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ABECEDARIO DEL EDUCADOR CRISTIANO

Acógelos. Sin mirar su orígenes, sin juzgar sus capacidades, sin comprobar su expediente académico,
sin importarte en absoluto su más que sospechoso pasado o su no menos dudoso futuro. El que acoge
a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge (Mt 18,1-5).
Búscalos. Cuando se alejen, cuando se extravíen, cuando entren en “zona de peligro.” Recuerda
que Dios no quiere que se pierda ni uno sólo de estos pequeños (Mt 18,12-14).
Cárgalos. Sobre tus hombros y sobre tu corazón. No pases de largo, no mires el reloj. Se acercó y le
vendó las heridas, después de habérselas curado con aceite y vino; luego lo montó en su cabalgadura,
lo llevó al mesón y cuidó de él (Lc 10,29-37).
Defiéndelos. No se trata de establecer contiendas, mas debes tener en cuenta que Dios te los ha
enviado. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo (Mt28,16-20).
Escúchalos. Aunque un 90% de lo que sale de sus bocas sea una pérdida de tiempo, aunque llegues
al final de la clase, de la catequesis o del día sin haber conseguido tus objetivos. Al igual que María,
tú escoge la mejor parte. (Lc 10,38-42).
Felicítalos. Sus pequeños, diminutos o incluso insignificantes progresos. Muy bien, has sido un buen
criado; puesto que has sido fiel en lo poco, recibe el gobierno de diez ciudades (Lc 19,11-28).
Gánatelos. Pero no para ser la envidia de tus colegas o para que sean marionetas que puedas
manejar a tu antojo. Gánateles al estilo del Maestro. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea
vuestro servidor (Mt 10,35-45).
Humanízalos. En un mundo de risas millonarias, amigos por Internet y modelos televisivos, adorarás
al Señor, tu Dios, y sólo a él le darás culto (Mt 4,1-11).
Inspírales sentimientos de bondad, de generosidad, de ternura. Dichosos los que tienen un corazón
limpio, porque ellos verán a Dios (Mt 5,1-12).
Júzgalos... con el baremo de Cristo. Siempre con críticas constructivas, siempre para ayudarles en su
vida… Por eso, si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas (Mt 18,15-20).
Llévalos una y otra vez a Dios. Y si te pasas una hora hablando a tus chicos de Dios, después, en el
silencio de tu corazón, pásate al menos dos horas hablando a Dios de tus chicos. Tú, cuando ores,
entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en
lo secreto, te premiará (Mt 6, 5-15).
Muéstrales el camino que conduce al Padre. Ah, y no valen callejeros ni GPS ni largas peroratas...
¡Acompáñales! Él les dijo: Venid y lo veréis (Jn 1,37-39).
Nómbrales. Llámales por su nombre y envíales a la hermosa tarea de construir un mundo más justo,
más fraternal, más solidario. Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus
inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias (Mt 10,1-4).
Oblígalos a ser ellos mismos. Jóvenes que se alejen de las modas, de “Don Vicente.” Que expresen,
defiendan y razonen sus propias opiniones. Dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de
Dios (Mt 22,15-22).
Perdónalos. Dales una nueva oportunidad; y si te vuelven a fallar, otra y otra… No te digo siete
veces, sino setenta veces siete (Mt 18,21-35).
Quiérelos. No como alumnos, pupilos, educandos… números, sino como a hijos, como a
hermanos. Amarás al prójimo como a ti mismo (Mt 22, 34-40).
Repárteles sus tareas, sus encargos, sus ocupaciones, según sus capacidades. A uno le dio cinco
talentos, a otro, dos y a otro, uno, a cada uno según su capacidad (Mt 25,14-30).
Sírveles. No, no se trata de que seas su esclavo, “su chacha.” Si yo, que soy el Maestro y el Señor, os
he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros (Jn 13,1-15).
Tiéndeles una mano y las dos y el corazón y tu vida entera; aunque, según el mundo, no se lo
merezcan. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y, profundamente conmovido, salió corriendo a su
encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos (Lc 15,11-32).
Únelos. Que aprendan a trabajar en equipo, a convivir, a tolerar al otro. El Señor designó a otros
setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos (Lc 10,1-12).
Valórales “su poca cosa.” Sus cinco panes y dos peces. Ya se encargará el Maestro del milagro
(Jn 6,1-15).
Zambúlleles en el océano inmensamente misericordioso de Dios; dales ese empujón que necesitan
para que abran su corazón a Dios y a sus hermanos. Señor, no tengo a nadie que me introduzca en el
estanque cuando se mueve el agua (Jn 5,1-9).
J. M. de Palazuelo

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