaciamiento de los objetos pulsiona-
les —mirada y voz—, que en otro momento fueran necesarios para la concreti­
zación de una acción, pero que, paso a paso, dejaran de manifestarse en esa cir­
cunstancia, pues, Lourival fue convocado a asumir, gradualmente, su función
como protagonista de la acción ante el vendedor del bar. El cálculo fue preciso,
ya sea en la función del vaciamiento de la presencia del acompañante terapéuti­
co en la acción, como también por el hecho de que la retirada de los objetos voz
y mirada, en el ejemplo del refresco, fue soportable para Lourival, dado que la
acción se concretizó. Otro aspecto relevante fue el hecho de que el acompañan­
te terapéutico haya soportado la forma media torpe de Lourival al no interferir
con códigos de buenas maneras, ya que estaba alertado sobre el imperativo su-
peryoico que anima a la compulsión a la repetición. Dicho de otro modo, inte­
resa al acompañante terapéutico que un paciente se arriesgue a realizar una ac­
ción, sin importar si él, el acompañante terapéutico, lo haría de manera diferen­
te o no. ¿El lector recuerda lo dicho por Lourival sobre su incapacidad para ir a
comprar cigarrillos?
La compra del refresco describe el manejo de la transferencia en el AT, pues
la paradoja de la presencia vacía8posibilita el establecimiento de la transferen­

8. Es posible realizar un deslizamiento de la paradoja de la transferencia en la experiencia clínica


de la paranoia para la función clínica del AT. En la primera, el vaciamiento de la presencia
cia entre el paciente y los objetos presentes en la realidad. Lourival y el vende­
dor protagonizaron una acción en el momento en que se compró el refresco. El
paciente se aproximó a una oferta de lazo social oriunda de un objeto de la rea­
lidad. Se puede afirmar que el manejo de la transferencia en el AT, en la acción
por la ciudad, va de una omnipresencia a un semblante de presencia. La para­
doja de la transferencia en el AT reside en ese punto: la presencia del acompa­
ñante terapéutico conduce al paciente en dirección a las ofertas de lazo social,
hasta el punto en que ese mismo paciente puede prescindir de la presencia del
acompañante terapéutico para la concretización de una acción entre el pacien­
te y algún objeto. La presencia del acompañante terapéutico en la transferencia
exige un cálculo, desde su entrada hasta el modo en que se efectivizará su sali­
da, para que una acción se concretice cuando el paciente prescinda de la presen­
cia del acompañante terapéutico.

El segundo tiempo, o el segundo recorte, del caso Lourival incide sobre la


perspectiva de consolidar una articulación de su equipo de tratamiento, que
inicialmente estaba compuesta por un psiquiatra, una psicóloga, ambos técni­
cos de un CAPS, y el acompañante terapéutico, desvinculado de ese equipo, de
modo tal de presentar a Lourival la existencia de un funcionamiento de la mira­
da en red como un procedimiento ético de suma importancia para su tratamien­
to, así como el alargamiento de ese mismo equipo con la inclusión de un Cec­
co. El presente análisis de detendrá solamente en un aspecto: el sostenimiento,
por parte del acompañante terapéutico, de que Lourival se beneficiaría en cir­
cular por el Cecco.
Ese punto es breve. La transferencia de Lourival con el acompañante tera­
péutico permitió ese proyecto, que se inició con algunas pocas idas de ambos al
territorio institucional y que después perduró sin la presencia del acompañan­
te terapéutico. La circunstancia del bar y la compra del refresco permitió des­
cribir la transferencia en el AT a partir de la paradoja del semblante de presen­
cia o de la presencia opaca, silenciosa y distraída. La ida al Cecco, inicialmente,
se dio junto con el acompañante terapéutico, pero, poco tiempo después, Louri­
val empezó a ir solo... En ese caso específico, su acción en el Cecco prescindió
de la presencia del acompañante terapéutico por completo. La situación del bar
permitió el deslizamiento entre una presencia totalizante y una presencia opaca,

de un analista, en la transferencia, permite el direccionamiento de los significantes del sujeto


al analista. En la segunda, el vaciamiento de a presencia del acompañante terapéutico el
semblante de presencia, así como el apagamiento de la voz y de la mirada, permite dirigir al
sujeto psicótico a las ofertas de lazo social.
ya que la acción al Cecco rápidamente prescindió de cualquier tipo de presencia
del acompañante terapéutico —de una presencia a la ausencia—.
Sin embargo, el argumento anterior merece una reserva, en la medida en que
ese proyecto terapéutico —la ida de Lourival al Cecco— contó con dos especifi­
cidades importantes. La primera de ella consiste en el hecho de que “esa liebre”
fue levantada en una reunión de equipo —aquella en la cual se buscó presentar
al paciente una buena articulación entre los técnicos que lo asistían—, de modo
tal de que haya una apuesta colectiva a sus recursos y una indicación sosteni­
da por todos, y no solamente por el acompañante terapéutico. Es verdad que un
acompañante terapéutico, alertado sobre los equipamientos que componen la
red de Salud Mental, así como de las especificidades de los dispositivos de tra­
tamiento, puede tener entre las manos elementos importantes para la dirección
de un tratamiento. También es verdad que fue el acompañante terapéutico quien
solicitó esa reunión de equipo, de presentación entre técnicos, entre técnicos y
Lourival, técnicos comprometidos y preocupados por el éxito clínico del caso...
Si no hubiese una preocupación en consolidar las condiciones necesarias para la
mirada en red por parte del acompañante terapéutico, no le habría sido posible
a Lourival haber conquistado el Cecco como territorio de circulación. Otra es­
pecificidad importante es la propia naturaleza del Cecco, institución concebida
para promover el encuentro entre lo heterogéneo. La mirada en red y la concep­
ción de montaje institucional del Cecco permitieron un segundo deslizamien­
to en cuanto a la calidad de la presencia del acompañante terapéutico —de una
presencia totalizante a una ausencia construida a partir de aquello que en otro
momento fuera una presencia—.
El tercer tiempo condice con la función clínica del AT, función que conlleva
efectos analíticos o que contribuye a la construcción del sinthome. El punto de
análisis reside en el momento en que el propio paciente propuso una salida al
Hospital de Clínicas, con el objetivo de participar de un programa que lo auxi­
liase para dejar de fumar. Esa propuesta, inicialmente sugerida por Lourival, fue
acatada por el acompañante terapéutico con cierto recelo. Lourival afirmó que
se trataba, de hecho, de una voluntad suya, pero, desde el comienzo, una duda
se le presentó al acompañante terapéutico, dado que el padre de Lourival ya ha­
bía hablado al respecto.
—Él fuma demasiado, tiene que fumar m enos...
¿Será que en él no estaba, en alguna medida, ligado lo que el padre decía y
demandaba? Aquí es interesante recuperar el argumento expuesto por Quinet
(2006) acerca del ideal. Si, por un lado, está el ideal del Otro no barrado encar­
nado en la palabra del padre, por el otro, Lourival parecía tomar para sí la res­
ponsabilidad de cuidar del propio cuerpo, de la propia imagen, al final él afirmó
que no lograba hacer las subidas del barrio. El ideal, en la paranoia, liga el Uno
de lo imaginario al estadio del espejo y propicia la viscosidad de lo imaginario.
La insistencia en el proyecto de calidad de vida, a pesar de la duda planteada, se
fundamentó en la cuestión de construir un ego como una suplencia posible a la
forclusión del Nombre-del-Padre.
De todos modos, la primera visita al instituto Central del Hospital de Clíni­
cas transcurrió sin grandes percances. Lo que merece ser destacado es la segun­
da visita, que causó efectos importantísimos en el tratamiento. La salida en au­
tomóvil al instituto, el diálogo que se entabló entre el acompañante terapéuti­
co y el paciente, el cálculo en el manejo de la transferencia... Lourival afirmó la
imposibilidad de desprenderse del cigarrillo, no sabía qué hacer con el paque­
te, decía que no iba a aguantar. El acompañante terapéutico, a su turno, realizó
una intervención que permitió dar algún contorno a Lourival —una interven­
ción especular— que le ofreció algún soporte:
—Mira, yo tampoco voy a tirar mi paquete ahora. Vamos a conocer, a asistir
a una conferencia... No estamos obligados a parar de fumar.
Lourival soportó casi todo la conferencia informativa sobre calidad de vida,
pero, casi al final, pidió irse. En el automóvil, camino a su casa, él afirmó:
—Tuve miedo del proyector de diapositivas.
Permaneció el resto del trayecto en silencio.
“Tuve miedo del proyector de diapositivas”. Esta fue su única frase sobre la
conferencia informativa del programa de calidad de vida del Hospital de Clíni­
cas. En el momento anterior, en el automóvil, acompañante terapéutico y Louri­
val actualizaron una transferencia especular o simbiótica. Ya en el auditorio del
hospital estaban juntos, ante una oferta de lazo social, sostenida por un grupo
de profesionales y otros interesados en el programa mencionado. Lourival era
uno más entre tantos que se disponían a participar de un servicio gratuito. La
acción de asistir a una conferencia resultó en efectos de real, percibidos en la fra­
se dicha por Lourival.
La clínica de la paranoia prioriza aquello que es de lo real y que fuera forcluí­
do, cuyo retorno deviene de los objetos de la realidad9. Lacan ya nos alertó so­
bre este hecho, esta evidencia clínica, en el Seminario Las psicosis, en el momen­
to en que problematizó el ejemplo de la madre, la hija y la palabra marrana. La
condición propia del inconsciente en la paranoia es descripta como un incons-

9. Es interesante destacar que el presente razonamiento se fundamente en la superación de la


dicotomía interno-externo, presente en el pensamiento de Freud, pero superada por Lacan
desde la figura topológica de la banda de Moebius, trabajada anteriormente.
cíente a cielo abierto. Es en ese sentido, inclusive, que un paranoico puebla los
objetos de la realidad concreta con sus creaciones inconscientes, capaces, inclu­
sive, de perturbar el propio orden social. No es el caso de Lourival, pues él pare­
ce vivir sus creaciones inconscientes de forma bastante silenciosa.
Hablábamos anteriormente de la viscosidad de lo imaginario. El paranoico es
una plétora de sentido... Por: ser el número Uno, the only one, él atribuye sen­
tido a todo y a todos los que lo rodean. El pegoteo imaginario ofrece consisten­
cia al Uno del paranoico. Tener miedo del proyector de diapositivas, teniendo
en cuenta lo que acaba de ser dicho, confirma esa misma fundamentación teó­
rica. El proyector de diapositivas estaba allí, en aquella posición, capaz de cau­
sarle temor en función del pegote imaginario. Por otro lado, comentamos tam ­
bién la característica del retorno de lo real, que fuera forcluído por no haber en­
trado en el sistema de simbolización. Lo real retorna, ex-insiste y produce efec­
tos. El proyector de diapositivas capturó el imaginario de Lourival en esa acción
y, al mismo tiempo, promovió efectos de real en su subjetividad. Real e imagina­
rio caminan juntos... ¿Cómo? ¿Cuál es la relación entre real e imaginario? ¿De
qué manera la viscosidad de lo imaginario captura al sujeto frente a los objetos
de la realidad? En contrapartida, ¿cuáles son los efectos de real devenidos de los
objetos de la realidad sobre el sujeto ?10
Lacan (1975-1976), en el Seminario El sinthome, aproxima el registro de lo
real al registro de lo imaginario, este como soporte de la consistencia del nudo
de trébol. El registro de lo real por ex-sistir a lo imaginario y a lo simbólico, en­
cuentra en esos dos registros su retención.

“E s en tanto que ex-siste a 10 Real que lo Imaginario encuentra también el choque que
aquí se siente mejor” (LA C A N , 1975-1976, p. 49).

Por cuenta de la continuidad del nudo, de lo enmarañado de los tres regis­


tros, es posible establecer esa estrecha relación entre real e imaginario. La ex-sis-
tencia de lo real es retenida, barrada, contorneada por la viscosidad imaginaria.
En otro momento del mismo seminario, Lacan propone un neologismo en­

10. El sujeto como el cuarto elemento del nudo, en ese momento de la enseñanza de Lacan, se
encuentra en el y ya no en el S2, tal como lo era en la perspectiva de tratamiento de la
construcción de la metáfora delirante. Lacan, al dar continuidad a su argumento, se interroga
acerca del modo de abordar al sujeto —desde la noción del nudo de trébol— al punto, inclusive,
de distinguir la personalidad del sinthome. De allí que su resistencia en publicar, nuevamente, su
Tesis de Doctorado sobre la paranoia y sus relaciones con la personalidad, pues en ese momento
él afirma que no es posible establecer relaciones entre personalidad y paranoia, dado que no
son la misma cosa. El sujeto es el cuarto elemento del nudo borromeo, él lo ordena.
tre las palabras cadena y nudo, cade-nudo11. La cadena se presenta tal como los
anillos olímpicos, donde se presume la no indiferenciación de los tres registros.
El nudo de trébol, por su parte, mantiene los registros en continuidad. En ese
pasaje del seminario, Lacan evoca la descripción de la cadena al conjugar los tres
registros para, a continuación, afirmar la importancia de lo real.

Lo que es importante, es lo Real. Después de haber hablado mucho tiempo de lo Sim ­


bólico y de lo Imaginario, he sido llevado a preguntarme lo que podía ser, en esta con­
junción (LA C A N , 1975-1976, p. 103).

Los efectos de real, percibidos en el significante, favorecen la articulación de los


registros —o entonces reorganiza el nudo de trébol en la forma de los anillos olím­
pico, en cadena— mientras que el significante asuma estatuto de S , de articulador.
También es posible abordar los efectos de real sobre el sujeto a partir del ar­
gumento expuesto por Quinet (2006) acerca de los destinos distintos entre el
significante de la ley y el significante del trauma, SLy STrespectivamente. El sig­
nificante de la ley, forcluído, retorna desde la realidad a través de lo real, al lado
del Otro —no barrado o absoluto—, y desemboca en una señal de hostilidad y
persecución. El retorno de ese significante, o S , en lo real recompone la cadena
significante al vincularse al Uno del significante traumático, o Sr Esa retención,
según lo que ya fue expuesto, permite al sujeto paranoico ubicarse en el lazo so­
cial, pues el Uno de la referencia condice con el S , el significante donde se ubi­
ca el sujeto del inconsciente o el sinthome12.

1 1 .0 Chainoeud, en francés.
12. Sinthome y personalidad no son equivalentes, ya sea en la paranoia como en la neurosis. Para
Lacan, el neurótico dispone de su sinthome, y no de su personalidad, para suturar la falla de
lo real. El sinthome no condice con la personalidad, pero sí con el inconsciente. “[...] hay un
término que se relaciona con él más especialmente, que respecto de lo que es del sinthome
tiene una relación privilegiada, es el inconsciente” (LACAN, 1975-76, p. 53). Más adelante,
Lacan complementa y avanza al articular sinthome e inconsciente, al establecer un paralelo
entre imaginario y real “es en tanto que el sinthome se vuelve a ligar al inconsciente y que
lo Imaginario se liga a lo Real que tenemos que ver con algo de lo que surge el sinthome”
(LACAN, 1975-76, p. 53). Al avanzar en su seminario, Lacan ofrece otra cuestión “[...] se trata
de situar lo que tiene que ver con lo Real, con lo real del inconsciente, si es que el inconsciente
es real ¿Cómo saber si el inconsciente es real o imaginario? Esa es precisamente la cuestión. El
participa de un equívoco entre los dos.” (LACAN, 1975-76, p. 98). Si se pregunta acerca de la
intervención analítica, de aquello que toca lo real, su orientación —el pas-de-sens— tal como
Lacan lo trabaja en el Seminario 23, condice con la doble acepción que la homofonia de esa
expresión que sugiere el idioma francés. El paso-de-sentido y la negación del sentido. Una
intervención analítica —en ese momento de la enseñanza de Lacan, momento en el que se
inclina por el hueso de lo real— se orienta no por la primacía del sentido, sino por la forclusión
La frase “tuve mucho miedo del proyector de diapositivas”, sostenida en el
significante miedo ligado al objeto proyector de diapositivas, asume el estatu­
to de Sj propio del sujeto, al recomponer la cadena de significantes (Sj+S2), ade­
más de desembocar, en el a posteriori, en un efecto importante, descripto en la
discusión de ese caso como el cuarto tiempo —el pedido de escritura y el “ser
estudiante”. Los efectos de real en el AT y su contribución a la construcción del
sinthome fue percibido en el aprés coup, después del golpe... de lo real. Final­
mente, y desde lo que fue expuesto hasta aquí, es posible afirmar que una acción
del paranoico en lo social —o un proyecto terapéutico en el AT— permite efec­
tos de real favorables a la construcción del sinthome.
Después de la circunstancia del proyector de diapositivas, se verificó un in­
terés de Lourival en dirección al lazo social, además de aventurarse a recons­
truir su propia historia. En cuanto a lo último, en el parque, le fue posible re­
cuperar momentos vividos en su internación de doce años, el electrochoque, el
adormecimiento por las sustancias allí ingeridas, una interna de la institución
de quien él gustaba, el padre, entre otros. Lourival dejó la reflexión de lado y
pasó a poner en palabras algo muy particular, doloroso, pero que le permitió
una aproximación a aquello que aparentemente le era imposible de abordar...
ya en el viejo y conocido bar, aconteció el diálogo acerca de querer ser un estu­
diante, referencia inédita en el tratamiento, dando a ver a alguien que no era el
loco, el interno, el usuario de una institución de tratamiento, sino un estudian­
te, alguien que legítimamente ocupa un lugar en el lazo social. Ser estudiante,
leer libros y tener un cuaderno para escribir.
Y allí reside el cuarto tiempo del recorte presentado: el movimiento de es­
critura sobre sí mismo y el pedido de publicación. El interés aquí reside en la
perspectiva de apuntar otra evidencia clínica que corrobora la hipótesis de que
Lourival se orientó hacia la construcción de su sinthome después de haber ido
a la conferencia en el Hospital de Clínicas. No es el caso de recuperar elemen­
tos teóricos trabajados en el capítulo anterior, sino apenas destacar el hecho de
que el movimiento realizado por el paciente —su interés en tener un cuaderno,
escribir sobre sí mismo y publicar— fue disparado por una intervención ocu­
rrida en el AT. El AT contribuyó a la construcción del sinthome de Lourival, lo
que confiere a su función clínica un estatuto psicoanalítico.
del sentido. “Pero la orientación no es un sentido, puesto que ella excluye el único hecho de la
copulación de lo Simbólico y de lo Imaginario, en lo cual consiste el sentido. La orientación
de lo Real, en mi temario, el mío, forcluye el sentido” (LACAN, 1975-1976, p. 117). De ese
modo, la intervención analítica se orienta o aspira a quebrar el nuevo imaginario que instaura
un nuevo sentido. Por lo tanto, podemos pensar el estatuto de la intervención analítica como
un cortocircuito que atraviesa el sentido.
Quinet (2006) comentó que el empuje-a-la-fama del paranoico quiere tor­
nar público aquello que le concierne. El acompañante terapéutico no dijo nada
a Lourival acerca de la viabilidad de publicar o no sus escritos. Sin embargo, su
empuje-a-la-fama le sirvió y aun le sirve como un artificio para motivarse a es­
cribir, aun, sobre sí mismo, inclinado hacia la perspectiva poética de disponer
de sus significantes para construir su sinthome.

6.4 Consideraciones preliminares sobre la transferencia en el AT con


paciente paranoicos... o los tiempos del sujeto en el AT

Los recortes clínicos de Emerson* Joáo y Lourival permitieron extraer algu­


nas consideraciones importantes para pensar los tiempos del sujeto paranoico
en la dirección del tratamiento posible en el AT.
Del odio al otro a la construcción del sinthome. Ese recorrido incide sobre
dos tiempos en la dirección del tratamiento, que pueden ser descriptos se la si­
guiente manera:
Io tiempo: de otro aterrorizante, cuya dirección de tratamiento se sostiene
en el pasaje del odio a la erotomanía, o entonces.... De una ausencia necesaria
a una presencia totalizante.
2o tiempo: de otro totalizante al sinthome, cuya dirección de tratamiento se
apoya en el vaciamiento de la presencia totalizante, para que el sujeto se incline
hacia los objetos de la realidad, de donde lo real retorna y produce efectos para
la construcción del sinthome.
La transferencia en la paranoia consiste... en una relación narcisista y espe­
cular. La consistencia imaginaria encapsula al otro, no hay entrada posible de
un tercero para romper la simbiosis. De esa condición, resulta la siguiente para­
doja: la clínica del AT con pacientes paranoicos se sostiene en una presencia va­
ciada, no en la perspectiva de un direccionamiento de significantes del sujeto al
analista, pero sí en la perspectiva de un direccionamiento del sujeto —su mira­
da y su voz— a los objetos que pueblan la realidad social.

Consideraciones finales o . ..

AT y psicoanálisis: ¿una intersección?


AT y el tratamiento posible de la paranoia
El instante de mirar, el tiempo ae comprender y el momento de concluir...
Tres tiempos para el corte de una sesión analítica o tres tiempos para finalizar
este proceso de investigación sobre la función clínica del AT y la teoría psicoa­
nalítica. Momento de concluir lo que fue posible sistematizar en ese recorrido,
el cierre... Sin embargo, paradójicamente, es también un momento de apertura
hacia las cuestiones que aun permanecen abiertas.

El instante de mirar

El inicio de mi recorrido como acompañante terapéutico fue marcado por


un extrañamiento ante los discursos predominantes en la época sobre su fun­
ción clínica. La pluralidad de los saberes presentes en el debate acerca de la re­
forma psiquiátrica —el discurso psicoanalítico; el discurso de la ciencia, donde
también se encuentra el discurso médico; el discurso jurídico; las prácticas asis-
tencialistas; entre otros, atravesaban a aquellos que se aventuraban a definir lo
que sería propio de la función del AT. Y todavía restaba una cuestión: AT y psi­
coanálisis, ¿sería esa una intersección viable?

El tiempo de comprender

El instante de mirar fue el tiempo previo para la decisión de lanzarme en esta


investigación. Los embates con la clínica del AT y la superación de algunos de sus
obstáculos caminaban, paso a paso, con mis estudios sobre la teoría de Freud y
Lacan al respecto del tratamiento posible de las psicosis. Ya era tiempo de atra­
vesar los momentos de elaboración de la teoría psicoanalítica para fundamen­
tar la función clínica del AT en su especificidad.
La primera indicación clínica de Lacan para el tratamiento posible de las psi­
cosis, conocida como la teoría psicoanalítica del lenguaje y ubicada en la década
de 1950, me permitió teorizar, a través de la idea de construcción de la metáfo­
ra delirante, dos puntos que fueron privilegiados en ese recorrido de investiga­
ción: la instalación del dispositivo de tratamiento y la mirada en red.
Vamos a la instalación del dispositivo de tratamiento en la paranoia. En cier­
tos casos, la construcción del dispositivo de tratamiento en la paranoia es gra­
dual, pues el sujeto se encuentra en la vertiente del odio —cuando el otro es al­
guien aterrorizante, cuando él atribuye al otro un carácter de perseguidor—, lo
que presupone un tiempo anterior del sujeto en cuanto a la transferencia cali­
ficada por Freud como erótica —la erotomanía— pertinente para que el sujeto
psicótico se ponga en tratamiento, mientras que un clínico sostenga la paradoja
de la transferencia —una presencia vaciada—. pues así se torna viable el direc-
cionamiento de los significantes del sujeto al otro.
En toda y cualquier clínica psicoanalítica —ya sea el análisis con neuróticos,
o el tratamiento posible de la paranoia—, la presencia del analista es condición
necesaria para la construcción del dispositivo de tratamiento. En este caso espe­
cífico de la paranoia, más específicamente cuando el otro es alguien perseguidor
—el paranoico odia al otro—, la construcción del dispositivo de tratamiento es
lenta y gradual, hasta un tiempo anterior a la transferencia descripta por Freud
como erotomanía. La experiencia clínica nos mostró que el AT, al tomar el caso
Emerson como ejemplo, se convirtió en una estrategia privilegiada para la su­
peración de ese mismo obstáculo.
No obstante, el comentario no se restringe a lo que afirmé anteriormente,
pues aun noto en la literatura psicoanalítica sobre el tema una escasa elabora­
ción teórica acerca de la instalación del dispositivo de tratamiento en la para­
noia. El recorte trabajado del caso Joáo ilustró el direccionamiento de signifi­
cantes para mí y fue en ese momento que le propuse realizar un trabajo de es­
critura. Ese pasaje nos indicó la entrada de Joáo en el dispositivo de tratamiento,
pero, así mismo, me pregunto si ese mismo paraje todavía no permanece poco
teorizado en el campo psicoanalítico, cuando comparado con las innumerables
referencias teóricas acerca de la construcción del dispositivo analítico en la clí­
nica de la neurosis. Dicho de otro modo: ¿existen, en la teoría de Jacques Lacan,
conceptos pertinentes para la formalización de la instalación del dispositivo de
tratamiento en la paranoia?
La mirada en red estuvo presente en diversos momentos de mi práctica clí­
nica como acompañante terapéutico. Emerson no soportaba la proximidad de
un otro. El psiquiatra y yo manejamos la transferencia con el objetivo de asegu­
rar una estrategia posible para posibilitar la construcción de mi presencia en esa
transferencia. Joáo no quería un segundo acompañante terapéutico y tampoco
disponía de un espacio para dirigir sus significantes en un trabajo de escritura.
La mirada en red, en ese caso, me permitió, incluso desvinculado de un equipo
constituido a priori, enriquecer su montaje institucional de tratamiento cuyos
efectos fueron notables para su recorrido clínico. Una reunión de equipo —el
psiquiatra, la psicóloga y yo—, realizada en un CAPS, nos permitió sostener una
apuesta en los recursos de Lourival. Apuntamos para la necesidad de alargar su
montaje institucional de tratamiento, y le fue posible prescindir de mi presen­
cia para mantener su transferencia al Cecco. Ese mismo equipo del CAPS, en
el momento en que me ausenté por vacaciones, se pudo movilizar ante un ries­
go de una nueva crisis. Lourival soportó ese periodo. Por lo tanto, afirmo que la
mirada en red acompaña los tiempos del sujeto en la dirección de tratamiento
en el AT, lo que le confiere un estatuto ético.
Existe también otro aspecto, dado que la mirada en red y la escucha del de­
lirio orientan la formulación de un proyecto terapéutico, al considerar la posi­
ción del psicótico ante el borde de la locura. El AT se definió, en los comienzos
de los años ’90, como una clínica de acción en lo social. Hoy propongo revisar
esa definición, pues no es posible tomar como un a priori toda y cualquier sali­
da o acción en los social como dirección de tratamiento para el AT. La elabora­
ción de un proyecto terapéutico, al ser concebido a través de la mirada en red, es
fundamental, pues determinará la calidad de ofertas de lazo social con las cua­
les el sujeto psicótico de encontrará.
La teoría de los nudos borromeos, elaborada por Lacan en la década de 1970
es conocida como la clínica de lo real o el campo del goce, le atribuye una nueva
dirección para el tratamiento posible de las psicosis. Los tres registros, lo real, lo
simbólico y lo imaginario, se articulan a partir de un cuarto elemento, el Nom­
bre-del-Padre, o el sinthome. En la paranoia, ese cuarto elemento es forcluído y,
por eso mismo, Lacan propone como dirección de tratamiento para esa clínica
la construcción del sinthome como ArTiculador de esos tres registros.
El paranoico establece una relación narcisista con el otro, y así ocurre con un
acompañante terapéutico o con los otros objetos presentes en lo social. El acom­
pañante terapéutico, una vez establecida una transferencia erotizada, busca pro­
mover una aproximación al lazo social, mientras que sea posible para el pacien­
te. Paciente y acompañante terapéutico circulan por la ciudad y, paso a paso, el
acompañante terapéutico construye la paradoja de la transferencia —una pre­
sencia vaciada—, pertinente para que el paranoico se dirija hacia los objetos de
la realidad. Veamos el éjemplo de Lourival y el vendedor del bar. El acompañante
terapéutico, al silenciar su voz, al apagar su mirada, convocó al paciente a posi-
cionarse ante la oferta de lazo social que allí ocurría. Por consecuencia, la trans­
ferencia narcisista se estableció entre Lourival y el vendedor. Esa condición de
vaciar la transferencia en el AT permite al paciente volverse hacia los objetos de
la realidad, de modo tal de favorecer la ocurrencia del retorno de lo real que fue
forcluído. El significante de la ley (SL) forcluído, al retornar por la vía de lo real,
asume el estatuto de Sf y por eso mismo, por equivaler al Nombre-del-Padre, ar­
ticula u organiza los tres registros. Ese pasaje me permitió concluir que el AT, en
su estrategia y en su especificidad, contribuye a la construcción del sinthome, lo
que también le otorga un estatuto psicoanalítico.
Las contribuciones de Lacan para el tratamiento posible de la paranoia —la
construcción de la metáfora delirante y la construcción del sinthome— me per­
mitieron sistematizar tres aspectos importantes para el AT con pacientes para­
noicos: la instalación del dispositivo de tratamiento, la mirada en red y su con­
tribución para la construcción del sinthome. Es importante resaltar la interde­
pendencia entre esos tres aspectos, pues es la mirada en red lo que orientará la
intervención de un acompañante terapéutico en dirección a la instalación del
dispositivo de tratamiento o en dirección a la construcción del sinthome. Existe
también otro aspecto a ser considerado en cuanto a la función clínica del AT: la
construcción del sinthome depende de la efectivización del dispositivo de trata­
miento o, dicho de otro modo, la construcción del sinthome es un tiempo pos­
terior al tiempo de construcción del dispositivo de tratamiento.
Esos tres aspectos —la instalación del dispositivo de tratamiento, la mirada
en red y la construcción del sinthome— funden los dos campos, AT y psicoa­
nálisis, de modo tal de superar la cuestión planteada en el inicio de este libro, la
de si AT y psicoanálisis serían una intersección viable. Hoy, en la perspectiva en
que me presento, la de un acompañante terapéutico lacaniano, sostengo la pre­
misa de que es un psicoanálisis lo que se espera de un AT.

El momento de concluir

El significante terapéutico incita a confusiones, cuando se toma el binomio


AT e inclusión social o lo terapéutico como equivalente del incluir.
La psiquiatría democrática italiana propone crear mecanismos de inclusión
social, de modo tal de lanzar al psicótico a la ciudad, al punto, inclusive, de rea­
lizar un proyecto urbanístico para el desmonte del manicomio. Vimos, en esa in­
vestigación, que la experiencia mencionada dejó escapar determinada concep­
ción de subjetividad y su propuesta de inclusión social fue fundamentada sola­
mente por el discurso sociológico y jurídico. El campo del AT, influenciado tam­
bién por una definición que promueve la acción del psicótico por la ciudad, pa­
rece asumir en ciertos momentos la misma posición que otrora asumió la expe­
riencia de Trieste, lo que vale es la acción en lo social.
Al proponer una teoría de subjetividad de la psicosis, el psicoanálisis, ade­
más de problematizar la noción de inclusión, nos ofrece una indicación impor­
tante para la dirección de tratamiento posible de la paranoia. En ese sentido, e
acompañante terapéutico, en su estrategia, tiene una condición privilegiada pare
la instalación del dispositivo de tratamiento. ¿Por qué no producir una deman­
da de escritura en el caso Joáo? Los opositores de esa posición argumentarán
que yo estaría solamente priorizando una relación narcisista con el paciente, al
poner a los objetos de la realidad en un segundo plano. Ahora bien, en ese pa­
saje del recorrido clínico de Joáo, el AT posibilitó incrementar su montaje insti­
tucional de tratamiento, pues es sabido que la escritura en la psicosis tiene una
función importante para la construcción del sinthome. Me posiciono en el cam­
po de debate del AT al afirmar que un acompañante terapéutico lacaniano está
atravesado por su concepción de subjetividad y, consecuentemente, consciente
de los tiempos del sujeto ante su tratamiento. El AT sirvió para la construcción
del dispositivo de tratamiento y, en ciertos momentos de un recorrido subjeti­
vo, cabe manejar la transferencia de modo tal de posibilitar el direccionamien­
to de los significantes.
Los analistas, inclusive algunos de orientación lacaniana, se confunden con
el significante terapéutico, por acreditar que la naturaleza de la intervención del
AT —basada en el binomio terapéutico e inclusión— sostendrían determinada
forma de inclusión social fundamentada solamente por los discursos sociológi­
cos y jurídicos. Existen reservas en el medio psicoanalítico, sobre todo por par­
te de algunos psicoanalistas que permanecen en sus consultorios, en indicar un
acompañamiento terapéutico para componer una montaje de tratamiento, pues
existe el recelo de que su intervención sería asistencialista o pedagógica y, por lo
tanto, contraria a la ética del sujeto. Ahora bien, el caso Lourival ilustra la fun­
ción clínica del AT como una clínica de inclusión simbólica, dado que los efectos
de real favorecen la construcción del sinthome, al A xTicular los tres registros. El
AT dispone de una concepción de transferencia para fundamentar la función clí­
nica de circulación con un paciente paranoico en lo social, cuyos efectos de real
catalizan la construcción del sinthome. ¿Por qué disponer de esa estrategia de
tratamiento? ¿Por qué no considerar la importancia de un equipo de tratamien­
to —así como de la mirada en red—, dado que ese mismo equipo tiene mejores
condiciones de superar los obstáculos del tratamiento posible de la paranoia?
Por último, me gustaría destacar una cuestión que permanece abierta. Este
libro se sostuvo, básicamente, sobre la clínica de la paranoia. En lo que concier­
ne a la contribución para el debate sobre la transferencia en el AT con pacientes
paranoicos, solamente los casos Emerson, Joáo y Lourival estuvieron presentes,
lo que me permite afirmar que ese recorrido de investigación posibilitó una con­
tribución para el mismo debate. Es allí que se encuentra la cuestión: ¿cómo teo­
rizar los otros tipos clínicos de la estructura psicótica, tales como el auüsmo, la
esquizofrenia y la melancolía en el AT? ¿Y el AT en ciertos casos graves de his­
teria, neurosis obsesiva y fobia? ¿Cómo pensar la constitución de la subjetividad
en los tipos clínicos mencionados, sus consecuencias para la dirección de tra­
tamiento y el manejo de la transferencia, de modo tal de contribuir para el de­
bate acerca de la transferencia en el AT? Esas cuestiones constituyen un punto
de partida para problematizar la función clínica del AT en cada uno de los tipos
clínicos citados, de modo tal de contribuir para el campo de teorización del AT,
así como para el propio psicoanálisis.
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Esta obra se terminó de imprimir durante septiembre de 2014
en los Talleres Gráficos “Planeta Offset”, Saavedra 565,
Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

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