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COLOMBIA PREHISPANICA

Regiones Arqueológicas

Alvaro Botiva Contreras


Gilberto Cadavid
Leonor Herrera
Ana María Groot de Mahecha
Santiago Mora

AÑO NACIONAL DE LA CULTURA

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© Colcultura / Instituto colombiano de Antropología

Carátula: Fotografía de Arturo Vargas de la terraza central (helipuerto) de Buritaca 200


(Ciudad Perdida). Diseño: María Cristina Jimeno.

Coordinación Editorial: Leonor Herrera, Ana María Groot, Santiago Mora, María
Clemencia Ramírez de Jara.

Fotografías: Archivo ICAN, Santiago Mora, Gilberto Cadavid, Augusto Gómez, Alvaro
Soto, Braida Elena Enciso, Ann Osborn,, Marianne Cardale de Schrimpff, Warwick Bray,
Carlos Armando Rodríguez, Inés Cavelier, Leonor Herrera, Expedición Colombo- Británica
Amazonas 77, Collier Standard Oil Co.

Mapas: Camilo Rodríguez y Susana Cartagena.

Impresión: Empresa Editorial Universidad Nacional

ISBN: 958-612024-4

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Nota editorial

Los manuscritos para esta obra fueron entregados a finales de 1986. Dificultades,
especialmente de índole presupuestal impidieron que se publicara en ese año. Aunque
algunos de los capítulos fueron actualizados para incluir datos sobre publicaciones e
informes inéditos aparecedios en 1987 y 1988, esto no fue posible en todos los casos. Los
editores y autores de esta obra presentan excusas a aquellos investigadores cuyos trabajos
más recientes no se mencionen.

Colección Orlando Fals Borda 1. arqueología-antropología. Incluye bibliografía

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Colombia prehispánica: regiones arqueológicas
Ana María Groot / Gilberto Cadavid / Alvaro Botiva Contreras / Leonor Herrera / Santiago Mora

Bogotá, D. E., Octubre de 1989

Contenido

INTRODUCCIÓN .............................................................................................................................. 6
MAPA DE LAS REGIONES ARQUEOLÓGICAS ......................................................................... 11
I. LA COSTA ATLÁNTICA ............................................................................................................ 12
II. VALLE INTERMEDIO DEL RÍO MAGDALENA .................................................................... 57
III. EL MACIZO CENTRAL ANTIOQUEÑO ................................................................................ 72
IV. LA MONTAÑA SANTANDEREANA ...................................................................................... 78
V. LA ALTIPLANICIE CUNDIBOYACENSE ............................................................................... 87
VI. CUENCA MONTAÑOSA DEL RÍO CAUCA ........................................................................ 148
VII. COSTA DEL OCÉANO PACÍFICO Y VERTIENTE OESTE DE LA CORDILLERA
OCCIDENTAL ............................................................................................................................... 170
VIII. MACIZO COLOMBIANO-ALTO MAGDALENA ............................................................. 200
IX. MACIZO ANDINO SUR ......................................................................................................... 226
X. LLANOS ORIENTALES........................................................................................................... 236
XI AMAZONÍA COLOMBIANA .................................................................................................. 254
BIBLIOGRAFÍA GENERAL ......................................................................................................... 265
BIBLIOGRAFÍA POR REGIÓN .................................................................................................... 266

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INTRODUCCIÓN
Ana María Groot de Mahecha

La presente obra constituye un esfuerzo del Instituto Colombiano de Antropología por


organizar la información existente sobre la historia prehispánica de Colombia, con el objeto de
registrar las necesidades de investigación arqueológica en el país, para contribuir con ello, en la
orientación futura de las tendencias investigativas de los profesionales en este campo, como
una de sus varias tareas académicas.

El impulso inicial que condujo a la culminación de la misma fue dado por el Doctor Roberto
Pineda Giraldo quien en el año de 1985 era director del Instituto Colombiano de Antropología.
Con el interés de producir un documento marco que le permitiera a la institución cumplir con la
meta propuesta, se organizó un taller de trabajo sobre "El Estado Actual y las Necesidades de
Investigación Arqueológica en Colombia", con el patrocinio de la Fundación de
Investigaciones Arqueológicas Nacionales del Banco de la República, el cual se llevó a cabo en
Bogotá en el mes de abril de 1985. Participaron en esta reunión, investigadores escogidos de
acuerdo con su responsabilidad en la docencia de la arqueología en diversas universidades del
país, o por su posición directiva en centros de investigación especializada en esta rama del
conocimiento. Concurrieron los investigadores que a continuación se relacionan:

Roberto Pineda Giraldo

Director del Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá.

Luis Duque Gómez

Director Ejecutivo de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Bogotá.

Jorge Morales

Jefe del Departamento de Antropología de la Universidad de Los Andes, Bogotá.

Gustavo Santos

Jefe del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia, Medellín.

Clemencia Plazas

Subdirectora Técnica del Museo del Oro, Bogotá.

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Carlos Angulo

Universidad del Norte, Barranquilla.

Julio César Cubillos

Universidad del Valle, Cali.

Gonzalo Correal

Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, Bogotá.

Héctor Llanos

Departamento de Antropología de la Universidad Nacional, Bogotá.

Carlos Humberto Illera

Departamento de Antropología de la Universidad del Cauca, Popayán.

Neyla Castillo

Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia, Medellín.

Héctor Salgado

Instituto Vallecaucano de Investigaciones Científicas, Cali.

Álvaro Botiva

Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá.

Leonero Herrera

Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá.

Ana María Groot de Mahecha

Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá.

Gerardo Ardila.

Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Bogotá.

En desarrollo de este taller se revisó un documento de trabajo que fue presentado a


consideración de los participantes por los arqueólogos del Instituto Colombiano de
Antropología, se evaluó la información en éste contenida, y como resultado de las

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deliberaciones, se hicieron importantes observaciones al mismo, que ayudaron a precisar datos
y marcaron una pauta en la estructura de la presente obra. Con las múltiples contribuciones de
los estudiosos que expusieron sus conocimientos e ideas en el taller, a la par que con una
exhaustiva revisión bibliográfica sobre el tema, se busca con este escrito, presentar al lector un
documento de útil referencia sobre el estado actual de la investigación arqueológica en el país.

Al tomar en cuenta el territorio que comprende hoy la República de Colombia e intentar trazar
una historia desde su más remoto pasado, a la vez de organizar la información que existe al
respecto, se encontraron tres dificultades iniciales. En primera instancia, la heterogeneidad
geográfica del territorio señalaba una constante dentro de la cual, la adaptación del hombre
produjo respuestas diferentes que incidieron en la pluralidad de los desarrollos culturales del
pasado. De otra parte, se observó la imposibilidad de asimilar zonas a territorios étnicos de la
antiguedad, dada la existencia de un vector diacrónico, que indicaba cambios en las fronteras y
procesos de desaparición y reemplazo de unos grupos por otros. Por último, fue
extremadamente notoria la existencia de zonas aún inexploradas o muy precariamente
conocidas, en oposición a otras con numerosos datos y una larga tradición en investigaciones.
Los anteriores planteamientos obligaron a la búsqueda de principios organizadores de la
información, con el fin de dar coherencia al discurso arqueológico-histórico.

Dos vectores, que corren paralelos sirven para organizar la información: El Espacio y El
Tiempo. Tomados como referencia permiten su sectorización de acuerdo a sucesos
considerados como relevantes en la historia de la cultura. Del manejo de cada uno de estos
vectores, así como del énfasis con que sean tratados se obtendrá un enfoque del pasado.

En la organización de este escrito, dadas sus características, se recurrió a tratar la información


por regiones según criterios geográfico-culturales , referidos los datos al factor tiempo, en
donde el nivel de los estudios lo permite. La agrupación del conocimiento por regiones no
busca de ninguna manera el identificar regiones con ciertos rasgos geográficos, con procesos o
etapas que se puedan considerar de carácter determinista. La discusión no gira en torno a la
independencia o la dependencia del hombre con respecto al medio, transcurre alrededor del
dato básico con el cual se cuenta para cada una de las zonas demarcadas. De otra parte, no se
intenta ignorar o dejar de lado el sentido procesual de la historia. La región solamente
representa en este caso, una herramienta conceptual y metodológica, que permite la exposición
de los datos de una manera sistemática.

Durante el proceso de elaboración de este documento, los autores tuvieron varias discusiones
acerca de la estructura que debía seguirse para organizar la información de cada región, en un
esfuerzo por darle uniformidad a éste. Inevitablemente, cada uno tenía ideas diferentes no tanto
sobre la clase de información que era necesario incluir, sino sobre el orden y la presentación de
la misma. Más aún, los autores vieron que no les quedaba fácil manejar de la misma forma cada
una de las regiones cuyo tratamiento temían a su cargo, debido a que el material que requerían

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procesar para las mismas variaba notablemente en su estado de elaboración.

El texto de cada región cubre los temas que a continuación se relacionan, resueltos paras cada
caso en forma un poco distinta; el orden puede variar, y en ocasiones se desarrollan a nivel
general de región, en otras de subregión.

1. Descripción de las Características geográficas de la región.

2. Recuento de las investigaciones realizadas, con mención de sus autores.

3. Resumen de la información para cada región obtenida a través de las varias investigaciones.
En cada texto se incluyeron cuadros en donde se acopia la mayoría de las fechas de radio
carbono que ilustran los datos.

4. Balance de esta información en términos de generalizaciones posibles, problemas y


necesidades de investigación futura.

5. Bibliografía, seleccionada de acuerdo con los puntos anteriores.

La confusión prevalente en el uso de ciertas palabras comunes en escritos arqueológicos, se


refleja inevitablemente en este documento, por la indiscriminada utilización dada por los
autores en los textos consultados. Complejo, estilo, fase, tradición, cultura, horizonte, son
términos que tienen una clara connotación conceptual y con frecuencia se usan en forma
intercambiable, aún en un mismo escrito. Algo similar ocurre con el uso de conceptos
relacionados con periodización, paleoindio, arcaico, precerámico, formativo, desarrollo
regional, cacicazgos, pre-clásico e integración entre otros. Evidentemente sobre estos dos
puntos se observa la necesidad de homologar criterios. Sin embargo, ambos problemas se salen
del objetivo de este documento, pero no deben ignorarse.

Finalmente, cabe señalar que el proponer una regionalización del país que sea funcional para la
historia prehispánica es un intento difícil. La información disponible es insuficiente y al final
queda la duda sobre si las regiones establecidas corresponden, por lo menos en buena parte, a la
realidad teniendo en cuenta que el período de tiempo al cual se aplicaría un modelo de esta
clase comprende varios miles de años. Lapso durante el cual se generaron diferentes desarrollos
culturales, que a veces se superpusieron y que tuvieron una distribución espacial oscilante.

Sin embargo, definir regiones y acopiar la información existente sobre ellas, aún dentro de un
panorama tan complejo geográficamente y heterogéneo culturalmente como el de la prehistoria
colombiana es, sin lugar a dudas, una premisa para el ordenamiento y orientación de la
investigación.

El Instituto Colombiano de Antropología contribuye con esta obra al planteamiento

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anteriormente expuesto y espera que de la lectura de la misma se propongan tareas concretas
que puedan resultar en el enriquecimiento y consolidación del conocimiento sobre la historia de
aquellos grupos humanos que vivieron en el pasado, sin importar que tan lejanos o cercanos de
nosotros se encuentren en el tiempo, pero que hacen parte de nuestra identidad nacional.

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MAPA DE LAS REGIONES ARQUEOLÓGICAS

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I. LA COSTA ATLÁNTICA
Ana María Groot

Esta región limita por el Norte con el mar Caribe, por el Sur con el sistema andino alto; por
el Oriente con la Sierra Nevada de Santa Marta, la Guajira y la Cordillera Oriental; y, por el
Oeste con las últimas estribaciones de la Cordillera Occidental, que representa la zona de
transición hacia la húmeda llanura del Pacífico. En su límite Sur se destaca la depresión
Momposina, donde convergen el río Magdalena y el río Cesar por la derecha; el Cauca y el
San Jorge por la izquierda.

Excepción hecha de la Sierra Nevada de Santa Marta, predomina en la región un sistema


suavemente ondulado, de bajas montañas, cuyas alturas no pasan de los 300 metros sobre el
nivel del mar. (Guhl, 1976: 147).

La temperatura promedio anual en toda la llanura del Caribe es superior a 270C. Entre los
suelos se destacan grandes regiones aluviales en las partes inferiores de los grandes ríos
Sinú, San Jorge, Cauca y Magdalena; y, un cinturón de la misma textura al pie de las
montañas altas. Hacia el Noreste, a medida que disminuye la precipitación anual, crece la
oscilación diurna, hasta alcanzar su máximo (más o menos 20C) en la subregión
semidesértica de la Guajira.

Hacia el Sur, a medida que aumenta la precipitación, se incrementa también ligeramente la


temperatura y disminuye la oscilación, excepto en la zona que queda bajo la influencia de la
sombra seca de la Sierra Nevada de Santa Marta. En consecuencia, se observa partiendo de
la costa al interior, primero, que el ambiente xerófilo es reemplazado por el mesófilo,
propicio para la agricultura; luego en la zona selvática y limítrofe con la región montañosa
andina -que representa una zona fitogeográfica de separación entre los Andes y la llanura
del Caribe- predomina un clima bochornoso caracterizado por la alta y permanente
lluviosidad (más o menos 3.500 mm), las altas temperaturas, y el poco movimiento
atmosférico.

En el extremo nororiental se da la situación opuesta, con lluviosidad baja en sólo algunos


meses. Los fuertes vientos y la casi constante insolación durante gran parte del año,
provocan la sequía y con ella la implantación de un sistema semi-nómade, de traslado anual
del ganado hacia los valles, con playones húmedos, de sus grandes ríos (Guhl, 1976: 147-
148).

Esta amplia región se subdivide en siete subregiones, de acuerdo con características


geográficas y culturales: Corredor Costero, Urabá -Alto Sinú, Depresión Momposina,
Guajira- Corredor Cesar, Sierra Nevada de Santa Marta, Catatumbo y Región Insular.

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Importancia Arqueológica de la Región

La región de la Costa Atlántica fue en época muy antigua, anterior al advenimiento de


Cristo, como lo atestiguan los vestigios arqueológicos, un foco de desarrollo cultural de
importante trascendencia, "cuyos procesos influyeron de un modo decisivo sobre el curso
de la evolución de las sociedades indígenas en una muy extensa zona de América".
(Reichel-Dolmatoff, 1982: 48).

Los primeros pobladores de esta región la ocuparon en el pleistoceno tardío y holoceno


temprano, según se infiere de los hallazgos de puntas de proyectil e industrias líticas
simples, que parecen corresponder a la etapa paleoindia, caracterizada por la presencia de
cazadores y recolectores tempranos. Estas evidencias culturales sugieren que la costa
Atlántica sirvió como corredor de paso y de dispersión, en varios sentidos, de grupos
humanos que una vez cruzado el Istmo de Panamá siguieron en dirección Oeste-este por el
corredor costero o se adentraron por el Chocó, y por los valles de los ríos Magdalena y
Cauca en dirección Norte-Sur.

Ya en el holoceno, las condiciones variadas que ofrecía la región, con sus lagunas y esteros,
sus ríos y colinas, permitieron y estimularon el establecimiento de grupos humanos que
dieron inicio a una forma de vida sedentaria, a prácticas agrícolas y al posterior desarrollo
de la vida aldeana (Reichel-Dolmatoff, 1982).

Para la época que precede al comienzo de la era cristiana, los grupos humanos que poblaron
la costa Atlántica, poseían ya un profundo conocimiento de los varios microambientes de la
región y una larga tradición agrícola, que los condujo, a una diversificación cultural que se
reflejó en un notable regionalismo y en la conformación de instituciones económicas,
sociales y religiosas propias.

A continuación se dará énfasis a los desarrollos culturales sobre los cuales hay referencias,
considerando cada una de las subregiones separadamente.

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El Corredor Costerodepresión momposina

Incluye una amplia zona de sabanas y colinas bajas entre el mar Caribe al Norte y la
depresión Momposina al Sur. Hacia el Oeste se extiende hasta el río Sinú en sus cursos
medio y bajo; y por el Este hasta la Sierra Nevada de Santa Marta, la cuenca baja del río
Arigüani y el llamado "territorio de los Chimila" .

Investigaciones Arqueológicas

Son escasos los datos referentes a la etapa de cazadores y recolectores tempranos en esta
subregión, y sólo se dispone de hallazgos ocasionales de unas pocas puntas de proyectil y
algunos conjuntos o industrias de artefactos líticos. Puntas de proyectil, carentes de un
contexto de hallazgo se han referenciado en los sitios de Santa Marta, Mahates y la laguna

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de Betancí. Se caracterizan por una talla bifacial y algunos retoques secundarios, aunque
varían en forma y en detalles de su técnica de manufactura. (Reichel-Dolmatoff, 1965).

La costa Atlántica y el bajo Magdalena, por el crecido número de sistemas ecológicos


que ofrecen, ricos en recursos, desempeñaron un papel relevante en la adaptación de
grupos humanos al medio, y en la implementación de sistemas hortícolas que
permitieron la vida aldeana, en el segundo milenio antes de Cristo.

En la categoría de industrias líticas, formadas por un número más o menos elevado de


instrumentos tallados de lascas o de núcleos desbastados, se han registrado sitios en el
Canal del Dique, cerca a Cartagena (Reichel-Dolmatoff, 1982: 42) y en las estaciones de
Puerta Roja 1 y Villa Mery, en las proximidades del municipio de San Cayetano (Correal,
1977).

Se destaca además, en el sitio de San Nicolás de Barí (bajo río Sinú), la presencia de
artefactos de silex trabajados rudimentariamente con un mínimo de retoques secundarios
por presión, sin estar asociados a cerámica ni a piedra pulida (Reichel-Dolmatoff, 1957:
134). La mayoría de estas industrias carecen de datación. Se requiere ampliar los estudios y
realizar excavaciones estratigráficas para determinar su verdadero significado y posición
cronológica.

Hacia el cuarto milenio antes de Cristo, los pobladores de las tierras bajas de la costa
Atlántica, habían logrado adaptarse a distintos ambientes: marino, ribereño, lacustre,
sabanero y selvático. Como expresión de esta época se destacan los materiales excavados
en los sitios de : Monsú, Puerto Hormiga, Canapote y Barlovento, cuya importancia estriba

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en la escala cronológica detallada que forman, la cual abarca desde los comienzos del
cuarto milenio, hasta el primero antes de Cristo y representa secuencias de desarrollo
cultural que, por sus múltiples características adquiere un valor que va mucho más allá de la
Costa Atlántica Colombiana (Reichel-Dolmatoff, 1982).

En Puerto Hormiga, hoy Puerto Badel, a unos 300 metros de la orilla oriental del Canal del
Dique, en el departamento de Bolívar, Reichel-Dolmatoff, excavó un yacimiento tipificado
por una acumulación de conchas marinas entremezcladas con artefactos líticos, óseos y con
fragmentos de cerámica caracterizada por el uso de desgrasante vegetal, adornos modelados
y decoración incisa, que presenta un nivel bastante desarrollado, lo que hace suponer que
los comienzos del arte alfarero se pueden remontar a épocas aún anteriores. Entre los
artefactos líticos figuran principalmente piedras con pequeñas depresiones ovaladas, que
sirvieron de yunques para romper semillas duras; placas de piedra arenisca y granulosa, que
sirvieron de base para moler o triturar materiales blandos; lascas de filo cortante,
raspadores, golpeadores y pequeñas manos de triturar y machacar1.

Los pobladores recolectaban moluscos del litoral y complementaban su dieta con la caza de
especies pequeñas y la recolección de frutos vegetales. La ocupación de Puerto Hormiga,
por fechas de radio carbono, se ubica entre 3090 ± 70 a.C. y 2552 a.C., lo cual indica una
ocupación de más de quinientos años, sin mayores cambios en su composición cultural. Al
parecer ocupaban el conchero sólo por temporadas (Reichel-Dolmatoff, 1965).

En el año de 1956 Reichel-Dolmatoff (1965) encontró en el sitio Bucarelia, cerca de


Zambrano a orillas del río Magdalena, un complejo cerámico parecido al de Puerto
Hormiga; pero allí, los antiguos pobladores eran pescadores y recolectores ribereños y
lacustres.

La variada secuencia registrada en los yacimientos de Monsú, Canapote y Barlovento


indica que sus antiguos pobladores sabían explorar eficazmente los múltiples recursos de
los ambientes ecológicos, y habían desarrollado diversos modos de subsistencia.

Canapote y Barlovento, muestran, al igual que Puerto Hormiga, la adaptación a un


ambiente de literal de grupos que dependían principalmente de la recolección de moluscos.
El primero, excavado por Bischof, es un gran conchero de forma anular, localizado en la
Ciénaga de Tesca y fechado en 1940 años a.C. Barlovento, excavado por Reichel-
Dolmatoff en el año 1954, está formado por seis concheros, dispuestos en un círculo y
unidos por sus bases cuya ubicación temporal está dada por fechas de radiocarbono entre
1560 a.C. y 1030 a.C. (Reichel-Dolmatoff, 1955; 1982: 50).

Monsú, en la margen de una ciénaga de la última vuelta del Canal del Dique, excavado por

1
El sitio fue excavado en dos temporadas llevadas a cabo en los años 1961 y 1963. La primera patrocinada
por el Instituto Colombiano de Antropología y la segunda por la Universidad de los Andes.

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Reichel-Dolmatoff en 1974, se caracteriza por una gran acumulación, en forma anular, de
desperdicios culturales, relacionados con una dieta vegetal y no tanto de moluscos. Es
relevante la presencia de grandes azadas que señala que sus habitantes ya labraban la tierra
y probablemente cultivaban algunas raíces como la yuca (1985).

En este yacimiento se estableció una prolongada secuencia cultural que comienza en época
muy anterior al desarrollo de Puerto Hormiga, incluye el Período Canapote y concluye con
el Período Barlovento. En dicha secuencia se distinguen varios pisos de ocupación,
denominados por Reichel-Dolmatoff (1985) Períodos Turbana, Monsú, Pangola, Macavi y
Barlovento. Los Períodos Turbana y Monsú, constituyen una fase de desarrollo del
montículo y sus vestigios culturales pertenecen esencialmente a un solo desarrollo
coherente. La parte tardía del Período Monsú tiene una fecha de radiocarbono de 3350 ± 80
años a.C., mientras que el Período Pangola que le sigue, está fechado aproximadamente en
2250 ± 80 años a.C. Entre Monsú y Pangola hay un intervalo temporal de 1100 años
durante el cual el montículo estuvo deshabitado. Fue durante este lapso cuando se
desarrolló la cultura de Puerto Hormiga en la vecindad del montículo de Monsú, entre 3090
± 70 a.C. y 2252 ± 250 a.C. La cerámica de Puerto Hormiga no está representada en el
montículo durante el intervalo que marca la desocupación temporal del mismo (Reichel-
Dolmatoff, 1985).

La ocupación humana que cronológicamente le sigue a Pangola, corresponde al Período


Macavi. Para este período es aplicable, una fecha de radiocarbono de 1940 ± 100 años a.C.
obtenida por Bischof (1966) para el sitio de Canapote, ya que el material cerámico que lo
representa está estrechamente relacionado con el Período Canapote definido por el mismo
investigador. Entre el Período Macavi y el Período Barlovento, último en la secuencia del
montículo, parece que hubo cierta continuidad, la acumulación de residuos culturales de la
ocupación Barlovento, cubre toda la superficie del montículo y su posición cronológica se
referencia respecto al sitio tipo de Barlovento. Además se cuenta con una fecha, para uno
de los entierros intrusos que perforaron el montículo, de 850 a 80 años a.C., posterior al
abandono del montículo, al terminar el período Barlovento (Reichel-Dolmatoff, 1985: 46-
47).

La cerámica de este montículo que representa los Períodos Turbana y Monsú corresponde a
la cerámica decorada más antigua del continente, y se trata principalmente de tipos inciso-
punteados. La decoración incisa es sumamente profunda y no corresponde a lo
característico de un formativo temprano. De acuerdo con la propia expresión de Reichel-
Dolmatoff, "tanto por su tecnología relativamente competente, como por su decoración
estilísticamente coherente, se trata de un producto que debe basarse en una larga tradición
previa" (1985:117). No se parece en nada a la del complejo alfarero de Puerto Hormiga,
representa una tradición diferente, sin desgrasante vegetal, y sus motivos decorativos
sugieren otras múltiples tradiciones e influencias.

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En el Período Macavi aparecen además de las categorías cerámicas establecidas para el
sitio de la Ciénaga de Tesca, numerosos elementos nuevos que señalan que se trata de una
época en que las tradiciones cerámicas eran ya muy variadas. El período final del sitio de
Monsú, caracterizado por un complejo cerámico relacionado con Barlovento, representa
una dependencia alimenticia mayor, en pescado y fauna terrestre de la región, y no en
moluscos (Reichel-Dolmatoff, 1985).

Manifestaciones culturales representativas de la secuencia Monsú, Puerto Hormiga,


Canapote, Barlovento, se encuentran desde el golfo de Urabá hasta la baja Guajira y en el
bajo río Magdalena hasta el Banco y la laguna de Zapatosa (Reichel-Dolmatoff, 1965:
1982). Recientemente fue registrado un sitio denominado el Pozón en las Sabanas de San
Marcos, Sucre, con material cultural relacionado con los anteriores, que data del año 1.700
a.C. (Plazas y Falchetti, 1986:16-20).

De otra parte, el arqueólogo A. Oyuela contribuye con nuevos datos sobre esta época
formativa, al referenciar dos sitios en la Serranía de San Jacinto, departamento de Bolívar.
Uno de ellos, San Jacinto I, presenta cerámica con desgrasante de fibra vegetal y
decoración incisa sencilla, fechada en 3.750 ± 430 años a.C. (1987:6). El otro, San Jacinto
II, se caracteriza por cerámica con desgrasante tanto de fibra vegetal como de arena y
decoración muy recargada utilizando como técnica la incisión panda y ancha (1987:10). Por
comparaciones con el material arqueológico de los otros sitios de esta época, con los cuales
presenta similitudes, considera que San Jacinto II podría ubicarse temporalmente entre el
lapso de 3.000 y 2.000 años a.C. Al analizar las evidencias que le permiten inferir sobre la
base de subsistencia de los dos sitios, considera que la caza menor y la pesca al igual que la
recolección de nueces y caracoles ocupaba un lugar secundario, y esboza una posible
hipótesis de agricultura incipiente de yuca brava en San Jacinto I y una manifestación
temprana de agricultura de maíz en San Jacinto II (Oyuela, 1987:16).

Ejemplo de esta nueva forma de adaptación es Malambo (al borde de una laguna al sur de
Barranquilla, cerca de la orilla Occidental del río Magdalena), sitio investigado por C.
Angulo, a partir de 1957. Se trata de los vestigios de una población ribereña y sedentaria,
que aparece hacia el año 1120 a.C., en los que se encuentra cerámica, más rica en formas
que la de los períodos anteriores, caracterizada por elementos modelados, delimitados por
anchas incisiones. En rasgos como éste, se relaciona con la cerámica de Barrancas, en el
bajo río Orinoco (Venezuela), sitio habitado en una época contemporánea a la de Malambo
(Reichel-Dolmatoff, 1982).

En Malambo se registraron con profusión fragmentos de grandes platos planos, "budares",


que se asocian con la preparación del cazabe, o pan de harina de yuca. Al parecer, los
habitantes basaban su subsistencia en el cultivo de la yuca y dependían en alto grado de la
pesca; con caza ocasional. La cronología identifica este sitio con los primeros ensayos de
vegecultura, con testimonios de la presencia de yuca (Manihot esculenta) en el año 1130

18
a.C. (Angulo, 1981).

Malambo señala un cambio en el poblamiento temprano del litoral Caribe: los grupos se
alejan del mar y de los esteros y se asientan a lo largo de los ríos y en las orillas de las
grandes lagunas de los ríos Magdalena y Sinú, principalmente. Reorientación que implicó
una modificación en aspectos cualitativos de la subsistencia. La fauna de ambiente marino
y de litoral fue reemplazada por fauna de agua dulce; y la mejor calidad de las tierras
aluviales húmedas, propiciaron una experimentación agrícola y el desarrollo de una
agricultura más eficiente y variada (Reichel-Dolmatoff, 1982: 5758).

La perspectiva de esta tradición cultural se enriqueció con el descubrimiento del sitio Los
Mangos (municipio de Sabana Grande), que en el río Magdalena representa la fase mas
antigua de Malambo. (Angulo, 1981).

Momil, ubicado en la margen Nororiental de la Ciénaga Grande en el bajo río Sinú, es otro
yacimiento arqueológico, sistemáticamente estudiado por los esposos Reichel-Dolmatoff
(1956), que tipifica bien la etapa de adaptación lacustre y ribereña, atestigua un largo
período de ocupación humana y fuerte incidencia en los desarrollos de la Costa Atlántica
colombiana y de regiones vecinas. Allí se encontró una secuencia que mostró un cambio
significativo, fundamentalmente en la base de subsistencia de sus antiguos habitantes.

En la primera parte de esta secuencia, fechada para sus comienzos en unos 170 años a.C. se
registraron numerosos fragmentos de platos, que indican el cultivo de la yuca y, muchas
esquirlas de piedra muy dura que probablemente hacían parte de rallos o instrumentos
similares usados en la preparación de raíces; además, huesos de mamíferos, aves acuáticas,
reptiles y anfibios, representados los últimos en restos de caparazones de tortugas de agua
dulce. La cerámicas es muy variada en formas, tales como vasijas de silueta compuesta,
vasijas globulares, cuencos y recipientes de base anular, entre otras (Reichel-Dolmatoff,
1982:59).

En la segunda parte de la secuencia, cronológicamente más reciente, al paso que


disminuyen los elementos que atestiguan el cultivo de la yuca, aparecen los grandes metates
y manos de moler, platos y tinajas de cerámica, indicativos del cultivo del maíz; también,
vasijas trípodes con soportes macizos o huecos mamiformes y vasijas con reborde basal
(Reichel-Dolmatoff, 1982:66).

En la cerámica de Momil, predomina la decoración incisa, con gran diversidad en los


motivos, y la pintada, bicroma (negro sobre blanco o negro sobre rojo), policroma (negro y
rojo sobre blanco) y negativa.

Momil y el período cultural que representa, marca el paso del cultivo de raíces al de
semillas, lo cual no implica solamente reemplazar un elemento por otro, sino un cambio en
los procedimientos agrícolas, de trascendencia para las nuevas formas de desarrollo social

19
(Reichel-Dolmatoff, 1982:60).

En Momil se aprecian rasgos que anotan cierta especialización artesanal, diferencias en los
adornos personales, y se deducen actividades rituales posiblemente relacionadas con la
fertilidad y la curación de enfermedades, todo ello probablemente relacionado con una
jerarquización social y el surgimiento de un grupo de especialistas en artes y oficios
(Reichel-Dolmatoff, 1982:62).

Manifestaciones arqueológicas comparables con Momil se hallan en muchos lugares de la


costa Atlántica. Reichel-Dolmatoff se refiere a las regiones de los ríos Mulatos, San Juan y
Canalete; entre el Golfo de Urabá y la hoya del río Sinú; las lagunas del río San Jorge y la
ancha región del bajo río Magdalena en donde se destacan los lugares de El Banco,
Zambrano y Calamar (1982:63). En el Golfo de Morrosquillo, el sitio "Marta", es descrito
por Ortiz Troncoso y Santos como relacionado culturalmente con Momil (1985: 34-38).

De acuerdo con Reichel-Dolmatoff fue el desarrollo del cultivo del maíz, lo que permitió a
habitantes ribereños y costaneros que dependían de la combinación de recursos acuáticos y
del cultivo de la yuca, retirarse de los ríos y avanzar sobre las laderas montañosas del
sistema andino, dando paso a una vida más estable, una diversificación cultural, y un
notable regionalismo (1965, 1982).

Hasta aquí se han tratado los yacimientos arqueológicos tomados como base para la
definición de una amplia etapa formativa, en la cual se inicia el sedentarismo, se desarrolla
la agricultura y se establece la vida aldeana. No todos están estudiados sistemáticamente y
algunos se conocen sólo por recolecciones de material de superficie. A continuación se hará
referencia a los desarrollos culturales que tienen una evolución posterior al advenimiento de
Cristo, algunos de los cuales se prolongan hasta la Conquista.

Las investigaciones de Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff (1957) en el curso medio del


río Sinú definieron dos complejos culturales, conocidos como Ciénaga de Oro y Betancí. El
yacimiento de Ciénaga de Oro, en la proximidad de una laguna, consiste en acumulaciones
de basura de viviendas que al parecer formaban una población nucleada de una extensión
de unos 500 por 300 metros (1957: 85). Parte del material cultural señala un parentesco con
Momil II, pero otros elementos tienen un desarrollo muy marcado que se presenta en
culturas cuya posición cronológica es tardía respecto a Momil. Se trata de copas pandas de
pie tubular, bases coronarias; vasijas pandas con decoración interior; bordes anchos con
lóbulos o triángulos modelados que salen horizontalmente (1957: 128). Según Foster y
Lathrap estos elementos que no tienen relación con Momil, forman parte de una
ramificación tardía de la expansión barrancoide (1977).

El complejo Betancí es un desarrollo tardío que está atestiguado por la comparación con los
datos de los cronistas del siglo XVI. La pauta de poblamiento se caracterizaba por aldeas en
diversos ambientes: ribereños (lagunas, ríos grandes y arroyos), en terrenos planos; y se

20
construían túmulos para entierro (Reichel-Dolmatoff, 1957). Por los cronistas se sabe que
eran hábiles orfebres, lo cual ha sido a su vez constatado por la arqueología (Falchetti,
1978; Legast, 1978, 1985). Al parecer este complejo se difundió sobre la extensa región del
curso medio del río Sinú, y casi toda la hoya del río San Jorge, entre el Sinú y el río
Magdalena (Reichel-Dolmatoff, 1957: 130).

En el curso bajo del Sinú, Reichel-Dolmatoff (1957) menciona varios sitios que guardan un
marcado parentesco estilístico y tecnológico, en lo que se refiere a la cerámica, con el
complejo de Tierra Alta, del alto Sinú. Sin embargo, por la escasez de materiales y por no
haberse hallado ninguna superposición estratigráfica, es difícil reconocer una eventual
secuencia.

El sitio de Crespo, en inmediaciones de Cartagena, ejemplifica una forma de vida


observada en las bahías y en las islas costaneras entre la desembocadura del río Magdalena
y el Golfo de Urabá, consistente en agrupaciones de pescadores y agricultores establecidos
en pequeñas aldeas y campamentos (Reichel-Dolmatoff, 1982:85). En este yacimiento,
excavado por Alicia Reichel-Dolmatoff (1954), los complejos cerámicos descritos incluyen
budares, vasijas pandas para triturar condimentos, copas y platos con bases anulares, ollas
globulares con cuello restringido y pequeñas figurinas antropomorfas. La decoración se
caracteriza por motivos simples, incisas o punteadas y en ocasiones caras humanas
moldeadas. Se encuentran hachas y azadas tanto de piedra pulida como de grandes conchas,
que probablemente fueron utilizadas en la agricultura, en la manufactura de canoas, y en la
extracción de almidón de los troncos de las palmas. También es notoria la presencia de
piedras de moler. Se observan relaciones tipológicas con los complejos culturales del bajo
Magdalena y, en algunos rasgos se vislumbran posibles contactos con culturas de la costa
venezolana y de Panamá. Este sitio ha sido fechado en la última parte del siglo XIII
después de Cristo y se cree que corresponde a las poblaciones que encontraron los
españoles en el siglo XVI (Reichel-Dolmatoff, 1982: 85-86).

En el área del bajo Magdalena, en la desembocadura del río Cauca, Reichel-Dolmatoff


registró en 1953, restos de poblaciones con grandes acumulaciones de basura y otros
vestigios que indican la presencia de grupos que combinan la agricultura con la caza, la
pesca y la recolección de recursos silvestres. Son de señalar los sitios de Plato y Zambrano,
en donde, con recolecciones de superficie, se identificó una tradición de alfarería incisa que
al parecer tiene una posición cronológica reciente (1954).

La cerámica de Tenerife, difiere de la de estos dos sitios y se observa un cierto parentesco


con algunos de los complejos del río Ranchería (Reichel-Dolmatoff, 1954).

En el municipio de Pedraza, en el sitio Guaiquirí, L. Reines registró vestigios de un pueblo


sedentario dependiente del medio semi-acuático, con una tradición cerámica incisa (Reines,
1985). Para este sitio existen dos fechas citadas por Plazas y Falchetti de Sáenz (1981),

21
asociadas a los tipos cerámicos del complejo Plato-Zambrano, una del siglo XVI y la otra
del siglo XIX, esta última muy tardía.

Grandes áreas cubiertas de conchales fueron registradas por Reichel-Dolmatoff (1955) en la


franja litoral de la Isla de Salamanca, que alcanzaban más de 6 metros de altura, y en cuyas
capas superiores se encontraban numerosos fragmentos, de cerámica Tairona II, y de las
culturas del río Magdalena. Muchos de estos conchales, con excepción de los que existen
en Tasajeras y Palmira, fueron destruidos o alterados durante la construcción de la carretera
Barranquilla-Santa Marta (Angulo. 1978).

Sobre las zonas antes citadas y sobre las orillas de la Ciénaga Grande de Santa Marta, se
dispone de varios estudios. En 1961, H. Bischof hizo un corte en Mina de Oro, sitio
ubicado a unos dos kilómetros al oriente de la desembocadura del río Fundación. Los
resultados de esta experiencia le sirvieron junto con otros, para proponer la tesis de un
período temprano para la cultura Tairona, denominado Nahuange. En este yacimiento se
obtuvo una fecha de 487 años d.C. (Bischof, 1969).

En 1975, los arqueólogos D. Sutherland y C. Murdy hicieron un reconocimiento de la Isla


de Salamanca y efectuaron excavaciones en los sitios de Cangarú y Caimán. En el registro
reconocieron influencias del área del bajo Magdalena, y contactos con la cultura Tairona.

22
En la Ciénaga Grande y la Ciénaga de Pajaral, que se encuentran conectadas y forman una
unidad lacustre, son frecuentes extensos conchales, mezclados con cerámica, artefactos
líticos y restos óseos de fauna. Allí realizó C. Angulo (1978) una exploración, de la cual
obtuvo varias colecciones de superficie. Excavó, además, en los sitios de Palmira, Tasajeras
y Los Jagüeyes (Isla de Salamanca), en Loma de López (orilla Oriental de la Ciénaga
Grande) y en las Islas Cecilio y Tía María (complejo lacustre de Pajaral).

Los conchales estudiados hablan de una ocupación tardía por grupos humanos, que tenían
campamentos tanto estacionales como permanentes. El asentamiento más antiguo de la Isla
de Salamanca es el sitio los Jagüeyes fechado en el siglo IV de nuestra era. Son posteriores
los asentamientos de Palmira (siglo VI d.C.) y Tasajeras (siglo X d.C.). En la Ciénaga
Grande el primer asentamiento humano -Mina de Oro- ha sido fechado en el siglo V d.C.
Loma de López se inicia en el siglo XI d.C. y su historia parece subsistir hasta la época de
la conquista (Angulo, 1978:164-165,122).

A partir de la estructura de los cortes y del análisis del material, se distinguieron dos
períodos de ocupación. El primero y más antiguo corresponde a comunidades de tradición
agrícola, y el más reciente, a grupos con economía de pescadores. Los grupos agrícolas que
se asentaron en la Isla de Salamanca y luego a orillas de la Ciénaga, procedentes al parecer
en el primer caso, de las tierras planas que se extienden entre el piedemonte occidental de la
Sierra Nevada de Santa Marta y la orilla oriental de la Ciénaga, y en el segundo del bajo
Magdalena, reorientaron la base de su subsistencia hacia la pesca y la recolección de
moluscos. En la ocupación más reciente se evidencia un estrecho contacto con los grupos
tardíos de la Sierra Nevada de Santa Marta (Cultura Tairona) (Angulo, 1978:166-167).

Recientemente, el investigador C. Langebaek, realizó excavaciones en antiguas terrazas


aluviales en el bajo río Córdoba a lado y lado de la desembocadura del río y en una colina
próxima a esta, en predios de la Hacienda Papare. Como resultado de su estudio se definen
tres tradiciones alfareras cronológicamente superpuestas; la más antigua la denomina
"malamboide" por su similitud con los materiales culturales descritos por Angulo (1981)
para el sitio tipo de Malambo, sigue en la secuencia una tradición de cerámica semejante a
la que Bischof llamó "Nahuange" (1969) y por último señala una tradición netamente
Tairona (Langebaek, 1987:84). En una de las excavaciones (Tigrera), obtuvo una datación
de 970 ± 80 años d.C., que se asocia con la aparición en la secuencia de la alfarería Tairona
(Langebaek, 1987:87).

Dejando hacia el oriente la Ciénaga Grande de Santa Marta, con el nombre de "Valle de
Santiago", se conoce una micro-región del departamento del Atlántico que se extiende
desde el piedemonte Occidental de la serranía de Piojó y los contrafuertes septentrionales
de la loma del Caballo, hasta el mar Caribe. En esta zona, Angulo (1983) excavó en los
sitios de San Juan y María Jacinta en proximidades de la Ciénaga de Tocahagua, en Palmar
de Candelaria y en la Isla, y definió tres fases arqueológicas: Tocahagua, Palmar y la Isla,

23
las cuales derivan de tradiciones diferentes, aunque al parecer contemporáneas durante las
últimas centurias.

La Fase Tocahagua se caracteriza por la utilización, como atemperante, de concha molida


de caracoles terrestres, entierros en posición fetal lateral, uso de topias para fogones,
aparición del cultivo del maíz y evidencias de casas comunales. Su posición cronológica se
infiere por una fecha de 900 años d. C. proveniente de la parte media de la secuencia y de
otras, de los siglos XVI y XVII en la parte final (Angulo, 1983:162-163). La fase Palmar
presenta elementos característicos del área del bajo Magdalena, tales como decoración
modelada - incisa, figurinas en arcilla y bases de pedestal, y se ubica cronológicamente
entre los siglos XIII y XVII d.C. Por último la fase la Isla, de la cual se tiene una datación
del siglo XVII, corresponde a grupos que se desplazaron hacia la costa, donde abandonaron
luego la utilización de la concha molida como atemperante (Angulo, 1983:163). Sólo en la
fase Palmar se dan evidencias del cultivo del maíz, que en los sitios que representan las
fases la Isla y Tocahagua, se limitan a muestras de superficie. En las tres fases, se infieren
actividades de caza y pesca. En las fases Tocahagua y Palmar se recolectaban moluscos y
caracoles terrestres, los últimos de los cuales son escasos en la fase La Isla, en la que
predominan, en cambio, los restos de caracoles marinos. (Angulo, 1983).

Posteriormente, Angulo (1986) extendió sus estudios arqueológicos a las orillas y


alrededores inmediatos de la Ciénaga de Guájaro, y, a la vertiente norte de la Serranía del
Caballo.

Las evidencias culturales, la estratigrafía y los datos cronológicos le permitieron definir dos
períodos culturales, denominados "Rotinet" y "Carrizal". Estos períodos aparecen separados
por un lapso aproximadamente de 1000 años lo cual se ha interpretado como una larga
etapa de abandono del sitio (Angulo, 1986:50).

El período Rotinet corresponde a la ocupación más antigua del lugar, se relaciona con las
manifestaciones culturales de la secuencia Monsú, Puerto Hormiga, Canapote y Barlovento
y presenta una posición cronológica hacia el tercer milenio antes de Cristo.

Hacia comienzos de la era cristiana, el mismo lugar fue repoblado por grupos que se
desplazaban por el bajo río Magdalena, los cuales introdujeron nuevos aportes culturales.
Corresponde esta reocupación al Período Carrizal, caracterizado por un modo de vida
vegecultor en su fase inicial (Zahino), en la cual se intensifica la caza, la pesca y el cultivo
de la yuca. Posteriormente se percibe un cambio en la subsistencia de estos grupos, al
parecer por la introducción del cultivo del maíz. Esta fase es definida Palmar y corresponde
estilísticamente y en el modo de vida a la fase del mismo nombre en el Valle de Santiago
(Angulo, 1986).

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Urabá - Alto Sinú

Esta subregión incluye el alto río Sinú, las estribaciones de las serranías de San Jerónimo y
Abibe, y la zona del golfo de Urabá.

La posición geográfica, las condiciones geomorfológicas y ecológicas, con bosque húmedo


tropical y bosque muy húmedo tropical hacen de la costa Pacífica Septentrional, Urabá y
Alto Sinú, un área estratégica de paso obligado a migraciones y apta para los asentamientos
humanos. El medio ambiente con su alta temperatura y pluviosidad posibilitan un alto
índice de fotosíntesis y por ende un rápido y exhuberante desarrollo de la vegetación, y es
propicio para la caza, la recolección y la explotación agrícola. Además el mar, los ríos y
quebradas, albergan una gran riqueza ictiológica.

El área presenta una gran variedad de paisajes: el literal y la zona costera Septentrional del
Pacífico y la serranía de Los Saltos *; la cuenca del río Atrato, la depresión del golfo y sus
playas, las colinas de las estribaciones de la serranía de Abibe al Occidente y los planos
aluviales superior e inferior de las partes planas bajas formados por la red hidrográfica que
llega al golfo; las superficies de erosión con alturas de más de 100 metros de la serranía de
Abibe hacia el Este; las colinas y cerros de 100 - 200 y más de 800 metros de la serranía de
San Jerónimo hacia el Occidente; diferentes niveles de terrazas y aluviones altos inundables
con buen drenaje de las cabeceras del Sinú. Estos últimos, aptos para la agricultura (Botiva,
1985).

* Se sabe que en el pasado prehispánico existieron vínculos culturales entre la región de


Urabá-Alto Sinú y la zona costera septentrional del Pacífico, pero para efectos del presente
trabajo, esta última zona se consideró geográficamente en la región Costa Pacífica.

Investigaciones Arqueológicas

El poblamiento temprano de cazadores y recolectores, cuenta con la evidencia cultural de


bahía Gloria en el golfo de Urabá, en donde G. Correal encontró una punta de proyectil
acanalada, similar a las del complejo "Lago Meden" en Panamá. En el Alto Sinú, el mismo
investigador registró varios yacimientos de industrias de lascas y nódulos que indican
poblamientos dispersos, en estaciones temporales de corta duración. Los artefactos líticos
hallados en los sitios de Angostura, Caimanera y Frasquillo sugieren una subsistencia
subordinada a actividades de cacería y pesca (Correal, 1977).

Las investigaciones arqueológicas adelantadas en el noroeste colombiano sobre el período


cerámico han puesto de manifiesto la presencia de rasgos alfareros semejantes, que se
extienden hasta el Darién panameño.

25
Este complejo está representado por el asentamiento lineal a lo largo de los ríos, las
quebradas y las colinas bajas de la región. Los yacimientos son extensos y densos
basureros de conchas de moluscos asociadas a materiales cerámicos, líticos y óseos;
además, se encuentran entierros humanos y fogones. Aunque la mayor parte de la
evidencia es de conchas de bivalvos y caracoles, no se trata de simples recolectores de
moluscos sino de cazadores y pescadores que practicaron también la agricultura y que
debieron recoger el molusco como actividad complementaria (Botiva et. al., 1986).

Sigvald Linné, en 1927, exploró la costa Atlántica de Panamá y el golfo de Urabá. En la


Gloria efectuó excavaciones de algunos entierros secundarios en urnas funerarias, y en los
sitios de Candelaria, Severa, Titumate, Triganá y Acandí, recolectó tiestos superficiales, de
cuyo análisis deduce un carácter homogéneo. Solo en Severá encuentra diferencias en la
cerámica y la relaciona con la encontrada en la costa Pacifica y en la Isla de las Perlas, que
se caracteriza por la decoración impresa, utilizando como herramienta, conchas (Lineé,
1929).

En los últimos años, investigadores de la Universidad de Antioquia han llevado a cabo


estudios en la costa del golfo cerca a Turbo y Necoclí y a lo largo de la costa hasta
Arboletes (Botiva y Santos, 1980; Santos et. al., 1980, 1983).

En esta área se identificó un complejo cultural denominado "Estorbo" en el cual se observa


una tradición cerámica modelada incisa con rasgos estilísticos y tecnológicos propios. Los
sitios más representativos son: El Estorbo I, Agualinda (Estorbo II), colinas por las que
desciende la quebrada el Estorbo (III y IV), Tie, el Totumo, Necoclí, Piatra y más al Norte

26
fuera del golfo, Arboletes. En la margen izquierda persiste la pauta de asentamiento
definida para este complejo: Triganá, bahía Gloria, Capurganá, Acandí, Santa María la
Antigua del Darién, bahía Rufino y Zapzurro.

Las formas de cerámica más representativas son cuencos de borde evertido horizontalmente
con decoración modelada-incisa e impresa en el borde y bases anulares perforadas a
trechos, cuencos sencillos de borde evertido engrosado hacía el exterior, platos, figurinas y
rodillos.

La posición cronológica aún no está claramente definida. Como referencia temporal se


dispone de las fechas 350 ± 95 a.C. y 420 ± 130 d.C., que son miradas con precaución por
Santos et, al., quienes consideran que el comienzo de la ocupación de El Estorbo no se
remonta a una fecha anterior al siglo V d.C., y juzgan más acertada otra fecha del siglo IX
d.C.

En el año 1983, M.E. Naranjo y M.C. Bedoya (1985), adelantaron en la localidad de


Capurganá, un trabajo arqueológico para su tesis de grado, que les permitió señalar la
existencia de dos ocupaciones culturales distintas, tanto en su alfarería como en su situación
temporal. La cerámica más antigua con incisiones y pintura policroma de colores blanco,
rojo y negro, se relaciona con Momil, la más reciente corresponde a la tradición modelada-
incisa del Estorbo, definida como típica de todo el golfo.

Los dos conjuntos cerámicos muestran una distribución indicadora de que los
asentamientos se dieron en áreas diferentes, apareciendo sólo superpuestos hacia el
piedemonte, mientras que la evidencia dejada por la ocupación más tardía (Estorbo), es la
única que aparece superficialmente en todos los sitios reseñados en Capurganá. En este
lugar, antiguamente la playa estaba más cerca del piedemonte lo cual se constata por la
presencia de formaciones coralinas muy adentro de la línea costera, hecho que permite
interpretar la distribución de las evidencias y explica por qué las dos ocupaciones aparecen
únicamente en el sector aledaño al piedemonte. Después del retire del mar, se estableció
otra ocupación en la zona dejada por 61 y sobre las evidencias anteriores (Botiva, 1986).

En el área del golfo, también es de anotar la investigación de G, Arcila (1985), para ubicar
a Santa María la Antigua del Darién. El análisis de los materiales excavados allí, tanto
indígenas como españoles, denota una convivencia de los dos grupos por un corto espacio
de tiempo. Tras el abandono del sitio por los españoles, no se observa sobrevivencia
aborigen.

Hacia el Este de Urabá se encuentra la zona del Alto Sinú, en donde las investigaciones
realizadas por G. Reichel-Dolmatoff en el año 1957 permitieron definir el complejo
cerámico "Tierralta". El sitio tipo de este complejo fue excavado en el Cabrero, y los sitios
de Frasquillo, Gaitá, Táparo, Socorrer y Crucita, se definieron como parte del mismo
complejo. En el bajo Sinú también se registraron algunos sitios relacionados (1957).

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La economía de este complejo cultural se basaba principalmente en el cultivo del maíz, y se
registran entierros secundarios en urnas y orfebrería, que son característicos en la costa
Caribe de Colombia de culturas post-formativas, más bien tardías. La posición cronológica
es, por lo tanto, posterior a Momil y se encuentra separado de este complejo por un
considerable espacio de tiempo. Tierralta, al parecer, se deriva del complejo Ciénaga de
Oro, del medio Sinú, sin embargo, al respecto no hay una comprobación estratigráfica
(Reichel-Dolmatoff, 1957).

Recientemente, G. Casasbuenas y A. Espinosa, adelantaron en el año 1983 su trabajo de


tesis en Frasquillo (margen izquierda del río Sinú) y en quebrada Mulas (margen derecha
del río Verde). Las excavaciones en Frasquillo permitieron ubicar cronológicamente
elementos pertenecientes al complejo Tierralta hacia finales del siglo IV d.C. Al comparar
las formas cerámicas y su decoración con áreas arqueológicas vecinas, se observa una
estrecha relación con la cerámica del sitio El Estorbo en Urabá. De otra parte, las
evidencias cerámicas que se obtuvieron en la quebrada de Mulas, también presentan
características muy semejantes a las del complejo de Urabá, aunque son cronológicamente
más recientes (siglo IX d.C.) (Casasbuenas y Espinosa, 1985).

Posteriormente, el Instituto Colombiano de Antropología entre 1985 y 1986 realizó en el


Alto Sinú, como parte del estudio de impacto ambiental del Embalse de Urra I, la

28
investigación de la zona que iba a ser alterada por las obras de ingeniería y de sus
alrededores. Bajo la dirección del arqueólogo Alvaro Botiva se llevó a cabo una exhaustiva
prospección del área y se excavaron los sitios de El Cabrero, Frasquillo y El Gallo (Botiva,
1987). De acuerdo con la información arqueológica recogida, se allegaron nuevos datos
cronológicos y sobre distribución espacial del complejo Tierralta. Se puede agregar a lo ya
conocido que los antiguos habitantes de esta región vivieron en asentamientos en las
márgenes del río y combinaron la agricultura con la explotación de los recursos del río, de
las quebradas y de los bosques. Se observa al parecer una paulatina migración que del Bajo
y Medio Sinú va colonizando las partes altas del río dejando huella de casas aisladas y
caseríos dispersos y que se extiende a la región del Golfo de Urabá. La situación temporal
puede considerarse entre los siglos III y XI d.C. (Botiva, 1987).

El investigador Botiva propone redefinir el complejo cultural arqueológico registrado en el


Alto Sinú y en Urabá con "la combinación de los nombres tipos asignados: Tierralta
(Reichel-Dolmatoff, 1957) y El Estorbo (Botiva y Santos, 1980); complejo cultural que se
precisa al encontrarse la misma tipología cerámica y lítica, así como un patrón de
asentamiento semejante con modificaciones locales muy secundarias y una relación con el
medio particular de acuerdo a las características fisiográficas y bióticas de cada región..."
(1987:210).

En la cerámica de Tierralta - El Estorbo, el modelado y la incisión son rasgos


predominantes y, en formas, son frecuentes "los cuencos miniatura, pequeños y medianos
de uso doméstico y ceremonial; cuencos de borde evertido horizontalmente con bases
coronarias adosadas con sonajeros que representan figuras zoomorfas; urnas funerarias con
bases coronarias; mocasines; así como vasijas globulares para uso culinario y
almacenamiento de líquidos". (Botiva, 1987:211).

La Depresión Momposina

La Depresión Momposina se extiende a lo largo del Magdalena y en sus afluentes el Cauca,


el San Jorge y el Cesar, formando un valle fértil aunque sujeto a inundaciones y ocupado
por extensas ciénagas que en las épocas de las crecientes amplían considerablemente su
superficie. (Guhl, 1976: 153). La precipitación es superior a los 2500 mm., la morfología es
plana y cenagosa en la cual la alternancia de aguas altas y bajas hace que las ciénagas se
rebosen, esparciendo agua de inundación por caños y tierras llanas o que los playones
queden secos y se puedan utilizar como potreros.

Investigaciones Arqueológicas

La región del bajo río San Jorge, cuya importancia arqueológica fuera mencionada por
Gerardo Reichel-Dolmatoff en 1958 y divulgada posteriormente por James Parsons desde

29
1965, fue objeto de una exhaustiva investigación en años recientes por C. Plazas y A.M.
Falchetti de Sáenz, que permitió reconstruir el patrón de asentamiento de los grupos
humanos que la ocuparon. Entre los años 1976-1981 estudiaron sitios arqueológicos en una
extensa área, desde Jegua, al norte, hasta la Ciénaga de las Flores al Suroeste y Sucre, sobre
el caño Mojana, al Oriente; simultáneamente, trabajaron en detalle dos zonas: una de
vivienda dispersa a lo largo de los caños Carate - Mabobo donde los canales artificiales
forman un sistema de gran magnitud y otra de vivienda nucleada sobre el caño Rabón
(Plazas y Falchetti de Sáenz, (1981: 10-33).

En esta área se determinó la existencia de dos ocupaciones prehispánicas, correspondientes


a dos grupos étnicos no contemporáneos, que tuvieron orígenes, adaptaciones y desarrollos
culturales diferentes .

La primera ocupación se dió entre el siglo I y el X de nuestra era y se caracterizó por una
alta densidad de población que adoptó el área como lugar de habitación permanente y de
utilización productiva. A esta época corresponden los canales de control de aguas que
cubren cerca de 500.000 hectáreas de terrenos inundables- las plataformas de vivienda y los
montículos funerarios en donde se encuentran objetos de oro y cerámica de la tradición
modelada-pintada. (Plazas y Falchetti de Sáenz, 1981).

Aproximadamente en el siglo VII d.C. en adelante, se llevó a cabo una relativa


desocupación del Bajo San Jorge, quedando en el siglo XVI algunos remanentes de este
desarrollo cultural en sitios como Ayapel. En el curso medio del mismo río, hacia el siglo
X, se encuentran en la región de Monte-Líbano evidencias de esta misma tradición,
correspondientes quizás a movimientos de población río arriba o sobrevivencias de
asentamientos locales más antiguos (Plazas y Falchetti de Sáenz, 1981: 9-10).

En el bajo río San Jorge, a partir del siglo XIV en adelante se encuentran evidencias de otro
grupo étnico, procedente del río Magdalena, que ocupa los espacios elevados disponibles,
aprovechando solamente el área circundante.

Los vestigios de esta ocupación se encuentran dispersos sobre las orillas de los caños y
meandros sin relación con los sistemas hidráulicos. La cerámica asociada corresponde a la
Tradición Incisa Alisada, extendida a lo largo del curso bajo del Magdalena (Plazas y
Falchetti de Sáenz, 1981: 10).

Las autoras entrelazan la información arqueológica con los relatos de los cronistas del siglo
XVI sobre los indígenas Zenúes y tratan de indicar su pertenencia a un desarrollo cultural
común con los habitantes que ocupan el bajo San Jorge en los primeros siglos (1981).

El complejo Betancí, del río Sinú guarda una estrecha relación con el desarrollo cultural del
Valle del San Jorge; con el cual comparte el enterramiento en túmulos y el estilo de la
orfebrería. Sin embargo, aunque existen algunos complejos cerámicos que se relacionan,

30
hay otros que no están presentes en el San Jorge, tal como ocurre con la decoración incisa
profunda que, al parecer, tiene un mayor parentesco con la alfarería de la región de Urabá.
(Bray, 1984: 334).

Las tradiciones recogidas por los cronistas sobre los indígenas Zenúes y los datos
arqueológicos indican la antigua existencia de una estructura de poder de jefaturas
(Cacicazgos) que dominaba política y económicamente las hoyas de los ríos Sinú, San
Jorge, bajo Cauca y Nechí (Plazas y Falchetti, 1981).

En el siglo XVI, a la llegada de los españoles, estaba establecido en parte de la Depresión


Momposina y en las riberas del Magdalena, el grupo étnico Malibú que tenía un patrón de
poblamiento lineal sobre los barrancos que bordean los cursos de los ríos, en viviendas
dispersas y caseríos ribereños. A orillas del Magdalena establecieron poblaciones de alguna
importancia como Mompós, Tamalameque y el mercado de Zambrano. (Reichel-Dolmatoff,
1951).

Una extensión de grupos de esta etnia hacia el bajo San Jorge a partir del siglo XVI en
adelante, fue determinada por Plazas y Falchetti de Sáenz (1981) por excavaciones en el
sitio "Las Palmas" en el caño San Matías, donde estudiaron una plataforma de habitación y
encontraron basureros y entierros dentro de las viviendas, directamente en la tierra o en
urnas funerarias en el caso de los niños, junto con ofrendas de cerámica. Se sabe que el
lugar estaba habitado hacia el año 1300 después de Cristo y que su ocupación se prolongó
al parecer hasta finales del siglo XVI. La cerámica hallada pertenece a la tradición Incisa
Alisada y se caracteriza por formas sobrias, sin distinción entre vasijas para uso doméstico
y ritual. Son vasijas de servicio culinario y almacenamiento, tales como copas de pedestal,
ollas globulares pequeñas y grandes, estas últimas reutilizadas como urnas funerarias.

Las actividades de subsistencia se basaban en la pesca, la caza, la agricultura y la


recolección de alimentos vegetales (Plazas y Falchetti de Sáenz, 1981:98).

En el área del río Magdalena, que hace parte de la depresión Momposina, Gerardo y Alicia
Reichel-Dolmatoff (1953) realizaron una prospección de las riberas del río y de la región de
la laguna de Zapatosa, es decir, el curso inferior del río Cesar, como resultado de la cual
reseñaron numerosos sitios que se referenciaron de acuerdo con el tipo de vestigios
arqueológicos hallados en ellos, tales como: entierros en urnas funerarias; fragmentos de
cerámica superficiales; fragmentos de cerámica y líticos; fragmentos de cerámica, túmulos
de piedra; terrazas de cultivo con murallas, cerámica y líticos; calzadas de caminos y
terrazas y por último petroglifos y cerámica.

En la ciénaga de Zapatosa estudiaron en detalle el sitio de Saloa y la isla del Barrancón.


Estos sitios pertenecen a un mismo período aunque es posible observar ciertas
diferenciaciones características que parecen tener algún valor cronológico, y que insinúan
que el yacimiento arqueológico de Saloa forma una base más antigua que los yacimientos

31
de la isla del Barrancón, donde se encuentran evidencias de la época de contacto con los
españoles. Con base en estos estudios se definió un complejo alfarero inciso que parece
tener una tradición larga e influyó hacia el norte, tal como se manifiesta en diferentes
niveles de la zona de contacto y transición de áreas del río Cesar. (Reichel-Dolmatoff,
1953).

En la región de Tamalameque, en el lugar de la Sabana de San Luis, excavaron un


cementerio de entierros de urnas, perteneciente a la misma cultura observada en Saloa, la
cual a su vez se relaciona con el grupo étnico de los Malibú en el siglo XVI (Reichel-
Dolmatoff, 1953).

En general la cerámica tardía del bajo Magdalena, incluyendo la Depresión Momposina


forma parte de una tradición incisa, con tipos cerámicos relacionados, que probablemente
correspondían a desarrollos locales.

Guajira-Corredor Cesar

Esta subregión comprende el valle del río Cesar y sus dilatadas praderas, que se extienden
entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la Cordillera Oriental, la Sierra de Perijá y la
Guajira. En esta unidad espacial se encuentran varios conjuntos climáticos que van desde el
semiárido de la alta Guajira al seco de la media Guajira, que se prolonga en forma de Golfo
de sequía en la depresión del Cesar, desde Carraipia hasta el sur de Valledupar; el semi-
húmedo que incluye la faja del valle del Cesar entre la región seca y las faldas húmedas de
los macizos montañosos (Sierra Nevada y Serranía de Perijá).

Investigaciones Arqueológicas

Correal (1977) puso en evidencia la presencia de grupos líticos en la Guajira, mediante el


hallazgo de estaciones líticas al aire libre en Carrizal, Camuchisain y Serranía de Cocinas.
En inmediaciones del Departamento del Cesar, en predios de la hacienda "El Espejo", sobre
la margen izquierda del río Minas, en el corregimiento de Media Luna, localizó dos
sectores de abrigos de rocas areniscas duras del cretásico superior, muy propias para la
habitación humana. En un corte de observación en uno de ellos determinó un horizonte
cerámico en los estratos iniciales, y en los estratos más profundos, otro de elementos líticos
que aparentemente se relaciona con la época paleoindígena. Sin embargo, como él mismo
lo anota, "solamente una excavación amplia permitirá definir las características de los
posibles complejos líticos de esta área" (Correal, 1977: 47).

32
El mismo Correal informa sobre la existencia de petroglifos en Barrancas y en la
Inspección de Policía de San Pedro, y Gerardo Ardila detectó tres cuevas con pictografías
en el curso bajo del arroyo Tres Calabazos (Ardila, 1983: 42).

Para una etapa formativa tardía, son de especial relevancia los trabajos de G. y A. Reichel-
Dolmatoff (1951) en el valle del río Ranchería, a lo largo del cual encontraron numerosos
sitios que forman parte de una secuencia de complejos agrícolas sedentarios, caracterizados
por la presencia de cerámica pintada cuya posición cronológica estimaron coetánea con
Momil (Reichel-Dolmatoff, 1982). Los autores dividen la ocupación del área en dos mareas
culturales, que denominaron primer horizonte pintado y segundo horizonte pintado de
acuerdo con una secuencia comprobada por la estratificación de los vestigios y corroborada
por comparaciones en un sentido horizontal. El primero y más antiguo está constituido por
los períodos Loma, Homo y Cocos y el segundo, por las fases I y II del Período Portacelli.

33
En síntesis, tal como lo expresan los esposos Reichel-Dolmatoff : "Los vestigios
observados en la Cuenca del río Ranchería, corresponden a las manifestaciones de dos
culturas aborígenes que sucesivamente ocuparon esta zona en tiempos pasados,
desapareciendo finalmente en una época muy anterior a la Conquista. El estrato cultural
más antiguo lo forma la cultura que hemos designado como períodos Loma y Hornos,
mientras que el estrato siguiente está formado por la cultura del Período Portacelli, la
secuencia de estas dos culturas representa un desarrollo de un complejo cerámico
policromado hacia un complejo bicromado, a través de una fase de experimentación
pictórica y plástica como lo es el Período Horno. No sabemos como se efectuó la sucesión
de estas dos olas, y si fue en forma de conquista o en forma de lenta penetración. Lo brusco
del cambio parece indicar la primera forma; la cultura Portacelli se superpuso, ocupando
casi todos los sitios anteriormente habitados por la cultura antigua, pero tal vez no los
ocupó todos al mismo tiempo, sino en épocas distintas" (1951: 208). Con sus excavaciones
en la vertiente Suroriental de la Sierra Nevada, lograron constatar la asociación cronológica
del período más antiguo del área de la Sierra Nevada con la fase superior y más reciente del
Período Portacelli.

La cantidad y calidad de los vestigios culturales encontrados, indican largos períodos de


ocupación y una población indígena numerosa, distribuida en aldeas extensas. Al parecer
durante las dos ocupaciones, la base de la economía fue la agricultura; sin embargo, en los
períodos Loma y Horno, es notable la ausencia de piedras y manes de moler, así como la de
manes de triturar o de amasar granos. Estos elementos aparecen en la fase reciente del
Período Portacelli y podrían señalar la introducción o por lo menos la intensificación del
cultivo del maíz en esta época (Reichel-Dolmatoff, 1951).

Cañon del Alto Río Frío en la Sierra Nevada de Santa


Marta. (Foto: Gilberto Cadavid)

34
Las dos culturas agrícoias-aldeanas del Ranchería tienen nexos inmediatos que se extienden
a través de la Guajira y la Serranía de Perijá hacia el Occidente de Venezuela, y también en
dirección Sur, por la Hoya del río Cesar. Hacia el Magdalena medio, sigue observándose la
influencia de estas culturas, aunque con algunas modificaciones (Reichel-Dolmatoff, 1982).

De acuerdo con sus investigaciones en el valle del río Cesar en donde efectuaron
excavaciones en los sitios de Villanueva, El Hático y el Porvenir, se puso en evidencia que
la secuencia Loma, Horno, Portacelli, es también válida para el Cesar, y encontraron
además manifestaciones de un nuevo complejo local que designaron como Período Hático,
que tiene una posición cronológica entre el Período Horno y el Período Portacelli, siendo
probablemente contemporáneo a este último, por lo menos en sus primeros comienzos. Se
trata de un complejo de cerámica incisa que, al parecer, guarda estrechas relaciones
tipológicas y cronológicas con las culturas del área del bajo Magdalena (Laguna de
Zapatosa) (Reichel-Dolmatoff, 1951).

En el sitio El Porvenir, además de la influencia procedente del Bajo Magdalena, se


determinó que en la última fase del complejo local hay contacto también con el período
Mesa del área de la Sierra Nevada (Reichel-Dolmatoff, 1951).

Aunque a grandes rasgos las culturas del río Ranchería y del río Cesar, no se diferencian de
un modo notable, existen variaciones pequeñas pero significativas. Los antiguos habitantes
del río Cesar dejaron restos abundantes de piedras y manos de moler, así como de grandes
platos discoidales para tostar, que indican un sistema agrícola basado principalmente en el
cultivo del maíz. Sin duda el hábitat de la cuenca del río Cesar ofrecía mayores
posibilidades económicas, por la fertilidad de las tierras y la relativa abundancia de aguas
permanentes. Sin embargo, el tamaño de las aldeas parece haber sido de menor extensión,
que las del Ranchería (Reichel-Dolmatoff, 1951).

La cuenca del río Cesar es de gran relevancia, por el hallazgo de varios sitios de contacto
que ponen en relación cuatro áreas vecinas: Ranchería, Cesar, Sierra Nevada y Bajo
Magdalena. Estas evidencias muestran que el alto río Cesar fue una zona de traslado, en
donde se encuentran múltiples influencias en una y otra dirección. La zona fue en época
prehispánica un verdadero cruce de caminos, tal como lo sigue siendo hoy (Reichel-
Dolmatoff, 1951: 288-289).

Se destaca además, en esta zona, otro complejo cultural, dado a conocer igualmente por G.
y A. Reichel-Dolmatoff (1949-1951) y que tentativamente denominaron Período La Paz,
cuya definición se dio a partir de las excavaciones en una cueva funeraria cerca de la
población de La Paz, en la vertiente meridional del valle del Riecito, en las estribaciones de
la Sierra de Perijá. En el estrecho y profundo zanjón de la cueva, encontraron 120
esqueletos incinerados, acompañados de 33 vasijas enteras de cerámica. Son característicos
de este período la pintura negativa y recipientes de base circular convexa, hombro angular y

35
curve, pared inclinada hacia el interior, abriéndose luego hacia la boca donde forma un
reborde exterior. La posición cronológica del Período La Paz, aunque con pruebas muy
débiles por comparaciones tipológicas, parece ser anterior al Período Loma (Reichel-
Dolmatoff, 1951). La definición de este período en un contexto regional más amplio sería
de gran importancia para la arqueología de la zona.

Recientemente, dentro del marco del estudio de impacto ambiental del proyecto carbonífero
de El Cerrejón, se han aportado nuevos datos para el conocimiento arqueológico de la zona.
A. Botiva (1980-1982) llevó a cabo una evaluación de los sitios que iban a ser afectados
por la minería y excavó un conchero post-hispánico en Punta Media Luna y un montículo
Guajiro actual en bahía Portete.

Posteriormente, G. Ardila excavó algunos de los yacimientos existentes en la Zona Central


y en la Zona Norte del Proyecto de El Cerrejón. En la zona Norte estudió el sitio El Palmar,
y en la zona Central los sitios Suán, Patilla y Paredón (1983 1984). Como resultado de
estos estudios se amplió la información sobre las culturas agrícolas-aldeanas de la zona y se
obtuvieron fechas absolutas que situaron cronológicamente algunas de las fases de los
complejos cerámicos del Ranchería, anteriormente descritos por Reichel-Dolmatoff.

Con estas nuevas evidencias se sabe que en el valle medio del río Ranchería, los entierros
sin ajuar funerario cubiertos con piedras, están situados temporalmente entre el siglo V a.C.
y el siglo I a.C. Por la asociación de un entierro de éstos, una fecha de radiocarbono y
cerámica del período Loma en el corte Patilla III, se presume que "la ocupación por la gente
de Loma del valle del Ranchería se había iniciado desde el siglo V a.C. y habría durado
hasta cerca de la iniciación de la era cristiana, tiempo durante el cual la experimentación
plástica de diseños cristaliza en el dominio de estas técnicas durante el Período Horno.
Parece que la densidad de la población es relativamente baja comparada con la del período
siguiente" (Ardila, 1984:66).

A partir del siglo I d.C. y hasta el siglo VII d.C., aproximadamente, el Período Horno
florece y declina, el valle medio del río Ranchería alcanza la mayor densidad de población
que halla tenido en el pasado, y se extiende su influjo mucho más allá de estos límites.
(Ardila, 1984).

Al finalizar el siglo VII o en los comienzos del siglo IX d.C., se incia el Período Portacelli,
cuyas gentes eran culturalmente diferentes a las del Primer Horizonte Pintado. Hacia el
final del siglo X d.C., se vislumbran en la Fase II de Portacelli, contactos con áreas diversas
como la Sierra Nevada, la Costa y el valle del Magdalena. Como lo anota Ardila, esta
"influencia cultural de múltiples regiones pesa sobre la gente del Ranchería, que
aparentemente se encuentra atravesando una etapa de inestabilidad cultural que hace que
adopte y se desprenda rápidamente de elementos culturales variados", lo cual conllevó a la

36
disolución de la cultura hacia principios del siglo XIV d.C. (1984:73).

Recientemente, el mismo investigador adelantó una prospección arqueológica del área


comprendida entre el curso bajo del río Jerez y el curso bajo del río Ranchería, y desde la
costa hasta el pié de monte de la Sierra nevada de Santa Marta, con el fin de determinar el
tipo de yacimientos en el área. La zona la considera relevante, dada su ubicación entre áreas
arqueológicas diferentes (Cuenca de Maracaibo, Valle del río Ranchería, Vertiente Norte y
Este de la Sierra Nevada y tierras bajas del Caribe), lo cual la convierte en un punto de
contacto de varias corrientes culturales en épocas diferentes.

En el sitio de San Ramón, en el curso bajo del río Ranchería cerca de su desembocadura,
realizó la excavación de un basurero. Del análisis inicial de la cerámica obtenida en esta
excavación y en las colecciones de superficie, llama la atención la ausencia de materiales
pertenecientes a la secuencia Loma Horno y la presencia en todos los casos de tipos
cerámicos asignados a la fase II del Período Portacelli (Ardilla, 1985).

Sierra Nevada de Santa Marta

Es notorio el contraste que ofrece la Sierra Nevada de Santa Marta en la configuración


superficial de las llanuras del Caribe, ya que es la montaña de litoral más elevada del
mundo. Sus cumbres se alzan bruscamente por todos lados y sus picos Simón Bolivar y
Cristobal Colón presentan una altura de 5.775 mts. y 5.770 mts. sobre el nivel del mar,
respectivamente. Desde su base a nivel del mar, hasta sus cumbres de nieves perpetuas se
encuentra gran diversidad de climas, abundancia de agua y una flora y fauna muy variada.

Investigaciones Arqueológicas

La mayoría de los estudios arqueológicos se han concentrado en las vertientes Norte y


Occidental, por ser la zona en la cual se ha encontrado profusión de vestigios culturales
pertenecientes a la cultura Tairona, de aldeas extensas con arquitectura lítica.

37
Alden J. Mason, en 1922 y 1923, efectuó una exploración de la zona costera y el pie de
monte entre Santa Marta y el Cabo de San Juan de Guia, de la zona de la Cuchilla de San
Lorenzo, del alto río Frío y de algunos sitios aislados, tales como el alto río Don Diego, el
río Macotama y la región de Dibulla; encontró ruinas de antiguas poblaciones Taironas;
definió los rasgos característicos de las mismas y realizó excavaciones en algunas de ellas.
De Pueblito, Gairaca y Nahuange precede la mayor parte de su material cultural. Destaca la
importancia de Gairaca, Nahuange, Guachaquita y Palmarito, ya que a pesar de que algunas
de estas bahías no poseen agua dulce en el verano, abundan las evidencias de ocupación y
los restos de arquitectura, algunos de ellos adecuados para suplir la falta de agua tales como
aljibes, canales y acequias. (Mason, 1931).

Del estudio de estos vestigios y de los elementos de cultura material asociados, llegó a la
consideración de que existen algunas diferenciaciones de acuerdo con la situación

38
geográfica, pero los rasgos generales son muy similares, conformando un mismo contexto
cultural (Mason, 1939).

Entre los años 1946 y 1950 G. y A. Reichel-Dolmatoff, llevaron a cabo excavaciones


arqueológicas en Pueblito y exploraron las hoyas de los ríos Manzanares, Córdoba y
Sevilla, lo cual les permitió elaborar una hipótesis de trabajo, en la cual señalaron tres fases
de desarrollo que tentativamente denominaron Tairona II, Tairona I y Subtairona. La Fase
Tairona II, comprende culturas protohistóricas a históricas cuya posición cronológica más
tardía fue dada por la presencia de objetos indígenas, encontrados en asociación con objetos
introducidos por los españoles. La Fase Tairona I, se asocia a manifestaciones culturales
que se distinguen tipológicamente de la Fase II pero que aparentemente la anteceden. No es
descrita, sólo se le menciona y se advierte que ambas fases están estrechamente
relacionadas. Como Subtairona, se designa una fase muy extendida en las faldas
meridionales y orientales de la Sierra, que parece representar formas ancestrales de Tairona
I y II y se caracteriza por la formación incipiente de poblados y comienzos de agricultura
sistemática. Esta fase tiene un carácter provisional ya que su posición cronológica es
problemática; bien puede tratarse de un desarrollo temprano o bien de un desarrollo
contemporáneo a Tairona I y II y limitado a dicha zona (Reichel-Dolmatoff, 1954). Se trata
del complejo de "La Mesa", sobre el cual se tratará más adelante.

En el año 1961, H. Bischof excavó una planta de habitación y su terraza correspondiente en


el sitio arqueológico de Pueblito. Dado que aún no era claro el desarrollo de la cultura
Tairona ni su cronología interna, él de acuerdo con los resultados de la excavación propone
una nueva hipótesis de trabajo, con dos períodos cronológicos de desarrollo de la cultura; el
más antiguo, denominado "Nahuange" se remonta a los siglos VI y VII de nuestra era y el
más reciente "Pueblito Tardío" es contemporáneo de la conquista. (Bischof, 1968).

El Período Nahuange, está definido por los hallazgos de Mason en una tumba del sitio 1 de
Nahuange (1931: 32-36) y los de Bischof en el relleno de una terraza en Pueblito (1968:
266-267). La cerámica de dichos sitios es diferente a la que comúnmente se conoce como
Tairona.

Es una cerámica monocroma gris y con incisiones y cerámica pintada rojo sobre crema,
esta última relacionada con la decoración típica del Período El Horno del río Ranchería.
Bischof determinó la posición cronológica del Período Nahuange, por medio de la cerámica
monocroma, la cual pudo relacionar con material procedente de la excavación de un corte
estratigráfico en el conchal "Mina de Oro" en la Ciénaga Grande de Santa Marta, fechado
entre 500 y 750 años después de Cristo. A su vez la fecha la relaciona con el material
asociado al entierro de Nahuange (sitio 1): cerámica de tipo Horno rojo sobre crema
(atribuida hasta ese momento a tiempo antes de Jesucristo); objetos ornamentales y
ceremoniales de piedra fina, metalurgia desarrollada de oro y tumbaga y arquitectura lítica.
Los elementos mencionados constitutivos de este Período, exceptuando la cerámica, se

39
encuentran hasta la época que antecede al contacto español, lo que indicaría una
persistencia de la cultura Tairona por más de 1.000 años. El complejo Pueblito Tardío se
caracteriza por la cerámica típica Tairona tal como esta representada en la mayor parte de
las colecciones y esta definida su posición cronológica por los numerosos objetos de hierro
de origen español encontrados en asociación con materiales de los aborígenes (Bischof,
1968:264-267).

Entre 1973 y 1974, Jack Wynn, efectuó un reconocimiento de la zona costera en el área de
la desembocadura del río Buritaca y en las estribaciones bajas de la Sierra entre los ríos
Buritaca y Don Diego, hasta la cota de los 250 metros sobre el nivel del mar. En la costa
llevó a cabo excavaciones en un cementerio y en el pie de monte, cerca a construcciones
líticas en el valle de la quebrada El Estadio, afluente del río Don Diego. En ambos sitios
encontró estratificación cultural y de acuerdo con ella y a la seriación de los materiales
culturales, presenta dos fases de ocupación, la más antigua de ellas denominada Buritaca
con un contenido cultural similar al del Período Nahuange de Bischof. La fase reciente,
Tairona Tardía está representada por los materiales típicos Tairona. Hay un período
intermedio, al cual le asigna un espacio temporal de 200 a 300 años no bien definido, pero
que parece relacionarse con la fase tardía (Wynn, 1975).

Entre 1974 y 1975, Carson N. Murdy, hizo el reconocimiento de la franja costera entre
Santa Marta al Occidente y el Cabo de San Juan de Guía al Oriente. En su estudio describe
la ecología del área y los sitios arqueológicos, algunos de los cuales ya habían sido
descritos por Mason, y ofrece una interpretación del uso de esta zona por los taironas.

Afirma que poseían un sistema económico basado principalmente en la recolección de los


recursos del mar y el intercambio. La densidad de la población fue baja y en algunas bahías
posiblemente La ocupación no fue permanente sino estacional. No obstante, la presencia de
aljibes y de piedras de moler en áreas sin habitación permanente, sugiere que la zona tuvo
un uso intensivo en determinadas épocas del año. Los habitantes de la costa intercambiaban
sal, pescado y productos del mar por productos agrícolas, telas de algodón y otros
elementos de la gente de la Sierra a través de mecanismos de redistribución que influía en
las relaciones económicas, políticas y sociales entre estas dos zonas (Murdy, 1975: 139-
140).

Entre los años 1973 y 1976 los arqueólogos G. Cadavid y L.F. Herrera de Turbay,
investigadores del Instituto Colombiano de Antropología, exploraron las vertientes Norte y
Occidental de la Sierra con el fin de localizar las antiguas poblaciones Tairona que citan los
cronistas.

En la prospección reseñaron 211 sitios arqueológicos o aldeas con obras de infraestructura


en piedra y definidas características urbanas, en cuya disposición espacial se observaron
pautas de poblamiento que guardan una relación directa con los rasgos de los diferentes

40
pisos ecológicos-geográficos en que se hallan. Las ligeras diferencias que revisten algunos
conjuntos de poblaciones en materia constructiva, corresponden aparentemente a su
adaptación a las condiciones del terreno. Sin embargo, hay que considerar posibles
determinantes de las mismas, como son, la antigüedad, por un lado y, por otro, la función
que desempeñaron en la sociedad Tairona. Los remanentes cerámicos hallados en los varios
núcleos urbanos explorados en los distintos niveles altitudinales son tipológicamente muy
similares, aunque se notan variaciones, tanto en la frecuencia de aparición de algunos tipos
Y formas de cerámica como de ciertos objetos líticos. Esto podría estar indicando
desarrollos locales, que hasta el momento no se han definido (Cadavid y Herrera de Turbay,
1985).

A partir del año 1976, el Instituto Colombiano de Antropología continuó la investigación


arqueológica de la Sierra, dirigiendo su atención hacia una de las zonas más densamente
pobladas, correspondiente al valle alto y medio del río Buritaca, con el estudio del
asentamiento Buritaca 200. Entre 1979 y 1982, el proyecto de investigación estuvo a cargo
de la Fundación Cultura Tairona y en los años subsiguientes, nuevamente a cargo del
Instituto Colombiano de Antropología.

41
Camino empredado en Ciudad Perdida. (Foto: Augusto Gómez)

Los estudios efectuados por el Instituto Colombiano de Antropología entre 1976-1979, se


centraron en labores de excavación, consolidación y restauración de Buritaca 200.
Paralelamente se exploró la zona adyacente al sitio, registrándose otros varios yacimientos
en la vecindad.

Por el trabajo conjunto realizado en este sitio, se tiene hoy una visión completa del plano
urbano de una población Tairona, se ha reunido un significativo cuerpo de material cultural
asociado a diferentes tipos de estructuras y basureros, y, se han obtenido varias fechas
absolutas de radiocarbono que refieren la ocupación del poblado, a una época que va del
siglo XI después de Cristo hasta la conquista española en el siglo XVI (Groot, 1985;
Cadavid, 1986; Oyuela, 1986).

Entre 1979-1982, los investigadores de la Fundación cultura Tairona, tuvieron como base
inicial de sus trabajos a Buritaca 200 y realizaron una prospección de las zonas aledañas,
con la cual, delimitaron un área de reserva cultural y natural, localizaron 25 poblaciones y
rastrearon algunos de los caminos que las comunican entre sí. También, abrieron nuevos
frentes de trabajo en los sitios de Frontera, Tigres y Alto de Mira. En Buritaca 200
realizaron estudios sobre la utilización del recurso agua en términos de la distribución
espacial de estructuras y vías de acceso; clasificaron las estructuras y analizaron su

42
distribución espacial, elaboraron cálculos demográficos, estudiaron cómo manejar el
bosque dentro del perímetro del asentamiento y excavaron algunas estructuras. En los sitios
de Frontera, Tigres y Alto de Mira excavaron y restauraron algunos caminos y sectores,
excavaron zonas muy alteradas por guaquería, e iniciaron estudios botánicos con la
participación, por temporadas, de estudiantes (Informes varios citados en: Soto, 1982).

Las excavaciones en Alto de Mira, realizadas por G. Ardila (1986) señalan su ocupación
entre los siglos XIV y XV; y en Frontera, por las excavaciones de P. Cardoso (1986), se
conocen fechas de ocupación entre los siglos XII y XVI. Cardoso hace alusión a otra fecha,
correspondiente al año 660 después de Cristo, asociada con arquitectura lítica, y material
cerámico y lítico clásico Tairona, que por el momento se ha tomado con cautela, mientras
se dispone de mayores elementos de comparación que puedan corroborarla.

En el año, 1980, L. F. Herrera de Turbay realizó un estudio comparativo de las prácticas


agrícolas prehispánicas y modernas de los habitantes de la Sierra, con el fin de precisar la
incidencia de cada una de ellas en la transformación ecológica del medio. Obtuvo muestras
para análisis de polen en tres sitios arqueológicos -Buritaca 200, La Estrella y Las Animas-
en la vertiente Norte entre los 350 y los 1.200 metros sobre el nivel del mar. En la Estrella
estableció dos fechas de carbono 14; una de ellas para un entierro de pozo en el siglo XVI y
la otra para una terraza de cultivo, sin asociación de elementos culturales, en el siglo VIII
después de Cristo. En las Animas obtuvo dos fechas en la excavación de un corte en lo que
parecía ser una antigua plataforma de vivienda, una se refiere al siglo V después de Cristo,
asociada a dos fragmentos de cerámica y la otra al siglo XIV antes de Cristo. Esta última
datación se toma con precaución, ya que no está asociada con elementos culturales (Herrera
de Turbay, 1985).

43
Su estudio concluye con la apreciación de que la agricultura prehispánica en la Sierra no
produjo una degradación del medio ambiente, por lo menos en los microambientes
seleccionados como muestra para el análisis.

En las ensenadas de Nahuange y Cinto, fue realizada una investigación por A. Oyuela,
como opción para la tesis de grado. En estas localidades, referenciadas por otros autores
con anterioridad, se presentaban indicios culturales de una ocupación temprana del área, lo
cual motivó su interés. Efectuó cinco excavaciones estratigráficas con base en las cuales
definió para la franja costera tres períodos: Tairona temprano costero, Tairona medio
costero y Tairona tardío costero. (Oyuela, 1985).

Para el período temprano, obtuvo una fecha de C14 de 430 ± 60 después de Cristo, que
siendo la primera para el literal confirma la hipótesis de un período temprano, previamente
planteado por H. Bischof (1968) y J. Wynn (1975). El período medio corresponde a una
etapa que probablemente se desarrolló entre el siglo IX después de Cristo y la conquista
española en el siglo XVI. Por último, el período tardío se relaciona con la etapa de
Conquista, fundación de capillas y encomiendas (Oyuela, 1985: 18-19).

Recientemente, dentro del marco del Proyecto de preservación y consolidación del sitio de
Pueblito, se han hecho nuevos aportes a la cronología Tairona al referenciar G. Cadavid, en
el corredor adyacente al basamento de una vivienda un entierro secundario en una vasija
semiglobular de cerámica roja, fechado en 1350 ± 90 años d.C. (Cadavid, 1988,
comunicación personal).

De la vertiente Suroriental de la Sierra se cuenta con la investigación de los esposos


Reichel-Dolmatoff (1959) en el yacimiento arqueológico de La Mesa, situado a 20
kilómetros al Noreste de la ciudad de Valledupar, en las orillas del río Azúcar Buena. El
complejo arqueológico se caracteriza por la presencia de terrazas de cultivo delimitadas por
muros de piedra, sitios de habitación demarcados por hileras de piedra y lugares de
enterramiento constituidos por acumulaciones de piedras redondas, formando leves
montículos ovalados. Los entierros fueron realizados en urnas (Reichel-Dolmatoff, 1959).

Al comparar este complejo con lo que se ha denominado cultura Tairona, G. y A. Reichel-


Dolmatoff encuentran relación con la alineación de piedras, algunas semejanzas de formas
en las vasijas, las cuentas de collar de cuarcita y las pequeñas ranas de cobre, y destacan
preferencialmente, posibles relaciones con el conjunto estilístico de las urnas, con sus
representaciones antropomorfas y su decoración aplicada (1959: 198).

Elementos culturales relacionados con este complejo tienen una amplia distribución en la
vertiente Meridional y Oriental de la sierra, y han sido divulgados con anterioridad por
varias personas en los lugares que a continuación se citan de acuerdo con la información
sintetizada por Reichel-Dolmatoff: Riohacha (Joseph de Brettes); río Enea (Jorge Isaacs,
1984) Pueblo Bello (Gustaf Bolinder); Rancho Valeria en la hoya del río Guatapurí (Yves

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Pret, 1950); río Seco (Joaquín Parra, 1952); Hato Nuevo, al pie de las últimas estribaciones
Nororientales de la sierra, sobre las orillas del río Ranchería (Darío Suescún, 1953) y en el
río Tapias (Aquileo Parra, 1955). (Reichel-Dolmatoff, 1959:181-190).

La posición cronológica de este complejo es problemática y probablemente está


conformada por varias fases de desarrollo, como lo señalan la asociación tardía tanto de
elementos Tairona como del Período Portacelli

Catatumbo

Esta subregión comprende la hoya del Catatumbo también llamada Central en el


departamento del Norte de Santander, que se forma a partir del nudo de San Turbán en
donde la cordillera Oriental se bifurca en dos ramales; uno que se dirige hacia el Norte y el
Oeste (serranía de los Motilones) y el otro hacia el Nordeste (Serranía de Mérida). Esta
gran hoya se encuentra recorrida por las digitaciones de Pamplona y Gramalote (sección
Este) Mesallana (sección Oeste). Las cuales se desprenden irregularmente de los
mencionados ramales.

Se destaca además la zona de Ocaña que ocupa la mesa del mismo nombre en las vertientes
de la cordillera al Magdalena.

El territorio de Norte de Santander es muy quebrado, y en él, si bien predominan las


altitudes medias (clima templado) no faltan al Sur y al Oeste las grandes alturas con
vegetación paramuna. Este relieve irregular contrasta al Nordeste con una franja en llanada,
dividida desigualmente por una línea de lomas que se extiende más allá de la frontera
internacional hasta el lago de Maracaibo.

Investigaciones Arqueológicas

La prehistoria de esta subregión es prácticamente desconocida. Se sabe que la región Sur


fue asiento en el siglo XVI del grupo llamado Chitarero, posiblemente emparentado con sus
vecinos de habla chibcha (Guanes y Laches). En la serranía de los Motilones, subsiste un
grupo indígena conocido como Motilón o Yuko, cuyo asentamiento en el área bien puede
ser anterior a la conquista española y en el Catatumbo subsisten los Barí.

En los valles de Cúcuta y el Zulia los españoles encontraron otros grupos no muy bien
identificados.

En 1942, Gregorio Hernández de Alba refiriéndose a las novedades arqueológicas de una


exposición realizada en Ocaña, señala la presencia de urnas ovoidales provenientes de la
localidad de Mosquito, que se caracterizan por una tapa arqueada y circular sobre la cual
reposa un cuerpo humano, sentado, con brazos y piernas en diferentes actitudes,

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predominando las manos sobre las rodillas. La superficie de las urnas revela pintura blanca
sobre la cual dibujaron en negro figuras geométricas.

En 1946, G. Reichel-Dolmatoff, refiere algunos sitios arqueológicos que observó durante su


recorrido en la zona Sur del territorio motilón. La zona entre Cúcuta y Sardinata parece ser
más bien pobre en sitios arqueológicos, pero la zona Ocaña Convención- el Carmen parece
tener gran interés; menciona en ella sitios con urnas funerarias, momias en cuevas, cuevas
con osamenta y petroglifos. Ninguno de los sitios, que según los datos pertenecen a culturas
distintas, ha sido explorado científicamente.

Al hacer un balance se observa que esta subregión carece de investigaciones arqueológicas


sistemáticas.

Subregión Insular

Esta subregión abarca el conjunto de islas y cayos del Archipiélago de San Andrés, en el
mar Caribe, a unos 700 km. de la costa norte del país. El Archipiélago está constituido por
las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina; los bancos Alicia, Quitasueño,
Serrana y Serranilla, el bajo Nuevo y una serie de cayos entre los que sobresalen Roncador
y Albunquerque. En ella no se han realizado investigaciones arqueológicas sistemáticas.

Balance General de la Región

La Costa Atlántica colombiana es una de las regiones del país sobre la cual se tiene mayor
información arqueológica, debido a sus condiciones propias que favorecieron el asiento de
diversos grupos humanos desde época muy temprana, y al tesón y dinamismo que los
esposos Reichel-Dolmatoff expresaron por la investigación de estos temas en la región.
Estos investigadores, a través del Instituto Etnológico del Magdalena, emprendieron en el
año de 1946, un amplio proyecto de estudios sistemáticos sobre la arqueología regional,
cuyos frutos han sido el eje para trazar la prehistoria de la Costa Atlántica .

Es de señalar también la labor desarrollada por el Arqueólogo Carlos Angulo V., quien ha
puesto especial empeño por el estudio arqueológico sistemático del departamento del
Atlántico. En años recientes nuevos investigadores se han interesado por los problemas
arqueológicos de la región, contribuyendo así a enriquecer el conocimiento prehistórico de
esta parte Norte del país.

Como balance general sobre la arqueología de esta región se pretende señalar algunos de
los requerimientos de investigación que, de una u otra manera, han sido planteados por
algunos investigadores de la región, y fueron destacados por los participantes al Taller de
Arqueología.

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De la síntesis anterior sobre cada subregión se observa que los desarrollos culturales que
desde épocas tempranas se llevaron a cabo, en ocasiones no se pueden circunscribir
únicamente a determinada subregión. En consecuencia, algunos temas de investigación se
plantearán de manera general, ya porque inciden en una geografía más amplia, ya porque
son comunes a la problemática de cada subregión. Cuando sea del caso, se tratarán los
temas separadamente.

En lo que atañe a la etapa precerámica el esfuerzo se ha centrado en seguir la huella de


campamentos y estaciones más prolongadas de habitación, dejadas por grupos tempranos
de cazadores y recolectores. De estas señales de migración y paulatino asentamiento se han
identificado varios sitios superficiales, en algunos de los cuales valdría la pena realizar
estudios estratigráficos, con el fin de ubicarlos temporalmente. A ello va ligada la
necesidad de definir horizontes de industrias líticas, tales como de puntas de proyectil, que
hasta el momento han sido hallazgos casuales, desconociéndose su asociación estratigráfica
y cultural. Uno de los lugares que se ha recomendado explorar y estudiar con intensidad es
la bahía Gloria en el Golfo de Urabá.

También se ha enfatizado en la necesidad de efectuar estudios palinológicos en varias


zonas, como por ejemplo a lo largo del río Magdalena y en general del holoceno temprano
en el corredor costero y en la Guajira.

De la época comprendida entre los 5.000 y 1.000 años antes de Cristo, se han estudiado
rigurosamente varios yacimientos tales como Monsú, Puerto Hormiga, Canapote,
Barlovento, Malambo y Momil. De ello se desprende el papel relevante que en época
remota desempeñó la región en los desarrollos tecnológicos, artísticos y económicos. Dado
que como bien lo expresa Reichel-Dolmatoff es en este tipo de ambiente tropical donde se
puede suponer que se halla iniciado la horticultura, tal vez en las riberas inundadizas del
bajo Magdalena, en las orillas de las lagunas o cerca de los grandes esteros del literal, se
han sugerido estudios complementarios sobre el proceso de domesticación de plantas y el
paso hacia la agricultura, que con seguridad podrán llenar fases intermedias y transitorias,
que están por completarse y definirse en el proceso de desarrollo de los complejos
culturales de esta época de experimentación.

En cuanto a las subregiones se hacen las siguientes observaciones y recomendaciones:

En el Corredor Costero, además de los temas ya sugeridos que trascienden el espacio


geográfico de esta región, se requiere información adicional para afianzar la posición
cronológica de complejos tales como Ciénaga de Oro y Betancí. También es importante el
estudio del Complejo Betancí, en relación con el complejo cultural emparentado del curso
del río San Jorge y los sistemas de canales de drenaje del medio río Sinú.

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En cuanto al Complejo Inciso del Bajo Magdalena, que al parecer se extiende desde la
depresión Momposina hacia el Norte e irradia su influencia a varias zonas, como el bajo
San Jorge, el bajo y medio río Cesar y la Ciénaga Grande de Santa Marta, son muy pocos
los sitios estratificados estudiados. Sería conveniente ampliar la información en este
sentido, para definir secuencias de cronología y relaciones con desarrollos culturales
contemporáneos.

En la subregión Urabá - Alto Sinú, Estorbo y Tierralta señalan un parentesco tan estrecho
que bien puede entenderse como un solo complejo, con claros desarrollos locales, que al
parecer se prolongan hasta la conquista española. No obstante, su posición cronológica no
es aún lo suficientemente clara. Por lo tanto, es necesario ampliar los estudios de sitios
estratificados y profundizar en: el patrón de asentamiento, la vivienda, costumbres
funerarias y definición de etnias. Estos trabajos son urgentes debido a que el alto Sinú está
expuesto y afectado por la construcción de la Hidroeléctrica de Urrá.

En la Depresión Momposina, subregión donde se ha realizado un riguroso estudio sobre el


sistema de explotación agrícola que practicaban los indios Zenúes, en el bajo río San Jorge,
existe una extensa zona sin explorar -bajo río Cauca y río Nechí- en donde valdría la pena
efectuar prospecciones y estudios arqueológicos.

En la subregión Guajira - Corredor Cesar, se debe enfatizar el estudio de la etapa de


cazadores y recolectores tempranos; en este sentido la Serranía de Cosinas y el sitio el

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Espejo revisten características especiales. En relación con las dos ocupaciones del valle
medio del río Ranchería, las dataciones obtenidas son muy importantes para conocer y
precisar la cronología, pero no pueden tomarse como concluyentes hasta tanto no se logren
nuevas dataciones de sitios estratificados que garanticen una mayor confiabilidad.

Para entender y explicar los procesos culturales manifiestos en la ocupación prehispánica


de esta subregión y su relación con áreas vecinas, es necesario realizar estudios en el valle
alto y bajo del río Ranchería, en el valle medio del río Cesar, en la Serranía de Perijá y en
los valles de los ríos Catatumbo y Zulia. Sobre esta última zona no existen estudios
arqueológicos pero se estima que estuvo fuertemente influida por las culturas del río
Ranchería.

Por último, es necesario definir el período La Paz (Serranía de Perijá), en un contexto


regional más amplio y buscar sitios estratificados que permitan una ubicación cronológica
más precisa.

De la Sierra Nevada de Santa Marta se tiene una visión generalizada sobre el poblamiento
prehispánico, principalmente en lo que respecta a una época tardía y se esbozan varias
hipótesis y planteamientos referentes a ocupaciones tempranas en el área del litoral y en la
vertiente Suroriental, que en uno u otro rasgo de su bagaje cultural sugieren lazos o
relaciones con la ocupación tardía. La hipótesis y planteamientos sobre una ocupación
temprana requieren de mayores estudios arqueológicos, para su comprobación. Es
importante en este sentido el estudio de la franja del literal, la zona de contacto con la
Ciénaga Grande, y toda la zona Suroriental de la Sierra, hacia los cursos altos de los ríos
Ariguaní, Cesar y Ranchería.

De otra parte, con el fin de obtener un panorama claro de los procesos que se dieron para
configurar la sociedad Tairona tal como se presenta en el siglo XVI se debe determinar en
detalle el patrón de asentamiento según zonas ecológicas, para lo cual es necesario
caracterizar los asentamientos (antigüedad, organización interna, demografía y función) y
definir desarrollos locales o regionales (secuencias culturales y cronología).

En las subregiones de Catatumbo e Insular, la necesidad de investigación es inmediata,


pues carecen por completo de estudios arqueológicos sistemáticos.

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II. VALLE INTERMEDIO DEL RÍO MAGDALENA
Gilberto Cadavid

Se denomina Valle Intermedio del río Magdalena al área comprendida entre la ciudad de Neiva,
capital del departamento del Huila y el municipio de Morales, en el departamento de Bolívar,
incluyendo las llanuras laterales que conforman el respectivo valle por debajo de los 1.500
metros entre Neiva y Girardot, para luego conservar la cota de los 1.000 metros hasta Morales.
El río Magdalena en esta región tiene un recorrido aproximado de 700 kilómetros, presentando
una diferencia de altura entre los dos puntos extremos (Neiva y Morales) de 456 metros. La
región se subdivide en cuatro sub-regiones, de sur a norte, de acuerdo al curso del río.

Llanos del Huila y Tolima

Esta subregión se extiende a lo largo del valle del Magdalena entre las ciudades de Neiva y
Girardot, y comprende los llanos secos de los departamentos de Huila y Tolima, valles y
montañas del río Saldaña y la vertiente al Magdalena de la Cordillera Oriental colindante con el
páramo de Sumapaz. Se caracteriza por el recorrido del río sobre un valle relativamente
estrecho, que se amplía en su banda izquierda a la altura de Natagaima, mientras que en su
margen derecha, el valle no supera en ningún punto los 25 kilómetros de anchura.

El río Magdalena recibe en esta subregión, numerosos afluentes entre ellos el Baché, Aipe,
Saldaña, Coello, Las Ceibas, loro, Fortalecillas, Bateas, Villavieja, Cabrera, Yaví, Cunday y
Sumapaz.

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Investigaciones Arqueológicas

G. Reichel-Dolmatoff (1943) describe los hallazgos de urnas funerarias en el Valle del


Magdalena desde Tamalameque hasta El Espinal, e identifica cierta uniformidad en la
concepción fundamental de los patrones funerarios en torno a ese elemento común que fue la
urna para entierro secundario. En estos sitios, se señala un horizonte cerámico muy definido a
lo largo del valle del Magdalena, que aún cuando presenta variaciones locales, parece
pertenecer a grupos étnicos muy homogéneos de filiación karib.

Para esta subregión de las llanuras del Huila y Tolima, se identificaron los sitios de Espinal y
Ricaurte. El primero de estos se encuentra localizado en territorio ocupado por los pijao en el
momento de la conquista, el cual aportó urnas funerarias de forma esférica, en cuya parte
superior se encuentran representaciones de una cara humana en alto relieve. Sus tapas
consistían en platos circulares pandos sin ninguna decoración; en Ricaurte, ya en territorio
Panche, se hallaron numerosas urnas de forma semiesférica a veces enterradas en grupos, cuya
tapa consiste en un casquete pando de características similares a las del Espinal.

Por su parte, Julio César Cubillos, excavó en 1945 en Rioblanco cerca a Chaparral (Tolima), un
sitio parcialmente alterado por la acción de los guaqueros, en donde se observaba una
apreciable acumulación de material cultural con una profundidad oscilante entre los 1.60 y los
2.50 metros. En este depósito encontró algunas piezas de oro que se relacionan técnica y
estilísticamente con la orfebrería quimbaya, así como abundante cerámica de dos clases muy
típicas de la región del Magdalena Medio.

El Sitio Arqueológico de Puerto Serviez se observa a la izquierda, en la colina más cercana a


la orilla del Río Magdalena. Archivo ICAN(Foto: Alvaro Soto)

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En 1954, Julio César Cubillos y Víctor Bedoya, efectúan un trabajo de salvamento en el sitio
La Jabonera sobre el río Magdalena, en inmediaciones del Espinal. Se trataba en este caso de
un amplio basurero con intrusiones de tumbas, localizado sobre una terraza paralela al río, que
había sido alterada parcialmente durante los trabajos de construcción de una carretera veredal.
Para efectos de excavación, y teniendo en cuenta el limitado tiempo disponible, se utilizó una
motoniveladora que profundizó hasta los 0.40 metros, hasta encontrar algunos pisos de
vivienda, abriendo así mismo trincheras de control que no dieron tampoco posibilidades
estratigráficas pues se trataba de una misma capa cultural homogénea en todo el sitio. Sin
embargo, se canalizaron 206 fragmentos cerámicos que mostraron una estrecha relación
tipológica en la cerámica de los demás sitios arqueológicos situados entre La Jabonera y Puerto
Wilches. Datos adicionales aportados por los trabajadores de la carretera que alteraron el sitio
en cuestión, establecen que algunas tumbas saqueadas eran de pozo con pequeña cámara lateral
que contenían urnas funerarias para entierro secundario, pero no se mencionan sus rasgos
característicos.

En la zona de Santa Ana (Huila), en el año de 1972, los arqueólogos norteamericanos Thomas
Myers, L.B. Bruillard y S. Hunter de la Universidad de Indiana, realizaron un trabajo
preliminar, en el que ubicaron cerca de 50 sitios arqueológicos de diferentes tipos. Se destaca
entre éstos el Abrigo de Salamanca, que no llenó las expectativas estratigráficas puesto que
todo el material cultural se halló en un solo estrato uniforme de 30 centímetros.

Durante este trabajo identificaron 4 tipos de cerámica, herramientas líticas en chert de


manufactura muy simple y dos narigueras sencillas de oro. Los autores definen para la región
del Alto Cabrera dos fases: temprana (aproximadamente 500 años d.C.), que se denominó Fase
Salamanca que corresponde a un patrón de asentamiento disperso y la Fase Moderna
(aproximadamente 1.700 años d.C.) que se caracteriza por un patrón de asentamiento nucleado.

Gonzalo Correal efectúa en 1976 exploraciones arqueológicas con el apoyo de FIAN y de la


Universidad Nacional, trabajo este en el que cubre una extensa zona que incluyó los
departamentos de la Guajira, Cesar, Magdalena, Bolívar, Sucre, Córdoba, Huila y región del
valle del Magdalena, obteniendo como resultado la identificación de 21 sitios correspondientes
a la etapa lítica, además de sitios cerámicos y áreas con pictografías. Para tal efecto se
exploraron especialmente las terrazas altas en proximidades de ríos, sectores aledaños a la
ciénagas, abrigos rocosos, cuevas, mesetas y valles aptos para la supervivencia de grupos
cazadores-pescadores-recolectores . En estas áreas se ubicaron industrias de chopper y
chopping tools no definidas anteriormente en el país, concentradas especialmente en un sector
que incluye el Magdalena Medio hasta el Huila.

En esta subregión, se ubicaron sitios en inmediaciones de Neiva y en la región de Villavieja,


sobre terrazas pleistocénicas altas. Se registraron estaciones con alta densidad de elementos
líticos, correspondientes a estaciones temporarias abiertas, de grupos muy densos de cazadores-
pescadores-recolectores.

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En el sitio denominado el Hotel (en cercanías de Neiva) los elementos líticos corresponden a
desechos de talla o lascas atípicas con bordes de utilización y lascas concoidales. Esta misma
situación se repite en los sitios de La Argentina (cerca a Neiva), San José I y Pachingo en
Villavieja. Sus características son comparables a las anteriormente registradas para el sitio
Hacienda Boulder.

Arnold Tovar en 1980 realiza su trabajo de tesis en el Cañón de Anaime (municipio de


Cajamarca), en un sitio correspondiente a un tambo de vivienda localizado sobre vertiente. El
material cerámico obtenido se clasificó en un sólo tipo, y corresponde a elementos cerámicos
de uso doméstico, que por su decoración guardan cierta similitud, según el autor, con la
cerámica del Período yotoco y de la Fase Sonso de la Cordillera Occidental. En la misma zona
de Anaime ubicó varias tumbas agrupadas, en cuyo interior encontró restos humanos deshechos
por la humedad.

En 1982, el arqueólogo Alvaro Botiva del ICAN, efectuó un trabajo de Arqueología de


Salvamento en cercanías de Neiva, en predios del campamento de HOCOL (Houston Oil
Colombiana S.A.). Se trató en este caso de ocho estructuras funerarias, seis de las cuales habían
sido alteradas casi en su totalidad por maquinaria pesada y por trabajadores de la empresa.

El trabajo de salvamento se concentró en dos tumbas encontradas en buen estado, que


aportaron valiosos datos sobre las prácticas funerarias de esta región. En la tumba identificada
como No. 3, se hallaron restos óseos muy deteriorados de ocho individuos adultos, además
como ajuar funerario 7 volantes de huso, 2 narigueras circulares y una lámina de oro. La tumba
No. 7 presentó una situación bastante confusa en donde sólo fue posible delimitar el pozo,
puesto que la cámara o bóveda estaba derrumbada, encontrándose en su interior restos humanos
muy deteriorados además de huesos de pequeños roedores y aves, un volante de huso y algunos
fragmentos cerámicos.

En 1984, Arturo Cifuentes practica su trabajo de tesis en inmediaciones del Espinal en la


Vereda Montalvo. El objetivo de este trabajo fue el de rastrear una tradición alfarera típica del
Magdalena Medio sobre las márgenes de los ríos Bogotá, Coello, Sumapaz y Saldaña, con el
fin de determinar posibles poblamientos o avances de grupos provenientes del Magdalena. El
investigador encontró afinidades estilísticas de una tradición cerámica que puede tener
relaciones con la Sabana de Bogotá durante el período Herrera, además el material obtenido
sirvió de base para establecer posibles relaciones con otros sitios encontrados anteriormente en
El Espinal (La Jabonera), Honda, Guarinó y Quininí.

Subregión comprendida entre la desembocadura del Río Bogotá y los Raudales de Honda

Como límite superior del valle se tomó la cota de nivel de los 1.000 m.s.n.m. En este sector, el
río tiene un recorrido de 145 kilómetros, mientras que el valle presenta una longitud de 105

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kilómetros. Girardot, en su extremo sur está a 289 m.s.n.m., en tanto que los raudales de Honda
a 220 m.s.n.m. presentan un desnivel de 69 metros.

Se puede concluir que se trata todavía de un valle intercordillerano estrecho, puesto que a esta
altura no sobrepasa los 40 kilómetros de anchura. Presenta, sin embargo, diferentes
características sobre cada una de sus bandas, siendo así que la izquierda es bastante regular, con
una anchura promedio de 20 kilómetros; por su parte, la margen derecha se estrecha
sensiblemente a partir de la desembocadura del río Seco, presentando numerosas digitaciones y
colinas bajas que mueren a menos de 10 kilómetros del río.

Desembocan al Magdalena los siguientes tributarios sobre la margen izquierda: Río Coello, Río
Totaré, quebradas Agua Blanca, Tantan, La Pena, ríos Lagunilla y Guamo, Quebrada Seca y río
Gualí; sobre la margen derecha, los ríos Bogotá, Seco, Seco de Palmas y varias quebradas y
arroyos menores.

Los suelos son altamente productivos, por tratarse de llanuras aluviales, así como de abanicos
aluviales provenientes especialmente de la Cordillera Central. La vegetación predominante
hasta los 500 m.s.n.m., que representa las 3/4 partes de la extensión de este sector, corresponde
al bosque seco tropical; por encima de los 500 m.s.n.m. y hasta los 1.000 predomina el bosque
húmedo premontano.

Investigaciones Arqueológicas

En 1943, G. Reichel-Dolmatoff en su trabajo en esta zona destaca la presencia de urnas


funerarias en los siguientes sitios:

Girardot, en donde reseña urnas de características muy similares a las de Ricaurte (subregión de
las Llanuras del Huila y Tolima).

Guarinó, zona limítrofe entre los territorios Pantágora y Panche, en la que se han hallado
numerosos sitios de enterramiento de urnas funerarias con tapa. El autor estudió un grupo de
nueve urnas y diez tapas, fuera de contexto original. Se trata de urnas altas, de forma cilíndrica,
base redondeada, de cuerpo ovoidal u ovoidal achatado. Las tapas tienen representaciones zoo
o antropomorfas sentadas en un banquito. Comparten muchos rasgos distintivos con las
reseñadas para el río La Miel.

Región de Honda, territorio ocupado por los Panches en el momento de la conquista, en donde
se reportaron urnas en las localidades de Arrancaplumas, Pescaderías y mesuno. Se trata en
estos casos de urnas funerarias de cuerpo subglobular achatado con cuello corto y boca ancha.
Las tapas correspondientes no fueron definidas en su estilo, por encontrarse tan sólo fragmentos
de éstas. Conviene destacar sin embargo que en la localidad de Arrancaplumas se identificó
cerámica fitomorfa en asocio a otras formas y decoraciones muy variadas, no muy frecuentes

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en otros sitios.

Las estructuras en cuestión fueron construidas en un estrato correspondiente al


relleno aluvial del río Magdalena, que por sus características permitió dar a estas
tumbas un acabado muy elaborado especialmente sobre las paredes, en las cuales se
hicieron grabados de figuras zoo y antropomorfas estilizadas, así como diseños
geométricos varios. Las tumbas son predominantemente de pozo con cámara lateral
de planta rectangular y poco profundas.

En 1969, Gilberto Cadavid C., excavó en dos extensos basureros pertenecientes a zona de
habitación cercanas al río Magdalena, en los sitios de Calzón de Oro y San Germán, al norte del
municipio de Honda en área ocupada por el grupo Panche en tiempos de la conquista. Los
basureros en cuestión, a pesar de estar distanciados tres kilómetros entre sí, presentan un
material cerámico y lítico homogéneo, tanto en su tipología como en su frecuencia. Sobresale
dentro de la cerámica la alta proporción de fragmentos decorados, superior al 25% del total. En
sí, este material es muy característico de esta región y se extiende con rasgos muy similares
hasta las regiones de Antioquia y Santander, sobre el río Magdalena.

En 1976, Marianne Cardale, realizó investigaciones en Pubenza (Tocaima). Para tal fin efectúa
cuatro cortes en lo que parece ser el resto de una tenaza aluvial erosionada hace mucho tiempo.
Encuentra gran cantidad de cerámica de formas muy variadas, que clasifica dentro de tres tipos
diferentes. En el mismo sitio encuentra una industria lítica en chert trabajada por percusión, así
mismo ubica restos óseos de conejos, aves, iguanas, venados, roedores pequeños y caracoles de

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dos especies diferentes.

Cerámica muy similar a la de Pubenza se ha ubicado en cerro Coloma (municipio de


Jerusalém), en el sur de la Sabana de Bogotá, Cerro Quininí y en Pasca. Estilísticamente
presenta alguna relación con la cerámica de Arrancaplumas (Honda)y la del Espinal. El sitio de
Pubenza está dentro de la zona ocupada por el grupo cultural Panche, pero la autora se
cuestiona si pertenecía a este grupo, debido a la antigüedad de las fechas de C-14 obtenidas.

En 1978, Cecilia de Hernández trabajó para su tesis de grado en un asentamiento Panche, en la


localidad de Armero (Tolima). Para tal efecto excava un área de 256 metros cuadrados, aparte
de cortes efectuados en el sitio denominado La Capilla. El material cultural consistió en
numerosa cerámica y líticos en chert, material que es típico de esta zona del Tolima.

Cecilia de Hernández y Carmen A. de Fulleda en 1982, excavan en un sitio localizado en la


confluencia del río Guaduero con el río Negro, en inmediaciones del municipio de Guaduero
(Cundinamarca). Abrieron tres pozos de sondeo en un basurero que, según las autoras,
correspondería a un taller cerámico de una cultura del período formativo, que se fue
desarrollando a lo largo de los siglos, presentando una densa acumulación de material, que se
definió como muy uniforme en toda su profundidad, y que permitió distinguir 22 formas
cerámicas diferentes.

Subregión comprendida entre los raudales de Honda y Barrancabermeja

Para esta subregión se ha delimitado la cota de nivel de 1.500 m.s.n.m. Entre sus puntos
extremos, el río tiene un recorrido de 260 kilómetros, el valle una longitud de 220 kilómetros.
Los raudales de Honda se encuentran a 220 m.s.n.m. y Barrancabermeja a 75 m.s.n.m.,
presentando un desnivel en el curso del río de 145 metros.

Como en la anterior subregión, el valle presenta características diferentes sobre las respectivas
vertientes de las Cordilleras Oriental (banda derecha) y Central (banda izquierda).

Sobre la banda derecha, a la altura de los Saltos o Raudales de Honda, el valle tiene apenas 10
kilómetros de anchura sobre la cota de los 1.000 m.s.n.m., más al norte se va abriendo poco a
poco en las cabeceras del río Negro en cercanías de Puerto Salgar, para ampliarse
definitivamente en el Territorio Vásquez, alcanzando posteriormente, a la altura de
Barrancabermeja, los 60 kilómetros de ancho. En esta banda el Magdalena recibe el tributo de
los siguientes cursos de agua: ríos Negro, Palenque, Hermitaño, y Quebradas La Muerta,
Carolina y Montoyas, ríos Carare y Opón.

Sobre la banda izquierda, el valle conserva una anchura promedio de 30 kilómetros, desde la
desembocadura del río Guarinó, en límites entre los departamentos de Tolima y Caldas;
posteriormente, ya en tierras del departamento de Antioquia, el valle presenta un perfil sinuoso
sobre las estribaciones de la Cordillera Central, en donde tiene un promedio de anchura

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oscilante entre los 35 y 40 kilómetros.

Los suelos son variables en fertilidad y capacidad de uso. La vegetación predominantemente es


el bosque húmedo tropical y el bosque húmedo premontano; posee una alta precipitación y
clima cálido con más de 26ºC.

Investigaciones Arqueológicas

Las investigaciones en el Valle Intermedio del Magdalena se iniciaron en 1942 con Graciliano
Arcila Vélez, en la Paz y Alto Opón; reseñó varios cementerios ya guaqueados y algunas
cuevas, en las cuales efectuó recolecciones superficiales de material óseo y cerámico,
practicando además pequeños pozos de sondeo para determinar la profundidad cultural de los
sitios.

El Oro se excavó algunas pequeñas tumbas de pozo, con profundidad promedio de 1.50 metros,
en las cuales encuentra un ajuar funerario pobre consistente en cerámica tosca. Concluye del
análisis de los materiales obtenidos, que los grupos que habitaron los sitios de La Paz y Alto
Opón pertenecían a culturas diferentes.

Reichel-Dolmatoff (1943), menciona urnas funerarias en los siguientes sitios:

Región de Ocaña, en la margen derecha del río Lebrija, área en donde se han hallado
numerosas urnas que se han atribuido genéricamente a la "Civilización Mosquito". Las urnas en
cuestión son de cuerpo cilíndrico alto, bases redondeadas y cuello ligeramente invertido; su
tapa es un casquete semiesférico, sobre el cual hay una figura humana sedente, cuyos brazos
descansan sobre los músculos en posición natural. Este tipo de urnas también se ha reportado
en varias ocasiones en la región de Bucaramanga.

Río La Miel, región que fue habitada por los Pantágora o Palenque. Los hallazgos provienen de
dos tumbas de pozo y cámara lateral, que aportaron 142 piezas cerámicas, en las que
predominan las grandes urnas funerarias con formas que varían entre ovaladas con cuello
cilíndrico, ovoidales achatadas de cuello cilíndrico, subglobulares achatadas de cuello corto y
boca ancha y ovoidales achatadas con cuello cilíndrico. Sus tapas se caracterizan por tener
representaciones antropomorfas muy realistas, que consisten en una figura sentada en un
banquito en posición erguida, en la que se detallan minuciosamente los rasgos de la cara, el
adorno personal y la deformación intencional de brazos y piernas. Se presentan también
motivos ornitomorfos sobre las tapas. Es muy típica localmente la decoración de pequeñas
lentejuelas (vértebras de pescado) adheridas a la superficie de las urnas formando diseños
geométricos.

En Puerto Niño se reportaron así mismo, algunas urnas de características idénticas a las de la

65
zona del río La Miel.

Diez años más tarde en 1946, Eliécer Silva Celis, realizó una inspección arqueológica por el
Alto río Minero, en el municipio de Buena Vista (Boyacá), en donde encontró cerámica muy
similar estilísticamente a la reseñada anteriormente en las localidades de Honda, Guarinó, La
Miel y Ricaurte, con la peculiaridad de encontrar en el mismo sitio cerámica Muisca clásica. El
territorio en cuestión era dominado por los Colimas y Muzos, que se acercaba a Chiquinquirá
en el momento de la Conquista.

Luisa Fernanda Herrera y Mauricio Londoño, en 1975, efectuaron en Puerto Serviez un trabajo
de salvamento arqueológico. Localizaron en esta zona, ocupada en tiempos de la Conquista por
el grupo Pantágora, una tumba parcialmente guaqueada en donde encontraron a 6.60 metros de
profundidad dos cámaras intactas, con material cerámico consistente en 63 urnas funerarias
cuyas tapas estaban fracturadas por el derrumbe del techo de la bóveda, y 63 vasijas más como
parte del ajuar Funerario. En algunas urnas hallaron huesos humanos parcialmente calcinados
en mal estado de conservación y en otras, restos de armadillos y venados. El material cerámico
se clasificó en un solo tipo denominado Habano medio, tipológicamente igual al hallado por
Reichel en La Miel.

Gonzalo Correal (1976) investigó en cercanías de Puerto Berrío, las Cuevas de la Gustina, La
Enganera y Los Liberales, en formaciones calizas que bordean el curso del río Alicante. En
ellas obtuvo pocos elementos líticos, especialmente en chert.

En cercanías de Nare (Antioquia), reseñó el sitio de Portobelo, en donde obtuvo 107 elementos
líticos que se caracterizaron por la presencia de raspadores que indican una subsistencia basada

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en la cacería, lascas concoidales con huellas de utilización para actividades relacionadas con la
pesca y raspadores cóncavos para el trabajo de la madera.

Los sitios arqueológicos del Edén y Guayaquil I, en cercanías de Puerto Boyacá (territorio
Vásquez) y Bocas de Palagua en inmediaciones de Puerto Serviez, presentan industrias líticas
cuya mayor densidad está representada por desechos de tallas, lascas concoidales y navajas
laminares que conjuntamente con los cantos rodados indican actividades de cacería y
recolección. Iguales características se manifiestan en los sitios del Portal y Pipintá en el
departamento de Caldas. Conviene destacar que la pauta de poblamiento para el área que se
extiende desde Portobelo (Antioquia) hasta El Portal (Caldas), indica pequeñas estaciones
temporales con una baja densidad en líticos, localizados en terrenos semiondulados, colinas y
terrazas por encima del nivel de inundación.

El sitio de Puerto Parra, en jurisdicción de Vélez en la confluencia del río Carare con el
Magdalena, aportó 210 elementos líticos, especialmente desperdicios desbastados o desechos
de talla.

En San Juan I al sureste de Puerto Carare, se hallaron lascas irregulares sin evidencia de
utilización, lascas concoidales, núcleos, choppers y raspadores laterales.

Tal vez el sitio más importante de esta subregión está representado por la Estación
Paleoindígena de la Ciénaga de Chucurí, localizada a unos 40 metros sobre el nivel del río, en
un área plana de 90 por 80 metros. Allí se obtuvieron 1.010 líticos, la mayoría de éstos en chert,
consistentes en desperdicios desbastados, lascas triangulares, navajas laminares, lascas
prismáticas, raspadores de varios tipos y cantos rodados. El número relativamente alto de
utensilios indica por su tipología, que fueron elaborados in-situ y se utilizaron en actividades de
limpieza de pescado, y en menor proporción en tareas de recolección.

Carlos Castaño y Carmen L. Dávila excavaron en 1981 los sitios de Colorados y Mayaca, en
inmediaciones de Puerto Salgar (Cundinamarca). El sitio de Colorados corresponde a un
conjunto habitacional localizado en el Alto de Miraflores, a una altura de 350 a 400 metros, en
la que además se encontró una sementera, basureros de pendiente, un taller lítico y cementerios
en dos montículos. Por su parte el sitio denominado Mayaca, localizado entre Puerto Salgar y
Guaduas (margen derecha del Magdalena) corresponde a un área arqueológica de unos 2.000
metros cuadrados, en la que se detectó un sitio de vivienda de forma oval de 12 por 6 metros,
que aportó numeroso material cultural consistente en 14 recipientes cerámicos y varios líticos.
Según los autores esta vivienda fue ocupada por un grupo de 10 a 12 personas, de acuerdo a los
materiales y disposición interna de los mismos.

Los dos sitios anteriormente mencionados, presentan una distribución espacial y contenido
semejantes, en donde se evidencia la ocupación permanente de estos por parte de grupos que
compartían una misma tradición cultural, fundamentada en el mismo patrón funerario y los
mismos estilos cerámicos. Son especialmente significativas las urnas funerarias, en cuyas tapas

67
se encuentran figuras antropomorfas sedentes, rasgos que son típicos del Magdalena medio,
entre Honda y Puerto Mosquito. En estos dos sitios se aprecia, así mismo, el desarrollo de
técnicas agrícolas que permitieron a estos grupos ir abandonando paulatinamente los márgenes
del Magdalena, e ir ascendiendo hacia el altiplano cundiboyacense.

Por último, Carlos Castaño y Carmen L. Dávila (1984a) con el apoyo de la Fundación de
Investigaciones Arqueológicas Nacionales, efectúan un trabajo de investigación en la hoya baja
del río de La Miel, en donde se pudo obtener en diferentes localidades una secuencia que parte
desde el período paleoindio hasta la consolidación de los cacicazgos subandinos aunque
existen, sin embargo, algunos vacíos temporales en lo referente al formativo temprano.

Las investigaciones permitieron establecer la importancia del río La Miel, en el


desenvolvimiento de procesos culturales que pueden relacionarse con otras áreas del país. El
material cultural hallado en esta zona permitió a los autores, establecer vínculos con el área
Quimbaya, así como la del Ranchería y Cesar, particularmente con los de la Fase de Horno
como con otros sitios cercanos del Valle Medio del Magdalena.

Subregión comprendida entre Barrancabermeja y Morales

Para esta subregión se ha conservado la cota de nivel de los 1.000 m.s.n.m., cerrando su
perímetro hacia el oeste sobre la divisoria de aguas en la Serranía de San Lucas, bajando por la
quebrada Labranza hasta su desembocadura en el Magdalena, frente al municipio de Morales.

En este sector, el río tiene un recorrido de 190 kilómetros, el valle una longitud de 160
kilómetros y el desnivel entre sus puntos extremos es de 25 metros. El valle alcanza en algunos
sectores una anchura superior a los 200 kilómetros, presentando un cambio definitivo al
tornarse en una llanura inundable. Sobre el margen izquierdo confluyen al Magdalena los ríos
Cimitarra y Boque, además de otras pequeñas quebradas de segundo orden. Por la margen
derecha recibe el caudal de los ríos Sogamoso, Caño Negro y Lebrija.

En esta zona hay diversidad de suelos que tienen la limitante severa de su carácter inundable.
Predominan el bosque húmedo tropical y bosque húmedo premontano, con alta precipitación y
clima superior a los 26°C.

Investigaciones Arqueológicas

Zaida Castellanos excavó, en 1975, en inmediaciones de los cultivos de Indupalma en San


Alberto (Cesar), un basurero poco profundo, que evidenció una corta ocupación por un grupo
del Formativo. El material cerámico hallado se clasificó en cuatro tipos, cuyas formas generales
son cuencos, copas y vasijas subglobulares con un porcentaje de decoración superior al 29% y
diferente tipológicamente del hallado anteriormente en zonas relativamente cercanas. La autora
concluye que este material apenas tiene algunas similitudes con el de Zambrano, y ninguna

68
relación con el de San Lucas, menos desarrollado estilísticamente.

Correal (1977), reseño en esta subregión en el sitio de Ciénaga de San Silvestre (en cercanías a
Barrancabermeja), una estación abierta, en la que halló numerosos artefactos, entre ellos, lascas
triangulares, navajas laminares, raspadores y choppers.

Roberto Lleras Pérez, investigador del Instituto Colombiano de Antropología efectuó un


Trabajo de salvamento en la localidad santandereana de Landázuri en el año de 1983. Se trataba
en este caso de un sitio de habitación en el que también se encontraron tumbas de pozo con
cámara lateral. La excavación arrojó resultados particularmente interesantes, por la presencia
de material cerámico típico del Magdalena Medio (Santa Helena del Opón, La Paz y La Miel),
asociado con material clásico Guane al cual se relacionan algunas piezas de orfebrería de
láminas recortadas, repujadas y trabajadas a la cera perdida. El autor plantea la posibilidad de la
existencia en este sitio de una colonia agrícola Guane, coexistiendo con este grupo del Valle del
Magdalena, puesto que en el piso de vivienda excavado el material Guane y Magdalena se
encontraba mezclado.

Gilberto Cadavid, en el desarrollo de trabajos arqueológicos en el área Guane en 1982, trabajó


esto último, financiado por la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales,
intentando delimitar el territorio Guane; excavó tres tumbas de pozo con cámara lateral en las
que se hallaron varias urnas funerarias para enterramiento secundario. El material cerámico es
típico del Magdalena Medio, descartándose la ocupación Guane del territorio de Llano de
Palmas (municipio de Rionegro, Santander), confirmando por su parte, la del grupo Yareguí.

Balance General de la Región

El Valle del Magdalena, ruta natural para la migración humana, desempeñó un papel de
primera magnitud pues por él se desplazaron en diferentes épocas grupos humanos que, de
acuerdo con el momento histórico, poseían diversos grados de desarrollo cultural.

De acuerdo con las investigaciones de Gonzalo Correal sobre la etapa de cazadores-pescadores-


recolectores, los primeros pobladores de nuestro territorio ingresaron por el Istmo de Panamá y
fueron avanzando hacia la costa, evitando las zonas inundables, desplazándose posteriormente
por diversas rutas naturales, una de éstas, el valle del río Magdalena que los conduciría hacia el
interior del país.

La localización de los sitios arqueológicos se ha dificultado por el hundimiento progresivo de la


cuenca del Magdalena, fenómeno que ha destruido incontables yacimientos. Sin embargo,
algunas de las estaciones arqueológicas correspondientes a esta época se encuentran localizadas
generalmente sobre terrazas inundables próximas a las ciénagas o confluencia de los ríos, sitios
estos que presentan una mayor disponibilidad de recursos. Dichas estaciones corresponden,

69
generalmente, a estaciones temporarias al descubierto, con industrias líticas denominadas de
chopper y chooping tools, que presentan algunas variantes locales determinadas por la
adaptación a diferentes ecologías. Sitios de este tipo se encuentran concentrados,
especialmente, en las ciénagas aledañas al río Magdalena (Ciénagas de San Silvestre y
Chucurí), prolongándose hasta los llanos de Huila y Tolima (El Hotel, La Argentina, San José y
Pachingo).

A partir del segundo milenio antes de Cristo, se modifican los aspectos cualitativos de
subsistencia en los grupos de las llanuras del Caribe, cambios que inciden en el desarrollo y
evolución de los grupos del Valle del Magdalena, en donde se da un gradual movimiento hacia
las laderas andinas, favorables para el desarrollo del cultivo del maíz, por parte de pequeños
grupos, generando, a la postre, un regionalismo marcado y el surgimiento de la jerarquización
en estas sociedades.

Los planteamientos teóricos de Reichel-Dolmatoff (1978), sugieren que algunas etnias del
primer milenio a.C. crearon complejos cerámicos de avanzada tecnología y concepción estética,
como por ejemplo los habitantes de las orillas de los ríos Ranchería y Cesar, los pobladores de
las riberas del Bajo Magdalena en las Areas del Banco, Plato y Zambrano, o los grupos
ribereños del medio y alto Magdalena (Barrancabermeja, Honda, Girardot, Espinal y el
Guamo). En estos últimos grupos es común encontrar entre sus costumbres la práctica de
entierros secundarios en grandes urnas funerarias. La importancia de estas etnias,
esencialmente selváticas, estriba en que muy probablemente formaban parte del gran horizonte
de horticultores mixtos, del cual surgieron, en algunas regiones, los cacicazgos. Algunas de las
sociedades organizadas en cacicazgos perduraron hasta la conquista española, por ejemplo los
Pantágora, Pijao, Panche y Carare en el valle del río Magdalena.

Las investigaciones arqueológicas que se han realizado en el Magdalena medio y alto


(exceptuando la región de San Agustín) han sido muy esporádicas y existen muy pocos datos
sobre el desarrollo histórico-cultural que se dió en esta amplia zona, desde las tempranas
estaciones temporales de cazadores y recolectores, hasta el advenimiento y fortalecimiento de
los cacicazgos. La mayoría de los estudios no cuentan con datación absoluta, carencia que es
una limitante para la comprensión del desarrollo cultural que se dió en las laderas andinas del
valle del Magdalena, y en las llanuras del Tolima y del Huila.

Sobre la llamada colonización maicera de las vertientes andinas, es muy poco lo que se conoce
y dado que es el eje de todo un proceso histórico cultural, es importante que se efectúen los
respectivos estudios arqueológicos y paleocológicos. Si bien es cierto que el maíz se introduce
tardíamente en las llanuras del Caribe (Momil), poco se sabe sobre la domesticación de esta
planta en Colombia o sobre la dirección de su difusión. Tan sólo se tienen unos pocos datos
sobre el cultivo temprano del maíz en San Agustín y en la Sabana de Bogotá, lo que estimula
aún más la investigación de este aspecto en los valles interandinos.

70
71
III. EL MACIZO CENTRAL ANTIOQUEÑO
Gilberto Cadavid

Esta región corresponde al segmento de la Cordillera Central que se interna en el territorio del
departamento de Antioquia a partir del Páramo de Arboleda, región donde se encuentran las
cabeceras de los ríos Arma y Samaná Sur, que corren en direcciones opuestas, de forma que el
primero vierte sus aguas al río Cauca muy cerca del municipio de La Pintada, mientras que el
segundo avanza hacia el Oriente desembocando en el río La Miel, que a su vez, es tributario del
Magdalena. Estos dos ríos definen el límite Sur de Antioquia en Caldas, en lo concerniente a la
Cordillera Central.

Esta región, que se extiende en dirección norte por unos 170 kilómetros, aproximadamente
hasta la altura del municipio de Valdivia, transcurre entre el escarpado y angosto Cañón del
Cauca y Valle del Magdalena. Las vertientes Occidentales son más cortas y pendientes que las
Orientales que se dirigen hacia el Magdalena, formando a su paso algunas cordilleras o ramales
transversales de considerable extensión.

El Macizo Central Antioqueño está dominado por dos grandes altiplanicies de superficies
cambiantes que en ciertas áreas pueden estar disectadas y en otras presentar relieve suavemente
ondulado. Estas dos altiplanicies están separadas diagonalmente por el angosto valle del río
Cauca. Para fines prácticos se subdivide esta región en tres subregiones a saber: Altiplanicie de
Rionegro y Sonsón, Valle del río Medellín y Altiplanicie de Santa Rosa de Osos.

72
Altiplanicie de Rionegro y Sonsón

Para definir el contorno de esta altiplanicie se toma como referencia la cota de nivel de los
1500 m.s.n.m.

Sus límites por el sur están dados por la divisoria de aguas entre los ríos Arma y Samaná Sur en
el páramo de Arboledas, que sirve así mismo de límite departamental entre Antioquia y Caldas,
por el Este. Siguiendo la mencionada cota se va conformando una altiplanicie con numerosas
digitaciones que se extienden hacia el cercano valle del Magdalena llegando hasta la altura de
la población de Cisneros, que sería el punto extremo sobre el norte; por el Oeste, a partir del
límite departamental se conforma la altiplanicie desde el municipio de Sonsón extendiendo sus
ramificaciones hacia el Cañón del Cauca, cerrándose posteriormente a lo largo del Valle del

73
Río Medellín, sobre la población de Cisneros.

En cuanto a su relieve, aunque se trata de una altiplanicie, tiende a ser relativamente quebrado
destacándose especialmente los Altos del Cóndor (2800 m.s.n.m.) en cercanías del municipio
de Sonsón, el páramo de Sonsón (3200 m.s.n.m.), Cerro de los Parados en cercanías del
municipio del Cármen de Viboral, Cuchillas de San Rafael y Altos del Tablazo (3100 m.s.n.m.)
en inmediaciones de Río Negro y Cuchilla de Machado (2200 m.s.n.m.) contigua al municipio
del Peñol.

Respecto a su hidrografía, la cordillera Central en este sector sirve de divisoria de aguas entre
las cuencas de los ríos Cauca y Magdalena, siendo más numerosos, largos y caudalosos los ríos
tributarios de este último.

Los ríos pertenecientes a la cuenca del Magdalena, son los siguientes:

Río Samaná Sur, tributario del río Miel afluente a su vez del Magdalena; Río Samaná Norte,
que tiene como tributarios a los ríos Calderas, Dormilón, San Miguel y Guatapé; Río Nare, que
recibe aguas de los ríos Pereira, Samaná Norte, Nus y San Lorenzo.

Los ríos de la Cuenca del Cauca son los siguientes; Río Arma, que recibe la confluencia de los
ríos San Pedro, Perrillo, Sonsón, Aures y El Buey; Río Poblanco, límite entre los municipios de
Fredonia y Santa Barbara, que recibe como afluentes a las quebradas Naranjala y Las Frías;
Quebrada Sinifana, que baña los Municipios de Amagá, Titiribí y Venecia.

Climatológicamente la altiplanicie en cuestión, por hallarse en su gran mayoría por encima de


la cota de los 2000 m.s.n.m., participa de los pisos térmicos templado a frío con temperaturas
oscilantes entre los 18 y 14C. Los suelos, debido a su condición topográfica quebrada, por su
origen volcánico y su alta precipitación pluvial, presentan una fuerte tendencia a la erosión,
haciéndolos improductivos e inadecuados para la agricultura.

La vegetación característica de la mayoría de su superficie es de tipo Bosque Montano Bajo y


Bosque Húmedo Premontano.

Investigaciones Arqueológicas

En el año de 1980, el ICAN inició una prospección arqueológica a cargo de Gilberto Cadavid
C., sobre una extensa región del territorio antioqueño para ubicar y tipificar asentamientos
arqueológicos, áreas habitacionales, basureros, zonas de enterramiento y cualquier otra
manifestación observable, y obtener colecciones cerámicas y líticas superficiales, para,
configurar un proyecto de excavaciones sistemáticas. Se logró identificar un buen número de
sitios arqueológicos, en cercanías de Medellín, Guarne, Rionegro, San Rafael, Santuario, El
Retiro y La Ceja, consistentes en grandes concentraciones de terrazas de habitación o "Patios
de Indios", algunos de ellos con zonas anexas de enterramiento.

74
Valle del Río Medellín

El estrecho Valle del Río Medellín se encuentra ubicado aproximadamente en la parte media
del Macizo Central Antioqueño, separando las altiplanicies de Río Negro - Sonsón y Santa
Rosa de Osos. El valle se inicia pocos kilómetros al sur del municipio de Caldas y se prolonga
aproximadamente por 75 kms, alcanzando una anchura máxima de 10 kms, aunque por lo
general no sobrepasa los 5 kms. Su extremo septentrional se encuentra en la confluencia del río
Grande con el Medellín, a la altura de la población de Porcecito, allí cambia el nombre por
Porce. A partir de allí el valle se ensancha considerablemente presentando condiciones
topográficas y ecológicas diferentes.

El río Medellín, que define el valle que lleva su nombre, nace en el alto de San Miguel a 3100
m.s.n.m., y en sus 10 primeros kilómetros sobre el valle lleva una dirección aproximada norte-
sur, la cual modifica a partir de los ancones de La Estrella, en donde tuerce su curso unos
grados hacia el Este, recorriendo hasta los ancones o estrechura de Copacabana unos 25 kms
más.

Seguidamente el río toma una dirección constante noreste hasta el final del valle en la localidad
de Porcecito. Durante este recorrido recibe el curso de numerosas quebradas, especialmente
sobre su margen norte, provenientes de la altiplanicie de Santa rosa de Osos.

La topografía del valle es bastante regular, conservando en toda su extensión una altura
aproximada de 1500 m.s.n.m. Consecuentemente a su Profundidad respecto a las dos
altiplanicies que lo limitan, ejercen la función de chimenea climática, provocando una zona
sensiblemente más seca en relación a su periferia, conservando así mismo una temperatura
entre 22 y 24C, con una precipitación hasta de 2000 mm. anuales. Sus suelos por estar en
terreno plano, no presentan erosión, siendo por lo tanto, altamente favorables para la
agricultura. Actualmente la vegetación predominante en las zonas despobladas es el bosque
húmedo subtropical.

Investigaciones Arqueológicas

En cuanto al valle del río Medellín, se tiene una información a partir del año de 1938, cuando
el Dr. Félix Mejía Arango, relaciona en un trabajo de arqueología descriptiva algunos objetos
líticos encontrados en Barbosa a 5 metros de profundidad en los aluviones del río Medellín, que
pudieron haber sido manufacturados y utilizados por el hombre. Así mismo se refiere al
hallazgo de una punta de proyectil encontrada en Niquía (Bello) a 10 mts. de profundidad y sin
asociación alguna.

A partir de 1953 y 1954, se dispone de los trabajos de salvamento efectuados por el Dr.
Graciliano Arcila, en los que se refiere esencialmente a lo que denominó Estación

75
Arqueológica de Guayabal (Medellín), sitio éste en donde un guaquero ubicó una serie de
tumbas de las que dio aviso al servicio Etnológico de la Universidad de Antioquia para que
pudieran ser estudiadas convenientemente. El mencionado arqueólogo, inició trabajos
arqueológicos en una tumba de pozo con cámara lateral, con una profundidad de 5 metros y un
diámetro en el pozo de 2 mts., en el interior de la cual se hallaron restos humanos en tan mal
estado de conservación que no pudieron ser estudiados, como ajuar funerario había 4 piezas de
cerámica utilitaria, 5 narigueras de oro, varios instrumentos líticos y 213 volantes de huso.
Deduce el autor que el sitio en cuestión era el poblado indígena que hallaron los españoles el 10
de agosto de 1541 y que se trataba de un sitio de textileros, a juzgar por la gran cantidad de
volantes de huso. Es quizás por esta razón que dedica especial atención a la descripción de los
volantes en cuanto a su forma y decoración, en contraste con el resto del material cultural que
apenas es mencionado superficialmente.

De otra parte, menciona el hallazgo de diversas tumbas descubiertas accidentalmente durante el


proceso de urbanización y expansión de Medellín, trabajo éste fundamentalmente descriptivo
en el que llega a concluir que se trata de tumbas de una época posterior a la de la Estación
Arqueológica de Guayabal. Complementa sus observaciones de terreno con la descripción de
algunas piezas cerámicas de colecciones particulares y del Museo de la Universidad de
Antioquia, cuyo origen y asociación generalmente se desconoce.

Posteriormente en 1971, efectúa un análisis sobre las características de los diseños de los
petroglifos de la localidad de Itagüí, de donde colige sin mayores argumentos, que son de
influencia antillana y posteriores a la introducción de la cerámica en el valle de Aburrá.

Altiplanicie de Santa Rosa de Osos

Conservando así mismo la cota de los 1500 m.s.n.m. el punto extremo hacia el Sur está a la
altura del municipio de Angelópolis sobre la Cuchilla del Romeral (2800 m.s.n.m.) que se
dilata en dirección Norte, abriéndose hacia el Este a partir del Alto del Silencio (2700 m.s.n.m.)
en inmediaciones del corregimiento de Prado, punto desde el cual el río Medellín tuerce su
curso al Noroeste. El límite de la altiplanicie por el Sureste está dado por el valle del río
Medellín hasta la desembocadura de la quebrada de San Pablo, siguiendo hasta la altura del
municipio de Carolina. El perfil de la altiplanicie conforma hacia el Noroeste numerosas
digitaciones, hasta alcanzar su máximo desarrollo a la altura del municipio de Valdivia en su
extremo Norte. El límite sobre el Oeste está definido por el Cañón del río Cauca.

Hacia el Este el relieve de la altiplanicie va descendiendo en forma de colinas piedemontanas


hacia el valle del Magdalena. Sobre este flanco drenan los ríos Nechí, Pajarito, Minavieja y
Dolores.

Climatológicamente, la altiplanicie participa en casi toda su extensión del clima frío; los suelos

76
de origen ígneo, de alta acidez, pobres en nutrientes y poco aptos para la agricultura. Debido
además al relieve escarpado, tienen fuerte propensión a la erosión, especialmente en áreas
cercanas al municipio de Yarumal, en donde afloran suelos esqueléticos. El tipo de vegetación
predominante es el Bosque Húmedo Montano Bajo.

Balance General de la Región

La Arqueología del Macizo Central Antioqueño es practicamente desconocida, puesto que no


se han efectuado investigaciones arqueológicas diferentes a las de salvamento, como las
realizadas en la subregión del valle del río Medellín, que presentan resultados muy limitados.

Sobre los desarrollos culturales en las altiplanicies de Rionegro, Sonsón y Santa Rosa de Osos,
no se posee ninguna información procedente de investigaciones arqueológicas y sólo se sabe de
la existencia de los grupos humanos que las habitaron, a través de las crónicas de la conquista,
que los ubican de forma confusa y simplista, probablemente arbitraria. De las crónicas se
infiere a grandes rasgos, que los habitantes de estas regiones, en el momento de la conquista,
eran Nutabes, entre el Cauca y el Porce y Tahamíes que ocupaban la región comprendida entre
el Porce y el Valle del Magdalena. Sin embargo se evidencia en los documentos la baja
densidad demográfica imperante en toda esta región. Si bien esta visión puede ser parcialmente
verídica para el momento en cuestión, conviene tomar en cuenta los numerosos hallazgos
efectuados por parte de guaqueros durante varias generaciones en la misma región, lo que
podría significar que a pesar de la pobreza y mala calidad de los suelos, la situación
demográfica fuera diferente en siglos anteriores a la conquista.

Como puede colegirse del anterior recuento sobre la arqueología de la región del Macizo
Central Antioqueño, prácticamente todo está por hacerse, pues aparte de una base etnohistórica
que se ha empezado a consolidar en recientes trabajos de tesis para la Universidad de
Antioquia, ninguno de los temas de investigación propuestos en el presente trabajo han sido
desarrollados en esta extensa e importante región.

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IV. LA MONTAÑA SANTANDEREANA
Gilberto Cadavid

Comprende la sección norte de la Cordillera Oriental, siendo ésta una de las regiones
topográficamente más compleja del país. En su diversidad están presentes los páramos que
establecen límites departamentales entre los Santanderes y Boyacá, además de los colindantes
con el territorio venezolano. En esta región se encuentran, así mismo, diversos valles, terrazas y
mesetas como la de Mogotes, Los Santos, Piedecuesta y Bucaramanga, destacándose en medio
de ellas el profundo Cañón del Chicamocha y su afluente el Suárez.

El límite sur de la región está dado por la Loma de Mascachoque, el río Huertas y el río Tolotá;
hacia el Noreste, el límite departamental entre los santanderes y Boyacá, hasta la altura de
Onzaga, para extenderse hasta el páramo de Santa Isabel en proximidades del límite con
Venezuela; de este punto, siguiendo en dirección Noreste hasta la Cuchilla de Santa Cruz y el
Páramo de los Bueyes, entrando nuevamente al territorio de Santander por el río Romeritos; el
sector occidental esta demarcado por el cauce del río Romeritos, hasta las Cuchillas de
Magueyes y Filo de La Mesa. Posteriormente la vertiente occidental de la Cordillera de los
Yareguiés, cierra el área con el cauce del río Huertas, entre los municipios de San Benito y
Suaita.

Esta región se divide en las siguientes subregiones: Cordillera de los Yareguiés, Valles
longitudinales de los ríos Suárez y Fonce, Cañón del Chicamocha, Mesetas y terrazas de la
vertiente occidental de la Cordillera Oriental y los Páramos de Oriente.

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Cordillera de los Yareguiés

Esta cordillera, localizada en el extremo occidental de la Montaña Santandereana, se extiende a


partir de la Quebrada Cimera en el Sur, hasta la confluencia del río Chucurí con el río
Sogamoso.

Transcurre esta cordillera entre el Valle del Magdalena al Oeste y el Cañon del río Suárez hacia
el Este. Su dirección aproximada es Sur-Norte y alcanza una altura máxima de 3.500 m.s.n.m.

Cuenta en su parte baja sobre el Suárez con numerosas vegas y mesetas entre las que se
destacan las de Zapatoca y Betulia, localizadas en su extremo norte. Sus tierras aunque
propensas a la erosión son aptas para la agricultura.

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Nacen en esta zona numerosos tributarios de los ríos Suárez y Magdalena. Los pertenecientes a
la Cuenca del Suárez, son: Quebradas Macangua, Cimera, Guamacá, Santa Rosa, de los Cinco
Mil, Vitoca, Chiribí y Zapatoca; por su parte los que confluyen al Magdalena, son: Las
Quebradas Alférez, Cañaveral, Fortuna, Araya, Aragua, Río Verde, que desembocan en el río
Opón, afluente del Magdalena; en su extremo norte se encuentran varias quebradas que vierten
sus aguas al río Sogamoso, siendo éstas, la Quebradas Zapatoca, Betulia, río Chucurí, río
Agualinda, y Quebrada Putana.

No se han realizado investigaciones arqueológicas en esta subregión.

Valles Longitudinales de los Ríos Suárez y Fonce

Esta subregión está conformada, realmente, por dos zonas con características topográficas y
ecológicas diferentes. La primera de éstas es el valle de los mencionados ríos con sus
respectivas cuchillas transversales. Se compone de tierras bajas entre los 500 y los 1.00
m.s.n.m., con temperatura superior a los 24ºC y expuesta a vientos secos que definen la escasez
de la vegetación en la región.

Se conforma así una zona árida con predominante vegetación xerofítica y sub-xerofítica con
suelos altamente expuestos a la erosión.

La segunda zona, está conformada por las mesetas colindantes al cañón del río Suárez,
localizadas entre los 1000 y los 1500 m.s.n.m. El relieve de estas mesetas es moderadamente
quebrado y su temperatura oscila entre los 18 y los 24ºC, con mayor humedad ambiental que la
subregión anterior, predominando la vegetación arbustil. Por sus características ecológicas, ésta
fue una de las zonas que más recursos ofreció a los antiguos pobladores y actualmente contiene
una alta densidad de población distribuida en los municipios de Guadalupe, Chima, Simacota,
Palmeras del Socorro, Socorro, Palmar, Hato, Cabrera y Galán.

Investigaciones Arqueológicas

Miguel Such Martín, efectuó investigaciones en el año de 1942 en cercanías de los municipios
de Oiba y Guápota, enfatizando en sus trabajos el estudio de las prácticas funerarias de la
región. Para el caso, excavó varias tumbas de pozo con cámara lateral en las que halló cerámica
tosca que identificó como de filiación chibcha.

Cañon del Chicamocha

Es la zona más inhóspita de la Montaña Santandereana. El río Chicamocha transcurre por un


profundo y angosto cañón en donde su cauce está a unos 400 m.s.n.m. Sus laderas son azotadas

80
permanentemente por vientos cálidos y secos que provocan una Constante erosión y la pérdida
paulatina de la vegetación arbustiva y xerofítica que cubre parcialmente al Cañón.

Investigaciones Arqueológicas

La tarea investigativa en la Montaña Santandereana comienza a partir del año 1939, cuando el
Ministerio de Educación Nacional recibe un denuncio sobre el descubrimiento por parte de los
hermanos Bárcenas, guaqueros de profesión, de una cueva localizada en el municipio de la
Mesa de los Santos, en la que se hallaron gran cantidad de restos, momificados, textiles, objetos
varios de madera, concha y hueso además de numerosas cerámicas en perfecto estado de
conservación. Seguidamente el Ministerio de Educación comisionó al arqueólogo alemán
Justus W. Schottelius para que efectuara el reconocimiento de los sitios y el rescate del material

A partir de entonces, se estructuró un proyecto arqueológico que se dilató hasta 1941, año en el
que se efectuaron varias excavaciones en las Cuevas de los indios y de La Loma. La primera,
aportó un voluminoso material cultural y definió sitios de enterramiento con dos patrones
funerarios diferentes, el uno en un estrato inferior caracterizado por enterramientos secundarios
en urnas funerarias y el otro en el nivel superior, representado por momificación. Se plantea así
la existencia de dos niveles de ocupación diferentes, el inferior de probable origen caribe y el
superior de factible origen local.

En 1940, el médico Martín Carvajal, vivamente interesado por la arqueología, estableció una
tipología de entierros y describió el tipo físico de los restos humanos hallados por Schottelius
en La Cueva de los Indios, tratándose en este caso, sólo de un informe preliminar.

Edith Jiménez en 1945, elaboró una corta reseña etnoistórica sobre el pueblo Guane y reelaboró
así el análisis descriptivo del material cerámico obtenido por Schottelius en la Cueva de los
Indios.

Posteriormente, en el año de 1949, el médico Gabriel Giraldo Jaramillo excavó nuevamente en


la Cueva de los Indios obteniendo en esta ocasión una colección de cerámica Guane que se
destaca por su decoración amarilla y roja, siendo sin embargo, típica de esta zona.

81
Edith Jiménez en 1945, elaboró una
corta reseña etnohistórica sobre el
pueblo Guane y reelaboró así, el
análisis descriptivo del material
cerámico obtenido por Schottelius en
la Cueva de los Indios.

Posteriormente, en el año de 1949, el


medico Gabriel Giraldo Jaramillo,
excavó nuevamente en la Cueva de los
Indios obteniendo en esta ocasión una
colección de cerámica Guane que se
destaca por su decoración amarilla y
roja, siendo sin embargo, típica de esta
zona.

En el año 1981, el Instituto Colombiano de Antropología mediante convenio con la Fundación


de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, estableció un proyecto en el que intervinieron
Gilberto Cadavid en la parte arqueológica y Jorge Morales en la investigación etnohistórica del
área Guane. En lo correspondiente a la etnohistoria se precisó el territorio ocupado por los
Guane en el momento de la Conquista. Se llegó a establecer que dicho territorio incluía la zona
de Bucaramanga y el río de Oro, revaluando anteriores versiones en las que se establecía su
límite norte en la Mesa de los Santos. Se investigaron así mismo muchos documentos y se
definió para el territorio limítrofe con sus grupos vecinos una frontera tentativa, que aún debe
ser confrontada y verificada mediante trabajos arqueológicos. Se estableció además, que
Muisca y Guane eran grupos culturales diferentes con plena autonomía política, aún cuando
mantenían estrechas relaciones comerciales, siendo la estructura social de los guanes
organizada en torno al cacicazgo de Guanentá en La Mesa de Los Santos.

El trabajo arqueológico se orientó inicialmente hacia la prospección de sitios arqueológicos


tanto del área guane como de zonas periféricas ocupadas por otros grupos, con el fin de
caracterizar los diferentes tipos de yacimientos. El trabajo se concentró en la Mesa de los
Santos, en donde se ubicaron extensas áreas de población en la parte baja oriental de la Mesa
colindante con el río Chicamocha, terrazas de cultivo en una extensión aproximada de 850
hectáreas y pictografías policromas sobre las paredes de la "cincha" o farallones sobre el
Chicamocha, cuyos motivos se repiten en los textiles y en las cerámicas. Finalmente se
efectuaron excavaciones arqueológicas en un extenso sitio de habitación (vereda de los Teres),
que correspondía a la población de Guanentá. Aquí se obtuvo material cerámico similar al
hallado por Schottelius en la Cueva de los Indios y por Arturo Vargas y Roberto Lleras en

82
Villanueva; también se hallaron algunos objetos líticos y miles de conchas de gasterópodos,
que sirvieron de recurso alimenticio a los antiguos moradores de la región.

En 1983, Marianne de Schrimpff realizó un estudio sobre los textiles del Museo Casa de
Bolivar de Bucaramanga, los cuales fueron hallados por el doctor Mario Acevedo Díaz en
algunas cuevas de la Mesa de los Santos y en la Cueva de La Antigua en San Gil. En este
trabajo se hace un análisis de las técnicas textileras, sobre las fibras y tintes utilizados.

Mesetas y Terrazas de la Vertiente Occidental de la Cordillera Oriental

Esta zona está limitada por los cañones de los ríos Suárez, Fonce y Chicamocha, dichas
mesetas y terrazas están conformadas por áreas con relieve relativamente suave localizadas
entre los 1000 y los 1600 m.s.n.m. Sobresalen entre éstas las de Barichara-Villa Nueva, la Mesa
de los Santos y la Mesa de Bucaramanga. En general toda esta región comparte las mismas
condiciones climáticas, con una temperatura promedio entre los 22 y 24ºC, y una vegetación de
tipo bosque húmedo premontano.

Conviene destacar entre estas mesetas a la Mesa de los Santos, pues por su localización posee
algunas características que le son propias y prácticamente la individualizan. La Mesa tiene una
extensión de 446 Kms.2 de los cuales 132 están sobre los 1600 m.s.n.m.; su topografía es de
relieve casi plano con ligeras ondulaciones que no sobrepasan los 50 mts.; es una zona que a
pesar de su aridez se diferencia notablemente del contorno, puesto que su fisionomía vegetal ha
sido intensamente modificada por la acción humana desde los tiempos prehispánicos. En su
parte alta, las manchas de vegetación, que son muy escasas, corresponden al bosque húmedo
premontano, mientras que en su extremo sur hay algunas coberturas de vegetación de bosque
seco premontano.

Investigaciones Arqueológicas

Donald Sutherland inició trabajos en 1971, en una amplia región que comprendía los
municipios de Barichara, Jordán, Curití, Pinchote, Charalá Oiba. En sus trabajos se limitó a
excavaciones de tumbas de pozo de cámara lateral, de características muy similares a las ya
reseñadas por Miguel Such Martin; además menciona la existencia de probables sitios de
vivienda y de basureros presuntamente asociados a éstas.

En 1980, Arturo Vargas del Instituto Colombiano de Antropología, efectuó un trabajo de


arqueología de salvamento en el Barrio Mutiz de Bucaramanga en donde ubicó varias tumbas
que fueron alteradas a causa del movimiento de tierras para la ampliación de la zona
urbanizable. Excavó una tumba de pozo con cámara lateral, en cuyo interior se encontró como
ajuar funerario cerámica típica Guane, una nariguera de oro y algunas cuentas de collar en
concha de molusco. Este hallazgo fue muy significativo, puesto que planteó el hecho de que el

83
grupo Guane ocupara la meseta de Bucaramanga, en épocas anteriores a la conquista.

Durante el año de 1982, Arturo Vargas y Roberto Lleras, investigadores del Instituto
Colombiano de Antropología, ubicaron y excavaron un extenso sitio en Palo Gordo, en
jurisdicción de Villanueva. Durante el proceso de excavación arqueológica encontraron varios
enterramientos de características antes no reseñadas, puesto que se trataba de fosas simples que
contenían restos de adultos en posición de decúbito dorsal, y de siete niños, algunos de estos
nonatos y neonatos los cuales estaban depositados en cerámicas utilitarias o domésticas,
evidenciando, para este momento, una alta mortalidad infantil. En cuanto al material cerámico,
están presentes los mismos tipos establecidos para la Mesa de los Santos (vereda de los Teres),
pero en proporciones diferentes. También se identificaron restos de conchas de gasterópodos,
ratones, iguanas, venados, armadillos y varios tipos de aves que figuran entre sus fuentes
alimenticias.

Finalmente en 1984, el Instituto Colombiano de Antropología, atendiendo a una solicitud del


Museo Casa de Bolivar de Bucaramanga, comisionó a Gilberto Cadavid para efectuar
excavaciones de salvamento en inmediaciones de Curití, en un cementerio indígena que venía
siendo destruido por gentes de la región. El área de enterramiento se encontró efectivamente
destruida casi en su totalidad y sólo fue posible excavar una tumba de pozo con cámara lateral
de tres metros de profundidad. La Tumba en cuestión era típica de esta zona y muy similar a las
encontradas anteriormente por Donald Sutherland (1971) en la misma región. La tumba
referida contenía los restos totalmente deshechos de una persona adulta en posición decúbito
dorsal, con un ajuar funerario consistente en un collar de cuentas de concha y un nódulo de
piedra colocado a la altura de la cabeza del difunto.

Páramos de Oriente

Esta amplia zona se extiende desde el límite departamental entre los santanderes y Boyacá,
hasta los límites con Venezuela en el departamento de Norte de Santander.

Su frontera sur está conformada por los páramos de Chontales de la Rusia y Guántiva,
extendiéndose hacia el norte hasta el páramo de Bueyes y el cerro Babilonia en donde se
encuentra el nacimiento del río Zulia.

Sobresale en esta región el nudo orográfico de Santurbán, localizado entre los municipios de
Tona, California, Mutiscua y Silos. En este lugar la cordillera Oriental se divide en dos
ramales, uno que se dirige hacia el norte formando la Serranía de los Motilones y el otro que se
interna hacia el oriente en territorio venezolano tomando el nombre de Serranía de Mérida. En
este nudo nacen los ríos Suratá, Vetas y Zulia. En esta región del páramo tiene origen

84
numerosos ríos y quebradas entre los que se destacan los ríos Chicamocha, Fonce, Zulia,
Pamplonita, Cucutilla, Chitagá, Valegrá y Margua.

Investigaciones Arqueológicas

Jairo Calle Orozco y Luis Raúl Rodríguez en 1962, practican un reconocimiento arqueológico y
excavaciones limitadas en inmediaciones del municipio nortesantanderano de Mutiscua. En
este trabajo ubican cinco cuevas en los corregimientos de La Chorrera y Valegrá, en donde
efectúan recolecciones superficiales y pequeños pozos de sondeo con el fin de obtener una
muestra representativa, tanto del material cerámico, como de lítico y óseo. Concluyen del
análisis de los materiales, que se trata en este caso de un pueblo de origen Karib por los rasgos
típicos de la deformación craneana. Así mismo, establecen dos tipos de material cerámico, el
cual clasifican de acuerdo a su uso como cerámica funeraria y cerámica doméstica.

Balance General de la Región

De la anterior reseña de los trabajos efectuados en la región de la montaña santandereana


podemos concluir que todas las investigaciones con una sola excepción, se han realizado en el
área ocupada por el grupo cultural Guane, concentrándose de dicha forma en las subregiones de
las Mesetas y Terrazas de la Vertiente Occidental de la Cordillera Oriental y en los valles
longitudinales de los ríos Suárez y Fonce.

La base etnohistórica en el caso de los guanes, ha reportado una gran proporción de la


información de que se dispone hasta el momento, puesto que ha aclarado, así sea muy
parcialmente y para una época muy específica, el territorio ocupado por este grupo, las
relaciones lingüísticas y culturales con sus vecinos Muiscas, características generales de los
grupos vecinos, datos sobre la población indígena, pautas de poblamiento y características de la
vivienda, actividades económicas y especialmente detalles sobre organización social y política.

Por su parte el trabajo arqueológico, sólo ha podido sustentar y contrastar muy pocos de los
temas anteriormente mencionados, puesto que la mayoría de las investigaciones han enfatizado
y concentrado su interés especialmente en la obtención de material cultural asociado a sitios de
enterramiento, ya sea en cuevas o en tumbas, lo que tiende definitivamente: a presentar una
visión muy paralizada de la cultura Guane.

Sabemos sin embargo a través de los trabajos arqueológicos, que los Guane habitan la zona
anteriormente descrita en el momento de la conquista y que su ocupación se remonta
aproximadamente hasta los siglos XI, ó XII d.C.; que existían aldeas nucleares relativamente
grandes Los Teres, Garbanzal, San Rafael y Ventorrillo en la Mesa de los Santos y Palo Gordo
en Villa Nueva; que dominaban una avanzada tecnología agrícola representada por terrazas de
cultivo en la Mesa de los Santos; que alcanzaron un alto grado de desarrollo en las técnicas

85
textileras y la existencia de numerosos sitios con pintura rupestre, en algunos casos policroma;
una gran uniformidad en cuanto a sus practicas funerarias, tipos cerámicos en general son
compatidos en su territorio, con algunas variaciones locales en cuanto a su frecuencia.

En general, para toda la región de la montaña santandereana quedan numerosos problemas por
investigar, comenzando por el establecimiento de secuencias culturales y desarrollo de los
diferentes grupos, delimitación de fronteras, relación de los grupos entre sí, definición de
patrones de asentamiento, desarrollo de la agricultura y manejo de diferentes sistemas agrícolas
y sus respectivas técnicas asociadas, rutas de comercio e intercambio, relaciones de los grupos
de la montaña santandereana con los de la región del Medio y Alto Magdalena y con los de las
regiones colindantes del Oriente.

Algunas de las zonas de la montaña santandereana, por sus características ambientales han
permitido la conservación de restos humanos, posibilitando de esta forma las investigaciones
sobre antropología física y paleopatología. La misma condición ambiental ha favorecido los
textiles y demás objetos de madera, concha y hueso, permitiendo por su perfecto estado de
conservación estudios detallados de cultura material y su tecnología, condición ésta que no se
presenta en casi ninguna otra región del país.

86
V. LA ALTIPLANICIE CUNDIBOYACENSE
Alvaro Botiva Contreras

Nota Introductoria

En este capítulo se presenta una aproximación al conocimiento del Período Prehispánico


del altiplano Cundiboyacense; para su elaboración se recurrió a la consulta de la
bibliografía arqueológica existente para esta región.

A lo largo de 51 años de investigación arqueológica en el altiplano (1937-1988) se ha ido


complementando la información; cada trabajo hace énfasis en aspectos distintos, tanto que,
a veces, da la impresión de conocer puntos de vista contradictorios. Si a lo anterior se
agregan las diversas interpretaciones sobre el poblamiento, formas de organización y
períodos de ocupación, resulta entonces claro que hacer una presentación de esta región es
tarea difícil aventurada.

Las anteriores consideraciones significan que en el proceso de elaboración de este capítulo


se dieron varias direcciones. En primer lugar, teniendo en cuenta que las investigaciones
sobre el período precerámico fundamentalmente han estado dirigidas por un reducido grupo
de arqueólogos que ha implementado una metodología unificada, se presenta la
información de acuerdo al orden cronológico de datos, retomando en varios casos las
secuencias de las excavaciones, sin querer mostrar procesos unilineales en sentido
evolucionista; sin embargo en el estado actual de los conocimientos se puede observar una
secuencia de poblamiento en la Sabana de Bogotá y sus alrededores que abarca varios miles
de años, período en el cual se presentan sucesivos complejos culturales.

Puede, en segundo lugar sintetizarse la información sobre el "Período Herrera" partiendo de


los resultados de las pocas investigaciones adelantadas sobre dicho período. No sobra
aclarar que con los datos disponibles es demasiado arriesgado definirlo cultural y
cronológicamente. El "Período Herrera" debe entenderse como un complejo Formativo de
la Sabana de Bogotá. A través de los datos el lector podrá observar cómo las evidencias
culturales que se asocian con este período son fundamentalmente la cerámica y las pautas
de asentamiento que corresponden a una sociedad con una agricultura desarrollada.

Los vestigios se encuentran junto con elementos del período lítico, o en sitios ocupados
más tarde por los Muisca, sin una continuidad cultural, con excepción de la aparente
transición Herrera-Muisca que se presenta en el yacimiento de Tunja.

87
En tercer lugar, con relación al último período de ocupación Prehispánico en el Altiplano
Cundiboyacense no se pretende mostrar un punto de vista sobre lo que fue la sociedad
Muisca; ni plantear una interpretación sobre esta etnia; por el contrario, se piensa que un
buen punto de partida puede ser el hacer referencia a las investigaciones realizadas en el
campo de la arqueología pues, por una parte se pueden apreciar las diferentes metodologías
empleadas, por otra, observar hasta que punto el registro, manejo de información y
descripción de los vestigios permite conocer el pasado histórico y finalmente ver como la
relación arqueología-etnohistoria complementa el conocimiento sobre las comunidades
indígenas para el período de conquista. Sabemos que para el grupo Muisca existe una
valiosa información en las crónicas y datos de archivos de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Esta da bases sólidas para elaborar una historia general a partir de la fecha de contacto
(1537) y permite lograr reconstrucciones sobre la última parte del período anterior al
proceso de conquista en ésta región. Si bien existe abundante información sobre los Muisca
en trabajos de historiadores, antropólogos, lingüistas, etnohistoriadores, arqueólogos, etc.,
sólo retomarnos los últimos por tratarse de un balance arqueológico 1 , de otra parte la no
inclusión de trabajos relacionados con las zonas limítrofes del territorio Muisca se debe a
que éstos van reseñados en otros capítulos.

En síntesis, sobre este período se presentan los datos básicos obtenidos por la arqueología
en general para el territorio Muisca y en particular de acuerdo a la división territorial
establecida por Falchetti y Plazas (1973), para el siglo XVI (zipazgo, zacazgo y territorios
independientes), también se incluyen los resultados de algunos trabajos recientes sobre los
Muisca, a partir de la consulta de documentos de archivo. Estos trabajos reafirman la
necesidad de estudios regionales y sugieren que los Muisca del Sur (Cundinamarca) y los
del Norte (Boyacá) no tuvieron la homogeneidad que se ha creído.

88
Descripción Geográfica

La altiplanicie Cundiboyacense se haya encerrada por una serie de ramales principales de la


Cordillera Oriental que en este sector forman el límite entre dos cuencas hidrográficas: la
del río Magdalena y la del río Orinoco.

Componen esta región tres grandes altiplanicies que se conectan con otras de pequeña
extensión. Tienen alturas que fluctúan entre los 2.500 y 2.760 m.s.n.m. Hacia el sur se
ubica la de Bogotá, que con aproximadamente 1.200 Kms. de superficie plana, es la más
extensa. Desde ésta, remontando el río Funza se llega a la llanura del Sisga y luego a la de
Chocontá.

La Sabana de Bogotá está separada de la altiplanicie Ubaté-Chiquinquirá (en la cual se


encuentra el lago de Fúquene y las llanuras de Languazaque y Guachetá), por una cuchilla
montañosa. La otra altiplanicie es la de Sogamoso, se extiende desde la región de Duitama
hasta los bajos de Tópaga. Desde Sogamoso se asciende a Paipa y desde allí hacia el sureste

89
de las llanuras de Tunja, Toca y Siachoque. Al lado opuesto, hacia el noroeste se encuentra
la llanura de Santa Rosa.

Existen además altiplanos independientes, cuyas salidas no desembocan en ninguna de las


grandes altiplanicies. Entre ellos se encuentra: el Valle de la Laguna donde se localizan las
poblaciones de Samacá, Sora y Cucáita; los llanos de Sáchica y Leyva y la llanura de
Floresta y Belén,

En toda el área, tanto en los altiplanos, en los páramos y vertientes, se encuentran espacios
bañados por arroyos y ríos que corren entre terrazas antiguas de 10 a 20 mts. de altura.
Estrechos y profundos valles transversales se comunican con otros longitudinales y estos
últimos forman un corredor continuo; en otros como en el río Sogamoso, se observan
profundos cañones, debido a la erosión.

Los ríos de la vertiente oriental de la altiplanicie se inician en el páramo de Sumapaz. El río


Negro, que tiene sus cabeceras al suroeste de Bogotá, forma una corriente longitudinal
entre los páramos de Cruz Verde y Chingaza, y sale de la cordillera al sur de Villavicencio;
recibe en su recorrido los ríos Guatiquia, Upín, Guacabía y Humea. En el trayecto de los
ríos que forman las cuencas del Guavio, del Garagoa, Lengupá y Upía, también se forma un
continuo de valles longitudinales.

En la vertiente occidental que es parte de la cuenca del río Magdalena, se presenta una
estructura hidrográfica más variada; el eje de ésta es transversal y se extiende desde las
fuentes del río Bogotá, en dirección suroeste, hasta cerca de Ambalema. Este eje es una
proyección de la divisoria de aguas que corre a través del centro de la altiplanicie, entre
Tunja y la laguna de Tota. Comprende los siguientes ríos: el Sumapaz, que desarrolla sólo
en pocos sectores direcciones longitudinales; el río Funza, el más largo y el que más
profundamente penetra en la cordillera, recibe antes de salir del altiplano por el sur, una
serie de pequeños afluentes; el río Negro cuyos tributarios superiores llegan hasta el borde
de la Sabana de Bogotá, el río Minero que tiene una extensión longitudinal mucho mayor,
se conoce como río Carare a partir de su cauce medio; tanto el anterior como los ríos Opón
y Colorada se limitan a la zona periférica occidental de la cordillera; el río Sogamoso,
formado por los ríos Suárez, Saravita y Chicamocha tiene fuentes que lindan con las del río
Bogotá.

El relieve, en asocio con la temperatura de clima ecuatorial (en el cual los períodos
estacionales no son térmicos sino hídricos), es la causa principal de las lluvias y su
concentración espacial en las cumbres y altas vertientes, por ello se produce una variedad
de climas, suelos y vegetación.

90
La temperatura media de las altiplanicies es de 13.5°C con variaciones en los promedios
mensuales inferiores a 1°C pero con oscilaciones diurnas mayores de 25°C. La
precipitación anual varia entre 580 y 1000 mm.

En la actualidad las áreas de Bogotá, Ubaté y Sogamoso presentan una formación vegetal
denominada "bosque seco montano bajo" comprendida entre los 2.000 y los 3.000 mts. de
altura sobre el nivel del mar. En síntesis las altiplanicies y sus alrededores (serranías y
páramos) constituyen un mosaico climático y ecológico; que ofrece excelentes condiciones
para la vida humana.

El clima y la vegetación han sufrido cambios significativos en el transcurso del tiempo, que
se conocen a través de análisis de polen procedentes de varios sitios de la Sabana de
Bogotá. La siguiente secuencia se basa en los perfiles de los sitios Páramo de Sumapaz y
Laguna de los Bobos, El Abra y Tequendama realizados por Thomas Van Der Hammen y
Gonzalo Correal Urrego (1962, 1969- 1977).

Las ocupaciones prehispánicas

Con base en lo expuesto se considera que esta región debe entenderse a través de los diversos
procesos socioculturales que se dieron dentro de una temporalidad de más de 13.000 años y era
una zona que comprende sabanas, valles, llanuras y vertientes.

A partir de 1970 se tiene información sobre los primeros habitantes que ocuparon la altiplanicie
cundiboyacense; fueron grupos de cazadores que vivieron bajo abrigos rocosos y en
campamentos al aire libre; éstos se han asociado con una etapa lítica o precerámica. Las
evidencias se han registrado en la Sabana de Bogotá; al Este, en la región del Guavio y al
Occidente en la vertiente del Magdalena; en una época de fuertes cambios climáticos (del final
de la última glaciación).

El período se extiende aproximadamente desde el año 12.400 al 3.270 A.P. Los vestigios
arqueológicos muestran una tecnoeconomía basada en el trabajo de la piedra para la caza, el
faenado de animales de presa y la recolección, por grupos que debieron estar organizados en
pequeñas familias o bandas. Hacia el final del período se presenta en Zipacón la coexistencia de
patrones de subsistencia basados en la caza, la recolección vegetal y animal con prácticas
agrícolas y además la presencia de cerámica correspondiente a un nuevo período cultural
denominado "Herrera"

Los habitantes de este período fueron los primeros alfareros de la región y conocieron la
agricultura, pero también ocuparon abrigos rocosos y campos abiertos en la Sabana de Bogotá,
la vertiente del río Guavio, el Alto Valle de Tenza, la Altiplanicie de Tunja y los alrededores de
la Sierra Nevada del Cocuy. Se cree que los individuos de este período posiblemente provenían

91
del Valle del Magdalena.

Los resultados de las excavaciones en la Sabana de Bogotá no han mostrado una continuidad
cultural entre los habitantes de este período y los Muisca, siendo más las diferencias que las
similitudes.

En 1984, en Tunja con base en la tipología cerámica y su posición estratigráfica, se planteó un


período de transición entre la ocupación "premuisca" y la Muisca, alrededor del siglo VII d.C.
Ya en 1937 Hernández de Alba al excavar el temple de Goranchacha en dicha ciudad,
mencionó la existencia de un pueblo anterior y diferente al Muisca. Igualmente, en las décadas
de los años 50 y 60 se señaló la posible existencia de un substrato "prechibcha" en la Sabana de
Bogotá. Al finalizar la década del 70 se planteó con base en la estratigrafía cultural del sitio de
Tequendama la existencia de un período oscuro, vacío cultural que se ha ido llenando con
estudios recientes.

La tercera ocupación corresponde a la cultura Muisca, la cual se remonta alrededor del siglo
VII d.C.. Esta se extendió por una amplia zona de la cordillera Oriental desde los actuales
municipios de Fosca, Pasca (Páramo de Sumapaz) y Tibacuy al sur, hasta los municipios de
Onzaga, Soatá y el valle del río Chicamocha al norte; por el oriente llegó hasta la vertiente de la
cordillera que da a los llanos, probablemente desde los 1.000 m.s.n.m., incluyendo los
municipios de Quetame, Gachalá, Somondoco, y Zotaquirá, y parte del Páramo de Pisba; por el
occidente abarcó una gran parte de la vertiente del Valle del Magdalena, desde la población de
Tena al Sur hasta los páramos de Chontales y Guantiva, al Norte.

El territorio ocupado por los Muisca incluyó valles interandinos con mesetas y laderas
condicionadas por diferencias altimétricas, las que implican cambios de temperatura, humedad
y precipitación; también la exposición a las corrientes de vientos húmedos y secos del Valle del
Magdalena y de los Llanos Orientales estimulan la diversidad geográfica con tierras frías,
templadas y cálidas, con una flora abundante y variada.

92
Sobre los Muisca existe mucha información en crónicas, archivos y documentación
etnohistórica, a partir de finales de la primera mitad del siglo XVI. Los españoles se encuentran
con una cultura que poseía una tecnología agrícola variada, con énfasis en el cultivo del maíz
que se producía en todos los climas y constituía la base de su alimentación, junto con el fríjol,
la ahuyama y la papa; también cultivaron la calabaza, el ají, el algodón, el tabaco y la coca,
demostrando un excelente manejo en el control de los diferentes pisos térmicos de su territorio;

93
explotaron las fuentes de agua salada; produjeron cerámica para uso doméstico, ritual y para el
intercambio; tuvieron una próspera industria textil y un complejo desarrollo de la orfebrería. La
circulación y el intercambio de productos se llevó a cabo en varios sitios donde se realizaban
mercados periódicos. El tributo y la distribución cacical, favoreció el aprovisionamiento regular
de las comunidades y la existencia de una especialización local en la producción de artículos.

Tuvieron templos construidos en forma circular y otros lugares de culto y ofrenda, como
cavernas, grandes piedras, lagunas y las cumbres de algunos cerros.

Los patrones de asentamiento estuvieron condicionados por la formación de grandes aldeas y la


construcción de viviendas dispersas permanentes o temporales situadas en los sitios de cultivo.

Las estructuras de las tumbas, el contenido de éstas y en general las practicas funerarias
presentan variaciones relacionadas con el personaje enterrado, ya que reflejan el status que este
tuvo dentro de su sociedad. Es importante recalcar las diferencias regionales, ya que éstas en
parte reafirman la heterogeneidad de los Muisca. Al parecer no fue una gente igual en todas
partes, la variación regional en las formas de enterramiento es muy significativa. En el
asentamiento de Soacha (Cundinamarca) (Botiva en preparación), las tumbas son rectangulares,
de poca profundidad, se localizan muy cerca unas de otras, en algunos casos superpuestas con
orientaciones variables. Menos de un 10% de las tumbas están cubiertas con lajas y sólo
alrededor del 30% presentan ajuar funerario. Los individuos en general fueron colocados en
posición de decúbito dorsal extendidos. En Guasca (Botiva, 1976) al noreste de la sabana las
tumbas en su mayoría están tapadas con lajas, el ajuar funerario es más abundante y se
encuentran tumbas de pozo con cámaras laterales. Las tumbas de Ubalá en la región del Guavio
(Botiva, 1984) al oriente de Cundinamarca son de corte trapezoidal y el personaje,
posiblemente se colocó sentado. En el Valle de Samacá (Boada, 1987), algunos individuos al
morir recibían un tratamiento muy complejo, se flexionaba el cadáver hasta dejarlo en posición
fetal, para ello muy posiblemente fue atado y envuelto en mantas. En algunos casos se les
colocó arcilla en la cabeza y los pies, luego fueron recubiertos con una capa de ceniza; se
depositaron en una tumba cuya forma variaba entre oval, pozo redondo y pozo con nicho.
Cuando se utilizó el último tipo de tumba, el cuerpo podía ser puesto en posición sentada o
acostada. En este sitio también se encontraron entierros de infantes en vasijas funerarias. En
síntesis el tratamiento de los cuerpos, el complejo ritual funerario y toda la variabilidad de
información que ofrecen los reportes arqueológicos confirman que los Muisca no fueron tan
homogéneos como se ha creído.

Al finalizar la década de los años 70, Reichel-Dolmatoff (1978) planteó que eran muy pocas las
investigaciones arqueológicas que corroboraban dichas apreciaciones; que no se habían
encontrado las grandes aldeas que describían los cronistas; tampoco las excavaciones
sistemáticas dejaban reconocer un solo sitio de habitación, ni ninguna planta de vivienda; y que
los pocos conocimientos sobre la cultura prehispánica Muisca se fundamentaban en hallazgos
ocasionales de piezas de oro, cerámica, textiles, tallas de piedra o madera y tumbas

94
generalmente carentes de contexto; también planteó que las escasas excavaciones científicas
adelantadas en esta región referentes a los siglos antes de la Conquista se habían limitado a
problemas locales y a sitios arqueológicos superficiales; igualmente comentó lo poco que se
sabía sobre la estratigrafía cultural en el territorio Muisca; siendo así, no era posible definir las
fases de desarrollo que permitieran reconocer cambios adaptativos y sus correlaciones
tecnológicas y sociales. Además planteó que el nivel cultural logrado por los Muisca no debía
juzgarse por los escasos y sencillos restos materiales, sino en su desarrollo espiritual e
intelectual y que los verdaderos logros de los Muisca fueron sus elaboraciones religiosas y
observaciones astronómicas, elementos indicadores de un avance científico e ideológico, que
junto con las instituciones políticas, y económicas constituyeron un nivel socio-cultural que no
fue alcanzado por las otras sociedades nativas que ocuparon el actual territorio colombiano.

Válidas o no las anteriores consideraciones, el estudio de los Muisca continúa siendo tema de
interés. Actualmente, la investigación para lograr inferir los orígenes y sucesivas fases de
desarrollo de esta etnia, tiene en cuenta que ésta junto con los SUTAGAOS, TUNEBOS,
LACHES, GUANES, CHITAREROS, TIMOTOS y CUICAS formaron parte de la gran familia
lingüística Chibcha que ocupó en el siglo XVI un área conjunta de más de 70.000 Km2. Estas
sociedades guardaban entre sí muchas similitudes y relaciones; por ello el estudio de los
Muisca se viene enfocando en un marco regional, cultural y cronológico amplio que se
relaciona con los "Chibchas de los Andes Orientales". Esta denominación comprende los
grupos mencionados en una región que abarca la cordillera Oriental de Colombia desde el norte
del Macizo de Sumapaz, hasta la Serranía de Mérida en Venezuela. Lleras y Langebaek (1987).

El Período Lítico o Precerámico

Las primeras evidencias de ocupación temprana en la Sabana de Bogotá, se localizaron en


abrigos naturales (Rocas de Sevilla) en la hacienda El Abra (Zipaquirá). La investigación
adelantada por T. Van Der Hammen, G. Correal, L.C. Lerman (1970); y W. Hurt, T. Van der
Hammen y G. Correal (1976),(1977), permitió determinar las características tipológicas y
cronológicas de un conjunto lítico formado básicamente por artefactos de chert, cuya técnica
preferencial fue la percusión, para producir bordes cortantes; sólo ocasionalmente, se utilizó la
técnica de presión para producir retoques secundarios a los artefactos. Se conocieron además
las características ecológicas y adaptaciones culturales, que se dieron en la Sabana de Bogotá y
las diferentes épocas del poblamiento "pre-chibcha"; así se estableció que el desecamiento del
antiguo lago sabanero debió ocurrir entre los años 40.000 y 30.000 A.P. El período
comprendido entre los 30.000 y 20.000 años A.P. correspondió a una época fría con una
vegetación de páramo húmedo, época en la cual todavía no hay vestigios culturales. Hacia el
año 20.000 A.P. el clima se vuelve más frio aún y además muy seco. Alrededor del 12.500 años
A.P. el clima mejoró notablemente, aumentó la temperatura y la humedad, la vegetación
adquirió un carácter de subpáramo y los bosques especialmente de alisos cubrieron casi toda la

95
sabana. Para esta época ya hay vestigios de la presencia del hombre, representados en carbón
vegetal y artefactos líticos, sin descartar la posible utilización de otros materiales como madera
y hueso en la fabricación de instrumentos.

La secuencia de El Abra culminó con grupos recolectores hacia el año 7.250 A.P.

El sitio Tibitó (50 Kms. al norte de Bogotá), estudiado por Gonzalo Correal U. (1981) ofreció,
por primera vez en Colombia, evidencias culturales precerámicas asociadas a restos de
megafauna (mastodonte y caballo americano) y de otras especies menores como venados. Los
vestigios se asociaron con una fecha de 11.740 + o - 110 años A.P. El material cultural,
consistió en artefactos de asta de venado, perforadores de hueso, e instrumentos líticos; un
raspador aquillado muy elaborado muestra una tecnología similar a la que se presentó en la
zona de ocupación 1 del sitio Tequendama fechada en el milenio XI A.P. Las evidencias
palinológicas de Tibitó I, revelaron un descenso en la temperatura, hasta condiciones de
subpáramo y permitieron establecer correlaciones con el estadial de El Abra (entre los años
11.000 y 10.000 A.P.). Este sitio se puede considerar como una estación de beneficio de presas
de megafauna (mastodontes) y especies menores (venados y otros).

Con los resultados de las investigaciones de Correal U. y Van der Hammen (1977) en los
abrigos rocosos del Tequendama se presentan los primeros intentos de sistematizar la
información sobre la etapa precerámica o lítica en Colombia. Los investigadores localizaron
yacimientos arqueológicos estratificados que abarcan una secuencia temporal que va desde
finales del pleistoceno (10.920 años A.P.), hasta aproximadamente el año 5.000 A.P. para las
industrias líticas precerámicas y entre los 2.500 años A.P. y la época de la conquista para los
elementos cerámicos.

En el estrato inferior de la secuencia, depositado hace aproximadamente 12.500 años, al


principio del tardiglacial, se encuentran vestigios de la presencia del hombre. Los pocos
desperdicios de talla de piedra señalan la existencia de campamentos de cacería de corta
duración. Alrededor del décimo milenio A.P. se evidencia la presencia estacionaria del hombre
por los restos de fogones y artefactos de chert de tipo Abriense, los cuales se caracterizan por la
preparación de un borde de utilización por medio de la técnica de percusión. Se supone que la
zona I de ocupación se destinó para la preparación de las presas de caza. Otros artefactos
fueron hechos con una técnica más refinada (Tequendamiense), empleando materiales más
densos y a veces provenientes de otros lugares (Valle del Magdalena). Los instrumentos
muestran retoques superficiales muy bien controlados, logrados mediante la técnica de presión
(hoja bifacial delgada, instrumento bifacial escotado, punta de proyectil y raspador aquillado).
En otros, se observan retoques secundarios muy finos en el contorno y en el borde de
utilización.

Los restos de fauna sugieren la caza del venado en un alto porcentaje y, en menor proporción,
de roedores (ratón, curí, conejo), armadillos, zorros y perros de monte.

96
El conjunto de evidencias demuestra que los abrigos del Tequendama estuvieron habitados
durante el estadial de El Abra por cazadores especializados que se habían adaptado a los
terrenos semiabiertos de la Sabana de Bogotá.

La zona de ocupación II, se ubica temporalmente hacia el año 8.500 A.P., allí abundaron los
fogones y alrededor de ellos grandes cantidades de restos de mamíferos y deshechos de comida.
También se identificó un taller de artefactos líticos de tipo Abriense: perforadores, raederas,
raspadores terminales y cóncavos, (estos últimos para el trabajo de la madera) lo mismo que
artefactos de hueso.

La fauna representada indica una baja en la cacería de venados y aumento en la de roedores, lo


cual parece indicar un cambio en el modo de subsistencia de cazadores especializados a
cazadores recolectores. En esta época se dio la práctica ritual de la cremación de cadáveres,
seguida del entierro de los restos.

Entre los años 7.000 y 6.000 A.P, se presenta en la zona III de ocupación, un aumento en la
densidad de artefactos que son únicamente del tipo Abriense, y de desperdicios óseos. Se nota
la ausencia de cuchillas, raspadores aquillados y laterales; se encuentran lascas laminares,
prismáticas y raspadores cóncavos que muestran la importancia de la industria de la madera.
Para esta época disminuyen los instrumentos de hueso; se produjo un incremento de la vida en
los bosques y se dio mayor énfasis en la recolección. La caza del venado persistió, aunque
aumentó la de roedores y hay indicios de domesticación del curí. Los restos de caracoles
(gasterópodos) son más frecuentes. En los entierros se observaron esqueletos completos
colocados en posición de decúbito lateral o dorsal, con los miembros flejados; los infantes
fueron enterrados en posición de cuclillas. El ajuar funerario consistió en instrumentos de
hueso. Un entierro fue fechado en 7.200 años A.P. y otro en 5.800 años A.P.

97
La fuerte abrasión dentaria, sumada a otros rasgos mandibulares, se relaciona con un régimen
de alimentos duros característico de los cazadores recolectores.

La continuidad del trabajo de G. Correal (1979), ha permitido la identificación de nuevos sitios


estratificados, uno de ellos Sueva I, se localiza en la margen derecha del río Juiquin (vertiente
del río Guavio), donde bajo un abrigo rocoso se identificaron varias unidades de estratos
culturales.

En la unidad estratigráfica 1 se encontró una baja densidad de artefactos líticos; el estrato 2


presentó mayor cantidad de instrumentos en piedra de tipo Abriense en chert rojo muy
compacto. El análisis de C 14 arrojó una fecha de 10.090 años A.P. la cual se asocia con el
entierro de un joven, cuyo ajuar funerario consistió en artefactos líticos y restos de mamíferos.

La unidad estratigráfica 3 no contenía elementos culturales; sin embargo, en el estrato 4


abundaban los instrumentos líticos en chert, asociados con fogones y restos de fauna, los cuales
fueron fechados en 6.350 años A.P. En la capa vegetal erosionada se encontraron fragmentos
cerámicos y volantes de huso de tipología Muisca.

Es de interés la presencia de hematita especular, transportada por el hombre, la cual,


igualmente es registrada en Los Alpes, municipio de Gachalá, (también en la vertiente del río
Guavio). Las evidencias de los dos sitios son similares y posiblemente éstos corresponden a la
misma oleada de individuos. La fecha más antigua se obtuvo bajo el abrigo rocoso de Los
Alpes y corresponde al año 9. 100 A.P.

Las investigaciones arqueológicas adelantadas por Sergio Rivera (1986) en el Páramo de


Guerrero, Municipio de Tausa (Cundinamarca), permitieron reconocer bajo los abrigos rocosos
de Payará, sobre la ladera occidental del embalse del río Neusa a 3.360 m.s.n.m. una sucesión
de ocupaciones humanas desde épocas precerámicas hasta tiempos recientes. Bajo una capa de
piedra producida por esfoliación se encontró la mayor densidad de elementos arqueológicos,
fragmentos de hueso calcinados, artefactos líticos de tipo Abriense, utensilios burdamente
tallados asociados a la industria de chopper y chopping tools, restos óseos de mamíferos y aves,
así como fogones, ceniza y carbón. Se sugiere que la ocupación de este estrato ocurrió entre los
años 8.000 y 6.000 A.P. (Período Hipsitermal). La riqueza de instrumentos óseos y la técnica
bien desarrollada permitió deducir que se trataba de una cultura de cazadores adaptada al
páramo; la actividad de la cacería fue perdiendo importancia, sin desaparecer, mientras crecía
la práctica de la recolección y posiblemente de agricultura primitiva. De otra parte, en la
abundante muestra cerámica se encuentran fragmentos que abarcan toda la secuencia de las
ocupaciones tardías establecidas para el altiplano cundiboyacense. Dentro de la cerámica
Muisca se identificaron tipos de diversas procedencias.

Las excavaciones de Gonzalo Correal (1979) en Nemocón 4 mostraron una secuencia que se
caracterizó, en la unidad estratigráfica 3 por una baja densidad de artefactos líticos,
instrumentos de hueso y una fauna variada representada por abundantes restos óseos de

98
venados, zorros, nutrias, saínos, mapuros, jaguares y roedores. La fecha asociada corresponde
al año 7.640 A.P.

El estrato siguiente carece de elementos culturales. La unidad 5 contenía una alta frecuencia de
deshechos de talla; allí se observó un incremento de raspadores y de cantos rodados, lascas
utilizadas, núcleos y martillos relacionados con el desarrollo de la actividad recolectora;
también aumentó el volumen de huesos de roedores y se registraron crustáceos (cangrejos).
Asociados con los artefactos líticos aparecen instrumentos de hueso, principalmente punzones;
se identificaron restos humanos, aparentemente de un entierro secundario. La unidad superior
estaba representada por un mínimo de martillos que indica una menor actividad recolectora.
Los artefactos continúan siendo elaborados con una técnica simple.

Otra ocupación humana precerámica fue localizada por Liselotte de García y Silvia de
Gutiérrez (1983) en Quebraditas (Zipaquirá). La abundancia de deshechos de talla indica que se
trató de un taller lítico fechado hacia el año 5.360 A.P. El piso superior presentó evidencias del
período cerámico.

Nuevas exploraciones en 1984, en el municipio de Sutatausa (Cundinamarca), hechas por


María del Pilar Gutiérrez B. (1985), dieron lugar al hallazgo de varios sitios precerámicos con
material lítico consistente en raspadores, raederas, cuchillos los cuales permitieron estudiar sus
implicaciones funcionales de utilización y a la vez demostraron la presencia de cazadores-
recolectores en dicha zona.

Gerardo Ardila (1980-1981-1984) halló nuevas evidencias líticas y cerámicas en el municipio


de Chía.

Los cortes realizados fueron: Chía I-(La Mana), con material lítico; Chía II -(Las Peñitas), con
material cerámico y Chía III -(Las Peñitas), con material lítico y entierros.

Las excavaciones permitieron identificar tres ocupaciones, la más antigua, bajo un abrigo
rocoso (codificado como Chía III) ocurrió aproximadamente entre 7.500 y 5.000 años A.P. Esta
se asocia con un pequeño grupo de personas, quienes delimitaron las áreas de cocina, taller,
descanso y enterramiento. Los artefactos líticos son de la clase Abriense. En el sitio se
fabricaron cuchillos y raspadores en huesos de venado. La tipología de los artefactos, y la
economía de los ocupantes de Las Peñitas, son similares a la que tuvieron los habitantes, por la
misma época, en la zona III del Tequendama, Nemocón 4, Zipaquirá y Payara II. En estos sitios
fue muy importante la recolección y el consumo de caracoles, complementando la dieta con
venados y otros mamíferos pequeños.

En Chía III, se encontraron 7 entierros, todos de la misma época y contemporáneos con la


ocupación del sitio. Los cuerpos fueron enterrados en posición decúbito lateral con los
miembros flejados. El ajuar funerario consistió en artefactos líticos, y restos de venado y
conejo. La fecha obtenida en el entierro 5 es de 5.040 años A.P. Los individuos eran de talla

99
media, con fuerte desarrollo muscular, cráneo dolicocéfalo, de cabeza alta, frente angosta y
corta, nariz ancha y un pronunciado prognatismo alveolar. Los restos dentarios muestran por
"primera vez" caries en épocas preagrícolas.

No se sabe si los habitantes de Chía III abandonaron la Sabana o si derivaron hacia nuevas
formas socioeconómicas en un lugar cercano. Lo cierto es que la región quedó deshabitada
temporalmente.

Entre los años 5.000 - 3.000 A.P. ocurre la segunda ocupación en Chía I por un grupo
numéricamente superior al anterior, éste ocupó un sitio a cielo abierto (terraza coluvial), sin
vinculación con los abrigos. Es probable que los habitantes que utilizaron este nuevo patrón de
asentamiento (semejante al de Vistahermosa en Mosquera y Aguazuque 1 en Soacha) también
hayan utilizado los abrigos rocosos como vivienda. Las evidencias sugieren contactos entre el
Valle del Magdalena y el altiplano. Los artefactos son de la clase Abriense, pero incluyen
cantos rodados con bordes desgastados (edge ground cobbles), raspadores planos e
instrumentos multifuncionales, asociados a la recolección y posiblemente a domesticación de
plantas, raíces y/ o tubérculos. La tradición de cantos rodados con bordes desgastados no había
sido reconocida para la etapa lítica en Colombia, pero se relaciona con otros yacimientos
(Chiriqui - Panamá) con evidencias de agricultura temprana. En Chía I también aparece un piso
de piedras fechado en 3.120 años A.P., en un estrato superior con cerámica del período Herrera.

Gonzalo Correal (1986) excavó en la hacienda Aguazuque (municipio de Soacha) un


campamento de cazadores recolectores y pescadores al aire libre, y a la vez un complejo
funerario precerámico. El asentamiento estaba resguardado de las inundaciones por hallarse
sobre una terraza que presentaba condiciones propicias para vivir y aprovechar los recursos que
ofrecían los remanentes lacustres de la Sabana de Bogotá, así como los recursos faunísticos y
vegetales de los alrededores. Además de campamento de cacería, el sitio sirvió de basurero y a
la vez como cementerio.

En la formación del yacimiento se presentan 7 unidades estratificadas. Las unidades 1 y 2, las


más bajas, son dos capas arenosas que culturalmente solo representan el fondo del entierro
inferior de la tumba doble de la unidad superior. La unidad 3 es la base de la secuencia cultural;
en esta se registraron fogones rellenos de ceniza, carbón, restos de fauna (venados, roedores,
caracoles terrestres, moluscos de agua dulce y crustáceos), artefactos líticos, pesas para redes
de pesca, plataformas concéntricas con huecos periféricos, entierros primarios, secundarios y
una tumba de pozo doble, sobre una plataforma apisonada. Los restos se encontraron cubiertos
con pintura blanca revestida con ocre, en ellos aparecen rasgos anatomopatológicos que
corresponden a treponematosis (Sífilis) avanzada. También se registró la presencia de huecos
que delimitan áreas circulares, que en un caso enmarcan la plataforma mencionada y en otros
casos aparecen independientes de dichas estructuras, configurando cobertizos en forma de
colmena.

100
La unidad 4 presentó los vestigios arqueológicos de mayor interés, fechados en 4.030 años A.P.
Allí se encontró un entierro humano; los restos se hallaron cubiertos de pintura blanca y están
asociados con artefactos líticos de la clase Abriense e instrumentos de hueso. También se
hallaron restos de cráneos con bordes biselados, decorados con incisiones rellenas de pintura
blanca, delineando motivos curvilíneos (volutas, círculos y líneas paralelas); sobre algunos de
estos se aprecia pintura de color rojo.

Los huesos largos recuperados, sin epífisis, muestran pintura plateada y blanca sobre negro, en
líneas paralelas. Esta unidad muestra un complejo funerario no definido anteriormente en
Colombia para yacimientos de cazadores recolectores; consta de 23 entierros primarios y
secundarios en disposición circular. En los primeros se incluyen mujeres, hombres y niños,
predomina el entierro doble, en posición lateral derecha o izquierda, con los miembros flejados.
Los paquetes de huesos humanos y de animales así como los huesos calcinados y cráneos
aislados sugieren la práctica del canibalismo.

La unidad 4 (2) no muestra variaciones significativas en los artefactos, restos de fauna o


entierros, con relación a las unidades superiores. En esta unidad aparecen las plataformas
circulares de color rojo con huecos rellenos de piedras areniscas angulares y huesos de
venados.

Las unidades 51 y 52 incluían fogones, construcciones de planta oval identificadas por huecos
de postes, entierros primarios y secundarios. A éstos se les puede asignar, por asociación
estratigráfica con el sitio (MSQ 14) Vistahermosa, fechas entre 3.400 y 3.100 años A.P.
respectivamente. Para esta última época se destaca una inhumación doble (hombre y mujer
adultos), colocados en la misma posición que los de la unidad inferior, pero con el rostro hacia
el oeste también se encontraron huesos con pintura blanca, deformación craneal fronto-occipital
y huesos largos pintados de rojo. Los entierros de niños muestran posición sedente con los
miembros flejados.

Los restos de fauna pertenecen a venados, ratones, curíes, faras y comadrejas, entre los restos
de peces se destacan el capitán y la guapucha, otros restos parecen corresponder a batracios,
(ranas), crustáceos (cangrejos), gasterópodos y moluscos, este último representado por la
especie de agua dulce (Unio pictorum) que debió servir como fuente de proteínas y para la
extracción del colorante plateado (Nácar).

Los artefactos líticos siguen siendo de la clase Abriense; pero se incluyen martillos de mano y
cantos rodados con borde desgastado (edge ground cobbles), tradición lítica similar a la de Chía
I y Vistahermosa. En este sitio se registraron punzones de hueso reconocidos también en
Vistahermosa y pesas circulares bucólicas para redes de pesca, elaboradas en cantos rodados de
arenisca.

La capa 6 solamente contiene pequeños trozos de carbón vegetal y unos pocos fragmentos
cerámicos del período Muisca. La unidad 7, la más alta, presenta cerámica moderna, vidrio y

101
tiestos definidos para el período Muisca.

Los restos óseos de Aguazuque presentan rasgos ya descritos para series precerámicas de
Colombia, tales como la dolicocefalia, atrición dentaria, prognatismo alveolar moderado,
pómulos fuertemente desarrollados etc.; es importante destacar cómo por medio de los estudios
paleopatológicos se han identificado en los restos óseos de este sitio lesiones luéticas (sífilis).

En la investigación realizada en la Hacienda Vistahermosa sitio (MSQ 14) en el municipio de


Mosquera al borde de la Laguna de Herrera G. Correal, (1984) identificó una estación
precerámica abierta, con dos capas culturales. La capa 1 u horizontal A, se caracterizó por la
presencia de un piso de piedras irregulares y postes de madera en posición horizontal,
posiblemente utilizados como aisladores de humedad. Se encontraron raspadores, raederas,
lascas con borde cortante y abundantes artefactos de asta y hueso que incluyen raspadores,
perforadores, leznas, y punzones, estos últimos denominados Vistahermosa, los cuales se
caracterizan por haber sido elaborados "con la porción superior de omoplatos de venados,
presentan una parte próxima laminar oblonga y un extremo agudo". También se encontraron
fogones y entierros humanos, destacándose un esqueleto completo rodeado por cinco cráneos.
Los restos de fauna incluyen mamíferos, aves y caracoles los cuales indican actividades de
cacería y recolección. Esta capa fue datada en 3.135 años A.P. La capa 2 presenta artefactos de
piedra y hueso; fue fechada en 3.410 años A.P. La presencia de basalto sugiere
desplazamientos entre esta parte del altiplano y el Valle del Magdalena.

María Victoria Palacios (1972), excavó en las colinas del Alto de La Cruz, cerca de Bojacá
(Cundinamarca). Encontró esqueletos humanos cuyos cráneos fueron definidos como
dolicocéfalos, con un índice promedio de 66.8%, por lo cual la investigadora supuso
contemporaneidad con la etapa precerámica. También encontró asociación con artefactos
líticos, trabajados por percusión y retocados por presión. Además registró instrumentos de
hueso (agujas, un cuchillo y un pulidor). Los artefactos y los restos de fauna los relacionó con
actividades de caza y recolección.

El Periodo Herrera (3)

La investigación de Gonzalo Correal U. y María Pinto Nolla (1983) en Zipacón sugieren que
los desarrollos agrícolas alfareros en la Sabana de Bogotá se remontan más allá del año 3.270
A.P. Esta fecha modifica la periodización cultural anteriormente establecida, con base en la
información de la zona IV de ocupación del Tequendama con prácticas agrícolas por el año
2.225 A.P. Los hallazgos de Zipacón muestran la coexistencia de patrones de subsistencia
basados en la cacería y la recolección, el cultivo incipiente de maíz y batata. Este sitio, además
de suministrar la fecha más antigua para la cerámica de la Sabana, permite una visión más
concreta sobre los acontecimientos ocurridos hacia el cuarto milenio A.P., esclareciendo en

102
parte, el vacío de información que existía. Según Correal y Pinto, el aspecto de mayor interés es
la presencia de los tipos cerámicos del "Período Herrera", "Zipacón Cuarzo Fino", "Zipacón
Rojo sobre Crema". La cerámica de este sitio se ubica entre principios del segundo milenio
a.C., y primeros siglos D.C. Los artefactos líticos obtenidos no difieren de los ya reconocidos
en otras áreas de la Sabana.

La fauna asociada incluye mamíferos, peces, aves, crustáceos y gasterópodos (caracoles),


sobresale la presencia de restos de pecarí, que junto con la de semillas de aguacate y rasgos en
la cerámicas relacionados con otros del Valle del Magdalena, sugieren una lenta migración de
esta región hacia el altiplano, a finales de la etapa lítica, de grupos diferentes a las bandas de
cazadores que habitaron la Sabana de Bogotá durante largo tiempo. Estos eran recolectores,
horticultores y alfareros.

Los resultados de esta investigación son de gran importancia, por ser la primera vez que se
plantea una etapa antes desconocida en el desarrollo cultural de la Sabana de Bogotá como fue
el paso de la agricultura incipiente (horticultura) y la recolección, a la etapa agrícola ya
desarrollada, en Zipaquirá y otros sitios del Período Herrera. De otra parte los datos obtenidos
en Zipacón permiten ir aclarando lo relativo al "Período Oscuro" o "Vacío Prehistórico"
planteado en investigaciones anteriores, para un período comprendido entre los años 5.000 a
2.225 A.P.

Silvia Broadbent (1971) fue quien registró la cerámica Herrera (3) en los municipios de
Mosquera, Madrid y Bojacá (Cundinamarca), en sitios por lo menos del tamaño de una aldea
(aproximadamente 5 has.). La investigadora definió los tipos "Mosquera Rojo Inciso" y
"Mosquera Roca Triturada"; planteó que esta cerámicas era muy particular, y diferente a la
Muisca encontrada en los mismos sitios. Ahora, con base en los resultados de varias
investigaciones, se puede plantear que la cerámica Herrera, a pesar de su amplia distribución en
la altiplanicie cundiboyacense, es muy homogénea.

Al Período "Herrera" corresponden los desarrollos culturales ocurridos entre el precerámico


tardío y el período Muisca; Cardale de Schrimpff (1985) afirma que éste se definió
principalmente por el estilo cerámico más antiguo conocido en la Sabana de Bogotá y que, con
anterioridad a los trabajos de Broadbent, Duque Gómez (1955) y Hernández de Alba (1937)
habían planteado la existencia de sitios y objetos diferentes a los asociados con los Muisca en
esta región.

Las excavaciones de García y Gutiérrez (1983), en el abrigo rocoso Tequendama III ,


mostraron un piso de vivienda, probablemente permanente tanto para la etapa lítica como para
el período cerámico "Herrera". En este sitio también se encontraron dos pisos de piedra
superpuestos y claramente diferenciados que correspondieron a ocupaciones humanas, el piso
inferior presentó material lítico, óseo y un entierro, y el superior estaba asociado al período
cerámico.

103
Gerardo Ardila (1981) identificó en el abrigo rocoso Chía II la tercera ocupación de esta zona,
por gente portadora de cerámica Herrera. La fecha obtenida fue de 2.090 años A.P. y según las
evidencias los abrigos no se utilizaron como sitios de vivienda, sino esporádicamente, como
campamentos de paso.

Uno de los trabajos más significativos


sobre el Período Herrera es el de Marianne
Cardale de Schrimpff (1981) sobre las
Salinas de Zipaquirá. Allí la ocupación
premuisca se asentó en las laderas de la
planicie o parte alta de la colina de La Sal.
En la primera mitad del último milenio a.C.
el sitio había sido desmontado y los
primeros habitantes cultivaron maíz y
quinoa. La cacería estuvo representada por
restos de venado grande, soche y curí. Se
calcula que para el primer siglo a.C.
habitaron el lugar de 35 a 70 personas. Por
el año 2.326 A.P. en Nemocón también se
producía sal por el proceso de evaporación.

En Zipaquirá durante el primer siglo d.C. se incrementó la producción de sal. Los cálculos
sugieren la presencia de 500 toneladas de fragmentos de vasijas utilizadas en la compactación
de la sal. La investigadora planteó que la población de la zona fue aproximadamente de 30.000
habitantes.

El conjunto cerámico de Zipaquirá, está representado por los tipos "Mosquera Roca Triturada",
"Zipaquirá Rojo sobre Crema", "ollas con decoración ungulada" y "Zipaquirá Desgrasante de
Tiestos". Estos comparten rasgos decorativos y aparecen asociados en sitios contemporáneos.
Un tipo adicional, en muy baja proporción, es el "Mosquera Rojo Inciso" importado tal vez de
los límites suroccidentales de la Sabana. No se sabe si se trató de un tipo cerámico del "Período
Herrera" o si fue elaborado por gentes de otra etnia, tal vez provenientes del Valle del
Magdalena.

En Zipacón y en varios sitios de Mosquera, se halló el tipo "Zipaquirá Desgrasante de Tiestos",


lo cual sugiere que la sal se transportaba en las vasijas en que se compactaba.

En la Sabana de Bogotá, Karl H. Langebaek R. y Hildur Zea S. (1983-85-86) en el sitio El


Muelle II (municipio de Sopó) identificaron tres períodos cerámicos. En el primero (Herrera) el
sitio de utilizó como basurero de una cerámica dedicada a la evaporación de aguasal.

104
Los tipos cerámicos asociados son el "Zipaquirá Desgrasante de Tiesto", que corresponde a
vasijas utilizadas en la producción de sal y, en menor proporción, el "Sopó Desgrasante
Calcita", cuyas formas sugieren una función de almacenamiento. Tipos como el "Mosquera
Roca Triturada" y "Mosquera Rojo Inciso" se asocian a cerámica doméstica, comúnmente
relacionados con el "Zipaquirá Desgrasante Tiestos". Estos no se encontraron en el sitio, lo cual
hace pensar que el lugar de vivienda quedaba en las inmediaciones de El Muelle II. Los
vestigios de fauna sugieren la caza de venado grande, venado pequeño, ratones y patos.

Las características estratigráficas, y evidencias obtenidas para el segundo período identificado


en el sitio, corresponden a la cultura Muisca y probablemente El Muelle sea el antiguo
asentamiento de Meusa.

En dicho sitio entre los períodos Herrera y Muisca cambiaron las características de ocupación,
lo cual sugiere que entre estos no hay mayor continuidad cultural. Al tercer período le
corresponde la cerámica post-conquista. Langebaek (1986), compara los resultadas obtenidos
en la región de Sopó con los de otras excavaciones del altiplano. El investigador comenta que
las excavaciones en "El Muelle" brindaron la oportunidad de conocer la historia de un sitio
donde se arrojaron desperdicios de los dos períodos cerámicos previos a la invasión española;
también identificó algunos rasgos comunes para ambos períodos. Se sabe que los indígenas de
estos períodos compartieron el conocimiento de prácticas agrícolas y alfareras, escogieron el
mismo sitio para vivir y al parecer mantuvieron relaciones de intercambio que les daban acceso
a productos de lejana procedencia. Sin embargo entre los indígenas de uno y otro período
parecen haber existido más diferencias que similitudes. En la cerámica existe un evidente
contraste: el uso de pintura para la decoración en el Período Muisca, con técnicas y motivos
que recuerdan tradiciones del norte de Colombia, Venezuela y los Llanos Orientales. Tanto
Langebaek (1986) como Cardale (1981) opinan que no es difícil relacionar los tipos incisos de
dicha región con el material de los sitios de Sopó y Zipaquirá. El tipo Herrera "Mosquera Rojo
Inciso", se asemeja a vasijas encontradas en el Valle del Magdalena; este tipo no está
representado en el material de los dos sitios mencionados. Esta cerámica es común en el sur y
occidente de la Sabana de Bogotá y presenta estrecha relación con tiestos de cerámica
"Pubenza Rojo Bañada", característicos de algunos sitios de la vertiente occidental de la
cordillera. Lo anterior sugiere el traslado de dos tradiciones cerámicas en el límite entre las dos
áreas. Langebaek plantea que la relación entre el Muelle II y el Valle del Magdalena, se debe
trazar a partir de la cerámica con desgrasante de calcita (Mosquera Roca Triturada), cuyas
formas y decoración recuerdan aspectos de vasijas encontradas en Arrancaplumas, cerca a
Honda.

En cuanto al área ocupada por los Muisca fue por lo menos cuatro veces mayor que la ocupada
por los habitantes del período anterior. Estos grupos presentan diferencias en las pautas de
asentamiento. Durante el Período Herrera hay utilización de abrigos rocosos y sitios a campo
abierto, mientras que los asentamientos Muisca son únicamente de la segunda categoría.

105
Durante el Período Herrera tuvieron importancia para la dieta los frutos de la caza y la
recolección, la cual se complementaba con productos de una agricultura incipiente; la
evaporación de aguasal era una actividad económica notable. Para los Muisca la economía se
basó en la agricultura desarrollada con énfasis en el cultivo del maíz. Durante el Período
Herrera es notable la ausencia de tejidos, de orfebrería y de cerámica ceremonial, lo que apunta
a diferencias en la vida ritual y espiritual. Langebaek defiende la tesis que se trata de dos
épocas en las cuales predominaron grupos de distinta filiación cultural, Herrera y Muisca, que
probablemente son de origen disímil.

Alvaro Botiva (1984), obtuvo una muestra superficial de Cerámica Herrera del tipo "Mosquera
Roca Triturada", en la Cueva del Nitro (Municipio de Ubalá) sobre la margen izquierda del río
Guavio. Esta se encontró asociada superficialmente con cerámica Muisca, pesas tubulares para
red, cuentas de collar en calcita y concha marina. Aunque no fue posible adelantar
excavaciones en dicho sitio, es interesante la presencia de dicho material en la vertiente oriental
de la Cordillera Oriental, ya que sirve como indicador de la gran expansión que tuvieron las
gentes del Período Herrera en la altiplanicie. Esta migración se confirma una vez más con el
trabajo de Sergio Rivera (1986) quien, al noroeste de la Sabana de Bogotá, en el Páramo de
Tausa bajo los abrigos rocosos de Payará, encontró cerámica de dicho período además de
Muisca y moderna. Para este sitio se planteó que pudo haber sido una estación tardía de caza y
recolección, y a la vez parte de una ruta de comercio. Es interesante observar que los dos sitios
mencionados corresponden a dos pisos térmicos diferentes, clima medio y páramo, lo cual nos
confirma que la ocupación Herrera se asentó en regiones de distintos ambientes y explotó
varios nichos ecológicos.

El sitio "La Loma" (Facatativá,


investigado por García y Gutiérrez
(1983) se caracterizó por la ausencia
total de un período lítico y el hallazgo de
abundante cerámica, instrumentos de
hueso y un fogón. La fecha 310 años
A.P., obtenida de un piso cultural, no es
del todo consistente con el tipo cerámico
"Mosquera Roca Triturada" pero
aceptable, por la asociación con el tipo
cerámico, "Funza Cuarzo Fino". Se cree
que el lugar sólo se utilizó
esporádicamente como estación de caza,
a la vez que probablemente sirvió como
refugio de los desbordes del río Chueca.

106
El Período Herrera en Boyacá se remonta a una fecha de 2.160 años A.P.; ésta fue obtenida por
Virgilio Becerra (1985) en "Piedrapintada" (Ventaquemada-Boyacá). Se asocia con cerámica
Herrera, un fogón, huecos de poste, una zona de deshechos de cocina, un sector para depósito
de tiestos y una zona para la industria lítica.

Ya en 1937 Hernández de Alba, al excavar en Tunja, encontró 7 columnas de piedra que


formaban un círculo; según él, debieron ser parte de construcciones trabajadas por un pueblo
distinto al que en el mismo sitio dejó huecos de maderos de una construcción también circular.
Hernández de Alba, encontró cerámica con decoración incisa y pintada. También excavó varias
tumbas, en la No. 4 además del esqueleto, halló tiestos pintados con líneas negras, piedras de
moler y carbones; el autor es muy claro en afirmar que los cortos trabajos revelan diferentes
tipos de construcciones, dos clases de cerámica, usos funerarios, detalles religiosos,
características raciales y un llamativo problema sobre dos culturas. Es interesante anotar que el
sitio donde Neila Castillo (1984), encontró cerámica Herrera, está localizadas muy cerca de las
excavaciones hechas en 1937 por el mencionado investigador y que identificó como el Temple
de Goranchacha.

Para la región del Alto Valle de Tenza, Roberto Lleras (1986), encontró en el Municipio de
Tibaná dentro de una pequeña cueva, cerámica del período Herrera.

Las fechas entre los años 2. 180 y 2.880 A.P. obtenidas por E. Silva Celis (1981-1883-1986) en
El Infiernito, sugieren que las estructuras megalíticas orientadas Este-Oeste se erigieron durante
el período Herrera. Desafortunadamente todavía este investigador no ha publicado la
descripción del material cerámico asociado a las esculturas; sin embargo, Boada (1987) hace la
analogía de la cerámica de El Infiernito con la de Sutamarchán, Samacá y Tunja, con lo cual
deja entrever que esta cerámica es indiscutiblemente Muisca.

No sobra aclarar que dicho investigador asocia las construcciones megalíticas del observatorio
de Zaquencipa (El Infiernito) con los Muisca. Con base en la cronología que él obtuvo los
remonta a una época que oscila entre los siglos III y X a.C. Estos datos son contradictorios con
las primeras fases de la ocupación Muisca, conocida en otros documentos de la literatura
arqueológica del Altiplano Cundiboyacense.

Las investigaciones de Neila Castillo (1984), en Tunja, muestran una primera ocupación que va
desde el siglo III o IV hasta el siglo X d.C. (950 años d.C.). Esta se definió con base en una
secuencia relativa, pues solo se obtuvieron dos fechas de C-14; la primera de año 690 d.C. o
1.260 A.P. El material cerámico corresponde al complejo de cerámica incisa, caracterizado por
los siguientes tipos "Tunja Desgrasante Calcita", "Tunja Rojo sobre Crema o Gris", "Tunja
Desgrasante Tiestos", "Tunja Fino Inciso" y "Tunja Carmelito Ordinario". Estos se encontraron
estratificados en dos pozos en los estratos 8, 7, 6 y 5 y revueltos en los otros. Según Castillo,
las notables diferencias de esta cerámica con la Muisca, permitieron definirla como un

107
complejo anterior. Esta primera ocupación se caracterizó por que los tipos cerámicos ya citados
que son semejantes a los del Período Herrera de la Sabana de Bogotá; no obstante, fueron
denominados de manera diferente.

A esta ocupación sigue una zona de contacto cuya duración pudo extenderse por unos 300 o
400 años a partir del siglo VII-VIII d.C., hasta el X u XI d.C. (1.170 d.C. o 780 A.P.). La
investigadora obtuvo esta última fecha en la base de la unidad 4 de los pozos T VII y T IX, de
manera que existe un lapso de tiempo de casi 500 años de diferencia entre el límite superior del
estrato 7 y la base del estrato 4, que se reparte entre los estratos 6 y 5. A este período
correspondería la zona de contacto o transición entre un complejo inciso Período Herrera y uno
pintado Muisca. Un hecho relevante es la aparición del tipo Tunja Arenoso, que la arqueóloga
presenta como la cerámica transicional en la medida que porta elementos representativas como
las formas de vasijas del período precedente y la pintura roja como técnica decorativa en la
cerámica del período siguiente; un elemento propio de esta cerámica es la variación en la pasta.
El complejo de cerámica pintada va a caracterizar el segundo período de ocupación a partir del
siglo IX d.C. Los tipos cerámicos representativos y en orden de aparición son los siguientes:
"Tunja Desgrasante Gris", "Tunja Desgrasante Fino", "Cucáita Desgrasante Blanco", "Tunja
Naranja Pulido" y "Valle de Tenza Gris (bicromo)".

Ann Osborn (1985), menciona varias alineaciones de columnas de piedra (menhires) en los
alrededores de la Sierra Nevada del Cocuy, especialmente en Chita y la presencia de abundante
cerámica del Período Herrera alrededor de éstas. Según Marianne Cardale (1985), la cerámica
se relaciona estrechamente con la excavada en Tunja por Neyla Castillo, que pertenece al
complejo de Cerámica Incisa, En la muestra abundan los cuencos hemisféricos decorados con
motivos incisos, e impresos alrededor del borde. Esta decoración a veces se combina con
franjas de pintura o baño rojo; estas formas y motivos decorativos son característicos de los

108
tipos "Tunja Desgrasante Calcita" y "Tunja Rojo sobre Gris o Crema". Sin embargo se descarta
la posibilidad de comercio directo de las vasijas, ya que la pasta de la cerámica de Chita no
tiene calcita. Otros fragmentos con decoración de escobilla o superficie raspada se parecen al
tipo "Tunja Carmelito Ordinario"

Conjunto Pictográfico semejante a los del Altiplano Cundiboyacense. Río Guayabero (Foto: Alvaro
Botiva Contreras)

Entre el primer siglo a.C. y el sexto siglo d.C. W. Bray (citado por Cardale M. en Osborn
(1985), encuentra en el municipio de Carrizal una cerámica que corresponde a la denominada
Fase La Antigua. Esta sugiere relaciones entre la zona montañosa de Santander del Sur y la
parte norte de la altiplanicie cundiboyacense, durante el primer milenio d.C. última época del
Período Herrera.

Para culminar lo referente a este período podemos comentar que en cuanto al tipo de vivienda a
cielo abierto, no es muy claro todavía; Duque Gómez (1965) comenta que él excavó un bohío
circular en Mondoñedo (Mosquera Cundinamarca) que tenía cerámica diferente a la Muisca. En
Tequendama, Zipaquirá, Nemocón (Cundinamarca) y Piedrapintada (Boyacá) se encontraron
huecos de poste, recientemente en Soacha (Cundinamarca) la planta completa de un piso de
habitación o vivienda.

Las evidencias obtenidas a la fecha sobre los asentamientos del período Herrera para el
altiplano Cundiboyacense indican que fueron ocupados 9 abrigos rocosos, 4 sitios sobre colinas

109
(Sauquirá en Cogua y las Salinas de Zipaquirá, Tausa y Nemocón), y 20 sitios en áreas abiertas,
(entre ellas la pequeña salina de El Muelle en la vereda de Meusa (Sopó). El reconocimiento y
distribución de 30 sitios del período Herrera muestran una ocupación extendida por todo el
altiplano (Mosquera al sur, Tunja al Norte, Zipacón al suroccidente y Ubalá al oriente), así
como en diferentes pisos térmicos, que incluyen áreas de páramo (Payará II), de clima frío
(Sabana de Bogotá) y de clima templado (en las dos vertientes Ubalá y Valle de Tenza al Este y
Zipacón hacia el oeste).

De otra parte es claro que en la Sabana de Bogotá el Período Herrera y el Muisca se encuentran
separados. En cuanto a la transición Herrera-Muisca en Boyacá, es interesante observar que la
cronología de los sitios del Valle de Samacá (Boada, 1987), plantea una alternativa de
colonización proveniente del norte que va ocupando los valles interandinos (Sutamarchán, El
Infiernito, Samacá y luego Tunja). Esta propuesta se opone a la de Castillo sobre un período de
contacto y transición entre Herrera y Muisca, puesto que se trataría de un grupo de gente que
habría llegado a asentarse en Tunja, llevando una tradición cerámica ya desarrollada.

El Período Muisca

La complejidad social, económica y política de los Muisca fue sin duda la más notable del
actual territorio colombiano en la época prehispánica. Este planteamiento se viene afirmando
cada vez más de acuerdo a la información de los cronistas, con el análisis de la documentación
de archivos que ha permitido entre otras cosas establecer el vasto territorio ocupado por esta
etnia, y con los resultados de la investigación arqueológica que han dado cuenta de los
diferentes momentos del quehacer de dicho grupo no sólo a nivel de sus elementos materiales y
económicos sino también brindando datos sobre sus asentamientos, aspecto físico y biológico,
salud y enfermedad, manifestaciones ideológicas, (arte, religión, etc.). Muestran estos estudios
también que la homogeneidad de la sociedad Muisca es aparente, puesto que hay notorias
diferencias entre los habitantes del sur y los del norte de la Altiplanicie Cundiboyacense.

El presente aparte trae los resultados obtenidos por los diferentes arqueólogos que han
estudiado la sociedad Muisca a nivel de asentamientos, arte rupestre, orfebrería, cerámica,
osteología y consulta de archivos, de acuerdo con la división territorial establecida por Falchetti
y Plazas (1973) para el siglo XVI.

José Pérez de Barradas (1941), recopiló parte de las manifestaciones rupestres de Boyacá y
Cundinamarca. El autor consideró que las pinturas no eran diametralmente opuestas a los
grabados, sino que ambas técnicas fueron utilizadas por la misma cultura. Reafirma la opinión
de Juan de Castellanos, Juan Rodríguez Freyle y Bernardo de Lugo referente a la falta de
escritura por parte de los naturales de este reino; sostuvo además que las pinturas y los
grabados no pudieron ser indicios o rudimentos de escritura. También retomó los documentos y

110
comentarios de los investigadores Liborio Zerda y Miguel Triana; para plantear que el arte
rupestre ofrece la posibilidad de interpretarlo; comentó que si bien era un campo difícil de
investigar, no lo creía sin solución, pero tampoco tema propicio para toda clase de fantasías.

Jaime Jaramillo Arango (1946), describió dos piezas del trabajo orfebre de los Muisca, sus
técnicas de elaboración, y ofreció hipótesis sobre la utilización de las figuras. Planteó que si
bien el arte chibcha presentaba ejemplares de una gran delicadeza y hermosa filigrana no
obstante constituyó un tipo de orfebrería primitivo en relación con lo avanzado de la
producción metalúrgica de la Colombia Prehispánica.

Ana María Falchetti y Clemencia Plazas (1973), con base en cronistas, documentos de archivo,
mapas de los siglos XVII, XVIII y XIX, trabajos arqueológicos y otros escritos sobre los
Muisca, delimitaron el territorio de este grupo, y localizaron los asentamientos antiguos
(pueblos viejos). El mapa que elaboraron presenta los territorios del Zipa, del Zaque, y los
independientes, así como los límites externos y la colindancia con Sutagaos, Guayupes, Teguas,
Tunebos, Laches, Guanes, Muzos y Panches.

Gonzalo Correal y Jaime Gómez (1974), con base en los análisis y radiografías realizadas en
tres cráneos Muisca diagnosticaron por primera vez en Colombia, intervenciones quirúrgicas.
En el cráneo de una mujer, procedente de Sopó (Cundinamarca) además de la trepanación, se
observó una craneoplastía, compuesta de arcilla silícea de alto contenido férreo, color gris y
constitución densa. Por la obturación realizada en este cráneo se sugiere que la paciente debió
sobrevivir algún tiempo luego de la operación. En el segundo caso, otro cráneo de mujer
procedente de Belén (Boyacá), no está clara la finalidad de la trepanación que le fue practicada.
En el tercer caso sobre el cráneo de un hombre procedente de Nemocón (Cundinamarca), con
deformación (aplastamiento de la región frontal), la práctica quirúrgica trató una lesión
traumática, indicada por una fractura.

El estudio de Silvia Broadbent sobre la cerámica moderna de las altiplanicies de Cundinamarca


y Boyacá 1974 (Tausa, Ubaté, Chiquinquirá, Ráquira), es clave porque muestra la importancia
de su comercio, así como su utilización entre el campesinado; afirma también como la cerámica
moderna se ubica en dos categorías: la arraigada en la tradición indígena y la influenciada por
tradiciones foráneas, posteriores a la conquista. Esta investigación complementa los estudios
arqueológicos, pues permite señalar semejanzas con la cerámica antigua, en lo pertinente a la
fabricación. En un trabajo anterior adelantado en 1969, relaciona los hallazgos aislados y
monumentos de piedra del territorio Muisca referidos por diversos autores; estudió las terrazas
de cultivos reseñadas por Haury y Cubillos (1953), y las dividió en dos clases, de acuerdo a la
época de construcción. Esta arqueóloga además trabajó en 1964 documentos de archivo
referentes a la organización sociopolítica de los chibchas. De este estudio obtuvo información
sobre la organización interna de los grupos locales, las relaciones feudatarias entre caciques, los
derechos y funciones de éstos, los pueblos de indios. En cuanto al patrón de asentamiento

111
describe un poblamiento nucleado en Partes o Capitanías, junto con vivienda dispersa.

Clemencia Plazas (1975), tomando las colecciones de orfebrería del Museo del Oro del Banco
de la República, propone una nueva metodología de clasificación empleando criterios
cuantificables, para reemplazar la apreciación visual. Esta metodología aplicada a 412 tunjos
Muisca, permitió establecer 42 criterios de clasificación. El análisis de las figuras arrojó un
listado de sus características, las cuales fueron llevadas a tarjetas de computador. Así se
obtuvieron las tablas de correlación entre dos variables y otras pruebas estadísticas. La
investigadora plantea que, para obtener una clasificación científica es necesario hacer un
análisis exhaustivo, según criterios objetivos, catalogación bien archivada, establecimiento de
tipologías por características significativas y obtención de pruebas de distribución de
frecuencias.

Lucía Rojas de Perdomo (1975),en un estudio sobre la cerámica Muisca, analizó 1817 piezas de
colecciones de varios museos y estableció tipos cerámicos referidos siempre a una zona dentro
del territorio Muisca. Mediante la consulta bibliográfica siguió la dispersión de la vasija a cuya
forma es conocida como "mocasín". Luego de un recuento sobre las investigaciones
adelantadas en el altiplano cundiboyacense, entra a estudiar la cerámica desde su aparición
hasta llegar al detalle de la cerámica Muisca, definiendo los rasgos técnicos. Con base en La
revisión de la documentación histórica sobre la cerámica, menciona los centros de producción y
las características de la cerámica funeraria. La investigadora definió las formas y variaciones en
los tipos Valle de Tenza, y Buenavista (Boyacá), Guasca y Tequendama (Cundinamarca);
retoma de otros investigadores los tipos Suta y Guatavita.

112
Clara Inés Casilimas e Imelda López (1982), realizaron un estudio etnohistórico encaminado a
reconstruir la religión Muisca, desde la preconquista hasta el siglo XVII; utilizaron la
información que ofrecen los documentos coloniales, las crónicas y las investigaciones
arqueológicas. A partir de la recopilación de mitos y su posterior estudio estructural se intenta
reconstruir el templo Muisca. El área de estudio, correspondió a la región denominada
etnohistóricamente Zipazgo; sin embargo, en algunas oportunidades se recurrió a datos
arqueológicos y etnohistóricos del Zacazgo, ya sea por la carencia de información en el área
estudiada o porque los datos de una y otra se complementaban y en ciertas ocasiones son
comunes a los Muisca del sur y del norte. Las mismas investigadoras (1984), destacaron la
importancia de las "Visitas" como fuente primaria para el hallazgo de datos etnográficos que
contribuyan al conocimiento y comprensión de las etnias precolombinas, particularmente de la
Muisca. De esta forma en el estudio se recogieron datos referentes a tres aspectos de esta
cultura, a saber: ubicación de pueblos, composición interna de los repartimientos y actividad
económica local. El material etnográfico se clasificó de acuerdo a las cuencas hidrográficas
principales del territorio ocupado por el grupo Muisca. Este ordenamiento permitió distinguir y
comparar las diferentes subregiones geográficas con relación a los aspectos culturales
señalados anteriormente. De igual manera, las investigadoras elaboraron un diccionario de
topónimos en el cual reseñan a más de su ubicación (en ocasiones) su significado en lengua.

Carl Langebaek (1984, 1985a, 1985b, 1985c, 1986a), centra su interés en la información de
documentos del Archivo Nacional referentes a la organización social poblamiento, distribución
étnica y economía Muisca (producción agrícola, mercados, circulación de productos,
intercambio etc.) extendiéndolo a los demás grupos de la lengua chibcha que ocupaban la
Cordillera Oriental en el siglo XVI, especialmente los Laches. También ha orientado otros
trabajos hacia el estudio del patrón de pisos térmicos entre los grupos mencionados,
documentando la existencia de una pauta de residencia mixta, un tiempo en aldeas y otro en
bohíos dispersos, lo cual permitió una economía susceptible de incorporar artículos de diversos
climas, posición compartida también por algunos investigadores que estudian la región.
También muestra el acceso de los Muisca a los plantíos de coca durante el siglo XVI e incluye
las áreas donde se dio la producción de tabaco, yopo y coca en territorio Muisca y regiones
colindantes.

En el trabajo sobre "Mercados, Poblamiento e Integración Etnica entre los Muiscas del siglo
XVI", Langebaek (1987), analiza la distribución de productos entre los cacicazgos de habla
chibcha. Muestra como la producción y circulación de alimentos agrícolas y bienes de trabajo
entre los Muiscas fue el resultado de la autosuficiencia gracias a la utilización de diversos pisos
térmicos; el acceso a los recursos de éstos, así como el mantenimiento de posición y prestigio
político de los caciques fue una consecuencia no de la acumulación de riqueza sino de la
redistribución entre la población de los excedentes comunales (tributo) que tenía un manejo
centralizado en beneficio de la comunidad, sistema que debe entenderse como fundamental de
la organización socioeconómica entre los Muisca. Al tratar el intercambio plantea que no

113
requirió de especialistas, del uso de moneda o del transporte de grandes cantidades de
productos.

Con los mercados, que se hacían en sitios según las confederaciones, se fomentó la integración
étnica. También plantea como algunos cacicazgos y pueblos intermedios fueron centros
económicos en la circulación de productos. El investigador trae además una clara descripción
de las características de los cacicazgos y los artículos de intercambio y materias primas. En
síntesis presenta un panorama general de la economía Muisca del siglo XVI.

Margarita Silva (1985), clasificó tipologicamente 506 volantes de huso Muisca procedentes de
Sogamoso, Tunja, Chiquinquirá, Pesca, Samacá, Sutamarchán, Soacha, Pasca, Guasca, Sopó,
Guatavita y 111 de procedencia desconocida pero de tipología Muisca. Todos están elaborados
en piedra negra, característica que los diferencia de los de otras culturas prehispánicas. La
tipología fue establecida de acuerdo con la función desempeñada por el volante y las diferentes
técnicas (Bororó y Bacairí) empleadas en el hilado. Las formas se identificaron por medio de
conceptos geométricos, clase de material empleado, color, dureza, peso, dimensiones, técnica
de fabricación, diseño y decoración.

Territorio del Zipa

114
Para el territorio del Zipa se han realizado los siguientes trabajos:

Gerardo Reichel Dolmatoff (1943), investigó en la Vereda Panamá municipio de Soacha


(Cundinamarca), un sitio que tradicionalmente se ha denominado El Cementerio (4). Allí,
recolectó superficialmente una pequeña muestra de fragmentos de vasijas, hachas, ganchos de
tiradera, torteros de piedra con decoración grabada y empastada, fragmentos de collares de
piedra, barro y concha, una ocarina ornitomorfa y dos matrices para el trabajo del oro. El
informe no trae ningún tipo de análisis ni correlación del material.

Emil Haury y Julio César Cubillos (1953), realizaron excavaciones en Gachancipá, en la vereda
de Pueblo Viejo y en el Parque Arqueológico de Facatativá; aunque no excavaron terrazas de
cultivo, registraron buen número de ellas en cercanías de Soacha, Facatativá, Sopó, Tocancipá,
Zipaquirá, Tausa, Occidente de Chocontá y Tunja, y sugirieron que no se requirió de un sistema
social rígido para hacer estas construcciones, ni grandes grupos de trabajadores; plantearon que
la responsabilidad en la preparación de los terrenos debió recaer en la familia, como en una
sociedad rural. Referente a la ausencia de sitios estratificados y con alta concentración de
material, los investigadores hipotéticamente manifestaron que debió tratarse de una población
dispersa o a una corta historia. Con base en el estudio de la cerámica, identificaron doce tipos
con los cuales establecieron una secuencia cronológica de tres períodos, preconquista antes de
1538, colonial entre 1538 y 1820, y reciente de 1820 al presente. Propusieron un estudio del
ajuar funerario y de las tumbas para observar probables contrastes entre la cerámica funeraria y
la doméstica.

Silvia Broadbent (1962, 1969), adelantó su primer trabajo arqueológico en un cementerio


indígena (Muisca) en el barrio Tunjuelito al sur de Bogotá, en el sitio "LA CANDELARIA".
Los hallazgos consistieron en restos humanos de varias tumbas que inicialmente fueron
perturbados por trabajadores del lugar. La investigadora describe el tipo de tumbas y comenta
que hacia el borde de una terraza de formación pleistocénica halló un pequeño basurero. El
trabajo de excavación lo concentró en este depósito cultural, porque según ella correspondía a
un sitio de habitación, con una mayor posibilidad de obtener nuevos datos y además porque se
podía establecer una secuencia cultural por medio de la estratigrafía. De los cortes hechos logró
delimitar el basurero y deducir como se formó. La cerámica obtenida la llamó "Chibcha
Clásica"; a una de las clases cerámicas la designó "Tunjuelito Pintado". Además de la cerámica
encontró torteros, una cuenta discoidal de caracol, agujas, leznas de hueso y cuerno de venado,
además encontró restos de venado, curí, aves y pescados.

En otros de sus trabajos esta investigadora fue quien sentó las bases de la clasificación
cerámica para la parte sur del territorio Chibcha. Utilizó el nombre del sitio de procedencia del
material, así como las características relevantes de pasta, desgrasante, tratamiento de superficie,
decoración, etc. La seriación de la cerámica en relación con la frecuencia, la distribución por
sitios así como estratigráficamente, y la definición de los tipos cerámicos (1971-1986), le
permitieron formular un período pre-Muisca, hoy llamado Herrera, caracterizado por los tipos

115
"Mosquera Roca Triturada", y "Mosquera Inciso Rojo". El tipo "Funza Cuarzo Abundante"
correspondería a una alfarería cercana al Período Muisca, representado por los tipos "Funza
Roca Triturada", "Funza Laminar Duro", "Tunjuelo Arenoso Fino Pintado", "Tunjuelo
Laminar", "Tunjuelo Cuarzo Fino", "Chocontá Arenoso Grueso", "Guatavita Desgrasante
Tiestos", "Variante Rojo Abundante y Roja Burda", "Guatavita Desgrasante Gris". Un período
moderno está representado por la cerámica "Chocontá Vidriada" y "Ráquira Desgrasante
Arrastrado".

Wenceslao Cabrera Ortíz (1970) estudió algunas generalidades de los conjuntos pictóricos de
Cundinamarca. Para su estudio retoma críticamente trabajos anteriores sobre el tema elaborados
por Miguel Triana, José Pérez de Barradas y Antonio Núñez Jiménez, centrando su interés
sobre las pictografías de las Piedras de Tunja en Facatativá. Comenta que allí se encuentra el
núcleo más numeroso que integran el llamado "Cercado del Zipa", que según él sería el
conjunto pictórico más impresionante de Colombia, por la gran cantidad de dibujos distribuidos
en 63 murales entre pequeños y grandes, pintados sobre 32 piedras.

En su escrito presenta un croquis completo de la ubicación de las piedras y describe los


pictogramas más importantes, planteando que los dibujos que trae dan una mejor idea de su
imponencia, ya que estos hablan con mayor elocuencia. Dice que no hay riqueza de los signos,
que hay una repetición muy marcada de elementos primarios o sea de figuras rectilíneas.

En el documento se muestran otros conjuntos pictográficos, el de la Vereda Chunavá en Bojacá


el cual consta de 13 piedras pintadas siendo éstas por su representación, de las más importantes.
Igualmente localiza y describe las piedras de los Cerros de Usca en cercanías a la laguna de la
Herrera en Mosquera de las cuales dice que la representación es bastante pobre. Trae otra serie
de pinturas rupestres de la Hacienda Mondoñedo y del Cerro de las Cátedras, también de
Mosquera; de Sibaté, Canoas, San Benito y Tequendama en Soacha; de Sutatausa, Suesca, Chía
y Zipaquirá. El investigador Cabrera Ortíz recalca que la destrucción de estos monumentos se
debe a la acción brutal de la ignorancia.

Elena Uprimmy (1969), excavó en el Alto de Cubia, (municipio de Bojacá), una colina rocosa
en la que encontró cerámica, artefactos líticos y restos óseos. Los pocos fragmentos cerámicos
hallados en las capas superficiales eran de tipología "chibcha", similar a la encontrada por
Reichel-Dolmatoff (1943) en Soacha y a la descrita por Haury y Cubillos (1953) para
Facatativá. En tumbas de pozo circular, oval y rectangular se encontraron esqueletos de adultos
y uno de niño, colocados en posición decúbito lateral. Luego del estudio de éstos, la
investigadora planteó que la dolicocefalia, que presentaban los cráneos era una característica
poco común en los grupos chibchas, lo cual sugiere la posibilidad de que se tratara de
individuos pertenecientes al período lítico; de ser así se explicaría la profusión de raspadores y
lascas de piedra; cuchillos en hueso de venado y restos óseos de curí, armadillo, venado,
zarigüeya y varias clases de aves. El carbón vegetal y la variedad del material hacen pensar que
el sitio fue un basurero de vivienda o un taller lítico, además de cementerio. La cerámica

116
correspondería a un período más reciente ya que se trata de alfarería Muisca. La investigadora
además describió 10 pictografías con dibujos geométricos, pero no analizó el significado de
éstos por falta de elementos comparativos.

Cerca a la población de Bojacá, Mariana Brando (1971), excavó en los sitios La Fragua y
Montanel. La estratigrafía cultural observada en los cortes de 10 trincheras en ningún caso
alcanzó un metro de profundidad. Allí encontró 8 esqueletos incompletos que presentaban
aplicación de pintura roja, abundante material lítico y unos pocos fragmentos de cerámica. Las
características antropométricas, las formas de enterramiento y el material cerámico, (con el cual
estableció 13 tipos) pertenecen al grupo Muisca.

El análisis del material lítico permitió observar muchas similitudes con el encontrado en el sitio
El Abra por Correal, Van der Hammen y Hurt; dado que la investigadora no trató sobre el
período precerámico, es de suponer que la presencia en Bojacá de material lítico similar con el
de El Abra se deba a la continuación de la técnica del tallado (Industria Abriense).

Dermis H. O'Neil (1972), investigó varias terrazas de cultivo en el sitio llamado San Jorge, en
el municipio de Suba. Estas se construyeron apilando tierra en 5 estadios sucesivos. Cada una
de las 4 terrazas tiene su propia historia de construcción, no obstante ser aledañas y
contemporáneas. En sus alrededores se hallaron evidencias de un asentamiento nucleado, de 4 a
8 viviendas con áreas de cultivo. Para la época de la conquista el área inmediata estaba
densamente poblada. El mayor potencial de fertilidad del suelo se encontraba al sur de las
colinas de Suba. La cronología que estableció este investigador para el sitio, fue preconquista
tardía y post conquista (siglos XV y XVI), las evidencias según él son contemporáneas con
Facatativá, Mosquera, Cota, Tocancipá y Soacha.

Por medio del material encontrado en Pasca (Cundinamarca), Luisa Fernanda Herrera (1972),
sienta las bases para establecer la frontera Muisca-Panche. Plantea el contacto entre estos dos
grupos, bien por medio de guerras, invasión de territorios o por simple comercio e intercambio
de cultura material. El estudio, con base en información de los cronistas, aporta datos para la
historia y localización geográfica de Panches y Muiscas. Los materiales obtenidos en las
excavaciones de cinco cuevas y sitios abiertos, consisten en restos óseos humanos, de animales
e instrumentos líticos y cerámicos. Según la arqueóloga, el Páramo de Pasca era considerado
como santuario, en el cual un tipo de ofrendas consistía en depositar múcuras con huesos de
animal, conchas y cuentas de collar; en el otro se colocaban pequeños tunjos, en vasijas
cilíndricas pequeñas, de cerámica pulida y decorada con aplicaciones. La actividad económica
principal fue la agricultura del maíz complementada con animales de presa.

117
Terrazas Agrícolas en Pueblo Viejo de Facatátiva. Sabana de Bogotá. (Foto: Warkick Bray)

Inés Elvira Montoya (1974), estudió pictografías de la Hacienda Terreros del Municipio de
Soacha, las cuales no se habían registrado antes. La investigadora trata en general sobre las
pictografías encontradas en Cundinamarca, las cuales se concentraron en las tierras altas y frías
ocupadas por Muisca y Sutagaos. Según ella, el diseño de las pictografías se relaciona con la
cerámica y la orfebrería Muisca, con la cerámica por ejemplo en el uso de la pintura positiva,
con predominio del color rojo. La investigadora especula al establecer relaciones con la
mitología; según ella el diseño de las pictografías se asemeja con el de las mantas, cuyos
motivos Bochica trazó sobre piedras sagradas.

La excavaciones de Alvaro Botiva C. (1976), en el municipio de Guasca y las fracciones


colindantes de Sopó y Guatavita, se concentraron por una parte en las formas de enterramiento,
tratando de establecer la relación entre el sitio, la estructura funeraria y el contenido de la
tumba. En cuanto a las formas de las tumbas, registró diferentes tipos, principalmente
rectangulares con un alto contenido de materia orgánica (tierra negra), poco profundas (1 mts.
aproximadamente) y cubiertas con lajas de piedra; tumbas de pozo con cámara lateral, algunas
con varias cámaras selladas con una laja de piedra y más profundas que las anteriores, (1.80
mts en promedio). Otro tipo de estructura funeraria consistió en una bóveda rectangular y
lateral a la pendiente de una pequeña colina; la entrada se cubría con pequeñas lajas continuas.
Referente al material óseo no fue posible su recuperación pues debido a la acidez del suelo se
hallaba prácticamente desintegrado. Por otra parte el investigador identificó varios depósitos

118
arqueológicos al parecer de carácter ceremonial, localizados en las cimas de los cerros y en
cercanías a las fuentes de aguas termales, lagunas y ríos. También ubicó basureros que debieron
ser parte de áreas de vivienda; registró pinturas rupestres y 4 rocas con petroglifos. Las piezas
cerámicas las documentó individualmente en fichas de clasificación.

Marianne Cardale de Schrimpff (1981b y 1982), realizó un estudio de la cerámica Muisca


hallada en la Colina de la Sal, Zipaquirá III. Para éste partió del principio por el cual el
conocimiento superficial de la cerámica y la atribución de un estilo a un grupo étnico e
histórico no es suficiente prueba; por ello comenta lo conveniente que fue revisar las bases
sobre las cuales se fundó dicha atribución. Debido a la falta de descripciones detalladas de la
cerámica Muisca en las obras de los cronistas, la investigadora creyó necesario estudiar sitios
del período de contacto entre Muiscas y españoles (ver Marianne Cardale 1978, y Eliécer Silva
Celis 1945). Los hallazgos en dichos sitios muestran que la copa y la múcura son formas
netamente Muisca, a las cuales se ha encontrado asociada una amplia gama de otras formas
cerámicas. (ver Botiva 1976-1984; 1988 en preparación).

Con base en las excavaciones, elaboró un mapa que muestra en forma tentativa la extensión
sobre la colina de La Sal de las zonas que fueron ocupadas en los diferentes períodos: Herrera,
Muisca y Colonial. Planteó además una serie de hipótesis sobre esta colina, pues en el sitio
Zipaquirá V (ver Cardale 1981) los resultados mostraron claras evidencias de la explotación de
la sal desde una época anterior al comienzo de la era cristiana, tradición que se prolonga hasta
la ocupación Muisca.

Alvaro Botiva C. (1984), adelantó un reconocimiento de la región del Guavio, tendiente a


localizar asentamientos Muisca. En la vereda Salinas (municipio de Gachetá) excavó una
tumba de pozo e inició la excavación de un basurero de más de 5 metros de profundidad,
asociado con un taller cerámico. La principal forma cerámica (vasijas globulares de asa
maciza), al parecer, se relaciona con el transporte de aguasal. En el área de impacto de la
hidroeléctrica del Guavio (Ubalá-Cundinamarca) rescató vasijas de cerámica, dentro de tumbas
Muisca de corte trapezoidal, cubiertas con lajas de piedra. El carbón contenido en una de ellas
fue fechado en 290 años A.P. Además prospectó otros sitios de interés arqueológico como la
Cueva del Nitro o del Indio, con cerámica del tipo "Mosquera Roca Triturada" asociada con el
período Herrera.

También encontró pesas de red, cuentas de collar en concha marina y cerámica Muisca. El
investigador complementó la información obtenida con la interpretación de documentos del
Archivo Nacional del año 1670 sobre los Indios Chíos, habitantes de Gachetá, estableciendo
relaciones entre etnohistoria y arqueología de la región.

Silvia Gutiérrez y Lizelotte de García (1984), excavaron en la hacienda La Ramada (Funza-


Cundinamarca). Al adelantar el rescate de varias tumbas Muisca hallaron en un área de 200
mts2 por 0.50 mts. de profundidad, manchas de tierra negra en forma de triángulo, orientadas

119
de sur a norte. Se trataba de pirámides invertidas de bases triangulares cavadas en una capa de
arcilla amarilla con intervalos regulares, variación de volumen y en orden decreciente; paralelo
a las pirámides corría un canal artificial. El relleno de todas las estructuras presentaba tierra
negra y fragmentos cerámicos, líticos y óseos.

Para las autoras se trataría de un lugar sagrado. Su interpretación se basó en la comparación y


análisis de conceptos simbólicos, míticos y rituales. El elemento que sobresalía en el sitio fue el
triángulo, como símbolo femenino, también representado en la cerámica, en los tejidos en la
orfebrería y en las pictografías. Interpretaron el conjunto de triángulos formando una línea
ondulante, como la serpiente, animal ligado a los mitos de Bachué y Meikuchuka, que
simboliza la eternidad, la encarnación, la fuerza y energía así como la fecundidad. Otro
elemento importante fue el agua, por estar en ella el origen de la vida, y ligado al mito de
Bachué cuando sale del agua, para luego convertirse en serpiente y retornar a su lugar de
origen, reapareciendo como la misma divinidad lunar Chía.

Carl Langebaek (1983, 1985d-1986b) adelantó una investigación arqueológica en el sitio El


Muelle Sopo (Cundinamarca), allí excavó una yacimiento que muestra un asentamiento del
Período Herrera, en el cual muy posiblemente explotaron una pequeña salina. Sobre éste y de
manera independiente, se asentó un grupo de la etnia Muisca. El autor describe el material
lítico, cerámico y óseo obtenido el cual corresponde a tres ocupaciones, Herrera, Muisca y
Moderno. También describe las tumbas Muisca excavadas. Complementa la información
arqueológica con datos etnohistóricos y asocia el sitio con el antiguo pueblo de indios de
Meusa.

Posteriormente el investigador expone sus apreciaciones sobre los basureros, áreas de vivienda
y de cultivo registradas en el sitio. Resume el estado de conocimiento sobre los períodos
Herrera y Muisca, y defiende la tesis que se trata de dos épocas en las cuales predominaron
grupos de distinta filiación cultural y probablemente origen disímil.

María Cristina Hoyos (1985), partiendo de los trabajos arqueológicos adelantados en Facatativá
y sus alrededores por Haury y Cubillos(1953), la información etnohistórica contenida en la obra
" Pueblo, Encomienda y Resguardo en Facatativá: 1538- 1852" de Jeanne B. de Buchanan
(1982)y con ayuda de mapas, identificó el sector correspondiente al asentamiento del cacicazgo
de Facatativá, localizado en una amplia zona al suroccidente del altiplano. Además, le atribuyó
importancia especial al sitio de Pueblo Viejo, (sobre las faldas del Cerro Manjui, entre los
caminos que van de dicha población a Zipacón y Anolaima), considerado como el pueblo del
cacique de Facatativá.

Las excavaciones le permitieron aclarar aspectos referentes al patrón de asentamiento indígena,


Para ello, localizó tres sitios que se conocen como "El Mercado", "La Iglesia de los Indios" y
"el Cementerio". Este último sitio se localiza sobre un aterrazamiento artificial y fue allí donde
se encontró la mayor concentración de cerámica.

120
Como sobre la cerámica obtenida en Pueblo Viejo ya se había hecho una clasificación, la
investigadora realizó un intento de homologación de los tipos propuestos por Haury y Cubillos
(1953) con los descritos por Broadbent (1967- 1971) y Cardale (1981). Confirmó así que los
tipos clasificados como D y E por los primeros arqueólogos corresponden al tipo "Funza
Cuarzo Fino"

También analizó, mediante un estudio petrográfico, las características y composición de


algunas secciones de cerámica pertenecientes a los tipos "Funza Cuarzo Fino", "Funza Cuarzo
Abundante" y "Mosquera Rojo Inciso". Del tipo "Funza Rojo Cuarzo Fino", pudo constatar la
correspondencia de los componentes de la pasta con la formación geológica "Guadalupe" del
área de estudio. Encontró que la composición litológica de los derrubios hallados en la zona se
asemeja con la observada en las placas, lo cual indica que la cerámica se fabricó en la región.
En los otros dos tipos estudiados a través de secciones delgadas, se encontró abundancia de
feldespatos, que corresponden a zonas con rocas volcánicas. La investigadora planteó que esta
cerámica debió ser foránea, lo cual explicaría la relativa escasez de este material en la Sabana
de Bogotá. Basándose en la similitud encontrada a partir del estudio petrográfico y de la
cercanía cronológica entre los tipos "Funza Cuarzo Abundante" y "Mosquera Rojo Inciso"
propuesta por Broadbent (1971), sugiere unificarlos bajo una sola denominación.

Germán A. Peña León (1986), adelantó exploraciones arqueológicas en el municipio de


Cachipay (Cundinamarca), en busca de yacimientos arqueológicos en la vertiente suroccidental
de la Cordillera Oriental, en la cuenca media del río Bogotá, donde las vías naturales
permitieron sucesivos desplazamientos de grupos humanos, posibilitando diversas relaciones
culturales en épocas distintas. Hasta el momento ha identificado, en pequeños cortes
controlados estratigráficamente cerámicas de los períodos Herrera y Muisca asociados con
artefactos líticos semejantes a los de la tradición Abriense.

Graciela Escobar González (1986), adelantó una prospección arqueológica desde el municipio
de El Calvario hasta el de San Juanito (Meta) practicando sondeos y trincheras estratigráficas
en sitios escogidos. Este trabajo es un estudio preliminar y una de las primeras investigaciones
arqueológicas realizadas en la cuenca alta del río Guatiquia, zona muy quebrada y de grandes
pendientes, entre los 25º y 50º. El trabajo comprende una parte etnohistórica; además trae una
reseña histórica y arqueológica sobre los diferentes trabajos realizados en cercanías a la zona
estudiada.

La investigadora identificó una tumba de "Cancel o Dolmen" con cinco lajas verticales y una
horizontal. El análisis del material cultural hallado incluye la descripción lítica, cerámica y ósea
del mismo. También la descripción de los diferentes tipos de enterramiento. A manera de
conclusiones, la arqueóloga identificó parte de la cerámica como perteneciente a los tipos
Muisca "Guatavita Desgrasante Gris", y "Guatavita Desgrasante Tiesto" Para una visión más
real de la zona, se propone adelantar, una investigación sistemática, en la cuenca alta del río

121
Guatiquia que incluye las poblaciones de San Juanito, El Calvario, San Francisco y Monfort .

Alvaro Botiva Contreras, Arqueólogo del ICAN adelantó (entre marzo y septiembre de 1987),
el rescate de información arqueológica de un asentamiento Muisca que se destruyó para dar
paso a la construcción de la Urbanización Portalegre de propiedad de Promotora Colmena. El
yacimiento se localizó en el municipio de Soacha al norte de la población. Allí se excavaron
133 tumbas, 4 plantas de bohíos, con sólo una puerta de entrada hacia el S.E. y un diámetro
promedio de 8 Mts.; así como varios nichos que contenían metates, manes de moler, tiestos,
restos óseos de animales y un alto contenido de materia orgánica, representado en tierra muy
negra con abundante fósforo.

Tumbas de planta rectangular. Soacha (Cundinamarca). (Foto: Alvaro Botiva Contreras)

Las tumbas en su mayoría eran de planta rectangular, poco profundas (1 metro en promedio) y
ninguna sobrepasó el estrato de arcilla lacustre. Aproximadamente el 10% de las tumbas se
hallaban cubiertas con lajas de piedra. Los cuerpos fueron enterrados en posición de decúbito
dorsal extendido y con diferentes orientaciones sobresaliendo la E-O, S-N y 10º NW. (La
orientación se tomó en relación al eje cabeza-piernas).

El material cerámico recuperado consistió en 36 vasijas representadas en mocasines, cuencos,


copas, jarras, ollas globulares de 2 asas y cientos de fragmentos; todo el material, sin
excepción, corresponde a formas y tipologías ya establecidas para los Muisca de la Sabana de
Bogotá; se obtuvo igualmente una excelente muestra de cuentas de collar de diferentes formas,

122
elaboradas en concha marina. El material lítico estaba formado por 3 volantes de huso, 1
fragmento de hacha, varias manos de moler y metates. En hueso trabajado se encontró un fémur
humano aguzado en un extremo y con orificios en el otro, así como 2 agujas. Las piezas
metálicas recuperadas consisten en 1 fragmento de tunjo en cobre, un posible tejuelo del mismo
metal y una cuenta de collar en oro. La fauna presente en el asentamiento incluye venado, curí
y peces.

De acuerdo con los cortes realizados y la estratigrafía observada en ellos, se puede asegurar que
para la ocupación del sitio se adecuó el terreno nivelando el suelo con una capa de "Duripán"
horizonte de color gris claro que por la limpieza del grano permitió una fácil cementación,
convirtiéndose en una capa dura y compacta.

Los hallazgos formaban parte de un gran poblado Muisca, posiblemente anterior a la conquista,
ya que no se registraron elementos materiales de procedencia europea.

En cuanto a los restos óseos, se les prestó la importancia que éstos merecían, pues se consideró
que con la osteología se podría obtener una clara información sobre paleodemografía,
paleopatología, sexo, edad, índices antropométricos para correlacionarla con otra del
asentamiento, como tipos de tumbas, ajuar funerario, personaje enterrado, jerarquía del mismo,
cronología, etc. Si bien el material óseo humano se encontró en aparente buen estado, alrededor
del 50% estaba fragmentado. La presión de la tierra contribuyó a la deformación de los cráneos.
En los ejemplares infantiles, debido a que poseen láminas diploides muy delgadas, se
deformaron completamente impidiendo en muchos casos su reconstrucción completa.

José Vicente Rodríguez ( 1987), estudió un conjunto de 68 esqueletos de los 133 recuperados.
De éstos 39 son de mujeres (57.3%), 22 hombres (32.3%)y 7 infantes (10.3%).

Para el análisis paleodemográfico de la población, descrita en el informe tomó 6 individuos


más.

El promedio de vida de la población, incluyendo todos los períodos ontogénicos es de 33,8 ±


15.5 años. En las mujeres adultas se aproxima a 37.8 ± 10.0 años y en los varones adultos a los
41,1 ± 9.2 años, lo que indica que los hombres observan una expectativa de vida mayor que en
las mujeres.

En lo que respecta a los diferentes períodos de deceso, se observa que casi el 50% de los
decesos se produce entre los 40-54 años, el 29.7% entre los 20-39 años, el 20.3% entre los 0-19
años. Esto significa que el cementerio está constituido en casi un 80% de individuos adultos,
cifra anormal para cementerios locales prehispánicos. El investigador comenta que en el
cementerio de Soacha se enterraban individuos nativos de los alrededores, regresándolos a su
lugar natal, o simplemente falta representatividad de la población infantil, lo que incide en los
cálculos demográficos.

123
A nivel dental se encontraron caries en 22 individuos (29,7 del total), de los cuales 19 (86,4%)
pertenecen a mujeres y 3 (13.6%) a hombres. La mayoría de caries de la superficie oclusal se
localizan en niños. Igualmente registró enfermedades periodentales (restos óseos de las tumbas
Nos. 6, 12, 32 y 34), que constituyen una respuesta inflamatoria a uno o más elementos
irritantes, y la presencia de cálculo dental.

En cuanto a la osteopatología, el análisis de las anormalidades del tejido óseo, permitió


diagnosticar del estado de salud o enfermedad del individuo, lo que a su vez hizo posible
establecer el grado de efectividad de la dieta alimenticia de la población estudiada y la
efectividad de su adaptación al medio ambiente, pudiéndose plantear la jerarquización social
que existiría en la distribución de algunos alimentos en la dieta de la población, tales como la
proteína animal, básica en las sociedades ganaderas y cazadoras, pero escasa en las sociedades
agrícolas que no poseen animales domésticos.

Las enfermedades más comunes en la población arqueológica de Soacha son: desórdenes


metabólicos debido a deficiencia de vitamina D (osteomalacia), lesiones de las articulaciones
(artritis reumatoide, artritis degenerativa, espondolitis anquilosante), tuberculosis de huesos y
articulaciones; los traumas (fracturas, dislocaciones, mutilaciones) son muy raros.

El análisis parcial de los restos óseos de Soacha permite una aproximación al aspecto físico de
esta población prehispánica y a la vez determinar algunos elementos de los proceso biológicos
y etnohistóricos a que estuvieron sometidos los componentes de esta parte de la sociedad
Muisca. En el análisis intragrupal se destaca la homogeneidad de la población masculina, aún
perteneciendo a diferentes generaciones, lo que demuestra su continuidad biológica, sin
descartar algunos elementos de procedencia foránea.

En cuanto al grupo de mujeres, éste es más heterogéneo, lo que indica que su procedencia es
diferente a la del grupo masculino. La estatura promedio de las mujeres es de 148,8 ± 3,49
cms., es decir, baja. Las mujeres se diferencian por tener mayor incidencia en el aplanamiento
lamboideo, lo que le dá a la cabeza una forma más corta, ancha y alta, es decir más redonda;
proporcionalmente el rostro femenino es más ancho corto y de pomulos más prominentes que el
masculino. La nariz es más ancha, corta y aplanada, las órbitas conservan las magnitudes
medias, tanto en su altura como en su anchura. El arco alveolar presenta también magnitudes
medias además del rostro, la mandíbula constituye otro elemento diferenciador entre los grupos
femenino y masculino. En las mujeres se aprecian relativamente, mandíbulas más robustas
tanto en el cuerpo mandibular como en la rama ascendente (lugar de inserción del músculo
macetero que refleja el grado de robustez del aparato masticador), ubicándose en el grupo de
mayor anchura bicondilar a nivel mundial con rama ascendente bastante ancha, superando en
magnitud a las mandíbulas de los esqueletos obtenidos en el sitio del Tequendama I, asociados
con la etapa lítica (grupos de cazadores) entre 7000- 5000 años A.P. cuya dieta alimenticia era
bastante ruda (Ver Período lítico).

124
Por otro lado que el grupo femenino se distingue por una mayor incidencia de caries, mayor
atrición dental y en general mayor frecuencia de enfermedades periodentales. El mal estado de
la corteza ósea (periostio), está indicando mayor incidencia de enfermedades relacionadas con
la malnutrición, en especial con el reducido consumo de proteína y grasa animal.

De la información anterior, se colige que entre los Muisca, existió, no solamente una
jerarquización social sino también sexual, las mujeres tenían poco o ningún acceso a la carne,
consumían grandes cantidades de carbohidratos y vegetales en general, muy posiblemente
utilizaban sus mandíbulas en la preparación de alimentos (quizás La chicha). Sin embargo, el
estado de desnutrición no era crónico, ya que no se ha encontrado anemia y la osteomalacia
observada se de tipo leve. Por otro lado, la existencia de individuos improductivos, tanto por la
tuberculosis registrada, como por el anquilosamiento de la articulación sacro-iliaca, indica que
la sociedad poseía un excedente alimenticio representado en el maíz y otros vegetales suficiente
para poder sostener a las personas lisiadas por diferentes enfermedades.

Otra conclusión a la que llega el investigador Rodríguez, de acuerdo a los análisis de la


antropología física, es que la inmensa mayoría de mujeres en la composición sexual del
cementerio de Soacha confirma la poliginia, y que las mujeres provenían de grupos diferentes a
los hombres. No obstante, dentro de ellas existió una preferida, que poseía el mismo status
social del varón y por consiguiente, el acceso a prebendas en el sistema alimenticio, lo que
explicaría la existencia de mujeres sanas y de buena constitución ósea. El resto de mujeres
cumplirían las labores domésticas y de recolección de vegetales.

Esqueletos con puntas de lanzas o punzones de hueso humano (fémur trabajado) y otros de gran
estatura y fortaleza, vigorosos y sanos posiblemente correspondan a los guerreros o Guechas
que describe Fray Pedro Simón como "terribles gandules... de terrible estatura y fortaleza...
hombres de grandes cuerpos, valientes, sueltos, determinados y vigilantes" (citado por J.V.
Rodríguez, 1987).

De otra parte, es interesante observar, que en el análisis del estado de salud y enfermedad de la
población del cementerio de Soacha se observa un estado de posible confinamiento,
hacinamiento o desplazamiento producidos por la presión de algún enemigo externo. Esta
conclusión se refuerza con el análisis de las formas de enterramiento; en varios casos hay
tumbas superpuestas, enterramientos en bohíos abandonados, y alteración de nichos por
construcción de las estructuras funerarias. Estas condiciones de vida facilitaron la transmisión
de la tuberculosis.

Territorio del Zaque

En el territorio del Zaque (Boyacá) la información disponible se desglosa a continuación.

125
La investigación adelantada por Gregorio Hernández de Alba en 1937 en Tunja, fue la primera
en realizarse en esta región y en el territorio Muisca.

El investigador se basó en los datos del padre Simón sobre la leyenda de Goranchacha, y según
él excavó el "Templo del Sol". Este estaba formado por dos estructuras circulares: una exterior
con soportes de piedra y varas, otra interior formada por solo varas o postes de madera. En el
centro había un eje o sostén para el techo, bajo el cual encontró huesos de niño. En los
alrededores, y sobre la superficie , el investigador localizó cerámica con decoración pintada de
color rojo oscuro formando figuras rectangulares, adornos con incisiones o relieves muy bajos
que podrían corresponder a los Muisca.

Eliécer Silva Celis (1945a), excavó varias necrópolis y sitios de habitación en Sogamoso. De
las 692 tumbas abiertas ha descrito solamente el 12%. En uno de los sitios encontró entierros
dentro de bohíos, niños colocados en urnas, inhumaciones con pintura roja previo
descarnamiento del cadáver. Enumeró los hallazgos del material lítico, cerámico, objetos de
concha marina y hueso. Las viviendas que excavó eran circulares demarcadas por las huellas de
postes, que debieron ser fuertes maderos enterrados y protegidos por medio de guijarros o
cascajo.

El mismo autor (1945b), analizó algunas características de seis cráneos (4 femeninos y 2


masculinos) y concluyó que las evidencias arqueológicas obtenidas en Cundinamarca y Boyacá
mostraban como en la constitución del pueblo Chibcha o Muisca intervinieron individuos

126
braquicéfalos (80 a 85%) y dolicocéfalos (20 a 15%).

Este investigador en su trabajo de 1967 analizó con base en los resultados de las excavaciones
de Sogamoso la antigüedad de los Muisca y las ofrendas de maíz sacrificado por medio del
fuego en relación con el mito de Bochica, personaje considerado como un típico Héroe
civilizador y elevado al rango de "divinidad" entre su pueblo. Una fecha obtenida de maíz
carbonizado se remonta al año 310 d.C. 1640 + o - 50 años A.P. No obstante ser solo una fecha
sin confirmar, el arqueólogo supone una mayor antigüedad, para los Muisca de por lo menos
dos mil años, contados a partir de la quinta o cuarta centuria que antecedió al comienzo de la
era cristiana. También habló de pueblos anteriores a los chibchas, posiblemente tribus de
diversa filiación lingüística y cultural, que asoció a grupos cazadores-recolectores. De los
chibchas analizó su mitología, la compara con la de otros pueblos americanos mostrando el
desarrollo, personalidad y características propias de una de las culturas más elevadas e
interesantes del Nuevo Mundo. Sugiere que la diferente acogida a las enseñanzas de Bochica
pudo estar condicionada por las variaciones locales en cada sector de la población Muisca. En
la época de la conquista española los pueblos de Bogotá, Tunja y Sogamoso mostraban
diferencias lingüísticas.

Eliécer Silva Celis (1958), reseña una colección de vasijas de barro de color gris obtenidas en
Garagoa, Ramiriquí, Chinavita y Tenza, cuyas características de superficie, pasta y desgrasante
la hacen claramente distinguible. Posteriormente, a esta cerámica se la denominó "Tipo Valle
de Tenza", identificándose con relativa facilidad en cualquier región donde se encuentre.
Eliécer Silva Celis (1961), describió y analizó pictografías Muiscas, que correlacionó con los
dibujos en piedra de otras zonas del país. Comentó sobre el uso de los tres colores utilizados y
estableció relaciones simbólicas.

Eliécer Silva Celis (1978), describe una momia procedente de las montañas de Pisba, cuyo
envoltorio consiste en una piel de ovino, una tosca red de malla de "Cuan" (5) y una mochila
tejida con una admirable ornamentación. Esta contenía un poporo y una flauta en hueso de
venado. Por el tipo de entierro y el tratamiento del cadáver, el investigador insinuó que se
trataba de un personaje de alta jerarquía social o religiosa. Los diseños de la mochila los
interpreta como influencia de otros grupos por contacto comercial. Una descripción detallada
de dicha mochila fue hecha por Marianne Cardale de Schrimpff (1978).

Roberto Lleras (1983, 1984, 1986), realizó una exhaustiva prospección en el Alto Valle de
Tenza (Boyacá). Recolectó material superficial, hizo levantamientos topográficos y
excavaciones de prueba. Los 33 sitios reseñados, comprenden cementerios, abrigos rocosos,
asentamientos, murales con pictografías, sitios con megalitos, de los cuales Tibaná I, Ramiriquí
I y Ramiriquí IV presentan muchas columnas. El sitio de Umbitá I presenta un monolito
denominado nueve Pilas.

La cerámica muestra una dispersión muy amplia sobresaliendo el tipo "Guatavita Desgrasante

127
Gris", con una frecuencia de 85% en contextos funerarios y domésticos, mientras que el tipo
"Guatavita Desgrasante Tiesto" en los mismos contextos, presenta un menor porcentaje.
También se hallaron piezas cerámicas de intercambio de los tipos "Suta Naranja Pulido", "Valle
de Tenza Gris" y "Funza Cuarzo Fino".

Una muestra de carbón obtenida en Nuevo Colón I Tumba I asociada a los tipos cerámicos
mencionados dió una fecha de 370 años A.P. Las investigaciones arqueológicas en el Alto
Valle de Tenza se complementaron con informaciones tomadas del Archivo Nacional, que
sirvieron para ubicar pueblos y parcialidades del siglo XVI. Los topónimos actuales utilizados
para la prospección permitieron localizar 17 parcialidades indígenas.

Eduardo Londoño (1984a), con base en documentos del Archivo Nacional, obtuvo datos sobre
la organización socio-política Muisca de la región de Tunja, que le permitieron demostrar que
no existió un estado Muisca en época prehispánica, sino que, a partir de las unidades
fundamentales o capitanías se organizó el poblamiento, la territorialidad, la propiedad comunal
de la tierra y en general la estructura sociopolítica de los cacicazgos. Con respecto a la
tributación afirma que consistió en labranzas comunales, cuyo fruto revertía a la comunidad
bajo la forma de servicios de especialistas del gobierno y granero. Plantea que las unidades
locales formaban Uzacazgos y éstos un cacicazgo propiamente dicho, como el Zipazgo y el
Zacazgo. Si bien, los Muisca tuvieron un origen étnico común, presentaban numerosas
diferencias locales lo que obliga a realizar estudios regionales, para no partir de un supuesto
errado, como sería el de la homogeneidad de las instituciones sociales y culturales.

El mismo autor (1984b), también basándose en información del Archivo Nacional, afirma que
poco antes de la conquista española los alrededores del Valle de la Laguna (Samacá), estaban
habitados por los cacicazgos independientes de Saquencipá, Moniquirá y Sáchica y que el
Cacique de Ramiriquí y sus aliados Boyacá, Cucaita, Sora y Samacá, sujetos al Zaque,
invadieron el valle, ocasionando el desplazamiento de los caciques independientes hacia el
Valle de Leyva. En síntesis, se planteó la relación de una conquista prehispánica Muisca de
mucho interés para conocer más de cerca las guerras internas en el norte del territorio Muisca.

A raíz de la información de archivo analizada por Londoño (1984), Ana María Boada (1984) se
propuso corroborar arqueológicamente la existencia de las dos ocupaciones en el valle de
Samacá, para lo cual hizo una prospección de las laderas del sector norte del valle, en cercanías
de los actuales pueblos de Cucaita y Sora, donde ubicó 13 asentamientos prehispánicos, de los
cuales recogió una muestra superficial de cerámica. Para el estudio partió de tres indicadores:
características tipológicas del material cerámico, patrones de asentamiento y relaciones de
intercambio.

La mayoría de los asentamientos que podrían atribuirse a una primera ocupación, se localizaron
en la ladera oriental del valle, en posición estratégica para defender lo que en ese momento
constituía la frontera con el Zaque; en ellos aparecieron en mayor proporción, los tipos

128
cerámicos más antiguos establecidos hasta ahora en el norte del territorio Muisca, como son el
"Arenoso" (situado alrededor de los siglos VII y VIII d.C.), y el "Desgrasante Gris" (siglo IX
d.C.), según cronología relativa con base en la secuencia cerámica de Tunja (castillo 1984).

En cuanto al intercambio, el material arqueológico, indica que estos grupos mantuvieron


vínculos más estrechos con la zona de Leiva, Sutamarchán, el área Guane, la Sabana de Bogotá
y Valle de Tenza, que con las áreas sujetas al Zaque. El general, el análisis del material
cultural, sugiere que los cacicazgos Muisca de esta zona, no tuvieron una fuerte relación
económica ni política con Tunja, reforzando así la información etnohistórica según la cual,
estos grupos constituían unidades políticas autónomas e independientes del Zaque (Londoño
1984).

Los grupos invasores (Ramiriquí, Cucaita, Sora y Samacá) que componen la segunda
ocupación situada en el primer cuarto del siglo XVI, se asentaron en las laderas del norte del
Valle, quizás con el objeto de proteger la nueva frontera. Las características del material
cerámico hallado en estos sitios, permite definirlo como más tardío; tal es el caso del tipo
"Naranja Pulido" que aparece ya desarrollado en Sutamarchán para el siglo XI d.C. (Falchetti
1975), el Cuarzo Abundante y el Naranja Fino, considerados como los más tardíos en la
secuencia cerámica de Tunja (Castillo 1984), En general , toda esta cerámica presenta
características que reflejan una gran influencia de la zona de Tunja. Aunque en los yacimientos
del Valle fueron encontrados objetos de otras zonas (caracoles marinos, artefactos líticos
hechos en roca de origen volcánico, cerámica del área Guane, o Valle de Tenza y Sabana de
Bogotá), puede decirse que las relaciones fueron más estrechas con Tunja y sus alrededores, lo
cual complementa los datos etnohistóricos referentes al dominio del Zaque sobre estas zonas
durante la segunda ocupación.

Los grupos de ambas ocupaciones poblaron y cultivaron las laderas de los montes que
circundan el Valle desde pequeños núcleos habitacionales, cuyas gentes muy posiblemente
estaban unidos por lazos de parentesco a nivel de las capitanías mayor (Sybyn) y/o menor
(Uta). Esto explicaría la abundancia de sitios arqueológicos esparcidos por el valle. Paralelo a
este patrón de poblamiento nucleado, se dio uno de vivienda dispersa que en la mayoría de los
casos pudo ser utilizado temporalmente, dependiendo de la época de cultivo, como lo hacen
hoy en día los campesinos de la zona, quienes tienen una casa en el pueblo y otra en la zona de
labranza.

Ana María Boada (1987) continúa con la investigación sistemática de uno de los asentamientos
del valle del Samacá, Marín (Municipio de Cucaita), sitio que no pudo ser identificado dentro
de las ocupaciones planteadas por la etnohistoria. Allí identificó cerca de treinta terrazas
artificiales hechas mediante el corte de la pendiente o el relleno de las depresiones naturales del
terreno. En algunas de ellas se detectaron pisos de arcilla compacta y huellas de poste
pertenecientes a bohíos y zonas pequeñas de tierra negra con alto contenido de fósforo y calcio
que parecen haber sido huertas caseras. Las variaciones entre estas construcciones, la

129
diferenciación en la distribución de la cerámica y en el tratamiento mortuorio llevan a pensar en
una diferenciación social del espacio del asentamiento.

La excavación de 36 tumbas permitió reconocer nuevas formas en el tratamiento funerario,


como la envoltura de los cadáveres en una capa de ceniza mezclada con arcilla y arena y luego
en textiles, todo esto asociado con una fecha entre los años 600 al 700 A.P. Los cuerpos fueron
enterrados en tumbas de pozo oval o cilíndrico con nicho, siempre en posición fetal sentada o
de decúbito.

Otro aspecto desarrollado en esta investigación se refiere a las patologías observadas en dicha
población que indican una dieta desbalanceada, nutricionalmente baja en proteínas y alta en
carbohidratos. Así mismo, se hace una descripción de la práctica de la deformación craneana
hecha de diversas maneras en infantes y adultos, así como de la determinación sexual, edad,
morfología y paleopatología de cada esqueleto.

Juanita Sáenz (1986), realizó un estudio del manejo económico en la utilización de los pisos
térmicos controlados por los Muisca, en este caso en la región del Valle de Tenza. Este trabajo
se basó en anteriores investigaciones etnohistóricas y etnográficas (Murra 1972, Osborn 1979,
Langebaek 1985) que muestran este tipo de economía como característica de algunos pueblos
andinos.

Con esta base el reconocimiento arqueológico se realizó en dos pisos térmicos diferentes y se
complementó con el estudio de datos etnohistóricos relacionados con la economía y pautas de
poblamiento. La información obtenida mostró una mayor concentración de población en la
zona templada, aunque no era una región de asentamientos nucleados, ya que el material
cultural se encontró disperso. La preferencia de ocupación en clima templado, se halla
reforzada por los datos etnohistóricos.

Se encontraron cinco sitios aptos para vivienda en zonas planas naturales o terrazas artificiales
más o menos extensas; cinco cementerios en las cimas de pequeñas colinas, y terrazas de
cultivo en terrenos de inclinaciones fuertes, con suelos coluviales bastante fértiles

La información etnohistórica muestra un énfasis en cultivos de tierra templada (algodón y coca)


y movimientos temporales de la población, hacia las zonas donde tenían las labranzas, aunque
no se puede precisar si eran entre pisos térmicos diferentes. El control económico se pudo
apreciar más que todo por la sujeción política de unos pueblos por otros.

El estudio de la cerámica mostró características distintivas, en cuanto a formas, técnica de


manufactura, cocción, color de la pasta y decoración, con las cuales se define el tipo "Valle de
Tenza Gris" diferenciable y reconocible, aunque combina rasgos de otros tipos cerámicos sobre
todo del "Guatavita Desgrasante Gris", típico de la Sabana de Bogotá. La cerámica del Valle de
Tenza y la Muisca en general forman parte de una gran tradición alfarera de grupos
emparentados de la cordillera Oriental de Colombia y los Andes Venezolanos; por la semejanza

130
entre el material de la región del Guavio (Botiva 1984) y el del valle de Tenza se pueden
suponer vínculos entre estas regiones que son la zona limítrofe entre los territorio del Zipa y el
Zaque.

Parece entonces, que la región del Bajo Valle de Tenza estuvo influenciada por el Cacique de
Guatavita. Según documentos de archivo citados por la arqueóloga, este cacique tuvo sujeto al
cacique de Súnuba y algunas capitanías Técuas. El trabajo comprende el estudió de la cerámica
actual del municipio de La Capilla, el cual se hizo con el fin de observar posibles raíces
precolombinas en su elaboración. Los datos obtenidos parecen indicar que la manufactura de
cerámica prehispánica desapareció, al mismo tiempo con la disminución de la población
indígena; posteriormente, en épocas coloniales, surgió una nueva tradición alfarera,
emparentada con la de Ráquira (Boyacá).

Sonia Archila (1986), llevó a cabo una investigación arqueológica en los municipios
boyacenses de Belén, Cerinza, Floresta, Busbanzá y Betéitiva, en los tres grandes valles que
pudieron ser las zonas más apropiadas para asentamientos humanos. En el Valle de Belén-
Cerinza se ubicaron cementerios indígenas guaqueados y se estudiaron algunas cerámicas del
ajuar funerario que pertenecen en su mayoría a tipos definidos para el territorio Guane .."Oiba
Rojo sobre Naranja" y "Villanueva Ocre sobre Crema-Negro"; se registró también la presencia
de cerámica del tipo "Guatavita Desgrasante Tiestos", muy característico del sur del territorio
Muisca y una vasija del tipo cerámico "Valle de Tenza Gris".

Existen datos etnohistóricos sobre el intercambio de vasijas entre los cacicazgos Muiscas y
entre éstos y otros grupos como el Guane, probablemente durante períodos tardíos, al juzgar
por las fechas asociadas: siglos XII y XV d.C. para el tipo "Oiba Rojo sobre Naranja" y siglo
XV para el Tipo "Guatavita Desgrasante Tiestos".

En el Valle de Floresta-Busbanzá Archila localizó dos yacimientos arqueológicos, de éstos se


recuperó material cerámico y lítico que dio paso al establecimiento de dos nuevos tipos
cerámicos para el área Muisca: "Busbanzá Carmelito Burdo" y "Busbanzá Rojo Burdo" Una
muestra de carbón asociada a cerámica del tipo "Busbanzá Carmelito burdo", arrojó una fecha
de 1.110 años A.P. La pintura con la cual se decoró la cerámica es de color rojo y representa un
diseño bien desarrollado. El otro tipo Busbanzá rojo burdo parece ser posterior y tal vez
contemporáneo con las fases tardías del período Muisca de la Sabana de Bogotá.

Partiendo de los postulados de Lleras y Langebaek (1987), sobre la relación en épocas


prehispánicas, entre los grupos indígenas de la cordillera Oriental colombiana y la Serranía de
Mérida en Venezuela (organización socio-política, medios de subsistencia, filiación lingüísticas
y alfarería) la autora plantea la posibilidad de introducción de tradiciones cerámicas distintas a
las del altiplano Cundiboyacense, desde épocas tan Antiguas como el siglo IX d.C., de acuerdo
con la fecha obtenida en Busbanzá.

131
Territorios Independientes

En cuanto a los territorios independientes de los Muisca en el Altiplano Cundiboyacense sólo


se conocen los trabajos de Falchetti (1975) y Eliécer Silva Celis (1981, 1983, 1987). Este
último investigador, al referirse a las excavaciones adelantadas en Villa de Leyva, describe dos
campos sagrados orientados exactamente E-O. El espacio más grande de 30 metros de largo por
15.90 metros de ancho está enmarcado por el Norte y el Sur mediante sendas filas de columnas
monolíticas finamente talladas, dispuestas linealmente con espacios intercolumnares de 30
cmts. Cada fila estuvo formada por 54, 55 a 66 columnas, que se encontraron enterradas
verticalmente e inclinadas hacia el Sur. Las columnas muestran en la parte superior un
rebajamiento producido por talla. El campo Norte está separado del campo Sur por 3 metros. El
largo de éste es de 21 metros por 11 de ancho. El investigador supone que ambos espacios
tuvieron igual función; plantea una mayor antigüedad para la construcción sur y se refiere a dos
periodos arquitectónicos.

En el centro, de los campos se localizaban algunos monolitos o columnas solares que servían
para detectar el paso del sol por el cenit y la posición celeste del astro rey. Los campos según
Silva Celis, fueron vías de recepción sagrada del sol en su movimiento aparente Este y Oeste.
Estos en general fueron espacios de observación astronómica y meteorológica, culto a sol y a la
luna. Allí también se practicaron actos culturales y religiosos destinados a mover la acción
bienhechora de los espíritus. Fuerzas y fenómenos naturales dispensadores de la fecundidad de
la tierra. Las sombras también fueron objeto de culto; el juego de luces y sombras creaba una
atmósfera de irrealidad que según las interpretaciones del investigador substraía al nativo de lo
terreno y lo elevaba a una esfera de ensoñación religiosa, excitación espiritual y emotiva.

Este sitio arqueológico, denominado El Infiernito lo relacionó con pictografías de la región


donde supuestamente está el sol, la luna y las estrellas en asociación con símbolos terrestres y
meteorológicos. Las piedras pintadas también fueron sitios de observación astronómica, allí se
dibujaban escenas para recordar, desde ellas se podía observar la presencia de fenómenos
celestes, todo lo cual fue necesario tener en cuenta para las faenas agrícolas y en los actos
religiosos. La asociación de símbolos terrestres y espaciales señalaba, según el investigador la
integración de cielo y tierra. Al producirse el descenso del sol afirma, que los campos sagrados
llegaron a ser verdaderos laboratorios de investigación astronómica y meteorológica; que allí se
dió la integración entre ciencia y religión; por ello relaciona el número de columnas con un
valor calendárico y plantea que los monolitos sirvieron para los cálculos de solsticios y
equinoccios, única manera de predecir la temporada de lluvia y los eclipses.

La orientación Este/Oeste señala sitios naturales fijos como la laguna de Iguaque. Referente a
los constructores, Silva Celis comenta que son los mismos autores que tallaron los monolitos de

132
Sutamarchán, Tunja, Ramiriquí, Tibaná y Paz del Río, ocho siglos antes de la era cristiana?

Al juzgar los otros elementos arqueológicos recuperados en el sitio, no deja duda sobre la
asociación con los Muisca: sacrificios de animales, de maíz y esmeraldas por medio del fuego
quemas de inciensos, coloración de rojo sobre el suelo y en algunos cadáveres, entierros de
niños en urnas funerarias, entierros humanos con piezas de orfebrería, cerámica, elementos de
hueso, conchas de mar y torteros de piedra.

Los Muisca, comenta, fueron excelentes escultores de piedra, madera y arcilla, materiales que
se trabajaron en diferentes tamaños y cuya representación muestra diferentes estilos y actitudes.
Si bien en El Infiernito es poco lo que quedó de escultura antropomorfa, ésta está representada
por un fragmento de mano tamaño natural, muy realista. La talla también se utilizó para las
tapas de tumbas (rectangular y oval). Silva Celis describe por comparación los tipos de tumbas
de El Infiernito; hace una interpretación sobre los personajes enterrados en relación con la
"clase social" o política. También compara la función de las columnas con otras encontradas en
Fúquene y en las casas de los principales Guanes.

Es necesario comentar que si bien las tres publicaciones tratan el mismo tema, presentan datos
contradictorios en las dimensiones de los campos así como en el número de columnas. De otra
parte en ninguna publicación se hace mención detallada de las excavaciones ni de los
materiales arqueológicos encontrados.

Ana María Falchetti (1975), investigó en Sutamarchán y Ráquira, una zona cuya importancia
en la época precolombina fue notoria por su colindancia con Muzos y Guanes, porque por allí
entró la mayor parte del oro en bruto al territorio Muisca, y existió una especialización en la
alfarería indígena, probablemente con fines comerciales (actualmente la zona goza de fama por
la llamada "loza del suelo"). Aunque en Sutamarchán no se encontraron depósitos culturales
que mostraran cambios a través del tiempo, en la producción cerámica actual de la zona se
observan una manufactura arraigada en la tradición indígena. Falchetti Estableció la existencia
de talleres precolombinos con basureros hasta de 800 mt2 y depósitos de ceniza hasta de 0.80
mts. de profundidad con desechos de cerámica cocida al aire libre.

Los tiestos asociados con los basureros corresponden únicamente al tipo cerámico "Suta
Naranja Pulido" cuya posición cronológica, en el sitio Suta II, se ubica en el año 945 A.P. Las
características de esta cerámica son conocidas en otras regiones del norte del territorio Muisca.
Otro tipo cerámico, no asociado con basureros, es el "Suta Arenoso". Los dos tipos aparecen
relacionados solo en uno de los 14 sitios localizados confirmando su aislamiento y distribución
geográfica. La investigadora planteó la posibilidad de que el tipo "Suta Arenoso" sea el más
antiguo y que se haya elaborado para necesidades domésticas locales. El tipo cerámico "Suta
Naranja Pulido" al parecer se produjo con fines comerciales.

133
Balance General de la Región

Si bien el período lítico se viene estudiando desde hace 20 años, no es del todo conocido. Las
estaciones abiertas de cazadores recolectores comienzan a localizarse; por ello se requieren
nuevas investigaciones en busca de datos sobre este patrón de asentamiento, el área de
dispersión y la transición hacia una vida sedentaria, representada por el "Período Herrera".

Es necesario estudiar el proceso socio-cultural de la región con el fin de precisar las formas de
adaptación al medio, las técnicas agrícolas, la variedad de cultivos, la especialización en la
alfarería, las relaciones de intercambio y, en general, las actividades económicas y formas de
organización social y política. También se debe lograr una más clara ubicación temporal y
espacial de los diferentes grupos que ocuparon la región.

Tampoco la trayectoria de la etnia Muisca debe entenderse como una historia claramente
conocida. Por el contrario, las nuevas perspectivas de la Etnohistoria y los problemas que
plantean recientes investigaciones arqueológicas dejan ver la conveniencia de estudiar más a
fondo los procesos y estructuras sociales en épocas prehispánicas. A manera de ejemplo, la
zona norte del territorio Muisca ofrece una visión muy fragmentada sobre patrón de
asentamiento y formas de enterramiento. La distribución de la cerámica muestra elementos
relacionados con varias regiones. En general hace falta la unificación de criterios tendientes a la
comprensión del período cerámico; se deben precisar supuestas relaciones de
contemporaneidad, así como publicar estudios inconclusos y ocultos realizados sobre la antigua
población que ocupó la altiplanicie cundiboyacense. Vale la pena hacer la crítica a los
investigadores que no dan a conocer por ningún medio el material de sus excavaciones, ni
siquiera la descripción del mismo. De igual manera no se puede seguir con la idea aferrada de
demostrar mayor antigüedad, como si se tratara de récord del investigador. Las fechas del
arqueólogo E. Silva Célis para Leyva y Sogamoso niegan por completo la existencia del
Período Herrera y le atribuyen a la ocupación Muisca una mayor antigüedad, la cual según
recientes investigaciones sólo se remonta el siglo VIII d.C. siendo esta cronología la aceptada
por los arqueólogos.

También es hora de superar la idea que en Muisca ya todo es conocido y que la Altiplanicie
Cundiboyacense a nivel arqueológico está plenamente estudiada. Día a día se conocen nuevos
asentamientos de interés que se hallan próximos a desaparecer bien por erosión o labores
agrícolas (como el sitio de Marín en Cucaita) por urbanizaciones (como Portalegre en Soacha),
por hidroeléctricas (como los sitios de Guavio) por carreteras (como el sitio de Candelaria en
Bogotá; este último reseñado por Silvia Broadbent en 1962 y rescatado apresuradamente en
1987. Tampoco podemos olvidarnos de la guaquería, en búsqueda de material cerámico y
orfebre cada día es más apetecido por su escasez.

Si bien se conocen diversos elementos de la sociedad Muisca, no podemos negar la ignorancia

134
sobre muchos otros aspectos desconocidos o conocidos parcialmente. Sabemos que existen
informes con datos fragmentarios de excavaciones minúsculas. Ahora se necesita adelantar
investigaciones con excavaciones extensas que aporten información de aldeas, patrones
funerarios, y análisis más profundos con un enfoque regional.

La diferencia en los mitos de origen entre los Muisca del Sur y del norte, las formas de
enterramiento, el material cerámico, etc. indican, que no se trata de un pueblo tan homogéneo
como se ha creído.

La existencia de territorios independientes, podría tener implicaciones que deben tomarse en


cuenta para ahondar en las estructuras sociales, económicas y políticas. Finalmente, retomando
a Eduardo Londoño (1984b p. 10) "los antropólogos estamos tomando el relevo en cuanto a la
historia de los Muisca pero heredamos muchas concepciones etnocéntricas y nos cuesta trabajo
abandonarlas". Unas de estas concepciones son más evidentes y por lo tanto caen más pronto:
ya no nos escandalizan las religiones "paganas" como le ocurrió a los cronistas y cada vez se
confunden menos los cacicazgos con estados. Pero estas celadas son más sutiles y más difíciles
de evitar: el vocabulario con el cual se habló aquí de guerra y de conquista, por ejemplo, no se
adapta a la realidad Muisca. Palabras como "independiente", "tributo", "sujeto", "frontera",
"conquista", o "guerra" refleja la experiencia de una sociedad occidental como la nuestra, pero
nos impide entender en sus propios términos a una sociedad tan diferente como lo fue la
Muisca. Para entender por qué hubo dos caciques o superar las deficiencias del lenguaje; para
que los Muisca dejen de ser un mito construido a nuestra imagen y semejanza, necesitamos
fortalecer la comparación etnográfica y establecer algunas comparaciones con la
etnolingüística"

No sobra recordar que para el estudio de un grupo como los Muisca, es necesario estrechar la
relación etnohistoria - arqueología. De otra parte, los temas y áreas que se han investigado en la
altiplanicie cundiboyacense solo cubren una parte, como lo demuestran los datos bibliográficos;
a la vez se hace necesario una mayor integración de la información sobre la etnia Muisca, en el
contexto de los Chibchas de los Andes Orientales. Esta apreciación sólo es válida superando la
falta de estudios a nivel local, para así analizar la información e integrarla a modelos teóricos
que permitan interpretar la relación de la sociedad Muisca, su medio y su complejidad, no con
el fin de conocerla como algo del pasado sino con el objetivo de comprender dicha relación y
poder retomar esa experiencia con miras a adelantar un fin social.

NOTAS
1. El lector interesado sobre diversos aspectos de los Muisca puede consultar entre otras las
siguientes obras:

Cronistas

135
GONZALO XIMENEZ DE QUEZADA.
1547-1972
Epítome de la Conquista del Nuevo Reino de Granada.

GONZALO FERNANDEZ DE OVIEDO Y VALDEZ.


1548-1959
Historia General y Natural de las indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano.

JUAN DE CASTELLANOS.
1601-1955
Historia del Nuevo Reino de Granada. En: Elegías de Varones Ilustres de indias.
FRAY PEDRO SIMON.
1625-1981
Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra firme en las Indias Occidentales.

JUAN RODRIGUEZ FREYLE.


1636-1982
El Carnero. Conquista y Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y Fundación de la
ciudad de Santa Fé de Bogotá.

LUCAS FERNANDEZ DE PIEDRAHITA.


1666-1973
Noticia Historial de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada.

FRAY ALONSO DE ZAMORA.


1701-1980
Historia de la Provincia de San Antonio del Nuevo Reino de Granada.

136
FRAY PEDRO DE AGUADO.
1851-1956
Recopilación Historial.

Otros escritores
JOAQUIN ACOSTA.
1884
Compendio histórico del Descubrimiento y Colonización de la Nueva Granada en el siglo
Décimo Sexto.

EZEOUIEL URICOECHEA.
1854
Memoria de las antigüedades Neogranadinas.

LIBORIO ZERDA.
1883
El Dorado, estudio histórico, etnográfico y arqueológico de los chibchas.

EUGENIO ORTEGA.
1891
Historia General de los Chibchas.

VICENTE RESTREPO.
1895
Los Chibchas antes de la Conquista Española.

FRANCISCO JAVIER VERGARA Y VELASCO.


1913

137
Capítulos de una historia civil y militar de Colombia.

MIGUEL TRIANA.
1922
La Civilización Chibcha.

MIGUEL TRIANA
1924
El jeroglífico Chibcha.
BELISARIO MATOS HURTADO.
1938
Los Chibchas.

JOAQUIN ACOSTA ORTEGON.


1938
El Idioma Chibcha o aborigen de Cundinamarca.

EDITH JIMENEZ ARBELAEZ.


1945
Los Chibchas.

ALFRED L. KROEBER.
1946
The Chibcha.

LUIS V. GHISLETTI.
1948

138
Los Mwiskas, una civilización olvidada.

GUILLERMO HERNANDEZ RODRIGUEZ.


1949
De los Chibchas a la Colonia y a la República. Del Clan a la Encomienda y al Latifundio en
Colombia.

JOSE PEREZ DE BARRADAS.


1950
Los Muiscas antes de la Conquista Española.
LUIS V. GHISLETTI.
1952
El Idioma Mwiska y sus relaciones.

LUIS V. GHISLETTI.
1954
Los Muiskas. Una gran civilización precolombina.

JAIME SIERRA G.
1959
La Civilización chibcha.

JUAN FRIEDE.
1960
Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y Fundación de Bogotá 1536- 1539.

GERARDO REICHEL-DOLMATOFF.
1960

139
Las bases agrícolas de los cacicazgos subandinos.

FRANCISCO POSADA.
1965
El Camino Chibcha a la sociedad de Clases.

FRANCISCO POSADA.
1965
Familia y cultura en las sociedades chibchas.

LUIS DUQUE GOMEZ.


1965
Prehistoria, etnohistoria y arqueología.

LUIS DUQUE GOMEZ.


1967
Prehistoria: Tribus indígenas y sitios arqueológicos.

ELIECER SILVA CELIS.


1968
Arqueología y prehistoria de Colombia.

JUAN FRIEDE.
1974
Los Chibchas bajo la dominación española.

J. VILLAMARIN Y J. VILLAMARIN.

140
1975
Parentesco y Herencia entre los Chibchas de la Sabana de Bogotá al tiempo de la Conquista
Española.

JOSE ROZO GAUTA.


1975
La comunidad en la sociedad Muisca.

JOSE ROZO GAUTA.


1977
La cultura material de los Muiscas.

LUCIA ROJAS DE PERDOMO.


1977
Aspectos de la cultura Muisca.

LUCIA ROJAS DE PERDOMO.


1977
Los Muiscas.

JOSE ROZO GAUTA.


1978
Los Muiscas, organización social y régimen político.

FRANCISCO BELTRAN PEÑA.


1980
Los Muiscas, pensamiento y realizaciones.

141
MARIA STELLA GONZALEZ DE PEREZ.
1980
Trayectoria de los estudios sobre la lengua chibcha o Muisca.

JOSE ROZO GAUTA.


1983
La cultura espiritual de los Muiscas.

ARMANDO SUESCUN MONROY.


1987
La economía Chibcha.
2. Agradezco los comentarios y sugerencias de los arqueólogos Santiago Mora, Ana María
Boada y del antropólogo Augusto Gómez.

3. El nombre "Herrera" proviene de la laguna del mismo nombre, en el municipio de


Mosquera (Cundinamarca), en cuyos alrededores la arqueóloga la encontró por primera
vez.

4. Actualmente el sitio arqueológico se halla en predios de "Ladrillera Santa Fé" y se


encuentra bastante alterado.

5. CUAMNE, cabuya de paja utilizada en Cundinamarca y Boyacá aproximadamente hasta


1950 para amarrar el chusque al enmaderado para el techo de las casas.

142
143
144
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146
147
VI. CUENCA MONTAÑOSA DEL RÍO CAUCA
Leonor Herrera

Esta región comprende la cuenca del río Cauca, desde cerca a su nacimiento, hasta su entrada
en las Llanuras del Atlántico. Incluye, las vertientes cordilleranas desde el divorcio de aguas,
en las subregiones Alto Cauca, Valle del Cauca y Medio Cauca; pero para el Cañón del Cauca,
el límite baja hasta la cota de los 1.500 m., quedando las elevaciones sobre esta altura
englobadas en las regiones Macizo Central Antioqueño Costa Pacífica y Vertientes de la
Cordillera Occidental.

En el extremo Sur está el pepinazo de Popayán, una altiplanicie arrugada, formada por
depósitos fluviales y volcánicos, a una elevación de 1,700 m. En su borde meridional se halla la
cuchilla del Tambo, que forma el divorcio de aguas entre los ríos Patía y Cauca. Con un clima
templado y no muy húmedo y una vegetación de pastos y bosques, es un hábitat agradable.

El límite septentrional de los suelos volcánicos está en el dintel del Suárez, a partir del cual se
abre el valle del Cauca, a 1.000 m.s.n.m., en una extensa planicie de 225 km. de largo y de
ancho variable entre 8 y 35 km. formada por sedimentos lacustres, que, con el material
depositado por los ríos tributarios han formado suelos fértiles. El río corre al pie de la
Cordillera Occidental, por una superficie de escasa pendiente, formando meandros, madre
viejas y zonas cenadoras. La vegetación nativa era de praderas y bosque seco tropical, restos
del cual se conservan todavía. Grandes plantaciones de caña de azúcar ocupan hoy la mayor
parte del área. Si bien quedó descartada la noción de que por ser pantanosa no fue habitada
hasta bien entrada la conquista, lo cierto es que del siglo X hacia atrás no se conocen evidencias
ciertas de poblamiento. Según datos de investigaciones de suelos, parece que en épocas
relativamente recientes (el milenio anterior a la era cristiana y primer milenio de ésta), hubo
grandes avalanchas fluvio-volcánicas desde la Cordillera Central (Pedro Botero comunicación
personal), que pudieron haber destruido o disturbado evidencias de asentamientos más
antiguos.

148
A partir de La Virginia (Risaralda), el valle del río se estrecha considerablemente; a ambos
lados las cordilleras se alzan, formando un paisaje de ondulaciones con suelos enriquecidos por
cenizas volcánicas y un régimen húmedo ideal para el cultivo del café. Buena parte de la región
pertenece a este paisaje, pero entre los sectores profundos de la cuenca del río, con alturas entre
600 y 1.000 metros y vegetación de bosques secos, hasta la altura de los páramos, se encuentra
gran variedad de vegetación, temperatura, precipitación y relieve, que configura
microambientes distintos.

Más hacia el norte, el río se encañona definitivamente, y las vertientes cordilleranas se levantan
abruptamente a lado y lado del río, en un ambiente cálido y húmedo.

Se subdivide esta región así: Alto Cauca, Valle del Cauca (corresponde a la suela plana en el

149
departamento del mismo nombre), Cauca Medio y Cañon del Cauca.

Alto Cauca

El primer investigador, que realizó trabajo de campo sistemático, fue Henry Lerman (1953),
quien entre 1941 y 1945 excavó tumbas en los alrededores de Popayán, Coconuco y Gambia.
Documentó un conjunto de estatuas denominado "esculturas de la Cordillera Occidental", y
objetos encontrados en dos tumbas en la Hacienda La Marquesa (Municipio de Timbío). Una
década más tarde, Julio César Cubillos hizo excavaciones en los sitios de Pubenza y Morro de
Tucán, ambos en el valle de Popayán (Cubillos 1958, 1959). Cuatro investigaciones realizadas
entre 1978 y 1982 corresponden a sitios con abundantes líticos de obsidiana, posiblemente
talleres de elaboración de artefactos en éste y otros materiales: las de Miguel Méndez (1980,
1983, 1984) en La Balsa (Municipio de Cajibío), las de Cristóbal Genio (1982, FIAN 1985) en
Los Arboles, Valle de Popayán, las de Marta Lahite (FIAN 1985) en Colina de las Piedras en el
municipio de Cajibío y las de Liga Vivas en Publico y Yanaconas (FIAN 1985).
Recientemente, Rodrigón López emprendió investigaciones en el sitio La María en las
cercanías de Popayán (citado por Patino y Genio 1985). El trabajo etnohistórico de Héctor
Llanos (1981) establece algunas aproximaciones entre grupos del siglo XVI y algunos
materiales arqueológicos.

150
En años recientes se han reportado en el altiplano de Popayán hallazgos, generalmente
superficiales, de un buen número de puntas de proyectil, cuya asignación al paleoindio es
problemática. En los alrededores del sitio La Balsa se encontraron cinco ejemplares bifocales
de forma triangular o lanceada, con pedúnculo, fabricados en basalto, obsidiana y chert. Otras
dos posibles puntas que serían unifaciales, con pedúnculo, elaboradas en arenisca y lava
andesítica, fueron encontradas en las excavaciones arqueológicas adelantadas en el sitio. Una
de ellas en un relleno artificial de cenizas volcánicas sin asociación; otra en una capa húmica a
88 cm. de profundidad, que contenía cerámica y otros instrumentos líticos. Un estrato similar
en una unidad de excavación adyacente fue fechado por C-14 en 600 a.C. (Méndez, 1980).

Otro grupo de seis puntas proviene de los sitios La Elvira y Alto Cauca. Fueron fabricadas en
obsidiana, basalto o chert; son bifocales de forma triangular o lanceada. Todas tienen
pedúnculo (definido o insinuado) y en algunas se presenta escotadura basal y/o acanaladura
(Illera y Gnecco s.f.).

Los ejemplares anteriores se suman a un conjunto de puntas provenientes de hallazgos


fortuitos, o que se han encontrado asociadas a conjuntos cerámicos, a veces, de época tardía
(Bray s.f.). Podría tratarse de evidencias de grupos cazadores-recolectores tempranos, o por el
contrario de grupos agrícolas sedentarios; también sería factible que fueran instrumentos muy

151
antiguos encontrados y atesorados por ocupantes posteriores.

Un conjunto notable, encontrado en La Balsa, es el de instrumentos pequeños para cortar raspar


y perforar, elaborados en su mayoría en obsidiana, (Méndez 1983). Conjuntos similares se han
encontrado en Los Arboles, Colina de Las Piedras, Pueblillo y Yanaconas. Se ha propuesto una
tradición microlítica de obsidiana integrada por los materiales del altiplano de Popayán y
relacionada con los de la Sierra y la costa ecuatorianas (Gnecco 1982). Correspondería esta
tradición a los finales del paleoindio, a una etapa pre-agrícola temprana, entre los años 5.000 y
2.000 a.C. (FIAN 1985: 127). Con excepción de La Balsa, donde aparece fechado en 1.120 a.C.
este material no tiene una asignación cronológica, se presenta superficial o en depósitos poco
profundos sin estratigrafía discernible, asociado con cerámica y la clase de instrumentos que se
describe a continuación.

La tercera categoría de hallazgos líticos está compuesta por instrumentos pesados elaborados en
otras rocas locales: hachas, tajadores, martillos, así como metates y manos de moler toscos que
son tentativamente interpretados como correspondientes a prácticas agrícolas iniciales, más que
a agricultura ya establecida (Gnecco, 1982).

El sitio de La Balsa presenta otros rasgos intrigantes: en primer lugar, está un área de arcillas
endurecidas dentro de la capa húmica, que tiene una forma serpenteante y se ha interpretado
como área ceremonial. En segundo lugar se construyeron en el sitio, promontorios, bajo uno de
los cuales se encontraron huellas de bocas de tumbas de pozo con cámara lateral. Hay
evidencias de dos ocupaciones, que consisten en instrumentos de obsidiana y otras materias
primas, en cantidades considerables; también aparece cerámica, en menor proporción. La
ocupación más antigua tiene una fecha del siglo XII a.C. y se caracteriza por una cerámica fina
y delgada. Para la segunda ocupación hay una fecha del siglo VII a.C., que corresponde a una
cerámica alisada, simple y tosca, tumbas de pozo con cámara, fogones con abundante carbón y
señales de adecuación de terrenos para vivienda (Méndez, 1980, 1983, 1984).

Al parecer existe un hiato temporal considerable entre los sitios arriba nombrados, que van
desde el paleoindio al formativo, y otros sitios con rasgos tardíos. El norte del altiplano de
Popayán (Jambaló, Guambía) corresponde a la extensión máxima del Complejo Quebrada Seca
(siglos XV y XVI) de la subregión Valle del Cauca.

152
Otro conjunto estaría formado por el material cerámico de Pubenza, El Morro de Tulcán, La
María y Pueblillo, que es sencillo, decorado con incisión, punteado, apliques y pintura roja
sobre crema. El material de La Marquesa y Timbío, en el cual sobresalen las figuras de
"guerreros" con banquitos, formaría una categoría aparte. La cerámica de todos estos
asentamientos considerados tardíos, está asociada a útiles de obsidiana (Patiño 1986, Cubillos
1958, 1959, Lehman 1953).

Hallazgos de orfebrería consistentes en colgantes y pectorales en forma de ave con rasgos


humanos, no tienen asociaciones cerámicas claras.

La estatuaria tampoco tiene todavía un asidero temporal. Proveniente del río Cauca (La Laguna
cerca de El Tambo, Inguito cerca a Morales, Chisquía, Suárez), consiste en esculturas alargadas
como columnas, con los brazos doblados en el vientre y rasgos angulosos, diferentes
estilísticamente de las agustinianas (Lehman 1953, Patiño 1986).

Rasgos distintivos del paisaje en las áreas de Popayán, Coconuco, Puracé, Timbío, Totoró y
Guambía son las plataformas artificiales para vivienda (tambos), colinas terraplenadas, caminos
antiguos, campos de cultivo formados por conjuntos de zanjas, etc. (Patiño, 1986).

El Morro de Tulcán es dentro de la categoría de obras de ingeniería una de gran envergadura:


un cerro natural modificado por recortes, rellenos y bloques cortados en arcilla. La base de éste

153
abarca cinco hectáreas y tenía, originalmente, una altura superior a los 50 m. (Cubillos, 1959).

Valle del Cauca

Las primeras investigaciones estuvieron a cargo de James A. Ford (1944), quien a principios de
la década del cuarenta realizó reconocimientos y excavaciones en las estribaciones de las
Cordilleras Occidental y Central, en las cuencas de los ríos Cali, Bolo y Palo. Henry Lehman
(1953), hacia mediados de ésta, hizo algunas excavaciones en Corinto. En los años sesenta se
llevaron a cabo varias investigaciones: las de Warwick Bray y Michael Edward Moseley (1976)
en los alrededores de Buga; las de Julio César Cubillos (1967, 1984) Palmaseca (Municipio de
Palmira) y en el Municipio de Vijes; las de Julio César Cubillos e Inés Sanmiguel en la
Hacienda La Esmeralda del Municipio de Bolívar (Sanmiguel 1969). En la siguiente década
solo hubo dos investigaciones: la de unas tumbas en La Buitrera, cerca de Cali por parte de
Lucía Rojas de Perdomo (1979: 270-272) y las de Julio César Cubillos (1984) en Jamundí,
Puerto Tejada y Corinto. Recientemente varios arqueólogos han trabajado en la región: Carlos
Humberto Illera y Carlos Armando Rodríguez, excavaron en un cementerio en Guacarí (Illera
1983, Rodríguez, 1984) y Carlos Armando Rodríguez (1985) en otro al borde del área urbana
de Buga; Héctor Salgado (1984) investigó en La Llanada y varias zonas de los municipios de
Bolivar y Trujillo; Olga Osorio (1986) en la cuenca del río Pance.

Para redactar este capítulo fueron de utilidad tres escritos sobre la arqueología del
departamento del Valle del Cauca: un resumen publicado en Cespedesia, de una mesa redonda
sobre este tema realizada en Cali en 1983 (Herrera 1984); un artículo sin publicar (Patiño Y
Gnecco 1985) y, otro conmemorativo de los cincuenta años de investigación de este
departamento (Rodríguez 1986).

Aunque Gonzalo Correal incluyó esta zona en sus reconocimientos, los datos sobre hombre
temprano son escasos. Se conocen restos de megafauna en La Victoria, Zarzal, Toro, pero sin
asociación cultural. Hacia el Norte, en la desembocadura del río La Vieja, en la Hacienda La
Tigrera, se localizó un sitio precerámico sobre una terraza aluvial, con material que incluye
raspadores elaborados en rocas ígneas (Correal 1981: 14-15).

Se conocen dos puntas de proyectil, que no son fácilmente asignables al paleoindio: una de
Higuerón y otra de La Virginia (Yumbo), hallada en el relleno de una tumba de pozo con
cámara cuya fecha de radiocarbono es 610 d.C. (Bray s.f.).

Las investigaciones en un yacimiento estratificado en los alrededores de Buga, permitieron


definir dos fases: Yotoco y Sonso, a las cuales se hará referencia más adelante (Cf. subregión
cordillerana de la región Costa Pacifica y vertiente de la Cordillera Occidental). En Buga la
fase Yotoco tiene dos series de fechas (de radiocarbono y termoluminicencia) aparentemente
contradictorias: una entre los siglos VIII y XII d.C., plenamente aprobada; otra, de fechas del

154
siglo IX y X a.C. que no se aceptan.

Las fechas más antiguas aceptadas para la subregión Valle del Cauca, corresponden a hallazgos
en el municipio de Bolívar en las vertientes de la Cordillera Occidental, la primera, de 430 + o -
60 d.C., se obtuvo del núcleo de madera carbonizada de una pieza de orfebrería, que forma
parte de un ajuar funerario encontrado en La Primavera, compuesto por figuras humanas de
estilo Yotoco, pero con rasgos agustinianos (Plazas 1983, Herrera, Schrimpff y Bray 1982 - 3:
cuadro cronológico Figura 3). Muy cerca de allí, pero en predios de La Llanada, debajo de un
camino prehispánico, se encontró un paleosuelo, tentativamente asignado a la fase Yotoco y
que era el piso original desde el cual se cavó la tumba citada. En el relleno depositado sobre el
paleosuelo, se encontró material cerámico en el cual se combinan en una misma vasija, rasgos
Yotoco y Sonso, hay una fecha 740 + o - 80 d.C. para este sistema alfarero. En otras
excavaciones en plataformas artificiales de la misma área, aparece un segundo sistema alfarero,
fechado en 950 + o - 60 d.C., que muestra ciertos elementos de continuidad con el anterior,
pero en el cual priman rasgos del horizonte Sonso y de los complejos Medio Cauca y Caldas,
definidos para la subregión Cauca Medio. El paisaje, abunda en plataformas artificiales,
sistemas de campos de cultivo formados por eras y drenajes, cementerios y tramos de caminos
que conectaban el Valle del Cauca con la vertiente pacífica de la Cordillera Occidental
(Salgado, 1984). Se trata de un paisaje muy similar al de la región de Calima y al encontrado
hacia el occidente en el área vecina de Garrapatas al otro lado de la divisoria de aguas, en
la Subregión cordillerana.

155
Para la época que comienza en el siglo X, se han definido una serie de complejos cerámicos
que tienen un aire de familia: comparten elementos de forma y decoración que se combinan, en
maneras diferentes para darle a cada complejo un perfil característico. Hay otros rasgos
comunes como formas y técnicas orfebres, tumbas de pozo profundo con cámara, ajuares
funerarios abundantes, figurinas antropomorfas similares, etc. Se podría hablar aquí de
un horizonte, en el sentido de un estilo cerámico que logra una dispersión geográfica amplia en
un tiempo relativamente corto. Se propone aquí, el apelativo horizonte Sonso,
horizonte sonsoide, para fácil referencia a los desarrollos tardíos de las subregiones
cordillerana y Valle del Cauca.

Este horizonte tardío estaría conformado por las siguientes manifestaciones en el Valle del
Cauca:

Fase quebrada Seca.- Originalmente conocida como Complejo Quebrada Seca, localizada en el
piedemonte de la Cordillera Central, Cuenca del río Palo (municipios de Corinto y Jambaló).
Sobre un paisaje montañoso el poblamiento fue disperso y sobre aterrazamientos artificiales.
Hay cementerios extensos de tumbas de pozo con cámara lateral cerrada por lajas, que
contienen numerosas vasijas, (platos, cuencos y vasijas pedestal) cuya decoración más común
es por baño, así como caras y manos en aplique. Temporalmente ocupa la época
inmediatamente pre-conquista y conquista. Tiene relaciones estrechas con las Fases Tinajas y

156
Sachamate (Ford 1944, Cubillos 1984).

Complejo Río Pichindé.- Sitios de habitación en pequeñas plataformas artificiales localizadas a


lo largo del río Cali, en la Cordillera Occidental. Cerca de estas se encuentran las tumbas, de
pozo bajo (frecuentemente tacado con grandes piedras) y cámara lateral, con entierros
primarios y secundarios. La cerámica es gruesa y burda; las formas comunes son grandes ollas
y cuencos (Ford, 1944).

Complejo Río Bolo.- Sitios en la Cuenca del río Bolo que baja de la Cordillera Central en zona
limítrofe entre los departamentos del Valle del Cauca y Cauca. Hay plataformas habitacionales
dispersas y concentradas; las tumbas son de pozo y cámara lateral y están cerca a las viviendas
o en cementerios. La cerámica es de forma globular con borde reforzado y pequeñas manijas,
baño rojo y decoración incisa simple (Ford, 1944).

Fase Sonso.- En los alrededores de Buga se identificaron varios sitios, como dispersiones
superficiales de cerámica o estratos en barrancos del río Cauca; algunos representan verdaderos
poblados (regueros de cerámica de hasta 300 m. de largo). En uno de ellos se registró el uso de

157
tapia pisada. La cerámica incluye copas, botellones con tres asas, grandes vasijas para
almacenamiento, vasijas antropomorfas y en forma de calabazo. En la decoración se usó el
aplicado y modelado, incisión e impresión. Hay fechas entre 1200 + o - 75 y 1580 + o - 70.
Tiene estrechas relaciones estilísticas con el conjunto de Palmaseca y se extiende a la parte
cordillerana: Vijes, Restrepo, Río Bravo, Dagua, Atuncela, etc. (Bray y Moseley 1976).

Fase Moralba.- Pequeña muestra en el sitio de Moralba colocada estratigráficamente por


encima de Sonso. En este material se presenta la pintura roja. Posiblemente corresponde al
período colonial (Bray y Moseley, 1976).

Cerámica Buga.- Proviene de fincas diseminadas por el valle, con cerámica que se caracteriza
por: escasa decoración (excepcionalmente baño rojo), mala calidad de manufactura, formas
cilíndricas o globulares que con frecuencia tienen hombro angular y aledañas al borde, asas
como ojales para cuerdas. En tiestos, es difícil distinguirla de la cerámica burda de la fase
Sonso; podría ser el componente funerario de ésta. (Bray y Moseley, 1976).

Palmaseca. - Material encontrado en sitios de habitación y montículos artificiales bajos


aledaños al aeropuerto internacional de la ciudad de Cali. En la cerámica, son frecuentes las
bases aribaloides, platos, vasijas con asas de tres cintas, asas falsas en el cuello de la vasija,
copas sonajeras, figuras macizas de animales y flautas. En la decoración predominan las
incisiones, aplicado, presionado y pintura roja en zonas; fecha de 1140 + o - 80. (Cubillos 1984
y resumido en Herrera 1984).

Fase Sachamate.- Basada en el material de un asentamiento nucleado cercano al río Jamundí,


en suela plana. El baño rojo, la presión digital ungulada, son algunas de las técnicas decorativas
presentes en el material cerámico para el cual hay dos fechas de C14: 1170 + o - 60, 1210 + o -
50. Se relaciona estrechamente con las fases Quebrada Seca y Tinajas (Cubillos 1984).

Fase Tinajas.- Los sitios localizados en ambas márgenes del río Cauca, en los municipios de
Jamundí, Puerto Tejada, Miranda y Corinto, corresponden a poblamientos lineales a lo largo de
cursos de agua y también a poblamiento nucleado en aldeas relativamente pequeñas. Entre las
técnicas decorativas de la cerámica están el baño rojo, impresiones, incisiones, corrugado, etc.
Podría ser contemporánea con la Fase Sachamate (Cubillos 1984).

Guabas. - Cementerio en Guacarí cuyas tumbas de pozo con cámara contienen entierros
primarios y secundarios, individuales y colectivos. En los restos óseos se evidencia
deformación craneana. El ajuar funerario es variado, compuesto por objetos de cerámica,
piedra, hueso y metal. Entre las vasijas hay figuras antropomorfas, ollas, cántaros, copas y
cuencos, decorados por incisión, impresión, aplicación y pintura. Tiene una fecha a.C.
descartada y otra de 1120 + o - 100 d.C. Corresponde al Período Sonso (Rodríguez 1984,
1985).

Buga.- Cementerio en predios de Almacafé, con tumbas de pozo y cámara lateral que contienen

158
entierros primarios ya sean individuales, duales o múltiples. El ajuar funerario consiste en
objetos de cerámica y piedra. Hay vasijas, volantes de huso, instrumentos musicales, pintaderas
y figuras antropomorfas. La incisión, impresión y pintura figuran entre las técnicas decorativas.
Tiene una fecha de 1360 + o - 70 d.C. (Rodríguez 1985, 1988).

Pance. Excavaciones en la cuenca del río que lleva el mismo nombre, en donde hay
asentamientos en cimas de lomas y en plataformas artificiales. Hay fragmentos de vasijas
decoradas por impresión, corrugado digitado. Relaciones con la Fase Quebrada Seca (Osorio
1986). Sistema alfarero siglo X (La Llanada).- Es posible que este conjunto, al cual se hizo
referencia atrás, también pueda incluirse aquí.

En asociación con la generalidad de estas unidades, se encuentran materiales líticos: metates y


manos de moler, hachas, barretones, cinceles en piedra pulida; raspadores y otros elementos en
piedra tallada.

La metalurgia correspondiente, es la tradición tardía del Suroccidente colombiano que se


distingue por el predominio de la tumbaga, las técnicas de fundición y el dorado por oxidación.
Las formas, son relativamente simples: narigueras en torsal con o sin remate, orejeras en espiral
y circulares huecas, colgantes zoomorfos, pectorales acorazados fundidos, etc. (Salgado 1984;
Plazas y Falchetti 1983).

Cauca Medio

Esta región que corresponde más o menos con el Viejo Caldas tiene una de las tradiciones de
guaquería más antiguas y vigorosas del país, pero es muy débil en datos arqueológicos.

La obra de Luis Arango Cano (1974-5) publicada en el año de 1924, puede considerarse como
una de las primeras fuentes para la arqueología de la región, teniendo en cuenta que incluye
cantidad de información de primera mano, sobre hallazgos de guaquería. En 1941, Luis Duque
Gómez, hizo un recorrido por la región reseñando sitios y documentando colecciones; llevó a
cabo excavaciones en Supía, Montenegro y La Tebaida, y publicó un compendio etnohistórico
y arqueológico (Duque Gómez 1942, 1943, 1970). Wendell C. Bennet (1944) hace una
descripción y análisis de vasijas del viejo Caldas en la colección del Museo Nacional y otras.
Entre 1966 y 1970 Karen Bruhns (1967, 1976a), y otros investigadores reseñaron colecciones, e
hicieron prospecciones y excavaciones de sondeo y de tumbas.

Gonzalo Correal (1980) excavó una tumba en Armenia. En 1980 Jean Francois Bouchard y
Leonor Herrera realizan excavaciones en la hacienda Pinares (entre Cartago y Alcalá).
Recientemente han llevado a cabo trabajo de documentación de colecciones, reconocimientos y
excavaciones María Cristina Moreno (FIAN 1985, 1986), Luis Gonzalo Jaramillo (1988),
Leonor Herrera y María Cristina Moreno(1988), en el departamento de Caldas y en el

159
Departamento del Quindío Oscar Osorio (1986), Oscar Osorio, Sory Morales y Nohora Aydee
Ramírez, así como Camilo Rodríguez (1987) y Joel García.

En 1970 se encontró en el aeropuerto El Edén (municipio de La Tebaida) una punta de


proyectil en chert de forma triangular y con pedúnculo (Bruhns et al. 1976). Como yacía en una
superficie erosionada, sin ninguna otra asociación se incluye en la categoría ya descrita antes,
de puntas de proyectil precariamente asignadas al paleoindio. Viene luego un gran vacío de
conocimiento.

Las crónicas han permitido elaborar mapas de localización de grupos indígenas a la Llegada de
los españoles (Duque Gómez 1970: 32- 33); entre los cuales figura el Quimbaya que ocupaba
en el siglo XVI la vertiente occidental de la Cordillera Central hasta el río Cauca, en una franja
que tiene a Cartago y Armenia en un extremo y en el otro Llega hasta Manizales. Todavía es
difícil determinar qué materiales culturales, entre el heterogéneo conjunto procedente de esta
región, corresponde a este grupo histórico.

Se han elaborado dos esquemas para clasificar el material cerámico del viejo Caldas. Duque
Gómez (1970) propone una división de acuerdo con las procedencias de este en cuatro zonas:
Norte, Noroccidental, Occidental y, del Quindío. Karen Bruhns lo divide en cuatro complejos:
Cauca Medio, Caldas, Marrón Inciso y Tricolor. Ninguno de los dos es adecuado para
incorporar los escasos datos nuevos; desafortunadamente, no se puede proponer una alternativa.
A continuación se combinan estas dos clasificaciones, para describir los materiales
característicos de la región.

1. Zona Norte.- Comprende el municipio de Supía. Es una cerámica incisa y pintada que sería
antigua, por tener similitudes con material agustiniano fechado a principios de la era cristiana.

2. Zona Noroccidental. - Municipios de Anserma, Santuario, Risaralda, Belalcázar, Quinchía,


Riosucio, Pereira y Chinchiná. Cerámica monocroma negra, con decoración modelada, en
motivos antropomorfos y/o círculos incisos. En las formas es frecuente la silueta compuesta en
vasijas que muestran un ángulo en la mitad del cuerpo, también se presenta la forma mocasín.
Corresponde a grandes rasgos al Complejo Inciso Aplicado que inicialmente Bruhns (1967)
consideró como un conjunto independiente, pero más tarde (1976a) incluyó como tipo dentro
del Complejo Caldas (que se caracteriza por el uso de pintura negra sobre rojo).

160
En el Municipio de Manizales (vereda La Cabaña y río Guacaica) aparece el Aplicado Inciso en
forma independiente (FIAN 1985; Moreno 1985, 1986), así como en Nuevo Río Claro
(Municipio de Villamaría) (Herrera y Moreno 1988). La cerámica documentada recientemente
en Chinchiná, Palestina y Santa Rosa de Cabal tiene rasgos comunes con la de los sitios
anteriores (Jaramillo 1988).

El complejo Tricolor de Bruhns corresponde a vasijas procedentes de una zona restringida en


los alrededores de Pereira y Manizales. Se trata de un material distinto, en cuanto a formas y
motivos decorativos al del complejo Cauca Medio, para el cual es característica también la
pintura en tres colores.

3. Zona Occidental.- En la cordillera Occidental, área limítrofe de Risaralda con el Chocó. Se


encuentran cántaros semiovoidales con asas en la mitad del cuerpo, cuello reducido, una o dos
bocas, que pueden tener representaciones antropomorfas. Hay también platos y recipientes de
boca ancha decorados con pintura roja en motivos de líneas paralelas y cruzadas.

161
4. Zona del Quindío.- Cerámica de gran variedad de formas y estilos decorativos, dividida por
Karen Bruhns en los siguientes complejos o unidades.

a. Complejo Medio Cauca. Su área de dispersión es desde Buga en el Sur hasta más o menos el
Norte de Medellín. Tiene fechas de C14 de 1100 + o - 80 d.C. y 1400 + o - 70 d.C. Se compone
de los siguientes tipos ("wares"), definidos con base en tratamiento de la superficie:

i. Tres colores negativo. Diseños geométricos negros sobre baño rojo y blanco. Formas: copas,
vasos cónicos, ánforas, cántaros con cara antropomorfa modelada en el cuello, botellas con asa
de estribo y modelado antropomorfo en la boca. Los cuencos, alcarrazas y vasos silbantes que
se han incluido en esta categoría son los característicos de la tradición Yotoco,
cronológicamente anterior al complejo Cauca Medio. Hay vasos antropomorfos (también
llamados gazofiláceos) relacionados estilísticamente con ejemplares que ocasionalmente se
encuentran, en ajuares Sonso en las subregiones Cordillerana y Valle del Cauca.

ii. Negativo sobre rojo con decoración punteada. Impresiones circulares empastadas, sobre
diseños negros, en algunas de las formas que se dan en la división anterior.

iii. Baño blanco grueso y negativo sobre naranja. Diseños lineales en blanco y negro aplicados
sobre baño naranja en copas anchas y en soportes de silueta reloj de arena.

162
iv. Incensarios. Cuencos carenados naranja, con decoración principalmente excisa.

b. Complejo Caldas. Se deriva del Complejo Cauca Medio y tiene la misma dispersión de éste,
con sitios intercalados en áreas donde el primero predomina.

Le corresponden dos fechas de 1050 + o - 120 d.C. y 1120 + o - 90 d.C. Las cerámicas
utilitarias de los dos complejos son indistinguibles. Es un estilo cuya decoración se caracteriza
por el uso de dos colores: rojo y negro (negativo). Formas: copas, cuencos (estilísticamente
similares a los del Complejo Sonso), ánforas, cántaros, soportes, alcarrazas, vasos
antropomorfos similares a los del Complejo Medio Cauca, cántaros con cara humana modelada
en el cuello, figurinas antropomorfas cuadradas y aplanadas (retablos). De esta última categoría
se encuentran ejemplares relacionados, generalmente más burdos y primitivamente estilizados
en la subregión Cordillerana.

También están incluidos en este complejo los "incensarios", que son cuencos aquillados
generalmente de color naranja con decoración sea de la combinación excisión con incisión o de
incisiones e impresiones. Por último incluye este complejo la cerámica Aplicada Incisa ya
mencionada arriba, en la cual son características las formas irregulares y las bases angostas y
pesadas.

163
c. Complejo Marrón Inciso. Esta categoría fue separada de las demás vasijas de la región del
viejo Caldas por Bennet (1944), quién le dió su apelativo. Precede de un área relativamente
restringida en las vertientes de la Cordillera Central entre Armenia y Aguadas (en el Norte de
Caldas). La forma más frecuente es la de urnas funerarias de forma semicilíndrica,
antropomorfas o con un saliente moldeado que las rodea a poca distancia del borde. Las
superficies, bañadas y pulidas, se decoraron con bandas verticales de motivos lineales incisos, a
veces con empastado. Edad propuesta: anterior a 800 d.C.(Bruhns 1969-70).

Las inconsistencias del esquema de Bruhns se señalan en más detalle a continuación. En primer
lugar como hay semejanzas muy estrechas entre los complejos Medio Cauca y Caldas, tomados
en conjunto y además ocupan la misma área, se puede pensar que esta división no se justifica
plenamente. Por otro lado, cada uno de estos complejos incluye tipos que podrían formar
unidades separadas, como en el caso de la cerámica Aplicada Incisa del Complejo Caldas. El
tipo blanco grueso y negativo sobre naranja se distancia, por la decoración lineal cruzada, del
resto del material policromo del Complejo Medio Cauca y ocasionalmente se encuentra en
sitios donde predomina la cerámica Aplicada Incisa (Moreno, comunicación personal;
Jaramillo, comunicación personal). Las vasijas diagnósticas de la tradición Yotoco deben
quedar fuera del complejo Medio Cauca, que es tardío y tiene más afinidades con el horizonte
Sonso. Finalmente, tanto las excavaciones de Bouchard y Herrera, como las de Rodríguez

164
(1987) en el Brea limítrofe entre los Departamentos del Valle del Cauca y Quindío no
produjeron el material policromo característico de los complejos Caldas y Cauca Medio, sino
con énfasis en otras técnicas decorativas .

El problema de la colocación temporal de la tradición Yotoco en la subregión Cauca Medio


está indirectamente relacionado con otro gran interrogante, como es el de la asociación
cerámica y la antigüedad del conjunto orfebre conocido desde el siglo pasado como Estilo
Quimbaya (Pérez de Barradas 1966: 10).

De acuerdo con sus atributos estilísticos y de forma se incluye en la tradición metalúrgica


temprana (500 a.C. 1.000 d.C.) del Suroccidente (Plazas y Falchetti 1983). Bray (comunicación
personal) hizo fechar recientemente núcleos cerámicos de algunas piezas; los resultados no se
pueden citar en detalle todavía, pero corresponden al primer milenio d.C.

Estas fechas pondrían en cuestión la hipótesis de Lathrap et al. (1984), según la cual este estilo
orfebre se colocaría entre los años 1500 a 600 a.C.. Incidentalmente, este razonamiento se
sustenta en parte en una comprensión defectuosa de los episodios volcánicos de la Cordillera
Central, que afectaron el Departamento del Valle del Cauca y en la hipótesis de Bruhns (1969-
70) según la cual por rasgos iconográficos se asocia esta orfebrería con el complejo Marrón
Inciso, que no seria contemporáneo con los complejos Medio Cauca y Caldas sino anterior a

165
éstos (Bruhns 1969-70).

Sin embargo en la subregión cordillerana la orfebrería de esa misma tradición metalúrgica


temprana está firmemente asociada con la cerámica Yotoco (Herrera, Cardale de Schrimpff y
Bray 1982-3), si bien hay que recordar, que la orfebrería ya desarrollada, aparece en llama, que
es el complejo anterior. Podría señalarse con mucha cautela que los complejos cerámicos llama
y Marrón Inciso comparten una propensión por vasijas antropomorfas modeladas, realistas. En
estas cerámicas, así como en la orfebrería de la subregión Cauca Medio, la figura humana tiene
contornos suaves, redondeados, miembros proporcionados Y dotados de soltura; también hay
énfasis en la decoración incisa linear, mientras que la policromía es menos importante. Como
ya se anotó atrás en la subregión cordillerana, los complejos cerámicos llama y Yotoco
presentan rasgos que evidencian cierta continuidad del uno al otro. Y aquí es interesante llamar
la atención sobre una curiosa vasija ilustrada por Bray (1978: 83), que pertenece a la colección
del Banco Popular y está identificada con el número Q.8766. Se trata de un cuenco pando
antropomorfo en el cual se combinan el estilo de representación de la figura humana, típico del
complejo Marrón Inciso, con pintura curvilinear en los colores característicos (rojo, naranja y
blanco) de la cerámica Yotoco.

Los datos sobre rasgos arqueológicos visibles en el paisaje aparecen con Duque Gómez (1942),
quien reseña la presencia de surcos, aterrazamientos para vivienda, caminos a manera de
trinchera "amontonaderos" (sitios donde se depositaban fragmentos cerámicos). Posteriormente
se hace énfasis sobre sistemas de eras de cultivo que corren paralelas a las pendientes, y su
función (West 1959, Bruhns 1981). Concentraciones de plataformas son visibles, en lugares
pendientes con vegetación de pasto, por ejemplo en el paisaje que se domina desde la carretera
troncal que atraviesa la Cordillera Central, entre Calarcá y La Línea y al otro lado de la
cordillera, bajando hacia Cajamarca en la Región del Valle del Magdalena. También se
observan en la carretera, que une a Armenia con el Valle del Cauca por Zarzal.

Bruhns (1976) sostiene que los sitios de los complejos Cauca Medio y Caldas son amplias áreas
con distribución uniforme de tiestos, líticos y piedras rajadas por el fuego, pero no se ven
estructuras ni alteraciones de piso para colocarlas ("patios de indios"). Estas se encuentran por
los lados de Pijao y Caicedonia, es decir en límites departamentales Valle del Cauca - Quindío,
asociadas con material que muestra más similitudes con el tardío encontrado por Bray y
Moseley en los alrededores de Buga, que con el de los Complejos Cauca Medio y Caldas . Por
lo tanto propone que existiría allí un límite cultural.

Otro hecho importante relacionado con esta zona es la existencia de un yacimiento, Los
Quingos, localizado a orillas de un "río de agua salada", donde se llevaron a cabo excavaciones
preliminares. Hay allí material cerámico abundante, con una predominancia de jarras grandes
de borde acampanado, con la superficie exterior frecuentemente carbonizada y una gran
cantidad de líticos (cuchillos de basalto gris, así como implementos en forma de astilla). Se

166
interpreta este yacimiento como una salina (Bruhns 1976b).

Los datos de las investigaciones de Rodríguez (1987), confirman la información de Bruhns


sobre tipo de asentamientos: hacia el límite con el Valle hay aterrazamientos mientras que en la
hoya del Quindío no. En esta última región los sitios tienen mayor densidad de material cultural
y éste no corresponde a ningún tipo descrito por Bruhns: hay decoración impresa y bordes
evertidos con acanaladuras en el interior.

Cañón del Cauca

Se conocen hasta el momento dos investigaciones en esta región. En 1983, Neyla Castillo inició
investigaciones en un complejo funerario en el municipio de Sopetrán. Allí depresiones
circulares señalan la localización de tumbas complejas de pozo y varias cámaras. Se obtuvo una
fecha de 840 ± 50 d.C. para una de ellas.

En la parte baja del mismo cerro donde está el cementerio, se localizó un área de vivienda con
un material variado, entre el cual figura una cerámica distinta a la encontrada en las tumbas.
Otros implementos encontrados en este yacimiento son machacadores, raspadores, metates,
manos de moler y chopper. La autora propone la existencia de dos ocupaciones, que
corresponderían a dos sistemas agrícolas, uno más antiguo basado en raíces, y uno tardío en
semillas (Castillo 1985 y FIAN 1985).

En 1983 y 1984, Jesús M. Girón efectuó prospección y excavaciones en el municipio de


Buriticá, importante distrito minero en épocas prehispánica y colonial, donde se encontraba oro
de veta y aluvión. Localizó sitios de vivienda en lugares natural y artificialmente planos, así
como áreas de hundimientos, similares a las encontradas en Sopetrán; también hay túmulos que
señalan estructuras funerarias. Se diferenciaron dos complejos cerámicos. Uno caracterizado
por un material duro con pintura roja, decoración incisa y bordes reforzados, que muestra nexos
estilísticos con el material de Sopetrán fechado para el siglo IX, y también asocia con los
hundimientos. El otro complejo, constituido por una cerámica friable de baño rojo y bordes
evertidos, posiblemente posterior, que se relacionaría con los cementerios de túmulo. También
se encontró una tercera clase de cerámica, del período de la conquista (Girón 1985, FIAN
1985).

Balance General de la Región

Esta región comprende cuatro subdivisiones: Valle del Cauca, Alto Cauca, Cauca Medio y
Cañón del Cauca, que se diferencian por un disparejo conocimiento arqueológico. Teniendo en
cuenta esta desigualdad se pueden señalar dos rumbos para la investigación. Hay necesidad de

167
investigación de base, es decir localizar sitios, excavar yacimientos estratificados, y recoger
información de material en museos y colecciones particulares, para definir o redefinir sobre
bases apropiadas, complejos cerámicos locales y cuadros cronológicos subregionales.

Otra clase de investigación es la que combina estrategias como la anterior, orientada a "llenar
lagunas", con un procesamiento de los datos existentes para lograr definir regularidades que
trasciendan la subregión, y aún la región. El siguiente paso es proponer investigaciones ya
especializadas, enfocadas en un problema o una categoría de datos que resolverían ese
problema. Hay varias posibilidades, que se exponen a continuación.

Es necesario seguir el estudio de la tradición microlítica de obsidiana y de las otras tradiciones


líticas paralelas en el Alto Cauca, para determinar su antigüedad y su duración. Si esta es tan
considerable, como parece sugerirlo la presencia en sitios Pre-conquista, como se integra con
las pautas de subsistencia y de que forma la afectan los cambios en éstas. En general, el
empalme entre las ocupaciones precerámicas y el formativo, con el trasfondo de una tradición
lítica constante, está todavía oscuro.

La utilidad de la ceniza volcánica como un medio para determinar la antigüedad de yacimientos


arqueológicos es aceptable, cuando se conoce bien la geomorfología de una región específica2.
Recientemente, se ha exagerado su utilización como en la propuesta de Lathrap para resolver el
problema de la colocación cronológica de la orfebrería del Cauca Medio, a través de
cataclismos volcánicos en Calima, donde no los ha habido (Lathrap et. al. 1984, Bray 1985
verbalmente).

En cuanto a las relaciones entre los complejos cerámicos tardíos a lo largo de la región, ya se
hizo énfasis sobre las similitudes que en esta época se aprecian entre los del departamento del
Valle del Cauca; pero podría considerarse un horizonte más amplio que se extendería por el sur,
hasta el Altiplano de Popayán, y por el norte incluiría el medio Cauca y al occidente llegaría
hasta la Costa Pacífica. Algo similar, a grandes rasgos, se ha sugerido en el caso de la
orfebrería tardía del suroccidente colombiano (Plazas y Falchetti 1983). No se trata aquí de
buscar difusión de rasgos por sí misma, pues el hecho de reconocer una cierta tendencia
homogeneizante que se difunde rápidamente entre áreas vecinas debe poder explicarse en
términos culturales, étnicos o políticos3. En el Ecuador a un proceso paralelo cronológicamente
se le ha llamado Integración. Más allí, por lo menos para la zona costera norte, hay una
continuidad con la época anterior; pero en la región del río Cauca, en su curso por entre las
cordilleras, hay por el contrario un cambio, si no total, si cualitativo y drástico. Por mucho

2
1. El estudio geológico del Altiplano de Nariño hecho por Tello (FIAN 1985) indica p.e. la existencia de una
capa de humus sepultada por más de 1 m. de materiales volcánicos.
3
* Las conclusiones de Ann Osborn (1986) sobre diferencias y semejanzas culturales entre los subgrupos
Tunebo y la forma como éstas se reflejarían en los restos materiales, podrían muy bien aplicarse a la situación
prehispánica en el suroccidente colombiano.

168
tiempo se ha hablado de las invasiones caribes. Lathrap ha tocado el tema de la distribución de
sistemas de eras (ridged fields) y sugiere que tienen un origen común; con su óptica particular
centrada en la Amazonia, sitúa en esa región su origen aunque no sean muy comunes allí
(Lathrap 1980). Burcher (1985) le da otro cariz al tema de las invasiones caribes, con
ingredientes de la hipótesis de Lathrap sobre movimientos de expansión cíclicos desde la
Amazonia, para proponer un patrón de desplazamientos de grupos de selva tropical hacia afuera
de su hábitat y ocupación de otras áreas por conquista y violencia.

Un tema que puede tener relaciones con el de parentescos entre cerámicas de subregiones
vecinas, es el de la dispersión, distribución y cronología de modificaciones del suelo para
agricultura y vivienda. Las primeras son generalmente de conjuntos de canales paralelos a la
pendiente que reciben diversos apelativos: eras, camellones, zanjas, "ridged fields", campos de
cultivo.

Para viviendas se prepararon plataformas por corte y relleno. La presencia de estos rasgos es
ubicua por las Cordilleras Occidental y Central. Aparecen en tres de las subregiones de la
cuenca del Cauca, y en dos subregiones vecinas, se conocen en el Macizo Colombiano (Llanos,
comunicación personal), y en la región de La Plata (Drennan, 1985).

169
170
171
VII. COSTA DEL OCÉANO PACÍFICO Y VERTIENTE OESTE DE LA
CORDILLERA OCCIDENTAL
Leonor Herrera

West, en su ya clásico estudio de geografía humana, establece un "área cultural de las tierras
bajas del Pacífico" que comienza, al sur, en la Provincia de Esmeraldas en el Ecuador; y al
norte abarca la mayor parte de la Provincia de Darién en el sureste de Panamá (West 1957:1).
Aunque se aplique esta definición a una población de origen africano, muy distinta a la que
concierne a este aparte, tiene, como se verá más adelante, alguna validez para la época
prehispánica. Los límites de la región como se la considera en este documento, son diferentes a
los del área cultural, pues está convencionalmente delimitada al norte y sur, por las fronteras
políticas actuales, y no incluye la cuenca del bajo río Atrato. Por el occidente, a partir del río
Guapi, abarca la vertiente pacífica de la cordillera occidental, tomando como límite el divorcio
de aguas.

En el Departamento del Valle del Cauca, la línea divisoria entre las regiones Costa pacífica y
Cuenca Montañosa del río Cauca, corta tradiciones culturales que hacia finales del Primer
milenio d.C. se extendían por valle y cordillera. Sin embargo, si esta divisoria se recorriera en
dirección al mar, no haría justicia a los datos, cada vez más abundantes, sobre relaciones entre
costa y cordillera.

Tomando como referencia el Cabo Corrientes, se consideran dos sectores:

Hacia el norte del Cabo Corrientes4, la franja costera es rocosa, constituida por las abruptas
estribaciones de la Serranía del Sapo (o de los Saltos) y la Serranía de Baudó, caracterizadas
por pendientes pronunciadas cubiertas de selva pluvial. El río Baudó forma un largo valle
longitudinal en esta formación montañosa.

Entre las serranías y la cordillera, el río Atrato atraviesa un paisaje de colinas bajas de
sedimentos terciarios disectados, formando un amplio valle aluvial con multitud de ciénagas.
Las vertientes de la cordillera occidental, están cubiertas de selva cálida y húmeda, que en el
pie de monte tiene una lluviosidad de 8.000 mm., superior aún a la del valle del Atrato.

En dirección sur, en territorio de los departamentos de Risaralda y Valle del Cauca y el extremo
norte del Cauca, el paisaje hacia los 1.500 m. de altura se caracteriza por lomeríos y pequeños
valles de clima templado, donde pastizales y cultivos han reemplazado en gran parte la
vegetación original de bosque subtropical húmedo. Hay partes muy áridas y erosionadas, que
quedan a la sombra de los vientos prevalentes o reciben su impacto cuando ya han descargado

4
Para la presentación geográfica de la región se utilizaron las descripciones de Robert C. West (1957),
Ernesto Guhl (1975, 1976) y Jean Francois Bouchard (1982-3).

172
la humedad en los contrafuertes de la cordillera. En dirección al mar, la cordillera cae en
pendientes abruptas y selváticas en las que ríos torrentosos han cortado cañones profundos. En
esta zona llueve casi todos los días.

El pie de la cordillera es una superficie de ondulaciones leves, cubiertas por selva tropical, de
clima muy húmedo (80 a 95%), caliente (30º). Precipitaciones excesivas (hasta 10.000 mm
anuales) hacen de ésta la zona la más lluviosa de América, donde los dos períodos secos
anuales (el verano en febrero-marzo y el veranillo en julio y agosto) son escasamente notorios.

La región costera de Cabo Corrientes hacia el sur, está formada por materiales aluviales
recientes, muy inestables y cubierta de selva pantanosa, en la que predomina el mangle. Los
ríos, en su desembocadura, forman numerosos canales y esteros por los cuales penetra el agua
salada durante la marea alta. En la marea baja se retira el agua de los esteros y queda un piso
fangoso, no propicio para habitación humana. Esta zona es un hábitat ideal para la fauna marina
y terrestre, pues impera allí un régimen salobre y se genera una gran cantidad de detritus
orgánico, que constituye una abundante fuente alimenticia. Además, la tupida vegetación
provee un abrigo natural.

Esta región se subdivide así:

Subregión norte: a partir de Buenaventura, correspondería, más o menos, con el Departamento


del Chocó; Subregión sur: de Buenaventura hacia el sur; Subregión Cordillerana: en los
departamentos de Risaralda y Valle del Cauca; Subregión Mesa del Chocó: estribaciones
septentrionales de la cordillera occidental y Subregión Insular.

Exceptuando la parte cordillerana, la región presenta condiciones adversas para el trabajo


arqueológico. Dada la escasez de vías de comunicación el transporte se hace por río y mar,
sometiéndose a las limitaciones de mareas y vientos. Los asentamientos son difíciles de
encontrar entre la espesa vegetación y donde ha habido desmonte, los materiales arqueológicos
sufren erosión y redeposición .

173
Subregión Pacífico Norte

Las primeras investigaciones arqueológicas se deben a Sigvald Linné quien recorrió la región
en 1927, haciendo recolecciones superficiales de material cerámico y lítico y estudiando el
contenido de tumbas. Entre los lugares visitados están la Bahía de Cupica, el río Jurubidá, el
Cabo Corrientes y el río Pavesa (Linné 1929). En 1942 el geólogo Víctor Oppenheim, hizo

174
recolecciones superficiales de material cultural en varios sitios: entre el Cabo Corrientes y la
ensenada de Utría, en las bahías de Solano y Cupica; en el Valle del Atrato, entre el río Salaquí
y Bagadó; en el Valle del río San Juan, en los sitios posteriormente excavados por G. y A.
Reichel-Dolmatoff (Recasens y Oppenheim 1943-44).

En 1960 Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff hicieron prospecciones en la costa comprendida


entre Buenaventura y Cabo Corrientes, en las hoyas del medio y bajo río San Juan y del Bajo
Baudó. Realizaron excavaciones en Murillo y Minguimalo, dos de los treinta sitios detectados
en el bajo río San Juan. En 1961, ellos mismos prospectaron la costa entre Cabo Corrientes y la
frontera con Panamá, las cabeceras del río Baudó y los ríos que desembocan en la costa.
Localizaron quince sitios y excavaron en Bahía Cupica (Reichel-Dolmatoff G. y A. 1962).
Posteriormente excavaron el sitio de Catanguero, cerca a la desembocadura del río Calima en el
San Juan (Reichel 1965:114).

Entre 1984 y 1986, Carlos Armando Rodríguez ha realizado investigaciones en el bajo Río
Calima (comunicación personal). En el río Munguidó integrantes del Proyecto Calima
realizaron en 1982 un reconocimiento y una excavación de sondeo (Bray, Schrimpff y Herrera,
en preparación).

La mayoría de los sitios detectados por G y A. Reichel-Dolmatoff son yacimientos cerámicos


pero en algunos (Alto río Baudó, río Jurubidá, río Chorí, Bahía de Utría) encontraron conjuntos
líticos Que no están asociados con cerámica o con artefactos de piedra pulida o amolada y que
consisten en raspadores unifaciales, hojas, ocasionales choppers y perforadores. Como se trata
de sitios superficiales o estratos redepositados, no es posible fecharlos, pero tipológicamente se

175
los asigna al paleoindio (Reichel-Dolmatoff 1986: Figs. 13-16, pp. 41-47).

La excavación de un túmulo funerario, en Cupica, en cercanías del estero La Resaca, permitió


definir cinco fases sobre la base de un material consistente en vasijas y fragmentos de cerámica,
en su mayoría burdos y sin decoración. Otras asociaciones fueron escasas: lascas de cuarzo,
peloticas de mineral, volantes de huso, hachas de piedra y una nariguera de oro de la fase IV,
fase para la cual hay una fecha de C 14, del siglo XIII d.C. Aunque el material cerámico
muestra variaciones a lo largo de la secuencia, las fases comparten elementos significativos que
sugieren continuidad cultural. Mientras que los comienzos de Cupica parecen relacionarse con
desarrollos formativos tardíos de la cuenca del río Sinú (Cupica I y II con Momil y Ciénaga de
Oro, Cupica III con Tierra Alta), las fases tardías (IV) están estrechamente emparentadas con
cerámicas de la zona de Lago Madden y del período Coclé Tardío en Panamá. Se ha sugerido
que la presencia de rasgos panameños podría deberse al establecimiento de pequeñas colonias
en playas colombianas, que se habrían extendido hasta Bahía Solano (Reichel-Dolmatoff G. y
A. 1961; Reichel-Dolmatoff 1965: 132, 1978: 88).

Recientemente se ha reinterpretado el material de Cupica comparándolo con resultados de


investigaciones en Panamá. Los yacimientos costeros, tanto colombianos como panameños,
corresponderían a una población densa y un contacto vigoroso a lo largo de los nueve siglos
que preceden a la conquista; de manera que constituiría un área cultural significativa por
derecho propio. Incidentalmente se considera la fecha de 1.227 d.C. como demasiado tardía
(Bray 198·4: 330-1).

En el bajo río San Juan, los reconocimientos y las excavaciones en yacimientos estratificados
en los sitios de Murillo y Minguimalo, permiten definir dos complejos culturales diferentes
aunque con evidencias de que hubo contacto entre ambos. La densidad de material cultural y su
profundidad indicarían que se trataba de poblados nucleados y relativamente permanentes,
probablemente compuestos por viviendas construídas sobre pilotes.

Se denominó Murillo al complejo más antiguo, que tiene una primera fecha del siglo IX d.C.,
aunque la posición estratigráfica de la muestra fechada, indica que su comienzo se remonta
algunos siglos atrás. El autor sugiere una economía basada en el cultivo de raíces, recolección
de frutas de palma, caza y pesca, por la presencia de martillos o piedras pesadas para machacar
y la ausencia de manes de moler y metates. Estos elementos hacen su aparición en Minguimalo,
el siguiente complejo, que tiene una fecha de C 14 del siglo XIII. Las evidencias de este tienen
una mayor expansión por la hoya del río San Juan, que las del complejo anterior.

El material cerámico de ambos complejos es ordinario y no parece tener antecedentes en el área


del Chocó. Tentativamente, los autores sugieren una relación con el Alto Amazonas por
comparación de rasgos decorativos en la cerámica y la presencia de hachas en forma de T, en
Minguimalo (Reichel-Dolmatoff G. y A. 1962; Reichel-Dolmatoff 1978: 86-87).

176
En un sondeo hecho en un barranco del río Munguidó, afluente del San Juan, se excavó un
estrato cuya cerámica presenta rasgos tanto de Minguimalo como del estilo Sonso (muy
extendido por la región cordillerana y la suela plana del río Cauca), con una fecha de C 14 del
siglo XI d.C., que no aclara tampoco el origen de los complejos del río San Juan, pero sugiere
nexos más cercanos geográficamente (Herrera, Cardale de Schrimpff y Bray 1983 y en
preparación).

Los datos preliminares de las excavaciones en la Finca San Luis (CVC) en la parte intermedia
del bajo río Calima, indican la existencia de un asentamiento Sonsoide (Rodríguez, 1986).

En las excavaciones de Catanguero, en el bajo río Calima, se recuperó una cerámica que
muestra rasgos similares con el período II de Mataje (Subregión Pacífico Sur) y con la
cerámica de la región de Calima (subregión Cordillerana) (Dussán de Reichel 1965-6: 66;
Reichel-Dolmatoff 1965: 100, 114). La lista de rasgos compartidos por Catanguero y la región
de Calima incluye elementos tanto del período llama (p ej. incisiones finas, "canasteros") de los
últimos siglos anteriores al comienzo, de la era cristiana, como de Yotoco, el período siguiente
(p. ej. pintura policroma y cuencos (Herrera, Schrimpff y Bray 1982-3).

Subregión Pacífico Sur

Al parecer el primer investigador que hiciera reconocimientos fue Marshal Saville en 1921,
quien no publicó los resultados de sus exploraciones en el extremo sur de la región (Cubillos
19551 8). En 1950 Julio Cesar Cubillos, exploró la franja costera de la rada de Tumaco hacia el
sur, hasta la frontera con Ecuador e hizo las primeras excavaciones sistemáticas, en Monte Alto
(Cubillos 1955). En 1962 Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff realizaron exploraciones a lo
largo de la costa entre Buenaventura y la frontera con el Ecuador y excavaron en los sitios de
Mataje e Imbilí (Reichel-Dolmatoff G. y A. 1961; Reichel-Dolmatoff 1965, 1978). Durante
varios años, hasta 1977 Jean Francois Bouchard llevó a cabo excavaciones en los sitios de
Inguapí, El Balsal, El Morro, Pampa de Nerete y Caunapi (Bouchard 1982-3). Recientemente
Diógenes Patiño (1987 1988) hizo prospección y excavaciones en las regiones bajas costeras
comprendidas entre los ríos Guapi y Timbiquí.

En la zona costera hacia el sur de Buenaventura se encuentran pequeños sitios de habitación,


con cerámica tardía, que en algunos casos se relaciona con los complejos del río San Juan, y,
sobretodo a partir del río Guapi, con estilos de la región de Tumaco (Reichel-Dolmatoff 1978).
Los yacimientos están localizados con frecuencia, en la extremidad de la llanura aluvial, en el
umbral entre la zona de manglares y la selva tropical húmeda. Generalmente se componen de

177
aglomeraciones de montículos artificiales, localmente denominados "tolas", en los que se
encuentran cabecitas y figurinas antropomorfas en gran profusión, vasijas trípodes y ralladores
en forma de pescado. El límite cultural y ecológico de la región estaría en el Ecuador en el río
Verde (Bouchard, 1985).

Las excavaciones en Monte Alto, dejaron entrever que la ocupación del área podría tener una
considerable antigüedad y que hubo variaciones a lo largo del tiempo, tanto en el material
cultural, como en las pautas de asentamiento y en las de entierro. El autor propone una división
en dos períodos: Antiguo y Menos Antiguo y sugiere relaciones con material cultural del sur de
Méjico y la posibilidad de movimiento cultural en dirección Norte-Sur (Cubillos 1955).

Las excavaciones llevadas a cabo en el río Mataje, confluencia con la quebrada la Rucia, no
han sido publicadas en detalle. Se trata de un montículo artificial formado por la acumulación
de basuras y pisos de habitación, que permitió establecer una secuencia de unos cuatrocientos
años. Una fecha de C14 de 400 + o - 180 a.C. marca el final del período I, para el cual se
mencionan alcarrazas, soportes trípodes altos y soportes mamiformes. El período II, tiene una
fecha inicial de 300 + o - 200 años a.C. y en él aparecen figurinas con rasgos faciales similares
a las de las representaciones humanas del período llama (Calima), así como la decoración por
finas incisiones, también características de este desarrollo cordillerano. Mataje II, es el período

178
que corresponde, con detalle, al sitio Catanguero en el bajo río Calima. La fecha 10 + o - 130
d.C. marca el final del período II y el comienzo del III. En el río Mira, en el sitio de Imbilí, se
encuentran grandes acumulaciones de basura en las cuales hay material relacionado con el del
río Mataje, pero que son algo tardías del año 1.000 d.C. aproximadamente (Reichel-Dolmatoff
1965, 1978; Dussán de Reichel 1965-66).

El material cultural de estos sitios, se interpretó como restos de colonias de navegantes de


origen mesoamericano que, no florecieron y se fueron desplazando hacia el sur a la costa
ecuatoriana. También por el occidente penetraron a la cordillera por los ríos Patía, Calima y
otros. Su influencia es notoria en el valle del río Cauca donde originan más altos desarrollos.
Los grupos que permanecieron en la región de Tumaco, sufrieron los efectos del medio
inhóspito, que se reflejan en el material cerámico como una regresión, pues se vuelve
paulatinamente sencillo y burdo. Según Reichel-Dolmatoff, la región de Tumaco se podría
considerar una extensión de la arqueología de la Provincia de Esmeraldas, pero no se trataría de
una sola cultura sino de un largo desarrollo y de varias superposiciones de culturas. Los rasgos
que se tomaron como base para proponer movimientos migratorios desde Mesoamérica son:
tumbas profundas de pozo con cámara lateral, figurinas antropomorfas elaboradas, deformación
craneana occipito-frontal, cerámica multípoda, alcarrazas, sellos, torteros complicados, pitos
biomorfos (Reichel-Dolmatoff 1965, 1978 y comunicación personal 1967).

Basándose en la excavación de sitios de habitación y basureros, Bouchard (1982-3, 1985)


define una secuencia de cinco complejos: Inguapi, Balsal, Nerete, Morro y Bucheli. Compara el
material de estos con el de los sitios arriba mencionados y el de la Tolita, dentro de un esquema
integrado con la periodización vigente en el Ecuador. Hace así mismo un examen crítico de las
hipótesis de origen mesoamericano de estos desarrollos para concluir que hay más argumentos
en favor de una raíz suramericana.

179
De acuerdo con este esquema ciertos rasgos son generales para toda la secuencia, como las
figurillas antropomorfas con deformación craneana. Los asentamientos se encuentran en las
cercanías del agua (ríos, esteros o playas); en los complejos más tempranos sobre la topografía
natural y en el más reciente sobre las "tolas". La economía era mixta, orientada hacia
explotación de la fauna de mar, ríos y esteros; recolección de frutas silvestres; cultivo de raíces
y maíz.

Inguapi es el complejo más antiguo, cuya primera fecha, 325 + o - 85 a.C. corresponde
cronológicamente al formativo tardío. El material cerámico, incluyendo las figurinas, muestra
rasgos chorreroides; aparecen evidencias de trabajo de oro, ya con técnicas desarrolladas. Se
relaciona con los períodos Monte Alto Antiguo, Mataje I y el período pre-tolita de La Tolita.

El siguiente complejo, Inguapi 2, con fechas 270 y 50 a.C., se deriva del anterior, pero
desaparecen los rasgos chorreroides de la cerámica. Las figurinas de este complejo son las que
siempre ilustran la "Cultura Tumaco-La Tolita". Corresponde a la época de los desarrollos
Regionales y dentro de ella a una etapa "clásica" propuesta por el autor; se relaciona con el
periodo II de Mataje y el período clásico de La Tolita.

Continúa la secuencia con el complejo Balsal, que tiene una fecha de 50 d.C. El complejo
Nerete, para el cual no hay fechas se considera contemporáneo. En estos complejos
desaparecen los rasgos clásicos en las figurinas y, hay otros cambios en la cerámica que
podrían deberse tanto a relaciones de tipo comercial como a la llegada de grupos humanos que
reemplazaron a la población anterior. Ambos complejos harían parte de una etapa intermedia en
la época de los Desarrollos Regionales.

180
El complejo Morro, con fecha 430 d.C. representa en la secuencia, una modificación más
drástica que la anterior, pues cambian todos los tipos cerámicos, aunque las figurinas
continúan. Se postula la llegada de un nuevo grupo a la región. Corresponde a una etapa tardía
de los Desarrollos Regionales.

La cerámica del último complejo, Bucheli que tiene fecha 1075 d.C., al ser comparada con la
de los complejos anteriores, sugiere una regresión: las formas se simplifican, desaparecen
ciertos modos decorativos y las figurinas se estilizan hasta llegar a lo rudimentario. En cuanto a
los patrones de asentamiento, hay sitios Bucheli en el interior de la llanura aluvial y aparecen
las famosas "tolas". Este complejo corresponde a la época de Integración y podría estar
relacionado con Imbilí, y posiblemente la fase Monte Alto Menos Antiguo.

Para la región del río Guapi Diógenes Patiño define cuatro fases culturales: Las Delicias, El
Tamarindo, La Cocotera y San Miguel, cuyos materiales se encontraron en varios sitios que
corresponden a la ocupación de dos zonas ecológicamente diferentes.

En la zona de manglares los sitios están en las áreas de bocanas y esteros, en los llamados
"firmes" o sea lugares menos inundables y ricos en capas húmicas. La fase Las Delicias que
corresponde a este patrón de asentamiento tiene materiales que se relacionan con los complejos
El Balsal, Nerete y Morro, pero la fecha obtenida de 190 ± 90 a.C. es más temprana que la de
los complejos de la costa de Tumaco. Comparte con estos ciertas formas cerámicas (platos,
escudillas trípodes, copas con pedestal acampanada y cuencos) y rasgos decorativos como
pintura roja en bandas; hay figurillas humanas macizas y modeladas.

La fase La Cocotera, fechada 110 ± 60 d.C. también con sitios en la zona de manglares se
relaciona con el complejo Inguapi y con Mataje, Monte Alto y, en la costa de Esmeraldas en el
Ecuador, con La Tolita y La Propicia. Comparte con éstos rasgos como figurillas humanas
huecas modeladas y moldeadas, algunas con deformación craneana, profusión de vasijas
trípodes, con soportes huecos cónicos o mamiformes, vasijas aquilladas y compuestas,
alcarrazas, etc.; en la decoración el énfasis es en incisiones con motivos geométricos y la
pintura en tones rojo, naranja, blanco y negro (positiva y negativa). La orfebrería característica
de esta fase es de piezas grandes y también muy pequeñas (adornos, como orejeras, pendientes,
narigueras y claves). En la industria lítica abundan pesas de red, hachas trapezoidales, metates,
manos de moler y machacadores. Los datos palinológicos además indican que se cultivaba maíz
y yuca.

181
Los sitios de las fases El Tamarindo y San Miguel están en la llanura aluvial en las riberas de
los ríos y en las partes altas de lomas y colinas aledañas. La fase El Tamarindo fechada en 140
± 60 d.C. está pobremente documentada y es difícil relacionarla claramente con otros sitios;
hay algunas semejanzas con elementos de los complejos Balsal y Nerete. El material cerámico
de San Miguel, aún sin fecha, tiene rasgos distintos a los de las anteriores fases, lo que parece
indicar que corresponde a nuevos pobladores, de épocas tardías. Se relaciona en algunos
aspectos (decoración de cordones aplicados, incisiones de líneas paralelas o cruzadas y puntos
impresos en el labio de bordes reforzados) con la cerámica encontrada en el sitio San Luis en el
bajo Calima, la cual a su vez se relaciona con el horizonte Sonso (Patiño 1987; 1988: 114-124).

La Subregión Cordillerana

Las investigaciones en esta subregión que se conoce popularmente con el apelativo "Calima",
se han concentrado en los municipios de Restrepo, Darién, Yotoco y Vijes.

Entre las más tempranas están las de Henry Wassén (1976) quien en el año de 1935 excavó
tumbas y recolectó datos sobre ajuares funerarios, en el Valle de El Dorado, en el año de 1935.
Dos años más tarde Gregorio Hernández de Alba (1976) hizo reconocimientos en Yotoco y
Darién. Hacia finales de la década del treinta, a raíz del auge de la guaquería, el Instituto
Etnológico Nacional, envió comisiones de arqueología de salvamento de las cuales formaron
parte Julio César Cubillos, Roberto Pineda Giraldo y Gerardo Reichel-Dolmatoff (Pineda G.
1945, Duque Gómez 1946). Una comisión similar compuesta por Warwick Bray, Andrew
Macmillan y Joaquín Parra, trabajó en el año 1962 en el valle del río Calima, donde se
construía una represa (Bray 1976). Diez años más tarde, Ana María Caldas, Alvaro Chávez y

182
Marina Villamizar (1972), excavaron varias tumbas en el valle de El Dorado y sus alrededores.
Al año siguiente, Ana María Falchetti y Clemencia Plazas (1973) excavaron tumbas en el
municipio de Restrepo. Hacia finales de la década Carlos Humberto Illera (1978), realizó
reconocimientos y excavaciones en los municipios de Darién y Restrepo.Entre 1979 y 1986 la
Fundación Pro-Calima ha promovido un proyecto interdisciplinarias con orientación ambiental
en los municipios de Restrepo, Darién, Yotoco, La Cumbre y Dagua (Herrera, Cardale de
Schrimpff y Bray 1982-3; Gahwiler 1983). Además del grupo de Pro-Calima, otros
investigadores han trabajado en la región durante la última década. Gonzalo Correal buscó
sitios Paleoindios (comunicación personal)· Edgar Torres hizo un reconocimiento en cercanías
de Dagua y en el río Pepitas (comunicación personal); Vladimir Bashilov, Carlos A. Rodríguez
y Héctor Salgado (Salgado et al. 1984, Salgado 1984), llevaron a cabo excavaciones de plantas
de vivienda en el cerro del Cabo de la Vela; Carlos A. Rodríguez (1983-4) hizo una
prospección en la región del río Las Vueltas, conocido también como Garrapatas y Héctor
Salgado (1985) excavó en el sitio El Pital.

En la parte media de la región cordillerana, el relieve es de lomeríos, entre los cuales se


intercalan pequeños valles de suelo anegadizo, que en las aerofotografías muestran huellas de
antiguas zanjas y eras de cultivo. En los pastizales de las laderas se ven también zanjas que
bajan por las pendientes y planes artificiales. El mayor de estos valles es el Valle de El Dorado,
que si bien no iguala en tamaño al de Calima, convertido en embalse, es representativo de este
paisaje y por esto se escogió para hacer un estudio de las transformaciones en la fisiografía,
vegetación y clima a partir de una época anterior a la ocupación humana. Para esta
reconstrucción se utilizaron varias clases de análisis: de polen (en muestras obtenidas con
barreno hasta una profundidad de 5 m.); de suelos, de fitolitas y de carbón.

La historia comienza hace unos 40.000 años, cuando existía en el valle y sus alrededores una
vegetación de bosque andino y subandino que crecía sobre un suelo húmedo. El fondo del
valle, que tenía una sección en V, se va rellenando con materia orgánica, sedimentos y material
de arrastre; y como consecuencia de lluvias de ceniza volcánica y fenómenos inducidos por
estas (erosión y deslizamientos masivos de suelo), la salida del Valle se bloquea, formándose
un lago.

Estas condiciones lacustres no eran permanentes; de tiempo en tiempo, bajaba el nivel del agua
y quedaba un pantano y en algún intervalo se mejoró tanto el drenaje, que volvió a crecer el
bosque. Hacia el final de la época que antecede a la ocupación humana, hay un último episodio
de deslizamientos y vuelve a formarse un lago, que a la larga se seca, quedando de nuevo un
pantano, el cual, hacia el año 100 ± 320 d.C., se adecuó para cultivo por medio de la
construcción de drenajes. Pero es antes, en la época lacustre, cuando aparece por primera vez
polen de maíz y también cambios importantes en la vegetación de los alrededores del Valle,
indicativos de deforestación. Hay una fecha, 4.730 ± 230 a.C., para este episodio en el
diagrama de polen de la Hacienda El Dorado y, otra, 3.200 ± 180 a.C. para el diagrama de la

183
Hacienda Lusitania. (Bray, Herrera y Schrimpff 1985 a, 1985 b y comunicación personal,
Monsalve 1985, Botero 1985, Piperno 1985).

Hay para otros sitios fechas más antiguas, pero conviene antes de entrar a considerarlas,
discutir el significado de los hallazgos aislados de puntas de proyectil en piedra. Estas no
pueden interpretarse inequívocamente como evidencias de ocupación durante el paleoindio y
bien podría tratarse de artefactos elaborados en época tardía. Aparte de la punta de Restrepo
(Reichel-Dolmatoff, 1965:48) sobre la cual no existen datos de contexto, hay información sobre
otras procedentes del Municipio de Yotoco; una de la Agrícola Sinaí, hallada en recolección
superficial y otras dos de las haciendas El Dorado y La Virginia en tumbas con material
cerámico tardío. La última tiene una fecha de C14 de 610 ± 75 d.C. (Bray s.f.).

En los abrigos rocosos no se han encontrado yacimientos paleoindios (Correal comunicación


personal). Los sitios de ocupación más antiguos son a campo abierto en las fincas Sauzalito y
El Recreo localizadas muy cerca una de la otra en el Municipio de Darién. Allí se han
encontrado conjuntos líticos que incluyen piedras burdas simplemente partidas , cantos rodados
con huellas de trabajo, piedras de río lisas y planas a las cuales se les hizo, un orificio para
suspensión y finalmente tres artefactos tentativamente denominados "azadas". También se
encontraron nueces carbonizadas todavía sin identificar. Para el sitio Sauzalito hay tres fechas
de radiocarbono 7.720 ± 150 a.C.; 7.650 ± 110 a.C. y 7.350 ± 100 a.C. Para El Recreo los
análisis de C14 están en proceso pero hay indicios de que posiblemente corresponde a la misma
época. Parece que se trata de campamentos estacionales usados con cierta frecuencia en esta
época y posteriormente abandonados. (Bray, Herrera y Cardale de Schrimpff, comunicación
personal).

En el Pital, situado en el sector donde empieza la caída fuerte de la cordillera hacia la costa del
Pacífico se encontró un yacimiento profundo y estratificado. A la primera ocupación de éste,
datada en 5.360 ± 140 a.C. corresponde un conjunto lítico, similar al de los sitios anteriores, es
decir con escasas evidencias de trabajo humano (cantos rodados, pequeños percutores, y líticos
que presentan fracturas o lascado) así como hachas. El grosor del estrato correspondiente (45
cm) indica que el sitio se usó por largo tiempo. En el siguiente estrato cultural, separado del
anterior por una capa estéril, se encontró material lítico de características similares fechado en
2.140 ± 90 a.C. (Salgado 1985; 1986).

Entre las peculiaridades del material de estos tres sitios, que lo distinguen de otros conjuntos
precerámicos, están las "hachas" o "azadas". Además de las encontradas en las excavaciones
recientemente se han detectado varias en colecciones particulares. Todas tienen acanaladura y
silueta redondeada entre circular y oblonga, fueron terminadas por pulimento, en algunos casos
tan cuidadoso y bien conservado que se podría pensar fueron usadas más bien como adornos o
emblemas. La mayoría tiene desgastes y desconchamientos por uso. Hay sin embargo un
ejemplar, de excavación que es aproximadamente rectangular y no fue pulido.

184
La mayoría de las fechas para Ilama, primera ocupación cerámica de la región, se concentran
en el milenio anterior a la era cristiana, a partir de una de 720 ± 100 a.C., que corresponde a la
base del yacimiento de El Topacio. Una fecha anterior, de 1590 ± 70 a.C. obtenida de carbón
encontrado en tres tumbas, se considera todavía con reservas. En El Pital, la base del estrato
Ilama, que viene inmediatamente a continuación del último estrato precerámico tiene una fecha
de 310 - 80 a.C. (Cardale de Schrimpff, Herrera y Bray 1985; Cardale de Schrimpff, 1986
Salgado, 1986).

La cerámica llama es técnicamente muy avanzada, con uso muy frecuente de incisiones como
recurso decorativo, en vasijas con representaciones antropomorfas y zoomorfas. Aparece la
vasija con doble vertedera y asa puente ("alcarraza") y son frecuentes las representaciones
masculinas adosadas a vasos ("canasteros"). Los datos sobre hallazgos de tumbas, (de pozo
poco profundo con cámara pequeña) indican que se trabajaba el oro, con técnicas desarrolladas,
para producir objetos, tanto de lámina lisa, como fundidos (Cardale de Schrimpff, Herrera y
Bray 1985).

Hacia principios de la era cristiana un cambio notorio en varios aspectos da lugar a la


definición de un nuevo período denominado Yotoco, que perdura hasta el siglo XIII d.C. La
primera fecha aceptada para este período (195 ± 185 a.C.) se traslada con las últimas de Ilama.
Ciertamente hay continuidad con algunos elementos del período anterior (alcarrazas, pintura
negativa negra), pero no se puede descartar la posibilidad de que este cambio se deba a la

185
llegada de gente nueva al área. En la cerámica son características la pintura policroma y las
alcarrazas zoomorfas. La orfebrería muestra un extraordinario florecimiento; la mayoría de las
piezas conocidas como del estilo Calima (Pérez de Barradas 1954) pertenecen a este período.
Son piezas de oro de buena ley, elaboradas por martillado y fundición a la cera perdida. Las
evidencias parecen indicar que fue durante esta época cuando se construyó la red de caminos,
que surca la región; algunos se dirigen, hacia el valle del río Cauca y al parecer lo atravesaban
para adentrarse en la cordillera central, otros van hacia la vertiente del Pacífico (Bray, Herrera
y Schrimpff 1981).

En el valle de El Dorado, continúan las evidencias de uso agrícola durante el período Yotoco.
Hay varias fechas de C14, entre los siglos VIII y XI d.C., para una compleja red de canales que
se conectan entre si formando campos de cultivo (camellones, espacios cuadrangulares) y
desagües, visibles hoy en día como variaciones de color en los pastos. La información de polen
y fitolitas indica que se cultivaba maíz. Semillas carbonizadas, encontradas en un sitio de

186
vivienda del período Yotoco en la vertiente del valle de Calima, fueron identificadas por C.
Earle Smith como de maíz de dos variedades, una de ellas probablemente emparentada con la
clase Pollo-Nal Tel y de fríjol (Phaseolus vulgaris). El uso de otros cultígenos se puede deducir
de las representaciones fitomorfas en cerámica: alcarrazas en forma de arracacha (Arracacia
xanthorriza, Bancroft) y calabazo (Lagenaria vulgaris, Serg). En orfebrería, las
representaciones de poporos sugieren que se consumía coca.

El sistema de campos de cultivo en el Valle de El Dorado se usó en forma continua hasta el


siglo XIII. Hacia el año 1200 los diagramas de polen muestran un interludio de clima más seco
y frío, que también ha sido detectado en otras regiones de Colombia como la Sabana de Bogotá
y el Valle del Magdalena. No se entiende bien por qué, a partir de entonces, el foco de la
actividad agrícola se desplaza hacia el borde del valle y las laderas. Es posible que el descenso
general en el nivel freático restara operacionalidad al sistema de campos de cultivo en el piso
del valle e hiciera forzosa una intensificación en el uso de las pendientes.

El siglo XIII marca también un cambio cultural en la región de Calima: aparecen evidencias de
una nueva ocupación, conocida como período Sonso. Los cambios se notan en la cerámica, con
el advenimiento de nuevas formas (grandes cántaros de tres asas) y técnicas decorativas
(pastillaje); continúa usándose la pintura negra pero en motivos lineales. Desaparecen las
alcarrazas y las representaciones zoomorfas. La orfebrería sufre una notable decadencia en
comparación con los niveles estéticos alcanzados en el período anterior; los torzales macizos
son una de las formas características. Las tumbas son ahora de pozo profundo. Con frecuencia
las viviendas se construían sobre aterrazamientos artificiales; excavaciones en el cerro Cabo de
La Vela (Jiguales), indican que eran de planta circular-irregular en unos casos, pero en otros
fueron erigidas sobre pilotes, con planta posiblemente rectangular. Durante el período Sonso se
construyen probablemente la mayoría de las plataformas artificiales que se encuentran en las
laderas, dispersas o formando agrupaciones seminucleadas. Algunas de estas son de
dimensiones considerables, hasta de 100 m. de largo. La densidad de plataformas y del material
cerámico y la frecuencia con que se encuentra cerámica de este período sobre la superficie
sugieren que hubo un aumento considerable de población (Bray, Herrera y Cardale de
Schrimpff 1980, 1981, 1983 y 1985; Salgado, Rodríguez y Bashilov 1984; Salgado 1984).

Los rasgos que caracterizan cada uno de los tres períodos tienen una dispersión diferente.
Mientras que la del material llama es restringida (municipios de Restrepo, Darién, parte de
Vijes y Yotoco), el material Yotoco pasa los límites de la región y se encuentra en el plan del
valle del río Cauca, cerca a Buga. Siguiendo la cuenca de éste hacia el norte, ciertas formas
cerámicas típicas de Yotoco (como las alcarrazas y vasos silbantes policromos zoomorfos), se
repiten con algunas modificaciones, en vasijas del Viejo Caldas. En cuanto a la orfebrería, los
estilos clásicos Calima y Quimbaya comparten rasgos tecnológicos y formales (Plazas y
Falchetti 1983).

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Los complejos cerámico y orfebre que caracterizan el período Sonso, se asemejan a los
definidos para el plan del Valle del Cauca y constituyen todos una tradición tardía, que también
se conecta con cerámica de la región del Viejo Caldas (Véase infra, Valle del río Cauca). Uno
de los detalles compartidos es la representación estilizada de personajes con prominente y
ganchuda nariz.

Hacia el sureste de la región de Calima, en la zona de La Cumbre - Pavas - Bitaco, se


encuentran los rasgos arqueológicos tardíos ya mencionados (plataformas de vivienda, canales
en las laderas y tumbas profundas de pozo). El material cerámico sin embargo muestra ciertos
rasgos distintivos, como son las grandes urnas funerarias, ya sean cilíndricas ("veleros") o de
cuerpo redondeado. Estilísticamente éstas corresponden con el período Sonso, pero tienen
fechas que van de 305 a.C. hasta 1140 d.C., o sea que cronológicamente se situarían en el
período Yotoco, lo cual parece una incongruencia (Gahwiler 1983; Bray, Herrera y Schrimpff
1981).

En las vertientes del Pacífico en dirección norte, todavía en el departamento del Valle del
Cauca (municipios de El Cairo y Versalles) se detectaron plataformas artificiales semicirculares
en diversos tamaños y formando agrupaciones seminucleadas, es decir una pauta de
asentamiento similar a la del período Sonso. El material cerámico también parece corresponder
con el de las ocupaciones tardías del Valle del Cauca (Rodríguez 1983-4).

Un poco más hacia el Norte, la subregión cordillerana incluye una parte del departamento de
Risaralda sobre la cual, no hay datos de trabajo de campo, pero si piezas en museos y
colecciones particulares. Esta cae bajo la denominación "zona occidental", dentro de la
distribución cerámica del área Quimbaya establecida por Duque Gómez. La descripción que se
da de este material sugiere que se trata de una variedad del estilo Sonso (Duque Gómez 1970).

Subregión Mesa del Chocó

Comprende las vertientes de la Cordillera Occidental que caen al Valle del Atrato y las
Llanuras del Atlántico, en buena parte cubiertas de vegetación selvática. Abarca
administrativamente un sector del departamento del Chocó y aproximadamente la mitad del
departamento de Antioquia. En ella se encuentran importantes yacimientos auríferos y según
datos de los cronistas y relatos de la guaquería, se han encontrado allí tumbas ricas en oro
(Burcher 1985). Los estudios arqueológicos son muy escasos.

Graciliano Arcila Vélez (1953, 1960) ha documentado material procedente de tumbas en


Mutatá y en el Carmen del Atrato. En 1982 Gilberto Cadavid realizó reconocimientos y
recolecciones superficiales en los municipios de Anzá, Santa Fé, Frontino y Dabeiba
(comunicación personal).

189
Según datos de este último reconocimiento, hay en esta región importantes rasgos
arqueológicos sobre la superficie: agrupaciones nucleadas de terrazas artificiales ("patios de
indios") algunos con muros de contención en piedra y quebradas encausadas con piedras en
ciertos trechos.

El material documentado del Carmen del Atrato acusa influencias del área Quimbaya y Golfo
de Urabá. En cuanto a la cerámica procedente de tumbas revestidas en piedra de Mutatá, se
propone la coexistencia de dos manifestaciones culturales, caracterizada la una por decoración
de incisiones burdas (según las ilustraciones, este material muestra similitudes con el del
Magdalena Medio) y la otra por punteado, incisión pulimentada y pastillaje, que se relaciona
con material característico del Golfo de Urabá (Arcila Vélez 1953).

Subregión Insular

Está constituída por las Islas Gorgona, Gorgonilla y Malpelo. En 1924 el etnólogo inglés
James Hornell visitó la isla mayor y realizó reconocimientos, recolecciones superficiales y
excavaciones de sondeo. Reporta la presencia de petroglifos, material lítico (metates, manos,
hachas, cinceles, cuñas, escariadores, etc.) y cerámico. En este el principal modo decorativo es
la pintura roja seguida por las impresiones ejecutadas sobre bandas de aplique; también hay
pequeñas agarraderas. El material ilustrado parece más bien tardío. Sin embargo en dos de los
sitios sondeados éste se halla colocado bajo una capa estéril de depósito aluvial relativamente
gruesa (20 a 35 cms) sobre la cual se ha desarrollado una capa de humus de unos 10 cms. Estos
depósitos corresponderían a desechos acumulados bajo viviendas construídas sobre pilotes, en
zonas inundables (Harnell, 1925, 1926). En 1982, Edgar Torres (comunicación personal) hizo
reconocimientos en Gorgona y Gorgonilla. En la primera excavó sondeos, en los cuales
encontró material cerámico que muestra similitudes con el de Tumaco, aunque las figurinas
estaban ausentes. El material lítico incluye hachas, pesas de red y piedras tentativamente
llamadas de moler.

Balance General de la Región

El énfasis en este balance está en contactos y movimientos de poblaciones, tema que no pierde
su fascinación y menos ahora con los recientes hallazgos de sitios precerámicos dañables que
plantean nuevos interrogantes como el de la procedencia inmediata de estas gentes y sus
movimientos. Hay sin embargo una laguna de conocimientos que le resta solidez a cualquier
intento en este sentido, como es la falta de información sobre las fluctuaciones en la Línea
costera y en el clima costero durante los últimos diez o quince mil años. Estas debieron influir
grandemente en las pautas de vida y de migración desde la época temprana.

190
La presencia de yacimientos líticos en la franja costera y el emplazamiento de El Pital, en las
estribaciones pacíficas de la cordillera occidental y de Sauzalito y El Recreo hacia la vertiente
opuesta, es sugestivo de movimientos lentos de población desde la costa en dirección Este.

El material lítico de estos tres sitios es rudimentario, aunque podría corresponder a una
economía encaminada hacia la explotación de recursos vegetales, teniendo en cuenta que polen
de maíz hace su aparición a finales del quinto milenio a.C. De hecho algunas de las
herramientas encontradas podrían ser más bien azadas que hachas. Incidentalmente el utillaje
de estos tres sitios parece configurar un conjunto lítico de características bien definidas cuyo
parentesco con la tradición Abriense habría que determinar cuando se haya clasificado
totalmente.

Si bien una economía que combinara caza, pesca y recolección, tanto de especies vegetales
como de animales de mar y de río, podría permitir asentamientos estables en la franja costera
por su abundancia de recursos aluviales y marinos, la región cordillerana sería menos apropiada
para ello; a pesar de esto, El Pital parece corresponder a una ocupación pre-cerámica
relativamente prolongada.

El dato de polen de maíz fechado en el quinto milenio a.C. en el Valle de El Dorado es uno de
los más antiguos para Colombia *, pero la ausencia de estudios comparativos de morfología de
polen de maíz por un lado y de datos de yacimientos sobre la franja costera, no permiten por
ahora especular sobre su procedencia y el papel que la región pudo jugar en el proceso de
domesticación. Ciertamente el Chocó es parte del área de dispersión del maíz chococito, una
raza muy primitiva que se encuentra en la costa pacífica, desde el Norte de Sur América hasta
Centro América (Sanoja 1981: 97).

* Hay una fecha más antigua para la aparición de polen de maíz en el páramo de Peña Negra,
alrededores de la Sabana de Bogotá: 6370 ± 80 a.C.GrN 12068 (Kuhry, 1986).

En el Ecuador en un sitio costero en la Península de Santa Elena aparecen fitolitas de maíz en


yacimientos fechados por C14 entre 6.300 y 4.650 a.C. asociadas con un utillaje no
especializado y otras evidencias de un tipo de economía que combinaba caza, pesca y
recolección (Stothert, 1985); pero habría razón para pensar que las experiencias en
domesticación de plantas podrían remontarse, como se ha sugerido, a una época entre 7.000 y
10.000 a.C. (Sanoja 1981: 87). En los diagramas de polen de El Dorado, la zona de la columna
donde comienza el polen de maíz (que muestra una frecuencia baja pero estable durante una
época prolongada) podría interpretarse tentativamente como evidencia de pequeñas siembras,
en áreas dentro del bosque andino y subandino preparadas por tala y quema. Se trataría de una
población, con agricultura incipiente, más que de una etapa temprana de experimentación y
domesticación de cultígenos (Luisa Fernanda Herrera, comunicación personal).

El yacimiento de El Pital no aclara el origen de Ilama, la primera ocupación cerámica, puesto


que en este aparece abruptamente, como un conjunto técnicamente desarrollado, en un estrato

191
escasamente diferenciado del último depósito precerámico, y con una fecha tardía, del siglo IV
a.C. Este hiato puede deberse a un disturbio antiguo del sitio. Aparte del yacimiento de
Catanguero en el bajo Calima y de la región de Tumaco, no hay hasta el momento otros nexos
para esta cerámica en el país. Comparte algunos rasgos y un cierto "aire de familia" con
cerámica de formativo ecuatoriano en las provincias costeras de Manabí y Guayas, períodos
Machalilla (1.200-800 a.C.) y Chorrera, (800-300 a.C.). Tal vez las semejanzas son más
marcadas entre la cerámica Yotoco y el período Chorrera. Pero para aclarar el carácter de las
relaciones entre Calima, Tumaco y el formativo ecuatoriano, son necesarias más
investigaciones en los bajos ríos Calima, Dagua, Patía, San Juan de Micay que son de curso
largo y comunican la región costera con la cordillerana.

Los vínculos entre la región de Tumaco y la costa Norte ecuatoriana a finales del formativo y
comienzos del Desarrollo Regional son más claros, pero hacen falta investigaciones, con
énfasis en la zona al Norte del río Guapi, para aclarar las relaciones entre las secuencias de
Cubillos, Reichel, Bouchard y Patiño así como para hallar la clave de las divergencias, dentro
de lo que se podría llamar la tradición Tumaco - La Tolita. Posiblemente estas muestren la
existencia de multitud de comunidades en interacción activa. Es decir asentamientos estables
pero con una buena dosis de movimiento de población (colonización) y de objetos e ideas
(comercio), a lo largo de la costa y de la intrincada red de brazos fluviales y esteros, que
explotada adecuadamente sería más eficiente que una red de caminos. Otro aspecto que no está
suficientemente claro es que pasó en esta región costera durante el segundo milenio d.C.
Reichel-Dolmatoff y Bouchard coinciden en que, por lo menos en cerámica se evidencia un
proceso de degradación; esta se atribuye a la influencia de un medio difícil, sobre grupos
portadores de una cultura avanzada. Lo sorprendente es, que este proceso hubiera tomado tanto
tiempo. Y que esta gente hubiera persistido en habitar la región cuando la cordillera, habría
sido un hábitat atractivo para grupos de agricultores avanzados. Es interesante anotar que en la
parte cordillerana más inmediata a los asentamientos Tumaco, o sea al altiplano de Nariño no
hay hasta el momento evidencias de contacto hasta el siglo IX d.C. (Uribe 1976); más aún, no
se han encontrado asentamientos contemporáneos con las primeras fases de Tumaco, y,
mientras el límite de los asentamientos Tumaco parece estar hacia el río Guapi, las evidencias
más claras de penetración a la cordillera están más al Norte, en el territorio del departamento
del Valle del Cauca.

Tal vez los asentamientos Tumaco no sean la expresión de una migración poco exitosa, sino de
un movimiento de expansión desde un centro en la costa ecuatoriana (por ejemplo La Tolita) en
un proceso gradual, que involucró gente con un sistema económico bien desarrollado dentro de
una adaptación costera. La costa colombiana se habría constituído en un área periférica, una
región un tanto marginal con respecto a un núcleo muy dinámico, tanto desde el punto de vista
ecológico como cultural. Habría sido también un punto de parada, un punto intermedio, para
expediciones territoriales de más largo alcance costa arriba y costa adentro. Y es interesante
desde esta perspectiva anotar que el final de las ocupaciones Tumaco, en el segundo milenio

192
d.C. coincide, mas o menos, con el comienzo de las ocupaciones tardías ("sonsoides") del valle
del Cauca y la cordillera. Es como si con este cambio se hubiera eliminado el interés por los
contactos entre las áreas costeras del norte de Ecuador, sur de Colombia y región cordillerana,
que es muy marcado durante el primer milenio d.C., como lo sugiere la evidencia de la
orfebrería. Esta tiene en Tumaco una fecha del siglo IV x.C., la más antigua del área andina
septentrional, y durante el período Yotoco, alcanza en la región de Calima el clímax de su
desarrollo. Ya para esta época sin embargo, el punto focal en cuanto a contactos y difusión
comienza a desplazarse en sentido opuesto, hacia la cordillera central.

El material cerámico que estilísticamente se relaciona con Yotoco es común en por las
subregiones Valle del Cauca y Cauca Medio y también se reporta ocasionalmente por San
Agustín y Tierradentro. Por su amplia distribución y considerable duración temporal, se lo
puede considerar como una tradición cerámica. Sus fechas más antiguas aceptadas,
corresponden a sitios en la cordillera Occidental en el departamento del Valle del Cauca. En el
Viejo Caldas, al extremo sur de su dispersión se lo conceptúa tardío, del siglo XII d.C. (Bruhns
1976), lo cual podría ser cierto. Lo que es discutible, es incluírlo como tipo dentro del complejo
Medio Caldas, la mayoría de cuyo material se relaciona con el complejo Sonso. Es posible que
la difusión de Yotoco se realizara en dirección Sur-Norte, con la región de Calima como foco.
Es difícil evaluar si esta distribución cerámica representa desplazamientos de población o
comercio en forma intensiva. La evidencia de los caminos parecen indicar que se daba mucha
importancia a las comunicaciones con regiones lejanas.

Aparecen ya para el período Yotoco, las explanaciones artificiales en las pendientes ("tambos",
"patios de indios", "golpes de cuchara") que se encuentran a lo largo de las cordilleras
Occidental y Central y son posiblemente tardías. Los campos de cultivos formados por zanjas
verticales en las pendientes, (cuya evidencia es clara para el período Sonso) podrían tener una
dispersión y una cronología semejantes. Ambos rasgos son muy populares durante el período
Sonso. El material cerámico y las construcciones Sonsoides alcanzan una rápida difusión por la
cordillera y la suela plana del río Cauca, durante los tres siglos anteriores a la conquista
española, constituyendo arqueológicamente un horizonte.

Sobre el carácter del empalme entre Yotoco y Sonso se puede anotar que en las excavaciones
en que se encuentra material de estos dos períodos no hay un estado estéril entre ambos o una
clara división estratigráfica. Por otro lado Pérez de Barradas (1954), distinguió el oro tardío de
la región de Calima con el sugestivo término "invasionista Las fechas más antiguas, para
material relacionado con Sonso, están en la zona de la Cumbre-Pavas en el extremo occidental
de la subregión cordillerana y podrían indicar, que el río Cauca pudo ser, la ruta por la cual
llegaron los últimos ocupantes prehispánicos de Calima a las estribaciones de la cordillera.

Para la región costera, al Norte de Buenaventura, es poco lo que se puede agregar a las
conclusiones de Reichel-Dolmatoff sobre sus excavaciones en el río San Juan y la Bahía de
Cupica. Ambas, permanecen todavía difíciles de relacionar con el resto de la región. Si bien

193
hay evidencias de contacto entre la cerámica del río San Juan y el horizonte Sonso, se trata de
complejos cerámicos muy distintos. Es bien interesante, y no muy fácil de explicar, que la
fecha para éste es relativamente temprana (siglo XI) para Sonso y un poco posterior al cambio
de Murillo-Minguimalo, que se relaciona con la introducción del cultivo del maíz. Nuevos
datos sobre la subregión Mesa del Chocó ayudarán a aclarar el problema.

También es necesaria más investigación en la franja costera de Buenaventura al Norte,


aprovechando al máximo proyectos de arqueología de rescate. En el futuro cercano es
indispensable desarrollar un proyecto en la zona de la Bahía de Málaga donde ya se iniciaron
las obras de una base naval.

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VIII. MACIZO COLOMBIANO-ALTO MAGDALENA
Ana María Groot de Mahecha

Santiago Mora Camargo

Entre 1° y 2° Norte, en el Nudo Andino del Macizo Colombiano, se desprende la Cordillera


Oriental de la Central, y hacia el occidente los poderosos ramales volcánicos de la Sierra de los
Coconucos, separan los valles del Patía y del Cauca. En este Nudo se forma la famosa Estrella
Fluvial, donde nacen los ríos Magdalena y Cauca que van al norte (mar Caribe), el Patía hacia el
occidente (Océano Pacífico), y el Caquetá hacia el oriente amazónico. La altura promedio de la
cordillera Central está por encima de los 3.000 mts. y sus mayores prominencias forman los centros
volcánicos. En el tramo de este ramal cordillerano, considerado para esta región, se destacan: el
Páramo de las Papas, La Sierra Nevada de los Coconucos, el Páramo de Guanacas y el Nevado del
Huila. Las vertientes Occidentales de la cordillera, son más cortas y pendientes que las orientales
que dan sobre el valle del río Magdalena, y forman estribaciones transversales de considerable
extensión que constituyen los valles de los afluentes del Magdalena (Guhl, 1976: 172).

El límite norte de la región está dado sobre 3° Norte frente a Neiva, e incluye los puntos
geográficos del Nevado del Huila (Cordillera Central) y el Cerro El Triunfo en la Cordillera
Oriental. El límite Oriental lo constituye el pie de monte de la cordillera Oriental hasta el nivel de la
cota 500.

Se trata de una región de montaña, con estrechos valles y bien formadas terrazas, influida por el
nacimiento y curso superior del río Magdalena. El clima va entre frío y templado hasta Pericongo,
donde el río entra al alto valle llano de Garzón. A partir de este punto y hasta los alrededores de
Neiva, el valle se ensancha dando lugar a una llanura ondulada y fuertemente erosionada, en donde
la humedad disminuye, la temperatura aumenta y la altura se reduce de 1000 hasta 500 mts.

En esta región del Macizo Colombiano se determinan según características antropogeográficas, tres
subregiones: Tierradentro, Alto Magdalena y la Serranía Garzón-Neiva.

200
Tierradentro

Tierradentro posee condiciones morfológicas y culturales claras que la diferencian de todas las
áreas adyacentes, de las cuales la separan límites naturales tan precisos que parecen formar un
reducto vigorosamente definido. Se trata de un paisaje geográfico de unos 6.000 Kms2 de superficie
aproximadamente, que toma la forma de un triángulo isósceles cuyos lados mayores van
convergiendo hacia el norte. El lado occidental lo constituye la cordillera Central con sus dos
extremos apoyados sobre el volcán del Puracé y el Nevado del Huila, entre Los cuales se levantan
tres páramos (Guanacas, Moras y Delicias) que contribuyen a formar la parte más alta, majestuosa y
difícil de la cordillera. El lado homólogo está señalado por la divisoria de aguas entre los ríos negro
de Narváez y Yaguará, divisoria a veces conocida como Serranía de Nátaga. El lado de la base lo
designa una serie de alturas encadenadas que forman la divisoria de aguas entre los ríos la Plata y
Páez. El sistema hidrográfico está constituído por el río Páez que atraviesa la región en toda su
extensión y recibe como afluentes el Ullucos y el Moras; está, además, el río negro de Narváez que

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nace en el Nevado del Huila y corre paralelamente al triángulo descrito.

Las tres entidades orográficas que encierran la comarca de Tierradentro, lanzan hacia el interior
multitud de ramales que se entrecruzan formando un verdadero laberinto de valles profundísimos
por donde circulan innumerables quebradas que van a completar el sistema hidrográfico ya
esbozado (Londoño, 1955: 113 114).

Investigaciones Arqueológicas

Hacia el año de 1757, el fraile Juan de Santa Gertrudis, realizó un recorrido por la región conocida
hoy como Tierradentro. El curioso Padre durante el transcurso de su viaje, llevó a cabo algunas
anotaciones sobre unos antiguos sepulcros encontrados en las proximidades de los poblados de Inzá
y el Pedregal (Santa Gertrudis, 1956). Si bien sus escritos carecen, como es lógico de cualquier
sistematización que los aproxime a la ciencia, representan las primeras anotaciones sobre una
importante región arqueológica de nuestro país.

Años más tarde, hacia 1893, Carlos Cuervo Márquez visitaría la zona, llamando nuevamente la
atención sobre la existencia de algunas sepulturas que se encontraban en el área (1956).

No obstante lo anterior, las investigaciones arqueológicas sólo se iniciaron durante al año de 1936.
George Burg, por aquel entonces profesor de Geología de la Universidad del Cauca, llevaría a cabo
el estudio de algunas de estas tumbas. Los trabajos adelantados por Burg obligaron a tomar en
cuenta esta región desde un punto de vista arqueológico, determinando la aparición de programas de
investigación. En los escritos de Burg, se ve claramente un predominio de las descripciones a lo
largo del texto; sin embargo, su importancia es capital, pues a partir de ellos se puede afirmar que la
arqueología, como práctica científica, había hecho su aparición en la región de Tierradentro. Los
hallazgos ya no eran fortuitos y relatados en forma accidental por un viajero, ahora se intentaba
llegar a un conocimiento más preciso sobre los antiguos constructores de las tumbas que se
encontraban en la región.

Para el mismo año (1936) y a raíz de los trabajos de Burg, el Ministerio de Educación Nacional
comisionó al Arqueólogo José Pérez de Barradas, para que investigara y elaborara un informe sobre
la importancia de los hallazgos realizados en la región de Tierradentro. Este autor, dedicó gran parte
de su tiempo al estudio de los sepulcros; aportó una secuencia cronológica para la región, basada en
el estudio de los materiales recuperados, así como en la complejidad de las estructuras funerarias,
sin contar con un método de datación absoluta. Este intento de trazar un secuencia cronológica para
los diferentes restos culturales de Tierradentro, fue el primero en su género. El autor determinó la
existencia de cuatro períodos:

1. Cultura epigonal de San Agustín.

Esta fase se encuentra ubicada cronológicamente entre los siglos VII a IX d.C. y se caracteriza por
la elaboración de estatuaria y sepulcros como los registrados en El Hato, Marne, y El Rodeo.

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2. Cultura del Cauca en su fase floreciente.

Corresponde a los siglos IX a XII de nuestra era, dentro de esta fase se pueden agrupar aquellas
sepulturas que tienen en su interior una decoración pintada (hipogeos de San Andrés, Segovia y El
Cerro del Aguacate).

3. Cultura del Cauca reciente.

Se considera desde el punto de vista cronológico, como perteneciente a los siglos XII a XIV de
nuestra era. Son ejemplo de este período los entierros de Belalcázar.

4. Cultura Páez.

Se inicia en el siglo XIV y continúa hasta la actualidad (Pérez de Barradas, 1937).

Como es notorio, en este primer intento a una secuencia cronológico-cultural, la profundidad


temporal que se atribuye a los restos arqueológicos de Tierradentro no es mucha.

En el año de 1937, Gregorio Hernández de Alba, es comisionado por el Ministerio de Educación


Nacional, para realizar una visita a la región de Tierradentro y rendir un informe sobre las
estructuras arqueológicas que allí se encuentran. Es durante este viaje que Hernández de Alba llevó
a cabo la descripción detallada de algunas de las tumbas de la localidad (9, 15, 16, 21, 25, 27, 35,
41, 42 y 431), incluyendo planos y dibujos del interior de éstas. Estos materiales son de gran
importancia, aún hoy en día para la comprensión de las pautas funerarias en la región. (Hernández
de Alba, 1938, 1938a, 1938b, 1946).

En los primeros años de la década de los cuarenta una nueva expedición es enviada a Tierradentro.
Eliécer Silva Celis y Graciliano Arcila Vélez en compañía de Gregorio Hernández de Alba,
adelantan un recorrido por la región, en el cual no se limitan a visitar los lugares en los cuales
habían sido reportados materiales arqueológicos, sino que amplían la zona arqueológica con nuevos
descubrimientos. Durante el curso de estos trabajos se excavaron algunas tumbas; los materiales
encontrados en ellas, fueron descritos al igual que el interior de las mismas en forma detallada.
(Silva Celis, 1943).

A mediados de la década de los cincuenta, Horst Nachtigall llevó a cabo algunas excavaciones .
Estas se circunscribieron a la loma del Aguacate, Segovia y El Canadá. En Segovia se excavaron
dos tumbas (10 y 11); además se realizó una revisión completa de los materiales arqueológicos
obtenidos por otros investigadores en el pasado. (Nachtigall, 1955; 1955a; 1956; 1959).

Hacia 1965, salió a la luz por primera vez una síntesis de la arqueología colombiana: Colombia, de
Reichel Dolmatoff. En este escrito se sugería, como ya había sido anotado por otros autores, la
existencia de algún tipo de relación entre la zona arqueológica de San Agustín y la de Tierradentro.
Esta relación era patente al menos en el desarrollo de algunas de sus fases (Reichel-Dolmatoff,
1965: 96). Para Reichel-Dolmatoff, la estatuaria de Tierradentro representaba una fase menos

203
desarrollada que su contraparte agustiniana, haciéndose difícil el llevar a cabo comparaciones dado
el carácter individualizado de estos conjuntos escultóricos (Reichel-Dolmatoff, 1965: 98). En
oposición, gran número de formas cerámicas son compartidas por las dos regiones; entre éstas,
copas, vasijas trípodes así como algunos estilos decorativos. No obstante lo anterior, la cerámica
que ha sido reportada como asociada a los hipogeos, indica poca o ninguna relación con la conocida
en la zona de San Agustín. (Reichel-Dolmatoff, 1965).

Sobre este escaso conocimiento de las relaciones existentes entre una y otra parte, y en la imperiosa
necesidad de obtener algunas fechas absolutas, se plantearon las siguientes investigaciones en la
región.

En 1966 el mismo Reichel-Dolmatoff, iniciaba un proyecto arqueológico en la región de San


Agustín. Stanley Long, proponía en 1969 un proyecto paralelo, para la región de Tierradentro, con
la finalidad de complementar la visión regional cordillerana vislumbrando las posibles relaciones
entre estas dos zonas. En éste se realizarían excavaciones estratigráficas, se buscarían fechas de
radio carbón y se enfatizaría en las plantas de habitación, como guía para comprender las
diferencias existentes en los complejos cerámicos.

Lamentablemente Stanley Long murió, sin poder llevar a cabo su investigación. Juan Yangüez,
quien había participado como asistente de investigación durante la temporada de terreno, retomó los

204
materiales recuperados por Stanley Long a partir de 1968, con la finalidad de garantizar la
publicación de los resultados (Long y Yangüez 1970-1971).

Las excavaciones propiamente dichas se realizaron en San Andrés de Pisimbalá, El Tablón, El


Volador, el Marne y El Rodeo. En su mayoría estos sitios fueron excavados tomando niveles
arbitrarios de 20 centímetros con la excepción de dos pozos en El Tablón (9 y 11), donde se
siguieron niveles de la estratigrafía natural.

El estudio de los materiales obtenidos permitió establecer comparaciones con tres regiones al
exterior de Tierradentro: San Agustín, Momil y Tumaco.

Con la región de San Agustín, se hicieron patentes las semejanzas de los materiales recuperados en
el sitio de habitación El Rodeo, al igual que con algunos de La Montaña y Segovia, que eran
similares a los del período Mesitas inferior de San Agustín. En ellos eran comunes los pies trípodes
y algunas vasijas. Para elementos como vasijas con doble vertedera y las trípodes, que desaparecen
para el período Mesitas medio, fue notorio que éstos se continúan, persistiendo en todos los niveles
que se excavaron en Tierradentro (Long y Yangüez, 1970-1971:62).

Técnicas como la decoración de incisiones rellenas de pigmento blanco, que se encuentra en San
Agustín y Tierradentro fue posible, para los autores relacionarla con aquella de Barlovento y con el
período Horno del río Ranchería (Long y Yangüez, 1970-1971: 63).

Las comparaciones cerámicas establecidas entre Tierradentro y Momil se basaron en unos pocos
fragmentos que semejan el tipo Momil crema (Long y Yangüez, 1970-1971: 61).

La convergencia entre los materiales de Tierradentro y los de Tumaco está fundamentada en las
características de algunas vasijas trípodes descritas por Cubillos (Cubillos, 1955: 61-62). A
diferencia de Tumaco, en Tierradentro los investigadores no hallaron vasijas trípodes huecas,
siendo todas ellas macizas. (Long y Yangüez, 1970-1971: 61).

Los autores anotan que la economía de algunos de los habitantes de Tierradentro, en particular
aquellos que dejaron sus vestigios en El Marne emplearon el maíz, como lo evidenció una mano de
moler recuperada. El algodón, tomando como indicativo de éste la aparición de un volante de huso,
fue reportado para El Rodeo (Long y Yangüez, 1970-1971: 67).

Para finalizar, los autores afirman que las ocupaciones que han tenido lugar en la región de
Tierradentro, se caracterizan por un patrón de asentamiento disperso; ninguna de ellas parece
indicar la existencia de grandes concentraciones humanas. De los sitios que se exploraron. El
Tablón corresponde a una época post-conquista o a una más reciente (Long y Yangüez, 1970-1971:
67).

En el año de 1965, fue publicado por Patterson un estudio cerámico que incluía conjuntos de
Tierradentro, y de San Agustín. Este se encontraba basado en la decoración, formas de las vasijas y

205
bordes así como en la forma de las tumbas descritas para las dos zonas.

Este autor estableció cuatro fases: Segovia, La Montaña, Belalcázar y Calderas.

La primera y más antigua, "Segovia", se caracteriza por una decoración en diseños incisos, con
pintura blanca en su interior, vasijas globulares con cuellos estrechos, cuencos bajos de base plana.
En la segunda, "la montaña", es notoria la introducción de ollas trípodes, de cuello estrecho y
bordes salientes, botellas con doble vertedera (alcarrazas), y el uso de tumbas con cámara lateral.
Para "Belalcázar", el material es escaso y poco diferenciado de la fase anterior. El punto de mayor
divergencia entre estos dos conjuntos, se encuentra en la aparición en Belalcázar de una decoración
pintada en negro y el notorio engrosamiento de los bordes. La fase "Calderas", se distingue de las
anteriores por la ausencia de decoración. (Patterson, 1965).

Estos trabajos, intentaban dar mayor coherencia a los datos hasta entonces recuperados y determinar
una secuencia cronológica dada la existencia de fechas de radio carbón.

Un gran número de los escritos sobre Tierradentro corresponden a interpretaciones de diversa


índole de los restos materiales encontrados hasta ahora en la zona. Cabe destacar entre ellos los de
Leonardo Ayala (1964, 1975), Alvaro Cháves Mendoza (1981, 1981a) y Luis Raúl Rodríguez
Lamus(1981).

En 1972 nuevas investigaciones se iniciaron en Tierradentro. Mauricio Puerta, tras de su tesis de


grado en Antropología buscaba los cambios (evolución) a través del tiempo de las tumbas de
Tierradentro, intentando dar a esta secuencia un ámbito temporal, por medio del fechado de materia
orgánica (Puerta, 1973).

La excavación de un sepulcro de Segovia y el análisis de otros hipogeos excavados con


anterioridad, le permitieron trazar una línea evolutiva que va de lo sencillo a lo complejo. Este
desarrollo, no solamente es notorio para el autor, a partir de la creciente complejidad "estructural"

206
de los entierros, sino que se encuentra sustentado con un proceso similar en la cerámica y en los
usos funerarios. La decoración cerámica, inicialmente sencilla consistente en incisiones en forma de
puntos y/o rayas rellenas con pintura blanca, se transforma paulatinamente en la aplicación de
figuras zoomorfas y antropomorfas a los cuerpos y bordes de las urnas. Paralelamente se produce
una sofisticación del tratamiento dado a los restos óseos de las urnas (Puerta, 1973: 173-174).
Lamentablemente el autor no contó con fechas de radio carbón, que corroboraran su interpretación.

Cháves y Puerta (1980), exponen algunas ideas sobre las prácticas funerarias de los habitantes de
Tierradentro. Cabe anotar que son éstos autores quienes han conseguido algunas de las fechas de
radio carbón para la región (ver cuadro). Es posible que los trabajos que han adelantado en relación
con la excavación de algunas plantas de habitación, permitan ubicar de una manera más precisa los
conjuntos cerámicos hasta hoy identificados.

En 1974 con la tesis titulada: Excavaciones arqueológicas en Tierradentro, estudio sobre la


cerámica y su posible uso en lo elaboración de la sal, Ana María Groot optaba el título de
Antropóloga. La autora, inicialmente interesada en la búsqueda y excavación de plantas de
habitación llevó a cabo un amplia prospección, que comprendió los sitios de El Tablón, La Insula,
La Meseta, El Porvenir, El Alto de la Quebrada del Escaño, San Andrés, el Alto de Pisimbalá y la
Argentina. Las excavaciones se realizaron en El tablón y La Insula. En el primero se abrieron cuatro
trincheras, en las que se obtuvo algún material arqueológico. Sin embargo, los esfuerzos se

207
centraron en La Insula, predio localizado, en proximidades de El Rodeo sitio que excavara Long y
Yangüez y cercano a algunos ojos de sal, que se explotaron durante la colonia. Por contener algunos
materiales que lo hacían especialmente interesante para el estudio de la fabricación de cerámica y la
explotación de la sal, fue seleccionado este lugar para llevar a cabo excavaciones detalladas.

Parque Arqueológico de Tierradentro. Se observan las instalaciones del parque, la toma de


Segovia y, a la derecha, el Alto del Duende. Archivo ICAN. (Foto: Alvaro Soto)

Las excavaciones se realizaron por medio de una trinchera, usando 17 niveles arbitrarios de veinte
centímetros. A medida que se excavó un mayor número de estratos arbitrarios, se vió un aumento
en la cantidad de fragmentos cerámicos, comportamiento que fue progresivo hasta los tres metros,
desde donde comenzó a decrecer la frecuencia de la cerámica.

Los materiales cerámicos obtenidos en estas excavaciones y clasificados en cuatro tipos, se


encuentran en todos los niveles del yacimiento, con excepción del tipo Insula Rojo Burdo, que es
propio del nivel número siete. Fue posible identificar algunas formas cerámicas, como cuencos,
vasijas trípodes y algunas vasijas semicilíndricas. La autora concluye que el sitio investigado
corresponde al basurero de un antiguo taller de elaboración de vasijas para compactar la sal, y otros
recipientes (Groot, 1974: 174). Posiblemente los habitantes de El Rodeo (Long y Yangüez 1970 -
1971) pudieron emplear este sitio para algunas de sus actividades económicas (Groot, 1974).

En 1986 Alvaro Cháves y Mauricio Puerta, publicaron su obra "Monumentos Arqueológicos de


Tierradentro". Esta incluye gran parte de los resultados obtenidos por estos investigadores en la
región de Tierradentro, hasta el año de 1976, al igual que un buen número de informaciones de

208
otros proyectos (Hernández de Alba, Cuervo Márquez, Burg, Pérez de Barradas). En el libro se
incluyen descripciones detalladas de la forma en que han sido excavados algunos de los sepulcros
de Tierradentro, sus contenidos y la disposición de los restos culturales en ellos encontrados. Para
ello son empleados un buen número de dibujos y planos. Los autores hacen un cuidadoso
seguimiento de la historia de los cuatro más importantes conjuntos funerarios de la región: Alto de
San Andrés, Loma de Segovia, El Duende y El Aguacate.

Para Cháves y Puerta existe una relación directa entre el tipo de entierro y la cerámica asociada
(1986:194). Así mismo, ven una evolución, de lo sencillo a lo complejo, simultánea entre la
decoración empleada en los conjuntos cerámicos y la forma de entierro; anotando que existen
algunos casos para los cuales esta regla no se da, como consecuencia de la disponibilidad de sitios
adecuados para la construcción de las Tumbas5(Cháves y Puerta, 1986:149).

En relación con la estatuaria consideran que existen dos conjuntos claramente identificables:

1. Estatuas pequeñas que representan figuras antropomorfas caracterizadas por la posición de los
brazos, la insinuación o falta de talla de las extremidades inferiores y con escasos adornos
corporales.

2. Estatuas de gran tamaño que representan figuras antropomorfas, con una talla más elaborada, con
los brazos en ángulo recto, orejas salientes, cabezas muy bien elaboradas, pero desproporcionadas
con relación al cuerpo, con tocados y caras de mentón saliente, pero serenas. Estas estatuas tienen
pecho hundido y pies formando un reborde basal.

La explicación que los autores dan para las diferencias existentes entre estos dos conjuntos se
encuentra en que las primeras "Podrían corresponder a una primera etapa, o a trabajos efectuados
por grupos más recientes que los que tallaron las estatuas mayores" (Cháves y Puerta, 1986:152).

En relación con las pautas de poblamiento los autores anotan: "El poblamiento encontrado hasta
ahora ha sido disperso, es decir, cada casa separada de las demás, pero no se descarta la posibilidad
de que existieran poblados" (Cháves y Puerta, 1986:159).

A nivel cronológico, las fechas obtenidas por estos investigadores (630 d.C. y 850 ± 200 d.C.),
confirman a su parecer, las hipótesis de Pérez de Barradas sobre los diferentes períodos de
ocupación (ver página 159) (Cháves y Puerta, 1986:160).

Finalmente, cabe destacar que los autores anotan algunas semejanzas entre la cerámica y la
estatuaria de Tierradentro y aquella de San Agustín , Aguabonita y Moscopán. Otras semejanzas
son anotadas en relación con Nariño, Valle del Cauca (Cháves y Puerta, 1986: 160-161).

5
1. La localización de los mejores afloramientos de roca potencialmente empleable en la construcción de los
Hipogeos, se encuentra restringida a Segovia, Alto de San Andrés y El Duende .

209
Han transcurrido cincuenta años desde que se iniciaran las investigaciones arqueológicas en
Tierradentro; no obstante es aún incompleto el conocimiento que se tiene sobre la historia
prehispánica de esta zona.

Alto Magdalena

Bajo la denominación de Alto Magdalena se considera una amplia zona del Macizo Colombiano
demarcada al sur, por el volcán Petacas y las cabeceras del río Caquetá; por el Occidente con la
cadena montañosa comprendida entre el volcán Petacas y el Puracé, incluyendo el páramo de las
Papas y el volcán Sotará; por el Norte con una línea imaginaria entre el volcán Puracé, el límite
departamental con el Cauca y la confluencia del río La Plata en el Magdalena, pasando por Gigante
para morir en la cordillera; y, por el Este, con la cordillera Oriental.

El río Magdalena, principal arteria fluvial, nace en el páramo de Las Papas a 3.600 metros sobre el
nivel del mar, de donde desciende rápidamente por estrechos valles con bien formadas terrazas
hasta el alto valle llano de Garzón, a 800 m.s.n.m. Es una tierra de relieve accidentado que
determina variedad de climas y por ende diversidad de fauna y flora, que ofrece grandes ventajas
para la agricultura, cuyo régimen de lluvias, así como la ausencia de inundaciones o de problemas
de erosión, hacen de ella una zona muy propicia para cultivos intensivos de maíz.

Las condiciones son apropiadas para asentamientos humanos y se constituye en una zona de
contacto entre múltiples regiones, pues como lo anota Reichel-Dolmatoff, "...cerca de San Agustín
está ubicada la depresión más baja cerca de la cordillera Oriental, que forma una comunicación
natural con el Noroeste amazónico; hacia el noroeste se abren varios pasos en las cadenas
montañosas, por las cuales se establece un acceso a las cabeceras del río Guaviare y a los llanos del
Orinoco. Otros pasos, todos de fácil alcance, llevan al valle del río Cauca y de allí al río Patía y a la
costa Pacífica, y una serie
de rutas que se abren por
las montañas del Sur
hacia las cordilleras
ecuatorianas. Hacia el
Norte se abre el gran
valle del río Magdalena"
(1982: 73).

Relieve de la Región de
San Agustín. (Foto:
Gilberto Cadavid)

210
Investigaciones Arqueológicas

Las investigaciones han girado en torno principalmente del estudio de los vestigios culturales de la
zona arqueológica de San Agustín, que está situada en las estribaciones orientales del Macizo
Colombiano y presenta una especie de fortificación natural, formada de un lado por las cuencas de
los ríos Naranjos, Sombrerillos, y Magdalena y de otro por las filas de montañas que llegan hasta el
páramo. La zona donde se encuentran los restos arqueológicos corresponde a los actuales
municipios de San Agustín, San José de Isnos y Salado Blanco.

Este sitio arqueológico, uno de los más importantes del país, está caracterizado por varios
centenares de grandes estatuas de piedra y por un crecido número de túmulos o montículos de tierra
que cubren los más diversos templos y entierros. Terrazas de habitación, eras de cultivo y obras de
drenaje, se observan con profusión en las vertientes andinas.

Las primeras referencias al arte monumental de esta zona, se deben al misionero Franciscano, Fray
Juan de Santa Gertrudis, quien visitó la región en el año de 1757. En su obra "Maravillas de la
Naturaleza" menciona tanto la presencia de sarcófagos monolíticos como de estatuas en las que
creyó encontrar representaciones de jerarcas y frailes (1956).

En 1797, el sabio Caldas pasó por la región y se refirió a los vestigios que encontró, tales como:
estatuas, columnas, adoratorios y mesas, entre otras. Casi medio siglo después, el cartógrafo y
geógrafo italiano Agustín Codazzi junto con los miembros de la Comisión Corográfica estuvo en
San Agustín en 1857 y dejó una interesante descripción de la región y sus vestigios culturales.

En 1892 el General Carlos Cuervo Márquez, realizó reconocimientos y excavaciones. Como


resultado de sus estudios elaboró un primer intento de interpretación de la cultura arqueológica
(1893).

El verdadero interés por los estudios arqueológicos de la zona se despierta, a partir de los trabajos
del antropólogo alemán Konrad Th. Preuss, quien entre diciembre de 1913 y marzo de 1914 realizó
excavaciones en la zona. Su obra "Arte monumental Prehistórico: Excavaciones en el alto
Magdalena", editada en idioma alemán en 1929 y traducida al español en 1931, reveló al mundo
científico la importancia de estas ruinas arqueológicas.

211
En 1937, el gobierno de Colombia patrocinó la primera expedición oficial a la zona arqueológica de
San Agustín, bajo la dirección del arqueólogo J. Pérez de Barradas y con la colaboración del
investigador colombiano Gregorio Hernández de Alba; los resultados de estos trabajos los
publicaron en la obra "Arqueología Agustiniana" (1943), en la cual registraron importantes
hallazgos y describieron las excavaciones de algunas necrópolis. Entre los aspectos estudiados vale
la pena destacar el tratamiento y clasificación de la cerámica ya que constituye un primer intento de
agrupación metódica por formas, estilos y decorados (Duque, 1963).

En la década de los cuarenta, Luis Duque inició estudios sistemáticos en San Agustín, enfocados en
sus comienzos hacia el conocimiento de las costumbres y ritos funerarios y la búsqueda de los sitios
de habitación. Entre 1943 y 1960 el mencionado investigador realizó temporadas sucesivas de
excavación cuyos resultados fueron publicados posteriormente (Duque, 1966). Además de las
excavaciones en el Batán y en varios sitios del parque arqueológico de San Agustín, tales como en
las Mesitas A, B y D, en la fuente de Lavapatas y en el potrero de Lavapatas, excavó en la vereda
de Quinchana, un cementerio en el lugar conocido como la Gaitana e hizo reconocimientos
preliminares de los antiguos sitios de habitación del alto de Quinchana.

Con base en los estudios referidos, Duque propone una periodización que señala el proceso del
desarrollo cultural en estos yacimientos y que parece tener su comprobación en los demás sitios de

212
la zona arqueológica de San Agustín (1963). Es la siguiente:

Pre-Agustiniano (edad?). Lascas de piedra basálticas sin retoques. Posiblemente la base de la


subsistencia era la caza y la recolección.

Mesitas inferior (550 a.C. a 450 d.C.). Tumbas con pozo y cámara lateral, cerámica con desgrasante
de arena, copas de base alta, cuencos, ollas trípodes, alcarrazas, pintura incisiva predominante,
agricultura de maíz, recolección de nogal, yuca (?). Iniciación de orfebrería, iniciación de la
escultura en madera y talla de sarcófagos en el mismo material.

Mesitas medio. (450 d.C. - 1.250 d.C. ).Montículos funerarios y otras construcciones en tierra,
sarcófagos monolíticos, tumbas de cancel, florecimiento de la escultura lítica monumental. Formas
cerámicas similares al período anterior, con excepción de alcarrazas y ollas trípodes.
Enriquecimiento de las técnicas de orfebrería. Entierro secundario en urnas y cremación.

Mesitas superior (1.250 a. ?). Arte escultórico realista (Quinchana). Cerámica con decoración,
grabada, estampada, hachurada. Persiste el cultivo del maíz, el aprovechamiento del nogal y del
chontaduro y se registra el cultivo del maní. Viviendas de planta circular organizadas en pequeños
núcleos sobre las cimas de las colinas. (Duque, 1963).

En el año de 1966, G. Reichel-Dolmatoff realizó una investigación en la zona, con el objetivo de


reconstruir procesos culturales y sus cambios. Para ello, se dedicó al estudio de basureros y a la
interpretación arqueológica de los vestigios en ellos contenidos. Excavó siete cortes, cuatro en el
parque de San Agustín y dos en el alto de los ídolos, municipio de San José de Isnos, y con base en
los resultados estratigráficos y del análisis de los fragmentos de cerámica, propuso tres grandes
períodos de desarrollo cultural representados por los complejos Horqueta, Isnos y Sombrerillos
(Reichel-Dolmatoff, 1972; 1975).

Complejo Horqueta (? - 50 d.C.). Agricultores sedentarios, organizados en viviendas dispersas


sobre las riberas del río Magdalena sin construcciones monumentales. Cerámica café y negra,
pulida con decoración incisa, formando motivos rectilíneos; son características las vasijas con un
ángulo periférico agudo. No se tienen fechas absolutas para este período, pero su posición
estratigráfica es anterior a la de los períodos siguientes.

En las décadas iniciales del primer siglo d.C. aparece un nuevo desarrollo llamado "Primavera". La
cerámica y los artefactos de piedra se derivan del complejo Horqueta, pero tipológicamente forman
una unidad distinta; la vivienda se organiza en las cimas de las colinas cerca del río Magdalena y es
menos dispersa que en el período anterior. (Reichel-Dolmatoff, 1972, 1975).

Complejo Isnos. Hacia finales del primer siglo d.C. el Complejo Primavera es reemplazado por el
Complejo Isnos. Hay poca evidencia de que este complejo se derive de los anteriores; por el
contrario, parece que la región fue ocupada por grupos de fuera, que reemplazaron o parcialmente
asimilaron la cultura de los antiguos habitantes. Aumenta notablemente la densidad de población y

213
la habitación se concentra en las cimas de las colinas con basureros densos en los flancos. En la
vecindad de los sitios se observan grandes movimientos de tierra para construir terraplenes,
camellones, terrazas. La cerámica es más elaborada y son características las alcarrazas, los cuencos
y los platos. La decoración incisa es escasa y hay énfasis en color y en superficies brillantes
cubiertas con baño rojo o con pintura negativa. Se encuentra evidencia de metalurgia. El Complejo
Isnos persiste por varios siglos, pero no se conoce su fecha terminal; la fecha más tardía que se
tiene es el siglo IV d.C., pero hay evidencia de que este desarrollo se prolonga por varios siglos
más.

Después del Complejo Isnos, hay un hiato cronológico y no se han encontrado sitios estratigráficos
que puedan llenar este vacío.

Complejo Sombrerillos. Hacia el siglo XV la región fue ocupada por gente diferente que se ubica en
los antiguos sitios de habitación. Las colinas y las laderas estaban ocupadas por comunidades
agrícolas muy populosas. La cerámica es diferente de la de los otros períodos y consiste en vasijas
rojas burdas; son frecuentes las ollas trípodes, con soportes macizos cónicos, pequeñas copas con
diseños triangulares pintadas de negro sobre un fondo rojo, las incisiones lineales y la decoración
corrugada. El cultivo del maíz está representado por la presencia de metates y hay utillaje lítico que
indica una fuerte dependencia de tubérculos. (Reichel-Dolmatoff, 1972, 1975).

Reichel-Dolmatoff hace la anotación de que "obviamente existen muchos complejos más, fuera de
los determinados por nosotros y que aún no han sido aislados como unidades cultural y
cronológicamente significativas, y que al paso que avanzan las investigaciones llegarán a llenar
muchas lagunas que aún se presentan en la secuencia temporal" (1975: 143).

Años después L. Duque G. continúa con sus estudios en la zona (1970-1977), y algunos de los
trabajos los realiza en colaboración con Julio C. Cubillos.

Entre 1970 - 1972 los dos investigadores exploran el yacimiento arqueológico denominado Alto de
Los Idolos, municipio de San José de Isnos y realizaron excavaciones de montículos y tumbas
(1979). Del montículo No. 1 obtuvieron una fecha de una muestra de carbón que se remonta al siglo
I a.C. y, del montículo No. 5 otra del siglo VI d.C.. Además efectuaron cortes exploratorios en los
montículos artificiales de las Mesitas A y B, y en sus proximidades, antes de preceder a la
reconstrucción de los templetes funerarios, hallaron nuevas estatuas, utillaje lítico y cerámica
(1983).

Entre 1972 - 1973, J.C. Cubillos estudió los sitios El Estrecho, El Parador, y la Mesita C. En el
Estrecho, en la ribera derecha del río Magdalena, exploró un sitio de habitación e hizo un corte en
un depósito de basuras, que fue ubicado temporalmente en el siglo II d.C.. En el Parador (parque
Arqueológico "Alto de los Idolos") excavó 32 tumbas de un cementerio, ubicado temporalmente
según las fechas de radiocarbono entre los siglos I a.C. y I d.C. y observó modos culturales
característicos de la arqueología Agustiniana, pero en menor escala. Por último, en la Mesita C.
excavó 50 tumbas que al parecer correspondían a entierros realizados entre el siglo III y el VI d.C.

214
Cubillos señala que este cementerio no presenta la complejidad ni la significación jerárquica que los
estudios arqueológicos han podido mostrar en otros sitios vecinos como la Mesita A y la Mesita B.
(1980).

La conclusión más importante de este trabajo, "es la continuidad de la cultura, por lo menos a lo
largo de 7 siglos: del siglo I antes de Cristo al siglo VII después de Cristo, sin desconocer por
supuesto, las lógicas variantes locales que por ahora se constatan. Los parentescos culturales entre
los sitios, los hemos demostrado comparando los diferentes aspectos de la tipología cerámica. Sin
entrar en detalle con las semejanzas que ofrecen las prácticas funerarias, se pudo establecer una
relación cultural entre los dos cementerios de diferente época" (Cubillos 1980: 166).

Durante la temporada de excavaciones 1976-1977. Duque y Cubillos adelantaron un estudio


completo de los rasgos peculiares del yacimiento "La Estación" en predios del Parque Arqueológico
de San Agustín (1981). En este sitio, excavaron parte de una aldea, de la cual se conservan las
plantas de vivienda, las basuras acumuladas, depresiones longitudinales de los antiguos caminos y
zonas de circulación entre las viviendas. En total estudiaron las plantas de siete casas e identificaron
otras que hacían parte de la misma aldea, las cuales dejaron como testigos para futuras
exploraciones.

Los vestigios de esta aldea señalan una pauta de poblamiento nucleado. Las casas son de planta
circular y en algunos casos, ovalada; en el primer caso el techo debió ser cónico y, en el segundo, a
manera de las techumbres que se observan todavía en las malocas o casas comunales amazónicas
(1981: 153). En el conjunto habitacional se destaca la presencia de un bohío grande, que debió tener
una función especial. Además, anotan los autores que en el interior de los bohíos encontraron
tumbas dedicadas a entierros de primera fase, correspondientes a fosas simples de poca
profundidad. En cuanto a la ubicación temporal de este yacimiento, concluyen que los materiales
culturales corresponden a una sola ocupación, que puede identificarse por la tipología de la
cerámica, como propia de las últimas fases de desarrollo de la cultura agustiniana. El análisis de C
14 de una muestra recogida en el piso de la casa más grande, indicó una fecha situada en la primera
mitad del siglo XVI (1981: 155).

Con los nuevos datos obtenidos en las anteriores temporadas de investigación (época 1970-1977), y
con base en fechas obtenidas en los yacimientos del Alto de Lavapatas, Mesitas A, B, y C del
Parque Arqueológico, Alto de los Idolos, Alto de las Piedras y La Estación, Duque y Cubillos
plantean algunas variaciones al cuadro cronológico que fuera propuesto por Duque en 1963-66 y
cambian la nomenclatura de los períodos (1979-1985). La nueva propuesta es la siguiente:

Arcáico (3.300 a.C. - 1.000 a.C.). Se conoce esta primera ocupación, según el análisis de una
muestra de carbón vegetal rescatada de un fogón localizado en la base de un depósito estratificado,
sin asociación con cerámica ni con ningún otro elemento cultural. (Duque y Cubillos, 1985: 101).

215
Formativo (1.000 a.C. - 300 d.C.). Se subdivide en: formativo inferior (1.000 - 200 a.C.) y
Formativo Superior (200 a.C. - 300 d.C.). Este período se caracteriza por: el desarrollo de la
agricultura de maíz y quizás de tubérculos; la industria de la cerámica con rasgos comunes como el
monocronismo, la decoración incisa y la ausencia de motivos biomorfos; tumbas de pozo con
cámara lateral y sarcófagos de madera (Duque y Cubillo 1985). Aún cuando sus características
corresponden a las del período Mesitas inferior su posición cronológica y su profundidad temporal
son algo diferentes.

Clásico regional (300 d.C. - 800 d.C.). Corresponde en general a los rasgos característicos del
Período Mesitas Medio pero varían los límites temporales de la ocupación. Las urnas funerarias que
en la periodización de 1966 eran frecuentes en Mesitas Medio, son ubicadas ahora con una época
más tardía.

Reciente (800 d.C. - 1.550 d.C.). Sus características corresponden a Mesitas superior y se le suman
otras como entierros secundarios en grandes urnas funerarias y cerámica con decoración pintada
positiva. (Duque y Cubillos, 1985).

En las informaciones arqueológicas de San Agustín se conocía que muchas de las esculturas
tuvieron pintura pero que con el transcurrir de los años y su exposición a la intemperie la perdieron.
Aunque con fecha anterior al año 1984 se decía en la región que habían encontrado una estatua
totalmente pintada en su plano frontal de varios colores, el hallazgo no se concretó hasta que uno de
los inspectores de monumentos del Parque Arqueológico Nacional la redescubrió y popularizó el
hallazgo.

La curiosidad que generó, por la importancia del mismo, motivó para que se tomarán medidas
inmediatas para su preservación. El arqueólogo J. C. Cubillos en el año de 1984 realizó la
investigación pertinente en el Alto de El Purutal, con el objetivo de ilustrar el contexto cultural del
cual hacia parte la estatua (1986). Este investigador procedió a delimitar el montículo y con la
operación de un centenar de sondeos con media caña, localizó varias estructuras de piedra cubiertas
por el relleno.

Las estructuras consistían en dos templetes y en una tumba de fosa rectangular. Los Templetes,
cada uno de los cuales contenía una estatua pintada, están situados cronológicamente en el siglo VI
d. C. La tumba no presentaba huellas de haber sido utilizada y al parecer es anterior a la
construcción del montículo. El análisis de una muestra de carbón de este sitio proporcionó un fecha
del siglo I a.C. (Cubillos, 1986).

En un escrito reciente, "Arqueología de San Agustín Alto de Lavapatas", L. Duque G. y J.C.


Cubillos describen las investigaciones arqueológicas que realizaron en el año 1974 en el sitio
conocido como Alto de Lavapatas, las cuales complementan las ya realizadas para ellos mismos en
otros lugares y cuyos resultados ya están publicados (1988). En esta comisión, los investigadores
mencionados llevaron a cabo una exhaustiva exploración de casi la totalidad del yacimiento y
excavaciones, con lo cual pudieron encontrar, tal como ellos mismos lo señalan,"...varias decenas

216
de sepulturas invioladas, dos estatuas nuevas, algunos objetos de orfebrería, numerosas piezas de
cerámica, y lo más importante, acumulaciones de basuras no perturbadas y planos de vivienda, que
permitieron el establecimiento de una cronología, a base de análisis de C14, cuyos resultados
confirman una vez más que este sitio es hasta ahora el más antiguo de toda la zona arqueológica de
San Agustín" (1988:10).

A través de los variados vestigios allí encontrados, pudieron reconstruir un considerable espacio de
tiempo en el proceso de desarrollo cultural de San Agustín. La ubicación cronológica y
estratigráfica de diversos elementos culturales cuya asociación es clara en relación con los que han
registrado en otros lugares de San Agustín, hace que este trabajo se convierta en un hilo conductor
de los fenómenos culturales que acaecieron en esta región.

En este sitio se identifican los diferentes períodos cronológicos referidos con anterioridad por
Duque y Cubillos (1985).

El amplio aterrazamiento del Alto de Lavapatas es producto de una adecuación intencional del
terreno, hecha por sus antiguos pobladores, cuando el lugar fue destinado como necrópolis sobre los
resto de asentamientos anteriores, que se remontan a 3.300 años antes de Cristo. Así mismo, cómo
en el momento en que se intensificó el culto funerario, los habitantes del lugar excavaron tumbas a
través de basureros antiguos, se verificó que quizás en una tercera fase el lugar volvió a ser ocupado
con viviendas, como lo atestiguan las huellas de huecos de poste registradas en el relleno de los
pozos de las tumbas.

De acuerdo con los datos cronológicos que obtuvieron, con base en el análisis estratigráfico y de
carbono 14, se destaca la evidencia cultural más antigua que se conoce hasta ahora en la región,
correspondiente a un fogón constituido únicamente por carbón vegetal y tierra quemada que data
del año 3.300 a.C. De las épocas siguientes obtuvieron interesantes datos, que comparados con los
de otros sitios, les permitieron trazar un desarrollo cultural entre aproximadamente el siglo IX a.C.
y el siglo XII d.C.

El análisis de distintos elementos culturales recolectados a través de excavaciones sistemáticas en


varios de los yacimientos de la zona, durante distintas temporadas de campo entre los años 1957 y
1984, les permite inferir "un continuum cultural en el área arqueológica de San Agustín, con ligeras
variaciones a lo largo del proceso evolutivo, especialmente en el último período, las cuales pueden
atribuirse más a causas endógenas que a factores foráneos" (Duque y Cubillos, 1988:100).

A partir de 1977 se han realizado estudios sobre el patrón de asentamiento en lugares vecinos a San
Agustín a donde llegaron los influjos de la cultura agustiniana.

En Quinchana, A. Durán realizó en 1977 una exploración de la zona y la excavación en algunas


terrazas de habitación en la vereda La Gaitana. En 1981, la misma arqueóloga y H. Llanos,
adelantaron un proyecto de investigación más amplio en la vereda del Alto de Quinchana, a partir
del cual, localizaron cincuenta terrazas de habitación, próximas a campos con eras de cultivo y

217
excavaron tres de ellas. El análisis de los materiales hallados les permitió establecer que los
asentamientos del alto de Quinchana corresponden a la cultura de San Agustín en sus períodos
finales (S. VII - XI) (Llanos y Durán, 1983).

En el municipio de Santa Rosa, (Alto Caquetá, Cauca). Luis Salamanca realizó en 1982 un estudio
inicial, como trabajo de tesis, con el objetivo de buscar posibles relaciones entre el Macizo
Colombiano y la Amazonia. Los rasgos del complejo cultural que halló en el sitio La Peña, le
permiten establecer claras asociaciones con el Período Reciente de San Agustín, especialmente en
lo que se relaciona con la cerámica. En el Chotillal registra una estatua, cuyos rasgos presentan
similitudes con la estatuaria descrita para el valle de Chimayoy, en el departamento de Nariño
(1985).

Entre 1984 y 1985, H. Llanos realizó una prospección en el municipio de Salado Blanco, para
lograr una visión de conjunto de los yacimientos arqueológicos existentes. En el curso medio del río
Granates investigó en detalle las veredas de Morelia y el Palmar. En ambas márgenes del río se
encuentran amplias terrazas naturales y suaves lomas, en las que halló plataformas para viviendas,
muy próximas unas de otras y en inmediaciones de campos con eras de cultivo y canales de drenaje.

En un resumen de este trabajo, Llanos expresa que: "los conjuntos habitacionales son de diferentes
tamaños, teniendo la mayoría de 5 a 10 terrazas artificiales". En Morelia se localizó un poblado de
mayor tamaño, con 150 terrazas de habitación de variadas dimensiones, caminos, una red de canales
de drenaje, dos montículos artificiales, en uno de los cuales excavó un cementerio con seis tumbas
cubiertas de grandes lajas, un sarcófago y dos esculturas monolíticas descubiertas por campesinos
hace varias décadas. De los cortes estratificados se logró establecer una ocupación del sitio de más
de 1.000 años, desde el 510 d.C. hasta tiempos coloniales (S. XVIII) (Llanos, 1985: 108). De
acuerdo con la clasificación de la cerámica, pudo apreciar que se trata de la tradición alfarera de los
últimos períodos de la cultura de San Agustín.

En la publicación final hace un análisis comparativo de los diferentes complejos cerámicos


definidos por Duque Gómez y Cubillos y por Reichel-Dolmatoff, y de la reunión de estos datos, con
los obtenidos en sus propios estudios, hace las siguientes reflexiones en relación con las
ocupaciones que allí se dieron: "Hay sitios que fueron ocupados solamente durante un período
hallándose cerámica de un solo complejo; pero hay yacimientos que contienen los restos de una
larga ocupación durante varios siglos y por lo tanto con cambios graduales en la cerámica; y
también existen los lugares donde se superponen dos ocupaciones con una distancia de varios
siglos entre la una y la otra, o sea con marcadas diferencias en sus Complejos Alfareros"(Llanos,
1988:93).

218
Llanos concluye que los cambios entre los diferentes complejos cerámicos de San Agustín
indicados por los arqueólogos citados, son estimulantes, y se hace la pregunta qué, al desconocerse
los hechos históricos que los causaron, ya sea internos o externos, "si cada complejo cerámico
corresponde a una cultura diferente, o sí por el contrario al existir elementos comunes entre los
complejos, al mismo tiempo que elementos formales y técnicas diferentes, se trata de una sola
tradición cultural que en el transcurso de su historia tuvo períodos de transformación que se
aprecian en su alfarería" (1988:9495). Sus estudios lo llevan a plantear esta última posibilidad .

Desde los inicios de la investigación arqueológica en esta región, los informes sobre la comarca de
Tierradentro y la de San Agustín, parecían indicar una extensión de la cultura agustiniana en
Tierradentro, reflejada en algunas características de materiales cerámicos y especialmente patente
en la estatuaria de un lugar y de otro. En este respecto Henri Lehmann efectuó un reconocimiento
en la zona intermedia conocida como Moscopán al Norte del volcán de Puracé, que extendió hasta
los límites de La Plata Vieja, próximo al sitio de Agua Bonita (Lehmann 1943-1944). El autor
identificó tres diferentes centros de esculturas, localizados en las vegas de los ríos o quebradas, lo
que permite suponer que los constructores de las estatuas preferían para sus asentamientos, los
valles estrechos. Algunas de las estatuas halladas estaban pintadas de rojo.

Para el autor las esculturas de Moscopán aunque indudablemente emparentadas con las de San
Agustín, enseñan particularidades que permiten pensar en desarrollos locales. Es especialmente
notorio el carácter realista de las esculturas de Moscopán, en oposición al alto grado de estilización
de las de San Agustín. Así mismo Lehmann excavó dos montículos artificiales, en proximidades de
la carretera de Moscopán (kilómetro 48), donde se había informado del hallazgo de algunas tumbas.
En ellos el autor encontró fragmentos cerámicos y piedras sin ningún orden aparente.

Seis tumbas fueron abiertas, tres en La Candelaria y tres en el kilómetro 48 de la carretera. En una
de ellas se halló un collar de pequeñas perlas de concha de mar. (Lehmann, 1943-1944). Tres de
estas tumbas tenían una escasa profundidad; en algunas de ellas se evidenció la práctica de entierros
secundarios. A juzgar por el tamaño de los huesos encontrados, los individuos de este grupo

219
cultural eran de baja estatura. Se hallaron también piedras de moler, que pueden indicar la
existencia de maíz en la zona. La cerámica, ofrece similitudes con la de Tierradentro, especialmente
evidente para la de la hoya del río La Plata. (Lehmann, 1943-1944).

Pasados treinta años A. Cháves y M. Puerta, trabajaron en Aguabonita, Moscopán y la Argentina,


en los años 1973 y 1976. Como resultado de sus estudios, dan cuenta de nuevas estatuas e inician el
estudio de entierros y pautas de asentamiento. En Aguabonita obtuvieron una fecha de 1320 + o -
180 años d.C. asociada a un entierro de ofrendas (Cháves y Puerta 1985).

Entre 1978 y 1979 excavaron ocho morros en el sitio Yarumal de la región de Moscopán en uno de
los cuales encontraron la planta de una habitación) de forma oval (Cháves y Puerta, 1985).

Hallaron otro asentamiento humano en El Pensil, en la región de Monserrate, en donde excavaron


una planta de habitación ovalada. En La Cabaña, en la misma localidad, excavaron entierros poco
profundos de pozo, algunos de los cuales parece que fueron sólo para ofrendas. La cerámica de
Monserrate, tanto la encontrada en el interior de la casa como la de los entierros, tiene similitud de
forma, en cuerpos, bordes, labios y bases, con la de Tierradentro, Moscopán y Aguabonita. El
modelado digital como elemento decorativo en los bordes de las vasijas es un rasgo común en estas
cuatro regiones (Cháves y Puerta, 1981: 50).

Con el objetivo general de comparar cacicazgos en el Alto Magdalena con los de otras áreas y de
poner a prueba modelos para el desarrollo de sociedades complejas, se escogió el valle del río de La
Plata, para realizar un proyecto a largo plazo de carácter interdisciplinario y con la participación de
varias instituciones. Este proyecto se inició en el año 1984 bajo la coordinación de R.D. Drennan de
la Universidad de Pittsburgh, y cuenta con el respaldo de la Universidad de los Andes, el Instituto
Colombiano de Antropología y la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales.

Dado que el conocimiento arqueológico de la región no era suficiente, designaron como unidad de
estudio, no un período, ni un sitio, ni una categoría de restos arqueológicos, sino toda la región.
Como lo anota Drennan, "la estrategia específica de estudio se concentra en el reconocimiento
sistemático arqueológico y medio ambiental de gran escala y a nivel regional del valle de la Plata,
suplementado con excavaciones arqueológicas de pequeña escala. En particular se busca la
información necesaria para reconstruir esos aspectos de las sociedades del valle de la Plata que son
críticos para la comparación de cacicazgos y para evaluar enfoques contradictorios a el
funcionamiento y evolución de las sociedades complejas. Estos aspectos caen bajo las siguientes
cuatro categorías: demografía, variedad medio ambiental, control de recursos y relaciones inter-
regionales" (Drennan, 1985:6).

En la temporada de campo realizada en 1984 adelantaron parcialmente estudios medio-ambientales


en lo que respecta a geología (Kroonenberg, 1985), paisajes - suelos (Botero, 1985), flora actual
(Rangel y Franco, 1985) y palinología (Herrera, 1985) y efectuaron un reconocimiento
arqueológico en cercanías del poblado La Argentina, realizando excavaciones en los sitios
Barranquilla y Barranquilla Alta. Identificaron un patrón de asentamiento en pequeñas colinas y en

220
allanamientos artificiales conocidos como "patios de indios". En relación con la cerámica,
reconocieron tres grupos a los cuales tentativamente asignaron una posición cronológica en una
escala de tiempo temprana, media y tardía. Estos grupos de cerámica muestran relaciones con los de
la región de San Agustín.

Conviene mencionar dentro de esta región del Alto Magdalena, el hallazgo hecho por el
paleontólogo H. Burgl en una tumba en Garzón (1957), sobre una terraza del río Magdalena cerca
de la desembocadura de la quebrada Majo, consistente en piedras (xilópalos) aparentemente
talladas, asociadas a restos de megaterio y mastodonte. La posición estratigráfica de estos hallazgos,
fue estudiada por Van Der Hammen, quien observa que, la edad menor que se le puede atribuir a la
terraza corresponde al glacial Mindel o sea 180.000 años; lo cual descarta contundentemente la
posibilidad de que los artefactos hubiesen sido fabricados por el hombre (1957).

Serranía Garzón Neiva

Comprende el extremo Norte de la región del Macizo Colombiano a partir de Garzón en donde el
valle del río Magdalena se ensancha. Es una zona de llanuras onduladas o serranías fuertemente
erosionadas, con clima que varía de semi-húmedo a semi-árido.

En esta subregión, sólo se cuenta con el reconocimiento que hizo G. Correal en el año 1974 en la
hacienda Boulder, municipio de Palermo, con la finalidad de localizar algunos sitios paleoindios.
Allí encontró un yacimiento que al parecer corresponde a una estación de grupos trashumantes que
basaban su subsistencia en la caza y la recolección. El utillaje lítico que recolectó superficialmente,
y en pozos exploratorios, está constituido principalmente por lascas monofaciales, elaboradas en
chert, material frecuente en la región. Algunos artefactos los fabricaron en materiales como diorita,
andesita o cuarzo, que tuvieron que adquirir en otras regiones.

Aunque no se conoce la posición cronológica de estos elementos, guardan una estrecha similitud
con los hallados en otros sitios precerámicos de Colombia. Algunos artefactos muy crudos, de
lasca, monofaciales y algunos tipos de raspadores recuerdan ciertos elementos del Abra
(Cundinamarca); otros, lascas en su mayoría, señalan relaciones con industrias de la costa Atlántica,
y artefactos conocidos como choppers recuerdan elementos obtenidos en el Magdalena medio. Sin
duda a través de la vía natural del río Magdalena se verificaron hace más de 10 milenios
desplazamientos de grupos humanos, que fueron dejando en su largo recorrido, la huella de sus
campamentos estacionales (Correal, 1974: 211).

Balance General de la Región

221
En el territorio de Tierradentro, existió una multiplicidad de ocupaciones que se remontan al
primer milenio antes de Cristo, y correspondieron a diversos grupos étnicos que, paulatinamente, se
fueron reemplazando y/o transformándose en la localidad, elaborando algunos "complejos"
arqueológicos, propios y característicos de la región. Si bien, aún resultan ser temerarias las
explicaciones que pretenden determinar el origen de focos de influencia estilística que se han
identificado en Tierradentro, se hace evidente una relación con la cercana área de San Agustín.
Aunque lo anterior parece indiscutible (casi todos los investigadores que han trabajado en
Tierradentro lo indican), no se sabe que tipo de relación fue la que se dió. Los datos y las
interpretaciones derivadas de ellos, indican únicamente, a manera de inventario difusionista, la
correlación entre unos y otros materiales arqueológicos, admitiendo las existencia de variaciones
locales.

Es difícil aún dilucidar los niveles de integración socio-política, alcanzados durante los aún pocos
estudiados períodos de ocupación. Por una parte, está la ausencia de grandes concentraciones de
población; ésta se encontraba en pequeños grupos, diseminados en el paisaje. Por otra parte, no se
ha tocado en Tierradentro el tema de las fronteras étnicas.

Se hace imperativo el incremento de proyectos arqueológicos en Tierradentro, que clarifiquen éstos


y otros problemas.

En la subregión del alto Magdalena, son escasos los datos sobre una etapa temprana de cazadores y
recolectores. El hallazgo de piedras (xilópalos) aparentemente tallados asociados a restos de
megaterio y mastodonte cerca de Garzón, sobre una terraza del río Magdalena, fue evaluado por
Van Der Hammen al precisar la posición estratigráfica de estos hallazgos. Prospecciones han sido
realizadas por Gonzalo Correal sin resultados positivos, con excepción de los hallazgos de
estaciones líticas en las vecindades de Neiva. Sin duda es un tema de investigación de sumo interés,
ya que la geografía de esta subregión permite la comunicación entre múltiples regiones,
constituyéndose en vía para rutas de migración quizás desde época muy antigua.

En relación con una etapa formativa temprana son igualmente escasos los datos. Las referencias que
se tienen, provienen de la zona arqueológica de San Agustín en donde se tiene una fecha de 3.300
años a.C. asociada con un fogón carente de elementos culturales.

El poblamiento posterior de esta misma zona está bien documentado con referencias cronológicas
que señalan una ocupación prolongada. Desde el siglo VI a.C. hasta el siglo XVII de la era
Cristiana. Respecto al proceso de desarrollo cultural que tuvo lugar en la época prehispánica en
estos parajes de San Agustín, existen dos planteamientos diferentes, expuestos por Duque G.,
Cubillos, y Reichel-Dolmatoff.

Duque y Cubillos basan sus inferencias cronológicas en el análisis de asociaciones de fechas de


radiocarbono en diferentes contextos arqueológicos, es decir, de entierros, basureros, entierros
asociados y plantas de habitación. El estudio de los datos cronológicos y de los vestigios culturales
los llevan a proponer tres períodos de desarrollo en la ocupación del área, que evolucionan entre sí,

222
y que con el transcurrir de los siglos deja una huella marcada en el paisaje. En su opinión, se puede
hablar, de una cultura agustiniana que obviamente no fue estática en su desarrollo, sino que tuvo
diferentes fases de desarrollo y estuvo expuesta a influencias externas ejercida por grupos humanos
que poblaban zonas vecinas.

Por el contrario, Reichel-Dolmatoff quien basa sus inferencias cronológicas y culturales en el


estudio de yacimientos estratificados correspondientes a depósitos de desperdicios de lugares de
habitación, plantea que no se puede hablar de "una cultura de San Agustín; se trata de una región en
la cual se encuentran superpuestos los vestigios de muchas y diferentes culturas, algunas de las
cuales se desarrollaron en el mismo lugar, a través de fases sucesivas, pero otras llegaron
provenientes de otros lugares" (1975,1982).

No es del caso juzgar cual de los investigadores se aproxima más a la realidad prehispánica, pues, el
método científico puesto a prueba por ambos les permite llegar a las inferencias que los dos
enuncian las cuales no dejan de tener un carácter tentativo que puede afianzarse o revaluarse en
virtud de nuevos hallazgos, como se ha venido haciendo (Duque y Cubillos, 1988: Llanos, 1988).
Estas divergencias deben considerarse como un estimulo para ahondar en el estudio de aspectos que
puedan aportar nuevas luces en la ya iniciada reconstrucción histórico-cultural de los grupos
humanos que vivieron allí antes de que llegara el conquistador europeo. Sin duda, es una zona
difícil en su estratigrafía cultural puesto que el paisaje fue transformado en épocas sucesivas y se
hicieron grandes movimientos de tierra para construir montículos, terraplenes y allanar colinas que
servían de base a grupos de casas.

Algunos de los aspectos que ameritarían ser estudiados para complementar la visión que ya se tiene,
serían:

- Las etapas iniciales del poblamiento, ya que es escaso el conocimiento que al respecto se tiene.
Conocer el proceso de asentamiento y adaptación, dominio y transformación del medio para
desarrollar una vida sedentaria dependiente de la agricultura, aportaría valiosos datos para entender
el desarrollo cultural posterior de la zona.

- Conocer más ampliamente la distribución espacial de los elementos culturales que componen cada
período como un todo, en lo que atañe a patrón de asentamiento, costumbres funerarias, estatuaria,
cultura material y tecnología agrícola. Con las investigaciones realizadas en Quinchana y Morelia
se está recopilando información muy valiosa sobre el Período Reciente que abarca aspectos tanto de
la vida cotidiana como de sus costumbres y expresiones rituales.

Aún cuando la secuencia cultural y cronológica que se tiene para esta zona, ha sido enriquecida por
hallazgos de los últimos años, sería relevante, precisar con mayor detalle, cómo se produce el
cambio de un período a otro.

- Para aclarar como los asentamientos humanos que se ubicaron en esta región en época
prehispánica, no conocieron límites geográficos estrictos e invariables y sus fronteras oscilaron

223
continuamente a lo largo del tiempo, se considera tener en cuenta ciertas áreas de influencia o
relacionadas con el desarrollo cultural de San Agustín, tales como La Bota Caucana, el Alto
Caquetá y Putumayo, el Nor-oriente de Nariño y las regiones andinas del Cauca y del Huila. El
proyecto del Valle del río La Plata, aportará importantes datos en este sentido.

224
225
IX. MACIZO ANDINO SUR
Ana María Groot de Mahecha

La Cuenca Andina de Pasto es una continuación del sistema andino ecuatoriano unido y
bordeado por dos cordilleras; occidental y centro-oriental. Depósitos de materiales volcánicos
llenaron y formaron las cuencas, que fueron atravesadas por ríos, como el Guaítara, Pasto y
Mayo, Juanambú y Patía, entre otros, dejando hondos y estrechos valles con clima templado y
cálido, y densamente poblados. Existen frecuentes formaciones del tipo de Mesa Andina,
compuesta por depósitos volcánicos y fluviales en todas las alturas (Guhl, 1976 - 170).

El límite oriental está constituído por la Cordillera Centro-Oriental, que linda a su vez con la
selva amazónica; y el occidental por la Cordillera Occidental, de menor altura que la anterior,
la cual hacia el Norte, baja a 400 metros, en la Hoz de Minamá, dando paso al río Patía.

Se divide la región en dos subregiones: Altiplano Nariñense y Alto río Patía.

226
Altiplano Nariñense

Comprende varios valles interandinos e incluye las zonas de Ipiales, Túquerres y Pasto; al Sur,
va hasta la frontera con el Ecuador; y al Norte llega al río Mayo, en límites con el
Departamento del Cauca. Al Oeste se encuentra la Cordillera Occidental con su vertiente hacia
el Pacífico, donde se encuentran ya tierras templadas. Al Oriente se incluye la hoya del Alto
Putumayo, con el Valle de Sibundoy.

Investigaciones Arqueológicas

El poblamiento prehispánico de esta subregión se conoce parcialmente a través de


descripciones de yacimientos arqueológicos aislados (Ortiz, 1934, 1938, 1958; Cabrera 1962) y
de trabajos de emergencia emprendidos por el Instituto Colombiano de Antropología en un
cementerio de Pupiales (Sanmiguel, 1972; Correal, 1973; Herrera et. al. 1974). Investigaciones
recientes de mayor amplitud han sido orientadas hacia una comprensión de la arqueología
regional (Groot et. al., 1976) y de los procesos histórico-culturales que se llevaron a cabo en
una de las zonas más densamente pobladas (Uribe 1975, 1976, 1979, 1983).

Con base en los estudios etnohistóricos adelantados por K. Romoli (1979), se sabe que los
Andes Nariñenses a la Llegada de los españoles en el siglo XVI, estaban habitados por
indígenas Pasto, Quillacinga y Abad. Los Pastos ocupaban la mayor parte del área comprendida
entre el tajo del río Chota en el Ecuador hasta la población de Ancuya en la banda izquierda del
río Guáitara; y, hasta la confluencia del río Curiaco en la margen oriental del Guáitara. Los
Quillacingas, estaban al Norte del territorio de los Pastos, en la banda oriental del río Guáitara;
ocupaban el valle de Sibundoy, gran parte del río Juanambú y la hoya alta y media del río
Mayo. Por último, los Abades estaban asentados al Norte de la población de Ancuya, en la
margen occidental del Guáitara, hasta aproximadamente la fosa patiana, y colindaban con los
Sindagua por el Norte y el Oeste.

De acuerdo con datos obtenidos en excavaciones realizadas en el altiplano de Ipiales, se tiene


noticia que el asentamiento más temprano de la zona, conocido hasta el momento, data del
siglo IX de nuestra era. Antes de esta fecha, la intensa actividad volcánica del área, al parecer
no permitió asentamientos humanos permanentes (Uribe, 1979).

La estratigrafía, el estudio del contenido de tumbas y la asociación de materiales culturales, da


base para distinguir dos complejos de cerámicas diferentes, uno de los cuales presenta dos fases
claras de desarrollo: Capulí y Piartal-Tuza.

La nomenclatura de estos complejos fue dada inicialmente por la arqueóloga Francisco (1969),
para definir, en la provincia del Carchi en el Ecuador, una secuencia cerámica integrada por
tres estilos, que denominó, en orden de antigüedad; Capulí, Piartal y Tuza. Para establecer esta
secuencia se basó en la excavación y estudio del contenido de tumbas, y en lo que se conocía
en la Sierra Norte del Ecuador por los estudios de Uhle (1933), Jijón y Caamaño (1951) y

227
Grijalva (1937). No utilizó fechas de radiocarbono y planteó una evolución estilística de las
formas cerámicas y de los motivos decorativos, señalando una relación más estrecha entre los
dos últimos estilos. Posteriormente, de acuerdo con excavaciones de basureros y de tumbas, en
el altiplano de Ipiales, y por tratarse de una misma área cultural prehispánica, la arqueóloga
Uribe conservó las mismas denominaciones y propuso, a la luz de nuevas evidencias asociadas
a fechas de radiocarbono, cambiar el término "estilo" por el de "complejo" cerámico. Su
estudio, no corrobora la tesis de la secuencia cultural de Francisco, y postula, según fechas de
carbono 14, la contemporaneidad de los complejos cerámicos Capulí y Piartal, al parecer
correspondientes a etnias diferenciadas desde el siglo IX d.C., hasta aproximadamente el siglo
XV. Entre las fases del complejo Piartal - Tuza, señala una tradición cultural continua, en la
cual, a partir aproximadamente del siglo XIII d.C. y hasta la conquista española, se identifica la
fase Tuza, con la etnia Pasto (1979: 167).

El complejo Capulí, está representado por cerámica decorada con pintura negativa negra sobre
rojo, y, sobresalen formas tales como copas con base de pedestal altas (compoteras), copas con
figuras antropomorfas integradas a la base (cargadores), vasijas antropomorfas, figuras
antropomorfas moldeadas sobre bases planas. Como parte de este complejo se consideran
provisionalmente, ya que no son muchos los datos que lo sustentan, un tipo de cerámica negra
ahumada (copas), y otro marrón pulido, conformado por ollas globulares con aplicación de asas
zoomorfas, vasijas pequeñas fitomorfas y ollas con representaciones zoomorfas en el cuerpo
(Francisco, 1969; Uribe, 1979). Este complejo se encuentra asociado a tumbas muy profundas
de pozo con cámara lateral, que alcanzan a tener hasta 40 metros. Tres tumbas de este tipo
fueron excavadas por Uribe (1979) en Las Cruces (Ipiales) y obtuvo una fecha de radiocarbono

228
para una de ellas de 1.080 años d.C.

En Miraflores (Ipiales), en trabajos de emergencia adelantados a partir del año 1971, G. Correal
excavó también una tumba (No. 8) perteneciente a este complejo y obtuvo una fecha de 1.250
años d.C. (En: Cardale, 1979). Hasta el momento no se ha encontrado asociación de estas
tumbas con asentamientos visibles. Por los motivos representados en la cerámica, se cree que
tuvieron relaciones con grupos de la costa Pacífica y vínculos con la tierra caliente.

La cerámica de la fase Piartal, relacionada con la etnia Protopasto (Uribe 1984), se caracteriza
por la combinación en la decoración de pintura negativa y positiva, utilizando tres colores
básicos, rojo, negro y crema. Este complejo en la sierra Norte-ecuatoriana ha sido asociado a
asentamientos formados por numerosos bohíos de tierra pisada (Grijalva, 1937; Francisco,
1969).

En Colombia, se observa este mismo patrón de asentamiento, pero hoy en día los restos de éstas
antiguas aldeas han sido destruídos por la acción del arado, y sólo es posible hallar sitios de
esta índole, en los páramos y parajes de difícil acceso. Vestigios representativos de esta fase
han sido excavados en los sitios de Miraflores (municipio de Ipiales) (Sanmiguel, 1972; Uribe,
1979; Uribe y Lleras, 1983) y en San Francisco, municipio de Carlosama (Uribe, 1979). Se
trata de cementerios con tumbas entre 8 y 20 metros de profundidad, entierros múltiples y ricos
ajuares funerarios, y de tumbas de poca profundidad entre 1.00 y 1.50 metros, con entierros
individuales sin ajuar o con utensilios simples de uso diario. Esta diferencia en la calidad de las
tumbas y en el contenido, ha permitido caracterizar la jerarquización social de la población que
tipifica esta fase de desarrollo. Se atestigua un auge de la orfebrería y de los textiles, que
plantea la existencia de especialistas en estas artes (Plazas, 1979; Cardale, 1979).

229
Como referencia cronológica se cuenta con una fecha de 1240 + o - 70 años d.C., obtenida para
una de las tumbas de entierro individual en Miraflores (Uribe y Lleras, 1984: 341), y con la
fecha de 845 + o - 80 años d.C. obtenida a través del análisis de cabello de una peluca que se
encontró como ajuar, asociada a orfebrería y a cerámica Piartal en una tumba de Miraflores
excavada por el arqueólogo J. Parra (Plazas, 1979).

La fase Tuza relacionada con la ocupación tardía de la etnia Pasto, se caracteriza por la
presencia de cerámica decorada con pintura positiva roja sobre crema, rica en motivos realistas.
Como ya ha sido referido, la población que simboliza esta fase de desarrollo tenía un estrecho
parentesco con la ocupación Piartal, y como ocurre en ella, vivían en aldeas compuestas por
bohíos de tierra pisada. Se cuenta con el levantamiento topográfico de una de estas aldeas, en el
sitio el Arrayán en el Municipio de Ipiales, pero no se encuentra referencia de la cerámica
asociada a los bohíos (Uribe, 1979). Por comparación con lo descrito para la Provincia del
Carchí en Ecuador, Uribe distingue un patrón de asentamiento prehispánico, consistente en
núcleos apretados de vivienda, en las partes altas de los cerros, relativamente cercanos unos de
otros, separados por las tierras de cultivo (Uribe, 1979: 155).

Vestigios correspondientes a esta fase, han sido excavados en el sitio La Esperanza, municipio
de Iles, en la vertiente Occidental del río Guáitara. Allí, las arqueólogas Groot y Correa (1976)
registraron un número considerable de terrazas artificiales, grandes y pequeñas, con muros de
contención en piedra, que al parecer emplearon sus antiguos habitantes con fines agrícolas;
excavaron un basurero aledaño a una terraza, conformado exclusivamente por cerámica Tuza y
obtuvieron una fecha de radiocarbono de 1410 años d.C.

De otra parte, en el sitio de San Luis (Ipiales) fue excavado por Uribe un basurero pródigo
también en cerámica Tuza (1979). Hasta el momento no se conoce el tipo de tumbas asociadas
con este último desarrollo cultural.

En cuanto a la distribución espacial de estos complejos, la cerámica Capulí, que en Colombia


antes del estudio de Francisco (1969) se conocía como Quillacinga y se relacionaba con esta
etnia, tiene una distribución que no corresponde al territorio que fue ocupado por ella en época
de la conquista española.

Contrariamente, la cerámica Capuli tiene una amplia dispersión geográfica y se registra desde
el Sur de Nariño (Ipiales, Pupiales, Potosí, Cumbal) hasta los alrededores de Pasto y en puntos
tales como Samaniego y Guachavés, en la margen occidental del río Guáitara (Groot et. al.,
1976). En el Ecuador, ejemplares de este mismo complejo se encuentran en la provincia de
Imbabura.

230
Asentamientos de la fase Piartal se encuentran principalmente en la altiplanicie de Túquerres e
Ipiales (Pupiales, Carlosama, Guachucal, Cumbal) (Uribe, 1979), y en los alrededores de Pasto
como Obonuco, Catambuco y Chachagui (Groot et. al. 1976). En el Ecuador, ejemplares de
este mismo complejo se encuentran en la provincia de Imbabura.

Por el claro parentesco de esta fase con el horizonte Tuncahuan, de amplia extensión en el
Ecuador, y teniendo en cuenta el carácter insular de la metalurgia piartal en relación con los
demás complejos metalúrgicos del Sur y Occidente: de Colombia, se presupone que este grupo
llegó al altiplano procedente de los Andes centrales del Ecuador hacia los siglos VIII - IX d.C.
(Uribe, 1979).

En la fase Tuza se percibe un aumento de población, se hacen terrazas en las vertientes del río
Guáitara, y se encuentran los vestigios culturales distribuidos más extensivamente por el área.

La población tenia sus asentamientos, tanto en el frío altiplano de Túquerres e Ipiales como en
el profundo valle del río Guáitara, aprovechando zonas de clima templado. Restos de esta fase
de desarrollo se han encontrado en regiones que según los datos históricos del siglo XVI, no
eran asientos de indígenas Pasto. Se trata de la margen oriental del río Guáitara hacia el
altiplano de Pasto y por el Norte hasta cerca de la localidad de Villamoreno (Groot et. al. 1976).

231
Más al Norte, en la región bañada por los ríos Juanambú, Mayo y Patía, se percibe un cambio
en relación con los complejos cerámicos mencionadas hasta ahora, y se registra una cerámica
que, si bien presenta pintura positiva roja sobre una superficie crema, manifiesta cambios en los
diseños y en las formas (Groot et. al. 1976).

Esta cerámica se relaciona estrechamente con la referenciada como "pintado" por Gnecco y
Patiño (1984) para el alto río Patía - Guachicono.

De otra parte en esta región Norte, en el Valle de Chimayoy (municipio de La Unión), se han
registrado dos talleres prehispánicos de estatuas de piedra, que hasta el momento no han sido
relacionadas con un contexto cultural más amplio (Ortiz, 1958).

Alto Río Patía

Esta subregión comprende la zona de influencia del curso alto del río Patía, en el departamento
del Cauca. y en el extremo norte del departamento de Nariño. Está integrada esencialmente por
terrenos quebrados y algunas mesetas como la de Mercaderes. El Patía, al entrar en territorio de
Nariño, pierde la amplitud de su valle y comienza a encajonarse para formar la fosa Patiana que
separa la Cordillera Centro-Oriental de la Cordillera Occidental en el sitio Hoz de Minamá.
Luego gira en dirección Noroeste para salir a la Llanura del Pacífico, donde su cauce se
explaya formando amplios meandros en zona selvática.

El río Patía es de gran importancia en el suroccidente colombiano y se convierte, de hecho, en


una vía natural de comunicación entre la zona pacífica y la región andina. Muy probablemente,
ha sido transitado desde tiempos precolombinos como ha sucedido en otros ríos colombianos
como el Magdalena, el Cauca y el Calima entre otros.

Investigaciones Arqueológicas

Sobre el poblamiento de esta zona, se tiene alguna información en las crónicas de la conquista
española. Cieza de León, quien pasó por la región hacia la mitad del siglo XVI, menciona en su
escrito varios grupos indígenas y cita algunos de sus pueblos y caciques. En las cabeceras del
Patía y de sus afluentes, estaba asentado el grupo étnico conocido como Guachicono. En la
parte media, en las estribaciones occidentales de la Cordillera Occidental, se encontraba el
aguerrido grupo de los Sindaguas, que colindaban con los Abades en proximidades de la
desembocadura del río Guáitara en el Patía y algunos grupos menores en la región del Rosario.

232
Terrazas de cultivo en el sitio de La Esperanza, valle del río Guaítara, Municipio dde Iles.
(Foto: Ana María Groot de Mahecha)

Las primeras referencias sobre arqueología de esta zona, se tienen a partir del año 1944, con las
investigaciones que realizó H. Lehman, quien excavó en el sitio Guayabal, en el Valle del río
Guachicono, tumbas de pozo con la cámara lateral localizada en un nivel inferior al del piso del
pozo y sellada con una gran vasija. La cerámica característica ostenta decoración pintada.

En el valle del río Patía en los sitios cercanos a la desembocadura del río Capitanes y Sajandí,
excavó tumbas poco profundas, algunas de las cuales no tenían cámara ni tampoco ajuar; entre
los fragmentos cerámicos, halló decoración incisa y pintada.

Por último en la confluencia del río Mayo con el Patía, excavó tumbas en los sitios de
Remolino y Cumbitara. En ellas encontró cerámica similar a la de los otros sitios (Lehman,
1953).

En años recientes se han realizado varias investigaciones. En 1975 A.M. Groot y L.P. Correa
efectuaron una prospección del altiplano nariñense hasta el límite de los departamentos de
Nariño y Cauca, señalado por el curso del río Mayo, hasta su desembocadura en el Patía. En el
transcurso de esta prospección en la zona, al norte del río Juanambú y hasta el río Mayo, se
recolectó cerámica superficial caracterizada por pintura positiva roja y blanca sobre superficie
crema. Si bien este rasgo recordaba el complejo Tuza de Nariño, los motivos decorativos y las
formas observadas señalaban que podría tratarse de un complejo cultural diferente, al parecer,
relacionado con lo que hasta ese momento se conocía como Guachicono (Groot et. al., 1976).

En el año 1981, D. Patiño realizó un trabajo arqueológico de Tesis en la parte meridional del
valle del Patía, al noroeste del municipio de Mercaderes. En el sitio El Mirador, excavó un

233
basurero, un sitio de habitación y varias tumbas, que le permitieron identificar el yacimiento
con los restos de una antigua aldea. La cerámica que obtuvo presenta decoración con pintura
roja (Patiño, 1982). A raíz de estos hallazgos el mismo investigador en compañía de C. Gnecco,
realizaron un reconocimiento del alto valle del río Patía y, localizaron algo más de cincuenta
sitios (1982). Posteriormente efectuaron excavaciones en algunos de estos sitios como El
Llanito, La Marcela y Guayabal (Patiño y Gnecco, 1984). Como resultado de estos trabajos
secuenciales, definieron un complejo cerámico del Patía cuyos dos extremos están
caracterizados por alfarería incisa-impresa y pintada.

La ocupación más temprana de la zona se remonta al primer milenio d.C. y está representada
por la cerámica incisa-impresa, que se relaciona por algunos de sus rasgos, con el complejo
Buchelli, que es la parte más tardía de la secuencia de Tumaco, con una fecha de 1.100 años
d.C.. Esto hace suponer que la tradición inicial del Alto Patía provino de las tierras bajas,
adyacentes a la Costa Pacífica.

En algún lapso, comprendido entre el siglo XII y el XIV se introdujo la pintura como rasgo
distintivo dentro de la evolución misma del complejo. Entre las dos tradiciones, existe una
estrecha relación que niega cambios bruscos traducibles en una ocupación diferente. Los tipos
de pintura roja y rojo sobre crema de la cerámica pintada, han sido guía para el establecimiento
de relaciones con áreas vecinas, sobre todo con los complejos pintados del altiplano de Nariño,
con los que comparten algunos aspectos de la tendencia decorativa pero muy pocos elementos
formales (Patiño y Gnecco, 1984).

Balance General de la Región

A partir de las investigaciones realizadas en el altiplano nariñense, se cuenta por el momento,


con una columna cronológica compuesta por unas pocas fechas de radiocarbono, comprendidas
dentro de la etapa de integración regional (500 a 1.500 d.C.) de los Andes Septentrionales.
Girando alrededor de esta columna se ha podido organizar información arqueológica
disponible, que ha permitido distinguir dos grupos diferentes asentados en la misma área, uno
de ellos con dos fases claras de desarrollo. Es de anotar que la mayoría de las excavaciones se
han efectuado en el altiplano Túquerres-Ipiales.

Los mecanismos de articulación de estos asentamientos con la costa y la Amazonia, se


vislumbran a través de su iconografía y se conocen a partir de las fuentes etnohistóricas. Esto
ha permitido llegar a considerar alguna serie de zonas relacionadas, vinculadas
económicamente con el altiplano en épocas prehistóricas: el piedemonte de la Cordillera
Centro-Oriental, entre el río San Miguel y el Alto Putumayo, las provincias de Napo, Carchi y
Esmeraldas en el Ecuador, la región del piedemonte de la Cordillera Occidental, entre los ríos
Santiago y Patía, y la Cuenca media de este último.

234
Es evidente un alto nivel de dinamismo en esta zona, que en épocas tardías generó formas
locales de gran complejidad. Con el objeto de dar mayor profundidad histórica a los estudios,
es necesario investigar varios aspectos: sí existió una etapa precerámica en la zona; sí existió
una etapa formativa que dió lugar a las formas complejas del período de integración regional, o
por el contrario se trataba de grupos migrantes; cuál fue el patrón de asentamiento en la zona
central y norte de los Andes nariñenses; estudio de sitios estratificados, y, cómo se dió la
articulación económica entre la Sierra, la Costa y la Amazonia, entre otras.

Con las investigaciones realizadas en la subregión Alto Patía se pone de manifiesto la


importancia que reviste esta zona, ya que se encuentra en medio de tres zonas con desarrollos
culturales avanzados; la Costa Pacífica Sur, los Andes Septentrionales y el Macizo
Colombiano.

Dadas las relaciones insinuadas primordialmente con el Complejo Buchelli de la secuencia de


Tumaco y con complejos de Nariño, se considera importante realizar estudios sistemáticos en la
llanura aluvial del Pacífico, en el piedemonte de la cordillera Occidental y en la zona norte de
los Andes nariñenses.

235
X. LLANOS ORIENTALES6
Santiago Mora Camargo

Los Llanos Orientales abarcan un área superior a los 150.000 kilómetros cuadrados, en
territorio colombiano, que se continúa en Venezuela a lado y lado del río Orinoco. Esta
provincia, a lo largo del tiempo ha sido poblada por grupos humanos muy diferentes; las
estructuras económicas, sociales y políticas de ellos comprenden una amplia gama. De allí que
no sea posible definir la región considerando un tipo de economía específica, la estructura
social de sus habitantes o la integración social política de los mismos.

Por el contrario, el medio permite delimitar zonas; en ellas se introducirá el componente


humano con posterioridad.

Una de las características relevantes en la identificación del ámbito llanero es la vegetación. En


ésta predomina un componente herbáceo, en el cual tienen un alto porcentaje los pastos con
tipo fotosintético C-4. Coexisten con éstos, los bosques de galería, las "mates de monte" y los
esteros. Los primeros, son conjuntos de árboles, por lo general de gran tamaño, que se localizan
a lado y lado de las corrientes de agua. De esta forma, parecería que los ríos y caños se
encontraran rodeados por una espesa selva. Detrás de esta, la sabana; con su inmensidad
recuerda el océano.

Al recorrer las sabanas, de trecho en trecho, se encuentran conjuntos de árboles y arbustos


aislados, formando bosques de reducida extensión. Estos subsisten distanciados de los cursos
de agua, gracias a profundas raíces que les permiten obtener el líquido de los estratos inferiores
del suelo y crear progresivamente un microclima que favorece a otras plantas; para el llanero
esta es la "mata de Monte". Se ven, no muy alejados de las matas de monte, algunos arbustos.
De formas caprichosas y con escaso follaje, estas plantas representan uno de los mecanismos
mediante los cuales el bosque se protege y se extiende sobre la sabana. Se trata de plantas
pirofiréticas, es decir plantas que ha desarrollado mecanismos que les permiten ser expuestas al
fuego y sobrevivir. Estas constituyen una de las adaptaciones más asombrosas que han
producido las sabanas tropicales.

Los esteros, con características similares a las del bosque de galería, se diferencia de este
último por contar con árboles pequeños y gran cantidad de herbáceas, que crecen en aquellos
lugares que durante prolongados períodos permanecen inundados.

Si bien la vegetación de las sabanas permite una identificación de las mismas, no es el único, ni

6
Agradecemos la colaboración de Inés Cavelier de Ferrero en la preparación de este artículo

236
el más importante de los componentes de éstas. La existencia de dos estaciones bien marcadas
determina muchos de los procesos importantes en el ecosistema7. El verano o estación seca
comprende de dos y medio a siete y medio meses, durante los cuales no se dan fenómenos de
precipitación. El invierno, en oposición, se caracteriza por lluvias torrenciales que en ocasiones
se prolongan por varios días. Estos cambios climáticos no sólo influyen en la vegetación,
produciendo un paisaje verde en invierno y uno amarillo grisáceo en verano, sino que afectan
los suelos en su composición y aptitud de uso, marcan la iniciación de ciclos de importancia
para las especies animales y vegetales y por consiguiente alteran las actividades humanas.

Los suelos de las sabanas tropicales, constituídos por arcillas en su gran mayoría, impiden la
filtración de las aguas en el invierno. Fenómeno que acelera el lavado de los estratos superiores
y determina la aparición de grandes áreas inundadas. Este efecto es magnificado por una
topografía poco pendiente, que toma en el paisaje usualmente la forma de ondulaciones. En
oposición, durante la temporada seca los suelos tienden a cuartearse ya que no recuperan el
agua que pierden por evapotranspiración. Por otra parte, la resequedad de la vegetación durante
este período, facilita que se den grandes incendios, ya sea por fenómenos atmosféricos o
causados por el hombre, contribuyendo a la pérdida de nutrientes en los horizontes superiores .

Si bien las características anteriormente citadas son comunes a todas las sabanas tropicales, la
geomorfología en cada una de ellas introducirá comprensión del ecosistema. Esta última, cobra
especial relevancia cuando se trata de estudiar el poblamiento y las adaptaciones de los
diferentes grupos humanos que habitaron en los Llanos.

La falla que corre paralela al río Meta, genera regiones divergentes, en cuanto a facilidades
para su ocupación; los Llanos al Sur del Meta, al Oriente y los Occidentales, corresponden a
zonas, cada una de ellas con características propias, que tuvieron en cuenta los antiguos
habitantes de estas partes8. Esta primera sectorización cobrará un carácter más específico, a
medida que el dato arqueológico así lo requiera.

Igualmente importante, desde el punto de vista de las ocupaciones humanas, es la prolongación


o la disminución en los períodos estacionales, como consecuencia de cambios en la latitud.
Aquellos puntos ubicados en la región meridional, gozarán de una estación de lluvias
prolongada y un período seco de menor duración.

La geografía Llanera, ha contribuído a fomentar procesos adaptativos, en ocasiones


antagónicos, entre los diferentes grupos que poblaron y pueblan la región. Es por ello que se
hace indispensable revisar los datos básicos con los que contamos, desde una perspectiva que

7
En la actualidad las sabanas tropicales son definidas por su régimen climático, aunque en el pasado los
criterios empleados se relacionaban con la vegetación (ver Harris Human Ecology in Savanna Environments,
Academic Press 1980).
8
Vale la pena aclarar que el río Meta toma ese nombre después de que el río Humea deposita sus aguas en el
Metica. Es entonces, desde la línea trazada por la unión de estos ríos, que consideraremos las diferentes zonas
geográficas.

237
incluya consideraciones geográficas.

238
Llanos al Sur del Río Meta

Se trata de una región que en su costado occidental limita con las estribaciones de la cordillera
oriental, que la influye profundamente. De allí provienen gran cantidad de ríos que depositan
ricos sedimentos, que contribuyen a formar los mejores suelos de los Llanos. Al sur, se levanta
el límite con el bosque amazónico; éste a lo largo de su historia ha avanzado y retrocedido
sobre la zona. Por el Oriente la altillanura disectada corta las terrazas en varios niveles, e
irrumpen las sabanas. Por tratarse de una región ubicada en el sector meridional de los llanos,
cuenta con una estación seca menos prolongada.

Es en esta región donde se da comienzo a las investigaciones arqueológicas de los Llanos


colombianos. En 1972 John P. Marwitt, llevó a cabo la primera búsqueda sistemática de
evidencias que revelaran la ocupación prehispánica de la región. Durante los meses de agosto y
septiembre adelantó una breve prospección en un área de 75 kilómetros entre Cubarral, al
noreste del departamento del Meta y Puerto Lleras, al sur del mismo departamento. Fueron
entonces localizados algunos sitios arqueológicos; diez y seis de ellos correspondían a un
período prehispánico, dos eran asentamientos de finales del siglo XIX o principios del XX, y
un tercer asentamiento, cerca de San Juan de Arama, posiblemente correspondía al antiguo
poblado de San Juan de los Llanos9. Todos los yacimientos considerados por Marwitt como
pertenecientes a una época prehispánica, se localizaron en las planicies aluviales, a pocos
kilómetros de los ríos; no informa sobre asentamientos en las sabanas interfluviales.

Los materiales recuperados en estos sitios no fueron sometidos a un estudio tipológico


exhaustivo; el autor intentó, a partir de la consideración de algunos rasgos, determinar
conjuntos de ellos. Para la cerámica, elemento sobre la cual basó sus observaciones, tomó como
rasgo primordial el atemperante empleado en la manufactura. Así estableció tres diferentes
conjuntos; tiesto molido, cariapé y arena. La frecuencia de cada uno de estos "tipos", para el
autor, indicaba la dirección de los desplazamientos humanos en la región10.

Marwitt comparó los materiales cerámicos que obtuviera en proximidades del río Ariari, con
algunos precedentes de la Orinoquía y otros de la Amazonía. Las similitudes registradas entre
aquellos descritos por Meggers en el Ecuador y Bruillier et al, en el Alto Caquetá, con los del

9
Cabe anotar que existen discrepancias en lo referente al número de sitios ubicados por Marwitt. En su primer
escrito (1973), afirma haber detectado diez y nueve sitios; con posterioridad (1475), y sin que hubiera
realizado nuevas exploraciones anota la existencia de veintidós yacimientos.
10
Desde su inicio los estudios arqueológicos en la región de la Orinoquía y la Amazonía han buscado la
explicación a los fenómenos relacionados con la ocupación de estas Breas, en la migración. Para la época en
la cual escribió Marwitt (1973 y 1975), una gran polémica se había desatado con la publicación de la obra
"The Upper Amazon" de D. Lathrap. Allí se proponía que los diferentes grupos identificados
arqueológicamente en la Amazonía y en la Orinoquía, procedían del curso medio del río Amazonas. Por ello,
no sorprende que los esfuerzos de Marwitt estuvieran dirigidos a ubicar sus hallazgos dentro de esta
perspectiva.

239
Ariari, le permiten suponer que en el pasado se dió una relación más estrecha entre la región del
río Ariari y la Amazonía, que entre la primera y la Orinoquía (Marwitt 1973; 1975). El autor no
especifica el carácter de la relación por él propuesta.

Con posterioridad a los escritos de Marwitt, fue dada a conocer una cronología para los
yacimientos visitados por ese autor (Morey 1976). Esta permitió establecer dos fases de
ocupación para la región del río Ariari: Puerto Caldas y Granada. La más antigua de ellas -
Puerto Caldas-, fue fechada por C-14 hacia el año de 760 antes de nuestra era y no cuenta con
antecedentes conocidos dentro de la región. La más reciente -Granada-, fue ubicada hacia el
año 810 de nuestra era; para estos autores se encuentra relacionada con el Horizonte Polícromo
de la Amazonía propuesto por Lathrap11.

Gerardo Reichel-Dolmatoff y Alicia Dussán descubrieron en 1975 un sistema de cultivo


prehispánico en los Llanos de Manacacías, departamento del Meta. Este se componía de un
centenar de pequeños montículos circulares, con tres metros cuadrados de superficie y una
altura de sesenta centímetros en promedio. Los esposos Reichel, realizaron excavaciones en
uno de los promontorios, y concluyeron que éstos habían sido construídos al acumular tierra en
el mismo lugar, con el fin de formar un islote, el cual posiblemente fue destinado al cultivo de
raíces (1974). Este sistema de cultivo representa una importante adaptación a los cambios
climáticos propios de las sabanas tropicales. Durante la estación seca los productos cultivados
no pierden la humedad necesaria para su desarrollo, puesto que ésta es conservada en el
montículo; en el invierno, el promontorio mantiene las raíces de las plantas sobre el nivel de
inundación, evitando que éstas sean dañadas. Sistemas de cultivo semejantes han sido
reportados con posterioridad para otras partes de los llanos. Lamentablemente de momento no
se cuenta con cronologías para estas estructuras, ni asociaciones con otros materiales culturales.

11
La asimilación de los restos cerámicos recuperados por Marwitt al Horizonte Polícromo, se encuentra
soportado por la cronología obtenida, así como por la técnica empleada para la decoración cerámica. Esta
consiste en el manejo de pintura blanca, roja y en algunas ocasiones negra siguiendo complicados diseños
geométricos.

240
En el año de 1982 se adelantó otro trabajo arqueológico en los Llanos Orientales. Inés Cavelier
y Santiago Mora, llevaron a cabo la prospección y de una amplia zona describieron
asentamientos y adelantaron la excavación en área de una planta de habitación en el Municipio
de Acacías12. Los autores como estrategia de investigación, recurrieron a la zonificación
geográfica. Tomaron en cuenta cuatro de los cinco paisajes básicos de los Llanos: pie de monte,
llanura aluvial de desborde, aluviones recientes y terrazas en varios niveles. Estos corresponden
a los Llanos al occidente del Meta, al oriente y al sur.

En los Llanos al sur del río Meta, los autores prospectaron la región de terrazas en varios
niveles, próximas al río Acacias. Los trabajos comprendieron la localización de algunos
asentamientos, todos ellos sobre la terraza y la excavación de una planta de habitación, ubicada
entre los caños Lejía y Unión. Se comprobó la ocupación del área por grupos de agricultores
que aprovechaban los recursos del bosque cercano13. Cronológicamente estos asentamientos se
localizan hacia el año de 1570.

Entre los materiales recuperados en la planta de habitación se destaca un conjunto de restos


vegetales carbonizados, que pone de manifiesto el uso del maíz, algunas leguminosas
(posiblemente se trate de Anaderantera peregrina), una gran variedad de productos de palma, y
algunas dicotiledóneas (maní?). En cuanto a los materiales cerámicos, fue posible llevar a cabo
la reconstrucción de trece formas (muchas de ellas con interiores foliginosos), que incluyen
cuencos, escudillas y vasijas. Aunque no se encontraron budares, algunos fragmentos
cerámicos podrían corresponder a estos. La técnica decorativa más común consiste en la
aplicación de figuras zoomorfas sobre el cuerpo de los recipientes; la pintura en rojo, negro y

12
Este trabajo correspondió a la tesis de grado en antropología de los autores. Universidad de Los Andes
1983.
13
La zona sobre la cual se llevaron a cabo los trabajos en la actualidad se sitúa en el límite entre la selva y el
llano.

241
blanco en el exterior de las vasijas representó un alto porcentaje. En los pequeños recipientes
(cuencos), se acompañó la decoración pintada con diseños geométricos que siguen un
complicado patrón14. Los materiales líticos fueron escasos.

Para los autores, la región de terrazas altas próximas al río Acacías, se encontraba ocupada por
una población dispersa, en asentamientos de tres a cinco casas, relativamente cercanas. Por
medio de la excavación, en área, de una planta de habitación se pudieron identificar algunas
actividades que se dieron allí en el pasado, al igual que los procesos de formación y alteración
del yacimiento (Mora y Cavelier 1983).

En la región del río Ariari G. Escobar, J. Nieto y P. Pérez llevaron a cabo un reconocimiento
arqueológico, paralelo a un trabajo de compilación y análisis etnohistórico15. En lo relativo a la
arqueología visitaron tres diferentes zonas. La primera, en proximidades del río Guéjar, al Sur
de la Balastrera, en el punto denominado El Terror. Los restos arqueológicos allí localizados se
encuentran esparcidos en una gran área, como consecuencia del transporte de los mismos por
parte del río. Un segundo sitio visitado, en proximidades del poblado de Cubarral, no arrojó
resultados. Por último, se sondeó al Sur Occidente del poblado de Puerto Caldas, en las
proximidades del Caño Taparo. Estos sondeos, permitieron obtener restos cerámicos y líticos
semejantes a los obtenidos en Acacías (Escobar, Nieto y Pérez, 1984).

Marianne Cardale de Schrimpff, visitó la región pie de montaña de los Llanos Orientales, en el
Departamento del Meta. En el lugar donde actualmente se localiza la "Salina de Upín",
recolectó algunos materiales arqueológicos. En su gran mayoría se trata de cerámica, que al
parecer formaba parte de un importante asentamiento prehispánico, destruido por la compañía
que actualmente explota la sal allí. Llama la atención dentro de este material, algunos
fragmentos cerámicos de obvia filiación Muisca, así como la aparición de un nuevo tipo de
decoración hasta entonces no registrada para los Llanos (Mora y Cavelier 1985)16

14
Las técnicas empleadas en la decoración cerámica, por los habitantes de la terraza cercana al río Acacías,
indudablemente indica una estrecha relación con la alfarería que fuera recuperada por Marwitt en 1972 y a la
cual el autor considerara como perteneciente a la fase Granada. No obstante, vale la pena destacar que existe
una diferencia temporal entre los dos conjuntos de mas de 700 años.
15
Esta investigación correspondió al trabajo de campo del sexto semestre de los estudiantes mencionados, en
la Universidad Nacional de Colombia (ver Escobar et al. 1984).
16
Los fragmentos cerámicos recuperados allí, nos fueron amablemente prestados por Marianne Cardale de
Schrimpff para ser estudiados. Si bien existen variaciones en la técnica de manufactura, desgrasante
empleado, es evidente que se trata del mismo conjunto cerámico reportado para la región de Acacías.

242
Durante los años de 1984 y 1985 Inés Cavelier y Santiago Mora llevaron a cabo nuevas
exploraciones arqueológicas en los Llanos al sur del río Meta. El reconocimiento comprendió
tres zonas diferentes, la primera, localizada al sur del río Upía, en proximidades de la Salina de
Upín, hasta la población de Cubarral. La segunda comprendió las márgenes del río Ariari,
desde Puerto Caldas hasta Puerto Lleras, incluyendo así la región que fuera visitada por
Marwitt en 1972. La tercera, abarcó el área comprendida desde Puerto Caldas, hasta la
población de Vista Hermosa, incluyendo un sector localizado en la margen sur del río Guéjar
próximo a Puerto Lucas (Mora y Cavelier 1985).

Se localizaron sitios en terrazas, cuya morfogénesis y desnivel respecto del curso de las aguas,
favorece el drenaje, permite suelos de mediana fertilidad, con buena descomposición de materia
orgánica y posibilita el desarrollo de un bosque con múltiples especies. Estos se registraron en
cercanías del río Acacias (Terrazas altas), en la región del río Guéjar y en proximidades de la
unión de los caños Pepemuya y Cunimía (Terrazas bajas). Igualmente, se verificó la existencia
de asentamientos sobre el piano aluvial, intermedio entre la zona de terrazas y el curso del río.
En esta unidad del paisaje, como consecuencia de los aportes sedimentarios del río, se
presentan los mejores suelos para el cultivo. Sin embargo, la ocupación de esta zona reviste
ciertas dificultades, ocasionadas por los continuos cambios en el curso del río y las
inundaciones comunes en la etapa invernal. Por ello, el espacio geográfico seleccionado por los
indígenas, debió representar áreas con pendientes y alguna altura sobre el cauce, localizadas
relativamente alejadas del río. Hoy muchos de estos asentamientos están siendo erodados por
los ríos Guéjar y Ariari. Sobre esta unidad, se registraron sitios arqueológicos en el Municipio
de Fuente de Oro, donde el Caño Irique desemboca en un antiguo brazo del Ariari, y sobre la
margen sur de este río; área donde son abundantes los asentamientos prehispánicos. Por último,
se localizaron sitios en los abanicos de pie de monte, zona en la que más que el drenaje,
generalmente bueno, o las propiedades de los suelos, cuenta la existencia de otro tipo de

243
recurso de importancia. En efecto, sobre el área se encuentran algunos afloramientos salinos
que no son comunes en la formación geológica llanera. Se registraron dentro de esta unidad
sitios en la Salina de Upín (visitada con anterioridad por Marianne Cardale), y en las
proximidades del acueducto de Restrepo (Mora y Cavelier 1985).

Los materiales arqueológicos recuperados durante estos trabajos, demostraron que existe una
correspondencia, tanto estilística como técnica entre estos conjuntos y aquellos registrados en
Acacias en 1983. Por otra parte, una nueva fecha obtenida en Fuente de Oro, corrobora la
posición de los hallazgos, ubicándolos hacia los primeros años de la conquista.

Partiendo de esta información, Mora y Cavelier, recurrieron al análisis etnohistórico y pudieron


establecer una región, delimitada etnohistóricamente, que coincidía con aquélla que fuera
trazada a partir de los datos arqueológicos. Para los autores allí habitaron los Guayupues 17. Se
hizo patente la existencia, tanto prehispánica como histórica de poblados de grandes
dimensiones (algunos de ellos fortificados, según los recuentos históricos), en las zonas
limítrofes del territorio. Otros asentamientos, al interior del territorio Guayupe, fueron
considerados como centros religiosos; ejemplo de lo anterior lo es el poblado de Nuestra
Señora, que fue empleado como base para la conquista del pie de monte Llanero durante el
siglo XVI.

A partir del estudio de la situación socio-política de los Guayupe, comparada con los datos
arqueológicos obtenidos, los autores proponen que en este grupo se dió un manejo diferencial
de los asentamientos, acorde al área de recursos a su disposición. Para los asentamientos
arqueológicos localizados en inmediaciones del río Ariari, se propone que estos correspondían
a sitios de habitación dispersos, en las cuales vivían gentes encargadas del cultivo de la yuca y
posiblemente del algodón18. Los habitantes de esta área durante el verano participaban de las
labores comunales de pesca (Mora y Cavelier 1985). Para los asentamientos, en las terrazas de
mayores dimensiones que los anteriores se sugiere que se trata de poblados de gente que
cultivaba el maíz, posiblemente el yopo y explotaban con especial énfasis las palmas y los
recursos del bosque vecino. Para los asentamientos localizados sobre el abanico de pie de
monte, por sus dimensiones grandes poblados-, se propone el aprovechamiento de los
afloramientos de sal, al igual que el manejo y la protección del comercio al exterior del
territorio. El espacio así definido fue ampliado con las nuevas evidencias aportadas por
materiales cerámicos identificados como Guayupes, reportados en proximidades del poblado de

17
Mora y Cavelier han tratado como una unidad, denominada Guayupe, a los grupos que fueran encontrados
en la región en el siglo XVI. Si bien estos fueron denominados como Saes, Operiguas o Eperiguas y
Guayupes, los datos etnohistóricos no translucen grandes diferencias entre ellos. Aguado (1956; 1957), relata
tienen un origen mítico común, pero los separa argumentando que aquellos que viven sobre las partes
montuosas -Saes-, son más "ricos". Estas diferencias Mora y Cavelier las explican como consecuencia de una
posición privilegiada para el comercio.
18
Aguado relata cómo las expediciones conquistadoras encontraron en esta zona un gran número de
asentamientos (1956, T. III: 131, 174, 176; T.I: 572), situación que ha sido corroborada por las
investigaciones arqueológicas.

244
Guayabetal (Mora y Cavelier 1988).

El área que fuera controlada por los Guayupe y que fue posible definir por los trabajos
arqueológicos y etnohistóricos, comprende un extenso territorio. Este ofrece una alta
complejidad, que permite sugerir la existencia de formas de organización socio políticas
complejas (Mora y Cavelier 1984; 1985; 1988).

Cabe aún preguntarnos sobre la concordancia o discordancia entre los trabajos adelantados por
Marwitt (1973; 1975) y Mora y Cavelier (1983; 1984; 1985; 1988). Al parecer, los materiales
que fueran reportados por Marwitt como pertenecientes a la fase Granada, tienen una
correspondencia exacta con aquellos atribuidos por Mora y Cavelier a los Guayupe (Mora y
Cavelier 1984). Por ello, estos autores han sugerido, recientemente, que Marwitt pudo haber
localizado un sector más temprano de la ocupación Guayupe en el pie de monte Llanero (Mora
y Cavelier 1988). No obstante, la suposición de Marwitt respecto a la migración, detectada a
partir de las frecuencias del desgrasante empleado en la manufacturera cerámica, parece
encontrarse descartada, ya que en algunas formas cerámicas se pudo verificar la existencia de
dos o más tipos de desgrasante (Mora y Cavelier 1984).

Llanos al Oriente del río Meta

Esta región se caracteriza por grandes extensiones de sabanas y altillanuras disectadas,


interrumpidas por algunos bosques de galería. Los suelos aquí son generalmente pobres y el
clima representa cambios drásticos.

En abril de 1974 Lucia Rojas de Perdomo llevó a cabo un reconocimiento y algunas


excavaciones arqueológicas, en proximidades de la frontera colombo-venezolana19, en
inmediaciones de los ríos Meta y Casanare20. En los sitios Ipa, La Virgen y Bombay, detectó
evidencias que sugieren el paso del cultivo de raíces al de maíz. En los niveles inferiores del
sitio Bombay, se encontró una cerámica burda manufacturada con un atemperante de cenizas,
con la cual se fabricaron platos para procesar la yuca (budares). En los niveles superiores del
mismo yacimiento, se reportó la existencia de una cerámica más compacta, atemperada con
arena de río, así como la aparición de figurinas antropomorfas con ojos y boca grano de café,
grandes recipientes y fragmentos de metates y manes de moler que indicaban el uso del maíz.

19
Los yacimientos explorados por de Perdomo, al igual que los reportados por Giraldo de Puech, se
encuentran localizados en la zona fronteriza entre los Llanos al oriente del Meta y los Llanos al occidente de
este río. En general, en esta parte el área comprende una depresión, que contribuye a generar áreas muy
similares a uno y otro lado del Meta. Por ello todos los trabajos han sido incluídos en los Llanos al oriente del
Meta.
20
Estos trabajos no merecieron por parte de la autora una publicación especial. Los resultados fueron
incluidos en Perdomo 1979 y en la tesis de María de la Luz Giraldo de Puech (Universidad de Los Andes
1976). De ella se extractó artículo recientemente publicado Investigaciones Arqueológicas en los Llanos
Orientales, región Cravo Norte, Arauca. Boletín del Museo del oro No. 21 de 1988.

245
La autora, aunque no da fecha para este yacimiento, sugiere que se trata de un sitio de
"considerable" antigüedad (Rojas de Perdomo 1979).

María de la Luz Giraldo localizó dos basureros próximos al área que fuera estudiada por Lucía
de Perdomo. El primero, Mochuelo, ubicado en las proximidades de la desembocadura del río
Cravo Norte en el Casanare; el segundo a orillas del río Ariporo. Según la autora, la comunidad
que habitó la región antes de la llegada de los misioneros, era de cazadores recolectores. Un
tercer sitio excavado, corresponde a una planta de habitación: Caño Bombay, en la orilla
izquierda del río Meta. Allí obtuvo la única fecha existente en la actualidad para la zona del
Arauca. Los materiales cerámicos que fueran obtenidos en el curso de esta investigación
muestran, según la autora, algunas similitudes con materiales del complejo Arauquinoide
(Giraldo, 1976).

Durante el año de 1982, Alvaro Baquero llevó a cabo una prospección arqueológica, en
inmediaciones del curso alto y medio del río Vichada, Comisaría del Vichada. Los trabajos se
concentraron en el área comprendida entre los 4 14' y 4 15' latitud Norte y los 70 25' longitud
oeste. Dentro de esta zona fueron explorados un total de doce sitios arqueológicos, once de
ellos considerados como plantas de habitación. Aquellos sitios que fueron localizados en las
proximidades de los caños que drenan los territorios que comprenden sabanas interfluviales,
son de mayor riqueza, comparativamente, con los que están localizados en las vegas de los ríos.
En los asentamientos de las márgenes de los ríos Muco y Vichada, se verificó la existencia de
un mayor número de vestigios cerámicos y líticos. Esta zona permitió, por sus condiciones

246
geográficas el establecimiento de grupos sedentarios, según lo anota el autor. Lamentablemente
no fue posible el obtener muestras para fechar (Baquero 1985).

Por los restos culturales encontrados, permiten establecer a este autor, tentativamente, algunas
comparaciones con complejos del Orinoco y del Amazonas (Baquero 1985).

En el mismo año Santiago Mora e Inés Cavelier realizaron una prospección de la llanura aluvial
de desborde, en la margen derecha del río Meta. La zona prospectada comprendió desde Puerto
López, hasta la desembocadura del río Cusiana en el Meta. La falla que corre próxima al río
Meta, determinó que el costado correspondiente al departamento del Meta se encuentre más
elevado que su contraparte en el Casanare, factor que contribuye a impedir las inundaciones,
por desborde del río o por precipitaciones, durante la temporada invernal. Es posible que en las
inmediaciones del río los suelos tengan mejores condiciones para la agricultura, dados los
aportes sedimentarios. Es en esta región, donde se localizaron de diez a quince montículos
artificiales, de forma redondeada, con una superficie de tres metros cuadrados y una altura de
un metro con veinte centímetros, en promedio. Los autores sugieren que la función de los
montículos de Humapo pudo ser similar a la propuesta por Alicia Dussán y Gerardo Reichel
Dolmatoff, para los de Manacacías (Mora y Cavelier 1984).

Estos mismos autores (1983), prospectaron la zona que comprende la altillanura disectada o
"serranía", localizada entre el río Meta y las Cabeceras del río Planas. Allí se visitaron dos
subregiones: la margen del caño Nare, hasta su desembocadura en el Meta y las partes altas del

247
río Planas en la zona donde se ubica el caño Catanaribo. Únicamente fueron localizados
asentamientos de grupos nómades recientes.

En 1984, Carlos Castaño en colaboración con Alvaro Soto, realizó una prospección de la zona
nororiental del Parque Nacional de Tuparro, comisaría del Vichada. Los trabajos les
permitieron ubicar "varios yacimientos de habitación, enterramientos y ritual"

En Pozo Azul se encontró una cerámica en profundidades superiores a los 60 centímetros; en


opinión de estos autores lo anterior sugiere una ocupación prolongada del lugar. Con
decoración monocroma esta alfarería fue elaborada empleando como desgrasante el cariapé,
para la fabricación de "bowl" y platos de yuca. Los autores sugieren relaciones entre estas
partes -El Tuparro y la cuenca del Amazonas y la del Orinoco. En el cerro Inculí, se
encontraron restos óseos de por lo menos 8 individuos; por las características de éstos -
dodicocefálea, ancho de la rama ascendente de la mandíbula y abrasión dentaria- se propone
que se trató de cazadores recolectores, que incluían en su dieta carnes crudas o mal cocidas, así
como gran cantidad de semillas. En el mismo sitio se encontraron algunas pictografías (Castaño
y Soto, 1986).

Llanos al Occidente del Río Meta

Esta región se encuentra un poco más elevada que la anterior y no incluye sectores de
altillanura disectada. Se caracteriza por bosques de galería, en inmediaciones de grandes ríos
como El Cravo, El Cusiana, El Tua, El Pauto y El Guanapalo, entre otros. El drenaje de manera
generalizada va en dirección Suroriente, hasta el río Ariporo donde toma un rumbo
exclusivamente oriental. Por contar con gran cantidad de ríos que bajan de la cordillera
cargando sedimentos -ríos de aguas blancas-, es posible encontrar sectores con suelos con
mejores propiedades para la agricultura. En su sector nororiental, la región entra a formar parte
de una inmensa depresión, que hace muy semejantes los dos sectores ubicados a lado y lado del
río Meta. Las estaciones climáticas siguen un patrón semejante al observado para la región de
los Llanos al Oriente del río Meta.

248
En el transcurso del año de 1981 se iniciaron los trabajos arqueológicos en esta área. La zona
investigada correspondió al pie de monte casanareño, en las vecindades de los poblados de
Agua azul, Tilodirán y Yopal. Santiago Mora y Elizabeth Márquez (1982), realizaron una
prospección y llevaron a cabo algunas excavaciones.

En el sitio denominado Catanga, localizado en las inmediaciones de los caños Seco y


Canacabare, se excavó un basurero. Los trabajos propiamente dichos se adelantaron por medio
de una excavación en área, profundizando por sucesivos niveles de "descapotado". Estos fueron
definidos a partir del registro de pisos culturales. Como primer resultado de esta excavación, se
pudieron delimitar zonas de actividad reconstruibles, y se obtuvo una muestra diagnóstica de
materiales arqueológicos.

El análisis de la forma en que los desechos habían sido depositados, sugirió una segunda zona
para iniciar excavaciones. En esta oportunidad se trató de una planta de habitación.

Entre los materiales recobrados en estas excavaciones se cuentan gran cantidad de fragmentos
cerámicos y líticos, así como restos óseos de un ser humano; huesos del cráneo -parietal y
occipital-, mandíbula inferior de un adulto, algunos molares, restos de huesos largos, al igual
que algunas falanges de las extremidades inferiores y superiores. Huesos de pequeños roedores

249
y/o aves abundaron en algunos sectores del basurero (Mora y Márquez 1982).

Las investigaciones arqueológicas en el Casanare permitieron determinar, que en las partes


bajas del municipio de Yopal, sobre el área extensa de abanicos aluviales, hacia la mitad del
siglo XVII, habitó una etnia, que a juzgar por el número de asentamientos y la extensión de los
mismos, tenía una alta densidad de población. Se trata de agricultores sedentarios, que parecían
preferir para localizar sus poblados, regiones en las cuales se conjugaban un mayor número de
paisajes. La explicación a este fenómeno se encuentra en la necesidad de aprovechar los
recursos, que en forma alternada se generan a lo largo de las estaciones. Estrategias análogas,
para el manejo de las sabanas del Casanare, fueron consignadas en crónicas por parte de los
jesuitas en el mismo siglo. Los autores, anotan que estos asentamientos pertenecían a los
indígenas Achaguas, registrados históricamente (Mora y Márquez 1982).

Los objetos obtenidos durante la etapa de excavaciones, fueron sometidos a comparaciones con
algunos de los conocidos para el amazonas, el pie de monte cordillerano y la Orinoquía. Se
demostró la existencia de similitudes entre los fragmentos y formas cerámicas de Catanga, con
los obtenidos por A. Zucchi en Caño Caroni (Venezuela). Igualmente se comprobó, por medio
del fechado de radio carbón, que existe una proximidad cronológica entre éstos asentamientos
(Mora y Márquez 1982).

Balance General de la Región

Los datos con los cuales contamos no son suficientes para explicar satisfactoriamente todas las
cuestiones que han sido planteadas para la Orinoquía.

Algunos investigadores (Baquero, Castaño y Soto, Giraldo de Puech, Marwitt y Mora y


Márquez), han buscado enmarcar los resultados obtenidos por sus investigaciones dentro de
una problemática amplia. Así han involucrado procesos que en muchas ocasiones se dieron
fuera de las fronteras de la región. El énfasis se ha puesto sobre la influencia y/o el
desplazamiento de grupos desde otras partes del continente. Desde esta perspectiva teórica es
imposible aislar una región, dado que comparte un cierto número de rasgos, a intervalos de
tiempo, con otros conjuntos. De esta forma, las sociedades que habitaron en el pasado en los
Llanos, se transforman en receptoras o portadoras, de influencias particulares. Es por ello que
estos autores han sugerido relaciones con otras regiones; lamentablemente, ninguno de ellos ha
podido determinar el carácter de las "relaciones" planteadas.

En oposición a este primer enfoque, otros estudios se han ceñido al recuento y análisis de
problemáticas "locales", sin considerar la influencia de los desplazamientos como motor de
cambio. Esta segunda perspectiva bien puede tener su origen en la clase de datos con los que se
trabaja.

250
Para un adecuado análisis, de las posiciones antes mencionadas, se debe tener en cuenta la zona
y el carácter de las informaciones disponibles. La mayoría de las investigaciones adelantadas se
han concentrado en el pie de monte y sus áreas vecinas. Por lo cual no resulta sorprendente que
sean éstas las áreas para las cuales se tenga un mayor acopio de conocimientos. No obstante,
allí existen grandes problemas por resolver. La gran mayoría de las fechas , indican que los
asentamientos son tardíos. De otra parte, no se tiene información sobre yacimientos
estratificados, aunque como lo sugieren algunos autores (Escobar et. al), es posible que se
dieran complejos cerámicos diversos. No es claro si estas observaciones encuentran asidero en
las fases planteadas por Marwitt21.

Por otra parte, buscar la Tradición Polícroma de la Amazonía en la región del río Ariari, a partir
de algunas características cerámicas, como sería el empleo de un desgrasante o la decoración en
dos colores, no parece haber encontrado eco en los investigadores que precedieron a Marwitt.
Estos, interesados más en la problemática regional y por considerar que los datos no pueden
soportar estas teorías de momento, las han dejado de lado.

En relación con la subsistencia los esposos Reichel y Mora y Cavelier, indicaron la presencia
de montículos para cultivo, hasta entonces no reportados en el área. Sistemas análogos han sido
descritos para los Llanos venezolanos, donde fue práctica común su empleo, tanto para cultivo
como para habitación22. Lamentablemente la ausencia de otros datos, como lo sería el
cronológico y la asociación de estas estructuras con otros vestigios culturales, no han permitido
profundizar en el conocimiento de los grupos que los construyeron.

Lucía de Perdomo detectó el paso de la agricultura basada en la yuca a aquella del maíz. Esta
transición representa, para muchos de los investigadores que han trabajado en los Llanos
colombo-venezolanos, la explicación a la complejidad alcanzada por algunos grupos de la
región23. Lamentablemente la mala documentación sobre este aspecto aportada por Perdomo no
permite llegar a ningún tipo de conclusión. Giraldo de Puech, quien excava en un área muy
próxima a de Perdomo, no encuentra este proceso de cambio en la dieta; menos aún sugiere que
se trata de asentamientos muy antiguos. Esta discordancia en los datos, parece sugerir que en el
área se han dado ocupaciones múltiples o bien variaciones locales, no tan antiguas como lo
sugiere de Perdomo.

Sobre la región del río Ariari e involucrando una parte de la cordillera, Mora y Cavelier
proponen la existencia de un manejo "horizontal" de los recursos, acorde a las formas del
paisaje y sus potencialidades. Este esquema, aún no explica satisfactoriamente muchas de las

21
Los escritos de Marwitt lamentablemente no desarrollan muy profundamente este aspecto. Cabe mencionar
que no se cuenta con una muestra de materiales cerámicos correspondientes a la fase de ocupación más
antigua. Tampoco tenemos informaciones que permitan localizar los yacimientos que estudiara Marwitt.
22
Para mayor información ver Zucchi y Denevan "Campos Elevados e Historia Cultural Prehispánica en los
Llanos Occidentales de Venezuela" Universidad Católica Andrés Bello 1979.
23
Esta polémica tiene mucho que ver con los planteamientos de B. Meggers sobre la limitación medio
ambiental en las tierras bajas. Una buena exposición sobre el tema, se encuentra en Roosevelt 1980.

251
cuestiones relativas a la organización política y social de estos grupos. Indudablemente se hace
indispensable la búsqueda de informaciones más precisas dentro del territorio Guayupe; éstas
deben ser estudiadas a la luz de los datos obtenidos al exterior de la frontera territorial. Definir,
como lo han hecho los autores, límites étnicos, implica la existencia de una dinámica interna y
su contraparte al exterior. Esta última no ha sido considerada en absoluto.

Para la región del Casanare los interrogantes son innumerables. El único estudio adelantado
sólo permite identificar pautas de asentamiento, asociadas a un sistema económico, deducido a
partir de datos etnohistóricos y arqueológicos24. No obstante, se trata de un período en el cual
han sido introducidos un gran número de cambios como consecuencia del contacto. La
búsqueda y el estudio de asentamientos anteriores a la conquista, permitirán evaluar
correctamente las informaciones que tenemos.

Los grupos étnicos detectados a partir de trabajos arqueológicos y etnohistóricos en los Llanos
Orientales, representan hasta el momento conjuntos aislados y sin aparente relación 25. Esta
situación contrasta con aquella aportada por Morey (1975). En efecto, la autora pone de
manifiesto los estrechos vínculos que existieron a partir del comercio, entre los grupos llaneros.
Esta situación demuestra la necesidad de profundizar en la definición de territorios étnicos y las
interrelaciones de ellos en el pasado.

Por último, consideramos que se hace necesario ampliar los datos de otras áreas -río Meta,
Arauca, Vichada y Guainía-, que permanecen como tierra incógnita para la arqueología.

24
A este respecto se publicará un artículo en la Revista Colombiana de Antropología No. 26.
25
Hasta el momento no se ha podido definir si existió algún tipo de relación entre los grupos Guayupe y los
Achaguas. Los dos ocupan, tanto en el espacio como en el tiempo, territorios colindantes. Sin embargo, no se
han reportado restos arqueológicos Achagua en territorio Guayupe y viceversa. Rivero (1956), demuestra
como los Achaguas penetran en el territorio que ocuparan los Guayupe, después de la "extinción" de éstos.
Sin embargo, son necesarios un mayor número de datos que permitan establecer conexiones entre unos y
otros.

252
253
XI AMAZONÍA COLOMBIANA26
Leonor Herrera

La región amazónica de Colombia, comprende las cuencas de los ríos que tributan al Amazonas y
de algunos que lo hacen al Alto Orinoco. Limita al norte con el río Guaviare y hacia el occidente
no sobrepasa la cota de los 500 m. en la vertiente de la Cordillera Oriental.

La Amazonía colombiana comparte con la cuenca hidrográfica del río Amazonas ciertos rasgos
de clima y morfología. El 70% de esta inmensa región, está cubierta de bosques tropicales
húmedos tipo hylea, para cuyo desarrollo se requiere de una temperatura media superior a los 22"
y una precipitación anual superior a los 2.000 mm., con lluvias constantes, repartidas a lo largo
del año y un período seco, corto y marcado.

Se encuentran en Colombia algunas de las áreas con mayor precipitación de la cuenca


amazónica: en los altos ríos Putumayo, Caquetá, Napo, en la región fronteriza con Venezuela y
Brasil, en el Guainía y Vaupés este alcanza los 3.500 - 4.500 mm anuales. Estas áreas habrían
conservado la vegetación selvática durante varios períodos largos en el pleistoceno y holoceno
cuando, al bajar la temperatura y disminuir la pluviosidad por efectos de episodios glaciales,
grandes extensiones de bosque fueron transformados en sabanas. En estas áreas con mayor
pluviosidad se habrían refugiado especies de animales y de flora de adaptación selvática. El
aislamiento prolongado de estos refugios, habría permitido que sus habitantes evolucionaran en
formas distintas. Se explicaría así la amplia variación de especies de la Amazonía, donde no hay
barreras geográficas que la justifiquen. Esta hipótesis se podría aplicar, durante los últimos
episodios secos, a poblaciones humanas, para explicar la gran variación lingüística y la
distribución de algunas características culturales dentro del área; sin embargo no ha sido puesta a
prueba todavía por los arqueólogos (Meggers 1983, Domínguez 1983).

Morfológicamente la planicie amazónica es una inmensa región sedimentaria. Los sedimentos


más antiguos, depositados durante el terciario, en un mar o lago salobre, sufrieron posteriormente
procesos erosivos, de manera que el relieve es de lomeríos. Intercaladas en este paisaje hay
elevaciones mayores, superficies aún más antiguas, reductos de formaciones montañosas del
precámbrico, que forman mesetas y colinas rocosas y son parte del Escudo de las Guayanas.
También sobresale en el relieve la región de pie de monte andino, formada por terrazas, serranías
y terrenos levemente ondulados que se alínean en un cinturón al pie de la Cordillera Oriental. Los
materiales que la constituyen provienen en su mayor parte de erosión y lavado de la cordillera,
por lo tanto, allí pueden encontrarse los mejores suelos.

26
Para este capítulo de introducción geográfica nos hemos basado en Guhl (1976), Cortés e Ibarra (1981),
Botero(1984) y Domínguez (1985).

254
Las superficies más recientes están formadas por los sedimentos fluviales, que forman auténticas
planicies a lo largo de los ríos más caudalosos. Se pueden distinguir en ellas tres niveles: terrazas
antiguas del plioceno-pleistoceno, que hoy se encuentran sobre el nivel actual de los ríos, y las
llanuras aluviales de inundación (várzea), con dos niveles, el más alto de los cuales se inunda
cada 5 ó 10 años cuando vienen las grandes crecientes ("conejeras") y el más bajo, lo hace en un
lapso corto de tiempo todos los años, y recibe periódicamente sedimentos rejuvenecedores,
óptimos para la agricultura.

Los ríos que forman llanuras de inundación extensas, son frecuentemente, aquellos que nacen en
las vertientes orientales de los Andes. Desde allí, arrastran sedimentos en suspensión que les dan
una apariencia barrosa; de ahí su apelativo de "ríos de aguas blancas". Los sedimentos que
cargan, propician el desarrollo de vida orgánica numerosa y variada. Otros ríos nacen dentro del
Escudo de las Guayanas o en las superficies de denudación, atraviesan suelos empobrecidos y sus
aguas cristalinas o ambarinas adquieren en gran volumen, una coloración oscura, debida a la
presencia de minúsculas porciones de ácidos húmicos; de ahí su apelativo de "ríos de aguas
negras"

Estos se caracterizan por su extrema acidez, pobreza de nutrientes y escasez de la fauna acuática.

Considerados en general los suelos de la Amazonía son pobres, tanto en materia orgánica como
en minerales. Aún los del pie de monte y las vegas inundables son inferiores a los suelos andinos
fértiles. Los nutrientes para la frondosa vegetación, no se encuentran en el delgado suelo, sino en
la capa de hojarasca y detritus que lo cubre, de donde las plantas los obtienen directamente a
través de raíces "alimentadoras" y hongos micorriza.

Al ser eliminado el bosque, los nutrientes se incorporan al suelo y son rápidamente lavados, o se
descomponen debido a la alta temperatura y humedad. Por esta razón las tierras sometidas a
prácticas agrícolas se deterioran progresivamente y es necesario que el usuario las abandone y
adecúe otras por el método de tala y quema. Investigaciones arqueológicas recientes indican la
presencia de suelos antrópicos profundos y ricos en materia orgánica, cuya génesis e importancia
en términos de extensión y dispersión, son problemas sobre los cuales a la larga, el arqueólogo
tiene la última palabra.

A continuación se resume la forma como los autores consultados establecen grandes divisiones
dentro de esta extensa región, aparentemente homogénea. Domínguez, lo hace en términos de
formaciones vegetales; Guhl, establece subregiones geográficas; Botero, unidades fisiográficas y
Cortés e Ibarra, se basan en los suelos.

255
Investigaciones Arqueológicas

Las investigaciones arqueológicas en la Amazonía colombiana han sido contadas; los resultados
de algunas no se describieron adecuadamente y otras están en manuscritos de difícil acceso, todo
lo cual contribuye al desconocimiento y la escasa importancia que se ha dado en Colombia, a esta
región (Herrera 1985).

256
Maloca del Grupo Indígena Yukuna – Matapí, a orillas del río Miritiparana. Bajo viviendas
actuales se encuentran evidencias de asentamientos antiguos. (Foto: Leonor Herrera)

257
El primer arqueólogo colombiano en ocuparse de ella fue Eliécer Silva Célis (1963a, 1963b)
quien reseñó dos grandes rocas con petroglifos en los alrededores de la población de Florencia y
resaltó la importancia del río Caquetá, como vía de comunicación entre los Andes Colombianos y
el río Amazonas.

Las primeras investigaciones arqueológicas sistemáticas las realizó en 1968 y 1970 Charles
Bolian, en el Trapecio Amazónico, en las cuales localizó sitios, la mayoría al borde de la terraza
aluvial del río Amazonas y de uno de sus afluentes, el río Loreto-Yacú. Excavó en varios de ellos
y definió para cada área una secuencia de complejos.

En este último río la secuencia se caracteriza por la sencillez en formas y decoración (la técnica
más frecuente es el baño), pero se presentan variaciones en el desgrasante usado. Componen la
secuencia cuatro complejos, el más antiguo de ellos con una fecha de C14 de 160 d.C. y el último
con dos fechas, la más reciente de 1.190 d.C.

Hay además sitios que representan estadios de desarrollo en la cerámica del actual grupo Tikuna,
que antiguamente habitaba los afluentes del Amazonas. Correspondería esta secuencia a una lenta
pero estable evolución estilística de grupos ancestrales de los actuales Tikuna, con una variante
de la cultura de selva tropical propia de los habitantes de los afluentes (Backwater), diferente de
la que se desarrolla en las riberas de los grandes ríos.

En las orillas del Amazonas los sitios son alargados y miden hasta 1.250 mts. de largo. En
algunos se encontró cerámica con algunos rasgos de la Tradición Barrancoide; y aunque no hay
fechas para este material, por comparaciones estilísticas se postula su presencia hacia el 300 a.C.

En otro se encontró también cerámica relacionada con la Tradición Barrancoide amazónica, pero
con una manifestación diferente a la ya mencionada, que incluye rasgos similares a material del
sitio Chimay en el río Beni (Bolivia). Hay una fecha de 1040 para este material. En el sitio 14 se
llevaron a cabo las excavaciones más extensas, en las cuales había material de la Tradición
Policroma amazónica que se denominó complejo Zebu, con fechas de C14 entre 1030 y 1515
d.C.

258
Al frente de la Pedrera se alza el Cerro de Cupati (izquierda), en cuyas inmediaciones hay sitios
arqueológicos. A la derecha se aprecia el internado de San Francisco. (Foto: Leonor Herrera)

Este material tiene rasgos, tanto de la subtradición Guárita, que corresponde a un policromo
influido o con rasgos barrancoides y de la subtradición Miracanguera, de la cual están ausentes
éstos. Se concluye que la transición del estilo barrancoide al policromo se realizó en el Trapecio
Amazónico en el siglo XI d.C. (Bolian 1972, 1975, s.f.).

En 1973, Gary L. Brouillard, llevó a cabo prospecciones y excavaciones de sondeo en el Alto río
Caquetá y en el río Orteguaza. Encontró evidencias de tres complejos cerámicos. El primero, que
posiblemente se relaciona con los Andakí históricos, se encuentra en sitios pequeños (de hasta 70
m. de diámetro) en el pie de monte, en barrancos cercanos a afluentes del río Orteguaza y en las
inmediaciones de las poblaciones de Florencia, Belén y San José de la Fragua. El segundo
complejo corresponde a sitios de la llanura selvática, localizados en lugares de las inmediaciones
de los ríos Orteguaza y Peneya. Estos son de forma alargada y miden hasta 1.000 m. de ancho.
Los yacimientos del tercer complejo, están cercanos a cerros bajos aledaños al río Caquetá y
miden hasta 1.300 m. de largo. Tomadas en conjunto, las diferencias entre el material de los tres
complejos no son muy grandes, y parece tratarse de un conjunto sin características llamativas de
forma o decoración (Brouillard s.f, Myers et al. 1.974).

Entre 1974 y 1980 Elizabeth Reichel y Martín von Hildebrand efectuaron prospecciones y
excavaciones en el Bajo río Caquetá, el Bajo río Apaporis y el área entre estos dos. Por los

259
alrededores de La Pedrera, (Bajo Caquetá) hallaron varios sitios cuyo material cerámico, incluye
budares y adornos biomorfos, con marcados rasgos barrancoides, cuya filiación mas cercana es
con la fase Yapurá definida en el Bajo Caquetá brasileño. El material lítico asociado incluye
instrumentos tallados y hachas de piedra pulida. Hay tres fechas de C 14 para esta ocupación, que
la colocan entre los siglos VI y XII d.C. El material que hallaron en el río Apaporis es
aparentemente una variedad más sencilla de la cerámica de los sitios en el río Caquetá. Aquí
también los líticos son importantes.

En el río Mirití y algunos afluentes localizaron sitios arqueológicos de habitación, con cerámica
burda y de escasa decoración, en áreas de vivienda indígena actuales (von Hildebrand 1976,
FIAN 1.985: 39-41, Reichel y von Hildebrand 1.982-3).

En 1977 Warwick Bray, Leonor Herrera y Colin Mc Ewan llevaron a cabo un programa de
prospección y excavaciones en la región de Araracuara. De los sitios localizados algunos son
extensos, hasta de 2 kms. de largo y entre los que se excavaron, los hay de vivienda basureros y
antrosoles. Los investigadores definieron dos ocupaciones sucesivas partiendo de excavaciones
en yacimientos estratificados: Camani, la más antigua, con fechas entre 135 DC y 830 DC, se
caracteriza por una cerámica fina, pero, sin otra decoración que baño generalmente rojo; Nofúrei,
la segunda con fechas entre 805 DC y 1610 DC se asimila a la tradición policroma. El material de
ambas ocupaciones incluye fragmentos de budare y se asocia con artefactos de piedra tallada y
piedra pulida.

Los autores iniciaron el estudio de suelos antrópicos conocidos como terra preta de color negro y
profundidades por encima de 1 m., cuya génesis no estaba clara (¿basureros ? ¿sitios de
habitación? ¿de cultivo?), pero que se podía afirmar evidenciaban ocupaciones relativamente
densas y prolongadas (Herrera, Bray, Mc Ewan 1980-81, Herrera 1981, Eden et al. 1984).

Posteriormente Angela Andrade, con la colaboración del edafólogo Pedro Botero, profundizó en
el estudio de las terras pretas de Araracuara, definió áreas de coloración parda conocidas
como terra mulatta y obtuvo información que le permitió proponer que por lo menos algunos de
estos antrosoles podrían ser áreas de cultivo, con acumulaciones intencionales de desechos para
reponer mutiladas y mejorar las condiciones físicas del suelo. Obtuvo, además una fecha de C 14
más temprana para la ocupación Camani, de 899 a.C. (Andrade 1986, FIAN 1985: 44-45, Botero
comunicación personal) .

A partir de 1986 Inés Cavelier, Luisa Fernanda Herrera de Turbay y Santiago Mora llevan a cabo
un proyecto de investigación en sitios entre Araracuara y La Pedrera. Su interés es también
las terras pretas. La información que apenas empieza a ser de público conocimiento indica que la
aplicación del análisis de polen y macrorestos aporta datos muy relevantes especialmente a partir
del siglo VIII d.C., sobre condiciones ambientales, cultígenos (dos variedades de yuca, dos
variedades de maíz, fríjol, marañón, etc.) formas de manejo de la tierra (agricultura itinerante con
adición de desechos orgánicos y en cierto momento de materiales de zonas húmedas) y cambios a

260
través del tiempo en éstas (intensificación de la producción agrícola por la regularización de las
prácticas de adición de materiales hacia el 800 d. C). Estos cambios estarían relacionados con
modificaciones socio-políticas. Sugieren que la secuencia cultural Camani-Nofureí necesita ser
replanteada (Herrera de Turbay, Mora y Cavelier 1988).

El río Caquetá se encañona al atravesar la escarpa de Araracuara. A la derechase aprecia el


final de la pista de aterrizaje y a continuación hacia el frente, comienza el sitio de Terra Preta,
entre el bosque. (Foto: Expedición Colombo- Británica Amazonas 77)

En la cuenca del río Putumayo, sólo se ha llevado a cabo un estudio. En 1977, María Victoria
Uribe realizó una prospección en el piedemonte, y en el río Guamués, afluente del Putumayo,
halló en las tenazas del río, evidencias de asentamientos con material cerámico que presenta con
frecuencia la superficie corrugada. Esta cerámica parece relacionarse con las fases Sombrerillos
de San Agustín y Pastaza del oriente ecuatoriano (Uribe 1980-1).

Se han llevado a cabo estudios sobre petroglifos. En 1976 Elizabeth Reichel, hizo el
levantamiento de 14 de ellos en la cuenca del medio río Caquetá entre Araracuara y La Pedrera,
así como en algunos afluentes (von Hildebrand 1975). Fernando Urbina, reseñó en 1977 los
petroglifos situados en la orilla del río Caquetá, de Araracuara hacia el Oeste, hasta la
desembocadura de la quebrada Amefa (Urbina 1981, 1985).

261
Balance General de la Región

El conjunto de datos que se conocen sobre la región es extremadamente pobre. La porción


colombiana de la Amazonía es la menos conocida arqueológicamente. Es prioritario desarrollar
allí, proyectos de investigación a largo plazo que cubran las cuencas de los ríos más grandes y
sus afluentes para enlazar la información de investigaciones aisladas. Hoy día, éstas apenas se
pueden relacionar dentro de marcos teóricos, originales, y muy convincentes si se toman por
separado, coma por ejemplo los de Meggers, Lathrap y Roosevelt para citar sólo algunos. Si bien,
éstos son muy estimulantes pues plantean problemas de investigación, no pueden reemplazar el
trabajo de terreno, menos espectacular pero necesario (Herrera 1985).

La ocupación de la Amazonía puede tener una considerable antigüedad y aparentemente existían


allí poblaciones mas densas y estables de lo que se pensaba, cualitativamente diferentes a las
poblaciones indígenas actuales. Se sabe muy poco sobre las formas de adaptación, subsistencia y
organización sociopolítica prevalentes en diversas épocas y áreas, que trasciendan la sucesión de
estilos cerámicos.

Como el ámbito del estudio traspasa las fronteras políticas, es indispensable establecer vínculos
con instituciones de países vecinos que desarrollen proyectos de arqueología en la Amazonía y
colaborar para el desarrollo de programas conjuntos.

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Anexo

Por solicitud del entonces Director del Instituto Colombiano de Antropología doctor
Roberto Pineda Giraldo, los arqueólogos de esta entidad elaboraron un cuadro resumen de
los temas de investigación reunidos, según lo discutido n el taller “El Estado Actual y las
Necesidades de la Investigación Arqueología en Colombia”, realizado en Abril de 1985.
Esta es una versión modificada de ese cuadro.

318

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