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Clase 1- Filosofía Política Contemporánea – UNQ - 2016

FILOSOFÍA POLÍTICA CONTEMPORÁNEA – 2016

Maestría en Filosofía
Aula
Docentes: Facundo García Valverde/ Daniel Busdygan

Clase 1: James Buchanan: la teoría de la acción pública y la racionalidad del Estado

Como podrán darse cuenta viendo tanto el programa como el Plan de Trabajo, esta
materia no tiene un enfoque histórico sino problemático; por ejemplo, el texto de Buchanan
(1975) que veremos en esta clase es posterior a Teoría de Justicia (1971) de John Rawls que
repasaremos brevemente recién en la clase 3.

El problema conceptual que querremos investigar en estas primeras dos clases es explicar
las razones para la existencia de un Estado. A diferencia de, por ejemplo, los autores
rawlsianos, la pregunta que nos haremos no es qué concepción de justicia es adecuada para
un estado democrático sino más bien por qué hay Estado y no mejor nada. En estas dos
primeras clases, veremos dos respuestas que muestran que ingresar en el Estado es una
estrategia racional para individuos autointeresados. En las siguientes clases, veremos una
justificación libertaria rival; analizando a Nozick, veremos cómo puede explicarse el
surgimiento del Estado a partir de una determinada concepción de los derechos.

La clase de hoy, entonces, estará dedicada a la reconstrucción de la teoría de James


Buchanan, un economista que intentó formalizar en términos económicos la solución
hobbesiana al problema de la anarquía y de la completa vulnerabilidad del Estado de
Naturaleza. Dicho de manera muy sucinta, lo que intentará mostrar Buchanan es que los
habitantes del Estado de Naturaleza tienen razones auto-interesadas para ingresar al Estado y
que éstas son suficientes para explicar el surgimiento de esta agencia de protección de
derechos.

1. Una distinción preliminar

Ustedes ya habrán visto en otras materias los núcleos básicos de las teorías morales y
políticas hobbesianas y kantianas pero quisiera dedicar algunas páginas a recordar algunos de

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estos núcleos. La razón para esta revisión no es sólo mostrar que las creaciones ex nihilo son
extremadamente escasas en la filosofía sino mostrar que cada una de las posiciones que
veamos representa una actitud general y más o menos estable que se puede tomar frente a
algunos problemas de la vida práctica. Por supuesto, esto no quiere decir que no existan
posiciones intermedias, que no puedan existir posiciones que intenten recoger únicamente lo
mejor de cada una o que las dos actitudes agoten las actitudes posibles. Sin embargo,
reconocer las tradiciones argumentativas que abrazan James Buchanan y David Gauthier, por
un lado, y Robert Nozick y John Rawls, por el otro, será útil como forma de contextualizar las
discusiones.
Tanto la teoría hobbesiana como la kantiana pueden ser denominadas contractualistas
porque ellas sostienen, en primer lugar, que la autoridad de un gobierno es legítima si los
individuos afectados han consentido a esa obligación y, en segundo lugar, que ese
consentimiento debe ser expresado a través de un contrato social que se acordó entre todos
los afectados. Ahora bien, como podrán darse cuenta, estas dos tesis comunes permiten
rechazar algunas formas de legitimar la autoridad política (el viejo patriarcalismo de Robert
Filmer o la idea agustiniana de las Dos Ciudades) pero, no obstante, son demasiado generales.
Por ejemplo, podríamos preguntar ¿quiénes deben ser los que contraten?; ¿individuos reales
que surgen de contextos injustos y desiguales?, ¿individuos que solo piensen en su bienestar
individual?, ¿individuos motivados moralmente por la empatía? ¿contratan por miedo,
conveniencia, racionalidad o porque es su deber?; si el contrato que da legitimidad no es real
sino hipotético, podría preguntarse si eso tiene algún tipo de utilidad para reformar o
reorganizar estructuras políticas ya existentes; a su vez, si el contrato es hipotético, no habría
razones para que el mismo cubra todas las leyes que regulan un estado hipotético y no
únicamente las que definen al “Soberano” .
Precisamente, en las respuestas a estas preguntas podemos hallar diferencias
importantes entre las teorías kantianas y las hobbesianas. Como ya saben, la razón por la cual
el hombre sale del Estado de Naturaleza hobbesiano es mantener su propia vida y su propia
seguridad ya que ni el más poderoso de los monarcas puede estar seguro de que sus lacayos
no lo asesinen en el medio de la noche. De esta forma, el contractualismo hobbesiano
considera que los individuos son, fundamentalmente, auto-interesados y que la principal
motivación para resignar su libertad es un cálculo de consecuencias que maximice su

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autointerés y minimice su inseguridad o vulnerabilidad.1 En este sentido, Hobbes no cree que


existan razones morales objetivas e independientes para suscribir el contrato social y
abandonar la libertad natural. De hecho, las propias leyes e imperativos morales son, para
Hobbes, creaciones humanas que obtienen su autoridad y naturaleza de los deseos y cálculos
racionales de los individuos; si las acciones y leyes morales son legítimas, es porque su
cumplimiento generalizado - no individual y anárquico - es un medio causalmente eficiente
para la producción de un estado de cosas (un mundo social pacífico y seguro) que satisface los
deseos individuales (en tener tal mundo social). El contrato hipotético, entonces, se produce
entre individuos que tienen valores, estilos de vida y fines distintos pero que saben que
podrán realizarlos mejor si aceptan ciertas restricciones y límites que si no las aceptan; si esto
ocurre, ni ellos ni nadie verán restringidas sus acciones y cualquier fin u objetivo complejo
será obstaculizado por la anarquía. De esta forma, el contrato es el medio eficiente por el que
todos los individuos buscan el beneficio mutuo.
La justificación kantiana del Estado y del contrato social es radicalmente distinta. Los
seres humanos no sólo somos criaturas auto-interesadas que buscamos maximizar nuestro
propio bienestar sino que también tenemos una facultad racional que define nuestra
personalidad moral; esta facultad racional es la de poder conocer y reconocer leyes
universales, que son tanto morales como causales. Ahora bien, como esa facultad está
presente en todos los seres humanos, cada individuo debe ser tratado por los otros y por el
poder público no sólo como un medio sino también como un fin en sí mismo, es decir, como
poseyendo un valor intrínseco y no derivado. De esta manera, tanto las leyes morales como las
leyes de una sociedad deben ser justificables ante cada persona y esto implica que el
contractualismo kantiano brinda un poder de veto a cada individuo. Un contrato social que
sitúe hipotéticamente a las personas en una posición equitativa es la única forma de respetar
ese valor intrínseco. Así, las personas kantianas no están motivadas por el auto-interés sino
por que reconocen que los otros “fines en sí mismos” son iguales; tal reconocimiento genera,
entonces, la obligación de justificar frente a ellos las leyes morales y políticas. A diferencia de
la posición hobbesiana, la moralidad no es creada para satisfacer un interés o promover el

1 El contraste puede hacerse más claro si se toma como base de la comparación la descripción que hace
Rousseau del tránsito de la Sociedad Civil y el pacto corrupto hacia el Estado de Naturaleza y el
contrato social. En este tránsito, el ser humano atraviesa una “transformación notable” donde pierde
una libertad aparente y gana una genuina. De alguna forma, lo que está detrás de esta “transformación”
es que hay una cierta inconmensurabilidad entre lo que se gana y lo que se pierde; puesto de otra
forma, el autointerés de la Sociedad civil es insuficiente para justificar el paso al Estado.

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auto-interés sino que es construida a través de ese contrato hipotético que puede ser
considerado como un teorema que se deriva del axioma de la razón humana.
Como veremos tanto en esta clase como en las siguientes, estas dos concepciones están
por detrás de las dos formas contractualistas2 de justificar el ingreso individual al Estado que
analizaremos. Comencemos, entonces, considerando la justificación de Buchanan.

2. El contractualismo de James Buchanan: la elección racional explica la filosofía


política

A pesar de que la concepción defendida por James Buchanan se autodenomina


contractualista, eso no quiere decir que defienda las mismas estrategias o posea los mismos
elementos que el contractualismo clásico. Por ejemplo, mientras que el principal problema del
contractualismo clásico es la cuestión de la obligación política (es decir, por qué los individuos
tienen la obligación de obedecer las leyes dictadas por un Soberano, incluso si ellos no las
consideran justas), el contractualismo contemporáneo, y más específicamente el que veremos
a continuación, tiene un objetivo teórico distinto, el de descubrir qué tipo de instituciones
sociales y políticas – que serán integradas dentro de lo que Buchanan llama el “contrato
constitucional” - son tanto beneficiosas como estables. Puesto en otros términos, el
contractualismo contemporáneo no trata acerca de la moralidad individual sino de la
moralidad política o social. (Buchanan 2009: 30)
El contractualismo de Buchanan no sólo se diferencia por el objeto de estudio distinto
sino también por la metodología de análisis empleada. Como sabrán o podrán haber deducido
con tan solo hojear Los límites de la libertad, Buchanan es fundamentalmente un economista
interesado en la teoría política; así, terminó siendo uno de los fundadores de la Teoría de la
Elección Pública (Public Choice), que él mismo describió como una perspectiva política que
emerge de la aplicación de los conceptos y herramientas económicas al campo de las
decisiones colectivas. Así, utilizando tesis, problemas y metodologías de la teoría de juegos, la
teoría de la decisión racional y la teoría de la decisión social, la Teoría de la Elección Pública se
ocupó, entre otros temas, de comparar las acciones racionales de distintos agentes en
distintos contextos constitucionales, explicar por qué es racional que el votante individual no
se esfuerce en recoger información sobre los candidatos en una elección general, explicar por

2 En inglés, estas dos corrientes contractualistas se diferencian con dos términos distintos; mientras

que la vertiente hobbesiana se denomina “contractarianism”, la kantiana se denomina “contractualism”.

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qué cada una de las decisiones políticas que tome una comunidad política tendrá costes de
transacción mayores a medida que involucre más individuos afectados, etc.
En la muy breve reconstrucción que haremos de su teoría veremos cómo Buchanan
utiliza el Dilema del Prisionero para justificar la racionalidad de la decisión de un individuo
completamente egoísta de ingresar al estado, resignando una porción de su libertad.

a. Distribución natural

Como Buchanan repite explícitamente en varios pasajes de sus dos primeros capítulos,
la situación política ideal no es aquella en que existe un Estado conducido por ideas morales
“correctas” u “objetivas” sino aquella donde no existe un Estado, es decir, una anarquía
ordenada donde los individuos se guían por un principio de “vive y deja vivir”.
Esa anarquía ordenada implica que los individuos tengan únicamente preferencias
referidas a sí mismos, que desarrollen un espíritu de tolerancia y que las interacciones
aisladas entre individuos no generen demasiados conflictos ni desacuerdos. Por supuesto,
Buchanan es consciente de que es imposible conceptualmente mantener estable esta anarquía
ordenada; los individuos siempre tendrán tentaciones de ejercer coerción sobre los otros
individuos y obtener o bien mayores ventajas y recursos o bien un espacio compartido que se
ajuste a sus preferencias individuales (2009: 19-20). Dado que ningún individuo tiene
derechos o formas establecidas de reclamar ante atropellos y que ninguno puede esperar
razonablemente que el otro cumpla con algún límite acordado, todos los individuos
consideran a los otros individuos no como fines en sí mismos, no como personas que haya que
respetar sino como objetos que pertenecen a su medio ambiente y que pueden ser utilizados
de maneras diversas.
Hay una tesis importante que puede reconocerse aquí y que identifica a toda la
corriente contractualista-hobbesiana. El Estado que se crea mediante un contrato no es un
bien sino que, por el contrario, es algo que ejerce coerción sobre los afectados, limitando
seriamente la libertad individual. Dado esto, mientras más pequeño y menos atribuciones
tenga el Estado, menor será la probabilidad de que dañe a los individuos y de que restrinja su
libertad; puesto que el Estado no tiene un valor en sí sino puramente instrumental – es
necesariamente un mal sin paliativos -, lo que define la razonabilidad de las políticas es el
grado de coerción que se ejerza.
Si esta anarquía ordenada es el régimen ideal pero, no obstante, no puede mantenerse
estable a lo largo del tiempo, ¿qué tipo de situación tenemos en el “Estado de Naturaleza”

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buchaniano? Como los individuos conocen que los otros no tienen sólo preferencias respecto a
su vida y a sus bienes, sino sobre los bienes de todos, saben que pueden ser atacados.
Así, realizarán una serie de cálculos respecto de cómo invertir su esfuerzo; conociendo
sus características físicas, de carácter y las de los otros con los que interactuará, deben decidir
cómo dividir sus esfuerzos entre los dedicados a la producción de objetos consumibles
directamente y los dedicados al ataque o defensa de lo producido por los otros3. Como todos
los individuos saben que el ataque al otro producirá una reacción recíproca de éste a la que
podrán ser más o menos vulnerables, eventualmente llegarán a una distribución natural. Esta
distribución natural es una condición de estabilidad o de equilibrio en la que la combinación
de ataque y defensa sea tal que maximice la utilidad en relación con la combinación que el
otro invierta. Como pueden observar, este Estado de Naturaleza representa un mundo donde
todos reconocen una profunda interdependencia pero donde, no obstante, no hay una
coordinación reglada ni que pueda exigirse al otro.
Esta distribución natural produce, obviamente, cierta predicibilidad y estabilidad en los
cálculos de cada individuo; cada uno de ellos sabrá aproximadamente cuáles son sus bienes ya
que los incentivos para modificar su propio comportamiento desaparecen en el punto en que
dedicar un esfuerzo extra a la combinación defensa/ataque ya no les garantizará un
incremento de sus bienes; como señala Miguel Rodilla, la distribución natural llegará a un
punto en que “los beneficios marginales de una inversión adicional en esfuerzo productivo-
predatorio-defensivo son iguales a los costes marginales requeridos para obtenerlo.” 4
Dicho en términos hobbesianos, ese esfuerzo extra implicaría entrar en “la guerra de
todos contra todos” – en el primer caso analizado por Buchanan, los “todos” son dos
individuos – en la cual todos pierden. Por lo tanto, lo racional es permanecer en esta especie
de Guerra Fría;
Un punto importante para tener en cuenta – y que será una de las bases para la crítica
de David Gauthier que veremos en la clase siguiente - es que esta distribución natural implica
un equilibrio espontáneo pero ese equilibrio no significa que se haya llegado a una situación
igual o equitativa. Para dar un ejemplo claro, las acciones de los dueños de esclavo y de los

3 De acuerdo con Buchanan, los individuos podrían tener otras motivaciones y objetivos. Sin embargo,
dado que a) su teoría no afirma un criterio objetivo para decir qué motivos y objetivos son mejores y
que b) no quiere asumir presupuestos antropológicos innecesarios, la neutralidad exigiría considerar a
cada individuo como un maximizador de utilidad porque el comportamiento es lo único que puede
observarse empíricamente. (Buchanan 2009: 17-9; también 2009: 50)
4 Rodilla, M. A. (1985); “Buchanan, Nozick, Rawls. Variaciones sobre el estado de naturaleza”, Anuario

de filosofía del derecho, 2, pág. 242

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esclavos pueden haber llegado a esta distribución natural porque los segundos ya no quieren
intentar escapar y sufrir más golpes si fracasan y porque los primeros deberían gastar en
contratar cuidadores de esclavos mucho de lo que ganan por tenerlos.
Este punto de equilibrio natural, la distribución natural, es importante porque
constituye la situación base desde la cual es posible entablar un acuerdo entre las personas, es
decir, es la situación donde ninguno puede ganar más de lo que ya tiene. Dado esto, la
distribución natural define la dotación de negociación con la que los individuos se sientan a la
mesa de negociaciones del contrato. Sin importar lo interpersonalmente desigual que pueda
resultar la proporción ataque/defensa, cada individuo podría disminuir los esfuerzos de esa
proporción si pudiera asegurarse, mediante un contrato formal que reconozca derechos, que
los otros también lo harían. En términos un poco más técnicos, la “distribución inicial” no es
una situación cooperativa sino una competitiva, donde las amenazas no se activan pero
permanecen latentes.

Como dice el propio Buchanan,

La "distribución natural" asegurada mediante la inversión de recursos en esfuerzos de


ataque y/o defensa de las cuotas de consumo del bien x sirve para establecer una
identificación, una definición de las personas individuales a partir de la cual resultan
posibles los acuerdos. Sin semejante punto de partida, sencillamente no hay forma de
iniciar con sentido contratos, ni real ni conceptualmente. (2009: 46)

b. El contrato constitucional

¿Por qué los individuos no querrían permanecer en esta distribución natural? Ella es
estable; dadas las interrelaciones entre las dotaciones de ataque/defensa, la situación de cada
individuo no puede mejorarse y aunque no haya derechos de propiedad en un sentido fuerte,
los individuos pueden tener una cierta noción de qué objetos pueden consumir y cuáles no. La
relativa estabilidad de los bienes y de la distribución inicial marca una diferencia
importantísima con el Estado de Naturaleza hobbesiano; mientras que en éste, la
vulnerabilidad afecta a todas las dimensiones de todos los hombres – ya sean los ricos o los
pobres – y no se puede hablar propiamente de “lo tuyo” y “lo mío”, en la distribución inicial de
Buchanan la estabilidad y la relativa seguridad priman. Como veremos, esto es importante
porque a medida que la situación de la cual se parte sea más agresiva y peligrosa, mayores
poderes deberán concederse al Estado o a quien regule civilmente los conflictos
interpersonales.

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El principal problema con esta distribución natural es que los individuos pueden darse
cuenta rápidamente que es ineficiente. Aunque por las condiciones de la distribución natural,
no pueden mejorar su posición, saben que pueden empeorarla. Siguiendo el razonamiento
económico-estratégico que les permite darse cuenta de esto, podremos descubrir por qué esa
distribución natural es ineficiente.

Saben, por ejemplo, que si reducen su esfuerzo en la proporción ataque/defensa,


probablemente obtengan menos bienes de consumo o sufran mayor cantidad de ataques.
¿Podría ocurrir que reduzcan ese esfuerzo y, no obstante, su posición mejore? Después de
todo, piensan los individuos, esos esfuerzos en ataque o en defensa son un tipo de recursos
que estamos perdiendo y que podríamos utilizar en otra cosa. En ese momento, comienzan a
darse cuenta que, en realidad, la distribución natural es una situación sub-óptima, es decir,
que podrían mejorar su bienestar bajo otro esquema5.

Este tipo de razonamientos estratégicos que realizan los individuos en la condición


natural tiene como conclusión la racionalidad de pactar con el otro y crear ex nihilo un Estado.
En términos sencillos, Buchanan muestra que, bajo ciertas condiciones que especificaremos a
continuación, un egoísta racional tendría razones para ceder una parte de su libertad para
perseguir sus deseos.

Como todo contractualista, Buchanan sostiene que lo que media entre la distribución
natural (el Estado de Naturaleza) y el Estado es un contrato suscripto por todos los individuos
y que tenga el objetivo de internalizar las externalidades negativas. Este contrato se llamará
“contrato constitucional” y tendrá tres elementos que se irán desarrollando en una secuencia
de estrategias que los individuos llevan a cabo: el desarme, el surgimiento de una asignación
de derechos y la forma de asegurarse el cumplimiento del contrato.

Como veremos, el Estado surgido a través de estos tres elementos tendrá la finalidad de
asegurar la posibilidad de coordinar establemente acciones e interrelaciones, generar
pretensiones “normativas” que puedan reclamarse y crear un mundo social que posea cierta
predictibilidad. Veamos, entonces, cada uno de estos elementos.

b.1 El desarme

5 Buchanan (2009:55) ilustra este razonamiento en el gráfico 2.2 que ustedes tienen en el capítulo 2.

Los individuos pasan de la distribución natural (punto D) al contrato constitucional (punto C) porque
tanto A como B incrementan su utilidad (reducen su esfuerzo defensivo-predatorio y obtienen más
bienes)

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Si el equilibrio de la distribución natural surge de la correlación de fuerzas entre los


distintos individuos de la sociedad, es decir, del conjunto de amenazas y protecciones que
dispone cada uno frente a otro, la única forma de salir de allí es arribar a un acuerdo de mutuo
desarme que permita reducir en proporciones iguales las amenazas y protecciones necesarias.

A través de una serie de negociaciones, los individuos pueden arribar a una situación
que les exija invertir menos esfuerzo en ataque/defensa si pueden asegurar que el resto de los
individuos también disminuirán ese esfuerzo. Obviamente, esa porción extra de esfuerzo que
ahora queda ociosa maximiza la utilidad individual ya sea porque permite producir nuevos
objetos, se dedica a consumir o bien a satisfacer los deseos individuales.

En todo caso, el acuerdo de autoeliminación gradual y recíproca de conductas


predatorias es una estrategia racional para el individuo autointeresado ya que le presenta una
situación Pareto Superior6 respecto a la de la distribución natural; bajo el desarme, al menos
un individuo mejora su posición sin que alguno empeore la suya.7

Ahora bien, el problema que surge ahora es que quizás haya individuos que, en un
determinado punto de la disminución generalizada del esfuerzo en ataque/defensa,
comiencen a estar peor de lo que estaban en el punto de equilibrio natural, esto es, en la
distribución natural; por ejemplo, los individuos más fuertes físicamente y que pueden
imponerse fácilmente a otros se darían cuenta que esta disminución de estrategias
predatorias es sumamente desventajosa para ellos porque tiene escasas habilidades
productivas; por el contrario, los individuos más dotados para la producción mostrarán un
interés acentuado en abandonar el gasto defensivo y que los demás también lo hagan. Este
tipo de individuos, entonces, actuarían racionalmente si rechazaran el acuerdo, es decir, si no
respetaran la disminución recíproca de la proporción ataque/defensa. La pregunta que debe,
ahora, responder Buchanan es qué negociación convertiría este acuerdo en algo
racionalmente aceptable para todos estos individuos.

b.2 Derechos de propiedad

6 La superioridad Pareto es un término técnico de la elección social (social choice). Simplificando


algunas cuestiones, puede definirse de la siguiente forma.”Dada una asignación inicial de bienes entre
un conjunto de individuos, un cambio hacia una nueva asignación que al menos mejora la situación de
un individuo sin hacer que empeore la situación de los demás se denomina mejora de Pareto.”
7 Buchanan formaliza esta situación en la figura 4.1 (2009: 95) que ustedes pueden hallar en el capítulo

4 de Los límites de la libertad; en esa figura, el punto E representa la distribución natural y el punto L
representa el acuerdo de desarme (2009: 97-8) Sin embargo, véase el próximo elemento para poner en
cuestión esta mejora.

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¿Hay alguna forma de persuadir racionalmente a estos individuos, a estos “forajidos”


racionales que pierden una parte de lo que podrían ganar si mantuvieran su proporción de
esfuerzo en ataque/defensa? La respuesta buchaniana es que sí pero, obviamente, esta forma
no tiene nada que ver con argumentos morales, de empatía o de respeto al otro.

La negociación con estos “forajidos racionales” se hace posible porque una parte del
incremento global que se obtiene después del desarme puede ser transferida – ya sea en
forma de sobornos o de compensaciones - a estos individuos reacios a aceptar el acuerdo. 8

Este acuerdo final permite, entonces, que el desarme sea total y que los bienes de
consumo o de producción tengan un valor definido sin coste adicional por los esfuerzos de
defensa o de ataque. Es únicamente cuando todos los individuos llegan a este acuerdo que
puede hablarse realmente de derechos a la propiedad, es decir, que ese acuerdo permite que
cada individuo pueda disponer de sus bienes sin tener que invertir una parte de esfuerzo en
actividades de defensa o de ataque.

De esta manera, el contrato constitucional implica que las externalidades negativas de la


interacción con otros sean internalizadas a través de este proceso de negociación que, hasta
aquí, tuvo dos etapas, el desarme y el reconocimiento recíproco de derechos. Como señala
Buchanan,

El acuerdo al que llegan ambas partes sobre sus derechos representa una internalización
contractual de una relación de externalidad que existía en el estado de naturaleza
precontractual. (2009:49)

En última instancia, los derechos de propiedad que los individuos se reconocen durante
esta etapa son el resultado de que el esfuerzo en ataque/defensa sea el fundamento de la
ventaja mutua. De esta forma, esos derechos de propiedad se transforman en elementos para
estabilizar y congelar el status quo. Como ya se sugirió previamente, la corrección, la
racionalidad o la bondad de un acuerdo no significa, ni para Buchanan ni para Hobbes, otra
cosa que ese acuerdo maximiza los intereses de los contratantes, sean estos cuales sean. Por
ejemplo, es evidente que los individuos menos aventajados en la distribución inicial tendrán

8 Buchanan (2009: 102) formaliza esta situación con el gráfico 4.2 que ustedes pueden hallar en el
capítulo 4. Allí, a es el individuo con mayor cantidad de bienes y b es el “forajido racional”. Como lo
explicamos, b aceptaría reconocer los derechos de propiedad sobre los bienes de a si éste le transfiere
alguna porción. El individuo b trasladaría su equilibrio de producción del punto Eb (donde hay
equilibrio natural) a Eb´´. ¿La razón? Invierte menos esfuerzo y obtiene mayor cantidad de bienes; es
decir, maximiza su utilidad. [Observando el gráfico, reflexionen sobre el razonamiento que podría
realizar a]

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intereses menos ambiciosos y demandantes que los de los poderosos y con mayor capacidad
de amenaza; así, el contrato constitucional y los derechos de propiedad terminan siendo
racionales en la medida en que representan y reflejan el status quo de la distribución inicial.

b.3 Eliminar a los vividores

Una vez que se arribó a un reconocimiento generalizado de una asignación específica de


derechos de propiedad, parecería que el contrato constitucional debe darse por cerrado. Sin
embargo, como los individuos que aceptaron las etapas previas no han sufrido ninguna
transformación moral rousseauniana ni han internalizado otra lógica distinta al autointerés,
los problemas pueden reaparecer y amenazar el cumplimiento de ese contrato. Una vez que el
contrato ha sido generalmente aceptado, un individuo autointeresado se dará cuenta de algo
obvio: lo que le conviene a él no es ni cumplir con el contrato ni que nadie cumpla con el
contrato. Lo que realmente le conviene, lo que es mejor para sus intereses egoístas, es que
todos cumplan con el contrato excepto él. Puesto en otros términos, desde el punto de vista
colectivo, el estado óptimo es la observancia universal del contrato. Sin embargo, desde el
punto de vista individual, la estrategia óptima es explotar la observancia de los demás del
contrato; es decir, convertirse en un “vividor” (free-rider).

Esta situación es lo que se conoce con el nombre del “Dilema del Prisionero” y ha sido
estudiada extensamente por la teoría de juegos como un juego que muestra que dos personas
puramente racionales podrían no cooperar, incluso si ello fuera lo mejor para sus intereses.9
Aquí intentaremos ilustrar el Dilema cambiando el contenido del ejemplo pero manteniendo
los elementos formales.

Como todos sabemos, la combinación de un incremento del consumo eléctrico y


desinversión en la red eléctrica trae consecuencias terribles, especialmente en verano.
Supongan que en un día de 34 grados, un edificio tiene únicamente dos habitantes, A y B. Su
conexión eléctrica es muy reducida y saltará si ambos habitantes ponen el aire acondicionado
a 18 grados pero no saltará si ambos lo utilizan a 25 grados. Supongamos, al mismo tiempo,
que los dos habitantes obtendrán distintos grados de utilidad con cada resultado porque, por
ejemplo, uno resiste mejor el calor agobiante o uno sufre mucho si habita en un ambiente
menor a 25°.

9 Pueden hallar La versión “original” del Dilema del Prisionero – canónicamente reconocida a Albert

Tucker –en Buchanan 2009: 51. Una formalización un poco más sofisticada puede hallarse en Resnik
1998: 245-7

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Como pueden darse cuenta, el resultado es dependiente de las acciones aisladas y no-
cooperativas que cada uno realice. Así, tenemos cuatro combinaciones básicas que generan
distintos niveles de utilidad individual10.

Situación Utilidad A Utilidad B


1 A 18 °/B 18° 9 2
2 A 25° /B 18° 3 11
3 A 25°/B 25° 19 7
4 A 18°/B 25° 22 1

El Dilema del Prisionero se presenta de la misma manera. Desde su punto de vista


autointeresado, A prefiere la situación 4 y B la situación 2 porque cada uno busca maximizar
su utilidad y no saben que hará realmente el otro. Sin embargo, como no saben que hará el
otro, no pueden asegurarse obtener el máximo de utilidad individual posible; de hecho,
buscando maximizar la utilidad, podrían obtener la peor situación posible desde la
racionalidad colectiva (1). Desde el punto de vista global, la situación 3 (que implica cierta
cooperación no-pactada) debería ser preferida porque representa un incremento de la
utilidad total.

El caso del “vividor” queda, entonces, representado tanto por la situación 2 como por la
4, especialmente si presuponemos que ambos pactaron poner el aire acondicionado a 18°; el
vividor intenta asegurar el cumplimiento del otro al tiempo que no dar el suyo.

¿Existe una forma de escapar de este Dilema del Prisionero? Si presuponemos que la
única motivación de estos agentes es la maximización de su utilidad individual, la salida es
similar a la que propuso Hobbes en su clásico Leviatán. ¿Por qué debemos construir un
Leviathan, un poder soberano absoluto e ilimitado? Porque sería irracional cumplir con las
leyes si no me puedo asegurar que el resto de los individuos también lo hagan. De esta
manera, el Leviathan es aquella institución que no está obligada por el contrato social original
y que tiene la función de asegurar el cumplimiento de las leyes, a través de la imposición
efectiva de sanciones a quienes no lo hagan.

De la misma forma, Buchanan sostiene que el acuerdo de desarme y el reconocimiento


de los derechos sólo será una estrategia racional posible si, al mismo tiempo, se establece una

10 La representación gráfica estándar de este dilema en la teoría de juegos es el clásico cuadro de doble

entrada que pueden ver tanto en los textos de Resnik como en Buchanan. El gráfico puesto a
continuación contiene los mismos datos, puestos de una manera alternativa que, quizás, sea más útil
para algunos.

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agencia con el poder suficiente para asegurar la observancia del contrato. A diferencia de
Hobbes, esta agencia – el Estado – no tiene un poder absoluto sino que únicamente debe
asegurar que se respeten los derechos. Estos derechos no son definidos estatalmente, sino por
los propios términos del contrato que suscribieron los individuos. En los términos del propio
Buchanan,

“Hacer cumplir reivindicaciones es categóricamente distinto de definir de modo inicial


estas reivindicaciones. […] Decir que el Estado define los derechos es equivalente a decir
que es el árbitro, y no los jugadores, el que elige tanto la división inicial de las canicas
como las reglas del juego en sí mismo. ” (2009: 109)

Una vez que el Estado es creado y asignado con estas funciones, el contrato
constitucional queda finalizado. De él surge una estructura jurídica que permite que los
individuos tengan expectativas normativas sobre los otros, que puedan coordinar sus
acciones y que, ahora sí, puedan construir un mundo social compartido. En definitiva, el
contrato constitucional les permite salir de la jungla hobbesiana. Como vimos, no lo hacen ni
por necesidad humana ni por razones altruistas sino por llevar a cabo negociaciones exitosas
que maximizan la utilidad.

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